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FUNDAENTOS TEORICOS E PRATICOS Roberto VICIANO y Ruben MARTINEZ

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307GACETA CONSTITUCIONAL N° 48
doctrina
constitucional
* Catedrático de Derecho Constitucional, Universitat de València.
** Profesor Titular de Derecho Constitucional, Universitat de València.
1 El presente trabajo desarrolla la ponencia defendida en el Congreso Mundial de Constitucionalistas (2010), y recoge una ver-
sión para su publicación en América Latina del análisis y las conclusiones que se avanzaron en VICIANO PASTOR, Roberto y 
MARTÍNEZ DALMAU, Rubén, “El nuevo constitucionalismo latinoamericano: fundamentos para una construcción doctrinal”. En: 
Revista General de Derecho Público Comparado. N° 9, 2011.
RESUMEN
Fundamentos teóricos y prácticos 
del nuevo constitucionalismo 
latinoamericano
Roberto Viciano PastoR*
Rubén MaRtínez DalMau**
Desde su nacimiento, el constitucionalismo democrático ha reflejado 
la lucha por la emancipación de los pueblos. En el caso latinoamerica-
no, el constitucionalismo fundacional trajo la voluntad emancipadora 
propia de la revolución democrática, aunque la pronta imposición del 
constitucionalismo liberal conservador pronto truncó cualquier expec-
tativa de cambio democrático. Hasta hace unas décadas, cualquier re-
ferencia al constitucionalismo latinoamericano estaba marcada por el 
estigma del constitucionalismo fallido; aquel que no ha sido capaz de 
avanzar con la profunda transformación de las sociedades. Desde la dé-
cada de los ochenta y, en particular, a partir de 1991, se producen di-
versas experiencias que pueden derivar en nuevas categorías. El pro-
blema no era solo de aplicación de las nuevas constituciones –concepto 
fuerza del neoconstitucionalismo– sino, como se está demostrando, 
también de legitimidad de las nuevas constituciones. El artículo desa-
rrolla las bases para la construcción doctrinal de una categoría, nuevo 
constitucionalismo que, a principios del siglo XXI, solo podría derivar-
se de la suma de legitimidad, aplicación y profundización democrática 
que tiene lugar en las nuevas constituciones latinoamericanas.
i. constitucionalismo y democra-
cia: de dinámicas enFrentadas 
en un destino común1 
Uno de los lugares comunes más manidos, y 
no por ellos menos ciertos, en el ámbito de 
la teoría política, trata sobre la supuesta co-
sustancialidad entre democracia y constitu-
cionalismo, una simbiosis histórica y concep-
tual que hundiría sus raíces en la aparición del 
constitucionalismo y mantendría la conexión 
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2 En general, sobre la relación entre constitucionalismo y democracia, cfr. SALAZAR UGARTE, Pedro. La democracia constitucio-
nal. Una radiografía teórica. Fondo de Cultura Económica-Instituto de Investigaciones Jurídicas UNAM, México, 2006, en par-
ticular las pp. 140-178. Respecto a los caminos asincrónicos de construcción del constitucionalismo y la democracia, cfr. FIORA-
VANTI, Maurizio, Constitución. De la antigüedad a nuestros días. Trotta, Madrid, 2001, p. 71 y ss. El lúcido análisis de Pisarello 
es importante para comprender la involución conservadora del concepto de Constitución democrática surgido después del libe-
ralismo revolucionario. Cfr. PISARELLO, Gerardo. Un largo termidor. La ofensiva del constitucionalismo antidemocrático. Trotta, 
Madrid, 2011, p. 89 y ss.
3 A nadie escapa que, en muchos casos, esta dificultad en la innovación deriva del planteamiento de que la fuerza del constitucio-
nalismo se limita a los términos de la ley, que ordenan –y, por lo tanto, limitan– el poder derivado de la voluntad democrática. En 
términos de García Roca, al fin y al cabo “el problema del Derecho Constitucional es siempre el mismo, siglo tras siglo, desde 
nuestros precursores ilustrados: limitar al Príncipe, controlar el poder, para permitir la libertad política de los ciudadanos. O, en 
otras palabras, salvaguardar el Estado de Derecho para que, dentro de sus límites, operen la soberanía popular y el principio de-
mocrático”. GARCÍA ROCA, Javier. “Del principio de la división de poderes”. En: Revista de Estudios Políticos. N° 108, abril-junio 
de 2000, p. 70. Lo que no implica, desde luego, que la soberanía popular y el principio democrático actúen exclusivamente en 
el marco del orden jurídico; pero sí que también extienden sus efectos en el mundo de lo ordenado. Respecto a la tensión entre 
democracia y constitucionalismo, cfr. SALAZAR UGARTE, Pedro. La democracia constitucional. Una radiografía teórica. Fondo 
de Cultura Económica, México, 2006.
4 Como ocurrió principalmente con la reacción conservadora a la propuesta liberal revolucionaria que dio inicio al constitucionalis-
mo, y que Pi y Margall, protagonista directo del vuelco conservador, calificó de “situación falsa de los reaccionarios”. Ya a media-
dos del siglo XIX, cuando se apreciaba la victoria del constitucionalismo conservador frente a la revolución, Pi y Margall afirmaba 
de la Constitución francesa de 1793 que los jacobinos escribieron “una declaración de los derechos del hombre, que con sobrada 
razón se ha hecho famosa. Consignar nuestros derechos es consignar nuestra soberanía, y consignar la soberanía individual es 
consignar la de los pueblos (…). Los autores de nuestras constituciones no han dejado de seguir en esto las pisadas de aquellos 
revolucionarios, célebres para siempre en los fastos de la historia; mas con tan poco acierto y filosofía tan escasa, que no pue-
do menos que volver a descargar sobre ellos todo el peso de mi crítica”. PI Y MARGALL, Francisco. La reacción y la revolución. 
Estudios políticos y sociales. M. Rivadeneyra, Madrid, 1854, p. 158. Peces-Barba definirá este giro conservador de la siguiente 
manera: “Los sectores antimodernos, tradicionalistas y contrarrevolucionarios plantearán una alternativa de Constitución como 
un orden natural e histórico que condicione al Derecho que es solo reflejo de ese orden previo. Estamos ante una deriva del De-
recho Natural ontológico, de un depósito histórico duradero, de un modelo con una estructura fundamental y estable de una so-
ciedad que es conforme al orden natural” (PECES-BARBA, Gregorio. “La constitución y la seguridad jurídica”. En: Claves de la 
Razón Práctica. N° 138, diciembre de 2003, p. 5).
hasta la actualidad. Pero nada más lejos de la 
realidad; constitucionalismo y democracia no 
solo tienen orígenes diferentes, sino que con-
ceptualmente han constituido ideas y prác-
ticas antagónicas hasta el liberalismo revo-
lucionario, inaugurado en Estados Unidos y 
en Francia hace algo más de dos siglos. Tan-
to si partimos de una noción histórico-política 
de Constitución –organización sociopolítica 
de una comunidad– como de la Constitución 
como documento racionalizado propio del Es-
tado liberal, o nos refiramos al marco teórico 
como al práctico de su aplicación, se ha de-
mostrado la lejanía que puede existir entre el 
constitucionalismo y la democracia2. 
El objeto de este trabajo es demostrar algunas 
características de lo que puede denominarse 
nuevo constitucionalismo, fundado en el mis-
mo objetivo del constitucionalismo liberal re-
volucionario de encontrar en la simbiosis en-
tre constitucionalismo y democracia un punto 
de llegada, así como de su aplicación en las úl-
timas constituciones democráticas latinoame-
ricanas. Referirnos a una nueva categoría en 
el estudio del constitucionalismo no es, desde 
luego, habitual. Si existe una disciplina en las 
ciencias jurídicas que parece contar como cua-
lidad intrínseca problemas para la innovación 
es, desde luego, el Derecho Constitucional y 
el estudio de su dimensión histórica y política 
que denominamos constitucionalismo. Se tra-
ta de un ámbito donde es difícil la innovación 
y la experimentación, más propia –y en mu-
chos casos relativamente fácil– de otras dis-
ciplinas jurídicas. Seguramente la razón se 
encuentra en la íntima relación entre demo-
cracia, gobierno y Derecho; fundamentos del 
constitucionalismo en general,y del Derecho 
Constitucional, entendido como la dimensión 
jurídica del constitucionalismo, en particular. 
En efecto, cuando las innovaciones afectan a 
la legitimidad del poder público –democra-
cia–, al ejercicio de este poder –gobierno– o 
a la materialización constitucional de los ante-
riores –Constitución, ordenamiento jurídico–, 
son poco atractivos los procesos innovadores3, 
en especial cuando el devenir histórico ha en-
señado que no todo avance en este campo se 
consolida siempre y de forma inmediata4.
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FUNDAmENTOS TEórICOS y práCTICOS DEL NUEvO CONSTITUCIONALISmO ...
5 Para una visión sucinta de los momentos constituyentes cfr., en general, VICIANO PASTOR, Roberto y MARTÍNEZ DALMAU, 
Rubén, “El proceso constituyente venezolano en el marco del nuevo constitucionalismo latinoamericano”. En: Ágora-Revista de 
Ciencias Sociales. N° 13, 2005, pp. 55-68.
6 HABERMAS, Jürgen. “La lucha por el reconocimiento en el Estado Democrático de Derecho”. En: Daimon. Revista de Filosofía. 
N° 15, 1997, p. 25 y ss. Sobre la evolución desde el Estado liberal revolucionario hasta el Estado Social y Democrático de Dere-
cho, de entre la amplia bibliografía al respecto, cfr. HÄBERLE, Peter. El Estado Constitucional. UNAM, México, 2001.
7 En términos de Aguiló, cuando nos preguntamos qué es el Estado constitucional, “una respuesta fácil (pero inútil) consistiría en 
afirmar que Estado constitucional es aquel que cuenta con una constitución” (AGUILÓ REGLA, Josep. “Sobre la constitución del 
Estado constitucional”. En: Doxa. N° 24, 2001, p. 450).
