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SIGMUND FREUD Y EL DESARROLLO DEL MOVIMIENTO 
PSICOANALÍTICO 
 
 
 
Historia del Pensamiento Científico y Filosófico 
 
Giovanni Reale y Dario Antisieri 
 
 
1. DE LA ANATOMÍA CEREBRAL A LA «CATARSIS HIPNÓTlCA» 
 
En el opúsculo Para la historia del movimiento psicoanalítico 
(1914), Freud escribió: «El psicoanálisis es [...] una creación mía.» Esta 
«nueva ciencia» creada por Freud y (combatida al principio por la 
mayoría, y aún hoy por bastantes) se hallaba destinada a ejercer una 
enorme influencia a la vuelta de pocas décadas, un influjo cada vez 
más notable sobre la imagen del hombre, de sus actividades psíquicas 
y de sus productos culturales. No existe hecho humano que no se 
encuentre afectado y trastornado por la doctrina psicoanalítica: el niño 
se convierte en un «perverso polimorfo»; el «pecaminoso» sexo de la 
tradición se coloca en primer plano, con objeto de explicar la vida 
normal y, sobre todo, las enfermedades mentales; el «yo» y su 
desarrollo se en marcan dentro de una nueva teoría; las enfermedades 
mentales se afrontan apelando a técnicas terapéuticas antes 
impensadas; los hechos del tipo de los sueños, los actos fallidos, los 
olvidos, etc. -considerados por lo general como hechos extraños, pero 
irrelevantes para la comprensión del hombre- se vuelven instrumentos 
que sirven para contemplar la profundidad humana; fenómenos como el 
arte, la moral, la religión e incluso la educación se ven iluminados por 
una luz que todavía hoy muchos califican de «perturbadora». Las 
costumbres se modifican debido a su choque con la teoría 
psicoanalítica, y los términos fundamentales que ésta utiliza (complejo 
de Edipo, represión, censura, sublimación, inconsciente, «superyó», 
transferencia, etc.) son ya parte integrante del lenguaje ordinario y -para 
bien o para mal, con más o menos propiedad, con razón o sin ella- 
constituyen herramientas interpretativas del desarrollo más global de la 
existencia humana. 
 
Nacido en el seno de una familia judía de Freiberg (Moravia), 
Sigmund Freud (1856-1939) se doctoró en medicina en Viena, en 1881, 
aunque «jamás hubiese sentido una especial propensión por la 
condición y el oficio médicos». Durante una temporada estudia 
anatomía cerebral. Sin embargo, para ganarse la vida, tuvo que 
dedicarse al estudio de las enfermedades nerviosas. En Mi vida y el 
psicoanálisis (1925) Freud escribe: «Atraído por la gran fama de 
Charcot, que había conseguido una enorme nombradía, tomé la 
decisión de dedicarme a la docencia en el terreno de las enfermedades 
nerviosas, por lo tanto, trasladarme a París durante un tiempo.» Charcot 
estaba convencido de que la histeria dependía de una alteración 
psicológica, y de que el enfermo podía volver al estado de normalidad a 
través de la sugestión en situación hipnótica. Asimismo pensaba que se 
podía provocar un ataque de histeria, mediante la hipnosis practicada 
sobre sujetos predispuestos. En 1889 Freud, con objeto de perfeccionar 
su técnica hipnótica, se desplaza a Nancy. Allí, narra Freud, «fui testigo 
de los extraordinarios experimentos de Bernheim sobre los enfermos 
del hospital». A un individuo en estado hipnótico Bernheim le ordena 
que le agreda una vez transcurrido un lapso determinado y que no 
comunique a nadie la orden que se le había dado. El sujeto, 
efectivamente, llevó a cabo lo que le había sido ordenado. Bernheim le 
preguntó la causa de su acto. Al principio, el sujeto contestó que no 
sabía explicar por qué, pero luego -ante la insistencia de Bernheim- 
afirmó que lo había hecho porque le había sido ordenado poco antes. 
 
De regreso en Viena, Freud -junto con Josef Breuer- redacta en 
1894 una memoria sobre un caso de histeria que Breuer había curado 
algunos años antes: «La paciente ofrecía un complejo cuadro de 
síntomas: parálisis con contracciones, inhibiciones y estados de 
 3 
confusión [...]. Sometiendo a la enferma a un profundo sueño hipnótico, 
[Breuer] le hacía manifestar qué era lo que en aquellos instantes 
oprimía su ánimo [...]. Por medio de tal procedimiento, Breuer había 
conseguido liberar a la enferma de todos sus síntomas, gracias a un 
prolongado y fatigoso trabajo.» En 1895 Breuer y Freud publican, 
basándose también en otras experiencias, los Estudios sobre la histeria, 
donde se afirma que el sujeto histérico en estado hipnótico vuelve al 
origen del trauma, ilumina aquellos puntos obscuros que han provocado 
la enfermedad a lo largo de su vida y que se hallan ocultos en lo 
profundo. De este modo se llega a la causa del mal, y mediante una 
especie de catarsis desaparece la perturbación. De este modo 
comienza la teoría psicoanalítica, que más adelante Freud 
desarrollaráen escritos como Tótem y tabú (1913); Más allá del principio 
de placer (1920); El «yo» y el «ello» (1923); Casos clínicos (1924); 
Psicología de las masas y análisis del «yo» (1921); El futuro de una 
ilusión (1927), etc., además de aquellos que iremos citando en el texto 
del presente capítulo. Debido a su origen judío, Freud se vio obligado a 
abandonar Austria, invadida por los nazis, y a trasladarse a Inglaterra, 
donde murió en 1939 como consecuencia de un cáncer en el maxilar. 
 
 
2. DEL HIPNOTISMO AL PSICOANÁLISIS 
 
A lo largo de sus estudios sobre la histeria, Freud no había caído 
en la cuenta de que en las neurosis no intervienen excitaciones 
afectivas de naturaleza genérica, «sino únicamente de carácter sexual, 
tratándose siempre de conflictos sexuales actuales o de repercusiones 
de acontecimientos del pasado». No obstante, el hipnotismo había 
revelado fuerzas y había hecho vislumbar un ,mundo que se abría de 
este modo ante las investigaciones de Freud. Este se preguntaba: 
«¿cuál podía ser la razón por la que los pacientes habían olvidado 
tantos hechos de su vida anterior y exterior, y en cambio podían 
recordados todos cuando se les aplicaba la técnica antes descrita?» La 
observación de los enfermos sometidos a tratamiento brindaba una 
respuesta a dicho interrogante. «Todas las cosas olvidadas habían 
tenido, por algún motivo, un carácter penoso para el sujeto, en la 
medida en que habían sido consideradas temibles, dolorosas y 
vergonzosas para las aspiraciones de su personalidad.» «Para traer de 
nuevo a la conciencia aquello que había sido olvidado, era necesario 
vencer en el paciente una resistencia a través de una continuada labor 
de exhortación y aliento.» Más adelante, como veremos enseguida, 
Freud se dará cuenta de que dicha resistencia habrá que superada de 
otra manera (mediante la técnica de la asociación libre), pero mientras 
tanto había surgido la teoría de la represión. En cada ser humano 
intervienen tendencias, fuerzas o pulsiones que a menudo entran en 
conflicto. La neurosis aparece cuando el «yo» consciente bloquea el 
impulso y le niega el acceso «a la conciencia y a la descarga directa»: 
una resistencia reprime el impulso en la parte inconsciente de la psique. 
Sin embargo, «las tendencias reprimidas, al volverse inconscientes, 
podían obtener una descarga y una satisfacción sustitutiva por vías 
indirectas, anulando así el propósito de la represión. En la histeria de 
conversión ese camino indirecto llevaba al ámbito de la inervación 
somática, y el impulso reprimido volvía a surgir en una parte cualquiera 
del cuerpo, creando aquellos síntomas que constituían, por lo tanto, el 
resultado de un compromiso; en efecto, constituían una satisfacción 
substitutiva, aunque deformada y desviada de sus fines debido a la 
resistencia del "yo"». Precisamente el descubrimiento de la represión 
fue lo que obligó a Freud a modificar el procedimiento terapéutico 
 4empleado junto con la práctica hipnótica: en la hipnosis se trata de 
descargar los impulsos que se habían internado por un camino erróneo. 
Ahora, en cambio, se hacía necesario «descubrir las emociones y 
eliminarlas por medio de una valoración que aceptase o condenase 
definitivamente aquello que había excluido el proceso de represión». 
Una vez sustituida la práctica terapéutica, Freud también cambia el 
nombre del nuevo método de investigación y de curación, empleando 
por primera vez el nombre de «psicoanálisis» en lugar de «catarsis». 
Ahora, afirma Freud, «tomando como punto de partida la represión, 
podemos vincular con ella todos los elementos de la teoría 
psicoanalítica». 
 
