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Teorias de la Ciencia - Introducción al Pensamiento Científico

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EDICIÓN
2 0 1 5
Santiago Ginnobili
Mariela N. Destéfano
Sabrina Haimovici
Martín Narvaja
María del Carmen Perot
Teorías de la Ciencia 
primeras aproximaciones
Introducción al
Pensamiento CientÍfico
Teorías de la ciencia 
Primeras aproximaciones
Santiago Ginnobili
Mariela Natalia Destéfano
Sabrina Haimovici
Martín Narvaja
María del Carmen Perot
Universidad de Buenos Aires
Rector Alberto Edgardo Barbieri
Vicerrector Darío F. Richarte 
Secretaria de Asuntos Académicos María Catalina Nosiglia
Subsecretaria de Innovación Marilina Lipsman 
y Calidad Académica 
PROGRAMA UBA XXI
Directora Claudia Lombardo
Vicedirectora Constanza Necuzzi 
Coordinación Desarrollo Pedagógico María Alejandra Codazzi
 Alicia M. Zamudio
 
Coordinación Producción Transmedia Liliana Castillo 
Edición Ariadna Pou
 Patricia Bucich
 Beatriz Hall
Diseño Ariel F. Guglielmo
Autores Santiago Ginnobili
 Mariela Natalia Destéfano
 Sabrina Haimovici
 Martín Narvaja
 María del Carmen Perot 
Eudeba
Universidad de Buenos Aires
1ª edición: julio de 2015
© 2015
Editorial Universitaria de Buenos Aires
Sociedad de Economía Mixta
Av. Rivadavia 1571/73 (1033) Ciudad de Buenos Aires
Tel.: 4383-8025 / Fax: 4383-2202
www.eudeba.com.ar
Diseño de tapa: Ariel Guglielmo, UBA XXI 
Teorías de la ciencia : primeras aproximaciones / 
 Santiago Ginnobili ... [et.al.] ; compilado por Santiago Ginnobili. - 
 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Eudeba, 2015. 
 E-Book.
 ISBN 978-950-23-2472-2 
 1. Filosofía de la Ciencia. I. Ginnobili, Santiago II. Ginnobili, 
Santiago, comp.
 CDD 501
Índice
Presentación 
Introducción 
Capítulo I. Historia de la ciencia. Dos revoluciones, 
por Martín Narvaja y María del Carmen Perot 
Introducción 
1. Primera parte: La Revolución copernicana 
 1.1. Astronomía, cosmología y física 
 1.2. Los fenómenos celestes 
 1.3. Dos máximos modelos del mundo 
 1.4. La ciencia aristotélica, cosmología y física 
1.5. La astronomía antigua 
 1.6. El pensamiento de Copérnico 
 1.7. La astronomía de Brahe y de Kepler 
 1.8. El aporte galileano 
 1.8.1 Galileo y el telescopio 
 1.8.2 Galileo y la relatividad del movimiento 
1.9. Epílogo: Newton 
Actividad 
2. Segunda parte: La Revolución darwiniana 
 2.1. El creacionismo: supuestos filosóficos subyacentes 
 2.2. El debate entre evolucionistas y creacionistas antes de Darwin 
 2.3. La Revolución darwiniana 
 2.4. Las consecuencias filosóficas de la teoría de Darwin 
Actividad 
Síntesis del capítulo 
Para ampliar
Bibliografía 
Capítulo II. Nociones básicas de lógica, 
por Sabrina Haimovici 
Introducción 
1. Razonamientos
 1.1. La noción de validez y una clasificación de los razonamientos
Actividad 1
2. Lógica proposicional simbólica 
 2.1. El lenguaje de la lógica proposicional simbólica
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 2.1.1. Conjunción
 2.1.2. Disyunción inclusiva
 2.1.3. Negación
 2.1.4. Condicional
 2.1.5. Bicondicional 
 2.2. Las formas proposicionales 
Actividad 2
 2.3. Las formas de los razonamientos 
Actividad 3
 2.4. Tablas de verdad con más de una conectiva 
Actividad 4
 2.5. Tautología, contradicción y contingencia
 2.6. Prueba de validez de razonamientos por condicional asociado
Actividad 5
3. Algunas formas de razonamiento importantes
 3.1. Modus ponens y Modus tollens
 3.1.1. Modus ponens
 3.1.2. Modus tollens
Actividad 6
 3.2. Falacias formales
 3.2.1. Falacia de negación del antecedente
 3.2.2. Falacia de afirmación del consecuente 
Actividad 7
Actividad 8
 3.3. Un ejemplo de uso de Modus tollens y falacia de afirmación del 
consecuente
Síntesis del capítulo
Para ampliar
Capítulo III. Conceptos, hipótesis y contrastación, 
por Mariela N. Destéfano
Introducción
1. Tipología de conceptos
 1.1. Conceptos cualitativos (o clasificatorios)
 1.2. Conceptos comparativos
 1.3. Conceptos cuantitativos (o métricos)
Actividad 1
2. Tipología de enunciados
 2.1. Distinción teórico-observacional
 2.2. Distinción entre tipos de enunciados
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 2.2.1. Enunciados básicos
 2.2.2. Generalizaciones empíricas
 2.2.3. Enunciados teóricos 
Actividad 2
3. Contrastación de hipótesis
 3.1. Asimetría de la contrastación
Actividad 3
 3.2. Hipótesis subsidiarias que intervienen en la contrastación
 3.2.1. Hipótesis auxiliares
 3.2.2. Cláusulas ceteris paribus
 3.3. Contrastación con todos los componentes señalados
Actividad 4 
Actividad 5
 3.4. Hipótesis ad hoc
 3.5. Holismo de la contrastación
Actividad 6
Actividad 7
4. El papel de la inducción en la ciencia
Actividad 8 
Actividad 9
Actividad 10
Actividad 11
Actividad 12
Síntesis del capítulo
Para ampliar
Bibliografía
Capítulo IV. Estructura y cambio de teorías: 
diferentes perspectivas filosóficas, por Santiago Ginnobili 
Introducción
1. Empirismo lógico
 1.1. Principales influencias sobre el Empirismo lógico
 1.2. Acerca de “la concepción científica del mundo” y sus objetivos
Actividad 1
 1.3. Elucidaciones conceptuales
Actividad 2
2. Concepción clásica de teoría
Actividad 3
3. Problemáticas acerca de la base empírica
 3.1. Fundacionismo
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 3.2. Carga teórica de los enunciados básicos
 3.3. Carga teórica de la observación
 3.4. Consecuencias
Actividad 4
4. Concepción kuhniana de la ciencia
 4.1. Modelo de cambio científico
 4.2. La estructura del paradigma
 4.3. Influencias
Actividad 5
Actividad 6
Actividad 7
Actividad 8
Actividad 9
Actividad 10
5. El problema de la teoricidad
Actividad 11
6. Síntesis desde el Estructuralismo metateórico
 6.1. Distinción T-teórico/T-no teórico 
 6.2. Leyes fundamentales
 6.3. Campo de aplicación
 6.4. Leyes especiales
 6.5. Validez del análisis clásico de la contrastación
Actividad 12
Actividad 13
Actividad 14
7. ¿Existe un único método en la ciencia?
 7.1. Explicación vs. comprensión
 7.2. Ciencia vs. pseudociencia
 7.3. Leyes fuera de la física
Actividad 15
Actividad 16
Actividad 17
Síntesis del capítulo
Para ampliar
Bibliografía
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Presentación
UBA XXI es un programa de educación a distancia, que asume los 
desafíos de la Educación Superior en el contexto actual. La propuesta 
pedagógica se sustenta en estrategias de enseñanza orientadas a pro-
mover y a consolidar aprendizajes de calidad en todos aquellos que 
opten por continuar sus estudios en la Universidad de Buenos Aires.
El Programa, a través del trabajo articulado de sus equipos técnicos, 
pedagógicos y docentes, elabora materiales didácticos en diferentes 
soportes.
Este texto, Teorías de la ciencia. Primeras aproximaciones, propone 
un acercamiento a la ciencia a través de su historia, interpela a todos 
los que se preguntan por su origen y estimula la reflexión sobre las 
herramientas por las que el relato científicose construye y justifica. 
UBA XXI a través de múltiples medios y plataformas de comunica-
ción posibilita que los estudiantes asuman un rol activo en el apren-
dizaje, cada vez más autónomo, para conducir su propio proceso 
de formación y accedan, en este caso, a contenidos de la materia 
Introducción al Pensamiento Científico.
Los invitamos a leer Teorías de la ciencia. Primeras aproximacio-
nes con la intención de orientar el interés por los temas aquí tratados 
y despertar, asimismo, el deseo por nuevas lecturas. 
 
 Claudia Lombardo
 Directora UBA XXI
 
Introducción
 
1. El relato científico
Somos un animal más, formado por millones de seres vivos unicelula-
res que funcionan de manera organizada y especializada. Estos peque-
ños organismos son semejantes y parientes de los miles de organismos 
invisibles que pueblan cada gota de agua que ingerimos. Las instruc-
ciones de nuestro desarrollo y crecimiento se encuentran codificadas en 
una molécula altamente compleja, que llamamos “ADN”. Evoluciona-
mos a partir de alguna forma de vida muy simple. El proceso evolutivo 
siguió por un camino contingente y sin dirección prefijada por millones 
y millones de años, períodos que nuestra mente limitada no puede con-
cebir o imaginar. Entre esas contingencias se encuentra la que llevó a 
la extinción a nuestros primos más cercanos, los otros miembros del 
género, Neandertales y Homo erectus, con los que convivimos un lar-
go tiempo. Somos la única especie de nuestro género, y una especie 
joven, en la que no hay variedades definidas. Nuestros familiares más 
cercanos son los grandes simios, chimpancés, bonobos, orangutanes, 
gorilas, etc. Chimpancés y bonobos son genéticamente casi idénticos a 
nosotros y, sin embargo, no podemos comunicarnos con ellos más que 
tangencialmente. Tal vez, sea esta soledad la que provocó en nosotros la 
sensación de que éramos especiales, de que teníamos un origen divino, 
pero nuestras facultades mentales son muy semejantes a las de otros 
Ginnobili, Destéfano, Haimovici, Narvaja, Perot12
animales. Habitamos un planeta que, aunque no lo sintamos, rota sobre 
sí mismo y gira alrededor de una estrella, una bola de gas encendido, 
que llamamos “Sol”. El Sol es una entre las casi infinitas estrellas que, 
agrupadas en galaxias, pueblan el universo. La luz de una porción míni-
ma y cercana de estas estrellas llega a nosotros adornando el cielo noc-
turno. La luz está formada por fotones, entidades de comportamiento 
extrañísimo. Cuando vemos una estrella, es porque a nuestro ojo llega, 
luego de un viaje extremadamente largo a una velocidad incomprensi-
blemente rápida, un grupo de fotones que surgió en esa estrella. Lo que 
vemos cuando dirigimos la vista o nuestros instrumentos al cielo es, 
entonces, el pasado. Parte de lo que percibimos son las reverberaciones 
de un estallido, de la explosión más grande que jamás haya ocurrido, 
aquella en la que nuestro universo se originó.
