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EL FASCISMO (espanhol)

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EL FascismO, Vanguardia ExtrEmista dEL capitaLismO2 
presentación 
En el llamado período de entreguerras, 
1918-1939, surge en Europa el fascis-
mo como ideología y movimiento 
político a la vez. Su principal mentor 
fue, como bien se sabe, Benito Musso-
lini. El fascismo, en tanto proyecto 
político, se orienta hacia la instauración 
de una suerte de corporativismo de 
marcado acento totalitario, y un 
modelo económico denominado 
dirigismo. Entre sus características 
importantes, suelen destacarse: un 
particular nacionalismo de tinte 
identitario y revanchista que deviene 
en la violencia contra los que conside-
ra sus enemigos; un fuerte aparato de 
propaganda, y su ubicación en la 
extrema derecha. El fascismo agrupa a 
sus acérrimos enemigos en: los 
comunistas, los demoliberal-masóni-
cos y el populismo católico. No 
pueden olvidarse, desde luego, los 
diferentes matices entre los estados 
fascistas históricos, a saber: el fascis-
mo en la Alemania nazi, o nacional-so-
cialismo; el fascismo italiano de 
Mussolini y el nacional-catolicismo en 
la España de Franco. De igual modo, 
las múltiples relaciones entre el 
fascismo y el capitalismo se muestran 
en las alianzas que se establecen 
entre el fascismo y las clases sociales 
poderosas, con algunas contradiccio-
nes relacionadas con el poco respeto 
a las llamadas libertades económicas 
y la autonomía de mercado. Pero 
dejemos la palabra al profesor Luis 
Navarrete para que, a través de la 
lectura de su obra El fascismo, van-
guardia extremista del capitalismo, nos 
ayude a comprender mejor un tema de 
mucho interés histórico, político y 
social, como el fascismo, y sus múlti-
ples relaciones e implicaciones con el 
capitalismo.
Finalmente, es para mí un honor 
presentar este opúsculo de un profe-
sor e intelectual venezolano de rica y 
fructífera trayectoria, que va desde las 
aulas de la Escuela de Letras de la 
Universidad Central de Venezuela, de 
la cual fue su director, hasta su colabo-
ración y participación permanente en 
los asuntos editoriales de la Universi-
dad Bolivariana de Venezuela, nuestra 
universidad.
prudencio chacón
Rector
Universidad Bolivariana
de Venezuela
arece una aberración que, 
después de dos guerras 
mundiales y de tantas 
luchas de los pueblos del 
mundo en pro de la paz y de 
la justicia social, hoy 
tengamos que seguir lidiando con el 
insidioso fascismo. Creíamos que lo 
habíamos enterrado al término de la 
Segunda Guerra Mundial y después de 
aprobar la Carta Universal de los 
Derechos del Hombre, pero la verdad 
es que sigue vivito y coleando. Vale la 
pena, entonces, preguntarse por las 
razones de esa sobrevivencia. Umber-
to Eco escribió, en ese sentido, un 
trabajo titulado «El fascismo eterno». 
Sería terrible para la Humanidad que 
eso fuera una probabilidad cierta. Yo 
prefiero pensar –y en eso está compro-
metida la sociedad mundial democráti-
ca– que, más temprano que tarde, le 
pondremos una lápida que diga: Junto 
a su padre, aquí yace el fascismo. Para 
eso, que todavía falta mucho, al lado de 
este hijo odioso, habría que sepultar 
primero a su padre, el capitalismo. 
Primero tenemos que lograr que se 
haga casi unánime la conciencia del 
riesgo que corre la civilización humana 
si no lo logramos, cuando menos, a 
mediano plazo. Y por eso también se 
hace cada día más perentoria la 
urgencia de desarrollar a todos los 
niveles una batida universal contra el 
fascismo. Esta iniciativa del Centro 
Nacional de Historia se inscribe, 
precisamente, en esa inaplazable tarea 
mundial. Y ahora, aquí, en la patria de 
Bolívar, forma parte de la gran batalla 
por la preservación y el fortalecimiento 
de nuestra Revolución Bolivariana.
