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EL CONDE DE ZENNOR
LA LIGA DE LOS PICAROS
LIBRO XVIII
LAUREN SMITH
Traducido por
L. M. GUTEZ.
http://www.laurensmithbooks.com/
ÍNDICE
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Cuando un Conde se Enamora
La presente es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares y
acontecimientos o bien son producto de la imaginación del autor o se emplean
de manera figurada, y cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas,
establecimientos comerciales, hechos o escenarios, es mera coincidencia.
Copyright 2023 por Lauren Smith
Traducción hecha por L.M. Gutez
Copyright Traducción 2023
Todos los derechos reservados. De acuerdo con la Ley de Derechos de Autor de
Estados Unidos de 1976, el escaneo, la transferencia y el intercambio
electrónico de cualquiera de las partes de este libro sin el permiso del editor,
representa un acto de piratería ilegal y un robo de la propiedad intelectual del
autor. Si desea utilizar material de este libro (que no sea para fines de reseña),
debe obtener un permiso previo por escrito poniéndose en contacto con el
editor en lauren@laurensmithbooks.com. Gracias por su colaboración en la
defensa de los derechos del autor.
El editor no es responsable de los sitios web (o de su contenido) que no sean de
su propiedad.
ISBN: 978-1-960374-11-0 (edición libro electrónico)
ISBN: 978-1-960374-12-7 (edición papel)
P
1
enzance, Inglaterra, abril de 1822
—¿SABES QUÉ ES LO QUE ESTÁ MAL CONTIGO, TRYSTAN?
Trystan Cartwright, el Conde de Zennor, arqueó una
ceja oscura hacia uno de los dos hombres sentados frente a
él en la mesa de la pequeña y mugrienta taberna.
Graham Humphrey, un caballero de pelo rubio y ojos
grises iluminados por una peligrosa picardía, sonrió a
Trystan. Su acompañante era Phillip, el Conde de Kent, un
hombre solemne con una naturaleza tan honesta que
compensaba los comportamientos pícaros de Trystan y
Graham. Graham y Phillip eran dos de sus amigos de mayor
confianza, los únicos que podían frenarlo cuando su
temeridad empezaba a desbordarse.
—¿Qué? —preguntó Trystan, con un tono lacónico
mientras levantaba su vaso y bebía el whisky.
—Estás aburrido. Te pones irritable cuando no tienes
nada que hacer —observó Graham.
—Él no se equivoca —añadió Phillip—. Y a menudo, lo
que te entretiene no es nada que yo recomendaría —dudó
antes de continuar en un tono más cuidadoso—. Lo que
necesitas es una esposa.
Trystan resopló.
—No, todavía no. Quizá nunca. Las esposas pueden ser
útiles, pero apenas entretienen. Son grilletes que atan a los
hombres a tumbas prematuras.
—Las esposas pueden abrir puertas que los hombres no
pueden —dijo Phillip sabiamente—. Por ejemplo, una mujer
de alcurnia que ha sido educada para estar familiarizada
con los entresijos de la sociedad, mujeres como Audrey St.
Laurent o Lady Lennox, que conocen los negocios y la
política. Tienen una gran cantidad de poder e influencia en
círculos no solo femeninos.
—Pero, ¿qué necesito yo con poder e influencia? Ya
tengo de sobra —replicó Trystan—. Además, puedes
convertir a cualquier mujer en una criatura de sociedad.
Aliméntala con las frases correctas, ponle la ropa adecuada
y encajaría como cualquier gansa con una manada de
gansos.
—¿Estás de broma? No puedes simplemente coger a
cualquiera y convertirla en una dama. A las damas se las
educa desde que nacen para que piensen y se comporten
de una determinada manera —argumentó Graham.
—Quizá ese sea el problema. Tal vez prefiera conversar
con un golfillo de calle que con otra aburrida dama de
sociedad. Todas me aburren.
Graham soltó una risita.
—Necesitas una amante, no una esposa, obviamente —
dijo, y dio un trago a su ale—. Las amantes son divertidas,
pero necesitan dinero para mantenerse contentas. Mi
última amante me costó una casa y la mitad de las joyas de
Londres —Graham frunció el ceño, como si no hubiera
considerado realmente el costo hasta este momento. Era de
esperar. Graham no solía pensar mucho en las cosas.
Simplemente hacía lo que quería y al diablo las
consecuencias. Por eso Trystan y él se llevaban
estupendamente.
Trystan suspiró.
—Me temo que hasta las amantes me aburren —su
mirada recorrió la pequeña y destartalada taberna. El
mugriento empapelado se desprendía en algunas partes,
las mesas necesitaban más que un buen fregado y el
hombre al que habían pagado por las bebidas tenía aspecto
de haber disputado unos cuantos asaltos en un combate
pugilístico.
Trystan prefería su club habitual, Boodle's, pero estaban
lejos de Londres y se dirigían a su casa en Zennor, lo que
significaba que los lugares de buena reputación disminuían
en número cuanto más se alejaban de la civilización.
Zennor, a pesar de su ubicación rural, no estaba tan mal;
Trystan podía admitirlo. Su casa ancestral estaba
construida cerca de la costa de Cornualles, y le gustaba
cómo el viento soplaba desde el mar y cómo el agua, de un
azul intenso, se convertía en espuma blanca al chocar
contra los acantilados rocosos que bordeaban el mar.
Por mucho que disfrutara de los placeres de una ciudad
como Londres, sentía una innegable atracción por su hogar,
las numerosas habitaciones del caserón llenas de recuerdos
de una infancia rica en aventuras, aunque a veces solitaria.
Tras la muerte de su madre, cuando él no tenía más que
diez años, su padre y él se habían acercado. Había
aprendido a apreciar la tierra y la casa que hacía solo unos
años habían pasado a ser suyas después del derrame
cerebral de su padre, uniéndose así a su madre.
Tras la muerte de su padre, Trystan había asumido la
vida de conde con relativa facilidad. No despilfarró la
fortuna de su familia en la bebida, el juego u otros vicios.
Su imprudencia venía en forma de lo que le entretenía…
normalmente algo que hacía que Phillip frunciera el ceño y
lo sermoneara sobre la responsabilidad. Sus dos antiguos
amigos del colegio eran el ángel y el demonio proverbiales
sobre sus hombros, ofreciéndole tanto tentación como
templanza, lo que a su manera era un entretenimiento.
Trystan recorrió de nuevo la taberna con la mirada, esta
vez fijándose en sus ocupantes. Todos aquí venían de una
vida miserable. La mayoría parecían estibadores o
marineros. Era posible que incluso algunos piratas
siguieran navegando por el pueblo costero.
Como aristócratas, Trystan, Graham y Phillip destacaban
entre la multitud, y por ello se estaban ganando más de una
mirada curiosa de los hombres más brutos apiñados junto a
la chimenea en el lado opuesto de la sala. Las miradas
especulativas que le dirigían podían acabar en problemas,
lo que hizo sonreír a Trystan.
Tal vez estos hombres los atacarían con la esperanza de
conseguir algo de dinero. ¿No sería un buen cambio de
aire? Le vendría bien una buena pelea. Había estudiado
durante años en el Salón de Jackson con los mejores
boxeadores de Londres, e incluso había conseguido darle
unos buenos golpes al legendario Conde de Lonsdale.
Graham hizo un gesto al tabernero para que les trajera
más ale.
—Lo que necesitas, amigo mío, es un desafío.
—Sí, pero no se me ocurre nada que pueda mantener mi
interés —jugó con el borde de su copa, deslizando
suavemente la punta de un dedo a lo largo de su suave
borde.
—¿Qué tal una apuesta? —dijo Graham.
Phillip puso los ojos en blanco.
—Vosotros dos y vuestras malditas apuestas. ¿No
aprendisteis nada la última vez, cuando liberasteis a ese
oso en ese ring de peleas de perros?
Trystan se rio.
—Nunca había visto a tantos hombres correr y gritar
como niños cuando esa pobre bestia se liberó. Sin embargo,
tienes que admitir que hicimos algo bueno, Phillip. Ese oso
nunca debería haber estado encadenado y obligado a
luchar así.
Phillip cerró los ojos y se los frotó con el pulgar y el
índice.
—Por mucho que me duela admitirlo, sí, pero la única
razón por la que nadie murió mutilado fue por ese escocés
que estuvo allí para calmarlo.Si no hubiera tenido ese don
con los animales, quizá os habrían matado a los dos, y
también a la bestia.
Trystan recordaba muy bien esa noche y la oleada de
energía que había sentido al liberar a la bestia y ver cómo
perseguía a los hombres que la habían atormentado. Pero
Phillip tenía razón, el oso habría acabado matando a
alguien si Aiden Kincade no hubiera estado allí para calmar
a la criatura y encerrarla en un carruaje fuera del almacén
donde la bestia había estado cautiva.
—A buen fin, no hay mal principio. El oso está ahora en
Escocia y nosotros seguimos aquí apostando una vez más
en algo ridículo —sin embargo, no estaba nada convencido
de que hubiera algo nuevo en lo que pudiera apostar que lo
entretuviera durante mucho tiempo.
Un mozo les llevó más ale, golpeando las jarras con
tanta fuerza que la bebida se derramó por las copas.
—¡Oye! Cuidado, muchacho —le espetó Trystan al
muchacho.
—¡Ojo, milord! —replicó bruscamente el muchacho y
volvió a la barra.
—Muchacho impertinente —observó Graham—. Como
iba diciendo…
Se oyó un fuerte golpe cerca de la barra. El chico había
tropezado y una bandeja de tazas yacía destrozada en el
suelo.
—¡Idiota! —el barman levantó una mano y abofeteó al
chico, quien cayó al suelo con un agudo grito de dolor.
Trystan, Graham y Phillip se tensaron.
—Él ha sido impertinente, pero no se merecía eso —dijo
Graham.
—¡Hazlo otra vez y te venderé al prostíbulo! —rugió el
barman. Pateó las costillas del chico cuando éste se puso
de rodillas para recoger los trozos. Cayó de espaldas y la
gorra se desprendió, liberando un mechón de pelo largo y
oscuro en una maraña desordenada y grasienta.
—Maldita sea… Es una chica —murmuró Trystan a sus
amigos mientras todos miraban asombrados a la criatura
del suelo. Era pequeña, de mejillas sucias, nada atractiva y
tenía una lengua mordaz, pero seguía siendo una niña y no
deberían haberla golpeado así.
—Si intentas venderme, ¡te arrancaré el maldito corazón
y se lo venderé al maldito carnicero, bastardo! —le espetó
la chica al barman. A pesar de sus mejores intenciones,
Trystan sonrió ante la valentía de la chica.
—Hay una chica con un par de pelotas —dijo Graham—.
Esa es una mujer que nunca sería domesticada en una
tranquila y dócil dama de sociedad —se rio, pero Trystan
no lo hizo.
Se quedó mirando a la chica mientras ésta cogía un
trozo de taza rota y se lo lanzaba al barman. El pedazo de
arcilla se estrelló contra la pared, junto a la cabeza calva
del hombre. Luego salió corriendo antes de que el cerdo la
alcanzara.
Durante un segundo, la taberna quedó en silencio.
Luego todo volvió a la normalidad, las risas, las burlas y la
bebida. La diablilla se había ido y a nadie parecía
importarle.
—Qué bien. Una copa y un espectáculo —dijo Graham.
Los labios de Trystan se crisparon mientras miraba la
puerta por la que la chica había desaparecido hacía un
momento.
—Cristo, él tiene esa mirada de nuevo —murmuró
Phillip.
Graham estaba menos preocupado y miró esperanzado a
Trystan.
—¿Qué pasa? ¿Cuál es tu idea? —conocía demasiado
bien a su amigo.
Trystan se recostó en su silla, con una sonrisa de
suficiencia dibujándose en su rostro mientras cogía su jarra
de ale.
—Apuesto a que puedo convertir a esa chavala en una
verdadera dama en un mes.
—¿Esa? ¿La arpía que amenazó con arrancarle el
corazón a un hombre? Acabo de decir que es imposible
convertir a una chica así en una dama —dijo Graham con
una risita—. Deberías tener cuidado de que no te arranque
el tuyo.
—Sí, esa —Trystan sonrió perversamente al pensar en
semejante desafío.
—Si la conviertes en una dama de verdad, una que
rivalice con una duquesa como Emily St. Laurent, te pagaré
doscientas libras —Graham ofreció la enorme suma de
dinero como si apenas importara.
—Añade ese carruaje negro y rojo y tu pareja de
caballos castrados más rápida, y aceptaré la apuesta —
ofreció Trystan.
Graham lo miró pensativo.
—¿Y si lo hacemos más interesante? El baile de Lady
Tremaine es dentro de un mes. Si llevas a esa chica al baile
y engaña a todos, ganas. Pero si alguien ve a través de su
disfraz y fallas, me debes… —Graham se deleitó con sus
siguientes palabras—. La escritura de tu cabaña de
cazadores en Escocia. Me apetece bastante.
—En efecto, altas apuestas, tal como me gusta —Trystan
soltó una risita. Tener mucho que perder solo aumentaba la
emoción de la apuesta, y sus amigos lo sabían.
—Ahora, esperad un minuto —intervino Phillip—. Se
trata de una mujer, aunque ruda y maleducada. Debemos
establecer algunas reglas por razones de decoro.
—¿Reglas? —se burló Graham en el mismo momento en
que Trystan respondió—: ¿Decoro?
—Sí —insistió Phillip—. Si ambos hacéis lo que estáis
planeando, esa mujer estará bajo tu control, Trystan. Serás
responsable de ella. Eso significa que no puedes convertirla
en una amante o aprovecharte de ella. Debes pensar en su
futuro. ¿Qué razón tiene ella para aceptar tus términos, y
qué harás una vez que la apuesta termine? ¿Volverla a
meter en este bar y decirle que siga como antes?
Trystan se rio.
—¿De verdad crees que me aprovecharía de esa
criatura? Dios, Phillip, tengo valores. Pensé que era un
maldito niño, por el amor de Dios. La pequeña vándala no
tiene nada que temer de mí. No la tocaré. Ni siquiera si me
lo ruega, y no a menos que pierda mi propia cordura —aún
se reía de la idea. Él tenía su elección de mujeres para
compartir su cama, y ciertamente no elegiría a una golfa
sedienta de sangre como la criatura que acababa de ver.
—Bien —Phillip se relajó—. Ambos debéis tratar a esta
chica con cierto sentido del decoro y la caballerosidad.
Trystan resopló, y Graham sólo se rio en su jarra de ale.
—Basta de hablar —dijo Graham—. Empieza, Trystan.
Reclama a la chica y sigamos nuestro camino.
Trystan se levantó, se quitó el polvo del chaleco y se
acercó al barman. Apoyó los brazos en la barra y se inclinó
hacia delante para hablarle.
—¿Era tuya esa chavala de vándala? —le preguntó al
hombre.
—¿Chavala? —el barman parecía confundido por la
palabra.
—Sí, la chica a la que pateaste como a un perro
hambriento.
El corpulento hombre de pelo gris se rascó la barbilla y
miró con desconfianza a Trystan.
—¿Y si es mía?
—Entonces deseo comprártela —Trystan esperaba que
el hombre mostrara al menos un poco de preocupación por
el trato de la chica o que al menos fingiera que le
importaba lo que Trystan pudiera hacer con ella, pero ni
siquiera preguntó por las intenciones de Trystan.
—¿Cuánto estás dispuesto a pagar?
Trystan miró fijamente al hombre antes de alcanzar su
monedero y arrojar cincuenta guineas sobre la mesa.
—Ahí van cincuenta.
El hombre chasqueó los labios y decidió probar suerte.
—Podría sacarle el doble si la vendo al burdel, y eso
tendría más beneficios.
—Ninguna madame de un burdel te daría beneficios.
Ella compraría a la chica y eso sería el final. Tú y yo lo
sabemos. Y ciertamente no te pagaría cincuenta guineas
por esa chica.
—Añade otras cinco entonces. Es mi hijastra, después de
todo, y la amo mucho.
Trystan dejó escapar un suspiro exasperado.
—Seguro que sí, hombre —dejó otras cinco guineas
junto al resto. Luego volvió con sus amigos a la mesa y
terminó su jarra de ale.
—¿Cuánto te ha costado? —preguntó Graham,
intentando ocultar su sonrisa despreocupada.
—Cincuenta y cinco guineas —no perdería ni una
moneda, no con la emoción de su apuesta por delante.
Graham silbó.
—Chica cara.
Phillip miró al cielo y se estremeció.
—Vosotros dos sois unos absolutos bárbaros.
—Tal vez lo seamos, pero qué desafío será éste —Trystan
sonrió con deleite—. ¿Supongo que vendrás con nosotros
para vigilar a la chica y hacer de niñera?
Su amigo soltó un suspiro cansado, pero había una pizca
de humor en sus ojos.
—Supongo que será lo mejor. Aunque yo diría que sois
vosotros los que necesitáis una niñera.
Ignorando el comentario de Phillip, Trystan miró
alrededor de la taberna.
—Ahora, a buscar a la pequeñaarpía… —se dirigió a la
puerta y sus dos amigos lo siguieron. Estaba un poco más
borracho de lo que tal vez debería estar, pero estaba
deseando vivir la aventura de convertir a esta arpía en una
buena dama.
BRIDGET RINGGOLD SE ACURRUCÓ CONTRA UN LADO DE LA
taberna, envuelta en sombras, mientras se curaba las
heridas. El golpe de su padrastro le había partido el labio, y
le dolían las costillas. Sería una maldita afortunada si no
estaban rotas. Su pecho estaría morado en unas horas
después de la patada que había recibido. La sangre le
llenaba la boca de un sabor asqueroso, y sentía escozor
cada vez que se pasaba la lengua por el labio.
Temblaba contra el viento otoñal que soplaba desde el
mar. Deseaba desesperadamente poder volver a las cocinas
y calentarse, pero las probabilidades de que su padrastro la
encontrara y la golpeara de nuevo eran demasiado altas.
Eso significaba que esta noche dormiría en los establos.
Bridget necesitaba encontrar una forma de salir de este
pueblo y empezar una nueva vida, una que no implicara
pasar el tiempo sobre su espalda en un burdel. Era lo
bastante mayor como para valerse por sí misma —
diecinueve años, de hecho—, pero tenía pocas opciones
decentes. Sabía cocinar un poco, limpiar un poco, pero no
lo suficiente como para ganarse la vida decentemente.
Muchos hombres le habían ofrecido matrimonio, pero
ninguno era bueno ni decente. Uno de ellos había sido, casi
con toda seguridad, un pirata. Si tan solo su madre hubiera
estado aquí para ofrecerle consejo, para ayudarla a
encontrar un camino en la vida, ya fuera aconsejándola o
ayudándola a encontrar a alguien con quien compartir su
vida.
Su madre había muerto hacía diez años, dejando a
Bridget con una bestia de padrastro. Había sido demasiado
joven para aprender de su madre las habilidades que una
mujer debería adquirir, y había estado demasiado ocupada
intentando sobrevivir a los peligros de vivir con un hombre
como su padrastro.
Apartándose del lado de la taberna, cruzó el patio
empedrado y corrió hacia los establos. El desván de arriba
era tranquilo y nunca subía nadie, aparte del mozo de
cuadra que de vez en cuando bajaba heno para los caballos.
Bridget subió por la escalera y se arrastró entre los
montones de heno hasta encontrar su nido hecho de
mantas que formaban su cama. Durante el último año había
robado las mantas de los viajeros borrachos que no se
preocupaban de las pertenencias de sus carruajes mientras
iban a la taberna a beber algo.
Comprobó la bolsa de tela que contenía sus pocos
tesoros, algo que hacía por costumbre cada noche antes de
dormirse. El peine y el espejo habían sido de su madre,
junto con varios chelines que se había ganado tallando
madera en forma de animales.
A la gente que pasaba por Penzance parecían gustarle
sus figuritas. Durante los últimos años había conseguido
vender o intercambiar tres o cuatro cada semana, lo que le
había proporcionado algo de dinero para comprar comida y
ropa extra a medida que se hacía mayor. Nunca llevaba
vestidos. Aparte de lo caro que resultaba hacerse vestidos,
era más fácil y seguro llevar ropa de hombre. Los
lugareños sabían que era una mujer, pero con la cara sucia
y el pelo recogido bajo una gorra, se las arreglaba para
evitar el interés de la mayoría de los hombres que pasaban
por la taberna mientras ella servía bebidas.
Ni siquiera esos elegantes caballeros de esta noche se
habían percatado de que era una chica cuando ella les
había servido las bebidas. Ella también los había estado
observando, de reojo, y se había puesto bastante nerviosa
cuando su padrastro le había ordenado que les llevara más
ale. Pero había hecho lo que siempre hacía cuando se ponía
nerviosa: sobrecompensar con confianza. No podía
permitirse ser una flor frágil; no podía fingir su fuerza ni su
confianza.
Pero había sido un error. Los tres hombres le habían
prestado más atención por su impertinencia de la que ella
había pretendido. Eran muy apuestos, con sus chalecos
finamente bordados y sus botas pulidas brillando a la luz de
la lámpara. Incluso el que había entrado apoyándose
pesadamente en un bastón era un tipo apuesto. Los
hombres no deberían ser así de atractivos, pensó Bridget
con el ceño fruncido. Sobre todo el que tenía el pelo oscuro
y los ojos color miel. Tenía una intensidad que a ella no le
gustó nada, como si pudiera leer los pensamientos de
cualquiera con solo mirarlo. Ese era peligroso.
—Pero yo estoy aquí fuera, y ellos están ahí dentro —
murmuró para sí misma. Nadie la molestaba en el desván
porque a nadie se le ocurría mirar en los montones de paja.
Se entretuvo haciendo inventario del resto de sus
pertenencias, entre las que se encontraba un pequeño
cuchillo de trinchar que guardaba en la parte trasera de la
bolsa. Cuando se aseguró de que sus tesoros estaban a
salvo, se dispuso a dormir y se cubrió con las mantas. Oyó a
los caballos abajo, relinchando suavemente mientras
comían avena y heno. El correteo de los ratones en algún
lugar de las vigas, más que asustarla, le aseguraba que
estaba a salvo. Los ratones siempre se movían cuando no
había nadie.
Había cerrado los ojos y empezaba a quedarse dormida
cuando el movimiento de los ratones cesó y los establos se
volvieron silenciosos. Un momento después, unas voces
bajas susurraban entre sí desde abajo.
—Debe de estar aquí. La vi cruzar el patio cuando
salimos —dijo un hombre. Ella reconoció su voz refinada, la
de uno de los caballeros elegantes. Su voz era suave como
el brandy caliente, y ella recordó que tenía los ojos del
mismo color. Bridget se deslizó fuera de las mantas y
avanzó en silencio por el suelo del desván para poder
asomarse al borde. Tres hombres estaban de pie en el
centro de los establos, mirando a su alrededor.
Bridget se agachó todo lo que pudo para evitar que la
vieran.
—Trystan, no hay nadie aquí —dijo uno de los otros
hombres.
—Ella está aquí —dijo el primer hombre con una suave
risita—. ¿Verdad, pequeña arpía? ¡Sal, niña! Te he
comprado a ese miserable que dice ser tu padrastro, y
estoy aquí para hablar de tu futuro.
—Trys, la vas a asustar. Dile primero lo que piensas
hacer por ella, o pensará que quieres hacerle daño —
argumentó uno de los hombres.
El desván vibró cuando el hombre empezó a subir los
peldaños de la escalera. Bridget habría empujado la
escalera y enviado al hombre contra el suelo, pero eso no le
daría una forma fácil de escapar. Si intentaba saltar, lo más
probable era que se rompiera un tobillo o el cuello, y ya
estaba bastante herida.
Pensando con rapidez, rebuscó en su bolsa hasta
encontrar su cuchillo de trinchar. Era una cuchilla
pequeña, pero aún podía cortarlos si intentaban algo. Pero
su mejor opción era que no la vieran.
El hombre llegó a la parte superior del desván, buscando
en la tenue plataforma llena de heno. Dentro de los
establos había suficiente oscuridad como para que no la
viera.
Por favor, que no me vea, por favor.
Contuvo la respiración y la sangre rugió tan fuerte en
sus oídos que no pudo oír mucho más.
—¡Te tengo! —con los pies aún plantados en el último
peldaño de la escalera, el hombre se abalanzó sobre ella.
Bridget retrocedió, pero una de sus manos la cogió por el
tobillo y la arrastró hacia él. Lo pateó en la barbilla. Él
gruñó de dolor, pero no la soltó. En cambio, su lucha
pareció encender un nuevo fuego en él. Subió al desván y
se lanzó contra ella. Bridget levantó el cuchillo justo
cuando él aterrizó encima de ella, y sintió cómo la cuchilla
le rozaba el brazo.
—¡Cristo, tiene un cuchillo! —bramó el hombre mientras
la inmovilizaba contra el suelo.
Sujetó su muñeca, deteniendo la mano que sostenía el
cuchillo y la presionó con fuerza contra el suelo, junto a su
cabeza.
—¡Suéltalo, arpía!
—¡No! —espetó ella.
—¡Suéltalo! —su agarre se tensó hasta el punto de
provocar dolor, obligándola a soltar el cuchillo. Su agarre
se relajó al instante y el dolor desapareció.
—Er… oye, Trystan.Seamos rápidos con esto —dijo uno
de los amigos del hombre—. Parece como si estuviéramos
secuestrando a esta chica, cuando en realidad no es así. No
deseo estar aquí mucho tiempo, no sea que terminemos en
problemas. Nuestro carruaje está listo.
Trystan la miró fijamente, con los duros ángulos de su
rostro demasiado perfectos para cualquier hombre,
especialmente uno tan malvado como el mismísimo diablo.
—Escucha, gatita —gruñó—. Te he comprado esta noche
a ese cerdo que dice ser tu padrastro. No planeo hacerte
daño, excepto azotar ese culo tuyo si te atreves a
apuñalarme de nuevo.
—¡No soy ninguna puta! —Bridget escupió furiosa—. ¡No
te atrevas a tocarme!
—De eso soy muy consciente —replicó él—. Y no es por
eso por lo que te he comprado. Baja conmigo, y mis amigos
y yo te explicaremos lo que pienso hacer contigo".
Bridget no quería ir a ninguna parte con un hombre que
no conocía, y mucho menos con tres.
—Vete al infierno —espetó, pero era demasiado
consciente de que él estaba completamente encima de ella
y podía hacerle lo que quisiera si quería. Su peso no la
aplastaba, pero su cuerpo la presionaba contra el suelo,
atrapada e indefensa. Algo salvaje revoloteó en su bajo
vientre y la hizo sentirse extraña.
—Graham, busca una cuerda, por favor. La gatita se
niega a esconder las garras —gritó Trystan por encima del
hombro a uno de los dos hombres que esperaban abajo.
—Señorita… —llamó suavemente la voz del tercer
hombre—. No queremos hacerle daño.
Bridget escupió:
—Estáis intentando cogerme, maldita sea. Eso no tiene
nada de inocente —su protesta fue silenciada cuando
Trystan puso los ojos en blanco y le metió un pañuelo en la
boca.
—Así está mejor —sujetó sus dos muñecas con una mano
y la arrastró hacia la escalera. Ella luchó valientemente, y
él pronto pareció darse cuenta de que no podía obligarla a
bajar por la escalera. Se asomó por el lateral del desván y,
antes de que ella pudiera impedirlo, la cogió en brazos y la
arrojó.
Ella chilló y aterrizó un segundo después en una carreta
de heno justo abajo. Trystan bajó la escalera y la sacó del
heno.
—Cuerda, Graham —Trystan extendió la mano.
El que no estaba apoyado en un bastón le pasó a Trystan
un rollo de cuerda, que su captor utilizó para atarle las
muñecas con fuerza. Luego la mantuvo quieta, con una
mano fuerte sujetando su brazo. Estaba atada como una
oveja para el matadero.
—Tenemos que meterla en el carruaje. No quiero que
ese barman cambie de opinión. Tiene demasiado coraje
para acabar en un burdel —anunció Trystan.
Confundida por sus palabras, se tambaleó mientras
Trystan la empujaba para que siguiera a sus dos
acompañantes al carruaje en espera. Ella entró en pánico,
intentando escupir la mordaza. Su bolsa, sus cosas… todo
lo que tenía en el mundo seguía en los establos. Su rostro
se llenó de lágrimas, y uno de los hombres se dio cuenta.
—No vamos a hacerte daño —dijo el que usaba su bastón
para caminar. Sus ojos eran dulces mientras la miraba—.
Por favor, no llore, señorita. Todo saldrá bien. Ahora, por
favor, no grite. Le doy mi palabra de que nadie le hará daño
—le quitó el pañuelo de la boca justo cuando los otros dos
hombres se sentaron. El demonio de pelo oscuro llamado
Trystan eligió el asiento justo al lado de ella y, de repente,
se sintió abrigada por el calor de su cuerpo.
—Por favor… por favor, milord. Mi bolsa… Es todo lo que
tengo.
Trystan levantó su bolsa de tela.
—¿Te refieres a esto?
Suspiró aliviada.
—Sí, esa es.
—Estoy tentado de registrarla en busca de armas —
musitó mientras empezaba a abrirla.
—Trystan, de verdad. Dale un poco de paz a la chica,
¿quieres? —dijo el amable. Luego la giró—. Me llamo
Phillip Wilkes. Soy el Conde de Kent.
—¿Un conde…? —dijo Bridget, relajándose un poco. Por
un lado, parecía inconcebible que un hombre de alta cuna
quisiera hacerle daño. Por otra parte, también significaba
que si lo hacía, nadie podría hacer nada para detenerlo.
—Así es. El hombre a tu lado es Trystan Cartwright, el
Conde de Zennor.
—¿Dos condes? ¿Están repartiendo títulos a cualquiera
en estos días?
Kent sonrió con suficiencia y señaló con la cabeza al
tercer hombre.
—Y ese es Graham Humphrey.
—No tan elegante como tus amigos. ¿No tienes ningún
título que lucir? —se burló. Los ojos grises de Graham se
entrecerraron.
—Algunos de nosotros no necesitamos un título para
alardear. Algunos somos lo bastante perversos sin él —le
advirtió Graham. Pero había algo en él que no la asustaba
como debería hacerlo. Parecía un hombre que se burlaría
de una mujer y la haría reír, en lugar de amenazarla.
Trystan se echó a reír.
—¡Dios, qué divertido será esto!
—¿Divertido? ¿Qué piensas hacer conmigo? —preguntó
Bridget—. No compartiré tu cama si eso es…
—¡Cielos, no! En eso estamos de acuerdo —espetó
Trystan antes de estremecerse de forma dramática—. No,
no, mi pequeña arpía. Graham y yo hemos hecho una
apuesta, sobre ti.
A Bridget no le gustó cómo sonó eso. Las apuestas las
hacían los hombres aburridos o los desesperados, y ella no
quería involucrarse con ninguno.
—Tengo un mes para convertirla en una dama correcta,
señorita… Dios, ni siquiera sé tu nombre.
—Es Bridget. Bridget Ringgold. ¿Y qué quieres decir con
una dama correcta? —repitió Bridget, pronunciando
lentamente la palabra—. ¿Por qué querrías hacer eso?
—Porque estoy aburrido.
Un caballero aburrido. Era como ella había temido.
—No'oy una muñeca para vestir y jugar —argumentó.
—Es 'no soy', y sí, eres mi muñeca, niña. Te he
comprado. Durante el próximo mes, te vestiré y te enseñaré
a hacer las cosas que quiero que hagas. Dentro de un mes,
caminarás, hablarás y parecerás una duquesa, por Dios. Al
final de todo esto, probablemente serás capaz de cazar a
algún hombre en matrimonio, y tendrás una vida mucho
mejor que la que tienes actualmente. Estarás alabándome
en lugar de intentar convertirme en un alfiletero.
Ella olvidó que lo había pinchado con su espada, pero no
parecía dolerle.
—No está herido, milord. Si lo estuviera, estaría
sangrando por todo el condenado lugar —señaló con
amargura, deseando secretamente haber tenido mejor
puntería y haberlo apuñalado el corazón.
—Estoy herido, pero me ocuparé de ello más tarde —
hizo un gesto con la cabeza hacia su manga y ella se dio
cuenta de que le había atravesado el abrigo hasta llegar a
la carne. Incluso en la penumbra del carruaje, pudo ver que
estaba sangrando. Si le dolía, ¿qué clase de hombre podría
ocultar un dolor así? Bridget se sumió en un silencio lleno
de preocupación.
—Trystan tiene razón —dijo Kent—. Dentro de un mes,
tendrás un nuevo conjunto de habilidades. Imagino que
podrás encontrar a un hombre que te proponga matrimonio
y que pueda ofrecerte una buena vida con vestidos
elegantes, un carruaje a tu disposición y una vida sin
preocupaciones. ¿No sería encantador?
Ella le lanzó a Kent una mirada amarga.
—¿Y quién dice que necesito un hombre? —replicó.
Graham fue el que se rio esta vez.
—Dios, tienes razón, Trystan. Esto va a ser divertido.
Divertido para ellos, tal vez, pero Bridget no quería ser
parte de esta tonta apuesta. Ella sacaría provecho de un
techo sobre su cabeza y comida mientras planeaba su
próximo movimiento. Tal vez robaría un poco de la fina
vajilla que sin duda poseía el rufián y empezaría una nueva
vida con el dinero que la plata le proporcionaría. Entonces
sería ella la que se reiría.
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el libro AQUÍ!
B
2
ridget esperó su momento, aunque resultó difícil.
Nunca se le había dado bien ser paciente. Era uno de
sus numerosos defectos, y era demasiado consciente
de ello mientras luchaba contra su impulso natural de
inquietarse. Viajaron otras tres horas y, justo cuando el
alba se asomaba por el horizonte, el carruaje se detuvo en
una posada de carruajes para que los caballos descansaran.
—Dime que nos quedaremos un rato, Trys —refunfuñó
Graham como un niño cansado.
—Podríamos seguiradelante —sugirió Trystan.
Para asombro de Bridget, no parecía afectado por su
falta de sueño, mientras que ella, Graham y Kent luchaban
por mantenerse despiertos.
—Podríamos —Kent se cubrió la boca con un puño
mientras luchaba contra un bostezo—. Pero, sinceramente,
estoy agotado. No hemos dormido desde que salimos de
Londres. Quedarnos aquí unas horas no nos hará daño.
Bridget bostezó como Kent.
—A mí también me vendría bien dormir, mylord. He
estado trabajando todo el día y toda la noche sirviendo a
caballeros como usted, y solo he recibido golpes por ello.
No he descansado bien en años.
—Estoy de acuerdo, deja que la chica descanse —dijo
diplomáticamente Kent—. Podríamos volver a viajar
alrededor del mediodía. Nos daría unas seis horas para
recuperarnos —Kent era por mucho el favorito de Bridget
entre los tres hombres. Había decidido llamarlo por su
título, porque era un verdadero caballero, a diferencia de
los otros dos que la enfurecían.
Al verse superado en número, Trystan dejó escapar un
suspiro agraviado.
—Muy bien.
Él saltó del carruaje y habló con el conductor. Graham lo
siguió. Kent compartió una sonrisa soñolienta con Bridget,
luego bajó y se volvió para ofrecerle la mano. Bridget se
miró las muñecas atadas mientras se ponía en pie y se
acercaba a la puerta del carruaje.
—Cuidado, querida. Permíteme —dijo Kent. Cambió de
opinión sobre cogerla de la mano y, en su lugar, la cogió
suavemente por la cintura y la dejó delicadamente en el
suelo.
—Gracias, mylord —dijo Bridget, sintiéndose
extrañamente tímida. Había visto a caballeros ayudar a
damas, pero nunca había sido una de ellas. Por un
momento, Kent la había tratado como si lo fuera, y había
algo bastante desconcertante y agradable en ello.
Bajo la tenue luz de la mañana, ella vio a Graham
caminar cansado hacia la puerta de la posada. Trystan le
dio unas monedas al cochero y luego le dio una palmada en
la espalda con la mano enguantada antes de volverse.
—Entremos, señorita Bridget. ¿Tiene hambre? Podría
hacer que le trajeran algo de comer para romper el ayuno
—sugirió Kent.
—Estoy casi muerta de hambre. Un poco de alimento
haría maravillas —en realidad, su estómago había estado
refunfuñando ferozmente durante las últimas horas.
Kent le guiñó un ojo.
—Entonces, un poco de alimento será.