 
3. INCONSCIENTE, REPRESIÓN, CENSURA E INTERPRETACIÓN 
DE LOS SUEÑOS 
 
Gracias al descubrimiento de las represiones patógenas y de 
otros fenómenos de los que hablaremos a continuación, «el 
psicoanálisis [...] se vio obligado [...] a tomarse en serio el concepto de 
inconsciente». En las neurosis lo inconsciente es lo que habla y se 
manifiesta. Más aún: para Freud «lo inconsciente es lo psíquico en sí 
mismo y su realidad esencial». De este modo, Freud invertía la ya 
consolidada y venerable noción que identificaba lo consciente con lo 
psíquico. Su anterior práctica hipnótica, los estudios sobre la histeria, el 
posterior descubrimiento de la represión y las investigaciones que Freud 
venía realizando sobre la génesis de las perturbaciones psíquicas y de 
las demás manifestaciones «no razonables» de la vida de las personas, 
le convencieron cada vez más de la realidad efectiva y determinante de 
lo inconsciente. Esto es lo que se halla tras nuestras fantasías libres; es 
lo que genera nuestros olvidos, lo que expulsa de nuestra conciencia 
nombre, personas, acontecimientos. ¿Cómo es que queríamos decir 
una cosa y nos sale otra? ¿Cómo es que pretendíamos escribir una 
palabra y escribimos otra? ¿Dónde estará la causa de estos actos 
fallidos, es decir, de nuestros errores involuntarios? ¿Acaso no surgen 
«de la contraposición de dos intenciones distintas», una de las cuales -
justamente la inconsciente- es «más fuerte que nosotros? En 
Psicopatología de la vida cotidiana (1901), y luego en El chiste y su 
relación con lo inconsciente (1905), Freud ofrece brillantes análisis (que, 
sin embargo, los intérpretes consideran a menudo como muy 
discutibles) acerca de un conjunto de fenómenos (lapsus, distracciones, 
asociaciones inmediatas de ideas, errores de imprenta, extravío o rotura 
de objetos, chistes, amnesias, etc.) que la ciencia «exacta» jamás había 
tomado en serio, y en los cuales Freud demuestra la acción permanente 
de aquellos contenidos que la represión eliminó de la conciencia, 
ocultándolos en lo inconsciente, pero sin lograr reducidos a la 
inactividad. Dicha acción de los contenidos reprimidos dentro de lo 
inconsciente había sido demostrada por Freud unos años antes, en La 
interpretación de los sueños (1899). La antigüedad clásica consideraba 
que los sueños eran una profecía y la ciencia de la época de Freud los 
tomaba como supersticiones. Freud, sin embargo, quiso llevados al 
interior de la ciencia: «Parecía absolutamente imposible que alguien 
que hubiese llevado a cabo una labor científica pudiese dedicarse más 
tarde a hacer de intérprete de sueños. No obstante, sin tener en cuenta 
esa condenación del sueño; considerándolo en cambio como un 
síntoma neurótico no comprendido, de la misma clase que una idea 
delirante u obsesiva; prescindiendo de su contenido aparente y, por 
último, sometiendo a la asociación libre a cada uno de sus diversos 
elementos, se llegó a un resultado completamente distinto.» Tal 
 5 
resultado consistió en que en el sueño existe un contenido manifiesto 
(aquello que se recuerda y se relata, al despertarse) y un contenido 
latente (aquel sentido del sueño que el individuo no sabe reconocer: 
«¡esto no tiene ni pies ni cabeza!»). Este contenido latente «contiene el 
verdadero significado del sueño mismo, mientras que el contenido 
manifiesto no es más que una máscara, una fachada». El psicoanálisis 
también -y a menudo, ante todo- es un interpretador de sueños. Tiene 
que volver a recorrer el camino hacia el contenido latente del sueño, 
contenido que «siempre está lleno de significado», a partir del contenido 
manifiesto «que a menudo se muestra del todo insensato». La técnica 
analítica, apelando a las asociaciones libres, «permite descubrir aquello 
que está oculto». En las raíces ocultas de los sueños hallamos impulsos 
reprimidos que el sueño trata de satisfacer, debido a la menor vigilancia 
que ejerce el «yo» consciente durante el sueño: «el sueño [...] 
constituye la realización de un deseo», de un deseo que la conciencia 
considera censurable o vergonzoso, y que «se muestra propensa a 
repudiar con sorpresa o con indignación». Sin embargo, no debe 
creerse que la acción represora del «yo» cese completamente durante 
el sueño: «una parte de ella permanece activa, en cuanto censura 
onírica, y prohíbe al deseo inconsciente que se manifieste en la forma 
que le es propia». Con motivo del rigor de la censura onírica, «los 
contenidos onírico s latentes deben [...] someterse a modificaciones y a 
atenuaciones, que convierten en irreconocible el significado prohibido 
del sueño». Así se explican aquellas deformaciones oníricas a las 
cuales los sueños les deben sus típicos rasgos extravagantes. En 
conclusión: «el sueño es la realización (enmascarada) de un deseo 
(reprimido»>. Lo que acabamos de exponer justifica el que, en opinión 
de Freud, «la interpretación de los sueños es [...] el camino privilegiado 
para conocer lo inconsciente, la base más segura de nuestras 
investigaciones [...]. Cuando se me pregunta cómo puede uno 
convertirse en psicoanalista, yo respondo: mediante el estudio de los 
propios sueños», afirma Freud. 
 
 
4. LA NOCIÓN DE «LIBIDO» Y LA SEXUALIDAD INFANTIL 
 
El tratamiento de las neurosis, la psicopatología de la vida 
cotidiana, la investigación sobre los chistes y la interpretación de los 
sueños conducen a Freud al mundo de lo inconsciente. Aquello que 
ocurre en la historia de un individuo -haya sido éste consciente de ello o 
no habiéndolo sospechado jamás- nunca desaparece. En la historia de 
nuestro planeta, las capas terrestres anteriores se van hundiendo pero 
no desaparecen, y los sucesivos estratos de una ciudad multisecular 
continúan existiendo, aunque no sean visibles. Del mismo modo, la 
psique también se halla estratificada. El recuerdo, la equivocación, el 
olvido, los sueños y las neurosis hallan su explicación causal debido a 
pulsiones rechazadas y a los deseos reprimidos en lo inconsciente, pero 
no eliminados. Aquí se plantea un problema inevitable: ¿por qué se 
rechazan determinadas pulsiones? ¿Por qué determinados deseos y 
determinados recuerdos están a disposición de la conciencia, mientras 
que otros -al menos, en apariencia- parecen hallarse fuera de su 
alcance y reprimidos en lo inconsciente? Según Freud, la razón está en 
que se trata de pulsiones y deseos en abierto contraste con los valores 
y las exigencias éticas que el individuo consciente proclama y considera 
como válidos. Cuando se da una incompatibilidad entre el «yo» 
consciente (sus valores, sus ideales, sus puntos de referencia, etc.) y 
determinadas pulsiones y determinados deseos, entonces entra en 
acción una especie de represión que arranca a la conciencia estas 
 6 
cosas «vergonzosas» e «inconfesables» y las hunde en lo inconsciente, 
donde una censura permanente se esfuerza porque no vuelvan a aflorar 
en la vida consciente. 
 
