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SIGMUND FREUD Y EL DESARROLLO DEL MOVIMIENTO PSICOANALÍTICO Historia del Pensamiento Científico y Filosófico Giovanni Reale y Dario Antisieri 1. DE LA ANATOMÍA CEREBRAL A LA «CATARSIS HIPNÓTlCA» En el opúsculo Para la historia del movimiento psicoanalítico (1914), Freud escribió: «El psicoanálisis es [...] una creación mía.» Esta «nueva ciencia» creada por Freud y (combatida al principio por la mayoría, y aún hoy por bastantes) se hallaba destinada a ejercer una enorme influencia a la vuelta de pocas décadas, un influjo cada vez más notable sobre la imagen del hombre, de sus actividades psíquicas y de sus productos culturales. No existe hecho humano que no se encuentre afectado y trastornado por la doctrina psicoanalítica: el niño se convierte en un «perverso polimorfo»; el «pecaminoso» sexo de la tradición se coloca en primer plano, con objeto de explicar la vida normal y, sobre todo, las enfermedades mentales; el «yo» y su desarrollo se en marcan dentro de una nueva teoría; las enfermedades mentales se afrontan apelando a técnicas terapéuticas antes impensadas; los hechos del tipo de los sueños, los actos fallidos, los olvidos, etc. -considerados por lo general como hechos extraños, pero irrelevantes para la comprensión del hombre- se vuelven instrumentos que sirven para contemplar la profundidad humana; fenómenos como el arte, la moral, la religión e incluso la educación se ven iluminados por una luz que todavía hoy muchos califican de «perturbadora». Las costumbres se modifican debido a su choque con la teoría psicoanalítica, y los términos fundamentales que ésta utiliza (complejo de Edipo, represión, censura, sublimación, inconsciente, «superyó», transferencia, etc.) son ya parte integrante del lenguaje ordinario y -para bien o para mal, con más o menos propiedad, con razón o sin ella- constituyen herramientas interpretativas del desarrollo más global de la existencia humana. Nacido en el seno de una familia judía de Freiberg (Moravia), Sigmund Freud (1856-1939) se doctoró en medicina en Viena, en 1881, aunque «jamás hubiese sentido una especial propensión por la condición y el oficio médicos». Durante una temporada estudia anatomía cerebral. Sin embargo, para ganarse la vida, tuvo que dedicarse al estudio de las enfermedades nerviosas. En Mi vida y el psicoanálisis (1925) Freud escribe: «Atraído por la gran fama de Charcot, que había conseguido una enorme nombradía, tomé la decisión de dedicarme a la docencia en el terreno de las enfermedades nerviosas, por lo tanto, trasladarme a París durante un tiempo.» Charcot estaba convencido de que la histeria dependía de una alteración psicológica, y de que el enfermo podía volver al estado de normalidad a través de la sugestión en situación hipnótica. Asimismo pensaba que se podía provocar un ataque de histeria, mediante la hipnosis practicada sobre sujetos predispuestos. En 1889 Freud, con objeto de perfeccionar su técnica hipnótica, se desplaza a Nancy. Allí, narra Freud, «fui testigo de los extraordinarios experimentos de Bernheim sobre los enfermos del hospital». A un individuo en estado hipnótico Bernheim le ordena que le agreda una vez transcurrido un lapso determinado y que no comunique a nadie la orden que se le había dado. El sujeto, efectivamente, llevó a cabo lo que le había sido ordenado. Bernheim le preguntó la causa de su acto. Al principio, el sujeto contestó que no sabía explicar por qué, pero luego -ante la insistencia de Bernheim- afirmó que lo había hecho porque le había sido ordenado poco antes. De regreso en Viena, Freud -junto con Josef Breuer- redacta en 1894 una memoria sobre un caso de histeria que Breuer había curado algunos años antes: «La paciente ofrecía un complejo cuadro de síntomas: parálisis con contracciones, inhibiciones y estados de 3 confusión [...]. Sometiendo a la enferma a un profundo sueño hipnótico, [Breuer] le hacía manifestar qué era lo que en aquellos instantes oprimía su ánimo [...]. Por medio de tal procedimiento, Breuer había conseguido liberar a la enferma de todos sus síntomas, gracias a un prolongado y fatigoso trabajo.» En 1895 Breuer y Freud publican, basándose también en otras experiencias, los Estudios sobre la histeria, donde se afirma que el sujeto histérico en estado hipnótico vuelve al origen del trauma, ilumina aquellos puntos obscuros que han provocado la enfermedad a lo largo de su vida y que se hallan ocultos en lo profundo. De este modo se llega a la causa del mal, y mediante una especie de catarsis desaparece la perturbación. De este modo comienza la teoría psicoanalítica, que más adelante Freud desarrollaráen escritos como Tótem y tabú (1913); Más allá del principio de placer (1920); El «yo» y el «ello» (1923); Casos clínicos (1924); Psicología de las masas y análisis del «yo» (1921); El futuro de una ilusión (1927), etc., además de aquellos que iremos citando en el texto del presente capítulo. Debido a su origen judío, Freud se vio obligado a abandonar Austria, invadida por los nazis, y a trasladarse a Inglaterra, donde murió en 1939 como consecuencia de un cáncer en el maxilar. 2. DEL HIPNOTISMO AL PSICOANÁLISIS A lo largo de sus estudios sobre la histeria, Freud no había caído en la cuenta de que en las neurosis no intervienen excitaciones afectivas de naturaleza genérica, «sino únicamente de carácter sexual, tratándose siempre de conflictos sexuales actuales o de repercusiones de acontecimientos del pasado». No obstante, el hipnotismo había revelado fuerzas y había hecho vislumbar un ,mundo que se abría de este modo ante las investigaciones de Freud. Este se preguntaba: «¿cuál podía ser la razón por la que los pacientes habían olvidado tantos hechos de su vida anterior y exterior, y en cambio podían recordados todos cuando se les aplicaba la técnica antes descrita?» La observación de los enfermos sometidos a tratamiento brindaba una respuesta a dicho interrogante. «Todas las cosas olvidadas habían tenido, por algún motivo, un carácter penoso para el sujeto, en la medida en que habían sido consideradas temibles, dolorosas y vergonzosas para las aspiraciones de su personalidad.» «Para traer de nuevo a la conciencia aquello que había sido olvidado, era necesario vencer en el paciente una resistencia a través de una continuada labor de exhortación y aliento.» Más adelante, como veremos enseguida, Freud se dará cuenta de que dicha resistencia habrá que superada de otra manera (mediante la técnica de la asociación libre), pero mientras tanto había surgido la teoría de la represión. En cada ser humano intervienen tendencias, fuerzas o pulsiones que a menudo entran en conflicto. La neurosis aparece cuando el «yo» consciente bloquea el impulso y le niega el acceso «a la conciencia y a la descarga directa»: una resistencia reprime el impulso en la parte inconsciente de la psique. Sin embargo, «las tendencias reprimidas, al volverse inconscientes, podían obtener una descarga y una satisfacción sustitutiva por vías indirectas, anulando así el propósito de la represión. En la histeria de conversión ese camino indirecto llevaba al ámbito de la inervación somática, y el impulso reprimido volvía a surgir en una parte cualquiera del cuerpo, creando aquellos síntomas que constituían, por lo tanto, el resultado de un compromiso; en efecto, constituían una satisfacción substitutiva, aunque deformada y desviada de sus fines debido a la resistencia del "yo"». Precisamente el descubrimiento de la represión fue lo que obligó a Freud a modificar el procedimiento terapéutico 4empleado junto con la práctica hipnótica: en la hipnosis se trata de descargar los impulsos que se habían internado por un camino erróneo. Ahora, en cambio, se hacía necesario «descubrir las emociones y eliminarlas por medio de una valoración que aceptase o condenase definitivamente aquello que había excluido el proceso de represión». Una vez sustituida la práctica terapéutica, Freud también cambia el nombre del nuevo método de investigación y de curación, empleando por primera vez el nombre de «psicoanálisis» en lugar de «catarsis». Ahora, afirma Freud, «tomando como punto de partida la represión, podemos vincular con ella todos los elementos de la teoría psicoanalítica». 