El sistema patriarcal desea hacer notar la superioridad del hombre, exagerando las características supuestamente negativas de la mujer, condenándola por las acciones de las criaturas malvadas de los mitos. Así, estas narraciones adoctrinan a la comunidad acerca de los peligros que la mujer puede acarrear. Pero estas enseñanzas no se limitan a un lugar o una época determinados, sino que son comunes a diversas culturas y logran darle la vuelta al mundo. Aunque sus protagonistas tengan nombres y características diferentes, en el fondo, intenten enseñar la misma lección, transmitir el mismo conocimiento. Aunque una civilización perezca, el mito no se extingue, sino que muta y se extiende a otras cosmovisiones. Cada cultura resalta en él aquellos preceptos que considera valiosos. Entre todos los mitos acerca de hechiceras y criaturas sobrenaturales asociadas con la mujer, reconocemos en Las visitaciones del diablo el mito de Lilith, la mujer malvada del judaísmo, cuya presencia se siente con mayor fuerza dentro de la Cábala. Ella es el opuesto de Eva, es decir, se contrapone a lo socialmente aceptado, a las virtudes deseables en una mujer como madre y esposa. 127 Lilith exige igualdad, asegura tener los mismos derechos que su marido, quiere ser libre para disfrutar de su cuerpo sin que éste quede sometido a la voluntad del hombre. Prefiere escapar y copular con los demonios que ceder a las demandas de Adán. Ella es una amenaza para el orden social. Representa a la mujer independiente que goza su sexualidad, que elige la vida dura, fuera de la ley, al desobedecer a su esposo. Personifica la lujuria. Por ello debe ser castigada: los hijos que ha procreado con los demonios serán asesinados noche con noche. Ella, en venganza, ataca a los bebés humanos. Sin embargo, Lilith no puede obrar libremente, sino que es relegada a la oscuridad y rechazada por los mortales, quienes lanzan conjuros para mantenerla alejada. Ella es un fantasma nocturno que corrompe a los hombres en el sueño. Por eso Lisardo, al no poder ver a la persona que lo agrede, de inmediato da por sentado que es una mujer. Sin embargo, no se atreve a pensar que sea un miembro de la familia quien lo ataca, sino que sospecha de esa una entidad demoníaca femenina. Ahora, bien, es cierto que Lilith consigue librarse del yugo de Adán, pero tampoco es completamente libre. Sus acciones siguen restringidas por el castigo que Dios le impone. Mientras cien de sus hijos mueren cada noche ella tiene limitados sus ataques hasta los ocho días de nacidos en los varones y veinte días para las niñas. Para concebir seres demoníacos debe presentarse ante los varones durante el sueño, ya que no hay otra manera de copular con un mortal. A fin de cuentas, Lilith vive apartada, ese ha sido el costo de su independencia. Esa es la lección que el mito brinda a las mujeres: si se rebelan ante el orden social, se verán condenadas a la soledad y al rechazo. En Las visitaciones del Diablo, Arminda y Ángela, al igual que Lilith, vagan en la oscuridad, ya que no pueden manifestar abiertamente sus deseos. La madre se ve 128 forzada a seducir al sobrino durante sus ataques nocturnos, en sus conversaciones diurnas apenas se advierte algún rasgo de coquetería, el cual puede confundirse con una intensa necesidad de aprobación. La hija, por su parte, así como Lilith vive apartada en una cueva, se aísla en su habitación para leer libros pornográficos, que distan mucho de las lecturas impuestas por el padre Mario. Y aunque ambas logran confundir los sentimientos de Lisardo, despertando lo mismo su temor que su deseo, al final son exhibidas y despreciadas por él, quien parte del brazo de Paloma. Ellas se quedan en la soledad, en esa casa inmensa y tétrica. Por tanto, podemos concluir que Carballido sí reutiliza el mito de Lilith, aunque le da un giro presentándonos a unos personajes no abiertamente rebeldes, sino