Prévia do material em texto
EL CONDE DE ZENNOR LA LIGA DE LOS PICAROS LIBRO XVIII LAUREN SMITH Traducido por L. M. GUTEZ. http://www.laurensmithbooks.com/ ÍNDICE Capítulo 1 Capítulo 2 Capítulo 3 Capítulo 4 Capítulo 5 Capítulo 6 Capítulo 7 Capítulo 8 Capítulo 9 Capítulo 10 Cuando un Conde se Enamora La presente es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares y acontecimientos o bien son producto de la imaginación del autor o se emplean de manera figurada, y cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, establecimientos comerciales, hechos o escenarios, es mera coincidencia. Copyright 2023 por Lauren Smith Traducción hecha por L.M. Gutez Copyright Traducción 2023 Todos los derechos reservados. De acuerdo con la Ley de Derechos de Autor de Estados Unidos de 1976, el escaneo, la transferencia y el intercambio electrónico de cualquiera de las partes de este libro sin el permiso del editor, representa un acto de piratería ilegal y un robo de la propiedad intelectual del autor. Si desea utilizar material de este libro (que no sea para fines de reseña), debe obtener un permiso previo por escrito poniéndose en contacto con el editor en lauren@laurensmithbooks.com. Gracias por su colaboración en la defensa de los derechos del autor. El editor no es responsable de los sitios web (o de su contenido) que no sean de su propiedad. ISBN: 978-1-960374-11-0 (edición libro electrónico) ISBN: 978-1-960374-12-7 (edición papel) P 1 enzance, Inglaterra, abril de 1822 —¿SABES QUÉ ES LO QUE ESTÁ MAL CONTIGO, TRYSTAN? Trystan Cartwright, el Conde de Zennor, arqueó una ceja oscura hacia uno de los dos hombres sentados frente a él en la mesa de la pequeña y mugrienta taberna. Graham Humphrey, un caballero de pelo rubio y ojos grises iluminados por una peligrosa picardía, sonrió a Trystan. Su acompañante era Phillip, el Conde de Kent, un hombre solemne con una naturaleza tan honesta que compensaba los comportamientos pícaros de Trystan y Graham. Graham y Phillip eran dos de sus amigos de mayor confianza, los únicos que podían frenarlo cuando su temeridad empezaba a desbordarse. —¿Qué? —preguntó Trystan, con un tono lacónico mientras levantaba su vaso y bebía el whisky. —Estás aburrido. Te pones irritable cuando no tienes nada que hacer —observó Graham. —Él no se equivoca —añadió Phillip—. Y a menudo, lo que te entretiene no es nada que yo recomendaría —dudó antes de continuar en un tono más cuidadoso—. Lo que necesitas es una esposa. Trystan resopló. —No, todavía no. Quizá nunca. Las esposas pueden ser útiles, pero apenas entretienen. Son grilletes que atan a los hombres a tumbas prematuras. —Las esposas pueden abrir puertas que los hombres no pueden —dijo Phillip sabiamente—. Por ejemplo, una mujer de alcurnia que ha sido educada para estar familiarizada con los entresijos de la sociedad, mujeres como Audrey St. Laurent o Lady Lennox, que conocen los negocios y la política. Tienen una gran cantidad de poder e influencia en círculos no solo femeninos. —Pero, ¿qué necesito yo con poder e influencia? Ya tengo de sobra —replicó Trystan—. Además, puedes convertir a cualquier mujer en una criatura de sociedad. Aliméntala con las frases correctas, ponle la ropa adecuada y encajaría como cualquier gansa con una manada de gansos. —¿Estás de broma? No puedes simplemente coger a cualquiera y convertirla en una dama. A las damas se las educa desde que nacen para que piensen y se comporten de una determinada manera —argumentó Graham. —Quizá ese sea el problema. Tal vez prefiera conversar con un golfillo de calle que con otra aburrida dama de sociedad. Todas me aburren. Graham soltó una risita. —Necesitas una amante, no una esposa, obviamente — dijo, y dio un trago a su ale—. Las amantes son divertidas, pero necesitan dinero para mantenerse contentas. Mi última amante me costó una casa y la mitad de las joyas de Londres —Graham frunció el ceño, como si no hubiera considerado realmente el costo hasta este momento. Era de esperar. Graham no solía pensar mucho en las cosas. Simplemente hacía lo que quería y al diablo las consecuencias. Por eso Trystan y él se llevaban estupendamente. Trystan suspiró. —Me temo que hasta las amantes me aburren —su mirada recorrió la pequeña y destartalada taberna. El mugriento empapelado se desprendía en algunas partes, las mesas necesitaban más que un buen fregado y el hombre al que habían pagado por las bebidas tenía aspecto de haber disputado unos cuantos asaltos en un combate pugilístico. Trystan prefería su club habitual, Boodle's, pero estaban lejos de Londres y se dirigían a su casa en Zennor, lo que significaba que los lugares de buena reputación disminuían en número cuanto más se alejaban de la civilización. Zennor, a pesar de su ubicación rural, no estaba tan mal; Trystan podía admitirlo. Su casa ancestral estaba construida cerca de la costa de Cornualles, y le gustaba cómo el viento soplaba desde el mar y cómo el agua, de un azul intenso, se convertía en espuma blanca al chocar contra los acantilados rocosos que bordeaban el mar. Por mucho que disfrutara de los placeres de una ciudad como Londres, sentía una innegable atracción por su hogar, las numerosas habitaciones del caserón llenas de recuerdos de una infancia rica en aventuras, aunque a veces solitaria. Tras la muerte de su madre, cuando él no tenía más que diez años, su padre y él se habían acercado. Había aprendido a apreciar la tierra y la casa que hacía solo unos años habían pasado a ser suyas después del derrame cerebral de su padre, uniéndose así a su madre. Tras la muerte de su padre, Trystan había asumido la vida de conde con relativa facilidad. No despilfarró la fortuna de su familia en la bebida, el juego u otros vicios. Su imprudencia venía en forma de lo que le entretenía… normalmente algo que hacía que Phillip frunciera el ceño y lo sermoneara sobre la responsabilidad. Sus dos antiguos amigos del colegio eran el ángel y el demonio proverbiales sobre sus hombros, ofreciéndole tanto tentación como templanza, lo que a su manera era un entretenimiento. Trystan recorrió de nuevo la taberna con la mirada, esta vez fijándose en sus ocupantes. Todos aquí venían de una vida miserable. La mayoría parecían estibadores o marineros. Era posible que incluso algunos piratas siguieran navegando por el pueblo costero. Como aristócratas, Trystan, Graham y Phillip destacaban entre la multitud, y por ello se estaban ganando más de una mirada curiosa de los hombres más brutos apiñados junto a la chimenea en el lado opuesto de la sala. Las miradas especulativas que le dirigían podían acabar en problemas, lo que hizo sonreír a Trystan. Tal vez estos hombres los atacarían con la esperanza de conseguir algo de dinero. ¿No sería un buen cambio de aire? Le vendría bien una buena pelea. Había estudiado durante años en el Salón de Jackson con los mejores boxeadores de Londres, e incluso había conseguido darle unos buenos golpes al legendario Conde de Lonsdale. Graham hizo un gesto al tabernero para que les trajera más ale. —Lo que necesitas, amigo mío, es un desafío. —Sí, pero no se me ocurre nada que pueda mantener mi interés —jugó con el borde de su copa, deslizando suavemente la punta de un dedo a lo largo de su suave borde. —¿Qué tal una apuesta? —dijo Graham. Phillip puso los ojos en blanco. —Vosotros dos y vuestras malditas apuestas. ¿No aprendisteis nada la última vez, cuando liberasteis a ese oso en ese ring de peleas de perros? Trystan se rio. —Nunca había visto a tantos hombres correr y gritar como niños cuando esa pobre bestia se liberó. Sin embargo, tienes que admitir que hicimos algo bueno, Phillip. Ese oso nunca debería haber estado encadenado y obligado a luchar así. Phillip cerró los ojos y se los frotó con el pulgar y el índice. —Por mucho que me duela admitirlo, sí, pero la única razón por la que nadie murió mutilado fue por ese escocés que estuvo allí para calmarlo.Si no hubiera tenido ese don con los animales, quizá os habrían matado a los dos, y también a la bestia. Trystan recordaba muy bien esa noche y la oleada de energía que había sentido al liberar a la bestia y ver cómo perseguía a los hombres que la habían atormentado. Pero Phillip tenía razón, el oso habría acabado matando a alguien si Aiden Kincade no hubiera estado allí para calmar a la criatura y encerrarla en un carruaje fuera del almacén donde la bestia había estado cautiva. —A buen fin, no hay mal principio. El oso está ahora en Escocia y nosotros seguimos aquí apostando una vez más en algo ridículo —sin embargo, no estaba nada convencido de que hubiera algo nuevo en lo que pudiera apostar que lo entretuviera durante mucho tiempo. Un mozo les llevó más ale, golpeando las jarras con tanta fuerza que la bebida se derramó por las copas. —¡Oye! Cuidado, muchacho —le espetó Trystan al muchacho. —¡Ojo, milord! —replicó bruscamente el muchacho y volvió a la barra. —Muchacho impertinente —observó Graham—. Como iba diciendo… Se oyó un fuerte golpe cerca de la barra. El chico había tropezado y una bandeja de tazas yacía destrozada en el suelo. —¡Idiota! —el barman levantó una mano y abofeteó al chico, quien cayó al suelo con un agudo grito de dolor. Trystan, Graham y Phillip se tensaron. —Él ha sido impertinente, pero no se merecía eso —dijo Graham. —¡Hazlo otra vez y te venderé al prostíbulo! —rugió el barman. Pateó las costillas del chico cuando éste se puso de rodillas para recoger los trozos. Cayó de espaldas y la gorra se desprendió, liberando un mechón de pelo largo y oscuro en una maraña desordenada y grasienta. —Maldita sea… Es una chica —murmuró Trystan a sus amigos mientras todos miraban asombrados a la criatura del suelo. Era pequeña, de mejillas sucias, nada atractiva y tenía una lengua mordaz, pero seguía siendo una niña y no deberían haberla golpeado así. —Si intentas venderme, ¡te arrancaré el maldito corazón y se lo venderé al maldito carnicero, bastardo! —le espetó la chica al barman. A pesar de sus mejores intenciones, Trystan sonrió ante la valentía de la chica. —Hay una chica con un par de pelotas —dijo Graham—. Esa es una mujer que nunca sería domesticada en una tranquila y dócil dama de sociedad —se rio, pero Trystan no lo hizo. Se quedó mirando a la chica mientras ésta cogía un trozo de taza rota y se lo lanzaba al barman. El pedazo de arcilla se estrelló contra la pared, junto a la cabeza calva del hombre. Luego salió corriendo antes de que el cerdo la alcanzara. Durante un segundo, la taberna quedó en silencio. Luego todo volvió a la normalidad, las risas, las burlas y la bebida. La diablilla se había ido y a nadie parecía importarle. —Qué bien. Una copa y un espectáculo —dijo Graham. Los labios de Trystan se crisparon mientras miraba la puerta por la que la chica había desaparecido hacía un momento. —Cristo, él tiene esa mirada de nuevo —murmuró Phillip. Graham estaba menos preocupado y miró esperanzado a Trystan. —¿Qué pasa? ¿Cuál es tu idea? —conocía demasiado bien a su amigo. Trystan se recostó en su silla, con una sonrisa de suficiencia dibujándose en su rostro mientras cogía su jarra de ale. —Apuesto a que puedo convertir a esa chavala en una verdadera dama en un mes. —¿Esa? ¿La arpía que amenazó con arrancarle el corazón a un hombre? Acabo de decir que es imposible convertir a una chica así en una dama —dijo Graham con una risita—. Deberías tener cuidado de que no te arranque el tuyo. —Sí, esa —Trystan sonrió perversamente al pensar en semejante desafío. —Si la conviertes en una dama de verdad, una que rivalice con una duquesa como Emily St. Laurent, te pagaré doscientas libras —Graham ofreció la enorme suma de dinero como si apenas importara. —Añade ese carruaje negro y rojo y tu pareja de caballos castrados más rápida, y aceptaré la apuesta — ofreció Trystan. Graham lo miró pensativo. —¿Y si lo hacemos más interesante? El baile de Lady Tremaine es dentro de un mes. Si llevas a esa chica al baile y engaña a todos, ganas. Pero si alguien ve a través de su disfraz y fallas, me debes… —Graham se deleitó con sus siguientes palabras—. La escritura de tu cabaña de cazadores en Escocia. Me apetece bastante. —En efecto, altas apuestas, tal como me gusta —Trystan soltó una risita. Tener mucho que perder solo aumentaba la emoción de la apuesta, y sus amigos lo sabían. —Ahora, esperad un minuto —intervino Phillip—. Se trata de una mujer, aunque ruda y maleducada. Debemos establecer algunas reglas por razones de decoro. —¿Reglas? —se burló Graham en el mismo momento en que Trystan respondió—: ¿Decoro? —Sí —insistió Phillip—. Si ambos hacéis lo que estáis planeando, esa mujer estará bajo tu control, Trystan. Serás responsable de ella. Eso significa que no puedes convertirla en una amante o aprovecharte de ella. Debes pensar en su futuro. ¿Qué razón tiene ella para aceptar tus términos, y qué harás una vez que la apuesta termine? ¿Volverla a meter en este bar y decirle que siga como antes? Trystan se rio. —¿De verdad crees que me aprovecharía de esa criatura? Dios, Phillip, tengo valores. Pensé que era un maldito niño, por el amor de Dios. La pequeña vándala no tiene nada que temer de mí. No la tocaré. Ni siquiera si me lo ruega, y no a menos que pierda mi propia cordura —aún se reía de la idea. Él tenía su elección de mujeres para compartir su cama, y ciertamente no elegiría a una golfa sedienta de sangre como la criatura que acababa de ver. —Bien —Phillip se relajó—. Ambos debéis tratar a esta chica con cierto sentido del decoro y la caballerosidad. Trystan resopló, y Graham sólo se rio en su jarra de ale. —Basta de hablar —dijo Graham—. Empieza, Trystan. Reclama a la chica y sigamos nuestro camino. Trystan se levantó, se quitó el polvo del chaleco y se acercó al barman. Apoyó los brazos en la barra y se inclinó hacia delante para hablarle. —¿Era tuya esa chavala de vándala? —le preguntó al hombre. —¿Chavala? —el barman parecía confundido por la palabra. —Sí, la chica a la que pateaste como a un perro hambriento. El corpulento hombre de pelo gris se rascó la barbilla y miró con desconfianza a Trystan. —¿Y si es mía? —Entonces deseo comprártela —Trystan esperaba que el hombre mostrara al menos un poco de preocupación por el trato de la chica o que al menos fingiera que le importaba lo que Trystan pudiera hacer con ella, pero ni siquiera preguntó por las intenciones de Trystan. —¿Cuánto estás dispuesto a pagar? Trystan miró fijamente al hombre antes de alcanzar su monedero y arrojar cincuenta guineas sobre la mesa. —Ahí van cincuenta. El hombre chasqueó los labios y decidió probar suerte. —Podría sacarle el doble si la vendo al burdel, y eso tendría más beneficios. —Ninguna madame de un burdel te daría beneficios. Ella compraría a la chica y eso sería el final. Tú y yo lo sabemos. Y ciertamente no te pagaría cincuenta guineas por esa chica. —Añade otras cinco entonces. Es mi hijastra, después de todo, y la amo mucho. Trystan dejó escapar un suspiro exasperado. —Seguro que sí, hombre —dejó otras cinco guineas junto al resto. Luego volvió con sus amigos a la mesa y terminó su jarra de ale. —¿Cuánto te ha costado? —preguntó Graham, intentando ocultar su sonrisa despreocupada. —Cincuenta y cinco guineas —no perdería ni una moneda, no con la emoción de su apuesta por delante. Graham silbó. —Chica cara. Phillip miró al cielo y se estremeció. —Vosotros dos sois unos absolutos bárbaros. —Tal vez lo seamos, pero qué desafío será éste —Trystan sonrió con deleite—. ¿Supongo que vendrás con nosotros para vigilar a la chica y hacer de niñera? Su amigo soltó un suspiro cansado, pero había una pizca de humor en sus ojos. —Supongo que será lo mejor. Aunque yo diría que sois vosotros los que necesitáis una niñera. Ignorando el comentario de Phillip, Trystan miró alrededor de la taberna. —Ahora, a buscar a la pequeñaarpía… —se dirigió a la puerta y sus dos amigos lo siguieron. Estaba un poco más borracho de lo que tal vez debería estar, pero estaba deseando vivir la aventura de convertir a esta arpía en una buena dama. BRIDGET RINGGOLD SE ACURRUCÓ CONTRA UN LADO DE LA taberna, envuelta en sombras, mientras se curaba las heridas. El golpe de su padrastro le había partido el labio, y le dolían las costillas. Sería una maldita afortunada si no estaban rotas. Su pecho estaría morado en unas horas después de la patada que había recibido. La sangre le llenaba la boca de un sabor asqueroso, y sentía escozor cada vez que se pasaba la lengua por el labio. Temblaba contra el viento otoñal que soplaba desde el mar. Deseaba desesperadamente poder volver a las cocinas y calentarse, pero las probabilidades de que su padrastro la encontrara y la golpeara de nuevo eran demasiado altas. Eso significaba que esta noche dormiría en los establos. Bridget necesitaba encontrar una forma de salir de este pueblo y empezar una nueva vida, una que no implicara pasar el tiempo sobre su espalda en un burdel. Era lo bastante mayor como para valerse por sí misma — diecinueve años, de hecho—, pero tenía pocas opciones decentes. Sabía cocinar un poco, limpiar un poco, pero no lo suficiente como para ganarse la vida decentemente. Muchos hombres le habían ofrecido matrimonio, pero ninguno era bueno ni decente. Uno de ellos había sido, casi con toda seguridad, un pirata. Si tan solo su madre hubiera estado aquí para ofrecerle consejo, para ayudarla a encontrar un camino en la vida, ya fuera aconsejándola o ayudándola a encontrar a alguien con quien compartir su vida. Su madre había muerto hacía diez años, dejando a Bridget con una bestia de padrastro. Había sido demasiado joven para aprender de su madre las habilidades que una mujer debería adquirir, y había estado demasiado ocupada intentando sobrevivir a los peligros de vivir con un hombre como su padrastro. Apartándose del lado de la taberna, cruzó el patio empedrado y corrió hacia los establos. El desván de arriba era tranquilo y nunca subía nadie, aparte del mozo de cuadra que de vez en cuando bajaba heno para los caballos. Bridget subió por la escalera y se arrastró entre los montones de heno hasta encontrar su nido hecho de mantas que formaban su cama. Durante el último año había robado las mantas de los viajeros borrachos que no se preocupaban de las pertenencias de sus carruajes mientras iban a la taberna a beber algo. Comprobó la bolsa de tela que contenía sus pocos tesoros, algo que hacía por costumbre cada noche antes de dormirse. El peine y el espejo habían sido de su madre, junto con varios chelines que se había ganado tallando madera en forma de animales. A la gente que pasaba por Penzance parecían gustarle sus figuritas. Durante los últimos años había conseguido vender o intercambiar tres o cuatro cada semana, lo que le había proporcionado algo de dinero para comprar comida y ropa extra a medida que se hacía mayor. Nunca llevaba vestidos. Aparte de lo caro que resultaba hacerse vestidos, era más fácil y seguro llevar ropa de hombre. Los lugareños sabían que era una mujer, pero con la cara sucia y el pelo recogido bajo una gorra, se las arreglaba para evitar el interés de la mayoría de los hombres que pasaban por la taberna mientras ella servía bebidas. Ni siquiera esos elegantes caballeros de esta noche se habían percatado de que era una chica cuando ella les había servido las bebidas. Ella también los había estado observando, de reojo, y se había puesto bastante nerviosa cuando su padrastro le había ordenado que les llevara más ale. Pero había hecho lo que siempre hacía cuando se ponía nerviosa: sobrecompensar con confianza. No podía permitirse ser una flor frágil; no podía fingir su fuerza ni su confianza. Pero había sido un error. Los tres hombres le habían prestado más atención por su impertinencia de la que ella había pretendido. Eran muy apuestos, con sus chalecos finamente bordados y sus botas pulidas brillando a la luz de la lámpara. Incluso el que había entrado apoyándose pesadamente en un bastón era un tipo apuesto. Los hombres no deberían ser así de atractivos, pensó Bridget con el ceño fruncido. Sobre todo el que tenía el pelo oscuro y los ojos color miel. Tenía una intensidad que a ella no le gustó nada, como si pudiera leer los pensamientos de cualquiera con solo mirarlo. Ese era peligroso. —Pero yo estoy aquí fuera, y ellos están ahí dentro — murmuró para sí misma. Nadie la molestaba en el desván porque a nadie se le ocurría mirar en los montones de paja. Se entretuvo haciendo inventario del resto de sus pertenencias, entre las que se encontraba un pequeño cuchillo de trinchar que guardaba en la parte trasera de la bolsa. Cuando se aseguró de que sus tesoros estaban a salvo, se dispuso a dormir y se cubrió con las mantas. Oyó a los caballos abajo, relinchando suavemente mientras comían avena y heno. El correteo de los ratones en algún lugar de las vigas, más que asustarla, le aseguraba que estaba a salvo. Los ratones siempre se movían cuando no había nadie. Había cerrado los ojos y empezaba a quedarse dormida cuando el movimiento de los ratones cesó y los establos se volvieron silenciosos. Un momento después, unas voces bajas susurraban entre sí desde abajo. —Debe de estar aquí. La vi cruzar el patio cuando salimos —dijo un hombre. Ella reconoció su voz refinada, la de uno de los caballeros elegantes. Su voz era suave como el brandy caliente, y ella recordó que tenía los ojos del mismo color. Bridget se deslizó fuera de las mantas y avanzó en silencio por el suelo del desván para poder asomarse al borde. Tres hombres estaban de pie en el centro de los establos, mirando a su alrededor. Bridget se agachó todo lo que pudo para evitar que la vieran. —Trystan, no hay nadie aquí —dijo uno de los otros hombres. —Ella está aquí —dijo el primer hombre con una suave risita—. ¿Verdad, pequeña arpía? ¡Sal, niña! Te he comprado a ese miserable que dice ser tu padrastro, y estoy aquí para hablar de tu futuro. —Trys, la vas a asustar. Dile primero lo que piensas hacer por ella, o pensará que quieres hacerle daño — argumentó uno de los hombres. El desván vibró cuando el hombre empezó a subir los peldaños de la escalera. Bridget habría empujado la escalera y enviado al hombre contra el suelo, pero eso no le daría una forma fácil de escapar. Si intentaba saltar, lo más probable era que se rompiera un tobillo o el cuello, y ya estaba bastante herida. Pensando con rapidez, rebuscó en su bolsa hasta encontrar su cuchillo de trinchar. Era una cuchilla pequeña, pero aún podía cortarlos si intentaban algo. Pero su mejor opción era que no la vieran. El hombre llegó a la parte superior del desván, buscando en la tenue plataforma llena de heno. Dentro de los establos había suficiente oscuridad como para que no la viera. Por favor, que no me vea, por favor. Contuvo la respiración y la sangre rugió tan fuerte en sus oídos que no pudo oír mucho más. —¡Te tengo! —con los pies aún plantados en el último peldaño de la escalera, el hombre se abalanzó sobre ella. Bridget retrocedió, pero una de sus manos la cogió por el tobillo y la arrastró hacia él. Lo pateó en la barbilla. Él gruñó de dolor, pero no la soltó. En cambio, su lucha pareció encender un nuevo fuego en él. Subió al desván y se lanzó contra ella. Bridget levantó el cuchillo justo cuando él aterrizó encima de ella, y sintió cómo la cuchilla le rozaba el brazo. —¡Cristo, tiene un cuchillo! —bramó el hombre mientras la inmovilizaba contra el suelo. Sujetó su muñeca, deteniendo la mano que sostenía el cuchillo y la presionó con fuerza contra el suelo, junto a su cabeza. —¡Suéltalo, arpía! —¡No! —espetó ella. —¡Suéltalo! —su agarre se tensó hasta el punto de provocar dolor, obligándola a soltar el cuchillo. Su agarre se relajó al instante y el dolor desapareció. —Er… oye, Trystan.Seamos rápidos con esto —dijo uno de los amigos del hombre—. Parece como si estuviéramos secuestrando a esta chica, cuando en realidad no es así. No deseo estar aquí mucho tiempo, no sea que terminemos en problemas. Nuestro carruaje está listo. Trystan la miró fijamente, con los duros ángulos de su rostro demasiado perfectos para cualquier hombre, especialmente uno tan malvado como el mismísimo diablo. —Escucha, gatita —gruñó—. Te he comprado esta noche a ese cerdo que dice ser tu padrastro. No planeo hacerte daño, excepto azotar ese culo tuyo si te atreves a apuñalarme de nuevo. —¡No soy ninguna puta! —Bridget escupió furiosa—. ¡No te atrevas a tocarme! —De eso soy muy consciente —replicó él—. Y no es por eso por lo que te he comprado. Baja conmigo, y mis amigos y yo te explicaremos lo que pienso hacer contigo". Bridget no quería ir a ninguna parte con un hombre que no conocía, y mucho menos con tres. —Vete al infierno —espetó, pero era demasiado consciente de que él estaba completamente encima de ella y podía hacerle lo que quisiera si quería. Su peso no la aplastaba, pero su cuerpo la presionaba contra el suelo, atrapada e indefensa. Algo salvaje revoloteó en su bajo vientre y la hizo sentirse extraña. —Graham, busca una cuerda, por favor. La gatita se niega a esconder las garras —gritó Trystan por encima del hombro a uno de los dos hombres que esperaban abajo. —Señorita… —llamó suavemente la voz del tercer hombre—. No queremos hacerle daño. Bridget escupió: —Estáis intentando cogerme, maldita sea. Eso no tiene nada de inocente —su protesta fue silenciada cuando Trystan puso los ojos en blanco y le metió un pañuelo en la boca. —Así está mejor —sujetó sus dos muñecas con una mano y la arrastró hacia la escalera. Ella luchó valientemente, y él pronto pareció darse cuenta de que no podía obligarla a bajar por la escalera. Se asomó por el lateral del desván y, antes de que ella pudiera impedirlo, la cogió en brazos y la arrojó. Ella chilló y aterrizó un segundo después en una carreta de heno justo abajo. Trystan bajó la escalera y la sacó del heno. —Cuerda, Graham —Trystan extendió la mano. El que no estaba apoyado en un bastón le pasó a Trystan un rollo de cuerda, que su captor utilizó para atarle las muñecas con fuerza. Luego la mantuvo quieta, con una mano fuerte sujetando su brazo. Estaba atada como una oveja para el matadero. —Tenemos que meterla en el carruaje. No quiero que ese barman cambie de opinión. Tiene demasiado coraje para acabar en un burdel —anunció Trystan. Confundida por sus palabras, se tambaleó mientras Trystan la empujaba para que siguiera a sus dos acompañantes al carruaje en espera. Ella entró en pánico, intentando escupir la mordaza. Su bolsa, sus cosas… todo lo que tenía en el mundo seguía en los establos. Su rostro se llenó de lágrimas, y uno de los hombres se dio cuenta. —No vamos a hacerte daño —dijo el que usaba su bastón para caminar. Sus ojos eran dulces mientras la miraba—. Por favor, no llore, señorita. Todo saldrá bien. Ahora, por favor, no grite. Le doy mi palabra de que nadie le hará daño —le quitó el pañuelo de la boca justo cuando los otros dos hombres se sentaron. El demonio de pelo oscuro llamado Trystan eligió el asiento justo al lado de ella y, de repente, se sintió abrigada por el calor de su cuerpo. —Por favor… por favor, milord. Mi bolsa… Es todo lo que tengo. Trystan levantó su bolsa de tela. —¿Te refieres a esto? Suspiró aliviada. —Sí, esa es. —Estoy tentado de registrarla en busca de armas — musitó mientras empezaba a abrirla. —Trystan, de verdad. Dale un poco de paz a la chica, ¿quieres? —dijo el amable. Luego la giró—. Me llamo Phillip Wilkes. Soy el Conde de Kent. —¿Un conde…? —dijo Bridget, relajándose un poco. Por un lado, parecía inconcebible que un hombre de alta cuna quisiera hacerle daño. Por otra parte, también significaba que si lo hacía, nadie podría hacer nada para detenerlo. —Así es. El hombre a tu lado es Trystan Cartwright, el Conde de Zennor. —¿Dos condes? ¿Están repartiendo títulos a cualquiera en estos días? Kent sonrió con suficiencia y señaló con la cabeza al tercer hombre. —Y ese es Graham Humphrey. —No tan elegante como tus amigos. ¿No tienes ningún título que lucir? —se burló. Los ojos grises de Graham se entrecerraron. —Algunos de nosotros no necesitamos un título para alardear. Algunos somos lo bastante perversos sin él —le advirtió Graham. Pero había algo en él que no la asustaba como debería hacerlo. Parecía un hombre que se burlaría de una mujer y la haría reír, en lugar de amenazarla. Trystan se echó a reír. —¡Dios, qué divertido será esto! —¿Divertido? ¿Qué piensas hacer conmigo? —preguntó Bridget—. No compartiré tu cama si eso es… —¡Cielos, no! En eso estamos de acuerdo —espetó Trystan antes de estremecerse de forma dramática—. No, no, mi pequeña arpía. Graham y yo hemos hecho una apuesta, sobre ti. A Bridget no le gustó cómo sonó eso. Las apuestas las hacían los hombres aburridos o los desesperados, y ella no quería involucrarse con ninguno. —Tengo un mes para convertirla en una dama correcta, señorita… Dios, ni siquiera sé tu nombre. —Es Bridget. Bridget Ringgold. ¿Y qué quieres decir con una dama correcta? —repitió Bridget, pronunciando lentamente la palabra—. ¿Por qué querrías hacer eso? —Porque estoy aburrido. Un caballero aburrido. Era como ella había temido. —No'oy una muñeca para vestir y jugar —argumentó. —Es 'no soy', y sí, eres mi muñeca, niña. Te he comprado. Durante el próximo mes, te vestiré y te enseñaré a hacer las cosas que quiero que hagas. Dentro de un mes, caminarás, hablarás y parecerás una duquesa, por Dios. Al final de todo esto, probablemente serás capaz de cazar a algún hombre en matrimonio, y tendrás una vida mucho mejor que la que tienes actualmente. Estarás alabándome en lugar de intentar convertirme en un alfiletero. Ella olvidó que lo había pinchado con su espada, pero no parecía dolerle. —No está herido, milord. Si lo estuviera, estaría sangrando por todo el condenado lugar —señaló con amargura, deseando secretamente haber tenido mejor puntería y haberlo apuñalado el corazón. —Estoy herido, pero me ocuparé de ello más tarde — hizo un gesto con la cabeza hacia su manga y ella se dio cuenta de que le había atravesado el abrigo hasta llegar a la carne. Incluso en la penumbra del carruaje, pudo ver que estaba sangrando. Si le dolía, ¿qué clase de hombre podría ocultar un dolor así? Bridget se sumió en un silencio lleno de preocupación. —Trystan tiene razón —dijo Kent—. Dentro de un mes, tendrás un nuevo conjunto de habilidades. Imagino que podrás encontrar a un hombre que te proponga matrimonio y que pueda ofrecerte una buena vida con vestidos elegantes, un carruaje a tu disposición y una vida sin preocupaciones. ¿No sería encantador? Ella le lanzó a Kent una mirada amarga. —¿Y quién dice que necesito un hombre? —replicó. Graham fue el que se rio esta vez. —Dios, tienes razón, Trystan. Esto va a ser divertido. Divertido para ellos, tal vez, pero Bridget no quería ser parte de esta tonta apuesta. Ella sacaría provecho de un techo sobre su cabeza y comida mientras planeaba su próximo movimiento. Tal vez robaría un poco de la fina vajilla que sin duda poseía el rufián y empezaría una nueva vida con el dinero que la plata le proporcionaría. Entonces sería ella la que se reiría. SI QUIERES SABER QUÉ SUCEDE A CONTINUACIÓN, ¡CONSIGUE el libro AQUÍ! B 2 ridget esperó su momento, aunque resultó difícil. Nunca se le había dado bien ser paciente. Era uno de sus numerosos defectos, y era demasiado consciente de ello mientras luchaba contra su impulso natural de inquietarse. Viajaron otras tres horas y, justo cuando el alba se asomaba por el horizonte, el carruaje se detuvo en una posada de carruajes para que los caballos descansaran. —Dime que nos quedaremos un rato, Trys —refunfuñó Graham como un niño cansado. —Podríamos seguiradelante —sugirió Trystan. Para asombro de Bridget, no parecía afectado por su falta de sueño, mientras que ella, Graham y Kent luchaban por mantenerse despiertos. —Podríamos —Kent se cubrió la boca con un puño mientras luchaba contra un bostezo—. Pero, sinceramente, estoy agotado. No hemos dormido desde que salimos de Londres. Quedarnos aquí unas horas no nos hará daño. Bridget bostezó como Kent. —A mí también me vendría bien dormir, mylord. He estado trabajando todo el día y toda la noche sirviendo a caballeros como usted, y solo he recibido golpes por ello. No he descansado bien en años. —Estoy de acuerdo, deja que la chica descanse —dijo diplomáticamente Kent—. Podríamos volver a viajar alrededor del mediodía. Nos daría unas seis horas para recuperarnos —Kent era por mucho el favorito de Bridget entre los tres hombres. Había decidido llamarlo por su título, porque era un verdadero caballero, a diferencia de los otros dos que la enfurecían. Al verse superado en número, Trystan dejó escapar un suspiro agraviado. —Muy bien. Él saltó del carruaje y habló con el conductor. Graham lo siguió. Kent compartió una sonrisa soñolienta con Bridget, luego bajó y se volvió para ofrecerle la mano. Bridget se miró las muñecas atadas mientras se ponía en pie y se acercaba a la puerta del carruaje. —Cuidado, querida. Permíteme —dijo Kent. Cambió de opinión sobre cogerla de la mano y, en su lugar, la cogió suavemente por la cintura y la dejó delicadamente en el suelo. —Gracias, mylord —dijo Bridget, sintiéndose extrañamente tímida. Había visto a caballeros ayudar a damas, pero nunca había sido una de ellas. Por un momento, Kent la había tratado como si lo fuera, y había algo bastante desconcertante y agradable en ello. Bajo la tenue luz de la mañana, ella vio a Graham caminar cansado hacia la puerta de la posada. Trystan le dio unas monedas al cochero y luego le dio una palmada en la espalda con la mano enguantada antes de volverse. —Entremos, señorita Bridget. ¿Tiene hambre? Podría hacer que le trajeran algo de comer para romper el ayuno —sugirió Kent. —Estoy casi muerta de hambre. Un poco de alimento haría maravillas —en realidad, su estómago había estado refunfuñando ferozmente durante las últimas horas. Kent le guiñó un ojo. —Entonces, un