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LA CRISTANDAD Y EL CONCEPTO DE CRUZADA

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PRÓLOGO
LA CRUZADA Y LA VIDA RELIGIOSA DE LA EDAD MEDIA
Aparece hoy, al fin, esta obra sobre las cruzadas, de Alphandéry, como la de 
Los germanos, de Henri Hubert, largo tiempo esperada. Algunos de mis 
mejores colaboradores han desaparecido prematuramente, antes de haber 
dado la última mano a su trabajo; y los que continuaron, piadosamente, su 
tarea se han visto demorados a menudo por la tragedia de la guerra y las 
dificultades que ésta trajo como consecuencia.
Paul Alphandéry murió a los cincuenta y siete años, dejando su brusco fin 
consternados a sus amigos y a sus discípulos. El hombre era tan querido 
como estimado el sabio, y ante su tumba, en la Revue de I'Histoire des 
Religions, uno de cuyos directores fue durante mucho tiempo, en la Sociedad 
Ernest Renan, que él creó y animó, René Dussaud, Silvain Lévi, Charles Picard 
y Alexandre Koyré, su colega en la Escuela de Estudios Superiores, 
expresaron el vacío que, con ese doble título, iba a dejar entre ellos.
Habré de recordar aquí que había sido uno de los primeros miembros del 
Centro Internacional de Síntesis, y que, para el Vocabulario histórico que en él 
se elabora, había aportado y comentado una lista de palabras, hecha por él 
con destino a un Diccionario de Historia de las Religiones, cuyo proyecto se 
había abandonado. Escuchándole, se experimentaba a la vez placer y 
provecho: su prodigiosa memoria y su universal curiosidad le sugerían 
ingeniosas observaciones y relaciones inesperadas. Pocos días antes de su 
muerte, tan súbita, había participado en la "Semana" del Centro de Síntesis, 
cuyo tema era La multitud, e hizo sobre "las multitudes religiosas", sugestivas 
reflexiones.
Pero conviene insistir sobre los rasgos de su carácter moral, que imprimen en 
su obra de historiador de las religiones un sello original. Alphandéry era 
profundamente humano. Podía haber suscrito la frase de Antígona: "Me uno al 
amor y no al odio". Esta disposición le hacía ser un psicólogo -psicólogo de los 
individuos, psicólogo de las colectividades-. Más que en las doctrinas -salvo 
en la medida en que se encuentran, por decirlo así, en muda-, se interesaba 
por los sentimientos, que, constituyen la esencia de la vida religiosa: el 
profetismo, las herejías, las visiones, los movimientos populares, ejercían en 
él una especie de atracción. Como ha dicho bien A. Koyré, "P. Alphandéry se 
interesaba sobre todo por los hombres modestos, los simples creyentes, poco 
instruidos en las sutilezas del dogma y que viven su fe". "Valdenses, cataros, 
modestos sectarios obscuros, hervidero confuso y sincero que prepara y que 
prolonga el movimiento franciscano", tal fue con frecuencia el objeto de sus 
cursos y de sus artículos. Compréndese, desde luego, que el estudio de las 
cruzadas ocupara durante largo tiempo su pensamiento, y durante largo 
tiempo constituyera el objeto de su enseñanza, sin que, por prudencia y 
modestia -y hay que lamentarlo-, sintiese prisa por publicar su obra capital.
*
Esta obra ofrece un carácter de novedad, y eso que las historias de las 
cruzadas abundan.
Recordemos que en 1753 se imprimió una Histoire des Croisades de M. de 
Voltaire, que reproducía "con escasa diferencia", según dice una nota del 
tomo XVI (ed. de 1820) de las Obras completas, los capítulos LIII-LVIII del 
Essai sur les moeurs. Voltaire simplifica singularmente el origen de la 
Cruzada: Pedro el Ermitaño, "el picardo, que salió de Amiens para ir en 
peregrinación hacia la Arabia, fue causa de que el Occidente se armase 
contra el Oriente. Así se encadenan los acontecimientos del universo" (p. 
123). Y he aquí el espíritu "volteriano": "Todo puede creerse del arrebato 
religioso de los pueblos" (página 141)1.
Indudablemente, la obra de René Grousset, dos siglos más tarde, es 
importante -tres gruesos volúmenes- y sólida, pero es, esencialmente, la 
historia política de las Cruzadas2. Citemos al propio Grousset: su Introducción 
lleva por título La question d'Orient à la veille des Croisades; en el tomo I, ha 
"resumido la historia de los treinta primeros años de la epopeya franca, la 
conquista y el afianzamiento de la conquista"; en el tomo II, "esboza el cuadro 
del medio siglo siguiente, el curioso período durante el cual, según la frase de 
Madelin, el 'sultanato franco' comienza a adaptarse al medio" (prefacio del t. 
II). Se ha podido decir que esta historia de los Estados francos de Siria, en los 
siglos XII y XIII, tiene por objeto principal el primer intento de expansión 
colonial de Francia.
El mismo punto de vista "colonial" aparece en la History of the Crusades que 
publica, en la Cambridge University Press, Steven Runciman. De ella han 
aparecido dos volúmenes, en 1950 y 1952. Para Runciman, la cruzada es un 
episodio de las relaciones entre la cristiandad y el Islam en Oriente; indica las 
razones económicas que atraen a él a los europeos, y muestra por qué el 
"reino latino" no podía durar. Pero no insiste en las causas esenciales de la 
Cruzada3.
En la primera página de su manuscrito, Paul Alphandéry caracterizaba así su 
estudio de los siglos XI-XIV: "La extraordinaria época en la que las multitudes 
de Occidente se encuentran impulsadas por un deseo sin cesar renaciente 
hacia la Tierra Santa."
1 Para ser equitativo, se ha de decir que en las páginas de Voltaire hay una mezcla de 
indicaciones justas y de prejuicios.
2 Histoire des Croisades et du royaume franc de Jérusalem, tal es el título exacto.
3 El tercer volumen debe mostrar la influencia de los francos en el arte. Véase CLAUDE 
CAHEN, en Revue Historique, t. CCIX, PP. 125-127; cf. Critique, Nos 70, 74. Según 
parece, se está elaborando en los Estados Unidos una obra colectiva. Un libro sobre Les 
origines et les caractères de la 1re Croisade, por PAUL ROUSSET, Neufchâtel, La 
Baconnière, 1945, explica la cruzada -con exclusión de causas políticas, económicas y 
sociales- por la mentalidad religiosa, la espiritualidad de la época: esta tesis se discute 
y rechaza en los Annales, julio-sept. 1949, p. 350. Alphandéry no es excluisivista, pero, 
para él, el punto de vista religioso es lo esencial; y es una contribución a la historia 
religiosa que constituye nuestro prólogo.
Este manuscrito, destinado a hacer el libro que me había prometido, era un 
curso, con el lujo de detalles y de citas que comporta la enseñanza de la 
Escuela de Estudios Superiores. Se imponía un trabajo de rectificación y de 
actualización. El discípulo preferido, a quien la familia de Paul Alphandéry 
confió este cuidado, cumplió su tarea, a través de las crisis que Europa y el 
mundo han sufrido, con constancia y piadosa adhesión. Director del Instituto 
Francés de Bucarest antes de la guerra, y profesor, después de la guerra, de 
la Universidad de Montpellier, ha consagrado al estudio de la cruzada todo el 
tiempo libre que le dejaba el desempeño de sus funciones. Digo: "el estudio" 
de la cruzada, porque, no contento con preparar para la publicación el texto 
de su maestro, quería enriquecerlo, si había lugar, teniendo en cuenta las 
más recientes investigaciones. Ahora bien, mientras realizaba tal trabajo, se 
formó del fenómeno histórico que es la cruzada, y de la historia en general, 
un concepto que no siempre concuerda con el concepto y la actitud histórica 
de Alphandéry, por lo cual ha tenido más mérito al respetar de manera 
absoluta la interpretación de su maestro.
El resultado de su piadoso trabajo habrá de dar dos volúmenes, el primero 
consagrado a las dos primeras cruzadas, corte éste justificado por la duración 
del movimiento de las cruzadas y por la diversidad de sus elementosy de sus 
aspectos. A. Dupront piensa publicar una continuación, que queda fuera del 
marco de La Evolución de la Humanidad, y a veces de las ideas que la 
inspiran. Pero esta continuación, esta obra personal, es de gran interés y 
mostrará hasta qué punto la Cruzada acabó por apasionar al colaborador fiel 
y discreto.
Antes de insistir sobre lo que el presente volumen encierra de importante y 
hasta de original, he querido prestar el testimonio que se le debe a aquel 
cuya adhesión permite que una obra maestra salga a la luz4.
*
La Cristiandad y el concepto de Cruzada es un título significativo: responde de 
una parte a las preocupaciones profundas de Paul Alphandéry, y por otra, en 
el programa de La Evolución de la Humanidad, al papel que jugó el 
cristianismo en aquellos tiempos de la Edad Media. Se trata de una fase 
importante de la historia religiosa.
Esta historia de las Cruzadas es la del sentimiento "más complejo -y el más 
raramente analizado- que haya impulsado a multitud humana alguna" (p. 1); 
tiene sus raíces en el subconsciente de la masa popular, de la cual brota, en 
un momento dado, este ideal de cruzada, "gran sueño humano al que cuatro 
siglos se aferrarán desesperadamente" (ibíd.).
Alphandéry comienza por investigar las diversas acciones por las que se 
traduce, antes de la cruzada, la sensibilidad religiosa de esas masas "a las 
que atormenta la obsesión de la salvación". ¿Cuáles son, pues, las 
manifestaciones que, inspiradas por el espíritu cristiano, preparan el gran 
4 Si bien el fondo es de Alphandéry, en cuanto a la forma se advertirá a veces cierta 
diferencia. A. Dupront me escribía, un día, en 1947: "Mi estilo ha recabado sus 
exigencias."
impulso colectivo? Hay, en primer lugar, las peregrinaciones a Tierra Santa: 
"La ruta de Jerusalén es un ejercicio de religión", y, del siglo IV al XI, se 
comprueba una continuidad de peregrinaciones hacia ese Oriente sagrado 
"del que ha partido toda vida religiosa" (pp. 13-15).