Represión y censura entran en accióngracias a que deben actuar 
sobre recuerdos y deseos de naturaleza primordial y ampliamente 
sexual y por lo tanto sobre cosas «vergonzosas», que no hay que decir 
sino eliminar. Freud reconduce la vida humana a una libido originaria, 
es decir, a una energía conectada básicamente con el deseo sexual: 
«análoga al hambre en sentido general, la libido designa la fuerza a 
través de la cual se manifiesta el instinto sexual, al igual que el hambre 
designa la fuerza a través de la cual se manifiesta el instinto de 
absorción de alimentos». Los deseos procedentes del hambre y de la 
sed no son pecaminosos y no están reprimidos, mientras que las 
pulsiones sexuales sí se reprimen, para reaparecer más tarde en los 
sueños y en las neurosis. «El primer descubrimiento al que nos lleva el 
psicoanálisis es que, de forma habitual, los síntomas patológicos están 
ligados con la vida amorosa del enfermo; este descubrimiento [...] nos 
obliga a considerar que las perturbaciones de la vida sexual son una de 
las causas más importantes de la enfermedad.» Los enfermos no caen 
en la cuenta de ello, porque «utilizan para cubrirse una pesada capa de 
mentiras, como si hiciese mal tiempo en el mundo de la sexualidad». La 
sexualidad reprimida explota mediante una enfermedad o retorna a 
través de diversos sueños. Precisamente al analizar estos sueños 
Freud descubre la sexualidad infantil. En efecto, los sueños de los 
adultos remiten con frecuencia a deseos insatisfechos -deseos 
incumplidos- de la vida sexual infantil. 
 
El niño no carece de instintos y tampoco carece de pulsiones 
eróticas. «La función sexual existe [...] desde el comienzo.» Según 
Freud, el niño manifiesta tal instinto desde su más tierna edad: «trae 
consigo estas tendencias cuando viene al mundo, y de tales semillas 
nace, a lo largo de una evolución llena de vicisitudes y con numerosas 
fases, la llamada sexualidad normal del adulto». En primer lugar, la 
sexualidad infantil es algo independiente de la función reproductora, al 
servicio de la cual se pondrá más adelante. Sirve más bien para brindar 
numerosas clases de sensaciones placenteras. «La principal fuente de 
placer sexual infantil consiste en la excitación de determinadas zonas 
del cuerpo especialmente sensibles, además de los órganos sexuales: 
la boca, el ano, la uretra, así como la epidermis y otras zonas 
sensibles.» Por lo tanto, la sexualidad infantil es «autoerotismo» que se 
manifiesta como una conquista del placer que encuentra su objeto en 
las zonas erógenas del cuerpo. Un primer grado de organización de los 
instintos sexuales «aparece bajo el predominio de los componentes 
orales», en el sentido de que la succión de los recién nacidos constituye 
un adecuado ejemplo de satisfacción autoerótica brindada por una zona 
erógena (ésta es la fase oral y abarca el primer año de vida). A 
continuación sigue la fase anal, dominada por el placer de satisfacer el 
estímulo de las evacuaciones (la fase anal abarca el período 
correspondiente al segundo y tercer año de vida). Recién en la tercera 
fase (fase fálica: 4-5 años) aparece la primacía de los genitales, en el 
sentido de que el niño busca placer tocándose dichos órganos, y 
experimenta un nuevo y particular interés por sus progenitores. El niño 
descubre el pene y tal descubrimiento va acompañado por el temor a 
perderlo (complejo de castración). Las niñas experimentan lo que Freud 
califica «envidia del pene». Tales «complejos» pueden volverse a 
presentar en la edad adulta y convertirse en causa de neurosis. En este 
 7 
momento aparece un proceso al cual corresponde -en opinión de 
Freud- un papel muy importante en la vida psíquica. Se trata de la 
«crisis edípica». 
 
 
5. EL COMPLEJO DE EDIPO 
 
Freud aclara en estos términos este punto central de su teoría: «El 
niño concentra en la persona de la madre los deseos sexuales y 
concibe impulsos hostiles contra su padre, al que considera como un 
rival. Mutatis mutandis la niña asume una actitud semejante.» Los 
sentimientos que se forman durante estas relaciones no sólo poseen un 
carácter positivo -es decir son afables y llenos de ternura- sino que 
también resultan negativos, hostiles. Se forma un «complejo» (es decir, 
un conjunto de ideas y de recuerdos ligados a sentimientos muy 
intensos) que está condenado sin ninguna duda a una rápida represión. 
Freud señala: «Sin embargo, desde el fondo de lo inconsciente, aquél 
ejerce una actividad importante y duradera. Podemos suponer que 
constituye, con sus implicaciones, el complejo central de toda neurosis, 
y esperamos encontrado no menos activo en los demás campos de la 
vida psíquica.» En la tragedia griega, Edipo, hijo del rey de Tebas, mata 
a su padre, y toma como esposa a su propia madre. Este mito, dice 
Freud, «es una manifestación poco modificada del deseo infantil contra 
el cual se eleva más tarde, para expulsado, la barrera del incesto». En 
el fondo del drama de Hamlet, de Shakespeare, «se encuentra la misma 
idea de complejo incestuoso, pero mejor disfrazado». Dada la 
imposibilidad de satisfacer su deseo, el niño se somete a su competidor, 
el progenitor del cual se muestra celoso, y éste se transforma en su 
amo interior. A través de la interiorización de un censor interior, para la 
crisis edípica, pero mientras tanto se ha llegado a instaurar el 
«superyó», junto con él, la moral. Al estadio fálico le sigue un período 
de latencia «durante el cual surgen las formaciones re activas de la 
moral, el pudor y el asco. Este período de latencia dura hasta la 
pubertad, cuando entran en funcionamiento las glándulas sexuales, y la 
atracción hacia el otro sexo lleva a la unión sexual. Nos encontramos 
así en el período genital en sentido estricto. De todas estas 
consideraciones, Freud deduce que «en primer lugar libera la 
sexualidad de sus vínculos demasiado estrechos con los órganos 
genitales, definiéndola como una función somática más amplia, que 
tiende antes que nada hacia el placer y que sólo de manera secundaria 
se pone al servicio de la reproducción. En segundo lugar, se incluyen 
también entre los instintos sexuales todos aquellos impulsos meramente 
afectuosos, amigables, para los cuales empleamos -en el lenguaje 
corriente- la palabra "amor"». Este ensanchamiento de la noción de 
sexualidad (que además representa una reconstitución de dicho 
concepto), transformando la sexualidad en algo que no depende por 
completo de los órganos genitales, permite tomar en consideración 
aquellas actividades sexuales no genitales que aparecen tanto en los 
niños como en los adultos (por ejemplo, la homosexualidad). Tales 
actividades no genitales son perversas, ya que no se hallan destinadas 
a la generación. Esto explica el significado (que no es de carácter 
moral) de la expresión de Freud según la cual el niño es «un perverso 
polimorfo». 
 
