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PRÓLOGO LA CRUZADA Y LA VIDA RELIGIOSA DE LA EDAD MEDIA Aparece hoy, al fin, esta obra sobre las cruzadas, de Alphandéry, como la de Los germanos, de Henri Hubert, largo tiempo esperada. Algunos de mis mejores colaboradores han desaparecido prematuramente, antes de haber dado la última mano a su trabajo; y los que continuaron, piadosamente, su tarea se han visto demorados a menudo por la tragedia de la guerra y las dificultades que ésta trajo como consecuencia. Paul Alphandéry murió a los cincuenta y siete años, dejando su brusco fin consternados a sus amigos y a sus discípulos. El hombre era tan querido como estimado el sabio, y ante su tumba, en la Revue de I'Histoire des Religions, uno de cuyos directores fue durante mucho tiempo, en la Sociedad Ernest Renan, que él creó y animó, René Dussaud, Silvain Lévi, Charles Picard y Alexandre Koyré, su colega en la Escuela de Estudios Superiores, expresaron el vacío que, con ese doble título, iba a dejar entre ellos. Habré de recordar aquí que había sido uno de los primeros miembros del Centro Internacional de Síntesis, y que, para el Vocabulario histórico que en él se elabora, había aportado y comentado una lista de palabras, hecha por él con destino a un Diccionario de Historia de las Religiones, cuyo proyecto se había abandonado. Escuchándole, se experimentaba a la vez placer y provecho: su prodigiosa memoria y su universal curiosidad le sugerían ingeniosas observaciones y relaciones inesperadas. Pocos días antes de su muerte, tan súbita, había participado en la "Semana" del Centro de Síntesis, cuyo tema era La multitud, e hizo sobre "las multitudes religiosas", sugestivas reflexiones. Pero conviene insistir sobre los rasgos de su carácter moral, que imprimen en su obra de historiador de las religiones un sello original. Alphandéry era profundamente humano. Podía haber suscrito la frase de Antígona: "Me uno al amor y no al odio". Esta disposición le hacía ser un psicólogo -psicólogo de los individuos, psicólogo de las colectividades-. Más que en las doctrinas -salvo en la medida en que se encuentran, por decirlo así, en muda-, se interesaba por los sentimientos, que, constituyen la esencia de la vida religiosa: el profetismo, las herejías, las visiones, los movimientos populares, ejercían en él una especie de atracción. Como ha dicho bien A. Koyré, "P. Alphandéry se interesaba sobre todo por los hombres modestos, los simples creyentes, poco instruidos en las sutilezas del dogma y que viven su fe". "Valdenses, cataros, modestos sectarios obscuros, hervidero confuso y sincero que prepara y que prolonga el movimiento franciscano", tal fue con frecuencia el objeto de sus cursos y de sus artículos. Compréndese, desde luego, que el estudio de las cruzadas ocupara durante largo tiempo su pensamiento, y durante largo tiempo constituyera el objeto de su enseñanza, sin que, por prudencia y modestia -y hay que lamentarlo-, sintiese prisa por publicar su obra capital. * Esta obra ofrece un carácter de novedad, y eso que las historias de las cruzadas abundan. Recordemos que en 1753 se imprimió una Histoire des Croisades de M. de Voltaire, que reproducía "con escasa diferencia", según dice una nota del tomo XVI (ed. de 1820) de las Obras completas, los capítulos LIII-LVIII del Essai sur les moeurs. Voltaire simplifica singularmente el origen de la Cruzada: Pedro el Ermitaño, "el picardo, que salió de Amiens para ir en peregrinación hacia la Arabia, fue causa de que el Occidente se armase contra el Oriente. Así se encadenan los acontecimientos del universo" (p. 123). Y he aquí el espíritu "volteriano": "Todo puede creerse del arrebato religioso de los pueblos" (página 141)1. Indudablemente, la obra de René Grousset, dos siglos más tarde, es importante -tres gruesos volúmenes- y sólida, pero es, esencialmente, la historia política de las Cruzadas2. Citemos al propio Grousset: su Introducción lleva por título La question d'Orient à la veille des Croisades; en el tomo I, ha "resumido la historia de los treinta primeros años de la epopeya franca, la conquista y el afianzamiento de la conquista"; en el tomo II, "esboza el cuadro del medio siglo siguiente, el curioso período durante el cual, según la frase de Madelin, el 'sultanato franco' comienza a adaptarse al medio" (prefacio del t. II). Se ha podido decir que esta historia de los Estados francos de Siria, en los siglos XII y XIII, tiene por objeto principal el primer intento de expansión colonial de Francia. El mismo punto de vista "colonial" aparece en la History of the Crusades que publica, en la Cambridge University Press, Steven Runciman. De ella han aparecido dos volúmenes, en 1950 y 1952. Para Runciman, la cruzada es un episodio de las relaciones entre la cristiandad y el Islam en Oriente; indica las razones económicas que atraen a él a los europeos, y muestra por qué el "reino latino" no podía durar. Pero no insiste en las causas esenciales de la Cruzada3. En la primera página de su manuscrito, Paul Alphandéry caracterizaba así su estudio de los siglos XI-XIV: "La extraordinaria época en la que las multitudes de Occidente se encuentran impulsadas por un deseo sin cesar renaciente hacia la Tierra Santa." 1 Para ser equitativo, se ha de decir que en las páginas de Voltaire hay una mezcla de indicaciones justas y de prejuicios. 2 Histoire des Croisades et du royaume franc de Jérusalem, tal es el título exacto. 3 El tercer volumen debe mostrar la influencia de los francos en el arte. Véase CLAUDE CAHEN, en Revue Historique, t. CCIX, PP. 125-127; cf. Critique, Nos 70, 74. Según parece, se está elaborando en los Estados Unidos una obra colectiva. Un libro sobre Les origines et les caractères de la 1re Croisade, por PAUL ROUSSET, Neufchâtel, La Baconnière, 1945, explica la cruzada -con exclusión de causas políticas, económicas y sociales- por la mentalidad religiosa, la espiritualidad de la época: esta tesis se discute y rechaza en los Annales, julio-sept. 1949, p. 350. Alphandéry no es excluisivista, pero, para él, el punto de vista religioso es lo esencial; y es una contribución a la historia religiosa que constituye nuestro prólogo. Este manuscrito, destinado a hacer el libro que me había prometido, era un curso, con el lujo de detalles y de citas que comporta la enseñanza de la Escuela de Estudios Superiores. Se imponía un trabajo de rectificación y de actualización. El discípulo preferido, a quien la familia de Paul Alphandéry confió este cuidado, cumplió su tarea, a través de las crisis que Europa y el mundo han sufrido, con constancia y piadosa adhesión. Director del Instituto Francés de Bucarest antes de la guerra, y profesor, después de la guerra, de la Universidad de Montpellier, ha consagrado al estudio de la cruzada todo el tiempo libre que le dejaba el desempeño de sus funciones. Digo: "el estudio" de la cruzada, porque, no contento con preparar para la publicación el texto de su maestro, quería enriquecerlo, si había lugar, teniendo en cuenta las más recientes investigaciones. Ahora bien, mientras realizaba tal trabajo, se formó del fenómeno histórico que es la cruzada, y de la historia en general, un concepto que no siempre concuerda con el concepto y la actitud histórica de Alphandéry, por lo cual ha tenido más mérito al respetar de manera absoluta la interpretación de su maestro. El resultado de su piadoso trabajo habrá de dar dos volúmenes, el primero consagrado a las dos primeras cruzadas, corte éste justificado por la duración del movimiento de las cruzadas y por la diversidad de sus elementosy de sus aspectos. A. Dupront piensa publicar una continuación, que queda fuera del marco de La Evolución de la Humanidad, y a veces de las ideas que la inspiran. Pero esta continuación, esta obra personal, es de gran interés y mostrará hasta qué punto la Cruzada acabó por apasionar al colaborador fiel y discreto. Antes de insistir sobre lo que el presente volumen encierra de importante y hasta de original, he querido prestar el testimonio que se le debe a aquel cuya adhesión permite que una obra maestra salga a la luz4. * La Cristiandad y el concepto de Cruzada es un título significativo: responde de una parte a las preocupaciones profundas de Paul Alphandéry, y por otra, en el programa de La Evolución de la Humanidad, al papel que jugó el cristianismo en aquellos tiempos de la Edad Media. Se trata de una fase importante de la historia religiosa. Esta historia de las Cruzadas es la del sentimiento "más complejo -y el más raramente analizado- que haya impulsado a multitud humana alguna" (p. 1); tiene sus raíces en el subconsciente de la masa popular, de la cual brota, en un momento dado, este ideal de cruzada, "gran sueño humano al que cuatro siglos se aferrarán desesperadamente" (ibíd.). Alphandéry comienza por investigar las diversas acciones por las que se traduce, antes de la cruzada, la sensibilidad religiosa de esas masas "a las que atormenta la obsesión de la salvación". ¿Cuáles son, pues, las manifestaciones que, inspiradas por el espíritu cristiano, preparan el gran 4 Si bien el fondo es de Alphandéry, en cuanto a la forma se advertirá a veces cierta diferencia. A. Dupront me escribía, un día, en 1947: "Mi estilo ha recabado sus exigencias." impulso colectivo? Hay, en primer lugar, las peregrinaciones a Tierra Santa: "La ruta de Jerusalén es un ejercicio de religión", y, del siglo IV al XI, se comprueba una