De manera parcial, esta es la leyenda que nos cuentan, a través de his-
torias, películas, revistas, y, luego, en las diversas instituciones edu-
cativas a las que asistimos. Es muy distinta de aquella que nuestros 
ancestros contaban a sus hijos alrededor de la fogata previa a un día de 
caza, y seguramente es muy distinta de la que hoy cuentan aborígenes 
del Amazonas que nunca tuvieron conexión con nuestra cultura, y que 
cada tanto ven perturbada su paz por enigmáticas máquinas ruidosas y 
brillantes que cortan rugiendo el cielo. Esta leyenda se parece en algu-
nos aspectos a la que les contaron a nuestros abuelos, pero difiere en 
otros aspectos fundamentales. Creemos en cierta medida en este relato, 
lo naturalizamos y deja de sorprendernos. No nos cuestionamos, por 
ejemplo, que la Tierra se mueve velozmente aunque seamos incapa-
ces de percibirlo. Principalmente, no nos preguntamos por el origen y 
el fundamento de esta idea exótica. Sin embargo, el relato con el que 
abrimos tiene algo de peculiar frente a otros posibles que se han con-
tado en otras latitudes y tiempos. Tal peculiaridad no tiene que ver con 
sus contenidos, tan o más estrambóticos que otros, sino con la forma 
Teorías de la ciencia. Primeras aproximaciones. 13
en que el relato fue construido, con los métodos que se utilizaron para 
confeccionarlo. Esos métodos son los que permiten caracterizar lo que 
hoy llamamos “ciencia”. A diferencia de otros relatos, el científico es 
mejorable, provisorio y, probablemente, sea reemplazado en muchas de 
sus partes en el futuro; y no se caracteriza por aquello que dice, sino por 
el modo en que se construye. Aprender ciencia, por lo tanto, no consiste 
solo en aprender una serie de datos o volverse experto en la narración 
de una leyenda particular. Consiste en adquirir métodos de trabajo es-
pecíficos. A veces, en los documentales de comunicación de la ciencia y 
en los programas de materias en instituciones educativas, esto se olvida. 
Entonces se pasa a enseñar ciencia como si ese relato particular que en 
el momento se sostiene fuese lo característico de la actividad científica, 
olvidando su carácter esencialmente provisorio y mejorable. Sin embar-
go, la historia de cómo el conocimiento científico actual fue construido, 
las razones por las cuales se piensa hoy que es el más plausible y la 
reflexión acerca del método o los métodos utilizados, es tan interesante 
como el relato científico mismo.
Este libro trata justamente de reflexionar sobre la ciencia. Si se deja de 
considerar a la ciencia como un conjunto de datos fríos, y se la piensa 
en base a su historia, se tiñe de un color mucho más llamativo, se vuelve 
heroica y adquiere belleza. La ciencia no es algo que hace un grupo de 
gente con intereses extraños, sino que es efecto de la curiosidad sobre 
nuestro origen y nuestra naturaleza, curiosidad que todos y cada uno de 
nosotros compartimos. La historia de la ciencia es, en este sentido, nues-
tra propia historia y pensar la ciencia, es pensarnos a nosotros mismos.
Ginnobili, Destéfano, Haimovici, Narvaja, Perot14
2. Pensar la ciencia
El tema central de este libro lo constituye la reflexión respecto a las 
herramientas por las que el relato científico se construye y justifica. La 
disciplina desde la que se discute y piensa este tema es la Filosofía de la 
Ciencia (a veces llamada también “epistemología”). ¿Qué es lo que dis-
tingue a la ciencia de otras actividades humanas? ¿Cómo se justifica el 
relato científico a diferencia de otros relatos? ¿Existen diferencias entre 
el lenguaje científico y otros tipos de lenguaje? ¿Existe un único méto-
do que todas las diferentes ciencias actuales tienen en común? ¿Existe 
un único método a lo largo de toda la historia de la ciencia? Todas estas 
son preguntas que el filósofo de la ciencia intenta responder. No existe 
un acuerdo absoluto entre los diferentes filósofos de la ciencia en las 
respuestas específicas que reciben estas preguntas. Sin embargo, en el 
intento por responderlas, hemos aprendido mucho y la discusión ha re-
sultado progresiva. En este libro intentaremos introducir a los lectores 
en estas discusiones, y en el estado actual de la disciplina en cuestión.
 
Una primera conclusión respecto a la reflexión en torno a la ciencia es 
que no se la puede describir a lo largo del tiempo como una sucesión de 
creencias acerca del mundo. Pues cuando comparamos la ciencia actual 
con la ciencia que, por ejemplo, Aristóteles practicaba en la Grecia an-
tigua, comprobamos que la misma naturaleza de la ciencia ha cambiado 
sustancialmente. La historia de la ciencia, no solo es la historia de la 
construcción de las creencias actualesacerca del mundo, sino que es la 
historia en la que nuestra concepción misma respecto de la ciencia ha 
sido moldeada. Esto lleva a que cualquier intento de reflexión acerca 
de la naturaleza de la ciencia tenga que estar históricamente informado. 
Del mismo modo en que para entender la estructura corporal de los hu-
manos actuales es interesante estudiar el modo en que nuestro cuerpo 
evolucionó a partir de formas diferentes, resulta relevante y fructífero 
Teorías de la ciencia. Primeras aproximaciones. 15
para discutir la naturaleza de la ciencia actual, discutir cómo esta na-
turaleza ha ido evolucionando a lo largo del tiempo. Por este motivo, 
en el primer capítulo se presentarán los dos cambios más importantes 
e influyentes sobre la ciencia actual, tanto en su contenido como en 
su naturaleza: la revolución copernicana y la revolución darwiniana. 
Como la intención es que este libro pueda ser leído por personas –en 
particular estudiantes que inician su formación universitaria– que aún 
no han abordado el estudio en profundidad de una ciencia particular, el 
propósito de este capítulo, además, será proporcionar material para la 
reflexión posterior. 
En esta publicación nos centraremos en las ciencias fácticas, es decir 
las ciencias como la geología, la psicología, la sociología, la física, la 
biología, etc., que se ocupan de estudiar diversos aspectos del mundo, 
en contraposición con las ciencias formales, como la matemática y la 
geometría. Una característica esencial de nuestra concepción actual del 
conocimiento fáctico es que debe ser sometido al juicio de la experien-
cia sensible. Los científicos, sean del área disciplinar que sean, deben 
justificar sus ideas a partir de la observación y la experimentación. En 
este sentido, un científico es como un detective, quien para resolver un 
crimen propone hipótesis y teorías, e intenta decidir entre ellas a partir 
de indicios y pistas encontradas en la escena del crimen. El científico, 
también como el detective, debe “inferir” a partir de la información re-
cabada, cuál de las diferentes hipótesis o teorías explicativas es las más 
adecuada. El estudio de la naturaleza y el método (o los métodos) de la 
ciencia, en consecuencia, presupone el estudio respecto a las diferentes 
inferencias que pueden realizarse de los enunciados que describen la 
experiencia y aquellos que intentan explicarla. La disciplina que estu-
dia los diferentes tipos de inferencia es la Lógica. El segundo capítulo 
del libro intentará introducir al lector en esta temática. 
Ginnobili, Destéfano, Haimovici, Narvaja, Perot16
Una vez abordados los temas que se desarrollan en los primeros dos ca-
pítulos, tendremos las herramientas necesarias para comenzar a “pensar 
la ciencia” objetivo central del presente libro. El científico se enfrenta a 
ciertos fenómenos, decíamos, como un detective se encuentra con una 
escena del crimen. Los científicos quieren explicar, por ejemplo, por qué 
los hijos se parecen en cierta medida a sus padres, por qué los planetas 
describen ciertos movimientos, por qué al excavar encontramos huesos 
fosilizados de organismos parecidos pero diferentes a los que hoy habitan 
determinada zona, por qué la mortalidad infantil varía de país en país, etc. 
Para dar cuenta de estos fenómenos, el científico propone ciertas hipó-
tesis explicativas y tiene que encontrar medios para decidir entre la más 
adecuada. El proceso por el cual el científico somete sus hipótesis a la 
prueba de la experiencia, es llamado “contrastación”. El análisis lógico de 
la contrastación será tratado en el tercer capítulo del libro. Este análisis re-
querirá de las herramientas de la lógica abordadas en el segundo capítulo.