A pesar de su desconfianza hacia aquellos tres
aristócratas, tuvo que admitir que Lord Kent era lo
bastante cortés como para tratarla con amabilidad y no
como a una propiedad, a diferencia de Trystan. Lanzó una
mirada fulminante a su moreno y apuesto atormentador,
quien los seguía por detrás.
Cuando entraron en la sala común de la posada, la
encontraron vacía, salvo por unos pocos viajeros
adormilados.
—Aseguraré nuestras habitaciones —le dijo Trystan a
Kent—Tú quédate con ella.
Kent condujo a Bridget hasta una mesa e hizo señas a
una criada para que cogiera su orden.
—Por favor, tráiganos cuatro raciones de lo que tenga —
Ken deslizó varias monedas en la palma de la mano de la
criada. Los ojos de la joven se abrieron de par en par y se
apresuró a marcharse con una sonrisa de felicidad.
Bridget levantó las manos atadas y las dejó caer
dramáticamente sobre la mesa con un ruido sordo, luego se
encontró con la mirada sorprendida de Kent.
—¿Va a desatarme, mylord? ¿O piensa darme de comer
con una cuchara?
Kent consideró su petición y luego extendió la mano por
encima de la mesa. Con dedos hábiles, deshizo los nudos y
liberó las manos de Bridget. Ella se frotó las muñecas y
lanzó a Kent una mirada estruendosa mientras él recogía la
cuerda y la enrollaba antes de dejarla sobre la mesa, entre
los dos.
—Le aseguro que todo esto es solo por una apuesta
inofensiva. Dentro de un mes tendrá un buen guardarropa
y una pequeña dote que ofrecer a cualquier hombre que
quiera casarse con usted, o podrá irse y vivir su propia
vida. Debe ser mejor que la posición que tenía en esa
miserable taberna.
Él no se equivocaba, pero Bridget siempre había odiado
la idea de que el lugar de una mujer en el mundo lo
definieran los hombres que la rodeaban.
—Pudo haber sido miserable, mylord, pero era mi
miseria. Ahora vosotros habéis aparecido y me habéis
alejado de mi hogar, secuestrándome como lo habéis hecho.
Kent soltó una risita irónica.
—Trystan no es un hombre que haga las cosas bien, ni
siquiera de manera lógica.
—Es un ricachón, igual que usted. Los hombres ricos
como él están acostumbrados a salirse con la suya y no les
gusta aceptar un no por respuesta.
Kent concedió el punto.
—Es cierto. Pero es un buen hombre, se lo aseguro.
Usted solo se beneficiará de sus lecciones sobre cómo ser
una dama apropiada.
Ella resopló sin gracia, y los ojos de Kent brillaron con
diversión. La criada regresó con dos platos cargados de
carne asada, huevos y un dudoso plato a base de pescado.
Bridget se sirvió la carne y los huevos, así como el pan,
dejando a Kent que se las arreglara con el plato de
pescado. Él se lo comió sin quejarse, pero cuando Graham y
Trystan se unieron a ellos, se apresuró a ofrecerles algo de
lo que le quedaba de su comida.
Graham pinchó el pescado con un tenedor.
—¿Qué es esto? ¿Arenques ahumados?
—No estoy muy seguro. Es comestible —dijo Kent—Pero
no tan apetitoso.
Bridget continuó disfrutando de su propia comida, pero
su masticar se ralentizó cuando se dio cuenta de que
Trystan la observaba con un calculado brillo en los ojos que
a ella no le importaba en lo más mínimo.
—Más despacio, Bridget. Nadie te va a quitar la comida.
Estás comiendo como un animal salvaje.
Tenía las mejillas hinchadas de comida. Estaba
acostumbrada a recibir solo las sobras o lo que quedara
después de que los clientes se fueran a pasar la noche, lo
que nunca era suficiente. La comida, al menos la comida
decente que podía permitirse, era siempre escasa. Incluso
el viejo sabueso que merodeaba detrás de la posada a veces
comía mejor que ella. Trystan se le acercó en la mesa y
alcanzó el tenedor que ella tenía en el puño, apartándolo
suavemente de su mano. Ella tragó la comida que tenía en
la boca y dejó de parecer una ardilla.
—¿Sabes leer? —le preguntó.
—Claro que sí —espetó ella con orgullo.
—Excelente. Hay algo de inteligencia en ti, después de
todo —le tendió el tenedor para mostrárselo. —¿Ves cómo
lo sostengo? Haz como si fueras a escribir. ¿Ruego no ser
demasiado presuntuoso al suponer que también sabes
escribir?
Ella asintió.
—Mi madre me enseñó las letras cuando era pequeña,
pero después de su muerte no tuve tiempo de practicar.
—Ya veo… —suspiró suavemente Trystan—Eso al menos
me dice dónde estarán tus desafíos.
—Te mostraré saber que puedo leer y escribir mejor que
la mitad de Penzance —respondió ella—. Mi madre me crio
bien y lo mejor que pudo, que en paz descanse —nunca
antes había necesitado comer o hablar correctamente y, sin
embargo, aquí estaba con estos caballeros demostrándoles
que no solo estaba haciendo una cosa, sino muchas cosas
mal.
—Estoy seguro de que lo hizo —Kent asintió en un tono
tranquilizador. —Pero es fácil aprender.
Bridget lo dudaba. Había crecido la mayor parte de su
vida hablando, actuando y comiendo de una cierta manera.
Si estos hombres creían que ella podía cambiar por
completo en menos de un mes, eran tontos.
—Vamos a intentar comer de la manera correcta —las
grandes manos de Trystan colocaron el tenedor entre sus
dedos y ajustaron su agarre. Sintiéndose humillada, Bridget
intentó sujetar el tenedor como él le había enseñado.
Afortunadamente, él volvió a centrarse en sus compañeros,
dejándola brevemente desconcertada ante esta nueva
forma de comer.
—¿Has pensado en la historia que inventarás cuando
llevemos a esta chica al baile de Lady Tremaine?
Tendremos que explicar su presencia de alguna manera —
dijo Graham mientras acercaba uno de los platos de comida
hacia él.
Trystan cortó un trozo de su carne asada y le dio un
mordisco.
—He estado pensando en eso.
Bridget hizo todo lo posiblepor imitarlo, observando
atentamente cómo utilizaba sus utensilios. Lo hacía con un
estilo caballeresco que parecía fácil, pero sus dedos se
sentían incómodos al intentar sujetar el tenedor y el
cuchillo como él lo hacía.
—Mi tía abuela, Lady Helena, será una excelente
chaperona. Vive cerca de mi finca, en la cabaña de la viuda.
Graham soltó una risita como un niño pequeño.
—¿No estarás hablando de esa vieja que está medio
sorda y lleva a todos lados esa absurda trompetilla?
—Sí, esa tía —Trystan ignoró el regodeo de Graham. —
Tengo un primo lejano en Yorkshire que es bastante mayor
que yo y evita la sociedad como la peste. Diré que esta niña
es su hija y que he accedido a presentarla en sociedad
durante la temporada.
—Eso debería funcionar —coincidió Kent. —Tendremos
que asegurarnos de que Bridget conozca bien tu árbol
genealógico para mantener cualquier historia que te
inventes.
Bridget intentó escuchar mientras seguía practicando
cómo sostener el tenedor de la forma en que Trystan le
había mostrado. Le resultaba incómodo y mucho menos
eficaz para llevar la comida del plato a la boca. Frustrada,
dejó caer finalmente el tenedor con estrépito sobre el plato
y cruzó los brazos sobre el pecho, frunciendo el ceño.
—¿Ya has terminado? —dijo Graham. Ella le sacó la
lengua.
—Si vuelves a hacer eso, te pondré sobre mis rodillas.
Compórtate como una niña y te trataré como tal —advirtió
Trystan, con sus ojos color whisky en llamas.
Bridget tragó saliva y bajó la cabeza. Era mejor hacerse
la sumisa ante ese hombre, o podría hacer exactamente lo
que él había prometido. Aún tenía el estómago casi vacío
cuando los hombres se levantaron. Sus respectivos platos
estaban limpios de comida, pero habían dejado unos trozos
de pan. Alargó la mano, cogió el pan y se lo metió en los
bolsillos de su raído abrigo cuando los tres hombres no le
prestaron atención.
—Hora de dormir —Graham se estiró y abandonó a los
demás sin decir palabra para dirigirse a su habitación.
Kent se quedó atrás.
—¿Cuántas habitaciones has…?
—Una para ti y Graham, y la chavala y yo compartiremos
una.
—Trystan… —protestó Kent.
—Huirá en cuanto tenga oportunidad. ¿Verdad, gatita?
—preguntó Trystan.
Bridget, quien no estaba preparada para que el hombre
adivinara sus planes secretos con tanta facilidad, no pudo
ocultar su reacción. Se quedó paralizada, con los ojos muy
abiertos cuando Trystan intentó cogerla del brazo.
—¿Ves? La gatita tenía toda la intención de escapar,
¿verdad, mascota? —la risita oscura de Trystan hizo que
Bridget entrecerrara los ojos.
—No soy tu mascota —siseó. —Vuelve a llamarme así y…
—¿Y qué? —Trystan se alzó sobre ella, con el pelo
oscuro cayéndole sobre la frente. Ella sintió el impulso
repentino de apartárselo con los dedos. Sorprendida y más
que perturbada por ese impulso pasajero, Bridget dio un
paso atrás. Estar tan cerca de él le revolvió el estómago.
Casi sintió náuseas, pero no de la forma habitual. Tragó
saliva y apartó la mirada, rompiendo el contacto visual. Lo
había dejado ganar esta pequeña batalla, pero estaba
decidida a ganar la guerra.
—¿Estás seguro de que puedes cuidar de ella? —
preguntó Kent. —Y con eso me refiero a ser educado con
ella.
Trystan y Kent se miraron fijamente durante un largo
momento.
—La trataré tan bien como ella me trate a mí. Si es
educada, yo también lo seré.
Los hombros de Kent se hundieron.
—Pero no os matéis el uno al otro, es todo lo que pido.
Trystan le lanzó una sonrisa despreocupada.
—Te prometo que ambos sobreviviremos a la noche. Nos
veremos aquí abajo al mediodía. —Trystan asintió a Kent
mientras sujetaba con fuerza el brazo de Bridget y la
arrastraba escaleras arriba.
Fue empujada abruptamente a una habitación vacía con
dos camas pequeñas. Sin decir nada, Trystan se quitó el
abrigo, lo dejó caer sobre una silla y se subió las mangas.
Cogió el extremo de la cama por el cabecero de madera y la
arrastró por la habitación hasta la puerta, impidiendo su
apertura.
Maldita sea… El hombre pensó en todo, ¿verdad?
—Listo —murmuró satisfecho mientras estudiaba la
puerta atrancada. Luego empezó a desabrocharse el
chaleco y a dejarlo caer por sus hombros. Atónita, Bridget
se agachó un poco detrás de su pequeña cama,
observándolo. Había visto algunos hombres medio
desnudos en su vida, sobre todo borrachos a los que
sacaban a rastras de la taberna de su padrastro. Pero
ninguno tenía la complexión de éste. Tenía un cuerpo
tallado en mármol y verlo desnudarse era, de algún modo,
diferente a ver a esos otros hombres. Ese revoloteo en su
vientre se hizo más fuerte, y ella apoyó una palma en su
abdomen, intentando calmar las sensaciones extrañas.
Trystan se sacó la camisa por encima de la cabeza y se
quedó allí de pie, con la tela colgando de su brazo, con la
piel aceitunada del pecho mostrando los duros músculos
que hicieron que Bridget se mareara un poco al mirarlos.
Estaba siendo extremadamente indecente, parado ahí
medio desnudo. Un fino tajo rojo le marcaba la piel del
brazo izquierdo, y un poco de sangre había manchado el
lugar donde la tela de la camisa había rozado la herida.
—¿Ves algo que te interese? —preguntó con una risita
oscura.
—No. En absoluto —pronunció cada palabra con claro
disgusto.
Trystan soltó una risita.
—Se te arruga la nariz cuando mientes —observó.
Tiró la camisa sobre la única silla de la habitación y se
sentó en la cama para quitarse las botas. Cuando terminó,
cruzó la habitación hasta el lavabo, donde había un cuenco
de porcelana y una jarra de agua frente a un pequeño
espejo. Se lavó la sangre del brazo y estudió el arañazo en
el espejo.
—Te he pinchado bien, ¿verdad? —dijo con un poco de
orgullo.
—'Pinchado' es la palabra clave —coincidió él—. Gracias
al cielo no tienes talentos de degolladora de los que debas
preocuparte. No creo que sangre mucho más por ahora —
se lo dijo más a sí mismo que a ella—. Métete en tu cama,
gata arpía, y duerme bien. Lo necesitarás. Una vez que
lleguemos a Zennor, comenzarás un vigoroso
entrenamiento en todos los aspectos para ser una mujer de
alta cuna. Cuanto más rápido aprendas, más podrás
descansar, pero fracasa y te será mucho más difícil.
—¿Por qué haces esto? —se atrevió a preguntar.
—Porque me niego a perder mi apuesta con Graham. Me
gusta bastante mi cabaña de cazadores en Escocia, y
odiaría perderla a manos de él simplemente porque te
niegas a comer, hablar y actuar como una dama.
Bridget no dudaba de que este hombre la agotaría si no
tenía cuidado. Parecía un hombre con más energía que la
mayoría.
Apartó las sábanas de la cama y se metió en ella, todavía
completamente vestida. No iba a darle al hombre la
oportunidad de aprovecharse de ella. Cerró los ojos y
escuchó el crujido de la cama mientras él se recostaba y
respiraba lentamente. Bridget comparó sus posibilidades
de escapar por la ventana contra las que él tenía de la
atraparla. En algún momento entre la planificación de su
primer plan de fuga y el décimo, se quedó dormida.
TRYSTAN ESPERÓ A QUE LA RESPIRACIÓN DE LA CHICA SE CALMARA,
y luego se permitió relajarse. Estaba seguro de que ella
habría intentado escapar, pero sospechaba que había
dormido muy poco mientras vivía y trabajaba en aquella
taberna, igual que había comido muy poco. No estaba
desnutrida, pero desde luego no había estado comiendo lo
suficiente. Eso había sido evidente antes cuando ella había
estado engullendo comida a un ritmo que él no había creído
humanamente posible. Incluso había guardado algunos
trozos de pan en los bolsillos de su abrigo para más tarde.
La convertiría en una dama. Y aunque el entrenamiento
sería riguroso, la trataría mucho mejor de lo que había sido
tratada en la taberna de Penzance. Una vez que llegaran a
su casa de Zennor, haría que la bañaría, la limpiaría y le
tomaría las medidas para la modista, después evaluaría
completamente los desafíos a los que él se estaba
enfrentando. Permaneció despierto un rato más,planeando
y tramando la mejor manera de ganar la apuesta. No podía
dejar que Graham le quitara su cabaña de cazadores
favorita.
Trystan no se sentía tan cansado, no como los demás.
Estaba poseído de energía por la pasión dada por esta
nueva aventura. No podía esperar a ver las caras de los
hombres y mujeres en el baile de Lady Tremaine cuando les
presentara a Bridget. Su pequeña arpía se transformaría en
una gentil rosa inglesa, una recatada criatura vestida con
las ropas más exquisitas, y su voz sería una sensual caricia
en el oído de todos los hombres. Los caballeros llegarían a
los golpes luchando por un puesto en su tarjeta de baile.
Las mujeres estarían verdes de envidia o desesperadas por
convertirse en sus amigas. Ella sería verdaderamente
auténtica, y la sociedad londinense adoraba lo auténtico.
Trystan se reiría en secreto de haber engañado a todo
Londres entrenando a una arpía salvaje para que actuara
como una dama.
Una sonrisa curvó los labios de Trystan al imaginar su
triunfo en el baile. Graham sabía que no debía apostar así
contra él. Aunque era un maestro de los problemas y un
pícaro temerario, también estaba bien entrenado en la
etiqueta y en todo lo que conllevaba tener el título de lord,
más que Graham. Como primogénito, había recibido la
formación del heredero de una hacienda, mientras que
Graham, siendo el repuesto en su familia, tenía menos
supervisión de sus padres en esos asuntos.
Trystan durmió cuatro horas y despertó totalmente
descansado. Tuvo cuidado de no hacer ruido al vestirse. La
chica seguía dormida, y a él le gustaba bastante lo
tranquilo que estaba todo cuando no le gritaba o lo
pinchaba con esa pequeña cuchilla suya.
Tentado por la idea de que podría verla mejor mientras
dormía, se acercó de puntillas a su cama. Apoyó una mano
en el cabecero para poder mirarla. Tenía la cara cubierta
de manchas de suciedad y el pelo grasiento recogido en un
lío de horquillas bajo el gorro que se le había caído
mientras dormía. Puso los ojos en blanco. Ella ni siquiera se
había lavado antes de acostarse.
Pero había algo en su cara que le intrigaba. No era
hermosa, no, pero era interesante. Con una barbilla
puntiaguda, cara en forma de corazón y ojos rasgados con
largas pestañas oscuras, tenía una mezcla de rasgos que
resultaba agradable. Sus labios no eran ni demasiado
gruesos ni demasiado finos. Su rostro tenía carácter. Un
hombre podría mirarla y estar fascinado todo el día viendo
cómo cambiaban sus expresiones.
Algunas mujeres tenían muy poca expresividad.
Permanecían sentadas con un aspecto inexpresivo y
recatado que no despertaban pasión en Trystan, ni siquiera
un interés casual. Esas mujeres no le interesaban en
absoluto. Y las mujeres debían ser interesantes. Eran el
sexo débil; se suponía que su encanto y misterio eran
irresistibles para los hombres. Y, sin embargo, demasiadas
no eran más que bonitas estatuas para él.
Las pocas mujeres que admiraba no tenían miedo de
entablar un discurso político, económico o incluso
filosófico. Pero la mayoría callaban y representaban el
papel que la sociedad esperaba de ellas, lo que siempre
decepcionaba y aburría profundamente a Trystan.
Siempre que tenía una amante, él le daba su
conversación, su tiempo, su interés, su compromiso, no
simplemente su cuerpo en su cama, aunque esto último
parecía ser lo que interesaba a la mayoría de ellas.
La pequeña arpía se movió mientras dormía y, de
repente, sus párpados se abrieron. La encantadora y
tranquila somnolencia se desvaneció al darse cuenta de que
él se alzaba sobre ella mientras yacía en su cama. Lanzó un
puñetazo y lo golpeó fuertemente en el ojo.
—¡Maldita sea, mujer! —gruñó mientras retrocedía un
paso y se sujetaba el ojo. El dolor irradiaba desde la cuenca
del ojo hasta el pómulo. Definitivamente le iba a salir un
moratón, y Graham iba a alardear de ello durante los
próximos días.
—¿Qué estabas haciendo inclinado sobre mí de esa
manera, gran zafio?
—¿Zafio? —repitió la palabra con incredulidad. La boca
de esta pequeña criatura; y su lenguaje malsonante, iban a
tener que ser corregidos.
—Te lo merecías. Por inclinarte así sobre una mujer —se
incorporó, con los puños en alto.
Trystan maldijo en voz baja y se volvió hacia el lavabo.
Tenía el ojo rojo y la cara empezaba a hinchársele. Graham
nunca le permitiría olvidarlo. Kent sería más comprensivo,
pero sin duda se reiría de más.
—Ha sido culpa tuya —continuó Bridget. Él cerró los
puños y los ojos, solo para hacer una mueca de dolor.
—Usa el orinal si lo necesitas y baja al bar cuando estés
lista para partir —dijo, en lugar de todas las expresiones
malsonantes que esperaban ser devueltas a la pequeña
demonio. Apartó la cama del camino y salió de la habitación
para que ella pudiera hacer sus necesidades a solas.
Encontró a Kent y Graham ya despiertos y almorzando
un poco.
—¿Dónde está la muchachita? —preguntó Graham—. ¿La
has perdido ya?
—No, por supuesto que no.
—Trystan… —comenzó Kent—. ¿Tu ojo está…?
—La arpía me ha golpeado —dijo en un tono que no
aceptaría preguntas adicionales.
Graham, quien había estado bebiendo una jarra de ale,
la escupió sobre la mesa mientras se ahogaba de risa. Kent
parecía más preocupado que divertido.
—¿Hay… eh… alguna razón por la que ella te ha
golpeado? No estabas haciendo nada inapropiado, ¿verdad?
—Kent se atrevió a preguntar.
Trystan arqueó una ceja.
—Simplemente estaba intentando ver mejor a la
bribona. Está un poco sucia bajo esas ropas suyas. Creí que
dormía plácidamente, así que quise verla más de cerca,
pero se despertó, me vio inclinado sobre ella y ¡zas! —
golpeó la mesa con la palma de su mano y Graham se
apresuró a coger su jarra antes de que esta cayera.
—¿Y dónde está ella ahora? —preguntó Kent.
—Usando el orinal, y luego sospecho que intentará salir
por la ventana —extendió la mano sobre la mesa, robó la
manzana fresca del plato de Graham y le dio un mordisco
antes de levantarse y dirigirse a la puerta de la posada. Al
salir, se detuvo bajo el alero del tejado inclinado. Su
habitación estaba justo encima. Kent y Graham se unieron
a él mientras esperaba pacientemente.
—Tal vez ella… —empezó Graham, pero Trystan levantó
una mano, callándolo.
Un momento después, el techo crujió sobre ellos y luego
un par de piernas aparecieron sobre el borde, seguidas por
el cuerpo de la pequeña arpía mientras colgaba del borde
del techo. Después cayó al suelo con más gracia de la que
Trystan había esperado.
—Ahh, Bridget, ahí estás. Excelente —Trystan salió de
las sombras y la cogió del brazo antes de que pudiera huir
—.Qué considerado de tu parte unirte a nosotros justo a
tiempo para abordar el carruaje.
—¡Maldita sea! —chilló e intentó liberarse.
Trystan le dio dos ligeros golpes en las nalgas con la
palma de su mano, lo que hizo que ella se sobresaltara y lo
mirara con furia, pero él vio un calor de otro tipo en sus
ojos. Tal vez la gatita no lo sabía, pero le gustaba recibir
palmaditas cariñosas en el trasero. Estaba sorprendido de
que ella lo mantuviera adivinando, ella, y eso hizo que toda
esta aventura valiera la pena.
—Kent, por favor, busca provisiones que podamos comer
en el camino —luego acompañó a Bridget hasta el carruaje
que los esperaba y la empujó dentro. Su ojo izquierdo
estaba casi cerrado por lo hinchado que estaba, y decidió
que pasaría el resto del viaje hasta su finca planeando el
castigo de Bridget como sus primeras lecciones de cómo
ser una dama. La idea le hizo esbozar una sonrisa perversa.
A
3
sí que esto es Zennor, ¿verdad?
Bridget estaba de pie frente a los escalones de una
hermosa casa, más grande que cualquiera que hubiera
visto. Estaba construida con escarpadas piedras grises que
hacían que la mansión medieval pareciera un castillo.
Nunca había estado en Zennor a pesar de que estaba a
menos de siete millas de Penzance, la ciudad donde había
pasado toda su vida. De camino hasta aquí, había
atravesado una campiñahermosa pero desolada y se había
enamorado de las colinas y los acantilados salientes que
había visto. Ahora también estaba fascinada por la casa de
Trystan.
Podía prescindir del dueño, por supuesto, pero ¿su casa?
Podía pasar el resto de su vida explorando la casa señorial.
No se permitió estar fascinada con el dueño de la casa.
Básicamente, ese hombre y sus amigos la habían
secuestrado y le habían prometido que la tratarían bien,
pero no era libre de irse. Sin embargo, estaba ciertamente
encantada con el lugar y se sentía tentada a quedarse, a
ver cómo era vivir en una gran casa como ésta.
El viaje había sido en su mayoría silencioso para ella.
Los hombres habían hablado entre ellos, utilizando
palabras grandilocuentes y hablando de lugares que ella no
conocía. Incluso cuando Lord Kent había intentado
involucrarla, ella había mantenido la barbilla alejada de
ellos con la mirada puesta en la ventana, decidida a
disfrutar de la campiña a medida que pasaba frente a ella.
No quería que pensaran que estaba disfrutando de este
viaje tan lejos del único lugar al que había llamado hogar.
También se había distraído con calor que irradiaba de
Trystan, que había calentado su frío cuerpo y la había
hecho más que consciente de que, incluso en su silencio, el
hombre la observaba, estudiándola como si estuviera
pensando en todas las cosas que haría para convertirla en
una dama. Pero el pomposo se engañaba a sí mismo. Aun
así, estaba tentada de intentar interpretar el papel de dama
si eso significaba vivir en esta casa durante un tiempo.
—Bueno, ¿no es una belleza? —suspiró ella mientras
miraba con ojos soñadores la fachada de la casa.
—Lo es, ¿verdad? —dijo Trystan, suavizando la voz al
pararse a su lado—.La casa original era medieval, por
supuesto. Nunca lo sabrías, dadas las muchas mejoras
hechas a través de las generaciones.
—¿No me digas? Medieval, ¿verdad? —Bridget sonrió
con suficiencia ante su tono altivo.
Él le dirigió una mirada de reojo que ella no supo
interpretar.
—La encontrarás más que adecuada. Se ha modernizado
a fondo y está llena de todas las comodidades que uno
pueda desear.
Bridget no sabía por qué un lord elegante necesitaba
comodidades, fueran las que fueran, pero estaba claro que
era algo de lo que estaba orgulloso. Ella había conocido
muy pocas comodidades en su vida, excepto quizá el calor
del heno en los establos. Sin embargo, sentía la antigua
atracción de este lugar en lo más profundo de sus huesos.
Tal vez se debía a la forma en que los finos castaños
bordeaban el camino hacia la casa como una flecha
boscosa, o la forma en que la puesta de sol brillaba en los
cristales de sus muchas ventanas. Todo ello estaba rodeado
por el rugido del mar en algún lugar más allá de la casa, lo
que le daba una sensación de infinitud. Como si fuera un
lugar al borde del mundo, o tal vez al principio de él.
De repente, su mente evocó un viejo recuerdo de su
madre sentada frente a ella en el suelo de su dormitorio,
con un libro de mapas extendido entre las dos. Su madre
había trazado la forma del océano en el borde del mapa.
—Algunas personas creían que el mundo era plano.
Cuando llegaban a cierto punto del mapa, simplemente
caían en un abismo.
—¿Por qué? —había preguntado la joven Bridget.
—Porque algunas personas no pueden creer en cosas
que no ven. No pueden ver más allá de los bordes de un
mapa, por lo que éste debe terminar ahí. Cualquier otra
cosa estaría más allá de su imaginación. Pero… —su madre
sonrió en secreto—. Algunas personas pueden ver más allá
del borde del mapa y dar la vuelta al mundo y, cuando
vuelven al lugar del que partieron, habrán aprendido sobre
sí mismos y sobre el mundo.
—¿Aprendieron todo sobre el mundo? —preguntó
Bridget.
—No —su madre se rio—. Nadie puede saberlo todo.
Siempre quedará mucho por descubrir, y ése es el regalo
que tenemos al vivir en esta tierra. Tenemos la capacidad
de explorar y aprender sin cesar, y eso nos permite
convertirnos en mejores personas.
El recuerdo se desvaneció, y un feroz dolor se apoderó
de Bridget. Apoyó la palma de la mano en su pecho. Habría
renunciado a todos los misterios del mundo con tal de
volver a tener a su madre a su lado.
Un hombre salió por la puerta principal y bajó los
escalones para recibirlos.
—Milord —era un hombre alto y delgado, de unos
cincuenta años, pero tenía un aire de fuerza y gracia al
moverse.
—Ah, señor Chavenage —respondió Trystan—. Por favor,
prepare dos habitaciones de invitados para Graham y Philip
y una para la señorita Ringgold —los labios de Trystan se
curvaron en una sonrisa torcida mientras miraba entre ella
y el señor Chavenage. Si el hombre se había sorprendido
por las órdenes de Trystan, no lo demostró.
—Sí, milord. Y la señorita Ringgold es… —el hombre la
miró especulativamente.
Trystan se cruzó de brazos y le dirigió una mirada
reflexiva y de evaluación que provocó un ardor en lo más
profundo de su ser. Bridget lo fulminó con la mirada.
—Un proyecto. Por favor, dígale a la señora Story que se
reúna conmigo en mi estudio para recibir instrucciones
sobre el cuidado de la chica.
El hombre asintió y volvió a entrar en la casa mientras
dos jóvenes fornidos vestidos de lacayos bajaban al
carruaje y empezaban a sacar maletas de viaje de la parte
trasera.
—¿Quién ha sido él? —preguntó Bridget a Lord Kent en
voz baja mientras Trystan y Graham entraban en la casa.
—¿Quién?
—Ese tipo, el señor Chavenage.
—Oh —Kent soltó una risita—. Es el mayordomo de
Trystan. Dirige una casa de lo más eficiente, un buen
hombre.
—¿Y esta señora Story?
—La señora Story es el ama de llaves. Ambos son justos
y amables siempre que los trates igual.
Kent la estaba aconsejando amablemente sobre su
comportamiento. Bridget tomó nota de no contrariar al
señor Chavenage ni a la señora Story.
—¿Vamos? —Kent le ofreció su brazo. Ella lo miró
fijamente—. Pasa tu brazo por el mío y apoya tu mano aquí
—Kent colocó suavemente su mano de la forma en que él
deseaba que ella lo hiciera. Bridget ya había visto cómo se
hacía, por supuesto, pero nunca lo había hecho con un
hombre.
Aunque estaba perfectamente bien para caminar sin
ayuda, había algo agradable en aferrarse al brazo de Kent.
Él se apoyó en su bastón mientras subían los escalones. El
interior de la casa era hermoso, más hermoso que
cualquier cosa que ella hubiera visto en Penzance. Paneles
de madera oscura cubrían la mitad inferior de las
habitaciones y estaban acentuados por empapelados de
seda pintados de varios colores, que cambiaban de una
habitación a otra. Apliques dorados se alineaban en las
paredes. Retratos, docenas de ellos, llenaban los pasillos y
subían por la gran escalera.
—¿Quiénes son? —preguntó ella mientras estudiaba a
los finos lores y damas de las paredes.
—Dos o quizás tres siglos de valiosos Cartwright. La
familia de Trystan.
Escudriñó los rasgos pintados con capas de óleo
mientras buscaba el pelo oscuro, los ojos color whisky y la
piel aceitunada de Trystan, pero no los encontró.
—Sin duda, no se parece a ninguno de ellos —dijo ella.
—No, no me parezco —dijo Trystan al salir de una
habitación al final del pasillo—. Mi madre era una mujer
Romaní que, según los lugareños, hechizó a mi padre para
contraer matrimonio. Afortunadamente, fue uno feliz —
sonrió al decir esto, y su rostro se suavizó de una manera
que la conmovió.
—¿Tu madre era gitana?
Los ojos de Trystan se endurecieron ligeramente.
—Sí —su respuesta fue cortante—. Ahora, ven aquí, si
eres tan amable.
—No lo soy —Bridget se aferró con fuerza al brazo de
Kent a pesar de que éste la escoltó directamente hasta
Trystan.
—Este es mi estudio —Trystan señaló con la cabeza la
habitación a la que había sido empujada—. Siéntate —la
cogió por los hombros, la dirigió hacia un gran sillón de
cuero y la empujó hacia él—.Y no te muevas —añadió con
firmeza.
Una réplica mordaz murió en los labios de Bridget
cuando se dio cuenta de que una mujer altay ligeramente
regordeta la miraba fijamente. Llevaba un vestido de tela
gris oscuro y estaba de pie junto al gran escritorio
ornamentado al interior del estudio.
—Bridget, ésta es la señora Pearl Story, mi ama de
llaves. La llamarás señora Story a menos que ella te diga lo
contrario. Señora Story, ésta es mi pequeña arpía, Bridget
Ringgold.
El ama de llaves la miró fijamente.
—¿Ésta es a la que quiere que limpie, milord? —su voz
tenía un acento escocés que Bridget no estaba
acostumbrada a oír.
Bridget enfureció.
—Sí, límpiala y búscale un vestido de repuesto de una de
las criadas. Mañana traeremos a una modista para que le
tome las medidas y le confeccione un guardarropa decente.
Hasta entonces, cualquier cosa que puedas encontrar que
le quede bien servirá. Y quema la ropa que lleva puesta. No
quiero volver a verla ni olerla.
—¡Oye! ¡No puedes llevarte mi ropa y quemarla! —chilló
—. Es todo lo que tengo.
—¡Calla tus chillidos! —ladró Trystan—. La señora Story
te vestirá con ropa nueva, algo que te sentará mejor que
estos harapos —hizo un gesto con la mano hacia sus
prendas sucias.
Esos harapos le habían costado dos meses de tallado de
animales, además de su sueldo de la tabernera.
—Yo los he comprado. Son míos —gruñó—. ¡No puedes
coger lo que tanto me ha costado conseguir y…!
—Tranquila, chica —el acento escocés de la señora Story
se intensificó ligeramente—. Nadie quemará nada —el ama
de llaves lanzó una mirada exasperada a Trystan y luego se
volvió hacia Bridget—. Los limpiaremos, arreglaremos
cualquier rotura y te los devolveremos.
Trystan y Bridget se miraron con furia en una silenciosa
pero ardiente batalla de voluntades.
—Ahora, escucha, Bridget. Debes ir con la señora Story
y hacer lo que ella diga. Si le causas algún problema, te las
verás conmigo —su tono no admitía discusión.
—Venga, señorita Ringgold —dijo la señora Story en
tono amable—.Vamos a asearte un poco antes de cenar.
Bridget siguió al ama de llaves con los ojos muy abiertos
mientras seguía contemplando la amplia casa. ¿De verdad
iba a quedarse aquí?
—Te enseñaré dónde está tu habitación. Su señoría suele
darse un baño a primera hora cuando llega, pero, a petición
suya, hemos puesto el agua caliente en tus aposentos.
Siguió al ama de llaves escaleras arriba y por otro
pasillo hasta que la mujer se detuvo y abrió la puerta. Un
par de criadas estaban ocupadas colocando sábanas limpias
en una enorme cama con cuatro postes con repetidas
formas esféricas a lo largo de éstos, además de flores
talladas. El cabecero de madera también estaba tallado con
más flores, pintadas en una variedad de colores brillantes,
como si un jardín hubiera crecido mágicamente de la
madera. Quería estirar la mano y tocarlo. Bridget imaginó
por un momento cuánto tiempo debió haber requerido el
tallado de una cama tan hermosa. Casi sintió la tentación
de intentar tallar algo así ella misma.
—Aquí es donde te quedarás —dijo la señora Story con
una pequeña sonrisa—. Es una de las habitaciones favoritas
de su señoría.
Bridget notó su bolsa de tela que descansaba en el suelo
junto a la cama y la cogió antes de que una de las criadas
pudiera robarle algo. La estrujó de forma protectora contra
su pecho.
—¿Con cuántas comparto esto? —preguntó Bridget.
Apostaba a que podría dormir con al menos otras tres
chicas en esa cama, pero preferiría dormir en el suelo si
eran más. A veces tendía a estirar las manos y los pies
cuando dormía. y no quería que nadie la golpeara en mitad
de la noche cuando chocara accidentalmente con alguien.
—¿Cuántas? —repitió perpleja la señora Story.
—Sí. ¿Con cuántas de esas chicas tengo que dormir en
esta habitación? —señaló con la cabeza a las criadas.
Las jóvenes hicieron una pausa en su tarea de alisar una
colcha de satén rosa sobre la cama y luego estallaron en
risas.
—Oh… ya veo —suspiró la señorita Story—. Señorita
Ringgold, no compartirás esta habitación con nadie más.
Dormirás sola en esa cama.
—¿Sola?
¿En esa cosa enorme? Bridget empezó a reírse de la
ridícula idea, pero cuando se dio cuenta de que la señora
Story no se reía con ella, se detuvo.
—¿Es toda mía? ¿De verdad?
—Sí. Ahora deja tu bolso junto a la cama. Nadie te
robará nada, te lo aseguro. Y ven aquí —abrió una puerta
que se confundía con la pared mediante un pequeño
pestillo y condujo a Bridget a otra habitación. Esta
recámara era mucho más pequeña y no tenía cama. Había
una gran bañera de cobre, con vapor saliendo de la
superficie del agua en su interior.