De esa manera, el Derecho Constitucional si-
gue fundamentándose en categorías intrín-
secamente liberales, y que son difíciles de 
cuestionar sin crear discordias. Este plantea-
miento, desde luego, tiene sus ventajas. Es-
tablecer modelos teóricos y estudiar casos 
prácticos en torno a los mismos conceptos for-
talece la creación de un entramado académico 
que otorga seguridad investigadora, expositi-
va y, especialmente, argumentadora. Se trata, 
sin ninguna duda, de la disciplina menos for-
malista y, por ello, más cercana a considera-
ciones generales sobre la democracia, el poder 
y los derechos. Pero, al mismo tiempo, su pro-
pia naturaleza, una vez que escapa del corsé 
formalista, condiciona la aparición de nuevas 
categorías y favorece la revisión constante de 
conceptos. Al fin y al cabo, el Derecho Cons-
titucional no es otra cosa que la actividad jurí-
dica que ha seguido a un modelo histórico de 
limitación y legitimidad del poder (constitui-
do); esto es, del gobierno. Y, en este sentido, 
por la propia naturaleza de la legitimidad y la 
limitación de este poder, debe más a los proce-
sos políticos que a las formalidades jurídicas, 
que solo son un medio para aquel fin.
Desde este punto de vista, y sin restringirse 
en las conceptualizaciones clásicas, la evolu-
ción del Derecho Constitucional se ha plantea-
do desde cuatro grandes paradigmas propios 
de los momentos constituyentes que corres-
pondieron las vivencias históricas del cons-
titucionalismo5: el surgimiento del constitu-
cionalismo liberal revolucionario durante las 
revoluciones burguesas, a partir de finales del 
siglo XVIII; la evolución conservadora del 
planteamiento revolucionario hacia el positi-
vismo y el primitivo concepto de Estado de 
Derecho, fruto de la renovada coalición entre 
clases burguesas y monarquías o sectores con-
servadores, que vio su auge durante el siglo 
XIX y los primeros años del siglo XX; el cons-
titucionalismo democrático, durante las pri-
meras décadas del siglo XX, producto del en-
frentamiento del Estado liberal conservador a 
las amenazas políticas, sociales y económicas, 
que provocaron el retorno del problema de la 
legitimidad del poder –problema que había 
sido apartado desde el contractualismo–; y el 
constitucionalismo social, cuyo objetivo nun-
ca bien concluido era garantizar los derechos 
sociales que, por la vía del hecho, conforma-
ron el fundamento de las políticas caracteriza-
doras del Estado del bienestar y que, académi-
camente, se conceptualizó en el actualmente 
vigente concepto de Estado Social y Demo-
crático de Derecho; aquel que, según el plan-
teamiento de Habermas, completaba los mo-
vimientos emancipadores de la burguesía y la 
socialdemocracia con las pretensiones de re-
conocimiento de las identidades colectivas y 
con las demandas de igualdad de derechos de 
las formas de vida culturales6.
Pero desde hace unas décadas, el planteamien-
to va más allá. En la teoría, principalmen-
te a raíz de la consolidación de la corriente 
neoconstitucional –que es, al mismo tiempo, 
neoconstitucionalista–, se ha avanzado ha-
cia la diferenciación entre el concepto formal 
y material de Estado Constitucional. La dis-
tinción estriba en entender que no es un Es-
tado (neo)constitucional aquel con presencia 
de una constitución únicamente en sentido 
formal7, sino el que cuenta con una Constitu-
ción propia de la evolución del Estado Social 
y Democrático de Derecho hacia la forma más 
avanzada, capaz de suplir sus falencias. Des-
de esta propuesta, el Estado Constitucional, en 
 D OCTrINA
310
8 En general, cfr. FAVOREU, Louis. “La constitutionalisation du droit”. En: AA.VV. L’unité du droit. Mélanges en hommage a Roland 
Drago. Económica, París, 1996.
9 Para Guastini, son siete las condiciones de constitucionalización las que deben satisfacer un ordenamiento jurídico para ser con-
siderado como “impregnado” por las normas constitucionales. La lista, que el autor entiende que puede no ser completa y pre-
senta como una propuesta de inicio para el debate doctrinal, comprende la rigidez constitucional, la garantía jurisdiccional de la 
constitución, su fuerza vinculante, la “sobreinterpretación” de la constitución, la aplicación directa de las normas constitucionales, 
la interpretación conforme de las leyes, y la influencia de la constitución sobre las relaciones políticas. Cfr. GUASTINI, Riccardo. 
“La constitucionalización del ordenamiento jurídico: el caso Italiano”. En: Neoconstitucionalismo(s). Miguel Carbonell (editor), 
Trotta, Madrid, 2003, pp. 50-57. 
10 Seguramente la novedad más representativa al respecto es la incorporación del concepto “Estado constitucional de derechos 
y justicia” en el artículo primero de la Constitución ecuatoriana de 2008, que omite –por entenderla incorporada en la definición 
anterior– la referencia al Estado Social y Democrático de Derecho. La jurisprudencia constitucional ecuatoriana ha determinado 
que este concepto “denota a la Constitución como determinadora del contenido de la ley, el acceso y el ejercicio de la autoridad 
y la estructura del poder, siendo los derechos de las personas, a la vez, límites del poder y vínculos, por lo que la Constitución de 
la República es de directa e inmediata aplicación, y los derechos y garantías en ellas contenidos justifican el orden institucional” 
(Sentencia de la Corte Constitucional 005-09-SEP-CC, segunda consideración).
“ Como teoría del De-recho, el neoconstitucio-nalismo ... está caracteri-
zado por una Constitución 
invasora, por la positiviza-
ción de un catálogo de de-
rechos, por la omnipre-
sencia en la Constitución 
de principios y reglas, y 
por algunas peculiari-
dades de la interpreta-
ción y de la aplicación 
de las normas constitu- 
cionales... ”
esencia, propone la profundi-
zación del concepto de Cons-
titución en su determinación 
sobre el ordenamiento jurídi-
co. Se incide, por ello, en la 
normativa constitucional. El 
principal objetivo de la Cons-
titución del Estado Consti-
tucional, es, en términos de 
Favoreu, la constitucionaliza-
ción del ordenamiento jurídi-
co8. Una constitucionalización 
que puede ser comprobable 
a través de determinadas ca-
racterísticas que Guastini9 ha 
denominado condiciones de 
constitucionalización,y que hacen referencia 
a los grados en que materialmente se apunta, 
desde la perspectiva de la Constitución, hacia 
el Estado Constitucional.
Pero, además, el avance en la construc-
ción doctrinal –y, en lugares muy concretos, 
en la nomenclatura jurídica10– del concep-
to neoconstitucional de Estado Constitucio-
nal ha completado su trazado en la teoría de-
mocrática de la Constitución: la Constitución 
entendida como fruto del poder constituyen-
te, legitimada democráticamente, plenamen-
te normativa y cuyo objetivo es materializar 
la voluntad de los pueblos expresada en el 
uso su poder (constituyente). Desde este pun-
to de vista, se supera el concepto de Constitu-
ción como limitadora del poder (constituido) 
y se avanza en la definición de la constitución 
como fórmula democrática donde el poder 
constituyente expresa su voluntad. 
Al respecto, aun cuando es im-
posible no reconocer los avan-
ces principalmente en el cons-
titucionalismo europeo a partir 
del constitucionalismo demo-
crático iniciado en las prime-
ras décadas del siglo XX, en 
la práctica ha sido en América 
Latina donde han tenido lugar 
los últimos intentos de realiza-
ción práctica de estos mode-
los, fruto de las condiciones 
sociales y políticas presentes 
en determinados países –cons-
titucionalismo necesario– y 
por medio de asambleas cons-
tituyentes, plenamente democráticas, que han 
traducido a los textos constitucionales la vo-
luntad revolucionaria de los pueblos. Se trata 
de una aportación crucial, de relevancia reco-
nocible, del clásicamente relegado constitu-
cionalismo latinoamericano al nuevo consti-
tucionalismo, y que comienza a denominarse 
nuevo constitucionalismo latinoamericano.
ii. neoconstitucionalismo como 
corriente doctrinal consoli-
dada y nuevo constitucionalis-
mo como corriente doctrinal 
en conFiguración
Cabe, llegado a este punto, realizar algunas 
precisiones sobre algunos de los conceptos 
utilizados hasta el momento: neoconstitucio-
nalismo, nuevo constitucionalismo, y nuevo 
constitucionalismo latinoamericano, y poner-
los en relación con al fundamento democrático 
en la legitimidad del poder público.
311GACETA CONSTITUCIONAL N° 48
FUNDAmENTOS TEórICOS y práCTICOS DEL NUEvO CONSTITUCIONALISmO ...
11 CARBONELL, Miguel. “El neoconstitucionalismo en su laberinto”. En: Teoría del neoconstitucionalismo. Miguel Carbonell (editor), 
Trotta, Madrid, 2007, pp. 9 y 10.
12 CARBONELL, Miguel, “Nuevos tiempos para el constitucionalismo”. En: Neoconstitucionalismo(s). Ob. cit., p. 9.
13 Ibíd. p. 10.
14 FERRAJOLI, Luigi. “Pasado y futuro del Estado de Derecho”. En: Neoconstitucionalismo(s). Ob. cit., pp. 13-29.
Como se ha hecho referencia, el estudio del 
constitucionalismo desde su origen hasta el 
Estado Social ha mostrado la perspectiva de 
un constitucionalismo en evolución: el consti-
tucionalismo como corriente ideológica arran-
caría, como es bien conocido, a partir del siglo 
XVII durante el desarrollo del pensamiento li-
beral y la defensa del límite al poder; asumi-
ría rasgos esencialmente diferentes, basándose 
en la legitimidad democrática del poder y ya 
no en la Constitución como límite, con el ra-
dicalismo democrático; se realizaría jurídica-
mente con el concepto racional-normativo de 
Constitución durante las revoluciones libera-
les de finales del siglo XVIII; y evolucionaría 
hasta las constituciones del Estado Democrá-
tico y Social de Derecho, salvo el largo pe-
riodo involutivo conservador, apuntalado por 
el positivismo, que arrancó con el vuelco con-
servador del recién nacido constitucionalis-
mo liberal revolucionario y se prorrogó hasta 
las primeras constituciones europeas del Esta-
do democrático, a caballo entre el siglo XIX 
y el XX.