Sin embargo, ¿puede pensarse que el método por el cual los científicos 
contrastan sus hipótesis a partir de la experiencia permite explicar de ma-
nera completa la práctica científica?, ¿y que la ciencia consiste solo en 
proponer hipótesis y contrastarlas? Como veremos en el cuarto capítulo, 
ha habido diferentes posiciones para responder a estas preguntas a lo lar-
go del tiempo. Por una parte, el conocimiento científico no es un conjun-
to de hipótesis explicativas aisladas, sino que posee una estructura más 
compleja. Por otra parte, el cambio en la historia de la ciencia no puede 
reducirse a la actividad de contrastación de hipótesis. En este capítulo 
la exposición seguirá un criterio histórico: presentaremos algunos de los 
principales enfoques del siglo XX respecto a la naturaleza de las teorías 
científicas y al modo en que estas cambian, las discusiones y diferencias 
entre ellos. El estudio de estos enfoques o perspectivas respecto de las 
teorías científicas y del cambio de teorías nos permitirá aprender mucho 
sobre la ciencia, así como desandar algunos prejuicios.
Teorías de la ciencia. Primeras aproximaciones. 17
3. Pensamiento acerca de pensamiento
La ciencia estudia el mundo. Nosotros, desde la filosofía de la ciencia, 
estudiamos la ciencia. La filosofía de la ciencia es, en este sentido, una re-
flexión de segundo orden, un pensamiento acerca del pensamiento cien-
tífico. Suele utilizarse el prefijo “meta” para referirse a los estudios de 
segundo orden. La filosofía de la ciencia por tomar por objeto a la ciencia 
es un estudio “metacientífico” y, a veces se dice, por tomar como objeto 
de estudio a las teorías científicas, que es un estudio “metateórico”. Exis-
ten otros enfoques metacientíficos. En algunos casos, la ciencia se vuelve 
sobre sí misma. Por ejemplo, algunos antropólogos, entran en un labora-
torio científico para analizar según sus propias categorías las relaciones 
que allí se producen entre los científicos. O, por citar otro ejemplo, los so-
ciólogos de la ciencia aplican sus teorías para comprender el modo en que 
se organizan las comunidades científicas. Lo que diferencia a la filosofía 
de la ciencia de estos otros estudios, que también serían metacientíficos, 
es el tipo de preguntas que intenta responder.
 
Pero para tener una visión previa del tipo de cuestiones tratadas desde 
la filosofía de la ciencia, puede ser interesante señalar la diferencia que 
hay entre el conocimiento implícito y explícito. Existen dos modos en los 
que se puede decir que alguien sabe hacer algo. Por ejemplo, se puede 
afirmar que un niño de 5 años sabe las reglas de conjugación de ciertos 
verbos. Así, cuando dice “puniste” en lugar de “pusiste”, se puede pensar 
que existe un modo en que conoce una regla de conjugación pero que 
todavía no conoce sus excepciones. Sin embargo, y esto es sumamente 
interesante, el niño es incapaz de formular tal regla. Este conocimiento de 
las reglas, llamado normalmente “saber implícito”, es el que nos permite 
afirmar que alguien sabe hablar a la perfección cierto idioma. El otro 
modo de conocer las reglas, el de saber formularlas, es, en el caso de la 
lengua, tarea del gramático. Se ha llamado a este tipo de saber: “explíci-
Ginnobili, Destéfano, Haimovici, Narvaja, Perot18
to”. El estudio de las reglas implícitas que gobiernan las prácticas cientí-
ficas es una de las tareas de la filosofía de la ciencia. De la misma manera 
en que es posible hablar perfectamente un idioma sin poder explicitar las 
reglas a las que responde, es posible hacer ciencia sin poder explicitar las 
reglas que gobiernan su desarrollo. La analogía con la gramática puede 
extenderse: conocer las reglas gramaticales de un lenguaje no implica 
que sepamos hablarlo, y el estudio de la filosofía de la ciencia no nos 
convierte en científicos. Pero tampoco, ser hablantes de un idioma nos 
vuelve expertos en gramática. De la misma manera, un científico, aunque 
domine su área con experticia, no necesariamente puede explicitar las 
reglas que gobiernan su área. Un científico no es, entanto científico, un 
filósofo de la ciencia. 
De la misma forma en que el científico crea marcos conceptuales y teo-
rías para hablar de su objeto, los filósofos de la ciencia crean marcos 
conceptuales y teorías para dar cuenta de los diferentes aspectos de la 
ciencia con los que tratan. Esto, por supuesto, es una distinción de tareas. 
Ha habido sujetos que han tenido influencias enormes en el campo de 
la ciencia y en el de la filosofía de la ciencia, pero lo han hecho en tanto 
expertos en ambas áreas. La experticia en una de las áreas no habilita para 
el dominio de la otra. 
Una característica interesante de la reflexión de segundo orden es su di-
ficultad intrínseca. En algunos casos analizaremos métodos que ustedes 
ya conocen (implícitamente). Por ejemplo, la contrastación de hipótesis 
científicas no es diferente de la contrastación de hipótesis en la vida co-
tidiana. Un científico intentando explicar un fenómeno no es diferente a 
quien intenta explicar fenómenos como por qué se cortó la luz, por qué no 
funciona un velador, etc. El tipo de procedimientos implicados son muy 
semejantes, como veremos. Sin embargo, aunque ustedes estén familiari-
zados con tales procedimientos, esto no implica que el aprender a hablar 
Teorías de la ciencia. Primeras aproximaciones. 19
de manera adecuada de ellos sea una tarea sencilla. Podemos continuar 
con la analogía con la gramática para ilustrar el punto. Saber hablar un 
idioma a la perfección no hace que aprender su gramática sea sencillo. 
La tarea de pensar acerca de lo que uno hace es complejísima. Piensen 
en alguna tarea que dominen (manejar un auto, patinar, manejar una bi-
cicleta, afinar una guitarra, cocinar un huevo frito, esquiar) y que alguna 
vez hayan tratado de explicar a otro que no la domina. Nada más fácil que 
manejar, nada más difícil que explicar a alguien cómo se maneja. Es más, 
si a uno le explicitan las reglas implícitas que efectivamente sigue, puede 
ser que ni siquiera las reconozca como propias. 
¿Para qué adentrarnos en una reflexión de este tipo?
 
Volver explícito el saber implícito es una tarea difícil. Por otra parte, el 
estudio de este libro con temáticas heterogéneas implicará un desafío par-
ticular para los lectores, pues al cambiar de capítulo, debe cambiarse el 
enfoque, el tipo de problemas que se discute, el tipo de ejercicios a rea-
lizar. ¿Para qué realizar semejante esfuerzo? Las razones son diversas.
La primera respuesta, consiste en señalar que trata de un saber intere-
sante por sí mismo. Y aunque a veces tengamos la sensación de que la 
ciencia es algo que hace gente extraña con intereses ajenos a los propios, 
la verdad es que la concepción del mundo que tenemos, hayan estudiado 
una materia científica o no, está completamente permeada por el cono-
cimiento científico. La ciencia influye en nuestras vidas no solo a través 
de sus aplicaciones tecnológicas, no solo cuando usan un teléfono para 
comunicarse o toman un antibiótico para curarse de una infección deter-
minada. La forma en que actualmente nos sentimos y actuamos frente a 
humanos de otras etnias, o frente a primates no humanos encerrados en 
un zoológico, lo que provoca la inmensidad del cielo nocturno, todo eso 
está fuertemente determinado por nuestra concepción científica actual del 
Ginnobili, Destéfano, Haimovici, Narvaja, Perot20
mundo, y es completamente diferente al modo en que se sentían y ac-
tuaban personas en el pasado. Incluso nuestra propia percepción, como 
veremos más adelante, ha sido modificada por la ciencia. Lo que vemos 
cuando miramos la luna al anochecer no es lo mismo que veía Aristóteles. 
Que la ciencia sea más importante en nuestras vidas de lo que supone-
mos, hace que el estudio de la naturaleza de la ciencia, adquiera relevan-
cia por sí mismo. 
Existen, además, razones utilitarias en las cuales el estudio de la filosofía de 
la ciencia les resultará, si tenemos éxito, interesante. Por una parte, si son 
científicos o si alguna vez se conviertan en uno, el trabajo de clarificación 
y explicitación de las reglas en su mayor parte implícitas que gobiernan el 
accionar de los científicos tiene un papel fundamental para el desarrollo de 
la ciencia misma. Los científicos se encuentran constantemente inmersos 
en disputas que no son científicas en sí mismas (a veces, son conocidas 
como cuestiones de fundamentos de la ciencia). En consecuencia, existe un 
trabajo, cuyos frutos son valiosos para la práctica científica, que consiste en 
el análisis y clarificación de estas disputas, tareas filosóficas estas últimas 
que pueden colaborar con la resolución de dichas disputas. 
Por otra parte, considerando de nuevo que se desarrollan o desarrollarán en 
una actividad científica, los científicos en su práctica habitual, necesaria-
mente, se ven obligados a hablar de aquello que hacen y, para eso, requie-
ren lenguaje metateórico. En la práctica científica habitual, es necesario 
apelar a conceptos como “contrastar”, “explicar”, “confirmar”, “observar 
que”, etc. Mejorar el marco conceptual metateórico que los científicos uti-
lizan en sus prácticas no puede más que beneficiar a dichas prácticas. 
Finalmente, los trabajos aclaratorios y elucidatorios de los que venimos 
hablando, y que se verán en acción a lo largo del libro, colaborarán en 
Teorías de la ciencia. Primeras aproximaciones. 21
sus tareas docentes, si es que alguna vez lo son (del mismo modo que la 
gramática puede colaborar con la enseñanza de un idioma). 
Hay otra forma de mostrar la relevancia de este tipo de estudios. Ya no 
únicamente para justificar el interés que puede revestir para un científico 
estudiar la temática, sino por razones que pueden afectarnos a todos, nos 
dediquemos a la actividad científica o no. Los análisis que realizaremos 
pueden ser presentados de un modo más abarcativo, no como una re-
flexión filosófica al respecto de la ciencia, sino como una reflexión filosó-
fica acerca del modo en que contrastamos y validamos nuestras creencias 
acerca del mundo, y acerca de los límites de esta validación. La reflexión 
acerca del modo en que puede llevarse a cabo la discusión entre científi-
cos que tienen concepciones del mundo contrapuestas permite compren-
der la forma en que, en algunos casos, estos desacuerdos se producen en 
la vida cotidiana. Los estudios realizados en el marco de la filosofía de 
la ciencia permiten desarrollar modos de pensar más claros, precisos y 
comunicables que resultarán útiles también en áreas no científicas.
