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DEUTSCH et al. Integración y formación de comunidades políticas.

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K. W. DEUTSCH 
S. A. BURRELL 
R. A. KANN 
M. LEE, JR.
M. LIGHTERMAN 
R. E. LINDGREN 
F. L. LOEWENHEIM 
R. W. VAN WAGENEN
INTEGRACION 
Y FORMACION DE 
COMUNIDADES 
POLITICAS
INSTITUTO PARA LA INTEGRACION 
DE AMERICA LATINA (INTAU
B . I. D .
INTEGRACION Y FORMACION 
DE COMUNIDADES POLÍTICAS
BANCO INTERAMERICANO DE DESARROLLO
K. W . DEUTSCH M. LIGHTERMAN
S. A . BURRELL R. E. LINDGREN
R. A . KAN N F. L. LOEWENHEIM
M. LEE, J r . R. W . V A N W AGENEN
I N T E G R A C I O N 
Y F O R M A C I Ó N 
DE C O M U N I DA D E S 
POLÍ TICAS
Análisis sociológico 
de experiencias históricas
INSTITUTO PARA LA INTEGRACIÓN 
DE AMÉRICA LATINA (INTAL)
B. L D.
Traducción: L ilia G a ffu ri 
Revisión técnica a cargo del IN TAL 
D iagram ación; Silvio Baldessari
© INTAL, 1966
Instituto para la Integración de América Latina
Banco Interaniericano de Desarrollo 
Cerrito 264, Buenos Aires
Impreso en la Argentina.
Hecho el depósito que 
previene la ley N^ 11.723.
P R Ó L O G O
La obra que el Instituto para la Integración de América 
Latina ofrece hoy en una primera versión castellana, constituye 
uno de los esfuerzos iniciales más valiosos para estudiar el fenó­
meno de la integración entre naciones.
Su aparición en el año 1957 en versión original inglesa coin­
cide con un aumento de las expectativas científicas en torno de 
la colaboración que podían prestar las ciencias sociales al proble­
ma del mantenimiento de la paz internacional. Desde entonces 
hasta el presente nuevas obras jalonaron la creciente línea de con- 
tribviciones al estudio de la integración, no obstante lo cual este 
trabajo del grupo,de Princeton — constituido por el profesor Karl 
W . Deutsch y sus colaboradores en los campos de la ciencia 
política y la historia— sigue siendo considerado como una co­
rriente valiosa y sugerente por todos los autores que hasta la fecha 
han incursionado en este tema.
La ubicación de la obra en el tiempo, y sobre todo la consi­
deración de las especiales circunstancias políticas que se vivían 
a nivel internacional en aquellos años, explican que algunas de las 
principales preocupaciones que se pueden anotar en ella, así como 
la definición de algunos de sus conceptos claves, se hallen teñi­
dos del clima entonces dominante. Sin embargo, superando esas 
inevitables limitaciones que impone una determinada época, el 
trabajo que prologamos contiene proposiciones científicas que, 
pese al transcurso de nueve años, continúan siendo, en general, 
de indudable interés para el análisis de los procesos de integración.
Para Deutsch y sus colaboradores el concepto de integración 
se vincula directamente con el de "sentido de comunidad” ; o 
sea, integrar sería contribuir al nacimiento y desarrollo de ese sen­
tido. La aparición de este fenómeno, se daría cuando un conjun­
to de naciones, hasta entonces autónomas y aun antagónicas 
entre sí, decidieran optar en un determinado momento histórico 
por una institucionalización pacífica de los conflictos que pu­
dieran plantearse entre ellas.
El sentido de comunidad podría lograrse transitando dos ca­
minos alternativos: el pluralismo o la amalgamación. Mediante 
el primero se mantendría entre las naciones componentes del 
nuevo sistema la autonomía de sus respectivos centros de deci­
sión política, en tanto que a través de la amalgamación las uni­
dades irían abdicando gradualmente gran parte de su autono­
mía de decisión en beneficio de un centro de poder representa­
tivo de la nueva comunidad.
Cualquiera de los dos sistemas conduce por distintos caminos 
a la creación de una comunidad de seguridad, cuyo objetivo es 
la pacificación y eliminación paulatina del conflicto bélico entre 
naciones.
Sin embargo, el nacimiento y desarrollo del sentido de co­
munidad puede tener un alcance más amplio que el señalado 
por Deutsch y sus colaboradores.
En efecto: el objetivo de la comunidad puede ir más allá 
de la pacificación y eliminación paulatina del conflicto bélico 
entre naciones, ya porque la supresión de la guerra sea una meta 
tácitamente admitida y obviamente aceptada, o porque junto 
al objetivo de la eliminación de la guerra se establezca una fina­
lidad de tipo económico o político.
Un ejempo típico de este último caso fue la creación de la 
Comunidad Europea del Carbón y el Acero. En su famoso dis­
curso del año 1950, Robert Schuman, al anunciar el plan de 
creación de la Comunidad, declaró: "La solidaridad de produc­
ción que será así creada en el sector carbón y acero, pondrá de 
manifiesto que toda guerra entre Francia y Alemania será no 
sólo impensable sino también materialmente imposible. El esta­
blecimiento de esta poderosa unidad de producción abierta a to­
dos los países que quieran participar en ella, conducente a pro­
porcionar a todos los países que ella reúna, en las mismas condi­
ciones, los elementos fundamentales de la producción industrial, 
sentará las bases reales de la unificación económica de esos países.”
De esta manera, podría decirse que toda comunidad econó­
mica o política entre naciones es necesariamente una comunidad 
de seguridad, pero que, en cambio, no toda comunidad de seguri­
dad es una comunidad económica o política.
De otro modo, en un intento por establecer una gradación de 
conceptos, podría señalarse que la "comunidad de seguridad” 
de Deutsch constituiría lo más genérico, en tanto que la "comu­
nidad económica” o la "comunidad política”, que son el centro
de atención de autores posteriores serían tipos más concre­
tos de comunidades' cuyas metas se obtendrían a través de medios 
mucho más precisos. Sus objetivos serían: lograr la paz interna­
cional como propósito básico, declarado o implícito, para proce­
der luego a la especificación de fines económicos y políticos que 
tiendan a un constante aumento de bienes materiales y espiri­
tuales, de modo que la paz no sólo provenga del enervamiento 
de instrumentos bélicos sino de los medios económicos y sociales 
adecuados para que el hombre logre sus máximos valores y su 
libertad plena.
A tal punto dejaría de constituir la paz internacional una 
meta que conforme por completo a ciertos grupos de na­
ciones, que existen áreas en las cuales la guerra, por obra de com­
plejos factores, ha desaparecido hace mucho tiempo como medio 
de dirimir conflictos, no obstante lo cual dichas naciones se en­
cuentran dispuestas a desarrollar entre ellas un sentido de comu­
nidad para el logro de objetivos económicos o políticos. Para los 
países en desarrollo el objetivo podría centrarse aún más, si se 
piensa que ellos alientan como meta el desenvolvimiento de la 
plenitud de sus potencialidades, hoy frenadas por el aislamiento: 
es decir, orientarían sus recursos hacia la constitución de un 
tipo especial de comunidad, que podría clasificarse como "comu­
nidad económica de desarrollo”. Este último concepto permiti­
ría un tratamiento científico diferente del utilizado para ana­
lizar procesos de integración en zonas altamente desarrolladas.
Comunidad de seguridad, comunidad económica, comunidad 
económica de desarrollo y comunidad política, serían entonces 
distintos tipos de integración para alcanzar fines o metas que
E. B. H a a s , en 'Partidos políticos y grupos de presión en la in tegración europea, 
INTAL, Buenos Aires, 1966, define la integración política como' *'el proceso por el cual 
los actores políticos de varios ordenamientos nacionales distintos, son persuadidos a des­
plazar sus fidelidades, expectativas y actividades políticas hacia un nuevo centro cuyas 
instituciones poseen o reclaman jurisdicción sobre los estados nacionales preexist€ntes’\
Por su parte, A. Et z io n i, Political U n ification . A com parative study of leaders and 
forces, Holt, Rinehart and Winston, Inc., New York, 1965, precisa los requisitos de 
unanueva comunidad política en los siguientes términos: "Una comunidad se establece
solamente cuando posee mecanismos integradores autosuficíentes; es decir, cuando el man­
tenimiento de su existencia y forma está proporcionado por sus propios procesos y no por 
aquellos proporcionados por sistemas externos o por unidades miembros del propio sistema. 