El neoconstitucionalismo, como explica Car-
bonell, pretende explicar este conjunto de tex-
tos constitucionales que comienzan a surgir 
después de la Segunda Guerra Mundial, en 
particular a partir de la década de los seten-
ta. Son constituciones “que no se limitan a es-
tablecer competencias o a separar a los pode-
res públicos, sino que contienen altos niveles 
de normas materiales o sustantivas que condi-
cionan la actuación del Estado por medio de 
la ordenación de ciertos fines y objetivos”. Se 
aluden como constituciones representativas 
la española de 1978 o la brasileña de 198811. 
Aunque no se queda ahí: “desde entonces el 
constitucionalismo no ha permanecido como 
un modelo estático, sino que ha seguido evo-
lucionando en muchos sentidos”. Es fruto de 
estas evoluciones, que aparece la necesidad de 
constatar teóricamente el concepto de Estado 
(neo)constitucional, y poner en evidencia sus 
consecuencias prácticas12.
Ahora bien, el neoconstitucionalismo desde 
este punto de vista es una teoría del Derecho13 
y no, propiamente, una teoría de la Constitu-
ción, aunque tampoco pretende serlo. Su fun-
damento es el análisis de la dimensión positiva 
de la Constitución, para lo cual no es necesario 
adentrarse en los supuestos y condiciones de 
legitimidad democrática y de la fórmula a tra-
vés de la cual la voluntad constituyente se tras-
lada a la voluntad constituida. De esa manera, 
el neoconstitucionalismo reivindica el Estado 
de Derecho en su significado último, después 
de explicar la evolución del concepto hasta lo 
que representaría en la actualidad. Ferrajoli 
se refiere a dos modelos de Estado de Dere-
cho: “el modelo paleo-iuspositivista del Esta-
do legislativo de Derecho (o Estado legal), que 
surge con el nacimiento del Estado moderno 
como monopolio de la producción jurídica, y 
el modelo neo-iuspositivista del Estado cons-
titucional de Derecho (o Estado constitucio-
nal) producto, a su vez, de la difusión en Eu-
ropa, tras la Segunda Guerra Mundial, de las 
constituciones rígidas y del control de consti-
tucionalidad de las leyes ordinarias” y se pre-
gunta, finalmente, si las condiciones críticas 
actuales que manifiestan un colapso de la ca-
pacidad reguladora de la ley y la pérdida de la 
unidad y coherencia de las fuentes del Dere-
cho no estarán apuntando hacia un tercer mo-
delo ampliado de Estado de Derecho14. 
En definitiva, el neoconstitucionalismo pre-
tende, sin ruptura, alejarse de los esquemas 
del positivismo teórico y convertir al Esta-
do de Derecho en el Estado Constitucional 
de Derecho. La presencia hegemónica de los 
principios como criterios de interpretación en 
el constitucionalismo ha sido, como afirma 
 D OCTrINA
312
15 SASTRE ARIZA, Santiago. Ciencia jurídica positivista y neoconstitucionalismo. McGraw-Hill, Madrid, 1999, p. 145.
16 COMANDUCCI, Paolo. “Formas de (neo)constitucionalismo: un análisis metateórico”. En: Neoconstitucionalismo(s). Ob. cit., 
p. 83.
Sastre, la principal herramienta de ataque al 
positivismo jurídico. “Estos principios, que 
aspiran a conceder unidad material al sistema 
jurídico aunque estén presididos por el plura-
lismo, han hecho inservibles las tesis meca-
nicistas de la interpretación, que era uno de 
los pilares del positivismo teórico”15. Como 
teoría del Derecho, el neoconstitucionalismo 
–en particular a partir de los principios– aspira 
a describir los logros de la constitucionaliza-
ción, entendida como el proceso que ha com-
portado una modificación de los grandes siste-
mas jurídicos contemporáneos. Por esta razón, 
está caracterizado por una Constitución inva-
sora, por la positivización de un catálogo de 
derechos, por la omnipresencia en la Consti-
tución de principios y reglas, y por algunas 
peculiaridades de la interpretación y de la apli-
cación de las normas constitucionales respecto 
a la interpretación y aplicación de la ley16. Se 
trata, en definitiva, de recuperar el concepto 
de Constitución y fortalecer su presencia de-
terminadora en el ordenamiento jurídico.
A los efectos de lo que aquí se pretende de-fender, lo más relevante es que el neoconstitu-
cionalismo es una corriente doctrinal, produc-
to de años de teorización académica mientras 
que, como vamos a ver a continuación, el nue-
vo constitucionalismo latinoamericano es un 
fenómeno surgido en el extrarradio de la aca-
demia, producto más de las reivindicaciones 
populares y de los movimientos sociales que 
de planteamientos teóricos coherentemente ar-
mados. Y consiguientemente, el nuevo consti-
tucionalismo carece de una cohesión y una ar-
ticulación como sistema cerrado de análisis y 
proposición de un modelo constitucional. Sin 
embargo, a pesar de que el nuevo constitucio-
nalismo latinoamericano demuestra con innu-
merables ejemplos que no hay un elenco de 
soluciones extrapolables a cualquier país lati-
noamericano –lo que, de hecho, le caracteriza-
rá–, también es cierto que existen unos rasgos 
comunes bastante bien definidos que permiten 
afirmar, como señala el título de este trabajo, 
que se trata de una corriente constitucional en 
periodo de construcción doctrinal.
El nuevo constitucionalismo mantiene las po-
siciones sobre la necesaria constitucionaliza-
ción del ordenamiento jurídico con la misma 
firmeza que el neoconstitucionalismo y plan-
tea, al igual que este, la necesidad de construir 
la teoría y observar las consecuencias prácti-
cas de la evolución del constitucionalismo ha-
cia el Estado Constitucional. Pero su preocu-
pación no es únicamente sobre la dimensión 
jurídica de la Constitución sino, incluso en un 
primer orden, sobre la legitimidad democráti-
ca de la Constitución. En efecto, el primer pro-
blema del constitucionalismo democrático es 
servir de traslación fiel de la voluntad cons-
tituyente y establecer los mecanismos de re-
lación entre la soberanía, esencia del poder 
constituyente, y la Constitución, entendida 
en su sentido amplio como la fuente del po-
der (constituido y, por lo tanto, limitado) que 
se superpone al resto del Derecho y a las rela-
ciones políticas y sociales. Desde este punto 
de vista, el nuevo constitucionalismo reivindi-
ca el carácter revolucionario del constitucio-
nalismo democrático, dotándolo de los meca-
nismos actuales que pueden hacerlo más útil 
en la emancipación y avance de los pueblos a 
través de la Constitución como mandato direc-
to del poder constituyente y, en consecuencia, 
fundamento último de la razón de ser del po-
der constituido. 
Por todo ello, el nuevo constitucionalismo 
busca analizar, en un primer momento, la exte-
rioridad de la Constitución; es decir, su legiti-
midad, que por su propia naturaleza solo pue-
de ser extrajurídica. Posteriormente –como 
consecuencia de aquella–, interesa la interio-
ridad de la Constitución, con particular re-
ferencia –y en ese punto se conecta con los 
313GACETA CONSTITUCIONAL N° 48
FUNDAmENTOS TEórICOS y práCTICOS DEL NUEvO CONSTITUCIONALISmO ...
17 VICIANO y Martínez. “El proceso constituyente…”. Ob. cit., p. 60 y ss.
18 GARGARELLA, Roberto y COURTIS, Christian. El nuevo constitucionalismo latinoamericano: promesas e interrogantes. Cepal, 
Santiago de Chile, 2009, p. 11.
19 VICIANO y MARTÍNEZ, “El proceso constituyente…”. Ob. cit., p. 61.
20 Cfr., en general, SEOANE, José; TADDEI, Emilio; y ALGRANATI, Clara. “Las nuevas configuraciones de los movimientos popula-
res en América Latina”, en Borón, Atilio y Lechini, Gladys, Política y movimientos sociales en un mundo hegemónico. Lecciones 
desde África, Asia y América Latina. Clacso, Buenos Aires, 2006, p. 227 y ss.
21 DE CABO DE LA VEGA, Antonio. “Las transformaciones institucionales”. En: Venezuela, a contracorriente. Los orígenes y las cla-
ves de la revolución bolivariana, LÓPEZ ICARIA, Juan Torres (coordinador), Barcelona, 2006, p. 33 y ss.
postulados neoconstitucionalistas– a su nor-
mativa. Desde los axiomas democráticos, el 
fundamento de la constitucionalización del or-
denamiento jurídico solo puede encontrarse en 
que la Constitución es el mandato del constitu-
yente, y refleja su voluntad. Por esa razón, el 
Estado Constitucional solo puede ser el Estado 
regido por una Constitución del Estado Cons-
titucional, pero entendida como una Consti-
tución que está legitimada democráticamente 
por el poder constituyente –y que, como con-
secuencia de ello, refleja su voluntad–, y una 
Constitución que rige sin excepciones las re-
laciones jurídicas y políticas creadas a par-
tir de ella. El nuevo constitucionalismo es, en 
consecuencia, una teoría del Derecho, pero 
solo subsidiariamente y en la medida en que 
la Constitución rige el resto del ordenamien-
to jurídico; el nuevo constitucionalismo es, 
principalmente, una teoría (democrática) de la 
Constitución.
Teoría que, como se ha aludido, en Améri-
ca Latina ha pasado a convertirse en prácti-
ca, realizada a través de determinados proce-
sos constituyentes latinoamericanos que han 
producido nuevas constituciones. En efecto, 
a través de los últimos procesos constituyen-
tes se han legitimado textos constitucionales 
que han buscado, en un mare magnum de obs-
táculos y dificultades, no solo ser fiel reflejo 
del poder constituyente sino, a continuación, 
permear el ordenamiento jurídico y revolu-
cionar el statu quo de sociedades en condi-
ciones de necesidad. Como se ha afirmado en 
otro lugar, las condiciones sociales en Amé-
rica Latina no dejan muchos resquicios para 
la esperanza, pero uno de ellos es el papel 
de un constitucionalismo comprometido. Un 
constitucionalismo que pueda romper con lo 
que se considera dado e inmutable, y que pue-
da avanzar por el camino de la justicia social, 
la igualdad y el bienestar de los ciudadanos. 
Estos procesos con sus productos, las nuevas 
constituciones de América Latina, conforman 
el contenido del conocido como nuevo consti-
tucionalismo latinoamericano17.