Si logran realizar con éxito el camino propuesto, entenderán la forma en 
que estas diversas tareas representadas en los diferentes capítulos se inte-
gran, tendrán una comprensión más profunda de la ciencia, pero además, 
tendrán herramientas más sofisticadas para entender mejor la concepción 
que ustedes mismos tienen acerca del mundo, las razones por las cuales 
tienen esta concepción y no otra, y el grado de certeza que brindan dichas 
razones. Eso, por supuesto, si hemos tenido éxito en la consecución de las 
metas que nos propusimos en la confección del libro. Si es así, esta pro-
puesta colaborará para que piensen y expresen más claramente su pensa-
miento, lo cual es de vital importancia sigan una carrera científica o no. 
Las metas son ambiciosas, pero esperamos que la recompensa será pro-
porcionalmente valiosa.
Introducción
Difícilmente puedan escribirse mejores palabras introductorias a un 
texto de historia de la ciencia que aquellas con las que el historiador 
Alexandre Koyré iniciaba sus Estudios Galileanos publicados en 1966:
Afortunadamente, hoy ya no es necesario insistir en el interés que ofrece el estudio 
histórico de la ciencia, ni tampoco es necesario –luego de las magistrales obras de un 
Duhem, un Emile Meyerson, y las de Cassirery Brunschvicg– insistir en el interés y 
ricos conocimientos que aporta este estudio desde el punto de vista filosófico. En efecto, 
el análisis de la evolución (y de las revoluciones) de las ideas científicas –única historia 
que (junto con la de la técnica) da un sentido al concepto de progreso, tan ensalzado 
como criticado– nos pone de manifiesto las contiendas libradas por la mente humana 
con la realidad; nos revela sus derrotas, sus victorias; muestra qué esfuerzo sobrehu-
mano le ha costado cada paso en el camino de la comprensión de lo real, esfuerzo que 
condujo, en ocasiones, a una verdadera “mutación” en el intelecto humano: transfor-
mación merced a la cual algunas nociones laboriosamente “inventadas” por los más 
grandes genios llegan a ser no sólo accesibles, sino incluso fáciles y evidentes para los 
escolares. (Koyré,1966, 1)
El valor y la importancia de la historia de la ciencia en relación con 
la filosofía de la ciencia son fundamentales. Las principales nociones 
estudiadas por esta última, la noción de teoría, la noción de hipótesis, el 
análisis de los motivos y fundamentos de su aceptación o de su rechazo 
carecen de sentido si se los aísla por completo de los episodios que la 
constituyen, es decir, aquellos que encarnan concretamente los concep-
Capítulo I 
Historia de la ciencia 
Dos revoluciones
Por Martín Narvaja y María del Carmen Perot
Ginnobili, Destéfano, Haimovici, Narvaja, Perot24
tos discutidos por los filósofos de la ciencia. La historia de la ciencia, de 
sus productos y, también, de sus procesos, es un punto de central rele-
vancia para el conocimiento del pensamiento científico al que estamos 
aquí dedicados. El objetivo principal de este capítulo es favorecer la 
identificación, comprensión y análisis de los episodios históricos y de-
sarrollos teóricos implicados en dos de las construcciones intelectuales 
más importantes de la historia del pensamiento científico de Occidente: 
la revolución copernicana y la revolución darwiniana.
El capítulo I se divide en dos partes. La primera está dedicada al estudio 
de la constitución de la física moderna y al gran sistema teórico sobre el 
cual se impuso: la concepción aristotélico- ptolemaica. La segunda parte 
se ocupa del surgimiento de la teoría de la evolución y de la conforma-
ción de la biología moderna. La noción de revolución, empleada univer-
salmente para referirse a ambos procesos científicos, será analizada más 
adelante, cuando se discutan las ideas sobre la naturaleza de las teorías 
científicas y del progreso científico a partir del capítulo IV. Conviene ade-
lantar, sin embargo, algunas cuestiones. La idea de revolución es antigua 
y proviene de la astronomía; una revolución es la expresión empleada 
para un ciclo que concluye y vuelve a empezar. De esta manera, su con-
cepto se refiere a aquello que vuelve a su origen y retoma su curso. A 
partir de la modernidad, la idea de revolución adquiere un rasgo más: 
la revolución pasa a ser, también, aquello que da lugar a lo nuevo. Así, 
su volver a empezar involucra la aparición de algo distinto, algo que no 
estaba antes. Las llamadas revoluciones científicas –no solo la revolución 
copernicana y la darwiniana– son ejemplos de esto último: el poner en 
cuestión un gran conjunto de saberes acumulados, asociados a un ciclo 
previo que se cerraba, y un volver a empezar a partir de nuevas bases. 
A continuación, esta formulación que, presentada de este modo, puede 
resultar abstracta, y lo es, adquirirá un significado mucho más concreto.
Teorías de la ciencia. Primeras aproximaciones. 25
1. Primera parte
La Revolución copernicana
Entre los siglos XV y XVIII, Europa experimentó una gran transforma-
ción cultural dando lugar a la sociedad moderna que proveería las bases 
simbólicas y materiales de la vida política y civil actuales -propiedad 
privada, derechos individuales, libertad religiosa, estados constituciona-
les laicos, democracia. Estos cambios se vieron reflejados en el arte, la 
tecnología, la música, la producción de bienes y en el lugar otorgado a las 
creencias religiosas. La ciencia no estuvo ajena a estas transformaciones 
y la Revolución copernicana, de la que nos ocuparemos en esta primera 
parte del documento, es un desarrollo crucial en la transformación que 
sufrió la concepción de la naturaleza y de la ciencia natural.
La Revolución copernicana tiene como hito la publicación del libro 
Sobre las revoluciones de las esferas celestes (Copérnico, 1543) de 
Nicolás Copérnico (1473-1543), conocido abreviadamente en latín 
como De revolutionibus. En este, Copérnico proponía una nueva con-
cepción del cosmos a fin de ordenar y comprender las observaciones 
astronómicas realizadas hasta ese entonces. La idea principal era ex-
plicar los movimientos de las estrellas, el Sol, la Luna y los planetas 
partiendo de la base de que la Tierra giraba alrededor del Sol. Es decir 
proveer una explicación astronómica precisa a partir de un cambio 
en la cosmología (concepción del universo). Si bien, desde el punto 
de vista cosmológico esta idea no era nueva, ya la había desarrollado 
el astrónomo griego Aristarco de Samos (c. 310 a.C. – c.230 a.C.), 
Copérnico fue el primero que la desarrolló sistemáticamente, satisfa-
ciendo las exigencias profesionales de la comunidad de astrónomos; 
es decir, fue el primero que hizo el arduo trabajo de cálculo, trabajo 
que demoró décadas. 
Ginnobili, Destéfano, Haimovici, Narvaja, Perot26
En los años sucesivos a la publicación del De revolutionibus, las ideas co-
pernicanas ganaron cada vez un mayor número de adeptos, pero la propuesta 
planteaba un conjunto de problemas a resolver, no solo desde el punto de 
vista de la astronomía (abocada a predecir y describir matemáticamente los 
cambios de posiciones de los astros), sino también para la física (ocupada 
del cambio en general y de los movimientos de los objetos en la Tierra) y 
para la cosmología (que busca presentar una imagen acerca del universo). La 
respuesta a estos interrogantes supuso una nueva cosmovisión que solo se iría 
conformando a través de un trabajo colectivo y continuo hasta adquirir su for-
ma más o menos definitiva con el trabajo de Isaac Newton (1642-1727), en el 
siglo XVII, y los posteriores de Pierre Simon Laplace (1749-1827), Simeón 
Denis Poisson (1781-1840) y William Hamilton (1805-1865).
En este capítulo, presentaremos los principales acontecimientos que 
conformaron la Revolución copernicana y plantearemos algunas cues-
tiones que contribuyan a ordenarlos.
1.1. Astronomía, cosmología y física 
Si bien egipcios y babilonios, antes, y chinos, mayas e indios, en otras 
latitudes, observaron el cielo con precisión, elaboraron calendarios, 
predijeron eclipses y pensaron acerca de la naturaleza del mundo que 
nos rodea, fueron los griegos quienes a partir del siglo VI antes de Cris-
to iniciaron la tradición científica occidental en la que posteriormente se 
inscribirían los trabajos de los filósofos y científicos modernos, defen-
sores del copernicanismo. Pero ¿por qué?, ¿qué hicieron los griegos? 
La diferencia fundamental entre los trabajos e investigaciones realiza-
dos por los filósofos griegos a partir del siglo VI a.C. y los de sus pares 
de la Mesopotamia asiática y de Egipto fue el carácter “racional” de sus 
explicaciones de los fenómenos celestes y terrestres.
Teorías de la ciencia. Primeras aproximaciones. 27
Si bien hay muchas clases de explicación, quizás la caracterización más 
justa sea decir que una explicación es la respuesta a la pregunta por un 
porqué. Si se preguntara: ¿Por qué durante el día hace más calor que du-
rante la noche?, una explicación sería la respuesta: “Porque el Sol, que 
es la fuente de luz es también fuente de calor, así que día y calor van de 
la mano.” Si se preguntara: ¿Por qué se hundióel Titanic?, podrían dar-
se varias explicaciones, “Porque chocó con un iceberg”, “Porque dejó 
de estar lleno de aire y, entonces, su peso fue mayor al del agua que su 
volumen desplazaba”, “Por la ambición de los dueños de la compañía 
White Star que querían que atravesara el Atlántico en tiempo récord”. 
