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TRABAJO PRACTICO SOBERANIA

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Trabajo Práctico SOBERANIA.
CATEDRA: DERECHO POLITICO 2021
DRA: MARIA PIA AQUINO.
EXTECION POSADAS.
OPCION: N 1
PARCIPANTES: 
· GONZALEZ RIEDMAIER LUCIA
· OBERSCHELP LEANDRO
· VALERIA GARBACZ
Consignas: 
· EXPLICAR LAS TEORIAS AFIRMATIVAS DE LA SOBERANIA + COMENTARIO PERSONAL. BREVE.
Pautas:
· FECHA DE ENTREGA: Plazo máximo: viernes 17/09 hasta las 13hs
· PARTICIPANTES: Puede ser individual o hasta grupos de 4 personas.
· EXTENSION: Máximo 10 paginas o mínimo 5.
Introducción
_ Para entender a que apunta el concepto de soberanía podemos hacer una breve introducción.
Se refiere al ejercicio de la autoridad en un cierto territorio, esta autoridad recae en el pueblo, aunque la gente no realiza un ejercicio directo de la misma sino que delega dicho poder en sus representantes.  “La Soberanía significa independencia”.
La palabra soberanía viene de supremus, en latín vulgar, que significa lo más elevado, lo supremo, lo inapelable. De modo que la noción de soberanía, referida al Estado, es la potestad que éste tiene para conducir sus pasos sin más condicionamiento que su propia voluntad. Los autores han propuesto a lo largo del tiempo las más disímiles definiciones, según los elementos que, en cada caso, consideraron como esenciales de la soberanía. Como todos los conceptos claves en el orden político, ella ha estado inevitablemente sometida a la visión ideológica.
 Otra descripción del término se puede entender desde tres ópticas de su carácter: 1) limitada, 2) absoluta y, 3) arbitraria. La primera concibe la soberanía como Locke, la cual tiene límites naturales en el contrato del que surge (Constitución) y por el pueblo, de quien es un mandatario; la segunda, pregonada por Hobbes y Rousseau, contempla que el poder soberano no tiene límites jurídicos pero su poder obedece a una racionalidad técnica o moral (voluntad general); y la tercera que considera que el Poder Soberano es la expresión en ley del interés del más fuerte. 
Desarrollo
Teorías que afirman la soberanía.
A continuación desarrollaremos teorías que afirman el concepto de soberanía, se estudia en los tres filósofos el estado de naturaleza y la concepción de hombre, el proceso de formación del contrato social y la condición del hombre en el Estado, según las formas de Estado y de Gobierno preferidas de los autores en estudio. 
1- Rousseau
Era un prestigioso de la época que tenía una forma diferente de mirar al concepto de la soberanía en donde decía que esta no puede ser representada por la misma razón de ser inalienable, esta también es indivisible, pues la voluntad es general o no lo es ya que corresponde al conjunto del pueblo o solamente a una parte. En el primer caso, esta voluntad declarada es una acto de soberanía y constituye ley; en el segundo no es sino una voluntad o un acto de magistratura; es a lo sumo un decreto.
El propósito de Rousseau, al margen de lo que piensan sus intérpretes superficiales, fue alcanzar que se conciba al Estado como si hubiera tenido origen en el contrato, para de este modo vincularlo con el destino del grupo y legitimar el ejercicio del poder por medio del consentimiento mayoritario de los gobernados.
Otra cosa más que agrega este autor es que nuestros políticos, no lograron dividir la soberanía en su principio, la dividen en su objeto; la dividen en fuerza y voluntad, en potencia legislativa y ejecutiva, en derechos fiscales, de justicia y guerra, administración interior y en capacidad para tratar con el extranjero, confundiendo unas veces estas partes y separándolas otras. 