Un conjunto de circunstancias, de orden político y de orden espiritual, condujo 
a los peregrinos a agruparse y a armarse, para llegar a Jerusalén, en busca de 
purificación y redención, sobre todo en los alrededores del año mil, bajo el 
temor del fin del mundo: tal será la obsesión "escatológica" (p. 18). 
Lentamente, el Santo Sepulcro se convierte en "el centro mismo de la 
peregrinación. Es el lugar al que se va a llorar y a rezar" (p. 14). Poco a poco, 
esta atracción de los Santos Lugares aumenta, y, por consiguiente, el número 
de peregrinos de todas clases.
En 1096 surge la Cruzada, y, como en el caso de las Peregrinaciones, bajo la 
influencia de causas diversas que actúan sobre esa sensibilidad profunda y 
sobre la imaginación inquieta de las masas. Azotes numerosos la ponen a 
prueba, en especial, aquel mal de los ardientes, cuyo carácter espantoso y 
terribles estragos muestra Alphandéry (p. 33). El final del siglo XI está 
marcado con el "signo de la desgracia", y una especie de "fiebre religiosa", un 
"frenesí de renunciación” se apoderan de las masas: "se organiza una 
inmensa expiación en común" (p. 35); se fundan "verdaderas colonias de 
ermitaños laicos", "momento quizá único en la historia del mundo" (p. 36), en 
el que los primeros llamamientos a la Cruzada encontrarán multitudes 
totalmente dispuestas para la piadosa aventura.
Alphandéry recoge los mitos, las supersticiones, los ritos, que "se 
entremezclan", el "caos de emociones" que se encuentra en el origen de las 
primeras partidas rumbo a Oriente, "el enorme bullir de masas" (página 39), 
una vez que ha resonado un llamamiento de Urbano II a la conquista de la 
Tierra Santa: en el Concilio de Clermont (1095) el papa lanza este 
llamamiento que, sobrepasando el ámbito de su auditorio, debía, con 
asombrosa rapidez, encontrar un eco en el mundo cristiano.
*
Y he aquí la primera Cruzada. Alphandéry reduce al mínimo su historia 
externa, el relato de los hechos; es la historia interna (lo dice en varios 
lugares)5, la psicología de esta expedición extraordinaria, lo que le interesa: el 
papel de los incitadores, los "signos" que espera -y que hace nacer- el estado 
de ánimo de las multitudes. "Numerosos prodigios aparecieron, tanto en los 
aires como sobre la tierra": "las cruces en primer lugar: cada cual quería ser 
marcado por el cielo", la lluvia de estrellas, "símbolo de la gran partida"; y 
continúa la enumeración, que muestra la obsesión colectiva: "Para todos, el 
llamamiento, la obra que hay que realizar, la via hierosolimitana, es de origen 
divino, profetizada, apocalíptica."6
Más tarde, habrá cruzadas de clases; habrá, separadamente, los "pobres", los 
pedites, y los señores, los caballeros; pero ahora, todos marchan mezclados, 
5 Páginas 58, 134, 136.
6 Véanse, en cuanto a estos signos, pp. 44, 45, 47, 57, 68.
artesanos, campesinos y barones, y en esta muchedumbre confundida hay 
mujeres y niños. La religión tiende a volverse más directa, menos "jerárquica" 
(p. 56). Los ermitaños ejercen una influencia especial, sobre todo ese Pedro el 
Ermitaño a quien la historia tradicional considera como el inspirador de la 
primera cruzada. Predicador, profeta, recorría ciudades y pueblos, rodeado de 
tal fama de santidad que "todo lo que decía o hacía parecía como algo 
misterioso y divino" (páginas 50-51). Se vive a la sazón entre lo maravilloso, 
en el entusiasmo y el temblor; se quiere merecer la indulgencia para los 
pecados cometidos, adquirir -recobrando los Santos Lugares- méritos, y 
escapar del Anticristo, de quien está próxima la venida.
No es nuestro propósito consignar los episodios de esa marcha en la que los 
cruzados se convierten a menudo en saqueadores, en sacrificadores de 
judíos7, ni insistir en las dificultades, en los obstáculos -como el duro asedio 
de Antioquía- que habrían de encontrar. Si Alphandéry reduce los hechos al 
mínimo, sabido es que no consignamos aquí más que la historia religiosa. La 
Cruzada, en efecto, va cambiando poco a poco de carácter. "Se humaniza", 
pero sobre todo en cuanto a los barones; por muchas pruebas que tenga que 
sufrir, y aunque el número de los fugitivos vaya en aumento, la masa popular 
se mantiene fiel a "la influencia salvadora"8. Espera, como en el momento de 
la gran partida, las confirmaciones, los alientos. Llegaron oportunamente: son 
las visiones y las profecías. Son las apariciones, al sacerdote Esteban, de 
Cristo, que explica los sufrimientos por los pecados cometidos y promete la 
victoria después de la expiación (p. 72). Es el descubrimiento, en Antioquía, 
de la Santa Lanza, gracias a las apariciones sucesivas a un Pobre campesino 
provenzal, Pedro Bartolomé, del apóstol Andrés, quien le hace conocer el 
lugar donde, en Antioquía, se encuentra el arma "que traspasó el costado del 
Señor" (pp. 73-75). Un día, incluso, san Andrés se presenta acompañado de 
Cristo; después de los reproches seguidos de exhortaciones, dice: "Sabed 
bien que son llegados los días prometidos por el Señor... en los que debe 
elevar el gran reino de los cristianos." A partir de entonces, hay enorme júbilo 
en el ejército: ayunos y procesiones. Y pronto llega la victoria prometida, la 
caída de Antioquía, gracias a "un ejército de socorro enviado por Cristo y 
mandado por los santos militares, San Jorge, San Mercurio y San Demetrio" 
(pp. 76-77).
Es curioso advertir que las apariciones celestiales a Pedro Bartolomé, a "un 
patán de esa calaña", producen "el desarrollo solapado de una incredulidad, 
fundada por el interés temporal, y que a veces se basta a sí misma" (pp. 
81-82). Un señor normando, en su "racionalismo",declara a Pedro "discípulo 
de Simón el Mago" (p. 84). A tal punto que éste se somete voluntariamente a 
la prueba del fuego para que brille "su buena fe y la verdad". Para la masa, la 
ordalía se considera como probatoria, aunque Pedro sucumbiera poco 
después.
7 Sobre estas matanzas, que se repiten con frecuencia, véanse pp. 53-57, 126. El clero 
las censura y a veces protege a los judíos.
8 Página 70. "Los pobres son soldados de Dios", p. 92.
Una vez tomada Antioquía, sigue la marcha sobre Jerusalén, y luego el asedio. 
La prueba habría de ser larga; las preocupaciones temporales de los jefes y 
las ambiciones personales, se opondrán cada vez más a la constancia piadosa 
de la plebe creyente, sostenida de vez en cuando por las apariciones de sus 
"patrones celestiales".
*
Entonces comienza un nuevo asedio agotador. Pedro el Ermitaño sale de la 
obscuridad en que se había confinado, predica sobre el monte de los Olivos, y 
declara que Jerusalén debe "pertenecer a los pobres que,... por su existencia 
santa, han merecido la promesa del Señor" (p. 88). Mientras tanto, el esfuerzo 
de los trabajos militares, "para los cuales no estaban preparados", amenaza 
desalentar a los cruzados. "La intervención sobrenatural, se hacía necesaria 
una última vez." En efecto, según dice un cronista, un soldado apareció sobre 
el monte de los Olivos y con su escudo alentaba a los asaltantes a redoblar en 
ardor" (p. 88). Y Jerusalén cayó.
La "intervención" final había sido "necesaria". A propósito de estas visiones, 
Alphandéry ha hecho observaciones del más vivo interés sobre el "interior" 
del espíritu de cruzada: no se debe, dice, aislar su estudio, como un tema de 
mitografía abstracta, de los acontecimientos; todo está regido por éstos, y 
éstos, a su vez, por las visiones. Hay una transmisión del acto al símbolo, del 
símbolo al acto... De tal manera que después de haber fijado el texto 
hagiográfico de los milagros, hay que interpretarlo sin cesar en conexión con 
el hecho cotidiano de la Cruzada, "para descubrir el verdadero fenómeno de 
elaboración colectiva y continua" (p. 73)9.
Texto capital, y que nos proporciona la ocasión de una observación análoga 
relativa a los signos. Para las mentes primitivas o simples, unos fenómenos 
imprevistos, excepcionales, revisten fácilmente el carácter de signos. En la 
ignorancia en que se encuentran en cuanto a las causas positivas, y sobre 
todo si las circunstancias hacen que aquéllos les impresionen, les 
conmuevan, imaginan causas de orden sobrenatural, intenciones ocultas, 
favorables o amenazadoras. Esos mismos fenómenos, si los ánimos no se 
encuentran dispuestos, serán insignificantes, en el sentido propio de este 
término10.
*
El período que sigue, entre la toma de Jerusalén y la segunda Cruzada, es 
complejo, presenta numerosas alternativas. Al principio, la victoria va 
acompañada de matanzas y de saqueos: desencadenamiento de los instintos, 
seguido pronto de remordimientos y de penitencias. En tanto que el 
establecimiento del reino franco lleva consigo competencias y conflictos, los 
pobres, los que partieron los primeros, y que habían perdido por un momento 
su puesto de elección, lo recobran: Su oración es, pues, preponderante ante 
Dios, por sus méritos de pobreza... Por otra parte, la pobreza debe ser sobre 
todo interior, y las voces sobrenaturales repiten a los grandes la necesidad 
9 Cf. pp. 95, 96.
10 Véanse, por ejemplo, pp. 83, 155.
de la humildad" (p. 92). En esa masa, "vibrante de supersticiones y de ritos", 
tienen tendencia a realizarse formas religiosas nuevas, y parece ser que a los 
clérigos les inquieta "ese extraordinario hervidero de ideas religiosas y de 
emociones, de sueños y de iluminaciones". Al margen de la jerarquía 
eclesiástica, se adopta como intercesores a los ermitaños. "Es el triunfo de los 
humildes esta exaltación del ermitaño, nacida de un fondo obscuro de piedad 
pagana en cuanto a los sacerdotes de los bosques y de los campos, y de una 
piedad cristiana directa en cuanto a los santos pobres", de la que será 
heredero el Poverello de Asís. Hay páginas impresionantes que muestran una 
reviviscencia de religión popular11.