—¿Aquí es donde lavaremos mi ropa? —preguntó
mientras sujetaba el cuello de su camisa.
—No, aquí es donde te lavaremos a ti, cariño.
—¿A mí? —chilló Bridget y empezó a retroceder, pero
dos de las criadas ya estaban allí para bloquearle la salida.
—Sí, señorita Ringgold. Si vamos a hacer de usted una
dama, eso significa que debe bañarse. Las damas finas no
huelen a establos o pocilgas. Ni tienen un ápice de
suciedad en su piel.
—Entonces dadme un paño y un cuenco de agua. ¡Me
ahogaré en eso! No voy a usar ninguna bañera —se quedó
mirando el gran artilugio de cobre humeante. Podría
devorarla por completo.
—No, no lo harás y sí, la usarás —la señora Story cogió a
Bridget del brazo y, de repente, las criadas le quitaron la
ropa hasta dejarla casi desnuda.
Bridget soltó un grito espeluznante.
TRYSTAN SE REUNIÓ CON SUS AMIGOS EN LA SALA DE BILLAR,
donde Kent y Graham ya estaban jugando. Se acercó a la
bandeja de bebidas que descansaba sobre el aparador y se
preparó un vaso de whisky.
—¿Confío en que los dos os hayáis instalado? —
preguntó.
Graham asintió mientras se inclinaba para alinear su
tiro.
—Sí, gracias. Chavenage siempre cuida bien de
nosotros.
Trystan ocultó una oleada de orgullo. Había elegido bien
a sus empleados y nunca lo habían decepcionado. No podía
esperar a ver cómo la señora Story lidiaba con la vándala
de la taberna.
—¿Dónde está la chica? —preguntó Graham
—Siendo metida a su habitación y tomando un baño
caliente. La señora Story suele prepararme uno cuando
vuelvo de mis viajes, pero la chica necesita una buena
lavada, más que yo.
Trystan dio un sorbo a su whisky y disfrutó del sabor del
costoso líquido quemándole la parte posterior de la
garganta. Luego cogió un taco y se unió a sus amigos. Pero
antes de que pudiera empezar una ronda, un grito
procedente del piso de arriba resonó por el pasillo.
—El baño está listo —dijo Trystan, en parte para sí
mismo.
—¿Qué demonios es eso? —preguntó Kent.
—Estoy seguro de que parará en cualquier momento —
dijo Trystan con confianza.
Pero no paró. Con un gruñido, empujó su taco hacia
Kent.
—Disculpadme un momento.
Abandonó la sala de billar y se apresuró a subir las
escaleras, yendo hacia los gritos y los chapoteos. Parecía
que se estaba librando una batalla en la habitación que le
había dado a la chica. Entró en la alcoba y se dirigió
directamente a la puerta del vestidor, golpeándola con el
puño.
—Señora Story, ¿se encuentra bien?
Hubo otro chillido y oyó a la señora Story bramar como
un oso.
—Parece un maldito zoológico —murmuró para sí, luego
gritó—. ¡Voy a entrar! —y abrió la puerta.
El suelo del vestidor estaba empapado de agua. Una
barra de jabón se deslizaba perezosamente por el charco
de agua junto a la bañera de cobre. Dos de sus criadas
estaban en un rincón, empapadas hasta las enaguas. La
señora Story estaba inclinada sobre la mitad de la bañera,
forcejeando con Bridget, quien aún llevaba aquella sucia
camisa blanca.
—¡Quédate quieta, ridícula! —gritó la señora Story.
—¡Quítame las manos de encima! —Bridget tenía la cara
manchada de suciedad, que apenas había empezado a
desprenderse y a gotear por su rostro. Parecía muerta de
miedo.
—Todo el mundo fuera un minuto, por favor —gruñó
Trystan.
Las criadas no necesitaron que las convencieran. Casi
tropezaron unas con otras intentando escapar. La señora
Story soltó a Bridget de mala gana, se enderezó, se alisó el
pelo y pasó junto a Trystancon la cabeza en alto. Él cerró
la puerta tras de sí y miró fijamente a Bridget, quien se
hundió más en el agua enjabonada cuando se dio cuenta de
que estaba a solas con él.
—¡Ella me estaba atacando!
Dio dos pasos hacia ella y le tendió la mano.
—Quítate esa camisa de una vez.
Ella se la quitó y le tendió el trozo de tela empapado con
mano temblorosa. En cuanto él la cogió, ella volvió a meter
su brazo desnudo en el agua blanca y jabonosa mientras
abrazaba sus rodillas flexionadas con los brazos, ocultando
lo poco que él había podido vislumbrar de su cuerpo.
—Ahora, dejarás que la señora Story te lave hasta que tu
piel esté rosada como un melocotón. Luego te pondrás la
ropa que ella te dé y no escucharé más gritos. ¿Entendido?
Bridget tragó duro.
—Pero mylord, ella…
—Esta noche, disfrutarás de un festín de comida
maravillosa. Estarás tan llena que necesitarás que te
saquen rodando del comedor. Luego serás metida en la
cama de la otra habitación y dormirás tan profundamente
que ni siquiera soñarás —suavizó su tono, dándose cuenta
de que podría tener que necesitar recurrir a la razón ante
lo irrazonable—. Bridget… te han regalado una cama
caliente y comida para el próximo mes. Si eres demasiado
tonta para no ver eso como el regalo que es, entonces serás
llevada a la aldea más cercana y se te dará suficiente
dinero para volver a Penzance para que puedas resolver
por tu cuenta tu destino más bien desalentador —se acercó
a la bañera—. Le pagué a ese hombre que se hace llamar tu
padrastro cincuenta y cinco guineas para que te dejara a
mi cuidado. ¿Sabes por qué? —Bridget negó con la cabeza
—. Porque es el tipo de hombre que no tiene escrúpulos por
venderte. Los hombres como él obligan a las chicas como
tú a hacer lo ellos que quieren, o te venden a otros que sí lo
harán.
—A hombres como tú.
Trystan soltó una carcajada.
—Difícilmente. Un hombre como yo no tiene interés en
una mujer como tú. No por esas razones —se acuclilló junto
a la bañera—. Le pagué, pero no para comprarte, aunque
estoy seguro de que tu padrastro lo ve así. No, he invertido
el dinero. Lo he invertido en ti, Bridget —su voz se suavizó
un poco, pero él le sostuvo la mirada—. Si te conviertes en
una dama y engañas a todos en el baile de Lady Tremaine,
te convertirás en una mujer libre con recursos. Imagínatelo
por un momento.
Él no pasó por alto la forma en que se le puso la piel de
gallina, ni cómo tembló un poco.
—Podrás casarte con un buen hombre o alquilar un
lugar para vivir en una ciudad segura y empezar una vida
apropiada. Si eres lista, puede que incluso encuentres la
forma de ayudar a otras chicas como yo te he ayudado a ti.
Tómate en serio mis lecciones, y podrás llevarte el
guardarropa, el entrenamiento y la buena cantidad de
dinero que te daré al final como pago por tu parte en esta
apuesta. ¿Entendido? —no quería que esta chica se
centrara en la forma en que había pagado por ella como si
fuera una propiedad. Quería que se concentrara en su
futuro, en el hecho de que ahora era dueña de su destino y
podía cambiarlo a mejor si dejaba de luchar contra él.
La joven desnuda en la bañera de cobre lo miró
fijamente con ojos color lavanda y, por un momento, él vio
más allá de la sucia bribona que era hasta llegar a la
criatura que yacía en su interior, una que albergaba un
fuego tan exquisito por vivir una vida con sentido y pasión.
Sí, ésa era la mujer por la que había apostado su dinero.
—L… Lo entiendo, mylord.
Sus ojos lavanda eran grandes y luminosos, y él olvidó lo
que había estado diciendo mientras su corazón
experimentaba un pequeño y extraño aleteo en su pecho.
Se sacudió un poco para despejar la fuerte sensación de su
cabeza.
—Bien. Ahora, la señora Story volverá a entrar y te
ayudará. Cuando te acostumbres al baño, quizá descubras
que te gusta. El agua caliente alivia el dolor de los
músculos cansados y tensos y te da tiempo para reflexionar
sobre tu día en paz y tranquilidad. Es un privilegio
experimentar algo que muchos otros nunca podrán. Por
favor, sé más respetuosa con mi personal, quienes te
proporcionan semejante cosa.
Bridget arqueó un poco las cejas y, por la expresión de
culpabilidad en su rostro, él se dio cuenta de que la había
impresionado.
—Muy bien. Te dejo con la señora Story, y tú y yo nos
veremos para cenar dentro de unas horas —con eso, dejó a
Bridget sola para que reflexionara mientras él volvía a su
partida de billar, con la seguridad de que por fin tendría
paz.
BRIDGET NO EMITIÓ NINGÚN SONIDO EN PROTESTA CUANDO LA
señora Story regresó. Dejó que el ama de llaves le
enjuagara el pelo, le lavara la cara con un paño y le aseara
el resto del cuerpo, incluso las plantas de los pies, que le
provocaron suficientes cosquillas como para echarse a reír.
Trystan había tenido razón. El agua caliente era aterradora
al principio, pero ahora se sentía de maravilla. Ella estaba
flácida como un trapo, y era una sensación deliciosa.
—Te cortaremos el pelo a la moda mañana. Soy bastante
buena con las tijeras —presumió la señora Story, pero lo
dijo con una risita divertida cuando Bridget arrugó la nariz.
A Bridget no le importaba su pelo. Era una molestia. Las
pocas veces que había intentado cortárselo con su pequeño
cuchillo, lo había estropeado, así que se lo había dejado
crecer, lo cual era casi igual de molesto. Ahora le llegaba
hasta la mitad de la espalda.
—Listo —dijo la señora Story—. No es tan malo, ¿verdad,
cariño?
—No —balbuceó Bridget.
El ama de llaves cogió una toalla grande del lavabo del
rincón y la sostuvo.
—Ponte de pie y envuélvete con esto.
Cuando Bridget se levantó, el frío del aire se aferró a su
piel, estremeciéndola. Cogió la toalla y se la envolvió como
una capa, contenta de sentirse más abrigada.
—Párate sobre esto para que no resbales —la señora
Story dejó otra toalla en el suelo—. Después sígueme.
Siguió al ama de llaves al dormitorio y se sentó donde le
había indicado frente a un tocador. La señora Story utilizó
un peine para desenredar los nudos del pelo de Bridget, lo
que le llevó mucho tiempo, y luego le enseñó la ropa que
había traído para ella.
El ama de llaves tardó varios minutos en mostrarle toda
la ropa interior antes de que Bridget se sintiera segura de
saber cómo ponérsela. Se secó y dejó que el ama de llaves
la ayudara a ponerse la ropa. No le gustaba la forma en la
que las enaguas crujían alrededor de sus piernas ni cómo
las faldas entorpecían su andar. Nunca podría correr como
lo hacía cuando llevaba pantalones. Sin embargo, cuando
por fin se vislumbró en el espejo, parpadeó con sorpresa.
Lucía… bueno… casi bonita. Aún tenía el pelo un poco
húmedo, así que la señora Story se lo había trenzado y
luego recogido en la nuca en lo que la mujer mayor llamaba
un moño, antes de sujetarlo con unas horquillas. Según el
ama de llaves, el vestido azul que le había sido dado era
muy sencillo para los estándares de los ricachones, pero a
Bridget le pareció el vestido más encantador que había
visto en su vida. El color era precioso y provocaba un
efecto encantador en sus ojos. Nunca los había visto brillar
tanto, ni su piel se había visto tan luminosa.
—Ahora pareces una dama, y muy hermosa —dijo la
señora Story con una sonrisa—. Vamos abajo a sorprender
a esos hombres tontos, ¿eh?
Bridget se miró una vez más y se mordió el labio antes
de sonreír al ama de llaves y asentir. Apenas recordaba la
última vez que se había puesto un vestido… Debió haber
sido en la época de la muerte de su madre.
Mientras bajaban las escaleras, Bridget se sintió
vulnerable de una manera que no había experimentado
antes. Cogió la falda con una mano para que sus pies
pudieran encontrar los escalones más fácilmente con las
zapatillas de casa negras que una de las criada le había
prestado. La holgada ropa masculina que siempre había
llevado antes la había hecho sentirse segura, ocultando su
feminidad. Ahora sentía que no tenía forma de ocultarse en
absoluto.—Milord —dijo la señora Story a Trystan y los demás
cuando ellas llegaron al comedor.
Bridget se agachó detrás del ama de llaves, rígida de
temor por cómo Trystan podría reaccionar a su apariencia.
No quería que volviera a gritarle.
—¿Dónde está la gatita? —preguntó Trystan.
—Escondida detrás de mí, sospecho —la señora Story se
giró y se hizo a un lado, obligando a Bridget a enfrentarse a
los tres hombres que permanecían junto a la gran mesa de
caoba del comedor.
Todos la miraron fijamente y continuaron haciéndolo
durante tanto tiempo que ella se preguntó si se había
vuelto loca o algo así. Finalmente, Graham rompió el
silencio al dejar caer la copa de brandy que sostenía.
Golpeó suelo y el líquido salpicó toda la alfombra.
—¡Cristo! —Graham recogió el vaso, sonrojado—. Ella se
ha limpiado bien, ¿verdad? —le dijo a Trystan—.
Suponiendo que sea capaz de aprender tus lecciones,
podrías ganar, ¡maldita sea!
Kent le dio un codazo a Graham en el estómago.
—Señorita Ringgold, por favor, permítame.
Se acercó a una de las sillas que tenía cubiertos. Apartó
la silla y le indicó a ella que se sentara. Echó un vistazo a
Trystan, quien la observaba con una mirada intensa pero
de aprobación. Él asintió de manera alentadora y ella ocupó
la silla antes de que Kent la acercara y se sentara a su lado.
Trystan se sentó al final de la mesa y Graham eligió la
silla frente a ella. Los cuatro ocupaban solo un extremo de
la gran mesa del comedor, dejando vacíos más de una
docena de asientos.
—¿Suele cenar con mucha gente, mylord? —ella señaló
con la cabeza la mesa casi vacía.
—No muy a menudo. Pero unas cuantas veces al año
organizo una fiesta en la mansión y llenamos todas las
sillas —dijo Trystan.
Bridget centró su atención en el elaborado acomodo de
los utensilios. Tenía dos copas, varios tenedores, cuchillos y
cucharas. Cuando un lacayo colocó un cuenco de sopa
frente a ella, observó discretamente a Kent. Estaba
acostumbrada a levantar el cuenco y llevárselo a la boca,
pero tenía la sensación de que, con todas las cucharas que
había, la reprenderían si no utilizaba una. Él cogió la
cuchara más alejada del plato. Ella alcanzó su propia
cuchara en el mismo lugar.
—Ahora, siempre debes ir de afuera hacia adentro —
explicó Trystan—. Los sirvientes solo colocarán los
cubiertos necesarios para los distintos platillos. Mañana
hablaremos más sobre los hábitos alimentarios. Esta noche,
simplemente imitarás a Kent o a mí. Presta mucha atención
al tipo de cubiertos que usamos cuando comemos ciertos
alimentos. Si tienes preguntas, puedes interrumpir
educadamente para preguntar, pero lo harás
correctamente. Si hablas con gramática incorrecta, te
corregiré y repetirás la pregunta adecuadamente.
—Sí, mylord.
—Milord —corrigió Trystan, pronunciando.
—Milord —balbuceó Bridget.
Trystan arqueó una ceja de forma desafiante hasta que
ella repitió la respuesta correcta con más claridad.
—Bien. Ahora puedes disfrutar de tu sopa.
Bridget decidió abstenerse de cualquier pregunta para
poder concentrarse en comer correctamente y, lo que era
más importante, comer lo suficiente. Quería lo que Trystan
le había prometido, una barriga tan llena que tendrían que
sacarla rodando de la habitación. La sopa estaba deliciosa,
pero no tenía ni idea de qué tipo era. El siguiente platillo
era una especie de ave de caza servida con abundantes
patatas. Era un plato exquisito, y le gustó tanto su sabor
que estuvo a punto de abandonar los cubiertos para coger
los huesos del plato y masticar los últimos trozos de carne.
Pero se dio cuenta de que Trystan la observaba, con ojos
afilados como los de un halcón. Él mantuvo su parte del
tema de conversación con facilidad, pero apenas le quitó
los ojos de encima.
Cuando el postre fue servido; un suflé, según le dijo
Kent en un susurro, tenía la barriga llena y el corsé que se
había visto obligada a llevar le oprimía las costillas y la
espalda.
Estaba terriblemente cansada. La pelea en el baño y los
nervios del último día le habían pasado factura. Se cubrió
la boca con un puño para ocultar un bostezo y, tras una
mirada a Trystan, quien no le estaba prestando atención,
apoyó un codo en la mesa y la barbilla en la palma de la
mano y cerró brevemente los ojos. Una breve siesta, solo
un minuto, y estaría fresca como una rosa…
TRYSTAN SE PERCATÓ DEL MOMENTO EN QUE SU PUPILA SE QUEDÓ
dormida en la silla de la mesa.
—¿Ella acaba de…? —Graham comenzó.
—No, no, esto no funcionará —dijo Trystan. Estaba a
punto de gritar algo antes de que Kent llevara un dedo a los
labios.
—Calla. Déjala dormir, Trys —susurró—. La pobre
criatura está exhausta. Imagina por un momento el estado
constante de miedo y temor que debió haber tenido hasta
hoy. Ahora está en un lugar seguro con la barriga llena.
Déjala descansar esta noche.
—Bueno, no es que pueda precisamente dejarla dormir
en esta silla toda la noche, ¿verdad?
Mientras sus amigos se levantaban, él estaba a punto de
sacudirla para despertarla y que pudiera irse a la cama,
pero algo en su interior le impidió hacerlo. Miró a Kent,
quien ladeó la cabeza, diciéndole lo que había que hacer
sin pronunciar una palabra.
—Maldito sea tu blando corazón, Kent.
Entonces, deslizó suavemente la silla hacia atrás y cogió
a la chica en sus brazos, acunándola contra su pecho. Ella
ni siquiera se despertó en el momento.
—La acostaré y os veré por la mañana —dijo Trystan a
sus amigos.
Kent apoyó una mano en su brazo al pasar.
—Dame tu palabra de que ella está a salvo —dijo Kent.
—Por supuesto que lo está —dijo Trystan—. Conoces mi
gusto por las mujeres.
—Lo sé, pero los hombres pueden desviarse de sus
gustos por conveniencia —respondió Kent.
—No soy ningún canalla. Te he hecho una promesa. No
la romperé —dijo Trystan, endureciendo su tono.
¿Por qué demonios creía Kent que esa pequeña vándala
lo tentaba? Ella lo frustraba. Una amante no volvía loco de
irritación a un hombre.
Llevó a la chica a su dormitorio y la tumbó en la cama.
Tuvo la tentación de quitarle la ropa él mismo y no
molestar a sus sirvientes, pero sabía que Kent tendría un
problema con eso. Así que hizo sonar el cordón de la
campana para llamar a una criada. Mientras esperaba,
apartó un mechón suelto de la cara de la muchacha. Una
vez limpio y seco, su cabello era sedoso y desprendía el
ligero aroma a rosas de su baño. Con la punta de un dedo
acarició su nariz, la cual estaba ligeramente levantada en la
punta, como un hada traviesa.
La chica iba a dar problemas, él podía sentirlo, pero al
menos iba a estar entretenido.
Una criada llamada Marvella apareció en la puerta
abierta del dormitorio.
—¿Sí, milord?
—La chica se ha quedado dormida. Por favor, ayúdala a
quitarse la ropa y a arrópala.
—Sí, milord —la criada esbozó una tímida sonrisa al
pasar.
Trystan dejó a Bridget en el mundo de los sueños y bajó
a su estudio para planificar las lecciones necesarias para
ganar su apuesta.
B
4
ridget se enterró más profundamente en su cama
improvisada en el pajar y dejó escapar un suspiro de
satisfacción. Se sentía tan cómoda como un insecto
acurrucado en una alfombra. Su padrastro no le gritaba y
nadie hacía ruido en el establo debajo de ella. Se sentía
demasiado bien para ser verdad.
Abrió los ojos de golpe. Se quedó mirando la almohada
blanca y rellena que amortiguaba su cabeza. Luego su
mirada se desvió más allá de la almohada hacia las
paredes, pintadas con una variedad de flores silvestres. Su
mano se aferró a una colcha de rosas. No había rastro de
heno a la vista.
Un momento, no, esto es demasiado bueno para ser
verdad…
Los recuerdos volvieron lentamente a ella. Echó un
vistazo a su alrededor, asimilando la opulenta habitación.
Lo último que recordaba era haber cenado con esos tres
elegantes caballeros. ¿Se había quedado dormida en la
mesa? Debió haberlo hecho. Desde luego, no recordaba
haberse levantado para irse a la cama, así que ¿cómo…?
Sus pensamientos fueron interrumpidoscuando la
señora Story entró al dormitorio con una bandeja de
comida apoyada en una cadera.
—Buenos días, cariño. Es hora de sentarse y comer.
Luego debes bajar y reunirte con la modista dentro de unas
horas.
—¿La mo… qué? —Bridget apartó las mantas al
incorporarse, pero antes de que pudiera salir de la cama, el
ama de llaves le puso la bandeja en el regazo.
En el plato había huevos, pan tostado caliente con
mantequilla y mermelada. Su tentador aroma llegó hasta su
nariz, provocando un gruñido en su estómago.
—La modista es una diseñadora de modas —le explicó la
señora Story.
—Oh… —Bridget no estaba ansiosa por usar más
vestidos. Eran bonitos, pero una maldita molestia a la hora
de caminar.
—¿Puedo llevar pantalones hoy?
—Solo vestidos por ahora, cariño. Si vas a bailar en un
baile, tienes que estar cómoda con ellos puestos. Ahora,
come. Mañana, una de las criadas te traerá el desayuno y
te ayudará a vestirte.
Bridget comió rápidamente, sin dejar ni una sola miga
en el plato. Luego dejó que la señora Story la ayudara a
ponerse el vestido azul que se había puesto para cenar. En
cuanto se puso las zapatillas de casa, fue escoltada
escaleras abajo hasta la biblioteca. Era el lugar más
hermoso que había visto jamás. Los lomos de los libros con
letras doradas brillaban ante la radiante luz de la mañana.
—Espera aquí a su señoría —le indicó el ama de llaves.
En cuanto se quedó sola en la biblioteca, se dirigió
directamente a la escalera con ruedas en la parte inferior y
subió para echar un vistazo a los libros más grandes de la
estantería más alta. Llegó arriba y se quedó sin aliento al
ver docenas de estanterías en fila más allá de la actual.
Nunca había visto tantos tomos en su vida. Trystan tenía
que ser malditamente rico para poder permitirse tantos
libros. Ella habría necesitado un año de trabajo en el
tallado de figuritas para poder comprar uno solo de estos
tomos.
El techo pintado fue el siguiente en llamar su atención.
Echó la cabeza hacia atrás y vio docenas de ángeles
jugando entre las nubes. Sus alas habían sido pintadas con
tanto cuidado que parecía que podría alcanzarlas y tocarlas
si la escalera estuviera un poco más alta.
—Er…mo…zo… —exclamó maravillada. Esta biblioteca
era el paraíso, y el techo había sido claramente pintado con
eso en mente.
—Te gustan, ¿verdad? —una voz grave la sobresaltó y
perdió el equilibrio, soltándose de la escalera.
Bridget cayó, pero antes de chocar contra el duro suelo,
algo blando la amortiguó. Trystan gruñó. Ella miró
fijamente sus ojos al darse cuenta de que él la había cogido
sus en brazos. El hombre la había salvado de la caída, como
un héroe apuesto del libro de cuentos de hadas que su
madre le había leído de niña. Esa época había sido una de
las pocas veces que había estado realmente rodeada de
libros, cuando su madre le leía cuentos.
—Quizás intenta no levantar vuelo la próxima vez. Aún
no eres un ángel.
La bajó suavemente. Ella seguía aferrada a su pecho,
con los dedos aprisionando su chaleco. El calor de su
cuerpo contra el suyo la hizo arder, y un aroma masculino
que estaba impregnado en su ropa la hizo querer inclinarse
y respirar profundamente para memorizarlo. Ningún
hombre con el que hubiera pasado tiempo había olido así
de bien. Nunca. La mayoría apestaba a suciedad y sudor.
Volvió a sentir un extraño cosquilleo en la parte baja del
vientre. Pensó en lo cerca que él había estado de ella la
noche anterior, cuando había estado desnuda como un bebé
en ese bañera de cobre. Sin embargo, esto se sentía
diferente porque él la estaba sosteniendo en sus brazos,
esta vez con suavidad, no sacándola a rastras de un pajar.
¿Así era ser una dama? ¿Que un caballero elegante la
sostuviera en sus brazos de esta manera?
—Me has dicho que sabes leer —dijo Trystan cuando
Bridget por fin se obligó a apartarse de él.
—Sé leer. Mi madre me enseñó. Era muy inteligente.
—Me pregunto si esa es la razón —se acarició
pensativamente la barbilla mientras la estudiaba.
—¿Cuál es la razón?
—Tu madre. Tu habla falla a menudo, pero la mayor
parte del tiempo es, en cierto modo, correcta. ¿Tu madre
hablaba como esos hombres de Penzance o más bien como
yo?
—Como tú —admitió ella, sin entender muy bien lo que
quería decir.
—¿Y tu padre? El verdadero, no ese bruto de la taberna.
¿Qué hay de él?
—Nunca lo conocí. Murió cuando era una bebé. Mamá
decía que era abogado. Siempre decía que era educado y
un hombre amable. Ella lo amaba mucho. Cuando murió, mi
madre no tenía otra familia ni dinero, así que tuvo que
casarse con él —escupió la palabra Bridget.
—¿Te refieres al bruto? —aclaró Trystan.
Bridget asintió.
—Interesante. Bueno, eso me da esperanzas, Bridget.
Vienes de un hogar con una habla apropiada. Aquí se habla
bien —se inclinó hacia delante y le dio un golpecito en la
frente con el dedo índice—. Todo lo que tenemos que hacer
es sacártelo a empujones.
¿Empujones? ¿Se refería a sacudirla?
—No empujones —advirtió ella en voz alta.
—Nada de empujones —corrigió él.
Por un momento, se miraron el uno al otro en un desafío
silencioso antes de que ella volviera a pronunciar las
palabras correctamente.
—Ahora, suaviza las vocales —le dijo—. Tómate tu
tiempo antes de hablar. Tu acento es peor cuando pierdes
los estribos y comienzas a gritar como una pava enfadada.
—¿Pava? —repitió furiosa, aunque no tenía la menor
idea de lo que era una pava real—. ¿Estás diciendo que
grazno como una gallina?
—No, gatita, graznas como la hembra del pavo real, o
más bien como la hembra de un pavo real indio, para ser
precisos. Pero supongo que nunca has visto un pavo real,
¿verdad?
—Sí lo he visto —argumentó ella—. En un libro. Un
pájaro grande y bonito con una cola llena de colores —
cruzó los brazos y levantó la barbilla, orgullosa de ese
hecho. Ella dudaba que alguien más en Penzance supiera lo
que era un pavo real. Ese libro de cuentos tenía muchos
animales salvajes y ella había aprendido sus nombres.
Leones… tigres… pavos reales… elefantes.
—Bien. Una cosa menos que enseñarte —se apartó de
ella y se dirigió a una estantería cercana para coger un
puñado de libros. Luego los dejó sobre una mesa de lectura
—. Te sentarás y me leerás. Practicarás sonar como tu
madre. Imagina que ella lee contigo. ¿Entiendes?
Practicaremos esto hasta que llegue la modista del pueblo.
Bridget se deslizó de mala gana en una silla de la mesa
de lectura y cogió el libro más cercano que él había
colocado frente a ella.
—¿Importa dónde empiece a leer?
—No, no importa. Empieza donde quieras. Deseo
comprender mejor con qué tengo que trabajar —Trystan,
quien parecía inquieto, se paseó por la biblioteca mientras
ella empezaba a leer. Hojeó las páginas, buscando palabras
que se sintiera segura de poder leer en voz alta y se detuvo
al encontrar un poema. Siempre le habían gustado los
poemas.
Erraba solitario como una nube
que flota en las alturas sobre valles y colinas,
cuando de pronto vi una muchedumbre,
una hueste de narcisos dorados;
junto al lago, bajo los árboles,
estremeciéndose y bailando en la brisa.
HIZO UNA PAUSA Y LEVANTÓ LA MIRADA PARA VER QUE TRYSTAN
había aminorado el paso. Se veía más tranquilo.
—Sigue leyendo —le hizo un gesto con la mano para que
continuara.
Continuos como las estrellas que brillan
y parpadean en la Vía Láctea,
se extendían como una fila infinita
a los largo de aquella ensenada;
diez mil narcisos contemplé con la mirada,
que movían sus cabezas en animada danza
BRIDGET CONTINUÓ CONCENTRÁNDOSE EN LAS PALABRAS,
pensando en cómo habría sonado su madre al imaginarse
las estrellas bailando en el cielo como decía el poema.
También las olas danzaban a su lado,
pero ellos eran más felices que las áureas mareas:
Un poeta sólo podía ser alegre
en tan jovial compañía;
yo miraba y miraba, pero no sabía aún
cuánta riqueza había hallado en la visión.
CONMOVIDA AHORA POR LA EMOCIÓN DE LAS PALABRAS, BRIDGET
continuó con más confianza.
Puesa menudo, cuando reposo en mi lecho,
con humor ocioso o pensativo,
vuelven con brillo súbito sobre ese ojo
interior que es la felicidad de los solitarios;
y mi alma se llena entonces de deleite,
y danza con los narcisos.
ALGO GOTEÓ DE LA PUNTA DE SU NARIZ Y SE LIMPIÓ, SORPRENDIDA
al descubrir que era una lágrima. Por un momento, había
sentido que su madre estaba con ella en esa habitación
mientras leía. ¿Cómo había olvidado lo hermosas que
podían ser las palabras?
Una mano se apoyó en su hombro y lo estrujó
suavemente.
—Bien hecho. Creo que tengo una idea de todo lo que
tendremos que corregir en los próximos días. Oh, no
pongas esa cara. Levanta la barbilla. Lo has hecho mucho
mejor de lo que esperaba. El lenguaje y la habilidad de leer
y hablar son regalos que hay que apreciar —las palabras de
elogio de Trystan fueron pronunciadas suavemente.
Mientras ella cerraba los ojos, sintió como si en realidad
estuviera bailando con narcisos a su alrededor.
—Elige otro —dijo él más bruscamente—. Y esta vez,
recuerda pronunciar la letra J. Es jovial, no 'hovial'. Piensa
en el sonido cuando te ríes. Ja, ja, ja. Usa ese sonido.
—Lo he dicho con jo —protestó ella.
—Si lo hiciste, fue tan suave que nadie lo oyó. No se
escribe ni suena con una H al principio. Quiero oír el sonido
de la J esta vez, ¿entendido? Empieza —comenzó a
pasearse de nuevo.
Bridget suspiró y leyó una docena de poemas más,
recibiendo cada vez nuevas instrucciones de Trystan sobre
qué corregir después, hasta que fueron interrumpidos por
el señor Chavenage en la entrada de la biblioteca.
—La señorita Phelps está aquí, milord.
Trystan asintió al mayordomo.
—Acompáñala al salón principal y haz que le sirvan té.
Nos reuniremos con ella en un minuto.
—Sí, milord.
El mayordomo miró a Bridget antes de desaparecer.
Bridget cerró el libro y acarició cariñosamente la
cubierta con la punta de un dedo.
—¿La señorita Phelps es la diseñadora de modas?
—Sí, y justo a tiempo. Me temo que te estás sintiendo
demasiado cómoda con ese sencillo vestido azul —Trystan
se dirigió a la puerta—. Ven, gatita. Tenemos que hacerte
un guardarropa.
Dejó atrás la pila de libros con una sorprendente
reticencia. Ahora que estaba rodeada de libros, no quería
salir nunca de esta habitación. Tras la muerte de su madre,
Bridget había apartado sus deseos de cualquier cosa que le
recordara a ella, incluidos los libros. No porque quisiera
olvidar, sino porque, para sobrevivir, se había visto obligada
a adaptar sus modales y comportamientos para escapar de
la atención de los hombres que pasaban el tiempo en la
taberna.
—¿Vienes? —llamó Trystan desde la entrada.
Ella lo miró, estudiándolo como él siempre parecía
estudiarla a ella. Estaba cautivada por sus anchos hombros
y su pecho, que se estrechaba hasta su esbelta cintura. No
llevaba abrigo, solo una camisa blanca, pantalones y
chaleco. El chaleco era de un bermellón intenso con
bordados plateados en los bolsillos y el cuello. Nunca
parecía llevar nada demasiado elegante, pero sus ropas
eran tan finas como cabía esperar. Su oscuro cabello estaba
ligeramente despeinado, y él desprendía un aire de
elegante despreocupación que era sorprendentemente
fascinante.
Bridget nunca había pensado en los hombres de ese
modo. Pero ahora no podía dejar de pensar en ello. ¿Qué
aspecto tendría un hombre como él estando desnudo en
una bañera, y que esta vez fuera el turno de Bridget de
mirar? Ya había visto su pecho desnudo una vez, pero ahora
tenía curiosidad por ver el resto. ¿Qué sentiría si él la
presionara contra la pared como había visto hacer a los
hombres con las mujeres a la salida de la taberna a altas
horas de la noche? Se imaginó a Trystan haciéndolo con
ella en la oscuridad, viendo y sintiendo toda su piel
aceitunada a la luz de la luna mientras él…
—Deja de divagar —dijo bruscamente Trystan, y ella se
apresuró a seguirlo hacia el pasillo.
Cuando entraron en el salón principal, una mujer de
mediana edad con el pelo rojo oscuro estaba colocando
colecciones de bocetos coloridos en una mesa cercana.
Detrás de ella había muestras de tela de docenas de colores
diferentes.
—Señorita Phelps —habló Trystan con un suave encanto
que nunca había utilizado con Bridget. La mujer se
enderezó y sonrió.
—Milord. Gracias por su amable carta. Estoy encantada
de ayudarlo con la joven pupila de su primo y construir un
guardarropa adecuado para ella —la señorita Phelps dirigió
su mirada a Bridget, quien se sorprendió al ver que la
mujer le sonreía—. Señorita Ringgold, por favor, venga y
siéntese a mi lado. Me gustaría enseñarle algunos
figurines. Quiero que se entusiasme con su nuevo
guardarropa. Una dama debe sentirse segura de lo que
lleva, además de cómoda.
TRYSTAN SE MORDIÓ EL LABIO PARA OCULTAR UNA SONRISA DE
triunfo. En el momento en que la señorita Phelps había
pronunciado la palabra cómoda, la gatita salvaje estaba
lista para comer de la palma de la mano de la modista. Él
apoyó la espalda contra la pared y se mantuvo apartado de
ellas mientras la señorita Phelps le mostraba a Bridget
docenas de figurines, explicándole pacientemente su
necesidad de diferentes tipos de vestidos.
—Necesitará vestidos de día, vestidos de noche, vestidos
de paseo, vestidos de carruaje, trajes de montar, un vestido
de corte y, por supuesto, vestidos de baile. Luego están los
sombreros, los guantes, las medias, los zapatos, las botas,
el corsé, las camisolas…
Los ojos de Bridget se abrieron de par en par a medida
que la lista crecía, y Trystan no pudo dejar de sonreír ante
la expresión aturdida de su pequeña vándala.
—¿Necesito todo eso? —preguntó con voz asustada. Solo
tenía una pizca del acento que ella había tenido más
temprano esa misma mañana. Sus lecciones ya estaban
dando resultado.
—Por supuesto —dijo la señorita Phelps mientras
lanzaba a Trystan una mirada ligeramente desconcertada.
—La señorita Ringgold ha tenido muy pocas
oportunidades de salir en sociedad. La pobre ha estado
bastante protegida y no está familiarizada con todos los
tipos de vestidos que necesitaría una mujer en la buena
sociedad.
Ese comentario hizo que Bridget sacara las garras, pero
se limitó a fruncir el ceño. Él siguió sonriendo como un
cariñoso hermano mayor.
—No se preocupe, señorita Ringgold. Suba al taburete,
si es tan amable. Le tomaré las medidas y me marcharé.
Creo que puedo tener casi todo su guardarropa listo en una
semana.