Üina comunidad política posee tres tipos de integración: a) tiene un efectivo control sobre 
el uso de los medios coactivos — aunque pueda "delegar” parte de este control en unidades 
miembros— ; b) posee un centro de decisiones capaz de afectar significativamente la asig­
nación de recursos y de recompensas a través de la comunidad; c) es el foco dominante 
de identificación política para una amplia mayoría de los ciudadanos poli tic ame,ntç cons­
cientes”.
habrían de lograrse transitando caminos distintos. Pese a las 
peculiaridades que cada uno de estos caminos puede requerir, los 
procesos de integración parecen poseer ciertos elementos comu­
nes. Por esa razón la obra del grupo de Princeton mantiene sus 
valores a través del tiempo: el profesor Deutsch y sus colabora­
dores han logrado extraer de los casos estudiados un conjunto 
de proposiciones sociológicas, algunas de las cuales pueden ser 
utilizadas aun cuando varíen las características específicas de 
los contextos sometidos al análisis. En lo que respecta concreta­
mente al proceso de integración de América Latina, si bien los 
conceptos fundamentales de esta obra no alcanzan a dar un 
marco teórico completo para ubicarnos dentro de él, muchos de 
ellos podrán inspirar elaboraciones e investigaciones futuras.
Quizá la vinculación de los conceptos de comunidad de se­
guridad y comunidad económica de desarrollo podría resultar 
muy fructífera para el análisis de los procesos de integración en 
áreas subdesarrolladas. En efecto: la creación de comunidades 
económicas en estas áreas tendría como finalidad primordial la 
aceleración y el logro del desarrollo de las naciones que partici­
pan en el proceso, pero al mismo tiempo la meta del desarrollo 
sería un medio, a través del cual se lograría crear en estas nacio­
nes las condiciones de seguridad que constituyen el foco del aná­
lisis del profesor Deutsch y sus colaboradores.
La experiencia de las naciones subdesarrolladas está demos­
trando, en efecto, que la paz se ve amenazada muchas veces, no 
por conflictos de tipo externo al grupo de naciones de que se 
trata, sino por conflictos de tipo interno, que se generan en las 
propias condiciones de subdesarrollo y que se manifiestan en 
agudas tensiones sociopolíticas, utilizadas por grupos externos.
Una de las generalizaciones más valiosas de la obra consiste 
en la discusión acerca de la existencia o inexistencia de una "ten­
dencia natural” hacia la integración de unidades mayores, par­
tiendo de unidades nacionales preexistentes.
Los casos de integración estudiados por Deutsch revelan que 
no puede hablarse de una "tendencia natural” surgida de condi­
ciones socioeconómicas de tipo estructural.
Tal posición ubica el éxito o el fracaso de todo proceso de 
integración en motivaciones y acciones netamente políticas,
transformando así a los actores políticos en los protagonistas 
fundamentales de la situación.
Cabe preguntarse entonces cuál sería la coyuntura en que 
confluyeran más adecuadamente los actores y las circunstancias, 
a fin de alcanzar con éxito la meta integracionista. ¡Hacia 
ese objetivo trataremos de guiar los pasos de este comentario.
Analicemos primeramente las circunstancias. Existirían cier­
tas condiciones originarias, requisitos esenciales y capacidades na­
cientes, que no implican una tendencia automática hacia la in­
tegración, que se desarrollarían en el seno de alguna o algunas 
unidades del futuro sistema. Esos "centros” denotarían una cre­
ciente capacitación en el terreno de la política, la administra­
ción, la vida económica y el desarrollo social y cultural, que los 
transformaría en el núcleo del proceso (casos de Piamonte, Pru­
sia y Suecia, en diversos procesos analizados por los autores).
Las capacidades nacientes de las élites en dichas unidades re­
quieren un ejercicio acumulativo, un incremento sostenido que 
desempeña un papel fundamental, y reclaman que las nuevas 
disponibilidades de recursos físicos y humanos emergentes no se 
distraigan en sostener un equilibrio interno que bloquee la posi­
bilidad de entablar relaciones "hacia afuera”.
Deutsch destaca que tales capacidades deben referirse al po- 
d^r, pero también a una sim patía común o em patiu que debe exis­
tir entre las nuevas élites de las distintas unidades nacionales que 
participen en el proceso. El juego combinado de ambos elemen­
tos, una vez alcanzado un cierto monto de poder, estaría funda­
mentalmente guiado por la empatia.
En una primera etapa del proceso, se plantearía una ardua 
carrera entre capacidades y cargas. Estas últimas consisten en 
exigencias de recursos de diversa índole que se les plantean a las 
unidades nacionales para establecer o mantener una comunidad 
de seguridad amalgamada o pluralística. Puede tratarse de cargas 
militares o económicas, drenajes en el potencial humano o en las 
riquezas, riesgos por compromisos políticos o militares. Si las 
élites dirigentes no logran crear un sistema de lealtades que equi­
libre el peso de tales cargas, es bien factible que la necesidad de 
satisfacer demandas perentorias termine por ahogar el mínimo de 
cohesión compatible con un crecimiento automantenido del 
proceso. Este fenómeno ha sido brillantemente descrito por 
A. Etzioni en el caso de la desunificación de Siria y Egipto.
Las fuerzas desintegradoras emergen generalmente en etapas 
en. que poblaciones, regiones o estratos sociales que antes eran po­
líticamente pasivos, consagran la aparición de líderes, plataformas 
o partidos que aprovechando estancamientos o declinaciones eco­
nómicas reclaman una participación incompatible con una toma 
coherente de decisiones que comprenda a todas las unidades del 
nuevo sistema.
En estas circunstancias se produce la "prueba de fuego” para 
las élites integradoras; la estrategia adquiere aquí su importancia 
máxima, y es necesario controlar no solamente las presiones ma­
sivas que vienen desde abajo, sino la posibilidad de dar a esas 
presiones un sentido constructivo, que trascienda los límites del 
propio marco nacional.
La mutua compatibilidad de valores principales y de formas 
de vida características entre las distintas unidades componentes 
del sistema, la existencia de beneficios económicos que empiecen 
a interesar a fuerzas hasta entonces ajenas a la integración y espe­
cialmente la expectativa de beneficios cada vez mayores; una 
red de comunicaciones adecuada en la línea horizontal y en la 
vertical; una permeabilidad suficiente en las élites como para 
absorber a los elementos y símbolos marginales; un intercambio 
relativamente frecuente en los roles de los distintos grupos parti­
cipantes; todos ellos constituyen, en general, requisitos básicos 
enunciados por Deutsch y luego desarrollados y profundizados 
por autores posteriores.
Sin embargo, la explicación definitiva del proceso no se ob­
tiene hasta no hallar una adecuada respuesta a la siguiente pre­
gunta: ¿Cómo deben ser y cómo surgen los hombres que deben 
tomar las decisiones políticas fundamentales?
En una etapa previa o contemporánea al "despegue” hacia 
la integración, existe un predominio de las preocupaciones por el 
quehacer interno respecto de las actividades que interesan a la 
comunidad de naciones en cierne. El advenimiento de los recla-
La idea de "despegue” (takc-off), usada por W . W . Rostow para significar ei 
comienzo de la evolución de un país hacia un desarrollo autosostenido, puede servir tam­
bién para indicar el momento en el cual el proceso de integraciónadquiere alcance respecto 
de las acciones de los países participántes, como para que éstos sean calificados como 
"integracionistas”.
Como bien lo expresan los propios autores, antes del despegue la invocacióin a la 
integración es meramente teórica; luego del despegue es una fuerza política.
mos de integración, o su intensificación, surge cuando los pueblos 
exigen más capacidad, más actividad, más sensibilidad y servicios 
más adecuados a los gobiernos de las unidades que los habían re­
gido hasta entonces.