3. INCONSCIENTE, REPRESIÓN, CENSURA E INTERPRETACIÓN DE LOS SUEÑOS Gracias al descubrimiento de las represiones patógenas y de otros fenómenos de los que hablaremos a continuación, «el psicoanálisis [...] se vio obligado [...] a tomarse en serio el concepto de inconsciente». En las neurosis lo inconsciente es lo que habla y se manifiesta. Más aún: para Freud «lo inconsciente es lo psíquico en sí mismo y su realidad esencial». De este modo, Freud invertía la ya consolidada y venerable noción que identificaba lo consciente con lo psíquico. Su anterior práctica hipnótica, los estudios sobre la histeria, el posterior descubrimiento de la represión y las investigaciones que Freud venía realizando sobre la génesis de las perturbaciones psíquicas y de las demás manifestaciones «no razonables» de la vida de las personas, le convencieron cada vez más de la realidad efectiva y determinante de lo inconsciente. Esto es lo que se halla tras nuestras fantasías libres; es lo que genera nuestros olvidos, lo que expulsa de nuestra conciencia nombre, personas, acontecimientos. ¿Cómo es que queríamos decir una cosa y nos sale otra? ¿Cómo es que pretendíamos escribir una palabra y escribimos otra? ¿Dónde estará la causa de estos actos fallidos, es decir, de nuestros errores involuntarios? ¿Acaso no surgen «de la contraposición de dos intenciones distintas», una de las cuales - justamente la inconsciente- es «más fuerte que nosotros? En Psicopatología de la vida cotidiana (1901), y luego en El chiste y su relación con lo inconsciente (1905), Freud ofrece brillantes análisis (que, sin embargo, los intérpretes consideran a menudo como muy discutibles) acerca de un conjunto de fenómenos (lapsus, distracciones, asociaciones inmediatas de ideas, errores de imprenta, extravío o rotura de objetos, chistes, amnesias, etc.) que la ciencia «exacta» jamás había tomado en serio, y en los cuales Freud demuestra la acción permanente de aquellos contenidos que la represión eliminó de la conciencia, ocultándolos en lo inconsciente, pero sin lograr reducidos a la inactividad. Dicha acción de los contenidos reprimidos dentro de lo inconsciente había sido demostrada por Freud unos años antes, en La interpretación de los sueños (1899). La antigüedad clásica consideraba que los sueños eran una profecía y la ciencia de la época de Freud los tomaba como supersticiones. Freud, sin embargo, quiso llevados al interior de la ciencia: «Parecía absolutamente imposible que alguien que hubiese llevado a cabo una labor científica pudiese dedicarse más tarde a hacer de intérprete de sueños. No obstante, sin tener en cuenta esa condenación del sueño; considerándolo en cambio como un síntoma neurótico no comprendido, de la misma clase que una idea delirante u obsesiva; prescindiendo de su contenido aparente y, por último, sometiendo a la asociación libre a cada uno de sus diversos elementos, se llegó a un resultado completamente distinto.» Tal 5 resultado consistió en que en el sueño existe un contenido manifiesto (aquello que se recuerda y se relata, al despertarse) y un contenido latente (aquel sentido del sueño que el individuo no sabe reconocer: «¡esto no tiene ni pies ni cabeza!»). Este contenido latente «contiene el verdadero significado del sueño mismo, mientras que el contenido manifiesto no es más que una máscara, una fachada». El psicoanálisis también -y a menudo, ante todo- es un interpretador de sueños. Tiene que volver a recorrer el camino hacia el contenido latente del sueño, contenido que «siempre está lleno de significado», a partir del contenido manifiesto «que a menudo se muestra del todo insensato». La técnica analítica, apelando a las asociaciones libres, «permite descubrir aquello que está oculto». En las raíces ocultas de los sueños hallamos impulsos reprimidos que el sueño trata de satisfacer, debido a la menor vigilancia que ejerce el «yo» consciente durante el sueño: «el sueño [...] constituye la realización de un deseo», de un deseo que la conciencia considera censurable o vergonzoso, y que «se muestra propensa a repudiar con sorpresa o con indignación». Sin embargo, no debe creerse que la acción represora del «yo» cese completamente durante el sueño: «una parte de ella permanece activa, en cuanto censura onírica, y prohíbe al deseo inconsciente que se manifieste en la forma que le es propia». Con motivo del rigor de la censura onírica, «los contenidos onírico s latentes deben [...] someterse a modificaciones y a atenuaciones, que convierten en irreconocible el significado prohibido del sueño». Así se explican aquellas deformaciones oníricas a las cuales los sueños les deben sus típicos rasgos extravagantes. En conclusión: «el sueño es la realización (enmascarada) de un deseo (reprimido»>. Lo que acabamos de exponer justifica el que, en opinión de Freud, «la interpretación de los sueños es [...] el camino privilegiado para conocer lo inconsciente, la base más segura de nuestras investigaciones [...]. Cuando se me pregunta cómo puede uno convertirse en psicoanalista, yo respondo: mediante el estudio de los propios sueños», afirma Freud. 4. LA NOCIÓN DE «LIBIDO» Y LA SEXUALIDAD INFANTIL El tratamiento de las neurosis, la psicopatología de la vida cotidiana, la investigación sobre los chistes y la interpretación de los sueños conducen a Freud al mundo de lo inconsciente. Aquello que ocurre en la historia de un individuo -haya sido éste consciente de ello o no habiéndolo sospechado jamás- nunca desaparece. En la historia de nuestro planeta, las capas terrestres anteriores se van hundiendo pero no desaparecen, y los sucesivos estratos de una ciudad multisecular continúan existiendo, aunque no sean visibles. Del mismo modo, la psique también se halla estratificada. El recuerdo, la equivocación, el olvido, los sueños y las neurosis hallan su explicación causal debido a pulsiones rechazadas y a los deseos reprimidos en lo inconsciente, pero no eliminados. Aquí se plantea un problema inevitable: ¿por qué se rechazan determinadas pulsiones? ¿Por qué determinados deseos y determinados recuerdos están a disposición de la conciencia, mientras que otros -al menos, en apariencia- parecen hallarse fuera de su alcance y reprimidos en lo inconsciente? Según Freud, la razón está en que se trata de pulsiones y deseos en abierto contraste con los valores y las exigencias éticas que el individuo consciente proclama y considera como válidos. Cuando se da una incompatibilidad entre el «yo» consciente (sus valores, sus ideales, sus puntos de referencia, etc.) y determinadas pulsiones y determinados deseos, entonces entra en acción una especie de represión que arranca a la conciencia estas 6 cosas «vergonzosas» e «inconfesables» y las hunde en lo inconsciente, donde una censura permanente se esfuerza porque no vuelvan a aflorar en la vida consciente. Represión y censura entran en accióngracias a que deben actuar sobre recuerdos y deseos de naturaleza primordial y ampliamente sexual y por lo tanto sobre cosas «vergonzosas», que no hay que decir sino eliminar. Freud reconduce la vida humana a una libido originaria, es decir, a una energía conectada básicamente con el deseo sexual: «análoga al hambre en sentido general, la libido designa la