Sobre el fascismo se ha derramado 
tanta tinta y se ha discutido tanto que 
parece casi imposible añadir algo 
nuevo. Pero siempre –y ahora más que 
nunca– hace falta decir algo de lo que 
nos está aconteciendo con ese 
monstruo de mil cabezas. Y no sólo por 
sus testas erizadas de odio, sino 
porque ese monstruo tiene muchas 
caras. Y en cada momento en que 
emerge de sus nauseabundas aguas, 
muestra rostros diferentes. En sus 
primeros tiempos se disfrazó de 
socialismo. Mussolini era un iracundo 
«socialista» y el movimiento de Hitler 
fue el «nacional-socialismo»; en 
España se abrazaron a los principios 
cristianos y aquí se autodenominan 
como los primeros en la justicia, 
invocan el «progreso», se colocan en 
sus cabecitas apátridas el tricolor 
patrio, tratan de parecerse –por 
supuesto, sólo en los ademanes y en 
una especie de ritual grotesco– al que 
nos devolvió la patria, la verdadera, la 
de Bolívar y los llaneros de la indepen-
dencia, la de los pat’enelsuelo de ayer 
y de hoy. Y lo peor es que logran así 
penetrar en la mente de mucha gente 
sana y de buena fe. Esa facilidad para 
el disfraz y la tramoya teatral, para el 
show embaucador nos impone la 
obligación de estar alertas, de no caer 
en el lugar común para describirlos, 
reconocerlos y denunciarlos, de 
promover el estudio científico del 
fenómeno y de combatirlo a partir del 
conocimiento pleno de sus fortalezas y 
sus debilidades.
Hemos dicho que se trata de un 
monstruo de muchas caras. sea cual 
sea el ángulo de nuestro enfoque, a 
sabiendas de que estaremos acotados 
por las exigencias epistémicas de un 
campo discursivo específico, es decir, 
sea en el ámbito académico, en el de la 
confrontación política directa o en el de 
la propaganda o la agitación, en cada 
uno de ellos hay que proceder con 
suma destreza teórico-práctica. 
Utilizando los recursos propios de cada 
uno de esos campos, hay que estudiar-
los con sumo cuidado. Al efecto creo 
que habría que distinguir, en términos 
bastante amplios, varias caras del 
monstruo. El fascismo es una ideolo-
gía, una variante extrema de la cosmo-
visión burguesa; es (ha sido y puede 
ser) un régimen, incluso un gobierno 
en particular; es un modo, un estilo de 
ejercer el poder y es también, por 
supuesto, un modo de hacer política.
En la primera de las caras estamos 
ante doctrinas que postulan principios 
y valores determinados, como el 
corporativismo mussoliniano, el 
nacionalsocialismo nazi o el nacional-
integrismo falangista español, que han 
sido sus concreciones históricas más 
conocidas y, además, las que más han 
influido en América. Otras variantes –
ya en el plano de la organización 
política– menos conocidas, fueron la 
Guardia de Hierro en Rumania, la 
Unión Británica de Fascistas en 
Inglaterra, las Cruces Flechadas en 
Hungría, la Ustashi en Croacia, el 
Partido Popular Francés y Unión 
Nacional en Portugal. La segunda cara 
sería la encarnación de esa doctrina 
en un régimen determinado. tal vez el 
más nítido haya sido el del nazismo. La 
tercera vendría a ser cualquier régimen 
o gobierno que, a partir de un conjunto 
de ideas antidemocráticas, viole 
sistemáticamente los derechos 
humanos y ejerza el poder mediante la 
aplicación de prácticas terroristas. En 
América Latina, el modelo más 
representativo fue el de la dictadura de 
Pinochet en Chile. Esta última faceta es 
la que ha dado cabida a una designa-
ción tan amplia sobre el fenómeno 
fascista a escala mundial. Como 
sabemos, fascismo se deriva de los 
facie di combatimento –brigadas de 
combate– que instituyó Mussolini para 
sus acciones de masas. Facio, del latín 
faci, es el haz que sostenía la unidad 
del Imperio Romano. Ese símbolo 
sirvió también como identificador 
icónico para el falangismo español y 
para sus congéneres latinoamerica-
nos, Copei en Venezuela y la democra-
cia cristiana en Chile, cuyo anteceden-
te inmediato, la Falange, tenía como 
logo un haz de trigo, luego sintetizado 
–para evitar una identificación tan 
evidente– en una punta de flecha.
Coincidencias sospechosas que 
desaparecieron por el desprestigiointernacional del régimen franquista, 
con el cual la democracia cristiana 
mundial tuvo ingratas cercanías. 
