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del interior es juzgar mediante criterios de pertenencia, mediante propieda- des. Pero la razón de ser de esta razón de ser es que la totalidad de lo que un ministro del interior tiene para juzgar es defi- nida por la relación de dos impropiedades, de dos inexisten- cias. Antes del hecho de ser contado en esta clase debido a sus propiedades, está el hecho de ser contable (es decir, de no serlo si uno no lo es, puesto que uno no lo es). Si uno no es contado, no es porque tenga las propiedades que lo incluyen en otra cuenta, es porque uno no tiene la propiedad de lo que es con- tado. Y, a la inversa, uno es contado, o más bien se hace contar corno incontado, al manifestar a través del hecho la propiedad de hablar de quienes no hablan, de acción pública de quienes pertenecen a la simple vida cotidiana, de sujeto colectivo de quienes no son nada más que una surnatoria de vidas. Las cuen- tas del caso por caso nunca serán más que el arbitraje necesa- rio e imposible entre esas dos cuentas de lo no contado. Sabernos que esta desdicha no sólo afecta a los ministros, sino también a los filósofos, o a la filosofía corno tal. Bien qui- siéramos que las cosas que hay que juzgar se dividieran sabia- mente en dos regímenes: las que se relacionan con la de ter- rrUnación del concepto y las que se relacionan con la reflexión MOM[NTOS poLfTlcos I 77 que subsume el caso a la regla. Por desgracia, hay algunas cosas de cierta importancia que escapan a esta distribución. Por ejemplo, la política, cuya entera actividad consiste en pro- bar inclusiones de casos, de objetos, de sujetos, sin embargo no se relaciona ni con el conocimiento que determina ni con el juicio que subsume b<1jo la regla, sino con m¿¡nifestélciones singulares de inclusión de lo que no está incluido. Esta des- dicha es original. La filosofía tomó conciencia de ello en la época antigua en la que creyó haber asegurado la tierra sólida de los juicios de inclusión y exclusión, que atribuyen o niegan propiedades a los sujetos, reprimiendo todo lo que en los viejos relatos carecía de principio de exclusión y los nuevos encantos de una retórica que excluye cualquier otra afirmación distinta a la identidad de lo idéntico. Fue en aquel momento cuando la filosofía celebraba su triunfo sobre los viejos mons- truos poéticos y sobre el nuevo monstruo sofisticado de la sim- ple igualdad del ser consigo mismo, cuando se vio enfrentada a un escándalo más temible: la paradoja política de la igual- dad del ser y la nada, del título para gobernar basado en la ausencia de título, de la identificación de la no clase de los hombres de nada, de los hombres sin propiedades, con la tota- lidad de la comunidad. Sabemos que para solucionarlo nece- sitaba volver a pedir a la "vida común" los medios para res- tablecer incompatibilidades de hecho con la pertenencia o el ejercicio político. Fue así como Platón hizo valer la imposibi- lidad de tener dones naturales distintos de los que la natu- raleza nos había dado y de encontrarse al mismo tiempo en dos lugares diferentes: el del trabajo que no espera y aquel donde se tratan los asuntos comunes que ya no esperan. Impo- sibilidad de ejercer aquello a lo que no se pertenece. 78 I JACQUES RANCIERE Sabemos que Aristóteles señalaba, por el contrario, la ven- taja de transformar la regla de exclusión en regla de inclusión, q.e conferir prioritariamente la pertenencia política a quie- nes no tenían tiempo para ello y no estaban bien posiciona- dos para ejercerla. Es lo qUE' el pensamiento idílico de nues- tros cOlltempor(íllt'(I~ sllL'll' designell" COl1l0 oposición entre lil ciudad abierta (o liberal) y la ciudad cerrada (o totalitaria). Las exclusiones que la vida demuestra y las inclusiones que vuelve inoperantes son las responsables de remediar el inter- minable conflicto entre la paradoja de la impropiedad polí- tica y la tautología de impropiedad policial. El sistema de estas incompa tibilidades se llama 11 filosofía política". Pero la política, por su parte, es el ejercicio de la relación entre ambas impropiedades. Esa relación no se inscribe para nada en la naturaleza de las cosas. Lo que allí más bien está inscrito es que la tautología de la impropiedad de los hom- bres sin propiedades se traduce en lógica de las propiedades y de las clases, de las funciones y las posiciones. Esta cuenta adicional que juega a favor de aquellos que no son nada o juega con la dualidad de los principios de inclusión se ins- cribe siempre de modo forzado. En este sentido, resulta ejem- plar la dialéctica de los derechos humanos y ciudadanos. La tesis liberal y la tesis marxista, que de un modo diferente hacen del hombre la verdad última de la que el ciudadano es el instrumento o la máscara, también desconocen el sentido político de esta dualidad. En efecto, ésta difumina el juego de las pertenencias y los ejercicios. Permite que el hombre ejerza los derechos del ciudadano y que los ciudadanos ejerzan los del hombre, aplicando a las esferas donde la dominación se ejercía según la lógica de la vida simple el principio de igual- MOMENTOS POLlTICOS I 79 dad ciudadana u oponiendo a las restricciones de capacidad para la vida pública lo indiscernible de los derechos huma- nos. Responde de esta manera a la tautología de la impro- piedad que opone las evidencias de la vida a las ficciones de la política cruzando Jos principios de inclusión, extrapolando al5mbito de los seres "i\"os comunes las propiedades del ciu- dadano y reivindicando los atributos del hombre en la cuenta de la actividad ciudadana. Esto también significa que ella transforma las simples pertenencias en capacidades ejercidas para la inclusión. El juego de ambas identidades permitió construir secuencias de enunciación y de manifestación de sujetos políticos; de las forrp.as de inclusión, distintas formas de pertenencia. Hay algo de caricatura irónica de este doble juego en la lógica que permite vivir aquí si se ha sido ciuda- dano allá. Esta lógica da cuenta de la disyunción de estas per- tenencias que anuda la política para operar sus propias inclu- siones. Toma nota de una situación donde los derechos humanos sólo son los derechos del hombre, es decir, los dere- chos de quienes no tienen la capacidad política para interac- tuar con los derechos del ciudadano. Estos son entonces los derechos del hombre en la medida en que éste pertenece a la simple humanidad, es decir; nada más, en definitiva, que el mero hecho de la vida simple cuya tautología excluye toda pertenencia a algo distinto de sí misma. El hombre que incluye a todos es en resumen el ser vivo que posee, salvo cualquier otro derecho, el derecho de ser simplemente socorrido para seguir viviendo allí donde se encuentra; el derecho, en suma, de no ser nada, a menos que pueda exhibir una "pertenencia política" que le permita ser un simple ser vivo fuera de su tie- rra. El problema, por supuesto, es que uno sólo "pertenece a la 80 I JACQUES RANCltRE politica" mientras la haga, mientras uno participe en la trans- formación de la nada en un todo. Por supuesto, la relación con el exterior al mismo tiempo siempre es cierta disposición desde el interior. El estatuto de esta humanidad que no incluye y sólo confiere derechos redu- ciéndo~e el la impropiedad de la vida desnuda y la pmadoja de quien tiene que haber pertenecido a la politica en otra parte para ganar su inclusión corno simple ser vivo, aqtÚ traducen por sí mismos un determinado régimen de la inclusión, un determinado estado del conflicto entre las impropiedades. Este estado llamado consensual es aquel donde ese conflicto se olvida en la identidad tendenciahnente planteada entre las propiedades de los seres vivos y los grupos de seres vivos ocu- pados en la reproducción de la vida y las de los sujetos que participan en la vida