continuidad de peregrinaciones hacia ese Oriente sagrado "del que ha partido toda vida religiosa" (pp. 13-15). Un conjunto de circunstancias, de orden político y de orden espiritual, condujo a los peregrinos a agruparse y a armarse, para llegar a Jerusalén, en busca de purificación y redención, sobre todo en los alrededores del año mil, bajo el temor del fin del mundo: tal será la obsesión "escatológica" (p. 18). Lentamente, el Santo Sepulcro se convierte en "el centro mismo de la peregrinación. Es el lugar al que se va a llorar y a rezar" (p. 14). Poco a poco, esta atracción de los Santos Lugares aumenta, y, por consiguiente, el número de peregrinos de todas clases. En 1096 surge la Cruzada, y, como en el caso de las Peregrinaciones, bajo la influencia de causas diversas que actúan sobre esa sensibilidad profunda y sobre la imaginación inquieta de las masas. Azotes numerosos la ponen a prueba, en especial, aquel mal de los ardientes, cuyo carácter espantoso y terribles estragos muestra Alphandéry (p. 33). El final del siglo XI está marcado con el "signo de la desgracia", y una especie de "fiebre religiosa", un "frenesí de renunciación” se apoderan de las masas: "se organiza una inmensa expiación en común" (p. 35); se fundan "verdaderas colonias de ermitaños laicos", "momento quizá único en la historia del mundo" (p. 36), en el que los primeros llamamientos a la Cruzada encontrarán multitudes totalmente dispuestas para la piadosa aventura. Alphandéry recoge los mitos, las supersticiones, los ritos, que "se entremezclan", el "caos de emociones" que se encuentra en el origen de las primeras partidas rumbo a Oriente, "el enorme bullir de masas" (página 39), una vez que ha resonado un llamamiento de Urbano II a la conquista de la Tierra Santa: en el Concilio de Clermont (1095) el papa lanza este llamamiento que, sobrepasando el ámbito de su auditorio, debía, con asombrosa rapidez, encontrar un eco en el mundo cristiano. * Y he aquí la primera Cruzada. Alphandéry reduce al mínimo su historia externa, el relato de los hechos; es la historia interna (lo dice en varios lugares)5, la psicología de esta expedición extraordinaria, lo que le interesa: el papel de los incitadores, los "signos" que espera -y que hace nacer- el estado de ánimo de las multitudes. "Numerosos prodigios aparecieron, tanto en los aires como sobre la tierra": "las cruces en primer lugar: cada cual quería ser marcado por el cielo", la lluvia de estrellas, "símbolo de la gran partida"; y continúa la enumeración, que muestra la obsesión colectiva: "Para todos, el llamamiento, la obra que hay que realizar, la via hierosolimitana, es de origen divino, profetizada, apocalíptica."6 Más tarde, habrá cruzadas de clases; habrá, separadamente, los "pobres", los pedites, y los señores, los caballeros; pero ahora, todos marchan mezclados, 5 Páginas 58, 134, 136. 6 Véanse, en cuanto a estos signos, pp. 44, 45, 47, 57, 68. artesanos, campesinos y barones, y en esta muchedumbre confundida hay mujeres y niños. La religión tiende a volverse más directa, menos "jerárquica" (p. 56). Los ermitaños ejercen una influencia especial, sobre todo ese Pedro el Ermitaño a quien la historia tradicional considera como el inspirador de la primera cruzada. Predicador, profeta, recorría ciudades y pueblos, rodeado de tal fama de santidad que "todo lo que decía o hacía parecía como algo misterioso y divino" (páginas 50-51). Se vive a la sazón entre lo maravilloso, en el entusiasmo y el temblor; se quiere merecer la indulgencia para los pecados cometidos, adquirir -recobrando los Santos Lugares- méritos, y escapar del Anticristo, de quien está próxima la venida. No es nuestro propósito consignar los episodios de esa marcha en la que los cruzados se convierten a menudo en saqueadores, en sacrificadores de judíos7, ni insistir en las dificultades, en los obstáculos -como el duro asedio de Antioquía- que habrían de encontrar. Si Alphandéry reduce los hechos al mínimo, sabido es que no consignamos aquí más que la historia religiosa. La Cruzada, en efecto, va cambiando poco a poco de carácter. "Se humaniza", pero sobre todo en cuanto a los barones; por muchas pruebas que tenga que sufrir, y aunque el número de los fugitivos vaya en aumento, la masa popular se mantiene fiel a "la influencia salvadora"8. Espera, como en el momento de la gran partida, las confirmaciones, los alientos. Llegaron oportunamente: son las visiones y las profecías. Son las apariciones, al sacerdote Esteban, de Cristo, que explica los sufrimientos por los pecados cometidos y promete la victoria después de la expiación (p. 72). Es el descubrimiento, en Antioquía, de la Santa Lanza, gracias a las apariciones sucesivas a un Pobre campesino provenzal, Pedro Bartolomé, del apóstol Andrés, quien le hace conocer el lugar donde, en Antioquía, se encuentra el arma "que traspasó el costado del Señor" (pp. 73-75). Un día, incluso, san Andrés se presenta acompañado de Cristo; después de los reproches seguidos de exhortaciones, dice: "Sabed bien que son llegados los días prometidos por el Señor... en los que debe elevar el gran reino de los cristianos." A partir de entonces, hay enorme júbilo en el ejército: ayunos y procesiones. Y pronto llega la victoria prometida, la caída de Antioquía, gracias a "un ejército de socorro enviado por Cristo y mandado por los santos militares, San Jorge, San Mercurio y San Demetrio" (pp. 76-77). Es curioso advertir que las apariciones celestiales a Pedro Bartolomé, a "un patán de esa calaña", producen "el desarrollo solapado de una incredulidad, fundada por el interés temporal, y que a veces se basta a sí misma" (pp. 81-82). Un señor normando, en su "racionalismo",declara a Pedro "discípulo de Simón el Mago" (p. 84). A tal punto que éste se somete voluntariamente a la prueba del fuego para que brille "su buena fe y la verdad". Para la masa, la ordalía se considera como probatoria, aunque Pedro sucumbiera poco después. 7 Sobre estas matanzas, que se repiten con frecuencia, véanse pp. 53-57, 126. El clero las censura y a veces protege a los judíos. 8 Página 70. "Los pobres son soldados de Dios", p. 92. Una vez tomada Antioquía, sigue la marcha sobre Jerusalén, y luego el asedio. La prueba habría de ser larga; las preocupaciones temporales de los jefes y las ambiciones personales, se opondrán cada vez más a la constancia piadosa de la plebe creyente, sostenida de vez en cuando por las apariciones de sus "patrones celestiales". * Entonces comienza un nuevo asedio agotador. Pedro el Ermitaño sale de la obscuridad en que se había confinado, predica sobre el monte de los Olivos, y declara que Jerusalén debe "pertenecer a los pobres que,... por su existencia santa, han merecido la promesa del Señor" (p. 88). Mientras tanto, el esfuerzo de los trabajos militares, "para los cuales no estaban preparados", amenaza desalentar a los cruzados. "La intervención sobrenatural, se hacía necesaria una última vez." En efecto, según dice un cronista, un soldado apareció sobre el monte de los Olivos y con su escudo alentaba a los asaltantes a redoblar en ardor" (p. 88). Y Jerusalén cayó. La "intervención" final había sido "necesaria". A propósito de estas visiones, Alphandéry ha hecho observaciones del más vivo interés sobre el "interior" del espíritu de cruzada: no se debe, dice, aislar su estudio, como un tema de mitografía abstracta, de los acontecimientos; todo está regido por éstos, y éstos, a su vez, por las visiones. Hay una transmisión del acto al símbolo, del símbolo al acto... De tal manera que después de haber fijado el texto hagiográfico de los milagros, hay que interpretarlo sin cesar en conexión con el hecho cotidiano de la Cruzada, "para descubrir el verdadero fenómeno de elaboración colectiva y continua" (p. 73)9. Texto capital, y que nos proporciona la ocasión de una observación análoga relativa a los signos. Para las mentes primitivas o simples, unos fenómenos imprevistos, excepcionales, revisten fácilmente el carácter de signos. En la ignorancia en que se encuentran en cuanto a las causas positivas, y sobre todo si las circunstancias hacen que aquéllos les impresionen, les conmuevan, imaginan causas de orden sobrenatural, intenciones ocultas, favorables o amenazadoras. Esos mismos fenómenos, si los ánimos no se encuentran dispuestos, serán insignificantes, en el sentido propio de este término10. * El período que sigue, entre la toma de Jerusalén y la segunda Cruzada, es complejo, presenta numerosas alternativas. Al principio, la victoria va acompañada de matanzas y de saqueos: desencadenamiento de los instintos, seguido pronto de remordimientos y de penitencias. En tanto que el establecimiento del reino franco lleva consigo competencias y conflictos, los pobres, los que partieron los primeros, y que habían perdido por un momento su puesto de elección, lo recobran: Su oración es, pues, preponderante ante Dios, por sus méritos de pobreza... Por otra parte, la pobreza debe ser sobre todo interior, y las voces sobrenaturales repiten a los grandes la necesidad 9 Cf. pp. 95, 96. 