La creciente dificultad o imposibilidad para hallar dentro de 
cada unidad nacional aislada los recursos necesarios para satis­
facer tales reclamos, sumada a la irreversibilidad de las aspiracio­
nes colectivas, hace que la élite política gobernante hasta entonces 
dentro de cada unidad, se vea afectada por un desquiciamiento 
de sus viejos cuadros. Esto se debe al surgimiento de líderes que 
propugnan un estilo de vida nuevo, favorable a la integración, e 
implica un desafío a los viejos hábitos imperantes, provocando 
movimientos de resistencia desde las viejas estructuras internas o 
ex,ternas.
La crisis de la vieja estructura se hace más acentuada en el 
momento en que se produce una alianza o coalición — que tarde 
o temprano llega— entre el nuevo grupo de líderes y ciertos di­
rigentes de la antigua élite gobernante, hecho que Deutsch des­
cribe diciendo que "la nueva coalición parecería unir a los menos 
seguros de entre los poderosos, con algunos de los más poderosos 
entre quienes empiezan a serlo”. Llegado ese momento crítico, 
un nuevo grupo integracionista cuestionaría o pondría en tela 
de juicio su propia comunidad de obediencia política, propo­
niendo una redefinición que lo diferenciaría sustancialmente de 
la vieja élite nacional.
Esta redefinición hecha por los innovadores es lo que permi­
tiría coaliciones entre líderes de derecha, centro e izquierda. Es­
tas coaliciones no requerirían una excesiva comunidad ideológi­
ca, creando en cambio la posibilidad de trabajo conjunto en fu n ­
ción de ciertas metas muy concretas.
Para que el surgimiento de tales líderes se produzca parece 
fundamental que durante una etapa más o menos prolongada 
los integrantes de la nueva coalición se percibieran a sí mismos 
y fueran percibidos por los demás como individuos marginales 
a los centros de decisión política nacional; asimismo, sería nece­
sario que las presiones externas e internas no fueran tan drásticas 
como para bloquear la generalización del nuevo estilo de vida, 
ni el ensanchamiento de las interacciones entre estos grupos po­
líticos en las diversas unidades del sistema.
En una palabra, sería preciso que la defensa del ü a tm quo 
no adquiriera características de fuerza irresistible, y se permitiera 
la intercomunicación e integración de las nuevas élites.
Por último, es conveniente señalar el estilo o procedimiento 
de consolidación de esta alianza: los integrantes de las nuevas 
élites, en cuyos antecedentes se halla siempre — al decir de 
Deutsch— "la prueba de un extrañamiento parcial de su propio 
grupo o de la comunidad política dentro de la cual estaban ac­
tuando”, tienen como norma de entendimiento el compromiso y 
la negociación compensada, lo cual exige que las demandas de 
unos se vean relativamente satisfechas por las concesiones que 
sean capaces de hacer los otros.
La carencia de este principio de reciprocidad impediría todo 
avance del proceso, aun cuando existieran las condiciones estruc­
turales adecuadas.
Es menester también definir el papel que les cabe a las masas. 
Señala Deutsch que la invocación de participación popular ha 
sido uno de los procedimientos de vigorización del proceso en 
casi todos los casos estudiados. No obstante, surge de la obra que 
en las etapas iniciales la participación política de las masas po­
pulares desempeñó un papel bastante secundario.
En tal sentido, parece constituir una preocupación compar­
tida por los promotores del proceso de integración no incluir 
a las masas en él hasta no haber logrado ciertas metas pragmá­
ticas iniciales. Una vez consolidados ciertos objetivos mínimos, 
el impulso posterior requeriría una apertura del proceso a la par­
ticipación popular, aun con el riesgo de enfrentar ciertas formas 
de nacionalismo no desvinculadas de la defensa de intereses de 
grupo.
La descripción hecha por E. B. Haas en la obra mencionada 
más arriba, acerca de la reacción de ciertos sectores nacionales 
ante medidas que implican una disminución de las potestades de 
los propios gobiernos, tiene relación con este aspecto.
Sin embargo, la participación de los pueblos en el proceso 
de integración no se refiere a esa descripción conectada con el 
nacionalismo económico, sino al problema más trascendente de 
la transferencia de lealtades de tipo emocional y simbólico, des­
vinculadas — por lo menos en forma consciente— de intereses 
materiales concretos. El mismo Haas, en el prólogo a la edición
latinoamericana de la obra comentada, expone cómo el debili­
tamiento del "patriotismo” es un fenómeno asociado estrecha- 
mente al fracaso de ciertos estados nacionales de preguerra para 
resolver por vía pacífica los conflictos surgidos entre ellos.
La adhesión a fórmulas supranacionales sería, en esos casos, 
una consecuencia de frustraciones sucesivas imputadas al Estado 
nacional y, por tanto, un proceso por eliminación en el cual el 
supranacionalismo no tendría características "dramático-políti­
cas” sino "económico-incrementales”. Mediante las primeras, 
Haas caracteriza los procesos de integración en los cuales deben 
ser los grupos políticos los que hacen el principal esfuerzo y 
desempeñan el principal papel, ocupando además el primer plano 
de la escena. En estos procesos, que tendrían lugar en áreas sub- 
desarrolladas o en vías de desarrollo, los grupos económicos no 
tendrían aún el grado de autonomía de decisión que poseen en 
las regiones industriales. En estas últimas, dada la consolidación 
y vitalidad de los grupos económicos, los promotores de la inte­
gración contarían fundamentalmente con ellos para lograr efec­
tos progresivamente más avanzados ("económico-incrementales” ) 
que aseguren el automantenimiento del proceso. Así ha sucedido, 
según Haas, en la Comunidad Económica Eviropea.
En el contexto de Europa Occidental, la adhesión al supra­
nacionalismo pareció ser una de las consecuencias del debilita­
miento de la solidaridad de los súbditos para con el estado na­
cional. En cambio, en las áreas subdesarrolladas es evidente que 
el supranacionalismo tendrá que ser una canalización gradual de 
la firme solidaridad de los individuos hacia la posición de sus na­
ciones en el sistema internacional, crecientemente deteriorada por 
el aumento de la brecha entre esa posición y la de las naciones in­
dustriales, proceso que G. Lagos ha denominado "atimia”. "
El supranacionalismo en zonas subdesarrolladas surgiría en­
tonces como una política de masas que canalizaría el nacionalis­
mo popular mediante una invocación a esos pueblos agitada por 
las nuevas élites, de modo tal que se haga cada vez más percepti­
ble que así como existe una estratificación entre los distintos gru-
Sobre el concepto de a t im ia , véase: G u st a v o L a g o s, International S tratification 
and underdeveloped countries, Chapel Hill, University of North Carolina Press, 1963. 
También del mismo autor, La m tegración latinoam ericana, situac ión y perspectiva^ INTAL, 
Buenos Aires, 1965. Según Lagos, la palabra griega "atimia” significa pérdida o degradación 
del stlatus; y "proceso atímico”, la evolución o cambio social que culmina con el estado 
de atimia.
pos sociales de la nación, también se da una estratificación entre 
naciones. Esta jerarquización de países hecha en función de su 
riqueza, su poderío mihtar, su nivel de consumo, su gradode edu­
cación, etc., hace que algunos de ellos ocupen conjuntamente el 
mismo peldaño jerárquico en la escala internacional y tengan 
gran similitud respecto del deterioro de sus status. La percepción 
de tal similitud por las masas populares de esos países, abiertas 
progresivamente al sistema estratificado de naciones, lejos de im­
plicar, como en el caso europeo, un abandono por lo menos tem­
porario del nacionalismo, sería una incitación a exaltar el status 
nacional a través de una unión entre iguales.
La estrategia que se ha de seguir no podría ignorar este fenó­
meno, sino profundizarlo detenidamente a fin de proponer polí­
ticas e instituciones adecuadas al mismo.
La promoción del proceso a nivel popular parecería conve­
niente activarla antes de que los estados nacionales en áreas sub­
desarrolladas adquirieran características parecidas a las que deter­
minaron en Europa el nacimiento de un nacionalismo exclusivista, 
agresivo y autoritario. El surgimiento de un sentimiento colec­
tivo de solidaridad entre naciones con problemas compartidos, 
no es incompatible con el desarrollo nacional sino, concretamente, 
el mejor instrumento para lograrlo.