Mediante este procedimiento lingüísti-
co traslaticio, la palabra fascismo 
asume la inmensa carga semántica de 
todas las formas, tanto genealógicas 
como generatrices, de los regímenes 
de ultraderecha que violan en forma 
flagrante y extrema los derechos 
humanos.
Esta circunstancia ha generado un 
justificado reclamo, en particular del 
ámbito académico. Se plantea que se 
estaría incurriendo en una errónea 
atribución taxonómica al sobrecargar 
polisémicamente el vocablo «fascis-
mo», con lo cual se corre el riesgo de 
tildar de fascista a todo régimen 
autoritario. El planteamiento se hace 
basándose en el principio de que todo 
vocablo o enunciado, y en particular 
aquellos que implican conceptos 
vinculados a cualquier área del saber, 
están marcados en su uso por las 
determinaciones propias del campo 
discursivo. Se trata de advertir, en este 
caso, sobre el uso del término, en las 
ciencias sociales, solo cuando se 
alude a un fenómeno a cuyo evento 
únicamente concurre un determinado 
conjunto de características que lo 
definen. Sin embargo, también hay que 
reconocer que en la jerga política de 
todo el mundo y, por supuesto, con 
mayor frecuencia en el campo de la 
confrontación política contingente, la 
palabra «fascismo» se ha cargado en 
el uso cotidiano de una significación 
múltiple que ni las academias de la 
lengua ni los estudiosos de las ciencias 
sociales pueden obviar y, menos aún, 
desconocer. El criterio del uso, avalado 
por la palabra sabia de don andrés 
Bello y por los estudios lexicológicos 
inobjetables de Ángel Rosenblat, 
siempre termina en estos ámbitos por 
ser decisorio. Para obviar ese riesgo, 
hay quienes prefieren usar «nazifascis-
mo» para los casos históricos más 
nítidos, pero también se les objeta el 
hecho cierto de que, a pesar de 
algunos elementos comunes y de sus 
coincidencias estratégicas, no hay una 
identificación plena entre el fascismo 
italiano y el nazismo alemán.
Otra fórmula, también riesgosa, y 
además confusionista, es aquella a la 
que acuden los que intentan taxono-
mías más ceñidas. Es el caso de José 
Ignacio López Soria en El pensamiento 
fascista (1930-1945), Antología y 
estudio sobre el fascismo en el Perú, 
que distingue entre «fascismo aristo-
crático», «fascismo mesocrático» y 
«fascismo popular», atribuidos los dos 
primeros a José de la Riva Agüero y a 
Raúl Ferrero Rebagliati, y el último, a la 
Unión Revolucionaria. Y la otra, que ha 
tenido más aceptación y que es de uso 
frecuente entre políticos con formación 
académica, prefiere hablar de «neofas-
cismo», sobre todo en los casos de los 
regímenes subsidiarios y derivados 
que comparten rasgos básicos con los 
El texto es tomado del original de Ediciones del 
Rectorado de la Universidad Bolivariana de Venezuela 
Caracas, 2013.
Portada: El fascio littorio, símbolo del fascismo italiano.
Edición al cuidado de Gregorio Valera-Villegas
Diseño de portada: Carlos Pérez Cárdenas
EL FascismO, Vanguardia ExtrEmista dEL capitaLismO 3 
fascismos históricos, y más aún 
cuando se trata de movimientos o 
regímenes de las últimas décadas.
Lo que sí me parece pertinente es 
distinguir entre el fascismo en el poder 
y el fascismo en la oposición. Lo señalo 
porque tanto la fórmula italiana como la 
alemana, que luego se ampliaron y 
tuvieron expresiones nacionales 
diferenciadas en casi toda Europa, 
fueron los dos modelos clásicos que 
marcaron la historia del fascismo 
mundial, pero, en cambio, los fascis-
mos en la oposición son tan variados y 
específicos que, aunque comparten 
algunos elementos comunes, habría 
que hacer un estudio más a fondo para 
poder hablar con propiedad de los 
llamados «neofascismos». Por ejem-
plo, en América Latina ha habido, 
después de la Segunda Guerra 
Mundial, algo así como ciclos de 
dictaduras militares, todas impuestas 
por el imperialismo norteamericano en 
el desarrollo de la estrategia de 
contención del comunismo implemen-
tada inicialmente por el gobierno de 
Truman y continuada consecuente-
mente por los gobiernos sucesivos 
hasta el evento de la torres gemelas de 
Nueva York, a partir de lo cual el 
«comunismo» se trasmuta como por 
arte de magia en «terrorismo». «De esa 
historia yo tengo un rollo», dice la voz 
del común. Ya sabemos de qué se trata 
y, además, lo hemos vivido; mejor, lo 
hemos padecido y, sobre todo, lo 
siguen padeciendo los pueblos 
invadidos y masacrados de Afganistán, 
de irak, de Libia y, ahora, ¡luchemos 
para que no sea así!, de Siria.