10 Véanse, por ejemplo, pp. 83, 155. de la humildad" (p. 92). En esa masa, "vibrante de supersticiones y de ritos", tienen tendencia a realizarse formas religiosas nuevas, y parece ser que a los clérigos les inquieta "ese extraordinario hervidero de ideas religiosas y de emociones, de sueños y de iluminaciones". Al margen de la jerarquía eclesiástica, se adopta como intercesores a los ermitaños. "Es el triunfo de los humildes esta exaltación del ermitaño, nacida de un fondo obscuro de piedad pagana en cuanto a los sacerdotes de los bosques y de los campos, y de una piedad cristiana directa en cuanto a los santos pobres", de la que será heredero el Poverello de Asís. Hay páginas impresionantes que muestran una reviviscencia de religión popular11. ¿Qué ocurre, mientras tanto, en Europa? Ante las inquietudes de la defensa militar, ante el llamamiento del Oriente latino -necesidad de hombres, necesidad de subsidios-, el Occidente se muestra cada vez más indiferente, a medida que se aleja "el temor milenario"12. Además existe la influencia, la denigración, de los cobardes, de los que huyeron de la prueba. Pero el espíritu de cruzada no ha muerto: va a perder su "heroicidad" y a revestir nuevos caracteres. Si ya no se trata de liberar la tumba del Señor, se establece un verdadero culto de las reliquias, que crea un lazo de espiritualidad con el Oriente; y si ya no hay expediciones de salvación colectiva, la cruzada tenderá a ser "una peregrinación, que es preciso hacer en grupos bien armados, porque los caminos no están seguros"; por eso "se limitará cada vez más a los hombres de guerra y al pequeño número de hombres de a pie que consienten en llevar con ellos". Entonces debía ocurrirse la idea de que una participación en la cruzada podía consistir simplemente en "sacrificios materiales"13. La característica más destacada de esta era nueva es la preocupación de organización. Manifiéstase una tendencia a ordenar, a depurar, lo que fue en los comienzos "tumultuosa aventura". En Oriente se constituye la milicia del Temple: los Templarios sólo a la larga llegan a constituir una orden. San Bernardo ha dicho de ellos: "No sé si debo llamarles monjes o caballeros; quizá haya que darles los dos nombres a la vez, porque. .. unen a la dulzura del monje el valor del caballero" (p. 1.13-114). Mantenían el ideal de pobreza de los primeros cruzados. En el Occidente la vida religiosa se transformaba lentamente en el mismo sentido que el medio social. Indudablemente los ermitaños prosiguen su obra; pero no son ya unos "perpetuos desarraigados": tienen discípulos, fundan monasterios, y crean centros estables, sin dejar de mantenerse en contacto con las masas cuyo fervor continúan fomentando (p. 116). En una palabra, la vida religiosa tiende a organizarse en grupos. Alphandéry insiste sobre la relación de estas modalidades nuevas con el movimiento comunalista contemporáneo14. Expone lo que él llama la "cruzada monumental"; la obra colectiva, en el siglo XII, es la construcción de las 11 Páginas 93, 96. 12 Páginas 103, 104. 13 Páginas 111-112. iglesias por grupos que realizan en común ritos penitenciales. "Los penitentes de la Cruzada monumental muestran un espíritu- de organización colectiva que no tenían las multitudes alucinadas del siglo XI... En estos comienzos del siglo XII, las formas monásticas, las formas comunales, la ciudad de Dios, la ciudad de los hombres, parecen inspiradas por un mismo espíritu antiindividualista que se realiza con una fuerza desconocida hasta entonces"15. "Hubiérase dicho, escribe un cronista, que el mundo, sacudiendo sus viejos harapos, quería revestir por doquier la blanca túnica de las iglesias"16. Y sin duda, "es el sentimiento, el impulso místico, el que eleva las flechas de la catedral"; es una "oración petrificada"; pero asimismo intervienen otros elementos para explicarlo, como lo ha demostrado también Louis Réau, en el tomo LX de La Evolución de la Humanidad. "Si las abadías son obra de los monjes, las catedrales lo son de las comunas. Recursos y brazos son empleados en elevar la casa de Dios (casa Dei)." Réau ha fijado bien la relación entre esta "cruzadamonumental" y el culto de las reliquias que ha ido desarrollándose: reliquias reales, insignias, reliquias indirectas, todo lo que ha podido estar en contacto con el cuerpo de un santo y que recibe de él alguna eficacia, y también a veces falsas reliquias17. "Iglesias y capillas son inmensos relicarios"18. Sobre este "fondo de vida religiosa que tiende a organizarse de acuerdo con formas estables", actúan causas capaces de producir "una nueva alteración". No han cesado de aparecer "signos", es decir, calamidades de todo género: mal de los ardientes, huracanes devastadores, inviernos rigurosos, hambres, y también prodigios, como la erupción del Vesubio en 1140: Con la sensación de un "desequilibrio en la Naturaleza", el terror renaciente del fin del mundo, "los impulsos de no ha mucho recobran su fuerza". "Atmósfera de inestabilidad, de inquietud y de miseria, que desarraiga a los hombres y los prepara para las expediciones" (p. 120). * En estas condiciones, y sobre todo cuando la situación se agrava en Oriente, se prepara la segunda Cruzada, pero con una preocupación por la organización que no existió en la primera. "Ahora están en juego todos los 14 Páginas 117, 118, n. 5; cf. p. 146. Véase el t. LXV, PETIT-DUTAILLIS, Los municipios franceses desde sus orígenes hasta el siglo XVIII. "En la creación de la comuna se ve la necesidad de orden, de justicia y de paz. "Institución de paz" o también amistad, era sinónimo de comuna", Prólogo. 15 Véase p. 119, la reproducción de una nota manuscrita de Alphandéry donde trata de hallar el origen de esta relación entre la comuna y la sociedad evangélica. 16 H. ENGELMANN, La route des cathédrales, p. 15. 17 "Es desgraciadamente demasiado cierto que los traficantes de reliquias, sobre todo en la época de las cruzadas, no tuvieron escrúpulos en engañar a nuestros padres." P. DONCOEUR, Bulletin d'hagiographie, en Etudes (octubre de 1953, p. 107). 18 Véase El arte de la. Edad Media y la civilización francesa, Prólogo, pp. XI-XIII, tomo LX de esta colección. principios" (p. 120). El piadoso rey Luis VII se dirige a "la mayor fuerza moral de la época", San Bernardo, para lanzar un llamamiento que tenga resonancia. Pero San Bernardo se esquiva, primero, ante el papa: es la Iglesia la que debe garantizar la absolución final a los que marchan para hacer penitencia. Un fraile, Raúl, quien, como Pedro el Ermitaño, trata de levantar a las multitudes por medio de una predicación escatológica, y otros más que anuncian la venida próxima del Anticristo (p. 123), son desautorizados por Bernardo y por la Iglesia; a partir de entonces, son "facciosos". El austero cisterciense no vacila en condenar los procederes del pasado (pp. 124-126); es preciso marchar todos juntos y bajo el mando de unos jefes elegidos por ser versados en el arte de la guerra. Disciplina colectiva y ordenación jerárquica, tal es el espíritu nuevo. Alphandéry hace por destacar los dos aspectos de la vida religiosa de la época y los conceptos de la cruzada: cruzada apocalíptica, predicada aún por los ermitaños, y cruzada de salvación individual para los pecadores penitentes, que quiere promover Bernardo. Según él, "se trata menos de liberar el Oriente de los paganos que las almas de los hombres de Occidente de sus pecados". La Cruzada es la purificación redentora. No tiene, pues, nada de extraño que invite a acudir a ella a "los mayores criminales" (p. 131). En la asamblea de Vézelay, en 1146, de donde parte el nuevo llamamiento, Bernardo se contenta, según parece, con leer la bula del papa19; pero estaba a su lado el piadoso rey Luis VII, cuyo apoyo obtuvo. Había de conseguir el del emperador alemán, Conrado, en el curso de una jira de predicación por los países del otro lado del Rin: se había dado cuenta de la insuficiencia del contingente francés y trataba de reforzarlo. En Alemania, su popularidad se difundió pronto ampliamente: conmueve a las almas "hasta las fibras profundas". "Los milagros suceden a los milagros, y los favorecidos con ellos toman la cruz" (p. 132). Bernardo, sin embargo, no partirá; la contemplación prevalece en él sobre la acción: era la "Jerusalén celestial" la que el monje quería ganar20. No obstante las preocupaciones de orden y de disciplina de Bernardo, las condiciones de la segunda Cruzada eran defectuosas. Por otra parte, es notable que, dejando aparte los milagros del santo, los "prodigios", los "signos", hayan sido más raros. La imaginación religiosa era menos viva21. El fracaso final de la expedición, delante de Damasco, tuvo causas múltiples. Sin duda, "el ejército cristiano había partido sólidamente encuadrado por sus 19 En contra de la opinión común: "Pocos lugares hacen sentir coma Vézelay lo que fue el siglo de las Cruzadas. Sobre esa colina se reunieron cien mil hombres, en 1146 al llamamiento de san Bernardo", H. ENGELMANN, obra citada, p. 13. 