E^ l Instituto para la Integración de América Latina espera 
que la traducción y difusión de esta obra constituya un aporte 
y im estímulo para hombres de ciencia y políticos, dando nue­
vos elementos de juicio para el análisis del proceso de integración 
latinoamericana.
INSTITUTO PARA LA INTEGRACIÓN 
DE A M É R I C A L A T I N A ( I N T A L )
P R E F A C I O
Este es el primer informe correspondiente a un estudio in­
terdisciplinario en mayor escala cuyo fin es arrojar nueva luz 
sobre un viejo problema. El viejo problema es la eliminación 
de la guerra. La nueva luz proviene de los datos históricos 
recogidos dentro de un esquema de conceptos que no ha sido 
— al menos hasta donde alcanza nuestro conocimiento— pre­
viamente explorado por los historiadores. Nuestro estudio se 
refiere al problema de construir una comunidad política más 
ampha.
El Centro de Investigación sobre Instituciones Políticas Mun­
diales, desde su fundación en 1950, ha dedicado sus esfvierzos 
al estudio de la organización internacional. Su especial preocu­
pación ha sido el problema clave de la organización internacio­
nal: la eliminación de la guerra. Los autores del presente volu­
men — al examinar la pasada experiencia de Alemania, el 
Imperio de los Habsburgo, Italia, Noruega-Siuecia, Suiza, el 
Reino Unido, y los Estados Unidos esperaron aprender lo que 
la historia pudiera decir sobre este problema.
Los métodos y las técnicas usados en este estudio están ex­
plicados en el Capítulo I. Aquí, los autores expresan el deseo de 
que su trabajo sea de interés para los historiadores así como para 
los estudiosos en el campo de la organización internacional y 
de la política internacional, así como también para el público 
bien informado.
Un segundo volumen, mucho más extenso, habrá de presen­
tar nuestras conclusiones finales y un conjunto más amplio de 
detalles históricos complementarios. Por ello, las pruebas his­
tóricas preparadas para dicho estudio apenas están bosquejadas 
en la documentación de los Capítulos II y III de este libro. En 
compensación, el Centro espera publicar, en un futuro próxi­
mo, dos monografías basadas en manuscritos preparados para el
presente volumen: el estudio sobre el Imperio de los Habsburgo 
del profesor Robert A. Kann y el estudio sobre Noruega-Suecia del 
profesor Raymond E. Lindgren. El primero ha sido publi­
cado en 1957 por Frederick A. Praeger con el título de The 
H absburg Em pire: A S tud y in In tegration and Disintegration^ 
y el segundo en 1958 por la Princeton University Press con el 
título provisional de Union, D isunion, R eun ion : A S tudy of 
the D issolution of the Union of N ortvay and Sweden and Scan- 
dJnaviait In tegration . Algunos de los restantes autores del pre­
sente libro preparan en la actuaKdad, por separado, sus respec­
tivos estudios para su publicación.
Este es un estudio interdisciplinario, pues en él colaboraron 
estrechamente en todas las etapas historiadores y políticos y, ade­
más, porque uno de los políticos (el profesor Deutsch) posee 
gran experiencia en otras ciencias sociales. Los ocho coautores 
se reunieron frecuentemente, y cada uno de ellos residió en Prin­
ceton durante períodos de hasta dos años, como miembros del 
equipo del Centro. Si bien todos los miembros no suscriben ne­
cesariamente todas las afirmaciones del libro, el grupo en fo r­
ma colectiva se hace responsable de la totalidad del trabajo.
El material histórico de éste y del posterior volumen fue pre­
parado de la siguiente manera: el caso alemán, Francis L. Loewen- 
heim (College of William and Mary) ; caso del Imperio de los 
Habsburgo, Robert A. Kann (Rutgers University) ; caso ita­
liano, Maurice Lee, Jr. (Princeton University) ; caso de N o­
ruega-Suecia, Raymond E. Lindgren (Occidental College); 
casos del Reino Unido (Inglaterra-Gales, Inglaterra-Escocia y 
Reino Unido-Irlanda), Sidney A. Burrell (Barnard College); 
y el caso de los Estados Unidos, Martin Lichterman (Massachu­
setts Institute of Technology).
Las generalizaciones comparativas son obra principalmente de 
Karl W . Deutsch, del Instituto de Tecnología de Massachusetts, 
y están basadas en su análisis de todos los estudios históricos de­
tallados. La aplicación contemporánea de las conclusiones his­
tóricas es una tarea realizada principalmente por Richard W . 
Van Wagenen, de la Universidad de Princeton, quien también 
dio origen al proyecto y lo dirigió en todo su desarrollo. El es­
quema del libro es fruto de la colaboración de todos los autores
quienes también lo revisaron de acuerdo con los comentarios 
generales del grupo.
Varias otras personas nos ayudaron sustancialmente. En primer 
término, el Dr. Herman Weilenmann, de la Universidad de 
Zurich, quien vino a Princeton en el verano de 1953 a preparar 
para el Centro un resumen del caso suizo como se lo enfocaba 
dentro del esquema de este proyecto. Partes de su trabajo han 
sido incorporadas a este volumen. El Dr. Weilenmann y el Dr. 
Deutsch proyectan publicar un estudio propio más completo 
sobre el desarrollo de la comunidad política suiza.
Los consultores que aparte de los profesores de Princeton 
nos ayudaron en determinadas ocasiones incluían al extinto 
Edward Mead Earle y Nicholas Mansergh. Los consultores en­
tre el profesorado y los graduados de Princeton son tantos que 
resulta imposible nombrarlos a todos, pero los miembros de la 
Comisión de Profesores del Centro encabezarían cualquier lista. 
Se trata de los profesores Frederick S. Dunn, Dana Gardner 
Munro, Frank W . Notestein, W hitney J. Oates, Harold Sprout, 
Joseph R. Strayer y John B. W hitton.
Del equipo del Centro, los dos asistentes de Investigación 
que dedicaron mayor tiempo a este proyecto en varias de sus 
etapas fueron Mrs. Yvette E. Gurley y Mrs. Johanna M. Lede- 
rer. Otras personas que nos ayudaron en algunas oportunidades 
fueron Julien Engel, Samuel Krislov, Sol Rosenthal y George 
Rudisill. El Dr. H arry T. Moore colaboró en la parte editorial.
Como nunca lo hemos hecho en público antes, deseamos 
agradecer al A. W . Mellon Charitable and Educational Trust 
por la subvención que nos otorgó en 1951 y que nos permitió 
emprender este estudio. Agradecemos que los funcionarios del 
mismo hayan comprendido la importancia de investigar este 
problema y hayan estado de acuerdo en hacer algo al respecto.
Expresamos aquí una vez más nuestro reconocimiento a 
Randolph y Dorothy Compton y a sus amigos y familiares. 
Ellos crearon el Centro como recuerdo viviente de John Parker 
Compton (Princeton, promoción 19 47 ), a quien dedicamos 
este libro.
Los autores en forma individual desean expresar su recono­
cimientopor el apoyo recibido en la prosecución de la investí-
gación relacionada directa o indirectamente con este trabajo: 
Sidney Burrell a la American Philosophical Society, Barnard 
College Research Fund y al Columbia University Council for 
Research in the Social Sciences; Karl Deutsch a la John Simon 
Guggenheim Memorial Foundation; Robert Kann también a la 
Guggenheim Foundation y al Research Council de la U niver­
sidad de Rutgers; Raymond Lindgren al Programa Fulbright 
del Gobierno de los Estados Unidos; y Francis Loewenheim al 
Institute for Advanced Study de Princeton.
Sin embargo, sólo los coautores son responsables de los resul­
tados del estudio tal como está presentado en este libro. No ig­
noramos que estos resultados no son definitivos ni han agotado 
el tema. No obstante, deseamos, empleando las palabras de 
Stephen Vincent Benêt, que, por lo menos, "los secos huesos es­
parcidos por el camino/ puedan todavía indicar gigantes en 
busca de sus presas doradas”.
Junio de 1956.
R. W . V a n W a g e n e n
Director del Centro de Investigaciones sobre 
Instituciones Políticas Mundiales
Luego de la redacción de este prefacio han tenido lugar dos 
acontecimientos de notori^i importancia para la investigación. 