Rousseau dice que hacen del soberano un ser marginado, formado por piezas distintas y diferentes, algo así como si compusieran un hombre con diversos cuerpos, teniendo de cado uno de ellos los ojos, los brazos, los pies, etc. Este autor ejemplifica esto como en Japón según cuentan, descuartizan a un niño ante las miradas de los espectadores, lanzan la aire sucesivamente todos sus miembros y lo hacen descender nuevamente vivo y perfecto. Así son aproximadamente los trucos de nuestros políticos: después de haber desmembrado el cuerpo social por artificios dignos de una feria, reúnen las piezas no sabemos cómo.
Proviene este error de no tener nociones exactas de la autoridad soberana y de haber considerado como partes de esta autoridad lo que son solo emanaciones de ella. Por ejemplo, se han considerado los actos de declaración de guerra y la firma de la paz como actos de soberanía, sin serlo, pues cada uno de ellos no es una ley, sino tan solo la aplicación de ella. Rousseau examina que cuantas veces se cree ver dividida la soberanía nos engañamos, que aquellos derechos tomados como parte de esta soberanía le están subordinando y supone siempre voluntades supremas, de las cuales estos derechos no dan más que la ejecución.
2- La soberanía desde la perspectiva de Thomas Hobbes y Jean Bodin.
El contexto en el cual surge y se afirma la teoría de la soberanía popular es igual de importante que en el caso de la soberanía del monarca.
La Revolución Francesa implementó de manera abierta las ideas de Rousseau sobre el fundamento del poder del Estado. La primera propuesta consistía en la siguiente afirmación fundamental, que marcó la constitución de 1791: el poder del Estado ya no estaría en manos del monarca por una decisión divina, sino por una decisión del pueblo. Durante la profundización de la revolución, la propuesta mutó a la siguiente: por una decisión del pueblo, el poder del Estado ya no estará en manos del monarca. La idea de la soberanía popular se consolidó, entonces, en los hechos.
Bodin tenía en mente al rey como titular de la soberanía. No porque Bodin fuera un seguidor de la doctrina del Derecho divino para gobernar. Lo que a Bodin le interesó fue que el Estado conservara su unidad y estabilidad, frente a la amenaza que significaba la guerra religiosa. Su inclinación por el rey como titular de la soberanía obedece a las circunstancias de hecho de su tiempo y al mejor perfil del rey para centralizar el poder frente a un gobierno aristocrático o de una asamblea.
Doscientos años después de la aparición de la obra de Bodin, la idea de soberanía estuvo nuevamente en el centro de atención. Sin embargo, está vez la problemática trataba acerca de quién debía ser el soberano. La propuesta democrática y revolucionaria desplazaba la soberanía desde el rey hasta el pueblo.
Para Hobbes, a diferencia de Bodin, la soberanía del rey era un poder absoluto y sin límite. para Bodin el poder del soberano, aun siendo absoluto, en cuanto no está limitado por las leyes positivas, reconoce límites. Frente a la índole absoluta del poder soberano como la concibe Hobbes, ambos límites desaparecen". Hobbes creía que el poder era absoluto e indivisible, y por ello mismo ha sido considerado el gran teórico de las monarquías europeas de aquellos siglos. Su idea principal era que debían concertar un pacto donde cada uno entregara su cuota de soberanía a un soberano y éste, con los derechos cedidos de forma irrenunciable, tendría la capacidad de poner orden y seguridad.
Cuando se contrasta con Bodin, parece claro que los límites que el liberalismo se propone constituir frente al poder arbitrario del Estado tienen ésta última concepción de la soberanía en consideración. En ese sentido, todas las instituciones que el liberalismo idea para la limitación de la arbitrariedad y el abuso del poder del Estado, están pensadas teniendo como objeto de limitación a un Estado que cuenta con un poder ilimitado: el principio de separación de poderes, el establecimiento de los derechos fundamentales, y en general, la fórmula de crear mediante el Derecho un sistema de control del poder del Estado.