¿Qué ocurre, mientras tanto, en Europa? Ante las inquietudes de la defensa 
militar, ante el llamamiento del Oriente latino -necesidad de hombres, 
necesidad de subsidios-, el Occidente se muestra cada vez más indiferente, a 
medida que se aleja "el temor milenario"12. Además existe la influencia, la 
denigración, de los cobardes, de los que huyeron de la prueba. Pero el 
espíritu de cruzada no ha muerto: va a perder su "heroicidad" y a revestir 
nuevos caracteres. Si ya no se trata de liberar la tumba del Señor, se 
establece un verdadero culto de las reliquias, que crea un lazo de 
espiritualidad con el Oriente; y si ya no hay expediciones de salvación 
colectiva, la cruzada tenderá a ser "una peregrinación, que es preciso hacer 
en grupos bien armados, porque los caminos no están seguros"; por eso "se 
limitará cada vez más a los hombres de guerra y al pequeño número de 
hombres de a pie que consienten en llevar con ellos". Entonces debía 
ocurrirse la idea de que una participación en la cruzada podía consistir 
simplemente en "sacrificios materiales"13.
La característica más destacada de esta era nueva es la preocupación de 
organización. Manifiéstase una tendencia a ordenar, a depurar, lo que fue en 
los comienzos "tumultuosa aventura".
En Oriente se constituye la milicia del Temple: los Templarios sólo a la larga 
llegan a constituir una orden. San Bernardo ha dicho de ellos: "No sé si debo 
llamarles monjes o caballeros; quizá haya que darles los dos nombres a la 
vez, porque. .. unen a la dulzura del monje el valor del caballero" (p. 
1.13-114). Mantenían el ideal de pobreza de los primeros cruzados.
En el Occidente la vida religiosa se transformaba lentamente en el mismo 
sentido que el medio social. Indudablemente los ermitaños prosiguen su obra; 
pero no son ya unos "perpetuos desarraigados": tienen discípulos, fundan 
monasterios, y crean centros estables, sin dejar de mantenerse en contacto 
con las masas cuyo fervor continúan fomentando (p. 116).
En una palabra, la vida religiosa tiende a organizarse en grupos. Alphandéry 
insiste sobre la relación de estas modalidades nuevas con el movimiento 
comunalista contemporáneo14. Expone lo que él llama la "cruzada 
monumental"; la obra colectiva, en el siglo XII, es la construcción de las 
11 Páginas 93, 96.
12 Páginas 103, 104.
13 Páginas 111-112.
iglesias por grupos que realizan en común ritos penitenciales. "Los penitentes 
de la Cruzada monumental muestran un espíritu- de organización colectiva 
que no tenían las multitudes alucinadas del siglo XI... En estos comienzos del 
siglo XII, las formas monásticas, las formas comunales, la ciudad de Dios, la 
ciudad de los hombres, parecen inspiradas por un mismo espíritu 
antiindividualista que se realiza con una fuerza desconocida hasta 
entonces"15.
"Hubiérase dicho, escribe un cronista, que el mundo, sacudiendo sus viejos 
harapos, quería revestir por doquier la blanca túnica de las iglesias"16.
Y sin duda, "es el sentimiento, el impulso místico, el que eleva las flechas de 
la catedral"; es una "oración petrificada"; pero asimismo intervienen otros 
elementos para explicarlo, como lo ha demostrado también Louis Réau, en el 
tomo LX de La Evolución de la Humanidad. "Si las abadías son obra de los 
monjes, las catedrales lo son de las comunas. Recursos y brazos son 
empleados en elevar la casa de Dios (casa Dei)."
Réau ha fijado bien la relación entre esta "cruzadamonumental" y el culto de 
las reliquias que ha ido desarrollándose: reliquias reales, insignias, reliquias 
indirectas, todo lo que ha podido estar en contacto con el cuerpo de un santo 
y que recibe de él alguna eficacia, y también a veces falsas reliquias17. 
"Iglesias y capillas son inmensos relicarios"18.
Sobre este "fondo de vida religiosa que tiende a organizarse de acuerdo con 
formas estables", actúan causas capaces de producir "una nueva alteración". 
No han cesado de aparecer "signos", es decir, calamidades de todo género: 
mal de los ardientes, huracanes devastadores, inviernos rigurosos, hambres, 
y también prodigios, como la erupción del Vesubio en 1140: Con la sensación 
de un "desequilibrio en la Naturaleza", el terror renaciente del fin del mundo, 
"los impulsos de no ha mucho recobran su fuerza". "Atmósfera de 
inestabilidad, de inquietud y de miseria, que desarraiga a los hombres y los 
prepara para las expediciones" (p. 120).
*
En estas condiciones, y sobre todo cuando la situación se agrava en Oriente, 
se prepara la segunda Cruzada, pero con una preocupación por la 
organización que no existió en la primera. "Ahora están en juego todos los 
14 Páginas 117, 118, n. 5; cf. p. 146. Véase el t. LXV, PETIT-DUTAILLIS, Los municipios 
franceses desde sus orígenes hasta el siglo XVIII. "En la creación de la comuna se ve la 
necesidad de orden, de justicia y de paz. "Institución de paz" o también amistad, era 
sinónimo de comuna", Prólogo.
15 Véase p. 119, la reproducción de una nota manuscrita de Alphandéry donde trata de 
hallar el origen de esta relación entre la comuna y la sociedad evangélica.
16 H. ENGELMANN, La route des cathédrales, p. 15.
17 "Es desgraciadamente demasiado cierto que los traficantes de reliquias, sobre todo 
en la época de las cruzadas, no tuvieron escrúpulos en engañar a nuestros padres." P. 
DONCOEUR, Bulletin d'hagiographie, en Etudes (octubre de 1953, p. 107).
18 Véase El arte de la. Edad Media y la civilización francesa, Prólogo, pp. XI-XIII, tomo LX 
de esta colección.
principios" (p. 120). El piadoso rey Luis VII se dirige a "la mayor fuerza moral 
de la época", San Bernardo, para lanzar un llamamiento que tenga 
resonancia. Pero San Bernardo se esquiva, primero, ante el papa: es la Iglesia 
la que debe garantizar la absolución final a los que marchan para hacer 
penitencia. Un fraile, Raúl, quien, como Pedro el Ermitaño, trata de levantar a 
las multitudes por medio de una predicación escatológica, y otros más que 
anuncian la venida próxima del Anticristo (p. 123), son desautorizados por 
Bernardo y por la Iglesia; a partir de entonces, son "facciosos". El austero 
cisterciense no vacila en condenar los procederes del pasado (pp. 124-126); 
es preciso marchar todos juntos y bajo el mando de unos jefes elegidos por 
ser versados en el arte de la guerra. Disciplina colectiva y ordenación 
jerárquica, tal es el espíritu nuevo. Alphandéry hace por destacar los dos 
aspectos de la vida religiosa de la época y los conceptos de la cruzada: 
cruzada apocalíptica, predicada aún por los ermitaños, y cruzada de salvación 
individual para los pecadores penitentes, que quiere promover Bernardo. 
Según él, "se trata menos de liberar el Oriente de los paganos que las almas 
de los hombres de Occidente de sus pecados". La Cruzada es la purificación 
redentora. No tiene, pues, nada de extraño que invite a acudir a ella a "los 
mayores criminales" (p. 131).
En la asamblea de Vézelay, en 1146, de donde parte el nuevo llamamiento, 
Bernardo se contenta, según parece, con leer la bula del papa19; pero estaba 
a su lado el piadoso rey Luis VII, cuyo apoyo obtuvo. Había de conseguir el del 
emperador alemán, Conrado, en el curso de una jira de predicación por los 
países del otro lado del Rin: se había dado cuenta de la insuficiencia del 
contingente francés y trataba de reforzarlo. En Alemania, su popularidad se 
difundió pronto ampliamente: conmueve a las almas "hasta las fibras 
profundas". "Los milagros suceden a los milagros, y los favorecidos con ellos 
toman la cruz" (p. 132). Bernardo, sin embargo, no partirá; la contemplación 
prevalece en él sobre la acción: era la "Jerusalén celestial" la que el monje 
quería ganar20.
No obstante las preocupaciones de orden y de disciplina de Bernardo, las 
condiciones de la segunda Cruzada eran defectuosas. Por otra parte, es 
notable que, dejando aparte los milagros del santo, los "prodigios", los 
"signos", hayan sido más raros. La imaginación religiosa era menos viva21.
El fracaso final de la expedición, delante de Damasco, tuvo causas múltiples. 
Sin duda, "el ejército cristiano había partido sólidamente encuadrado por sus 
19 En contra de la opinión común: "Pocos lugares hacen sentir coma Vézelay lo que fue 
el siglo de las Cruzadas. Sobre esa colina se reunieron cien mil hombres, en 1146 al 
llamamiento de san Bernardo", H. ENGELMANN, obra citada, p. 13.
20 El octavo centenario de San Bernardo, en 1953, motivó varias publicaciones, de que 
dan cuenta los Etudes en su número de octubre (pp. 121-132): Comisión de Historia de 
la orden de Citeaux, Bernardo de Clervaux, París, Alsacia; J. CALMETTE y A. DAVID, Saint 
Bernard, París, Fayard; P. DUMONTIER, Bernard et la Bible, París Desclée de Brouwer; A. 