Sin duda, como afirman Gargarella y Courtis, 
una de las principales preguntas que las nue-
vas constituciones latinoamericanas vienen a 
responder –aunque no la única– es cómo se 
soluciona el problema de la desigualdad so-
cial18. El hecho de que se trate de sociedades 
de las muchas que no experimentaron el Es-
tado social, induce a pensar que las raíces so-
ciales de las manifestaciones de protesta en 
América Latina conducirán a la búsqueda de 
formas de rescate de la dignidad de los pue-
blos, de reivindicación de sus derechos, de 
exigencia de lo que les corresponde, a través 
de mecanismos globalmente transformadores 
y que funcionen. Los procesos constituyen-
tes latinoamericanos, por lo tanto, se circuns-
criben en el abanico –por otra parte tampo-
co muy amplio– de mecanismos de cambio y, 
por ello, pasan a ser procesos necesarios en 
el devenir de la historia19, como resultado di-
recto de los conflictos sociales que aparecie-
ron durante la aplicación de políticas neolibe-
rales, particularmente durante la década de los 
ochenta, y de los movimientos populares que 
intentaron contrarrestarlos20. La traslación de 
sus necesidades a los textos constitucionales 
a través, entre otros, de cambios constitucio-
nales, se traducen en la culminación de un ca-
mino progresivo hacia lo que se conoce como 
nuevo constitucionalismo latinoamericano21.
 D OCTrINA
314
22 Un ejemplo comparado entre el caso colombiano y el venezolano se encuentra en PATIÑO ARISTIZÁBAL, Luis Guillermo, y 
CARDONA RESTREPO, Porfirio. “El neopopulismo: una aproximación al caso colombiano y venezolano”. En: Estudios Políticos. 
N° 34, enero-junio de 2009, pp. 163-184.
23 EDWARDS, Sebastián. Populismo o mercados. El dilema de América Latina. Norma, Bogotá, 2009, p. 233.
24 La historia constitucional ecuatoriana, en buena medida, había sido más evolucionada que en el resto de América Latina por la 
temprana aprobación –y revisión– de la Constitución ecuatoriana de 1998, la cual incorporó una serie de avances que, si bien 
nofueron suficientes y exigieron una revisión total una década después, sí apuntaban hacia el nuevo constitucionalismo latinoa-
mericano. Cfr. MARTÍNEZ DALMAU, Rubén. “Los nuevos paradigmas constitucionales de Ecuador y Bolivia”. En: La Tendencia. 
Revista de Análisis Político. N° 9, marzo-abril de 2009, pp. 37-41.
25 Derrota que pudo deberse a que, aunque se considerara necesaria la introducción de modificaciones en el texto para profundizar 
en el proceso de cambio, la forma y el fondo del proyecto no eran los oportunos. En su forma, la propuesta era mejorable técni-
camente y de fondo, e incorporaba elementos extremadamente complejos, e impropios de un cambio de avanzada. Se trataba 
de un proyecto que no cumplía con las expectativas de profundización del cambio del modelo económico y social; aparecían mu-
chos conceptos que, al menos en la propuesta de reforma, no estaban suficientemente concretados; no avanzó suficientemente 
en las garantías de los derechos económicos y sociales, ni en los mecanismos concretos de transformación del modelo de pro-
ducción. Por otra parte, el proyecto no solo no profundizaba en la democracia participativa, sino que endurecía varias condiciones 
para su aplicación, lo cual suponía un grave error, especialmente cuando la diferencia entre el proceso de cambio venezolano y 
otros procesos sociales ha sido justamente la legitimidad que proporciona la participación. Y, por último, se pudo haber apelado, 
y no se hizo, al mecanismo adecuado para la realización de los cambios: la asamblea constituyente. En general, cfr. VICIANO 
PASTOR, Roberto y MARTÍNEZ DALMAU, Rubén. “Necesidad y oportunidad en el proyecto venezolano de reforma constitucio-
nal (2007)”. En: Revista Venezolana de Economía y Ciencias Sociales. Vol. 14, N° 2, 2008, pp. 102-132.
26 Afirma Edwards, citando a los autores del presente trabajo, que “quienes apoyan estas disposiciones argumentan que todo lo que 
han hecho es incorporar los deseos de las personas –el soberano último– a la Carta Magna del país. Además, han dicho que los 
sistemas parlamentarios, como los de los países europeos, permiten que un partido o una coalición dada sea reelegida de ma-
nera ilimitada, y que mientras ese partido mantenga a su líder, él o ella puede seguir al mando del ejecutivo por un periodo ilimi-
tado de tiempo”. Estos argumentos, afirma el autor, no tienen en cuenta que en un sistema parlamentario es posible censurar al 
primer Ministro, una opción que no está disponible en la Constitución venezolana, “donde los ministros pueden ser censurados, 
Neoconstitucionalismo y nuevo constituciona-
lismo latinoamericano, por tratarse de corrien-
tes complementarias en sus principales postu-
lados y, especialmente, en su objetivo –esto 
es, el razonamiento sobre el acceso al Estado 
constitucional–, muchas veces se asocian no 
con procesos constituyentes y constituciones 
–por tanto, análisis teórico-prácticos cuya re-
ferencia es la Constitución y su legitimidad–, 
sino con fórmulas concretas de gobierno, como 
el neopopulismo, calificativo que han recibido 
varias experiencias de gobierno en el marco 
de las nuevas constituciones22. Edwards, por 
ejemplo, afirma que, en relación con las nue-
vas constituciones latinoamericanas, “el neo-
constitucionalismo acepta y promueve el uso 
recurrente de plebiscitos y referendos para 
poder avanzar en sus agendas políticas y so-
ciales. Es decir, esta novel doctrina ha eleva-
do una de las características fundamentales 
del populismo –el que el líder populista ape-
le de manera directa a las masas para obtener 
sus objetivos– a nivel constitucional”23. Pero 
la posición tanto del neoconstitucionalismo 
como del nuevo constitucionalismo es la dia-
metralmente opuesta a la que plantea este au-
tor. Con independencia de la necesidad de re-
visar el concepto de populismo, que excede el 
objetivo del presente trabajo, lo cierto es que 
para estas corrientes el avance democrático se 
realiza en el marco de la Constitución, y no 
a través de la relación directa entre el líder y 
las masas. Es el gobierno el que está legitima-
do por el pueblo y no, desde luego, al contra-
rio. El diseño del campo de acción jurídico-
política, en cada caso, se establece a través de 
la Constitución, única norma directamente le-
gitimada por el pueblo en uso de su exclusi-
vo poder constituyente. De hecho, es en ese 
marco donde se circunscribe, por ejemplo, la 
activación del poder constituyente en Ecuador 
diez años después de aprobada la Constitución 
de 199824 o su posterior revisión constitucio-
nal votada por el pueblo ecuatoriano o la de-
rrota de la reforma constitucional promovida 
por Hugo Chávez en Venezuela en diciembre 
de 200725. Tampoco acierta el autor con otros 
elementos, como la posibilidad de reelección 
indefinida, que nunca han sido defendida por 
posiciones neoconstitucionalistas por no tra-
tarse del campo de la aplicación constitucio-
nal, ni por la mayoría de quienes han teorizado 
sobre el nuevo constitucionalismo latinoame-
ricano, aunque finalmente se ha incorporado 
al texto constitucional venezolano por la vo-
luntad del poder constituyente26.
315GACETA CONSTITUCIONAL N° 48
FUNDAmENTOS TEórICOS y práCTICOS DEL NUEvO CONSTITUCIONALISmO ...
 pero no el jefe del ejecutivo al mando de la nación” (EDWARDS, Sebastián. Populismo o mercados… Ob. cit., p. 236). La desin-
formación en este análisis es evidente, y trasluce la desconfianza conservadora hacia las decisiones democráticas. Los autores, 
en el trabajo citado por Edwards, se limitaron a explicar las condiciones en que se dio el debate sobre la reforma constitucional 
venezolana intentada en 2007, y entre ellas la necesidad de comprender desde el marco comparado que la revocatoria del man-
dato del Jefe de Estado, presente en todas las constituciones latinoamericanas desde la venezolana de 1999 –y, de hecho, apli-
cada en Venezuela en 2004–, fungía de moción de censura en un sistema presidencialista. Pero en ningún momento defendieron 
la reelección ilimitada; es más, afirmaron, en relación con el proyecto de reforma constitucional, el peligro que suponía “el retro-
ceso que se experimentaba en el concepto de democracia participativa, verdadero sustento del proceso de cambio en Venezue-
la desde 1998” (VICIANO y MARTÍNEZ, “Necesidad y oportunidad…”. Ob. cit., p. 124). Por otro lado, el referendo revocatorio, 
como el resto de mecanismos de participación previstos en la Constitución venezolana, no implican ningún tipo de previsión so-
bre la decisión del pueblo, como de hecho se demostró en el citado proceso fallido de reforma constitucional. Como afirma Sa-
lamanca, “la intervención política del ciudadano no está limitada por ningún tipo de orientación ideológica previa. Va más allá del 
sufragio, estableciéndose múltiples vías de injerencia en la cosa pública. En adelante, deberíamos ver al pueblo no solo votando, 
sino decidiendo los asuntos públicos” (SALAMANCA, Luis. “La democracia directa en la Constitución venezolana de 1999”. En: 
SALAMANCA, Luis y VICIANO PASTOR, Roberto. El sistema político en la Constitución Bolivariana de Venezuela. Vadell Her-
manos, Caracas, 2004, p. 119).
27 Cfr. MARTÍNEZ DALMAU, Rubén, “Asembleas constituíntes e novo constitucionalismo en América Latina”. En: Tempo Exterior. 
N° 17, julio-diciembre de 2008, pp. 5-15.