Decíamos que en América Latina 
hubo, después de la Segunda Guerra, 
dos oleadas de dictaduras militares, la 
primera en la década del 50 (Pérez 
Jiménez en Venezuela, Remón en 
Panamá, Rojas Pinilla en Colombia, 
Odría en Perú, Aramburu en Argentina, 
Batista en Cuba), y la segunda, en la 
década de los 60 y los 70, después de 
la Revolución Cubana y, particularmen-
te, del golpe en Chile contra el gobier-
no de la Unidad Popular (en Brasil, 
entre 1964 y 1985, los llamados 
«gorilas» Castello Branco, Costa e 
Silva, Garrastazu Medici, Geisel y 
Figuereido; en Argentina, entre 1966 y 
1970, Onganía, y entre 1976 y 1982, 
Videla, Viola y Galtieri; en Uruguay, 
entre 1976 y 1984, Bordaberry; y en 
Chile, entre 1973 y 1990, Pinochet). Es 
evidente que, entre las dictaduras del 
primer ciclo y las del segundo hay 
diferencias notorias, entre otras cosas 
porque para borrar de la mente de todo 
un continente los malos ejemplos de la 
Revolución Cubana y la reincidencia 
del socialismo con Allende, se requería 
la implantación de algo más que una 
simple dictadura. Tal vez por eso es 
que se tiende a denominar a las 
dictaduras del segundo ciclo como 
regímenes fascistas y a los otros no. En 
general, podríamos decir que la 
calificación de fascista solo se aplica 
cuando, junto a la violación de los 
derechos humanos y la liquidación de 
la democracia burguesa, se incorporan 
ingredientes de la ideología más 
extremista del capitalismo en la 
conducción del Estado junto con los 
métodos terroristas más extremos 
contra todo el espectro político progre-
sista y revolucionario.
Esta es apenas una aproximación al 
problema. Sé que es un tema polémico 
y pienso que habría que someterlo a 
un examen más riguroso. 
Otra cosa es el fascismo en la 
oposición. Habría que analizarlo tanto 
por regiones como por etapas. En 
Europa, durante el período en que 
asumieron el poder los nazifascistas e, 
incluso, durante el desarrollo de la 
Segunda Guerra, el contagio fue 
mundial. El fascismo se expresó de 
múltiples formas. En el campo teórico y 
en el de la propaganda y la agitación, 
aunque minoritario, logró movilizar a 
grupos muy aguerridos de los sectores 
derechistas más cerriles. En Latinoa-
mérica, especialmente en el Cono Sur, 
y también en Brasil, tuvieron mucha 
presencia. Allí influyó, en gran 
medida, la inmensa inmigra-
ción europea, en Argentina 
básicamente italiana y en 
Chile, alemana. En Chile la 
confrontación fue muy 
violenta. Cuando salían en 
sus actos de masa los 
obreros de la FOcH, central 
obrera fundada por Luis 
Emilio Recabarren, y los 
grupos socialistas y comu-
nistas, en actividades de 
propaganda, las brigadas 
fascistas –más bien nazis-
tas– provocaban enfrenta-
mientos de extremada 
violencia. Hubo, incluso, una 
situación extrema, muy 
lamentable, cuando, el 5 de 
septiembre de 1938, 80 
jóvenes de la juventud nazi, 
militantes del Movimiento 
Nacional-Socialista de Chile, 
tomaron el edificio del 
Seguro Obrero, donde mataron a un 
carabinero y secuestraron a los 
empleados, y la sede de la Universidad 
de Chile, donde también secuestraron 
al rector. Gobernaba el famoso líder de 
la derecha populista, Arturo AlessandriPalma, y los nazis querían forzar una 
acción desestabilizadora para provocar 
un golpe de Estado. Ante la negativa de 
los tomistas de desalojar esos locales, 
las Fuerzas Armadas los redujeron y 
fusilaron a 63. Este episodio, que aún 
se recuerda en Chile como algo 
inusitado en un país famoso por su 
institucionalidad democrática, ilustra 
bastante bien las características que 
asumía el fascismo en la oposición 
desde sus primeras incursiones en la 
vida política del continente. En Chile no 
existe la palabra «arrechera», pero el 
talante es el mismo que los que la 
