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Bourdieuestado

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Edurne Ilundain
Nota de lectura: Pierre Bourdieu, “Espiritus de Estado. Génesis y estructura del campo burocrático”, en Razones prácticas (1997) Edutorial Anagrama, Barcelona. 
	En este texto, el autor Pierre Bourdieu reflexiona acerca del Estado y su naturaleza, analizando elementos como el capital simbólico y cultural, la violencia, así como el lugar que ocupan los símbolos y la cognición dentro del mismo.
	Bourdieu propone un modelo de emergencia del Estado, instaurado poco a poco a través de la lógica económica común por la imposición de la recaudación de impuestos a finales del siglo XVII. El carácter obligatorio y regular de estos impuestos fue justificado con el aumento de los gastos de guerra y la recaudación sin contrapartida y la redistribución supusieron el principio de la transformación del capital económico en capital simbólico. En otros términos, el poder que anteriormente ocupaba la figura personal del príncipe pasó a pertenecer al Estado, que el carácter burocrático y centralista de la institucionalización de los impuesto reforzó, unificando las obligaciones ciuadadanas, al igual que el proceso de concentración de capital jurídio, forma objetivada y codificada del capital simbólico. No obstante, esta autoridad del estado que surge, a su vez, de la concentración de fuerzas armadas y recursos financieros para mantenerlas no es posible sin la concentración del capital simbólico o de reconocimiento que lo legitima.
	 El estado es, pues, el resultado de un proceso de los diferentes tipos de capital, cuya concentración genera el capital propio del estado, el simbólico. Este es un capital de reconocimiento, es decir, es posible ejercerlo en la medida en el que nosotros lo reconocemos, de ahí su condición de carácter simbólico. Gracias a mecanismos financieros, jurídicos y culturales, el Estado actúa con la plena autoridad del capital simbólico, siendo al mismo tiempo, dador del mismo. Este capital simbólico se constituye, a su vez, gracias al reconocimiento social que el mismo recibe por parte de la propia sociedad, fruto de una ideología común entre el Estado y la sociedad, los dominantes y los dominados. A pesar de que en el texto Bourdieu no hace ninguna referencia explícita al término “ideología” se trata de una noción imprescindible para la explicación sobre la legitimidad y pensamiento de Estado en relación con el capital cultural y su reconocimiento, que generan, finalmente, la producción de realidad para el autor.
	La histórica institucionalización de los impuestos fue “el resultado de una autentica guerra interior llevada a cabo por los agentes del Estado contra las resistencias de los súbditos, que se descubren como tales cuando se descubren como contribuyentes” (Bourdieu, 1997). Del mismo modo, las ideologías han luchado históricamente, y la ideología “ganadora” se ha impuesto; creando así una estructura de dominantes y dominados en la que los primeros son portadores del capital simbólico otorgado por el Estado y los segundos, quienes reconocen su legitimidad y acatan su autoridad. De este modo, la ideología vencedora se transforma en la ideología común, una visión de observar el mundo que comparten tanto los dominantes como los dominados y sobre la cual se produce la realidad. Este trabajo ideológico refuerza la razón del más fuerte, que termina siendo la única razón, algo que en su origen se impuso por la fuerza. 
	Todas las construcciones ideológicas y producciones simbólicas se basan en la naturalización de lo arbitrario, ya que, se tratan de estructuras históricamente constituidas. Esta arbitrariedad se ve reflejada en el sistema mismo de dominantes, unos pocos, y dominados, la gran mayoría. ¿Cómo se hace posible la perpetuación de esta relación tan poco simétrica? ¿De dónde viene la autoridad? Bourdieu hace referencia a esta situación con el ejemplo del presidente que firma un decreto o el médico que firma un certificado. “¿Quién certifica la validez del certificado?”. El estado aparece aquí, entonces, como eslabón de la larga cadena de actos oficiales de consagración; “un banco de capital simbólico que garantiza todos los actos de autoridad, unos actos, a la vez arbitrarios y desconocidos en tanto que tales” (Bourdieu, 1997). Nosotros, sin embargo, aceptamos esta autoridad y la legitimamos por el hecho de que reconocemos el capital simbólico de la misma; existe un reconocimiento por parte de los dominados del valor preminente de las propiedades de los dominantes: son admirables, envidiables. Este reconocimiento ciego del capital simbólico del poder se basa en el carisma social de los dominantes. 
	La violencia simbólica y física ocupa un lugar primordial en esta estructura de dominación, tal y como podemos ver en la definición de Weber que el autor cita: “El Estado es una comunidad humana que reivindica con éxito el monopolio del empleo legitimo de la violencia física en un territorio determinado.” Esta violencia que subyace toda la dominación mencionada solo es posible gracias a la transformación de la misma en un consenso, como referiría Gramsci, un acuerdo social, subalterno e implícito bajo el que sutilmente nos encontramos las personas y que constituyen una formación del habitus.
	Como sabemos, la formación de este consenso de dominación es posible gracias al reconocimiento de los dominantes hacia el capital simbólico de los dominados, pero, ¿qué mecanismos se ocupan de perpetuarlo? En su obra Las estrategias de la reproducción social, el autor describe las estrategias que, “en contextos muy diferentes y agentes muy diferentes ponen en práctica, y por cuyo intermedio se efectúa el conatus de unidad doméstica.” (Bordieu, 1993), es decir, los mecanismos sociales que permiten la perpetuación de esta relación de dominación. No obstante, en la obra analizada, el autor otorga una importancia mayor a las categorías de percepción y pensamiento, que son las que nos hacen reconocer de esta manera el capital simbólico. Nuestras estructuras cognitivas están producidas por el poder para perpetuarse en función de nuestra estructura social. Karl Marx había planteado ya que la situación de dominación de clase supone un control por parte de la clase dominante de lo que él llamaba los medios de producción mental. Esta relación de dominación de una clase sobre otra implica un dominio de la clase dominante de los medios de producción mental, un control de las ideas. Por tanto, regresamos a la noción de ideología como elemento intrínseco en la conformación de autoridad y dominación del Estado, ya que, a través de unas ideas en común, la clase subordinada solo puede pensar en los términos o en las categorías de la clase dominante. 
	“Las relaciones de fuerza más brutales son al mismo tiempo relaciones simbólicas y los actos de sumisión, de obediencia, son actos cognitivos que, en tanto que tales, ponen en marcha unas estructuras cognitivas, unas formas y unas categorías de percepción” (Bourdieu, 1997) En otros términos, nuestra cognición, nuestras categorías de percepción son fruto de una imposición de disciplina corporal y mental arraigada en nosotros de manera prerreflexiva desde todos los ámbitos de la sociedad, comenzando por la educación durante la infancia, no en vano Bourdieu considera la escuela como una de las principales formas de dominación en su mencionada obra Las estrategias de la reproducción social. A su vez, la línea teórica del simbolismo en Bourdieu continúa con esta caracterización de la cognición al servicio del Estado o del dominio social: “El orden simbólico se asienta sobre la imposición al conjunto de los agentes de estructuras cognitivas que deben una parte de su consistencia y de su resistencia al hecho de ser, por lo menos, en apariencia, coherentes y sistemáticas y de objetivamente en consonancia con las estructuras objetivas del mundo social” (Bourdieu, 1997), frase que resume hábilmente, el pensamiento del autor.

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