La señorita Phelps mostró un pequeño taburete con
patas plegables. Lo dejó en el suelo y Bridget se subió a él.
Eso le permitió a Trystan vislumbrar sus delicados tobillos
cuando se levantó las faldas para que la modista le tomara
las medidas. Al contemplar esos tobillos cubiertos de
medias blancas, una llamarada le recorrió el cuerpo.
Ni siquiera cuando había sido mucho más joven la sola
visión de unos tobillos lo había afectado así. Se aclaró la
garganta, y ambas damas se volvieron hacia él, en espera
de que hablara.
—Eh… Os dejo para que discutáis el resto de su
guardarropa. Bridget, ven a buscarme al comedor cuando
la señorita Phelps haya terminado.
Salió apresuradamente y se reunió con sus amigos
cuando entraron por la puerta principal. Graham y Phillip
habían salido a montar a caballo esa mañana. Phillip se
apoyaba en su bastón más de lo normal, y Trystan sintió
una punzada de compasión por su amigo. Para Phillip,
montar a caballo no era más fácil que caminar. Cualquier
movimiento le causaba dolor en su pierna mala.
—Me alegro de verlos de vuelta —dijo Trystan.
—¿Dónde está la chica? —Graham se quitó los guantes
de montar y miró a su alrededor.
—Le están tomando las medidas para su nuevo
guardarropa —Trystan invitó a sus amigos al comedor para
un almuerzo ligero.
—¿Cómo han ido las cosas esta mañana? —Phillip
preguntó.
—Mejor de lo esperado —dijo Trystan—. El padre de la
chica era abogado y su madre, aunque no tenía título, había
recibido una buena educación. Más que enseñarle nuevas
formasde hablar, se trata de recordarle la antigua forma
en que hablaba antes de que su madre muriera y se viera
obligada a vivir con ese bruto de la taberna.
—¿Su madre murió? Eso debió ser muy doloroso para
ella —dijo Phillip con compasión.
—Supongo que sí —sinceramente, Trystan no había
pensado mucho en los antecedentes de la chica ni en sus
sentimientos. La chica había sido más bien un experimento,
una broma para gastar a la alta sociedad. Hizo una nota
mental para intentar pensar un poco más acerca de sus
sentimientos en el futuro, siempre y cuando eso no frenara
su habilidad para ganar la apuesta.
Él, Phillip y Graham se instalaron en el comedor para
almorzar y charlaron sobre sus amigos de Londres,
comentando los últimos escándalos en los que se habían
visto involucrados el hermano mayor de Graham y sus
amigos. Cuando estaban terminando, Bridget se precipitó
dentro.
—¿Me he perdido el almuerzo? —preguntó, sin aliento,
con las mejillas sonrojadas por la emoción. Trystan no pudo
evitar imaginársela debajo de él en una cama con esa
misma expresión mientras le hacía el amor. Y así, sin más,
volvió a sentir calor. Metió un dedo en el cuello de su
pañuelo para aflojarlo y apartó la mirada mientras contaba
hasta diez en latín. Nada como una lengua muerta para
matar la lujuria de un hombre.
—Come rápido, luego únete a nosotros en las escaleras
—dijo Trystan al salir de la habitación. Necesitaba hacerse
cargo de sí mismo.
Solo se ha dado un baño y se ha puesto un vestido
nuevo. Cualquier mujer mejoraría con esas cosas. Un
hombre puede apreciar a una criatura terrenal y sentir un
poco de lujuria, pero eso no significa nada.
Ella simplemente encendía su fuego, ya fuera por su
comportamiento salvaje o porque simplemente lo llevaba a
la frustración con sus argumentos. Todo lo que necesitaba
era un poco de alivio. No tenía amantes en ese momento, y
eso también era parte del problema. No era el tipo de
hombre que visitaba un burdel, al menos no en la zona
rural de Cornwall. Era una pena que los Romaníes que
visitaron sus tierras el otoño pasado no hubieran vuelto.
Con gusto se habría metido en la cama de cualquiera de
esas bellezas de pelo negro. Pero ellas no estaban aquí.
Bridget sí. No le gustaba admitir que Phillip había
adivinado que la chica sería una tentación.
¡Maldición! Ella es un experimento. Una apuesta. No
quiero llevármela a la cama.
Cuando Bridget se presentó en las escaleras, él tenía
preparada su arma preferida. Graham y Phillip se unieron a
ellos, ambos entusiasmados de ver el desastre que Trystan
esperaba enfrentar con su próxima lección.
—Ten —le entregó a Bridget el delgado libro que había
estado sosteniendo. Ella lo aceptó con suspicacia.
—¿Vamos a tener más lecciones de lectura?
—No, vas a tener clases sobre cómo caminar —señaló la
parte superior de la escalera—. Ve al último escalón,
colócatelo en la cabeza y baja hasta mí sin dejarlo caer. No
debes tocar el barandal.
Bridget dejó escapar un largo suspiro sufrido y sus ojos
lavanda se entrecerraron mientras subía las escaleras,
refunfuñando.
—Sabes… nunca he visto a ninguna mujer aprender a
hacer este truco —dijo Graham—. Ni siquiera mi hermana
Ellen, y ella es bastante elegante.
—Bueno, no todas las mujeres necesitan practicar la
elegancia. Esta criatura ha pasado demasiado tiempo
pavoneándose como un muchacho en una taberna.
—¿Criatura? —gritó Bridget desde lo alto de las
escaleras—. Maldito ricachón.
Trystan la ignoró
—Debe aprender a suavizar sus movimientos, así como
sus palabras —se cruzó de brazos y gritó escaleras arriba
—. Ahora, baja, Bridget.
La chica se paró en el último escalón y se colocó el libro
en la cabeza. Necesitó un poco de tiempo para encontrar el
ángulo adecuado para equilibrarlo. Luego bajó un escalón.
El libro resbaló inmediatamente y se estrelló contra el
suelo. Soltó una maldición poco femenina.
—Otra vez —le ordenó—. Sin palabrotas, por favor.
La chica lo intentó una y otra vez durante más de hora y
media. Finalmente, llegó hasta la mitad antes de perder el
libro, pero para entonces ya temblaba de frustración y
agotamiento.
—Trys, deja que la chica respire un momento. Incluso yo
estoy cansado de verla —se quejó Graham. Estaba
recostado en los últimos escalones, con las piernas
cruzadas por los tobillos, juntando ociosamente las puntas
de sus botas.
Trystan subió hasta la mitad de la escalera y cogió el
libro de la mano de Bridget.
—Te estás precipitando, gatita. Cada vez que llegas a
este punto, te mueves un poco más deprisa. Eso es lo que
te está haciendo perder el libro. No. Te. Apresures —le dio
un golpecito en la punta de su adorable y pequeña nariz
con esas tres últimas palabras y volvió a ponerle el libro en
las manos—. Una vez más. Concéntrate de verdad. Luego
puedes descansar —cuando ella empezó a darse la vuelta
para volver a subir los escalones, él la cogió suavemente de
la muñeca, causando que volviera a mirarlo—. Piensa en tu
madre esta vez. Piensa en lo que significa flotar, como si
descendieras hacia mí desde lo alto de las nubes. En este
momento, eres una princesa. Eres la gracia y la elegancia
en persona. No tienes por qué apresurarte. El mundo está
feliz de esperar por ti a que llegues —luego le soltó la
muñeca y volvió a su posición al pie de la escalera.
Esta vez, Bridget respiró lenta y profundamente. Volvió
a colocarse el libro sobre la cabeza.
—El mundo espera por ti —susurró en voz baja, y
percibió que ella lo oía. La tensión de sus hombros pareció
desvanecerse y separó muy ligeramente los brazos de su
cuerpo mientras empezaba a bajar las escaleras.
Trystan contuvo la respiración, cautivado, mientras
observaba a la muchacha flotar como si estuviera montada
en una nube bajando hacia él. Apenas podía ver el
movimiento de sus pies, pues sus pasos eran muy suaves y
controlados. Cuando alcanzó el suelo, levantó lentamente
una mano para recoger sus faldas y luego hizo una
reverencia. El libro permaneció exactamente donde debía
estar, sobre su cabeza. Los labios de Trystan se abrieron en
shock. Él no había esperado eso.
—¡Por Dios, lo ha hecho! —vitoreó Phillip.
El hechizo se rompió y Trystan cogió el libro de la
cabeza de Bridget. Ella le levantó la mirada hacia él con
esperanza y emoción en los ojos, y maldita sea, quería
elogiarla hasta quedarse sin voz. Pero no pudo hacerlo.
—Eh, sí. Bien hecho. Mañana empezamos una nueva
lección. Puedes tener la tarde libre, excepto para la cena,
por supuesto. Tengo cartas que escribir. Debemos
conseguir invitaciones para ti en algunos lugares antes del
baile para que estemos listos para Lady Tremaine —luego
dejo a Bridget al pie de la escalera, ignorando el destello de
envidia que sintió cuando sus amigos la colmaron de
elogios. Ahora él sabía que debía mantener las distancias
para no cometer un error y hacer una tontería como besar
a la pequeña arpía.
Besarla sería, en efecto, muy malo.
B
5
ridget apenas podía creer que hubiera pasado casi una
semana desde que había llegado a casa de Trystan en
Cornwall. Los días habían pasado volando a una
velocidad sorprendente gracias a las intensas clases que la
mantenían ocupada desde el amanecer hasta bien entrada
la noche después de cada cena. Al sexto día, se despertó al
oír a la señora Story y a la sirvienta Marvella susurrarse
con entusiasmo.
Marvella la había estado ayudando a vestirse cada
mañana, y Bridget había entablado una fácil amistad con la
joven. Pero aún estaba demasiado adormilada para
comprender por qué la criada y el ama de llaves estaban
moviéndose de un lado a otro en la habitación mientras ella
intentaba dormir.
—Están aquí, cariño. ¡Están aquí! ¡Sal de la cama, niña
tonta! —exclamó el ama de llaves mientras ella y Marvella
cargaban una pila de cajas grandes.
Niña tonta era, como ahora comprendía Bridget, un
término cariñoso que la mujer escocesa utilizaba para ella,
y ya no le molestaba que la mujer se lo dijera. Simplementela hizo sonreír y estirarse.
La señora Story y Marvella dejaron las cajas a los pies
de la cama. Bridget apartó las mantas antes de salir y
unirse a ellas para examinar lo que habían traído.
—¿Qué hay aquí? —tiró de una de las gruesas cintas
rojas que ataban una de las cajas grandes.
—¡Tu ropa, niña! La señorita Phelps acaba de
entregarlas —la señora Story soltó una risita y levantó la
tapa de la caja.
Metido entre capas de delicado papel, había un vestido
verde brillante bordado con flores silvestres en una
variedad de colores. Miró entre las paredes de su
habitación y las flores del vestido con una curiosidad
moderada. Trystan había ofrecido sus opiniones a la
señorita Phelps sobre algunos de los vestidos, pero ella no
había recordado que él hubiera pedido que le hicieran uno
como éste. Se preguntó si él habría enviado instrucciones
adicionales a la modista.
La señora Story, Marvella y Bridget sacaron de la caja el
resto de los vestidos. Les llevó algo de tiempo guardar la
ropa en el alto armario frente a la cama de Bridget.
—¿Puedo ponerme hoy el vestido verde? —preguntó al
ama de llaves.
—Sí, cariño. Marvella, ahora ella está a tu cuidado. Debo
volver a mis deberes —el ama de llaves les guiñó un ojo
antes de marcharse.
Marvella, siendo cercana a la edad de Bridget, la había
cuidado como a una amiga o incluso como a una hermana.
Bridget, quien no había tenido ninguna de esas dos cosas
en su vida, se encontraba disfrutando de la experiencia.
Marvella cogió el vestido, lo colocó sobre la cama y ambas
suspiraron de nuevo.
—La señorita Phelps confecciona vestidos tan buenos
como cualquier modista de Londres —dijo Marvella—. Yo lo
sé. Yo solía trabajar en la casa de Su Señoría en Londres.
Yo siempre estaba haciendo recados a las diferentes
modistas.
—¿Dejaste Londres para venir aquí? ¿Por qué?
Marvella se mordió el labio y, de pronto, su bello rostro
adquirió un tono más pálido.
—Bueno, digamos que me siento más segura aquí en el
campo. No todos los hombres son tan caballerosos como Su
Señoría. Es fácil que a una mujer la pillen desprevenida y…
le hagan daño.
Bridget entendía mucho mejor de lo que Marvella creía.
—¿Te han hecho daño, Marvella?
La criada resolló y se limpió la nariz.
—Casi. Estaba haciendo un recado, verás, pero Su
Señoría casualmente volvía a casa y me vio siendo
abordada por un hombre en los callejones, a unas cuantas
casas de aquí. Me rescató y me llevó directamente a casa,
después de… ocuparse del hombre.
—¿Ocuparse de él? —preguntó Bridget en un susurro—.
¿Lo mató?
—¿Qué? ¡No! No, solo le dio una paliza. El hombre
estaba gimiendo terriblemente al final, ¡y luego Su Señoría
lo obligó a pedirme disculpas! ¿Puedes creerlo?
—No, no puedo. Siempre ha sido un matón conmigo.
Marvella suspiró.
—Está intentando convertirte en una dama, darte una
oportunidad por la que cualquier chica como yo moriría. Lo
ves, ¿verdad? ¿La oportunidad que se te ha dado? ¿Lo
buena que es?
—Sí —aceptó Bridget a regañadientes—. ¿Y qué pasó
después de que ese hombre te atacara?
—Su Señoría me ofreció venir aquí a trabajar en vez de
ir a Londres. Me alegró el cambio. Los jóvenes de aquí son
encantadores. Uno de los lacayos incluso me corteja, con
flores y todo —sus mejillas se calentaron con un bonito
color rosado, y Bridget se alegró de que a Marvella le fuera
tan bien.
—Hablando de flores, Marvella… ¿A Trystan, a Su
Señoría quiero decir, le gustan las flores silvestres? —
señaló con la cabeza el vestido que yacía en la cama frente
a ellas.
—Sí. También le gustaban a su padre. Tiene algo que ver
con la madre de Su Señoría, creo. Era gitana, ¿sabes?
Sumamente salvaje, dicen, pero de una manera
maravillosa. El personal de más edad que la recuerda
simplemente la adoraba.
Bridget asintió.
—¿Los dos padres de Su Señoría ya no están?
—Sí, su madre murió cuando él era muy pequeño. Su
padre lo amaba muy profundamente, y se unieron aún más
tras la muerte de ella.
Bridget tenía muchas preguntas, pero Marvella no tenía
muchas respuestas, porque lo que Bridget quería saber era
privado y personal para Trystan, y no tema de cotilleo para
el personal de su casa.
El vestido que le había confeccionado la señorita Phelps
le quedaba mucho mejor que cualquier vestido prestado de
Marvella, quien era varios centímetros más alta que ella.
La criada la ayudó con el pelo, recogiéndoselo con una
cinta verde en la nuca. La señora Story había recortado el
pelo de Bridget hacía varios días y el efecto había sido
maravilloso. Bridget había descubierto que, después de
todo, tener el pelo largo no era tan molesto. Cuando tenía
el pelo limpio, resultaba suave y sedoso al tacto. Amaba
sentarse y pasarse las manos por él durante la noche
después de que Marvella se lo hubiera cepillado hasta
dejarlo brillante.
También tuvo que reconocer que Trystan había tenido
razón sobre los baños calientes. Eran maravillosos.
Desearía poder tomar uno todas las noches, pero no quería
que esos pobres lacayos subieran y bajaran baldes de agua
caliente por las escaleras solo para ella.
—Todo listo —Marvella sonrió a Bridget en el reflejo del
espejo de tocador mientras apoyaba las manos en sus
hombros.
—¿Estoy lista?
Marvella se rio y sus ojos marrones centellearon.
—Eso espero. No se me ocurre qué más a ver. Será
mejor que busques a Su Señoría. Estoy segura de que tiene
planeada tu próxima lección.
Toda la casa había sido informada del propósito de la
presencia de Bridget, que era parte de la apuesta que
existía entre Trystan y Graham. Bridget aún no estaba
precisamente contenta de estar en el centro de un juego
entre dos caballeros aburridos, pero se había tomado en
serio las palabras de Trystan. Al final de esto, ella tendría
una vida diferente, una vida mejor. Valía la pena luchar por
ello.
Bridget salió de su dormitorio y encontró al mayordomo,
el señor Chavenage, caminando por el pasillo.
El mayordomo se inclinó cortésmente ante ella como si
fuera una gran dama.
—Ahh, buenos días, señorita Ringgold.
—Disculpe, señor Chavenage, ¿dónde está Trystan…
eh… Su Señoría quiero decir?
—Creo que está en el comedor.
—Gracias.
Se dirigió al comedor y encontró a Trystan ajustando la
disposición de varios cubiertos. Kent y Graham también
estaban con él, ambos sentados y relajados, la imagen de
los caballeros del ocio.
—Ahh, bien, ahí estás —dijo Trystan sin siquiera
levantar la mirada para verla—. Hoy revisaremos la
conducta en una cena. Siéntate —señaló una silla y Bridget
caminó hacia ella. Luego se detuvo, con las manos
apoyadas en el respaldo de la silla mientras esperaba a que
Trystan notara su vestido. Había elegido el que estaba
convencida de que él había diseñado, y quería ver el
aprecio en sus ojos por cómo se veía ella en él.
Kent miró entre ella y Trystan antes de aclararse
cortésmente la garganta.
—Está usted preciosa hoy, señorita Ringgold.
—Gracias, Lord Kent —respondió ella en su tono más
culto y practicado.
—¿No se ve bien, Trystan? —insistió Kent.
Trystan estaba revisando los cubiertos a unas cuantas
sillas de distancia, y apenas la miró.
—Claro que sí. Los vestidos que le he diseñado cuestan
una fortuna. Sería imposible que le quedaran mal.
El comentario insensible golpeó a Bridget como una
daga en el corazón, pero ella no era una pequeña y blanda
criatura como las damas a las que Trystan sin duda estaba
acostumbrado. Años de vivir al margen de la sociedad la
habían hecho dura. Sin embargo, las duras palabras que
acudieron a sus labios murieron antes de que pudiera
pronunciarlas. Recordó lo que le habían prometido al final
de todo esto si se comportaba. Gritarle al tonto hombre la
habría hecho sentir mejor, pero no la ayudaría a conseguir
lo que necesitaba. Si no lo supiera, incluso podría haber
pensado que se trataba de una prueba para sacarla de
quicio. Desafortunadamente, Trystan era realmente muy
ajeno a los sentimientos de aquellos que lo rodeaban.
—Siéntate, gatita —Trystanfinalmente dirigió su
atención hacia ella—. Tenemos una cena mañana por la
noche en casa de mi tía abuela, cerca de aquí. Necesito
estar seguro de que puedes lidiar con la cena. Empecemos
tu prueba.
Ella se deslizó en la silla y esperó a que él empezara.
Comenzó a pasearse como hacía a menudo. Ella nunca
había conocido a un hombre con tanta energía, pero era
una energía que lo llevaba a la inquietud.
—Acabas de recibir una invitación para cenar dentro de
dos semanas. ¿Qué tan pronto envías tu respuesta y por
qué?
—Envío mi respuesta en el plazo de un día porque la
señora de la casa necesitará que se le avise con antelación
para tener preparada comida suficiente y la mesa puesta
para el número apropiado de invitados.
Trystan asintió en señal de aprobación.
—Ahora, es la noche de la cena. ¿Qué tan pronto o qué
tan tarde llegas?
—Lo mejor es llegar unos quince minutos antes de la…
—¿cómo lo había expresado Trystan?—. ¿La hora asignada
para la cena?
—¿Y si, por desgracia, llegas tarde? —interrumpió
Graham con un brillo de picardía en los ojos. Estaba
sentado frente a ella, recostado en su silla y con un brazo
alrededor de la silla contigua.
—Yo... —no había estudiado mucho lo de llegar tarde
porque Trystan le había inculcado que no se atreviera a
llegar tarde. Continuó con más confianza—. ¿Una dama
podría llegar tarde hasta media hora? Pero un caballero no
puede llegar tarde. Es imperdonable.
Graham parecía ligeramente decepcionado de que ella
supiera las respuestas correctas.
—Debería darte vergüenza, Bridget. No se supone que
seas así de lista.
Bridget no creía que estuviera siendo lista. Simplemente
era lógico recordar que las mujeres tenían un poco más de
indulgencia en las apariciones sociales que los hombres.
Sus lecciones le habían enseñado lo mucho que podía
tardar en vestirse en comparación con los hombres, así que
si llegaban un poco tarde por problemas de vestuario, eso
parecía aceptable.
Trystan reanudó sus preguntas.
—Bridget, cuando llegas a la casa donde vas a asistir a
la cena, ¿a qué habitación entras primero?
—El salón principal.
Trystan apoyó las manos en el respaldo de la silla junto
a Graham, quien se vio obligado a dejar caer el brazo de
ella.
—¿Y quién entra primero?
—¿Quién entra al salón primero? —Bridget se movió
nerviosamente, preocupada. Odiaba recordar el orden de
preferencia para entrar en una habitación. Era difícil
porque cambiaba cada vez dependiendo de quién estuviera
presente en ese momento.
—Sí.
—Las damas entran primero, y se considera mala
conducta que una dama y un caballero entren uno al lado
del otro.
—¿Y? —la mirada de Trystan se centró intensamente en
su rostro, haciéndola retorcerse aún más. Sentarse quieta
era muy difícil cuando él la miraba así—. ¿Cómo se
determina el orden de entrada? ¿En qué orden entran?
—Sí, dinos —intervino Graham—. Si Trystan, Kent y yo
estamos en el salón principal y es hora de ir al comedor,
¿quién entra primero al comedor? —sonrió como un lobo
que hubiera visto una oveja solitaria en una ladera sin
pastor cerca.
—¿Quién entraría primero entre vosotros tres?
—Graham —advirtió Kent—. Ella no tiene por qué saber
que…
—Supongo que la decisión de quién entraría estaría
entre los dos condes, en función de su edad; el mayor en
edad primero, o tal vez el caballero que lleva más tiempo
siendo conde —intentó ignorar la oleada de pánico que
sintió al conjeturar—. Pero sé que de los tres hombres —
ahora miraba a Graham con un poco más de placer—, tú
serías el último como caballero sin título.
Kent soltó una carcajada al ver la expresión amarga en
el rostro de Graham.
—Ella tiene razón. Graham, dile que la tiene.
—La tiene —murmuró.
Incluso Trystan sonreía, y Bridget se pavoneó un poco.
—Trystan, ¿quién iría primero entre nosotros? —
preguntó Kent una vez que dejó de reír.
—La verdad es que no lo sé. Siempre hemos tomado una
decisión en el momento, ¿no? —observó Trystan con una
suave risita—. Puede que tenga que consultar mi libro de
Etiqueta para Caballeros.
—Tú haz eso —resopló Graham, recuperando su buen
humor—. Ahora, ¿no se supone que tenemos que impartir
clases de baile hoy? Las normas de etiqueta en las cenas
son muy tediosas.
—Más tarde —dijo Trystan—. Ahora, Bridget, ¿cuáles
son los dos tipos de etiqueta sobre la mesa?
—Eh… son á la russe y á la française.
Trystan señaló con la cabeza la mesa de platos vacíos
que había sobre el aparador.
—¿Y cuáles son las diferencias?
—El á la française solo tiene tres platos. Se colocan en la
mesa siguiendo un patrón específico. Habría sopa, pescado
y carne. Entrées serían lo primero, luego la carne y el
postre es lo tercero. El á la russe es más sencillo, con los
platos colocados en el aparador. Los sirvientes llevarán la
comida a los comensales, quienes se servirán ellos mismos
antes de que el platillo pase al siguiente comensal. Se
sirven nada de platillos en cada plato, pero más platos en
total.
—Menos platos —corrigió Trystan—. Los platos se
pueden contar. Ahora, digamos que te dan pan —extendió
la mano hacia un jarrón de flores que había sobre la mesa,
arrancó una gran flor de una de las rosas y la colocó en el
plato frente a ella.
Ella cogió la flor y la movió hacia su izquierda.
—Lo cojo y lo muevo a mi izquierda.
—¿Y lo cortas con un cuchillo o lo desgajas con las
manos? —preguntó él.
Era una pregunta capciosa. La lógica sugería que
desgajarlo con las manos era tosco, pero en este caso, en
realidad era lo contrario. El cuchillo se consideraba
inapropiado.
—Lo parto por la mitad con las manos.
—Bien, ¿y cuáles son los dos temas de los que está
prohibido hablar durante la cena?
—Religión y política.
—Buena lección para la vida, en realidad —dijo Kent, un
poco para sí mismo.
—Correcto —elogió Trystan—. Ahora vamos a merendar
y practicar todo lo que has aprendido. Después de eso,
comenzaremos nuestras lecciones de baile —dijo antes de
llamar al mayordomo para que les llevara la merienda.
—ELLA LO ESTÁ HACIENDO MUY BIEN PARA LLEVAR SOLO UNA
semana —le dijo Kent a Trystan cuando entraron en el
pequeño salón de baile que engalanaba el ala oeste de su
casa familiar.
—Sí, pero hay muchas cosas que se le pueden presentar
y que no podemos prever. Debo intentar pensar en todo —
Trystan sabía lo impredecibles que podían ser las cenas, a
pesar de las reglas que a todos les habían enseñado a
seguir. Sería peor si uno de los invitados oliera sangre en el
agua, por así decirlo. Había algunos que, si sospechaban
que algo no iba del todo bien con Bridget, pondrían a
prueba cualquier signo de debilidad en su fachada.
—Esta mañana no la has elogiado —dijo Kent. La punta
de su bastón golpeaba suavemente el suelo mientras
seguían a Graham y Bridget al salón de baile.
La mirada de Trystan recorrió la figura de Bridget. Ella
había elegido llevar un vestido que él había añadido al
pedido de la señora Phelps poco después de su encuentro.
Había hecho algunas adiciones basándose en sus propias
preferencias y en los colores que creía que a ella le
sentaban mejor. El verde le otorgaba brillo a sus ojos, y él
adoraba las flores en el vestido de una mujer. A sus ojos, las
mujeres y las flores compartían una conexión sagrada. Tal
vez se debía a la sangre gitana de su madre, pero por ella
había visto a las mujeres y a la naturaleza intrínsecamente
unidas y, por tanto, creía que una mujer debía estar
rodeada de la belleza de la naturaleza siempre que fuera
posible.
Su madre había adorado las flores silvestres. Tras su
muerte, en lugar de esconderse de su recuerdo, él y su
padre habían acogido juntos esa adoración para recordarla.
Habían reformado varias habitaciones de la casa, incluida
la de Bridget, para que pareciera un jardín inglés silvestre.
—Ella se ve perfectamente bien —le dijo finalmente
Trystan a Kent—. Bridget no necesita que yo se lo diga.
Sabe muy bien que ese vestido le sienta bien.
Kent miró al techo y dejó escapar un suspiro
exasperado.—Un pequeño cumplido de vez en cuando no estaría de
más.
—Desde luego que sí. La muchachita ya es demasiado
descarada. No necesito aumentar su confianza. Ya tiene
bastante.
—¿La tiene? —Kent dejó que la pregunta flotara en el
aire antes de alejarse de Trystan y unirse a Graham y
Bridget. Graham dijo algo y la chica se rio, su tono lleno de
deleite. Algo se revolvió en el interior de Trystan. La risa de
una mujer siempre era agradable de escuchar, pero algo en
la risa de Bridget lo conmovió de manera diferente. No
pudo evitar pensar en largas noches en cama con ella,
buscando sus zonas sensibles a las cosquillas solo para oír
su risa.
Se pasó una mano por el pelo y apretó los dientes,
conteniendo el inoportuno aumento de deseo en su interior.
—Empecemos con la cuadrilla —anunció Trystan, con
voz más dura de lo que pretendía, pero consiguió el efecto
deseado de separar a la pareja y ponerlos manos a la obra.
Graham le dirigió una mirada curiosa, pero dio un paso
atrás, dejando que Trystan se interpusiera entre ellos.
Trystan explicó a Bridget cómo funcionaba el baile y le hizo
una demostración de los pasos hechos por las damas.
—Kent, mantén un ritmo para ella —sugirió.
Kent empezó a marcar un ritmo con su bastón.
—Graham, enséñale los pasos del caballero.
Cuando se sintió seguro de que ella podía intentarlo,
dejó que Bridget y Graham bailaran. Bridget se concentró
mucho y contó sus pasos, pero después de un tiempo se
relajó y sonrió triunfante mientras bailaba tan bien como
cualquier chica que hubiera estudiado con un maestro.
—Muy bien. Has dominado la cuadrilla.
—Trys, enseñémosle algunos bailes campestres, por si
acaso —sugirió Graham—. Conociendo a Lady Tremaine,
ella podría pedir algunos de esos.
—Buen punto —coincidió Trystan. Pronto le enseñaron
unos cuantos bailes tontos pero muy divertidos que
implicaban muchos saltos, aplausos y vueltas. Luego le dio
a la chica un momento para descansar e hizo que el señor
Chavenage les llevara agua para saciar su sed antes de
continuar—. Ahora, sobre la etiqueta del salón de baile —
comenzó Trystan.
—Eh, Trystan, has olvidado enseñarle el vals —
interrumpió Kent—. Sé que es poco probable que se le
permita bailarlo sin permiso de Lady Tremaine, pero es
mejor saberlo, ¿no? —Kent se sentó en una silla junto a la
pared, asemejándose a algún benévolo caballero de los
tiempos del rey Arturo. Sostenía su bastón con las manos
apoyadas en la empuñadura como si fuera una espada.
—Yo le enseñaré el vals —Graham cogió a Bridget en sus
brazos y la chica se puso rígida ante la repentina cercanía
del hombre, tropezando mientras él casi la arrastraba por
el suelo en su entusiasmo.
Trystan apartó a su amigo del camino.
—Creo que será mejor que me dejes enseñárselo.
Apoyó una mano en la espalda baja de Bridget y luego
colocó una de las suyas en su hombro. En el breve
encuentro de sus manos, algo ardió en su interior. Intentó
disimularlo mientras él cogía su otra mano. Ella abrió un
poco los ojos.
—Acércate, no te voy a morder —él le dio un suave
empujón, pasando la mano de la cadera a la espalda y
acercándola lo suficiente para que sus cuerpos casi se
tocaran—. Ahora —continuó.
Los labios de Bridget se separaron y su lengua mojó sus
labios… labios que parecieron repentinamente muy suaves
e irresistibles. Él realmente nunca había pensado en su
boca, pero ahora estaba obsesionado con ella.
—¿Ahora? —susurró ella.
Trystan volvió a centrarse en la lección.
—Ahora… bien… La clave es ser grácil y natural. No
debes parecer una experta bailarina, ni ser rígida y contar
cada compás. Quieres bailar como si hubieras bailado toda
tu vida en un jardín bajo la luna creciente, con el aroma de
las orquídeas en el aire y las flores de la luna floreciendo a
tu alrededor. La danza es poesía en movimiento, y tú debes
convertirte en esa poesía.
Ella asintió, con una mirada de profunda concentración
que suavizaba la expresión de sus ojos. Él creyó que ella
estaba viendo en su mente ese jardín del que él hablaba, y
por un momento él también imaginó que estaban en un
jardín bajo la luna.
—¿Qué hacemos ahora? —preguntó ella, con su ronco
susurro acariciándole los oídos.
Tragó saliva y se obligó a sí mismo concentrarse.
—Sigue mis pasos. Uno, dos, tres. Uno, dos, tres —él
contó mientras Kent marcaba el ritmo con su bastón.
Trystan empezó a tararear uno de sus valses favoritos
mientras daba un paso atrás y ella lo seguía.
Unos instantes después, él olvidó dónde estaban
mientras giraban juntos por la habitación. Sostuvo a la
pasional belleza en sus brazos y ella lo miró, sin apartar los
ojos de los suyos. Esta era la magia del vals. Permitía que
un hombre y una mujer sintieran el calor del cuerpo del
otro, que se sintieran tan cerca como para compartir los
latidos del corazón.
En ese instante, Trystan se olvidó de la apuesta, se
olvidó de todo menos de la mujer entre sus brazos. Sus
labios se curvaron en un atisbo de sonrisa y la mirada de
Bridget era de ensueño, como si toda su vida hubiera vivido
solamente en la cima de una colina con las flores silvestres
más exquisitas. Ella brillaba, su belleza iba más allá de las
palabras, y ese misterio femenino que todas las mujeres
poseían se aferraba a ella como las estrellas se aferraban al
cielo nocturno.
Él iba a besarla. Iba a descubrir el sabor de esos labios…
Trystan se inclinó muy ligeramente y Bridget cerró los
ojos cuando sus narices se rozaron.
—Ejem… —Kent pronunció la palabra con claridad y en
voz bastante alta a espaldas de Trystan.
Entonces, la realidad volvió a golpearlo y la soltó tan
rápido que ella tropezó.
—Bien… ahora ya sabes bailar el vals —dijo de forma
realista. Distancia. Eso era lo que necesitaba para no besar
a la maldita gatita—. Kent, ¿por qué no explicas las tarjetas
de baile y el funcionamiento del maestro de ceremonias?
Se apresuró a salir al pasillo y se apoyó en la pared,
recuperando el aliento. ¿En qué demonios había estado
pensando? Casi acababa de besar a la pequeña vándala en
presencia de sus amigos y…
Y eso no era aceptable en absoluto. No importaba la
perfección de su baile o cómo se sintiera entre sus brazos.
No importaba cuánto deseara saborear sus labios y mucho
más. No importaba porque él no podía permitirlo. No podía
coquetear con una chica así. Por un lado, le había hecho
una promesa a Kent.
Tampoco quería que la chica creara expectativas. Si la
besaba, podría significar una promesa de algo en el futuro.
Por eso nunca coqueteaba con jovencitas inocentes.
Prefería cortesanas como amantes. O viudas lujuriosas.
Ellas sabían que la situación era solo de placer mutuo. No
era como si quisiera una esposa, y aceptar una con sus
antecedentes le causaría un sinfín de penas a él y a la
chica. Él podría soportar el escándalo, por supuesto, pero
ella sería condenada al ostracismo por los demás una vez
que la verdad saliera a la luz, y nunca sería invitada a nada
social.
La madre de Trystan había sufrido ese destino y no
había sido fácil. Por mucho que a él le gustara romper las
reglas, a menudo simplemente por su propio placer, hacer
que una mujer, especialmente una con la que se hubiera
casado, sufriera ese destino era algo que no estaba
dispuesto a hacer.
Algunas reglas, ni siquiera yo puedo romperlas.
A
6
lgo era diferente. Bridget lo sabía y le preocupaba.
Ayer, cuando había bailado con Trystan, se había
perdido en el momento y había hecho lo que él le
había dicho. Ella se convirtió en el vals. Ella había sido luz
de luna, flores y música. Y por un breve momento, Trystan
había estado justo allí con ella, la magia del vals
transformándolos de dos seres a uno.
Ella nunca había experimentado eso, excepto quizás con
su madre cuando era joven. Habían estado leyendo juntas
un libro sobre tierras lejanas con nombres como India, y la
historia había cobrado vida como una especie de magia
maravillosa. Estar conectada con Trystan había sido igual
de maravilloso,pero de un modo diferente. Había algo en
bailar así con él, sintiendo el calor de su cuerpo contra el
suyo. Quería bailar con él una y otra vez hasta marearse
por los encantadores giros.
Pero hoy Trystan la estaba evitando. Cuando no estaban
en clases, él se encerraba en su estudio con órdenes de no
ser molestado. Durante sus clases, era más brusco que
nunca en su trato con ella. Su distancia no debería haberla
molestado. Después de todo, el hombre la volvía loca con
sus órdenes y sus constantes preguntas. Sin embargo, eso
le molestaba, y le molestaba que eso le molestara, y todo
eso era una molestia.
—Hombres —murmuró mientras subía las escaleras sin
gracia para cambiarse para la cena de esa noche.
Estaba hecha un manojo de nervios, ya que estaba a
punto de conocer a la infame tía abuela de Trystan.