invocan hoy. El resultado es muy 
similar allá y aquí y en tiempos muy 
distantes: enfrentamientos de gran 
violencia física de brigadas armadas, 
allá por las razones ya explicadas y 
aquí por el desconocimiento de las 
decisiones legítimas de las institucio-
nes democráticas. ¿Es, pues, un 
exceso establecer una semejanza 
entre eventos tan distantes en el 
tiempo? ¿Es, acaso, un exceso llamar 
fascistas a estos políticos «arrechos» 
de hoy? Si se sumara este caso, que 
dejó un saldo trágico de doce muertos 
y más de cien heridos, a los numerosí-
simos hechos de violencia verbal y 
física, de violación flagrante de la 
legalidad democrática y de acciones 
desestabilizadoras y terroristas en todo 
lo que va de siglo, los historiadores y 
los analistas políticos que siguen con 
atención lo que está pasando en 
nuestro país se quedarían cortos con 
el simple cognomento de fascista para 
el núcleo más agresivo de la oposición. 
A eso habría que sumarle su origen 
clasista, ligado a grandes empresas 
trasnacionales, su filiación ideológica 
inicial: «Religión, Familia y Propiedad» 
¿recuerdan a aquellos muchachitos, 
todos blancos y bien arregla-
ditos, que distribuían 
volantes y folletos, a la salida 
de las misas domingueras, 
especialmente en Altamira? 
Y ¡qué curioso! A mí me 
recuerda al grupo de la 
ultraderecha fascista de la 
Universidad Católica de 
Chile, Patria y Libertad, 
dirigido por Jaime Guzmán, 
que cumplió en la campaña 
desestabilizadora contra 
Allende el mismo papel que 
estos «muchachos progre-
sistas» antibolivarianos; el 
desprecio que sienten por 
nuestro pueblo, al que llaman 
«hordas chavistas»; el 
irrespeto a la persona del 
Presidente, a quien han 
llegado a nombrarle su 
madre y a auspiciar el 
magnicidio por diversos 
medios de comunicación; el 
golpe de Estado, que fracasó pero que 
acarreó el secuestro del Presidente 
durante dos días, la introducción en el 
poder del dirigente máximo de los 
empresarios vende-patria y la concul-
cación y desmantelamiento inmediato 
de toda la institucionalidad democráti-
ca; la ocupación, a partir del 22 de 
octubre de 2002, durante más de un 
año, de la Plaza Altamira por grupos 
uniformados de oficiales de alto rango 
de las Fuerzas Armadas para promo-
ver una insurrección y pedir la renuncia 
del presidente; los atentados dinamite-
ros contra varias embajadas extranje-
ras; una huelga petrolera, dirigida por 
la cúpula gerencial apátrida de Pdvsa, 
que paralizó durante más de un mes el 
corazón de la economía nacional; la 
introducción al país de un contingente 
de paramilitares colombianos para 
asesinar al Presidente; una guerra 
mediática implacable basada en la 
mentira, el escarnio de los funcionarios 
públicos, la generación perversa y 
morbosa de estados de desasosiego y 
miedo; las campañas desestabilizado-
ras basadas en el acaparamiento y la 
especulación de los productos de 
consumo masivo; la conexión con los 
sectores y grupos más delirantes y 
desacreditados de la derecha mundial 
de Estados Unidos (léase «gusanera» 
de Miami), de Colombia (léase Uribe, 
la ultraderecha terrorista y su vástago 
preferido, los asesinos grupos paramili-
tares), de España (léase el fascista 
Partido Popular y el diario El País); el 
desconocimiento de todas las decisio-
nes adversas –solo reconocen las que 
los favorecen–; la implementación de 
un mensaje equívoco que finge ser 
moderno, respetuoso de la legalidad 
democrática y amplio, y cuyo carameli-
to empalagoso es el progreso (¿sabrán 
ellos que ese era el lema sagrado de la 
oligarquía latinoamericana decimonó-
nica?). Esta incompleta, aunque 
suculenta lista, contiene apenas 
algunos de los ingredientes que 
deberían integrar el plato –evidente-
mente tóxico– que le ofrece esa 
oposición al pueblo venezolano.