28 Sobre el concepto de constitucionalismo criollo, cfr. MARTÍNEZ DALMAU, Rubén. “Constitucionalismo fundacional en América 
Latina y su evolución: entre el constitucionalismo criollo y el nuevo constitucionalismo”. En: GARCÍA TROBAT, Pilar y SÁNCHEZ 
FERRIZ, Remedio (coordinadores). El legado de las Cortes de Cádiz. Tirant lo Blanch, Valencia, 2011, pp. 828-857, cuya argu-
mentación se sigue en los párrafos siguientes.
iii. el primer elemento común al 
nuevo constitucionalismo la-
tinoamericano: los procesos 
constituyentes democráticos
El nuevo constitucionalismolatinoamericano, 
que ha sido calificado como constitucionalis-
mo sin padres27, se diferencia en el campo de 
la legitimidad del constitucionalismo anterior 
por la naturaleza de las asambleas constitu-
yentes. Desde las constituciones fundaciona-
les latinoamericanas –que, por otro lado, fue-
ron más cercanas al liberalismo conservador 
que al revolucionario– América Latina había 
carecido de procesos constituyentes ortodoxos 
–esto es, plenamente democráticos– y, en cam-
bio, había experimentado en multitud de oca-
siones procesos constituyentes representativos 
de las élites y alejados de la naturaleza sobera-
na esencial del poder constituyente. La evolu-
ción posterior del constitucionalismo latinoa-
mericano anterior a las nuevas constituciones 
se fundamentó en el nominalismo constitu-
cional y, con ello, en la falta de una presencia 
efectiva de la constitución en el ordenamien-
to jurídico y en la sociedad. En general, las 
constituciones del viejo constitucionalismo no 
cumplieron más que los objetivos que habían 
determinado las élites: la organización del po-
der del Estado y el mantenimiento, en algunos 
casos, de los elementos básicos de un sistema 
democrático formal.
Se puede, de esta forma, distinguir en el ori-
gen de las constituciones latinoamericanas un 
primer constitucionalismo fundacional, de ca-
rácter claramente democrático-revolucionario, 
y un constitucionalismo criollo, fruto de la in-
volución conservadora del primer constitucio-
nalismo latinoamericano28. Formalmente, las 
constituciones del liberalismo revolucionario 
latinoamericano cuentan con una serie de ras-
gos comunes propios de los tiempos de con-
vulsión en los que vivió y de la simbiosis entre 
las ideas radicales y las tradicionales, carac-
terística de la discusión de planteamientos e 
intereses entre las elites formadas en la épo-
ca; las mismas elites ilustradas que se debatían 
entre la necesidad de crear Estado, la oportuni-
dad de realizarlo sobre las bases de voluntades 
mayoritarias –es decir, el carácter revolucio-
nario del constitucionalismo fundacional– y 
la oportunidad de renunciar a privilegios pero, 
a la vez, mantener situaciones de poder que 
producirían previsibles cuestionamientos por 
parte de las mayorías populares. Coheren-
temente con los fundamentos teóricos, las 
constituciones fueron producto de asambleas 
constituyentes donde se debatió el alcance y 
consecuencias de su establecimiento. Como 
afirma Brewer-Carías, todas las constitucio-
nes fundacionales latinoamericanas tuvieron 
lugar por voluntad popular expresada a tra-
vés de congresos, convenciones o asambleas 
 D OCTrINA
316
constituyentes, las cuales en su momento asu-
mieron el poder constituyente originario para 
la organización de los Estados con forma re-
publicana29. En cuanto a sus rasgos formales, 
las constituciones se proyectaron o se aproba-
ron como textos extensos y complejos, muy 
lejanos a la ortodoxia constitucional que pre-
dominará durante la etapa conservadora e in-
cluso la evolución posterior del constituciona-
lismo criollo; y fueron directamente influidas 
por el constitucionalismo norteamericano y 
europeo, aunque esta influencia acabó en bue-
na medida decantando hacia meras copias o, 
en el mejor de los casos, adaptaciones, de ins-
tituciones foráneas.
Ya desde la primera Constitución, la venezo-
lana de 1811, se defendía una noción de sobe-
ranía directa al referirse a la soberanía popu-
lar, emulando el preámbulo de la Constitución 
norteamericana de 178730. El concepto, no 
obstante, tenía un significado polivalente, pues 
además del fundamento para el paso de la so-
ciedad de naturaleza –con claro “sabor hobbe-
siano”, como afirma Pantoja31– a la sociedad 
civil32, la soberanía también se aplicaba en su 
sentido limitado como calidad de las provin-
cias en todo aquello que no formara parte del 
pacto federal33, haciendo referencia a la “so-
beranía reservada” a los pueblos de las provin-
cias34, o incluso en su dimensión de ejercicio 
indirecto, a través de los representantes de los 
habitantes35. Pero, a pesar del significado plu-
ral del concepto de soberanía, quedaba claro 
que la sanción o modificación de la Constitu-
ción solo podía tener lugar a partir de conven-
ciones particulares de cada provincia reunidas 
expresamente para ello, que finaliza después 
de un complejo procedimiento en un congre-
so constituyente nacional. Se excluye, de esta 
forma, la posibilidad de que la Constitución 
pudiera ser modificada sin más por el poder 
constituido36. Como afirma Gargarella37, una 
de las primeras intuiciones de los radicales, en 
29 BREWER-CARRÍAS, Allan R. “Modelos de revisión constitucional en América Latina”. En: Boletín de la Academia de Ciencias 
Políticas y Sociales. N° 141, enero-diciembre de 2003, p. 116. 
30 Preámbulo. “Nos el Pueblo de los Estados de Venezuela, usando de nuestra soberanía, y deseando establecer entre nosotros 
la mejor administración de justicia, procurar el bien general, asegurar la tranquilidad interior (…), hemos resuelto confederarnos 
solemnemente para formar y establecer la siguiente Constitución, por la cual se han de gobernar y administrar estos Estados”.
31 PANTOJA MORÁN, David. La idea de soberanía en el constitucionalismo latinoamericano. Instituto de Investigaciones Jurídicas, 
Universidad Nacional Autónoma de México, México, 1973, p. 87.
32 Sección primera del Capítulo VIII. Soberanía del Pueblo. Artículo 141. Después de constituidos los hombres en sociedad han re-
nunciado a aquella libertad ilimitada y licenciosa a que fácilmente los conducían sus pasiones, propia solo del estado salvaje. El 
establecimiento de la sociedad presupone la renuncia de estos derechos funestos, la adquisición de otros más dulces y pacíficos 
y la sujeción a ciertos deberes mutuos. Artículo 142. El pacto social asegura a cada individuo el goce y posesión de sus bienes, 
sin lesión del derecho que los demás tengan a los suyos. Artículo 143. Una sociedad de hombres reunidos bajo unas mismas le-
yes, costumbres y Gobiernos forma una soberanía.
33 “Bases del Pacto Federativo que ha de constituir la autoridad general de la Confederación. En todo lo que por el Pacto Federal 
no estuviere expresamente delegado a la Autoridad general de la Confederación, conservará cada una de las Provincias que la 
componen, su Soberanía, Libertad, e Independencia”.
34 Artículo 134 (El Gobierno de la Unión). “También afianza a las mismas provincias su libertad e independencia recíprocas en la 
parte de su soberanía que se han reservado”.
35 Artículo 144. “La soberanía de un país, o supremo poder de reglar y dirigir equitativamente los intereses de la comunidad, reside, 
pues, esencial y originalmente en la masa general de sus habitantes y se ejercita por medio de apoderados o representantes de 
estos, nombrados y establecidos conforme a la Constitución”.
36 Capítulo séptimo. Sanción o ratificación de la Constitución. Artículo 137. “El pueblo de cada provincia por medio de convenciones 
particulares reunidas expresamente para el caso o por el órgano de sus electores capitulares autorizados determinadamente al 
intento, o por la voz de los sufragantes parroquiales que hayan formado las Asambleas primarias para la elección de represen-
tantes, expresará solemnemente su voluntad libre y espontánea de aceptar, rechazar o modificar en todo o en parte esta Cons-
titución”. Artículo 138. “Leída la presente Constitución a las Corporaciones que hubiere hecho formar cada Gobierno provincial, 
según el artículo anterior, para su aprobación, y verificada esta con las modificaciones o alteraciones que ocurrieren por plurali-
dad, se jurará su observancia solemnemente y se procederá dentro del tercer día a nombrar los funcionarios que les correspon-
dan de los poderes que forman la representación nacional, cuya elección se hará en todocaso por los electores que van designa-
dos”. En general, cfr. PLAZA, Elena y COMBELLAS, Ricardo. Procesos constituyentes y reformas constitucionales en la historia 
de Venezuela: 1811-1999. Universidad Central de Venezuela, Caracas, 2005 (Tomo I).
37 GARGARELLA, Roberto. Los fundamentos legales de la desigualdad. El constitucionalismo en América (1776-1860). Siglo XXI, 
Madrid, 2005, p. 42 y ss.
317GACETA CONSTITUCIONAL N° 48
FUNDAmENTOS TEórICOS y práCTICOS DEL NUEvO CONSTITUCIONALISmO ...
cuanto a cómo organizar el sistema institucio-
nal, fue la de que este debía reflejar muy es-
pecialmente la voluntad mayoritaria. Dentro 
de la tríada de poderes normalmente acepta-
da para el diseño de la estructura de gobier-
no, el Congreso era sin duda la institución que 
consideraban mejor capacitada para expresar 
el pensamiento de la mayoría. Sus múltiples y 
diversos miembros, o al menos una buena par-
te de los mismos, surgían directamente de una 
elección popular, y estaban sujetos a ser reem-
plazados al poco tiempo. Como modo de ga-
rantizar el carácter adecuadamente represen-
tativo del Congreso, los radicales tendieron 
a rechazar las legislaturas bicamerales, don-
de una de las Cámaras, el Senado, tuviera una 
composición necesariamente conservadora. 
La propuesta del legislativo unicameral, que 
había tenido bastante éxito en Estados Unidos 
antes de la Convención Federal (Pensilvania, 
Vermont, Georgia, …) influyó en las constitu-
ciones radicales de países como México (Apa-
tzingán, 1814), Perú (1823) o Ecuador (1830).