20 El octavo centenario de San Bernardo, en 1953, motivó varias publicaciones, de que dan cuenta los Etudes en su número de octubre (pp. 121-132): Comisión de Historia de la orden de Citeaux, Bernardo de Clervaux, París, Alsacia; J. CALMETTE y A. DAVID, Saint Bernard, París, Fayard; P. DUMONTIER, Bernard et la Bible, París Desclée de Brouwer; A. M. DIMIER, Saint Bernard, "pêcheur de Dieu", t. I. París, Letouzé et Ané. 21 Véanse pp. 139, 146. jefes temporales y sus pontífices. Numerosos arzobispos y obispos van a la cabeza de las tropas" (p. 140). Pero algunos de esos "pontífices" eran "grandes señores feudales, en modo alguno disminuidos por su clericatura" (p. 140). De un modo general, los grandes, los jefes, decepcionaron a Bernardo y al mundo cristiano, "decepción tanto mayor cuanto que la segunda Cruzada había aspirado a una moralidad más alta". "Vae principibus nostris, ¡ay de nuestros príncipes!, maldecirá Bernardo el mismo año de su muerte... Hay una gran amargura en esta postrer acusación del santo, que revela todas las flaquezas temporales de la segunda Cruzada"22. En cuanto al pueblo, había habido en Francia un hermoso movimiento de entusiasmo cuando el piadoso rey Luis "marchó a Saint-Denis a tomar la oriflama y su bordón de peregrino"; pero esta multitud, "movida por sus instintos, paroxismos religiosos o pasiones violentas, era incapaz de someterse mucho tiempo a la autoridad del jefe legítimo; y todavía era peor lo que ocurría con "la plebe piadosa alemana, ávida, turbulenta y brutal"23. En suma, había en aquella expedición una "incoherencia orgánica" (p. 148). Los buenos y los malos se encontraban mezclados en el torrente tumultuoso. Por el contrario, naciones y clases sociales, otras veces confundidas, se distinguían. No obstante, hubo, al partir, una exaltación espiritual que animaba "el espíritu de cruzada". * Como conclusión de este libro, después del fracaso de la segunda Cruzada, cuando parecía declinar el gran entusiasmo religioso, convenía sondear la realidad profunda, buscar, si las había, las "fuerzas de continuidad". Suger, abad de Saint-Denis y ministro de Luis VII, humillado ante el lamentable regreso de su señor y de los caballeros franceses, quería un desquite, organizado por los clérigos, y se proponía conducir personalmente una cruzada contra los musulmanes. La muerte invalidó este sueño de venganza y de gloria. Continuaban las peregrinaciones; la Cruzada seguía siendo "abierta, pero como una obra de penitencia, piadoso egoísmo en busca de la salvación individual" (p. 152). Mientras tanto crecía el poderío musulmán, y el sultán se apoderó finalmente de Jerusalén (1187)24. Si los reyes y los nobles no estabanya dispuestos a las grandes expediciones, la Iglesia velaba. La defección de los altos personajes excitó el fervor de los humildes: la palabra del papa llegó al pueblo fiel, y, por ella, "se mantuvo en él la emoción". "La Cruzada se convierte en una forma normal de la 22 Véanse pp. 134, 141, 142. "Los cronistas no dejan de notar la codicia desvergonzada de los grandes", p. 142. 23 Página 136; cf. pp. 133, 136, 138. 24 Una obra alemana, de que da cuenta la Historische Zeitschrift (octubre de 1953, p. 417) (JORG KRAMER, Der Sturz des Königreichs Jerusalem), da, en traducción, el texto del historiador árabe oficial sobre la conquista de Jerusalén por Saladino. vida espiritual del Occidente cristiano."25 El Oriente ahora se conoce mejor, abundan las reliquias, las leyendas orientales se difunden; el tesoro mítico se enriquece con la vida de santos y de santas de Oriente. Hay en esto un espejismo y una atracción. Hay que considerar también la parte que tiene en ello una literatura astrológica que anuncia "el cumplimiento de los tiempos". Y he aquí que sobreviene la caída de Jerusalén, que repercute profundamente en la sensibilidad del mundo occidental, en la de la masa especialmente. Ante la "dimisión espiritual de los grandes" (p. 157), la masa adquiere conciencia, cada vez más, de esa individualidad que el movimiento comunalista había contribuido a destacar. Alphandéry insiste, al terminar, en el acceso de los humildes a una vida espiritual propia, en ese ideal de pureza moral, de pobreza buscada, de independencia total, en esa fórmula nueva de la piedad medieval que, en algunos, podrá llegar a la herejía26. * Si la historia "externa", la historia política, de la Cruzada no es lo esencial de este libro, no podía estar totalmente ausente de él: nosotros la hemos descuidado por completo; no hemos hecho que aparezcan el papel y las rivalidades de los jefes, ni indicado el itinerario de las expediciones, las peripecias de los asedios. Lo que queríamos, recordémoslo, era, con Alphandéry, ver revivir la vida religiosa de la Edad Media. Por eso hemos hecho, acá y allá, citas de textos que expresan una fe ingenua o un piadoso entusiasmo: en el libro tales documentos abundan y constituyen una especie de antología27. En la literatura histórica moderna no existe nada comparable a la obra de Alphandéry, a este estudio de psicología colectiva, de sensibilidad religiosa, de una época en la que la masa está dispuesta a conmoverse y a imaginar intervenciones sobrenaturales, en la que la vida real va acompañado sin cesar de lo maravilloso. Debemos recordar, para terminar, que el estudio de Alphandéry enlaza con una serie de volúmenes de La Evolución de la Humanidad,28 en los que hemos encontrado y caracterizado religiones diversas, pero muy especialmente con el tomo XII, cuyo Prólogo reviste un carácter general: esencia de la religión, carácter de lo sagrado, "lugares y objetos, actores y actos", origen de los mitos y de los ritos, tales son los problemas que en él se tratan29. Hemos comprobado que "la religión aparece en la historia respondiendo a una 25 Véanse pp. 154, 158. 26 Páginas 158-159. Alusión a los begardos, valdenses, cataros. 27 Observemos que, cuando es oportuno, las notas y a veces el texto dan la crítica. Véanse, por ejemplo, pp. 58 72, 76, 77, 91, 115. 28 Tomos VII (Egipto), VIII (Mesopotamia), XII (Grecia) XVIII (Roma), XXIV (Celtas), XXVII Germanía), XXVIII (Irán), XXX (China), XLI, XLII, XLIV, XLV (Israel, Jesús, Cristo). Ser. compl., II (Science et Religion). 29 T. XII; En marge..., I, pp. 157-200. necesidad universal de los seres humanos..." A la filosofía de la religión, decíamos -fideísta o racionalista-, debe suceder cada vez más una psicología que, reuniendo los diversos tipos de conciencia, primitivos y civilizados, niños y adultos, normales y enfermos, "destaca lo que tienen de común y se esfuerza por llegar así a la capa profunda, subyacente a toda la humanidad, pasada y presente, de la que han brotado las actitudes originales del espíritu ante el universo"30. "El hombre siente la urgencia de saber y de obrar. A la vez que se adquieren y se precisan un saber y un poder limitados -empíricos-, se forman y se desarrollan un saber y un poder extensos, pero ilusorios."31 En la "nebulosa primitiva", hay, pues, en el individuo, una necesidad intelectual ligada a la emotividad. Aquí, como en otro lugar, hemos insistido sobre lo que la religión tiene en su origen de esencialmente individual: la socialización es en ella secundaria, en tanto que, por el contrario, ala moral, nacida de la sociedad, se incorpora inmediatamente a la religión32. Con el progreso de la organización social y el desarrollo del individuo, la religión se institucionaliza y se profundiza a la vez: de ahí la Iglesia, de ahí también la fe, el misticismo y la santidad33. Alphandéry ha demostrado el papel de la Iglesia creciendo a medida que el impulso de la fe se debilitaba. Emplea repetidas veces el término de subconsciente: es en el subconsciente donde el psicoanálisis, aplicándose hoy día al fenómeno religioso, busca la explicación de los mitos y la fuente profunda de la fe34. HENRI BERR 30 T. XII; En marge..., I, p. 182. 31 T. XII; En marge..., I. p. 189. 32 T. XII; En marge..., I. p. 194. 33 T. XII; En marge..., I. p. 196. 34 Citemos a C. G. JUNG: Los mitologemas sobre los cuales reposan en último análisis todas las religiones, son, al menos para nuestra comprensión, la expresión de acontecimientos internos y de experiencias vividas del alma: hacen posible... el establecimiento de una relación permanente entre lo consciente y lo inconsciente, siendo y manteniéndose este último como la matriz primera y siempre activa de las imágenes originales. Gracias a las fórmulas y a las imágenes incluidas en una religión, lo inconsciente se encuentra suficientemente expresado en lo consciente, de suerte que sus emociones y sus impulsos instintivos pueden ser transmitidos y traducidos sin alteraciones a lo consciente, que de este modo no pierde jamás sus raíces profundas." La guérison psychologique, traducida y adaptada al francés por el Dr. R. Cahen, 1953, p. 247. Cf. C. G. JUNG y Ch. KERÉNYI, Introduction à l'essence de la Mythologie, 1953. ADVERTENCIA Este libro se ha compuesto de acuerdo con los cursos profesados por Paul Alphandéry en ,la Escuela de Estudios Superiores. De entre sus antiguos discípulos, el menos completo técnicamente, pero quizá, en los últimos años de su vida, uno de los más allegados del sabio y del hombre -que en él eran uno solo-, ha tomado sobre sí la responsabilidad, grave, de dar la forma de un libro al inmenso material que Paul Alphandéry había preparado, y ya en parte compuesto, de una historia y de una vida de la cruzada en la Edad Media cristiana. Este libro no es la obra que Paul Alphandéry hubiese escrito. Tampoco la que llevaba dentro de sí, y de la cual es posible encontrar, con emoción, las intuiciones y los tanteos en toda una serie de notas y de planes, brotes o etapas de una toma de conciencia en la que maduraba la obra principal. Pertenece, sin embargo, por completo, tanto en su seguridad de investigación corno en su método -más bien una actitud que un método, es decir, lo viviente de un método- al esfuerzo creador de Paul Alphandéry. Del principio al fin, la disciplina expresa del adaptador ha sido seguir lo más cerca posible los textos ya elaborados y no intervenir más que para "hacer" un libro, con la mayor sobriedad incluso de los gestos del estilo. El plan dellibro refleja, respecto al material dejado por Paul