¿Exageramos o estamos descarria-
dos si los llamamos fascistas? me 
atrevería, incluso, a proponer una 
nueva categoría a partir del caso 
venezolano. Yo la llamaría el fascismo-
vergonzante. 
Todo lo anterior me anima a esbozar 
algunas consideraciones finales. Solo 
son anotaciones que podrían servir de 
punto de partida para investigaciones y 
desarrollos más específicos y abarca-
dores.
El fascismo nace y se desarrolla 
históricamente como respuesta radical 
y agresiva contra todo proceso revolu-
cionario en auge, especialmente si 
éste es de signo marxista. Cuando los 
revolucionarios llegan al poder, el 
fascismo orienta toda su acción a 
liquidar ese gobierno, utilizando todos 
los medios a su alcance y, en particu-
lar, la violencia terrorista. Ejemplo: la 
contrarrevolución armada de toda 
Europa contra el poder soviético.
Cuando los revolucionarios repre-
sentan un peligro para el poder 
burgués, el fascismo asume la hege-
monía política para reprimir con 
violencia extrema a ese enemigo y 
para impedir que desplace a los 
capitalistas del poder. Ejemplo: Italia y 
la toma del poder por Mussolini; 
Alemania y el ascenso al poder de 
Hitler. 
En América Latina, cuando las 
fuerzas revolucionarias pueden tomar 
el poder, la alianza histórica de las 
oligarquías dependientes se moviliza e 
instala regímenes neofascistas para 
impedirlo y cuando, ya en el poder, la 
revolución se convierte en «un mal 
ejemplo», la contrarrevolución actúa 
con extrema violencia e instala un 
régimen fascista que declara el 
exterminio del enemigo y gobierna con 
mano de hierro para impedir que éste 
renazca o que se contagie a otros 
¿Exageramos 
o estamos 
descarriados si 
los llamamos 
fascistas? me 
atrevería, incluso, 
a proponer una 
nueva categoría 
a partir del caso 
venezolano. 
Yo la llamaría 
el fascismo 
vergonzante. 
EL FascismO, Vanguardia ExtrEmista dEL capitaLismO4 
países esa nociva experiencia. Ejem-
plo: el golpe de Pinochet contra el 
gobierno de la Unidad Popular en Chile 
y el golpe frustrado en Venezuela 
contra la Revolución Bolivariana. Un 
dato que no amerita comentarios: 
apenas derrocado el presidente 
Allende, durante una alocución 
televisiva, el general Leigh, miembro 
de la Junta golpista, dijo que iban a 
«extirpar de raíz el cáncer marxista».
En resumen, el fascismo es la 
variante extrema, más radical, del 
capital monopólico internacional cuya 
función primordial es, en el sentido 
preventivo, tratar de detener o anular 
situaciones de auge revolucionario que 
pongan en peligro su hegemonía o, en 
el sentido curativo, conspirar para 
deponer gobiernos revolucionarios 
anticapitalistas. En ambos casos, sus 
procedimientos –fundados y legitima-
dos por un cuerpo doctrinario de 
extrema derecha– se caracterizan por 
formas sumamente violentas que 
implican la violación flagrante de los 
derechos humanos, sociales y políticos 
consagrados por los organismos 
internacionales encargados de preser-
varlos. Sin embargo, estos organismos, 
diseñados, instalados y controlados 
por el polo imperialista dominante, 
funcionan solo cuando le conviene al 
hegemón imperial.
En consecuencia, el fascismo no es 
un sistema económico-social diferente 
al sistema capitalista, sino su fachada 
más radical y extremista. Por eso, el 
fascismo es, en algunos casos, la 
vanguardia del capitalismo para 
enfrentar situaciones de auge revolu-
cionario y,en otros, su retaguardia para 
apoyar al sistema dominante cuando 
éste está en dificultades. 
De allí que no sea correcto tildar de 
fascistas a todos los gobiernos de 
derecha, aun cuando éstos puedan ser 
muy represivos. Porque, al final, como 
término que se empieza a usar para 
todo, termina por perder su sentido 
específico y su fuerza simbólica y 
política. Ejemplo: la diferencia entre el 
gobierno de Pinochet y el de Piñera, en 
Chile. Lo mismo se aplica a los siste-
mas de pensamiento, a los movimien-
tos sociales y a los partidos políticos. 