Graham había hecho muchas bromas sobre la mujer, su
mala vista y su aún peor oído. Trystan había soportado las
burlas con una expresión divertida, pero siempre que había
hablado de su tía abuela, había sonado bastante cariñoso
con la anciana. Ya fuera porque era su último pariente
cercano o porque a él le agradaba genuinamente, ella no
tenía forma de saberlo. En cualquier caso, Bridget deseaba
causarle una buena impresión. Pero en lugar de darle algún
consejo útil, Trystan la había interrogado una y otra vez
sobre diversos temas relacionados con el clima, que era el
único tema del que se le permitía hablar esta noche.
Cuando intentó protestar, señalando lo aburrida que
parecería si solo hablara del clima, Trystan había arqueado
una ceja oscura en señal de desafío.
—¿Oh? ¿Y sabes algo de economía, filosofía, literatura o
artes?
El dolor que a ella le causó este comentario debió
haberse reflejarse en su rostro, porque él corrigió
rápidamente sus palabras.
—Cuando tengamos más tiempo, te enseñaré todo lo que
quieras saber.
—¿Cualquier cosa? —preguntó ella.
—Cualquier cosa. Pero como esta noche no tenemos
tiempo para eso, debes apegarte a temas que requieran
muy poco estudio. El clima y la salud de alguien.
Graham había iniciado, sin mucha ayuda, una
conversación sobre los diferentes tipos de nubes, lo que
solo consiguió confundirla enormemente. No recordaba la
diferencia entre cúmulo y nimbo. Para el final del almuerzo,
se había sentido confundida y más que enfadada.
Mientras se vestía para la cena, se aferró tanto como
pudo a su ira como a su miedo. Podía controlar su rabia; no
el miedo. Marvella eligió un vestido púrpura con mangas
Van Dyck y escarapelas de satén rosa pálido como adornos
el dobladillo de la falda. Bridget había diseñado el vestido
ella misma con la señorita Phelps. Llevaba zapatillas de
casa que combinaban con las escarapelas, y cintas rosas le
recogían el pelo al estilo Griego.
El efecto era muy impresionante. Estaba segura de que
ni siquiera Trystan encontraría defectos en su aspecto.
Bridget seguía sin poder recuperarse de su imagen cada
vez que se veía a sí misma en el espejo. Realmente parecía
una dama. Solo deseaba sentirse como una.
Cuando bajó a reunirse con los caballeros para su viaje
en carruaje hacia la cena, el miedo empezaba a vencerla y
hacía todo lo posible por ocultar su temblor. ¿Y si la tía
abuela Helena descubría que no era una dama decente?
¿La echarían y se vería obligada a volver caminando a
casa?
Kent y Graham la vieron primero. Ella podía oír la voz de
Trystan mientras hablaba con el cochero.
—¿Todo bien, querida? —preguntó Kent cuando ella
llegó al final de las escaleras—. Estás muy pálida.
—Estoy un poco nerviosa —admitió.
Trystan apareció en la entrada.
—¿Nerviosa? No tienes por qué estar nerviosa, gatita.
Has manejado muy bien todo lo que te hemos presentado,
así que déjate de preocupaciones tontas. Ven. No debemos
llegar tarde —volvió a salir por la puerta y esperó a que ella
lo siguiera.
Kent le ofreció su brazo, y ella aceptó agradecida. La
acompañó hasta el carruaje y Trystan la cogió de la cintura
por detrás y la subió. Ella chilló con sorpresa.
—Oh, silencio, simplemente estoy intentando que entres
más rápido —dijo Trystan mientras le daba un golpecito en
el trasero, lo que la hizo saltar dentro del carruaje.
—¡Ah! Por qué, odioso… —pero antes de que ella
pudiera arremeter contra él, Trystan colocó la punta de un
dedo enguantado sobre sus labios y la silenció. Luego, con
una suave mano en su hombro, la empujó hacia su asiento
antes de sentarse a su lado. Ella se subió la capucha de su
capa púrpura oscura, negándose a mirarlo. En cambio,
conversó con Graham y Kent durante los veinte minutos
que duró el viaje.
A mitad de camino, el carruaje rodó por una pendiente
en el sendero y ella fue lanzada hacia el regazo de Trystan
cuando el carruaje se tambaleó hacia un lado. Trystan la
cogió en brazos y la aseguró contra él cuando ella gritó.
—Ya, ya. Te tengo, diablilla —dijo con sorprendente
dulzura. Ella le rodeó el cuello con los brazos y se quedaron
mirándose durante un largo momento. Luego se aclaró la
garganta y la deslizó fuera de su regazo. Ella volvió a
ignorarlo durante el resto del viaje.
Cuando llegaron a casa de Lady Helena, Graham y Kent
salieron primero, seguidos de Trystan. La cogió una vez
más por la cintura y la bajó del carruaje.
—Ahora, no estés nerviosa —murmuró—. Si te sientes
bloqueada con respecto a qué hacer o qué decir, solo mira
a Kent o a mí. Te ayudaremos.
—¿Y si Lady Helena descubre quién soy? Podría
echarme.
Trystan le dio un golpecito en la nariz con el dedo.
—Ella ya lo sabe. Se lo dije cuando yo buscaba añadirte
a la cena.
—¿Lo sabe? —jadeó horrorizada.
—Oh, no le importará. Sabe que siempre encuentro
formas de divertirme. Esto no es diferente. Tenía bastante
curiosidad por ti y todo este asunto cuando me mandó una
carta como respuesta.
¿Curiosidad? Bridget no estaba segura de que eso fuera
tan reconfortante como Trystan pretendía.
—Ahora, ven y deja de moverte inquieta —Trystan la
acompañó escaleras arriba hasta la casa de Lady Helena,
una antigua casa señorial de piedra, muy parecida a la de
Trystan pero de menor tamaño.
Lady Helena era la tía del padre de Trystan. Tenía
setenta y dos años y nunca se había casado. Su padre, el
abuelo de Trystan, le había obsequiado la casa, ella y la
había administrado durante años como su señora.
El personal les dio una calurosa bienvenida. Bridget
permitió que Trystan le quitara la capa y disfrutó del breve
consuelo de sus caricias en la parte superior de sus brazos.
Luego, nerviosa, siguió al mayordomo mientras la escoltaba
hasta el salón principal. Los hombres iban detrás de ella.
Dentro del salón había un pequeño grupo de cinco
invitados; dos parejas al menos dos décadas mayores que
ella y una mujer mayor. Ésta mujer se levantó y Bridget se
acercó a saludarla.
—Gracias por la invitación, Lady Helena. Es un placer
conocerla —Bridget hizo una ligera reverencia.
—Eres bienvenida, querida. Muy bienvenida. Permíteme
presentarte a mis otros invitados. Estos son el señor y la
señora Babcock. Vienen de la finca contigua a la mía. Y
ellos de por aquí son el señor y la señora Rutledge. Son mis
vecinos al sur.
—Encantada de conoceros a todos —Bridget saludó a las
dos parejas de la forma en que le habían indicado.
Se sintió aliviada cuando Trystan, Kent y Graham se
presentaron y conversaron fácilmente con los invitados,
permitiéndole a ella pasar a un segundo plano por un
momento. Permaneció callada, absorbiendo la forma en que
fluía la discusión. Parecía resultarles fácil a todos,
especialmente a Trystan. A pesar de su comportamiento a
menudo brusco con ella, era encantador y tranquilo con los
invitados de su tía abuela.
Bridget aprovechó que la conversación no iba dirigida a
ella para estudiar a la tía de Trystan. A pesar de la edad de
la mujer, parecía más joven de lo que Bridget había
esperado, dadas las bromas de Graham, y parecía bastante
vivaz para su edad. Había una pequeña trompetilla en su
regazo y levantaba con frecuenciaun monóculo, mirando a
través de él a todo el mundo, pero no era la anciana
despistada que Bridget esperaba encontrar. Cuando Lady
Helena volvió su monóculo hacia ella, vio el astuto brillo en
los ojos de la mujer.
—Ven aquí, querida —Lady Helena hizo un gesto a
Bridget para que se sentara en una silla vacía a su lado.
Bridget se sentó, aliviada de que los demás siguieran
envueltos en su propia conversación—. Bridget… —Lady
Helena experimentó el nombre en su lengua—. Mmm. Un
nombre encantador y fuerte. Eso es bueno. Necesitas ser
fuerte para manejar a mi sobrino nieto. Es un canalla, pero
si sobrevives a su lado problemático, descubrirás que
puede ser todo un caballero.
Bridget habría discutido su punto de vista, pero recordó
lo que Marvella había dicho sobre la paliza de Trystan a
aquel hombre que la había abordado.
—No hace falta que estés tan callada, querida —
continuó Lady Helena.
—Eh… mis disculpas, pero me han dicho que solo hable
del clima y de la salud de los demás. ¿Se encuentra bien,
señora, y cree que lloverá mañana?
Lady Helena resopló.
—Soy vieja, Bridget, eso es suficiente sobre mi salud. Y
en cuanto al clima, no salgo de casa, así que más bien me
importa un bledo. Lo que quiero saber es cómo has
acabado aquí con mi sobrino nieto. Me dijo que estabas
bajo su tutela para el lenguaje y lecciones de etiqueta. Pero
conociendo a Trystan como yo lo hago, hay algo más que
eso.
Bridget lanzó una mirada a los demás invitados, quienes
se habían reunido en el otro extremo de la sala para hablar.
—No te preocupes por ellos. No pueden oírnos desde
allí.
Había algo en Lady Helena que hizo que Bridget
confiara de inmediato.
—Bueno, es una historia bastante larga.
—He mencionado que soy vieja, ¿no? Intenta la versión
corta.
—Bueno, Trystan me encontró trabajando en una
taberna en Penzance y apostó su cabaña de cazadores a
que podía convencer a todos de que yo era una dama.
—¿Él qué? Supongo que será mejor que me des la
versión larga, después de todo.
Bridget le contó su historia a Lady Helena y consiguió
terminar justo cuando el mayordomo anunció que la cena
estaba lista.
Lady Helena alcanzó la mano de Bridget y la estrujó.
—Continuaremos hablando de esto más tarde.
Bridget miró a Trystan. Parecía que su prueba estaba
oficialmente a punto de comenzar. Ella dejó que Lady
Helena condujera a las mujeres al comedor, y fue la última
antes de que los caballeros se formaran detrás de ella.
Trystan fue el primero en entrar tras ella, y su mano tocó
brevemente la suya, estrujándola levemente. Ella se
sobresaltó tanto ante ese bienvenido e inesperado contacto
que casi tropezó.
Un lacayo la guio hasta un asiento y, cuando vio que las
demás damas se quitaban los largos guantes de noche,
siguió su ejemplo y los guardó. Luego se colocó la servilleta
en el regazo y rezó para sobrevivir a la cena sin pasar
vergüenza.
LA CHICA LO ESTABA HACIENDO BIEN, ESPLÉNDIDAMENTE DE
hecho. Si no se hubiera acostumbrado tanto a sus sutiles
expresiones, nunca se habría dado cuenta de lo nerviosa
que estaba. Se presentaba como una dama serena cuyos
modales eran la esencia misma de la calma. Había estado
sentado al lado de Bridget gracias a la suerte o, más
probablemente, a la inteligente planificación de su tía, ya
que Bridget podría necesitar a Trystan si se encontraba con
alguna dificultad.
Mientras el primer plato era servido, Bridget emuló
cuidadosamente a todos los que la rodeaban y dijo muy
poco.
—Señorita Ringgold, usted es originaria de Yorkshire,
¿verdad? —preguntó el señor Babcock. Era el caballero
sentado a la izquierda de Bridget.
—Sí —respondió ella, pero no dio más detalles.
—Es un país frío —continuó el señor Babcock—. He oído
que están buscando la posibilidad de ampliar la industria
textil allí. Más y más algodón, es lo que dicen —el señor
Babcock esperó a que ella respondiera y, por un segundo,
Trystan temió que ella se congelara al no encontrar la
forma de relacionar los molinos de algodón con el clima o
la salud de Babcock.
—Eh… sí. Creo que esperamos igualar pronto a las
Tierras Medias en producción de algodón. Dado que el
algodón representa cerca del cuarenta por ciento de las
exportaciones británicas, sería sabio seguir el ejemplo de
las Tierras Medias y ampliar ese crecimiento económico.
Pero mi preocupación radica en las condiciones de trabajo
de estas fábricas. Hemos gastado demasiado tiempo y
energía en los avances de la tecnología en las fábricas,
pero no hemos adoptado ninguna medida para hacerlas
más seguras. Si no tenemos cuidado, los Luditas podrían
levantarse de nuevo, como hicieron en 1779.
Se hizo un gran silencio y Trystan se quedó pasmado.
El señor Babcock levantó su copa hacia Bridget.
—Muy cierto, señorita Bridget. Si mejoramos las
condiciones de trabajo, los trabajadores producirán más
algodón con mayor seguridad, lo que nos beneficiará a
todos.
Trystan, agradecido por su control, se las arregló para
ocultar su asombro. ¿Cómo sabía la chica algo de fábricas
de algodón o levantamientos Luditas? No habían cubierto
ese tema en ninguna de sus clases. Sintió que alguien lo
observaba y miró a su alrededor para descubrir a su tía
abuela mirándolo fijamente. Tenía ese monóculo levantado
y sus ojos lo estaban congelando en su lugar. Bebió
rápidamente un vaso de vino y se centró en la
conversación, dispuesto a sumergirse en ella y discutir
sobre las fábricas de algodón si era necesario.
El resto de la velada transcurrió bien, sin nuevas
sorpresas, por suerte. Cuando las damas volvieron al salón,
los hombres se quedaron fumando puros y disfrutando de
un poco de oporto. Trystan confiaba en que Bridget pudiera
arreglárselas sin él durante un rato.
Cuando los caballeros se reunieron de nuevo con las
damas en el salón, media hora más tarde, Bridget estaba
inmersa en una animada conversación con las demás
mujeres, quienes la escuchaban embelesadas. La señora
Rutledge se estaba abanicando y parecía escandalizada y
encantada a la vez.
Profundamente preocupado por la escabrosa historia de
taberna que Bridget debía estar compartiendo, se dirigió
hacia ellas. Solo alcanzó a oír el final de la historia de
Bridget.
—Y entonces los isleños convirtieron al lord pirata en su
jefe.
—¿Qué? ¿Los caníbales? —jadeó la señora Babcock.
—Sí. Pero entonces se dio cuenta de que probablemente
iban a comérselo pronto, como hacían con todos sus jefes,
así que él… Oh, hola, Trystan —Bridget le sonrió mientras
él se detenía cerca del grupo de mujeres. No podía dejar
que Bridget terminara la historia que les había estado
contando. Solo Dios sabía cómo acabaría una historia de
piratas y caníbales si la dejaba continuar.
Su tía abuela suspiró.
—Ahh, Trystan, supongo que ahora quieres irte y
privarme de la maravillosa y entretenida compañía de la
señorita Ringgold. Bridget, querida, tendrás que venir a
visitarme para almorzar la semana que viene.
—Sí, Lady Helena —aceptó inmediatamente la chica. Le
agradeció a la mujer mayor y siguió a Trystan mientras la
escoltaba hasta el vestíbulo, donde los lacayos esperaban
con sus capas. Graham y Kent se les unieron y volvieron a
subir al carruaje para regresar a casa.
—Bueno, bien hecho, Trystan. Ni un solo incidente —dijo
Kent.
—En efecto. Estamos avanzando bien —a pesar de la
escabrosa historia que la chica había estado compartiendo,
pareció agradarle a las mujeres y los hombres habían
quedado impresionados con sus sorprendentes
conocimientos de la industria del algodón. Trystan sonrió
con aires de suficiencia. La apuesta iba de camino a ser
ganada.
—¿Cómo demonios sabías tanto sobre el algodón,
Bridget? —preguntó Graham.
—Sí, ¿cómo? —preguntó Trystan.
Ella miró entre ellos y se encogió de hombros.
—Tal vez trabajé en una taberna, pero siempre presté
atención a las cosas que decía la gente.
—Bueno, has estado brillante —elogió Phillip—. Creo
que podrías llegar a ser una buena economista con más
estudios.
—¿De verdad lo crees?—le preguntó ella.
—Sí, tal vez una vez que terminemos con este asunto del
baile, Trystan podría enseñarte cosas más relevantes. Tú
harías eso ¿no? —le preguntó Phillip.
—Sí, por supuesto, si la chica quiere aprender, le
enseñaré lo que sea —lo decía bastante en serio, y eso ya le
estaba dando maravillosas ideas sobre cómo podría ser su
próxima apuesta; presentar a Bridget en la casa de los
lores disfrazada de hombre y hacerla hablar. La idea lo hizo
sonreír perversamente.
Cuando llegaron a la casa, Trystan estaba de buen
humor y deseaba celebrar. Como resultado, se olvidó de
ayudar a Bridget a salir del carruaje. Cuando se volvió para
ayudarla, Kent ya la había ayudado a salir. Bridget estaba
callada y él supuso que estaba agotada por la velada.
—Sube a la cama, Bridget. Descansa un poco —le dijo, y
luego se marchó a la sala de billar con sus amigos.
Los otros dos hombres habían entrado primero que él,
pero algo lo hizo detenerse y mirar hacia atrás a lo largo
del pasillo. La chica no fue escaleras arriba. Permaneció de
pie en el vestíbulo, muy quieta, con la capa todavía sobre
sus hombros. De repente, se dio la vuelta y salió por la
puerta principal, dejando al señor Chavenage mirándola
confundido. El mayordomo la llamó por su nombre, pero la
muchacha no volvió a entrar en la casa.
—¿Quieres un brandy, Trys? —ofreció Graham desde la
sala de billar.
—Empezad sin mí. Volveré en un momento —se apresuró
por el pasillo hacia su mayordomo.
—Milord, la señorita Ringgold acaba de irse…
—Sí, lo he visto, gracias —salió furioso hacia la noche
tras su problemática pupila.
La luna brillaba en lo alto y el cielo estaba lleno de
estrellas, por lo que le resultó fácil ver a Bridget
caminando por el sendero de grava que rodeaba su casa.
Enseguida se dio cuenta de hacia dónde se dirigía.
Con un gruñido, corrió tras ella y la alcanzó justo en la
entrada de los establos. La cogió del brazo y tiró de ella
hasta detenerla. Se giró para enfrentarse a él, con una
expresión encendida de rabia femenina.
—Deberías estar en la cama. Mañana tenemos más
trabajo por hacer —le sujetó la muñeca y ella tiró contra él,
intentando liberarse, pero el intento fue poco entusiasta.
—No estaba lista para dormir —espetó—. Necesitaba
despejarme antes de ensangrentarte la maldita nariz —ella
era fuego y furia. Trystan estaba fascinado por este
arrebato.
—¿Por qué razón?
—Porque no me dijiste que hice un buen trabajo esta
noche. Tú y los demás estabais demasiado ocupados
felicitándoos a vosotros mismos. Yo hice que esta noche
fuera un éxito. ¡Yo! —Bridget tiró de su muñeca de nuevo,
pero Trystan todavía la sostenía con firmeza y ella solo
logró tirar de sí misma hacia él para que sus cuerpos
chocaran. La cogió por la cadera con la otra mano,
estabilizándola. La capucha de su capa cayó hacia atrás y
su aliento brotó precipitadamente.
Tal vez era el fuego que ella llevaba dentro o el aroma
del heno caliente en una fría noche de primavera, pero algo
desplegó y extendió sus perversas alas en el interior de
Trystan.
—Vuelve a insultarme, Bridget, y te arrepentirás —le
advirtió.
—¿Insultarte? —siseó y le pisó los dedos de los pies. Con
un gruñido bajo, él la hizo girar y apartó su capa mientras
la inmovilizaba contra la pared del establo y le golpeaba el
trasero. Ella chilló de rabia más que de dolor, porque él no
la había golpeado con fuerza—. ¡No soy una niña! No
puedes tratarme como tal —forcejeó contra él, pero la
mantuvo atrapada entre él y la pared.
—No, definitivamente no eres una niña —le dio otros
cuatro ligeros azotes antes de que su mano se detuviera en
su trasero. Él respiraba con dificultad.
Su cuerpo se sentía tan vivo como si le hubiera caído un
rayo encima. Ella lo miró por encima del hombro, con sus
ojos iluminados por las lámparas colgantes del establo. Vio
en ella un hambre sensual, esa antigua necesidad que a
menudo no podía plasmarse en palabras, sino solo liberarse
con acciones de la carne.
—Sigue mirándome así y te besaré —él advirtió con voz
áspera y un poco más grave de lo normal. En ese instante
se sintió más un animal primitivo que un hombre.
—No te atreverías —replicó Bridget—. Has dejado bien
claro que me consideras inferior a ti.
—Deberías ser muy afortunada —la cerilla encendida
que se había lanzado entre ellos había encontrado yesca.
La giró para que lo mirara de frente y la inmovilizó contra
la pared por segunda vez. Le cogió la nuca y le sujetó la
cabeza mientras se inclinaba hacia ella y hacia su boca.
Sus labios eran tan suaves como él los había imaginado.
La boca de Bridget se abrió bajo la suya y él se adentró
más, con su lengua buscando la de ella. Se sacudió entre
sus brazos, como sorprendida, y luego se ablandó. No había
nada más exquisito que una mujer derritiéndose contra él,
pero tener a esta mujer le parecía más intenso y de alguna
manera más profundo que cualquier otra experiencia que
hubiera tenido.
Le pasó los dedos por el pelo, liberando el peinado y
todas sus horquillas cuidadosamente colocadas, hasta que
el cabello de Bridget cayó sobre el dorso de sus nudillos,
haciéndole cosquillas en la piel. Dios, amaba su cabello
sedoso. Quería sentirlo acariciar su pecho mientras ella
montaba su cuerpo desde arriba y él yacía debajo de ella.
El castigo que había pretendido infligir con su beso
cambió entre el primer gemido suave de Bridget y el
segundo. Él no suavizó su beso, pero sí su violenta
embestida contra su boca. Deslizó una mano por el cuerpo
de Bridget para coger su trasero y estrujarlo. Ella se puso
de puntillas y le rodeó el cuello con los brazos, aferrándose
a él. Animado por su reacción, la levantó y empujó su muslo
entre los suyos mientras le subía las faldas. Ella gimió y
jadeó contra sus labios.
—Móntame —la animó mientras la incitaba a frotarse
contra su muslo, presionándole el trasero con la palma de
la mano.
Luego volvió a besarla y ella respondió con entusiasmo.
Se meció sobre él, frotándose contra su muslo. Él gruñó,
tan fuerte que sintió que la polla le iba a romper los
pantalones. Le dio otro ligero azote en el trasero y Bridget
gritó, con los brazos cerrados alrededor de su cuello
mientras alcanzaba el clímax.
Trystan la besó suavemente ahora, de manera más dulce
mientras ella empezaba a temblar. ¿Había estado alguna
vez con un hombre? Nunca había pensado en
preguntárselo. Sospechaba que no, y algo en Trystan se
calentó al pensar que había sido él quien le había enseñado
a encontrar placer. Cuando sus temblores cesaron
finalmente, llevó los dedos bajo su barbilla para que lo
mirara.
—¿Estás bien?
Esos ojos lavanda estaban perdiendo esa mirada
soñadora y empezaban a abrirse de par en par.
—¿Qué demonios me has hecho? Yo… —entonces ella lo
empujó y se bajó las faldas de un tirón.
Ahora él sentía que su propio temperamento aumentaba.
—¿Qué he hecho yo? —aún estaba duro y deseaba
desesperadamente encontrar su propia satisfacción. ¿La
muchachita tenía el descaro de enfadarse con él cuando
ella había encontrado su propio placer?
Bridget bajó la mirada y vio el efecto que sus besos
habían tenido en él. Con un brillo despiadado en los ojos, se
levantó las faldas y le golpeó la ingle con un rápido
rodillazo.
Sus ojos se desorbitaron. Algo había ocurrido. Algo
malo. Pero aún no se había dado cuenta. Apenas fue
consciente de su salida precipitada de los establos y su
regreso a la casa.
Gimió, dio dos pasos tras ella y cayó de rodillas. Era
como si se hubiera quedado sin energía. Una sensación
extraña, pensó, porque no tenía fuerzas para hablar.
Entonces, el dolor empezó. Juró que podía ver su propio
cuerpo como desde muy arriba mientras caía de lado y el
verdadero significado del sufrimiento lo golpeaba.
Pasaron varios minutos antes de que pudiera volver a
pensar con claridad.
Esa diablilla iba a acabar con él. Pero en el fondo, sabía
que se lo merecía. Y también sabía que Kent tenía razón.
Estaba tentado, pero temía que notuviera nada que ver con
la conveniencia de que ella estuviera aquí, sino con algo
más que no se atrevía a nombrar.
B
7
ridget estudió el hermoso castaño castrado que el
mozo de cuadra había sacado de los establos. Kent y
Graham sonrieron ante su expresión de perplejidad.
—¿Es para mí? —preguntó—. ¿Para montar hoy?
—Para montar cualquier día —corrigió Kent—. Lo he
comprado para ti. Es un regalo, ya que te ha ido muy bien
en las clases. Además, deberías tener un caballo para
moverte cuando acabe la apuesta —los ojos de Kent
brillaron mientras se apoyaba en su bastón. El dolor que
tan a menudo ensombrecía sus rasgos se desvaneció bajo
su alegría y entusiasmo. Bridget no podía creer que le
hubiera comprado un caballo. La sola calidad del animal le
decía que era una criatura costosa que nunca habría
podido permitirse por sí sola. Miró por debajo de las
pestañas a Trystan, quien estaba parado cerca, con el ceño
fruncido.
Ella era la que tenía derecho a fruncir el ceño, no él.
Después de lo que había pasado anoche, ella era la que
estaba furiosa. Azotarla como a una niña ya era malo, pero
hacerla disfrutarlo y disfrutar de lo que sucedió después y
luego ser tan malditamente arrogante sobre… bueno, todo.
—Debería haberle comprado un caballo a la chica —
refunfuñó Trystan.
—Pues no lo hiciste. Ni se te habría ocurrido a ti solo —
dijo Kent, con su férrea alegría intacta—. Bridget, acércate
y acarícialo para que conozca tu olor —la instó Kent a
unirse a él junto al caballo.—Se llama Beau. Tiene dos años
y es el caballo cabriolero más elegante que jamás hayas
visto. No puedo esperar a verte montarlo en Hyde Park.
—Serás la envidia de todas las damas y caballeros —dijo
Graham—. Es una fina bestia. Ayudé a Kent a elegirlo.
Ella levantó la mano y acarició al caballo. El animal le
dio un golpecito en la mano en señal de saludo. Le lanzó
una mirada valorativa a Graham mientras acariciaba la
nariz de Beau.
—No creí que quisieras que yo ganara tu apuesta.
—Dejando a un lado las apuestas, toda dama se merece
un buen caballo. Además, aunque no deseo que gane Trys,
eso no significa que yo quiera castigarte. Has sido
excesivamente buena complaciendo nuestros caprichos. Te
mereces algo por tratar con nosotros, 'caballeros elegantes
y mimados', ¿eh? —soltó una risita.
Los ojos castaños oscuros de Beau se clavaron en los
suyos y ella sintió que la invadía una sensación de paz.
Había oído que los caballos eran así.
—Amo los caballos, pero nunca he montado uno.
Trystan se unió a ellos, con cara de incredulidad.
—Pero vivías en un maldito establo.
—Solo dormía allí para que nadie pudiera encontrarme.
Los hombres se emborrachaban, y es más fácil patear una
puerta en la taberna que subir una escalera. Pero nunca he
montado a caballo, ni una sola vez.
—Entonces hoy aprenderás —le sonrió brillantemente
Kent—. Montar a caballo es una libertad a la que pronto te
volverás adicta —luego se volvió hacia Trystan—. ¿No se ve
elegante en su nuevo traje de montar?
Su traje de montar de terciopelo bermellón tenía un
sombrero a juego que adornaba su cabeza, decorado con
una hermosa pluma de faisán. Bridget amaba cómo le
quedaba, pero no se había dado cuenta de que ponérselo
significaría subirse a un caballo. Había estado demasiado
ocupada dando vueltas frente al espejo, admirando su
reflejo como una urraca tonta.
—Sabes muy bien que sí —dijo Trystan de forma
gruñona—. Ven aquí, Bridget. Te ayudaré —la cogió de la
mano y tiró de ella hacia él. Estaba tan concentrada en la
sensación de su mano que no se dio cuenta de que la
estaba levantando hasta que su trasero se dejó caer en la
silla de montar. De repente, se paralizó de miedo mientras
sus piernas colgaban del mismo lado del caballo. Estaba
sentada casi de lado sobre él, lo que no la hacía sentir
segura ni estable—. ¿Bridget? —la voz de Trystan sonaba
extrañamente distante. Todo lo que realmente podía oír
claramente era un zumbido en sus oídos, y todo lo que
sentía era el golpe seco de su corazón mientras latía lo
suficientemente fuerte como para salirse de su pecho.
—Yo… —estaba demasiado asustada para moverse, y
mucho menos para hablar. Estaba sentada a cierta altura
del suelo, y el caballo se sentía enorme, poderoso,
peligroso bajo su cuerpo. ¿Y si la tiraba y la pisoteaba? ¿Y
si se caía y su cuerpo la aplastaba?
—Tal vez debería… —comenzó Trystan, pero en lugar de
terminar su pensamiento, subió detrás de ella.
Sentir la fuerza de Trystan y el apoyo de poder
recostarse contra él calmaron sus pensamientos
turbulentos y llenos de pánico como un murmullo de
estorninos aterrizando en el suelo a la vez.
—¿Mejor? —preguntó él.
—S… sí. Solo estaba un poco aterrada —admitió, su voz
aún temblaba.
—No lo estés, gatita. Ahora te tengo en mis manos. Te
enseñaré lo que necesitas saber.
De algún modo, había sido cambiada por su pelea de la
noche anterior y el maravilloso, casi aterrador placer que
había sentido después. No podía decir cómo exactamente.
Todo lo que sabía era que se sentía menos enfadada con él
que la noche anterior… y extrañamente más reconfortada
por él.
Kent y Graham montaron sus caballos y comenzaron a
trotar delante de Bridget y Trystan.
—Montar a la amazona es una lección para otro día —
dijo—. Pasa la pierna izquierda hacia el otro lado, eso es,
buena chica. Levanta tus faldas para que puedas montar a
horcajadas. Como yo estoy usando los estribos, tú solo te
sujetas a él con las rodillas.
Levantó las faldas y dejó caer las piernas por los
costados del caballo, luego presionó ligeramente las
rodillas contra los flancos del animal, asegurando el agarre
de su cuerpo al caballo. Se sentía mucho más estable que la
forma en que había estado sentada antes, donde había
estado semi sentada sobre el lomo de la bestia.
—¿Por qué las mujeres cabalgan de la otra manera? —
preguntó ella.
—Me temo que te parecerá una respuesta bastante tonta
—evadió Trystan mientras empujaba al caballo hacia
adelante con una ligera patada.
—Cuéntame.
—La sociedad… la sociedad civilizada, en todo caso… —
comenzó.
—Te refieres a los hombres —interrumpió Bridget,
sospechando hacia dónde se dirigía el tema.
—Eh, sí. Bueno, no creen que las mujeres deban
sentirse… ¿cómo decirlo? Les preocupa que una mujer
pueda sentirse excitada por el movimiento entre sus
muslos. Y además, los hombres no tienen mucha visibilidad
de las piernas de las mujeres cuando montan de lado.
—Oh, eso sí que suena tonto —coincidió ella. Imaginó a
muchas mujeres cayéndose de los caballos por tener que
sentarse de una forma tan incómoda e inestable. Todo por
lo que pensaban algunos hombres.
—En realidad estoy de acuerdo, pero también creo que
una mujer debe sentir placer si lo desea, y creo que tengo
derecho a disfrutar viendo sus hermosas piernas si ella
decide enseñarlas —soltó una risita, y el intenso sonido
retumbó de su pecho hacia la espalda de Bridget. Trystan
le agradaba cuando estaba relajado y no ocupado dando
órdenes.
Graham atravesó la calle al galope. Kent mantenía su
caballo junto a Trystan y Bridget mientras recorrían el
camino que se alejaba de la casa. La avenida estaba
bordeada de castaños brillantes con hojas nuevas que
bailaban con la ligera brisa, y el sol suave y cálido bañaba
el rostro de Bridget. A pesar de las nubes lejanas, ella
podía oler el aroma limpio de la lluvia fresca y supuso que
pronto les caería un chubasco.
Trystan comenzó de nuevo sus lecciones, y Bridget
encontró preferible esta clase a caballo que aquella en la
mesa del comedor o en la biblioteca. A pesar de su
creciente amor por los libros de Trystan, le gustaba mucho
más estar en el exterior, en el mundo.
—Ahora, deberíamos comentar algunos
comportamientos que necesitarás aprender para cuando
estés en la ciudad —comenzó él.
—¿Por dónde empezamos? —preguntó Kent.
—Por la caminata, creo —continuó Trystan—. Bridget,
¿me estás escuchando?
—Sí —ella lanzó una pequeña sonrisa a Kent, quienpareció darse cuenta de que había estado soñando
despierta. Él le devolvió la sonrisa secreta.
—Hay horas más populares para ir a Hyde Park cuando
pasear y ser visto por otros en sociedad es tu deseo. Entre
las cinco y las seis de la tarde… —habló largo y tendido de
las horas más populares para diversas actividades, y ella
dejó de escuchar. Solo cuando él le pellizcó el trasero, ella
se sobresaltó, se sentó más derecha y volvió a concentrarse
—. Prohibido caminar sola como joven soltera. Debes ir
acompañada de una chaperona autorizado. Si estás casada,
puedes caminar con un acompañante que no necesita ser
chaperona. Ahora bien, si ves a alguien conocido y deseas
saludarlo, debes permitir que la persona de mayor rango te
salude primero, a menos que sea un hombre. Aunque sea
un duque, tú eres la dama y tienes el poder de saludarlo
primero. Como dama, siempre tienes el derecho de
reconocimiento antes que cualquier hombre. La única
excepción sería si el caballero llevara mucho tiempo
conociéndote íntima o familiarmente.
Esto era un poco más interesante que las reglas de las
horas más populares.
—¿Cómo saludo a alguien? —preguntó ella. Dudaba que
alguna vez reconociera a alguien, pero valía la pena
preguntar.
Ahora, sus manos sujetaban ligeramente las riendas del
caballo. Las manos de Trystan también sujetaban las
riendas, y sus dedos se rozaban de vez en cuando mientras
el caballo caminaba. Chispas de percatación subieron
danzando por sus brazos. Intentó no pensar en las manos
de Trystan, sin guantes, azotándole el trasero, pero el mero
hecho de pensarlo le provocaba oleadas de deseo en el bajo
vientre.
—Una dama hará una ligera reverencia o inclinará la
cabeza. Un caballero se inclinará y se quitará el sombrero
de la cabeza. Si se limita a tocar el ala de su sombrero
hacia ti, eso es inaceptable —continuó Trystan,
completamente ajeno a sus pensamientos.
—¿Azotarías a un hombre que me hiciera eso? —
preguntó ella en tono burlón. Kent se rio.
—Podría —dijo Trystan muy serio—. Respetar a las
mujeres es la forma más elevada de civilidad. Sois el sexo
débil y merecéis un trato que lo refleje.
Si Kent no hubiera estado allí, ella le habría preguntado
a Trystan si azotar a una mujer y luego besarla como él lo
había hecho era respetuoso. Amaría ver su reacción ante
eso. El hombre probablemente balbucearía y luego la
azotaría de nuevo. Ella se mordió el labio para ocultar una
sonrisa. Empezaba a darse cuenta de que un Trystan
frustrado era un Trystan apasionado. Quizá se había
apresurado demasiado a enfadarse con él. Después de todo,
a ella le había gustado bastante todo lo que había pasado la
noche anterior. Al principio había querido negarlo, pero
ahora no podía.
Cabalgaron otros quince minutos, recorriendo sus
tierras antes de que ella divisara un viejo conjunto de
ruinas semiocultas en el bosque.
—¿Qué es eso? —señaló las ruinas.
—Parte de una antigua iglesia Sajona —dijo Trystan.
—¿Podemos ir a verla? —preguntó Bridget, emocionada.
—Vamos, llévala, Trys. Yo alcanzaré a Graham —instó
Kent a su caballo hacia la lejana figura de Graham que aún
galopaba por el campo.
Ella y Trystan siguieron solos. Cuando llegaron al borde
de la estructura de piedra, él se deslizó fuera de la silla de
montar y la ayudó a bajar. Por un momento, sus manos
permanecieron en su cintura y las de ella en sus hombros.