poco de alimento será. A pesar de su desconfianza hacia aquellos tres aristócratas, tuvo que admitir que Lord Kent era lo bastante cortés como para tratarla con amabilidad y no como a una propiedad, a diferencia de Trystan. Lanzó una mirada fulminante a su moreno y apuesto atormentador, quien los seguía por detrás. Cuando entraron en la sala común de la posada, la encontraron vacía, salvo por unos pocos viajeros adormilados. —Aseguraré nuestras habitaciones —le dijo Trystan a Kent—Tú quédate con ella. Kent condujo a Bridget hasta una mesa e hizo señas a una criada para que cogiera su orden. —Por favor, tráiganos cuatro raciones de lo que tenga — Ken deslizó varias monedas en la palma de la mano de la criada. Los ojos de la joven se abrieron de par en par y se apresuró a marcharse con una sonrisa de felicidad. Bridget levantó las manos atadas y las dejó caer dramáticamente sobre la mesa con un ruido sordo, luego se encontró con la mirada sorprendida de Kent. —¿Va a desatarme, mylord? ¿O piensa darme de comer con una cuchara? Kent consideró su petición y luego extendió la mano por encima de la mesa. Con dedos hábiles, deshizo los nudos y liberó las manos de Bridget. Ella se frotó las muñecas y lanzó a Kent una mirada estruendosa mientras él recogía la cuerda y la enrollaba antes de dejarla sobre la mesa, entre los dos. —Le aseguro que todo esto es solo por una apuesta inofensiva. Dentro de un mes tendrá un buen guardarropa y una pequeña dote que ofrecer a cualquier hombre que quiera casarse con usted, o podrá irse y vivir su propia vida. Debe ser mejor que la posición que tenía en esa miserable taberna. Él no se equivocaba, pero Bridget siempre había odiado la idea de que el lugar de una mujer en el mundo lo definieran los hombres que la rodeaban. —Pudo haber sido miserable, mylord, pero era mi miseria. Ahora vosotros habéis aparecido y me habéis alejado de mi hogar, secuestrándome como lo habéis hecho. Kent soltó una risita irónica. —Trystan no es un hombre que haga las cosas bien, ni siquiera de manera lógica. —Es un ricachón, igual que usted. Los hombres ricos como él están acostumbrados a salirse con la suya y no les gusta aceptar un no por respuesta. Kent concedió el punto. —Es cierto. Pero es un buen hombre, se lo aseguro. Usted solo se beneficiará de sus lecciones sobre cómo ser una dama apropiada. Ella resopló sin gracia, y los ojos de Kent brillaron con diversión. La criada regresó con dos platos cargados de carne asada, huevos y un dudoso plato a base de pescado. Bridget se sirvió la carne y los huevos, así como el pan, dejando a Kent que se las arreglara con el plato de pescado. Él se lo comió sin quejarse, pero cuando Graham y Trystan se unieron a ellos, se apresuró a ofrecerles algo de lo que le quedaba de su comida. Graham pinchó el pescado con un tenedor. —¿Qué es esto? ¿Arenques ahumados? —No estoy muy seguro. Es comestible —dijo Kent—Pero no tan apetitoso. Bridget continuó disfrutando de su propia comida, pero su masticar se ralentizó cuando se dio cuenta de que Trystan la observaba con un calculado brillo en los ojos que a ella no le importaba en lo más mínimo. —Más despacio, Bridget. Nadie te va a quitar la comida. Estás comiendo como un animal salvaje. Tenía las mejillas hinchadas de comida. Estaba acostumbrada a recibir solo las sobras o lo que quedara después de que los clientes se fueran a pasar la noche, lo que nunca era suficiente. La comida, al menos la comida decente que podía permitirse, era siempre escasa. Incluso el viejo sabueso que merodeaba detrás de la posada a veces comía mejor que ella. Trystan se le acercó en la mesa y alcanzó el tenedor que ella tenía en el puño, apartándolo suavemente de su mano. Ella tragó la comida que tenía en la boca y dejó de parecer una ardilla. —¿Sabes leer? —le preguntó. —Claro que sí —espetó ella con orgullo. —Excelente. Hay algo de inteligencia en ti, después de todo —le tendió el tenedor para mostrárselo. —¿Ves cómo lo sostengo? Haz como si fueras a escribir. ¿Ruego no ser demasiado presuntuoso al suponer que también sabes escribir? Ella asintió. —Mi madre me enseñó las letras cuando era pequeña, pero después de su muerte no tuve tiempo de practicar. —Ya veo… —suspiró suavemente Trystan—Eso al menos me dice dónde estarán tus desafíos. —Te mostraré saber que puedo leer y escribir mejor que la mitad de Penzance —respondió ella—. Mi madre me crio bien y lo mejor que pudo, que en paz descanse —nunca antes había necesitado comer o hablar correctamente y, sin embargo, aquí estaba con estos caballeros demostrándoles que no solo estaba haciendo una cosa, sino muchas cosas mal. —Estoy seguro de que lo hizo —Kent asintió en un tono tranquilizador. —Pero es fácil aprender. Bridget lo dudaba. Había crecido la mayor parte de su vida hablando, actuando y comiendo de una cierta manera. Si estos hombres creían que ella podía cambiar por completo en menos de un mes, eran tontos. —Vamos a intentar comer de la manera correcta —las grandes manos de Trystan colocaron el tenedor entre sus dedos y ajustaron su agarre. Sintiéndose humillada, Bridget intentó sujetar el tenedor como él le había enseñado. Afortunadamente, él volvió a centrarse en sus compañeros, dejándola brevemente desconcertada ante esta nueva forma de comer. —¿Has pensado en la historia que inventarás cuando llevemos a esta chica al baile de Lady Tremaine? Tendremos que explicar su presencia de alguna manera — dijo Graham mientras acercaba uno de los platos de comida hacia él. Trystan cortó un trozo de su carne asada y le dio un mordisco. —He estado pensando en eso. Bridget hizo todo lo posiblepor imitarlo, observando atentamente cómo utilizaba sus utensilios. Lo hacía con un estilo caballeresco que parecía fácil, pero sus dedos se sentían incómodos al intentar sujetar el tenedor y el cuchillo como él lo hacía. —Mi tía abuela, Lady Helena, será una excelente chaperona. Vive cerca de mi finca, en la cabaña de la viuda. Graham soltó una risita como un niño pequeño. —¿No estarás hablando de esa vieja que está medio sorda y lleva a todos lados esa absurda trompetilla? —Sí, esa tía —Trystan ignoró el regodeo de Graham. — Tengo un primo lejano en Yorkshire que es bastante mayor que yo y evita la sociedad como la peste. Diré que esta niña es su hija y que he accedido a presentarla en sociedad durante la temporada. —Eso debería funcionar —coincidió Kent. —Tendremos que asegurarnos de que Bridget conozca bien tu árbol genealógico para mantener cualquier historia que te inventes. Bridget intentó escuchar mientras seguía practicando cómo sostener el tenedor de la forma en que Trystan le había mostrado. Le resultaba incómodo y mucho menos eficaz para llevar la comida del plato a la boca. Frustrada, dejó caer finalmente el tenedor con estrépito sobre el plato y cruzó los brazos sobre el pecho, frunciendo el ceño. —¿Ya has terminado? —dijo Graham. Ella le sacó la lengua. —Si vuelves a hacer eso, te pondré sobre mis rodillas. Compórtate como una niña y te trataré como tal —advirtió Trystan, con sus ojos color whisky en llamas. Bridget tragó saliva y bajó la cabeza. Era mejor hacerse la sumisa ante ese hombre, o podría hacer exactamente lo que él había prometido. Aún tenía el estómago casi vacío cuando los hombres se levantaron. Sus respectivos platos estaban limpios de comida, pero habían dejado unos trozos de pan. Alargó la mano, cogió el pan y se lo metió en los bolsillos de su raído abrigo cuando los tres hombres no le prestaron atención. —Hora de dormir —Graham se estiró y abandonó a los demás sin decir palabra para dirigirse a su habitación. Kent se quedó atrás. —¿Cuántas habitaciones has…? —Una para ti y Graham, y la chavala y yo compartiremos una. —Trystan… —protestó Kent. —Huirá en cuanto tenga oportunidad. ¿Verdad, gatita? —preguntó Trystan. Bridget, quien no estaba preparada para que el hombre adivinara sus planes secretos con tanta facilidad, no pudo ocultar su reacción. Se quedó paralizada, con los ojos muy abiertos cuando Trystan intentó cogerla del brazo. —¿Ves? La gatita tenía toda la intención de escapar, ¿verdad, mascota? —la risita oscura de Trystan hizo que Bridget entrecerrara los ojos. —No soy tu mascota —siseó. —Vuelve a llamarme así y… —¿Y qué? —Trystan se alzó sobre ella, con el pelo oscuro cayéndole sobre la frente. Ella sintió el impulso repentino de apartárselo con los dedos. Sorprendida y más que perturbada por ese impulso pasajero, Bridget dio un paso atrás. Estar tan cerca de él le revolvió el estómago. Casi sintió náuseas, pero no de la forma habitual. Tragó saliva y apartó la mirada, rompiendo el contacto visual. Lo había dejado ganar esta pequeña batalla, pero estaba decidida a ganar la guerra. —¿Estás seguro de que puedes cuidar de ella? — preguntó Kent. —Y con eso me refiero a ser educado con ella. Trystan y Kent se miraron fijamente durante un largo momento. —La trataré tan bien como ella me trate a mí. Si es educada, yo también lo seré. Los hombros de Kent se hundieron. —Pero no os matéis el uno al otro, es todo lo que pido. Trystan le lanzó una sonrisa despreocupada. —Te prometo que ambos sobreviviremos a la noche. Nos veremos aquí abajo al mediodía. —Trystan asintió a Kent mientras sujetaba con fuerza el brazo de Bridget y la arrastraba escaleras arriba. Fue empujada abruptamente a una habitación vacía con dos camas pequeñas. Sin decir nada, Trystan se quitó el abrigo, lo dejó caer sobre una silla y se subió las mangas. Cogió el extremo de la cama por el cabecero de madera y la arrastró por la habitación hasta la puerta, impidiendo su apertura. Maldita sea… El hombre pensó en todo, ¿verdad? —Listo —murmuró satisfecho mientras estudiaba la puerta atrancada. Luego empezó a desabrocharse el chaleco y a dejarlo caer por sus hombros. Atónita, Bridget se agachó un poco detrás de su pequeña cama, observándolo. Había visto algunos hombres medio desnudos en su vida, sobre todo borrachos a los que sacaban a rastras de la taberna de su padrastro. Pero ninguno tenía la complexión de éste. Tenía un cuerpo tallado en mármol y verlo desnudarse era, de algún modo, diferente a ver a esos otros hombres. Ese revoloteo en su vientre se hizo más fuerte, y ella apoyó una palma en su abdomen, intentando calmar las sensaciones extrañas. Trystan se sacó la camisa por encima de la cabeza y se quedó allí de pie, con la tela colgando de su brazo, con la piel aceitunada del pecho mostrando los duros músculos que hicieron que Bridget se mareara un poco al mirarlos. Estaba siendo extremadamente indecente, parado ahí medio desnudo. Un fino tajo rojo le marcaba la piel del brazo izquierdo, y un poco de sangre había manchado el lugar donde la tela de la camisa había rozado la herida. —¿Ves algo que te interese? —preguntó con una risita oscura. —No. En absoluto —pronunció cada palabra con claro disgusto. Trystan soltó una risita. —Se te arruga la nariz cuando mientes —observó. Tiró la camisa sobre la única silla de la habitación y se sentó en la cama para quitarse las botas. Cuando terminó, cruzó la habitación hasta el lavabo, donde había un cuenco de porcelana y una jarra de agua frente a un pequeño espejo. Se lavó la sangre del brazo y estudió el arañazo en el espejo. —Te he pinchado bien, ¿verdad? —dijo con un poco de orgullo. —'Pinchado' es la palabra clave —coincidió él—. Gracias al cielo no tienes talentos de degolladora de los que debas preocuparte. No creo que sangre mucho más por ahora — se lo dijo más a sí mismo que a ella—. Métete en tu cama, gata arpía, y duerme bien. Lo necesitarás. Una vez que lleguemos a Zennor, comenzarás un vigoroso entrenamiento en todos los aspectos para ser una mujer de alta cuna. Cuanto más rápido aprendas, más podrás descansar, pero fracasa y te será mucho más difícil. —¿Por qué haces esto? —se atrevió a preguntar. —Porque me niego a perder mi apuesta con Graham. Me gusta bastante mi cabaña de cazadores en Escocia, y odiaría perderla a manos de él simplemente porque te niegas a comer, hablar y actuar como una dama. Bridget no dudaba de que este hombre la agotaría si no tenía cuidado. Parecía un hombre con más energía que la mayoría. Apartó las sábanas de la cama y se metió en ella, todavía completamente vestida. No iba a darle al hombre la oportunidad de aprovecharse de ella. Cerró los ojos y escuchó el crujido de la cama mientras él se recostaba y respiraba lentamente. Bridget comparó sus posibilidades de escapar por la ventana contra las que él tenía de la atraparla. En algún momento entre la planificación de su primer plan de fuga y el décimo, se quedó dormida. TRYSTAN ESPERÓ A QUE LA RESPIRACIÓN DE LA CHICA SE CALMARA, y luego se permitió relajarse. Estaba seguro de que ella habría intentado escapar, pero sospechaba que había dormido muy poco mientras vivía y trabajaba en aquella taberna, igual que había comido muy poco. No estaba desnutrida, pero desde luego no había estado comiendo lo suficiente. Eso había sido evidente antes cuando ella había estado engullendo comida a un ritmo que él no había creído humanamente posible. Incluso había guardado algunos trozos de pan en los bolsillos de su abrigo para más tarde. La convertiría en una dama. Y aunque el entrenamiento sería riguroso, la trataría mucho mejor de lo que había sido tratada en la taberna de Penzance. Una vez que llegaran a su casa de Zennor, haría que la bañaría, la limpiaría y le tomaría las medidas para la modista, después evaluaría completamente los desafíos a los que él se estaba enfrentando. Permaneció despierto un rato más,planeando y tramando la mejor manera de ganar la apuesta. No podía dejar que Graham le quitara su cabaña de cazadores favorita. Trystan no se sentía tan cansado, no como los demás. Estaba poseído de energía por la pasión dada por esta nueva aventura. No podía esperar a ver las caras de los hombres y mujeres en el baile de Lady Tremaine cuando les presentara a Bridget. Su pequeña arpía se transformaría en una gentil rosa inglesa, una recatada criatura vestida con las ropas más exquisitas, y su voz sería una sensual caricia en el oído de todos los hombres. Los caballeros llegarían a los golpes luchando por un puesto en su tarjeta de baile. Las mujeres estarían verdes de envidia o desesperadas por convertirse en sus amigas. Ella sería verdaderamente auténtica, y la sociedad londinense adoraba lo auténtico. Trystan se reiría en secreto de haber engañado a todo Londres entrenando a una arpía salvaje para que actuara como una dama. Una sonrisa curvó los labios de Trystan al imaginar su triunfo en el baile. Graham sabía que no debía apostar así contra él. Aunque era un maestro de los problemas y un pícaro temerario, también estaba bien entrenado en la etiqueta y en todo lo que conllevaba tener el título de lord, más que Graham. Como primogénito, había recibido la formación del heredero de una hacienda, mientras que Graham, siendo el repuesto en su familia, tenía menos supervisión de sus padres en esos asuntos. Trystan durmió cuatro horas y despertó totalmente descansado. Tuvo cuidado de no hacer ruido al vestirse. La chica seguía dormida, y a él le gustaba bastante lo tranquilo que estaba todo cuando no le gritaba o lo pinchaba con esa pequeña cuchilla suya. Tentado por la idea de que podría verla mejor mientras dormía, se acercó de puntillas a su cama. Apoyó una mano en el cabecero para poder mirarla. Tenía la cara cubierta de manchas de suciedad y el pelo grasiento recogido en un lío de horquillas bajo el gorro que se le había caído mientras dormía. Puso los ojos en blanco. Ella ni siquiera se había lavado antes de acostarse. Pero había algo en su cara que le intrigaba. No era hermosa, no, pero era interesante. Con una barbilla puntiaguda, cara en forma de corazón y ojos rasgados con largas pestañas oscuras, tenía una mezcla de rasgos que resultaba agradable. Sus labios no eran ni demasiado gruesos ni demasiado finos. Su rostro tenía carácter. Un hombre podría mirarla y estar fascinado todo el día viendo cómo cambiaban sus expresiones. Algunas mujeres tenían muy poca expresividad. Permanecían sentadas con un aspecto inexpresivo y recatado que no despertaban pasión en Trystan, ni siquiera un interés casual. Esas mujeres no le interesaban en absoluto. Y las mujeres debían ser interesantes. Eran el sexo débil; se suponía que su encanto y misterio eran irresistibles para los hombres. Y, sin embargo, demasiadas no eran más que bonitas estatuas para él. Las pocas mujeres que admiraba no tenían miedo de entablar un discurso político, económico o incluso filosófico. Pero la mayoría callaban y representaban el papel que la sociedad esperaba de ellas, lo que siempre decepcionaba y aburría profundamente a Trystan. Siempre que tenía una amante, él le daba su conversación, su tiempo, su interés, su compromiso, no simplemente su cuerpo en su cama, aunque esto último parecía ser lo que interesaba a la mayoría de ellas. La pequeña arpía se movió mientras dormía y, de repente, sus párpados se abrieron. La encantadora y tranquila somnolencia se desvaneció al darse cuenta de que él se alzaba sobre ella mientras yacía en su cama. Lanzó un puñetazo y lo golpeó fuertemente en el ojo. —¡Maldita sea, mujer! —gruñó mientras retrocedía un paso y se sujetaba el ojo. El dolor irradiaba desde la cuenca del ojo hasta el pómulo. Definitivamente le iba a salir un moratón, y Graham iba a alardear de ello durante los próximos días. —¿Qué estabas haciendo inclinado sobre mí de esa manera, gran zafio? —¿Zafio? —repitió la palabra con incredulidad. La boca de esta pequeña criatura; y su lenguaje malsonante, iban a tener que ser corregidos. —Te lo merecías. Por inclinarte así sobre una mujer —se incorporó, con los puños en alto. Trystan maldijo en voz baja y se volvió hacia el lavabo. Tenía el ojo rojo y la cara empezaba a hinchársele. Graham nunca le permitiría olvidarlo. Kent sería más comprensivo, pero sin duda se reiría de más. —Ha sido culpa tuya —continuó Bridget. Él cerró los puños y los ojos, solo para hacer una mueca de dolor. —Usa el orinal si lo necesitas y baja al bar cuando estés lista para partir —dijo, en lugar de todas las expresiones malsonantes que esperaban ser devueltas a la pequeña demonio. Apartó la cama del camino y salió de la habitación para que ella pudiera hacer sus necesidades a solas. Encontró a Kent y Graham ya despiertos y almorzando un poco. —¿Dónde está la muchachita? —preguntó Graham—. ¿La has perdido ya? —No, por supuesto que no. —Trystan… —comenzó Kent—. ¿Tu ojo está…? —La arpía me ha golpeado —dijo en un tono que no aceptaría preguntas adicionales. Graham, quien había estado bebiendo una jarra de ale, la escupió sobre la mesa mientras se ahogaba de risa. Kent parecía más preocupado que divertido. —¿Hay… eh… alguna razón por la que ella te ha golpeado? No estabas haciendo nada inapropiado, ¿verdad? —Kent se atrevió a preguntar. Trystan arqueó una ceja. —Simplemente estaba intentando ver mejor a la bribona. Está un poco sucia bajo esas ropas suyas. Creí que dormía plácidamente, así que quise verla más de cerca, pero se despertó, me vio inclinado sobre ella y ¡zas! — golpeó la mesa con la palma de su mano y Graham se apresuró a coger su jarra antes de que esta cayera. —¿Y dónde está ella ahora? —preguntó Kent. —Usando el orinal, y luego sospecho que intentará salir por la ventana —extendió la mano sobre la mesa, robó la manzana fresca del plato de Graham y le dio un mordisco antes de levantarse y dirigirse a la puerta de la posada. Al salir, se detuvo bajo el alero del tejado inclinado. Su habitación estaba justo encima. Kent y Graham se unieron a él mientras esperaba pacientemente. —Tal vez ella… —empezó Graham, pero Trystan levantó una mano, callándolo. Un momento después, el techo crujió sobre ellos y luego un par de piernas aparecieron sobre el borde, seguidas por el cuerpo de la pequeña arpía mientras colgaba del borde del techo. Después cayó al suelo con más gracia de la que Trystan había esperado. —Ahh, Bridget, ahí estás. Excelente —Trystan salió de las sombras y la cogió del brazo antes de que pudiera huir —.Qué considerado de tu parte unirte a nosotros justo a tiempo para abordar el carruaje. —¡Maldita sea! —chilló e intentó liberarse. Trystan le dio dos ligeros golpes en las nalgas con la palma de su mano, lo que hizo que ella se sobresaltara y lo mirara con furia, pero él vio un calor de otro tipo en sus ojos. Tal vez la gatita no lo sabía, pero le gustaba recibir palmaditas cariñosas en el trasero. Estaba sorprendido de que ella lo mantuviera adivinando, ella, y eso hizo que toda esta aventura valiera la pena. —Kent, por favor, busca provisiones que podamos comer en el camino —luego acompañó a Bridget hasta el carruaje que los esperaba y la empujó dentro. Su ojo izquierdo estaba casi cerrado por lo hinchado que estaba, y decidió que pasaría el resto del viaje hasta su finca planeando el castigo de Bridget como sus primeras lecciones de cómo ser una dama. La idea le hizo esbozar una sonrisa perversa. A 3 sí que esto es Zennor, ¿verdad? Bridget estaba de pie frente a los escalones de una hermosa casa, más grande que cualquiera que hubiera visto. Estaba construida con escarpadas piedras grises que hacían que la mansión medieval pareciera un castillo. Nunca había estado en Zennor a pesar de que estaba a menos de siete millas de Penzance, la ciudad donde había pasado toda su vida. De camino hasta aquí, había atravesado una campiñahermosa pero desolada y se había enamorado de las colinas y los acantilados salientes que había visto. Ahora también estaba fascinada por la casa de Trystan. Podía prescindir del dueño, por supuesto, pero ¿su casa? Podía pasar el resto de su vida explorando la casa señorial. No se permitió estar fascinada con el dueño de la casa. Básicamente, ese hombre y sus amigos la habían secuestrado y le habían prometido que la tratarían bien, pero no era libre de irse. Sin embargo, estaba ciertamente encantada con el lugar y se sentía tentada a quedarse, a ver cómo era vivir en una gran casa como ésta. El viaje había sido en su mayoría silencioso para ella. Los hombres habían hablado entre ellos, utilizando palabras grandilocuentes y hablando de lugares que ella no conocía. Incluso cuando Lord Kent había intentado involucrarla, ella había mantenido la barbilla alejada de ellos con la mirada puesta en la ventana, decidida a disfrutar de la campiña a medida que pasaba frente a ella. No quería que pensaran que estaba disfrutando de este viaje tan lejos del único lugar al que había llamado hogar. También se había distraído con calor que irradiaba de Trystan, que había calentado su frío cuerpo y la había hecho más que consciente de que, incluso en su silencio, el hombre la observaba, estudiándola como si estuviera pensando en todas las cosas que haría para convertirla en una dama. Pero el pomposo se engañaba a sí mismo. Aun así, estaba tentada de intentar interpretar el papel de dama si eso significaba vivir en esta casa durante un tiempo. —Bueno, ¿no es una belleza? —suspiró ella mientras miraba con ojos soñadores la fachada de la casa. —Lo es, ¿verdad? —dijo Trystan, suavizando la voz al pararse a su lado—.La casa original era medieval, por supuesto. Nunca lo sabrías, dadas las muchas mejoras hechas a través de las generaciones. —¿No me digas? Medieval, ¿verdad? —Bridget sonrió con suficiencia ante su tono altivo. Él le dirigió una mirada de reojo que ella no supo interpretar. —La encontrarás más que adecuada. Se ha modernizado a fondo y está llena de todas las comodidades que uno pueda desear. Bridget no sabía por qué un lord elegante necesitaba comodidades, fueran las que fueran, pero estaba claro que era algo de lo que estaba orgulloso. Ella había conocido muy pocas comodidades en su vida, excepto quizá el calor del heno en los establos. Sin embargo, sentía la antigua atracción de este lugar en lo más profundo de sus huesos. Tal vez se debía a la forma en que los finos castaños bordeaban el camino hacia la casa como una flecha boscosa, o la forma en que la puesta de sol brillaba en los cristales de sus muchas ventanas. Todo ello estaba rodeado por el rugido del mar en algún lugar más allá de la casa, lo que le daba una sensación de infinitud. Como si fuera un lugar al borde del mundo, o tal vez al principio de él. De repente, su mente evocó un viejo recuerdo de su madre sentada frente a ella en el suelo de su dormitorio, con un libro de mapas extendido entre las dos. Su madre había trazado la forma del océano en el borde del mapa. —Algunas personas creían que el mundo era plano. Cuando llegaban a cierto punto del mapa, simplemente caían en un abismo. —¿Por qué? —había preguntado la joven Bridget. —Porque algunas personas no pueden creer en cosas que no ven. No pueden ver más allá de los bordes de un mapa, por lo que éste debe terminar ahí. Cualquier otra cosa estaría más allá de su imaginación. Pero… —su madre sonrió en secreto—. Algunas personas pueden ver más allá del borde del mapa y dar la vuelta al mundo y, cuando vuelven al lugar del que partieron, habrán aprendido sobre sí mismos y sobre el mundo. —¿Aprendieron todo sobre el mundo? —preguntó Bridget. —No —su madre se rio—. Nadie puede saberlo todo. Siempre quedará mucho por descubrir, y ése es el regalo que tenemos al vivir en esta tierra. Tenemos la capacidad de explorar y aprender sin cesar, y eso nos permite convertirnos en mejores personas. El recuerdo se desvaneció, y un feroz dolor se apoderó de Bridget. Apoyó la palma de la mano en su pecho. Habría renunciado a todos los misterios del mundo con tal de volver a tener a su madre a su lado. Un hombre salió por la puerta principal y bajó los escalones para recibirlos. —Milord —era un hombre alto y delgado, de unos cincuenta años, pero tenía un aire de fuerza y gracia al moverse. —Ah, señor Chavenage —respondió Trystan—. Por favor, prepare dos habitaciones de invitados para Graham y Philip y una para la señorita Ringgold —los labios de Trystan se curvaron en una sonrisa torcida mientras miraba entre ella y el señor Chavenage. Si el hombre se había sorprendido por las órdenes de Trystan, no lo demostró. —Sí, milord. Y la señorita Ringgold es… —el hombre la miró especulativamente. Trystan se cruzó de brazos y le dirigió una mirada reflexiva y de evaluación que provocó un ardor en lo más profundo de su ser. Bridget lo fulminó con la mirada. —Un proyecto. Por favor, dígale a la señora Story que se reúna conmigo en mi estudio para recibir instrucciones sobre el cuidado de la chica. El hombre asintió y volvió a entrar en la casa mientras dos jóvenes fornidos vestidos de lacayos bajaban al carruaje y empezaban a sacar maletas de viaje de la parte trasera. —¿Quién ha sido él? —preguntó Bridget a Lord Kent en voz baja mientras Trystan y Graham entraban en la casa. —¿Quién? —Ese tipo, el señor Chavenage. —Oh —Kent soltó una risita—. Es el mayordomo de Trystan. Dirige una casa de lo más eficiente, un buen hombre. —¿Y esta señora Story? —La señora Story es el ama de llaves. Ambos son justos y amables siempre que los trates igual. Kent la estaba aconsejando amablemente sobre su comportamiento. Bridget tomó nota de no contrariar al señor Chavenage ni a la señora Story. —¿Vamos? —Kent le ofreció su brazo. Ella lo miró fijamente—. Pasa tu brazo por el mío y apoya tu mano aquí —Kent colocó suavemente su mano de la forma en que él deseaba que ella lo hiciera. Bridget ya había visto cómo se hacía, por supuesto, pero nunca lo había hecho con un hombre. Aunque estaba perfectamente bien para caminar sin ayuda, había algo agradable en aferrarse al brazo de Kent. Él se apoyó en su bastón mientras subían los escalones. El interior de la casa era hermoso, más hermoso que cualquier cosa que ella hubiera visto en Penzance. Paneles de madera oscura cubrían la mitad inferior de las habitaciones y estaban acentuados por empapelados de seda pintados de varios colores, que cambiaban de una habitación a otra. Apliques dorados se alineaban en las paredes. Retratos, docenas de ellos, llenaban los pasillos y subían por la gran escalera. —¿Quiénes son? —preguntó ella mientras estudiaba a los finos lores y damas de las paredes. —Dos o quizás tres siglos de valiosos Cartwright. La familia de Trystan. Escudriñó los rasgos pintados con capas de óleo mientras buscaba el pelo oscuro, los ojos color whisky y la piel aceitunada de Trystan, pero no los encontró. —Sin duda, no se parece a ninguno de ellos —dijo ella. —No, no me parezco —dijo Trystan al salir de una habitación al final del pasillo—. Mi madre era una mujer Romaní que, según los lugareños, hechizó a mi padre para contraer matrimonio. Afortunadamente, fue uno feliz — sonrió al decir esto, y su rostro se suavizó de una manera que la conmovió. —¿Tu madre era gitana? Los ojos de Trystan se endurecieron ligeramente. —Sí —su respuesta fue cortante—. Ahora, ven aquí, si eres tan amable. —No lo soy —Bridget se aferró con fuerza al brazo de Kent a pesar de que éste la escoltó directamente hasta Trystan. —Este es mi estudio —Trystan señaló con la cabeza la habitación a la que había sido empujada—. Siéntate —la cogió por los hombros, la dirigió hacia un gran sillón de cuero y la empujó hacia él—.Y no te muevas —añadió con firmeza. Una réplica mordaz murió en los labios de Bridget cuando se dio cuenta de que una mujer altay ligeramente regordeta la miraba fijamente. Llevaba un vestido de tela gris oscuro y estaba de pie junto al gran escritorio ornamentado al interior del estudio. —Bridget, ésta es la señora Pearl Story, mi ama de llaves. La llamarás señora Story a menos que ella te diga lo contrario. Señora Story, ésta es mi pequeña arpía, Bridget Ringgold. El ama de llaves la miró fijamente. —¿Ésta es a la que quiere que limpie, milord? —su voz tenía un acento escocés que Bridget no estaba acostumbrada a oír. Bridget enfureció. —Sí, límpiala y búscale un vestido de repuesto de una de las criadas. Mañana traeremos a una modista para que le tome las medidas y le confeccione un guardarropa decente. Hasta entonces, cualquier cosa que puedas encontrar que le quede bien servirá. Y quema la ropa que lleva puesta. No quiero volver a verla ni olerla. —¡Oye! ¡No puedes llevarte mi ropa y quemarla! —chilló —. Es todo lo que tengo. —¡Calla tus chillidos! —ladró Trystan—. La señora Story te vestirá con ropa nueva, algo que te sentará mejor que estos harapos —hizo un gesto con la mano hacia sus prendas sucias. Esos harapos le habían costado dos meses de tallado de animales, además de su sueldo de la tabernera. —Yo los he comprado. Son míos —gruñó—. ¡No puedes coger lo que tanto me ha costado conseguir y…! —Tranquila, chica —el acento escocés de la señora Story se intensificó ligeramente—. Nadie quemará nada —el ama de llaves lanzó una mirada exasperada a Trystan y luego se volvió hacia Bridget—. Los limpiaremos, arreglaremos cualquier rotura y te los devolveremos. Trystan y Bridget se miraron con furia en una silenciosa pero ardiente batalla de voluntades. —Ahora, escucha, Bridget. Debes ir con la señora Story y hacer lo que ella diga. Si le causas algún problema, te las verás conmigo —su tono no admitía discusión. —Venga, señorita Ringgold —dijo la señora Story en tono amable—.Vamos a asearte un poco antes de cenar. Bridget siguió al ama de llaves con los ojos muy abiertos mientras seguía contemplando la amplia casa. ¿De verdad iba a quedarse aquí? —Te enseñaré dónde está tu habitación. Su señoría suele darse un baño a primera hora cuando llega, pero, a petición suya, hemos puesto el agua caliente en tus aposentos. Siguió al ama de llaves escaleras arriba y por otro pasillo hasta que la mujer se detuvo y abrió la puerta. Un par de criadas estaban ocupadas colocando sábanas limpias en una enorme cama con cuatro postes con repetidas formas esféricas a lo largo de éstos, además de flores talladas. El cabecero de madera también estaba tallado con más flores, pintadas en una variedad de colores brillantes, como si un jardín hubiera crecido mágicamente de la madera. Quería estirar la mano y tocarlo. Bridget imaginó por un momento cuánto tiempo debió haber requerido el tallado de una cama tan hermosa. Casi sintió la tentación de intentar tallar algo así ella misma. —Aquí es donde te quedarás —dijo la señora Story con una pequeña sonrisa—. Es una de las habitaciones favoritas de su señoría. Bridget notó su bolsa de tela que descansaba en el suelo junto a la cama y la cogió antes de que una de las criadas pudiera robarle algo. La estrujó de forma protectora contra su pecho. —¿Con cuántas comparto esto? —preguntó Bridget. Apostaba a que podría dormir con al menos otras tres chicas en esa cama, pero preferiría dormir en el suelo si eran más. A veces tendía a estirar las manos y los pies cuando dormía. y no quería que nadie la golpeara en mitad de la noche cuando chocara accidentalmente con alguien. —¿Cuántas? —repitió perpleja la señora Story. —Sí. ¿Con cuántas de esas chicas tengo que dormir en esta habitación? —señaló con la cabeza a las criadas. Las jóvenes hicieron una pausa en su tarea de alisar una colcha de satén rosa sobre la cama y luego estallaron en risas. —Oh… ya veo —suspiró la señorita Story—. Señorita Ringgold, no compartirás esta habitación con nadie más. Dormirás sola en esa cama. —¿Sola? ¿En esa cosa enorme? Bridget empezó a reírse de la ridícula idea, pero cuando se dio cuenta de que la señora Story no se reía con ella, se detuvo. —¿Es toda mía? ¿De verdad? —Sí. Ahora deja tu bolso junto a la cama. Nadie te robará nada, te lo aseguro. Y ven aquí —abrió una puerta que se confundía con la pared mediante un pequeño pestillo y condujo a Bridget a otra habitación. Esta recámara era mucho más pequeña y no tenía cama. Había una gran bañera de cobre, con vapor saliendo de la superficie del agua en su interior. —¿Aquí es donde lavaremos mi ropa? —preguntó mientras sujetaba