En tal sentido, no son lo mismo, 
aunque coincidan en muchas cosas, 
Acción Democrática y Copei que 
Primero Justicia.
En definitiva, la insurgencia revolu-
cionaria acarrea la emergencia 
contrarrevolucionaria del fascismo.
En sentido estratégico, el fascismo 
intenta no solo impedir el acceso al 
poder de los sectores revolucionarios o 
de liquidar gobiernos establecidos, 
sino –en ambas direcciones– hace 
hincapié y procura, no solo que todo 
sea muy notorio, sino que se haga con 
métodos y procedimientos tan violen-
tos y extremos como para que sirva de 
escarmiento y no quede ninguna duda 
de que, aunque haya que violar la 
legalidad democrática, lo volverían a 
ejecutar igual o peor si la situación lo 
justifica. Un ejemplo es la similitud 
entre el golpe de Estado en Indonesia 
contra el gobierno de Sukarno el 30 de 
septiembre de 1965, cuando se 
asesinó fríamente a seis generales, 
hubo entre quinientos mil a un millón 
de muertos y se exterminó casi 
totalmente a la militancia comunista, y 
el golpe contra Allende, con resultados 
muy parecidos. Estas escalofriantes 
semejanzas nos deben alertar sobre 
los riesgos que corren los procesos 
revolucionarios actuales en Nuestra 
América. Por eso, preservarlos y 
defenderlos son tareas primordiales de 
este momento histórico. 
Aquí también hay un contingente 
neofascista que ha logrado hegemoni-
zar la oposición a la Revolución 
Bolivariana. Nuestro reto es, primero 
conocerlo, estudiarlo, desnudarlo, 
denunciarlo y, en definitiva, neutralizar-
lo y aislarlo. En tal sentido, los nuevos 
historiadores tienen, entre otras 
tareas, además de rescatar y 
de reinterpretar el pasado, el 
reto de estudiar concienzuda-
mente este fenómeno del 
presente y entregarnos 
herramientas para enfrentar 
con mayor seguridad al 
neofascismo, que es, en 
estrecha alianza con el gran 
imperio, el enemigo fundamen-
tal de nuestra democracia 
revolucionaria. 
Se supone que ese trabajo 
debería partir de un detallado 
estudio de las clases sociales 
en el país y de su evolución 
durante la Cuarta República 
hasta nuestros días. Y en 
particular, creo que es suma-
mente importante revisar el 
papel que han jugado y están 
jugando las capas medias en 
todo este trayecto histórico. Su 
correcta ubicación en el espectro 
doctrinario y político nacional ha sido y 
sigue siendo decisiva. No hay que 
perder de vista que el proceso revolu-
cionario bolivariano se las juega en las 
urnas. Y que los ajustes tácticos del 
futuro inmediato dependen, en gran 
medida, del grado de compromiso 
ideológico y político de ese gran 
contingente social, que ha sido y sigue 
siendo presa fácil de las acechanzas 
de los sectores fascistizados de la 
derecha criolla. A propósito, todavía no 
logro explicarme la inexistencia de un 
espacio claramente definido de 
producción, debate y divulgación 
teórica, en el que puedan concurrir 
libremente todas las organizaciones e 
individualidades progresistas y revolu-
cionarias para exponer y discutir las 
cuestiones esenciales que atañen al 
desarrollo y profundización de la 
Revolución Bolivariana. La experiencia 
nos demuestra que sin un conocimien-
to amplio y cabal de la realidad nacio-
nal, es imposible avanzar con claridad 
de miras en los procesos de cambio 
revolucionarios. Espero que esta 
carencia, que implica una debilidad 
significativa en el frente teórico, se 
pueda resolver a corto plazo. El estado 
de cosas actual nos dice que es una 
exigencia de primerísima importancia, 
pues atañe a uno de los centros 
neurálgicos de toda revolución. Un des-
cuido en tal sentido nos puede condu-
cir, sin vuelta atrás, al barranco electo-
ralista y, peor aún, a los despeñaderos 
del pragmatismo político. Aunque se 
está publicando y debatiendo mucho 
sobre temas internacionales, sobre las 
novedades aportadas por la experien-
cia venezolana y por la de otros países 
del continente, y sobre aspectos 
históricos nacionales que estaban 
abandonados o mañosamente distor-
sionados por los ideólogos burgueses, 
hacen falta análisis de coyuntura, 
estudios específicos de la 
realidad nacional que 
inserten el estado actual 
de las cosas en el torrente 
de la crisis capitalista 
global.