 
6. EL DESARROLLO DE LAS TÉCNICAS TERAPÉUTICAS Y LA 
TEORÍA DE LA TRANSFERENCIA 
 
 8 
«Las teorías de la resistencia y de la represión en lo inconsciente, 
del significado etiológico de la vida sexual, y de la importancia de las 
experiencias infantiles, son los elementos principales del edificio teórico 
del psicoanálisis», escribe Freud. Tales elementos acaban de ser 
expuestos en las páginas precedentes. Pasando ahora a otros núcleos 
importantes de la misma teoría psicoanalítica, vemos que, en lo que 
respecta a la técnica terapéutica, Freud se vio obligado por las 
experiencias que iban acumulándose a lo largo de sus investigaciones, 
en primer lugar, a descartar las técnicas de hipnosis, y más tarde, a 
superar también aquella acción «insistente y aseguradora» ejercida 
sobre el paciente,para que éste venza la resistencia. La técnica que le 
resultó más eficaz a Freud fue la de la libre asociación de ideas: el 
analista hace que el sujeto se tienda sobre un diván, en un ambiente 
donde no haya demasiada luz intensa, de manera que el paciente se 
coloque en una situación distendida. El analista se pone detrás del 
paciente y le invita a «manifestar todo aquello que se le presenta ante el 
pensamiento, una vez que haya renunciado a guiar voluntariamente 
dicho pensamiento». Esta técnica no provoca coacciones en el enfermo 
y es un camino eficaz para llegar a descubrir la resistencia: «el hallazgo 
de la resistencia es el primer paso hacia su superación». Como es 
obvio, para que el análisis avance en el sentido correcto, es preciso que 
el analista haya desarrollado «un arte para que logre el éxito». El 
analista no coacciona al paciente, lo guía, le invita a dejar vía libre a las 
ideas que le vienen a la mente; a veces sugiere una palabra, tratando 
de comprobar qué otras ideas y sentimientos suscita en el paciente. El 
analista registra y escribe todo: no sólo lo que dice el paciente, sino 
también sus vacilaciones y sobre todo sus resistencias. El analista 
trabaja, pues, sobre las asociaciones libres del paciente. Sin embargo, 
en la práctica analítica la interpretación de los sueños desempeña una 
función primaria ya que éstos se hallan profundamente conectados con 
los deseos reprimidos en lo inconsciente, y estos deseos casi siempre 
son de naturaleza sexual. El análisis «también se aprovecha del hecho 
de que en el sueño resultan accesibles los elementos olvidados de la 
vida infantil, venciendo, mediante su interpretación, la amnesia referente 
a los hechos de la infancia». El sueño realiza así en parte la función que 
antes se confiaba al hipnotismo. Hemos dicho que casi siempre el 
deseo (que el sueño reelabora y substituye por otra cosa) tiene un 
origen sexual: casi siempre, pero no siempre. Freud dice: «Nunca he 
afirmado lo que con frecuencia se me atribuye: que la interpretación 
onírica demuestra que todos los sueños poseen un contenido sexual 
[...]. Resulta fácil observar que el hambre, la sed y las demás 
necesidades crean sueños de satisfacción, del mismo modo que un 
impulso reprimido de tipo sexual o infantil.» Los sueños de los niños 
sirven para comprobarlo y, «bajo el empuje de las necesidades 
imperiosas, también los adultos pueden producir sueños similares, de 
tipo infantil». Además de la asociación libre de ideas y de los sueños, el 
ana lista es un intérprete de los actos fallidos, de los lapsus, los olvidos, 
los retrasos, las ensoñaciones en estado de vigilia o las asociaciones 
inmediatas: en definitiva, de todo lo que constituye la «psicopatología 
de la vida cotidiana». Utilizando estas hendiduras y estos senderos, el 
analista se propone devolver al paciente su inconsciente, poniendo de 
manifiesto las obstrucciones que han provocado la enfermedad y que 
causan en el sujeto un estado de sufrimiento que a veces llega a ser 
insoportable. Sólo se podrán desatar los lazos de la enfermedad si se 
descubren las causas de ésta; sólo si se sabe qué ha sucedido se 
podrá uno liberar del sufrimiento. Por tal razón, «donde estaba el "ello", 
debe aparecer el "yo"». El camino de la curación consiste en «la 
transformación de lo inconsciente en consciente», aunque a veces 
 9 
suceda que el médico «asume la defensa de la enfermedad que está 
combatiendo». Se trata de aquellos casos «en los que el médico mismo 
debe admitir que el que un conflicto desemboque en la neurosis 
representa la solución más innocua y más tolerable socialmente». 
 
Estas son las técnicas terapéuticas elaboradas y utilizadas por 
Freud. Freud no tardó en darse cuenta de que «en todo tratamiento 
analítico se establece, sin la menor intervención del médico, una intensa 
relación sentimental del paciente con la persona del analista». Dicho 
fenómeno fue llamado «transferencia». «Ocupa de inmediato, en el 
paciente, el lugar de su deseo de curación, y si se limita a ser afectuoso 
y mesurado, sirve de base a la influencia del médico, constituyendo un 
auténtico aguijón afectivo en el trabajo analítico compartido.» Sin 
embargo, también puede manifestarse mediante una hostilidad tal que 
«se configura como principal instrumento de la resistencia» y pone en 
peligro el resultado mismo del tratamiento. En cualquier caso, «sin 
transferencia, se vuelve imposible todo análisis». La transferencia es un 
fenómeno humano de carácter general. El analista lo advierte y lo aísla. 
«El analista hace que el enfermo se vuelva consciente de la 
transferencia, y ésta se resuelve cuando el paciente adquiere la 
convicción de que en su conducta, determinada por la transferencia, 
está reviviendo relaciones que provienen de sus cargas afectivas más 
antiguas, dirigidas hacia un objeto y pertenecientes al período reprimido 
de su infancia.» A través de esta labor, la transferencia se convierte en 
el mejor instrumento de la cura analítica, después de haber sido el arma 
más importante de la resistencia: «su utilización y su aprovechamiento 
constituyen en cualquier caso, la parte más difícil e importante de la 
técnica analítica». 
 
 
7. LA ESTRUCTURA DEL APARATO PSÍQUICO: «ELLO», «YO» Y 
«SUPERYÓ» 
 
Lo dicho hasta ahora permite deducir con facilidad la teoría del 
aparato psíquico propuesta por Freud. Dicho aparato está formado por 
el «ello», el «yo» y el «superyó». El «ello» (equivalente al id latino; 
Freud tomó este término de Georg Groddeck) es el conjunto de los 
impulsos inconscientes de la libido; es la fuente de energía biológico-
sexual; es lo inconsciente amoral y egoísta. El «yo» es la fachada del 
«ello», su representante consciente, la punta consciente del iceberg que 
constituye el «ello». El «superyó» se forma hacia el quinto año de edad 
y distingue (en grado, pero no en naturaleza) al hombre del animal; es 
la sede de la conciencia moral y del sentimiento de culpa. El «superyó» 
nace en cuanto interiorización de la autoridad familiar, y a continuación 
se desarrolla como interiorización de las demás autoridades, como 
interiorización de los ideales, los valores y los modos de conducta 
propuestos por la sociedad, a través de una substitución de la autoridad 
de los padres por la de los educadores, maestros y modelos ideales. El 
«superyó» paterno se convierte en un superyó social. Por lo tanto, el 
«yo» tiene que mediar entre el «ello» y el «superyó», entre las 
pulsiones del «ello», agresivas y egoístas, que tienden a una 
satisfacción total e irrefrenable, y las prohibiciones del «superyó» que 
impone todas las restricciones y las limitaciones de la moral y de la 
civilización. En otros términos, el individuo se halla bajo el impulso 
originario de una energía de tipo biológico-sexual. Estas fuerzas 
instintivas, sin embargo, están reguladas por dos principios: el de placer 
y el de realidad. A través del principio de placer, la libido tiende a buscar 
una satisfacción inmediata y total. Por este camino, no obstante, se 
 10 
encuentra con el censor representado por el principio de realidad, que 
obliga a las pulsiones egoístas, agresivas y autodestructivas a 
encauzarse por otros caminos, los caminos de la producción artística, 
de la ciencia, etc.: los caminos de la civilización. Sin embargo, a pesar 
de la represión ejercida por el principio de realidad, el instinto no desiste 
y no se da por vencido, buscando otros canales de satisfacción. En el 
caso de que no logre sublimarse a través de las obras de arte, 
resultados científicos, realizaciones tecnológicas, educativas, 
humanitarias, y si por otra parte los obstáculos con losque se encuentra 
se muestran sólidos e impermeables ante cualquier desviación 
substitutiva, el impulso del instinto se transforma en neurosis. 
 