En América Latina, incluso los tímidos pro-
gresos del constitucionalismo del Estado li-
beral revolucionario fueron pronto cuestiona-
dos por la misma burguesía que había apoyado 
intelectualmente y con las armas la indepen-
dencia de las colonias. Este cuestionamiento 
se produjo especialmente cuando se avanzaba 
hacia la nueva situación jurídica de indepen-
dencia, y cuando quedaba cada vez más leja-
na la capacidad de la metrópoli de llevar ade-
lante con éxito empresas recolonizadoras. Las 
clases populares, muchas de las cuales apoya-
ban, siquiera pasivamente, la fundación repu-
blicana, y que en buena medida servían para 
la integración o apoyo de los ejércitos, se ha-
cían cada vez menos necesarias siquiera como 
fuerzas de prevención. Las condiciones para 
los cambios en las preferencias de las burgue-
sías criollas estaban, por lo tanto, dadas, así 
como la alianza entre los conservadores libe-
rales y los liberales conservadores, que ejer-
cería una influencia decisiva hasta el siglo 
XX38. Si en el constitucionalismo fundacional, 
como afirma Gargarella, muchos radicales ha-
bían imaginado la posibilidad de reconstituir 
de nuevo a las sociedades americanas, erradi-
cando de un golpe prácticas que, más allá de 
su valor intrínseco, habían distinguido a la re-
gión durante siglos, con la reaparición de los 
conservadores se hizo de nuevo presente su in-
fluencia en el desarrollo de la vida jurídica de 
la región. La razón de ser del constitucionalis-
mo conservador “resulta de una combinación 
de autoritarismo político e imposición de va-
lores morales”39.
Ahora bien, desde la segunda mitad de la dé-
cada de los ochenta, con la caída de los regí-
menes militares, se apreciaron en América La-
tina cambios constitucionales que avanzaban 
hacia una recuperación del concepto de Cons-
titución, y que apuntaban hacia lo que ya se 
reconoce como un nuevo paradigma constitu-
cional40. Fix-Zamudio los señalaba a media-
dos de los noventa, haciendo referencia a las 
constituciones guatemalteca de 1985 y brasi-
leña de 1988, entre otras, y advirtiendo que se 
concretaban cambios de planteamientos cons-
titucionales que, con el tiempo, acabarían con-
firmándose. “Estos cambios abundantes y 
dinámicos indican una transformación y ac-
tualización de las leyes fundamentales de La-
tinoamérica, pero también señalan la crecien-
te importancia que se otorga a los documentos 
constitucionales en la vida política de nues-
tros países, que nos conduce, así sea de mane-
ra paulatina, hacia la aplicación de dichos tex-
tos en la realidad y a superar la existencia de 
38 Cfr. ROMERO, José Luis y ROMERO, Luis Alberto. Pensamiento conservador (1815-1898). Biblioteca Ayacucho, Caracas, 1978, 
p. 23 y ss.
39 GARGARELLA. Ob. cit., p. 85.
40 Se sigue a continuación la argumentación expuesta en VICIANO PASTOR, Roberto y MARTÍNEZ DALMAU, Rubén. “Los proce-
sos constituyentes latinoamericanos y el nuevo paradigma constitucional”. En: Ius. Revista del Instituto de Ciencias Jurídicas de 
Puebla. Nº 25, verano de 2010, pp. 7-29.
 D OCTrINA
318
Constituciones nominales o semánticas”41. Se 
trataba del anuncio del fin de una era consti-
tucional nominalista y poco original y del ini-
cio de nuevas luces en el constitucionalismo 
latinoamericano. 
Sin embargo, el primer intento de transfor-
mación del constitucionalismo latinoamerica-
no consistió principalmente en una adaptación 
del constitucionalismo del Estado Social eu-
ropeo con rasgos del constitucionalismo nor-
teamericano, en especial respecto al presiden-
cialismo. Esa apuesta, que seguía importando 
respuestas constitucionales foráneas, introdu-
jo sin embargo algunos rasgos diferenciales 
que se consolidarían en los procesos constitu-
yentes rupturistas unos años después: la preo-
cupación y la efectiva protección de los dere-
chos, la preocupación por el medio ambiente 
o las minorías indígenas, la apuesta por la in-
tegración regional, o la incorporación de nue-
vas formas de organización estatal42. Los cam-
bios constitucionales de finales de los años 
setenta y de la década de los ochenta no fue-
ron producto de procesos surgidos a deman-
da de la sociedad ni tuvieron como objetivo 
la ruptura con el constitucionalismo hasta en-
tonces existente, tanto en Latinoamérica como 
en otras regiones del mundo. Aunque, como 
se ha dicho, introdujeron regulaciones par-
ciales que abrieron la vía para un cuestiona-
miento global del modelo constitucional exis-
tente. Fue el caso, principalmente, del proceso 
constituyente brasileño de 1987-1988, inscri-
to –como manifiesta Pilatti– en un proceso de 
transición del régimen autoritario, de naturale-
za militar-empresarial, que estableció el golpe 
de 1964, hacia un sistema democrático. Una 
transición que tuvo que enfrentar sus propias 
contradicciones de relación con el poder cons-
tituido, en particular una Asamblea Nacional 
Constituyente que nació condicionada por las 
reglas dictatoriales concebidas para produ-
cir mayorías parlamentarias cercanas al parti-
do del régimen y que, por la propia dinámica 
constituyente, fue adoptando decisiones pro-
pias de un foro de avanzada. “El resultado de 
sus trabajos acabó semejándose más al mode-
lo deseado por las fuerzas progresistas mino-
ritarias en su interior que al modelo que pre-
tendía el conservadurismo mayoritario que la 
inició”43. Pero aun así, el resultado no fue un 
modelo consciente de ruptura con el constitu-
cionalismo del estado social de corte europeo, 
sino más bien su traslación al contexto latino-
americano. Por esas dos razones, no creemos 
que pueda considerarse un ejemplo del nuevo 
constitucionalismo latinoamericano a la Cons-
titución brasileña de 1988, a pesar de que pre-
senta rasgos específicos que anuncian lo que 
serán las apuestas centrales de ese nuevo para-
digma constitucional.
Por razones directamente relacionadas con las 
necesidades sociales y la falta de salidas de-
mocráticas, y con precedentes en varios inten-
tos constituyentes latinoamericanos que, como 
se ha hecho referencia, finalmente fallaron en 
su legitimidad y en la reformulación del mo-
delo, el nuevo constitucionalismo latinoameri-
cano tuvo su origen en el proceso constituyen-
te colombiano de principios de la década de 
los noventa, aunque fuefruto de reivindicacio-
nes sociales anteriores. El proceso colombia-
no ya contó con las principales características 
del nuevo constitucionalismo: respondió a una 
propuesta social y política, precedida de mo-
vilizaciones que demostraban el factor nece-
sidad, y confió en una asamblea constituyen-
te plenamente democrática la reconstrucción 
del Estado a través de una nueva constitución. 
De hecho, Angulo se retrotrae a mediados de 
la década de los ochenta, cuando aparecieron 
en diferentes sectores de la opinión pública la 
41 FIX-ZAMUDIO, Héctor. “Algunas tendencias predominantes en el constitucionalismo latinoamericano contemporáneo”. En: El 
nuevo Derecho Constitucional latinoamericano. Ricardo Combellas (coordinador), Vol. I. Fundación Konrad Adenauer, Caracas, 
1996, p. 46.
42 En general, cfr. ORTIZ-ÁLVAREZ, Luis, y LEJARZA A., Jacqueline. Constituciones latinoamericanas. Academia de Ciencias Po-
lítica y Sociales, Caracas, 1997, p. 14 y ss.
43 PILATTI, Adriano. A Constituinte de 1987-1988. Progressistas, conservadores, ordem econômica e regras do jogo. Lumen Juris, 
Río de Janeiro, 2008, p. 311.
319GACETA CONSTITUCIONAL N° 48
FUNDAmENTOS TEórICOS y práCTICOS DEL NUEvO CONSTITUCIONALISmO ...
necesidad (y, por lo tanto, la 
posibilidad) de convocar un 
referéndum para aprobar la 
Constitución44. 
La activación directa de la 
asamblea constituyente no es-
taba prevista, desde luego, en 
la Constitución colombiana de 
1886, todavía vigente –con sus 
enmiendas– a las puertas del 
siglo XXI. En esas condicio-
nes se produjo el movimiento 
de la séptima papeleta, a través 
del cual se invitaba “al electorado a pronun-
ciarse sobre la convocatoria de una Asamblea 
constitucional para reformar la carta política, 
mediante la utilización de una papeleta de vo-
tación, entonces mecanismo utilizado, que de-
bía ser introducida en las urnas en las eleccio-
nes del 11 de marzo de 1990”45. El resto es 
bien conocido: el proceso constituyente co-
lombiano que culminó con la Constitución de 
1991.
El elemento de necesidad del proceso cons-
tituyente colombiano y la situación de emer-
gencia en la que vivía el país se tradujeron en 
el propio Decreto Legislativo N° 1926, del 24 
de agosto de 1990, cuando exponía que los 
hechos “demuestran a las claras que las ins-
tituciones tal como se encuentran diseñadas 
no son suficientes para enfrentar las diversas 
formas de violencia a las que tienen que en-
carar (…). (Estas) han perdido eficacia y se 
han vuelto inadecuadas, se han quedado cortas 
para combatir modalidades de 
intimidación y de ataque no 
imaginadas siquiera hace po-
cos años, por lo que su redi-
seño resulta una medida ne-
cesaria para que las causas 
de perturbación no continúen 
agravándose”. Finalmente, y a 
pesar de los obstáculos y de la 
apropiación por parte de sec-
tores políticos tradicionales 
de buena parte del proceso46, 
la Constitución colombiana 
de 1991 se reivindicó como un texto constitu-
cional fuerte, capaz de cambiar de forma de-
cisiva el devenir del país. No en vano, el pro-
ceso constituyente colombiano de 1990-1991 
ha sido calificado como el inicio de verdadero 
constitucionalismo colombiano47.
Sin embargo, el nuevo constitucionalismo lati-
noamericano no tiene una identidad temporal. 
Es decir, no puede considerarse que el nue-
vo constitucionalismo latinoamericano está 
integrado por los textos constitucionales que 
se han producido en la región a partir de la 
Constitución colombiana de 1991. Pues solo 
aquellos textos que tuvieron un origen genui-
namente democrático y unos rasgos a los que 
más adelante haremos referencia pueden en-
tenderse como integrantes del nuevo paradig-
ma constitucional. En ese sentido, no puede 
considerarse parte del nuevo constituciona-
lismo latinoamericano, el texto constitucio-
nal peruano de 199348, fruto de un proceso 
“ [N]o tiene una iden-tidad temporal. Es decir, no puede considerarse 
que el nuevo constitu-
cionalismo latinoameri-
cano está integrado por 
los textos constituciona-
les que se han producido 
en la región a partir de la 
Constitución colombiana 
de 1991. ”
44 ANGULO BOSSA, Jaime. Gestación del constitucionalismo colombiano (1781-1991, doscientos años de proceso constituyente). 