Alphandéry, esta regla de reverencia y de reconocimiento. Toda una serie de cursos ha permitido presentar la continuidad de luna historia religiosa de la cruzada, hasta el final del siglo XIII. Las notas, germen del libro, compuestas y ligadas, expresan lo que fue, en la vida de Paul Alphandéry, la conciencia de la cruzada. Genética y síntesis de la cruzada, permiten, parece, comprender la extraña y compleja realidad en que se realizó la gesta de la más grande epopeya religiosa del Occidente. Dos puntos podían ser motivo de discusión en cuanto al valor y a la utilidad de la adaptación. El primero concierne a su fidelidad. Nuestra disciplina ha sido buscarla tan completa como era posible en lo escrito y en el recuerdo de los cursos oídos o de las conversaciones que fueron para nosotros las de un maestro, en tanta mayor medida cuanto que Paul Alphandéry no se preocupaba de serlo. Pero la fidelidad exige más todavía: superar la obra escrita en su espíritu y situarla. La cruzada vive mucho más de lo que se explica, en la obra que se va a leer, a la vez por la fuerza épica de las masas populares y por la vida pánica de una escatología. Fuerzas maestras ambas de una conciencia de la cruzada en el pensamiento de Paul Alphandéry, pero quizá una más que la otra. Acentuar el genio popular de la cruzada, más de lo que lo hemos señalado para no convertir con la insistencia en tesis lo que debía quedarse en tendencia; atenuar la preocupación escatológica más de lo que lo hemos hecho por la intención de acusar estados psíquicos de participación colectiva, he aquí lo que, por matices, situaría, en nuestra opinión, con la mayor seguridad de haber sido exactos, el descubrimiento de Paul Alphandéry en el plano de las profundidades de la cruzada. La otra cuestión concernía a la fecha del manuscrito. La elaboración del material es ya antigua. ¿Se trataba de ponerla al día en relación con los últimos resultados de la historiografía? La cuestión ni siquiera se hubiera planteado en presencia de una obra simplemente erudita. Pero la investigación de Paul Alphandéry tiene otro valor. Su voluntad de descubrir, dentro de los límites de lo cognoscible en historia, la vida religiosa de la cruzada, hace que Paul Alphandéry fuese, en la intención, de hecho, más bien que un precursor, un compañero muy próximo a nuestra investigación de hoy día. Tal estudio no podría fecharse. Por eso hemos elegido, para la presentación de esta obra, la vida que hay en ella. Una "modernización" hubiese podido ser imperfecta. Tan sólo algunas notas, y la bibliografía concebida como instrumento de trabajo y de análisis de la materia, fijan el tiempo transcurrido desde su elaboración. Lo esencial, en lo que nuestra tarea ha sido de "formación", se mantiene en la visión de masa y de profundidad de Paul Alphandéry, en la conciencia de un "mundo" en el que las fuerzas colectivas se hacen creadoras de religiones, de mitos, de epopeyas. La obra se detiene, aproximadamente, con los cursos, al final de las cruzadas clásicas, en ese final del siglo XIII en el que comienza el "mundo moderno". La meditación de su búsqueda en la conciencia del hombre y de lo colectivo, creadores de sus religiones o de sus mitos, nos ha conducido personalmente a llegar hasta el fin de una continuidad de la cruzada. El fin, es decir, nuestra época, coronamiento o final de los siglos llamados "modernos". Esta será una obra, otra, para publicar. ALPHONSE DUPRONT INTRODUCCIÓN Foulques de Neuilly, curioso tipo de ermitaño en el siglo, parece haber predicado -según el Chronicon Leodiense y con serias probabilidades de exactitud- una cruzada estrictamente reservada a los pobres. Simple hecho éste cuya importancia puede ser extremada para encontrar en torno del concepto de cruzada la vida interna de nuestra Edad Media, su exaltación de la pobreza evangélica y su escatología. Piénsese bien, en efecto: la obligación de ser pobre para llevar a cabo una obra santa entre todas, una obra que, como afirman los papas, asegura el paraíso a quien la realiza, es la constitución de un privilegio de los pobres. De la justicia celeste a la justicia terrena no hay más que un paso, que se franquea rápidamente en esa Edad Media apasionadamente simbolista. Comparemos, por otra parte, este testimonio con los hechos conocidos de la historia de las cruzadas: Foulques de Neuilly no aparece ya como figura aislada. A los primeros llamamientos de Roma, y sin una acción pontifical sensible, la Cruzada popular se había puesto en marcha, la Cruzada de Pedro el Ermitaño, para designarla con el nombre de aquel que puso en movimiento las más numerosas columnas indisciplinadas. En torno de Gauthier sin Hacienda, de Guillermo el Chambelán y de Gotteschalk, hacia el Oriente, del conde Emicho y del sacerdote Volkmar, en Occidente, son verdaderas partidas populares las que se organizan como en torno de Pedro, en Francia, un poco por doquier, y en el oeste de Alemania: marchan, matando a los judíos, asolando, saqueando, hacia esa Jerusalén a la que no llegarán. Indecibles hordas impulsadas por el sentimiento más complejo -y el más raramente analizado- que haya movido a multitud humana alguna: esperanza misteriosa en un mejoramiento de vida, fe en unas reliquias, escatología popular, supervivencias paganas, necesidad casi física de expansión, sed de pillaje, deseo de lo desconocido, tendencia a una fe nueva con la que la multitud de los fieles, multitud que no era en aquella época. ni ecclesia docens ni ecclesia discens, quería hacer su vida eclesiástica propia, tener su parte de vida religiosa. Todo esto amalgamado, muy mal discernido aún en sus elementos, gran sueño humano al que cuatro siglos habrán de aferrarse desesperadamente. La II Cruzada, a fines de diciembre de 1145, no es más que una empresa real, quizá el resultado de .una especie de voto expiatorio de Luis VII. En la asamblea de Vézelay es únicamente aristocrática; son caballeros los que toman la cruz, y san Bernardo concibe casi solo el plan de una Cruzada universal. Pero cuando marcha a predicarla en Alemania (donde, por otra parte, sus primeras peticiones a Conrado III fueron acogidas muy fríamente), la Cruzada universal estaba predicada ya por un fraile profeta, Raúl, escapado de Citeaux, que fanatizaba a las multitudes de los países renanos, anunciaba el reino de los últimos tiempos reservado a los cruzados, y aconsejaba o al menos toleraba la matanza de los judíos como en tiempos de Pedro el Ermitaño. San Bernardo no llega más que como segunda figura, después de la predicación y casi la partida de la Cruzada popular. La propia III Cruzada tuvo su preludio. Esto parece paradójico, ya que la III Cruzada es esencialmente, para la historia, la Cruzada de los reyes: el emperador Federico Barbarroja, el rey Felipe II y el rey Ricardo Corazón de León ocupan toda la escena convencional en los acontecimientos que se desarrollan en Tierra Santa de 1187 a 1198. Sin embargo, fijándose con más atención, la vida de la, Cruzada popular no se interrumpe en modo alguno, ya que si hay solución de continuidad entre las Cruzadas de nobles, las Cruzadas plebeyas no la admiten en el negotium crucis. En 1188, cuando Felipe Augusto y Ricardo Corazón de León hacían reír al gran burlón Beltrán de Born por sus largas vacilaciones (no llegan a Tierra Santa hasta mediados de 1191), se predicaba una Cruzada popular en Inglaterra, en el País de Gales,por el arzobispo Balduino de Cantorbery. Balduino y los eclesiásticos que le acompañaban recorrían los campos para llamar a labriegos y pastores a la Cruzada, y, como una consagración que parece necesaria para el buen éxito de la predicación de toda Cruzada popular, hay en Inglaterra, por la misma época, matanzas de judíos. Existe, pues, una obscura y profunda tradición que une con sus fuertes lazos a unas Cruzadas con otras, o más bien que no admite las divisiones abstractas entre las Cruzadas oficiales, tradición que es simplemente el espíritu de Cruzada, siempre vivo en el corazón del pueblo cristiano. Igualmente, no sólo el texto tan curioso del Chronicon Leodiense, sino todos los textos que hablan de los comienzos de la IV Cruzada, presentan a Foulques de Neuilly mendigando subsidios para la Cruzada y lanzando a continuación una expedición tumultuosa que fue a aniquilarse en las costas de España, en tanto que la Cruzada de los barones, la Cruzada oficial, trataba con los venecianos, efectuaba la famosa diversión sobre Zara, y terminaba con el saqueo de Constantinopla y el reparto de un fabuloso botín de feudos orientales la Cruzada emprendida para liberar la tumba del Salvador. Raúl Rosières, en uno de los pintorescos esbozos que tanto le gustaban a este original historiador-publicista, define así la IV Cruzada: "Los barones de la Champaña parten para Oriente, pero se detienen en Constantinopla."35 Quizá la única verdadera cruzada religiosa es la Cruzada de Foulques de Neuilly. Así, a medida que se hace mayor la distancia entre la Cruzada aristocrática y ese substratum de la Cruzada que es el elemento popular, entre el plan de la Cruzada aristocrática y el plan de la Cruzada popular, el ideal de la Cruzada parece más vacilante y su éxito más problemático. No le fue dado a Inocencio III, que muere en 1216, ver la V Cruzada; al menos la preparó, y ninguna preparación tuvo un carácter tan popular. Según dice Albéric des Trois Fontaines, Roberto de Courson, legado de la Santa Sede, y otros varios que estaban