ocultos tras la fachada de una exagerada religiosidad. A primera vista, parecería que Arminda es la esposa virtuosa y abnegada y Ángela, una muchacha cándida y tímida, educada también para complacer a su marido. Ambas como representaciones de Eva, la segunda esposa de Adán, a quien si bien se le atribuye el haber cortado el fruto del árbol prohibido, acarreando para ella y su esposo la expulsión del paraíso, ello se debe más a su curiosidad que a auténtica maldad. Paloma, por otro lado, es mucho más cínica, desde el primer momento provoca a Lisardo, se burla del joven para después tener relaciones sexuales con él y terminar huyendo en su compañía. Su relación con Lisardo surge de manera accidental. Sin embargo, al final los vemos conformes y hasta felices con el futuro que les espera. La relación auténtica no es aquella aprobada por los padres de Ángela, la que será bendecida a través del matrimonio, sino el romance improvisado y fugitivo de los desheredados, de los huérfanos, Lisardo y Paloma. Ellos no se hablan de amor, no legalizan su relación, y sin embargo los vemos felices al final del relato, compartiendo el alimento con los campesinos, mientras Arminda, Félix y Ángela, con su abolengo y sus buenas costumbres, permanecen infelices. 129 Aquí Carballido propone un retorno a la simplicidad, a las situaciones honestas, directas, que nada tienen que ver con Diablos ni con súcubos, sino con seres humanos que expresan su sentir. Paloma es una muchacha franca, que no esconde su desagrado por la gente pretenciosa, por los refinamientos excesivos. Lisardo, acostumbrado a desenvolverse en ambientes intelectuales, a hablar en lenguas extranjeras, de pronto se ve contagiado por su sencillez, y se siente cómodo con su nuevo “yo”, con ese Lisardo rodeado de gente humilde. Se halla libre de las ataduras impuestas por sus parientes, de las amistades de Arminda, que aspiraban a estándares europeos. Y allí, bebiendo pulque en un tren destartalado, por primera vez en toda la novela, se sabe feliz. Ya no tiene ese vago sentimiento de vacío, la necesidad de estar en otra parte, de seguir siendo Lisardo y no sólo una extensión de sus tíos. A lo largo de este trabajo se han hecho evidentes las constantes en la escritura de Carballido, por ejemplo, el apego a su natal Veracruz, que siempre toma como punto de partida para narrar historias acerca de la gente de provincia, de sus costumbres y, sobre todo, sus prejuicios. Fundamentalmente, se enfoca en retratar las situaciones escandalosas: una mujer mayor que se involucra sentimentalmente con un adolescente, un patrón que se enreda con la criada, un crimen pasional, una señora respetable que desea a su sobrino, un hombre que abandona a su mujer para fugarse con su amante, etc. Y al centro de todas las historias, está el amor y la manera en que complica la existencia humana. El amor que sufre, que espera, muy pocas veces, el amor correspondido. En ocasiones se ha encasillado a Carballido como costumbrista, ya que retrata escenas cotidianas de la provincia, sin embargo, justamente su afán por abordar los sentimientos humanos, hacen que trascienda hacia algo más universal. Los pueblos, las ciudades en que se desarrolla la acción, son solamente un escenario, un pretexto. En este caso, por ejemplo, mientras relata los acontecimientos en casa de los Estrella, nos habla acerca de la posición de las mujeres en la sociedad, de los prejuicios que 130 limitan sus acciones, de cómo el género femenino ha sido asociado con lo sobrenatural y, en específico, con el mal. Trae a nosotros remembranzas de un antiguo mito acerca de una mujer rebelde que terminó por transformarse en un demonio, siendo ello su liberación y su castigo a la vez. En gran parte de la obra de Carballido, vemos esta preocupación por mostrar aspectos de la vida femenina, sobre todo la manera en que la mujer expresa sus sentimientos,