Si se preguntara: ¿Por qué un ciclista está pedaleando en dirección su-
doeste?, una explicación podría ser: “Porque quiere llegar a un lugar 
que está en esa dirección”. Finalmente, si se preguntara: ¿Por qué todo 
lo que nace tiene que morir? Una explicación sería: “Porque así lo han 
dispuesto los dioses”. Todas estas preguntas son legítimas en su contex-
to y, en ese contexto, también lo son sus respuestas, las explicaciones. 
Los griegos tomaron dos decisiones fundamentales con respecto a las explica-
ciones. En primer lugar, excluir aquellas que involucraban elementos sobre-
naturales o extranaturales. Es decir, los griegos desarrollaron una cosmovisión 
en la cual los fenómenos que tienen explicación son explicados apelando a la 
naturaleza de las cosas, sin la intervención de dioses o de otros elementos má-
gicos y adecuando permanentemente esas explicaciones a las evidencias que 
ofrece la experiencia. En segundo lugar, vincular las preguntas por el cambio, 
el movimiento y la naturaleza de las cosas en general, de las que se ocupa la 
física, con aquellas acerca de los fenómenos que se observan en los cielos -el 
día y la noche, las estaciones del año y el calendario- a los que se dedicaba la 
astronomía, y con las preguntas más filosóficas acerca de la forma y estructura 
del universo y del mundo en que vivimos, preguntas cosmológicas.
De este modo, entre los siglos VI a. C. y II de nuestra era, se fue con-
formando una cosmovisión científica de la naturaleza que debía incluir 
Ginnobili, Destéfano, Haimovici, Narvaja, Perot28
una explicación coordinada de los fenómenos astronómicos celestes, 
los fenómenos físicos terrestres y una imagen acerca de la forma del 
universo en el cual ocurrían. Cosmovisión en la cual la explicación de 
los fenómenos debía residir en la naturaleza misma de las cosas.
1.2. Los fenómenos celestes
Los principales fenómenos cíclicos terrestres -el día y la noche y las 
estaciones del año- están fuertemente correlacionados con fenómenos 
cíclicos celestes– las posiciones relativas y movimientos del Sol y las 
estrellas. Como consecuencia de esta correlación, y siendo de fundamen-
tal importancia para las sociedades antiguas y modernas que dependen 
fuertemente de la agricultura, conocer y prever la llegada del invierno y 
del verano, de la temporada de lluvias o de inundaciones, resultaba esen-
cial también poder determinar y prever los movimientos de los cuerpos 
celestes. Dado que la diferencia entre los días y las noches así como las 
estaciones del año son por todos bien conocidos, esta sección está dedica-
da a presentar sus contrapartes celestes, es decir, a la cuestión de: ¿cuáles 
son los fenómenos celestes que se repiten cíclicamente? 
Incluso la mirada más casual al cielo nota un cambio cíclico que se re-
pite más o menos regularmente: la alternancia del día y la noche. Cada 
mañana, el Sol aparece en algún punto del este, mientras está presente 
es de día y, cuando ha desaparecido en algún punto del este, cae la no-
che. Los demás fenómenos celestes exigen una observación más atenta, 
pero no son en esencia más complejos que el recién mencionado.
La mayor parte de los puntos luminosos que se observan en el cielo 
durante las noches despejadas se desplazan conjuntamente, esta cons-
tancia de sus posiciones relativas hace que el aspecto del cielo sea se-
mejante cada noche y a lo largo de la misma. Desde antiguo, algunos 
Teorías de la ciencia. Primeras aproximaciones. 29
conjuntos de esos puntos luminosos, a los que se suele llamar constela-
ciones, han adquirido nombres en función de su forma: así la constela-
ción de Orión, la Osa mayor, y muchas otras (ver Figura 1).
Figura 1. Panorama celeste y la representación de algunas de sus constelaciones
Una segunda característica de los puntos luminosos que conforman las 
constelaciones, además de conservar sus posiciones relativas, es que se 
mueven describiendo círculos a velocidad constante de este a oeste, es 
decir, en el sentido contrario al de las agujas del reloj si se mira al norte. 
El tiempo que estas luces emplean en completar una vuelta es de 23 horas 
y 56 minutos (duración del llamado día sideral). Aquellos puntos lumi-
nosos que cumplen estas condiciones son llamadas estrellas fijas (por la 
invariabilidad de las figuras que conforman). En el polo norte celeste, 
centro de los círculos descriptos, se encuentra la denominada estrella po-
lar, solo visible desde el hemisferio norte, que no cambia de posición de 
forma apreciable y es visible durante toda la noche (ver Figura 2).
Figura 2. El movimiento diario de 
las estrellas, mirando hacia el 
norte desde el hemisferio norte
Ginnobili, Destéfano, Haimovici, Narvaja, Perot30
Al mirar hacia el sur desde nuestro hemisferio, en el polo sur celeste, 
no hay una estrella en el centro de giro, pero lo que se observa es seme-
jante: estrellas describiendo círculos concéntricos, las más cercanas al 
polo, círculos más pequeños y siempre visibles, y las más lejanas, cír-
culos mayores. Al igual que el Sol, las estrellas más lejanas a los polos 
“salen” y “se ponen”, es decir, solo son visibles únicamente durante 
parte de la noche.
Los movimientos del Sol
El Sol es el cuerpo celeste más llamativo, su presencia o ausencia deter-
minan el día y la noche y, no menos importante, su movimiento está aso-
ciado a las estaciones del año. Al igual que las estrellas, el Sol presenta 
un movimiento diario en sentido antihorario, es decir de este a oeste, 
empleando en ello 24 horas. De este modo, el día sidéreo y el día solar 
no coinciden (23 horas 56 minutos contra 24 horas). La consecuencia 
principal de esta diferencia es el cambio en la posición relativa del Sol 
con respecto a las estrellas fijas. Si bien, para observar este cambio sería 
necesario poder ver simultáneamente al Sol y a las estrellas fijas, lo cual 
no es posible porque cuando el Sol está presente las estrellas fijas no son 
visibles, desde antiguo se emplea un método de observación indirecto. 
Tal método consiste en el registro de las posiciones de las estrellas fijas 
que aparecen inmediatamente después de la puesta del Sol. A lo largo 
de un año, puede observarse un cambio progresivo, consecuencia de los 
4 minutos de diferencia entre el día sidéreo y el solar. 
Imagínese una carrera de atletismo en pista, en la cual un larguísimo 
pelotón de corredores da una vuelta a la misma demorando 23 horas 56 
minutos, en tanto que un corredor solitario demora 24 horas en dar la 
misma vuelta. La carrera se da en la oscuridad y una fuerte luz ilumina 
y sigue al corredor solitario (que acaso es popular y tiene mejores patro-
Teorías de la ciencia. Primeras aproximaciones. 31
cinadores que los demás). Cada vez que el corredor pasa por la salida se 
saca una foto. En la largada se observará al corredor solitario en cierto 
punto del pelotón, al completar su primera vuelta, 24 horas más tarde, 
la foto evidenciará un cambio en la posición del corredor con respecto 
al pelotón (que lo ha adelantado en 4 minutos), lo mismo en la segunda 
vuelta y así sucesivamente. Si tras muchas vueltas se superpusieran las 
fotos de cada paso por el punto de partida, podría verse un movimien-
to aparente del corredor solitario recorriendo el pelotón hacia atrás. Si 
la carrera tiene lugar en sentido antihorario, las fotos evidenciarían un 
movimiento del corredor solitario en sentido horario. Ese corredor soli-
tario es el Sol, que a lo largo de un año, además de su movimiento este-
oeste diario, parece tenerun movimiento anual en el sentido contrario 
(oeste-este) con respecto a las estrellas fijas. 
Ya desde la antigüedad, y antes incluso de que lo hicieran los griegos, 
los primeros astrónomos registraron de manera metódica las posiciones 
sucesivas del Sol sobre el fondo de las estrellas fijas a lo largo de un 
año y determinaron que el recorrido anual del Sol describía un círculo 
que no coincidía en su eje con respecto al de las demás estrellas. Esto 
suponía una segunda diferencia con respecto a las estrellas fijas (la pri-
mera es la que se acaba de señalar, la diferencia entre el día sidéreo y el 
solar), las estrellas fijas siempre se mantienen a la misma distancia de 
los polos. Si una estrella se encuentra a 30º de la estrella polar su giro 
siempre la mantendrá a la misma distancia (la imagen del movimiento 
diario de las estrellas, Figura 2, es la misma para cualquier día del año). 
Los movimientos diarios del Sol durante una época del año describen 
círculos más cercanos al polo norte celeste y otras más cercanas al polo 
sur. Veremos, a continuación, que el cambio de la cercanía del círculo 
diario del Sol a los polos es la causa de las estaciones.
Ginnobili, Destéfano, Haimovici, Narvaja, Perot32
Figura 3. Incidencia de los rayos del Sol en solsticios (23,5º al norte y al sur del Ecuador) y en los equi-
noccios (coincidiendo con el Ecuador)
Como se evidencia en la Figura 3, hay cuatro puntos claves en el re-
corrido anual del Sol: los puntos extremos norte y sur, que definen los 
llamados solsticios, y los puntos medios, que definen los equinoccios. 
El primero de ellos se corresponde al 22 de diciembre (solsticio de ve-
rano del hemisferio sur); alrededor de esa fecha, el Sol se encuentra 
más cercano al polo sur, los días son más largos que las noches, en 
nuestro hemisferio la Tierra recibe los rayos solares de forma directa 
y la temperatura asciende. El segundo es nuestro solsticio de invierno 
(22 de junio), en esa fecha el Sol sale y se pone más cerca del norte, las 
noches son más largas, la incidencia de los rayos solares sobre nuestro 
hemisferio es oblicua y las temperaturas más bajas. En tercero y cuarto 
lugar, tenemos los equinoccios de primavera (23 de septiembre) y de 
otoño (21 de marzo). En estos puntos el Sol se encuentra equidistante 
de ambos polos, sale por el este (y no por el noreste o sudeste como en 
los solsticios) y se pone por el oeste (y no por el noroeste o sudoeste 
como en los solsticios). En estas fechas, la duración de días y noches es 
aproximadamente la misma. 