Leyer, Bogotá, 2002, pp. 127 y ss.
45 AMADOR VILLANEDA, Santiago. “El camino de la Constitución de 1991: diario de la exclusión”. En: Poder constituyente, conflic-
to y Constitución en Colombia. Óscar Mejía Quintana (director), Universidad de los Andes, Bogotá, 2005, p. 92.
46 Lo que, en términos de Amador, convierte al proceso constituyente colombiano en inacabado (ibídem, p. 98 y ss).
47 Cfr., en general, Angulo. Loc. cit.
48 Como afirman García Belaunde y Eguiguren, después del golpe de Estado de Alberto Fujimori el 5 de abril de 1992, el régimen 
dictatorial se vio forzado, principalmente por la presión de la comunidad internacional, a emprender el retorno a la normalidad 
constitucional. “La salida política fue anunciar la convocatoria al Congreso Constituyente Democrático, elegido por votación popu-
lar, que elaboraría una nueva Constitución y cumpliría funciones legislativas, para completar el periodo del parlamento que había 
sido arbitrariamente disuelto. Dichas elecciones carecieron de transparencia y equidad, por lo que algunos partidos democráti-
cos decidieron abstenerse de participar. El respaldo popular que ostentaba para entonces Fujimori y el descrédito de los parti-
dos, determinaron que el fujimorismo ganara ampliamente las elecciones y gozara de una cómoda mayoría parlamentaria”. La 
Constitución peruana de 1993 fue elaborada, por lo tanto, a la medida de los intereses políticos del régimen fujimorista (GARCÍA 
BELAUNDE, Domingo, y EGUIGUREN PRAELI, Francisco José. “La evolución político-constitucional del Perú, 1976-2005. En: 
Estudios Constitucionales. Nº2, 2008, pp. 387 y 388).
 D OCTrINA
320
constituyente dirigido por el fujimorismo, o 
las reformas institucionales sin activación di-
recta del poder constituyente, como fue el caso 
de Argentina en 1994. 
Un caso semejante ocurrió con la Constitución 
ecuatoriana de 1998, donde la falta de un re-
feréndum final sobre el texto constitucional 
–al igual que había acontecido en Colombia 
siete años antes–, y, especialmente, los conte-
nidos del nuevo texto constitucional, dificul-
tan su incorporación en el paradigma del nue-
vo constitucionalismo latinoamericano. Estos 
dos factores, sin duda, frustraron la expectativa 
social y debilitaron la legitimidad de la nueva 
Constitución49, que tuvo que ser abrogada por 
un nuevo proceso constituyente diez años des-
pués. Más éxito contó el proceso constituyente 
venezolano de 1999, donde no solo tuvieron lu-
gar los elementos de los procesos constituyen-
tes ortodoxos –referéndum activador del proce-
so constituyente y referéndum de aprobación 
del texto constitucional incluidos–, sino que se 
vislumbraron con nitidez la necesidad consti-
tuyente, manifestada en la crisis social y po-
lítica de finales de los ochenta50 y la década 
de los noventa, y un resultado más que satis-
factorio en la primera Constitución plenamen-
te rígida de América Latina, que excluyó cual-
quier sombra nominalista y la posibilidad de 
que fuese reformada por el poder constituido. 
Una nueva fase, sin duda, de los procesos cons-
tituyentes latinoamericanos, caracterizada en 
particular por elementos formales de las cons-
tituciones, la conforman los dos procesos que 
tuvieron lugar como continuación de aquellos: 
el ecuatoriano de 2007-2008, cuyo texto se ca-
racteriza principalmente por la innovación en 
el catálogo de derechos y por la expresa refe-
rencia, ya aludida, al Estado constitucional51; 
y el boliviano de 2006-2009, el más difícil de 
todos los habidos, y cuyo resultado, la Consti-
tución boliviana de 2009, es seguramenteuno 
de los ejemplos más rotundos de transforma-
ción institucional que se ha experimentado en 
los últimos tiempos, por cuanto avanza hacia 
el Estado plurinacional, la simbiosis entre los 
valores liberales y los indígenas, y crea el pri-
mer Tribunal Constitucional elegido directa-
mente por los ciudadanos del país52.
Cada una de las experiencias constituyentes 
mencionadas se conforma en sí misma como 
un modelo teórico-práctico propio del proce-
so constituyente. Pero todas ellas cuentan con 
un denominador común que, para el análisis 
realizado en esta sede, es necesario resaltar: 
asumen la necesidad de legitimar ampliamen-
te un proceso constituyente revolucionario 
y, aunque los resultados son en buena medi-
da desiguales, consiguen aprobar constitucio-
nes que apuntan, en definitiva, hacia el Estado 
49 Para un análisis del proceso constituyente ecuatoriano y de la Constitución de 1998 cfr., en general, VICIANO PASTOR, Rober-
to; TRUJILLO, Julio César; y ANDRADE, Santiago. Estudios sobre la Constitución ecuatoriana de 1998. Tirant lo Blanch, Valen-
cia, 2005 (edición ecuatoriana bajo el título La estructura constitucional del Estado ecuatoriano, Universidad Andina Simón Bolí-
var, Quito, 2005).
50 Y cuyo principal expresión fue la serie de protestas populares conocidas como caracazo, en febrero de 1989. Sobre los antece-
dentes, gestación y desarrollo del proceso constituyente venezolano, cfr. VICIANO PASTOR, Roberto y MARTÍNEZ DALMAU, 
Rubén. Cambio político y proceso constituyente en Venezuela (1998-2000). Tirant lo Blanch, Valencia, 2001 (edición venezolana 
de Vadell Hermanos, Caracas, 2001). Un resumen de los antecedentes del proceso puede encontrarse en MARTÍNEZ DALMAU, 
Rubén, “De Punto Fijo a la constituyente. Los bolivarianos, entre la acción y la reacción”. En: TORRES. Venezuela, a contraco-
rriente… Loc. cit. Respecto a la relación entre el proceso constituyente venezolano y el nuevo constitucionalismo latinoamerica-
no, cfr. VICIANO PASTOR y MARTÍNEZ DALMAU. “El proceso constituyente venezolano…” Loc. cit.; y, más recientemente, en 
VICIANO PASTOR, Roberto y MARTÍNEZ DALMAU, Rubén. “El proceso constituyente venezolano de 1999: su significado jurí-
dico y político”. En: William Ortiz Jiménez y Ricardo Oviedo Arévalo (editores). Refundación del Estado nacional, procesos cons-
tituyentes y populares en América Latina. Universidad Nacional de Colombia-Sede Medellín y Universidad de Nariño, Medellín, 
2009.
51 Respecto al texto ecuatoriano cfr., en general, ÁVILA SANTAMARÍA, Ramiro; GRIJALVA JIMÉNEZ, Agustín; y MARTÍNEZ DAL-
MAU, Rubén (eds.). Desafíos constitucionales. La Constitución ecuatoriana de 2008 en perspectiva. Ministerio de Justicia y De-
rechos Humanos, Tribunal Constitucional, Quito, 2008.
52 Al respecto, cfr. MARTÍNEZ DALMAU, Rubén, El proceso constituyente boliviano (2006-2008) en el marco del nuevo constitucio-
nalismo latinoamericano. Enlace, La Paz, 2008; y MARTÍNEZ DALMAU, Rubén. “El proceso constituyente: la activación de la so-
beranía”. En: ¡Ahora es cuándo, carajo! Del asalto a la transformación del Estado en Bolivia. Íñigo Errejón y Alfredo Serrano (edi-
tores), El Viejo Topo, Barcelona, 2011.
321GACETA CONSTITUCIONAL N° 48
FUNDAmENTOS TEórICOS y práCTICOS DEL NUEvO CONSTITUCIONALISmO ...
constitucional. Teoría y práctica se unen, por 
lo tanto, en el nuevo constitucionalismo lati-
noamericano.
iv. elementos Formales comunes 
en el nuevo constitucionalis-
mo latinoamericano
No solo en el elemento legitimidad ofrecido 
por los procedimientos democráticos con que 
se construyeron los recientes textos latinoame-
ricanos se ha traducido la aparición del nuevo 
constitucionalismo latinoamericano. Como no 
podía ser de otra manera, la recuperación de 
la teoría clásica de los procesos constituyen-
tes y de la verdadera naturaleza originaria y 
creadora del poder constituyente ha incidido 
en la forma y estructura de las nuevas consti-
tuciones latinoamericanas que, sin romper con 
el concepto racional-normativo de constitu-
ción –texto escrito, ordenado y articulado–, sí 
se adentran en algunas especificidades que, en 
buena medida, recuperan varias de las preocu-
paciones –e incluso algunas soluciones– del 
constitucionalismo liberal revolucionario; en 
particular, el fortalecimiento de su dimensión 
política.
Esto es así por cuanto el elemento necesidad 
ha servido de detonante, en todos los casos, 
de un esfuerzo suplementario por la búsque-
da de elementos útiles para el cambio plan-
teado como objetivo del proceso constituyen-
te. Utilidad entendida en dos sentidos: por un 
lado, como el ejercicio intelectual para incor-
porar en el texto constitucional nuevos con-
ceptos e instituciones que podrían coadyuvar 
a través de su aplicación en el cumplimiento 
de la constitución y, en definitiva, en la me-
jora en la calidad y condiciones de vida de 
los ciudadanos. Al respecto, las innovaciones 
no solo aparecen en su forma positiva, con la 
incorporación de rasgos propios, incompren-
sibles desde el prisma del constitucionalismo 
del Estado social; sino también en la negati-
va, por cuanto en ocasiones se niegan plan-
teamientos tradicionales y desaparecen insti-
tuciones propias de la historia constitucional 
de cada país53. Por lo tanto, uno de los prime-
ros rasgos visibles en el nuevo constituciona-
lismo latinoamericano es la sustitución de la 
continuidad constitucional –sustento del viejo 
constitucionalismo, salvo en momentos de cri-
sis institucionales y de superaciones de épocas 
autoritarias–, bajo el hilo conductor del poder 
de reforma de la constitución en manos de los 
legislativos ordinarios, por la ruptura con el 
sistema anterior que, proveniente de los pro-
cesos constituyentes, se traduce en los nuevos 
textos54.