Miró el cálido color marrón whisky de sus ojos y, una vez
más, sintió un hambre prohibida por él.
—Sobre anoche —dijo él lentamente, con un tono suave
y vacilante—. Debo disculparme por… por lo que hice.
—¿Azotarme como a una niña y luego besarme… y todo
lo que siguió? —preguntó ella. Ninguno de los dos se
movió. El aire se sintió repentinamente cargado, como si
una tormenta creciente estuviera sobre ellos.
—Bueno… —sus labios se crisparon mientras luchaba
contra una sonrisa traviesa—. Solo te pido disculpas por mi
tono cuando te hablé. Mantengo todo lo demás, arpía —
Trystan le soltó las caderas y caminaron hacia las ruinas.
La forma en que dijo arpía esta vez fue menos como un
insulto y más como una palabra de cariño.
—¡Aun así me azotaste como a una niña! —protestó.
—Eso no tiene nada que ver con tratarte como a una
niña. Sé muy bien que eres una mujer adulta —la voz de
Trystan se volvió más grave y Bridget sintió escalofríos,
pero no por miedo.
—¿Entonces?
A pesar de que no había nadie cerca para oírlos, Bridget
sabía de alguna manera que su pregunta iba a provocar
una discusión de naturaleza prohibida, y ella miró a su
alrededor. Se detuvieron junto a la entrada, donde había un
muro bajo que sobrepasaba ligeramente la cintura de
Bridget. Ella sabía que él estaba haciendo tiempo mientras
se apoyaba en el muro de piedra en ruinas y estudiaba los
cimientos. Parte de la estructura seguía en pie, pero la
mayoría se había derrumbado.
—Trystan, por favor, debes decírmelo —ella se paró a su
lado, se levantó las faldas e intentó subirse a la parte
inferior del muro, pero estaba demasiado alto. Después de
ver sus intentos frustrados, la levantó y la dejó en la pared
para que se sentara frente a él. Trystan colocó las palmas
de sus manos a ambos lados de sus caderas, con sus rostros
separados por escasos centímetros.
La brisa acarició un mechón de pelo oscuro en la frente
de Trystan. Sus rasgos mantenían un hermoso contraste
entre la dureza de su rostro y la suavidad salvaje de su
grueso cabello oscuro.
Incapaz de resistir el impulso, ella le apartó el pelo de
los ojos. Él la cogió de la muñeca con suavidad. Bridget
deseó que ninguno de los dos llevara guantes, porque
quería sentir su piel sobre la suya. Como si escuchara sus
pensamientos, él se quitó lentamente los guantes y luego
los de ella. Luego le acarició la palma de la mano con el
pulgar. El simple contacto era seductor de la forma más
hipnótica.
—Lo que te estamos enseñando, todos los modales y
lecciones de baile, es solo la mitad de lo que significa ser
una dama. Tienes que aprender muchas cosas sobre los
hombres y lo que ellos quieren. Y lo que es más importante,
necesitas aprender lo que mereces de los hombres.
—¿En la cama? —adivinó ella, con la respiración
acelerada.
—Sí, pero también en la vida.
—No deseo casarme.
—Entonces sí que eres una criatura tonta —suspiró él—.
No deseo casarme, pero mi posición me permite ese lujo. A
ti, solo te cierra oportunidades que de otro modo no
tendrías.
—Porque es un mundo de hombres —murmuró Bridget.
—Es lo que es —dijo Trystan—. Ahora, imaginemos que
por un momento bailas en los brazos de un hombre apuesto
en el baile de Lady Tremaine y sientes un aleteo en el
vientre…
Ella sabía a qué se refería, esa sensación que a veces
era tan abrumadora al punto de sentirse mareada. Pero en
su limitada experiencia, él era el único hombre por el que
había sentido eso. No lo había experimentado con Kent ni
con Graham, y ambos eran tan apuestos como Trystan.
—La sociedad te enseña que las mujeres no tienen o no
deberían tener deseos o placeres. Pero eso es mentira. Los
cuerpos de las mujeres están diseñados como los de una
diosa. Sois criaturas nacidas para sentir el más exquisito de
los placeres. Vuestro cuerpo es un mapa rebosante de
destinos placenteros, y cuando un hombre y una mujer se
unen, puede ser verdaderamente hermoso. Puede ir más
allá de lo que jamás hayas soñado. Con el hombre
equivocado, puede ser incómodo, poco placentero e incluso
desagradable —le soltó la muñeca para acercarse y
acariciarle el punto justo detrás de la oreja, lo que le
produjo escalofríos. Ella se retorció.
—Aún no me has explicado por qué me has azotado —le
recordó.
Él torció los labios.
—Hay juegos para hombres y mujeres, posturas
interesantes que pueden experimentar y juguetes que
pueden utilizar…
—¿Juguetes? —ella no podía imaginar qué quería decir
con eso—. ¿Como muñecas?
Él soltó una risita pecaminosa y sacudió la cabeza.
—No, no como muñecas —cogió sus muñecas entre las
suyas, rodeándolascon sus fuertes dedos hasta controlar
sus manos—. Imagíname cogiéndote así. No puedes
escapar de mí mientras te beso en lugares como éste… —se
inclinó para besar sus labios y luego bajó hasta su cuello,
rozando y luego mordisqueando su oreja. Le pasó la lengua
por la concha de la oreja, y ella se estremeció y jadeó
cuando un fuerte latido entre sus muslos la abrumó
repentinamente—. ¿Cómo te hace sentir eso, gatita? ¿Hace
que tus muslos tiemblen? ¿Sientes anhelo en el lugar
secreto entre tus muslos por algo que aún no comprendes?
—las traviesas palabras susurradas en su oído la hicieron
gemir.
—S… ¡sí!
Él le mordió ligeramente el lóbulo de la oreja, pero el
pequeño pinchazo fue demasiado.
—Trystan —suplicó, pero no estaba segura de lo que
pedía.
—¿Sabes lo que necesitas? —le preguntó mientras el
agarre en sus muñecas se intensificaba suavemente—.
¿Sentir tu cuerpo bajo mi control, saber que soy el amo de
tu placer? Te excita, ¿verdad? Un buen hombre sabrá darte
lo que necesitas, como unos azotes de vez en cuando. No
necesitas un amo que te ordene vivir tu vida, pero puede
que necesites un hombre que demuestre que es digno de tu
fuego y de tu sumisión.
—¿Mi sumisión? —no estaba segura de entender, pero
era difícil pensar más allá de las imágenes vívidas y
eróticas que pintaban sus palabras.
—Cuando te entregues en esos momentos de placer, te
convertirás en la dueña de ese hombre. Tú tienes el
control. Un buen hombre solo aprecia su propio placer
cuando está seguro de haber visto el tuyo —Trystan besó el
hueco de su garganta y ella echó la cabeza hacia atrás,
contemplando las nubes de tormenta que se acumulaban
sobre ellos. Era como si su excitación hubiera creado la
tormenta, que en cualquier momento se desataría sobre
ellos.
Él hizo una pausa entre sus besos para volver a
susurrarle al oído.
—Pero debes tener cuidado, gatita. El hombre
equivocado te rompería, no te liberaría.
—Trystan… necesito… necesito… —deseaba saber qué
pedirle—. Por favor…
Él dejó escapar un suspiro entrecortado.
—Tengo que confesarte algo.
Lo miró con ojos suplicantes mientras él se esforzaba
por admitir lo que sentía.
—Eres la mujer más irresistible que he conocido. No
tienes ni idea de lo que me haces.
Ella se acercó más a él, desesperada.
—Si se parece en algo a lo que me estás haciendo,
entonces sí que me hago una idea.
Él sonrió, y eso acabó con la última pizca de control de
Bridget. Se retorció en la saliente de la pared y abrió las
piernas todo lo que le permitió su traje de montar. Su
sonrisa se desvaneció y él cambió el agarre de sus muñecas
a una mano antes de deslizar la otra por debajo de su falda
para tocarla donde el anhelo era más intenso. Ella jadeó
cuando sus dedos recorrieron los labios de su carne
sensible. Sus ojos se oscurecieron de deseo cuando
introdujo un dedo en ella.
—Oh, Dios… —gimió ante la extraña sensación de esa
suave penetración. Le encantaba, no, lo odiaba, no… lo
amaba. Sacó el dedo y volvió a introducirlo, esta vez más
profundamente.
—Muy estrecha —susurró, con la voz encendida por la
lujuria—. Estrujarías mi polla como un puño, ¿verdad?
Bajó la cabeza y sus labios se posaron hambrientos
sobre los de Bridget mientras seguía penetrándola con el
dedo sin dejar de besarla, pero ella necesitaba más. Sus
suaves gemidos entre besos se hicieron más profundos
cuando él añadió un segundo dedo al primero. Aceleró el
ritmo y su beso se hizo más profundo, con su lengua
introduciéndose al compás mientras le mostraba lo que era
el placer.
—Eso es, gatita —gruñó—. Muéstrame tu pasión,
muéstrame que me perteneces y seré tuyo.
Algo en esas palabras, en pertenecerle aunque la tuviera
prisionera… fue todo lo que pudo soportar mientras el
hambre creciente alcanzaba su punto más alto. Bridget se
deshizo por dentro al mismo tiempo que el cielo desataba
su tormenta.
Experimentó una oleada tras otra de placer mientras
Trystan seguía introduciendo sus dedos, pero ahora con
mucha más suavidad. Ralentizó sus besos y apoyó su frente
en la de ella. Bridget sintió cómo nacía entre ellos una
poderosa conexión mientras la lluvia golpeaba sus pieles
calientes.
Él sacó la mano de su falda, la cogió y la bajó de la
pared, pero a ella le temblaban tanto las piernas que no se
atrevió a moverse. Trystan la cogió en brazos y la llevó
hacia una parte de las ruinas que aún tenía un pequeño
tejado. La bajó, luego volvió a la lluvia y regresó con su
nuevo caballo al interior de la estructura de techos altos.
—Será mejor que esperemos aquí a que pase la
tormenta —dijo.
Ella se frotó las manos, temblando por la lluvia que
había empapado su traje de montar rojo.
—¿Tienes frío?
Bridget asintió. Trystan se acercó y se tumbó en el
suelo, luego se unió a ella y la atrajo hacia su regazo. La
rodeó con los brazos y la calentó con su calor corporal.
—Prométeme que algún día elegirás a un hombre que
vea tu valor —murmuró las palabras dentro de sus cabellos.
—¿Alguien como tú? —se atrevió a preguntar.
El silencio fue demasiado largo.
—No, gatita. No soy el indicado para ti. Hay hombres
mucho mejores ahí afuera. Hombres que harán arder tu
mundo con aventura y pasión.
Ella apoyó la cabeza en su pecho, cerrando los ojos. No
se atrevía a decir lo que sentía, pero estaba claro que no
era la mujer que él quería, no en ese sentido. Él era
simplemente su tutor, nada más. Esa revelación la heló más
profundamente que cualquier lluvia primaveral.
Cuando la tormenta cesó, abandonaron las viejas ruinas.
Bridget se preguntó si esas ruinas habían sido alguna vez
un lugar donde los antiguos guerreros Celtas ofrecían
sacrificios, porque sentía como si su corazón hubiera sido
abierto sobre el altar, dejado allí para desangrarse.
T
8
rystan no estaba seguro de si el ritmo fugaz de las
tres semanas siguientes había sido un alivio o un
castigo. Había conseguido, por pura determinación,
mantenerse alejado de Bridget en situaciones que podrían
haber acabado con ella tumbada sobre su espalda y él
dentro de ella. Trystan sospechaba más bien que la maldita
naturaleza protectora de Kent y su actitud vigilante eran lo
que realmente lo había mantenido a raya.
Ese día de la tormenta, cuando Trystan y Bridget habían
regresado a la casa despeinados y empapados, había
evitado culpablemente la mirada inquisitiva de su amigo.
Graham se había burlado de él como si no hubiera visto
nada preocupante en el tiempo que habían compartido a
solas, pero Kent se había vuelto cada vez más vigilante
después de aquel día.
Ahora todo estaba llegando a su fin. Ahora era el
momento que todos habían estado esperando, la noche del
baile de Lady Tremaine. Después de esta noche, Bridget y
él se librarían de la apuesta… y el uno del otro.
Hacía cinco días que habían llegado a su casa de
Londres para que Bridget se instalara en la ciudad. Al
principio se había sentido abrumada, pero como siempre,
había sorprendido a Trystan y se había adaptado al ritmo
londinense con facilidad. La habían llevado a montar a
caballo por Hyde Park y la habían dejado comer helado en
Gunter's. La habían llevado a comprar un vestido adecuado
para el baile de Lady Tremaine y, en contra de los deseos
de Trystan, también la habían colado en Tattersall's vestida
de chico.
Él no había querido arriesgarse a que la descubrieran
como una mujer en aquella casa de subastas donde las
damas estaban prohibidas, pero más tarde se sintió feliz
por la excursión. Ver la cara de la chica mientras caminaba
entre las filas de las mejores caballerías de Londres había
merecido la pena. Ella había disfrutado cada minuto viendo
cómo los ricos y poderosos competían por los caballos más
asombrosos que Inglaterra poseía.
Pero todas esas aventuras habían llegado a su fin. Solo
quedaba el baile, el cual empezaría en media hora. El
entrenamiento al que había sido sometida en el último mes
se pondría a prueba esta noche. Trystan se había
preparado para este momento poniéndose su abrigonegro
superfino, su chaleco dorado favorito y sus pantalones
bombachos. Ahora estaba al pie de la escalera, esperando a
que Bridget se uniera a ellos.
—Sabes, casi espero que ella gane esta noche —dijo
Graham mientras tiraba de los bordes de su abrigo para
alisarlo.
—Ganará, no me cabe duda —dijo Trystan con confianza.
Incluso él habría creído que era una dama si no la hubiera
conocido antes de esta noche. Él había hecho un trabajo
magistral poniéndola a prueba como a cualquier buen
caballo de carreras en la preparación para El Royal Ascot.
Estaba muy impresionado con su progreso. Había superado
todas y cada una de las pruebas que él había planeado, y
más.
—Ella nos tendrá allí para ofrecerle orientación —dijo
Kent a Trystan.
—Sabes, Kent, es bastante injusto que te hayas puesto
del lado de Trystan. Si yo gano, no te invitaré a mi nueva
cabaña de cazadores durante un año entero —dijo Graham.
Kent se llevó una mano al pecho.
—Oh, cómo me hieres, viejo amigo. Pero la verdad es
que no me puse del lado de Trys.
—¿Oh? ¿Entonces de qué lado estás, hombre? —le
preguntó Graham.
—Estoy con la señorita Ringgold, por supuesto —dijo
Kent como si eso lo explicara todo.
Trystan soltó una risita. Los tres continuaron burlándose
el uno del otro hasta Graham dejó de hablar de golpe y
miró algo detrás de Trystan y Kent, con los ojos redondos
como platos.
Cuando se dio la vuelta, Trystan, por primera vez en su
vida, simplemente se olvidó de respirar. La mujer que
bajaba fácilmente las escaleras era una visión de belleza
divina, tanto que parecía un crimen siquiera mirarla.
El vestido plateado tenía una brillante falda exterior de
gasa que brillaba a la luz de la lámpara con cada paso que
Bridget daba. Una cadena con una estrella formada por un
grupo de diamantes descansaba en su garganta. Llevaba el
pelo recogido en suaves rizos caídos, y pequeños grupos de
estrellas de diamantes a juego estaban clavados en algunos
puntos de su peinado. Parecía como si las constelaciones
hubieran caído del cielo nocturno y se hubieran encargado
de atarle el pelo con un cuidado celestial.
Trystan había reflexionado largo y tendido sobre cómo
debían ser su vestido y su peinado para esta noche, con el
fin de crear el efecto adecuado para el beau monde. Pero la
idea que tenía en la cabeza no podía compararse con la
visión de carne y hueso frente a él. Llevaba dos guantes
blancos hasta los codos y un fino abanico en una mano. Con
la otra mano sujetaba la cola del vestido mientras bajaba
las escaleras. Ella estudió sus rostros en silencio,
esperando algún comentario o crítica, pero ninguno de
ellos tenía nada para decir. Trystan solo pudo parpadear y
seguir mirándola. Podría haberla mirado el resto de su
vida.
Sus ojos lavanda se posaron en él.
—¿Estamos listos para irnos? —un lacayo le acercó una
capa azul y ella se la ciñó como lo haría una dama que
hubiera usado capas finas durante años. Un rizo suelto de
su cabello acariciaba su mejilla y él se sintió celoso de ese
rizo, deseando poder tocar su piel el resto de la noche.
—Eh… sí —Trystan finalmente encontró sus palabras. Le
ofreció su brazo una vez que ella se había puesto la capa.
Caminaron hasta el carruaje y él la ayudó a entrar, con sus
amigos siguiéndolos de cerca.
—¿Estás lista para esta noche? —le pregunto Kent a
Bridget una vez que el carruaje se puso en marcha hacia la
casa de Lady Tremaine.
—Sí, creo que sí —respondió ella. Su tono suave era
dulce, confiado. Para su sorpresa, Trystan se dio cuenta de
que echaba de menos a la criatura descarada, franca y
salvaje que había sido antes de que él se la llevara y la
convirtiera en esta hermosa dama. Era equilibrada y
elegante, con unos ojos extraordinariamente inocentes que
le recordaron al vals que habían bailado juntos, como si
solo hubiera bailado a la luz de la luna y rodeada de flores.
Era magnífica, pero, al mismo tiempo, se preguntó si había
hecho algo terrible al destruir a la diablilla que llevaba
dentro.
Había planeado utilizarla para burlarse de sus
compañeros aristócratas y demostrar que cualquiera podía
ser entrenado para actuar como si hubiera nacido en la alta
sociedad. Quería demostrar al beau monde que no eran
mejores que una arpía como Bridget… pero la verdad era
que Trystan había llegado a creer que ella era mejor que
ellos. Era honesta y valiente, y ahora él temía haberle
quitado ambas cualidades.
Está mejor de esta manera. Así tendrá un futuro,
susurró una voz en su interior. Pero ese pensamiento no
borró su sentimiento de culpa ni su decepción. Lo que más
había amado de ella era que no había sido creada a partir
de un molde de arcilla, como parecía ocurrir con las otras
mujeres de Londres. Ella le había fascinado en todos los
niveles. Bridget era un misterio sin fin. Pero ahora parecía
no ser diferente de cualquier otra mujer, y era culpa suya.
Ella era mucho más hermosa, por supuesto, pero el fuego
dentro de ella no se veía por ninguna parte. Había perdido
esa chispa, todo por su culpa y su tonta apuesta con
Graham.
Y al darse cuenta de eso, tuvo un terrible pensamiento.
Si Bridget había cambiado de ese modo, ¿entonces todas
las demás mujeres que había conocido en su vida, las que
le habían parecido aburridas e inspiradoras, también
habían sido… cambiadas? Tal vez casi todas las mujeres de
la alta sociedad se veían obligadas a renunciar a sus sueños
y deseos y a desempeñar el papel de hijas, hermanas o
esposas obedientes y serviles. Las expectativas de la
sociedad habían borrado la singularidad de todas ellas.
Dios mío… Si ése era el caso, era un maldito canalla por
siempre pensar en ellas de la forma en que lo había hecho.
Su maldita arrogancia bien podría haberlo convertido en un
hombre tan malo como cualquier otro, cuando podría haber
estado animando a sus conocidas a salir de los caparazones
en los que la sociedad las obligaba a esconderse.
Trystan echó una mirada furtiva a Bridget, quien estaba
sentada tranquilamente en el carruaje, con la mirada a
miles de kilómetros de distancia y, en ese momento, él
prometió no volver a juzgar a ninguna mujer de la forma en
que solía hacerlo.
Cuando llegaron a casa de Lady Tremaine, se quitaron
las capas y Trystan la condujo con orgullo hacia el salón de
baile. El maestro de ceremonias los estaba esperando.
Mientras hacían fila para ser presentados, un hombre alto y
rubio pasó junto a ellos. Bridget dejó de respirar y se quedó
paralizada, sin color en la cara.
—¿Qué pasa? —preguntó él.
—Ese hombre. El apuesto de pelo rubio pálido. Ha
estado varias veces en la taberna de mi padre. He hablado
con él cuando le he servido y siempre se mostraba muy
observador, no como los demás hombres que entraban en la
taberna a beber algo. Podría reconocerme —intentó liberar
su brazo, pero Trystan colocó una mano sobre la suya y
estrujó ligera y alentadoramente sus dedos.
—Un momento, querida —dijo Trystan—. No te
reconocerá. Ni siquiera yo lo hago. Tu transformación no
ha dejado ninguna duda en las mentes de quienes te
conocen que eres una dama, como todas las demás en esta
sala. Ahora es simplemente un hecho. Esa criatura que una
vez fuiste en Penzance se ha ido. Es imposible que él
sospeche de tu pasado.
Trystan estudió a este hombre quien era una amenaza
para su apuesta y maldijo en silencio. Conocía al tipo. Se
desenvolvían en círculos similares y habían sido
compañeros de escuela cuando eran niños.
Y entonces, como si el encantador diablo hubiera oído su
nombre, el hombre se volvió y vio a Trystan. Dirigió a
Trystan una mirada sardónica antes de posar sus ojos en
Bridget. El rostro del hombre se llenó de curiosidad.
El maestro de ceremonias hizo un gesto a Trystan y
Bridget para que se acercaran y ocuparan su lugar
mientras anunciaba sus nombres.
—Lord Zennor y Señorita Bridget Ringgold.
—Ánimo, gatita. Esta noche eres la dueña del mundo —
dijo él en un susurro y ella alzó más la barbilla, tan serena
como cualquier duquesa.Trystan acompañó a Bridget hasta Lady Tremaine,
donde ella fue recibida por la anfitriona. Lady Tremaine era
una hermosa mujer de unos cuarenta años, una viuda
inteligente pero compasiva.
Bridget y él mostraron cortesía al entablar una charla
trivial con Lady Tremaine antes de que ella empezara a
llamar a los hombres para que firmaran la tarjeta de baile
de Bridget. Ella informó a aquellos que se reunieron que
Bridget era la pupila del primo de Trystan de Yorkshire.
Y, por supuesto, el ultimo hombre de la fila era el
hombre que Bridget y él habían querido evitar. El hombre
le mostró su sonrisa a Bridget. Era una sonrisa que rompía
corazones en todo Londres.
—Trystan, debo pedirte que me presentes a la
encantadora pupila de tu primo.
—Bridget, este es el señor Rafe Lennox.
—Encantada de conocerlo, señor Lennox.
Rafe se inclinó y besó la mano enguantada de Bridget.
—El placer es todo mío, se lo aseguro. ¿Puedo solicitar
un baile?
Bridget no se negó, porque no podía. Una dama nunca
se negaba a bailar a menos que no estuviera familiarizada
con los pasos y, por lo tanto, pudiera avergonzar a su
pareja. Era una de las lecciones que le habían inculcado
una y otra vez.
—Por supuesto. Parece que me quedan un par de
lugares —ella levantó su tarjeta y Rafe sacó un pequeño
lápiz, anotando su nombre para uno de los bailes.
—Hasta entonces, señorita Ringgold —prometió Rafe
Lennox.
Bridget asintió. Una vez que él se marchó, ella dejó
escapar un pequeño y audible suspiro de alivio.
—Como he dicho, no te ha reconocido.
—Quizá lo haga si pasamos más tiempo juntos. El señor
Lennox no era tímido al hablar conmigo, y a menudo me
hacía preguntas sobre lo que ocurría en los alrededores de
Penzance.
—Todo lo que tienes que hacer es sobrevivir a un baile
con él —Trystan anotó su nombre en la tarjeta para el
último baile de la noche—. Aquí viene Kent. Quédate con él
un momento mientras te traigo algo de beber.
Trystan se dirigió a la mesa de refrigerios para coger
vasos de ponche de arak. Mientras caminaba entre la
multitud, oyó a docenas de personas susurrando preguntas
sobre quién era la belleza misteriosa que había sido traída
al baile.
Trystan no pudo evitar sonreír satisfecho.
BRIDGET SUJETABA SU ABANICO CERRADO CON MANO TEMBLOROSA
mientras miraba fijamente la espalda de Rafe Lennox. Él
estaba al otro lado de la habitación, inmerso en una
conversación y ajeno a ella. Pero seguía aterrorizada de
que pudiera reconocerla. Él había visitado la taberna con
frecuencia en los dos últimos años, y ella siempre le había
servido. La mayoría de los hombres de su rango no miraban
nunca a los muchachos que les servían ale, pero él sí. Sus
ojos azules podían ver cualquier cosa, y muy
probablemente lo veían todo. ¿Cómo demonios iba a
engañarlo? Él se daría cuenta de quién era, y cabía la
posibilidad de que le dijera a Lady Tremaine quién era en
realidad. No estaba completamente segura de que se lo
contaría a Lady Tremaine, pero la posibilidad la aterraba lo
suficiente como para preocuparse por ello.
El escándalo sería el fin de cualquier esperanza que
tuviera de un futuro mejor, y Trystan se vería envuelto en
un escándalo cuando saliera en su defensa. Y él saldría en
su defensa, ella lo sabía. De algún modo, en el último mes,
el arrogante noble había llegado a interesarse por ella,
aunque no tanto como ella se había interesado por él. Pero
a él le importaba lo suficiente como para no querer verla
avergonzada o humillada públicamente.
Kent se quedó a su lado mientras Trystan le llevaba un
vaso de ponche, pero el baile comenzó cuando él ya estaba
regresando. Ahora ella tenía que enfrentarse al primer
caballero de su tarjeta, quien se acercó y la reclamó para
su baile. Era un hombre apuesto de ojos amables, y le habló
de su hogar, un lugar llamado Falconridge. Ella disfrutó
aprendiendo sobre su hogar y él, posteriormente, le
preguntó sobre el suyo. Tuvo que responder vagamente.
Por suerte, sabía algo de Yorkshire gracias a las lecciones
de Trystan sobre el tema.
Consiguió relajarse un poco mientras bailaba con Lord
Falconridge, conversando agradablemente con el hombre.
Luego fue devuelta a Trystan y Kent, y aceptó agradecida
su ponche.
Así continuó con los demás, uno por uno, y con cada
baile, la fachada que mantenía requería menos esfuerzo y
se sentía más natural. Para cuando terminó el séptimo
baile, Graham llegó a reclamarla para el suyo y llevaba
consigo una noticia inesperada.
—Intenta no entrar pánico —dijo Graham en voz baja
una vez que estuvieron a una distancia prudencial de las
demás parejas—. Pero todos los presentes esta noche
sienten una gran curiosidad por ti.
—¿Por qué? —Bridget luchó para que el pánico no se
reflejara en su rostro ni en su voz—. ¿Sospechan algo?
—En absoluto. Creen que eres del norte, una parte del
país que la mayor parte de Londres considera fría,
deprimente y, francamente, un poco bárbara. Pero vienes
aquí luciendo absolutamente despampanante, y eso los
tiene formulando preguntas. Sabes que estás
singularmente hermosa esta noche, ¿verdad? Todos los
hombres de la sala desean saber quién eres. Y todas las
mujeres te miran con envidia. Desean conocer toda la
historia de tu vida. Ves el potencial para un desastre, ¿no?
Echó un vistazo a la sala y se dio cuenta de que mucha
gente, en efecto, la miraba.
—Oh cielos, ¿qué debería hacer?
—Hace tres semanas no te habría dado ningún consejo,
ya que me gustaría mucho poseer la cabaña de Trystan en
Escocia, pero te he cogido bastante cariño y no tengo
ningún deseo de verte avergonzada. Sorprendente,
¿verdad? —soltó una risita—. Y debido a esa indeseada
debilidad, te daré mi consejo.
Hizo una pausa antes de continuar. El baile estaba
terminando, pero ella no se atrevió a apresurarlo.
—Mi consejo… es que lo estás haciendo bien. Ni siquiera
Rafe Lennox sospechará nada, porque eres una dama,
Bridget. Nadie podría creer otra cosa.
Le guiñó un ojo y, cuando el baile llegó a su fin, ella giró
para mirar precisamente al hombre que tanta preocupación
le había causado esta noche.
Rafe le dedicó una sonrisa leonina mientras le ofrecía la
mano.
—¿Me parece que soy el siguiente? —cerró sus dedos
sobre los de ella y la condujo de nuevo al siguiente baile.
Los dos se miraron a través de la fila de bailarines, y él se
inclinó ante ella cuando la música dio inicio. Este baile en
particular los mantuvo separados la mitad del tiempo y
abrazados la otra mitad.
—Señorita Ringgold, debo confesarle que tengo la
extraña sensación de que ya nos hemos conocido. Lo hemos
hecho, ¿verdad?
El corazón de Bridget latía con fuerza, pero mantuvo la
calma. Era una dama. Nada podía alterarla si ella no lo
permitía. Un par de bailarines los separaron un momento y
luego volvieron a juntarse.
—No, lo siento, pero no nos habíamos conocido hasta
esta noche.
—¿De verdad? Entonces quizás usted me recuerda a
alguien. ¿Pero a quién? —su sonrisa desconcertada no
alivió sus temores—. Todo el mundo tiene tanta curiosidad
como yo. Ha causado un gran revuelo esta noche.
Se separaron una vez más mientras daban vueltas
alrededor de otro grupo de bailarines antes de volver a
juntarse.
—Podría jurar que nos conocemos —insistió él. Ella
respondió a su mirada escrutadora con una sonrisa cortés.
—Me habría acordado, señor Lennox. Usted tiene
bastante presencia —le dedicó una sonrisa insinuante.
Él le sonrió, intuyendo que tramaba algo.
—Usted me agrada bastante, señorita Ringgold. Estoy
seguro de que no seré el único hombre interesado en usted.
Cuando el baile terminó finalmente, se inclinó sobre la
mano de Bridget y sonrió repentinamente.
—Ahora recuerdo…
Necesitó toda su fuerza de voluntad para no
estremecerse y apartarse.
—¿Recordar qué, señor Lennox?
—Usted me recuerda a una amiga de mi hermano. Anna
Maria Zelensky. La Princesa de Ruritania. ¿La conoce?
—No, me temo que no he tenido el placer.
—Una pena. Creo que Anna y usted os llevaríais bien.Ella estuvo en Londres el otoño pasado, y ahora está en
Escocia con su marido. Es amigo mío, Aiden Kincade.
Ninguno de esos nombres significaba nada para ella, y le
preocupaba que él notara su falta de reacción.
—Ella es una belleza tranquila, pero hay un fuego en
ella, una ferocidad de espíritu que presiento que usted
también tiene. Puede que sea de Yorkshire, pero podría
pasar por una princesa. Ha sido un placer bailar con usted,
señorita Ringgold.
—Y con usted, señor Lennox —ella le sonrió
brillantemente al darse cuenta de que había superado la
prueba definitiva, una para la que nunca podría haberse
preparado de antemano.
Una vez que Rafe se marchó, tuvo la oportunidad de
beber otro vaso de ponche antes de que Trystan la
reclamara para el vals final.
—La sala estaba encendida con rumores —dijo mientras
la cogía entre sus brazos.
—¿Oh? ¿Sobre qué? —ella fingió inocencia, aunque sabía
a qué se refería.
—Rafe le está diciendo a todo el mundo que le recuerdas
a la Princesa Anna de Ruritania. Y como los cotilleos son lo
que son, más de una persona sospecha ahora que eres una
princesa disfrazada. Eso significa que lo has conseguido.
Ahora relájate, gatita, y baila el vals conmigo. Estoy
bastante cansado de ver a otros hombres teniéndote en sus
brazos cuando yo he esperado casi tres horas para este
placer.
Trystan le sonrió y se sintió algo mareada. Ella también
había esperado toda la noche por este vals. Cuando
empezaron a bailar, un inesperado alivio la invadió como
una ola sobre las costas de Zennor.
—Hemos ganado la apuesta —susurró emocionada.
—La hemos ganado —él le devolvió la sonrisa—. Y ahora
dormirás esta noche y soñarás con un nuevo comienzo.
Sí, ella soñaría eso, pero ese sueño contenía una pizca
de amargura, porque Trystan no estaría presente en ese
futuro. Quizá esta noche sería la última vez que bailaría
con él. Bridget estaba decidida a disfrutar todo lo posible, e
intentó saborear su victoria. Pero ese baile perfecto con su
pareja perfecta llegó demasiado pronto a su fin.
—¿Estás lista para irte a casa?
Estaba cansada ahora que su prueba final por fin había
terminado. Podría dormir una semana.
—Sí, llévame a casa, Trystan.
Encontraron a Kent y Graham cerca de las puertas de
salida del salón de baile. Se despidieron de Lady Tremaine,
quien insistió en que debían traer a esta encantadora
muchacha para visitarla pronto. Con el murmullo sonrojado
de que ella también estaría encantada, Bridget y sus tres
acompañantes partieron y se dirigieron a casa.
Cuando llegaron a la casa de Trystan, su mayordomo
londinense, el señor Fydell, les dio la bienvenida. Kent le
dio al mayordomo las buenas noticias.
—Trys lo ha conseguido. ¡Ha ganado la apuesta!
—Sí, sí, puros elogios para Trystan —refunfuñó Graham,
pero sonreía mientras fingía estar molesto.
—Bien hecho, milord —exclamó el señor Fydell a su
amo.
Bridget no podía creerlo. Había vuelto a ocurrir. Se quitó
el abrigo y fue completamente ignorada por los caballeros
mientras subía a su dormitorio. Al llegar a la puerta, se dio
cuenta de que los hombres estaban celebrando abajo y
nadie le había pedido que se uniera. Había sido igual que la
noche que habían cenado en casa de Lady Helena.
Entró en su habitación y encontró a Marvella
esperándola levantada. La ayudó a desvestirse para pasar
la noche y Bridget recogió sus joyas, guardando los
diamantes en un pequeño estuche de terciopelo. Algo
acerca del hecho de guardar una belleza tan
resplandeciente, guardarla hasta que fuera nuevamente
necesitada, acabó por sacarla de quicio.
Cogiendo el estuche y llevando nada más que su
camisola y su bata con zapatillas de casa, bajó furiosa a la
sala de billar, donde los tres hombres bebían brandy y se
reían de su éxito en engañar a uno de los más astutos
libertinos de Londres.
—Gatita, ¿qué demonios haces levantada? Vete a la
cama, criatura tonta —Trystan la despidió con un gesto de
mano antes de dar un largo trago a su brandy.
Ella apaciguó la rabia que crecía en su interior.
—Estos son para ti. Supongo que deberían ser devueltos
si me marcho mañana por la mañana —dejó la caja de
diamantes sobre la superficie de paño verde de la mesa de
billar y salió de la habitación, dejando un estruendoso
silencio tras ella.
Estaba a mitad de camino escaleras arriba cuando oyó a
Trystan gritar su nombre, pero no se detuvo hasta que él la
alcanzó en lo alto de la escalera.
—Vaya criatura desagradecida —dijo mientras intentaba
devolverle los diamantes.
—No soy desagradecida. Estoy cansada —dejó caer la
caja al suelo entre los dos y se dirigió a su dormitorio.
—Bridget, vuelve enseguida. No hemos terminado de
hablar.
Aceleró el paso y, tan pronto como llegó a su habitación,
él se le unió en la puerta abierta. La criada parpadeó
sorprendida al verlos mientras retiraba las mantas de la
cama.
—Por favor, déjanos, Marvella —ordenó Trystan con un
tono tan duro como los diamantes que él sostenía en la
palma de la mano.
—¿Señorita? —preguntó Marvella a Bridget con
preocupación.
—Vete a la cama. Estaré bien —tranquilizó a Marvella.
Marvella tragó duro y asintió antes de marcharse.
Cuando la puerta se cerró detrás de ellos, Bridget sintió
que su furia se estrellaba contra la de Trystan en una
tormenta cegadora, pero ninguno de los dos se movió.
—Estos diamantes han sido un regalo —dijo él, con un
tono peligrosamente suave—. Has sido la mujer más
brillante y hermosa del baile de esta noche, y hemos
pasado un rato juntos que me ha parecido de lo más
agradable. Te has ganado los diamantes. Deberías
quedártelos.
—¿Ganado? —la palabra la hizo pensar en un futuro
tumbada sobre su espalda—. ¿Cómo te atreves…? —levantó
la palma de la mano para golpearle. Él le cogió la muñeca,
impidiéndolo.