Para dar una idea más clara de lo que acabamos de decir puede resultar 
conveniente desarrollar un ejemplo. Tomaremos cuatro ciudades: Bue-
Teorías de la ciencia. Primeras aproximaciones. 33
nos Aires (34º, latitud Sur), Nueva York (40º, latitud norte), Quito (si-
tuada sobre el ecuador, capital de Ecuador) y Nuuk, principal ciudad de 
Groenlandia (64º, latitud norte). En el solsticio de diciembre, en Buenos 
Aires es verano y los días son sensiblemente más largos que las noches, 
mientras que Nueva York se encuentra en pleno invierno con días cortos 
y noches más largas. Inversamente ocurre el 22 de junio, cuando aquí 
es invierno y en Nueva York verano. En Nuuk, que se encuentra dentro 
del círculo polar ártico, durante el solsticio de diciembre, y en los días 
previos y subsiguientes, la noche dura veinticuatro horas; el Sol hace 
su recorrido tan al sur que nunca aparece sobre el horizonte. Contraria-
mente, en el solsticio de junio se experimenta el llamado Sol de media 
noche y el día dura veinticuatro horas; el Sol se encuentra tan al norte 
que no llega a ponerse en el horizonte. La situación en Quito, situada 
sobre el ecuador, ofrece una duración semejante del día y de la noche 
durante todo el año y, al igual que las áreas que se encuentran entre los 
trópicos, ofrece un clima en el cual las estaciones del año no se corres-
ponden directamente con una variación de temperaturas. 
Figura 4. Recorrido diario del Sol en el solsticio de junio visto desde Nuuk, Nueva York y Quito
Para concluir con las observaciones que corresponden al Sol, menciona-
remos un último fenómeno, de menor relevancia pero que no podemos 
omitir, llamado precesión de los equinoccios. Hemos dicho que el Sol 
hace un recorrido en dirección horaria sobre el fondo de estrellas fijas. 
Esto permite establecer la medida de un año como el tiempo que requie-
re al Sol en volver a pasar sobre una determinada constelación. Este año 
se denomina año sidéreo y su duración es de 365 días, 6 horas, 9 minutos 
Ginnobili, Destéfano, Haimovici, Narvaja, Perot34
y 9 segundos. Hemos dicho, también, que el Sol pasa por dos puntos ex-
tremos al norte y al sur, denominados solsticios. Esto permite, también, 
establecer la medida de un año como el tiempo que requiere al Sol el 
volver a situarse en el extremo norte o sur de su recorrido. Este año se 
denomina año trópico, y su duración es de 365 días, 5 horas, 48 minutos 
y 45 segundos. Resulta, así, evidente que el año sidéreo y el año trópico 
no coinciden. El efecto de este desfasaje es que el inicio de las estaciones 
se anticipa cada año. Este adelantamiento, no obstante, es mínimo y, en 
la medida de la vida humana, imperceptible. Para que el desajuste fuera 
de una estación completa sería necesario esperar 6.500 años.
Los movimientos lunares
Los movimientos de la Luna son análogos a los del Sol. Por un lado, un 
movimiento diario en sentido antihorario (semejante al de las estrellas fi-
jas) y un movimiento mensual en la dirección contraria (análogo al anual 
del Sol) a través del fondo de estrellas fijas, demorando en volver a pasar 
por delante de la misma constelación 27 días 7 horas 43 minutos (mes 
sidéreo). Por otra parte, la Luna manifiesta fases que se suceden, tam-
bién, cíclica y mensualmente de la Luna llena a la nueva pasando por los 
cuartos creciente y menguante. Estas fases dependen de las posiciones 
relativas del Sol, la Tierra y la Luna y se repiten cada 29 días, 12 horas 
44 minutos (mes sinódico). Los eclipses solares y lunares son, asimismo, 
consecuencia de las posiciones relativas de los tres astros.
Los movimientos planetarios
Finalmente, pero constituyendo un punto central para la discusión pos-
terior, es necesario referirse a los planetas, también conocidos como as-
tros errantes, luces cuyos movimientos resultan mucho más complejos 
y difíciles de describir y, consecuentemente, prever. A ojo desnudo, es 
decir, sin instrumentos ópticos como el telescopio, pueden observarse 
Teorías de la ciencia. Primeras aproximaciones. 35
cinco planetas desde la Tierra: Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Satur-
no (Hermes, Afrodita, Ares, Zeus y Cronos respectivamente, para los 
griegos). Todos ellos comparten el movimiento diurno de las estrellas 
fijas en dirección antihoraria. Asimismo, al igual que el Sol y la Luna, 
se desplazan sobre el fondo de las estrellas fijas en dirección horaria (es 
decir, hacia el este). Así como la Luna tiene un período de un mes y el 
Sol de un año, cada planeta tiene su período característico, siendo el más 
breve el de Mercurio (de aproximadamente un año) y el más largo el 
correspondiente a Saturno (de aproximadamente 29 años). Los planetas 
manifiestan, además, una característica particular que es común a todos 
ellos: el fenómeno de las “retrogradaciones” (ver Figura 5). Su recorrido 
cíclico en dirección este no se da a velocidad constante, sino que, a ve-
ces, parecen detenerse, avanzar sobre el fondo de estrellas fijas en direc-
ción oeste y, luego, volver a retroceder. Varían, además, sus posiciones 
con respecto al polo Norte celeste (y al Sol), pueden estar más al norte, o 
más al sur (hasta un máximo de 8º al norte o al sur del Sol).
Figura 5. Posiciones diarias sucesivas de un planeta en plena retrogradación
Mencionamos másarriba que el movimiento anual del Sol era análogo 
al de un corredor solitario en una carrera en pista. El movimiento de 
Ginnobili, Destéfano, Haimovici, Narvaja, Perot36
los planetas es semejante, con una complicación ulterior. La pista ahora 
es como las de ciclismo (con los carriles centrales a una altura inferior 
a los carriles externos). El movimiento diario del pelotón en dirección 
antihoraria sigue inalterado. Allí, el Sol cada día atraviesa la meta ro-
deado de atletas un poco más atrasados del largo pelotón. Los planetas 
hacen algo distinto en cada vuelta. Si bien, en líneas generales van que-
dando rezagados, como el Sol, algunas vueltas se atrasan más y otras 
menos. A veces, por algunas vueltas mantienen su posición relativa con 
respecto al pelotón, e incluso, ganan posiciones para luego volver a 
perderlas. En ese avance y retroceso de posiciones, van cambiando de 
carriles, en algunas ocasiones se los observa cruzando la meta más arri-
ba, en los carriles externos, y otras más abajo, en los internos. 
Bien podría continuarse con la enumeración de fenómenos, hay muchos 
que no se han mencionado, apenas hablamos de los eclipses y todo ha 
sido presentado sin entrar en demasiados pormenores. Pero los fenóme-
nos presentados hasta aquí, que atañen a los movimientos diarios, men-
suales y anuales de estrellas fijas, el Sol, la Luna y los planetas constitu-
yen el núcleo central de los enigmas que la astronomía antigua y moderna 
intentaron resolver. En la sección siguiente presentaremos, de modo es-
quemático, los dos modelos explicativos rivales que protagonizaron la 
revolución copernicana: el modelo geocéntrico y el heliocéntrico. 
1.3. Dos máximos modelos del mundo
En el apartado anterior se han esbozado los principales fenómenos cí-
clicos que pueden observarse y vivenciarse desde la Tierra. Ellos cons-
tituyen los fenómenos astronómicos básicos, aquellos que la Astrono-
mía tiene interés en explicar. Históricamente, desde el punto de vista 
astronómico ha habido dos propuestas de explicación o modelos: el mo-
delo geocéntrico y el heliocéntrico. De acuerdo con el primer modelo, 
Teorías de la ciencia. Primeras aproximaciones. 37
como desarrollaremos luego, la Tierra se encuentra quieta en el centro 
de nuestro sistema planetario, siendo el punto de referencia fijo de los 
movimientos de los demás cuerpos. De acuerdo con el segundo, es el 
Sol el que cumple esa función. Ambas posiciones pretenden dar cuenta 
de los fenómenos y responder a los intereses prácticos de la astrono-
mía (elaboración de calendarios). Ambas posiciones, que luego desa-
rrollaremos como anticopernicana y copernicana, tienen no obstante, 
implicancias físicas y cosmológicas distintas. En el presente apartado, 
nos concentraremos en la forma en que pueden explicarse algunos de 
los fenómenos que acabamos de presentar mediante la elaboración de 
modelos. En particular, en la explicación que los modelos geocéntrico 
y heliocéntrico pueden ofrecer del movimiento diario de las estrellas, 
del día y la noche y las estaciones del año. El objetivo principal en-
tonces es lograr comprender la labor de elaboración de modelos de los 
astrónomos. La pregunta central será pues: ¿qué movimientos y eventos 
deberían ocurrir para que se observe lo que se observa? Interrogante 
asociado a la pregunta cosmológica: ¿qué forma tiene el universo? Cu-
yas respuestas deben ser compatibles, como veremos luego, no solo con 
los fenómenos celestes observables desde la Tierra, sino también con 
los principios físicos que rigen el movimiento y la naturaleza material 
de las cosas sobre la Tierra. 
Tanto los modelos geocentristas como heliocentristas coinciden en mo-
delar las estrellas fijas como si estuviesen situadas en la superficie de 
una enorme esfera dentro de la cual se encuentran el Sol, la Tierra y los 
planetas (ver Figura 6). También, acuerdan en que las luces que brillan 
en el cielo son efectivamente cuerpos materiales y de forma aproxima-
damente esférica, al igual que la Tierra. Aquí comienzan las diferencias.