Ambos son bien conocidos por la mayoría de los lectores: la 
invasión de Egipto por Israel, Gran Bretaña y Francia, en oc­
tubre-noviembre, y la adopción, en el mes de diciembre, por par­
te del Consejo del Atlántico Norte de la política propuesta 
por el Comité de los Tres en el sentido de una mayor consulta 
entre los miembros y de mayores facultades para el secretario 
general de la o t a n . El primer hecho puso de manifiesto una 
tremenda falta de mutua comprensión entre algunos de los 
miembros dirigentes de la o t a n . El segundo, evidenció la de­
terminación de aumentar esa comprensión y de institucionali­
zarla en cierta forma al tomar futuras decisiones sobre política 
extranjera. En la actualidad parece claro que se trata de un 
acuerdo serio y no de una resolución rutinaria. En concordancia 
con nuestras conclusiones, pensamos que este acuerdo es preci­
samente el tipo de plan que debería llevarse a la práctica si se 
considera a la integración como el objetivo fundamental del 
área del Atlántico Norte.
Enero de 1957.
R. \V. V. \V.
INTRODUCCIÓN
A. EL PROBLEM A.
Emprendimos esta tarea como contribución al estudio de las 
posibles formas mediante las cuales los hombres podrían llegar 
a hacer desaparecer la guerra.
Desde el comienzo mismo nos dimos cuenta de la comple­
jidad del problema. Es difícil relacionar la "paz” con otros 
valores de primer orden tales como la "justicia” y la "libertad”. 
No existe unanimidad sobre las alternativas aceptables para em­
prender una guerra, y hay mucha ambigüedad en el uso de los 
términos "guerra” y "paz”. Con todo, podemos partir del su­
puesto de que la guerra es tan peligrosa ahora que la humanidad 
debe eliminarla, debe desecharla como posibilidad seria. El in­
tento puede fracasar. Pero para una civilización que desea so­
brevivir, el problema central en el estudio de la organización 
internacional es éste; ¿cómo pueden los hombres aprender a 
actuar conjuntamente para eliminar la guerra como institución 
social?
En cierto sentido se trata de un interrogante menor — si bien 
en otro sentido puede ser mayor— del que ocupa muchas men­
tes esclarecidas de la actualidad: ¿cómo se puede prevenir o evi­
tar la pérdida de la "próxima guerra” ? Es menor porque, por 
supuesto, no habrá oportunidad de resolver el problema media­
to si no sobrevivimos a la crisis inmediata. Es mayor porque 
está en juego no sólo la confrontación de las naciones de Oriente 
y Occidente en el siglo xx, sino toda la cuestión subyacente 
de las relaciones entre las unidades políticas en cualquier época. 
En consecuencia, no tratamos aquí de agregar nada a lo m u­
cho que se ha escrito directamente relacionado con la disputa 
entre Oriente y Occidente entre los años 1940-1950. Más bien, 
buscamos un nuevo enfoque para analizar las condiciones y los 
procesos de largo alcance o la paz permanente, aplicando nues­
tros hallazgos a un problema contemporáneo que, si bien no es
tan difícil como el problema Oriente-Occidente, no es de nin­
gún modo simple: la paz dentro del área del Atlántico Norte.
Siempre que surge un problema político difícil, los hombres 
se vuelven hacia la historia en busca de una clave para su solu­
ción. Lo hacen sabiendo que no encontrarán allí la respuesta 
completa. Cada problema político es único, por supuesto, por­
que la historia no "se repite”. Pero a menudo la mente reflexiva 
descubrirá en el pasado situaciones esencialmente similares a la 
considerada en ese momento. Por lo común, en estos parale­
lismos aproximados o analogías sugestivas, el problema no con­
siste tanto en descubrir los hechos como en decidir qué hay en 
esencia de igual y qué de diferente entre los hechos históricos y 
los actuales.
Cuando las personas discuten sobre la guerra y a renglón 
seguido sobre la paz, es probable que adopten una de dos posi­
ciones extremas. Algunos opinarán que, puesto que la historia 
revela una serie ininterrumpida de guerras, ello sólo indica que 
en el futuro sucederá algo similar. Otros dirán que la historia 
nos muestra un sostenido crecimiento en el tamaño de las co­
munidades dentro de las cuales se organizan los hombres, y que 
esta tendencia continuará hasta que el mundo logre vivir pací­
ficamente dentro de una sola comunidad. Ninguna de estas 
conclusiones parece justificada a primera vista, aunque ambas 
tienen algo de verdad.
Hay mucha distancia entre estas interpretaciones extremas 
de la historia. Sin embargo, no sabemos de una investigación 
completa acerca de la manera en que ciertas zonas del mundo 
eliminaron ''permanentemente”, en el pasado, la guerra. Los his­
toriadores, en especial los especialistas en diplomacia, nos han 
explicado ampliamente de qué modo se evitaron las guerras du­
rante períodos largos y breves, pero no han entrado en detalles 
de cómo y por qué ciertos grupos han evitado permanente­
mente la guerra. Quienes piensan que la guerra internacional ha 
de seguir existiendo pueden tener razón. Pero nosotros estamos 
en condiciones de señalar que la guerra ha sido elim inada per­
manentemente, por razones prácticas, en grandes zonas. Si pu­
diéramos estar seguros de los resultados, valdría la pena dedicar 
muchísimas horas de trabajo y gran cantidad de dólares al es­
tudio de cómo pueden darse estas condiciones y de cómo po­
drían abarcar zonas cada vez mayores del globo. Hasta ahora 
este esfuerzo no ha sido realizado ni se ha perfeccionado ningu­
na técnica para ello. Por consiguiente, a lo largo de nuestro es­
tudio, debimos desarrollar nuestras propias técnicas. Este libro 
es el primer resultado de un estudio limitado pero en cierto 
modo original.
Trabajamos aquí con comunidades políticas a las que consi­
deramos como grupos sociales con un proceso de comunicación 
política, cierto sistema coercitivo y algunos hábitos populares 
de obediencia. Una comunidad política no es siempre capaz de 
evitar la guerra dentro de su zona: Estados Unidos no lo logró 
en la época de la guerra civil. Sin embargo, algunas comunida­
des políticas han eliminado la guerra y la perspectiva de ella 
dentro de sus límites. He aquí lo que hay que estudiar intensi­
vamente.
Por esto, nos hemos dedicado a investigar la formación de 
"comunidades de seguridad” en ciertos casos históricos. El em­
pleo de este término da origen a una serie de definiciones que 
enunciaremos aquí como introducción para los otros eslabones 
necesarios a fin de lograr una comprensión más acabada de nues­
tros hallazgos.
U n a c o m u n id a d de se gu rid ad es un grupo de personas que 
se han "integrado”.
Por INTEGRACIÓN queremossignificar el logro, dentro de 
un territorio, de un "sentido de comunidad” y de instituciones 
y prácticas lo suficientemente fuertes y extendidas como para 
asegurar en la población, durante un "largo” tiempo, expecta­
tivas firmes de "cambio pacífico”.
Por SENTIDO DE COMUNIDAD entendemos que los individuos 
de un grupo creen haber llegado a un acuerdo al menos sobre 
este punto: que los problemas sociales comunes pueden y deben 
ser resueltos por procesos de "cambio pacífico”.
Por CAMBIO PACÍFICO queremos significar la solución de 
problemas sociales, normalmente por procedimientos institu­
cionalizados, sin recurrir a la coerción física en gran escala.
Luego, una comunidad de seguridad es aquella en la cual 
existe la convicción real de que los miembros de la comunidad
no combatirán entre si con medios físicos, sino que zanjarán 
sus cuestiones de alguna otra forma. Si todo el mundo estuviera 
integrado como una comunidad de seguridad, la guerra que­
daría automáticamente eliminada. Pero el término "integra­
ción” puede resultar confuso.
Tal como la empleamos nosotros, la palabra "integración” 
no significa necesariamente la fusión de personas o de unidades 
gubernamentales en una sola unidad. Más bien, nosotros dividi­
mos a las comunidades de seguridad en dos tipos: "amalgama­
das” y "pluralistas”.
Por AMALGAMACIÓN entendemos la unión formal de dos o 
más unidades previamente independientes en una única unidad 
mayor, con algún tipo de gobierno común después de la amal­
gamación. Este gobierno común puede ser unitario o federal. 