—No pretendía decirlo de esa manera, y lo sabes
malditamente bien —siguió cogiéndola del brazo y se
acercó—. Quédate los diamantes. No los necesito.
—No deseo quedarme con nada por lo que hayas
pagado, ya no. Solo me llevaré lo que he traído conmigo…
—Ahora estás siendo una tonta.
—¿Tonta?
—Sí, una tonta. Si te fueras solo con lo que has traído, lo
único que te quedaría sería esa ropa de niño —gruñó—.
Teníamos un acuerdo, un entendimiento. Todo lo que se te
ha dado te lo has ganado a pulso, no es un acto de caridad
para que lo desprecies. Solo una tonta tiraría todo eso por
la borda porque está enfadada conmigo. Sin importar el
hecho de que ni siquiera sé por qué estás molesta. Ahora
vete a la cama. Mañana te sentirás mejor. Mañana
podremos arreglar las cosas y podrás mudarte a una
pequeña cabaña pintoresca que tengo preparada para ti.
Será…
—No quiero ir a ninguna maldita cabaña. ¡Déjame en
paz! —gruñó. Su calmada e insensible conversación sobre
su partida la llevó a un nuevo nivel de dolor, y empezó a
llorar a pesar de su más profunda intención de no hacerlo
—. Por favor… solo déjame sola.
Pero él no lo hizo. La atrajo entre sus brazos,
abrazándola con fuerza, sus labios presionando su oreja.
—Tranquila, gatita —la tranquilizó—. No quería
disgustarte. El tonto soy yo. Lo has hecho de maravilla esta
noche y te mereces un cielo nocturno lleno de diamantes —
le dijo, y su ternura de alguna manera hizo que ella se
sintiera peor y que su llanto se hiciera más fuerte—. Calla
ya, o tendré que besarte para que te sientas mejor.
Cuando ella no pudo dejar de llorar, él levantó su cara y
sus labios se encontraron con los suyos. Esa simple
conexión la hizo sentirse con los pies en la tierra, como un
árbol hundiendo sus raíces tan profundamente en un suelo
que ninguna tormenta podría arrancarlo de ese pedazo de
tierra en el que se encontraba. Este hombre se había
convertido en su suelo, en la tierra en la que podía
hundirse con seguridad, para crecer y superar las
tormentas más poderosas.
Su boca se movió tiernamente sobre la de ella, y Bridget
deslizó los brazos sobre sus hombros para aferrarse a él.
Un suave golpe seco a sus pies la hizo pensar vagamenteen los diamantes que él debió haber dejado caer, pero a ella
solo le importaba el beso de Trystan.
La hizo retroceder hasta que terminó contra uno de los
postes de la cama. Entonces él deslizó la bata fuera de sus
hombros y ella se quitó las zapatillas de casa.
—Quédate —le dijo antes de dejarla brevemente para
coger una de las cintas de pelo extra en el tocador. Cuando
regresó, se quedó de pie en una pregunta silenciosa,
cogiendo la cinta, y ella respondió con un pequeño y
desesperado sonido que lo hizo besarla de nuevo. Bridget
no sabía qué era lo que Trystan pretendía, pero confiaba en
él. Volvió a presionarla contra el poste de la cama, le ató las
muñecas con la cinta y las levantó por encima de su cabeza
antes de atar el resto de la cinta al poste. Estaba indefensa
y su cuerpo palpitaba casi dolorosamente de necesidad.
—Eres muy hermosa —murmuró Trystan mientras
deslizaba las palmas de las manos por sus brazos, desde las
muñecas hasta los hombros. Ella tembló, sintiéndose
vulnerable mientras él la miraba con un brillo voraz en los
ojos—. Temía haber perdido esa parte descarada de ti que
arde con fuego, pero aquí está. La he encontrado y no me
atrevo a perderte de nuevo.
¿Él amaba esa parte de ella? ¿La parte que lo había
frustrado tantas veces? Algo de eso hizo que su corazón se
llenara de calor y la dejó mareada de alegría.
Trystan le desabrochó las cintas de la camisola por
encima de sus pechos y luego, cogiendo la tela en sus
manos, la desgarró hasta la parte superior de su vientre. A
Bridget siempre le habían molestado las curvas de su
cuerpo, pero cuando él la miró, aceptó finalmente la llenura
de sus pechos.
Trystan cogió uno con la mano, le rozó el pezón con el
pulgar y se lo pellizcó ligeramente. Ella gimió cuando un
calor abrasador se disparó directamente a su vientre. Él
inclinó la cabeza hacia el otro pecho y cogió su pezón entre
sus labios. El tirón en esa zona sensible y erecta provocó un
flujo de calor húmedo entre sus muslos. Bridget los apretó,
intentando eliminar una palpitación que no hacía más que
aumentar. Él movió su boca hacia el otro pecho y succionó
hasta que ella se humedeció por completo. Estaba parado
ante ella completamente vestido, mientras que ella estaba
casi desnuda y atada a la cama. ¿Por qué eso la hacía
sentirse tan salvaje y excitada?
Trystan se quitó el abrigo y se desabrochó el pañuelo de
cuello, dejándolos caer sobre la silla más cercana. Luego se
dobló las mangas de la camisa más allá de los codos para
exponer sus brazos mientras volvía hacia Bridget. Se
inclinó hacia ella y le besó los labios mientras le acariciaba
los pezones con los dedos. Luego le cogió el pelo con la
mano y le mantuvo la cabeza quieta mientras devoraba más
su boca, introduciéndole la lengua con ligereza y
deslizando la otra mano por su muslo hasta llegar a los
labios de su sexo. Esta vez no la provocó. Simplemente
introdujo sus dedos, penetrándola sin piedad donde ella
más lo deseaba.
—Dime ahora si quieres parar… —le advirtió mientras
levantaba su propia cabeza de la de ella. Sus dedos seguían
en su interior y su cavidad palpitaba a su alrededor. Bridget
levantó las caderas, intentando empujar los dedos más
adentro—. Dime sí o no, Bridget. Sí, y reclamaré tu cuerpo
aquí y ahora. No, y te soltaré, te meteré en la cama y te
dejaré dormir.
Ella sabía cuál era su respuesta, lo sabía, y no tenía
ninguna duda. No importaba lo que pasara después, ella
tendría este momento para recordar.
—Sí… Trystan… sí —suplicó—. Enséñame esto… —
necesitaba que le enseñara a hacer el amor más de lo que
necesitaba cualquier otra cosa en su vida.
Sus ojos marrones como el whisky se oscurecieron y
enroscó dos dedos en su interior, tocando un punto secreto
dentro de ella que le hizo girar los ojos. La acarició hasta
que Bridget se estremeció de deseo. Entonces apartó la
mano y se arrodilló a sus pies. Le rasgó el resto de la
camisola y desnudó todo su cuerpo ante su mirada. Le besó
el vientre, luego el abdomen, levantó una de sus piernas y
la apoyó en su hombro mientras la abría hacia él.
—Trystan, ¿qué estás haciendo…? —ella terminó su
pregunta en un grito cuando su boca se posó en la parte
superior de su montículo y chupó—. Oh no… —gimió
cuando él empezó a lamer sus labios. Nunca había
imaginado que un hombre pudiera hacer eso ahí abajo, y se
sentía increíblemente extraño y maravilloso.
La cogió del trasero por detrás y le dio dos azotes, los
que la mojaron aún más. Su lengua se deslizó en su interior
y ella le suplicó que la reclamara, que le diera lo que
necesitaba, fuera lo que fuera. Él solo se rio contra su
carne ardiente antes de seguir lamiéndola.
Entonces Bridget se deshizo en una explosión, como lo
había hecho en las antiguas ruinas Sajonas, estallando y
después volviendo a unirse pieza a pieza. Ella se dejó caer
sin fuerza contra el poste de la cama, pero él se levantó, se
quitó el chaleco, se sacó las botas y se abrió los pantalones.
Su grueso miembro se liberó, sobresaliendo hacia ella,
enorme y abrumador, pero Bridget no tenía fuerzas para
hablar ni para preguntar si cabría dentro de ella.
Trystan levantó a Bridget contra el poste de la cama, sus
piernas se abrieron alrededor de él mientras la aprisionaba
contra la madera. Después se dirigió a su entrada y la
penetró profunda y fuertemente. El dolor de su penetración
fue intenso pero breve, antes de que él se introdujera
demasiado para que Bridget no sintiera el resto de su
cuerpo llenándola y estirándola. Su frente tocó la de ella
mientras se mantenía muy quieto en su interior, con sus
alientos mezclándose.
—¿Todavía te duele? —le preguntó como si estuviera
luchando una batalla por mantenerse quieto.
—N… no, no mucho —respondió ella en un susurro.
—Bien, porque ahora voy a hacerte el amor, gatita. ¿Lo
has entendido? Serás un juguete para mi placer. Te usaré
para mis deseos y haré que casi perezcas con tu propio
placer.
La idea de que Trystan la usara así… como un juguete,
pero aun velando por su propio placer… la hizo
desesperarse por llegar al clímax de nuevo. Se retorció
entre él y el poste de la cama, intentando acercarse.
Él soltó una risita, con un sonido oscuro y delicioso,
mientras se retiraba y volvía a penetrarla. Sus ojos
estudiaron su rostro, ella no sabía por qué, pero pareció
satisfecho antes de profundizar su siguiente embestida y
acelerar el ritmo. Sus caderas empezaron a sacudirse
contra ella una y otra vez, con su miembro penetrándola
profundamente mientras el cuerpo de Bridget se
estremecía con la fuerza del movimiento. Era una sensación
gloriosa.
El poder de su unión la hizo sentirse salvaje y con una
pasión sin límites a pesar de sus muñecas atadas. Esto era
lo más exquisito que había experimentado en su vida. Podía
gemir y arañar como la arpía que era. Podía aceptar la
batalla de su unión y la conquista de Trystan sobre su
cuerpo, porque ella había elegido entregarse a esa parte
salvaje de sí misma. No había vergüenza, solo respeto
mutuo por su placer.
La penetraba más profundamente, sus besos sabían a
hambre, y parecía que este intenso duelo de besos y
frenético apareamiento duraría una eternidad. Cuando
separó finalmente su boca de la de ella, Trystan giró la cara
hacia su cuello, mordiéndole el hombro mientras sus manos
le cogían el trasero y lo estrujaban con fuerza. La embistió
una y otra vez hasta que Bridget sintió el final, y ni siquiera
pudo gritar. Estaba abrumada por el orgasmo que la
invadió. Algunas manchas bailaron en su visión y volvió a
quedarse sin fuerzas. Él la embistió un par de veces más
antes de gritar su nombre. Algo caliente la llenó y apretó
con fuerza los muslos contra las caderas de Trystan,
aferrándolo a ella, sintiendo ahora más que nunca la
necesidad de permanecer unida a este hombre.
Trystan jadeó contra su oído y le besó suavemente la
mejilla. Permanecieron en silencio durante unos largos
momentos; él la abrazaba con una ternura imposible.Luego
dejó caer cuidadosamente las piernas de Bridget de sus
caderas y desató la cinta del poste de la cama, liberándole
los brazos. Ella se frotó las muñecas, despreocupada por
las débiles marcas rojas que le habían dejado en la piel.
Cuando él salió de su cuerpo, ella temió que la abandonara
para dormir; en cambio, fue a mojar un paño en la
palangana del lavabo y volvió junto a ella. La limpió entre
los muslos. Estaba demasiado cansada para avergonzarse
por la pequeña cantidad de sangre que vio allí. Bridget
deshizo del resto de la camisola rasgada y se llevó un puño
a la boca, ahogando un bostezo. Trystan la estrechó entre
sus brazos y la besó dulcemente. Si no hubiera estado tan
cansada, tal vez habría vuelto a llorar.
—A la cama ahora, si te parece —le dio otro ligero azote
en el trasero y luego la empujó hacia la cama. Ella se
desplomó, completamente desnuda, y se tumbó boca abajo.
Vio cómo él se limpiaba con el paño y se quitaba los
pantalones y las calcetas. Cuando volvió a la cama, estaba
completamente desnudo—. Muévete, diablilla. Planeo
dormir y deseo abrazarte.
Con un suspiro de alegría, Bridget se deslizó y lo dejó
meterse bajo las sábanas antes de unirse a él,
acurrucándose en su abrazo.
—Mañana debemos hablar. Pero esta noche… esta
noche… —no terminó.
Bridget se alegró. No quería saber qué le habría dicho.
El día siguiente llegaría muy pronto, y entonces ella se
enfrentaría a sus decisiones. Por ahora, fingiría que este
momento era eterno y que se quedaría aquí con Trystan en
la cama para siempre… feliz y libre.
T
9
rystan había cometido un terrible error la noche
anterior. Sintió el peso de ese error mientras
terminaba de escribir su carta a Bridget. Le recordó
sin rodeos que ella no tenía futuro con él. Hacía una
semana que le había preparado su vieja casa de campo
junto al mar. Había decidido dársela libre de gravámenes,
para que ella no tuviera que preocuparse de encontrar un
lugar por su cuenta.
En la carta, le explicaba acerca la cabaña y cómo
debería alistarse para irse pronto. Luego, si deseaba
encontrar trabajo en algún sitio, él le escribiría una carta
de recomendación que le aseguraría cualquier puesto que
deseara. Trystan prometió enviarle su guardarropa, su
nuevo caballo y personal para cuidar de ella y de la
propiedad. Deseaba recompensarla por su participación en
la apuesta y que no tuviera que preocuparse por volver a
verlo. Ahora era libre de hacer lo que quisiera. Pero, ¿por
qué el solo hecho de pensar que ella ya no estaba en su
vida arrojaba una cortina gris e indiferente sobre su
futuro?
Dobló la carta y volvió sigilosamente al dormitorio de
Bridget. Para su alivio, seguía dormida. Colocó el papel
sobre la almohada a su lado y, en un impulso, cogió la flor
de una rosa de un jarrón cercano y la depositó encima de la
carta. Bridget suspiró suavemente y se dio la vuelta todavía
dormida, deslizando la mano por la cama donde él había
estado tumbado. Él habría dado cualquier cosa por volver a
meterse bajo las sábanas con ella. Pero si no se alejaba
ahora, quizá nunca lo conseguiría.
—Adiós, gatita —susurró. Entonces vio un último grupo
de estrellas de diamante aún clavado en los rizos de su
pelo. Centelleaba a la luz del sol, recordándole cada
momento increíble que habían compartido la noche
anterior, desde danzar en el baile hasta hacer el amor y
sentirse verdaderamente libre con ella.
De repente, tuvo dificultades para tragar saliva mientras
salía del dormitorio y cerraba la puerta. Se dio la vuelta y
se encontró cara a cara con Marvella, quien tenía un
montón de sábanas limpias en los brazos. Sus ojos se
abrieron un poco al verlo escabullirse del dormitorio de
Bridget.
—Eh… buenos días, Marvella —dijo rápidamente. Luego
huyó escaleras abajo, cogió su abrigo y su sombrero y le
dijo a su mayordomo que se dirigía a su club. Bridget leería
pronto la carta y se marcharía. Ese sería el final.
LA CONVERSACIÓN QUE TRYSTAN HABÍA PROMETIDO COMPARTIR
con ella la mañana siguiente al baile nunca llegó. Cuando
Bridget se despertó, encontró la cama vacía y una carta con
una preciosa rosa de color rojo intenso encima de la
almohada donde él había descansado su cabeza la noche
anterior.
Con una mano trémula, cogió la rosa y la acercó a su
nariz para sentir su aroma. Luego la bajó y abrió la carta.
BRIDGET,
He cometido un error al acostarme contigo anoche. No,
arpía, no lamento el segundo que duró nuestro tiempo
juntos. Solo lamento no poder darte más de uno. Mi error
ha sido preocuparme demasiado por ti a pesar de no poder
darte lo que mereces. Una vida como condesa no te haría
feliz. Te enfrentarías a adversidades y juicios en todo
momento una vez que se supiera la verdad, y no podría
soportar verte luchar y sufrir.
He dejado un paquete para ti con el señor Fydell.
Contiene la escritura de la cabaña donde quiero que vivas,
y le he dicho a Fydell que Marvella puede ir contigo y
seguir recibiendo el mismo salario. La cabaña tendrá una
cocinera, un mayordomo y algunos sirvientes más para
ayudarte. Tiene diez habitaciones y debería darte mucho
espacio para florecer como lo haría cualquier flor con
espacio y luz solar.
Sé que debes estar furiosa conmigo, pero ten por seguro
que si de nuestra noche juntos se derivan consecuencias, te
proporcionaré todo lo que necesites para vivir y
mantenerte a ti y a nuestro hijo sanos y felices. Por favor,
que sepas que me has dado algo para recordar. Guardaré
nuestra noche en mi corazón para siempre.
Tuyo,
Trystan
MIRÓ FIJAMENTE LA CARTA, MUCHO DE ELLA LE RESULTABA
abrumadora. Pero lo que atraía su atención una y otra vez
eran… las consecuencias de su noche. Cogió un respiró
trémulo y se llevó una mano al vientre. ¿Había un niño
creciendo en su interior? No sabía absolutamente nada de
esas cuestiones femeninas.
A pesar de sus años de una vida dura, Bridget era, en
muchos aspectos, demasiado inocente, pero él había
conocido los riesgos de la noche anterior. Ella podría
haberlo abofeteado por eso, como mínimo. Si estaba
preñada, haría que Trystan conociera al niño. No dejaría
que su bebé creciera sin conocer a su padre. Él se
enfrentaría a esa situación le gustara o no.
Bridget permaneció sentada en la cama un largo
momento, mirando la carta hasta que sintió que la había
memorizado. Marvella ordenó la habitación en silencio,
dejando a Bridget con sus pensamientos hasta que
finalmente se levantó de la cama.
—¿Se encuentra bien, señorita? —preguntó Marvella.
—Sí… no. Sinceramente, no lo sé. Trystan me ha dado
una cabaña para vivir, y me ha dicho que él te dejaría venir
conmigo y que te seguiría pagando el mismo sueldo.
¿Deseas venir? —esperaba desesperadamente que Marvella
aceptara. La dama de compañía se había convertido en su
amiga en el último mes que llevaban juntas.
—Estaría feliz de hacerlo —Marvella se acercó y abrazó
a Bridget—. ¿Por qué no te traigo el desayuno?
—Gracias.
Bridget se vistió después de una ligera comida, luego
tuvo una conversación con el señor Fydell sobre los
documentos de la casa de campo. Con un poco de su
orientación, ella planeó tener las cosas empacadas y uno de
los carruajes de viaje de Trystan listo para salir esa tarde.
Estaba terminando de despedirse del personal de la casa
londinense cuando llegó Lord Kent. Bridget se había
enterado de que Graham y él se habían marchado a sus
propias casas londinenses después de que ella hubiera
interrumpido la celebración con brandy en la sala de billar
la noche anterior.
Kent se quitó el sombrero y esperó con ella en la
entrada. Los criados se retiraron para darles privacidad.
—¿Te vas? —le preguntó, con sus ojos amables llenos de
preocupación.
—Sí, Trystan me ha dicho que me retire a su cabaña
junto al mar, pero debo hacer un par de cosas más y he
pensado que es mejor que me vaya enseguida para
hacerlas.
—¿Otras cosas? —sonrió Kent, pero su expresión
contenía un atisbo de tristeza—. ¿Puedo preguntar cuáles
son?Ella le devolvió la sonrisa.
—Oh… creo que me quedan algunas aventuras por vivir
antes de dejar que Trystan me convierta en una vieja
solterona. ¿Está bien si me llevo a Beau?
—Por supuesto. Es mi regalo para ti —Kent frotó con el
pulgar el mango plateado de su bastón—. ¿Te gustaría
tener compañía en estas aventuras? Podría ir contigo.
Bridget levantó la mano y apoyó la palma en la mejilla
del hombre.
—Usted siempre me ha tratado como a una dama, Lord
Kent. Usted no puede saber lo que eso significa. Pero ahora
necesito explorar el mundo por mi cuenta y aprender de lo
que es capaz esta nueva versión de mí misma. Pero usted
puede hacer algo por mí.
—Dilo.
—Cuide de Trystan. Temo que él pueda ser imprudente.
No permita que resulte herido.
Kent le tendió una mano y ella colocó su palma en la de
él.
—Hasta que tengamos la fortuna de volver a vernos,
Bridget.
—Phillip —respondió ella, sintiéndose casi tímida al usar
su nombre de pila. Ella suponía que era realmente una
dama. Independientemente de la criatura rebelde que
había llegado a ser una vez, con lenguaje grosero y
modales rudos, ella había cambiado. Había una parte de
Bridget que lamentaba la pérdida de su antiguo ser, y en
algún momento había temido que las lecciones de Trystan
la hubieran dejado inútil, pero no había sido así. Seguiría
siendo una dama, pero establecería sus propias reglas para
vivir. No interpretaría el papel de una tranquila solterona
en una cabaña junto al mar, aunque tuviera diez
habitaciones y sonara más como un palacio. La visitaría
pronto, pero no iba a confinar su existencia allí. Al diablo
los deseos de Trystan.
DOS MESES DESPUÉS…
Trystan miraba fijamente al señor Chavenage.
—¿Qué diablos quieres decir con que ella nunca llegó a
la cabaña?
Su mayordomo enderezó los hombros, manteniendo la
calma ante la furia de Trystan. Era una de las razones por
las que pagaba tan bien al señor Chavenage. El hombre
manejaba el temperamento volátil de Trystan con gracia.
—El señor Gaythan, su mayordomo en la cabaña, me
escribió esta mañana cuando indagué acerca de la señorita
Ringgold alojándose allí. Él dijo que ella nunca llegó.
—¿Y por qué me entero de esto recién ahora?
—Ella le escribió a él poco después de la llegada del
personal, explicándole que iría en algún momento antes de
que terminara el verano y que no se preocupara por ella
hasta que llegara.
—¿Que no se preocupara? —Trystan hizo pedazos la
carta más cercana frente a él. Por suerte, solo era una
misiva de Graham que ya había leído antes de que su
mayordomo entrara en el estudio—. ¿Por qué no indagaste
antes sobre ella, Chavenage?
Su mayordomo le dedicó una mirada muy frustrada.
—Bueno, dada la cercanía de la cabaña, yo más bien
pensé que la habría visitado usted mismo, milord.
Bueno, maldita sea, el hombre tiene un punto allí,
Trystan admitió en silencio.
Él le había dado a Bridget esa cabaña para tenerla
cerca, pero nunca planeó visitarla. Eso habría sido muy
impropio, además de peligroso para su corazón.
—¿Dónde diablos está la chica si no ha estado en la
cabaña? —preguntó él, no precisamente esperando que el
señor Chavenage le respondiera.
—No tengo la menor idea, milord. Sin embargo, ella ha
enviado éstas a la señora Story —el mayordomo le tendió
varias cartas breves. Tenían ubicaciones desde Edimburgo
hasta Brighton Beach.
—¿Ella ha enviado éstas? —estudió él la letra de Bridget
en las breves historias que había escrito al ama de llaves.
—Aparentemente. La señora Story no sabía que la chica
no debía salir a explorar, por así decirlo, así que no se le
ocurrió mencionar que había estado recibiendo las cartas
hasta esta mañana, cuando hablé de todo esto con ella.
—Explorar —murmuró Trystan mientras examinaba las
cartas. Bridget ciertamente lo había estado haciendo, si las
historias escritas con tanta prisa eran ciertas. Ella había
estado nadando en Brighton Beach, recorriendo museos y
monumentos en Escocia. Incluso había navegado por el sur
de Inglaterra en un cúter y visitado la Isla de Skye en el
norte de Escocia. Estaba aprendiendo a hablar francés con
Marvella, quien había aprendido el idioma hacía años. Las
dos chicas planeaban visitar Francia en algún momento. Él
le había dado a Bridget una buena cantidad de dinero al
abrirle una cuenta en un banco que era propiedad de un
amigo suyo, y no se había molestado en verificar qué había
hecho con el dinero. Estaba claro que ella se había ido de
aventuras con él. Y en lugar de seguir furioso… se sintió
intrigado y extrañamente divertido.
Trystan se dio cuenta de que estaba sonriendo de
verdad. La diablilla le había demostrado que estaba
equivocado. Pensó que la había convertido en un cisne
como todas las demás mujeres de Londres. Pero no lo había
hecho. Ella siempre había sido un cisne; él solo le había
enseñado que podía volar. Sintió una repentina punzada de
arrepentimiento por no estar con ella. Le habría encantado
verla en bañador mientras recogía conchas y sentía cómo el
mar acariciaba su piel. Habría reído con ella escuchando
sus historias mientras cabalgaban por las Tierras Altas en
el lomo de Beau.
—Mi gatita está viviendo —dijo, con un extraño nudo en
la garganta.
—¿Milord?
—Eh… devuélvele las cartas a la señora Story. Dile que
quiero saber en qué momento recibe otra. Quizá pueda dar
con el paradero de Bridget, o al menos seguir su rastro —
golpeó pensativamente su pila de cartas sin abrir con el
dedo—. Creo que iré a ver a mi tía abuela esta tarde. Por
favor, ensilla mi caballo.
Su mayordomo lo dejó solo, y él se tomó un momento
para recoger los restos destrozados de la carta de Graham.
Después de ganar la apuesta, Graham le había ofrecido
inmediatamente su carruaje de carreras y su yunta de
caballos como pago, pero después de haberlo pensado unos
días, Trystan se negó a aceptarlo. Graham había insistido
en que se hiciera el intercambio, pero Trystan finalmente
había quedado con él para unas copas en su club y le había
explicado por qué no lo podía aceptar. Graham había
ayudado a Bridget casi tanto como Trystan y Kent en sus
preparativos, y no era justo quedarse con las ganancias
cuando el hombre se había desvivido por ayudar a Trystan
a ganar.
Al final, Graham lo aceptó y bebieron whisky en
agradable silencio junto al fuego, pero al cabo de un
momento su amigo sonrió melancólicamente y dijo que
deseaba que Bridget estuviera allí con ellos. Su ausencia le
resultaba muy extraña después de que ella hubiera estado
siempre presente durante más de un mes.
Graham tenía razón. Él se había acostumbrado a la
chica. Durante todo el tiempo que habían pasado
estudiando y practicando, habían pasado muchas más
cosas; que ahora recordaba con cariño. Ella se acurrucaba
en la silla frente a él junto al fuego y leía un libro mientras
él leía el suyo. Graham y Kent jugaban al ajedrez, y a veces
los cuatro jugaban al whist o al faro. No podía contar las
veces que, en los dos últimos meses, había vagado por los
pasillos de su casa de Zennor y perseguido los fantasmas
del recuerdo de Bridget. Por mucho que lo deseara, sus
recuerdos no podían resucitar su espíritu.
Bridget había formado parte de la vida de Trystan como
si ella siempre hubiera sido una parte vital de ésta. Él
nunca se había percatado de ello hasta ahora, de cómo ella
se había vuelto crucial en su día a día. Había disfrutado
viviendo con ella bajo su techo. Algo muy curioso, en
realidad. Pero, ¿qué podía hacer? No podía casarse con la
chica, no podía someterla a lo que su madre había sufrido.
No podía arriesgarse a destruir su espíritu. Ella debería
estar viviendo su propia vida, tal como lo estaba haciendo
ahora.
Una hora más tarde, cabalgó hacia la casa de Lady
Helena y el mayordomo de su tía abuela lo guio hasta el
interior. Helena estaba en el invernadero cortando rosas.
Sus anteojos descansaban sobre su nariz y un delantal
salpicado de manchas de tierra cubría su vestido púrpura
claro. Ella lo saludócon un abrazo y un beso en la mejilla.
—¿Qué hace aquí mi sobrino favorito? —preguntó
mientras cortaba otra rosa y la colocaba en un jarrón sobre
una mesa cercana.
—Bueno, en realidad no lo sé —supuso que había venido
porque necesitaba hablar con alguien que lo amara y se
preocupara por él, pero también necesitaba a alguien que
fuera sincero.
Lady Helena soltó una risita.
—Bueno, sí pareces perdido. ¿Y dónde está mi querida
Bridget?
—¿Bridget? —repitió él.
—Sí, siempre viene a verme cuando tú lo haces —Lady
Helena continuó cortando rosas.
Eso era cierto; en el último mes había empezado a
visitar a su tía dos veces por semana y a Bridget le había
encantado venir. Ella y Helena se llevaban
estupendamente, y ver sus cabezas inclinadas juntas
mientras hablaban siempre le causaba un nudo en el pecho
y una sensación de calidez.
—Oh… ella se ha ido —tuvo una repentina necesidad de
desahogarse con su tía abuela.
—¿Ido? —repitió Helena la palabra con evidente temor
de que algo le hubiera ocurrido a Bridget.
—Se ha marchado… quiero decir. La apuesta ha
terminado y ella se ha ido por su cuenta, tal y como
siempre habíamos planeado —era la verdad, pero ¿por qué
decir esas palabras le producía un dolor horrible y vacío en
el pecho? Al marcharse, no solo se había llevado a sí
misma, sino parte de la propia alma de Trystan, y todo lo
que él tenía eran recuerdos que simplemente no eran
suficientes. Llevaba semanas mintiéndose a sí mismo,
diciendo que no le importaba su partida. Pero joder, sí que
le importaba.
—Cuéntamelo todo, querido muchacho.
Ella le tendió un par de tijeras para podar, y él se puso a
trabajar a su lado, cortando rosas. Siempre le había
gustado esa tarea. Su madre lo había instruido bien en el
cuidado de las cosas que crecían. Mientras cortaban rosas
uno al lado del otro, Trystan le contó a Helena todo lo que
había sucedido en el baile, cómo Bridget había aparecido
tan regia como una princesa y cómo había engañado a todo
el mundo, incluso al astuto Rafe Lennox, quien se había
encontrado varias veces con ella en aquella vieja taberna.
Cuando ella por fin terminó, se quitó los guantes y bajó las
tijeras.
—Ahora mi gatita se ha alejado y no sé dónde está, ni
siquiera si está a salvo. Eso me tiene terriblemente
preocupado porque…
—La amas —terminó su tía.
—No puedo…
—No me mientas, Trystan. Ni deberías mentirte a ti
mismo. Soy demasiado vieja y mis oídos, por muy sordos
que estén a veces, todavía no pueden soportar oír una
mentira sobre el amor —se quitó el delantal de jardinería y
lo puso sobre la mesa, luego miró fijamente a Trystan con
una expresión maternal.
—Tía Helena, yo…
—¿Cuál es el daño en admitir que amas a Bridget?
¿Acaso te caerá un rayo encima?
—Me parece que sí —refunfuñó—. Admitir algo así… Es,
bueno, no se hace, ¿verdad? Solo los tontos se enamoran.
No puedo casarme por amor y tampoco tengo deseos de
casarme por conveniencia, así que ¿dónde me deja eso?
—Bastante solo, diría yo —dijo Helena sin rodeos—.
Aunque no hay nada malo en estar solo; yo he disfrutado
bastante de mi soledad, tú, por otro lado, serías un maldito
tonto si te alejaras del amor de tu vida. ¿Y qué hay de malo
en casarse por amor? Tu padre lo hizo.
—Y mira lo que le pasó —Trystan dejó las tijeras sobre la
mesa con demasiada fuerza. Los ojos de su tía abuela se
entrecerraron tras sus anteojos.
—Lo que pasó es que tus padres eran muy felices. Se
amaban el uno al otro y tuvieron un hijo maravilloso.
—Pero el final no fue feliz —le recordó. Ese viejo dolor
de su pérdida volvió a clavar sus garras en él—. Mi madre
fue rechazada por todos en los círculos sociales de mi
padre.
Helena asintió con tristeza.
—Porque era Romaní. Sí, lo sé.
—La trataban como a una paria, y eso la llevó a una
muerte prematura. Ya sufrí bastante de niño, siendo objeto
de burlas por mi sangre gitana. Pero ahora, soy mayor, y no
me molesta ni un poco lo que digan los demás. Pero mi
padre… Nunca volvió a ser el mismo después de perder a
mi madre —él nunca había hablado tan abiertamente en su
vida de algo tan doloroso, pero ahora que había empezado,
parecía que no podía parar—. ¿No lo ves? La verdad sobre
Bridget saldría a la luz, y entonces ella se enfrentaría a la
misma situación que mi madre. Me casaría con ella en un
instante, pero… pero no puedo quedarme de brazos
cruzados y ver cómo se rompe de la forma que lo hizo mi
madre. Sí, ella engañó a todos en el baile de Lady
Tremaine, pero esa fachada no puede mantenerse para
siempre. Se reirían de ella, la ridiculizarían, la destruirían.
No podría soportar ser testigo de eso.
Helena lo miró fijamente.
—¿Te has molestado en hablar con Bridget sobre tus
verdaderos sentimientos? Ella no se parece tanto a tu
madre como tú crees.
—Por supuesto que no lo he hecho. No quería que ella
pensara que había una posibilidad de matrimonio cuando
no la hay.
—Trystan, querido —dijo la mujer con más suavidad—.
Tu madre era una criatura salvaje y despreocupada, al
igual que Bridget, pero también era una flor delicada. Tu
padre sabía eso cuando se casó con ella. Asumió el riesgo
de compartir su vida con ella, y ella también. Pero Bridget
no es igual. Esa joven ha tenido que luchar para sobrevivir
toda su vida. Ella ha prosperado en situaciones que otros
apenas soportan. Ella no es una flor delicada. Es un roble
con raíces profundas. Ella no dejaría que nadie la hiciera a
un lado, no como tu madre. Además, si alguien se atreviera
a darle la espalda, imagino que un amplio círculo de
hombres y mujeres que te son ferozmente leales harían lo
mismo con quienes se atrevieran a apartar a tu mujer de la
sociedad. Ella tiene protectores; te tiene a ti, pero lo más
importante es que se tiene a sí misma. A una mujer fuerte
no le importan las opiniones de los demás, sino solo la
opinión que tiene de sí misma. Ése es el origen de la
confianza, y cuando alguien porta la confianza como
escudo, las púas y flechas de los inseguros y celosos no
encuentran puntos débiles para atacar.
Trystan miró asombrado a su tía abuela. Ella tenía
razón, y había tenido demasiado miedo de admitirlo porque
él mismo no estaba preparado para admitir que se había
enamorado.
—Bueno, entonces, ¿cuáles son tus planes, querido
muchacho? No puedes quedarte aquí podando rosas para
siempre, sin importar que me guste tu compañía.
—Eh… no, supongo que no —bajó su mirada sin
esperanza al par de tijeras que había colocado en el banco
de macetas.
—No te quedes ahí parado. En lugar de huir de ella, ve
tras ella —Helena le lanzó un guante de jardinería a la
cara. Éste lo golpeó, y él solo consiguió cogerlo antes de
que cayera al suelo.
—No tengo ni idea de su paradero. Podría estar en
cualquier parte de Inglaterra. ¿Y si no me quiere? ¿Y si no
me necesita?
—¿Quieres que ella te necesite? —preguntó Helena.
Él guardó silencio un largo instante.
—Solo quiero que me ame… pero he sido terriblemente
autoritario con ella. ¿Y si piensa que le estoy ordenando
que vuelva a casa como un spaniel amaestrado?
Ante esto, su tía se rio alegremente.
—Cielos, ¿de dónde sacas esas tonterías? Bridget no es
un spaniel y lo sabes. Esa chica tiene unas encantadoras
garras, como cualquier buen gato salvaje. Nunca
domesticas o controlas a una criatura así. La alimentas, la
cuidas, la amas y, al final, una noche, la encontrarás
acurrucada en tus brazos, feliz como un pequeño gato —
cortó otra rosa, la colocó en el jarrón y se apartó para
admirar su trabajo.
—¿Por qué nunca te casaste? —preguntó Trystan a su
tía. Nunca había pensado mucho en la vida solitaria de su
tía hasta ahora.
—Porque yo era como Bridget y solo había un hombre
para mí en todo el mundo. Murió luchando contra los
colonos Americanos. Cuando nunca volvió a casa,
simplemente decidí que no había nadie más que pudiera
ocupar su lugar, y aunque mantuve mi corazón abierto,
tenía razón. Fue un amor único en la vida —su voz era
suave y estaba llena de un antiguodolor que Trystan sentía
ahora al pensar en Bridget en algún lugar lejano, viviendo
una vida sin él porque había fracasado en decirle que la
amaba.
—Lo siento, tía Helena, no lo sabía.