M. DIMIER, Saint Bernard, "pêcheur de Dieu", t. I. París, Letouzé et Ané.
21 Véanse pp. 139, 146.
jefes temporales y sus pontífices. Numerosos arzobispos y obispos van a la 
cabeza de las tropas" (p. 140). Pero algunos de esos "pontífices" eran 
"grandes señores feudales, en modo alguno disminuidos por su clericatura" 
(p. 140). De un modo general, los grandes, los jefes, decepcionaron a 
Bernardo y al mundo cristiano, "decepción tanto mayor cuanto que la 
segunda Cruzada había aspirado a una moralidad más alta". "Vae principibus 
nostris, ¡ay de nuestros príncipes!, maldecirá Bernardo el mismo año de su 
muerte... Hay una gran amargura en esta postrer acusación del santo, que 
revela todas las flaquezas temporales de la segunda Cruzada"22. En cuanto al 
pueblo, había habido en Francia un hermoso movimiento de entusiasmo 
cuando el piadoso rey Luis "marchó a Saint-Denis a tomar la oriflama y su 
bordón de peregrino"; pero esta multitud, "movida por sus instintos, 
paroxismos religiosos o pasiones violentas, era incapaz de someterse mucho 
tiempo a la autoridad del jefe legítimo; y todavía era peor lo que ocurría con 
"la plebe piadosa alemana, ávida, turbulenta y brutal"23.
En suma, había en aquella expedición una "incoherencia orgánica" (p. 148). 
Los buenos y los malos se encontraban mezclados en el torrente tumultuoso. 
Por el contrario, naciones y clases sociales, otras veces confundidas, se 
distinguían. No obstante, hubo, al partir, una exaltación espiritual que 
animaba "el espíritu de cruzada".
*
Como conclusión de este libro, después del fracaso de la segunda Cruzada, 
cuando parecía declinar el gran entusiasmo religioso, convenía sondear la 
realidad profunda, buscar, si las había, las "fuerzas de continuidad".
Suger, abad de Saint-Denis y ministro de Luis VII, humillado ante el 
lamentable regreso de su señor y de los caballeros franceses, quería un 
desquite, organizado por los clérigos, y se proponía conducir personalmente 
una cruzada contra los musulmanes. La muerte invalidó este sueño de 
venganza y de gloria.
Continuaban las peregrinaciones; la Cruzada seguía siendo "abierta, pero 
como una obra de penitencia, piadoso egoísmo en busca de la salvación 
individual" (p. 152). Mientras tanto crecía el poderío musulmán, y el sultán se 
apoderó finalmente de Jerusalén (1187)24. Si los reyes y los nobles no estabanya dispuestos a las grandes expediciones, la Iglesia velaba. La defección de 
los altos personajes excitó el fervor de los humildes: la palabra del papa llegó 
al pueblo fiel, y, por ella, "se mantuvo en él la emoción". "La Cruzada se 
convierte en una forma normal de la
22 Véanse pp. 134, 141, 142. "Los cronistas no dejan de notar la codicia desvergonzada 
de los grandes", p. 142.
23 Página 136; cf. pp. 133, 136, 138.
24 Una obra alemana, de que da cuenta la Historische Zeitschrift (octubre de 1953, p. 
417) (JORG KRAMER, Der Sturz des Königreichs Jerusalem), da, en traducción, el texto 
del historiador árabe oficial sobre la conquista de Jerusalén por Saladino.
vida espiritual del Occidente cristiano."25 El Oriente ahora se conoce mejor, 
abundan las reliquias, las leyendas orientales se difunden; el tesoro mítico se 
enriquece con la vida de santos y de santas de Oriente. Hay en esto un 
espejismo y una atracción.
Hay que considerar también la parte que tiene en ello una literatura 
astrológica que anuncia "el cumplimiento de los tiempos". Y he aquí que 
sobreviene la caída de Jerusalén, que repercute profundamente en la 
sensibilidad del mundo occidental, en la de la masa especialmente. Ante la 
"dimisión espiritual de los grandes" (p. 157), la masa adquiere conciencia, 
cada vez más, de esa individualidad que el movimiento comunalista había 
contribuido a destacar.
Alphandéry insiste, al terminar, en el acceso de los humildes a una vida 
espiritual propia, en ese ideal de pureza moral, de pobreza buscada, de 
independencia total, en esa fórmula nueva de la piedad medieval que, en 
algunos, podrá llegar a la herejía26.
*
Si la historia "externa", la historia política, de la Cruzada no es lo esencial de 
este libro, no podía estar totalmente ausente de él: nosotros la hemos 
descuidado por completo; no hemos hecho que aparezcan el papel y las 
rivalidades de los jefes, ni indicado el itinerario de las expediciones, las 
peripecias de los asedios. Lo que queríamos, recordémoslo, era, con 
Alphandéry, ver revivir la vida religiosa de la Edad Media. Por eso hemos 
hecho, acá y allá, citas de textos que expresan una fe ingenua o un piadoso 
entusiasmo: en el libro tales documentos abundan y constituyen una especie 
de antología27.
En la literatura histórica moderna no existe nada comparable a la obra de 
Alphandéry, a este estudio de psicología colectiva, de sensibilidad religiosa, 
de una época en la que la masa está dispuesta a conmoverse y a imaginar 
intervenciones sobrenaturales, en la que la vida real va acompañado sin 
cesar de lo maravilloso.
Debemos recordar, para terminar, que el estudio de Alphandéry enlaza con 
una serie de volúmenes de La Evolución de la Humanidad,28 en los que hemos 
encontrado y caracterizado religiones diversas, pero muy especialmente con 
el tomo XII, cuyo Prólogo reviste un carácter general: esencia de la religión, 
carácter de lo sagrado, "lugares y objetos, actores y actos", origen de los 
mitos y de los ritos, tales son los problemas que en él se tratan29. Hemos 
comprobado que "la religión aparece en la historia respondiendo a una 
25 Véanse pp. 154, 158.
26 Páginas 158-159. Alusión a los begardos, valdenses, cataros.
27 Observemos que, cuando es oportuno, las notas y a veces el texto dan la crítica. 
Véanse, por ejemplo, pp. 58 72, 76, 77, 91, 115.
28 Tomos VII (Egipto), VIII (Mesopotamia), XII (Grecia) XVIII (Roma), XXIV (Celtas), XXVII 
Germanía), XXVIII (Irán), XXX (China), XLI, XLII, XLIV, XLV (Israel, Jesús, Cristo). Ser. 
compl., II (Science et Religion).
29 T. XII; En marge..., I, pp. 157-200.
necesidad universal de los seres humanos..." A la filosofía de la religión, 
decíamos -fideísta o racionalista-, debe suceder cada vez más una psicología 
que, reuniendo los diversos tipos de conciencia, primitivos y civilizados, niños 
y adultos, normales y enfermos, "destaca lo que tienen de común y se 
esfuerza por llegar así a la capa profunda, subyacente a toda la humanidad, 
pasada y presente, de la que han brotado las actitudes originales del espíritu 
ante el universo"30. "El hombre siente la urgencia de saber y de obrar. A la 
vez que se adquieren y se precisan un saber y un poder limitados 
-empíricos-, se forman y se desarrollan un saber y un poder extensos, pero 
ilusorios."31
En la "nebulosa primitiva", hay, pues, en el individuo, una necesidad 
intelectual ligada a la emotividad. Aquí, como en otro lugar, hemos insistido 
sobre lo que la religión tiene en su origen de esencialmente individual: la 
socialización es en ella secundaria, en tanto que, por el contrario, ala moral, 
nacida de la sociedad, se incorpora inmediatamente a la religión32. Con el 
progreso de la organización social y el desarrollo del individuo, la religión se 
institucionaliza y se profundiza a la vez: de ahí la Iglesia, de ahí también la fe, 
el misticismo y la santidad33. Alphandéry ha demostrado el papel de la Iglesia 
creciendo a medida que el impulso de la fe se debilitaba. Emplea repetidas 
veces el término de subconsciente: es en el subconsciente donde el 
psicoanálisis, aplicándose hoy día al fenómeno religioso, busca la explicación 
de los mitos y la fuente profunda de la fe34.
HENRI BERR
30 T. XII; En marge..., I, p. 182.
31 T. XII; En marge..., I. p. 189.
32 T. XII; En marge..., I. p. 194.
33 T. XII; En marge..., I. p. 196.
34 Citemos a C. G. JUNG: Los mitologemas sobre los cuales reposan en último análisis 
todas las religiones, son, al menos para nuestra comprensión, la expresión de 
acontecimientos internos y de experiencias vividas del alma: hacen posible... el 
establecimiento de una relación permanente entre lo consciente y lo inconsciente, 
siendo y manteniéndose este último como la matriz primera y siempre activa de las 
imágenes originales. Gracias a las fórmulas y a las imágenes incluidas en una religión, 
lo inconsciente se encuentra suficientemente expresado en lo consciente, de suerte 
que sus emociones y sus impulsos instintivos pueden ser transmitidos y traducidos sin 
alteraciones a lo consciente, que de este modo no pierde jamás sus raíces profundas." 
La guérison psychologique, traducida y adaptada al francés por el Dr. R. Cahen, 1953, 
p. 247. Cf. C. G. JUNG y Ch. KERÉNYI, Introduction à l'essence de la Mythologie, 1953.
ADVERTENCIA
Este libro se ha compuesto de acuerdo con los cursos profesados por Paul 
Alphandéry en ,la Escuela de Estudios Superiores. De entre sus antiguos 
discípulos, el menos completo técnicamente, pero quizá, en los últimos años 
de su vida, uno de los más allegados del sabio y del hombre -que en él eran 
uno solo-, ha tomado sobre sí la responsabilidad, grave, de dar la forma de un 
libro al inmenso material que Paul Alphandéry había preparado, y ya en parte 
compuesto, de una historia y de una vida de la cruzada en la Edad Media 
cristiana.
Este libro no es la obra que Paul Alphandéry hubiese escrito. Tampoco la que 
llevaba dentro de sí, y de la cual es posible encontrar, con emoción, las 
intuiciones y los tanteos en toda una serie de notas y de planes, brotes o 
etapas de una toma de conciencia en la que maduraba la obra principal.
Pertenece, sin embargo, por completo, tanto en su seguridad de investigación 
corno en su método -más bien una actitud que un método, es decir, lo 
viviente de un método- al esfuerzo creador de Paul Alphandéry. Del principio 
al fin, la disciplina expresa del adaptador ha sido seguir lo más cerca posible 
los textos ya elaborados y no intervenir más que para "hacer" un libro, con la 
mayor sobriedad incluso de los gestos del estilo.