Ginnobili, Destéfano, Haimovici, Narvaja, Perot38
Figura 6. Esfera imaginaria de las 
estrellas fijas
Comencemos por los movimientos diarios. Según el modelo geocen-
trista y geostático (de acuerdo con el cual, como ya dijimos, la Tierra se 
encuentra en el centro del universo y quieta), el movimiento diario de 
las estrellas en dirección antihoraria se explica por el giro de la esfera 
de las estrellas fijas, cuyo eje, que tiene en el polo Norte celeste a la 
estrella polar, coincide con el eje terrestre). De acuerdo con este mismo 
modelo, el Sol también da una vuelta en sentido antihorario alrededor 
de la Tierra, solo que algo más lento que las estrellas fijas (4 minutos 
más lento), (ver Figura 7). Se explican así, tanto el movimiento diario 
de las estrellas, como el día y la noche y el retraso del Sol.
Figura 7. Movimientos diarios de las estre-
llas fijas (23 horas 56 minutos) y del Sol 
(24 horas) con la Tierra en el centro
Según el modelo heliocentrista y heliostático (de acuerdo con el cual, 
como ya dijimos, el Sol se encuentra en el centro y quieto), el movimien-
to diario de las estrellas en dirección antihoraria se explica por el giro de 
la Tierra sobre su propio eje en dirección horaria. Así, el movimiento de 
Teorías de la ciencia. Primeras aproximaciones. 39
las estrellas sería solo aparente. Del mismo modo, sería aparente el mo-
vimiento diario del Sol, también quieto y efecto de la rotación terrestre. 
Siendo así, cabe preguntarse: ¿por qué el Sol cambia su posición relativa 
con respecto a las estrellas? La respuesta a este interrogante involucra 
considerar ya no únicamente, el movimiento diario, sino también el anual.
Figura 8. Movimiento anual de 
la Tierra alrededor del Sol
Si se observa la Figura 8, se verá la clave explicativa del heliocentrismo 
a la pregunta que acabamos de formular y, además, el principio de la 
explicación de los fenómenos del Sol de medianoche y las estaciones 
del año. De acuerdo con este modelo, la Tierra se traslada anualmente 
alrededor del Sol en sentido horario. Según el modelo, el cambio de 
posición relativa del Sol sobre el fondo de estrellas fijas se debe a la 
traslación terrestre (ver Figura 9).
 
Figura 9. Movimiento aparente 
del Sol sobre el fondo de las 
estrellas fijas
Ginnobili, Destéfano, Haimovici, Narvaja, Perot40
Se observará, además, que el eje de rotación diaria de la Tierra y el plano 
de la órbita de traslación anual no coinciden, más precisamente, que el eje 
de rotación terrestre se encuentra inclinado 23,5º con respecto a la órbita 
terrestre. Se explica así el movimiento aparente en dirección norte-sur 
del Sol con respecto al fondo de estrellas fijas, por el cambio de posi-
ciones relativo a los polos terrestres. En el solsticio de enero, el polo Sur 
gira de cara al Sol, en tanto que en el de junio el polo Norte lo hace. En 
los equinoccios, en cambio, la dirección de la rotación terrestre no hace 
diferencia con respecto a la posición del Sol (Figura 3). El Sol de media 
noche, así como los días en que no sale el Sol, en las cercanías de los 
polos Norte (al norte del círculo polar ártico, 66,5º latitud norte) y Sur (al 
sur del círculo polar ártico, 66,5º latitud sur) terrestres son así explicados 
de una forma bastante evidente. 
La explicación de las estaciones del año por parte del modelo geocéntrico 
es sumamente interesante. El movimiento anual del Sol alrededor de la 
Tierra describiría un espiral descendente desde el solsticio de junio al 
de enero y ascendente de enero a junio (Figura 10). De este movimiento 
en espiral, pueden abstraerse dos movimientos, el movimiento circular 
diario y el movimiento anual desde los 23,5º al norte del ecuador celeste 
hasta los 23,5º al sur del mismo y deregreso en sentido horario a través 
del fondo de estrellas fijas. 
 
Figura 10. Movimiento anual del 
Sol de acuerdo con el modelo 
geocéntrico. Noten la eclíptica 
y consideren que se trata de un 
modelo simplificado, ya que 
en un modelo preciso la espiral 
debería contener más de 180 
vueltas descendentes y otras 
tantas ascendentes.
Teorías de la ciencia. Primeras aproximaciones. 41
Ambos modelos permiten explicar, de acuerdo con lo visto, los mismos 
fenómenos. Cada uno de ellos, no obstante deja abiertos ciertos interro-
gantes. Los enigmas del modelo heliocéntrico son esencialmente dos: 
el problema de la paralaje (¿si la Tierra se traslada, cómo es que durante 
todo el año el eje de rotación sigue apuntando a la estrella polar?), y el 
de la Tierra móvil (¿si la Tierra gira sobre su propio eje demorando 23 
horas 56 minutos al día en sentido horario, cómo es que un pájaro puede 
volar tanto en ese sentido como en el contrario?). Los enigmas que pre-
senta el modelo geocéntrico se manifiestan especialmente al considerar 
el movimiento de los astros errantes, los planetas ¿por qué se mueven 
de forma tan irregular? Tal fue la mayor dificultad que debió enfren-
tar la astronomía antigua. A continuación, comenzaremos el recorrido 
histórico y la evolución de las ideas que hasta aquí hemos presentado 
esquemáticamente.
1.4. La ciencia aristotélica, cosmología y física
En la física de Aristóteles (384 a.C.-322 a.C.), como en la de Newton, 
ninguna comprensión cosmológica es posible sin considerar por partes 
iguales a la teoría de los cielos o astronomía y a los principios de la 
física terrestre. En el caso de la de Aristóteles, por su oposición, y en 
la de Newton, por su coincidencia, como veremos luego, una visión de 
conjunto es iluminadora.
El universo aristotélico, basado en la cosmología de Eudoxo (c.390 
a.C.- c.337 a.C.), consistía en una esfera cuyos límites exteriores coin-
cidían con los del espacio. Tanto las estrellas como el Sol, la Luna y los 
planetas estaban engarzados, fijos, en esferas transparentes y concén-
tricas, superpuestas unas sobre otras. Fuera de la esfera más exterior 
no había materia ni, en consecuencia, nada, ni siquiera espacio vacío. 
La idea misma de la posibilidad de espacio sin materia resultaba como 
Ginnobili, Destéfano, Haimovici, Narvaja, Perot42
una abstracción absurda y solo sería reivindicada en la modernidad. El 
universo estaba cualitativamente dividido en dos. Por un lado, el mundo 
sublunar (todo aquello inscripto dentro de la esfera lunar, es decir, entre 
la Luna y el centro de la Tierra) y, por otro, el supralunar (la esfera lunar 
y todo lo exterior a ella hasta los confines del universo). En el centro de 
este universo se hallaba la Tierra (ver Figura 11).
El éter, un sólido cristalino, llenaba el espacio comprendido entre la 
esfera de las estrellas fijas y la de la Luna, siendo el elemento material 
más abundante. De éter estaban constituidos los planetas, recordemos 
que la Tierra no era considerada un planeta en este contexto, las estre-
llas fijas y las distintas esferas que rotaban articulando sus movimien-
tos. El movimiento de la esfera de las estrellas fijas arrastraba a la esfera 
inmediatamente inferior y aquella a la siguiente hasta que el movimien-
to era transmitido a la esfera más pequeña e interna, la cual producía el 
movimiento lunar. Esta última esfera constituía el límite interno de los 
cielos (Kuhn, 1978, 118).
Figura 11. El universo aristotélico en dos dimensiones, plano cenital
Teorías de la ciencia. Primeras aproximaciones. 43
La materia del mundo sublunar está compuesta por cuatro elementos o 
cuerpos simples: Tierra, Agua, Aire y Fuego (Aristóteles, 1952 A. II 1). Su 
distribución, de no mediar la intervención de otros factores hubiera sido 
similar a la de los cielos y formando cuatro esferas. La inferior y central de 
ellas constituida de tierra, a su alrededor se ubicaría el agua, luego el aire y, 
por encima de ellos y debajo de la esfera lunar, el fuego. En este estado de 
equilibrio, los elementos permanecerían en reposo indefinidamente en sus 
lugares naturales. No obstante, el mundo sublunar no se encontraba en ese 
estado y la influencia de los astros, el desorden, la generación y corrupción 
de distintas substancias individuales (animales, árboles, objetos) producían 
la diversidad que se manifiesta a nuestro alrededor.
Las leyes que rigen los movimientos de los objetos del mundo sublunar 
parten de las mencionadas características o tendencia al equilibrio de los 
cuatro cuerpos simples. La tierra y el agua tienden hacia su “lugar natu-
ral” en el centro del universo1. El aire y el fuego buscan el suyo al alejarse 
del centro del universo. Los cuerpos terrestres están compuestos, por lo 
general, por los cuatro cuerpos simples en distintas proporciones y su mo-
vimiento natural depende del elemento que se encuentra en ellos en mayor 
proporción (Aristóteles, 1952 C, II 8). Una de las consecuencias de estas 
tendencias naturales es la coincidencia del centro de la Tierra con la del 
centro del universo, de la cual se deriva accidentalmente que los cuerpos 
graves, al buscar su lugar natural en el centro del universo tienden hacia 
el de la Tierra (Aristóteles, 1952 B, II 14). Los movimientos naturales en 
el mundo sublunar, en consecuencia, son rectilíneos (ya sea alejándose o 
acercándose al centro del universo). Los movimientos naturales en el mun-
do supralunar son en cambio circulares a velocidad uniforme (idealmente 
manteniéndose a distancia constante del centro del universo). 
1 En El nacimiento de una nueva Física, capítulo II, Bernard Cohen (1989) elabora una interesante 
reconstrucción de las leyes aristotélicas del movimiento, según la cual la velocidad de los movimientos 
naturales de los cuerpos sería proporcional a su “pesantez” e inversamente proporcional a la resistencia 
ejercida por su medio circundante.