fuerza a través de la cual se manifiesta el instinto sexual, al igual que el hambre designa la fuerza a través de la cual se manifiesta el instinto de absorción de alimentos». Los deseos procedentes del hambre y de la sed no son pecaminosos y no están reprimidos, mientras que las pulsiones sexuales sí se reprimen, para reaparecer más tarde en los sueños y en las neurosis. «El primer descubrimiento al que nos lleva el psicoanálisis es que, de forma habitual, los síntomas patológicos están ligados con la vida amorosa del enfermo; este descubrimiento [...] nos obliga a considerar que las perturbaciones de la vida sexual son una de las causas más importantes de la enfermedad.» Los enfermos no caen en la cuenta de ello, porque «utilizan para cubrirse una pesada capa de mentiras, como si hiciese mal tiempo en el mundo de la sexualidad». La sexualidad reprimida explota mediante una enfermedad o retorna a través de diversos sueños. Precisamente al analizar estos sueños Freud descubre la sexualidad infantil. En efecto, los sueños de los adultos remiten con frecuencia a deseos insatisfechos -deseos incumplidos- de la vida sexual infantil. El niño no carece de instintos y tampoco carece de pulsiones eróticas. «La función sexual existe [...] desde el comienzo.» Según Freud, el niño manifiesta tal instinto desde su más tierna edad: «trae consigo estas tendencias cuando viene al mundo, y de tales semillas nace, a lo largo de una evolución llena de vicisitudes y con numerosas fases, la llamada sexualidad normal del adulto». En primer lugar, la sexualidad infantil es algo independiente de la función reproductora, al servicio de la cual se pondrá más adelante. Sirve más bien para brindar numerosas clases de sensaciones placenteras. «La principal fuente de placer sexual infantil consiste en la excitación de determinadas zonas del cuerpo especialmente sensibles, además de los órganos sexuales: la boca, el ano, la uretra, así como la epidermis y otras zonas sensibles.» Por lo tanto, la sexualidad infantil es «autoerotismo» que se manifiesta como una conquista del placer que encuentra su objeto en las zonas erógenas del cuerpo. Un primer grado de organización de los instintos sexuales «aparece bajo el predominio de los componentes orales», en el sentido de que la succión de los recién nacidos constituye un adecuado ejemplo de satisfacción autoerótica brindada por una zona erógena (ésta es la fase oral y abarca el primer año de vida). A continuación sigue la fase anal, dominada por el placer de satisfacer el estímulo de las evacuaciones (la fase anal abarca el período correspondiente al segundo y tercer año de vida). Recién en la tercera fase (fase fálica: 4-5 años) aparece la primacía de los genitales, en el sentido de que el niño busca placer tocándose dichos órganos, y experimenta un nuevo y particular interés por sus progenitores. El niño descubre el pene y tal descubrimiento va acompañado por el temor a perderlo (complejo de castración). Las niñas experimentan lo que Freud califica «envidia del pene». Tales «complejos» pueden volverse a presentar en la edad adulta y convertirse en causa de neurosis. En este 7 momento aparece un proceso al cual corresponde -en opinión de Freud- un papel muy importante en la vida psíquica. Se trata de la «crisis edípica». 5. EL COMPLEJO DE EDIPO Freud aclara en estos términos este punto central de su teoría: «El niño concentra en la persona de la madre los deseos sexuales y concibe impulsos hostiles contra su padre, al que considera como un rival. Mutatis mutandis la niña asume una actitud semejante.» Los sentimientos que se forman durante estas relaciones no sólo poseen un carácter positivo -es decir son afables y llenos de ternura- sino que también resultan negativos, hostiles. Se forma un «complejo» (es decir, un conjunto de ideas y de recuerdos ligados a sentimientos muy intensos) que está condenado sin ninguna duda a una rápida represión. Freud señala: «Sin embargo, desde el fondo de lo inconsciente, aquél ejerce una actividad importante y duradera. Podemos suponer que constituye, con sus implicaciones, el complejo central de toda neurosis, y esperamos encontrado no menos activo en los demás campos de la vida psíquica.» En la tragedia griega, Edipo, hijo del rey de Tebas, mata a su padre, y toma como esposa a su propia madre. Este mito, dice Freud, «es una manifestación poco modificada del deseo infantil contra el cual se eleva más tarde, para expulsado, la barrera del incesto». En el fondo del drama de Hamlet, de Shakespeare, «se encuentra la misma idea de complejo incestuoso, pero mejor disfrazado». Dada la imposibilidad de satisfacer su deseo, el niño se somete a su competidor, el progenitor del cual se muestra celoso, y éste se transforma en su amo interior. A través de la interiorización de un censor interior, para la crisis edípica, pero mientras tanto se ha llegado a instaurar el «superyó», junto con él, la moral. Al estadio fálico le sigue un período de latencia «durante el cual surgen las formaciones re activas de la moral, el pudor y el asco. Este período de latencia dura hasta la pubertad, cuando entran en funcionamiento las glándulas sexuales, y la atracción hacia el otro sexo lleva a la unión sexual. Nos encontramos así en el período genital en sentido estricto. De todas estas consideraciones, Freud deduce que «en primer lugar libera la sexualidad de sus vínculos demasiado estrechos con los órganos genitales, definiéndola como una función somática más amplia, que tiende antes que nada hacia el placer y que sólo de manera secundaria se pone al servicio de la reproducción. En segundo lugar, se incluyen también entre los instintos sexuales todos aquellos impulsos meramente afectuosos, amigables, para los cuales empleamos -en el lenguaje corriente- la palabra "amor"». Este ensanchamiento de la noción de sexualidad (que además representa una reconstitución de dicho concepto), transformando la sexualidad en algo que no depende por completo de los órganos genitales, permite tomar en consideración aquellas actividades sexuales no genitales que aparecen tanto en los niños como en los adultos (por ejemplo, la homosexualidad). Tales actividades no genitales son perversas, ya que no se hallan destinadas a la generación. Esto explica el significado (que no es de carácter moral) de la expresión de Freud según la cual el niño es «un perverso polimorfo». 6. EL DESARROLLO DE LAS TÉCNICAS TERAPÉUTICAS Y LA TEORÍA DE LA TRANSFERENCIA 8 «Las teorías de la resistencia y de la represión en lo inconsciente, del significado etiológico de la vida sexual, y de la importancia de las experiencias infantiles, son los elementos principales del edificio teórico del psicoanálisis», escribe Freud. Tales elementos acaban de ser expuestos en las páginas precedentes. Pasando ahora a otros núcleos importantes de la misma teoría psicoanalítica, vemos que, en lo que respecta a la técnica terapéutica, Freud se vio obligado por las experiencias que iban acumulándose a lo largo de sus investigaciones, en primer lugar, a descartar las técnicas de hipnosis, y más tarde, a superar también aquella acción «insistente y aseguradora» ejercida sobre el paciente,para que éste venza la resistencia. La técnica que le resultó más eficaz a Freud fue la de la libre asociación de ideas: el analista hace que el sujeto se tienda sobre un diván, en un ambiente donde no haya demasiada luz intensa, de manera que el paciente se coloque en una situación distendida. El analista se pone detrás del paciente y le invita a «manifestar todo aquello que se le presenta ante el pensamiento, una vez que haya renunciado a guiar voluntariamente dicho pensamiento». Esta técnica no provoca coacciones en el enfermo y es un camino