El plan dellibro refleja, respecto al material dejado por Paul Alphandéry, esta 
regla de reverencia y de reconocimiento. Toda una serie de cursos ha 
permitido presentar la continuidad de luna historia religiosa de la cruzada, 
hasta el final del siglo XIII. Las notas, germen del libro, compuestas y ligadas, 
expresan lo que fue, en la vida de Paul Alphandéry, la conciencia de la 
cruzada. Genética y síntesis de la cruzada, permiten, parece, comprender la 
extraña y compleja realidad en que se realizó la gesta de la más grande 
epopeya religiosa del Occidente.
Dos puntos podían ser motivo de discusión en cuanto al valor y a la utilidad 
de la adaptación. El primero concierne a su fidelidad. Nuestra disciplina ha 
sido buscarla tan completa como era posible en lo escrito y en el recuerdo de 
los cursos oídos o de las conversaciones que fueron para nosotros las de un 
maestro, en tanta mayor medida cuanto que Paul Alphandéry no se 
preocupaba de serlo. Pero la fidelidad exige más todavía: superar la obra 
escrita en su espíritu y situarla. La cruzada vive mucho más de lo que se 
explica, en la obra que se va a leer, a la vez por la fuerza épica de las masas 
populares y por la vida pánica de una escatología. Fuerzas maestras ambas 
de una conciencia de la cruzada en el pensamiento de Paul Alphandéry, pero 
quizá una más que la otra. Acentuar el genio popular de la cruzada, más de lo 
que lo hemos señalado para no convertir con la insistencia en tesis lo que 
debía quedarse en tendencia; atenuar la preocupación escatológica más de lo 
que lo hemos hecho por la intención de acusar estados psíquicos de 
participación colectiva, he aquí lo que, por matices, situaría, en nuestra 
opinión, con la mayor seguridad de haber sido exactos, el descubrimiento de 
Paul Alphandéry en el plano de las profundidades de la cruzada.
La otra cuestión concernía a la fecha del manuscrito. La elaboración del 
material es ya antigua. ¿Se trataba de ponerla al día en relación con los 
últimos resultados de la historiografía? La cuestión ni siquiera se hubiera 
planteado en presencia de una obra simplemente erudita. Pero la 
investigación de Paul Alphandéry tiene otro valor. Su voluntad de descubrir, 
dentro de los límites de lo cognoscible en historia, la vida religiosa de la 
cruzada, hace que Paul Alphandéry fuese, en la intención, de hecho, más bien 
que un precursor, un compañero muy próximo a nuestra investigación de hoy 
día.
Tal estudio no podría fecharse. Por eso hemos elegido, para la presentación 
de esta obra, la vida que hay en ella. Una "modernización" hubiese podido ser 
imperfecta. Tan sólo algunas notas, y la bibliografía concebida como 
instrumento de trabajo y de análisis de la materia, fijan el tiempo transcurrido 
desde su elaboración. Lo esencial, en lo que nuestra tarea ha sido de 
"formación", se mantiene en la visión de masa y de profundidad de Paul 
Alphandéry, en la conciencia de un "mundo" en el que las fuerzas colectivas 
se hacen creadoras de religiones, de mitos, de epopeyas.
La obra se detiene, aproximadamente, con los cursos, al final de las cruzadas 
clásicas, en ese final del siglo XIII en el que comienza el "mundo moderno". La 
meditación de su búsqueda en la conciencia del hombre y de lo colectivo, 
creadores de sus religiones o de sus mitos, nos ha conducido personalmente 
a llegar hasta el fin de una continuidad de la cruzada. El fin, es decir, nuestra 
época, coronamiento o final de los siglos llamados "modernos". Esta será una 
obra, otra, para publicar.
ALPHONSE DUPRONT
INTRODUCCIÓN
Foulques de Neuilly, curioso tipo de ermitaño en el siglo, parece haber 
predicado -según el Chronicon Leodiense y con serias probabilidades de 
exactitud- una cruzada estrictamente reservada a los pobres. Simple hecho 
éste cuya importancia puede ser extremada para encontrar en torno del 
concepto de cruzada la vida interna de nuestra Edad Media, su exaltación de 
la pobreza evangélica y su escatología. Piénsese bien, en efecto: la obligación 
de ser pobre para llevar a cabo una obra santa entre todas, una obra que, 
como afirman los papas, asegura el paraíso a quien la realiza, es la 
constitución de un privilegio de los pobres. De la justicia celeste a la justicia 
terrena no hay más que un paso, que se franquea rápidamente en esa Edad 
Media apasionadamente simbolista.
Comparemos, por otra parte, este testimonio con los hechos conocidos de la 
historia de las cruzadas: Foulques de Neuilly no aparece ya como figura 
aislada. A los primeros llamamientos de Roma, y sin una acción pontifical 
sensible, la Cruzada popular se había puesto en marcha, la Cruzada de Pedro 
el Ermitaño, para designarla con el nombre de aquel que puso en movimiento 
las más numerosas columnas indisciplinadas. En torno de Gauthier sin 
Hacienda, de Guillermo el Chambelán y de Gotteschalk, hacia el Oriente, del 
conde Emicho y del sacerdote Volkmar, en Occidente, son verdaderas 
partidas populares las que se organizan como en torno de Pedro, en Francia, 
un poco por doquier, y en el oeste de Alemania: marchan, matando a los 
judíos, asolando, saqueando, hacia esa Jerusalén a la que no llegarán. 
Indecibles hordas impulsadas por el sentimiento más complejo -y el más 
raramente analizado- que haya movido a multitud humana alguna: esperanza 
misteriosa en un mejoramiento de vida, fe en unas reliquias, escatología 
popular, supervivencias paganas, necesidad casi física de expansión, sed de 
pillaje, deseo de lo desconocido, tendencia a una fe nueva con la que la 
multitud de los fieles, multitud que no era en aquella época. ni ecclesia 
docens ni ecclesia discens, quería hacer su vida eclesiástica propia, tener su 
parte de vida religiosa. Todo esto amalgamado, muy mal discernido aún en 
sus elementos, gran sueño humano al que cuatro siglos habrán de aferrarse 
desesperadamente.
La II Cruzada, a fines de diciembre de 1145, no es más que una empresa real, 
quizá el resultado de .una especie de voto expiatorio de Luis VII. En la 
asamblea de Vézelay es únicamente aristocrática; son caballeros los que 
toman la cruz, y san Bernardo concibe casi solo el plan de una Cruzada 
universal. Pero cuando marcha a predicarla en Alemania (donde, por otra 
parte, sus primeras peticiones a Conrado III fueron acogidas muy fríamente), 
la Cruzada universal estaba predicada ya por un fraile profeta, Raúl, escapado 
de Citeaux, que fanatizaba a las multitudes de los países renanos, anunciaba 
el reino de los últimos tiempos reservado a los cruzados, y aconsejaba o al 
menos toleraba la matanza de los judíos como en tiempos de Pedro el 
Ermitaño. San Bernardo no llega más que como segunda figura, después de la 
predicación y casi la partida de la Cruzada popular.
La propia III Cruzada tuvo su preludio. Esto parece paradójico, ya que la III 
Cruzada es esencialmente, para la historia, la Cruzada de los reyes: el 
emperador Federico Barbarroja, el rey Felipe II y el rey Ricardo Corazón de 
León ocupan toda la escena convencional en los acontecimientos que se 
desarrollan en Tierra Santa de 1187 a 1198. Sin embargo, fijándose con más 
atención, la vida de la, Cruzada popular no se interrumpe en modo alguno, ya 
que si hay solución de continuidad entre las Cruzadas de nobles, las Cruzadas 
plebeyas no la admiten en el negotium crucis. En 1188, cuando Felipe 
Augusto y Ricardo Corazón de León hacían reír al gran burlón Beltrán de Born 
por sus largas vacilaciones (no llegan a Tierra Santa hasta mediados de 
1191), se predicaba una Cruzada popular en Inglaterra, en el País de Gales,por el arzobispo Balduino de Cantorbery. Balduino y los eclesiásticos que le 
acompañaban recorrían los campos para llamar a labriegos y pastores a la 
Cruzada, y, como una consagración que parece necesaria para el buen éxito 
de la predicación de toda Cruzada popular, hay en Inglaterra, por la misma 
época, matanzas de judíos. Existe, pues, una obscura y profunda tradición 
que une con sus fuertes lazos a unas Cruzadas con otras, o más bien que no 
admite las divisiones abstractas entre las Cruzadas oficiales, tradición que es 
simplemente el espíritu de Cruzada, siempre vivo en el corazón del pueblo 
cristiano.
Igualmente, no sólo el texto tan curioso del Chronicon Leodiense, sino todos 
los textos que hablan de los comienzos de la IV Cruzada, presentan a 
Foulques de Neuilly mendigando subsidios para la Cruzada y lanzando a 
continuación una expedición tumultuosa que fue a aniquilarse en las costas 
de España, en tanto que la Cruzada de los barones, la Cruzada oficial, trataba 
con los venecianos, efectuaba la famosa diversión sobre Zara, y terminaba 
con el saqueo de Constantinopla y el reparto de un fabuloso botín de feudos 
orientales la Cruzada emprendida para liberar la tumba del Salvador. Raúl 
Rosières, en uno de los pintorescos esbozos que tanto le gustaban a este 
original historiador-publicista, define así la IV Cruzada: "Los barones de la 
Champaña parten para Oriente, pero se detienen en Constantinopla."35 Quizá 
la única verdadera cruzada religiosa es la Cruzada de Foulques de Neuilly. Así, 
a medida que se hace mayor la distancia entre la Cruzada aristocrática y ese 
substratum de la Cruzada que es el elemento popular, entre el plan de la 
Cruzada aristocrática y el plan de la Cruzada popular, el ideal de la Cruzada 
parece más vacilante y su éxito más problemático.
