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la realidad vital desde lo psíquico, y más concreta- mente desde el hecho del conocimiento. Este punto de vista lleva a reconocer la dualidad como carácter primario de la vida humana. Y sólo al intentar precisar el contenido efectivo de esa dualidad se descubre que no es una simple coexistencia, sino una dinámica tensió;. entre dos elementos cuyo ser sólo se constituye en su activa interdependencia. Desde una situación próximt. a ésta, Gratry se desentiende un tanto del hecho de la dualidad para reparar ante todo en el carácter «sucesivo» e inaca- bado del ser humano, en su hacerse a /0 largo de la vida)' no estar nunca ya hecho. En cuanto a Fichte, llega por distinto camino -el primado de la razón práctica .1' la noción del yo puro- al descubrimiento de di- mensiones análogas. En otra dirección. Kierkegaard pone de relieve la finitud, concreción y temporalidad de la existencia. Los supuestos religiosos hacen que Kier- kegaard toque la individualidad rigurosa del hombre y su destino estric- tamente personal. La existencia aparece en él como la mía, la del hombre que cada uno es, en su concreta e insustituible mismidad. Al mismo tiem- po, se siente la oposición entre este modo de ser y el abstracto, universal e intemporal del pensamzento filosófico al uso, y -frente al «racionalis- mo» omnímodo vigente en su tiempo- aparece la vaga conciencia de un irracionalismo, tan fecundo -en cuanto germen de una superación del deficiente racionalismo abstracto- como equívoco y peligroso -en la medida en que tiende a quedarse en mero irracionalismo y no a llevar a una idea superior y más honda de la razón-o En Nietzsche surge la conciencia de valor y estimación -que encubre la evidencia, más profunda e interesante, de que a la vida le es propio un sentido esencial e intrínseco-, y a la vez se acentúa el interés por el individuo como tal, lo cual lleva aparejada una nueva atención por lo social y por la historia. y en Bergson, finalmente, junto a una comprensión del tiempo en sí mismo, en su propio ser peculiarísimo y móvil, como duración -no sólo como finitud y limi~ación, por comparación con la eternidad-, en- 1 ntroducción 27 contramos la interpretación de la vida desde la biología, en relación con la vitalidad universal, aunque tal vez a costa de un parcial olvido del sentido más auténtico -el personal y biográfico- de la vida humana. y llegamos a Dilthey. Sus intuiciones son más amplias, sutiles y profundas que las de todos los pensadores mencionados. Sus medios de captación de la nuevú realidad descubierta y, sobre todo, de conceptua- ción y expresión, son, como ha subrayado Ortega, tenues y sobre manera insuficientes. De una parte sus supuestos filosóficos generales, su situa- ción histórica, y de otra la radical novedad de sus hallazgos, lo obligaron a dejar sólo insinuada su filosofía. Intentemos bosquejar un esquema mínimo de su posición, para hacer posible la comprensión del pensa- miento diltheyano. III LA IDEA DE LA VIDA EN DILTHEY Guillermo Dilthey nació en 1833 y murió en 1911. Pertenece a una generación situada entre la de Gratry, Rosmini, Gioberti, Kierkegaard, y la de Brentano, Nietzsche JI William James. Augusto Comte, nacido en 1798, era dos generaciones anterior; es decir, Dilthey recoge ya, no la influencia de Comte, sino su vigencia intelectual, lo cual es decisivo. A la misma generación de Dilthey pertenecen Hipólito Taine, Ernesto Renan, Spencer, W undt, Federico Alberto Lange. Es la promoción posi- tivista en la que empieza ya a filtrarse el descontento y que intenta eva- dirse, por diversos poros, de sus limitaciones; pero sólo Dilthey lo con- seguirá, no sin permanecer en buena parte preso en el positivismo. Repárese, sin embargo, en la proximidad histórica que encontramos en Dilthey, a diferencia de sus compañeros de g~neración, tan remotos ya, a pesar de la extremada longevidad de W undt, muerto