Para Hobbes, en el Leviatán, el poder soberano es necesariamente un poder absoluto, sin límites, sin ningún tipo de límites efectivos, pues incluso los límites de tipo moral, aquellos que vienen determinados por las leyes naturales que descubre nuestra razón, no pueden actuar como freno puesto que sólo tienen viabilidad en el ámbitointerno, lo que lo lleva a configurar al poder soberano como un poder fáctico, que es imprescindible en la ordenación de nuestras relaciones externas. Esta es la consecuencia directa de que Hobbes haya restaurado la unidad original entre política y religión, que había sido quebrada en la tradición judeo-cristiana al establecer los dos reinos, el de la luz y el de la oscuridad; al mismo tiempo ha diseñado dos foros, uno interno, que es el propio de la moral, y otro externo, que es sobre el que manda el derecho creado por el soberano; en el primero rige el deseo de que se cumplan esas leyes de la naturaleza, esto es, la buena voluntad; el segundo estará presidido por la fuerza, por la fuerza irrestricta del soberano. Hobbes plantea que la generación de un Estado se hace por medio de la erección de “un poder común que pueda defender [a los hombres] de la invasión de extraños y de las injurias entre ellos mismos, dándoles seguridad que les permita alimentarse con el fruto de su trabajo y con los productos de la tierra y llevar así una vida satisfecha”. Ese poder común se alcanza cuando los hombres confieren “todo su poder y todas sus fuerzas individuales a un solo hombre o a una asamblea de hombres que, mediante una pluralidad de votos, puedan reducir las voluntades de los súbditos a una sola voluntad”. De este modo se alcanza “una verdadera unidad de todos en una y la misma persona. Se trata de un pacto por el que se traslada la autoridad de la multitud a la persona que se constituye y una vez constituida es soberana, sin que quienes le trasladaron su autoridad puedan recuperarla. El pacto se ha realizado en el estado de naturaleza y supone la renuncia al derecho natural que cada uno tiene a la libertad gracias al uso de la razón, que es la que nos facilita la posibilidad de establecer ciertas leyes naturales, entre las que la primera consiste en la búsqueda y mantenimiento de la paz, y que pueden resumirse en lo siguiente: “No hagas a otro lo que no quisieras que te hiciesen a ti”. Los hombres instituyen por mayoría una unidad, un pacto, un convenio, una persona que es el Estado que se encarna en el soberano. Es decir, “la persona del pueblo” es representada por el representante, el soberano. De ahí se inicia una determinada manera de ordenar la convivencia. Son muchas las consecuencias que se derivan de esa institución. Entre ellas hay que resaltar especialmente tres de los derechos que posee aquel a quien se confiere el poder soberano y que se derivan de la institución del Estado: el derecho de establecer reglas, el derecho de judicatura y el de hacer la guerra y la paz, esto es, los poderes del estado que en el caso de Hobbes son los derechos de carácter indivisible que constituyen la esencia de la soberanía. Una soberanía que no puede estar limitada, pues quien la limitara sería, entonces, el soberano.
La soberanía está, para Hobbes “o en un hombre, o una asamblea de más de uno, asamblea en la que, o bien todo hombre tiene derecho a entrar, o bien únicamente ciertos individuos que se distinguen de los demás”. En cuestión de límites del poder soberano Hobbes dice: “un rey cuyo poder está limitado, no es superior a la persona o personas que tuvieron el poder de limitarlo; y quien no es superior, tampoco es supremo, es decir, que no es soberano”, por lo que un monarca limitado no es soberano, “sino ministro de aquellos que tienen el poder soberano”. Así pues, un poder soberano es instituido por el convenio establecido por el pueblo, y se define como poder absoluto sin posibilidad de límites. 