No le fue dado a Inocencio III, que muere en 1216, ver la V Cruzada; al menos 
la preparó, y ninguna preparación tuvo un carácter tan popular. Según dice 
Albéric des Trois Fontaines, Roberto de Courson, legado de la Santa Sede, y 
otros varios que estaban con él y bajo él, predicaban públicamente la Cruzada 
en toda Francia en el año 1215, dando indistintamente la cruz a los niños, a 
35 Recherches critiques sur l'histoire religieuse de la France [Investigaciones críticas so-
bre la historia religiosa de Francia], París, 1879, p. 232.
los ancianos, a las mujeres, a los cojos, a los ciegos, a los sordos y a los 
leprosos. Y Albéric añade: "Lo cual impidió que la tomaran varios hombres 
ricos y poderosos, porque se pensaba que una confusión semejante sería más 
perjudicial que útil al buen éxito de la empresa." Dos años después de esta 
predicación comenzaba la Cruzada de Juan de Brienne; en 1219, después de 
la toma de Damieta, llegaban con Roberto de Courson y el legado Pelagio 
refuerzos disciplinados y que no tenían ya el ímpetu de las Cruzadas 
populares. La Cruzada meditada, preparada, se convierte en la Cruzada 
diferida y definitivamente aplazada para más tarde o para nunca.
Así, la Cruzada popular precede a la Cruzada oficial, mientras la Cruzada 
parece deber triunfar o tener por objeto Jerusalén. Pero la Cruzada popular se 
separa de la Cruzada oficial, hace Cruzada aparte cuando el objeto primitivo 
se olvida demasiado manifiestamente, como después de la Cruzada de 
Constantinopla, o cuando la impotencia de las Cruzadas leales o señoriales 
queda claramente demostrada por fracasos sucesivos. De ahí nacen las 
Cruzadas populares independientes o las Cruzadas de sectas que se 
escalonan durante los siglos XIII, XIV y XV. La fe popular guarda, exalta, 
proclama su ideal de Cruzada.
Ante todo, esa serie de movimientos extrañísimos, casi mórbidos en la 
apariencia, que son las Cruzadas de niños. Dos de estos grandes movimientos 
son famosos entre todos: en el mes de junio de 1213, un joven pastor de 
Vendôme, llamado Esteban, se cree designado por Dios para conducir a los 
cristianos a Palestina; júntanse primero un millar de niños, y a continuación se 
unen a ellos los aventureros, los mercaderes y los sacerdotes. En Marsella, se 
apiñan en galeras, dos de las cuales naufragan; las otras van a proveer de 
esclavos Alejandría y la costa africana.
Por entonces, un niño alemán, llamado Nicolás, anuncia que va a fundar el 
reino de la paz en Palestina. Veinte mil niños se reúnen bajo sus órdenes, van 
a Brindisi y algunos a Roma; gran número de ellos muere de hambre y de 
fatiga, y son muy pocos los que regresan a su país. No son éstas las únicas 
Cruzadas en las que la idea de infancia, de pureza, haya sido el elemento del 
ideal de Cruzada. Al menos, los movimientos de niños son numerosos y están 
estrechamente relacionados con las Cruzadas populares, como contrapartida 
del envilecimiento de la Cruzada oficial. Cruzadas populares y también 
Cruzadas de niños, son en dos ocasiones por lo menos (en 1257 y 1320) las 
Cruzadas de Pastorcillos. Hombres, mujeres, niños, y sobre todo pastorcillos 
como Esteban de Vendôme, se levantan por primera vez durante la cautividad 
de San Luis: quieren libertar al rey y conquistar Jerusalén. Acuden de 
Brabante, de Hainaut, de Flandes, de Picardía. Se decía que iban conducidos 
por un jefe, "el Amo de Hungría". Quienquiera que fuese este personaje 
misterioso, quizá un aventurero que utilizara más que suscitara este 
movimiento, los Pastorcillos comenzaron por representar una emanación de la 
conciencia popular indignada al ver a la Iglesia oficial abandonar a los 
cruzados en su derrota. Pero los excesos de los Pastorcillos, sus saqueos, 
provocan una de esas reacciones populares de la Edad Media, tan bruscas 
como el entusiasmo que las ha precedido. La caza de los Pastorcillos se hace 
con ardor en Francia entera. Se les acosa, se les ahorca, y durante algún 
tiempo desaparecen.
Desaparecen, pero el espíritu pastorcillo pervive. Debió de tener múltiples 
manifestaciones; una entre otras se ha hecho célebre. Sin que hubiese casi en 
la situación del Oriente latino motivo para una nueva emoción de Occidente, 
aparecen en 1320 nuevas columnas de Pastorcillos, éstos casi niños. "Dejan 
sus campos y sus rebaños sin despedirse, ni de su padre ni de su madre." Los 
de más edad apenas tienen veinte años, y recomienzan la misma y siempre 
nueva aventura de esas locas expediciones. Pronto se ven escoltados o 
precedidos por una multitud de aventureros y de bandidos; pasan sobre las 
ciudades "como un torbellino", matan judíos, saquean París y las comarcas de 
Berry, Saintonge, Aquitania y el Languedoc. El populacho los festeja; el papa 
los excomulga, y terminan en una feroz represión real, perseguidos como 
fieras. Una vez más se desvanece el movimiento "como el humo". 
¿Desaparece? No, con mucha verosimilitud. Ese sueño de unos niños pobres, 
de unos pastorcillos que liberan la herencia de los pobres de Tierra Santa a 
donde los llama el niño Jesús, ese sueño que volvemos a encontrar bajo la 
aparente jacquerie de los Pastorcillos en 1257 y en 1320, lo persigue 
indefectiblemente la Edad Media popular. ¿Y no es una pastorcilla, una niña 
pobre esa Juana de Arco que quiere hacer coronar en Reims al rey de Francia, 
al rey elegido, rey de los últimos tiempos, y después combatir y vencer al 
Turco, el enemigo apocalíptico que detenta la Jerusalén terrena? Aunque no 
hubiera otro hecho en qué fundarla, la misión universal que proclama Juana 
de Arco mostraría la fuerza de la tradición popular de la Cruzada. Tradición 
que se manifiesta a cada momento de la vida de la Edad Media, sensibilidad 
casi morbosa que al primer llamamiento de un predicador popular, de un 
Venturino de Bérgamo por ejemplo, en el siglo XIV, lanza a los caminos 
multitudes de peregrinosarmados, o que, al primer anuncio de un desastre 
en Oriente, hace repercutir la noticia hasta en el fondo del alma oscura de las 
poblaciones de la Ultima Thule. Sensibilidad en cierto modo suspicaz que no 
entra en los cálculos y las dilaciones de los grandes, que toma en serio las 
predicaciones de la Cruzada36 y las recuerda a los reyes y a los nobles 
demasiado inclinados a no ver en ellas otra cosa que un anhelo platónico del 
papado. Después de la toma de Esmirna, cuando Clemente VI acepta que 
Humberto II, delfín del Vianesado, se ponga a la cabeza de una Cruzada, el 
bajo pueblo italiano, descontento al ver que el delfín aplaza sin cesar su 
marcha, se forma en tropas compactas que comienzan sin esperar a más a 
embarcarse para el Oriente. Esto ocurre en 1345, en pleno período de vida 
democrática en las comunas italianas, en esa Italia donde estalla pronto el 
"tumulto de los Ciompi".
36 El conde Riant ha mostrado esta fascinación de la Cruzada para los países escandina-
vos, estas especies de migraciones normandas, de expediciones de vikingos bajo el sig-
no de la cruz. P. RIANT, [76] bis.
Guiberto de Nogent, en un pasaje citado con frecuencia, dice cómo los niños 
de las cruzadas pobres, con ocasión de la primera Cruzada, tendían las manos 
hacia todos los castillos y hacia todas las ciudades que distinguían en el 
camino, y preguntaban si "aquello era Jerusalén"37. Semejantes a estos niños, 
los hombres de la Edad Media han tendido constantemente las manos hacia la 
Tierra prometida, creyendo reconocerla a cada recodo de su triste camino. A 
toda nueva forma de la vieja esperanza, han repetido esta pregunta tenaz: 
"¿No es ésa Jerusalén?" Han hecho de Jerusalén su esperanza apasionada, sin 
cesar renaciente y cada vez más hermosa, y han marchado infatigablemente 
hacia ella.
37 Videres mirum quiddam... et ipsos infantulos, dum obviam habent quaelibet castella 
vel urbes, si haec esset Jerusalem, ad quam tenderent rogitare. MIGNE, P. L., t. CLVI, 
col. 704, y [109], 142.
PARTE PRIMERA
DESPERTAR DE LA CRUZADA
CAPITULO PRIMERO
PEREGRINACIONES Y CRUZADAS
La Cruzada, en su contextura religiosa y su potencia de vida colectiva, existe 
desde el momento en que la Cruzada comienza. Lo extraordinario de esta 
historia extraordinaria reside precisamente en eso: la Cruzada se alista 
inmediatamente, realidad viva, orgánica, con su tema religioso constituido 
desde fines del siglo XI, y su teología también: No es el término de una 
evolución, sino el brote, casi espontáneo, de un prodigioso poder de 
animación colectiva, y, como la figura de la diosa, armada de todas las armas 
desde su comienzo.
Esto basta para expresar la admirable singularidad de la Cruzada y lo que se 
busca en ella de creación o de experiencia de mito. Si no hay Cruzada antes 
de los acontecimientos de 1095, existe, sin embargo, toda una elaboración de 
los elementos, que, en ese final del siglo XI, manifestarán el espíritu de 
Cruzada. Una historia de la Cruzada, en sus realidades de significación y de 
espiritualidad colectivas, debe partir de un inventario de las experiencias, de 
las imágenes, de las tradiciones inscritas en el inconsciente colectivo del 
Occidente cristiano, después de un milenio aproximadamente de relaciones 
físicas y espirituales con la tierra de Oriente de donde vino la "buena nueva".