 
8. LA LUCHA ENTRE «EROS» y «THANATOS» y EL MALESTAR EN 
LA CIVILIZACIÓN 
 
En realidad, la cuestión del instinto, de sus formas y de los 
principios que lo estructuran, constituyó una auténtica preocupación 
para Freud, que al final llegó a hablar de un «instinto de vida» o Eros y 
un «instinto de muerte» o Thanatos. El instinto de vida se expresa 
mediante el amor, la creatividad, espíritu constructivo. El instinto de 
muerte, mediante el odio y la destrucción. Se trata de un instinto 
poderoso, el hombre es un ser agresivo. «Homo homini lupus: ¿quién 
se atreverá a discutir esta afirmación, después de todas las 
experiencias de la vida y de la historia?», se pregunta Freud en El 
malestar en la civilización (1929). En el hombre hay una «agresividad 
cruel» que revela en él «una bestia salvaje, a la cual resulta ajeno el 
respeto a su propia especie». La realidad, en opinión de Freud, es que 
«debido a esta hostilidad primaria de los hombres entre sí, la sociedad 
incivilizada se ve continuamente amenazada de destrucción [...y] para 
cada uno de nosotros llega el momento de abandonar como ilusiones 
ficticias aquellas esperanzas que cuando es joven deposita en sus 
propios semejantes, y de experimentar en qué medida la malevolencia 
de éstos convierte la vida en algo duro y Oneroso». Por lo tanto, Freud 
nO condena la civilización tout court, sino las represiones inútiles y 
excesivas, que son una fuente de angustia y de sufrimiento. Justamente 
para aliviar estos sufrimientos Freud ofrece, mediante su genealogía de 
la civilización, una mayor conciencia desmitificadora de los ideales y los 
valores, para que éstos, aunque sean necesarios para dominar el 
instinto de muerte, no se transformen en instrumentos de tortura para la 
vida de los individuos. El hombre renuncia a gran parte de su felicidad 
para hacer posible una vida social (la civilización) que no sea 
autodestructiva. «El "superyó" es el heredero del complejo de Edipo y el 
representante de las aspiraciones éticas del hombre.» El «superyó» 
obligó a Edipo a arrancarse los ojos. El trabajo de Freud tiende 
precisamente a esto: no a negar la civilización, sino a no permitir al 
«superyó» que arranque los ojos al nuevo Edipo, enloqueciendo al 
hombre y haciéndole la vida insoportable e inhumana. Es cierto que hay 
enfermedades (soportables) con las que el hombre debe aprender a 
coexistir, pero también es verdad que el hombre civilizado ha vendido la 
posibilidad de la felicidad «a cambio de un poco de seguridad». Lo 
importante es que la vida civilizada, en un desarrollo constante, resulte 
soportable. Al final de El malestar en la civilización Freud escribe: «El 
problema fundamental del destino de la especie humana me parece que 
es lo siguiente: si, y hasta qué punto, la evolución civil de los hombres 
logrará dominar las perturbaciones de la vida colectiva provocadas por 
su pulsión agresiva y autodestructora. [...] En el momento actual los 
hombres han ampliado tanto su propio poder sobre las fuerzas 
 11 
naturales que, aprovechándose de ellas, les sería fácil exterminarse 
recíprocamente, hasta el último hombre. Lo saben, cosa que provoca 
gran parte de su presente inquietud, infelicidad y apresión. Cabe 
esperar que la otra de las "potencias celestiales", el Eros eterno, haga 
un esfuerzo para consolidarse en la lucha contra su adversario 
igualmente inmortal. Empero, ¿quién puede predecir si tendrá éxito y 
cuál será el resultado final?» 
 
Agreguemos una última observación. Freud reconoce que su 
doctrina psicoanalítica manifiesta grandes coincidencias con la filosofía 
de Schopenhauer, «quien no sólo aceptó el primado de la afectividad y 
la extraordinaria importancia de la sexualidad, sino también el 
mecanismo de la represión». Sin embargo, señala Freud, se trata de 
una coincidencia pero no de influjos. Freud confiesa haber leído a 
Schopenhauer «en una época muy avanzada de la vida». Añade 
además: «Durante mucho tiempo evité leer a Nietzsche, otro filósofo 
cuyos presentimientos y cuyas intuiciones coinciden frecuentemente, de 
modo sorprendente, con los laboriosos resultados del psicoanálisis, ya 
que no me interesaba el tener una prioridad, sino el mantenerme libre 
de cualquier influencia.» Finalmente, por lo que respecta al marxismo, 
Freud no se muestra nada convencido de que dicha doctrina haya 
encontrado «el camino para liberamos del mal». En efecto, «con la 
abolición de la propiedad privada se quita al humano deseo de 
agresión, uno de sus instrumentos, sin duda un instrumento poderoso, 
pero sin duda también, no el más fuerte». 
 
 
9. LA REBELIÓN CONTRA FREUD y EL PSICOANÁLISIS DESPUÉS 
DE FREUD 
 
9.1. La «psicología individual» de Alfred Adler 
 
En 1910 nació la Sociedad Internacional del Psicoanálisis, cuyo 
primer presidente fue Carl Gustav Jung. Mientras tanto, el psicoanálisis 
había hallado nuevos campos de fecunda aplicación. T. Reik y el 
etnólogo G. Roheim desarrollaron las tesis contenidas en el trabajo de 
Freud Tótem y tabú. Otto Rank convertía la mitología en objeto de 
estudio. El pastor protestante O. Pfister, de Zurich -quien, según Freud, 
«descubrió que el psicoanálisis era conciliable con una forma sublimada 
de religiosidad»- aplicó el psicoanálisis a la pedagogía. En 
consecuencia, no faltaron éxitos. Sin embargo, junto con éstos, también 
llegaron las primeras escisiones notables, que rompieron de manera 
decisiva la uniformidad de la perspectiva freudiana. 
 
El artífice de la primera escisión (1911) fue Alfred Adler (1870-
1937), fundador de la «psicología individual» y autor de obras como El 
temperamento nervioso (1912), Conocimiento del hombre (1917) o 
Praxis y teoría de la psicología individual (1920). Antiguo discípulo de 
Freud, y partiendo del mismo material en que se basaba la teoría 
freudiana y afrontando los mismos problemas que Freud, construye un 
sistema teórico que niega punto por punto el sistema de Freud, con lo 
que éste dirá irónicamente que «la doctrina de Adler se caracteriza no 
tanto por lo que afirma, sino por lo que niega». La doctrina de Freud 
considera que toda la actividad del hombre está en función de su 
pasado; la doctrina de Adler considera que está en función de su futuro 
(G. Zunini). Adler afirma que el comportamiento del individuo no está 
guiado por el principio del placer y por el principio de realidad, sino por 
su voluntad de poder. En cada fase de su desarrollo, escribe Adler, «el 
 12 
individuo está guiado por su deseo de superioridad, de semejanza 
divina, por la fe en su poder psíquico particular». 
 
La dinámica del desarrollo del individuo se enfrenta con la 
disyuntiva entre el «complejo de inferioridad» que se desencadena ante 
las obligaciones que hay que cumplir y la competición con los demás, y 
la voluntad de afirmar el propio poder. A lo largo del esfuerzo por la 
propia afirmación varonil y por superar el complejo de inferioridad, 
afirma Adler, ocurren procesos de compensación. Cuando una actividad 
psíquica es inferior a los requerimientos de la tarea que hay que 
afrontar, entonces entra en juego -al igual que en los procesos 
biológicos- una compensación por parte de alguna otra actividad que es 
superior con respecto a la tarea. Con este tipo de herramientas 
conceptuales Adler interpreta de manera diferente el material freudiano 
y trata de solucionar de un modo distinto los problemas en que se había 
basado el psicoanálisis. Así, en los sueños no es que habla lo 
inconsciente, sino que expresanel proyecto vital del individuo, que 
también se pone en evidencia a través de los actos fallidos y que –en 
opinión de Adler- se manifestaría como «plan de vida» ya a los cuatro o 
cinco años de edad. También en las pulsiones sexuales Adler ve en 
acción la voluntad de poder que aspira a dominar a los otros. La 
neurosis es el sentimiento de inferioridad del individuo que, ante las 
dificultades, se repliega sobre sí mismo y exige de los otros que le 
manifiesten comprensión, obligándoles a dedicarle su atención. La 
noción central del sistema de Adler es la voluntad de poder. Su 
referencia histórica más inmediata es el pensamiento de Nietzsche, 
pero también el de Schopenhauer. Adler aplicó sus teorías al arte y a la 
educación. En Viena surgieron clínicas para la orientación social y asilo 
para niños, inspirados en las ideas de Adler. Karl Popper trabajó en una 
de estas instituciones. En una ocasión, en 1919, Popper refirió a Adler 
un caso que no consideraba particularmente adleriano. Sin embargo, 
narra Popper, Adler «lo analizó sin ninguna dificultad en los términos de 
su teoría de los sentimientos de inferioridad, sin haber visto siquiera al 
niño. Un tanto desconcertado, le pregunté cómo podía estar tan seguro. 
"Debido a mi experiencia de mil casos", respondió; ante lo cual -sigue 
diciendo Popper- no pude evitar añadir: "experiencia que ahora se 
tranforma en mil y un casos"». Esto sirve para recordar que aquí halla 
su origen el criterio de falsación popperiano. 
 