Los Estados Unidos de la actualidad son un ejemplo del tipo 
amalgamado. Se convirtieron en una unidad gubernamental 
única por la fusión formal de varias unidades primitivamente 
independientes. Hay un órgano supremo del cual emanan las 
decisiones.
La comunidad de seguridad p l u r a l is t a , por otro lado, con­
serva la independencia jurídica de los gobiernos autónomos. El 
territorio combinado de Estados Unidos y Canadá es un ejem­
plo del tipo pluralista. Sus dos unidades gubernamentales autó­
nomas forman una comunidad de seguridad sin estar unidas. 
Hay dos órganos supremos de los cuales emanan las decisiones. 
Por supuesto, donde hay amalgamación sin integración no exis­
te una comunidad de seguridad.
Puesto que nuestro estudio se refiere al problema de asegurar 
la paz, diremos que toda comunidad política, sea amalgamada 
o pluralista, habrá tenido finalmente é x it o si se ha convertido 
en una comunidad de seguridad — es decir, si ha logrado la in­
tegración— , y que habrá sido un f r a c a s o si con el tiempo ha 
terminado en la secesión o en la guerra civil.
Quizás debiéramos señalar aquí que ambos tipos de integra­
ción requieren, a un nivel internacional, alguna forma de or­
ganización, aunque sea muy débil. No confiamos mucho en el 
viejo aforismo de que entre amigos no se necesita una consti­
tución y entre enemigos es de ningún provecho. Lo que puede 
ser viable se encuentra en el punto medio.
La integración es una cuestión de hecho, no de tiempo. Si 
los pueblos de ambos lados no temen a la guerra y no se prepa­
ran para ella, poco importa cuánto tiempo han empleado para 
llegar a esta etapa. Pero una vez lograda la integración, el tiem­
po durante el cual persista puede contribuir a su consolidación.
Debe destacarse que la integración y la amalgamación se 
superponen, pero no completamente. Esto significa que puede 
haber amalgamación sin integración e integración sin amalga­
mación. Cuando en este libro empleamos los términos "integra­
ción o amalgamación”, estamos refiriéndonos en forma abre­
viada a una alternativa entre la integración (sea por la vía del 
pluralismo o de la amalgamación) y la amalgamación sin integra­
ción. Hemos hecho esto porque, en el pasado, los movimientos 
de unificación han tendido, a menudo, a estos dos objetivos, pues 
algunos de los sostenedores de los movimientos preferían uno u 
otro objetivo en distintos momentos. ^ Para alentar esta ven­
tajosa ambigüedad, los dirigentes de dichos movimientos han usa-
No amalga7nación Amalgamación
OV—(o
O
H
O
O<!
tíO
H
I—(
O
O
Comunidad de seguridad plura- q Comunidad de seguridad amal-
lista. ^ gamada.
Ejem plo: O Ejem plo:
(Noruega-Suecia en la actualidad) ^ (Estados Unidos en la actualidad)
<!
-----------------------------— U M BR AL DE IN T E G R A CIO N ----------------------------------
No amalgamada. q Am algam ada pero no comunidad
No comunidad de seguridad. jg seguridad.
FA om plo : g E jem plo:
(Estados Unidos-Rusia en la ac- g (Imperio de los Habsburgo, 1914).
1 Este punto está tratado más ampliamente en el Capítulo III, Sección D.
do con frecuencia símbolos más amplios tales como "unión”, 
que abarcaría ambas posibilidades y podría dar a entender cosas 
diferentes según los hombres.
Una de nuestras premisas básicas es que cualquier cosa que po­
damos aprender sobre el proceso de formación de comunidades 
de seguridad debe ser útil en forma indirecta no sólo a los 
planificadores, sino también a las organizaciones internaciona­
les existentes. Si el camino h^xia la integración, interna o inter­
nacional, es través del logro de un sentido de comunidad que 
incluya a las instituciones, entonces es probable que un mayor 
sentido de comunidad contribuiría a fortalecer cualquier insti­
tución — supranacional o internacional— que ya estuviera fu n ­
cionando. Cuando estas institixciones son órganos destinados a dar 
cumplimiento a la voluntad pública, tropezamos con este viejo 
y torturante acertijo: ¿quién controla a la policía? ¿Podemos 
estar seguros de que esos acuerdos, a los que se llegó libremente, 
serán confiablemente observados o cambiados en forma pacífica? 
Hasta que esto suceda, existirá la posibilidad de recurrir a la 
guerra para zanjar la cuestión, liquidándose las partes en disputa 
en lugar de la disputa misma.
Todos sabemos que ya existe una maquinaria política para 
lograr decisiones internacionales, y que estas decisiones no siem­
pre pueden hacerse obligatorias una vez legradas. De igual modo, 
también existe una maquinaria judicial que podría ser empleada 
para el arreglo de cualquier disputa internacional sin recurrir a 
la fuerza; pero no se puede llevar a los estados ante un tribunal 
en contra de su voluntad, ni hacer que acaten su sentencia. Es 
igualmente cierto que el cumplimiento o la obediencia pueden 
lograrse durante un tiempo sin que medie aceptación voluntarla, 
como sería el caso de un estado fuerte frente a uno débil. Pero 
sin una firme aceptación por parte de un número significativo 
de individuos, la obediencia resultará ineficaz o temporaria.
En consecuencia, una situación de obediencia presupone un 
acuerdo general sobre algo. Quizás el "algo” sea el contenido del 
asunto sobre el que se deba coincidir, o quizás sólo la legitimidad 
del órgano destinado a hacerlo cumplir, o incluso la corrección 
del procedimiento a aplicarse. Una vez que los hombres han 
logrado esta condición de acuerdo respecto de una institución
social que haga efectiva la voluntad pública, y han fijado esta 
condición, la institución parecería estar firmemente establecida: 
la policía está efectivamente controlada. Este tipo de institu­
ción — quizá la más crucial de todas— representa la fuerza 
oi'ganizada en nombre de la comunidad. En nuestra terminolo­
gía, se habría logrado un sentido de comunidad en alto grado, 
tal vez tan alto como para hablar de integración.
El objeto de nuestra investigación es averiguar tanto como 
sea posible cómo se ha llegado a tal condición en circunstan­
cias y épocas distintas. A través de este estudio esperamos 
llegar a saber cómo podríamos acercarnos más a dicha situación 
en el mundo actual.
B. EL ÁRE A .
Si bien a menudo se ha llamado al área del Atlántico Norte 
"comunidad”,puede no serlo en realidad. Tampoco es necesa­
riamente una comunidad de seguridad.
Se ha sugerido que Estados Unidos apoyaría la convocatoria 
de una conferencia de naciones democráticas para considerar la 
formación de una unión del Atlántico N orte; ésta sería presu­
miblemente una comunidad de seguridad amalgamada. Por 
cierto, muchos apoyan la consolidación de una organización in­
ternacional ya existente — o t a n — hasta que llegue a ser al 
menos una comunidad de seguridad pluralista. Claro está que 
el área del Atlántico Norte encierra subáreas de integración, 
algunas de las cuales cuentan ya en parte con instituciones que 
quizás puedan evolucionar. Sin embargo, el espacio de que dis­
ponemos sólo nos permite tratar a estas subáreas en forma su­
maria.
Elegimos el área del Atlántico Norte para nuestro enfoque 
porque ella incluye a todas las potencias importantes del mun­
do libre; es la alternativa principal para la integración de Euro­
pa Occidental; y además incluye a Alemania Occidental.
Nuestro primer problema es decidir qué entendemos por
O rganización del T ratado del A tlán tico N orte.
"área del Atlántico Noí*te'\ Una vez aceptado que pára loá 
tiempos que corren no seriamos realistas desde el punto de vista 
político si incluyéramos a los países ahora dominados por la 
Unión Soviética, surgen tres alternativas principales. Dichos 
países no son entes libres; y, excepto Alemania Oriental, no se 
los tiene en cuenta cuando se especula sobre la posible integra­
ción del área del Atlántico Norte.
Una alternativa sería incluir a todos los países situados geo­
gráficamente sobre el océano Atlántico Norte o el mar del 
Norte o en las zonas próximas a ese área.