I. LA PEREGRINACIÓN A JERUSALÉN: CAMINOS Y PENITENCIAS.
Con Constantino desaparece el nombre de la colonia pagana de Aelia 
Capitolina. Jerusalén, que no es ya la ciudad de los judíos, ha vuelto a ser o se 
ha hecho la ciudad santa del cristianismo. Descubrimiento de la gruta del 
Santo Sepulcro, de la colina del Calvario38, invención de la Santa Cruz 
atribuida a la madre de Constantino39; a partir del siglo IV se organiza el culto 
a los lugares mismos de la manifestación redentora. Se elevan basílicas sobre 
los lugares santos recientemente descubiertos, sobre el monte de los Olivos, 
en Belén, en la cima de la colina de Sión. El 14 de septiembre, en la fiesta de 
la exaltación de la cruz, se muestra la Cruz a los fieles. Estos comienzan a 
afluir. Se acondicionan hospederías para recibirlos; algunos, y en número 
siempre creciente, llegan del extremo del mundo cristiano40. El Oriente se 
convierte para los occidentales en la tierra sagrada de la historia, pasada y 
presente, de su religión. Así se organizan las peregrinaciones que, durante 
unos siete siglos, sin discontinuidad alguna, van a constituir uno de los lazos 
vivos, el más completo al parecer, entre el Oriente y el Occidente. Una 
38 EUSEBIO, Vida de Constantino, III, 25-27.
39 SAN JERÓNIMO P. L., XXVII, c. 671.
40 L. BRÉHIER, [36]. Citamos por la 6ª edición, París, 1928, pp. 5-7.
extraordinaria elaboración también, en la que se puede, en el curso de los 
siglos que preceden a la Cruzada, ver acusarse algunos valores esenciales.
En el plano de la experiencia individual ante todo, fácilmente discernible en la 
multiplicidad de los textos. La peregrinación a Jerusalén se caracteriza muy 
pronto como un rito de penitencia. Por otra parte, desde fines del siglo VII, se 
cuenta entre las penitencias canónicas41. Y ayunos siglos más tarde, se verá a 
ciertos personajes muy mezclados en la vida pública de su tiempo, como 
Foulque Nerra y Roberto el Diablo, buscar en ella una purificación casi 
automática42. Los casos hagiográficos en los que un personaje descubre en la 
realización de la peregrinación una ocasión única de enmendarse para 
siempre son frecuentes. La peregrinación crea una vida nueva: marca la crisis 
decisiva, que es como la muda de la piel vieja. Lo prueban las tomas de 
hábitos monásticos en los Santos Lugares, sobre todo los votos pronunciados, 
ya en las reglas monásticas, ya fuera de ellas, inmediatamente después de 
los regresos, que se multiplican en el transcurso de los siglos X y XI. La idea 
de purificación se liga estrechamente a la de peregrinación. Así lo expresa el 
biógrafo de San Aderaldo a propósito de las peregrinaciones de su héroe, 
"deseoso de progresar de bien a mejor y de ir de virtud en virtud"43. Así lo 
manifiesta la importancia del rito bautismal, que se hace cada vez más el acto 
capital de la peregrinación, rito de purificación por la inmersión en el agua y 
también rito de paso por la travesía del Jordán. Las palabras que emplea el 
autor de la vida de San Silvino en el siglo VIII parecen más llenas de sentido 
todavía en el siglo XI: el peregrino se encuentra "como nacido de nuevo y 
rehecho totalmente... todos sus deseos colmados de esta vida terrena"44.
Recreación individual únicamente, parece no haber más en la intención y 
realización de la peregrinación. Y, sin embargo, a medida que se multiplican 
las peregrinaciones, que se amplían sobre todo en cuanto a su masa humana, 
otros fines, todavía individuales, pero cada vez más colectivos, aparecen. 
Esos peregrinos cuyas multitudes aumentan en el siglo XI, van al Santo 
Sepulcro o a Tierra Santa, para encontrarse allí en la época del Anticristo. Y 
no es para combatirle, ya que están sin armas, sino para sufrir a causa de él, 
y participar de este modo en la gloria de los elegidos el día del Juicio. La 
peregrinación participa de la expedición de oblación colectiva, o incluso del 
sacrificio. Esta ofrenda del sacrificio en las expediciones armadas que 
preceden a la Cruzada, se la siente poco a poco hacerse consciente. Los 
41 Recueil général des Formules usitées dans l'empire des Francs du Ve au Xe siècle [Co-
lección general de las fórmulas usadas en el Imperio de los francos del siglo V al X], por 
E. DE ROZIÈRE, París, 1859, Fórmula n° 667, t. II, p. 939. La peregrinación de penitencia 
a TierraSanta parece, a diferencia de las demás peregrinaciones, haber sido ordenada 
por Roma, y había que pasar por Roma antes de emprenderla. Nos inclinaríamos a ver 
en ella la pena infligida por el papa para los casos reservados. Pero, que sepamos, nin-
gún conjunto de textos lo establece con seguridad. Únicamente Frotmundus Rothonen-
sis monachus, AASS. 24 oct., X, 847, posterior a 855.
42 R. GLABER, [71] 1. II, c. IV, p. 32.
43 AASS, 20 oct., VIII, 992.
44 AASS, 17 febr., V, p. 30.
religiosos que combaten contra los sarracenos a las órdenes de los príncipes 
navarros lo hacen, si hemos de creer a Raúl Glaber, "por el amor de la caridad 
hacia sus hermanos"45. Es ya el holocausto, más claramente ofrecido aún por 
Gregorio VII, cuando se declara dispuesto a ponerse a la cabeza de los fieles 
para volar en socorro del Imperio bizantino, porque aquéllos deben ofrecer 
sus almas por sus hermanos, como un buen pastor se lo debe a su rebaño46. 
Bajo esta forma elemental, la marcha, armada o no, adquiere un valor de 
sacrificio colectivo. Y si en la peregrinación, confiesan ciertos santos buscar 
una muerte gloriosa, oblación ciertamente aunque todavía individual, bajo la 
influencia del "impulso hacia la Tierra Santa", o por la repetición densa de 
esas ambiciones gloriosas, se establece lentamente la conciencia de una 
marcha para el cumplimiento del sacrificio común, ofrenda propiciatoria y 
redentora.
Se ve también que la partida para los Santos Lugares no se lleva a cabo sin 
un despojo previo. Preparación del sacrificio o comienzo de éste, la exigencia 
de pobreza se manifiesta en la más característica de las leyendas de pobreza, 
la leyenda de San Alexis, el hombre de Dios47. Toda una serie de textos, entre 
ellos el admirable poema de los comienzos de nuestra lengua literaria, la 
hacen resurgir a partir del siglo XI, y en este momento, sobre todo, participa 
de sus lejanos orígenes siriacos. Momento de florecimiento de la leyenda, que 
es el momento de su necesidad. Y esta leyenda celebra al hijo del patricio 
romano que, la noche misma de sus bodas, abandona esposa y padres, y 
marcha a vivir de limosnas a Oriente, pasando los días y las noches en 
oración, en Edesa según la leyenda siriaca, en Jerusalén, dirá curiosamente 
una vida del siglo XIV, que fija la orientación de la significación misma de la 
leyenda. La estancia en Oriente es, en la evolución latina de la leyenda, 
temporal, y tras unos años de ausencia, Alexis regresa a Roma huyendo de la 
fama que había provocado en Edesa su piedad excepcional; vuelve a casa de 
su padre, pero sin darse a conocer, y, pidiéndole únicamente que le dé por 
caridad un camastro, se acomoda bajo la escalera, sufriendo los malos tratos 
de los criados, como último de los últimos en aquella casa que es la suya: es 
el pobre bajo la escalera tal como nos lo ha presentado en la actualidad Henri 
Ghéon. Este pobre es un peregrino. Cuando vuelve a Roma, llega como 
peregrino, según el testimonio seguramente ampliado de la Leyenda Aurea: 
"Servidor de Dios, soy un peregrino; haz que me admitan en tu casa, y 
déjame alimentarme de las migas de tu mesa, a fin de que el Señor se digne 
45 R. GLABER, [71], lib. II, cap. IX, p. 44.
46 P. L., CXLVIII, c. 329. El holocausto de las almas por los hermanos se funda en el 
ejemplo del Señor.
47 Sobre la leyenda siriaca, A. AMIAUD, La légende syriaque de Saint Alexis, l'homme de 
Dieu [La leyenda siriaca de San Alexis, el hombre de Dios], París, 1889, fasc. 79, Bibl. 
École Hautes Études. Las vidas latinas están en AASS. 17 jul., IV, pp. 238 y sigs. La vida 
de San Alexis se ha publicado en edición crítica por G. Paris, en 1872, Bibl. École Hautes 
Études, Ciencias filológicas e históricas, fasc. 7, en 8°, XII-416 p. Sobre la leyenda, infor-
me de G. Paris en Romania, XVIII, pp. 299 y sigs.
tener compasión, a su vez, de ti, que también eres un peregrino." En la 
mayoría de los textos, es el saludo de Alexis: Pauper sum et peregrinus. Al 
salir de Roma, ha abandonado todos sus bienes. El peregrino debe romper 
todos los lazos: su elección es la de la pobreza. Tal vez exista en la fijación de 
la leyenda de pobreza un recuerdo de aquellos viajes piadosos a los Santos 
Lugares, que iban normalmente acompañados de una estancia ascética en los 
monasterios de Tierra Santa y junto a los solitarios de Egipto. El abandono 
previo de los bienes es la preparación al encuentro ascético y a la purificación 
en el cumplimiento de la peregrinación48. Condición, por lo demás, con 
frecuencia ausente. Las peregrinaciones de importancia, como la de Ricardo 
de Saint-Vanne y la de Gunther de Bamberg, exigen gastos y llevan consigo 
en el segundo caso un despliegue de lujo que notan los contemporáneos. 
Gran número de peregrinos pobres, por otra parte, aparecen en las textos, 
son pobres por naturaleza, en modo alguno voluntarios. Con todo, la 
peregrinación, por su fecundidad misma; parece exigir una purificación inicial, 
que es la del despojo de los bienes. Es como si el peregrino, al partir hacia un 
extraordinario encuentro, quisiera aliviarse del peso de la tentación de 
recobrar un día sus riquezas, o bien obligarse a no volver.