con él y bajo él, predicaban públicamente la Cruzada en toda Francia en el año 1215, dando indistintamente la cruz a los niños, a 35 Recherches critiques sur l'histoire religieuse de la France [Investigaciones críticas so- bre la historia religiosa de Francia], París, 1879, p. 232. los ancianos, a las mujeres, a los cojos, a los ciegos, a los sordos y a los leprosos. Y Albéric añade: "Lo cual impidió que la tomaran varios hombres ricos y poderosos, porque se pensaba que una confusión semejante sería más perjudicial que útil al buen éxito de la empresa." Dos años después de esta predicación comenzaba la Cruzada de Juan de Brienne; en 1219, después de la toma de Damieta, llegaban con Roberto de Courson y el legado Pelagio refuerzos disciplinados y que no tenían ya el ímpetu de las Cruzadas populares. La Cruzada meditada, preparada, se convierte en la Cruzada diferida y definitivamente aplazada para más tarde o para nunca. Así, la Cruzada popular precede a la Cruzada oficial, mientras la Cruzada parece deber triunfar o tener por objeto Jerusalén. Pero la Cruzada popular se separa de la Cruzada oficial, hace Cruzada aparte cuando el objeto primitivo se olvida demasiado manifiestamente, como después de la Cruzada de Constantinopla, o cuando la impotencia de las Cruzadas leales o señoriales queda claramente demostrada por fracasos sucesivos. De ahí nacen las Cruzadas populares independientes o las Cruzadas de sectas que se escalonan durante los siglos XIII, XIV y XV. La fe popular guarda, exalta, proclama su ideal de Cruzada. Ante todo, esa serie de movimientos extrañísimos, casi mórbidos en la apariencia, que son las Cruzadas de niños. Dos de estos grandes movimientos son famosos entre todos: en el mes de junio de 1213, un joven pastor de Vendôme, llamado Esteban, se cree designado por Dios para conducir a los cristianos a Palestina; júntanse primero un millar de niños, y a continuación se unen a ellos los aventureros, los mercaderes y los sacerdotes. En Marsella, se apiñan en galeras, dos de las cuales naufragan; las otras van a proveer de esclavos Alejandría y la costa africana. Por entonces, un niño alemán, llamado Nicolás, anuncia que va a fundar el reino de la paz en Palestina. Veinte mil niños se reúnen bajo sus órdenes, van a Brindisi y algunos a Roma; gran número de ellos muere de hambre y de fatiga, y son muy pocos los que regresan a su país. No son éstas las únicas Cruzadas en las que la idea de infancia, de pureza, haya sido el elemento del ideal de Cruzada. Al menos, los movimientos de niños son numerosos y están estrechamente relacionados con las Cruzadas populares, como contrapartida del envilecimiento de la Cruzada oficial. Cruzadas populares y también Cruzadas de niños, son en dos ocasiones por lo menos (en 1257 y 1320) las Cruzadas de Pastorcillos. Hombres, mujeres, niños, y sobre todo pastorcillos como Esteban de Vendôme, se levantan por primera vez durante la cautividad de San Luis: quieren libertar al rey y conquistar Jerusalén. Acuden de Brabante, de Hainaut, de Flandes, de Picardía. Se decía que iban conducidos por un jefe, "el Amo de Hungría". Quienquiera que fuese este personaje misterioso, quizá un aventurero que utilizara más que suscitara este movimiento, los Pastorcillos comenzaron por representar una emanación de la conciencia popular indignada al ver a la Iglesia oficial abandonar a los cruzados en su derrota. Pero los excesos de los Pastorcillos, sus saqueos, provocan una de esas reacciones populares de la Edad Media, tan bruscas como el entusiasmo que las ha precedido. La caza de los Pastorcillos se hace con ardor en Francia entera. Se les acosa, se les ahorca, y durante algún tiempo desaparecen. Desaparecen, pero el espíritu pastorcillo pervive. Debió de tener múltiples manifestaciones; una entre otras se ha hecho célebre. Sin que hubiese casi en la situación del Oriente latino motivo para una nueva emoción de Occidente, aparecen en 1320 nuevas columnas de Pastorcillos, éstos casi niños. "Dejan sus campos y sus rebaños sin despedirse, ni de su padre ni de su madre." Los de más edad apenas tienen veinte años, y recomienzan la misma y siempre nueva aventura de esas locas expediciones. Pronto se ven escoltados o precedidos por una multitud de aventureros y de bandidos; pasan sobre las ciudades "como un torbellino", matan judíos, saquean París y las comarcas de Berry, Saintonge, Aquitania y el Languedoc. El populacho los festeja; el papa los excomulga, y terminan en una feroz represión real, perseguidos como fieras. Una vez más se desvanece el movimiento "como el humo". ¿Desaparece? No, con mucha verosimilitud. Ese sueño de unos niños pobres, de unos pastorcillos que liberan la herencia de los pobres de Tierra Santa a donde los llama el niño Jesús, ese sueño que volvemos a encontrar bajo la aparente jacquerie de los Pastorcillos en 1257 y en 1320, lo persigue indefectiblemente la Edad Media popular. ¿Y no es una pastorcilla, una niña pobre esa Juana de Arco que quiere hacer coronar en Reims al rey de Francia, al rey elegido, rey de los últimos tiempos, y después combatir y vencer al Turco, el enemigo apocalíptico que detenta la Jerusalén terrena? Aunque no hubiera otro hecho en qué fundarla, la misión universal que proclama Juana de Arco mostraría la fuerza de la tradición popular de la Cruzada. Tradición que se manifiesta a cada momento de la vida de la Edad Media, sensibilidad casi morbosa que al primer llamamiento de un predicador popular, de un Venturino de Bérgamo por ejemplo, en el siglo XIV, lanza a los caminos multitudes de peregrinosarmados, o que, al primer anuncio de un desastre en Oriente, hace repercutir la noticia hasta en el fondo del alma oscura de las poblaciones de la Ultima Thule. Sensibilidad en cierto modo suspicaz que no entra en los cálculos y las dilaciones de los grandes, que toma en serio las predicaciones de la Cruzada36 y las recuerda a los reyes y a los nobles demasiado inclinados a no ver en ellas otra cosa que un anhelo platónico del papado. Después de la toma de Esmirna, cuando Clemente VI acepta que Humberto II, delfín del Vianesado, se ponga a la cabeza de una Cruzada, el bajo pueblo italiano, descontento al ver que el delfín aplaza sin cesar su marcha, se forma en tropas compactas que comienzan sin esperar a más a embarcarse para el Oriente. Esto ocurre en 1345, en pleno período de vida democrática en las comunas italianas, en esa Italia donde estalla pronto el "tumulto de los Ciompi". 36 El conde Riant ha mostrado esta fascinación de la Cruzada para los países escandina- vos, estas especies de migraciones normandas, de expediciones de vikingos bajo el sig- no de la cruz. P. RIANT, [76] bis. Guiberto de Nogent, en un pasaje citado con frecuencia, dice cómo los niños de las cruzadas pobres, con ocasión de la primera Cruzada, tendían las manos hacia todos los castillos y hacia todas las ciudades que distinguían en el camino, y preguntaban si "aquello era Jerusalén"37. Semejantes a estos niños, los hombres de la Edad Media han tendido constantemente las manos hacia la Tierra prometida, creyendo reconocerla a cada recodo de su triste camino. A toda nueva forma de la vieja esperanza, han repetido esta pregunta tenaz: "¿No es ésa Jerusalén?" Han hecho de Jerusalén su esperanza apasionada, sin cesar renaciente y cada vez más hermosa, y han marchado infatigablemente hacia ella. 37 Videres mirum quiddam... et ipsos infantulos, dum obviam habent quaelibet castella vel urbes, si haec esset Jerusalem, ad quam tenderent rogitare. MIGNE, P. L., t. CLVI, col. 704, y [109], 142. PARTE PRIMERA DESPERTAR DE LA CRUZADA CAPITULO PRIMERO PEREGRINACIONES Y CRUZADAS La Cruzada, en su contextura religiosa y su potencia de vida colectiva, existe desde el momento en que la Cruzada comienza. Lo extraordinario de esta historia extraordinaria reside precisamente en eso: la Cruzada se alista inmediatamente, realidad viva, orgánica, con su tema religioso constituido desde fines del siglo XI, y su teología también: No es el término de una evolución, sino el brote, casi espontáneo, de un prodigioso poder de animación colectiva, y, como la figura de la diosa, armada de todas las armas desde su comienzo. Esto basta para expresar la admirable singularidad de la Cruzada y lo que se busca en ella de creación o de experiencia de mito. Si no hay Cruzada antes de los acontecimientos de 1095, existe, sin embargo, toda una elaboración de los elementos, que, en ese final del siglo XI, manifestarán el espíritu de Cruzada. Una historia de la Cruzada, en sus realidades de significación y de espiritualidad colectivas, debe partir de un inventario de las experiencias, de las imágenes, de las tradiciones inscritas en el inconsciente colectivo del Occidente cristiano, después de un milenio aproximadamente de relaciones físicas y espirituales con la tierra de Oriente de donde vino la "buena nueva". I. LA PEREGRINACIÓN A JERUSALÉN: CAMINOS Y PENITENCIAS. Con Constantino desaparece el nombre de la colonia pagana de Aelia Capitolina. Jerusalén, que no es ya la ciudad de los judíos, ha vuelto a ser o se ha hecho la ciudad santa del cristianismo. Descubrimiento de la gruta del Santo Sepulcro, de la colina del Calvario38, invención de la Santa Cruz atribuida a la madre de Constantino39; a partir del siglo IV se organiza el culto a los lugares mismos de la manifestación redentora. Se elevan basílicas sobre los lugares santos recientemente descubiertos, sobre el monte de los Olivos, en Belén, en la cima de la colina de Sión. El 14 de septiembre, en la fiesta de la exaltación de la cruz, se muestra la Cruz a los fieles. Estos comienzan a afluir. Se acondicionan hospederías para recibirlos; algunos, y en número siempre creciente, llegan del extremo del mundo cristiano40. El Oriente se convierte para los occidentales en la tierra sagrada de la historia, pasada y presente, de su religión. Así se organizan las peregrinaciones que, durante unos siete siglos, sin discontinuidad alguna, van a constituir uno de los lazos vivos, el más completo al parecer, entre el Oriente y el Occidente. Una 38 EUSEBIO, Vida de Constantino, III, 25-27. 