el cuello de su camisa. —No, aquí es donde te lavaremos a ti, cariño. —¿A mí? —chilló Bridget y empezó a retroceder, pero dos de las criadas ya estaban allí para bloquearle la salida. —Sí, señorita Ringgold. Si vamos a hacer de usted una dama, eso significa que debe bañarse. Las damas finas no huelen a establos o pocilgas. Ni tienen un ápice de suciedad en su piel. —Entonces dadme un paño y un cuenco de agua. ¡Me ahogaré en eso! No voy a usar ninguna bañera —se quedó mirando el gran artilugio de cobre humeante. Podría devorarla por completo. —No, no lo harás y sí, la usarás —la señora Story cogió a Bridget del brazo y, de repente, las criadas le quitaron la ropa hasta dejarla casi desnuda. Bridget soltó un grito espeluznante. TRYSTAN SE REUNIÓ CON SUS AMIGOS EN LA SALA DE BILLAR, donde Kent y Graham ya estaban jugando. Se acercó a la bandeja de bebidas que descansaba sobre el aparador y se preparó un vaso de whisky. —¿Confío en que los dos os hayáis instalado? — preguntó. Graham asintió mientras se inclinaba para alinear su tiro. —Sí, gracias. Chavenage siempre cuida bien de nosotros. Trystan ocultó una oleada de orgullo. Había elegido bien a sus empleados y nunca lo habían decepcionado. No podía esperar a ver cómo la señora Story lidiaba con la vándala de la taberna. —¿Dónde está la chica? —preguntó Graham —Siendo metida a su habitación y tomando un baño caliente. La señora Story suele prepararme uno cuando vuelvo de mis viajes, pero la chica necesita una buena lavada, más que yo. Trystan dio un sorbo a su whisky y disfrutó del sabor del costoso líquido quemándole la parte posterior de la garganta. Luego cogió un taco y se unió a sus amigos. Pero antes de que pudiera empezar una ronda, un grito procedente del piso de arriba resonó por el pasillo. —El baño está listo —dijo Trystan, en parte para sí mismo. —¿Qué demonios es eso? —preguntó Kent. —Estoy seguro de que parará en cualquier momento — dijo Trystan con confianza. Pero no paró. Con un gruñido, empujó su taco hacia Kent. —Disculpadme un momento. Abandonó la sala de billar y se apresuró a subir las escaleras, yendo hacia los gritos y los chapoteos. Parecía que se estaba librando una batalla en la habitación que le había dado a la chica. Entró en la alcoba y se dirigió directamente a la puerta del vestidor, golpeándola con el puño. —Señora Story, ¿se encuentra bien? Hubo otro chillido y oyó a la señora Story bramar como un oso. —Parece un maldito zoológico —murmuró para sí, luego gritó—. ¡Voy a entrar! —y abrió la puerta. El suelo del vestidor estaba empapado de agua. Una barra de jabón se deslizaba perezosamente por el charco de agua junto a la bañera de cobre. Dos de sus criadas estaban en un rincón, empapadas hasta las enaguas. La señora Story estaba inclinada sobre la mitad de la bañera, forcejeando con Bridget, quien aún llevaba aquella sucia camisa blanca. —¡Quédate quieta, ridícula! —gritó la señora Story. —¡Quítame las manos de encima! —Bridget tenía la cara manchada de suciedad, que apenas había empezado a desprenderse y a gotear por su rostro. Parecía muerta de miedo. —Todo el mundo fuera un minuto, por favor —gruñó Trystan. Las criadas no necesitaron que las convencieran. Casi tropezaron unas con otras intentando escapar. La señora Story soltó a Bridget de mala gana, se enderezó, se alisó el pelo y pasó junto a Trystancon la cabeza en alto. Él cerró la puerta tras de sí y miró fijamente a Bridget, quien se hundió más en el agua enjabonada cuando se dio cuenta de que estaba a solas con él. —¡Ella me estaba atacando! Dio dos pasos hacia ella y le tendió la mano. —Quítate esa camisa de una vez. Ella se la quitó y le tendió el trozo de tela empapado con mano temblorosa. En cuanto él la cogió, ella volvió a meter su brazo desnudo en el agua blanca y jabonosa mientras abrazaba sus rodillas flexionadas con los brazos, ocultando lo poco que él había podido vislumbrar de su cuerpo. —Ahora, dejarás que la señora Story te lave hasta que tu piel esté rosada como un melocotón. Luego te pondrás la ropa que ella te dé y no escucharé más gritos. ¿Entendido? Bridget tragó duro. —Pero mylord, ella… —Esta noche, disfrutarás de un festín de comida maravillosa. Estarás tan llena que necesitarás que te saquen rodando del comedor. Luego serás metida en la cama de la otra habitación y dormirás tan profundamente que ni siquiera soñarás —suavizó su tono, dándose cuenta de que podría tener que necesitar recurrir a la razón ante lo irrazonable—. Bridget… te han regalado una cama caliente y comida para el próximo mes. Si eres demasiado tonta para no ver eso como el regalo que es, entonces serás llevada a la aldea más cercana y se te dará suficiente dinero para volver a Penzance para que puedas resolver por tu cuenta tu destino más bien desalentador —se acercó a la bañera—. Le pagué a ese hombre que se hace llamar tu padrastro cincuenta y cinco guineas para que te dejara a mi cuidado. ¿Sabes por qué? —Bridget negó con la cabeza —. Porque es el tipo de hombre que no tiene escrúpulos por venderte. Los hombres como él obligan a las chicas como tú a hacer lo ellos que quieren, o te venden a otros que sí lo harán. —A hombres como tú. Trystan soltó una carcajada. —Difícilmente. Un hombre como yo no tiene interés en una mujer como tú. No por esas razones —se acuclilló junto a la bañera—. Le pagué, pero no para comprarte, aunque estoy seguro de que tu padrastro lo ve así. No, he invertido el dinero. Lo he invertido en ti, Bridget —su voz se suavizó un poco, pero él le sostuvo la mirada—. Si te conviertes en una dama y engañas a todos en el baile de Lady Tremaine, te convertirás en una mujer libre con recursos. Imagínatelo por un momento. Él no pasó por alto la forma en que se le puso la piel de gallina, ni cómo tembló un poco. —Podrás casarte con un buen hombre o alquilar un lugar para vivir en una ciudad segura y empezar una vida apropiada. Si eres lista, puede que incluso encuentres la forma de ayudar a otras chicas como yo te he ayudado a ti. Tómate en serio mis lecciones, y podrás llevarte el guardarropa, el entrenamiento y la buena cantidad de dinero que te daré al final como pago por tu parte en esta apuesta. ¿Entendido? —no quería que esta chica se centrara en la forma en que había pagado por ella como si fuera una propiedad. Quería que se concentrara en su futuro, en el hecho de que ahora era dueña de su destino y podía cambiarlo a mejor si dejaba de luchar contra él. La joven desnuda en la bañera de cobre lo miró fijamente con ojos color lavanda y, por un momento, él vio más allá de la sucia bribona que era hasta llegar a la criatura que yacía en su interior, una que albergaba un fuego tan exquisito por vivir una vida con sentido y pasión. Sí, ésa era la mujer por la que había apostado su dinero. —L… Lo entiendo, mylord. Sus ojos lavanda eran grandes y luminosos, y él olvidó lo que había estado diciendo mientras su corazón experimentaba un pequeño y extraño aleteo en su pecho. Se sacudió un poco para despejar la fuerte sensación de su cabeza. —Bien. Ahora, la señora Story volverá a entrar y te ayudará. Cuando te acostumbres al baño, quizá descubras que te gusta. El agua caliente alivia el dolor de los músculos cansados y tensos y te da tiempo para reflexionar sobre tu día en paz y tranquilidad. Es un privilegio experimentar algo que muchos otros nunca podrán. Por favor, sé más respetuosa con mi personal, quienes te proporcionan semejante cosa. Bridget arqueó un poco las cejas y, por la expresión de culpabilidad en su rostro, él se dio cuenta de que la había impresionado. —Muy bien. Te dejo con la señora Story, y tú y yo nos veremos para cenar dentro de unas horas —con eso, dejó a Bridget sola para que reflexionara mientras él volvía a su partida de billar, con la seguridad de que por fin tendría paz. BRIDGET NO EMITIÓ NINGÚN SONIDO EN PROTESTA CUANDO LA señora Story regresó. Dejó que el ama de llaves le enjuagara el pelo, le lavara la cara con un paño y le aseara el resto del cuerpo, incluso las plantas de los pies, que le provocaron suficientes cosquillas como para echarse a reír. Trystan había tenido razón. El agua caliente era aterradora al principio, pero ahora se sentía de maravilla. Ella estaba flácida como un trapo, y era una sensación deliciosa. —Te cortaremos el pelo a la moda mañana. Soy bastante buena con las tijeras —presumió la señora Story, pero lo dijo con una risita divertida cuando Bridget arrugó la nariz. A Bridget no le importaba su pelo. Era una molestia. Las pocas veces que había intentado cortárselo con su pequeño cuchillo, lo había estropeado, así que se lo había dejado crecer, lo cual era casi igual de molesto. Ahora le llegaba hasta la mitad de la espalda. —Listo —dijo la señora Story—. No es tan malo, ¿verdad, cariño? —No —balbuceó Bridget. El ama de llaves cogió una toalla grande del lavabo del rincón y la sostuvo. —Ponte de pie y envuélvete con esto. Cuando Bridget se levantó, el frío del aire se aferró a su piel, estremeciéndola. Cogió la toalla y se la envolvió como una capa, contenta de sentirse más abrigada. —Párate sobre esto para que no resbales —la señora Story dejó otra toalla en el suelo—. Después sígueme. Siguió al ama de llaves al dormitorio y se sentó donde le había indicado frente a un tocador. La señora Story utilizó un peine para desenredar los nudos del pelo de Bridget, lo que le llevó mucho tiempo, y luego le enseñó la ropa que había traído para ella. El ama de llaves tardó varios minutos en mostrarle toda la ropa interior antes de que Bridget se sintiera segura de saber cómo ponérsela. Se secó y dejó que el ama de llaves la ayudara a ponerse la ropa. No le gustaba la forma en la que las enaguas crujían alrededor de sus piernas ni cómo las faldas entorpecían su andar. Nunca podría correr como lo hacía cuando llevaba pantalones. Sin embargo, cuando por fin se vislumbró en el espejo, parpadeó con sorpresa. Lucía… bueno… casi bonita. Aún tenía el pelo un poco húmedo, así que la señora Story se lo había trenzado y luego recogido en la nuca en lo que la mujer mayor llamaba un moño, antes de sujetarlo con unas horquillas. Según el ama de llaves, el vestido azul que le había sido dado era muy sencillo para los estándares de los ricachones, pero a Bridget le pareció el vestido más encantador que había visto en su vida. El color era precioso y provocaba un efecto encantador en sus ojos. Nunca los había visto brillar tanto, ni su piel se había visto tan luminosa. —Ahora pareces una dama, y muy hermosa —dijo la señora Story con una sonrisa—. Vamos abajo a sorprender a esos hombres tontos, ¿eh? Bridget se miró una vez más y se mordió el labio antes de sonreír al ama de llaves y asentir. Apenas recordaba la última vez que se había puesto un vestido… Debió haber sido en la época de la muerte de su madre. Mientras bajaban las escaleras, Bridget se sintió vulnerable de una manera que no había experimentado antes. Cogió la falda con una mano para que sus pies pudieran encontrar los escalones más fácilmente con las zapatillas de casa negras que una de las criada le había prestado. La holgada ropa masculina que siempre había llevado antes la había hecho sentirse segura, ocultando su feminidad. Ahora sentía que no tenía forma de ocultarse en absoluto.—Milord —dijo la señora Story a Trystan y los demás cuando ellas llegaron al comedor. Bridget se agachó detrás del ama de llaves, rígida de temor por cómo Trystan podría reaccionar a su apariencia. No quería que volviera a gritarle. —¿Dónde está la gatita? —preguntó Trystan. —Escondida detrás de mí, sospecho —la señora Story se giró y se hizo a un lado, obligando a Bridget a enfrentarse a los tres hombres que permanecían junto a la gran mesa de caoba del comedor. Todos la miraron fijamente y continuaron haciéndolo durante tanto tiempo que ella se preguntó si se había vuelto loca o algo así. Finalmente, Graham rompió el silencio al dejar caer la copa de brandy que sostenía. Golpeó suelo y el líquido salpicó toda la alfombra. —¡Cristo! —Graham recogió el vaso, sonrojado—. Ella se ha limpiado bien, ¿verdad? —le dijo a Trystan—. Suponiendo que sea capaz de aprender tus lecciones, podrías ganar, ¡maldita sea! Kent le dio un codazo a Graham en el estómago. —Señorita Ringgold, por favor, permítame. Se acercó a una de las sillas que tenía cubiertos. Apartó la silla y le indicó a ella que se sentara. Echó un vistazo a Trystan, quien la observaba con una mirada intensa pero de aprobación. Él asintió de manera alentadora y ella ocupó la silla antes de que Kent la acercara y se sentara a su lado. Trystan se sentó al final de la mesa y Graham eligió la silla frente a ella. Los cuatro ocupaban solo un extremo de la gran mesa del comedor, dejando vacíos más de una docena de asientos. —¿Suele cenar con mucha gente, mylord? —ella señaló con la cabeza la mesa casi vacía. —No muy a menudo. Pero unas cuantas veces al año organizo una fiesta en la mansión y llenamos todas las sillas —dijo Trystan. Bridget centró su atención en el elaborado acomodo de los utensilios. Tenía dos copas, varios tenedores, cuchillos y cucharas. Cuando un lacayo colocó un cuenco de sopa frente a ella, observó discretamente a Kent. Estaba acostumbrada a levantar el cuenco y llevárselo a la boca, pero tenía la sensación de que, con todas las cucharas que había, la reprenderían si no utilizaba una. Él cogió la cuchara más alejada del plato. Ella alcanzó su propia cuchara en el mismo lugar. —Ahora, siempre debes ir de afuera hacia adentro — explicó Trystan—. Los sirvientes solo colocarán los cubiertos necesarios para los distintos platillos. Mañana hablaremos más sobre los hábitos alimentarios. Esta noche, simplemente imitarás a Kent o a mí. Presta mucha atención al tipo de cubiertos que usamos cuando comemos ciertos alimentos. Si tienes preguntas, puedes interrumpir educadamente para preguntar, pero lo harás correctamente. Si hablas con gramática incorrecta, te corregiré y repetirás la pregunta adecuadamente. —Sí, mylord. —Milord —corrigió Trystan, pronunciando. —Milord —balbuceó Bridget. Trystan arqueó una ceja de forma desafiante hasta que ella repitió la respuesta correcta con más claridad. —Bien. Ahora puedes disfrutar de tu sopa. Bridget decidió abstenerse de cualquier pregunta para poder concentrarse en comer correctamente y, lo que era más importante, comer lo suficiente. Quería lo que Trystan le había prometido, una barriga tan llena que tendrían que sacarla rodando de la habitación. La sopa estaba deliciosa, pero no tenía ni idea de qué tipo era. El siguiente platillo era una especie de ave de caza servida con abundantes patatas. Era un plato exquisito, y le gustó tanto su sabor que estuvo a punto de abandonar los cubiertos para coger los huesos del plato y masticar los últimos trozos de carne. Pero se dio cuenta de que Trystan la observaba, con ojos afilados como los de un halcón. Él mantuvo su parte del tema de conversación con facilidad, pero apenas le quitó los ojos de encima. Cuando el postre fue servido; un suflé, según le dijo Kent en un susurro, tenía la barriga llena y el corsé que se había visto obligada a llevar le oprimía las costillas y la espalda. Estaba terriblemente cansada. La pelea en el baño y los nervios del último día le habían pasado factura. Se cubrió la boca con un puño para ocultar un bostezo y, tras una mirada a Trystan, quien no le estaba prestando atención, apoyó un codo en la mesa y la barbilla en la palma de la mano y cerró brevemente los ojos. Una breve siesta, solo un minuto, y estaría fresca como una rosa… TRYSTAN SE PERCATÓ DEL MOMENTO EN QUE SU PUPILA SE QUEDÓ dormida en la silla de la mesa. —¿Ella acaba de…? —Graham comenzó. —No, no, esto no funcionará —dijo Trystan. Estaba a punto de gritar algo antes de que Kent llevara un dedo a los labios. —Calla. Déjala dormir, Trys —susurró—. La pobre criatura está exhausta. Imagina por un momento el estado constante de miedo y temor que debió haber tenido hasta hoy. Ahora está en un lugar seguro con la barriga llena. Déjala descansar esta noche. —Bueno, no es que pueda precisamente dejarla dormir en esta silla toda la noche, ¿verdad? Mientras sus amigos se levantaban, él estaba a punto de sacudirla para despertarla y que pudiera irse a la cama, pero algo en su interior le impidió hacerlo. Miró a Kent, quien ladeó la cabeza, diciéndole lo que había que hacer sin pronunciar una palabra. —Maldito sea tu blando corazón, Kent. Entonces, deslizó suavemente la silla hacia atrás y cogió a la chica en sus brazos, acunándola contra su pecho. Ella ni siquiera se despertó en el momento. —La acostaré y os veré por la mañana —dijo Trystan a sus amigos. Kent apoyó una mano en su brazo al pasar. —Dame tu palabra de que ella está a salvo —dijo Kent. —Por supuesto que lo está —dijo Trystan—. Conoces mi gusto por las mujeres. —Lo sé, pero los hombres pueden desviarse de sus gustos por conveniencia —respondió Kent. —No soy ningún canalla. Te he hecho una promesa. No la romperé —dijo Trystan, endureciendo su tono. ¿Por qué demonios creía Kent que esa pequeña vándala lo tentaba? Ella lo frustraba. Una amante no volvía loco de irritación a un hombre. Llevó a la chica a su dormitorio y la tumbó en la cama. Tuvo la tentación de quitarle la ropa él mismo y no molestar a sus sirvientes, pero sabía que Kent tendría un problema con eso. Así que hizo sonar el cordón de la campana para llamar a una criada. Mientras esperaba, apartó un mechón suelto de la cara de la muchacha. Una vez limpio y seco, su cabello era sedoso y desprendía el ligero aroma a rosas de su baño. Con la punta de un dedo acarició su nariz, la cual estaba ligeramente levantada en la punta, como un hada traviesa. La chica iba a dar problemas, él podía sentirlo, pero al menos iba a estar entretenido. Una criada llamada Marvella apareció en la puerta abierta del dormitorio. —¿Sí, milord? —La chica se ha quedado dormida. Por favor, ayúdala a quitarse la ropa y a arrópala. —Sí, milord —la criada esbozó una tímida sonrisa al pasar. Trystan dejó a Bridget en el mundo de los sueños y bajó a su estudio para planificar las lecciones necesarias para ganar su apuesta. B 4 ridget se enterró más profundamente en su cama improvisada en el pajar y dejó escapar un suspiro de satisfacción. Se sentía tan cómoda como un insecto acurrucado en una alfombra. Su padrastro no le gritaba y nadie hacía ruido en el establo debajo de ella. Se sentía demasiado bien para ser verdad. Abrió los ojos de golpe. Se quedó mirando la almohada blanca y rellena que amortiguaba su cabeza. Luego su mirada se desvió más allá de la almohada hacia las paredes, pintadas con una variedad de flores silvestres. Su mano se aferró a una colcha de rosas. No había rastro de heno a la vista. Un momento, no, esto es demasiado bueno para ser verdad… Los recuerdos volvieron lentamente a ella. Echó un vistazo a su alrededor, asimilando la opulenta habitación. Lo último que recordaba era haber cenado con esos tres elegantes caballeros. ¿Se había quedado dormida en la mesa? Debió haberlo hecho. Desde luego, no recordaba haberse levantado para irse a la cama, así que ¿cómo…? Sus pensamientos fueron interrumpidoscuando la señora Story entró al dormitorio con una bandeja de comida apoyada en una cadera. —Buenos días, cariño. Es hora de sentarse y comer. Luego debes bajar y reunirte con la modista dentro de unas horas. —¿La mo… qué? —Bridget apartó las mantas al incorporarse, pero antes de que pudiera salir de la cama, el ama de llaves le puso la bandeja en el regazo. En el plato había huevos, pan tostado caliente con mantequilla y mermelada. Su tentador aroma llegó hasta su nariz, provocando un gruñido en su estómago. —La modista es una diseñadora de modas —le explicó la señora Story. —Oh… —Bridget no estaba ansiosa por usar más vestidos. Eran bonitos, pero una maldita molestia a la hora de caminar. —¿Puedo llevar pantalones hoy? —Solo vestidos por ahora, cariño. Si vas a bailar en un baile, tienes que estar cómoda con ellos puestos. Ahora, come. Mañana, una de las criadas te traerá el desayuno y te ayudará a vestirte. Bridget comió rápidamente, sin dejar ni una sola miga en el plato. Luego dejó que la señora Story la ayudara a ponerse el vestido azul que se había puesto para cenar. En cuanto se puso las zapatillas de casa, fue escoltada escaleras abajo hasta la biblioteca. Era el lugar más hermoso que había visto jamás. Los lomos de los libros con letras doradas brillaban ante la radiante luz de la mañana. —Espera aquí a su señoría —le indicó el ama de llaves. En cuanto se quedó sola en la biblioteca, se dirigió directamente a la escalera con ruedas en la parte inferior y subió para echar un vistazo a los libros más grandes de la estantería más alta. Llegó arriba y se quedó sin aliento al ver docenas de estanterías en fila más allá de la actual. Nunca había visto tantos tomos en su vida. Trystan tenía que ser malditamente rico para poder permitirse tantos libros. Ella habría necesitado un año de trabajo en el tallado de figuritas para poder comprar uno solo de estos tomos. El techo pintado fue el siguiente en llamar su atención. Echó la cabeza hacia atrás y vio docenas de ángeles jugando entre las nubes. Sus alas habían sido pintadas con tanto cuidado que parecía que podría alcanzarlas y tocarlas si la escalera estuviera un poco más alta. —Er…mo…zo… —exclamó maravillada. Esta biblioteca era el paraíso, y el techo había sido claramente pintado con eso en mente. —Te gustan, ¿verdad? —una voz grave la sobresaltó y perdió el equilibrio, soltándose de la escalera. Bridget cayó, pero antes de chocar contra el duro suelo, algo blando la amortiguó. Trystan gruñó. Ella miró fijamente sus ojos al darse cuenta de que él la había cogido sus en brazos. El hombre la había salvado de la caída, como un héroe apuesto del libro de cuentos de hadas que su madre le había leído de niña. Esa época había sido una de las pocas veces que había estado realmente rodeada de libros, cuando su madre le leía cuentos. —Quizás intenta no levantar vuelo la próxima vez. Aún no eres un ángel. La bajó suavemente. Ella seguía aferrada a su pecho, con los dedos aprisionando su chaleco. El calor de su cuerpo contra el suyo la hizo arder, y un aroma masculino que estaba impregnado en su ropa la hizo querer inclinarse y respirar profundamente para memorizarlo. Ningún hombre con el que hubiera pasado tiempo había olido así de bien. Nunca. La mayoría apestaba a suciedad y sudor. Volvió a sentir un extraño cosquilleo en la parte baja del vientre. Pensó en lo cerca que él había estado de ella la noche anterior, cuando había estado desnuda como un bebé en ese bañera de cobre. Sin embargo, esto se sentía diferente porque él la estaba sosteniendo en sus brazos, esta vez con suavidad, no sacándola a rastras de un pajar. ¿Así era ser una dama? ¿Que un caballero elegante la sostuviera en sus brazos de esta manera? —Me has dicho que sabes leer —dijo Trystan cuando Bridget por fin se obligó a apartarse de él. —Sé leer. Mi madre me enseñó. Era muy inteligente. —Me pregunto si esa es la razón —se acarició pensativamente la barbilla mientras la estudiaba. —¿Cuál es la razón? —Tu madre. Tu habla falla a menudo, pero la mayor parte del tiempo es, en cierto modo, correcta. ¿Tu madre hablaba como esos hombres de Penzance o más bien como yo? —Como tú —admitió ella, sin entender muy bien lo que quería decir. —¿Y tu padre? El verdadero, no ese bruto de la taberna. ¿Qué hay de él? —Nunca lo conocí. Murió cuando era una bebé. Mamá decía que era abogado. Siempre decía que era educado y un hombre amable. Ella lo amaba mucho. Cuando murió, mi madre no tenía otra familia ni dinero, así que tuvo que casarse con él —escupió la palabra Bridget. —¿Te refieres al bruto? —aclaró Trystan. Bridget asintió. —Interesante. Bueno, eso me da esperanzas, Bridget. Vienes de un hogar con una habla apropiada. Aquí se habla bien —se inclinó hacia delante y le dio un golpecito en la frente con el dedo índice—. Todo lo que tenemos que hacer es sacártelo a empujones. ¿Empujones? ¿Se refería a sacudirla? —No empujones —advirtió ella en voz alta. —Nada de empujones —corrigió él. Por un momento, se miraron el uno al otro en un desafío silencioso antes de que ella volviera a pronunciar las palabras correctamente. —Ahora, suaviza las vocales —le dijo—. Tómate tu tiempo antes de hablar. Tu acento es peor cuando pierdes los estribos y comienzas a gritar como una pava enfadada. —¿Pava? —repitió furiosa, aunque no tenía la menor idea de lo que era una pava real—. ¿Estás diciendo que grazno como una gallina? —No, gatita, graznas como la hembra del pavo real, o más bien como la hembra de un pavo real indio, para ser precisos. Pero supongo que nunca has visto un pavo real, ¿verdad? —Sí lo he visto —argumentó ella—. En un libro. Un pájaro grande y bonito con una cola llena de colores — cruzó los brazos y levantó la barbilla, orgullosa de ese hecho. Ella dudaba que alguien más en Penzance supiera lo que era un pavo real. Ese libro de cuentos tenía muchos animales salvajes y ella había aprendido sus nombres. Leones… tigres… pavos reales… elefantes. —Bien. Una cosa menos que enseñarte —se apartó de ella y se dirigió a una estantería cercana para coger un puñado de libros. Luego los dejó sobre una mesa de lectura —. Te sentarás y me leerás. Practicarás sonar como tu madre. Imagina que ella lee contigo. ¿Entiendes? Practicaremos esto hasta que llegue la modista del pueblo. Bridget se deslizó de mala gana en una silla de la mesa de lectura y cogió el libro más cercano que él había colocado frente a ella. —¿Importa dónde empiece a leer? —No, no importa. Empieza donde quieras. Deseo comprender mejor con qué tengo que trabajar —Trystan, quien parecía inquieto, se paseó por la biblioteca mientras ella empezaba a leer. Hojeó las páginas, buscando palabras que se sintiera segura de poder leer en voz alta y se detuvo al encontrar un poema. Siempre le habían gustado los poemas. Erraba solitario como una nube que flota en las alturas sobre valles y colinas, cuando de pronto vi una muchedumbre, una hueste de narcisos dorados; junto al lago, bajo los árboles, estremeciéndose y bailando en la brisa. HIZO UNA PAUSA Y LEVANTÓ LA MIRADA PARA VER QUE TRYSTAN había aminorado el paso. Se veía más tranquilo. —Sigue leyendo —le hizo un gesto con la mano para que continuara. Continuos como las estrellas que brillan y parpadean en la Vía Láctea, se extendían como una fila infinita a los largo de aquella ensenada; diez mil narcisos contemplé con la mirada, que movían sus cabezas en animada danza BRIDGET CONTINUÓ CONCENTRÁNDOSE EN LAS PALABRAS, pensando en cómo habría sonado su madre al imaginarse las estrellas bailando en el cielo como decía el poema. También las olas danzaban a su lado, pero ellos eran más felices que las áureas mareas: Un poeta sólo podía ser alegre en tan jovial compañía; yo miraba y miraba, pero no sabía aún cuánta riqueza había hallado en la visión. CONMOVIDA AHORA POR LA EMOCIÓN DE LAS PALABRAS, BRIDGET continuó con más confianza. Puesa menudo, cuando reposo en mi lecho, con humor ocioso o pensativo, vuelven con brillo súbito sobre ese ojo interior que es la felicidad de los solitarios; y mi alma se llena entonces de deleite, y danza con los narcisos. ALGO GOTEÓ DE LA PUNTA DE SU NARIZ Y SE LIMPIÓ, SORPRENDIDA al descubrir que era una lágrima. Por un momento, había sentido que su madre estaba con ella en esa habitación mientras leía. ¿Cómo había olvidado lo hermosas que podían ser las palabras? Una mano se apoyó en su hombro y lo estrujó suavemente. —Bien hecho. Creo que tengo una idea de todo lo que tendremos que corregir en los próximos días. Oh, no pongas esa cara. Levanta la barbilla. Lo has hecho mucho mejor de lo que esperaba. El lenguaje y la habilidad de leer y hablar son regalos que hay que apreciar —las palabras de elogio de Trystan fueron pronunciadas suavemente. Mientras ella cerraba los ojos, sintió como si en realidad estuviera bailando con narcisos a su alrededor. —Elige otro —dijo él más bruscamente—. Y esta vez, recuerda pronunciar la letra J. Es jovial, no 'hovial'. Piensa en el sonido cuando te ríes. Ja, ja, ja. Usa ese sonido. —Lo he dicho con jo —protestó ella. —Si lo hiciste, fue tan suave que nadie lo oyó. No se escribe ni suena con una H al principio. Quiero oír el sonido de la J esta vez, ¿entendido? Empieza —comenzó a pasearse de nuevo. Bridget suspiró y leyó una docena de poemas más, recibiendo cada vez nuevas instrucciones de Trystan sobre qué corregir después, hasta que fueron interrumpidos por el señor Chavenage en la entrada de la biblioteca. —La señorita Phelps está aquí, milord. Trystan asintió al mayordomo. —Acompáñala al salón principal y haz que le sirvan té. Nos reuniremos con ella en un minuto. —Sí, milord. El mayordomo miró a Bridget antes de desaparecer. Bridget cerró el libro y acarició cariñosamente la cubierta con la punta de un dedo. —¿La señorita Phelps es la diseñadora de modas? —Sí, y justo a tiempo. Me temo que te estás sintiendo demasiado cómoda con ese sencillo vestido azul —Trystan se dirigió a la puerta—. Ven, gatita. Tenemos que hacerte un guardarropa. Dejó atrás la pila de libros con una sorprendente reticencia. Ahora que estaba rodeada de libros, no quería salir nunca de esta habitación. Tras la muerte de su madre, Bridget había apartado sus deseos de cualquier cosa que le recordara a ella, incluidos los libros. No porque quisiera olvidar, sino porque, para sobrevivir, se había visto obligada a adaptar sus modales y comportamientos para escapar de la atención de los hombres que pasaban el tiempo en la taberna. —¿Vienes? —llamó Trystan desde la entrada. Ella lo miró, estudiándolo como él siempre parecía estudiarla a ella. Estaba cautivada por sus anchos hombros y su pecho, que se estrechaba hasta su esbelta cintura. No llevaba abrigo, solo una camisa blanca, pantalones y chaleco. El chaleco era de un bermellón intenso con bordados plateados en los bolsillos y el cuello. Nunca parecía llevar nada demasiado elegante, pero sus ropas eran tan finas como cabía esperar. Su oscuro cabello estaba ligeramente despeinado, y él desprendía un aire de elegante despreocupación que era sorprendentemente fascinante. Bridget nunca había pensado en los hombres de ese modo. Pero ahora no podía dejar de pensar en ello. ¿Qué aspecto tendría un hombre como él estando desnudo en una bañera, y que esta vez fuera el turno de Bridget de mirar? Ya había visto su pecho desnudo una vez, pero ahora tenía curiosidad por ver el resto. ¿Qué sentiría si él la presionara contra la pared como había visto hacer a los hombres con las mujeres a la salida de la taberna a altas horas de la noche? Se imaginó a Trystan haciéndolo con ella en la oscuridad, viendo y sintiendo toda su piel aceitunada a la luz de la luna mientras él… —Deja de divagar —dijo bruscamente Trystan, y ella se apresuró a seguirlo hacia el pasillo. Cuando entraron en el salón principal, una mujer de mediana edad con el pelo rojo oscuro estaba colocando colecciones de bocetos coloridos en una mesa cercana. Detrás de ella había muestras de tela de docenas de colores diferentes. —Señorita Phelps —habló Trystan con un suave encanto que nunca había utilizado con Bridget. La mujer se enderezó y sonrió. —Milord. Gracias por su amable carta. Estoy encantada de ayudarlo con la joven pupila de su primo y construir un guardarropa adecuado para ella —la señorita Phelps dirigió su mirada a Bridget, quien se sorprendió al ver que la mujer le sonreía—. Señorita Ringgold, por favor, venga y siéntese a mi lado. Me gustaría enseñarle algunos figurines. Quiero que se entusiasme con su nuevo guardarropa. Una dama debe sentirse segura de lo que lleva, además de cómoda. TRYSTAN SE MORDIÓ EL LABIO PARA OCULTAR UNA SONRISA DE triunfo. En el momento en que la señorita Phelps había pronunciado la palabra cómoda, la gatita salvaje estaba lista para comer de la palma de la mano de la modista. Él apoyó la espalda contra la pared y se mantuvo apartado de ellas mientras la señorita Phelps le mostraba a Bridget docenas de figurines, explicándole pacientemente su necesidad de diferentes tipos de vestidos. —Necesitará vestidos de día, vestidos de noche, vestidos de paseo, vestidos de carruaje, trajes de montar, un vestido de corte y, por supuesto, vestidos de baile. Luego están los sombreros, los guantes, las medias, los zapatos, las botas, el corsé, las camisolas… Los ojos de Bridget se abrieron de par en par a medida que la lista crecía, y Trystan no pudo dejar de sonreír ante la expresión aturdida de su pequeña vándala. —¿Necesito todo eso? —preguntó con voz asustada. Solo tenía una pizca del acento que ella había tenido más temprano esa misma mañana. Sus lecciones ya estaban dando resultado. —Por supuesto —dijo la señorita Phelps mientras lanzaba a Trystan una mirada ligeramente desconcertada. —La señorita Ringgold ha tenido muy pocas oportunidades de salir en sociedad. La pobre ha estado bastante protegida y no está familiarizada con todos los tipos de vestidos que necesitaría una mujer en la buena sociedad. Ese comentario hizo que Bridget sacara las garras, pero se limitó a fruncir el ceño. Él siguió sonriendo como un cariñoso hermano mayor. —No se preocupe, señorita Ringgold. Suba al taburete, si es tan amable. Le tomaré las medidas y me marcharé. Creo que puedo tener casi todo su guardarropa listo en una semana. La señorita Phelps mostró un pequeño taburete con patas plegables. Lo dejó en el suelo y Bridget se subió a él. Eso le permitió a Trystan vislumbrar sus delicados tobillos cuando se levantó las faldas para que la modista le tomara las medidas. Al contemplar esos tobillos cubiertos de medias blancas, una llamarada le recorrió el cuerpo. Ni siquiera cuando había sido mucho más joven la sola visión de unos tobillos lo había afectado así. Se