En el siglo XI, en efecto, se manifiesta una tendencia a considerar la 
peregrinación a Jerusalén como un postrer viaje, la realización del supremo 
destino religioso a que puede tender un fiel. El monje Glaber, al notar la 
extraordinaria concurrencia de peregrinos de todas las clases sociales que 
fueron a Jerusalén en los comienzos del siglo XI, precisa la intención de un 
gran número: morir allá mejor que regresar junto a sus bienes49. El texto no se 
encuentra aislado. En el mismo Glaber se encuentra la historia de Letbaldo de 
Autun, el cual, al llegar a Tierra Santa en buen estado de salud, le pide al 
Señor morir en el lugar mismo en que murió el Salvador, a fin de que, así 
como le ha seguido corporalmente hasta allí, su alma entre al punto en el 
cielo, "intacta y radiante de felicidad bienaventurada". La petición fue 
escuchada: Letbaldo moría aquella misma noche en su posada, en la paz y la 
alegría, ejemplo raro, como subraya el cronista, de una piedad que había 
solicitado del Padre la muerte en nombre de Jesucristo y la había aceptado 
gozosamente. Fue en el monasterio de Bèze, cerca de Dijon, donde los 
peregrinos, sus compañeros, refirieron a su regreso a Glaber el notable 
hecho. La leyenda cunde evidentemente, pero, hasta en el comentario de 
Glaber, se busca una conciencia de autenticidad religiosa, reveladora en la 
realización de la peregrinación de un ideal de fe muy elevado. Los lugares en 
que se muere piadosa y saludablemente son aquellos en los que el Dios-Hijo 
entró intacto en su gloria. Este poder de participación religiosa está 
indiscutiblemente vivo en lo inconsciente colectivo del siglo XI. Las grandes 
peregrinaciones, cuidadosamente preparadas, dan fe dé semejante 
esperanza. La partida de un Ricardo de Saint-Vanne, o de un Roberto el 
48 Otro texto característico es la Vita S. Heimeradi presbyterii, AASS., 28 jun., V, 388.
49 R. GLABER, [71], p. 106, lib. IV; cap. VI: Pluribus enim erat mentis desiderium mori 
priusquam ad propria reverterentur.
Diablo, por la emoción que provocaron, en particular la primera, entre la 
gente de las comarcas de que partieron los peregrinos, muestran muy bien 
que no se esperaba un regreso. Las fundaciones de monasterios de hombres 
y mujeres en Jerusalén, especialmente en el siglo XI, por el rey San Esteban 
de Hungría, atestiguan la misma esperanza de quedarse y de morir en 
Jerusalén. Lo cual sitúa, en el plano de la experiencia individual, el biógrafo de 
Ricardo de Saint-Vanne, queescribe cerca de un siglo después de la 
peregrinación de su biografiado de 1025, pero seguramente de acuerdo con 
los términos de una tradición más antigua. El piadoso abad marcha a 
Jerusalén porque está cansado del mundo y de sus agitaciones, y quiere vivir 
y morir en la contemplación: ha oído decir que algunos de los que iban a 
Jerusalén dormíanse allí en Cristo, en toda beatitud. Sus votos no fueron 
escuchados, y regresa con un inmenso pesar por no haber muerto en los 
lugares mismos en que murió Cristo, por no haber podido "sufrir por Cristo, 
permanecer en él y ser sepultado en él, para que Cristo le concediera 
resucitar en su gloria a la vez que él"50. La participación se hace total, 
certidumbre luminosa de salvación, en la tierra en la que se desarrolló el 
misterios la pasión redentora del Dios-Hombre.
Podía ser, en el plano de la experiencia individual, la realización, postrera por 
la peregrinación. ¿Qué más que la muerte con la promesa de la gloria en los 
lugares del misterio divino? De hecho, otro valor, de finalidad individual, y que 
puede lentamente substituir esta plenitud, comienza a definirse. En el 
pontificado de Juan VIII, que no fue más, que una lucha incesante contra los 
sarracenos, amos ya del Mediterráneo, aparece la promesa, revestida de la 
autoridad pontifical, de que los guerreros muertos combatiendo contra los 
paganos y los infieles tienen garantizada su salvación51. La sangre vertida en 
la guerra santa lleva consigo la remisión de los pecados. Es ya -la palabra 
aparece a la vez- la milagrosa indulgencia. León IV, al llamar treinta años 
antes, en 848, a los francos en socorro de Roma amenazada por los 
sarracenos, había prometido también el proemium coeleste a los que 
muriesen por la "verdad de la fe, la salvación de la patria y la defensa de los 
cristianos". Y los guerreros francos muertos por Roma son venerados allí 
como mártires. La guerra santa y la oblación en ella señalara la certeza de la 
salvación. ¿Dónde hubiese podido ser más completa la correspondencia entre 
la obra santa y la suprema recompensa? Sin duda, la Iglesia de Oriente 
rechaza hacia la misma época el privilegio del martirio a las víctimas de la 
guerra santa. La Iglesia de Occidente, por su parte, sólo avanzará lentamente 
en la elaboración doctrinal. Pero los acontecimientos, la multiplicidad de 
peligros, y su frecuencia, ejercen una coacción sobre el ardor religioso. En las 
grandes expediciones de España, si bien no hay trazas de indulgencia, existe 
50 Vita S. Ricardi, en AASS., 14 jun., II, 471. La Vita a cooevo, publicada por Pertz, XI, 
280-290, no dice nada del deseo de Ricardo de morir en Jerusalén.
51 Carta fechada aproximadamente en 876-882 por RIANT, [9] pp. 22 y sigs.; texto en 
MIGNE, P. L., CXXVI, c. 816. Fragm. epist. Leonis IV ad Francorum exercitum (Gratiani 
Decret., XXIII, q. 8, c. 9 en MANSI, Concilia, XIV, 888).
al menos la certeza de la gloria prometida a los que han caído "por la 
salvaguarda de la patria y la defensa del pueblo católico"; se sabe que 
alcanzan la suerte de los bienaventurados52. Y cuando estas expediciones 
adquieren un carácter más frecuente, y por las exigencias del reclutamiento, 
más universalista, Alejandro II no vacilará en proponer el privilegio sagrado de 
los que marchan en favor de España contra los sarracenos: tienen derecho a 
la remisión de sus pecados53. Derecho o remuneratio, es decir, justa 
recompensa, Gregorio VII no lo duda ya, cuando promete a Guillermo de 
Borgoña, para animarle a ir a Oriente -probablemente con cierto número de 
otros fieles, para combatir a los sarracenos que amenazan tan gravemente el 
Imperio bizantino- una verdadera indulgencia, en nombre de San Pedro y de 
San Pablo, duplex, imo multiplex remuneratio, y no ya solamente para los 
muertos, sino para los que serán fatigati en esta expedición54. Se define 
seguramente una teología de la acción armada: a mediados del siglo XI, 
encuentra la corriente de las peregrinaciones, y pronto se convertirá en el 
instrumento de la Cruzada, junto con otro enriquecimiento que aparece con 
ocasión de las luchas de España, en una carta de Urbano II, de 1089, en la 
que el pontífice anima a los que tenían la intención de ir en peregrinación a 
Jerusalén, a que reemplacen los gastos y las fatigas del viaje por una 
cooperación eficaz en la restauración de las fortalezas y de la catedral de 
Tarragona. El papa quiere, en efecto, convertir la ciudad en un baluarte 
contra los infieles, y promete a los que participen en esta obra con una 
contribución en dinero o de otro modo, "la indulgencia que hubiesen merecido 
de haber arrostrado las dificultades de todo género de su peregrinación"55. 
Texto auténtico, parece, y en el que la acción del papado, al servicio de una 
cristiandad amenazada por todas partes y por el mismo enemigo, liga la obra 
santa, cualquiera que sea la forma en que se realice, al cumplimiento de la 
salvación, y prepara, según las urgencias de su política salvadora, las 
substituciones necesarias. Así, en el corazón de la Edad Media occidental, 
viven la historia y el beneficio de la indulgencia, uno de los más auténticos 
medios de dominio de la teocracia medieval, uno de los secretos también de 
un orden de la unidad, en la cual siempre debe existir la posibilidad de una 
relación entre el logro de la salvación individual y el servicio de la religión.
II. EL OCCIDENTE Y JERUSALÉN: IMÁGENES Y REPRESENTACIONES 
COLECTIVAS
Las formas históricas de este servicio de religión están indiscutiblemente 
preparadas por las experiencias y los descubrimientos colectivos adquiridos 
en los siglos que preceden la explosión de la Cruzada. De estas experiencias, 
la más notablemente continua es la de las peregrinaciones a Tierra Santa. La 
52 GLABER, [71], lib. II, cap. IX, p. 45.
53 JAFFÉ-LÖWENFELD, nº 4530 (en la fecha de 1063).
54 P. L., t. CXLVIII, col. 325-326.
55 MIGNE, CLI, c. 302-303. Sobre la autenticidad, conde Riant, [9], páginas 68 y sigs.
historia en muy grandes rasgos del movimiento de peregrinación manifiesta, 
más que la fuerza de un hábito, extraordinario, el encaminamiento natural y 
perseverante de los fieles de Occidente, peregrinos del Oriente sagrado. Esta 
historia comienza en el corazón del siglo IV, con la invención de la Santa Cruz. 
Nada interrumpirá ya, del siglo IV al XI, su desarrollo de una continuidad 
milagrosa. Ni las controversias dogmáticas que agitan a las Iglesias de 
Oriente, ni las luchas que los papas tuvieron que sostener a veces contra los 
patriarcas de Constantinopla para hacer triunfar su primacía influyeron sobre 
las peregrinaciones, ni modificaron los sentimientos ni los itinerarios de los 
peregrinos. A pesar de los desastres y los azotes que siguen a las invasiones, 
en los siglos V y VI, el Oriente se mantiene esencial en las preocupaciones de 
los occidentales; la ruta de Jerusalén es un ejercicio de religión. También una 
consagración, ya que los cronistas comienzan a notar los viajes realizados por 
los obispos a Tierra Santa como el acontecimiento importante de su vida. 
Contra la fuerza de esta certidumbre creciente, impregnación de fe de todo 
un mundo, no podrán nada los acontecimientos. Las peregrinaciones no se 
suspenderán por la invasión persa del siglo VII, ni por la invasión musulmana 
poco después, ni por la ruina o existencia precaria de las cristiandades 
orientales. La diplomacia de Carlomagno, ya que no tal vez la concesión, 
prestigiosa, del protectorado de los Santos Lugares a Carlomagno por el califa 
de Bagdad, Harún-al-Raschid, asegurará por dos siglos

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