eficaz para llegar a descubrir la resistencia: «el hallazgo de la resistencia es el primer paso hacia su superación». Como es obvio, para que el análisis avance en el sentido correcto, es preciso que el analista haya desarrollado «un arte para que logre el éxito». El analista no coacciona al paciente, lo guía, le invita a dejar vía libre a las ideas que le vienen a la mente; a veces sugiere una palabra, tratando de comprobar qué otras ideas y sentimientos suscita en el paciente. El analista registra y escribe todo: no sólo lo que dice el paciente, sino también sus vacilaciones y sobre todo sus resistencias. El analista trabaja, pues, sobre las asociaciones libres del paciente. Sin embargo, en la práctica analítica la interpretación de los sueños desempeña una función primaria ya que éstos se hallan profundamente conectados con los deseos reprimidos en lo inconsciente, y estos deseos casi siempre son de naturaleza sexual. El análisis «también se aprovecha del hecho de que en el sueño resultan accesibles los elementos olvidados de la vida infantil, venciendo, mediante su interpretación, la amnesia referente a los hechos de la infancia». El sueño realiza así en parte la función que antes se confiaba al hipnotismo. Hemos dicho que casi siempre el deseo (que el sueño reelabora y substituye por otra cosa) tiene un origen sexual: casi siempre, pero no siempre. Freud dice: «Nunca he afirmado lo que con frecuencia se me atribuye: que la interpretación onírica demuestra que todos los sueños poseen un contenido sexual [...]. Resulta fácil observar que el hambre, la sed y las demás necesidades crean sueños de satisfacción, del mismo modo que un impulso reprimido de tipo sexual o infantil.» Los sueños de los niños sirven para comprobarlo y, «bajo el empuje de las necesidades imperiosas, también los adultos pueden producir sueños similares, de tipo infantil». Además de la asociación libre de ideas y de los sueños, el ana lista es un intérprete de los actos fallidos, de los lapsus, los olvidos, los retrasos, las ensoñaciones en estado de vigilia o las asociaciones inmediatas: en definitiva, de todo lo que constituye la «psicopatología de la vida cotidiana». Utilizando estas hendiduras y estos senderos, el analista se propone devolver al paciente su inconsciente, poniendo de manifiesto las obstrucciones que han provocado la enfermedad y que causan en el sujeto un estado de sufrimiento que a veces llega a ser insoportable. Sólo se podrán desatar los lazos de la enfermedad si se descubren las causas de ésta; sólo si se sabe qué ha sucedido se podrá uno liberar del sufrimiento. Por tal razón, «donde estaba el "ello", debe aparecer el "yo"». El camino de la curación consiste en «la transformación de lo inconsciente en consciente», aunque a veces 9 suceda que el médico «asume la defensa de la enfermedad que está combatiendo». Se trata de aquellos casos «en los que el médico mismo debe admitir que el que un conflicto desemboque en la neurosis representa la solución más innocua y más tolerable socialmente». Estas son las técnicas terapéuticas elaboradas y utilizadas por Freud. Freud no tardó en darse cuenta de que «en todo tratamiento analítico se establece, sin la menor intervención del médico, una intensa relación sentimental del paciente con la persona del analista». Dicho fenómeno fue llamado «transferencia». «Ocupa de inmediato, en el paciente, el lugar de su deseo de curación, y si se limita a ser afectuoso y mesurado, sirve de base a la influencia del médico, constituyendo un auténtico aguijón afectivo en el trabajo analítico compartido.» Sin embargo, también puede manifestarse mediante una hostilidad tal que «se configura como principal instrumento de la resistencia» y pone en peligro el resultado mismo del tratamiento. En cualquier caso, «sin transferencia, se vuelve imposible todo análisis». La transferencia es un fenómeno humano de carácter general. El analista lo advierte y lo aísla. «El analista hace que el enfermo se vuelva consciente de la transferencia, y ésta se resuelve cuando el paciente adquiere la convicción de que en su conducta, determinada por la transferencia, está reviviendo relaciones que provienen de sus cargas afectivas más antiguas, dirigidas hacia un objeto y pertenecientes al período reprimido de su infancia.» A través de esta labor, la transferencia se convierte en el mejor instrumento de la cura analítica, después de haber sido el arma más importante de la resistencia: «su utilización y su aprovechamiento constituyen en cualquier caso, la parte más difícil e importante de la técnica analítica». 7. LA ESTRUCTURA DEL APARATO PSÍQUICO: «ELLO», «YO» Y «SUPERYÓ» Lo dicho hasta ahora permite deducir con facilidad la teoría del aparato psíquico propuesta por Freud. Dicho aparato está formado por el «ello», el «yo» y el «superyó». El «ello» (equivalente al id latino; Freud tomó este término de Georg Groddeck) es el conjunto de los impulsos inconscientes de la libido; es la fuente de energía biológico- sexual; es lo inconsciente amoral y egoísta. El «yo» es la fachada del «ello», su representante consciente, la punta consciente del iceberg que constituye el «ello». El «superyó» se forma hacia el quinto año de edad y distingue (en grado, pero no en naturaleza) al hombre del animal; es la sede de la conciencia moral y del sentimiento de culpa. El «superyó» nace en cuanto interiorización de la autoridad familiar, y a continuación se desarrolla como interiorización de las demás autoridades, como interiorización de los ideales, los valores y los modos de conducta propuestos por la sociedad, a través de una substitución de la autoridad de los padres por la de los educadores, maestros y modelos ideales. El «superyó» paterno se convierte en un superyó social. Por lo tanto, el «yo» tiene que mediar entre el «ello» y el «superyó», entre las pulsiones del «ello», agresivas y egoístas, que tienden a una satisfacción total e irrefrenable, y las prohibiciones del «superyó» que impone todas las restricciones y las limitaciones de la moral y de la civilización. En otros términos, el individuo se halla bajo el impulso originario de una energía de tipo biológico-sexual. Estas fuerzas instintivas, sin embargo, están reguladas por dos principios: el de placer y el de realidad. A través del principio de placer, la libido tiende a buscar una satisfacción inmediata y total. Por este camino, no obstante, se 10 encuentra con el censor representado por el principio de realidad, que obliga a las pulsiones egoístas, agresivas y autodestructivas a encauzarse por otros caminos, los caminos de la producción artística, de la ciencia, etc.: los caminos de la civilización. Sin embargo, a pesar de la represión ejercida por el principio de realidad, el instinto no desiste y no se da por vencido, buscando otros canales de satisfacción. En el caso de que no logre sublimarse a través de las obras de arte, resultados científicos, realizaciones tecnológicas, educativas, humanitarias, y si por otra parte los obstáculos con losque se encuentra se muestran sólidos e impermeables ante cualquier desviación substitutiva, el impulso del instinto se transforma en neurosis. 