 
9.2. La «psicología analítica» de Carl Gustav Jung 
 
Famoso por sus estudios de psiquiatría, el suizo CG. Jung (1875-
1961) se aproximó a Freud, pero en 1913 -dos años después de la 
secesión de Adler- también Jung se alejó de Freud y propuso un 
influyente sistema de ideas psicológicas que denominó «psicología de 
los complejos» o «psicología analítica». Jung fue quien introdujo el 
término «complejo», utilizándolo en sus Estudios de asociación 
diagnóstica (1906). La noción de «complejo» significa para Jung 
«grupos de contenidos psíquicos que, desvinculados de la conciencia, 
pasan a lo inconsciente, donde continúan llevando una existencia 
relativamente autónoma e influyen sobre la conducta» (G. Zunini). Este 
influjo puede ser negativo, pero también puede asumir una valencia 
positiva, cuando se convierte en razón de nuevas posibilidades de 
creación y de éxito. Jung utilizó la noción de complejo para el 
diagnóstico de las asociaciones. Proponía distintas palabras, una a 
continuación de otra, a un sujeto que debía responder inmediatamente 
con la primera palabra que le viniese a la mente. Jung puso de 
 13 
manifiesto que el tiempo de reacción -el tiempo que transcurre entre la 
presentación de la palabra y la respuesta del sujeto- cambia de una 
palabra a otra, y ante las diferentes palabras también se da en el 
individuo una actitud distinta. A veces la reacción es muy vacilante o 
bien resulta muy apresurada: nos encontramos ante reacciones que son 
indicativas de complejos, de los cuales el sujeto no es consciente. Por 
este camino, pero también a través del contenido de las reacciones 
verbales y de los sueños, Jung penetra en lo inconsciente. Posteriores 
investigaciones le llevaron a lo que fue quizás su descubrimiento 
fundamental: lo «inconsciente colectivo». Para Jung la estructura de la 
psique abarca la conciencia y un inconsciente personal, donde se 
conserva y se agita aquello que la conciencia quiere reprimir, 
abandonar o cancelar. Sin embargo, además de la conciencia y de lo 
inconsciente personal, Jung descubre una zona de la psique que llama 
«insconsciente colectivo». Lo inconsciente personal consiste, 
básicamente, en complejos, mientras que lo inconsciente colectivo, está 
formado por arquetipos: «los instintos [tendencias innatas, no 
aprendidas] constituyen analogías muy cercanas a los arquetipos. Tan 
cercanas, que hay motivos para suponer que los arquetipos son las 
imágenes inconscientes de los instintos mismos; en otras palabras, son 
esquemas de comportamiento instintivo. La hipótesis de lo inconsciente 
colectivo, por lo tanto, no resulta más aventurada que admitir que haya 
instintos», escribe Jung. Lo inconsciente colectivo es hereditario y «es 
idéntico en todos los hombres, constituye un substrato psíquico común, 
de naturaleza suprapersonal, que está presente en cada uno de 
nosotros». Los arquetipos son esquemas de reacciones instintivas, de 
reacciones psíquicas obligadas que se hallan en los sueños, pero 
también en las mitologías y en las tradiciones religiosas, y hacen 
referencia a características de la vida humana como el nacimiento, la 
muerte, las imágenes paterna y materna o las relaciones entre ambos 
sexos. 
 
Otro tema relevante en el pensamiento de Jung es su teoría de los 
«tipos psicológicos». Analizando la controversia entre Freud y Adler, 
Jung logra trazar la tipología del introvertido y del extravertido. Freud 
sería extravertido, y Adler, introvertido. Para el extravertido los 
acontecimientos externos a él mismo poseen la máxima importancia 
consciente. Como compensación en lo inconsciente la actividad 
psíquica del extravertido se encuentra en el «yo». Por lo contrario, para 
el introvertido lo que cuenta es la respuesta subjetiva del individuo ante 
los acontecimientos y las circunstancias de carácter externo, mientras 
que en lo inconsciente el introvertido se ve empujado con sentimientos 
de temor hacia el mundo externo. Aunque no existe un «tipo puro», 
Jung admite sin embargo la extremada utilidad descriptiva de la 
distinción entre «introvertido» y «extravertido». «Cada individuo posee 
ambos mecanismos -la introversión y la extraversión- y lo único que 
determina el tipo es el predominio de uno o de otro.» Tipos psicológicos 
es de 1921. A partir de este período, Jung dedica su atención principal 
al estudio de la magia, de las diversas religiones y de las culturas 
orientales (Psicología y religión, 1940; Psicología y alquimia, 1944; El 
«yo» y lo inconsciente, 1945). 
 
Contemplando su labor dentro del contexto de nuestra civilización, 
Jung afirmó: «No me siento espoleado por un optimismo excesivo y 
tampoco soy amante de los ideales elevados, sino que me intereso 
simplemente por el destino del ser humano en cuanto individuo, aquella 
unidad infinitesimal de la cual depende un mundo, y en la cual-si 
leemos correctamente el significado del mensaje cristiano- también Dios 
 14 
busca su fin.» La respuesta que Jung dio en 1959 a un entrevistador de 
la BBC que le preguntó: «¿Cree en Dios?» se hizo célebre y se convirtió 
en fuente de prolongadas controversias. Jung contestó así a la 
pregunta: «No tengo necesidad de creer en Dios. Lo conozco.» 
 
Freud, ante el sistema de Jung, afirmó: «Aquello de lo cual los 
suizos se sentían tan orgullosos no era más que la modificación teórica 
del psicoanálisis, obtenida cuando se rechaza el factor de la sexualidad. 
Confieso que desde el principio entendí este "progreso" como una 
excesiva adecuación a las exigencias de la actualidad.» Por su parte, 
Jung, integrando las diversas fuerzas y tendencias psíquicas bajo la 
noción de energía, no quiso negar en absoluto la importancia de la 
sexualidad dentro de la vida psíquica, «aunque Freud sostenga con 
tozudez que yo la niego». Jung afirma: «Lo que pretendo es establecer 
fronteras ante la desenfrenada terminología relativa al sexo, que vicia 
todas las discusiones acerca de la psique humana, y colocar la 
sexualidad misma en el lugar más adecuado que le corresponda. El 
sentido común siempre volverá al hecho de que la sexualidad no es 
más que uno de los instintos biológicos, sólo una de las funcionespsicofisiológicas, aunque sin ninguna duda muy importante y de un 
alcance muy grande.» 
 