casi ayer, en 1920. Esta dependencia del positivismo y su lucha con él condiciona la obra entera de Dilthey, como ocurre con la de los neokantianos. Dilthey tiene una larga y variada tradición a la espalda; es un hombre de inmensa lectura, muy ocupado en cosas históricas y literarias: todo lo que había de entrar en su concepto de las ciencias del espíritu. En todo filósofo moderno resuena la historia entera de la filosofia, pero en Dilthey actúan especialmente los pensadores de la época moderna: los humanistas del Renacimiento, los hombres de la Reforma, Leibniz, los idealistas alemanes y todo el movimiento romántico: Goethe, Hol- derlin, Novalis; sobre todo Schleiermacher; la Escuela histórica en blo- que; y también Maine de Biran, Comte y, por supuesto, sus contem- poráneos. 28 Julián Marías En la obra de Dilthey se unen y traban de modo peculiar la meta- física, la psicología y la historiaj de manera tan sutil y poco explícit~, que durante mucho tiempo no se ha advertido la presencia de la prt- mera y sólo se ha considerado su aportación capital a las dos últimas (F). Pero Dilthey no hizo, en sentido riguroso, ni una teoría de la vida, ni fina doctrina bistórica, ni un sistema. Lo que hizo fue menos y más: lomar contacto con la realidad de la vida, de un modo desusado y más plano que nadie antes que él. Ortega dice que Dilthey «descubre la Idea de la vida». Pero esta metáfora de descubrir, junto a su sentido directo de des- cubril' o des-velar, cstá cargada, para el hombre moderno, de reminzs- cencias marinas: parece que se trata de ver una nueva realidad -como /l1! continentc- desde lcios 'v hallar I/n camino o método hacia ella, Pero en rif.or el descuhrimiento JI' la vida y de la historia es como el del milI' 1'11 que ya se estl! nal'egando, Todos los hombres viven en la historia, pero muchos no lo sahen, Otros sahen que su tiempo será histórico, pero 110 lo viven como tal. Dilthey 110S trajo el historismo, que es desde lucf.o una doctrina, pero antes 1111 modo tle ser: la conciencia histórica, tratando de quitarle al término conciencia su matiz intelectualista y doc- trinal. Hoy, plenamente sumergidos en este historismo, nos cuesta tra- bajo darnos cuenta de la novedad de ese descubrimiento, Tenemos con- ciencia de estar en IIn tiempo determinado, destinado a pasar como los demás. a ser superado por otro, Tenemos capacidad de transmigrar a otras épocas, y vivimos desde' luego en un mundo constituido directa- mente por la temporalidad, Ante una cosa cualquiera, necesitamos su fecha, su inserción e'} la historia, y sin ella no la entendemos, Todo se nos da incluso en una circunstancia históricaj nuestra visión de una ciudad. por ejemplo, no es la inmediata de lo presente, sino que nos aparece como una acumulación de estratos temporales, como un «resul- tado» histórico, en el que el pasado pervive y que a su vez está cargado de futuro, Para Dilthey, esto tiene una relación estrecha con el escepticismo que provoca el antagonismo de las ideas y los sistemas, La actitud de espíritu en que nosotros vivimos excluye todo lo definitivo; no creemos zanjar para siempre ninguna cuestión, sino decir sobre ella la palabra que nos corresponde a nuestro tiempo, y que está destinada a ser superada o corregida por el tiempo futuro, La visión de la historia en Dilthey es «un inmenso campo de ruinas». Recuérdese que no siempre ha acontecido así. Ha habido largas épocas en que el hombre contemplaba muchas cosas aparte del tiempo, como dotadas de cierta validez intemporal: es el caso de todos los clasicismos, Pero aun en las edades menos serenas y seguras, V precisamente en las que significahan una ruptura con las normas ante- (F) Véase Ortega. Guillermo Dilthel' l' la idea de la vida, Introducción 29 riores, se afirmaba el presente como lo nuevo y al mismo tiempo como lo válido sin más restricción. Frente a la historia como repertorio de I!rrores aparecía e! presente