8. LA LUCHA ENTRE «EROS» y «THANATOS» y EL MALESTAR EN LA CIVILIZACIÓN En realidad, la cuestión del instinto, de sus formas y de los principios que lo estructuran, constituyó una auténtica preocupación para Freud, que al final llegó a hablar de un «instinto de vida» o Eros y un «instinto de muerte» o Thanatos. El instinto de vida se expresa mediante el amor, la creatividad, espíritu constructivo. El instinto de muerte, mediante el odio y la destrucción. Se trata de un instinto poderoso, el hombre es un ser agresivo. «Homo homini lupus: ¿quién se atreverá a discutir esta afirmación, después de todas las experiencias de la vida y de la historia?», se pregunta Freud en El malestar en la civilización (1929). En el hombre hay una «agresividad cruel» que revela en él «una bestia salvaje, a la cual resulta ajeno el respeto a su propia especie». La realidad, en opinión de Freud, es que «debido a esta hostilidad primaria de los hombres entre sí, la sociedad incivilizada se ve continuamente amenazada de destrucción [...y] para cada uno de nosotros llega el momento de abandonar como ilusiones ficticias aquellas esperanzas que cuando es joven deposita en sus propios semejantes, y de experimentar en qué medida la malevolencia de éstos convierte la vida en algo duro y Oneroso». Por lo tanto, Freud nO condena la civilización tout court, sino las represiones inútiles y excesivas, que son una fuente de angustia y de sufrimiento. Justamente para aliviar estos sufrimientos Freud ofrece, mediante su genealogía de la civilización, una mayor conciencia desmitificadora de los ideales y los valores, para que éstos, aunque sean necesarios para dominar el instinto de muerte, no se transformen en instrumentos de tortura para la vida de los individuos. El hombre renuncia a gran parte de su felicidad para hacer posible una vida social (la civilización) que no sea autodestructiva. «El "superyó" es el heredero del complejo de Edipo y el representante de las aspiraciones éticas del hombre.» El «superyó» obligó a Edipo a arrancarse los ojos. El trabajo de Freud tiende precisamente a esto: no a negar la civilización, sino a no permitir al «superyó» que arranque los ojos al nuevo Edipo, enloqueciendo al hombre y haciéndole la vida insoportable e inhumana. Es cierto que hay enfermedades (soportables) con las que el hombre debe aprender a coexistir, pero también es verdad que el hombre civilizado ha vendido la posibilidad de la felicidad «a cambio de un poco de seguridad». Lo importante es que la vida civilizada, en un desarrollo constante, resulte soportable. Al final de El malestar en la civilización Freud escribe: «El problema fundamental del destino de la especie humana me parece que es lo siguiente: si, y hasta qué punto, la evolución civil de los hombres logrará dominar las perturbaciones de la vida colectiva provocadas por su pulsión agresiva y autodestructora. [...] En el momento actual los hombres han ampliado tanto su propio poder sobre las fuerzas 11 naturales que, aprovechándose de ellas, les sería fácil exterminarse recíprocamente, hasta el último hombre. Lo saben, cosa que provoca gran parte de su presente inquietud, infelicidad y apresión. Cabe esperar que la otra de las "potencias celestiales", el Eros eterno, haga un esfuerzo para consolidarse en la lucha contra su adversario igualmente inmortal. Empero, ¿quién puede predecir si tendrá éxito y cuál será el resultado final?» Agreguemos una última observación. Freud reconoce que su doctrina psicoanalítica manifiesta grandes coincidencias con la filosofía de Schopenhauer, «quien no sólo aceptó el primado de la afectividad y la extraordinaria importancia de la sexualidad, sino también el mecanismo de la represión». Sin embargo, señala Freud, se trata de una coincidencia pero no de influjos. Freud confiesa haber leído a Schopenhauer «en una época muy avanzada de la vida». Añade además: «Durante mucho tiempo evité leer a Nietzsche, otro filósofo cuyos presentimientos y cuyas intuiciones coinciden frecuentemente, de modo sorprendente, con los laboriosos resultados del psicoanálisis, ya que no me interesaba el tener una prioridad, sino el mantenerme libre de cualquier influencia.» Finalmente, por lo que respecta al marxismo, Freud no se muestra nada convencido de que dicha doctrina haya encontrado «el camino para liberamos del mal». En efecto, «con la abolición de la propiedad privada se quita al humano deseo de agresión, uno de sus instrumentos, sin duda un instrumento poderoso, pero sin duda también, no el más fuerte». 9. LA REBELIÓN CONTRA FREUD y EL PSICOANÁLISIS DESPUÉS DE FREUD 9.1. La «psicología individual» de Alfred Adler En 1910 nació la Sociedad Internacional del Psicoanálisis, cuyo primer presidente fue Carl Gustav Jung. Mientras tanto, el psicoanálisis había hallado nuevos campos de fecunda aplicación. T. Reik y el etnólogo G. Roheim desarrollaron las tesis contenidas en el trabajo de Freud Tótem y tabú. Otto Rank convertía la mitología en objeto de estudio. El pastor protestante O. Pfister, de Zurich -quien, según Freud, «descubrió que el psicoanálisis era conciliable con una forma sublimada de religiosidad»- aplicó el psicoanálisis a la pedagogía. En consecuencia, no faltaron éxitos. Sin embargo, junto con éstos, también llegaron las primeras escisiones notables, que rompieron de manera decisiva la uniformidad de la perspectiva freudiana. El artífice de la primera escisión (1911) fue Alfred Adler (1870- 1937), fundador de la «psicología individual» y autor de obras como El temperamento nervioso (1912), Conocimiento del hombre (1917) o Praxis y teoría de la psicología individual (1920). Antiguo discípulo de Freud, y partiendo del mismo material en que se basaba la teoría freudiana y afrontando los mismos problemas que Freud, construye un sistema teórico que niega punto por punto el sistema de Freud, con lo que éste dirá irónicamente que «la doctrina de Adler se caracteriza no tanto por lo que afirma, sino por lo que niega». La doctrina de Freud considera que toda la actividad del hombre está en función de su pasado; la doctrina de Adler considera que está en función de su futuro (G. Zunini). Adler afirma que el comportamiento del individuo no está guiado por el principio del placer y por el principio de realidad, sino por su voluntad de poder. En cada fase de su desarrollo, escribe Adler, «el 12 individuo está guiado por su deseo de superioridad, de semejanza divina, por la fe en su poder psíquico particular». La dinámica del desarrollo del individuo se enfrenta con la disyuntiva entre el «complejo de inferioridad» que se desencadena ante las obligaciones que hay que cumplir y la competición con los demás, y la voluntad de afirmar el propio poder. A lo largo del esfuerzo por la propia afirmación varonil y por superar el complejo de inferioridad, afirma Adler, ocurren procesos de compensación. Cuando una actividad psíquica es inferior a los requerimientos de la tarea que hay que afrontar, entonces entra en juego -al igual que en los procesos biológicos- una compensación por parte de alguna otra actividad que es superior con respecto a la tarea. Con este tipo de herramientas conceptuales Adler interpreta de manera diferente el material freudiano y trata de solucionar de un modo distinto los problemas en que se había basado el psicoanálisis. Así, en los sueños no es que habla lo inconsciente, sino que expresanel proyecto vital del individuo, que también se pone en evidencia a través de los actos fallidos y que –en opinión de Adler- se manifestaría como «plan de vida» ya a los cuatro o cinco años de edad. También en las pulsiones sexuales Adler ve en acción la voluntad de poder que aspira a dominar a los otros. La neurosis es el sentimiento de inferioridad del individuo que, ante las dificultades, se repliega sobre sí mismo y exige de los otros que le manifiesten comprensión, obligándoles a dedicarle su atención. La noción central del sistema de Adler es la voluntad de poder. Su referencia histórica más inmediata es el pensamiento de Nietzsche, pero también el de Schopenhauer. Adler aplicó sus teorías al arte y a la educación. En Viena surgieron clínicas para la orientación social y asilo para niños, inspirados en las ideas de Adler. Karl Popper trabajó en una de estas instituciones. En una ocasión, en 1919, Popper refirió a Adler un caso que no consideraba particularmente adleriano. Sin embargo, narra Popper, Adler «lo analizó sin ninguna dificultad en los términos de su teoría de los sentimientos de inferioridad, sin haber visto siquiera al niño. Un tanto desconcertado, le pregunté cómo podía estar tan seguro. "Debido a mi experiencia de mil casos", respondió; ante lo cual -sigue diciendo Popper- no pude evitar añadir: "experiencia que ahora se tranforma en mil y un casos"». Esto sirve para recordar que aquí halla su origen el criterio de falsación popperiano. 