Otra sería equiparar "área del Atlántico N orte” con "perte­
nencia a la o t a n ” . Esto significaría incluir a Grecia y a T ur­
quía, alejadas geográficamente del Atlántico Norte, y exckxir 
a Austria, Finlandia, Irlanda, España, Siig^ cia y Suiza. Además, 
esta selección nos obligaría a considerar sólo una de las muchas 
organizaciones internacionales existentes.
Una tercera alternativa sería la de limitarnos a las demo­
cracias ubicadas en cualquier parte que consideráramos como 
área del Atlántico Norte. Sin embargo, esta selección tendería 
a prejuzgar la cuestión, inclinando la respuesta hacia la demo­
cracia como un requisito de la integración. Significaría también 
desconocer el hecho de que una de las dos naciones no democrá­
ticas del área (Portugal) ha participado en algunas organiza­
ciones internacionales europeas así como en la o t a n . Puesto 
que estamos, sobre todo, estudiando problemas de la organiza­
ción internacional, no seríamos justos si excluyéramos desde un 
principio a miembros activos de organizaciones internacionales 
por una razón cualquiera que no sea la situación geográfica.
La primera alternativa nos parece la mejor porque es simple 
y conocida. La geografía es la prueba positiva para la inclusión; 
la prueba negativa es ser miembro de un bloque de poder ideoló­
gica y políticamente incompatible con Occidente. Esto significa 
que incluiremos a todos los países que bordean el océano A tlán ­
tico Norte o el mar del Norte, junto con sus inmediatos vecinos 
terrestres en Europa, excepción hecha de los países dominados 
por los rusos. Estados Unidos, Canadá y lo que comúnmente es 
considerado Europa Occidental y del Sur integran esta área. Los 
19 países que se nombran seguidamente se ajustan a la definición:
Austria, Bélgica, Canadá, Dinamarca, Finlandia, Francia, A le­
mania Occidental, Islandia, Irlanda, Italia, Luxemburgo, Países 
Bajos, Noruega, Portugal, España, Suecia, Suiza, Reino Unido 
y Estados Unidos. El objeto inmediato de nuestra investigación 
es averiguar si estos países podrían formar una comunidad de 
seguridad y por qué medios.
C. EL MÉTODO: A PLICA CIÓ N DE LA EX PERIEN CIA PA SAD A A
LAS NECESIDADES ACTU A LES.
Llegar a la conclusión de que los casos históricos pueden ense­
ñarnos algo sobre el problema actual de la integración es fruto 
del razonamiento por analogía. Esto es lo que mucha gente hace 
cuando trata de guiar sus acciones presentes según la experien­
cia pasada. Pero un uso inteligente de la experiencia exige que 
no nos basemos totalmente en paralelismos. Los ejemplos pasados 
sugieren, pero no son decisivos. Señalan una dirección gene­
ral, pero no un punto específico.
¿Con qué seguridad podemos aplicar los conocimientos so­
bre un período histórico a la situación en otro? Estamos utili­
zando la experiencia histórica para descubrir qué planes parecen 
posibles, cuáles probables y cuáles más probables que otros. Nos 
estamos manejando no sólo con posibilidades, sino con priorida­
des de probabilidades. En efecto, estamos buscando los requisi­
tos mínimos para una comunidad política pacífica. Tratamos 
de ver qué es lo que no se necesita para la integración. En conse­
cuencia, podemos extraer, por así decir, de una lista hipotética 
de requisitos actuales, aquellas condiciones que no se dieron en 
el curso de una integración exitosa en el pasado.
Pudimos haber abordado el problema de la integración en 
términos abstractos, mediante un enfoque puramente analítico y 
deductivo dentro de las ciencias sociales, en especial la ciencia 
política. Pero comprendimos que tales esquemas analíticos co­
rrían el peligro de resultar demasiado estrechos, demasiado su­
perficiales y estar muy alejados de la realidad si descuidábamos 
los datos históricos. El testimonio de lo que sucedió en la his­
toria es más rico y profundo que cualquier esquema particular 
de deducción o análisis y no podemos arriesgarnos a ignorarlo.
Pero la aplicación de un hallazgo histórico cualquiera al 
mundo actual ofrece dificultades similares a las que han plagado 
la historiografía desde un principio. El tiempo transcurrido es 
quizás la más seria de dichas dificultades. No podemos presu­
mir que porque determinadas condiciones en un siglo produjeron 
determinados efectos, otras condiciones siquiera aproximadamen­
te paralelas en otro siglo producirán efectos similares. Ni tam­
poco podemos estar seguros, por supuesto, de que las condicio­
nes sean siquiera aproximadamente paralelas. La mayoría de 
nuestros casos alcanzaron su clímax después de la revolución 
industrial, pero no todos ellos. Y algunos de los hechos más 
importantes en varios casos ocurrieron varias generaciones antes.
Uno de los interrogantes que debe estar presente en el 
campo de la especulación interesante es el siguiente; ¿se ope­
raron los cambios con más lentitud en épocas anteriores que en 
las actuales? La primera respuesta pareciera ser afirmativa, si 
consideramos la mayor velocidad en los viajes y en la transmi­
sión de mensajes. Pero el hecho de que los mensajes puedan ser 
transmitidos a una persona con más celeridad, no significa que 
ésta pueda leerlos y comprenderlos más rápidamente. El aumento 
en la velocidad del transporte no ha tenido su paralelo en un 
aumento comparable en la velocidad del proceso de aprendi­
zaje humano. Nuestros ritmos de memoria y de atención no 
han experimentado un cambio drástico. Una hora es todavía 
una hora en el ocupado horario de los hombres de estado, y una 
generación es aún una generación en política. Si bien el nú­
mero de experiencias vicarias ha crecido notablemente para 
muchas personas, lo que un individuo puede experimentar en 
forma directa y recordar es casi igual en un siglo y en otro. 
Por último, la velocidad real en los viajes y en las comunicacio­
nes puede no ser tan importante como la imagen de esa situación 
real en las mentes de los que toman las decisiones. Si un lugar 
parece cercano o alejado, a los fines políticos prácticos está cer­
cano o alejado.
Una vez aceptado el cambio relativamente pequeño habido 
en la rapidez del aprendizaje humano, nos encontramos conque
varios de nuestros casos históricos nos mostraban que gran nú­
mero de personas cambian sus puntos de vista políticos y con­
traen nuevas lealtades políticas en un tiempo muy breve.
Esta diferencia es quizá compensada, o incluso sobrecom- 
pensada, cuando consideramos que desde el ángulo de nuestro 
problema — la integración— las áreas relevantes que se deben 
abarcar son ahora mucho más extensas de lo que lo eran en los 
casos históricos investigados. Deberíamos preparar una serie de 
mapas mostrando muchas cosas — igual costo de transporte por 
distintos medios, por ejemplo— y abarcar muchas áreas, antes de 
poder afirmar que, hablando en términos de viajes, el área del 
Atlántico Norte se había reducido en 1956 al tamaño de Ingla­
terra, Gales y Escocia en 1700, o al de Italia en 1855. Pero de 
cualquier forma, la comparación no parece desatinada.
Aparte de cualquier grado de incertidumbre que pueda haber 
en nuestros hallazgos, ellos no agotan — conviene recordarlo— 
el tema de nuestro estudio. Incluso, aunque nuestros hallazgos 
fueran totalmente seguros, y aplicados todos a un caso particu­
lar, no garantizarían el éxito. Cuando decimos que algunas con­
diciones son "esenciales”, queremos significar que el éxito nos 
parece muy improbable si no se dan. Aunque esenciales, tam­
bién nos parecen insuficientes: incluso si todas ellas estuvieran 
presentes, no sabemos si hacía falta alguna otra condición que 
muy bien podemos haber desestimado.
Algo similar se puede decir de aquellas condiciones que lla­
mamos útiles pero no esenciales: vimos que la integración se 
producía en su ausencia, y ello podría m uy bien volver a repe­
tirse en casos futuros. Podría suceder que existieran más con­
diciones de las que hemos identificado; y no sabemos si varias de 
ellas sumadas no podrían constituir un conjunto o un quorum 
que fuera en sí mismo una condición esencial para el éxito, aun­
que cada una de sus partes pudiera ser reemplazada por alguna 
otra condición. Ésta es una de las muchas cuestiones fascinan­
tes que deberá dilucidar una investigación posterior.