Se giró hacia él y alcanzó su mano, sus manos
enguantadas lo estrujaron suavemente.
—Ella te ama, Trystan, confía en una vieja mujer cuando
digo que sé cómo es el amor. Ella siempre te ha mirado con
amor en los ojos, incluso cuando ha estado enfadada
contigo. ¿No es esa la magnitud del amor? ¿Amar a través
de la ira y el dolor cuando uno debe hacerlo?
A Trystan se le hizo un nudo insoportable en la garganta
al intentar hablar.
—No eres vieja.
Ella se rio y le cogió cariñosamente la mejilla, con ojos
brillantes.
—Puede que mis huesos lo sean, pero el espíritu siempre
es joven —le dio una palmadita en la mejilla y volvió de
nuevo a la poda.
—¿Qué debería hacer
Helena puso los ojos en blanco como si la respuesta
fuera obvia.
—¿Por qué no te vas a casa y lo consultas con la
almohada? Supongo que encontrarás una pista antes de lo
que crees.
—Sí, buena idea —musitó con aire pensativo. Cuando se
dio la vuelta para marcharse, vio una pequeña talla de
madera en el banco donde había dejado las tijeras. Su tía
estaba de espaldas a él cuando cogió la talla de madera.
Era del tamaño de su mano y representaba a un hombre de
rostro noble. La madera había sido alisada con un cuidado
diligente y cariñoso, y él reconoció el estilo tanto como su
propio rostro que le devolvía la mirada desde la talla.
Bridget había estado aquí… recientemente… pero,
¿cuándo? No le preguntó a su tía; ella no se lo habría dicho.
Después de todo, ésa era su misión; ganarse de nuevo el
amor y la confianza de Bridget. Guardó la pequeña talla en
el bolsillo de su abrigo y volvió junto a su tía.
Besó la mejilla de su tía abuela antes de salir del
invernadero, y ella volvió a su poda. En lugar de esperar a
que el mozo de cuadra acercara su caballo, decidió ir él
mismo al establo. Al atravesar la puerta, se detuvo al ver al
familiar caballo castaño masticando ruidosamente avena de
un balde en uno de los establos.
—¿Beau? —se acercó a la bestia y le dio una palmadita
en el cuello, asegurándose de que sus ojos no le estuvieran
engañando—. Si estás aquí, tu ama debe de estar cerca,
¿eh? —así que Bridget había venido y tal vez aún estaba
aquí. Le dio otra palmadita al caballo antes de llamar a un
mozo para que ensillara su caballo. Necesitaba volver a
casa de inmediato. Pondría en marcha un plan para
capturar a su caprichosa gatita en matrimonio.
LADY HELENA ESPERÓ HASTA QUE ESTUVO SEGURA DE QUE SU
sobrino se había ido, entonces habló a un rincón distante
del invernadero, donde varios árboles altos y plantas
bloqueaban un área privada de descanso.
—Ya puedes salir. Él se ha ido.
Bridget echó un vistazo alrededor de un arbusto.
—¿Estás segura?
Helena soltó una risita.
—Sí. ¿Qué tanto has podido escuchar?
—Todo —admitió Bridget.
—¿Y? —Helena levantó el jarrón de rosas. Bridget se
apresuró a coger el pesado objeto.
—¿Y qué? —Bridget siguió a Helena mientras salían del
invernadero y caminaban hacia el salón principal.
—Ya lo has oído, niña. El hombre te ama. Y lo que es más
importante, está enamorado de ti.
Bridget dejó el jarrón en una mesa junto a la ventana y
miró el jardín que había más allá del cristal.
—¿Crees que él se casaría conmigo? ¿Si no le
preocupara tanto que yo fuera a romperme?
—Creo que él lo haría —dijo Helena—. Él ahora entiende
lo fuerte que eres. Antes estaba demasiado cegado por su
miedo al pasado para verlo, pero ahora piensa con claridad.
Helena se sentó en una silla, con los huesos adoloridos
por el trabajo del día en el invernadero, pero no le importó.
A su edad, los dolores le recordaban que había vivido una
larga y buena vida, una que estaba lejos de terminar si ella
tenía algo que decir al respecto. Quería ver cómo Trystan y
Bridget le daban una docena de bisnietos y bisnietas.
—¿Te casarías con él si te lo pidiera?
La joven ajustó las rosas en el jarrón y se estremeció al
pincharse con una espina. En lugar de gritar o quejarse, se
limitó a chuparse la herida antes de reanudar su
ordenación. Helena sonrió. Ella definitivamente es un
roble, pensó.
—Lo haría, si él lo dijera enserio. No seré una obligación
para él, ni un adorno. Necesito que él me quiera, que
quiera estar conmigo como yo quiero estar con él.
Se afanó por las flores un poco más y luego ocupó una
silla con un suspiro frustrado.
—Todavía hay mucho que quiero hacer, mucho que ver.
¿Y si no me deja hacer esas cosas?
Helena soltó una risita.
—Me gustaría verlo a él o a cualquier otro intentar
detenerte. O te acompañaría o no, y yo creo que lo hará.
Para ser un hombre de ocio, le gusta estar ocupado. No
puede quedarse quieto mucho tiempo, como tú.
Bridget se rio.
—En eso ciertamente coincidimos, ¿no?
—Sí. Ahora ven y ayúdame a planear mi próxima velada
—Helena distrajo a la chica de sus preocupaciones y ocultó
su sonrisa. Era una excelente jugadora de ajedrez.
Esperaría a que Trystan hiciera su movimiento, y entonces
ella enviaría a la reina corriendo a sus brazos.
B
1 0
ridget miraba fijamente la vieja taberna en ruinas a las
afueras de Penzance. No había cambiado nada en los
últimos tres meses desde que ella la había dejado.
—Señorita Bridget, ¿qué debería hacer mientras usted
no está? —preguntó Marvella.
—Espérame aquí en el carruaje. No salgas. Esta parte de
la ciudad no tiene buena reputación.
Su leal criada asintió y estrujó la mano de Bridget antes
de volver al carruaje en espera y desaparecer en su
interior.
—De nuevo aquí —suspiró Bridget para sí misma.
¿De verdad solo habían pasado tres meses? Parecían
haber pasado siglos desde su vida aquí. Se miró la pequeña
capota que llevaba en la cabeza y se ajustó el gran lazo
naranja bajo la barbilla. Luego se levantó las faldas de su
fino vestido de paseo y caminó con pasos largos hacia la
taberna. Sabía que su vestido de satén azul celeste con
mangas abombadas y flores naranjas bordadas en el
corpiño daba una imagen encantadora. Los hombres de la
calle la miraban con respeto y aprecio.
Ella entró y su vista se nubló momentáneamente
mientras se adaptaba a la luz. Una figura conocida estaba
parada junto a la barra, limpiando vasos con un trapo sucio
mientras refunfuñaba. Cuando él levantó la cabeza, ella
esperó ver una chispa de reconocimiento en los ojos del
hombre, pero nada ocurrió. En su lugar, su padrastro casi
tropezó para ofrecerle asiento y comida. La antigua Bridget
se habría reído y le habría gritado al hombre por fallar al
reconocerla, pero ahora no le importaba para nada el
hombre que una vez había sido su única familia en el
mundo.
—¿Qué le sirvo, milady?
—Una ale, por favor —dijo ella con calma, luego
inspeccionó la habitación y sonrió. Un hombre sentado en
una mesa distante, de espaldas a ella, tenía en la mano una
pequeña talla de madera. Su pelo oscuro y ondulado
brillaba a la luz tenue del sol que entraba por las
mugrientas ventanas que daban a la calle. Sin volver a
mirar a su padrastro, ella cogió la taza y se dirigió hacia el
hombre en la mesa distante, deteniéndose justo detrás de
él.
—Oye, ¿qué quieres beber, dandi? —le exigió de manera
grosera con su viejo acento.
—Cuida tu lengua y tráeme una jarra de ale —le ordenó
el hombre mientras dejaba la talla de madera sobre la
mesa.
Ella le dejó caer la ale sobre la mesa, junto a su brazo, y
ésta se derramó peligrosamente cerca de su mano. Él la
cogió de la muñeca en un instante y tiró de ella para que
cayera con el trasero sentado en su regazo. Bridget se
estabilizó al apoyar las palmas de las manos en su pecho. El
hombre la rodeó con sus brazos, sujetándola firmemente en
su regazo.
—Hola, cariño —dijo Trystan, con una mirada que ardía
con un fuego que ella había echado de menos desde que lo
había dejado. Luego estuvo la forma en que la había
llamado cariño. Él nunca lo había hecho antes, yeso hizo
que su corazón palpitara como loco.
—Hola —saludó ella con una sonrisa vacilante. Ambos
ignoraron el hecho de que estaba en su regazo en un lugar
muy público—. ¿Por qué has vuelto aquí? —señaló con la
cabeza la taberna a su alrededor.
—Para encontrarte, por supuesto.
—Pero yo no estaba aquí… —se detuvo bruscamente, no
queriendo delatar el hecho de que había estado escondida
durante la última semana en casa de Lady Helena. Él cogió
la talla de la mesa y la sostuvo ante ella. Era la que ella
había hecho de su cara cuando había estado unos días en
casa de Helena. Bridget se preguntó dónde la habría
dejado. Él debió haberla encontrado cuando fue a visitar a
su tía.
—Cuando salí de casa de Helena, después de haber
confesado mis más profundos pensamientos y sentimientos
sobre cierta arpía, me sorprendió encontrarme con una
cara equina muy familiar en los establos.
Ella sonrió, sabiendo que él había visto su caballo.
—Pero si sabías que estaba en casa de tu tía, ¿por qué
has venido aquí?
Le estrujó suavemente las caderas para que se
acomodara en su regazo.
—De haberte confrontado en casa de mi tía, tal vez te
habrías sentido obligada a acceder a todo lo que te pidiera,
viéndote así en un aprieto. Pero si decidías venir a
buscarme, ponerte de nuevo en mi camino, yo sabría que
me querías. Por eso le envié una carta a Helena diciéndole
que planeaba buscarte en Penzance. Sabía que ella te lo
diría. Si no hubieras venido aquí, sabría que querías seguir
viviendo tu vida sola. Y si venías…
Trystan dejó la frase sin terminar, porque ambos sabían
lo que eso significaba para ellos. Él colocó la talla en una
de sus manos y Bridget la rodeó con los dedos de manera
protectora. Había hecho esa estatuilla de su rostro para
poder llevarlo siempre consigo.
—Y si he venido a por ti, ha sido porque te necesitaba en
mi vida —ella terminó suavemente mientras clavaba su
mirada en esos ojos castaños como el whisky que siempre
la mantuvieron cautiva—. Ya te tenía en mi corazón.
Los ojos de Trystan se suavizaron de un modo que le
provocó escalofríos, y la acurrucó más contra él.
—Me temo que el hombre que conoces, el hombre
autoritario que tiene demasiadas opiniones; probablemente
no estés de acuerdo con la mitad de ellas, es el hombre que
realmente soy. ¿Puedes soportar vivir con eso… conmigo?
Ella le sonrió.
—No creo que nadie que no sea una arpía como yo
pueda soportarlo, así que supongo que será mejor que yo lo
haga —bromeó—. Menos mal que estoy locamente
enamorada de ti, incluso cuando no eres razonable y…
Él presionó un dedo contra sus labios, silenciándola.
—Creo que estás diciendo cosas para que vuelva a
doblarte sobre mis rodillas.
Bridget soltó una risita.
—Tal vez… pero en verdad te amo.
—¿Locamente? —preguntó él, crispando los labios.
—Con locura —aceptó ella.
—Bien, entonces estaremos locos de amor juntos —
Trystan jugó con el trozo de cinta en su barbilla—.
¿Supongo que Marvella te estará esperando en alguna
parte? —la inquietud de la cual ella siempre había sido muy
consciente parecía haber desaparecido. Él lucía como si
hubiera podido quedarse sentado con ella en el regazo el
resto de su vida.
—En mi carruaje —dijo Bridget.
Lo miró fijamente, contemplándolo. Ella había echado de
menos la calidez con la que sus ojos castaños como el
whisky la envolvían, y la sensación que le producían sus
manos grandes y elegantes al sostenerla. Habían pasado
muy poco tiempo así, y esta dulce intimidad entre ellos era
todavía muy nueva. Incluso echaba de menos la forma en
que él le daba órdenes y la frustraba con sus tontas
lecciones. Recordando ahora todos esos momentos, se dio
cuenta de que había empezado a enamorarse de él ese
primer día.
—Escuché lo que le dijiste a Lady Helena, todo —dijo
ella después de un momento.
Sus ojos se calentaron aún más.
—Me sentí un tonto contándole todo eso, pero después,
me sentí libre. No sabía que estabas allí en la habitación
escuchando.
—Lo siento. Estaba atrás, en el área de descanso.
Habíamos estado hablando cuando ella escuchó tu llegada
y me dijo que me escondiera.
Trystan sonrió.
—Mujer astuta. Casi diría que ella planeó algo así.
—Ella es muy lista —coincidió Bridget.
Él se encontró con su mirada.
—Entonces, ¿qué vamos a hacer, mi pequeña arpía?
¿Debería cortejarte como a una dama correcta? Luego, en
un buen día de primavera, ¿me arrodillaré y te pediré que
te cases conmigo?
Bridget deslizó los dedos por su nuca, arañándolo
ligeramente como sabía que a él le gustaba.
—Quizás deberías cargarme hasta el altar ahora antes
de que vuelva a irme volando.
—¿Y crear un escándalo aún mayor? —preguntó. La
preocupación tiñó un poco su tono.
—¿A quién le importan esas cosas tan triviales? —
respondió ella con toda seriedad—. Kent y Graham no me
darían la espalda y no volverían a hablarme, ¿verdad? —
preguntó, bastante segura de saber lo que él diría.
—Por supuesto que no lo harían —respondió Trystan sin
vacilar.
—Entonces tus otros amigos tampoco lo harán —le
aseguró ella.
Él la miró, con esos cálidos ojos marrones aún
preocupados.
—¿Te arriesgarías para ser condesa?
Bridget bajó la cabeza hasta la suya y lo besó, sabiendo
que estaban en medio de una taberna mugrienta y sin
importarle en absoluto.
—No me importa ser condesa. Solo me importa estar
contigo —ella le mordisqueó el labio inferior, lo que lo hizo
gemir suavemente.
—Será mejor que nos vayamos antes de que yo arme un
escándalo —él tiró unas monedas sobre la mesa antes de
bajarla de su regazo y sacarla de la taberna—. Dejaremos
que Marvella nos siga en tu carruaje. Tú y yo iremos en el
mío para que podamos hablar.
Ella lo siguió mientras les explicaban la situación a los
dos cocheros y a Marvella, y luego le abrió a Bridget la
puerta de su carruaje. Le ofreció la mano para subir.
—Mi bella dama… —bromeó.
—¿Soy una bella dama? —preguntó ella, riendo.
—La más bella. Porque yo te he enseñado a serlo.
—Oh, silencio, dandi —replicó con descaro —Creo que
fui yo quien te enseñó un par de cosas.
—Pagarás por eso, diablilla —le advirtió con un brillo
malvado en los ojos.
—Eso espero —ella levantó la barbilla y meneó el trasero
a propósito en señal de invitación antes de ocupar el
asiento del carruaje.
Trystan subió tras ella y cerró la puerta. La acomodó de
nuevo en su regazo, sosteniéndola cerca, y volvió a tirar de
la cinta de su capota.
—Luces muy apetecible. Podría mordisquearte durante
días.
Bridget le sonrió brillantemente.
—Me han hecho varios vestidos nuevos y un bañador —
desató las cintas de la capota y la dejó en el asiento de
enfrente.
—Cuéntame sobre todas tus aventuras. Quiero oírlo
todo.
—¿Todo?
—Especialmente sobre ti nadando en la playa.
Bridget soltó una risita.
—Podría tardar unos días en contarlo todo.
—Por suerte nosotros tenemos el resto de nuestras vidas
—la mirada de Trystan se suavizó, y ella quiso fundirse con
él, para no separarse nunca más de él.
—Lo tenemos, ¿verdad? —dijo con una pequeña sonrisa
de suficiencia—. En ese caso, tengo otras cosas que me
gustaría hacer primero —ella jugueteó con su pañuelo de
cuello y se retorció en su regazo.
Los ojos voraces de Trystan regresaron. Él le metió la
mano en el pelo y la besó con rudeza, justo como a ella le
gustaba. Parte de lo que le atraía de Trystan era que nunca
la trataba como si fuera a romperse en sus momentos de
pasión mutua. Ella le devolvió el beso con la misma fiereza
y pronto ambos se separaron, necesitando recuperar el
aliento.
Trystan le cogió la cara con las manos y sonrió.
—Voy a hacerte el amor.
—¿Aquí?
—Oh, sí. Levántate la falda, mi diablilla —ella se subió
rápidamente el vestido hasta las caderas y la ayudó a
sentarse a horcajadas sobre él, y luego se quitó los
pantalones. La colocó encima de él, la sujetó por las
caderas y tiró de ella con fuerza y rapidez.
Jadeó sorprendida al sentirlo dentro de ella.
—¡Oh Trys! —esto se sentía muy diferente a la última
vez que élle había hecho el amor. Se sentía llena de una
manera completamente diferente.
—Eso es, gatita, móntame… —gimió, moviendo sus
caderas contra las de ella.
Su conde era el hombre más perverso que había
conocido, y no lo aceptaría de ninguna otra manera.
Estaban completamente vestidos y, sin embargo, ella subía
y bajaba por su pene y sus cuerpos se movían como si ellos
fueran un solo ser. Se aferró a él, rodeándole el cuello con
los brazos, y Bridget se encontró con sus labios en un beso
ardiente que se apoderó de su corazón, su cuerpo y su
alma.
Minutos después, se corrió con un grito y se desplomó
sobre él. La mantuvo cerca, acariciándole el pelo y
besándole la parte superior de la cabeza.
—Eso ha sido simplemente glorioso —murmuró
somnolienta contra él— Y escandaloso.
—Es solo el principio, arpía —su oscura promesa de más
pasión la hizo sonreír.
—Desde el día que te vi por primera vez supe que eras
peligroso —dijo Bridget.
—¿Peligroso? —repitió, intrigado.
—Sí, peligroso.
—Más bien creo que tú eras la peligrosa desde el
principio. Peligrosa para mi corazón, pequeña arpía.
TRES SEMANAS DESPUÉS…
Los restos del fastuoso banquete de boda habían sido
retirados del comedor y todos los invitados se habían
dirigido a sus habitaciones privadas en la enorme casa de
Trystan para descansar antes de la cena.
En lo más profundo de la biblioteca, Bridget estaba
sentada en un diván, bañada por la luz del sol, con un libro
en la mano y leyendo. La cabeza de Trystan yacía en su
regazo mientras él se estiraba en el sofá, con los ojos
cerrados mientras dormitaba. Los dedos de Bridget se
deslizaban perezosamente por los mechones sedosos de su
pelo. Más temprano esa misma mañana, ella le había
pronunciado sus votos nupciales en la pequeña parroquia
local y luego había salido a la luz del sol, con la mano sobre
el brazo de Trystan mientras sus amigos les arrojaban
arroz y monedas en su camino al carruaje abierto. Los
niños de la aldea habían correteado por allí, recogiendo las
relucientes monedas del suelo. Todo el mundo los había
vitoreado. Una multitud de hombres y mujeres de los más
altos niveles de la sociedad habían asistido a la boda, pero
todos eran amistades de confianza de Trystan.
Bridget sabía que su pasado saldría probablemente a la
luz en algún momento, pero no le importaba. Para cuando
se casaron, todo el pueblo de Zennor supo que ella no era
más que una ordinaria moza de bar; palabras de ellos, por
supuesto, pero las habladurías cesaron después de un
tiempo. Después de todo, los aldeanos decían que Trystan
era mitad Romaní, y ¿acaso no era previsible que hiciera
algo atrevido?
Bridget se lo tomó todo con calma porque tenía el apoyo
incondicional de Trystan y sus amigos. No le importaba que
ciertas puertas permanecieran cerradas para ella o que
algunas invitaciones nunca llegaran. No, lo que le
importaba era pasar tiempo con Trystan y con su creciente
círculo de amigas a las que no les importaba su origen. Sus
aventuras con Trystan estaban lejos de terminar, y ninguna
de esas aventuras tenía lugar en salones de baile.
Lady Helena tenía razón. Se tenía a sí misma. Había
demostrado que podía cambiar sus circunstancias y su
situación. No dejaría que unos cuantos entrometidos y
cotillas arruinaran su felicidad. Lo único que importaba era
lo que pensaba de sí misma. De ahí provenía su fuerza.
—Sabes… —Trystan habló de repente. Bridget cerró su
libro y bajó la mirada hacia él.
—¿Mmm?
—Lo había olvidado por completo, pero el año pasado un
grupo de Romaníes se quedó en mi tierra durante unas
semanas. Nada inusual, ya había sucedido antes. La
anciana madre de su tribu me dijo que algún día
encontraría a la mujer destinada para mí.
—Estoy segura de que ella le diría eso a cualquiera que
fuera lo suficientemente amable como para dejarlos
quedarse.
—Tal vez. Pero ella me dijo que yo huiría de ti, y lo
hice… Fue un milagro que amaras mi tonto corazón lo
suficiente como para venir a por mí. Eres todo lo que podía
esperar amar —soltó una suave risita—. Solía pensar que
moldearte a partir de arcilla sería la mejor manera de crear
a la mujer perfecta. Pero tú me has demostrado lo
contrario. Tú tienes tu propia mente, tu propio corazón, y
esos son lo que más aprecio de ti.
Bridget se quedó mirando a su marido, y luego al libro
de mitología griega que había estado leyendo. Deslizó la
nariz recta de Trystan con la punta de un dedo hasta llegar
a su sensual boca. Él le besó las puntas de los dedos y ella
sonrió.
—He estado pensando en Graham.
Su marido se incorporó bruscamente.
—Nada malo, espero.
Ella soltó una risita y se acurrucó contra él, apoyando la
barbilla en su hombro mientras lo miraba.
—No, pensaba hacer una apuesta contigo respecto a él.
Trystan se relajó y le besó la punta de la nariz.
—Tienes mi atención. ¿En qué estás pensando?
—Durante mi estancia en Londres con Marvella, llegué a
conocer a la mujer más encantadora de Londres. Trabaja
en una floristería. Creo que él le sentaría bien como marido
y ella sería una excelente esposa. Son de naturaleza
bastante opuesta, pero como hemos descubierto, los
opuestos pueden ser muy atractivos. Apuesto a que puedo
convencerlo de casarse con ella.
Su marido soltó una estruendosa carcajada.
—Eso sí que sería divertido. ¿Qué está en juego?
—Si no consigo convencerlo para que se case, tú ganas,
y te dejaré… —se inclinó hacia él y le susurró algo
terriblemente perverso al oído. Los ojos de Trystan se
abrieron de par en par.
—¿Estarías dispuesta a intentar eso? —preguntó,
lanzándole una mirada juguetona y lasciva.
—Sí, claro. Pero si yo gano… —ella se dio unos
golpecitos en la barbilla, pensativa.
—Si tú ganas… —él sonrió—. Haré lo que sea que tú
desees, esposa, porque cualquier cosa será un sueño
mientras esté contigo… empezando por esa visita a París
que tú y Marvella estabais planeando.
Bridget lo empujó hacia atrás en el diván y se arrastró
sobre su regazo, a horcajadas sobre él.
—Tal vez deberíamos discutir nuestros términos más a
fondo… —empezó a deshacerle el pañuelo del cuello
mientras él le desabrochaba los cordones de la espalda de
su vestido.
El libro que Bridget había estado leyendo cayó al suelo y
se abrió en el mito griego que recién había terminado de
leer. Pigmalión.
LA SEÑORA STORY SE DETUVO JUNTO A LA PUERTA CERRADA DE LA
biblioteca y sonrió al oír las risitas y carcajadas del interior.
Un lacayo estaba de pie junto a la puerta, con la cara un
poco roja, completamente consciente de las intenciones de
su amo y su ama.
—Asegúrate de que no sean molestados.
—Sí, señora Story —asintió él.
Satisfecha de que el muchacho se mantendría vigilando,
volvió a sus deberes de limpieza tras el desayuno nupcial.
La casa seguía llena de invitados, y tenían mucho por hacer
para prepararse para la cena de esa noche.
Uno de esos invitados bajó las escaleras mientras ella
pasaba. Vestía ropa de montar y llevaba un par de guantes
de montar negros.
Ella saludó al apuesto caballero.
—Buenas tardes, señor Lennox.
—Buenas tardes, señora Story. ¿Podría hacer que
alguien me trajera mi caballo?
—Sí, por supuesto, pero tenga cuidado si se aleja
demasiado. Hay un malvado asaltante de caminos que ha
estado robando a carruajes y jinetes esta última semana.
Los ojos del señor Lennox se abrieron de par en par.
—¿Un malvado asaltante de caminos? No me diga…
—Oh sí, dicen que es encantador, pero eso no significa
que no sea peligroso.
—Gracias por la advertencia, señora Story —dijo el
señor Lennox con una sonrisa de lo más curiosa.
Unos minutos más tarde, ella volvió a pasar junto a las
ventanas del frente y vio al señor Lennox subir a su caballo.
Mientras se alejaba, su gran capa se extendió tras él.
¡GRACIAS POR LEER EL CONDE DE ZENNOR! ¡MÁS LIBROS DE
la serie la Liga de los Pícaros llegarán pronto! Hasta
entonces, ¡empieza una nueva serie conmigo! Pasa la
página para leer el primer libro de mi Trilogía
Pecados y Escándalos,Cuando un Conde se Enamora.
I
C U A N D O U N C O N D E S E E N A M O R A
nglaterra, octubre de 1911
—YA SABES LO QUE DICEN DEL HOMBRE… —MURMURÓ LORD
Caruthers mientras Leopold Graham entraba en la sala de
lectura principal del Brooks's Club de St. James's Street.
Las palabras paralizaron Leo.
—No… ¿qué dicen? —susurró otro hombre, con la mitad
de su cara oculta tras un periódico. Los dos hombres
estaban sentados cerca de una chimenea junto a la puerta.
Ambos eran mayores, con el pelo canoso y cinturas anchas
que mostraban su adinerado estilo de vida. Leo los miró
con el ceño fruncido, pero en el fondo estaba asustado por
susurros.
—Mantuvo a una cantante de ópera italiana en un
acogedor nidito de amor en Mayfair. ¿Te lo puedes creer?
—Caruthers soltó una risita—. Maldita sea si no estoy
celoso del viejo Hampton por actuar así con una esposa y
un hijo en casa. Todo un atrevimiento montar un escándalo
así de forma tan pública.
—Espera… —jadeó el otro hombre, con el papel
traqueteando en sus manos por la emoción mientras se
inclinaba más hacia Caruthers—. ¿El viejo que murió en la
cama de su amante? ¡He escuchado sobre eso! —los
caballeros de mayor edad estaban inclinados uno junto al
otro, cotilleando como un par de viejas damas, utilizando
sus periódicos del mismo modo que las mujeres utilizarían
los abanicos.
—¡Sí! El difunto Lord Hampton… Tuve que sacarlo en
brazos de la casa de esa mujer. Ella ni siquiera se
preocupaba por él. Oí que estaba decidida a quedarse con
la casa. Un asunto sucio dejar que el hijo se ocupara de
eso. Incluso ahora que la familia ha salido de su año de
luto, no todo el mundo ha olvidado los pecados del viejo
Hampton —resopló pomposamente Caruthers—. Yo no
dejaría que vieran a mi hijo cenando con esa familia, no con
ese tipo de habladurías todavía rondando por ahí.
—En efecto —coincidió el otro hombre—. Pues…
—Ejem —gruñó Leo en voz baja mientras se acercaba a
los dos hombres con los puños cerrados por la rabia.
Ambos se sobresaltaron; al parecer, se habían engañado
pensando que él no podía oírlos. Tontos viejos sordos. Ni
siquiera en su maldito club podía escapar de los rumores,
los murmullos y el maldito y completo oscuro escándalo
que su difunto padre había hecho caer sobre su cabeza. No
quería recordar haber tenido que tratar con la amante de
su padre, ni tampoco haberle pagado y permitido quedarse
con la casa que su padre había comprado. La necesidad de
silenciar a la mujer y terminar con el escándalo lo antes
posible no había tenido el éxito esperado. Los bailes de
salón londinenses y las cenas capturaban rumores y
escándalos, propagándolos como un incendio forestal.
Caruthers y su acompañante, ahora en silencio, lo
observaron con gran interés mientras se acomodaba en el
único asiento vacío, uno junto a la ventana que daba a St.
James Street. En la calle había una mezcla de carros y
carruajes. Londres siempre estaba ajetreada en otoño, con
la temporada en pleno apogeo. Por un breve momento, dejó
que sus pensamientos se alejaran del dolor que suponía
escuchar cómo los asuntos privados de su familia eran
motivo de entretenimiento. Si tan solo pudiera subirse a su
coche y alejarse de todo eso…
A pesar del silencio en la sala, Leo sabía que todos los
hombres estaban concentrados en él.
Se pasó una mano por su rubio cabello y ahogó un
gemido. Llevaba tres días en Londres, intentando
febrilmente conseguir oportunidades de inversión y
participar en esquemas de especulación, pero era inútil.
Nadie trabajaría con él.
¡Mi padre nos ha condenado a mí y a mamá por su
egoísmo!
El brote de rabia que Leo sentía en su interior era
sorprendente y poco habitual en él, pero después de que le
cerraran más de una puerta en las narices hoy, estaba
agotado. Aunque había pasado un año desde la muerte de
su padre, el escándalo y el fervor que había detrás aún no
se habían disipado. Su pobre madre, Mina, se negaba a
abandonar el campo, sabiendo que no le quedarían
verdaderos amigos en Londres que le permitieran la
entrada en sus casas. Todo porque su padre no le había
sido fiel. Era una práctica aceptada, aunque horrible, que
un hombre mantuviera una aventura; pero un hombre no
moría en la cama de su amante después de una noche de
juegos en la cama, y ciertamente no acumulaba deudas
para pagar el cuidado y la manutención de dicha amante.
Sin embargo, eso era exactamente lo que su padre había
hecho.
Leo se metió la mano en el bolsillo y sacó una carta que
su lacayo le había entregado antes de su salida hacia el
club. La abrió, alisó el papel y leyó las apresuradas líneas
escritas por su banquero, rogando por las tan necesarias
buenas noticias.
LORD HAMPTON,
Lamento profundamente no poder ampliar ninguna de
las líneas de crédito de su familia en este momento.
Estaremos encantados de discutir la posibilidad de
concederle más crédito si nos aporta nuevas garantías,
pero hasta entonces, la finca y todas las granjas arrendadas
vinculadas con éste están totalmente hipotecadas y no
pueden utilizarse para obtener más crédito.
Atentamente,
Thomas Atkinson
Las palabras provocaron un doloroso vacío en el
estómago de Leo. Tenía que encontrar la manera de
estabilizar la herencia de su familia o se arriesgaría a
perder su mansión en el campo. Hampton House era su
hogar, más de lo que Londres lo sería jamás, y pensar en
acreedores hurgando en los muebles de su familia y
corriendo desbocados por las habitaciones de su infancia…
No dejaré que suceda. Encontraría a alguien con quien
invertir, y enterraría el escándalo de su padre como
pudiera viviendo una vida por encima del reproche de la
sociedad. Iba a casarse con una buena rosa Inglesa y a no
cometer los mismos errores que su padre al permitirse
obsesionarse con alguna belleza exótica. Ese tipo de
mujeres siempre traían problemas.
Siempre había creído que algún día podría casarse por
amor y tener una esposa tan apasionada como él, pero
ahora, esos sueños se habían esfumado. Había elegido
como futura esposa a la hija de un vizconde vecino por
motivos financieros. Era escalofriante pensar que pronto
ataría su futuro a una mujer sin amor, pero era preciso
hacerlo.
—¿Hampton? —una voz familiar lo sacudió de sus
oscuros pensamientos. Un hombre que reconoció estaba
dando largos pasos hacia él.
—¡Hadley! —sonrió, aliviado mientras su cuerpo
reconocía la presencia de su amigo. Se puso en pie y
estrechó la mano de Owen Hadley. Su amigo de pelo oscuro
sonreía ampliamente. Una vez, siendo niños en Eton,
habían sido inseparables, pero entonces Owen y su amigo
Jack se habían ido a luchar a Sudáfrica en la Segunda
Guerra Bóer. A su regreso, Jack y Owen habían… cambiado.
Leo no había sido capaz de ir a luchar; su padre no se lo
había permitido. La finca estaba destinada a un heredero
varón y, como hijo único, si Leo hubiera perecido bajo un
sol Africano, algún primo lejano se habría hecho cargo de
la mansión Hampton.
—Hace años que no te veo en el club —Hadley se sentó
frente a él en la pequeña mesa junto a la ventana. Leo no
pasó por alto que la ropa de Hadley, aunque finamente
confeccionada, llevaba una temporada pasada de moda. Al
parecer, los problemas económicos estaban a la orden del
día esta temporada entre los jóvenes solteros. Por ahora,
Leo tenía suficiente dinero para pagar a sus acreedores,
pero si no encontraba pronto una forma de generar nuevos
ingresos, estaría en problemas.
—He estado en el campo —Leo metió apresuradamente
la carta del banquero en el bolsillo del abrigo.
Los agudos ojos de Owen pasaron por alto poco, pero no
preguntó de qué iba la carta.
—Pareces cansado, viejo amigo.
—¿De verdad? —reflexionó Leo con aire sombrío—.
Desde que murió mi padre, ha sido una odisea poner la
finca en orden.
—¿Tienes miedo de perderla? —preguntó Owen en voz
baja.
—No… al menos todavía no —suspiró Leo—. Pero no
consigo que ni un solo hombre en Londres me deje
participar en inversiones o especulaciones.La economía de
las granjas arrendatarias ya no es lo que era y necesitamos
más estabilidad —se recostó en el sillón de cuero, deseando
poder quedarse aquí en el club y no tener que enfrentarse
al mundo exterior.
—¡Anímate! —sonrió Owen—. ¿Por qué no vamos a
buscar algo para entretenernos? Han pasado meses y te
vendría bien algo de diversión.
Leo negó con la cabeza. Por mucho que deseara lanzar
sus preocupaciones al aire, no podía. El escándalo de su
padre lo había obligado a vivir una vida de aburrimiento.
Era la única manera de volver a ganarse la preferencia de
la sociedad, y eso era crucial si quería preservar Hampton
House y a todos los que dependían de él.
—Tal vez en otra ocasión. En todo caso, supongo que
debo volver a Hampton. Dios sabe lo que habrá hecho mi
madre mientras he estado fuera.
Su amigo se rio con fuerza.
—Tu madre es un encanto. Cualquier problema que
cause es un deleite.
Leo se apartó el cabello de los ojos.
—Tú no tienes que vivir con ella.
—Touché —Owen se encogió de hombros—. Al menos
ella no está involucrada con esas sufragistas. ¿Sabes que
están teniendo reuniones por todo el país en este
momento?
—Dios, ni se te ocurra hablar de derechos de la mujer
cerca de mi madre —Leo y Owen miraron alrededor del
club para asegurarse de que nadie estaba escuchando.
Hablar de sufragistas solía causar problemas en un club de
caballeros, uno de los pocos lugares en los que las mujeres
estaban totalmente prohibidas.
—Bueno, no te entretendré, Hampton, pero escríbeme la
próxima vez que estés en la ciudad. Deberíamos ir por un
trago.
—De acuerdo —Leo estrechó la mano de Owen y ambos
se levantaron de sus sillas. Habría sido algo estupendo
sentarse a charlar con su viejo amigo. Habían sobrevivido a
muchas cosas juntos, pero después de sus fracasos del día
de hoy y sabiendo que las habladurías sobre el escándalo
seguían aferrándose a su familia incluso después de un
año, estaba listo para correr a casa con el rabo bien metido
entre las piernas. Mañana encontraría otra forma de
proteger su hogar… mañana.
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	Portadilla
	Índice
	Créditos
	Capítulo 1
	Capítulo 2
	Capítulo 3
	Capítulo 4
	Capítulo 5
	Capítulo 6
	Capítulo 7
	Capítulo 8
	Capítulo 9
	Capítulo 10
	Cuando un Conde se Enamora

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