9.2. La «psicología analítica» de Carl Gustav Jung Famoso por sus estudios de psiquiatría, el suizo CG. Jung (1875- 1961) se aproximó a Freud, pero en 1913 -dos años después de la secesión de Adler- también Jung se alejó de Freud y propuso un influyente sistema de ideas psicológicas que denominó «psicología de los complejos» o «psicología analítica». Jung fue quien introdujo el término «complejo», utilizándolo en sus Estudios de asociación diagnóstica (1906). La noción de «complejo» significa para Jung «grupos de contenidos psíquicos que, desvinculados de la conciencia, pasan a lo inconsciente, donde continúan llevando una existencia relativamente autónoma e influyen sobre la conducta» (G. Zunini). Este influjo puede ser negativo, pero también puede asumir una valencia positiva, cuando se convierte en razón de nuevas posibilidades de creación y de éxito. Jung utilizó la noción de complejo para el diagnóstico de las asociaciones. Proponía distintas palabras, una a continuación de otra, a un sujeto que debía responder inmediatamente con la primera palabra que le viniese a la mente. Jung puso de 13 manifiesto que el tiempo de reacción -el tiempo que transcurre entre la presentación de la palabra y la respuesta del sujeto- cambia de una palabra a otra, y ante las diferentes palabras también se da en el individuo una actitud distinta. A veces la reacción es muy vacilante o bien resulta muy apresurada: nos encontramos ante reacciones que son indicativas de complejos, de los cuales el sujeto no es consciente. Por este camino, pero también a través del contenido de las reacciones verbales y de los sueños, Jung penetra en lo inconsciente. Posteriores investigaciones le llevaron a lo que fue quizás su descubrimiento fundamental: lo «inconsciente colectivo». Para Jung la estructura de la psique abarca la conciencia y un inconsciente personal, donde se conserva y se agita aquello que la conciencia quiere reprimir, abandonar o cancelar. Sin embargo, además de la conciencia y de lo inconsciente personal, Jung descubre una zona de la psique que llama «insconsciente colectivo». Lo inconsciente personal consiste, básicamente, en complejos, mientras que lo inconsciente colectivo, está formado por arquetipos: «los instintos [tendencias innatas, no aprendidas] constituyen analogías muy cercanas a los arquetipos. Tan cercanas, que hay motivos para suponer que los arquetipos son las imágenes inconscientes de los instintos mismos; en otras palabras, son esquemas de comportamiento instintivo. La hipótesis de lo inconsciente colectivo, por lo tanto, no resulta más aventurada que admitir que haya instintos», escribe Jung. Lo inconsciente colectivo es hereditario y «es idéntico en todos los hombres, constituye un substrato psíquico común, de naturaleza suprapersonal, que está presente en cada uno de nosotros». Los arquetipos son esquemas de reacciones instintivas, de reacciones psíquicas obligadas que se hallan en los sueños, pero también en las mitologías y en las tradiciones religiosas, y hacen referencia a características de la vida humana como el nacimiento, la muerte, las imágenes paterna y materna o las relaciones entre ambos sexos. Otro tema relevante en el pensamiento de Jung es su teoría de los «tipos psicológicos». Analizando la controversia entre Freud y Adler, Jung logra trazar la tipología del introvertido y del extravertido. Freud sería extravertido, y Adler, introvertido. Para el extravertido los acontecimientos externos a él mismo poseen la máxima importancia consciente. Como compensación en lo inconsciente la actividad psíquica del extravertido se encuentra en el «yo». Por lo contrario, para el introvertido lo que cuenta es la respuesta subjetiva del individuo ante los acontecimientos y las circunstancias de carácter externo, mientras que en lo inconsciente el introvertido se ve empujado con sentimientos de temor hacia el mundo externo. Aunque no existe un «tipo puro», Jung admite sin embargo la extremada utilidad descriptiva de la distinción entre «introvertido» y «extravertido». «Cada individuo posee ambos mecanismos -la introversión y la extraversión- y lo único que determina el tipo es el predominio de uno o de otro.» Tipos psicológicos es de 1921. A partir de este período, Jung dedica su atención principal al estudio de la magia, de las diversas religiones y de las culturas orientales (Psicología y religión, 1940; Psicología y alquimia, 1944; El «yo» y lo inconsciente, 1945). Contemplando su labor dentro del contexto de nuestra civilización, Jung afirmó: «No me siento espoleado por un optimismo excesivo y tampoco soy amante de los ideales elevados, sino que me intereso simplemente por el destino del ser humano en cuanto individuo, aquella unidad infinitesimal de la cual depende un mundo, y en la cual-si leemos correctamente el significado del mensaje cristiano- también Dios 14 busca su fin.» La respuesta que Jung dio en 1959 a un entrevistador de la BBC que le preguntó: «¿Cree en Dios?» se hizo célebre y se convirtió en fuente de prolongadas controversias. Jung contestó así a la pregunta: «No tengo necesidad de creer en Dios. Lo conozco.» Freud, ante el sistema de Jung, afirmó: «Aquello de lo cual los suizos se sentían tan orgullosos no era más que la modificación teórica del psicoanálisis, obtenida cuando se rechaza el factor de la sexualidad. Confieso que desde el principio entendí este "progreso" como una excesiva adecuación a las exigencias de la actualidad.» Por su parte, Jung, integrando las diversas fuerzas y tendencias psíquicas bajo la noción de energía, no quiso negar en absoluto la importancia de la sexualidad dentro de la vida psíquica, «aunque Freud sostenga con tozudez que yo la niego». Jung afirma: «Lo que pretendo es establecer fronteras ante la desenfrenada terminología relativa al sexo, que vicia todas las discusiones acerca de la psique humana, y colocar la sexualidad misma en el lugar más adecuado que le corresponda. El sentido común siempre volverá al hecho de que la sexualidad no es más que uno de los instintos biológicos, sólo una de las funcionespsicofisiológicas, aunque sin ninguna duda muy importante y de un alcance muy grande.» 