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59. Organización como dinamita.

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Organización como dinamita 
La sindicalización de presos como muchísimo más que una mera reivindicación laboral 
Maximiliano Postay1 
 
Jamás un trabajador preso podrá gozar de los mismos derechos que un trabajador libre. El 
encierro como preámbulo de ejercicio de la prerrogativa “trabajo” obstruye en forma completa la 
elucubración práctica de dicha equivalencia ideal. 
No obstante, los procesos de sindicalización de los trabajadores privados de la libertad 
ambulatoria avalados por la CTA, en Buenos Aires hace un año y en Viedma desde el pasado 2 de 
agosto, merecen ser enérgicamente celebrados; y no sólo por mejorar las condiciones laborales de 
personas que ante la ausencia de esta protección colectiva son explotadas de manera inadmisible 
por el sistema penitenciario, sino también por constituirse en prácticas revolucionarias, cuyo 
potencial transformador excede con creces incluso sus propias pretensiones constitutivas. 
Si bien terminar con la explotación laboral intramuros es urgente y sumamente importante, el 
derecho al “trabajo” se vuelve casi una “excusa” si interpretamos la inserción de la sindicalización 
en la cárcel en un contexto analítico socio-cultural de fondo. 
Al incorporar “organización gremial” a la cárcel (o en definitiva, “organización” a secas), además 
de beneficiar material y circunstancialmente a los trabajadores presos, estamos cuestionando 
“una lógica determinada”, y con ello, ni más ni menos que la propia existencia y/o razón de ser de 
los establecimientos penitenciarios; pues es precisamente esta lógica la que desde su génesis 
viene apuntalando invariablemente la vigencia de estos. 
Desde sus orígenes, allá por mediados del siglo XIX, la cárcel se fundó en el impulso de la 
exclusión por partida doble. Externa, a partir de encerrar tras los muros de una jaula a los 
eventuales responsables de una conducta catalogada como “delito” por la autoridad de turno; e 
interna, procurando que los presos rara vez puedan vincularse los unos con los otros, 
considerando “motín” incluso el hecho de solicitar algún bien de uso cotidiano (un jabón, una 
toalla o agua caliente) en forma conjunta u organizada. 
Las consecuencias de dichas prácticas son fáciles de imaginar. Nada bueno puede ser fruto del 
encierro. Los prisioneros, poco a poco, irán transformándose en seres resentidos, violentos, 
desconfiados, distantes, con enormes dificultades para entablar relaciones de amistad o amor. La 
supervivencia será su único objetivo. El propósito carcelario estará largamente satisfecho. 
 
1
 Abogado, UBA. Máster en Criminología y Sociología Jurídico Penal, Universidad de Barcelona. Profesor de 
Derechos Humanos y Garantías, Programa UBA XXII y Coordinador del Espacio Locos, Tumberos y Faloperos 
(LTF). 
Los sindicatos, por su parte, suponen todo lo contrario. Más allá de internas políticas varias y 
muchas veces antipáticas, sus dinámicas se fundamentan en la consolidación de un colectivo 
solidario y en la reivindicación de los derechos laborales de quiénes lo integran. El diálogo, el 
intercambio y la negociación “de igual a igual” con la patronal son moneda corriente. El 
compañerismo y la superación del egocentrismo superviviente, también. 
Llevada adelante sin contaminación burocrática, sin corruptela barata y sin convicciones endebles 
la sindicalización de los presos, más allá de la forma específica en la que ésta se efectivice, 
representa sin duda alguna una considerable cantidad de cartuchos de dinamita colocada 
estratégicamente en el núcleo mismo de la arquitectura carcelaria. Ojalá los artilugios 
camaleónicos del sistema penal, sus “anticuerpos” y la máxima del “cambio algo para no cambiar 
nada” no terminen desvirtuando esta excelente iniciativa.

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