aclaró la garganta, y ambas damas se volvieron hacia él, en espera de que hablara. —Eh… Os dejo para que discutáis el resto de su guardarropa. Bridget, ven a buscarme al comedor cuando la señorita Phelps haya terminado. Salió apresuradamente y se reunió con sus amigos cuando entraron por la puerta principal. Graham y Phillip habían salido a montar a caballo esa mañana. Phillip se apoyaba en su bastón más de lo normal, y Trystan sintió una punzada de compasión por su amigo. Para Phillip, montar a caballo no era más fácil que caminar. Cualquier movimiento le causaba dolor en su pierna mala. —Me alegro de verlos de vuelta —dijo Trystan. —¿Dónde está la chica? —Graham se quitó los guantes de montar y miró a su alrededor. —Le están tomando las medidas para su nuevo guardarropa —Trystan invitó a sus amigos al comedor para un almuerzo ligero. —¿Cómo han ido las cosas esta mañana? —Phillip preguntó. —Mejor de lo esperado —dijo Trystan—. El padre de la chica era abogado y su madre, aunque no tenía título, había recibido una buena educación. Más que enseñarle nuevas formasde hablar, se trata de recordarle la antigua forma en que hablaba antes de que su madre muriera y se viera obligada a vivir con ese bruto de la taberna. —¿Su madre murió? Eso debió ser muy doloroso para ella —dijo Phillip con compasión. —Supongo que sí —sinceramente, Trystan no había pensado mucho en los antecedentes de la chica ni en sus sentimientos. La chica había sido más bien un experimento, una broma para gastar a la alta sociedad. Hizo una nota mental para intentar pensar un poco más acerca de sus sentimientos en el futuro, siempre y cuando eso no frenara su habilidad para ganar la apuesta. Él, Phillip y Graham se instalaron en el comedor para almorzar y charlaron sobre sus amigos de Londres, comentando los últimos escándalos en los que se habían visto involucrados el hermano mayor de Graham y sus amigos. Cuando estaban terminando, Bridget se precipitó dentro. —¿Me he perdido el almuerzo? —preguntó, sin aliento, con las mejillas sonrojadas por la emoción. Trystan no pudo evitar imaginársela debajo de él en una cama con esa misma expresión mientras le hacía el amor. Y así, sin más, volvió a sentir calor. Metió un dedo en el cuello de su pañuelo para aflojarlo y apartó la mirada mientras contaba hasta diez en latín. Nada como una lengua muerta para matar la lujuria de un hombre. —Come rápido, luego únete a nosotros en las escaleras —dijo Trystan al salir de la habitación. Necesitaba hacerse cargo de sí mismo. Solo se ha dado un baño y se ha puesto un vestido nuevo. Cualquier mujer mejoraría con esas cosas. Un hombre puede apreciar a una criatura terrenal y sentir un poco de lujuria, pero eso no significa nada. Ella simplemente encendía su fuego, ya fuera por su comportamiento salvaje o porque simplemente lo llevaba a la frustración con sus argumentos. Todo lo que necesitaba era un poco de alivio. No tenía amantes en ese momento, y eso también era parte del problema. No era el tipo de hombre que visitaba un burdel, al menos no en la zona rural de Cornwall. Era una pena que los Romaníes que visitaron sus tierras el otoño pasado no hubieran vuelto. Con gusto se habría metido en la cama de cualquiera de esas bellezas de pelo negro. Pero ellas no estaban aquí. Bridget sí. No le gustaba admitir que Phillip había adivinado que la chica sería una tentación. ¡Maldición! Ella es un experimento. Una apuesta. No quiero llevármela a la cama. Cuando Bridget se presentó en las escaleras, él tenía preparada su arma preferida. Graham y Phillip se unieron a ellos, ambos entusiasmados de ver el desastre que Trystan esperaba enfrentar con su próxima lección. —Ten —le entregó a Bridget el delgado libro que había estado sosteniendo. Ella lo aceptó con suspicacia. —¿Vamos a tener más lecciones de lectura? —No, vas a tener clases sobre cómo caminar —señaló la parte superior de la escalera—. Ve al último escalón, colócatelo en la cabeza y baja hasta mí sin dejarlo caer. No debes tocar el barandal. Bridget dejó escapar un largo suspiro sufrido y sus ojos lavanda se entrecerraron mientras subía las escaleras, refunfuñando. —Sabes… nunca he visto a ninguna mujer aprender a hacer este truco —dijo Graham—. Ni siquiera mi hermana Ellen, y ella es bastante elegante. —Bueno, no todas las mujeres necesitan practicar la elegancia. Esta criatura ha pasado demasiado tiempo pavoneándose como un muchacho en una taberna. —¿Criatura? —gritó Bridget desde lo alto de las escaleras—. Maldito ricachón. Trystan la ignoró —Debe aprender a suavizar sus movimientos, así como sus palabras —se cruzó de brazos y gritó escaleras arriba —. Ahora, baja, Bridget. La chica se paró en el último escalón y se colocó el libro en la cabeza. Necesitó un poco de tiempo para encontrar el ángulo adecuado para equilibrarlo. Luego bajó un escalón. El libro resbaló inmediatamente y se estrelló contra el suelo. Soltó una maldición poco femenina. —Otra vez —le ordenó—. Sin palabrotas, por favor. La chica lo intentó una y otra vez durante más de hora y media. Finalmente, llegó hasta la mitad antes de perder el libro, pero para entonces ya temblaba de frustración y agotamiento. —Trys, deja que la chica respire un momento. Incluso yo estoy cansado de verla —se quejó Graham. Estaba recostado en los últimos escalones, con las piernas cruzadas por los tobillos, juntando ociosamente las puntas de sus botas. Trystan subió hasta la mitad de la escalera y cogió el libro de la mano de Bridget. —Te estás precipitando, gatita. Cada vez que llegas a este punto, te mueves un poco más deprisa. Eso es lo que te está haciendo perder el libro. No. Te. Apresures —le dio un golpecito en la punta de su adorable y pequeña nariz con esas tres últimas palabras y volvió a ponerle el libro en las manos—. Una vez más. Concéntrate de verdad. Luego puedes descansar —cuando ella empezó a darse la vuelta para volver a subir los escalones, él la cogió suavemente de la muñeca, causando que volviera a mirarlo—. Piensa en tu madre esta vez. Piensa en lo que significa flotar, como si descendieras hacia mí desde lo alto de las nubes. En este momento, eres una princesa. Eres la gracia y la elegancia en persona. No tienes por qué apresurarte. El mundo está feliz de esperar por ti a que llegues —luego le soltó la muñeca y volvió a su posición al pie de la escalera. Esta vez, Bridget respiró lenta y profundamente. Volvió a colocarse el libro sobre la cabeza. —El mundo espera por ti —susurró en voz baja, y percibió que ella lo oía. La tensión de sus hombros pareció desvanecerse y separó muy ligeramente los brazos de su cuerpo mientras empezaba a bajar las escaleras. Trystan contuvo la respiración, cautivado, mientras observaba a la muchacha flotar como si estuviera montada en una nube bajando hacia él. Apenas podía ver el movimiento de sus pies, pues sus pasos eran muy suaves y controlados. Cuando alcanzó el suelo, levantó lentamente una mano para recoger sus faldas y luego hizo una reverencia. El libro permaneció exactamente donde debía estar, sobre su cabeza. Los labios de Trystan se abrieron en shock. Él no había esperado eso. —¡Por Dios, lo ha hecho! —vitoreó Phillip. El hechizo se rompió y Trystan cogió el libro de la cabeza de Bridget. Ella le levantó la mirada hacia él con esperanza y emoción en los ojos, y maldita sea, quería elogiarla hasta quedarse sin voz. Pero no pudo hacerlo. —Eh, sí. Bien hecho. Mañana empezamos una nueva lección. Puedes tener la tarde libre, excepto para la cena, por supuesto. Tengo cartas que escribir. Debemos conseguir invitaciones para ti en algunos lugares antes del baile para que estemos listos para Lady Tremaine —luego dejo a Bridget al pie de la escalera, ignorando el destello de envidia que sintió cuando sus amigos la colmaron de elogios. Ahora él sabía que debía mantener las distancias para no cometer un error y hacer una tontería como besar a la pequeña arpía. Besarla sería, en efecto, muy malo. B 5 ridget apenas podía creer que hubiera pasado casi una semana desde que había llegado a casa de Trystan en Cornwall. Los días habían pasado volando a una velocidad sorprendente gracias a las intensas clases que la mantenían ocupada desde el amanecer hasta bien entrada la noche después de cada cena. Al sexto día, se despertó al oír a la señora Story y a la sirvienta Marvella susurrarse con entusiasmo. Marvella la había estado ayudando a vestirse cada mañana, y Bridget había entablado una fácil amistad con la joven. Pero aún estaba demasiado adormilada para comprender por qué la criada y el ama de llaves estaban moviéndose de un lado a otro en la habitación mientras ella intentaba dormir. —Están aquí, cariño. ¡Están aquí! ¡Sal de la cama, niña tonta! —exclamó el ama de llaves mientras ella y Marvella cargaban una pila de cajas grandes. Niña tonta era, como ahora comprendía Bridget, un término cariñoso que la mujer escocesa utilizaba para ella, y ya no le molestaba que la mujer se lo dijera. Simplementela hizo sonreír y estirarse. La señora Story y Marvella dejaron las cajas a los pies de la cama. Bridget apartó las mantas antes de salir y unirse a ellas para examinar lo que habían traído. —¿Qué hay aquí? —tiró de una de las gruesas cintas rojas que ataban una de las cajas grandes. —¡Tu ropa, niña! La señorita Phelps acaba de entregarlas —la señora Story soltó una risita y levantó la tapa de la caja. Metido entre capas de delicado papel, había un vestido verde brillante bordado con flores silvestres en una variedad de colores. Miró entre las paredes de su habitación y las flores del vestido con una curiosidad moderada. Trystan había ofrecido sus opiniones a la señorita Phelps sobre algunos de los vestidos, pero ella no había recordado que él hubiera pedido que le hicieran uno como éste. Se preguntó si él habría enviado instrucciones adicionales a la modista. La señora Story, Marvella y Bridget sacaron de la caja el resto de los vestidos. Les llevó algo de tiempo guardar la ropa en el alto armario frente a la cama de Bridget. —¿Puedo ponerme hoy el vestido verde? —preguntó al ama de llaves. —Sí, cariño. Marvella, ahora ella está a tu cuidado. Debo volver a mis deberes —el ama de llaves les guiñó un ojo antes de marcharse. Marvella, siendo cercana a la edad de Bridget, la había cuidado como a una amiga o incluso como a una hermana. Bridget, quien no había tenido ninguna de esas dos cosas en su vida, se encontraba disfrutando de la experiencia. Marvella cogió el vestido, lo colocó sobre la cama y ambas suspiraron de nuevo. —La señorita Phelps confecciona vestidos tan buenos como cualquier modista de Londres —dijo Marvella—. Yo lo sé. Yo solía trabajar en la casa de Su Señoría en Londres. Yo siempre estaba haciendo recados a las diferentes modistas. —¿Dejaste Londres para venir aquí? ¿Por qué? Marvella se mordió el labio y, de pronto, su bello rostro adquirió un tono más pálido. —Bueno, digamos que me siento más segura aquí en el campo. No todos los hombres son tan caballerosos como Su Señoría. Es fácil que a una mujer la pillen desprevenida y… le hagan daño. Bridget entendía mucho mejor de lo que Marvella creía. —¿Te han hecho daño, Marvella? La criada resolló y se limpió la nariz. —Casi. Estaba haciendo un recado, verás, pero Su Señoría casualmente volvía a casa y me vio siendo abordada por un hombre en los callejones, a unas cuantas casas de aquí. Me rescató y me llevó directamente a casa, después de… ocuparse del hombre. —¿Ocuparse de él? —preguntó Bridget en un susurro—. ¿Lo mató? —¿Qué? ¡No! No, solo le dio una paliza. El hombre estaba gimiendo terriblemente al final, ¡y luego Su Señoría lo obligó a pedirme disculpas! ¿Puedes creerlo? —No, no puedo. Siempre ha sido un matón conmigo. Marvella suspiró. —Está intentando convertirte en una dama, darte una oportunidad por la que cualquier chica como yo moriría. Lo ves, ¿verdad? ¿La oportunidad que se te ha dado? ¿Lo buena que es? —Sí —aceptó Bridget a regañadientes—. ¿Y qué pasó después de que ese hombre te atacara? —Su Señoría me ofreció venir aquí a trabajar en vez de ir a Londres. Me alegró el cambio. Los jóvenes de aquí son encantadores. Uno de los lacayos incluso me corteja, con flores y todo —sus mejillas se calentaron con un bonito color rosado, y Bridget se alegró de que a Marvella le fuera tan bien. —Hablando de flores, Marvella… ¿A Trystan, a Su Señoría quiero decir, le gustan las flores silvestres? — señaló con la cabeza el vestido que yacía en la cama frente a ellas. —Sí. También le gustaban a su padre. Tiene algo que ver con la madre de Su Señoría, creo. Era gitana, ¿sabes? Sumamente salvaje, dicen, pero de una manera maravillosa. El personal de más edad que la recuerda simplemente la adoraba. Bridget asintió. —¿Los dos padres de Su Señoría ya no están? —Sí, su madre murió cuando él era muy pequeño. Su padre lo amaba muy profundamente, y se unieron aún más tras la muerte de ella. Bridget tenía muchas preguntas, pero Marvella no tenía muchas respuestas, porque lo que Bridget quería saber era privado y personal para Trystan, y no tema de cotilleo para el personal de su casa. El vestido que le había confeccionado la señorita Phelps le quedaba mucho mejor que cualquier vestido prestado de Marvella, quien era varios centímetros más alta que ella. La criada la ayudó con el pelo, recogiéndoselo con una cinta verde en la nuca. La señora Story había recortado el pelo de Bridget hacía varios días y el efecto había sido maravilloso. Bridget había descubierto que, después de todo, tener el pelo largo no era tan molesto. Cuando tenía el pelo limpio, resultaba suave y sedoso al tacto. Amaba sentarse y pasarse las manos por él durante la noche después de que Marvella se lo hubiera cepillado hasta dejarlo brillante. También tuvo que reconocer que Trystan había tenido razón sobre los baños calientes. Eran maravillosos. Desearía poder tomar uno todas las noches, pero no quería que esos pobres lacayos subieran y bajaran baldes de agua caliente por las escaleras solo para ella. —Todo listo —Marvella sonrió a Bridget en el reflejo del espejo de tocador mientras apoyaba las manos en sus hombros. —¿Estoy lista? Marvella se rio y sus ojos marrones centellearon. —Eso espero. No se me ocurre qué más a ver. Será mejor que busques a Su Señoría. Estoy segura de que tiene planeada tu próxima lección. Toda la casa había sido informada del propósito de la presencia de Bridget, que era parte de la apuesta que existía entre Trystan y Graham. Bridget aún no estaba precisamente contenta de estar en el centro de un juego entre dos caballeros aburridos, pero se había tomado en serio las palabras de Trystan. Al final de esto, ella tendría una vida diferente, una vida mejor. Valía la pena luchar por ello. Bridget salió de su dormitorio y encontró al mayordomo, el señor Chavenage, caminando por el pasillo. El mayordomo se inclinó cortésmente ante ella como si fuera una gran dama. —Ahh, buenos días, señorita Ringgold. —Disculpe, señor Chavenage, ¿dónde está Trystan… eh… Su Señoría quiero decir? —Creo que está en el comedor. —Gracias. Se dirigió al comedor y encontró a Trystan ajustando la disposición de varios cubiertos. Kent y Graham también estaban con él, ambos sentados y relajados, la imagen de los caballeros del ocio. —Ahh, bien, ahí estás —dijo Trystan sin siquiera levantar la mirada para verla—. Hoy revisaremos la conducta en una cena. Siéntate —señaló una silla y Bridget caminó hacia ella. Luego se detuvo, con las manos apoyadas en el respaldo de la silla mientras esperaba a que Trystan notara su vestido. Había elegido el que estaba convencida de que él había diseñado, y quería ver el aprecio en sus ojos por cómo se veía ella en él. Kent miró entre ella y Trystan antes de aclararse cortésmente la garganta. —Está usted preciosa hoy, señorita Ringgold. —Gracias, Lord Kent —respondió ella en su tono más culto y practicado. —¿No se ve bien, Trystan? —insistió Kent. Trystan estaba revisando los cubiertos a unas cuantas sillas de distancia, y apenas la miró. —Claro que sí. Los vestidos que le he diseñado cuestan una fortuna. Sería imposible que le quedaran mal. El comentario insensible golpeó a Bridget como una daga en el corazón, pero ella no era una pequeña y blanda criatura como las damas a las que Trystan sin duda estaba acostumbrado. Años de vivir al margen de la sociedad la habían hecho dura. Sin embargo, las duras palabras que acudieron a sus labios murieron antes de que pudiera pronunciarlas. Recordó lo que le habían prometido al final de todo esto si se comportaba. Gritarle al tonto hombre la habría hecho sentir mejor, pero no la ayudaría a conseguir lo que necesitaba. Si no lo supiera, incluso podría haber pensado que se trataba de una prueba para sacarla de quicio. Desafortunadamente, Trystan era realmente muy ajeno a los sentimientos de aquellos que lo rodeaban. —Siéntate, gatita —Trystanfinalmente dirigió su atención hacia ella—. Tenemos una cena mañana por la noche en casa de mi tía abuela, cerca de aquí. Necesito estar seguro de que puedes lidiar con la cena. Empecemos tu prueba. Ella se deslizó en la silla y esperó a que él empezara. Comenzó a pasearse como hacía a menudo. Ella nunca había conocido a un hombre con tanta energía, pero era una energía que lo llevaba a la inquietud. —Acabas de recibir una invitación para cenar dentro de dos semanas. ¿Qué tan pronto envías tu respuesta y por qué? —Envío mi respuesta en el plazo de un día porque la señora de la casa necesitará que se le avise con antelación para tener preparada comida suficiente y la mesa puesta para el número apropiado de invitados. Trystan asintió en señal de aprobación. —Ahora, es la noche de la cena. ¿Qué tan pronto o qué tan tarde llegas? —Lo mejor es llegar unos quince minutos antes de la… —¿cómo lo había expresado Trystan?—. ¿La hora asignada para la cena? —¿Y si, por desgracia, llegas tarde? —interrumpió Graham con un brillo de picardía en los ojos. Estaba sentado frente a ella, recostado en su silla y con un brazo alrededor de la silla contigua. —Yo... —no había estudiado mucho lo de llegar tarde porque Trystan le había inculcado que no se atreviera a llegar tarde. Continuó con más confianza—. ¿Una dama podría llegar tarde hasta media hora? Pero un caballero no puede llegar tarde. Es imperdonable. Graham parecía ligeramente decepcionado de que ella supiera las respuestas correctas. —Debería darte vergüenza, Bridget. No se supone que seas así de lista. Bridget no creía que estuviera siendo lista. Simplemente era lógico recordar que las mujeres tenían un poco más de indulgencia en las apariciones sociales que los hombres. Sus lecciones le habían enseñado lo mucho que podía tardar en vestirse en comparación con los hombres, así que si llegaban un poco tarde por problemas de vestuario, eso parecía aceptable. Trystan reanudó sus preguntas. —Bridget, cuando llegas a la casa donde vas a asistir a la cena, ¿a qué habitación entras primero? —El salón principal. Trystan apoyó las manos en el respaldo de la silla junto a Graham, quien se vio obligado a dejar caer el brazo de ella. —¿Y quién entra primero? —¿Quién entra al salón primero? —Bridget se movió nerviosamente, preocupada. Odiaba recordar el orden de preferencia para entrar en una habitación. Era difícil porque cambiaba cada vez dependiendo de quién estuviera presente en ese momento. —Sí. —Las damas entran primero, y se considera mala conducta que una dama y un caballero entren uno al lado del otro. —¿Y? —la mirada de Trystan se centró intensamente en su rostro, haciéndola retorcerse aún más. Sentarse quieta era muy difícil cuando él la miraba así—. ¿Cómo se determina el orden de entrada? ¿En qué orden entran? —Sí, dinos —intervino Graham—. Si Trystan, Kent y yo estamos en el salón principal y es hora de ir al comedor, ¿quién entra primero al comedor? —sonrió como un lobo que hubiera visto una oveja solitaria en una ladera sin pastor cerca. —¿Quién entraría primero entre vosotros tres? —Graham —advirtió Kent—. Ella no tiene por qué saber que… —Supongo que la decisión de quién entraría estaría entre los dos condes, en función de su edad; el mayor en edad primero, o tal vez el caballero que lleva más tiempo siendo conde —intentó ignorar la oleada de pánico que sintió al conjeturar—. Pero sé que de los tres hombres — ahora miraba a Graham con un poco más de placer—, tú serías el último como caballero sin título. Kent soltó una carcajada al ver la expresión amarga en el rostro de Graham. —Ella tiene razón. Graham, dile que la tiene. —La tiene —murmuró. Incluso Trystan sonreía, y Bridget se pavoneó un poco. —Trystan, ¿quién iría primero entre nosotros? — preguntó Kent una vez que dejó de reír. —La verdad es que no lo sé. Siempre hemos tomado una decisión en el momento, ¿no? —observó Trystan con una suave risita—. Puede que tenga que consultar mi libro de Etiqueta para Caballeros. —Tú haz eso —resopló Graham, recuperando su buen humor—. Ahora, ¿no se supone que tenemos que impartir clases de baile hoy? Las normas de etiqueta en las cenas son muy tediosas. —Más tarde —dijo Trystan—. Ahora, Bridget, ¿cuáles son los dos tipos de etiqueta sobre la mesa? —Eh… son á la russe y á la française. Trystan señaló con la cabeza la mesa de platos vacíos que había sobre el aparador. —¿Y cuáles son las diferencias? —El á la française solo tiene tres platos. Se colocan en la mesa siguiendo un patrón específico. Habría sopa, pescado y carne. Entrées serían lo primero, luego la carne y el postre es lo tercero. El á la russe es más sencillo, con los platos colocados en el aparador. Los sirvientes llevarán la comida a los comensales, quienes se servirán ellos mismos antes de que el platillo pase al siguiente comensal. Se sirven nada de platillos en cada plato, pero más platos en total. —Menos platos —corrigió Trystan—. Los platos se pueden contar. Ahora, digamos que te dan pan —extendió la mano hacia un jarrón de flores que había sobre la mesa, arrancó una gran flor de una de las rosas y la colocó en el plato frente a ella. Ella cogió la flor y la movió hacia su izquierda. —Lo cojo y lo muevo a mi izquierda. —¿Y lo cortas con un cuchillo o lo desgajas con las manos? —preguntó él. Era una pregunta capciosa. La lógica sugería que desgajarlo con las manos era tosco, pero en este caso, en realidad era lo contrario. El cuchillo se consideraba inapropiado. —Lo parto por la mitad con las manos. —Bien, ¿y cuáles son los dos temas de los que está prohibido hablar durante la cena? —Religión y política. —Buena lección para la vida, en realidad —dijo Kent, un poco para sí mismo. —Correcto —elogió Trystan—. Ahora vamos a merendar y practicar todo lo que has aprendido. Después de eso, comenzaremos nuestras lecciones de baile —dijo antes de llamar al mayordomo para que les llevara la merienda. —ELLA LO ESTÁ HACIENDO MUY BIEN PARA LLEVAR SOLO UNA semana —le dijo Kent a Trystan cuando entraron en el pequeño salón de baile que engalanaba el ala oeste de su casa familiar. —Sí, pero hay muchas cosas que se le pueden presentar y que no podemos prever. Debo intentar pensar en todo — Trystan sabía lo impredecibles que podían ser las cenas, a pesar de las reglas que a todos les habían enseñado a seguir. Sería peor si uno de los invitados oliera sangre en el agua, por así decirlo. Había algunos que, si sospechaban que algo no iba del todo bien con Bridget, pondrían a prueba cualquier signo de debilidad en su fachada. —Esta mañana no la has elogiado —dijo Kent. La punta de su bastón golpeaba suavemente el suelo mientras seguían a Graham y Bridget al salón de baile. La mirada de Trystan recorrió la figura de Bridget. Ella había elegido llevar un vestido que él había añadido al pedido de la señora Phelps poco después de su encuentro. Había hecho algunas adiciones basándose en sus propias preferencias y en los colores que creía que a ella le sentaban mejor. El verde le otorgaba brillo a sus ojos, y él adoraba las flores en el vestido de una mujer. A sus ojos, las mujeres y las flores compartían una conexión sagrada. Tal vez se debía a la sangre gitana de su madre, pero por ella había visto a las mujeres y a la naturaleza intrínsecamente unidas y, por tanto, creía que una mujer debía estar rodeada de la belleza de la naturaleza siempre que fuera posible. Su madre había adorado las flores silvestres. Tras su muerte, en lugar de esconderse de su recuerdo, él y su padre habían acogido juntos esa adoración para recordarla. Habían reformado varias habitaciones de la casa, incluida la de Bridget, para que pareciera un jardín inglés silvestre. —Ella se ve perfectamente bien —le dijo finalmente Trystan a Kent—. Bridget no necesita que yo se lo diga. Sabe muy bien que ese vestido le sienta bien. Kent miró al techo y dejó escapar un suspiro exasperado.—Un pequeño cumplido de vez en cuando no estaría de más. —Desde luego que sí. La muchachita ya es demasiado descarada. No necesito aumentar su confianza. Ya tiene bastante. —¿La tiene? —Kent dejó que la pregunta flotara en el aire antes de alejarse de Trystan y unirse a Graham y Bridget. Graham dijo algo y la chica se rio, su tono lleno de deleite. Algo se revolvió en el interior de Trystan. La risa de una mujer siempre era agradable de escuchar, pero algo en la risa de Bridget lo conmovió de manera diferente. No pudo evitar pensar en largas noches en cama con ella, buscando sus zonas sensibles a las cosquillas solo para oír su risa. Se pasó una mano por el pelo y apretó los dientes, conteniendo el inoportuno aumento de deseo en su interior. —Empecemos con la cuadrilla —anunció Trystan, con voz más dura de lo que pretendía, pero consiguió el efecto deseado de separar a la pareja y ponerlos manos a la obra. Graham le dirigió una mirada curiosa, pero dio un paso atrás, dejando que Trystan se interpusiera entre ellos. Trystan explicó a Bridget cómo funcionaba el baile y le hizo una demostración de los pasos hechos por las damas. —Kent, mantén un ritmo para ella —sugirió. Kent empezó a marcar un ritmo con su bastón. —Graham, enséñale los pasos del caballero. Cuando se sintió seguro de que ella podía intentarlo, dejó que Bridget y Graham bailaran. Bridget se concentró mucho y contó sus pasos, pero después de un tiempo se relajó y sonrió triunfante mientras bailaba tan bien como cualquier chica que hubiera estudiado con un maestro. —Muy bien. Has dominado la cuadrilla. —Trys, enseñémosle algunos bailes campestres, por si acaso —sugirió Graham—. Conociendo a Lady Tremaine, ella podría pedir algunos de esos. —Buen punto —coincidió Trystan. Pronto le enseñaron unos cuantos bailes tontos pero muy divertidos que implicaban muchos saltos, aplausos y vueltas. Luego le dio a la chica un momento para descansar e hizo que el señor Chavenage les llevara agua para saciar su sed antes de continuar—. Ahora, sobre la etiqueta del salón de baile — comenzó Trystan. —Eh, Trystan, has olvidado enseñarle el vals — interrumpió Kent—. Sé que es poco probable que se le permita bailarlo sin permiso de Lady Tremaine, pero es mejor saberlo, ¿no? —Kent se sentó en una silla junto a la pared, asemejándose a algún benévolo caballero de los tiempos del rey Arturo. Sostenía su bastón con las manos apoyadas en la empuñadura como si fuera una espada. —Yo le enseñaré el vals —Graham cogió a Bridget en sus brazos y la chica se puso rígida ante la repentina cercanía del hombre, tropezando mientras él casi la arrastraba por el suelo en su entusiasmo. Trystan apartó a su amigo del camino. —Creo que será mejor que me dejes enseñárselo. Apoyó una mano en la espalda baja de Bridget y luego colocó una de las suyas en su hombro. En el breve encuentro de sus manos, algo ardió en su interior. Intentó disimularlo mientras él cogía su otra mano. Ella abrió un poco los ojos. —Acércate, no te voy a morder —él le dio un suave empujón, pasando la mano de la cadera a la espalda y acercándola lo suficiente para que sus cuerpos casi se tocaran—. Ahora —continuó. Los labios de Bridget se separaron y su lengua mojó sus labios… labios que parecieron repentinamente muy suaves e irresistibles. Él realmente nunca había pensado en su boca, pero ahora estaba obsesionado con ella. —¿Ahora? —susurró ella. Trystan volvió a centrarse en la lección. —Ahora… bien… La clave es ser grácil y natural. No debes parecer una experta bailarina, ni ser rígida y contar cada compás. Quieres bailar como si hubieras bailado toda tu vida en un jardín bajo la luna creciente, con el aroma de las orquídeas en el aire y las flores de la luna floreciendo a tu alrededor. La danza es poesía en movimiento, y tú debes convertirte en esa poesía. Ella asintió, con una mirada de profunda concentración que suavizaba la expresión de sus ojos. Él creyó que ella estaba viendo en su mente ese jardín del que él hablaba, y por un momento él también imaginó que estaban en un jardín bajo la luna. —¿Qué hacemos ahora? —preguntó ella, con su ronco susurro acariciándole los oídos. Tragó saliva y se obligó a sí mismo concentrarse. —Sigue mis pasos. Uno, dos, tres. Uno, dos, tres —él contó mientras Kent marcaba el ritmo con su bastón. Trystan empezó a tararear uno de sus valses favoritos mientras daba un paso atrás y ella lo seguía. Unos instantes después, él olvidó dónde estaban mientras giraban juntos por la habitación. Sostuvo a la pasional belleza en sus brazos y ella lo miró, sin apartar los ojos de los suyos. Esta era la magia del vals. Permitía que un hombre y una mujer sintieran el calor del cuerpo del otro, que se sintieran tan cerca como para compartir los latidos del corazón. En ese instante, Trystan se olvidó de la apuesta, se olvidó de todo menos de la mujer entre sus brazos. Sus labios se curvaron en un atisbo de sonrisa y la mirada de Bridget era de ensueño, como si toda su vida hubiera vivido solamente en la cima de una colina con las flores silvestres más exquisitas. Ella brillaba, su belleza iba más allá de las palabras, y ese misterio femenino que todas las mujeres poseían se aferraba a ella como las estrellas se aferraban al cielo nocturno. Él iba a besarla. Iba a descubrir el sabor de esos labios… Trystan se inclinó muy ligeramente y Bridget cerró los ojos cuando sus narices se rozaron. —Ejem… —Kent pronunció la palabra con claridad y en voz bastante alta a espaldas de Trystan. Entonces, la realidad volvió a golpearlo y la soltó tan rápido que ella tropezó. —Bien… ahora ya sabes bailar el vals —dijo de forma realista. Distancia. Eso era lo que necesitaba para no besar a la maldita gatita—. Kent, ¿por qué no explicas las tarjetas de baile y el funcionamiento del maestro de ceremonias? Se apresuró a salir al pasillo y se apoyó en la pared, recuperando el aliento. ¿En qué demonios había estado pensando? Casi acababa de besar a la pequeña vándala en presencia de sus amigos y… Y eso no era aceptable en absoluto. No importaba la perfección de su baile o cómo se sintiera entre sus brazos. No importaba cuánto deseara saborear sus labios y mucho más. No importaba porque él no podía permitirlo. No podía coquetear con una chica así. Por un lado, le había hecho una promesa a Kent. Tampoco quería que la chica creara expectativas. Si la besaba, podría significar una promesa de algo en el futuro. Por eso nunca coqueteaba con jovencitas inocentes. Prefería cortesanas como amantes. O viudas lujuriosas. Ellas sabían que la situación era solo de placer mutuo. No era como si quisiera una esposa, y aceptar una con sus antecedentes le causaría un sinfín de penas a él y a la chica. Él podría soportar el escándalo, por supuesto, pero ella sería condenada al ostracismo por los demás una vez que la verdad saliera a la luz, y nunca sería invitada a nada social. La madre de Trystan había sufrido ese destino y no había sido fácil. Por mucho que a él le gustara romper las reglas, a menudo simplemente por su propio placer, hacer que una mujer, especialmente una con la que se hubiera casado, sufriera ese destino era algo que no estaba dispuesto a hacer. Algunas reglas, ni siquiera yo puedo romperlas. A 6 lgo era diferente. Bridget lo sabía y le preocupaba. Ayer, cuando había bailado con Trystan, se había perdido en el momento y había hecho lo que él le había dicho. Ella se convirtió en el vals. Ella había sido luz de luna, flores y música. Y por un breve momento, Trystan había estado justo allí con ella, la magia del vals transformándolos de dos seres a uno. Ella nunca había experimentado eso, excepto quizás con su madre cuando era joven. Habían estado leyendo juntas un libro sobre tierras lejanas con nombres como India, y la historia había cobrado vida como una especie de magia maravillosa. Estar conectada con Trystan había sido igual de maravilloso,pero de un modo diferente. Había algo en bailar así con él, sintiendo el calor de su cuerpo contra el suyo. Quería bailar con él una y otra vez hasta marearse por los encantadores giros. Pero hoy Trystan la estaba evitando. Cuando no estaban en clases, él se encerraba en su estudio con órdenes de no ser molestado. Durante sus clases, era más brusco que nunca en su trato con ella. Su distancia no debería haberla molestado. Después de todo, el hombre la volvía loca con sus órdenes y sus constantes preguntas. Sin embargo, eso le molestaba, y le molestaba que eso le molestara, y todo eso era una molestia. —Hombres —murmuró mientras subía las escaleras sin gracia para cambiarse para la cena de esa noche. Estaba hecha un manojo de nervios, ya que estaba a punto de conocer a la infame tía abuela de Trystan. Graham había hecho muchas bromas sobre la mujer, su mala vista y su aún peor oído. Trystan había soportado las burlas con una expresión divertida, pero siempre que había hablado de su tía abuela, había sonado bastante cariñoso con la anciana. Ya fuera porque era su último pariente cercano o porque a él le agradaba genuinamente, ella no tenía forma de saberlo. En cualquier