 
9.3. Wilhelm Reich y la síntesis entre marxismo y teoría freudiana 
 
Wilhelm Reich (1897-1957) trató de llevar a cabo una síntesis 
entre marxismo y teoría freudiana. Reich se doctoró en medicina e 
ingresó en la Sociedad del Psicoanálisis. Sin embargo, sus relaciones 
con Freud se enfriaron muy pronto, debido quizás al notable interés que 
Reich manifestaba por el marxismo, hasta el punto de ingresar en el 
partido comunista alemán. En 1931 Reich, junto con otros amigos, 
fundo el grupo Sexpol, destinado a la asistencia médica a favor del 
movimiento obrero, asistencia que hacía referencia a cuestiones 
sexuales y de higiene mental. Debido a su carácter hipercrítico, 
abandonará de inmediato tanto el partido como la Sociedad del 
Psicoanálisis. Después de la llegada de Hitler al poder, se refugia en 
América. Allí le esperaba un triste destino: fue detenido a causa de sus 
teorías y murió en la cárcel, en 1957. Sus libros fueron quemados. Lo 
que distingue, básicamente, a Reich de Freud es una concepción 
diferente de la naturaleza humana. Freud había insistido sobre el 
instinto de Thanatos, el instinto de muerte, sobre las pulsiones 
agresivas negativas, sobre las fuerzas psíquicas destructivas y 
perversas. A criterio de Reich, dichas ideas no son más que teorías 
metafísicas. La agresividad destructora, en opinión de Reich, no es 
parte integrante de la naturaleza humana, sino el efecto manifiesto de 
una represión sexual que inhibe los instintos sexuales. En nuestra 
sociedad, éstos no logran expresarse con naturalidad. De aquí 
provienen las perversiones, la pornografía y la agresividad contra uno 
mismo y contra los demás. La opresión de los instintos sexuales, al 
igual que cualquier otro tipo de opresión, sería de naturaleza política, en 
opinión de Reich. Como consecuencia, el hombre liberado de las 
cadenas que le oprimen no podrá menos que ser el hombre de otra 
sociedad. En tales circunstancias, resulta urgente una labor de 
concienciación de las masas para que hagan caer la sociedad actual. 
Esto justifica el acoplamiento que Reich efectúa entre marxismo y teoría 
freudiana. 
 
 
 15 
9.4. El psicoanálisis infantil en Anna Freud y Melanie Klein 
 
Freud trató psicoanalíticamente a sólo un niño. Fue su hija, Anna 
Freud, la que se ocupó de los niños de más de tres años. Anna Freud 
acepta que los factores inconscientes y las pulsiones instintivas, 
especialmente las de carácter sexual, desempeñan un papel notable en 
la vida del niño. Sin embargo, afirma que también poseen importancia 
los factores ambientales, como por ejemplo la relación del niño con sus 
padres. El libro más conocido de Anna Freud es El «yo» y los 
mecanismos de defensa (1937), donde se afirma que el «yo» se 
defiende de los impulsos reprimidos en lo inconsciente a través de cinco 
caminos: la huida a la fantasía, su negación de palabra y de hecho, la 
restricción del «yo», la identificación con el agresor y determinadas 
formas de altruismo. 
 
Anna Freud estudió a los niños de más de tres años. Melanie 
Klein, cuyas concepciones ejercieron un notable influjo sobre los 
psicoanalistas ingleses, estudió en cambio a los niños de menos de tres 
años. Investigando sobre la actividad de su fantasía, tal como se 
manifiesta en los juegos y en la mímica, Klein estableció que la crisis 
edípica entra en funcionamiento mucho antes de lo que creía Freud. 
Más aún: el primer objeto del mundo del niño es el seno materno. La 
necesidad de chupar está acompañada por el temor a que no se vea 
satisfecha. Durante esta primera fase, el niño está aterrorizado por el 
miedo a verse dañado (Melanie Klein llama «posición persecutoria» a 
este sentimiento). Más adelante, hacia el tercer mes, el niño teme 
destruir a la persona que ama y de la que tiene necesidad (Klein llama a 
este sentimiento «posición depresiva»). Al constatar después que su 
agresividad no resulta tan destructiva y poderosa, el niño logra superar 
la posición depresiva, se vuelve confiado y demuestra más seguridad. 
Sin embargo, dicha superación no ocurre de una vez para siempre: la 
posición persecutoria y la posición depresiva pueden reaparecer en la 
vida adulta. 
 
 
9.5. La terapia no directiva de Carl Rogers 
 
La contribución de Carl Rogers a la psicoterapia está constituida 
por aquel conjunto de principios generales que, implicados en su 
experiencia terapéutica, son conocidos como «terapia centrada en el 
cliente» (Client centered Therapy). Se trata de un sistema abierto de 
teorías y de hipótesis que, en cuanto tales, se enuncian de modo 
provisional y se someten constantemente a lo largo de la actividad 
clínica, a una criba experimental: «Siempre he tenido la convicción de 
que debo proponer mis ideas como algo provisional y que puede ser 
aceptado o rechazado.» Según la teoría de Rogers, debe hacerse una 
referencia constante a una fuerza de base, y la terapia se centra en la 
persona porque en ésta «hay una fuerza que posee una dirección 
fundamental positiva». Dicha fuerza es definida como <tendencia 
actualizadora>, es la fuente originaria de energía vital que Impulsa a la 
persona en dirección a su desarrollo y su autorrealización. En la 
relación terapéutica habría que crear justamente las condiciones para 
que surja y entre en funcionamiento dicha fuerza. 
 
Otro dato que se refiere al proceso terapéutico es la «experiencia 
actual» (experiencing). Está conectada con el proceso total de nuestra 
vida subjetiva, con aquel filón constituido por el continuo flujo de 
sentimientos implícitos y con el estado preconceptual. Llegamos a este 
 16 
estado preconceptual para proveer de datos nuestra experiencia actual 
y permitirle que alcance significados explícitos y conceptualizaciones. 
Dicha experiencia concierne «el dato inmediatamente sentido e 
implícitamente significativo [...], el sentimiento que un sujeto 
experimenta al tener una experiencia. Se trata de una continua corriente 
de sentimientos, con algunos pocos, contenidos explícitos. Es algo 
dado en el campo fenoménico de cada persona». «Cuando me 
pregunto" ¿qué tipo de experiencia actual es ésta?", siempre existe una 
respuesta implícita, aunque todavía no se haya conceptualizado una 
respuesta explícita.» La experiencia actual, por lo tanto, implica 
significados explícitos y posibles conceptualizaciones, como ya hemos 
dicho. Cuando Rogers toma en consideración su propia experiencia 
clínica y la de sus colegas, así como los datos suministrados por la 
investigación, advierte una diferencia notable en el modo de 
experimentar que muestra el sujeto, según el estadio en que se 
encuentre a lo largo del proceso de modificación y crecimiento. En un 
extremo del proceso se halla la fijeza y la rigidez de quien es incapaz de 
vivir la experiencia con inmediatez, en el sentido de que la separación 
con respecto a lo que se experimenta es considerable y los significados 
se formulan de modo estereotipado e impersonal. Los estadios 
intermedios se caracterizan por una intelectualización excesiva, por el 
discurrir de aquello que se experimenta en aquel momento como si 
perteneciese al pasado, por el temor a experimentar con inmediatez de 
sentimientos, llegando gradualmente hasta una plena aceptación de 
aquello que se experimenta, aunque se trate de sentimientos negados 
con anterioridad. «En el estadio más avanzado del continuum, vivir con 
inmediatez todo lo que experimenta es la característica más relevante 
del proceso de terapia. En estos momentos lo que se siente coincide 
con lo que se piensa; el "yo" es la concienciarefleja de aquello que se 
experimenta y la voluntad es la consecuencia natural del significado de 
este fluir de referencias interiores. El sujeto, en esta fase, es un proceso 
fluido de experiencias aceptadas e integradas.» 
 
De este modo se llega a modificar también el concepto de uno 
mismo. Tendemos a creamos un concepto de nosotros mismos que sea 
aceptable para nosotros y para los demás, sobre la base de valores 
provenientes del exterior y no originados por nuestra propia experiencia. 
Tales valores se mantienen de modo rígido y nos inducen a negar que 
nos pertenezcan experiencias no compatibles con ellos. Esta imagen de 
sí es rígida, está distorsionada y resulta incompleta porque excluimos 
de ella experiencias importantes y nos encontramos inseguros, en un 
estado de vulnerabilidad y de incongruencia. «La incongruencia es un 
constructo fundamental de la teoría que hemos elaborado. Hace 
referencia a una discrepancia entre la experiencia real del organismo y 
de la imagen de sí que tiene el individuo cuando se representa aquella 
experiencia. Por ejemplo, un estudiante puede experimentar, 
globalmente [...] temor a la universidad y de los exámenes que se 
realizan en el tercer piso de determinado edificio, en la medida en que 
éstos pueden poner en evidencia una inadecuación básica suya. Puesto 
que el miedo a dicha inadecuación se halla en tajante oposición con la 
imagen que él tiene de sí mismo, tal experiencia se representa en su 
conciencia de manera distorsionada, como un miedo irracional a subir 
las escaleras de este o de aquel edificio, y muy pronto, como un temor 
irracional a atravesar plazas.» La modificación del concepto de uno 
mismo es, por tanto, otro dato importante en el continuum del proceso 
terapéutico. 
 