Una consideración final 
sobre algo que flota en el 
ambiente y, supongo, está 
en la mente de todos 
ustedes. Se trata de lo 
siguiente: si bien es cierto 
que la Revolución Boliva-
riana ha salido airosa en 
todos, menos en uno, de 
los eventos de consulta 
popular y que sigue 
teniendo ese apoyo, 
aunque con una merma 
preocupante, la contrarre-
volución sigue siendo, más 
que un adversario leal, un 
enemigo de consideración. 
Un nuevo triunfo electoral 
de la Revolución sería, sin duda, solo 
la disipación de la posibilidad del 
acceso al poder de los neofascistas 
criollos, pero no su derrota total. Al 
respecto, hay que tener presentes dos 
cosas: la primera es que su suelo 
social interno lo constituye la inconmo-
vible aceptación de su mensaje por 
parte de amplios sectores fanatizados 
de las capas medias e, incluso, de 
trabajadores ganados para su causa 
mediante la intensa guerra mediática 
opositora; y la segunda es que su 
apoyo ideológico, político, mediático y 
financiero fundamental está afuera, en 
los centros hegemónicos del capitalis-
mo. Lo previsible, a mi juicio, es que 
sus derrotas electorales en el futuro 
inmediato, no solo en Venezuela sino 
en todo el continente, lo irán arrinco-
nando cada vez más, pero, al mismo 
tiempo, lo pueden convertir en un 
núcleo más homogéneo y compacto y, 
por tanto, más peligroso. Y seguramen-
te, como respuesta a la ampliación y 
consolidación –también previsible– del 
frente antiimperialista latinoamericano 
y caribeño, se hagan equivalentemente 
más agresivos y arrecien, con asesoría 
y financiamiento externo, las acciones 
de sabotaje y de carácter terrorista. En 
ese caso, estaríamos ante un neofas-
cismo ultraderechista de la más alta 
peligrosidad. Hay que prepararse, 
pues, para combatir contra un enemigo 
reducido y ávido de venganza, pero 
ahora mucho mejor apertrechado 
técnicamente que los facie de comba-
timento originarios. En tanto enemigo 
del catastrofismo, espero estar equivo-
cado. En todo caso, la mejor manera de 
derrotar al fascismo es ganar la batalla 
de las ideas. Nosotros contamos con 
varios contrafuegos muy importantes. 
Además del apoyo mayoritario de 
nuestro pueblo y el de los pueblos y 
gobiernos revolucionarios y progresis-
tas del continente, disponemos de uno, 
de carácter disuasivo, que es la unidad 
cívico-militar. Pero si queremos 
disponer de un contrafuego mucho 
más eficiente y efectivo y que es 
además estratégico y preventivo, 
debemos hacer más esfuerzos aún 
para ampliar y fortalecer el de la 
conciencia. No lo descuidemos.
Luis Navarrete Orta
Caracas, 25 de septiembre de 2013
Luis navarrete Orta. Egresó en 1963 
como profesor de Literatura y Castella-
no del Instituto Pedagógico de la 
Universidad de Chile. Ha concentrado 
su actividad profesional en la docencia, 
la escritura y la investigación. Es 
profesor jubilado de la Universidad 
Central de Venezuela, donde dictó 
cátedra en las escuelas de Comunica-
ción Social y de Letras; también fue 
director de esta última dependenciauniversitaria. Fue jurado del Premio de 
Poesía Fernando Paz Castillo en el año 
2000. Recibió del gobierno chileno la 
Medalla de Honor Presidencial Pablo 
Neruda por su contribución al estudio y 
divulgación de la obra del poeta. Ha pu-
blicado Homenaje Pablo Neruda, 100 
años, Pasión por Venezuela, Obra 
selecta de Vicente Huidobro (prolo-
guista), Literatura e ideas en la historia 
hispanomamericana, entre otros. En la 
actualidad es miembro de la Comisión 
de Publicaciones de la Universidad 
Bolivariana.
¿El fascismo es la 
variante extrema, 
más radical, del 
capital monopólico 
internacional cuya 
función primordial 
es, en el sentido 
preventivo, tratar 
de detener o 
anular situaciones 
de auge 
revolucionario.

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