caso, Bridget deseaba causarle una buena impresión. Pero en lugar de darle algún consejo útil, Trystan la había interrogado una y otra vez sobre diversos temas relacionados con el clima, que era el único tema del que se le permitía hablar esta noche. Cuando intentó protestar, señalando lo aburrida que parecería si solo hablara del clima, Trystan había arqueado una ceja oscura en señal de desafío. —¿Oh? ¿Y sabes algo de economía, filosofía, literatura o artes? El dolor que a ella le causó este comentario debió haberse reflejarse en su rostro, porque él corrigió rápidamente sus palabras. —Cuando tengamos más tiempo, te enseñaré todo lo que quieras saber. —¿Cualquier cosa? —preguntó ella. —Cualquier cosa. Pero como esta noche no tenemos tiempo para eso, debes apegarte a temas que requieran muy poco estudio. El clima y la salud de alguien. Graham había iniciado, sin mucha ayuda, una conversación sobre los diferentes tipos de nubes, lo que solo consiguió confundirla enormemente. No recordaba la diferencia entre cúmulo y nimbo. Para el final del almuerzo, se había sentido confundida y más que enfadada. Mientras se vestía para la cena, se aferró tanto como pudo a su ira como a su miedo. Podía controlar su rabia; no el miedo. Marvella eligió un vestido púrpura con mangas Van Dyck y escarapelas de satén rosa pálido como adornos el dobladillo de la falda. Bridget había diseñado el vestido ella misma con la señorita Phelps. Llevaba zapatillas de casa que combinaban con las escarapelas, y cintas rosas le recogían el pelo al estilo Griego. El efecto era muy impresionante. Estaba segura de que ni siquiera Trystan encontraría defectos en su aspecto. Bridget seguía sin poder recuperarse de su imagen cada vez que se veía a sí misma en el espejo. Realmente parecía una dama. Solo deseaba sentirse como una. Cuando bajó a reunirse con los caballeros para su viaje en carruaje hacia la cena, el miedo empezaba a vencerla y hacía todo lo posible por ocultar su temblor. ¿Y si la tía abuela Helena descubría que no era una dama decente? ¿La echarían y se vería obligada a volver caminando a casa? Kent y Graham la vieron primero. Ella podía oír la voz de Trystan mientras hablaba con el cochero. —¿Todo bien, querida? —preguntó Kent cuando ella llegó al final de las escaleras—. Estás muy pálida. —Estoy un poco nerviosa —admitió. Trystan apareció en la entrada. —¿Nerviosa? No tienes por qué estar nerviosa, gatita. Has manejado muy bien todo lo que te hemos presentado, así que déjate de preocupaciones tontas. Ven. No debemos llegar tarde —volvió a salir por la puerta y esperó a que ella lo siguiera. Kent le ofreció su brazo, y ella aceptó agradecida. La acompañó hasta el carruaje y Trystan la cogió de la cintura por detrás y la subió. Ella chilló con sorpresa. —Oh, silencio, simplemente estoy intentando que entres más rápido —dijo Trystan mientras le daba un golpecito en el trasero, lo que la hizo saltar dentro del carruaje. —¡Ah! Por qué, odioso… —pero antes de que ella pudiera arremeter contra él, Trystan colocó la punta de un dedo enguantado sobre sus labios y la silenció. Luego, con una suave mano en su hombro, la empujó hacia su asiento antes de sentarse a su lado. Ella se subió la capucha de su capa púrpura oscura, negándose a mirarlo. En cambio, conversó con Graham y Kent durante los veinte minutos que duró el viaje. A mitad de camino, el carruaje rodó por una pendiente en el sendero y ella fue lanzada hacia el regazo de Trystan cuando el carruaje se tambaleó hacia un lado. Trystan la cogió en brazos y la aseguró contra él cuando ella gritó. —Ya, ya. Te tengo, diablilla —dijo con sorprendente dulzura. Ella le rodeó el cuello con los brazos y se quedaron mirándose durante un largo momento. Luego se aclaró la garganta y la deslizó fuera de su regazo. Ella volvió a ignorarlo durante el resto del viaje. Cuando llegaron a casa de Lady Helena, Graham y Kent salieron primero, seguidos de Trystan. La cogió una vez más por la cintura y la bajó del carruaje. —Ahora, no estés nerviosa —murmuró—. Si te sientes bloqueada con respecto a qué hacer o qué decir, solo mira a Kent o a mí. Te ayudaremos. —¿Y si Lady Helena descubre quién soy? Podría echarme. Trystan le dio un golpecito en la nariz con el dedo. —Ella ya lo sabe. Se lo dije cuando yo buscaba añadirte a la cena. —¿Lo sabe? —jadeó horrorizada. —Oh, no le importará. Sabe que siempre encuentro formas de divertirme. Esto no es diferente. Tenía bastante curiosidad por ti y todo este asunto cuando me mandó una carta como respuesta. ¿Curiosidad? Bridget no estaba segura de que eso fuera tan reconfortante como Trystan pretendía. —Ahora, ven y deja de moverte inquieta —Trystan la acompañó escaleras arriba hasta la casa de Lady Helena, una antigua casa señorial de piedra, muy parecida a la de Trystan pero de menor tamaño. Lady Helena era la tía del padre de Trystan. Tenía setenta y dos años y nunca se había casado. Su padre, el abuelo de Trystan, le había obsequiado la casa, ella y la había administrado durante años como su señora. El personal les dio una calurosa bienvenida. Bridget permitió que Trystan le quitara la capa y disfrutó del breve consuelo de sus caricias en la parte superior de sus brazos. Luego, nerviosa, siguió al mayordomo mientras la escoltaba hasta el salón principal. Los hombres iban detrás de ella. Dentro del salón había un pequeño grupo de cinco invitados; dos parejas al menos dos décadas mayores que ella y una mujer mayor. Ésta mujer se levantó y Bridget se acercó a saludarla. —Gracias por la invitación, Lady Helena. Es un placer conocerla —Bridget hizo una ligera reverencia. —Eres bienvenida, querida. Muy bienvenida. Permíteme presentarte a mis otros invitados. Estos son el señor y la señora Babcock. Vienen de la finca contigua a la mía. Y ellos de por aquí son el señor y la señora Rutledge. Son mis vecinos al sur. —Encantada de conoceros a todos —Bridget saludó a las dos parejas de la forma en que le habían indicado. Se sintió aliviada cuando Trystan, Kent y Graham se presentaron y conversaron fácilmente con los invitados, permitiéndole a ella pasar a un segundo plano por un momento. Permaneció callada, absorbiendo la forma en que fluía la discusión. Parecía resultarles fácil a todos, especialmente a Trystan. A pesar de su comportamiento a menudo brusco con ella, era encantador y tranquilo con los invitados de su tía abuela. Bridget aprovechó que la conversación no iba dirigida a ella para estudiar a la tía de Trystan. A pesar de la edad de la mujer, parecía más joven de lo que Bridget había esperado, dadas las bromas de Graham, y parecía bastante vivaz para su edad. Había una pequeña trompetilla en su regazo y levantaba con frecuenciaun monóculo, mirando a través de él a todo el mundo, pero no era la anciana despistada que Bridget esperaba encontrar. Cuando Lady Helena volvió su monóculo hacia ella, vio el astuto brillo en los ojos de la mujer. —Ven aquí, querida —Lady Helena hizo un gesto a Bridget para que se sentara en una silla vacía a su lado. Bridget se sentó, aliviada de que los demás siguieran envueltos en su propia conversación—. Bridget… —Lady Helena experimentó el nombre en su lengua—. Mmm. Un nombre encantador y fuerte. Eso es bueno. Necesitas ser fuerte para manejar a mi sobrino nieto. Es un canalla, pero si sobrevives a su lado problemático, descubrirás que puede ser todo un caballero. Bridget habría discutido su punto de vista, pero recordó lo que Marvella había dicho sobre la paliza de Trystan a aquel hombre que la había abordado. —No hace falta que estés tan callada, querida — continuó Lady Helena. —Eh… mis disculpas, pero me han dicho que solo hable del clima y de la salud de los demás. ¿Se encuentra bien, señora, y cree que lloverá mañana? Lady Helena resopló. —Soy vieja, Bridget, eso es suficiente sobre mi salud. Y en cuanto al clima, no salgo de casa, así que más bien me importa un bledo. Lo que quiero saber es cómo has acabado aquí con mi sobrino nieto. Me dijo que estabas bajo su tutela para el lenguaje y lecciones de etiqueta. Pero conociendo a Trystan como yo lo hago, hay algo más que eso. Bridget lanzó una mirada a los demás invitados, quienes se habían reunido en el otro extremo de la sala para hablar. —No te preocupes por ellos. No pueden oírnos desde allí. Había algo en Lady Helena que hizo que Bridget confiara de inmediato. —Bueno, es una historia bastante larga. —He mencionado que soy vieja, ¿no? Intenta la versión corta. —Bueno, Trystan me encontró trabajando en una taberna en Penzance y apostó su cabaña de cazadores a que podía convencer a todos de que yo era una dama. —¿Él qué? Supongo que será mejor que me des la versión larga, después de todo. Bridget le contó su historia a Lady Helena y consiguió terminar justo cuando el mayordomo anunció que la cena estaba lista. Lady Helena alcanzó la mano de Bridget y la estrujó. —Continuaremos hablando de esto más tarde. Bridget miró a Trystan. Parecía que su prueba estaba oficialmente a punto de comenzar. Ella dejó que Lady Helena condujera a las mujeres al comedor, y fue la última antes de que los caballeros se formaran detrás de ella. Trystan fue el primero en entrar tras ella, y su mano tocó brevemente la suya, estrujándola levemente. Ella se sobresaltó tanto ante ese bienvenido e inesperado contacto que casi tropezó. Un lacayo la guio hasta un asiento y, cuando vio que las demás damas se quitaban los largos guantes de noche, siguió su ejemplo y los guardó. Luego se colocó la servilleta en el regazo y rezó para sobrevivir a la cena sin pasar vergüenza. LA CHICA LO ESTABA HACIENDO BIEN, ESPLÉNDIDAMENTE DE hecho. Si no se hubiera acostumbrado tanto a sus sutiles expresiones, nunca se habría dado cuenta de lo nerviosa que estaba. Se presentaba como una dama serena cuyos modales eran la esencia misma de la calma. Había estado sentado al lado de Bridget gracias a la suerte o, más probablemente, a la inteligente planificación de su tía, ya que Bridget podría necesitar a Trystan si se encontraba con alguna dificultad. Mientras el primer plato era servido, Bridget emuló cuidadosamente a todos los que la rodeaban y dijo muy poco. —Señorita Ringgold, usted es originaria de Yorkshire, ¿verdad? —preguntó el señor Babcock. Era el caballero sentado a la izquierda de Bridget. —Sí —respondió ella, pero no dio más detalles. —Es un país frío —continuó el señor Babcock—. He oído que están buscando la posibilidad de ampliar la industria textil allí. Más y más algodón, es lo que dicen —el señor Babcock esperó a que ella respondiera y, por un segundo, Trystan temió que ella se congelara al no encontrar la forma de relacionar los molinos de algodón con el clima o la salud de Babcock. —Eh… sí. Creo que esperamos igualar pronto a las Tierras Medias en producción de algodón. Dado que el algodón representa cerca del cuarenta por ciento de las exportaciones británicas, sería sabio seguir el ejemplo de las Tierras Medias y ampliar ese crecimiento económico. Pero mi preocupación radica en las condiciones de trabajo de estas fábricas. Hemos gastado demasiado tiempo y energía en los avances de la tecnología en las fábricas, pero no hemos adoptado ninguna medida para hacerlas más seguras. Si no tenemos cuidado, los Luditas podrían levantarse de nuevo, como hicieron en 1779. Se hizo un gran silencio y Trystan se quedó pasmado. El señor Babcock levantó su copa hacia Bridget. —Muy cierto, señorita Bridget. Si mejoramos las condiciones de trabajo, los trabajadores producirán más algodón con mayor seguridad, lo que nos beneficiará a todos. Trystan, agradecido por su control, se las arregló para ocultar su asombro. ¿Cómo sabía la chica algo de fábricas de algodón o levantamientos Luditas? No habían cubierto ese tema en ninguna de sus clases. Sintió que alguien lo observaba y miró a su alrededor para descubrir a su tía abuela mirándolo fijamente. Tenía ese monóculo levantado y sus ojos lo estaban congelando en su lugar. Bebió rápidamente un vaso de vino y se centró en la conversación, dispuesto a sumergirse en ella y discutir sobre las fábricas de algodón si era necesario. El resto de la velada transcurrió bien, sin nuevas sorpresas, por suerte. Cuando las damas volvieron al salón, los hombres se quedaron fumando puros y disfrutando de un poco de oporto. Trystan confiaba en que Bridget pudiera arreglárselas sin él durante un rato. Cuando los caballeros se reunieron de nuevo con las damas en el salón, media hora más tarde, Bridget estaba inmersa en una animada conversación con las demás mujeres, quienes la escuchaban embelesadas. La señora Rutledge se estaba abanicando y parecía escandalizada y encantada a la vez. Profundamente preocupado por la escabrosa historia de taberna que Bridget debía estar compartiendo, se dirigió hacia ellas. Solo alcanzó a oír el final de la historia de Bridget. —Y entonces los isleños convirtieron al lord pirata en su jefe. —¿Qué? ¿Los caníbales? —jadeó la señora Babcock. —Sí. Pero entonces se dio cuenta de que probablemente iban a comérselo pronto, como hacían con todos sus jefes, así que él… Oh, hola, Trystan —Bridget le sonrió mientras él se detenía cerca del grupo de mujeres. No podía dejar que Bridget terminara la historia que les había estado contando. Solo Dios sabía cómo acabaría una historia de piratas y caníbales si la dejaba continuar. Su tía abuela suspiró. —Ahh, Trystan, supongo que ahora quieres irte y privarme de la maravillosa y entretenida compañía de la señorita Ringgold. Bridget, querida, tendrás que venir a visitarme para almorzar la semana que viene. —Sí, Lady Helena —aceptó inmediatamente la chica. Le agradeció a la mujer mayor y siguió a Trystan mientras la escoltaba hasta el vestíbulo, donde los lacayos esperaban con sus capas. Graham y Kent se les unieron y volvieron a subir al carruaje para regresar a casa. —Bueno, bien hecho, Trystan. Ni un solo incidente —dijo Kent. —En efecto. Estamos avanzando bien —a pesar de la escabrosa historia que la chica había estado compartiendo, pareció agradarle a las mujeres y los hombres habían quedado impresionados con sus sorprendentes conocimientos de la industria del algodón. Trystan sonrió con aires de suficiencia. La apuesta iba de camino a ser ganada. —¿Cómo demonios sabías tanto sobre el algodón, Bridget? —preguntó Graham. —Sí, ¿cómo? —preguntó Trystan. Ella miró entre ellos y se encogió de hombros. —Tal vez trabajé en una taberna, pero siempre presté atención a las cosas que decía la gente. —Bueno, has estado brillante —elogió Phillip—. Creo que podrías llegar a ser una buena economista con más estudios. —¿De verdad lo crees?—le preguntó ella. —Sí, tal vez una vez que terminemos con este asunto del baile, Trystan podría enseñarte cosas más relevantes. Tú harías eso ¿no? —le preguntó Phillip. —Sí, por supuesto, si la chica quiere aprender, le enseñaré lo que sea —lo decía bastante en serio, y eso ya le estaba dando maravillosas ideas sobre cómo podría ser su próxima apuesta; presentar a Bridget en la casa de los lores disfrazada de hombre y hacerla hablar. La idea lo hizo sonreír perversamente. Cuando llegaron a la casa, Trystan estaba de buen humor y deseaba celebrar. Como resultado, se olvidó de ayudar a Bridget a salir del carruaje. Cuando se volvió para ayudarla, Kent ya la había ayudado a salir. Bridget estaba callada y él supuso que estaba agotada por la velada. —Sube a la cama, Bridget. Descansa un poco —le dijo, y luego se marchó a la sala de billar con sus amigos. Los otros dos hombres habían entrado primero que él, pero algo lo hizo detenerse y mirar hacia atrás a lo largo del pasillo. La chica no fue escaleras arriba. Permaneció de pie en el vestíbulo, muy quieta, con la capa todavía sobre sus hombros. De repente, se dio la vuelta y salió por la puerta principal, dejando al señor Chavenage mirándola confundido. El mayordomo la llamó por su nombre, pero la muchacha no volvió a entrar en la casa. —¿Quieres un brandy, Trys? —ofreció Graham desde la sala de billar. —Empezad sin mí. Volveré en un momento —se apresuró por el pasillo hacia su mayordomo. —Milord, la señorita Ringgold acaba de irse… —Sí, lo he visto, gracias —salió furioso hacia la noche tras su problemática pupila. La luna brillaba en lo alto y el cielo estaba lleno de estrellas, por lo que le resultó fácil ver a Bridget caminando por el sendero de grava que rodeaba su casa. Enseguida se dio cuenta de hacia dónde se dirigía. Con un gruñido, corrió tras ella y la alcanzó justo en la entrada de los establos. La cogió del brazo y tiró de ella hasta detenerla. Se giró para enfrentarse a él, con una expresión encendida de rabia femenina. —Deberías estar en la cama. Mañana tenemos más trabajo por hacer —le sujetó la muñeca y ella tiró contra él, intentando liberarse, pero el intento fue poco entusiasta. —No estaba lista para dormir —espetó—. Necesitaba despejarme antes de ensangrentarte la maldita nariz —ella era fuego y furia. Trystan estaba fascinado por este arrebato. —¿Por qué razón? —Porque no me dijiste que hice un buen trabajo esta noche. Tú y los demás estabais demasiado ocupados felicitándoos a vosotros mismos. Yo hice que esta noche fuera un éxito. ¡Yo! —Bridget tiró de su muñeca de nuevo, pero Trystan todavía la sostenía con firmeza y ella solo logró tirar de sí misma hacia él para que sus cuerpos chocaran. La cogió por la cadera con la otra mano, estabilizándola. La capucha de su capa cayó hacia atrás y su aliento brotó precipitadamente. Tal vez era el fuego que ella llevaba dentro o el aroma del heno caliente en una fría noche de primavera, pero algo desplegó y extendió sus perversas alas en el interior de Trystan. —Vuelve a insultarme, Bridget, y te arrepentirás —le advirtió. —¿Insultarte? —siseó y le pisó los dedos de los pies. Con un gruñido bajo, él la hizo girar y apartó su capa mientras la inmovilizaba contra la pared del establo y le golpeaba el trasero. Ella chilló de rabia más que de dolor, porque él no la había golpeado con fuerza—. ¡No soy una niña! No puedes tratarme como tal —forcejeó contra él, pero la mantuvo atrapada entre él y la pared. —No, definitivamente no eres una niña —le dio otros cuatro ligeros azotes antes de que su mano se detuviera en su trasero. Él respiraba con dificultad. Su cuerpo se sentía tan vivo como si le hubiera caído un rayo encima. Ella lo miró por encima del hombro, con sus ojos iluminados por las lámparas colgantes del establo. Vio en ella un hambre sensual, esa antigua necesidad que a menudo no podía plasmarse en palabras, sino solo liberarse con acciones de la carne. —Sigue mirándome así y te besaré —él advirtió con voz áspera y un poco más grave de lo normal. En ese instante se sintió más un animal primitivo que un hombre. —No te atreverías —replicó Bridget—. Has dejado bien claro que me consideras inferior a ti. —Deberías ser muy afortunada —la cerilla encendida que se había lanzado entre ellos había encontrado yesca. La giró para que lo mirara de frente y la inmovilizó contra la pared por segunda vez. Le cogió la nuca y le sujetó la cabeza mientras se inclinaba hacia ella y hacia su boca. Sus labios eran tan suaves como él los había imaginado. La boca de Bridget se abrió bajo la suya y él se adentró más, con su lengua buscando la de ella. Se sacudió entre sus brazos, como sorprendida, y luego se ablandó. No había nada más exquisito que una mujer derritiéndose contra él, pero tener a esta mujer le parecía más intenso y de alguna manera más profundo que cualquier otra experiencia que hubiera tenido. Le pasó los dedos por el pelo, liberando el peinado y todas sus horquillas cuidadosamente colocadas, hasta que el cabello de Bridget cayó sobre el dorso de sus nudillos, haciéndole cosquillas en la piel. Dios, amaba su cabello sedoso. Quería sentirlo acariciar su pecho mientras ella montaba su cuerpo desde arriba y él yacía debajo de ella. El castigo que había pretendido infligir con su beso cambió entre el primer gemido suave de Bridget y el segundo. Él no suavizó su beso, pero sí su violenta embestida contra su boca. Deslizó una mano por el cuerpo de Bridget para coger su trasero y estrujarlo. Ella se puso de puntillas y le rodeó el cuello con los brazos, aferrándose a él. Animado por su reacción, la levantó y empujó su muslo entre los suyos mientras le subía las faldas. Ella gimió y jadeó contra sus labios. —Móntame —la animó mientras la incitaba a frotarse contra su muslo, presionándole el trasero con la palma de la mano. Luego volvió a besarla y ella respondió con entusiasmo. Se meció sobre él, frotándose contra su muslo. Él gruñó, tan fuerte que sintió que la polla le iba a romper los pantalones. Le dio otro ligero azote en el trasero y Bridget gritó, con los brazos cerrados alrededor de su cuello mientras alcanzaba el clímax. Trystan la besó suavemente ahora, de manera más dulce mientras ella empezaba a temblar. ¿Había estado alguna vez con un hombre? Nunca había pensado en preguntárselo. Sospechaba que no, y algo en Trystan se calentó al pensar que había sido él quien le había enseñado a encontrar placer. Cuando sus temblores cesaron finalmente, llevó los dedos bajo su barbilla para que lo mirara. —¿Estás bien? Esos ojos lavanda estaban perdiendo esa mirada soñadora y empezaban a abrirse de par en par. —¿Qué demonios me has hecho? Yo… —entonces ella lo empujó y se bajó las faldas de un tirón. Ahora él sentía que su propio temperamento aumentaba. —¿Qué he hecho yo? —aún estaba duro y deseaba desesperadamente encontrar su propia satisfacción. ¿La muchachita tenía el descaro de enfadarse con él cuando ella había encontrado su propio placer? Bridget bajó la mirada y vio el efecto que sus besos habían tenido en él. Con un brillo despiadado en los ojos, se levantó las faldas y le golpeó la ingle con un rápido rodillazo. Sus ojos se desorbitaron. Algo había ocurrido. Algo malo. Pero aún no se había dado cuenta. Apenas fue consciente de su salida precipitada de los establos y su regreso a la casa. Gimió, dio dos pasos tras ella y cayó de rodillas. Era como si se hubiera quedado sin energía. Una sensación extraña, pensó, porque no tenía fuerzas para hablar. Entonces, el dolor empezó. Juró que podía ver su propio cuerpo como desde muy arriba mientras caía de lado y el verdadero significado del sufrimiento lo golpeaba. Pasaron varios minutos antes de que pudiera volver a pensar con claridad. Esa diablilla iba a acabar con él. Pero en el fondo, sabía que se lo merecía. Y también sabía que Kent tenía razón. Estaba tentado, pero temía que notuviera nada que ver con la conveniencia de que ella estuviera aquí, sino con algo más que no se atrevía a nombrar. B 7 ridget estudió el hermoso castaño castrado que el mozo de cuadra había sacado de los establos. Kent y Graham sonrieron ante su expresión de perplejidad. —¿Es para mí? —preguntó—. ¿Para montar hoy? —Para montar cualquier día —corrigió Kent—. Lo he comprado para ti. Es un regalo, ya que te ha ido muy bien en las clases. Además, deberías tener un caballo para moverte cuando acabe la apuesta —los ojos de Kent brillaron mientras se apoyaba en su bastón. El dolor que tan a menudo ensombrecía sus rasgos se desvaneció bajo su alegría y entusiasmo. Bridget no podía creer que le hubiera comprado un caballo. La sola calidad del animal le decía que era una criatura costosa que nunca habría podido permitirse por sí sola. Miró por debajo de las pestañas a Trystan, quien estaba parado cerca, con el ceño fruncido. Ella era la que tenía derecho a fruncir el ceño, no él. Después de lo que había pasado anoche, ella era la que estaba furiosa. Azotarla como a una niña ya era malo, pero hacerla disfrutarlo y disfrutar de lo que sucedió después y luego ser tan malditamente arrogante sobre… bueno, todo. —Debería haberle comprado un caballo a la chica — refunfuñó Trystan. —Pues no lo hiciste. Ni se te habría ocurrido a ti solo — dijo Kent, con su férrea alegría intacta—. Bridget, acércate y acarícialo para que conozca tu olor —la instó Kent a unirse a él junto al caballo.—Se llama Beau. Tiene dos años y es el caballo cabriolero más elegante que jamás hayas visto. No puedo esperar a verte montarlo en Hyde Park. —Serás la envidia de todas las damas y caballeros —dijo Graham—. Es una fina bestia. Ayudé a Kent a elegirlo. Ella levantó la mano y acarició al caballo. El animal le dio un golpecito en la mano en señal de saludo. Le lanzó una mirada valorativa a Graham mientras acariciaba la nariz de Beau. —No creí que quisieras que yo ganara tu apuesta. —Dejando a un lado las apuestas, toda dama se merece un buen caballo. Además, aunque no deseo que gane Trys, eso no significa que yo quiera castigarte. Has sido excesivamente buena complaciendo nuestros caprichos. Te mereces algo por tratar con nosotros, 'caballeros elegantes y mimados', ¿eh? —soltó una risita. Los ojos castaños oscuros de Beau se clavaron en los suyos y ella sintió que la invadía una sensación de paz. Había oído que los caballos eran así. —Amo los caballos, pero nunca he montado uno. Trystan se unió a ellos, con cara de incredulidad. —Pero vivías en un maldito establo. —Solo dormía allí para que nadie pudiera encontrarme. Los hombres se emborrachaban, y es más fácil patear una puerta en la taberna que subir una escalera. Pero nunca he montado a caballo, ni una sola vez. —Entonces hoy aprenderás —le sonrió brillantemente Kent—. Montar a caballo es una libertad a la que pronto te volverás adicta —luego se volvió hacia Trystan—. ¿No se ve elegante en su nuevo traje de montar? Su traje de montar de terciopelo bermellón tenía un sombrero a juego que adornaba su cabeza, decorado con una hermosa pluma de faisán. Bridget amaba cómo le quedaba, pero no se había dado cuenta de que ponérselo significaría subirse a un caballo. Había estado demasiado ocupada dando vueltas frente al espejo, admirando su reflejo como una urraca tonta. —Sabes muy bien que sí —dijo Trystan de forma gruñona—. Ven aquí, Bridget. Te ayudaré —la cogió de la mano y tiró de ella hacia él. Estaba tan concentrada en la sensación de su mano que no se dio cuenta de que la estaba levantando hasta que su trasero se dejó caer en la silla de montar. De repente, se paralizó de miedo mientras sus piernas colgaban del mismo lado del caballo. Estaba sentada casi de lado sobre él, lo que no la hacía sentir segura ni estable—. ¿Bridget? —la voz de Trystan sonaba extrañamente distante. Todo lo que realmente podía oír claramente era un zumbido en sus oídos, y todo lo que sentía era el golpe seco de su corazón mientras latía lo suficientemente fuerte como para salirse de su pecho. —Yo… —estaba demasiado asustada para moverse, y mucho menos para hablar. Estaba sentada a cierta altura del suelo, y el caballo se sentía enorme, poderoso, peligroso bajo su cuerpo. ¿Y si la tiraba y la pisoteaba? ¿Y si se caía y su cuerpo la aplastaba? —Tal vez debería… —comenzó Trystan, pero en lugar de terminar su pensamiento, subió detrás de ella. Sentir la fuerza de Trystan y el apoyo de poder recostarse contra él calmaron sus pensamientos turbulentos y llenos de pánico como un murmullo de estorninos aterrizando en el suelo a la vez. —¿Mejor? —preguntó él. —S… sí. Solo estaba un poco aterrada —admitió, su voz aún temblaba. —No lo estés, gatita. Ahora te tengo en mis manos. Te enseñaré lo que necesitas saber. De algún modo, había sido cambiada por su pelea de la noche anterior y el maravilloso, casi aterrador placer que había sentido después. No podía decir cómo exactamente. Todo lo que sabía era que se sentía menos enfadada con él que la noche anterior… y extrañamente más reconfortada por él. Kent y Graham montaron sus caballos y comenzaron a trotar delante de Bridget y Trystan. —Montar a la amazona es una lección para otro día — dijo—. Pasa la pierna izquierda hacia el otro lado, eso es, buena chica. Levanta tus faldas para que puedas montar a horcajadas. Como yo estoy usando los estribos, tú solo te sujetas a él con las rodillas. Levantó las faldas y dejó caer las piernas por los costados del caballo, luego presionó ligeramente las rodillas contra los flancos del animal, asegurando el agarre de su cuerpo al caballo. Se sentía mucho más estable que la forma en que había estado sentada antes, donde había estado semi sentada sobre el lomo de la bestia. —¿Por qué las mujeres cabalgan de la otra manera? — preguntó ella. —Me temo que te parecerá una respuesta bastante tonta —evadió Trystan mientras empujaba al caballo hacia adelante con una ligera patada. —Cuéntame. —La sociedad… la sociedad civilizada, en todo caso… — comenzó. —Te refieres a los hombres —interrumpió Bridget, sospechando hacia dónde se dirigía el tema. —Eh, sí. Bueno, no creen que las mujeres deban sentirse… ¿cómo decirlo? Les preocupa que una mujer pueda sentirse excitada por el movimiento entre sus muslos. Y además, los hombres no tienen mucha visibilidad de las piernas de las mujeres cuando montan de lado. —Oh, eso sí que suena tonto —coincidió ella. Imaginó a muchas mujeres cayéndose de los caballos por tener que sentarse de una forma tan incómoda e inestable. Todo por lo que pensaban algunos hombres. —En realidad estoy de acuerdo, pero también creo que una mujer debe sentir placer si lo desea, y creo que tengo derecho a disfrutar viendo sus hermosas piernas si ella decide enseñarlas —soltó una risita, y el intenso sonido retumbó de su pecho hacia la espalda de Bridget. Trystan le agradaba cuando estaba relajado y no ocupado dando órdenes. Graham atravesó la calle al galope. Kent mantenía su caballo junto a Trystan y Bridget mientras recorrían el camino que se alejaba de la casa. La avenida estaba bordeada de castaños brillantes con hojas nuevas que bailaban con la ligera brisa, y el sol suave y cálido bañaba el rostro de Bridget. A pesar de las nubes lejanas, ella podía oler el aroma limpio de la lluvia fresca y supuso que pronto les caería un chubasco. Trystan comenzó de nuevo sus lecciones, y Bridget encontró preferible esta clase a caballo que aquella en la mesa del comedor o en la biblioteca. A pesar de su creciente amor por los libros de Trystan, le gustaba mucho más estar en el exterior, en el mundo. —Ahora, deberíamos comentar algunos comportamientos que necesitarás aprender para cuando estés en la ciudad —comenzó él. —¿Por dónde empezamos? —preguntó Kent. —Por la caminata, creo —continuó Trystan—. Bridget, ¿me estás escuchando? —Sí —ella lanzó una pequeña sonrisa a Kent, quienpareció darse cuenta de que había estado soñando despierta. Él le devolvió la sonrisa secreta. —Hay horas más populares para ir a Hyde Park cuando pasear y ser visto por otros en sociedad es tu deseo. Entre las cinco y las seis de la tarde… —habló largo y tendido de las horas más populares para diversas actividades, y ella dejó de escuchar. Solo cuando él le pellizcó el trasero, ella se sobresaltó, se sentó más derecha y volvió a concentrarse —. Prohibido caminar sola como joven soltera. Debes ir acompañada de una chaperona autorizado. Si estás casada, puedes caminar con un acompañante que no necesita ser chaperona. Ahora bien, si ves a alguien conocido y deseas saludarlo, debes permitir que la persona de mayor rango te salude primero, a menos que sea un hombre. Aunque sea un duque, tú eres la dama y tienes el poder de saludarlo primero. Como dama, siempre tienes el derecho de reconocimiento antes que cualquier hombre. La única excepción sería si el caballero llevara mucho tiempo conociéndote íntima o familiarmente. Esto era un poco más interesante que las reglas de las horas más populares. —¿Cómo saludo a alguien? —preguntó ella. Dudaba que alguna vez reconociera a alguien, pero valía la pena preguntar. Ahora, sus manos sujetaban ligeramente las riendas del caballo. Las manos de Trystan también sujetaban las riendas, y sus dedos se rozaban de vez en cuando mientras el caballo caminaba. Chispas de percatación subieron danzando por sus brazos. Intentó no pensar en las manos de Trystan, sin guantes, azotándole el trasero, pero el mero hecho de pensarlo le provocaba oleadas de deseo en el bajo vientre. —Una dama hará una ligera reverencia o inclinará la cabeza. Un caballero se inclinará y se quitará el sombrero de la cabeza. Si se limita a tocar el ala de su sombrero hacia ti, eso es inaceptable —continuó Trystan, completamente ajeno a sus pensamientos. —¿Azotarías a un hombre que me hiciera eso? — preguntó ella en tono burlón. Kent se rio. —Podría —dijo Trystan muy serio—. Respetar a las mujeres es la forma más elevada de civilidad. Sois el sexo débil y merecéis un trato que lo refleje. Si Kent no hubiera estado allí, ella le habría preguntado a Trystan si azotar a una mujer y luego besarla como él lo había hecho era respetuoso. Amaría ver su reacción ante eso. El hombre probablemente balbucearía y luego la azotaría de nuevo. Ella se mordió el labio para ocultar una sonrisa. Empezaba a darse cuenta de que un Trystan frustrado era un Trystan apasionado. Quizá se había apresurado demasiado a enfadarse con él. Después de todo, a ella le había gustado bastante todo lo que había pasado la noche anterior. Al principio había querido negarlo, pero ahora no podía. Cabalgaron otros quince minutos, recorriendo sus tierras antes de que ella divisara un viejo conjunto de ruinas semiocultas en el bosque. —¿Qué es eso? —señaló las ruinas. —Parte de una antigua iglesia Sajona —dijo Trystan. —¿Podemos ir a verla? —preguntó Bridget, emocionada. —Vamos, llévala, Trys. Yo alcanzaré a Graham —instó Kent a su caballo hacia la lejana figura de Graham que aún galopaba por el campo. Ella y Trystan siguieron solos. Cuando llegaron al borde de la estructura de piedra, él se deslizó fuera de la silla de montar y la ayudó a bajar. Por un momento, sus manos permanecieron en su cintura y las de ella en sus hombros. Miró el cálido color marrón whisky de sus ojos y, una vez más, sintió un hambre prohibida por él. —Sobre