39 SAN JERÓNIMO P. L., XXVII, c. 671. 40 L. BRÉHIER, [36]. Citamos por la 6ª edición, París, 1928, pp. 5-7. extraordinaria elaboración también, en la que se puede, en el curso de los siglos que preceden a la Cruzada, ver acusarse algunos valores esenciales. En el plano de la experiencia individual ante todo, fácilmente discernible en la multiplicidad de los textos. La peregrinación a Jerusalén se caracteriza muy pronto como un rito de penitencia. Por otra parte, desde fines del siglo VII, se cuenta entre las penitencias canónicas41. Y ayunos siglos más tarde, se verá a ciertos personajes muy mezclados en la vida pública de su tiempo, como Foulque Nerra y Roberto el Diablo, buscar en ella una purificación casi automática42. Los casos hagiográficos en los que un personaje descubre en la realización de la peregrinación una ocasión única de enmendarse para siempre son frecuentes. La peregrinación crea una vida nueva: marca la crisis decisiva, que es como la muda de la piel vieja. Lo prueban las tomas de hábitos monásticos en los Santos Lugares, sobre todo los votos pronunciados, ya en las reglas monásticas, ya fuera de ellas, inmediatamente después de los regresos, que se multiplican en el transcurso de los siglos X y XI. La idea de purificación se liga estrechamente a la de peregrinación. Así lo expresa el biógrafo de San Aderaldo a propósito de las peregrinaciones de su héroe, "deseoso de progresar de bien a mejor y de ir de virtud en virtud"43. Así lo manifiesta la importancia del rito bautismal, que se hace cada vez más el acto capital de la peregrinación, rito de purificación por la inmersión en el agua y también rito de paso por la travesía del Jordán. Las palabras que emplea el autor de la vida de San Silvino en el siglo VIII parecen más llenas de sentido todavía en el siglo XI: el peregrino se encuentra "como nacido de nuevo y rehecho totalmente... todos sus deseos colmados de esta vida terrena"44. Recreación individual únicamente, parece no haber más en la intención y realización de la peregrinación. Y, sin embargo, a medida que se multiplican las peregrinaciones, que se amplían sobre todo en cuanto a su masa humana, otros fines, todavía individuales, pero cada vez más colectivos, aparecen. Esos peregrinos cuyas multitudes aumentan en el siglo XI, van al Santo Sepulcro o a Tierra Santa, para encontrarse allí en la época del Anticristo. Y no es para combatirle, ya que están sin armas, sino para sufrir a causa de él, y participar de este modo en la gloria de los elegidos el día del Juicio. La peregrinación participa de la expedición de oblación colectiva, o incluso del sacrificio. Esta ofrenda del sacrificio en las expediciones armadas que preceden a la Cruzada, se la siente poco a poco hacerse consciente. Los 41 Recueil général des Formules usitées dans l'empire des Francs du Ve au Xe siècle [Co- lección general de las fórmulas usadas en el Imperio de los francos del siglo V al X], por E. DE ROZIÈRE, París, 1859, Fórmula n° 667, t. II, p. 939. La peregrinación de penitencia a TierraSanta parece, a diferencia de las demás peregrinaciones, haber sido ordenada por Roma, y había que pasar por Roma antes de emprenderla. Nos inclinaríamos a ver en ella la pena infligida por el papa para los casos reservados. Pero, que sepamos, nin- gún conjunto de textos lo establece con seguridad. Únicamente Frotmundus Rothonen- sis monachus, AASS. 24 oct., X, 847, posterior a 855. 42 R. GLABER, [71] 1. II, c. IV, p. 32. 43 AASS, 20 oct., VIII, 992. 44 AASS, 17 febr., V, p. 30. religiosos que combaten contra los sarracenos a las órdenes de los príncipes navarros lo hacen, si hemos de creer a Raúl Glaber, "por el amor de la caridad hacia sus hermanos"45. Es ya el holocausto, más claramente ofrecido aún por Gregorio VII, cuando se declara dispuesto a ponerse a la cabeza de los fieles para volar en socorro del Imperio bizantino, porque aquéllos deben ofrecer sus almas por sus hermanos, como un buen pastor se lo debe a su rebaño46. Bajo esta forma elemental, la marcha, armada o no, adquiere un valor de sacrificio colectivo. Y si en la peregrinación, confiesan ciertos santos buscar una muerte gloriosa, oblación ciertamente aunque todavía individual, bajo la influencia del "impulso hacia la Tierra Santa", o por la repetición densa de esas ambiciones gloriosas, se establece lentamente la conciencia de una marcha para el cumplimiento del sacrificio común, ofrenda propiciatoria y redentora. Se ve también que la partida para los Santos Lugares no se lleva a cabo sin un despojo previo. Preparación del sacrificio o comienzo de éste, la exigencia de pobreza se manifiesta en la más característica de las leyendas de pobreza, la leyenda de San Alexis, el hombre de Dios47. Toda una serie de textos, entre ellos el admirable poema de los comienzos de nuestra lengua literaria, la hacen resurgir a partir del siglo XI, y en este momento, sobre todo, participa de sus lejanos orígenes siriacos. Momento de florecimiento de la leyenda, que es el momento de su necesidad. Y esta leyenda celebra al hijo del patricio romano que, la noche misma de sus bodas, abandona esposa y padres, y marcha a vivir de limosnas a Oriente, pasando los días y las noches en oración, en Edesa según la leyenda siriaca, en Jerusalén, dirá curiosamente una vida del siglo XIV, que fija la orientación de la significación misma de la leyenda. La estancia en Oriente es, en la evolución latina de la leyenda, temporal, y tras unos años de ausencia, Alexis regresa a Roma huyendo de la fama que había provocado en Edesa su piedad excepcional; vuelve a casa de su padre, pero sin darse a conocer, y, pidiéndole únicamente que le dé por caridad un camastro, se acomoda bajo la escalera, sufriendo los malos tratos de los criados, como último de los últimos en aquella casa que es la suya: es el pobre bajo la escalera tal como nos lo ha presentado en la actualidad Henri Ghéon. Este pobre es un peregrino. Cuando vuelve a Roma, llega como peregrino, según el testimonio seguramente ampliado de la Leyenda Aurea: "Servidor de Dios, soy un peregrino; haz que me admitan en tu casa, y déjame alimentarme de las migas de tu mesa, a fin de que el Señor se digne 45 R. GLABER, [71], lib. II, cap. IX, p. 44. 46 P. L., CXLVIII, c. 329. El holocausto de las almas por los hermanos se funda en el ejemplo del Señor. 47 Sobre la leyenda siriaca, A. AMIAUD, La légende syriaque de Saint Alexis, l'homme de Dieu [La leyenda siriaca de San Alexis, el hombre de Dios], París, 1889, fasc. 79, Bibl. École Hautes Études. Las vidas latinas están en AASS. 17 jul., IV, pp. 238 y sigs. La vida de San Alexis se ha publicado en edición crítica por G. Paris, en 1872, Bibl. École Hautes Études, Ciencias filológicas e históricas, fasc. 7, en 8°, XII-416 p. Sobre la leyenda, infor- me de G. Paris en Romania, XVIII, pp. 299 y sigs. tener compasión, a su vez, de ti, que también eres un peregrino." En la mayoría de los textos, es el saludo de Alexis: Pauper sum et peregrinus. Al salir de Roma, ha abandonado todos sus bienes. El peregrino debe romper todos los lazos: su elección es la de la pobreza. Tal vez exista en la fijación de la leyenda de pobreza un recuerdo de aquellos viajes piadosos a los Santos Lugares, que iban normalmente acompañados de una estancia ascética en los monasterios de Tierra Santa y junto a los solitarios de Egipto. El abandono previo de los bienes es la preparación al encuentro ascético y a la purificación en el cumplimiento de la peregrinación48. Condición, por lo demás, con frecuencia ausente. Las peregrinaciones de importancia, como la de Ricardo de Saint-Vanne y la de Gunther de Bamberg, exigen gastos y llevan consigo en el segundo caso un despliegue de lujo que notan los contemporáneos. Gran número de peregrinos pobres, por otra parte, aparecen en las textos, son pobres por naturaleza, en modo alguno voluntarios. Con todo, la peregrinación, por su fecundidad misma; parece exigir una purificación inicial, que es la del despojo de los bienes. Es como si el peregrino, al partir hacia un extraordinario encuentro, quisiera aliviarse del peso de la tentación de recobrar un día sus riquezas, o bien obligarse a no volver. En el siglo XI, en efecto, se manifiesta una tendencia a considerar la peregrinación a Jerusalén como un postrer viaje, la realización del supremo destino religioso a que puede tender un fiel. El monje Glaber, al notar la extraordinaria concurrencia de peregrinos de todas las clases sociales que fueron a Jerusalén en los comienzos del siglo XI, precisa la intención de un gran número: morir allá mejor que regresar junto a sus bienes49. El texto no se encuentra aislado. En el mismo Glaber se encuentra la historia de Letbaldo de Autun, el cual, al llegar a Tierra Santa en buen estado de salud, le pide al Señor morir en el lugar mismo en que murió el Salvador, a fin de que, así como le ha seguido corporalmente hasta allí, su alma entre al punto en el cielo, "intacta y radiante de felicidad bienaventurada". La petición fue escuchada: Letbaldo moría aquella misma noche en su posada, en la paz y la alegría, ejemplo raro, como subraya el cronista, de una piedad que había solicitado del Padre la muerte en nombre de Jesucristo y la había aceptado gozosamente. Fue en el monasterio de Bèze, cerca de Dijon, donde los peregrinos, sus compañeros, refirieron a su regreso a Glaber el notable hecho. La leyenda cunde evidentemente, pero, hasta en el comentario de Glaber, se busca una conciencia de autenticidad religiosa, reveladora en la realización de la peregrinación de un ideal de fe muy elevado. Los lugares en que se muere piadosa y saludablemente son aquellos en los que el Dios-Hijo entró intacto en su gloria. Este poder de participación religiosa está indiscutiblemente vivo en lo inconsciente colectivo del siglo XI. Las grandes peregrinaciones, cuidadosamente preparadas, dan fe dé semejante esperanza. La partida de un Ricardo de Saint-Vanne, o de un Roberto el 48 Otro texto característico es la Vita S. Heimeradi presbyterii, AASS., 28 jun., V, 388. 