En Behemoth, Hobbes avanza en su argumentación y da dos pasos decisivos. Para ello aborda el fundamento del poder soberano no ya en términos del estado de naturaleza, tal y como hizo al principio en el Leviatán, sino del mismo modo en que con posterioridad habló del poder soberano. Comenzó a defender el poder instituido como un poder absoluto, radicado en el terreno de los hechos, lo hace de manera muy diferente, ya se trata de anclar el poder constituido, el poder soberano, en el terreno que le es propio. El derecho del soberano es otorgado por la obediencia de todos, con lo que mantiene ese poder en su terreno, el normativo, al mismo tiempo que lo hace depender no de él mismo, sino de su real procedencia, esto es, de que sea obedecido. De esta manera se enfrenta con el verdadero problema, el de la opinión pública, el del pueblo. 
Mantiene su idea en el terreno que le es propio, el normativo; después profundiza en el fundamento real del que procede, la obediencia de los súbditos y, finalmente, da un nuevo paso al defender la necesidad de una ciencia de la justicia que establezca las razones en las que se apoya el derecho del gobernante, así como el deber de obediencia del súbdito, de modo que el poder lo empieza a entender como “derecho a gobernar” y no como “fuerza suprema”. El poder soberano se funda en la opinión pública, pero no entendida como nuda fuerza, sino constituida sobre razones. Con esto Hobbes ha producido un cambio dentro de su propia obra. 
Hobbes consigue resolver la paradoja en la que su pensamiento había quedado encerrado en el Leviatán. Hobbes había sostenido que sólo un poder más absoluto que el poder absoluto del soberano podría derribarlo, no tenía sentido defender la instauración de un poder que necesariamente habría de ser más absoluto que el propio poder absoluto que se trataba de sustituir. Sin embargo, ahora no se limitará a hablar del poder en términos fácticos, sino que irá más allá al explicitar las razones en las que el poder ha de apoyarse para dejar de estar identificado con la fuerza y hacerlo con el derecho.
3- John Locke
El filósofo inglés John Locke, en su “Ensayo sobre el Gobierno Civil” publicado en 1690, irrogó uno de los primeros y demoledores golpes contra la corona real y elaboró una revolucionaria teoría del Estado, de la soberanía y del poder político. Contradijo las tesis anteriores sobre el origen divino de la autoridad pública, impugnó el ejercicio absolutista del poder, atribuyó al pueblo la facultad de autodeterminarse y fundó un sistema de libertad política sobre las mismas hipótesis  —estado de naturaleza, contrato social y estado de sociedad—  que sirvieron a Hobbes para justificar su <absolutismo>. Locke sostuvo que el individuo, al formar la sociedad política, no renunció en favor del Estado a todos sus derechos sino que se reservó un cúmulo de ellos, sobre los que fincó su libertad civil y política.  
       Para Locke la soberanía reside en el pueblo, de modo que la voluntad popular se afirma como suprema y la legitimidad de los gobiernos se mide por el consentimiento mayoritario.
De conformidad con esta perspectiva, el poder soberano del monarca no puede ser absoluto ya que debe actuar conforme a los imperativos planteados por el bien superior de la comunidad, y debe sujetarse a los principios del derecho natural y a las tradiciones y convenciones constitucionales del Reino.