anoche —dijo él lentamente, con un tono suave y vacilante—. Debo disculparme por… por lo que hice. —¿Azotarme como a una niña y luego besarme… y todo lo que siguió? —preguntó ella. Ninguno de los dos se movió. El aire se sintió repentinamente cargado, como si una tormenta creciente estuviera sobre ellos. —Bueno… —sus labios se crisparon mientras luchaba contra una sonrisa traviesa—. Solo te pido disculpas por mi tono cuando te hablé. Mantengo todo lo demás, arpía — Trystan le soltó las caderas y caminaron hacia las ruinas. La forma en que dijo arpía esta vez fue menos como un insulto y más como una palabra de cariño. —¡Aun así me azotaste como a una niña! —protestó. —Eso no tiene nada que ver con tratarte como a una niña. Sé muy bien que eres una mujer adulta —la voz de Trystan se volvió más grave y Bridget sintió escalofríos, pero no por miedo. —¿Entonces? A pesar de que no había nadie cerca para oírlos, Bridget sabía de alguna manera que su pregunta iba a provocar una discusión de naturaleza prohibida, y ella miró a su alrededor. Se detuvieron junto a la entrada, donde había un muro bajo que sobrepasaba ligeramente la cintura de Bridget. Ella sabía que él estaba haciendo tiempo mientras se apoyaba en el muro de piedra en ruinas y estudiaba los cimientos. Parte de la estructura seguía en pie, pero la mayoría se había derrumbado. —Trystan, por favor, debes decírmelo —ella se paró a su lado, se levantó las faldas e intentó subirse a la parte inferior del muro, pero estaba demasiado alto. Después de ver sus intentos frustrados, la levantó y la dejó en la pared para que se sentara frente a él. Trystan colocó las palmas de sus manos a ambos lados de sus caderas, con sus rostros separados por escasos centímetros. La brisa acarició un mechón de pelo oscuro en la frente de Trystan. Sus rasgos mantenían un hermoso contraste entre la dureza de su rostro y la suavidad salvaje de su grueso cabello oscuro. Incapaz de resistir el impulso, ella le apartó el pelo de los ojos. Él la cogió de la muñeca con suavidad. Bridget deseó que ninguno de los dos llevara guantes, porque quería sentir su piel sobre la suya. Como si escuchara sus pensamientos, él se quitó lentamente los guantes y luego los de ella. Luego le acarició la palma de la mano con el pulgar. El simple contacto era seductor de la forma más hipnótica. —Lo que te estamos enseñando, todos los modales y lecciones de baile, es solo la mitad de lo que significa ser una dama. Tienes que aprender muchas cosas sobre los hombres y lo que ellos quieren. Y lo que es más importante, necesitas aprender lo que mereces de los hombres. —¿En la cama? —adivinó ella, con la respiración acelerada. —Sí, pero también en la vida. —No deseo casarme. —Entonces sí que eres una criatura tonta —suspiró él—. No deseo casarme, pero mi posición me permite ese lujo. A ti, solo te cierra oportunidades que de otro modo no tendrías. —Porque es un mundo de hombres —murmuró Bridget. —Es lo que es —dijo Trystan—. Ahora, imaginemos que por un momento bailas en los brazos de un hombre apuesto en el baile de Lady Tremaine y sientes un aleteo en el vientre… Ella sabía a qué se refería, esa sensación que a veces era tan abrumadora al punto de sentirse mareada. Pero en su limitada experiencia, él era el único hombre por el que había sentido eso. No lo había experimentado con Kent ni con Graham, y ambos eran tan apuestos como Trystan. —La sociedad te enseña que las mujeres no tienen o no deberían tener deseos o placeres. Pero eso es mentira. Los cuerpos de las mujeres están diseñados como los de una diosa. Sois criaturas nacidas para sentir el más exquisito de los placeres. Vuestro cuerpo es un mapa rebosante de destinos placenteros, y cuando un hombre y una mujer se unen, puede ser verdaderamente hermoso. Puede ir más allá de lo que jamás hayas soñado. Con el hombre equivocado, puede ser incómodo, poco placentero e incluso desagradable —le soltó la muñeca para acercarse y acariciarle el punto justo detrás de la oreja, lo que le produjo escalofríos. Ella se retorció. —Aún no me has explicado por qué me has azotado —le recordó. Él torció los labios. —Hay juegos para hombres y mujeres, posturas interesantes que pueden experimentar y juguetes que pueden utilizar… —¿Juguetes? —ella no podía imaginar qué quería decir con eso—. ¿Como muñecas? Él soltó una risita pecaminosa y sacudió la cabeza. —No, no como muñecas —cogió sus muñecas entre las suyas, rodeándolascon sus fuertes dedos hasta controlar sus manos—. Imagíname cogiéndote así. No puedes escapar de mí mientras te beso en lugares como éste… —se inclinó para besar sus labios y luego bajó hasta su cuello, rozando y luego mordisqueando su oreja. Le pasó la lengua por la concha de la oreja, y ella se estremeció y jadeó cuando un fuerte latido entre sus muslos la abrumó repentinamente—. ¿Cómo te hace sentir eso, gatita? ¿Hace que tus muslos tiemblen? ¿Sientes anhelo en el lugar secreto entre tus muslos por algo que aún no comprendes? —las traviesas palabras susurradas en su oído la hicieron gemir. —S… ¡sí! Él le mordió ligeramente el lóbulo de la oreja, pero el pequeño pinchazo fue demasiado. —Trystan —suplicó, pero no estaba segura de lo que pedía. —¿Sabes lo que necesitas? —le preguntó mientras el agarre en sus muñecas se intensificaba suavemente—. ¿Sentir tu cuerpo bajo mi control, saber que soy el amo de tu placer? Te excita, ¿verdad? Un buen hombre sabrá darte lo que necesitas, como unos azotes de vez en cuando. No necesitas un amo que te ordene vivir tu vida, pero puede que necesites un hombre que demuestre que es digno de tu fuego y de tu sumisión. —¿Mi sumisión? —no estaba segura de entender, pero era difícil pensar más allá de las imágenes vívidas y eróticas que pintaban sus palabras. —Cuando te entregues en esos momentos de placer, te convertirás en la dueña de ese hombre. Tú tienes el control. Un buen hombre solo aprecia su propio placer cuando está seguro de haber visto el tuyo —Trystan besó el hueco de su garganta y ella echó la cabeza hacia atrás, contemplando las nubes de tormenta que se acumulaban sobre ellos. Era como si su excitación hubiera creado la tormenta, que en cualquier momento se desataría sobre ellos. Él hizo una pausa entre sus besos para volver a susurrarle al oído. —Pero debes tener cuidado, gatita. El hombre equivocado te rompería, no te liberaría. —Trystan… necesito… necesito… —deseaba saber qué pedirle—. Por favor… Él dejó escapar un suspiro entrecortado. —Tengo que confesarte algo. Lo miró con ojos suplicantes mientras él se esforzaba por admitir lo que sentía. —Eres la mujer más irresistible que he conocido. No tienes ni idea de lo que me haces. Ella se acercó más a él, desesperada. —Si se parece en algo a lo que me estás haciendo, entonces sí que me hago una idea. Él sonrió, y eso acabó con la última pizca de control de Bridget. Se retorció en la saliente de la pared y abrió las piernas todo lo que le permitió su traje de montar. Su sonrisa se desvaneció y él cambió el agarre de sus muñecas a una mano antes de deslizar la otra por debajo de su falda para tocarla donde el anhelo era más intenso. Ella jadeó cuando sus dedos recorrieron los labios de su carne sensible. Sus ojos se oscurecieron de deseo cuando introdujo un dedo en ella. —Oh, Dios… —gimió ante la extraña sensación de esa suave penetración. Le encantaba, no, lo odiaba, no… lo amaba. Sacó el dedo y volvió a introducirlo, esta vez más profundamente. —Muy estrecha —susurró, con la voz encendida por la lujuria—. Estrujarías mi polla como un puño, ¿verdad? Bajó la cabeza y sus labios se posaron hambrientos sobre los de Bridget mientras seguía penetrándola con el dedo sin dejar de besarla, pero ella necesitaba más. Sus suaves gemidos entre besos se hicieron más profundos cuando él añadió un segundo dedo al primero. Aceleró el ritmo y su beso se hizo más profundo, con su lengua introduciéndose al compás mientras le mostraba lo que era el placer. —Eso es, gatita —gruñó—. Muéstrame tu pasión, muéstrame que me perteneces y seré tuyo. Algo en esas palabras, en pertenecerle aunque la tuviera prisionera… fue todo lo que pudo soportar mientras el hambre creciente alcanzaba su punto más alto. Bridget se deshizo por dentro al mismo tiempo que el cielo desataba su tormenta. Experimentó una oleada tras otra de placer mientras Trystan seguía introduciendo sus dedos, pero ahora con mucha más suavidad. Ralentizó sus besos y apoyó su frente en la de ella. Bridget sintió cómo nacía entre ellos una poderosa conexión mientras la lluvia golpeaba sus pieles calientes. Él sacó la mano de su falda, la cogió y la bajó de la pared, pero a ella le temblaban tanto las piernas que no se atrevió a moverse. Trystan la cogió en brazos y la llevó hacia una parte de las ruinas que aún tenía un pequeño tejado. La bajó, luego volvió a la lluvia y regresó con su nuevo caballo al interior de la estructura de techos altos. —Será mejor que esperemos aquí a que pase la tormenta —dijo. Ella se frotó las manos, temblando por la lluvia que había empapado su traje de montar rojo. —¿Tienes frío? Bridget asintió. Trystan se acercó y se tumbó en el suelo, luego se unió a ella y la atrajo hacia su regazo. La rodeó con los brazos y la calentó con su calor corporal. —Prométeme que algún día elegirás a un hombre que vea tu valor —murmuró las palabras dentro de sus cabellos. —¿Alguien como tú? —se atrevió a preguntar. El silencio fue demasiado largo. —No, gatita. No soy el indicado para ti. Hay hombres mucho mejores ahí afuera. Hombres que harán arder tu mundo con aventura y pasión. Ella apoyó la cabeza en su pecho, cerrando los ojos. No se atrevía a decir lo que sentía, pero estaba claro que no era la mujer que él quería, no en ese sentido. Él era simplemente su tutor, nada más. Esa revelación la heló más profundamente que cualquier lluvia primaveral. Cuando la tormenta cesó, abandonaron las viejas ruinas. Bridget se preguntó si esas ruinas habían sido alguna vez un lugar donde los antiguos guerreros Celtas ofrecían sacrificios, porque sentía como si su corazón hubiera sido abierto sobre el altar, dejado allí para desangrarse. T 8 rystan no estaba seguro de si el ritmo fugaz de las tres semanas siguientes había sido un alivio o un castigo. Había conseguido, por pura determinación, mantenerse alejado de Bridget en situaciones que podrían haber acabado con ella tumbada sobre su espalda y él dentro de ella. Trystan sospechaba más bien que la maldita naturaleza protectora de Kent y su actitud vigilante eran lo que realmente lo había mantenido a raya. Ese día de la tormenta, cuando Trystan y Bridget habían regresado a la casa despeinados y empapados, había evitado culpablemente la mirada inquisitiva de su amigo. Graham se había burlado de él como si no hubiera visto nada preocupante en el tiempo que habían compartido a solas, pero Kent se había vuelto cada vez más vigilante después de aquel día. Ahora todo estaba llegando a su fin. Ahora era el momento que todos habían estado esperando, la noche del baile de Lady Tremaine. Después de esta noche, Bridget y él se librarían de la apuesta… y el uno del otro. Hacía cinco días que habían llegado a su casa de Londres para que Bridget se instalara en la ciudad. Al principio se había sentido abrumada, pero como siempre, había sorprendido a Trystan y se había adaptado al ritmo londinense con facilidad. La habían llevado a montar a caballo por Hyde Park y la habían dejado comer helado en Gunter's. La habían llevado a comprar un vestido adecuado para el baile de Lady Tremaine y, en contra de los deseos de Trystan, también la habían colado en Tattersall's vestida de chico. Él no había querido arriesgarse a que la descubrieran como una mujer en aquella casa de subastas donde las damas estaban prohibidas, pero más tarde se sintió feliz por la excursión. Ver la cara de la chica mientras caminaba entre las filas de las mejores caballerías de Londres había merecido la pena. Ella había disfrutado cada minuto viendo cómo los ricos y poderosos competían por los caballos más asombrosos que Inglaterra poseía. Pero todas esas aventuras habían llegado a su fin. Solo quedaba el baile, el cual empezaría en media hora. El entrenamiento al que había sido sometida en el último mes se pondría a prueba esta noche. Trystan se había preparado para este momento poniéndose su abrigonegro superfino, su chaleco dorado favorito y sus pantalones bombachos. Ahora estaba al pie de la escalera, esperando a que Bridget se uniera a ellos. —Sabes, casi espero que ella gane esta noche —dijo Graham mientras tiraba de los bordes de su abrigo para alisarlo. —Ganará, no me cabe duda —dijo Trystan con confianza. Incluso él habría creído que era una dama si no la hubiera conocido antes de esta noche. Él había hecho un trabajo magistral poniéndola a prueba como a cualquier buen caballo de carreras en la preparación para El Royal Ascot. Estaba muy impresionado con su progreso. Había superado todas y cada una de las pruebas que él había planeado, y más. —Ella nos tendrá allí para ofrecerle orientación —dijo Kent a Trystan. —Sabes, Kent, es bastante injusto que te hayas puesto del lado de Trystan. Si yo gano, no te invitaré a mi nueva cabaña de cazadores durante un año entero —dijo Graham. Kent se llevó una mano al pecho. —Oh, cómo me hieres, viejo amigo. Pero la verdad es que no me puse del lado de Trys. —¿Oh? ¿Entonces de qué lado estás, hombre? —le preguntó Graham. —Estoy con la señorita Ringgold, por supuesto —dijo Kent como si eso lo explicara todo. Trystan soltó una risita. Los tres continuaron burlándose el uno del otro hasta Graham dejó de hablar de golpe y miró algo detrás de Trystan y Kent, con los ojos redondos como platos. Cuando se dio la vuelta, Trystan, por primera vez en su vida, simplemente se olvidó de respirar. La mujer que bajaba fácilmente las escaleras era una visión de belleza divina, tanto que parecía un crimen siquiera mirarla. El vestido plateado tenía una brillante falda exterior de gasa que brillaba a la luz de la lámpara con cada paso que Bridget daba. Una cadena con una estrella formada por un grupo de diamantes descansaba en su garganta. Llevaba el pelo recogido en suaves rizos caídos, y pequeños grupos de estrellas de diamantes a juego estaban clavados en algunos puntos de su peinado. Parecía como si las constelaciones hubieran caído del cielo nocturno y se hubieran encargado de atarle el pelo con un cuidado celestial. Trystan había reflexionado largo y tendido sobre cómo debían ser su vestido y su peinado para esta noche, con el fin de crear el efecto adecuado para el beau monde. Pero la idea que tenía en la cabeza no podía compararse con la visión de carne y hueso frente a él. Llevaba dos guantes blancos hasta los codos y un fino abanico en una mano. Con la otra mano sujetaba la cola del vestido mientras bajaba las escaleras. Ella estudió sus rostros en silencio, esperando algún comentario o crítica, pero ninguno de ellos tenía nada para decir. Trystan solo pudo parpadear y seguir mirándola. Podría haberla mirado el resto de su vida. Sus ojos lavanda se posaron en él. —¿Estamos listos para irnos? —un lacayo le acercó una capa azul y ella se la ciñó como lo haría una dama que hubiera usado capas finas durante años. Un rizo suelto de su cabello acariciaba su mejilla y él se sintió celoso de ese rizo, deseando poder tocar su piel el resto de la noche. —Eh… sí —Trystan finalmente encontró sus palabras. Le ofreció su brazo una vez que ella se había puesto la capa. Caminaron hasta el carruaje y él la ayudó a entrar, con sus amigos siguiéndolos de cerca. —¿Estás lista para esta noche? —le pregunto Kent a Bridget una vez que el carruaje se puso en marcha hacia la casa de Lady Tremaine. —Sí, creo que sí —respondió ella. Su tono suave era dulce, confiado. Para su sorpresa, Trystan se dio cuenta de que echaba de menos a la criatura descarada, franca y salvaje que había sido antes de que él se la llevara y la convirtiera en esta hermosa dama. Era equilibrada y elegante, con unos ojos extraordinariamente inocentes que le recordaron al vals que habían bailado juntos, como si solo hubiera bailado a la luz de la luna y rodeada de flores. Era magnífica, pero, al mismo tiempo, se preguntó si había hecho algo terrible al destruir a la diablilla que llevaba dentro. Había planeado utilizarla para burlarse de sus compañeros aristócratas y demostrar que cualquiera podía ser entrenado para actuar como si hubiera nacido en la alta sociedad. Quería demostrar al beau monde que no eran mejores que una arpía como Bridget… pero la verdad era que Trystan había llegado a creer que ella era mejor que ellos. Era honesta y valiente, y ahora él temía haberle quitado ambas cualidades. Está mejor de esta manera. Así tendrá un futuro, susurró una voz en su interior. Pero ese pensamiento no borró su sentimiento de culpa ni su decepción. Lo que más había amado de ella era que no había sido creada a partir de un molde de arcilla, como parecía ocurrir con las otras mujeres de Londres. Ella le había fascinado en todos los niveles. Bridget era un misterio sin fin. Pero ahora parecía no ser diferente de cualquier otra mujer, y era culpa suya. Ella era mucho más hermosa, por supuesto, pero el fuego dentro de ella no se veía por ninguna parte. Había perdido esa chispa, todo por su culpa y su tonta apuesta con Graham. Y al darse cuenta de eso, tuvo un terrible pensamiento. Si Bridget había cambiado de ese modo, ¿entonces todas las demás mujeres que había conocido en su vida, las que le habían parecido aburridas e inspiradoras, también habían sido… cambiadas? Tal vez casi todas las mujeres de la alta sociedad se veían obligadas a renunciar a sus sueños y deseos y a desempeñar el papel de hijas, hermanas o esposas obedientes y serviles. Las expectativas de la sociedad habían borrado la singularidad de todas ellas. Dios mío… Si ése era el caso, era un maldito canalla por siempre pensar en ellas de la forma en que lo había hecho. Su maldita arrogancia bien podría haberlo convertido en un hombre tan malo como cualquier otro, cuando podría haber estado animando a sus conocidas a salir de los caparazones en los que la sociedad las obligaba a esconderse. Trystan echó una mirada furtiva a Bridget, quien estaba sentada tranquilamente en el carruaje, con la mirada a miles de kilómetros de distancia y, en ese momento, él prometió no volver a juzgar a ninguna mujer de la forma en que solía hacerlo. Cuando llegaron a casa de Lady Tremaine, se quitaron las capas y Trystan la condujo con orgullo hacia el salón de baile. El maestro de ceremonias los estaba esperando. Mientras hacían fila para ser presentados, un hombre alto y rubio pasó junto a ellos. Bridget dejó de respirar y se quedó paralizada, sin color en la cara. —¿Qué pasa? —preguntó él. —Ese hombre. El apuesto de pelo rubio pálido. Ha estado varias veces en la taberna de mi padre. He hablado con él cuando le he servido y siempre se mostraba muy observador, no como los demás hombres que entraban en la taberna a beber algo. Podría reconocerme —intentó liberar su brazo, pero Trystan colocó una mano sobre la suya y estrujó ligera y alentadoramente sus dedos. —Un momento, querida —dijo Trystan—. No te reconocerá. Ni siquiera yo lo hago. Tu transformación no ha dejado ninguna duda en las mentes de quienes te conocen que eres una dama, como todas las demás en esta sala. Ahora es simplemente un hecho. Esa criatura que una vez fuiste en Penzance se ha ido. Es imposible que él sospeche de tu pasado. Trystan estudió a este hombre quien era una amenaza para su apuesta y maldijo en silencio. Conocía al tipo. Se desenvolvían en círculos similares y habían sido compañeros de escuela cuando eran niños. Y entonces, como si el encantador diablo hubiera oído su nombre, el hombre se volvió y vio a Trystan. Dirigió a Trystan una mirada sardónica antes de posar sus ojos en Bridget. El rostro del hombre se llenó de curiosidad. El maestro de ceremonias hizo un gesto a Trystan y Bridget para que se acercaran y ocuparan su lugar mientras anunciaba sus nombres. —Lord Zennor y Señorita Bridget Ringgold. —Ánimo, gatita. Esta noche eres la dueña del mundo — dijo él en un susurro y ella alzó más la barbilla, tan serena como cualquier duquesa.Trystan acompañó a Bridget hasta Lady Tremaine, donde ella fue recibida por la anfitriona. Lady Tremaine era una hermosa mujer de unos cuarenta años, una viuda inteligente pero compasiva. Bridget y él mostraron cortesía al entablar una charla trivial con Lady Tremaine antes de que ella empezara a llamar a los hombres para que firmaran la tarjeta de baile de Bridget. Ella informó a aquellos que se reunieron que Bridget era la pupila del primo de Trystan de Yorkshire. Y, por supuesto, el ultimo hombre de la fila era el hombre que Bridget y él habían querido evitar. El hombre le mostró su sonrisa a Bridget. Era una sonrisa que rompía corazones en todo Londres. —Trystan, debo pedirte que me presentes a la encantadora pupila de tu primo. —Bridget, este es el señor Rafe Lennox. —Encantada de conocerlo, señor Lennox. Rafe se inclinó y besó la mano enguantada de Bridget. —El placer es todo mío, se lo aseguro. ¿Puedo solicitar un baile? Bridget no se negó, porque no podía. Una dama nunca se negaba a bailar a menos que no estuviera familiarizada con los pasos y, por lo tanto, pudiera avergonzar a su pareja. Era una de las lecciones que le habían inculcado una y otra vez. —Por supuesto. Parece que me quedan un par de lugares —ella levantó su tarjeta y Rafe sacó un pequeño lápiz, anotando su nombre para uno de los bailes. —Hasta entonces, señorita Ringgold —prometió Rafe Lennox. Bridget asintió. Una vez que él se marchó, ella dejó escapar un pequeño y audible suspiro de alivio. —Como he dicho, no te ha reconocido. —Quizá lo haga si pasamos más tiempo juntos. El señor Lennox no era tímido al hablar conmigo, y a menudo me hacía preguntas sobre lo que ocurría en los alrededores de Penzance. —Todo lo que tienes que hacer es sobrevivir a un baile con él —Trystan anotó su nombre en la tarjeta para el último baile de la noche—. Aquí viene Kent. Quédate con él un momento mientras te traigo algo de beber. Trystan se dirigió a la mesa de refrigerios para coger vasos de ponche de arak. Mientras caminaba entre la multitud, oyó a docenas de personas susurrando preguntas sobre quién era la belleza misteriosa que había sido traída al baile. Trystan no pudo evitar sonreír satisfecho. BRIDGET SUJETABA SU ABANICO CERRADO CON MANO TEMBLOROSA mientras miraba fijamente la espalda de Rafe Lennox. Él estaba al otro lado de la habitación, inmerso en una conversación y ajeno a ella. Pero seguía aterrorizada de que pudiera reconocerla. Él había visitado la taberna con frecuencia en los dos últimos años, y ella siempre le había servido. La mayoría de los hombres de su rango no miraban nunca a los muchachos que les servían ale, pero él sí. Sus ojos azules podían ver cualquier cosa, y muy probablemente lo veían todo. ¿Cómo demonios iba a engañarlo? Él se daría cuenta de quién era, y cabía la posibilidad de que le dijera a Lady Tremaine quién era en realidad. No estaba completamente segura de que se lo contaría a Lady Tremaine, pero la posibilidad la aterraba lo suficiente como para preocuparse por ello. El escándalo sería el fin de cualquier esperanza que tuviera de un futuro mejor, y Trystan se vería envuelto en un escándalo cuando saliera en su defensa. Y él saldría en su defensa, ella lo sabía. De algún modo, en el último mes, el arrogante noble había llegado a interesarse por ella, aunque no tanto como ella se había interesado por él. Pero a él le importaba lo suficiente como para no querer verla avergonzada o humillada públicamente. Kent se quedó a su lado mientras Trystan le llevaba un vaso de ponche, pero el baile comenzó cuando él ya estaba regresando. Ahora ella tenía que enfrentarse al primer caballero de su tarjeta, quien se acercó y la reclamó para su baile. Era un hombre apuesto de ojos amables, y le habló de su hogar, un lugar llamado Falconridge. Ella disfrutó aprendiendo sobre su hogar y él, posteriormente, le preguntó sobre el suyo. Tuvo que responder vagamente. Por suerte, sabía algo de Yorkshire gracias a las lecciones de Trystan sobre el tema. Consiguió relajarse un poco mientras bailaba con Lord Falconridge, conversando agradablemente con el hombre. Luego fue devuelta a Trystan y Kent, y aceptó agradecida su ponche. Así continuó con los demás, uno por uno, y con cada baile, la fachada que mantenía requería menos esfuerzo y se sentía más natural. Para cuando terminó el séptimo baile, Graham llegó a reclamarla para el suyo y llevaba consigo una noticia inesperada. —Intenta no entrar pánico —dijo Graham en voz baja una vez que estuvieron a una distancia prudencial de las demás parejas—. Pero todos los presentes esta noche sienten una gran curiosidad por ti. —¿Por qué? —Bridget luchó para que el pánico no se reflejara en su rostro ni en su voz—. ¿Sospechan algo? —En absoluto. Creen que eres del norte, una parte del país que la mayor parte de Londres considera fría, deprimente y, francamente, un poco bárbara. Pero vienes aquí luciendo absolutamente despampanante, y eso los tiene formulando preguntas. Sabes que estás singularmente hermosa esta noche, ¿verdad? Todos los hombres de la sala desean saber quién eres. Y todas las mujeres te miran con envidia. Desean conocer toda la historia de tu vida. Ves el potencial para un desastre, ¿no? Echó un vistazo a la sala y se dio cuenta de que mucha gente, en efecto, la miraba. —Oh cielos, ¿qué debería hacer? —Hace tres semanas no te habría dado ningún consejo, ya que me gustaría mucho poseer la cabaña de Trystan en Escocia, pero te he cogido bastante cariño y no tengo ningún deseo de verte avergonzada. Sorprendente, ¿verdad? —soltó una risita—. Y debido a esa indeseada debilidad, te daré mi consejo. Hizo una pausa antes de continuar. El baile estaba terminando, pero ella no se atrevió a apresurarlo. —Mi consejo… es que lo estás haciendo bien. Ni siquiera Rafe Lennox sospechará nada, porque eres una dama, Bridget. Nadie podría creer otra cosa. Le guiñó un ojo y, cuando el baile llegó a su fin, ella giró para mirar precisamente al hombre que tanta preocupación le había causado esta noche. Rafe le dedicó una sonrisa leonina mientras le ofrecía la mano. —¿Me parece que soy el siguiente? —cerró sus dedos sobre los de ella y la condujo de nuevo al siguiente baile. Los dos se miraron a través de la fila de bailarines, y él se inclinó ante ella cuando la música dio inicio. Este baile en particular los mantuvo separados la mitad del tiempo y abrazados la otra mitad. —Señorita Ringgold, debo confesarle que tengo la extraña sensación de que ya nos hemos conocido. Lo hemos hecho, ¿verdad? El corazón de Bridget latía con fuerza, pero mantuvo la calma. Era una dama. Nada podía alterarla si ella no lo permitía. Un par de bailarines los separaron un momento y luego volvieron a juntarse. —No, lo siento, pero no nos habíamos conocido hasta esta noche. —¿De verdad? Entonces quizás usted me recuerda a alguien. ¿Pero a quién? —su sonrisa desconcertada no alivió sus temores—. Todo el mundo tiene tanta curiosidad como yo. Ha causado un gran revuelo esta noche. Se separaron una vez más mientras daban vueltas alrededor de otro grupo de bailarines antes de volver a juntarse. —Podría jurar que nos conocemos —insistió él. Ella respondió a su mirada escrutadora con una sonrisa cortés. —Me habría acordado, señor Lennox. Usted tiene bastante presencia —le dedicó una sonrisa insinuante. Él le sonrió, intuyendo que tramaba algo. —Usted me agrada bastante, señorita Ringgold. Estoy seguro de que no seré el único hombre interesado en usted. Cuando el baile terminó finalmente, se inclinó sobre la mano de Bridget y sonrió repentinamente. —Ahora recuerdo… Necesitó toda su fuerza de voluntad para no estremecerse y apartarse. —¿Recordar qué, señor Lennox? —Usted me recuerda a una amiga de mi hermano. Anna Maria Zelensky. La Princesa de Ruritania. ¿La conoce? —No, me temo que no he tenido el placer. —Una pena. Creo que Anna y usted os llevaríais bien.Ella estuvo en Londres el otoño pasado, y ahora está en Escocia con su marido. Es amigo mío, Aiden Kincade. Ninguno de esos nombres significaba nada para ella, y le preocupaba que él notara su falta de reacción. —Ella es una belleza tranquila, pero hay un fuego en ella, una ferocidad de espíritu que presiento que usted también tiene. Puede que sea de Yorkshire, pero podría pasar por una princesa. Ha sido un placer bailar con usted, señorita Ringgold. —Y con usted, señor Lennox —ella le sonrió brillantemente al darse cuenta de que había superado la prueba definitiva, una para la que nunca podría haberse preparado de antemano. Una vez que Rafe se marchó, tuvo la oportunidad de beber otro vaso de ponche antes de que Trystan la reclamara para el vals final. —La sala estaba encendida con rumores —dijo mientras la cogía entre sus brazos. —¿Oh? ¿Sobre qué? —ella fingió inocencia, aunque sabía a qué se refería. —Rafe le está diciendo a todo el mundo que le recuerdas a la Princesa Anna de Ruritania. Y como los cotilleos son lo que son, más de una persona sospecha ahora que eres una princesa disfrazada. Eso significa que lo has conseguido. Ahora relájate, gatita, y baila el vals conmigo. Estoy bastante cansado de ver a otros hombres teniéndote en sus brazos cuando yo he esperado casi tres horas para este placer. Trystan le sonrió y se sintió algo mareada. Ella también había esperado toda la noche por este vals. Cuando empezaron a bailar, un inesperado alivio la invadió como una ola sobre las costas de Zennor. —Hemos ganado la apuesta —susurró emocionada. —La hemos ganado —él le devolvió la sonrisa—. Y ahora dormirás esta noche y soñarás con un nuevo comienzo. Sí, ella soñaría eso, pero ese sueño contenía una pizca de amargura, porque Trystan no estaría presente en ese futuro. Quizá esta noche sería la última vez que bailaría con él. Bridget estaba decidida a disfrutar todo lo posible, e intentó saborear su victoria. Pero ese baile perfecto con su pareja perfecta llegó demasiado pronto a su fin. —¿Estás lista para irte a casa? Estaba cansada ahora que su prueba final por fin había terminado. Podría dormir una semana. —Sí, llévame a casa, Trystan. Encontraron a Kent y Graham cerca de las puertas de salida del salón de baile. Se despidieron de Lady Tremaine, quien insistió en que debían traer a esta encantadora muchacha para visitarla pronto. Con el murmullo sonrojado de que ella también estaría encantada, Bridget y sus tres acompañantes partieron y se dirigieron a casa. Cuando llegaron a la casa de Trystan, su mayordomo londinense, el señor Fydell, les dio la bienvenida. Kent le dio al mayordomo las buenas noticias. —Trys lo ha conseguido. ¡Ha ganado la apuesta! —Sí, sí, puros elogios para Trystan —refunfuñó Graham, pero sonreía mientras fingía estar molesto. —Bien hecho, milord —exclamó el señor Fydell a su amo. Bridget no podía creerlo. Había vuelto a ocurrir. Se quitó el abrigo y fue completamente ignorada por los caballeros mientras subía a su dormitorio. Al llegar a la puerta, se dio cuenta de que los hombres estaban celebrando abajo y nadie le había pedido que se uniera. Había sido igual que la noche que habían cenado en casa de Lady Helena. Entró en su habitación y encontró a Marvella esperándola levantada. La ayudó a desvestirse para pasar la noche y Bridget recogió sus joyas, guardando los diamantes en un pequeño estuche de terciopelo. Algo acerca del hecho de guardar una belleza tan resplandeciente, guardarla hasta que fuera nuevamente necesitada, acabó por sacarla de quicio. Cogiendo el estuche y llevando nada más que su camisola y su bata con zapatillas de casa, bajó furiosa a la sala de billar, donde los tres hombres bebían brandy y se reían de su éxito en engañar a uno de los más astutos libertinos de Londres. —Gatita, ¿qué demonios haces levantada? Vete a la cama, criatura tonta —Trystan la despidió con un gesto de mano antes de dar un largo trago a su brandy. Ella apaciguó la rabia que crecía en su interior. —Estos son para ti. Supongo que deberían ser devueltos si me marcho mañana por la mañana —dejó la caja de diamantes sobre la superficie de paño verde de la mesa de billar y salió de la habitación, dejando un estruendoso silencio tras ella. Estaba a mitad de camino escaleras arriba cuando oyó a Trystan gritar su nombre, pero no se detuvo hasta que él la alcanzó en lo alto de la escalera. —Vaya criatura desagradecida —dijo mientras intentaba devolverle los diamantes. —No soy desagradecida. Estoy cansada —dejó caer la caja al suelo entre los dos y se dirigió a su dormitorio. —Bridget, vuelve enseguida. No hemos terminado de hablar. Aceleró el paso y, tan pronto como llegó a su habitación, él se le unió en la puerta abierta. La criada parpadeó sorprendida al verlos mientras retiraba las mantas de la cama. —Por favor, déjanos, Marvella —ordenó Trystan con un tono tan duro como los diamantes que él sostenía en la palma de la mano. —¿Señorita? —preguntó Marvella a Bridget con preocupación. —Vete a la cama. Estaré bien —tranquilizó a Marvella. Marvella tragó duro y asintió antes de marcharse. Cuando la puerta se cerró detrás de ellos, Bridget sintió que su furia se estrellaba contra la de Trystan en una tormenta cegadora, pero ninguno de los dos se movió. —Estos diamantes han sido un regalo —dijo él, con un tono peligrosamente suave—. Has sido la mujer más brillante y hermosa del baile de esta noche, y hemos pasado un rato juntos que me ha parecido de lo más agradable. Te has ganado los diamantes. Deberías quedártelos. —¿Ganado? —la palabra la hizo pensar en un futuro tumbada sobre su espalda—. ¿Cómo te atreves…? —levantó la palma de la mano para golpearle. Él le cogió la