Ginnobili, Destéfano, Haimovici, Narvaja, Perot44
Además de los movimientos naturales de los cuerpos simples hacia 
el centro del universo o en la dirección contraria, existen movimien-
tos violentos o forzados. Estos son producto de la intervención de una 
fuerza exterior sobre algún cuerpo físico alejándolo de su lugar natu-
ral. Supone así la aplicación de una fuerza determinada que vence la 
resistencia natural del cuerpo a permanecer en su sitio y, también, el 
equilibrio en el cual se encontraba. Una vez concluida la intervención 
de dicha fuerza, el cuerpo vuelve o tiende a volver a su lugar natural 
restableciéndose el equilibrio perdido una vez que este alcanza su meta 
(Koyré, 1966, 9-10).
Las leyes físicas y tendencias mediante las cuales se explican la caída, 
la flotación o el ascenso de los cuerpos simples, parecen expresar regu-
laridades que se cumplen siempre. No obstante, dada la composición 
compleja de los demás cuerpos y la naturaleza aun más compleja de las 
muchas sustancias, estas generalidades acaban siendo ciertas, solo en 
general, la mayor parte de las veces. 
La esfera de la Luna divide al universo en dos regiones de naturaleza 
completamente distinta: la terrestre, sitio de la generación y la corrup-
ción, y la celeste, eterna e inmutable. Las propiedades de la materia que 
conformaba los cielos, eran completamente adecuadas a dichas caracte-
rísticas. El éter no sufre crecimiento ni disminución, es atemporal, im-
pasible e inalterable. Y lo mismo ocurre con los cuerpos que conforma; 
la Luna, el Sol, los planetas, las estrellas y las esferas que los contienen. 
El movimiento natural de los objetos del ámbito supralunar es circular, 
alrededor del centro del universo. Este movimiento es eterno, recurren-
te, previsible. Nuestras predicciones acerca de él son por siempre ver-
daderas o falsas. Todo lo que hay que explicar sobre ellos cae dentro deregularidades que no admiten excepciones. Allí se aplica el principio 
Teorías de la ciencia. Primeras aproximaciones. 45
de plenitud, todo lo que es posible de los cuerpos celestes, en general, 
es o será el caso en cada uno de ellos (Aristóteles, 1990, IX, 8). Nada 
azaroso ocurre en los cielos; la única descripción de su naturaleza es 
completa y no da lugar a entrecruzamientos de factores pertenecientes 
a esferas distintas. El movimiento celeste es tan irrevocable como el 
pasado. Nada podemos hacer para impedir la ocurrencia de uno o del 
otro. En otras palabras, la física celeste es “determinista”.
Hemos señalado antes que los movimientos y cambios de la región su-
blunar son producidos por los movimientos en el ámbito celeste. Al 
haber sostenido la necesidad y regularidad de estos últimos, podría pre-
guntarse por su relación con los primeros. ¿Cómo puede convivir lo 
necesario con lo contingente (lo que podría ser de otro modo)? ¿Cómo 
pueden interactuar dos mundos sin que azar alguno se transmita hacia 
los cielos o el orden se imponga en la Tierra? Sabemos, por ejemplo, 
que cuando el Sol se encuentra en cierta posición, las temperaturas son 
más cálidas y los días más largos. Pero no todos los ejemplos concebi-
bles son de este estilo. La relación entre ambos mundos, entre ambas 
naturalezas o entre ambas físicas, puede ser problemática. En cualquier 
caso, estas ideas daban un marco cosmológico y físico a la astronomía 
ptolemaica que presentaremos a continuación. Asimismo, y fundamen-
talmente, el carácter necesario de los fenómenos celestes y el contin-
gente de los fenómenos sublunares, dentro de los cuales se inscribe toda 
la actividad humana, justificaba desde el punto de vista epistemológico 
la división del universo en dos. Los objetos de estudio del universo 
sublunar y supralunar eran en esencia distintos y, por ello, correspondía 
que se los estudiara por separado. Este marco es el que comenzaría a 
destruirse a partir del trabajo de Copérnico. 
Ginnobili, Destéfano, Haimovici, Narvaja, Perot46
1.5. La astronomía antigua
En los apartados 1.2 y 1.3 se han descripto los fenómenos celestes vi-
sibles a simple vista y presentado dos modelizaciones alternativas. En 
el apartado 1.4 desarrollamos esquemáticamente la cosmología y físi-
ca aristotélicas. Nos dedicaremos de aquí en más a las explicaciones 
ofrecidas por la astronomía antigua de los movimientos celestes en el 
denominado “universo de las dos esferas”, el cosmos aristotélico.
Que la Tierra era esférica, como ya hemos dicho, jamás estuvo en dis-
puta dentro del ámbito científico. Esta idea era apoyada por numerosas 
observaciones: cuando un barco se aleja de un puerto, lo último que 
desaparece es su mástil; cuando nos alejamos de una montaña lo último 
que desaparece de nuestra vista es su pico, etc. La esfera celeste, a la 
que hemos hecho referencia en la sección 1.4, rodeaba la terrestre te-
niendo en su superficie a las estrellas que vemos durante la noche. 
Los principios fundamentales de la astronomía antigua eran dos: la cir-
cularidad de los movimientos y la constancia de su velocidad. Dicho 
de otro modo, las trayectorias atribuidas a los cuerpos celestes debían 
tener forma circular –o poder conformarse a partir de la combinación de 
círculos, como veremos más adelante– y las velocidades de los cuerpos 
siguiendo en esas trayectorias debían ser siempre las mismas –los cuer-
pos no podían acelerarse ni desacelerarse. Estos principios se encon-
traban en perfecta armonía con la concepción aristotélica del cosmos y 
sustentando asimismo el modelo explicativo geocéntrico y geostático. 
Por otra parte, estos principios ofrecían la explicación más sencilla para 
el movimiento diario de las estrellas fijas, que constituyen la abrumado-
ra mayoría de las luces que se observan en los cielos. Las estrellas fijas 
se mueven a velocidad angular constante, en órbitas circulares cuyo 
tamaño depende de su ubicación con respecto al polo Norte y al Sur 
Teorías de la ciencia. Primeras aproximaciones. 47
celestes. Si bien, como hemos dicho, el movimiento anual del Sol des-
cribía una doble espiral, este podía ser explicado analizándolo como re-
sultado de la composición de dos movimientos circulares de velocidad 
constante (un círculo diario y uno anual, la eclíptica). La explicación 
de los movimientos de los planetas sería análoga: se comprenderían 
mediante la combinación de movimientos circulares. 
La explicación de las retrogradaciones suponía un grave problema: los 
planetas parecen detenerse y retroceder, y eso parecía ser una clara vio-
lación de los dos principios que acabamos de mencionar. Por otra parte, 
¿qué podría cambiar su estado de movimiento si se suponía que nada hay 
en los cielos fuera de estrellas fijas y planetas? Es decir: ¿por qué acelera-
rían o disminuirían su velocidad cuando nada se interponía en su camino?
En el siglo II antes de nuestra era, los astrónomos Apolonio (c.262 a.C.- 
c.190 a.C.) e Hiparco (c.190 a.C.- c.120 a.C.) elaboraron el modelo de 
epiciclos y deferentes. Este modelo era una variación, significativa, de 
la explicación dada al movimiento del Sol, pero en esencia consistente 
con ella: ambos suponían la explicación de un movimiento aparente-
mente anómalo en un movimiento regular a partir de la combinación de 
movimientos circulares. Los planetas se hallaban montados en un círcu-
lo cuyo eje estaba fijado a la esfera que describía su órbita original (Fi-
gura 12). El movimiento de los planetas, así, era un movimiento com-
puesto: el planeta se movía en un círculo superficial llamado “epiciclo” 
(que justamente quiere decir, en griego, “círculo-apoyado-encima”), y 
el epiciclo se desplazaba a lo largo de la circunferencia llamada “defe-
rente”. El centro del epiciclo estaba siempre sobre el deferente y este 
tenía su centro en el de la Tierra. Al variar los tamaños de los epiciclos, 
se podían reproducir retrogradaciones de distintas magnitudes; cuanto 
más grande el epiciclo, mayor la retrogradación. 
Ginnobili, Destéfano, Haimovici, Narvaja, Perot48
Figura 12. El sistema de epiciclos
De este modo, se ofrecía una explicación cualitativa, general, de las 
retrogradaciones. Pero para dar una explicación detallada de los fenó-
menos observados era necesario introducir mayores precisiones: no era 
idéntica la retrogradación de Marte que la de Venus, por ejemplo. Lo 
más importante, sin embargo, fue que a partir de esta teorización pudo 
aumentarse enormemente la exactitud de las observaciones, comparan-
do los datos reales con las predicciones ofrecidas por el sistema teórico. 
De este modo, el modelo explicativo, además de recoger la evidencia 
de observaciones previas establecía predicciones de observaciones nue-
vas, predicciones cuya determinación requería nuevas y más precisas 
observaciones. Fueron Ptolomeo (100-178) y sus sucesores quienes se 
encargaron de esa tarea. 
Sin embargo, el progreso trajo consigo nuevos desafíos; para dar cuenta 
de los datos obtenidos a partir de las observaciones más precisas posi-
bilitadas por la teoría y ajustar a ellos las predicciones, fueron necesa-
rios nuevos epiciclos. Se incorporaron entonces los llamados “epiciclos 
menores”, que servían para eliminar pequeños desacuerdos entre teoría 
y observación. Estos epiciclos menores, círculos montados sobre los 
epiciclos previos, se distinguían de los antes mencionados (conocidos 
como epiciclos mayores) cuya función era la de explicar grandes irre-
Teorías de la ciencia. Primeras aproximaciones. 49
gularidades como las retrogradaciones, en que solo cumplían un rol de 
ajuste y corrección de errores. A este mismo fin se emplearon las lla-
madas ”excéntricas”, círculos en los que el centro de la órbita básica no 
coincidía con el centro de la Tierra, y los “ecuantes”. No es importante 
aquí

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