9.3. Wilhelm Reich y la síntesis entre marxismo y teoría freudiana Wilhelm Reich (1897-1957) trató de llevar a cabo una síntesis entre marxismo y teoría freudiana. Reich se doctoró en medicina e ingresó en la Sociedad del Psicoanálisis. Sin embargo, sus relaciones con Freud se enfriaron muy pronto, debido quizás al notable interés que Reich manifestaba por el marxismo, hasta el punto de ingresar en el partido comunista alemán. En 1931 Reich, junto con otros amigos, fundo el grupo Sexpol, destinado a la asistencia médica a favor del movimiento obrero, asistencia que hacía referencia a cuestiones sexuales y de higiene mental. Debido a su carácter hipercrítico, abandonará de inmediato tanto el partido como la Sociedad del Psicoanálisis. Después de la llegada de Hitler al poder, se refugia en América. Allí le esperaba un triste destino: fue detenido a causa de sus teorías y murió en la cárcel, en 1957. Sus libros fueron quemados. Lo que distingue, básicamente, a Reich de Freud es una concepción diferente de la naturaleza humana. Freud había insistido sobre el instinto de Thanatos, el instinto de muerte, sobre las pulsiones agresivas negativas, sobre las fuerzas psíquicas destructivas y perversas. A criterio de Reich, dichas ideas no son más que teorías metafísicas. La agresividad destructora, en opinión de Reich, no es parte integrante de la naturaleza humana, sino el efecto manifiesto de una represión sexual que inhibe los instintos sexuales. En nuestra sociedad, éstos no logran expresarse con naturalidad. De aquí provienen las perversiones, la pornografía y la agresividad contra uno mismo y contra los demás. La opresión de los instintos sexuales, al igual que cualquier otro tipo de opresión, sería de naturaleza política, en opinión de Reich. Como consecuencia, el hombre liberado de las cadenas que le oprimen no podrá menos que ser el hombre de otra sociedad. En tales circunstancias, resulta urgente una labor de concienciación de las masas para que hagan caer la sociedad actual. Esto justifica el acoplamiento que Reich efectúa entre marxismo y teoría freudiana. 15 9.4. El psicoanálisis infantil en Anna Freud y Melanie Klein Freud trató psicoanalíticamente a sólo un niño. Fue su hija, Anna Freud, la que se ocupó de los niños de más de tres años. Anna Freud acepta que los factores inconscientes y las pulsiones instintivas, especialmente las de carácter sexual, desempeñan un papel notable en la vida del niño. Sin embargo, afirma que también poseen importancia los factores ambientales, como por ejemplo la relación del niño con sus padres. El libro más conocido de Anna Freud es El «yo» y los mecanismos de defensa (1937), donde se afirma que el «yo» se defiende de los impulsos reprimidos en lo inconsciente a través de cinco caminos: la huida a la fantasía, su negación de palabra y de hecho, la restricción del «yo», la identificación con el agresor y determinadas formas de altruismo. Anna Freud estudió a los niños de más de tres años. Melanie Klein, cuyas concepciones ejercieron un notable influjo sobre los psicoanalistas ingleses, estudió en cambio a los niños de menos de tres años. Investigando sobre la actividad de su fantasía, tal como se manifiesta en los juegos y en la mímica, Klein estableció que la crisis edípica entra en funcionamiento mucho antes de lo que creía Freud. Más aún: el primer objeto del mundo del niño es el seno materno. La necesidad de chupar está acompañada por el temor a que no se vea satisfecha. Durante esta primera fase, el niño está aterrorizado por el miedo a verse dañado (Melanie Klein llama «posición persecutoria» a este sentimiento). Más adelante, hacia el tercer mes, el niño teme destruir a la persona que ama y de la que tiene necesidad (Klein llama a este sentimiento «posición depresiva»). Al constatar después que su agresividad no resulta tan destructiva y poderosa, el niño logra superar la posición depresiva, se vuelve confiado y demuestra más seguridad. Sin embargo, dicha superación no ocurre de una vez para siempre: la posición persecutoria y la posición depresiva pueden reaparecer en la vida adulta. 9.5. La terapia no directiva de Carl Rogers La contribución de Carl Rogers a la psicoterapia está constituida por aquel conjunto de principios generales que, implicados en su experiencia terapéutica, son conocidos como «terapia centrada en el cliente» (Client centered Therapy). Se trata de un sistema abierto de teorías y de hipótesis que, en cuanto tales, se enuncian de modo provisional y se someten constantemente a lo largo de la actividad clínica, a una criba experimental: «Siempre he tenido la convicción de que debo proponer mis ideas como algo provisional y que puede ser aceptado o rechazado.» Según la teoría de Rogers, debe hacerse una referencia constante a una fuerza de base, y la terapia se centra en la persona porque en ésta «hay una fuerza que posee una dirección fundamental positiva». Dicha fuerza es definida como <tendencia actualizadora>, es la fuente originaria de energía vital que Impulsa a la persona en dirección a su desarrollo y su autorrealización. En la relación terapéutica habría que crear justamente las condiciones para que surja y entre en funcionamiento dicha fuerza. Otro dato que se refiere al proceso terapéutico es la «experiencia actual» (experiencing). Está conectada con el proceso total de nuestra vida subjetiva, con aquel filón constituido por el continuo flujo de sentimientos implícitos y con el estado preconceptual. Llegamos a este 16 estado preconceptual para proveer de datos nuestra experiencia actual y permitirle que alcance significados explícitos y conceptualizaciones. Dicha experiencia concierne «el dato inmediatamente sentido e implícitamente significativo [...], el sentimiento que un sujeto experimenta al tener una experiencia. Se trata de una continua corriente de sentimientos, con algunos pocos, contenidos explícitos. Es algo dado en el campo fenoménico de cada persona». «Cuando me pregunto" ¿qué tipo de experiencia actual es ésta?", siempre existe una respuesta implícita, aunque todavía no se haya conceptualizado una respuesta explícita.» La experiencia actual, por lo tanto, implica significados explícitos y posibles conceptualizaciones, como ya hemos dicho. Cuando Rogers toma en consideración su propia experiencia clínica y la de sus colegas, así como los datos suministrados por la investigación, advierte una diferencia notable en el modo de experimentar que muestra el sujeto, según el estadio en que se encuentre a lo largo del proceso de modificación y crecimiento. En un extremo del proceso se halla la fijeza y la rigidez de quien es incapaz de vivir la experiencia con inmediatez, en el sentido de que la separación con respecto a lo que se experimenta es considerable y los significados se formulan de modo estereotipado e impersonal. Los estadios intermedios se caracterizan por una intelectualización excesiva, por el discurrir de aquello que se experimenta en aquel momento como si perteneciese al pasado, por el temor a experimentar con inmediatez de sentimientos, llegando gradualmente hasta una plena aceptación de aquello que se experimenta, aunque se trate de sentimientos negados con anterioridad. «En el estadio más avanzado del continuum, vivir con inmediatez todo lo que experimenta es la característica más relevante del proceso de terapia. En estos momentos lo que se siente coincide con lo que se piensa; el "yo" es la concienciarefleja de aquello que se experimenta y la voluntad es la consecuencia natural del significado de este fluir de referencias interiores. El sujeto, en esta fase, es un proceso fluido de experiencias aceptadas e integradas.» De este modo se llega a modificar también el concepto de uno mismo. Tendemos a creamos un concepto de nosotros mismos que sea aceptable para nosotros y para los demás, sobre la base de valores provenientes del exterior y no originados por nuestra propia experiencia. Tales valores se mantienen de modo rígido y nos inducen a negar que nos pertenezcan experiencias no compatibles con ellos. Esta imagen de sí es rígida, está distorsionada y resulta incompleta porque excluimos de ella experiencias importantes y nos encontramos inseguros, en un estado de vulnerabilidad y de incongruencia. «La incongruencia es un constructo fundamental de la teoría que hemos elaborado. Hace referencia a una discrepancia entre la experiencia real del organismo y de la imagen de sí que tiene el individuo cuando se representa aquella experiencia. Por ejemplo, un estudiante puede experimentar, globalmente [...] temor a la universidad y de los exámenes que se realizan en el tercer piso de determinado edificio, en la medida en que éstos pueden poner en evidencia una inadecuación básica suya. Puesto que el miedo a dicha inadecuación se halla en tajante oposición con la imagen que él tiene de sí mismo, tal experiencia se representa en su conciencia de manera distorsionada, como un miedo irracional a subir las escaleras de este o de aquel edificio, y muy pronto, como un temor irracional a atravesar plazas.» La modificación del concepto de uno mismo es, por tanto, otro dato importante en el continuum del proceso terapéutico. 