muñeca, impidiéndolo. —No pretendía decirlo de esa manera, y lo sabes malditamente bien —siguió cogiéndola del brazo y se acercó—. Quédate los diamantes. No los necesito. —No deseo quedarme con nada por lo que hayas pagado, ya no. Solo me llevaré lo que he traído conmigo… —Ahora estás siendo una tonta. —¿Tonta? —Sí, una tonta. Si te fueras solo con lo que has traído, lo único que te quedaría sería esa ropa de niño —gruñó—. Teníamos un acuerdo, un entendimiento. Todo lo que se te ha dado te lo has ganado a pulso, no es un acto de caridad para que lo desprecies. Solo una tonta tiraría todo eso por la borda porque está enfadada conmigo. Sin importar el hecho de que ni siquiera sé por qué estás molesta. Ahora vete a la cama. Mañana te sentirás mejor. Mañana podremos arreglar las cosas y podrás mudarte a una pequeña cabaña pintoresca que tengo preparada para ti. Será… —No quiero ir a ninguna maldita cabaña. ¡Déjame en paz! —gruñó. Su calmada e insensible conversación sobre su partida la llevó a un nuevo nivel de dolor, y empezó a llorar a pesar de su más profunda intención de no hacerlo —. Por favor… solo déjame sola. Pero él no lo hizo. La atrajo entre sus brazos, abrazándola con fuerza, sus labios presionando su oreja. —Tranquila, gatita —la tranquilizó—. No quería disgustarte. El tonto soy yo. Lo has hecho de maravilla esta noche y te mereces un cielo nocturno lleno de diamantes — le dijo, y su ternura de alguna manera hizo que ella se sintiera peor y que su llanto se hiciera más fuerte—. Calla ya, o tendré que besarte para que te sientas mejor. Cuando ella no pudo dejar de llorar, él levantó su cara y sus labios se encontraron con los suyos. Esa simple conexión la hizo sentirse con los pies en la tierra, como un árbol hundiendo sus raíces tan profundamente en un suelo que ninguna tormenta podría arrancarlo de ese pedazo de tierra en el que se encontraba. Este hombre se había convertido en su suelo, en la tierra en la que podía hundirse con seguridad, para crecer y superar las tormentas más poderosas. Su boca se movió tiernamente sobre la de ella, y Bridget deslizó los brazos sobre sus hombros para aferrarse a él. Un suave golpe seco a sus pies la hizo pensar vagamenteen los diamantes que él debió haber dejado caer, pero a ella solo le importaba el beso de Trystan. La hizo retroceder hasta que terminó contra uno de los postes de la cama. Entonces él deslizó la bata fuera de sus hombros y ella se quitó las zapatillas de casa. —Quédate —le dijo antes de dejarla brevemente para coger una de las cintas de pelo extra en el tocador. Cuando regresó, se quedó de pie en una pregunta silenciosa, cogiendo la cinta, y ella respondió con un pequeño y desesperado sonido que lo hizo besarla de nuevo. Bridget no sabía qué era lo que Trystan pretendía, pero confiaba en él. Volvió a presionarla contra el poste de la cama, le ató las muñecas con la cinta y las levantó por encima de su cabeza antes de atar el resto de la cinta al poste. Estaba indefensa y su cuerpo palpitaba casi dolorosamente de necesidad. —Eres muy hermosa —murmuró Trystan mientras deslizaba las palmas de las manos por sus brazos, desde las muñecas hasta los hombros. Ella tembló, sintiéndose vulnerable mientras él la miraba con un brillo voraz en los ojos—. Temía haber perdido esa parte descarada de ti que arde con fuego, pero aquí está. La he encontrado y no me atrevo a perderte de nuevo. ¿Él amaba esa parte de ella? ¿La parte que lo había frustrado tantas veces? Algo de eso hizo que su corazón se llenara de calor y la dejó mareada de alegría. Trystan le desabrochó las cintas de la camisola por encima de sus pechos y luego, cogiendo la tela en sus manos, la desgarró hasta la parte superior de su vientre. A Bridget siempre le habían molestado las curvas de su cuerpo, pero cuando él la miró, aceptó finalmente la llenura de sus pechos. Trystan cogió uno con la mano, le rozó el pezón con el pulgar y se lo pellizcó ligeramente. Ella gimió cuando un calor abrasador se disparó directamente a su vientre. Él inclinó la cabeza hacia el otro pecho y cogió su pezón entre sus labios. El tirón en esa zona sensible y erecta provocó un flujo de calor húmedo entre sus muslos. Bridget los apretó, intentando eliminar una palpitación que no hacía más que aumentar. Él movió su boca hacia el otro pecho y succionó hasta que ella se humedeció por completo. Estaba parado ante ella completamente vestido, mientras que ella estaba casi desnuda y atada a la cama. ¿Por qué eso la hacía sentirse tan salvaje y excitada? Trystan se quitó el abrigo y se desabrochó el pañuelo de cuello, dejándolos caer sobre la silla más cercana. Luego se dobló las mangas de la camisa más allá de los codos para exponer sus brazos mientras volvía hacia Bridget. Se inclinó hacia ella y le besó los labios mientras le acariciaba los pezones con los dedos. Luego le cogió el pelo con la mano y le mantuvo la cabeza quieta mientras devoraba más su boca, introduciéndole la lengua con ligereza y deslizando la otra mano por su muslo hasta llegar a los labios de su sexo. Esta vez no la provocó. Simplemente introdujo sus dedos, penetrándola sin piedad donde ella más lo deseaba. —Dime ahora si quieres parar… —le advirtió mientras levantaba su propia cabeza de la de ella. Sus dedos seguían en su interior y su cavidad palpitaba a su alrededor. Bridget levantó las caderas, intentando empujar los dedos más adentro—. Dime sí o no, Bridget. Sí, y reclamaré tu cuerpo aquí y ahora. No, y te soltaré, te meteré en la cama y te dejaré dormir. Ella sabía cuál era su respuesta, lo sabía, y no tenía ninguna duda. No importaba lo que pasara después, ella tendría este momento para recordar. —Sí… Trystan… sí —suplicó—. Enséñame esto… — necesitaba que le enseñara a hacer el amor más de lo que necesitaba cualquier otra cosa en su vida. Sus ojos marrones como el whisky se oscurecieron y enroscó dos dedos en su interior, tocando un punto secreto dentro de ella que le hizo girar los ojos. La acarició hasta que Bridget se estremeció de deseo. Entonces apartó la mano y se arrodilló a sus pies. Le rasgó el resto de la camisola y desnudó todo su cuerpo ante su mirada. Le besó el vientre, luego el abdomen, levantó una de sus piernas y la apoyó en su hombro mientras la abría hacia él. —Trystan, ¿qué estás haciendo…? —ella terminó su pregunta en un grito cuando su boca se posó en la parte superior de su montículo y chupó—. Oh no… —gimió cuando él empezó a lamer sus labios. Nunca había imaginado que un hombre pudiera hacer eso ahí abajo, y se sentía increíblemente extraño y maravilloso. La cogió del trasero por detrás y le dio dos azotes, los que la mojaron aún más. Su lengua se deslizó en su interior y ella le suplicó que la reclamara, que le diera lo que necesitaba, fuera lo que fuera. Él solo se rio contra su carne ardiente antes de seguir lamiéndola. Entonces Bridget se deshizo en una explosión, como lo había hecho en las antiguas ruinas Sajonas, estallando y después volviendo a unirse pieza a pieza. Ella se dejó caer sin fuerza contra el poste de la cama, pero él se levantó, se quitó el chaleco, se sacó las botas y se abrió los pantalones. Su grueso miembro se liberó, sobresaliendo hacia ella, enorme y abrumador, pero Bridget no tenía fuerzas para hablar ni para preguntar si cabría dentro de ella. Trystan levantó a Bridget contra el poste de la cama, sus piernas se abrieron alrededor de él mientras la aprisionaba contra la madera. Después se dirigió a su entrada y la penetró profunda y fuertemente. El dolor de su penetración fue intenso pero breve, antes de que él se introdujera demasiado para que Bridget no sintiera el resto de su cuerpo llenándola y estirándola. Su frente tocó la de ella mientras se mantenía muy quieto en su interior, con sus alientos mezclándose. —¿Todavía te duele? —le preguntó como si estuviera luchando una batalla por mantenerse quieto. —N… no, no mucho —respondió ella en un susurro. —Bien, porque ahora voy a hacerte el amor, gatita. ¿Lo has entendido? Serás un juguete para mi placer. Te usaré para mis deseos y haré que casi perezcas con tu propio placer. La idea de que Trystan la usara así… como un juguete, pero aun velando por su propio placer… la hizo desesperarse por llegar al clímax de nuevo. Se retorció entre él y el poste de la cama, intentando acercarse. Él soltó una risita, con un sonido oscuro y delicioso, mientras se retiraba y volvía a penetrarla. Sus ojos estudiaron su rostro, ella no sabía por qué, pero pareció satisfecho antes de profundizar su siguiente embestida y acelerar el ritmo. Sus caderas empezaron a sacudirse contra ella una y otra vez, con su miembro penetrándola profundamente mientras el cuerpo de Bridget se estremecía con la fuerza del movimiento. Era una sensación gloriosa. El poder de su unión la hizo sentirse salvaje y con una pasión sin límites a pesar de sus muñecas atadas. Esto era lo más exquisito que había experimentado en su vida. Podía gemir y arañar como la arpía que era. Podía aceptar la batalla de su unión y la conquista de Trystan sobre su cuerpo, porque ella había elegido entregarse a esa parte salvaje de sí misma. No había vergüenza, solo respeto mutuo por su placer. La penetraba más profundamente, sus besos sabían a hambre, y parecía que este intenso duelo de besos y frenético apareamiento duraría una eternidad. Cuando separó finalmente su boca de la de ella, Trystan giró la cara hacia su cuello, mordiéndole el hombro mientras sus manos le cogían el trasero y lo estrujaban con fuerza. La embistió una y otra vez hasta que Bridget sintió el final, y ni siquiera pudo gritar. Estaba abrumada por el orgasmo que la invadió. Algunas manchas bailaron en su visión y volvió a quedarse sin fuerzas. Él la embistió un par de veces más antes de gritar su nombre. Algo caliente la llenó y apretó con fuerza los muslos contra las caderas de Trystan, aferrándolo a ella, sintiendo ahora más que nunca la necesidad de permanecer unida a este hombre. Trystan jadeó contra su oído y le besó suavemente la mejilla. Permanecieron en silencio durante unos largos momentos; él la abrazaba con una ternura imposible.Luego dejó caer cuidadosamente las piernas de Bridget de sus caderas y desató la cinta del poste de la cama, liberándole los brazos. Ella se frotó las muñecas, despreocupada por las débiles marcas rojas que le habían dejado en la piel. Cuando él salió de su cuerpo, ella temió que la abandonara para dormir; en cambio, fue a mojar un paño en la palangana del lavabo y volvió junto a ella. La limpió entre los muslos. Estaba demasiado cansada para avergonzarse por la pequeña cantidad de sangre que vio allí. Bridget deshizo del resto de la camisola rasgada y se llevó un puño a la boca, ahogando un bostezo. Trystan la estrechó entre sus brazos y la besó dulcemente. Si no hubiera estado tan cansada, tal vez habría vuelto a llorar. —A la cama ahora, si te parece —le dio otro ligero azote en el trasero y luego la empujó hacia la cama. Ella se desplomó, completamente desnuda, y se tumbó boca abajo. Vio cómo él se limpiaba con el paño y se quitaba los pantalones y las calcetas. Cuando volvió a la cama, estaba completamente desnudo—. Muévete, diablilla. Planeo dormir y deseo abrazarte. Con un suspiro de alegría, Bridget se deslizó y lo dejó meterse bajo las sábanas antes de unirse a él, acurrucándose en su abrazo. —Mañana debemos hablar. Pero esta noche… esta noche… —no terminó. Bridget se alegró. No quería saber qué le habría dicho. El día siguiente llegaría muy pronto, y entonces ella se enfrentaría a sus decisiones. Por ahora, fingiría que este momento era eterno y que se quedaría aquí con Trystan en la cama para siempre… feliz y libre. T 9 rystan había cometido un terrible error la noche anterior. Sintió el peso de ese error mientras terminaba de escribir su carta a Bridget. Le recordó sin rodeos que ella no tenía futuro con él. Hacía una semana que le había preparado su vieja casa de campo junto al mar. Había decidido dársela libre de gravámenes, para que ella no tuviera que preocuparse de encontrar un lugar por su cuenta. En la carta, le explicaba acerca la cabaña y cómo debería alistarse para irse pronto. Luego, si deseaba encontrar trabajo en algún sitio, él le escribiría una carta de recomendación que le aseguraría cualquier puesto que deseara. Trystan prometió enviarle su guardarropa, su nuevo caballo y personal para cuidar de ella y de la propiedad. Deseaba recompensarla por su participación en la apuesta y que no tuviera que preocuparse por volver a verlo. Ahora era libre de hacer lo que quisiera. Pero, ¿por qué el solo hecho de pensar que ella ya no estaba en su vida arrojaba una cortina gris e indiferente sobre su futuro? Dobló la carta y volvió sigilosamente al dormitorio de Bridget. Para su alivio, seguía dormida. Colocó el papel sobre la almohada a su lado y, en un impulso, cogió la flor de una rosa de un jarrón cercano y la depositó encima de la carta. Bridget suspiró suavemente y se dio la vuelta todavía dormida, deslizando la mano por la cama donde él había estado tumbado. Él habría dado cualquier cosa por volver a meterse bajo las sábanas con ella. Pero si no se alejaba ahora, quizá nunca lo conseguiría. —Adiós, gatita —susurró. Entonces vio un último grupo de estrellas de diamante aún clavado en los rizos de su pelo. Centelleaba a la luz del sol, recordándole cada momento increíble que habían compartido la noche anterior, desde danzar en el baile hasta hacer el amor y sentirse verdaderamente libre con ella. De repente, tuvo dificultades para tragar saliva mientras salía del dormitorio y cerraba la puerta. Se dio la vuelta y se encontró cara a cara con Marvella, quien tenía un montón de sábanas limpias en los brazos. Sus ojos se abrieron un poco al verlo escabullirse del dormitorio de Bridget. —Eh… buenos días, Marvella —dijo rápidamente. Luego huyó escaleras abajo, cogió su abrigo y su sombrero y le dijo a su mayordomo que se dirigía a su club. Bridget leería pronto la carta y se marcharía. Ese sería el final. LA CONVERSACIÓN QUE TRYSTAN HABÍA PROMETIDO COMPARTIR con ella la mañana siguiente al baile nunca llegó. Cuando Bridget se despertó, encontró la cama vacía y una carta con una preciosa rosa de color rojo intenso encima de la almohada donde él había descansado su cabeza la noche anterior. Con una mano trémula, cogió la rosa y la acercó a su nariz para sentir su aroma. Luego la bajó y abrió la carta. BRIDGET, He cometido un error al acostarme contigo anoche. No, arpía, no lamento el segundo que duró nuestro tiempo juntos. Solo lamento no poder darte más de uno. Mi error ha sido preocuparme demasiado por ti a pesar de no poder darte lo que mereces. Una vida como condesa no te haría feliz. Te enfrentarías a adversidades y juicios en todo momento una vez que se supiera la verdad, y no podría soportar verte luchar y sufrir. He dejado un paquete para ti con el señor Fydell. Contiene la escritura de la cabaña donde quiero que vivas, y le he dicho a Fydell que Marvella puede ir contigo y seguir recibiendo el mismo salario. La cabaña tendrá una cocinera, un mayordomo y algunos sirvientes más para ayudarte. Tiene diez habitaciones y debería darte mucho espacio para florecer como lo haría cualquier flor con espacio y luz solar. Sé que debes estar furiosa conmigo, pero ten por seguro que si de nuestra noche juntos se derivan consecuencias, te proporcionaré todo lo que necesites para vivir y mantenerte a ti y a nuestro hijo sanos y felices. Por favor, que sepas que me has dado algo para recordar. Guardaré nuestra noche en mi corazón para siempre. Tuyo, Trystan MIRÓ FIJAMENTE LA CARTA, MUCHO DE ELLA LE RESULTABA abrumadora. Pero lo que atraía su atención una y otra vez eran… las consecuencias de su noche. Cogió un respiró trémulo y se llevó una mano al vientre. ¿Había un niño creciendo en su interior? No sabía absolutamente nada de esas cuestiones femeninas. A pesar de sus años de una vida dura, Bridget era, en muchos aspectos, demasiado inocente, pero él había conocido los riesgos de la noche anterior. Ella podría haberlo abofeteado por eso, como mínimo. Si estaba preñada, haría que Trystan conociera al niño. No dejaría que su bebé creciera sin conocer a su padre. Él se enfrentaría a esa situación le gustara o no. Bridget permaneció sentada en la cama un largo momento, mirando la carta hasta que sintió que la había memorizado. Marvella ordenó la habitación en silencio, dejando a Bridget con sus pensamientos hasta que finalmente se levantó de la cama. —¿Se encuentra bien, señorita? —preguntó Marvella. —Sí… no. Sinceramente, no lo sé. Trystan me ha dado una cabaña para vivir, y me ha dicho que él te dejaría venir conmigo y que te seguiría pagando el mismo sueldo. ¿Deseas venir? —esperaba desesperadamente que Marvella aceptara. La dama de compañía se había convertido en su amiga en el último mes que llevaban juntas. —Estaría feliz de hacerlo —Marvella se acercó y abrazó a Bridget—. ¿Por qué no te traigo el desayuno? —Gracias. Bridget se vistió después de una ligera comida, luego tuvo una conversación con el señor Fydell sobre los documentos de la casa de campo. Con un poco de su orientación, ella planeó tener las cosas empacadas y uno de los carruajes de viaje de Trystan listo para salir esa tarde. Estaba terminando de despedirse del personal de la casa londinense cuando llegó Lord Kent. Bridget se había enterado de que Graham y él se habían marchado a sus propias casas londinenses después de que ella hubiera interrumpido la celebración con brandy en la sala de billar la noche anterior. Kent se quitó el sombrero y esperó con ella en la entrada. Los criados se retiraron para darles privacidad. —¿Te vas? —le preguntó, con sus ojos amables llenos de preocupación. —Sí, Trystan me ha dicho que me retire a su cabaña junto al mar, pero debo hacer un par de cosas más y he pensado que es mejor que me vaya enseguida para hacerlas. —¿Otras cosas? —sonrió Kent, pero su expresión contenía un atisbo de tristeza—. ¿Puedo preguntar cuáles son?Ella le devolvió la sonrisa. —Oh… creo que me quedan algunas aventuras por vivir antes de dejar que Trystan me convierta en una vieja solterona. ¿Está bien si me llevo a Beau? —Por supuesto. Es mi regalo para ti —Kent frotó con el pulgar el mango plateado de su bastón—. ¿Te gustaría tener compañía en estas aventuras? Podría ir contigo. Bridget levantó la mano y apoyó la palma en la mejilla del hombre. —Usted siempre me ha tratado como a una dama, Lord Kent. Usted no puede saber lo que eso significa. Pero ahora necesito explorar el mundo por mi cuenta y aprender de lo que es capaz esta nueva versión de mí misma. Pero usted puede hacer algo por mí. —Dilo. —Cuide de Trystan. Temo que él pueda ser imprudente. No permita que resulte herido. Kent le tendió una mano y ella colocó su palma en la de él. —Hasta que tengamos la fortuna de volver a vernos, Bridget. —Phillip —respondió ella, sintiéndose casi tímida al usar su nombre de pila. Ella suponía que era realmente una dama. Independientemente de la criatura rebelde que había llegado a ser una vez, con lenguaje grosero y modales rudos, ella había cambiado. Había una parte de Bridget que lamentaba la pérdida de su antiguo ser, y en algún momento había temido que las lecciones de Trystan la hubieran dejado inútil, pero no había sido así. Seguiría siendo una dama, pero establecería sus propias reglas para vivir. No interpretaría el papel de una tranquila solterona en una cabaña junto al mar, aunque tuviera diez habitaciones y sonara más como un palacio. La visitaría pronto, pero no iba a confinar su existencia allí. Al diablo los deseos de Trystan. DOS MESES DESPUÉS… Trystan miraba fijamente al señor Chavenage. —¿Qué diablos quieres decir con que ella nunca llegó a la cabaña? Su mayordomo enderezó los hombros, manteniendo la calma ante la furia de Trystan. Era una de las razones por las que pagaba tan bien al señor Chavenage. El hombre manejaba el temperamento volátil de Trystan con gracia. —El señor Gaythan, su mayordomo en la cabaña, me escribió esta mañana cuando indagué acerca de la señorita Ringgold alojándose allí. Él dijo que ella nunca llegó. —¿Y por qué me entero de esto recién ahora? —Ella le escribió a él poco después de la llegada del personal, explicándole que iría en algún momento antes de que terminara el verano y que no se preocupara por ella hasta que llegara. —¿Que no se preocupara? —Trystan hizo pedazos la carta más cercana frente a él. Por suerte, solo era una misiva de Graham que ya había leído antes de que su mayordomo entrara en el estudio—. ¿Por qué no indagaste antes sobre ella, Chavenage? Su mayordomo le dedicó una mirada muy frustrada. —Bueno, dada la cercanía de la cabaña, yo más bien pensé que la habría visitado usted mismo, milord. Bueno, maldita sea, el hombre tiene un punto allí, Trystan admitió en silencio. Él le había dado a Bridget esa cabaña para tenerla cerca, pero nunca planeó visitarla. Eso habría sido muy impropio, además de peligroso para su corazón. —¿Dónde diablos está la chica si no ha estado en la cabaña? —preguntó él, no precisamente esperando que el señor Chavenage le respondiera. —No tengo la menor idea, milord. Sin embargo, ella ha enviado éstas a la señora Story —el mayordomo le tendió varias cartas breves. Tenían ubicaciones desde Edimburgo hasta Brighton Beach. —¿Ella ha enviado éstas? —estudió él la letra de Bridget en las breves historias que había escrito al ama de llaves. —Aparentemente. La señora Story no sabía que la chica no debía salir a explorar, por así decirlo, así que no se le ocurrió mencionar que había estado recibiendo las cartas hasta esta mañana, cuando hablé de todo esto con ella. —Explorar —murmuró Trystan mientras examinaba las cartas. Bridget ciertamente lo había estado haciendo, si las historias escritas con tanta prisa eran ciertas. Ella había estado nadando en Brighton Beach, recorriendo museos y monumentos en Escocia. Incluso había navegado por el sur de Inglaterra en un cúter y visitado la Isla de Skye en el norte de Escocia. Estaba aprendiendo a hablar francés con Marvella, quien había aprendido el idioma hacía años. Las dos chicas planeaban visitar Francia en algún momento. Él le había dado a Bridget una buena cantidad de dinero al abrirle una cuenta en un banco que era propiedad de un amigo suyo, y no se había molestado en verificar qué había hecho con el dinero. Estaba claro que ella se había ido de aventuras con él. Y en lugar de seguir furioso… se sintió intrigado y extrañamente divertido. Trystan se dio cuenta de que estaba sonriendo de verdad. La diablilla le había demostrado que estaba equivocado. Pensó que la había convertido en un cisne como todas las demás mujeres de Londres. Pero no lo había hecho. Ella siempre había sido un cisne; él solo le había enseñado que podía volar. Sintió una repentina punzada de arrepentimiento por no estar con ella. Le habría encantado verla en bañador mientras recogía conchas y sentía cómo el mar acariciaba su piel. Habría reído con ella escuchando sus historias mientras cabalgaban por las Tierras Altas en el lomo de Beau. —Mi gatita está viviendo —dijo, con un extraño nudo en la garganta. —¿Milord? —Eh… devuélvele las cartas a la señora Story. Dile que quiero saber en qué momento recibe otra. Quizá pueda dar con el paradero de Bridget, o al menos seguir su rastro — golpeó pensativamente su pila de cartas sin abrir con el dedo—. Creo que iré a ver a mi tía abuela esta tarde. Por favor, ensilla mi caballo. Su mayordomo lo dejó solo, y él se tomó un momento para recoger los restos destrozados de la carta de Graham. Después de ganar la apuesta, Graham le había ofrecido inmediatamente su carruaje de carreras y su yunta de caballos como pago, pero después de haberlo pensado unos días, Trystan se negó a aceptarlo. Graham había insistido en que se hiciera el intercambio, pero Trystan finalmente había quedado con él para unas copas en su club y le había explicado por qué no lo podía aceptar. Graham había ayudado a Bridget casi tanto como Trystan y Kent en sus preparativos, y no era justo quedarse con las ganancias cuando el hombre se había desvivido por ayudar a Trystan a ganar. Al final, Graham lo aceptó y bebieron whisky en agradable silencio junto al fuego, pero al cabo de un momento su amigo sonrió melancólicamente y dijo que deseaba que Bridget estuviera allí con ellos. Su ausencia le resultaba muy extraña después de que ella hubiera estado siempre presente durante más de un mes. Graham tenía razón. Él se había acostumbrado a la chica. Durante todo el tiempo que habían pasado estudiando y practicando, habían pasado muchas más cosas; que ahora recordaba con cariño. Ella se acurrucaba en la silla frente a él junto al fuego y leía un libro mientras él leía el suyo. Graham y Kent jugaban al ajedrez, y a veces los cuatro jugaban al whist o al faro. No podía contar las veces que, en los dos últimos meses, había vagado por los pasillos de su casa de Zennor y perseguido los fantasmas del recuerdo de Bridget. Por mucho que lo deseara, sus recuerdos no podían resucitar su espíritu. Bridget había formado parte de la vida de Trystan como si ella siempre hubiera sido una parte vital de ésta. Él nunca se había percatado de ello hasta ahora, de cómo ella se había vuelto crucial en su día a día. Había disfrutado viviendo con ella bajo su techo. Algo muy curioso, en realidad. Pero, ¿qué podía hacer? No podía casarse con la chica, no podía someterla a lo que su madre había sufrido. No podía arriesgarse a destruir su espíritu. Ella debería estar viviendo su propia vida, tal como lo estaba haciendo ahora. Una hora más tarde, cabalgó hacia la casa de Lady Helena y el mayordomo de su tía abuela lo guio hasta el interior. Helena estaba en el invernadero cortando rosas. Sus anteojos descansaban sobre su nariz y un delantal salpicado de manchas de tierra cubría su vestido púrpura claro. Ella lo saludócon un abrazo y un beso en la mejilla. —¿Qué hace aquí mi sobrino favorito? —preguntó mientras cortaba otra rosa y la colocaba en un jarrón sobre una mesa cercana. —Bueno, en realidad no lo sé —supuso que había venido porque necesitaba hablar con alguien que lo amara y se preocupara por él, pero también necesitaba a alguien que fuera sincero. Lady Helena soltó una risita. —Bueno, sí pareces perdido. ¿Y dónde está mi querida Bridget? —¿Bridget? —repitió él. —Sí, siempre viene a verme cuando tú lo haces —Lady Helena continuó cortando rosas. Eso era cierto; en el último mes había empezado a visitar a su tía dos veces por semana y a Bridget le había encantado venir. Ella y Helena se llevaban estupendamente, y ver sus cabezas inclinadas juntas mientras hablaban siempre le causaba un nudo en el pecho y una sensación de calidez. —Oh… ella se ha ido —tuvo una repentina necesidad de desahogarse con su tía abuela. —¿Ido? —repitió Helena la palabra con evidente temor de que algo le hubiera ocurrido a Bridget. —Se ha marchado… quiero decir. La apuesta ha terminado y ella se ha ido por su cuenta, tal y como siempre habíamos planeado —era la verdad, pero ¿por qué decir esas palabras le producía un dolor horrible y vacío en el pecho? Al marcharse, no solo se había llevado a sí misma, sino parte de la propia alma de Trystan, y todo lo que él tenía eran recuerdos que simplemente no eran suficientes. Llevaba semanas mintiéndose a sí mismo, diciendo que no le importaba su partida. Pero joder, sí que le importaba. —Cuéntamelo todo, querido muchacho. Ella le tendió un par de tijeras para podar, y él se puso a trabajar a su lado, cortando rosas. Siempre le había gustado esa tarea. Su madre lo había instruido bien en el cuidado de las cosas que crecían. Mientras cortaban rosas uno al lado del otro, Trystan le contó a Helena todo lo que había sucedido en el baile, cómo Bridget había aparecido tan regia como una princesa y cómo había engañado a todo el mundo, incluso al astuto Rafe Lennox, quien se había encontrado varias veces con ella en aquella vieja taberna. Cuando ella por fin terminó, se quitó los guantes y bajó las tijeras. —Ahora mi gatita se ha alejado y no sé dónde está, ni siquiera si está a salvo. Eso me tiene terriblemente preocupado porque… —La amas —terminó su tía. —No puedo… —No me mientas, Trystan. Ni deberías mentirte a ti mismo. Soy demasiado vieja y mis oídos, por muy sordos que estén a veces, todavía no pueden soportar oír una mentira sobre el amor —se quitó el delantal de jardinería y lo puso sobre la mesa, luego miró fijamente a Trystan con una expresión maternal. —Tía Helena, yo… —¿Cuál es el daño en admitir que amas a Bridget? ¿Acaso te caerá un rayo encima? —Me parece que sí —refunfuñó—. Admitir algo así… Es, bueno, no se hace, ¿verdad? Solo los tontos se enamoran. No puedo casarme por amor y tampoco tengo deseos de casarme por conveniencia, así que ¿dónde me deja eso? —Bastante solo, diría yo —dijo Helena sin rodeos—. Aunque no hay nada malo en estar solo; yo he disfrutado bastante de mi soledad, tú, por otro lado, serías un maldito tonto si te alejaras del amor de tu vida. ¿Y qué hay de malo en casarse por amor? Tu padre lo hizo. —Y mira lo que le pasó —Trystan dejó las tijeras sobre la mesa con demasiada fuerza. Los ojos de su tía abuela se entrecerraron tras sus anteojos. —Lo que pasó es que tus padres eran muy felices. Se amaban el uno al otro y tuvieron un hijo maravilloso. —Pero el final no fue feliz —le recordó. Ese viejo dolor de su pérdida volvió a clavar sus garras en él—. Mi madre fue rechazada por todos en los círculos sociales de mi padre. Helena asintió con tristeza. —Porque era Romaní. Sí, lo sé. —La trataban como a una paria, y eso la llevó a una muerte prematura. Ya sufrí bastante de niño, siendo objeto de burlas por mi sangre gitana. Pero ahora, soy mayor, y no me molesta ni un poco lo que digan los demás. Pero mi padre… Nunca volvió a ser el mismo después de perder a mi madre —él nunca había hablado tan abiertamente en su vida de algo tan doloroso, pero ahora que había empezado, parecía que no podía parar—. ¿No lo ves? La verdad sobre Bridget saldría a la luz, y entonces ella se enfrentaría a la misma situación que mi madre. Me casaría con ella en un instante, pero… pero no puedo quedarme de brazos cruzados y ver cómo se rompe de la forma que lo hizo mi madre. Sí, ella engañó a todos en el baile de Lady Tremaine, pero esa fachada no puede mantenerse para siempre. Se reirían de ella, la ridiculizarían, la destruirían. No podría soportar ser testigo de eso. Helena lo miró fijamente. —¿Te has molestado en hablar con Bridget sobre tus verdaderos sentimientos? Ella no se parece tanto a tu madre como tú crees. —Por supuesto que no lo he hecho. No quería que ella pensara que había una posibilidad de matrimonio cuando no la hay. —Trystan, querido —dijo la mujer con más suavidad—. Tu madre era una criatura salvaje y despreocupada, al igual que Bridget, pero también era una flor delicada. Tu padre sabía eso cuando se casó con ella. Asumió el riesgo de compartir su vida con ella, y ella también. Pero Bridget no es igual. Esa joven ha tenido que luchar para sobrevivir toda su vida. Ella ha prosperado en situaciones que otros apenas soportan. Ella no es una flor delicada. Es un roble con raíces profundas. Ella no dejaría que nadie la hiciera a un lado, no como tu madre. Además, si alguien se atreviera a darle la espalda, imagino que un amplio círculo de hombres y mujeres que te son ferozmente leales harían lo mismo con quienes se atrevieran a apartar a tu mujer de la sociedad. Ella tiene protectores; te tiene a ti, pero lo más importante es que se tiene a sí misma. A una mujer fuerte no le importan las opiniones de los demás, sino solo la opinión que tiene de sí misma. Ése es el origen de la confianza, y cuando alguien porta la confianza como escudo, las púas y flechas de los inseguros y celosos no encuentran puntos débiles para atacar. Trystan miró asombrado a su tía abuela. Ella tenía razón, y había tenido demasiado miedo de admitirlo porque él mismo no estaba preparado para admitir que se había enamorado. —Bueno, entonces, ¿cuáles son tus planes, querido muchacho? No puedes quedarte aquí podando rosas para siempre, sin importar que me guste tu compañía. —Eh… no, supongo que no —bajó su mirada sin esperanza al par de tijeras que había colocado en el banco de macetas. —No te quedes ahí parado. En lugar de huir de ella, ve tras ella —Helena le lanzó un guante de jardinería a la cara. Éste lo golpeó, y él solo consiguió cogerlo antes de que cayera al suelo. —No tengo ni idea de su paradero. Podría estar en cualquier parte de Inglaterra. ¿Y si no me quiere? ¿Y si no me necesita? —¿Quieres que ella te necesite? —preguntó Helena. Él guardó silencio un largo instante. —Solo quiero que me ame… pero he sido terriblemente autoritario con ella. ¿Y si piensa que le estoy ordenando que vuelva a casa como un spaniel amaestrado? Ante esto, su tía se rio alegremente. —Cielos, ¿de dónde sacas esas tonterías? Bridget no es un spaniel y lo sabes. Esa chica tiene unas encantadoras garras, como cualquier buen gato salvaje. Nunca domesticas o controlas a una criatura así. La alimentas, la cuidas, la amas y, al final, una noche, la encontrarás acurrucada en tus brazos, feliz como un pequeño gato — cortó otra rosa, la colocó en el jarrón y se apartó para admirar su trabajo. —¿Por qué nunca te casaste? —preguntó Trystan a su tía. Nunca había pensado mucho en la vida solitaria de su tía hasta ahora. —Porque yo era como Bridget y solo había un hombre para mí en todo el mundo. Murió luchando contra los colonos Americanos. Cuando nunca volvió a casa, simplemente decidí que no había nadie más que pudiera ocupar su lugar, y aunque mantuve mi corazón abierto, tenía razón. Fue un amor único en la vida —su voz era suave y estaba llena de un antiguodolor que Trystan sentía ahora al pensar en Bridget