 17 
¿Cómo actúa el terapeuta en dicho proceso? Partiendo de la base 
del principio inicial de la «no directividad», se halla en un estado de 
autenticidad y de congruencia, «es profundamente él mismo, y su 
experiencia real está fielmente representada en su conciencia» 
(Autenticidad y congruencia). «No sirve actuar de modo sereno y 
agradable cuando de hecho nos sentimos críticos y llenos de ira. No 
sirve actuar como si se conociesen las respuestas que hay que dar 
cuando en realidad no se conocen.» «Quiero añadir que, aunque me da 
la sensación de haber aprendido a fondo la verdad de estas 
proposiciones, no la he aprovechado del modo adecuado.» El terapeuta 
acepta sin condiciones cada aspecto de la experiencia del cliente y 
experimenta hacia él una consideración positiva. No expresa 
valoraciones o juicios (Aceptación incondicionada). Entra con él una 
relación empática; considera la experiencia del cliente colocándose 
dentro de su mundo y de su manera de experimentar (Empatía). «Sentir 
el mundo personal del cliente como si fuese nuestro, sin perder nunca, 
empero, esta cualidad del "como si", en eso consiste la empatía; sentir 
la ira, el temor, la turbación del cliente como si fuesen nuestros, pero sin 
añadirles nuestra propia ira y nuestra propia turbación, tal es la 
condición que intentamos describir.» La última condición que las 
resume a todas es que el cliente perciba la aceptación y la empatía del 
terapeuta. Para Rogers no valen los criterios externos de descripción 
del proceso, sino los criterios internos al cliente mismo, con base en 
aquello que el cliente va experimentando paulatinamente. 
 
 
9.6. Rogers: la «comunicación auténtica», el individuo y el grupo 
 
A partir de 1964 Rogers abandonó la docencia universitaria para 
dedicarse a la experimentación grupal. Dicha experimentación se ha 
extendido a numerosos países europeos. Según Rogers, el grupo 
puede convertirse en una situación electiva que ayude a ser realmente 
uno mismo, fuera de los papeles preestablecidos. Sin embargo, ¿qué es 
lo que constituye el grupo? Es evidente que no basta con que existan 
varias personas juntas en un lugar o bajo una denominación común (por 
ejemplo, una clase de una escuela) para que haya un grupo. Durante 
los primeros días del curso la clase de 1° B es un grupo, pero sólo lo es 
en un sentido formal. Para que se convierta en un grupo real deben 
darse determinadas condiciones, entre las cuales resulta esencial la 
«comunicación auténtica». Tanto en el caso de un grupo que viva una 
experiencia común (un grupo escolar) como en el de un grupo de 
científicos que trabajen en un proyecto común, la comunicación 
auténtica es el fundamento de su existencia como grupo. ¿Cómo se 
realiza dicha comunicación? La comunicación afecta a la personalidad 
íntegra, se comunica con toda nuestra actitud, no sólo verbalmente (a 
veces las palabras constituyen una defensa). ¿Qué comunicamos sobre 
nosotros? ¿Aquello que queremos parecer o lo que somos realmente? 
Una de las cosas que aprendemos muy pronto -y sin damos cuenta- es 
nuestra historia psicológica, es cómo resultar agradables a los demás 
para que nos amen. La consideración y el amor de los demás sirven de 
fundamento para nuestra identidad: son la condición primordial de 
nuestro ser personas. A este respecto, ser valiente, bueno, inteligente, 
poderoso, rico, etc. (de acuerdo con los valores que cultive nuestro 
sistema sociocultural) quiere decir «ser», «existir». Muy a menudo 
sucede que uno no se siente ni valiente, ni fuerte, ni inteligente, etc. 
(pensemos en el niño que se halla frente a modelos mucho mayores 
que él). En ese caso, la única salida (dentro de un sistema rígido de 
 18 
comunicación, en el que se experimenten como excesivas las 
exigencias) consiste en buscar adaptarse de algún modo, adoptando 
actitudes como si se fuese valiente, inteligente, fuerte, etc. Aquí se 
encuentra la raíz del «querer parecer» (a uno mismo y a los demás), 
que nace de una desconfianza básica en uno mismo y en la posibilidad 
de ser considerados y amados, si se nos viese tal como somos en 
realidad. Se desencadena entonces un mecanismo de actitudes y de 
conductas que se convertirán en rasgos constantes de la personalidad 
propia, pero que no son auténticos. En este caso la comunicación se 
halla distorsionada, porque se está imposibilitado de comunicar aquello 
que uno es realmente. En la vida de cada día hay muchos ejemplos de 
comunicación entre «fantasmas» o «máscaras». El malestar -ya veces, 
el drama- de la incomunicación y de la alienación reside en esta falta de 
encuentro entre individuos que no logran ser aquello que son; de modo 
que, por un lado, no podemos reconocemos en el individuo ficticio (pero 
tan acostumbrado que se desencadena automáticamente) que se suele 
utilizar en las relaciones con los demás, y por el otro no logramos hallar 
nuestra verdadera individualidad, porque no hemos dejado que surja y 
actúe, la hemos perdido de vista. En resumen: sabemos que no somos 
aquel individuo que se mueve, habla y actúa con los demás, pero no 
logramos entender quién somos en realidad. 
 
En un grupo formal coexisten individuos con una personalidad que 
se halla estructurada sobre las bases más o menos auténticas, y por lo 
tanto, con distintas capacidades para la auténtica comunicación. La 
dificultad para la formación de un verdadero grupo consiste en facilitar 
lo más posible este tipo de comunicación. ¿De qué modo? Actuando en 
sentido inverso al mecanismo que ha construido la máscara defensiva. 
Es preciso crear y disfrutar de una atmósfera de libertad y de 
aceptación espontánea del otro, sin poner condiciones. Por libertad se 
entiende ser libres del tener que parecer inteligentes, valientes, 
divertidos, etc., a cualquier precio, para poder ser tenidos en cuenta. 
Asimismo, se entiende ser libres del temor de ser y demostrarseta 
como se es, ser libres de vivir la experiencia de «también así» uno es 
aceptado y amado. Una aceptación cálida y espontánea de los demás 
ayuda a aceptarse y a ser uno mismo, y a crecer sobre esta base real 
de nuestra personalidad. «He llegado a sentir que, cuanto más el 
individuo se ve entendido y aceptado en profundidad, más tiende a 
eliminar las fachadas falsas con las que se ha enfrentado con la vida, y 
más avanza en una dirección positiva, de mejoramiento.» El primer 
paso para sentir e libres e íntegros, verdaderamente dentro de los 
propios sentimientos, emociones y reacciones, para vivir las situaciones 
como seres vivos, comunicando con toda nuestra persona cosas 
verdaderas, consiste precisamente en esto. En este caso, cualquier 
cosa que se diga o se haga es una comunicación auténtica. Basándose 
en esto, un grupo logrará extraer el hilo conductor de su propia 
estructura. Y ello consiste en un auténtico punto de llegada. Por lo que 
se refiere al poder dentro del grupo, si se han establecido las 
condiciones antes mencionadas, ya no es expresión de un liderazgo en 
el sentido autoritario o autorizado. Es un poder que paradójicamente se 
manifiesta en el momento en el cual se cede: es el poder de favorecer 
en el otro el sentimiento de su fuerza de base, de su energía vital y de 
sus capacidades reales, de hacerle sentir que tiene poder y que puede 
asumirlo gracias a su crecimiento interior e intelectual.

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