Pero, en otro sentido, la utilidad de las cons-
tituciones se manifiesta también en su dimen-
sión simbólica, intrínsecamente no menos ade-
cuada que la dimensión fáctica. El hecho de 
que los procesos constituyentes latinoameri-
canos hayan insistido en la diferencia entre el 
Estado por destruir y el Estado por construir, 
en la ruptura democrática con lo viejo o lo an-
terior, y en la apuesta por la democracia mate-
rial sobre la formal se visualiza, de hecho, con 
incorporaciones en los textos de componentes 
diferenciadores que, en muchos casos, sirven 
únicamente como elemento simbólico de dis-
tinción del proceso ante el rechazo del pasa-
do inmediatamente anterior y la esperanza del 
futuro a que dará pie el nuevo texto constitu-
cional. Las redacciones de los textos constitu-
cionales están plagadas, por esta razón, de re-
ferencias al mencionado lenguaje simbólico, 
que está relacionado con el fortalecimiento de 
la dimensión política de la constitución –y, en 
este sentido, con la lectura particularizada que 
53 Otras, no obstante, se han mantenido, por el peso de la tradición histórica incluso sobre la capacidad innovadora de los procesos 
constituyentes. Es el ejemplo, en Venezuela, de la perduración de la forma descentralizada federal en el Estado, a pesar de que 
finalmente se optó por un parlamento de una sola cámara, lo que convierte al país en un único y extraño ejemplo de federación 
unicameral. Por otro lado, a pesar de las nuevas formas religiosas y de espiritualidad incorporadas en las constituciones, todas 
ellas invocan a Dios en el preámbulo.
54 Esta rebelión contra el pasado puede apreciarse principalmente en los preámbulos constitucionales que, como el boliviano, ha-
cen referencia explícita a los sucesos acontecidos sobre los que se ha construido, y rechazan determinados aspectos anteriores 
como en afirmaciones como “Dejamos en el pasado el Estado colonial, republicano y neoliberal”.
 D OCTrINA
322
de esta realizan los ciudadanos– más que con 
previsiones de efectos jurídicos55.
A todo ello cabe añadir que han sido cuatrolas características formales que más han ca-
racterizado al nuevo constitucionalismo: su 
contenido innovador (originalidad), la ya re-
levante extensión del articulado (amplitud), 
la capacidad de conjugar elementos técnica-
mente complejos con un lenguaje asequible 
(complejidad), y el hecho de que se apuesta 
por la activación del poder constituyente del 
pueblo ante cualquier cambio constitucional 
(rigidez)56.
La capacidad innovadora de los textos del 
nuevo constitucionalismo latinoamericano es 
esencial a su objetivo de cambio; Santos lo ha 
denominado constitucionalismo experimen-
tal57. Ante la inhabilidad del viejo constitucio-
nalismo para resolver problemas fundamenta-
les de la sociedad, el nuevo constitucionalismo 
ha sido capaz de construir una nueva institu-
cionalidad y determinadas características que, 
finalmente, cuentan como finalidad promo-
ver la integración social, crear un mayor bie-
nestar y –posiblemente el rasgo más recono-
cible– establecer elementos de participación 
que legitimen el ejercicio de gobierno por 
parte del poder constituido. En este sentido, 
las constituciones se han apartado de mode-
los previos, característicos de los trasplantes 
o injertos constitucionales anteriores58 para, 
aprovechando el momento de firme actividad 
constituyente, repensar siquiera brevemente y 
con las limitaciones del momento político so-
bre la situación y buscar aquellas medidas que 
pudieran dar solución a sus problemas particu-
lares. En cuanto a que buena medida de es-
tos problemas con comunes en Latinoaméri-
ca, muchas de sus soluciones se parecerán; 
otras, por el contrario, solo pueden compren-
derse desde la perspectiva del lugar donde la 
Constitución se ha debatido, escrito y aproba-
do. Desde la aparición del referendo revoca-
torio en el caso colombiano59, hasta la crea-
ción del Consejo de Participación Ciudadana y 
Control Social en Ecuador, pasando por la su-
peración venezolana de la tradicional división 
tripartita de los poderes, o la incorporación del 
concepto de plurinacionalidad en el caso boli-
viano, la originalidad y la pérdida del miedo a 
la invención están presentes en todos los nue-
vos textos latinoamericanos, sin excepción. 
Los avances han sido particularmente profun-
dos en el ámbito de la institucionalidad, aun 
cuando se es consciente de la fragilidad en la 
creación de órganos que muchas veces no solo 
no forman parte de la tradición constitucional 
del país, sino que no han sido comprobados en 
su funcionalidad y utilidad en el marco del di-
seño constitucional comparado60.
Al respecto, es fácil entender que las nuevas 
constituciones son esencialmente principistas. 
Los principios, tanto implícitos como explíci-
tos, abundan en sus textos, en detrimento de las 
reglas que, aunque presentes, ocupan un lugar 
limitado a los casos concretos en que su pre-
sencia es necesaria para articular la voluntad 
constituyente. El efecto jurídico de los princi-
pios, principalmente como criterios de inter-
pretación, es incuestionable y, en determinadas 
55 Quizás el caso más representativo sea el cambio de la denominación “República de Venezuela” por “República Bolivariana de 
Venezuela” en 1999; o, más recientemente, la sustitución de la “República de Bolivia” por el “Estado Plurinacional de Bolivia”.
56 Al respecto, cfr. MARTÍNEZ DALMAU. El proceso constituyente boliviano… Ob. cit., p. 75 y ss.
57 SANTOS, Boaventura de Sousa. “La reinvención del Estado y el Estado Plurinacional”. En: OSPAL. N° 22, setiembre de 2007, 
p. 39.
58 Cfr. GARGARELLA y COURTIS. El nuevo constitucionalismo latinoamericano… Ob. cit., pp. 23-26.
59 Constitución de Colombia de 1991, artículo 103. El referendo revocatorio para cargos públicos, aunque limitado, se incorporó por 
vez primera en América Latina en 1991, y se extendió en diversas reformas constitucionales, como la argentina o la peruana. In-
corporó sus actuales connotaciones en la Constitución venezolana de 1999, donde se extendió a todos los cargos públicos elec-
tos, incluido el Presidente de la República. En general, cfr. AYALA CORAO, Carlos. El referendo revocatorio. Una herramienta 
ciudadana de la democracia. Los Libros de El Nacional, Caracas, 2004. 
60 En general, cfr. MARTÍNEZ DALMAU, Rubén. “El nuevo diseño institucional ecuatoriano. Democracia, funciones y legitimidad en 
la Constitución ecuatoriana del 2008”. En: Ágora Política. Nº 2, junio de 2010, pp. 19-33.
323GACETA CONSTITUCIONAL N° 48
FUNDAmENTOS TEórICOS y práCTICOS DEL NUEvO CONSTITUCIONALISmO ...
ocasiones se hace referencia expresa a ellos al 
determinar el razonamiento vinculante de los 
tribunales constitucionales con base en el te-
nor literal del texto, o en la constitución en su 
integralidad61. El hecho de que las constitucio-
nes rijan sobre sociedades plurinacionales no 
obsta para que los principios clásicos convi-
van con nuevas fórmulas, simbióticas, que de-
ben ser consideradas como verdaderas innova-
ciones del constitucionalismo62.
Otro hecho fácilmente destacable es la exten-
sión de las nuevas constituciones63. Esta carac-
terística debe entenderse relacionada con otro 
de sus aspectos más relevantes: su compleji-
dad64. Tanto la extensión como la complejidad 
del texto constitucional han sido expresamen-
te buscadas por el constituyente, consciente 
de que ni el espacio físico ni la búsqueda a 
toda costa de la simplicidad textual podían le-
vantarse como obstáculos a la redacción de un 
texto constitucional que debe ser capaz de dar 
respuestas a aquellas necesidades que el pue-
blo solicita a través del cambio de su Constitu-
ción. Sin llegar a ser códigos, las nuevas cons-
tituciones se rebelan contra la brevedad, tan 
aclamada desde la época nominalista y que, en 
buena medida, es una constante en el constitu-
cionalismo en general, y en el norteamericano 
en particular.
Por su extensión, estas constituciones en algu-
na medida podrían ser consideradas herederas 
de la tradicional presencia de textos dilatados 
y prolíficos en el constitucionalismo latinoa-
mericano clásico65. Pero, en estos tiempos, asi-
milan la necesidad de ejercer otra función mu-
cho más importante que la prevalencia de la 
tradición: la permanencia de la voluntad del 
constituyente, que busca ser resguardada en la 
medida de lo posible para evitar su olvido o 
abandono por parte de los poderes constitui-
dos, una vez la constitución ingrese en su eta-
pa de normalidad. Con independencia de que 
la explicación política del hecho es clara –la 
necesidad de superar la falta de una verdadera 
relación entre voluntad constituyente y poder 
constituido en el constitucionalismo latinoa-
mericano anterior–, el planteamiento jurídico 
también lo es: extender el mandato lo suficien-
te como para que, en el ejercicio de sus funcio-
nes, el poder constituido respete las considera-
ciones del constituyente en detalle y con todas 
sus implicaciones. En definitiva, la extensión 
considerable en el nuevo constitucionalismo 
latinoamericano es debida a la necesidad del 
poder constituyente de expresar claramen-
te su voluntad, lo que técnicamente puede 
desembocar en una mayor cantidad de dis-
posiciones, cuya existencia busca limitar las 
posibilidades de los poderes constituidos –en 
particular, el parlamento, que ejerce la función 
legislativa, y el Tribunal Constitucional, que 
desarrolla la máxima función interpretativa– 
de desarrollar o desentrañar el texto constitu-
cional en sentido contrario a la que fue la vo-
luntad del constituyente. 
61 Constitución boliviana de 2009, artículo 196.II: “En su función interpretativa, el Tribunal Constitucional Plurinacional aplicará como 
criterio de interpretación, con preferencia, la voluntad del constituyente, de acuerdo con sus documentos, actas y resoluciones, 
así como el tenor literal del texto”; Constitución ecuatoriana de 2008,

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