49 R. GLABER, [71], p. 106, lib. IV; cap. VI: Pluribus enim erat mentis desiderium mori priusquam ad propria reverterentur. Diablo, por la emoción que provocaron, en particular la primera, entre la gente de las comarcas de que partieron los peregrinos, muestran muy bien que no se esperaba un regreso. Las fundaciones de monasterios de hombres y mujeres en Jerusalén, especialmente en el siglo XI, por el rey San Esteban de Hungría, atestiguan la misma esperanza de quedarse y de morir en Jerusalén. Lo cual sitúa, en el plano de la experiencia individual, el biógrafo de Ricardo de Saint-Vanne, queescribe cerca de un siglo después de la peregrinación de su biografiado de 1025, pero seguramente de acuerdo con los términos de una tradición más antigua. El piadoso abad marcha a Jerusalén porque está cansado del mundo y de sus agitaciones, y quiere vivir y morir en la contemplación: ha oído decir que algunos de los que iban a Jerusalén dormíanse allí en Cristo, en toda beatitud. Sus votos no fueron escuchados, y regresa con un inmenso pesar por no haber muerto en los lugares mismos en que murió Cristo, por no haber podido "sufrir por Cristo, permanecer en él y ser sepultado en él, para que Cristo le concediera resucitar en su gloria a la vez que él"50. La participación se hace total, certidumbre luminosa de salvación, en la tierra en la que se desarrolló el misterios la pasión redentora del Dios-Hombre. Podía ser, en el plano de la experiencia individual, la realización, postrera por la peregrinación. ¿Qué más que la muerte con la promesa de la gloria en los lugares del misterio divino? De hecho, otro valor, de finalidad individual, y que puede lentamente substituir esta plenitud, comienza a definirse. En el pontificado de Juan VIII, que no fue más, que una lucha incesante contra los sarracenos, amos ya del Mediterráneo, aparece la promesa, revestida de la autoridad pontifical, de que los guerreros muertos combatiendo contra los paganos y los infieles tienen garantizada su salvación51. La sangre vertida en la guerra santa lleva consigo la remisión de los pecados. Es ya -la palabra aparece a la vez- la milagrosa indulgencia. León IV, al llamar treinta años antes, en 848, a los francos en socorro de Roma amenazada por los sarracenos, había prometido también el proemium coeleste a los que muriesen por la "verdad de la fe, la salvación de la patria y la defensa de los cristianos". Y los guerreros francos muertos por Roma son venerados allí como mártires. La guerra santa y la oblación en ella señalara la certeza de la salvación. ¿Dónde hubiese podido ser más completa la correspondencia entre la obra santa y la suprema recompensa? Sin duda, la Iglesia de Oriente rechaza hacia la misma época el privilegio del martirio a las víctimas de la guerra santa. La Iglesia de Occidente, por su parte, sólo avanzará lentamente en la elaboración doctrinal. Pero los acontecimientos, la multiplicidad de peligros, y su frecuencia, ejercen una coacción sobre el ardor religioso. En las grandes expediciones de España, si bien no hay trazas de indulgencia, existe 50 Vita S. Ricardi, en AASS., 14 jun., II, 471. La Vita a cooevo, publicada por Pertz, XI, 280-290, no dice nada del deseo de Ricardo de morir en Jerusalén. 51 Carta fechada aproximadamente en 876-882 por RIANT, [9] pp. 22 y sigs.; texto en MIGNE, P. L., CXXVI, c. 816. Fragm. epist. Leonis IV ad Francorum exercitum (Gratiani Decret., XXIII, q. 8, c. 9 en MANSI, Concilia, XIV, 888). al menos la certeza de la gloria prometida a los que han caído "por la salvaguarda de la patria y la defensa del pueblo católico"; se sabe que alcanzan la suerte de los bienaventurados52. Y cuando estas expediciones adquieren un carácter más frecuente, y por las exigencias del reclutamiento, más universalista, Alejandro II no vacilará en proponer el privilegio sagrado de los que marchan en favor de España contra los sarracenos: tienen derecho a la remisión de sus pecados53. Derecho o remuneratio, es decir, justa recompensa, Gregorio VII no lo duda ya, cuando promete a Guillermo de Borgoña, para animarle a ir a Oriente -probablemente con cierto número de otros fieles, para combatir a los sarracenos que amenazan tan gravemente el Imperio bizantino- una verdadera indulgencia, en nombre de San Pedro y de San Pablo, duplex, imo multiplex remuneratio, y no ya solamente para los muertos, sino para los que serán fatigati en esta expedición54. Se define seguramente una teología de la acción armada: a mediados del siglo XI, encuentra la corriente de las peregrinaciones, y pronto se convertirá en el instrumento de la Cruzada, junto con otro enriquecimiento que aparece con ocasión de las luchas de España, en una carta de Urbano II, de 1089, en la que el pontífice anima a los que tenían la intención de ir en peregrinación a Jerusalén, a que reemplacen los gastos y las fatigas del viaje por una cooperación eficaz en la restauración de las fortalezas y de la catedral de Tarragona. El papa quiere, en efecto, convertir la ciudad en un baluarte contra los infieles, y promete a los que participen en esta obra con una contribución en dinero o de otro modo, "la indulgencia que hubiesen merecido de haber arrostrado las dificultades de todo género de su peregrinación"55. Texto auténtico, parece, y en el que la acción del papado, al servicio de una cristiandad amenazada por todas partes y por el mismo enemigo, liga la obra santa, cualquiera que sea la forma en que se realice, al cumplimiento de la salvación, y prepara, según las urgencias de su política salvadora, las substituciones necesarias. Así, en el corazón de la Edad Media occidental, viven la historia y el beneficio de la indulgencia, uno de los más auténticos medios de dominio de la teocracia medieval, uno de los secretos también de un orden de la unidad, en la cual siempre debe existir la posibilidad de una relación entre el logro de la salvación individual y el servicio de la religión. II. EL OCCIDENTE Y JERUSALÉN: IMÁGENES Y REPRESENTACIONES COLECTIVAS Las formas históricas de este servicio de religión están indiscutiblemente preparadas por las experiencias y los descubrimientos colectivos adquiridos en los siglos que preceden la explosión de la Cruzada. De estas experiencias, la más notablemente continua es la de las peregrinaciones a Tierra Santa. La 52 GLABER, [71], lib. II, cap. IX, p. 45. 53 JAFFÉ-LÖWENFELD, nº 4530 (en la fecha de 1063). 54 P. L., t. CXLVIII, col. 325-326. 55 MIGNE, CLI, c. 302-303. Sobre la autenticidad, conde Riant, [9], páginas 68 y sigs. historia en muy grandes rasgos del movimiento de peregrinación manifiesta, más que la fuerza de un hábito, extraordinario, el encaminamiento natural y perseverante de los fieles de Occidente, peregrinos del Oriente sagrado. Esta historia comienza en el corazón del siglo IV, con la invención de la Santa Cruz. Nada interrumpirá ya, del siglo IV al XI, su desarrollo de una continuidad milagrosa. Ni las controversias dogmáticas que agitan a las Iglesias de Oriente, ni las luchas que los papas tuvieron que sostener a veces contra los patriarcas de Constantinopla para hacer triunfar su primacía influyeron sobre las peregrinaciones, ni modificaron los sentimientos ni los itinerarios de los peregrinos. A pesar de los desastres y los azotes que siguen a las invasiones, en los siglos V y VI, el Oriente se mantiene esencial en las preocupaciones de los occidentales; la ruta de Jerusalén es un ejercicio de religión. También una consagración, ya que los cronistas comienzan a notar los viajes realizados por los obispos a Tierra Santa como el acontecimiento importante de su vida. Contra la fuerza de esta certidumbre creciente, impregnación de fe de todo un mundo, no podrán nada los acontecimientos. Las peregrinaciones no se suspenderán por la invasión persa del siglo VII, ni por la invasión musulmana poco después, ni por la ruina o existencia precaria de las cristiandades orientales. La diplomacia de Carlomagno, ya que no tal vez la concesión, prestigiosa, del protectorado de los Santos Lugares a Carlomagno por el califa de Bagdad, Harún-al-Raschid, asegurará por dos siglos
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