en algún lugar lejano, viviendo una vida sin él porque había fracasado en decirle que la amaba. —Lo siento, tía Helena, no lo sabía. Se giró hacia él y alcanzó su mano, sus manos enguantadas lo estrujaron suavemente. —Ella te ama, Trystan, confía en una vieja mujer cuando digo que sé cómo es el amor. Ella siempre te ha mirado con amor en los ojos, incluso cuando ha estado enfadada contigo. ¿No es esa la magnitud del amor? ¿Amar a través de la ira y el dolor cuando uno debe hacerlo? A Trystan se le hizo un nudo insoportable en la garganta al intentar hablar. —No eres vieja. Ella se rio y le cogió cariñosamente la mejilla, con ojos brillantes. —Puede que mis huesos lo sean, pero el espíritu siempre es joven —le dio una palmadita en la mejilla y volvió de nuevo a la poda. —¿Qué debería hacer Helena puso los ojos en blanco como si la respuesta fuera obvia. —¿Por qué no te vas a casa y lo consultas con la almohada? Supongo que encontrarás una pista antes de lo que crees. —Sí, buena idea —musitó con aire pensativo. Cuando se dio la vuelta para marcharse, vio una pequeña talla de madera en el banco donde había dejado las tijeras. Su tía estaba de espaldas a él cuando cogió la talla de madera. Era del tamaño de su mano y representaba a un hombre de rostro noble. La madera había sido alisada con un cuidado diligente y cariñoso, y él reconoció el estilo tanto como su propio rostro que le devolvía la mirada desde la talla. Bridget había estado aquí… recientemente… pero, ¿cuándo? No le preguntó a su tía; ella no se lo habría dicho. Después de todo, ésa era su misión; ganarse de nuevo el amor y la confianza de Bridget. Guardó la pequeña talla en el bolsillo de su abrigo y volvió junto a su tía. Besó la mejilla de su tía abuela antes de salir del invernadero, y ella volvió a su poda. En lugar de esperar a que el mozo de cuadra acercara su caballo, decidió ir él mismo al establo. Al atravesar la puerta, se detuvo al ver al familiar caballo castaño masticando ruidosamente avena de un balde en uno de los establos. —¿Beau? —se acercó a la bestia y le dio una palmadita en el cuello, asegurándose de que sus ojos no le estuvieran engañando—. Si estás aquí, tu ama debe de estar cerca, ¿eh? —así que Bridget había venido y tal vez aún estaba aquí. Le dio otra palmadita al caballo antes de llamar a un mozo para que ensillara su caballo. Necesitaba volver a casa de inmediato. Pondría en marcha un plan para capturar a su caprichosa gatita en matrimonio. LADY HELENA ESPERÓ HASTA QUE ESTUVO SEGURA DE QUE SU sobrino se había ido, entonces habló a un rincón distante del invernadero, donde varios árboles altos y plantas bloqueaban un área privada de descanso. —Ya puedes salir. Él se ha ido. Bridget echó un vistazo alrededor de un arbusto. —¿Estás segura? Helena soltó una risita. —Sí. ¿Qué tanto has podido escuchar? —Todo —admitió Bridget. —¿Y? —Helena levantó el jarrón de rosas. Bridget se apresuró a coger el pesado objeto. —¿Y qué? —Bridget siguió a Helena mientras salían del invernadero y caminaban hacia el salón principal. —Ya lo has oído, niña. El hombre te ama. Y lo que es más importante, está enamorado de ti. Bridget dejó el jarrón en una mesa junto a la ventana y miró el jardín que había más allá del cristal. —¿Crees que él se casaría conmigo? ¿Si no le preocupara tanto que yo fuera a romperme? —Creo que él lo haría —dijo Helena—. Él ahora entiende lo fuerte que eres. Antes estaba demasiado cegado por su miedo al pasado para verlo, pero ahora piensa con claridad. Helena se sentó en una silla, con los huesos adoloridos por el trabajo del día en el invernadero, pero no le importó. A su edad, los dolores le recordaban que había vivido una larga y buena vida, una que estaba lejos de terminar si ella tenía algo que decir al respecto. Quería ver cómo Trystan y Bridget le daban una docena de bisnietos y bisnietas. —¿Te casarías con él si te lo pidiera? La joven ajustó las rosas en el jarrón y se estremeció al pincharse con una espina. En lugar de gritar o quejarse, se limitó a chuparse la herida antes de reanudar su ordenación. Helena sonrió. Ella definitivamente es un roble, pensó. —Lo haría, si él lo dijera enserio. No seré una obligación para él, ni un adorno. Necesito que él me quiera, que quiera estar conmigo como yo quiero estar con él. Se afanó por las flores un poco más y luego ocupó una silla con un suspiro frustrado. —Todavía hay mucho que quiero hacer, mucho que ver. ¿Y si no me deja hacer esas cosas? Helena soltó una risita. —Me gustaría verlo a él o a cualquier otro intentar detenerte. O te acompañaría o no, y yo creo que lo hará. Para ser un hombre de ocio, le gusta estar ocupado. No puede quedarse quieto mucho tiempo, como tú. Bridget se rio. —En eso ciertamente coincidimos, ¿no? —Sí. Ahora ven y ayúdame a planear mi próxima velada —Helena distrajo a la chica de sus preocupaciones y ocultó su sonrisa. Era una excelente jugadora de ajedrez. Esperaría a que Trystan hiciera su movimiento, y entonces ella enviaría a la reina corriendo a sus brazos. B 1 0 ridget miraba fijamente la vieja taberna en ruinas a las afueras de Penzance. No había cambiado nada en los últimos tres meses desde que ella la había dejado. —Señorita Bridget, ¿qué debería hacer mientras usted no está? —preguntó Marvella. —Espérame aquí en el carruaje. No salgas. Esta parte de la ciudad no tiene buena reputación. Su leal criada asintió y estrujó la mano de Bridget antes de volver al carruaje en espera y desaparecer en su interior. —De nuevo aquí —suspiró Bridget para sí misma. ¿De verdad solo habían pasado tres meses? Parecían haber pasado siglos desde su vida aquí. Se miró la pequeña capota que llevaba en la cabeza y se ajustó el gran lazo naranja bajo la barbilla. Luego se levantó las faldas de su fino vestido de paseo y caminó con pasos largos hacia la taberna. Sabía que su vestido de satén azul celeste con mangas abombadas y flores naranjas bordadas en el corpiño daba una imagen encantadora. Los hombres de la calle la miraban con respeto y aprecio. Ella entró y su vista se nubló momentáneamente mientras se adaptaba a la luz. Una figura conocida estaba parada junto a la barra, limpiando vasos con un trapo sucio mientras refunfuñaba. Cuando él levantó la cabeza, ella esperó ver una chispa de reconocimiento en los ojos del hombre, pero nada ocurrió. En su lugar, su padrastro casi tropezó para ofrecerle asiento y comida. La antigua Bridget se habría reído y le habría gritado al hombre por fallar al reconocerla, pero ahora no le importaba para nada el hombre que una vez había sido su única familia en el mundo. —¿Qué le sirvo, milady? —Una ale, por favor —dijo ella con calma, luego inspeccionó la habitación y sonrió. Un hombre sentado en una mesa distante, de espaldas a ella, tenía en la mano una pequeña talla de madera. Su pelo oscuro y ondulado brillaba a la luz tenue del sol que entraba por las mugrientas ventanas que daban a la calle. Sin volver a mirar a su padrastro, ella cogió la taza y se dirigió hacia el hombre en la mesa distante, deteniéndose justo detrás de él. —Oye, ¿qué quieres beber, dandi? —le exigió de manera grosera con su viejo acento. —Cuida tu lengua y tráeme una jarra de ale —le ordenó el hombre mientras dejaba la talla de madera sobre la mesa. Ella le dejó caer la ale sobre la mesa, junto a su brazo, y ésta se derramó peligrosamente cerca de su mano. Él la cogió de la muñeca en un instante y tiró de ella para que cayera con el trasero sentado en su regazo. Bridget se estabilizó al apoyar las palmas de las manos en su pecho. El hombre la rodeó con sus brazos, sujetándola firmemente en su regazo. —Hola, cariño —dijo Trystan, con una mirada que ardía con un fuego que ella había echado de menos desde que lo había dejado. Luego estuvo la forma en que la había llamado cariño. Él nunca lo había hecho antes, yeso hizo que su corazón palpitara como loco. —Hola —saludó ella con una sonrisa vacilante. Ambos ignoraron el hecho de que estaba en su regazo en un lugar muy público—. ¿Por qué has vuelto aquí? —señaló con la cabeza la taberna a su alrededor. —Para encontrarte, por supuesto. —Pero yo no estaba aquí… —se detuvo bruscamente, no queriendo delatar el hecho de que había estado escondida durante la última semana en casa de Lady Helena. Él cogió la talla de la mesa y la sostuvo ante ella. Era la que ella había hecho de su cara cuando había estado unos días en casa de Helena. Bridget se preguntó dónde la habría dejado. Él debió haberla encontrado cuando fue a visitar a su tía. —Cuando salí de casa de Helena, después de haber confesado mis más profundos pensamientos y sentimientos sobre cierta arpía, me sorprendió encontrarme con una cara equina muy familiar en los establos. Ella sonrió, sabiendo que él había visto su caballo. —Pero si sabías que estaba en casa de tu tía, ¿por qué has venido aquí? Le estrujó suavemente las caderas para que se acomodara en su regazo. —De haberte confrontado en casa de mi tía, tal vez te habrías sentido obligada a acceder a todo lo que te pidiera, viéndote así en un aprieto. Pero si decidías venir a buscarme, ponerte de nuevo en mi camino, yo sabría que me querías. Por eso le envié una carta a Helena diciéndole que planeaba buscarte en Penzance. Sabía que ella te lo diría. Si no hubieras venido aquí, sabría que querías seguir viviendo tu vida sola. Y si venías… Trystan dejó la frase sin terminar, porque ambos sabían lo que eso significaba para ellos. Él colocó la talla en una de sus manos y Bridget la rodeó con los dedos de manera protectora. Había hecho esa estatuilla de su rostro para poder llevarlo siempre consigo. —Y si he venido a por ti, ha sido porque te necesitaba en mi vida —ella terminó suavemente mientras clavaba su mirada en esos ojos castaños como el whisky que siempre la mantuvieron cautiva—. Ya te tenía en mi corazón. Los ojos de Trystan se suavizaron de un modo que le provocó escalofríos, y la acurrucó más contra él. —Me temo que el hombre que conoces, el hombre autoritario que tiene demasiadas opiniones; probablemente no estés de acuerdo con la mitad de ellas, es el hombre que realmente soy. ¿Puedes soportar vivir con eso… conmigo? Ella le sonrió. —No creo que nadie que no sea una arpía como yo pueda soportarlo, así que supongo que será mejor que yo lo haga —bromeó—. Menos mal que estoy locamente enamorada de ti, incluso cuando no eres razonable y… Él presionó un dedo contra sus labios, silenciándola. —Creo que estás diciendo cosas para que vuelva a doblarte sobre mis rodillas. Bridget soltó una risita. —Tal vez… pero en verdad te amo. —¿Locamente? —preguntó él, crispando los labios. —Con locura —aceptó ella. —Bien, entonces estaremos locos de amor juntos — Trystan jugó con el trozo de cinta en su barbilla—. ¿Supongo que Marvella te estará esperando en alguna parte? —la inquietud de la cual ella siempre había sido muy consciente parecía haber desaparecido. Él lucía como si hubiera podido quedarse sentado con ella en el regazo el resto de su vida. —En mi carruaje —dijo Bridget. Lo miró fijamente, contemplándolo. Ella había echado de menos la calidez con la que sus ojos castaños como el whisky la envolvían, y la sensación que le producían sus manos grandes y elegantes al sostenerla. Habían pasado muy poco tiempo así, y esta dulce intimidad entre ellos era todavía muy nueva. Incluso echaba de menos la forma en que él le daba órdenes y la frustraba con sus tontas lecciones. Recordando ahora todos esos momentos, se dio cuenta de que había empezado a enamorarse de él ese primer día. —Escuché lo que le dijiste a Lady Helena, todo —dijo ella después de un momento. Sus ojos se calentaron aún más. —Me sentí un tonto contándole todo eso, pero después, me sentí libre. No sabía que estabas allí en la habitación escuchando. —Lo siento. Estaba atrás, en el área de descanso. Habíamos estado hablando cuando ella escuchó tu llegada y me dijo que me escondiera. Trystan sonrió. —Mujer astuta. Casi diría que ella planeó algo así. —Ella es muy lista —coincidió Bridget. Él se encontró con su mirada. —Entonces, ¿qué vamos a hacer, mi pequeña arpía? ¿Debería cortejarte como a una dama correcta? Luego, en un buen día de primavera, ¿me arrodillaré y te pediré que te cases conmigo? Bridget deslizó los dedos por su nuca, arañándolo ligeramente como sabía que a él le gustaba. —Quizás deberías cargarme hasta el altar ahora antes de que vuelva a irme volando. —¿Y crear un escándalo aún mayor? —preguntó. La preocupación tiñó un poco su tono. —¿A quién le importan esas cosas tan triviales? — respondió ella con toda seriedad—. Kent y Graham no me darían la espalda y no volverían a hablarme, ¿verdad? — preguntó, bastante segura de saber lo que él diría. —Por supuesto que no lo harían —respondió Trystan sin vacilar. —Entonces tus otros amigos tampoco lo harán —le aseguró ella. Él la miró, con esos cálidos ojos marrones aún preocupados. —¿Te arriesgarías para ser condesa? Bridget bajó la cabeza hasta la suya y lo besó, sabiendo que estaban en medio de una taberna mugrienta y sin importarle en absoluto. —No me importa ser condesa. Solo me importa estar contigo —ella le mordisqueó el labio inferior, lo que lo hizo gemir suavemente. —Será mejor que nos vayamos antes de que yo arme un escándalo —él tiró unas monedas sobre la mesa antes de bajarla de su regazo y sacarla de la taberna—. Dejaremos que Marvella nos siga en tu carruaje. Tú y yo iremos en el mío para que podamos hablar. Ella lo siguió mientras les explicaban la situación a los dos cocheros y a Marvella, y luego le abrió a Bridget la puerta de su carruaje. Le ofreció la mano para subir. —Mi bella dama… —bromeó. —¿Soy una bella dama? —preguntó ella, riendo. —La más bella. Porque yo te he enseñado a serlo. —Oh, silencio, dandi —replicó con descaro —Creo que fui yo quien te enseñó un par de cosas. —Pagarás por eso, diablilla —le advirtió con un brillo malvado en los ojos. —Eso espero —ella levantó la barbilla y meneó el trasero a propósito en señal de invitación antes de ocupar el asiento del carruaje. Trystan subió tras ella y cerró la puerta. La acomodó de nuevo en su regazo, sosteniéndola cerca, y volvió a tirar de la cinta de su capota. —Luces muy apetecible. Podría mordisquearte durante días. Bridget le sonrió brillantemente. —Me han hecho varios vestidos nuevos y un bañador — desató las cintas de la capota y la dejó en el asiento de enfrente. —Cuéntame sobre todas tus aventuras. Quiero oírlo todo. —¿Todo? —Especialmente sobre ti nadando en la playa. Bridget soltó una risita. —Podría tardar unos días en contarlo todo. —Por suerte nosotros tenemos el resto de nuestras vidas —la mirada de Trystan se suavizó, y ella quiso fundirse con él, para no separarse nunca más de él. —Lo tenemos, ¿verdad? —dijo con una pequeña sonrisa de suficiencia—. En ese caso, tengo otras cosas que me gustaría hacer primero —ella jugueteó con su pañuelo de cuello y se retorció en su regazo. Los ojos voraces de Trystan regresaron. Él le metió la mano en el pelo y la besó con rudeza, justo como a ella le gustaba. Parte de lo que le atraía de Trystan era que nunca la trataba como si fuera a romperse en sus momentos de pasión mutua. Ella le devolvió el beso con la misma fiereza y pronto ambos se separaron, necesitando recuperar el aliento. Trystan le cogió la cara con las manos y sonrió. —Voy a hacerte el amor. —¿Aquí? —Oh, sí. Levántate la falda, mi diablilla —ella se subió rápidamente el vestido hasta las caderas y la ayudó a sentarse a horcajadas sobre él, y luego se quitó los pantalones. La colocó encima de él, la sujetó por las caderas y tiró de ella con fuerza y rapidez. Jadeó sorprendida al sentirlo dentro de ella. —¡Oh Trys! —esto se sentía muy diferente a la última vez que élle había hecho el amor. Se sentía llena de una manera completamente diferente. —Eso es, gatita, móntame… —gimió, moviendo sus caderas contra las de ella. Su conde era el hombre más perverso que había conocido, y no lo aceptaría de ninguna otra manera. Estaban completamente vestidos y, sin embargo, ella subía y bajaba por su pene y sus cuerpos se movían como si ellos fueran un solo ser. Se aferró a él, rodeándole el cuello con los brazos, y Bridget se encontró con sus labios en un beso ardiente que se apoderó de su corazón, su cuerpo y su alma. Minutos después, se corrió con un grito y se desplomó sobre él. La mantuvo cerca, acariciándole el pelo y besándole la parte superior de la cabeza. —Eso ha sido simplemente glorioso —murmuró somnolienta contra él— Y escandaloso. —Es solo el principio, arpía —su oscura promesa de más pasión la hizo sonreír. —Desde el día que te vi por primera vez supe que eras peligroso —dijo Bridget. —¿Peligroso? —repitió, intrigado. —Sí, peligroso. —Más bien creo que tú eras la peligrosa desde el principio. Peligrosa para mi corazón, pequeña arpía. TRES SEMANAS DESPUÉS… Los restos del fastuoso banquete de boda habían sido retirados del comedor y todos los invitados se habían dirigido a sus habitaciones privadas en la enorme casa de Trystan para descansar antes de la cena. En lo más profundo de la biblioteca, Bridget estaba sentada en un diván, bañada por la luz del sol, con un libro en la mano y leyendo. La cabeza de Trystan yacía en su regazo mientras él se estiraba en el sofá, con los ojos cerrados mientras dormitaba. Los dedos de Bridget se deslizaban perezosamente por los mechones sedosos de su pelo. Más temprano esa misma mañana, ella le había pronunciado sus votos nupciales en la pequeña parroquia local y luego había salido a la luz del sol, con la mano sobre el brazo de Trystan mientras sus amigos les arrojaban arroz y monedas en su camino al carruaje abierto. Los niños de la aldea habían correteado por allí, recogiendo las relucientes monedas del suelo. Todo el mundo los había vitoreado. Una multitud de hombres y mujeres de los más altos niveles de la sociedad habían asistido a la boda, pero todos eran amistades de confianza de Trystan. Bridget sabía que su pasado saldría probablemente a la luz en algún momento, pero no le importaba. Para cuando se casaron, todo el pueblo de Zennor supo que ella no era más que una ordinaria moza de bar; palabras de ellos, por supuesto, pero las habladurías cesaron después de un tiempo. Después de todo, los aldeanos decían que Trystan era mitad Romaní, y ¿acaso no era previsible que hiciera algo atrevido? Bridget se lo tomó todo con calma porque tenía el apoyo incondicional de Trystan y sus amigos. No le importaba que ciertas puertas permanecieran cerradas para ella o que algunas invitaciones nunca llegaran. No, lo que le importaba era pasar tiempo con Trystan y con su creciente círculo de amigas a las que no les importaba su origen. Sus aventuras con Trystan estaban lejos de terminar, y ninguna de esas aventuras tenía lugar en salones de baile. Lady Helena tenía razón. Se tenía a sí misma. Había demostrado que podía cambiar sus circunstancias y su situación. No dejaría que unos cuantos entrometidos y cotillas arruinaran su felicidad. Lo único que importaba era lo que pensaba de sí misma. De ahí provenía su fuerza. —Sabes… —Trystan habló de repente. Bridget cerró su libro y bajó la mirada hacia él. —¿Mmm? —Lo había olvidado por completo, pero el año pasado un grupo de Romaníes se quedó en mi tierra durante unas semanas. Nada inusual, ya había sucedido antes. La anciana madre de su tribu me dijo que algún día encontraría a la mujer destinada para mí. —Estoy segura de que ella le diría eso a cualquiera que fuera lo suficientemente amable como para dejarlos quedarse. —Tal vez. Pero ella me dijo que yo huiría de ti, y lo hice… Fue un milagro que amaras mi tonto corazón lo suficiente como para venir a por mí. Eres todo lo que podía esperar amar —soltó una suave risita—. Solía pensar que moldearte a partir de arcilla sería la mejor manera de crear a la mujer perfecta. Pero tú me has demostrado lo contrario. Tú tienes tu propia mente, tu propio corazón, y esos son lo que más aprecio de ti. Bridget se quedó mirando a su marido, y luego al libro de mitología griega que había estado leyendo. Deslizó la nariz recta de Trystan con la punta de un dedo hasta llegar a su sensual boca. Él le besó las puntas de los dedos y ella sonrió. —He estado pensando en Graham. Su marido se incorporó bruscamente. —Nada malo, espero. Ella soltó una risita y se acurrucó contra él, apoyando la barbilla en su hombro mientras lo miraba. —No, pensaba hacer una apuesta contigo respecto a él. Trystan se relajó y le besó la punta de la nariz. —Tienes mi atención. ¿En qué estás pensando? —Durante mi estancia en Londres con Marvella, llegué a conocer a la mujer más encantadora de Londres. Trabaja en una floristería. Creo que él le sentaría bien como marido y ella sería una excelente esposa. Son de naturaleza bastante opuesta, pero como hemos descubierto, los opuestos pueden ser muy atractivos. Apuesto a que puedo convencerlo de casarse con ella. Su marido soltó una estruendosa carcajada. —Eso sí que sería divertido. ¿Qué está en juego? —Si no consigo convencerlo para que se case, tú ganas, y te dejaré… —se inclinó hacia él y le susurró algo terriblemente perverso al oído. Los ojos de Trystan se abrieron de par en par. —¿Estarías dispuesta a intentar eso? —preguntó, lanzándole una mirada juguetona y lasciva. —Sí, claro. Pero si yo gano… —ella se dio unos golpecitos en la barbilla, pensativa. —Si tú ganas… —él sonrió—. Haré lo que sea que tú desees, esposa, porque cualquier cosa será un sueño mientras esté contigo… empezando por esa visita a París que tú y Marvella estabais planeando. Bridget lo empujó hacia atrás en el diván y se arrastró sobre su regazo, a horcajadas sobre él. —Tal vez deberíamos discutir nuestros términos más a fondo… —empezó a deshacerle el pañuelo del cuello mientras él le desabrochaba los cordones de la espalda de su vestido. El libro que Bridget había estado leyendo cayó al suelo y se abrió en el mito griego que recién había terminado de leer. Pigmalión. LA SEÑORA STORY SE DETUVO JUNTO A LA PUERTA CERRADA DE LA biblioteca y sonrió al oír las risitas y carcajadas del interior. Un lacayo estaba de pie junto a la puerta, con la cara un poco roja, completamente consciente de las intenciones de su amo y su ama. —Asegúrate de que no sean molestados. —Sí, señora Story —asintió él. Satisfecha de que el muchacho se mantendría vigilando, volvió a sus deberes de limpieza tras el desayuno nupcial. La casa seguía llena de invitados, y tenían mucho por hacer para prepararse para la cena de esa noche. Uno de esos invitados bajó las escaleras mientras ella pasaba. Vestía ropa de montar y llevaba un par de guantes de montar negros. Ella saludó al apuesto caballero. —Buenas tardes, señor Lennox. —Buenas tardes, señora Story. ¿Podría hacer que alguien me trajera mi caballo? —Sí, por supuesto, pero tenga cuidado si se aleja demasiado. Hay un malvado asaltante de caminos que ha estado robando a carruajes y jinetes esta última semana. Los ojos del señor Lennox se abrieron de par en par. —¿Un malvado asaltante de caminos? No me diga… —Oh sí, dicen que es encantador, pero eso no significa que no sea peligroso. —Gracias por la advertencia, señora Story —dijo el señor Lennox con una sonrisa de lo más curiosa. Unos minutos más tarde, ella volvió a pasar junto a las ventanas del frente y vio al señor Lennox subir a su caballo. Mientras se alejaba, su gran capa se extendió tras él. ¡GRACIAS POR LEER EL CONDE DE ZENNOR! ¡MÁS LIBROS DE la serie la Liga de los Pícaros llegarán pronto! Hasta entonces, ¡empieza una nueva serie conmigo! Pasa la página para leer el primer libro de mi Trilogía Pecados y Escándalos,Cuando un Conde se Enamora. I C U A N D O U N C O N D E S E E N A M O R A nglaterra, octubre de 1911 —YA SABES LO QUE DICEN DEL HOMBRE… —MURMURÓ LORD Caruthers mientras Leopold Graham entraba en la sala de lectura principal del Brooks's Club de St. James's Street. Las palabras paralizaron Leo. —No… ¿qué dicen? —susurró otro hombre, con la mitad de su cara oculta tras un periódico. Los dos hombres estaban sentados cerca de una chimenea junto a la puerta. Ambos eran mayores, con el pelo canoso y cinturas anchas que mostraban su adinerado estilo de vida. Leo los miró con el ceño fruncido, pero en el fondo estaba asustado por susurros. —Mantuvo a una cantante de ópera italiana en un acogedor nidito de amor en Mayfair. ¿Te lo puedes creer? —Caruthers soltó una risita—. Maldita sea si no estoy celoso del viejo Hampton por actuar así con una esposa y un hijo en casa. Todo un atrevimiento montar un escándalo así de forma tan pública. —Espera… —jadeó el otro hombre, con el papel traqueteando en sus manos por la emoción mientras se inclinaba más hacia Caruthers—. ¿El viejo que murió en la cama de su amante? ¡He escuchado sobre eso! —los caballeros de mayor edad estaban inclinados uno junto al otro, cotilleando como un par de viejas damas, utilizando sus periódicos del mismo modo que las mujeres utilizarían los abanicos. —¡Sí! El difunto Lord Hampton… Tuve que sacarlo en brazos de la casa de esa mujer. Ella ni siquiera se preocupaba por él. Oí que estaba decidida a quedarse con la casa. Un asunto sucio dejar que el hijo se ocupara de eso. Incluso ahora que la familia ha salido de su año de luto, no todo el mundo ha olvidado los pecados del viejo Hampton —resopló pomposamente Caruthers—. Yo no dejaría que vieran a mi hijo cenando con esa familia, no con ese tipo de habladurías todavía rondando por ahí. —En efecto —coincidió el otro hombre—. Pues… —Ejem —gruñó Leo en voz baja mientras se acercaba a los dos hombres con los puños cerrados por la rabia. Ambos se sobresaltaron; al parecer, se habían engañado pensando que él no podía oírlos. Tontos viejos sordos. Ni siquiera en su maldito club podía escapar de los rumores, los murmullos y el maldito y completo oscuro escándalo que su difunto padre había hecho caer sobre su cabeza. No quería recordar haber tenido que tratar con la amante de su padre, ni tampoco haberle pagado y permitido quedarse con la casa que su padre había comprado. La necesidad de silenciar a la mujer y terminar con el escándalo lo antes posible no había tenido el éxito esperado. Los bailes de salón londinenses y las cenas capturaban rumores y escándalos, propagándolos como un incendio forestal. Caruthers y su acompañante, ahora en silencio, lo observaron con gran interés mientras se acomodaba en el único asiento vacío, uno junto a la ventana que daba a St. James Street. En la calle había una mezcla de carros y carruajes. Londres siempre estaba ajetreada en otoño, con la temporada en pleno apogeo. Por un breve momento, dejó que sus pensamientos se alejaran del dolor que suponía escuchar cómo los asuntos privados de su familia eran motivo de entretenimiento. Si tan solo pudiera subirse a su coche y alejarse de todo eso… A pesar del silencio en la sala, Leo sabía que todos los hombres estaban concentrados en él. Se pasó una mano por su rubio cabello y ahogó un gemido. Llevaba tres días en Londres, intentando febrilmente conseguir oportunidades de inversión y participar en esquemas de especulación, pero era inútil. Nadie trabajaría con él. ¡Mi padre nos ha condenado a mí y a mamá por su egoísmo! El brote de rabia que Leo sentía en su interior era sorprendente y poco habitual en él, pero después de que le cerraran más de una puerta en las narices hoy, estaba agotado. Aunque había pasado un año desde la muerte de su padre, el escándalo y el fervor que había detrás aún no se habían disipado. Su pobre madre, Mina, se negaba a abandonar el campo, sabiendo que no le quedarían verdaderos amigos en Londres que le permitieran la entrada en sus casas. Todo porque su padre no le había sido fiel. Era una práctica aceptada, aunque horrible, que un hombre mantuviera una aventura; pero un hombre no moría en la cama de su amante después de una noche de juegos en la cama, y ciertamente no acumulaba deudas para pagar el cuidado y la manutención de dicha amante. Sin embargo, eso era exactamente lo que su padre había hecho. Leo se metió la mano en el bolsillo y sacó una carta que su lacayo le había entregado antes de su salida hacia el club. La abrió, alisó el papel y leyó las apresuradas líneas escritas por su banquero, rogando por las tan necesarias buenas noticias. LORD HAMPTON, Lamento profundamente no poder ampliar ninguna de las líneas de crédito de su familia en este momento. Estaremos encantados de discutir la posibilidad de concederle más crédito si nos aporta nuevas garantías, pero hasta entonces, la finca y todas las granjas arrendadas vinculadas con éste están totalmente hipotecadas y no pueden utilizarse para obtener más crédito. Atentamente, Thomas Atkinson Las palabras provocaron un doloroso vacío en el estómago de Leo. Tenía que encontrar la manera de estabilizar la herencia de su familia o se arriesgaría a perder su mansión en el campo. Hampton House era su hogar, más de lo que Londres lo sería jamás, y pensar en acreedores hurgando en los muebles de su familia y corriendo desbocados por las habitaciones de su infancia… No dejaré que suceda. Encontraría a alguien con quien invertir, y enterraría el escándalo de su padre como pudiera viviendo una vida por encima del reproche de la sociedad. Iba a casarse con una buena rosa Inglesa y a no cometer los mismos errores que su padre al permitirse obsesionarse con alguna belleza exótica. Ese tipo de mujeres siempre traían problemas. Siempre había creído que algún día podría casarse por amor y tener una esposa tan apasionada como él, pero ahora, esos sueños se habían esfumado. Había elegido como futura esposa a la hija de un vizconde vecino por motivos financieros. Era escalofriante pensar que pronto ataría su futuro a una mujer sin amor, pero era preciso hacerlo. —¿Hampton? —una voz familiar lo sacudió de sus oscuros pensamientos. Un hombre que reconoció estaba dando largos pasos hacia él. —¡Hadley! —sonrió, aliviado mientras su cuerpo reconocía la presencia de su amigo. Se puso en pie y estrechó la mano de Owen Hadley. Su amigo de pelo oscuro sonreía ampliamente. Una vez, siendo niños en Eton, habían sido inseparables, pero entonces Owen y su amigo Jack se habían ido a luchar a Sudáfrica en la Segunda Guerra Bóer. A su regreso, Jack y Owen habían… cambiado. Leo no había sido capaz de ir a luchar; su padre no se lo había permitido. La finca estaba destinada a un heredero varón y, como hijo único, si Leo hubiera perecido bajo un sol Africano, algún primo lejano se habría hecho cargo de la mansión Hampton. —Hace años que no te veo en el club —Hadley se sentó frente a él en la pequeña mesa junto a la ventana. Leo no pasó por alto que la ropa de Hadley, aunque finamente confeccionada, llevaba una temporada pasada de moda. Al parecer, los problemas económicos estaban a la orden del día esta temporada entre los jóvenes solteros. Por ahora, Leo tenía suficiente dinero para pagar a sus acreedores, pero si no encontraba pronto una forma de generar nuevos ingresos, estaría en problemas. —He estado en el campo —Leo metió apresuradamente la carta del banquero en el bolsillo del abrigo. Los agudos ojos de Owen pasaron por alto poco, pero no preguntó de qué iba la carta. —Pareces cansado, viejo amigo. —¿De verdad? —reflexionó Leo con aire sombrío—. Desde que murió mi padre, ha sido una odisea poner la finca en orden. —¿Tienes miedo de perderla? —preguntó Owen en voz baja. —No… al menos todavía no —suspiró Leo—. Pero no consigo que ni un solo hombre en Londres me deje participar en inversiones o especulaciones.La economía de las granjas arrendatarias ya no es lo que era y necesitamos más estabilidad —se recostó en el sillón de cuero, deseando poder quedarse aquí en el club y no tener que enfrentarse al mundo exterior. —¡Anímate! —sonrió Owen—. ¿Por qué no vamos a buscar algo para entretenernos? Han pasado meses y te vendría bien algo de diversión. Leo negó con la cabeza. Por mucho que deseara lanzar sus preocupaciones al aire, no podía. El escándalo de su padre lo había obligado a vivir una vida de aburrimiento. Era la única manera de volver a ganarse la preferencia de la sociedad, y eso era crucial si quería preservar Hampton House y a todos los que dependían de él. —Tal vez en otra ocasión. En todo caso, supongo que debo volver a Hampton. Dios sabe lo que habrá hecho mi madre mientras he estado fuera. Su amigo se rio con fuerza. —Tu madre es un encanto. Cualquier problema que cause es un deleite. Leo se apartó el cabello de los ojos. —Tú no tienes que vivir con ella. —Touché —Owen se encogió de hombros—. Al menos ella no está involucrada con esas sufragistas. ¿Sabes que están teniendo reuniones por todo el país en este momento? —Dios, ni se te ocurra hablar de derechos de la mujer cerca de mi madre —Leo y Owen miraron alrededor del club para asegurarse de que nadie estaba escuchando. Hablar de sufragistas solía causar problemas en un club de caballeros, uno de los pocos lugares en los que las mujeres estaban totalmente prohibidas. —Bueno, no te entretendré, Hampton, pero escríbeme la próxima vez que estés en la ciudad. Deberíamos ir por un trago. —De acuerdo —Leo estrechó la mano de Owen y ambos se levantaron de sus sillas. Habría sido algo estupendo sentarse a charlar con su viejo amigo. Habían sobrevivido a muchas cosas juntos, pero después de sus fracasos del día de hoy y sabiendo que las habladurías sobre el escándalo seguían aferrándose a su familia incluso después de un año, estaba listo para correr a casa con el rabo bien metido entre las piernas. Mañana encontraría otra forma de proteger su hogar… mañana. SI TE GUSTARÍA SABER QUÉ PASA A CONTINUACIÓN, ¡CONSIGUE el libro AQUÍ! https://alsoby.me/r/amazon/B0BYHHKW5L?fc=us&ds=1 Portadilla Índice Créditos Capítulo 1 Capítulo 2 Capítulo 3 Capítulo 4 Capítulo 5 Capítulo 6 Capítulo 7 Capítulo 8 Capítulo 9 Capítulo 10 Cuando un Conde se Enamora