Locke define el poder soberano como “el derecho de hacer leyes y de imponer penas.... para la regulación y conservación de la propiedad, y de emplear la fuerza de la comunidad para la ejecución de tales leyes.... en aras del bien público”. El Estado justifica su existencia en función del bien público y éste, a su vez, presupone el respeto absoluto de la propiedad privada. Para Locke el poder soberano tiene como fin superior la preservación de la libertad individual y la protección de la propiedad privada mediante la expedición, interpretación, aplicación y ejecución de leyes positivas, congruentes con el derecho natural (es decir con la razón), por parte de legisladores, jueces, policías y autoridades gubernamentales. El hecho de que tanto el Estado como el gobierno deban su existencia a la necesidad de preservar y proteger los derechos de los individuos, tiene como implicación adicional el hecho de que la inviolabilidad de tales derechos naturales constituye una limitación efectiva a la potestad del primero y a la autoridad del segundo. La idea de que el poder soberano del Estadono puede, bajo ninguna circunstancia, lesionar los derechos naturales de los individuos so pena de fracturar la esencia misma de un orden social fundado en la razón, convierte a Locke en uno de los primeros grandes exponentes de un iusnaturalismo racionalista que habrá de resultar fundamental para la construcción de la doctrina del “Estado de Derecho”
Para Locke el poder supremo o soberano del Estado surge del ejercicio de un derecho individual que no es otro que el derecho que cada hombre tiene a proteger su persona, su familia y su patrimonio. El Estado y los poderes de su gobierno “no son sino el poder natural de cada hombre” delegado a la comunidad para la mejor protección de sus derechos fundamentales. Lo anterior implica que para Locke no es la comunidad política en sí misma, es decir, la comunidad política como entidad provista de una existencia propia y ontológicamente diferente de la existencia de los individuos que la componen, la fuerza que da origen al Estado. Para el filósofo individualista inglés, el Estado surge de un pacto social construido mediante la articulación de muchas voluntades individuales. El sujeto fundamental de la teoría política de Locke es, por lo tanto, el individuo libre, el individuo que es titular de derechos naturales inalienables y que es capaz de manifestar, junto con sus semejantes, su voluntad de manera autónoma.
La naturaleza esencialmente inalienable e individual que Locke atribuye a los derechos naturales, le llevan a sostener, a diferencia de Bodin y Hobbes, que el poder que la comunidad le entrega al Estado a través del acto fundacional o contrato social es un poder delegado y no cedido, es decir, se trata de un acto condicional y no irrevocable, en virtud de que el poder radica siempre en los individuos que forman, mediante su agregación, la comunidad política. Los individuos delegan o encargan el poder soberano que emana de sus voluntades agregadas al Estado, para garantizar la integridad de sus derechos naturales y, en virtud de ello, el gobierno como brazo ejecutor del Estado está obligado a defender y “asegurar la propiedad de cada cual”. El poder institucionalizado del gobierno es, por lo tanto, un poder “fiduciario”, un poder que depende de la confianza de quienes lo han depositado en él.
COMENTARIOS:
A modo de conclusión y de forma consensuada, podemos expresar que de las diferencias conceptuales que existen entre los unos y los otros, todos arriban a una misma conclusión y afirman el concepto de soberanía contemplándola como poder supremo, más allá de que resida en el pueblo o en una persona. Y también apreciamos las diferencias con las que trataron a este concepto en cuanto a la transmisión o delegación del mismo; a modo de comparación encontramos a Locke con una soberanía limitada con naturaleza al contrato del que surge; mientras Hobbes y Rousseau contemplan un poder soberano que carece de límites, pero hipotéticamente responde a una racionalidad técnica o moral. 
Podemos finalizar diciendo que la necesidad de establecimiento de un Estado soberano con poderes indivisibles, inalienables e ilimitados fue la fuerza impulsora del contractualismo político moderno.
Bibliografía. 
· https://www.enciclopediadelapolitica.org/soberania/
· Pablo Marshall Barberán. 2010. Universidad Austral de Chile. La soberanía popular como fundamento del orden estatal y como principio constitucional. (https://www.scielo.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0718-68512010000200008)
· José J. Jiménez Sanchez. 2006. Universidad de Granada (España). Sobre el poder soberano. (https://revistaseug.ugr.es/index.php/acfs/article/download/882/1008/)
· Jean Jacques Rousseau. 1762. Contrato social.
· http://sil.gobernacion.gob.mx/Glosario/definicionpop.php?ID=229
· https://www.scielo.cl/scielo.php?pid=S0718-68512014000200023&script=sci_arttext&tlng=pt
· http://www.claseshistoria.com/antiguoregimen/%2Brousseaucontrato.htm

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