17 ¿Cómo actúa el terapeuta en dicho proceso? Partiendo de la base del principio inicial de la «no directividad», se halla en un estado de autenticidad y de congruencia, «es profundamente él mismo, y su experiencia real está fielmente representada en su conciencia» (Autenticidad y congruencia). «No sirve actuar de modo sereno y agradable cuando de hecho nos sentimos críticos y llenos de ira. No sirve actuar como si se conociesen las respuestas que hay que dar cuando en realidad no se conocen.» «Quiero añadir que, aunque me da la sensación de haber aprendido a fondo la verdad de estas proposiciones, no la he aprovechado del modo adecuado.» El terapeuta acepta sin condiciones cada aspecto de la experiencia del cliente y experimenta hacia él una consideración positiva. No expresa valoraciones o juicios (Aceptación incondicionada). Entra con él una relación empática; considera la experiencia del cliente colocándose dentro de su mundo y de su manera de experimentar (Empatía). «Sentir el mundo personal del cliente como si fuese nuestro, sin perder nunca, empero, esta cualidad del "como si", en eso consiste la empatía; sentir la ira, el temor, la turbación del cliente como si fuesen nuestros, pero sin añadirles nuestra propia ira y nuestra propia turbación, tal es la condición que intentamos describir.» La última condición que las resume a todas es que el cliente perciba la aceptación y la empatía del terapeuta. Para Rogers no valen los criterios externos de descripción del proceso, sino los criterios internos al cliente mismo, con base en aquello que el cliente va experimentando paulatinamente. 9.6. Rogers: la «comunicación auténtica», el individuo y el grupo A partir de 1964 Rogers abandonó la docencia universitaria para dedicarse a la experimentación grupal. Dicha experimentación se ha extendido a numerosos países europeos. Según Rogers, el grupo puede convertirse en una situación electiva que ayude a ser realmente uno mismo, fuera de los papeles preestablecidos. Sin embargo, ¿qué es lo que constituye el grupo? Es evidente que no basta con que existan varias personas juntas en un lugar o bajo una denominación común (por ejemplo, una clase de una escuela) para que haya un grupo. Durante los primeros días del curso la clase de 1° B es un grupo, pero sólo lo es en un sentido formal. Para que se convierta en un grupo real deben darse determinadas condiciones, entre las cuales resulta esencial la «comunicación auténtica». Tanto en el caso de un grupo que viva una experiencia común (un grupo escolar) como en el de un grupo de científicos que trabajen en un proyecto común, la comunicación auténtica es el fundamento de su existencia como grupo. ¿Cómo se realiza dicha comunicación? La comunicación afecta a la personalidad íntegra, se comunica con toda nuestra actitud, no sólo verbalmente (a veces las palabras constituyen una defensa). ¿Qué comunicamos sobre nosotros? ¿Aquello que queremos parecer o lo que somos realmente? Una de las cosas que aprendemos muy pronto -y sin damos cuenta- es nuestra historia psicológica, es cómo resultar agradables a los demás para que nos amen. La consideración y el amor de los demás sirven de fundamento para nuestra identidad: son la condición primordial de nuestro ser personas. A este respecto, ser valiente, bueno, inteligente, poderoso, rico, etc. (de acuerdo con los valores que cultive nuestro sistema sociocultural) quiere decir «ser», «existir». Muy a menudo sucede que uno no se siente ni valiente, ni fuerte, ni inteligente, etc. (pensemos en el niño que se halla frente a modelos mucho mayores que él). En ese caso, la única salida (dentro de un sistema rígido de 18 comunicación, en el que se experimenten como excesivas las exigencias) consiste en buscar adaptarse de algún modo, adoptando actitudes como si se fuese valiente, inteligente, fuerte, etc. Aquí se encuentra la raíz del «querer parecer» (a uno mismo y a los demás), que nace de una desconfianza básica en uno mismo y en la posibilidad de ser considerados y amados, si se nos viese tal como somos en realidad. Se desencadena entonces un mecanismo de actitudes y de conductas que se convertirán en rasgos constantes de la personalidad propia, pero que no son auténticos. En este caso la comunicación se halla distorsionada, porque se está imposibilitado de comunicar aquello que uno es realmente. En la vida de cada día hay muchos ejemplos de comunicación entre «fantasmas» o «máscaras». El malestar -ya veces, el drama- de la incomunicación y de la alienación reside en esta falta de encuentro entre individuos que no logran ser aquello que son; de modo que, por un lado, no podemos reconocemos en el individuo ficticio (pero tan acostumbrado que se desencadena automáticamente) que se suele utilizar en las relaciones con los demás, y por el otro no logramos hallar nuestra verdadera individualidad, porque no hemos dejado que surja y actúe, la hemos perdido de vista. En resumen: sabemos que no somos aquel individuo que se mueve, habla y actúa con los demás, pero no logramos entender quién somos en realidad. En un grupo formal coexisten individuos con una personalidad que se halla estructurada sobre las bases más o menos auténticas, y por lo tanto, con distintas capacidades para la auténtica comunicación. La dificultad para la formación de un verdadero grupo consiste en facilitar lo más posible este tipo de comunicación. ¿De qué modo? Actuando en sentido inverso al mecanismo que ha construido la máscara defensiva. Es preciso crear y disfrutar de una atmósfera de libertad y de aceptación espontánea del otro, sin poner condiciones. Por libertad se entiende ser libres del tener que parecer inteligentes, valientes, divertidos, etc., a cualquier precio, para poder ser tenidos en cuenta. Asimismo, se entiende ser libres del temor de ser y demostrarseta como se es, ser libres de vivir la experiencia de «también así» uno es aceptado y amado. Una aceptación cálida y espontánea de los demás ayuda a aceptarse y a ser uno mismo, y a crecer sobre esta base real de nuestra personalidad. «He llegado a sentir que, cuanto más el individuo se ve entendido y aceptado en profundidad, más tiende a eliminar las fachadas falsas con las que se ha enfrentado con la vida, y más avanza en una dirección positiva, de mejoramiento.» El primer paso para sentir e libres e íntegros, verdaderamente dentro de los propios sentimientos, emociones y reacciones, para vivir las situaciones como seres vivos, comunicando con toda nuestra persona cosas verdaderas, consiste precisamente en esto. En este caso, cualquier cosa que se diga o se haga es una comunicación auténtica. Basándose en esto, un grupo logrará extraer el hilo conductor de su propia estructura. Y ello consiste en un auténtico punto de llegada. Por lo que se refiere al poder dentro del grupo, si se han establecido las condiciones antes mencionadas, ya no es expresión de un liderazgo en el sentido autoritario o autorizado. Es un poder que paradójicamente se manifiesta en el momento en el cual se cede: es el poder de favorecer en el otro el sentimiento de su fuerza de base, de su energía vital y de sus capacidades reales, de hacerle sentir que tiene poder y que puede asumirlo gracias a su crecimiento interior e intelectual.
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