Por liltimo, debimos basarnos la mayor parte del tiempo en 
algo tan poco científico como el empleo de la analogía, la intui­
ción ocasional y el juicio. Es cierto que "los hechos no son afec­
tados por las analogías; sino que están determinados por la com­
binación de circunstancias”. “ Pero, ciertamente, el análisis de los 
hechos se ve afectado por las analogías. Desecharlas sería un de- 
rroche cuando no se cuenta con una fuente mejor de indicios.
El problema de la unicidad y de la comparabilidad ha per­
seguido siempre a los historiadores. Una de las tareas más arduas 
del estudioso es "encontrar una pauta en una multitud de hechos 
individuales o imponerla a ellos. Siempre hay más hechos apro­
vechables de los que un historiador puede manejar; sólo puede 
trabajar con ellos si los ordena en categorías, y si generaliza a 
partir de las clasificaciones que ha realizado. Incluso sabe que 
ningún hecho histórico es exactamente igual a otro, y que una 
simple diferencia puede ser m.ás significativa que muchas se­
mejanzas”. ^
Si bien el estudioso de la historia debería acercarse tanto como 
fuera posible al "hombre universal”, transcurrirían décadas antes 
de que pudiera obtener la amplitud de comprensión en otras 
ciencias sociales que le gustaría lograr. Como disciplina acadé­
mica, la organización internacional pertenece principalmente 
al dominio de los científicos políticos. Puesto que unos pocos 
han incursionado en algunas de las ciencias sociales distintas de 
la historia, comprendimos que además de los historiadores era 
indispensable para nuestro estudio un científico social de ese 
tipo. Él se especializaría en la comparación de datos históricos 
tales como son interpretados por los historiadores en cada caso, 
y en la conducción de sus colaboradores hacia el descubrimiento 
de uniformidades a partir de las cuales pudiera generalizar. Qui­
zás más importante aún, proveería de conceptos e hipótesis de 
trabajo.
La necesidad de una combinación tal ha quedado muy bien 
establecida por un destacado historiador: "El historiador llega
a ser así indudablemente útil a las disciplinas relacionadas con 
el esfuerzo por comprender a la sociedad. No se limita a pro­
porcionar datos a los científicos sociales; también da una pauta 
para comprobar la validez de los conceptos de la ciencia social
2 H arold N ic o l so n , The Congress of V icuña, Harcourt, Brace, N ueva Y o rk , 1 9 4 ^ , 
p. VIIL
3 JosEPH R . S t r a y e r , ed., en Introducción a The Interpretation of H istory, Princeton 
U n lversity Press, 1943, pp. 7-8.
LOS CASOS 3 5
para el pasado. Los científicos sociales, impacientes frente al 
historiador que rechaza sus conceptos favoritos porque sabe 
que hay lexcepciones, harían bien en recordar que la bon­
dad de una ciencia depende de su habilidad para resistir las obje­
ciones que se le hagan a sus leyes y rechazar o revisar aquellas que 
han sido bien objetadas. Y, por otra parte, los historiadores de­
berían tener presente que no se puede siquiera aventurar una 
objeción acertada si no se aprecia el concepto que se examina. Se 
da por sentado que el historiador no debería escribir sobre his­
toria de la teología o de la física, por ejemplo, sin conocer teolo­
gía o física. Sin embargo, muy a menudo los historiadores han 
escrito sobre mercados, negocios y precios o sobre la personali­
dad y la conducta social o sobre características raciales y cultu­
rales sin conocer los hallazgos de destacados científicos sociales 
en esos campos de estudio o sin hacer distinciones entre los 
frecuentemente desconcertantes conflictos intelectuales que sur­
gen entre ellos.” ^
Se puede ganar mucho utilizando conceptos analíticos como 
guía en nuestra investigación histórica, y empleando los resul­
tados de la investigación histórica para modificar nuestros con­
ceptos teniendo en cuenta los problemas presentes. "Sin un uso 
adecuado de la teoría el estudio histórico no puede alcanzar to ­
da su potencia.” ^
D. LOS CASOS.
Puesto que los casos históricos, a lo sumo, pueden ser com­
parados sólo en algunos de sus aspectos, y prácticamente nunca 
en su totalidad, cualquier comparación entraña el sacrificio de 
gran cantidad de detalles, muchos de ellos información impor­
tante. Incluso, establecer comparaciones limitadas entre casos 
sólo parcialmente comparables es de la esencia del pensamiento 
humano. A lo largo de nuestra existencia todos aplicamos re­
cuerdos seleccionados del pasado a nuestras decisiones del pre-
^ L o u is G o t t s c h a l k , Understanding H istory , Knopf, 1950, p. 25 5.
 ^ The Social Sciences in H istorical S tîid y : A report of the Committee on H isto­
riography, Boletín 64 del Social Science Research Council, Nueva York, 1954, p. 25.
sente y a nuestras expectativas hacia el f uturo. Si aphcamos esta 
vieja práctica en un proyecto de investigación y la llamamos el 
"método de caso”, podemos confiar en que seremos más explí­
citos sobre las técnicas que usamos, los supuestos que tenemos y 
los datos que desechamos. De cualquier forma, nuestro estudio 
carecerá de interés para quienes piensan que el hombre no puede 
aprender de la experiencia histórica.
Esto nos lleva a los problemas especiales del método de caso. 
En un somero recuento nos encontramos con alrededor de tres 
docenas de casos históricos que poseen las características que los 
hacen dignos de ser investigados teniendo presente el problema 
de la integración. Otros estudiosos podrían agregar o quitar unos 
pocos, pero ya que sólo hay unos 110 estados en el mundo (inde­
pendientes o cuasi independientes), y puesto que muchos de 
ellos en estos momentos no están perturbados por ningún pro­
blema importante de federación o secesión, el total no cambia­ría mayormente.
Once de esos casos se encuentran en Europa Occidental y 
Central: Austria-Hungría y sus sucesores, las islas Británicas, 
Dinamarca-Islandia, Finlandia (la unión con Suecia y la unión 
con Rusia), Francia (incluyendo la absorción del Languedoc y 
partes de la Borgoña), Alemania, la península Ibérica, Italia, los 
Países Bajos, Noruega-Suecia y Suiza. Seis casos están en el 
hemisferio occidental: Canadá, Estados Unidos, Brasil, Gran
Colombia y sus actuales sucesores (Colombia, Ecuador, Panamá 
y Venezuela), la Federación de América Central, y los países del 
primitivo Virreinato del R ío de la Plata (Argentina, Paraguay 
y U ruguay). Otros cinco casos están en Europa Oriental: Po­
lonia (uniones con Lituania y Ucrania), Rusia, Rumania (Mol­
davia, Valaquia y Transilvania), Yugoslavia y, en parte, el Im­
perio Otomano. Ocho casos están en Asia: India, Pakistán,
China, Birmania, Indonesia, Vietnam, la Federación Malaya, y los 
fragmentos políticos de la penínsuL Arábiga (particularmente 
la dispersión de Palestina). Encontramos tres casos adicionales 
en el Commonwealth británico: Australia, la Unión Sudafrica­
na y la nueva Federación de A frica Central. Veinte de estos 
treinta y tres casos son países de cultura occidental situados sea
en Europa Occidental, sea en el hemisferio occidental o en el Com­
monwealth británico.
A l seleccionar un número limitado de casos para una investi­
gación intensiva, nos concentramos en el área de Europa Occi­
dental y en la civilización del Atlántico Norte. Es obvio que 
hay otros casos que nos hubiera gustado incluir. Razones de 
tiempo, recursos, disponibilidad de datos, o de aparente compa- 
rabilidad con problemas contemporáneos, nos hicieron excluir 
algunos de los primeros casos así como los que estaban situados 
en Asia, Á frica nativa (sur del Sahara) y la mayoría de los 
de la Europa Oriental.
Algo mucho más importante que el área geográfica o cultu­
ral, era la selección de casos que revelarían el éxito o el fracaso 
de la experiencia relativa a la integración. Primero, debimos 
circunscribirnos a los casos "cerrados” en contraste con los 
"abiertos” ; es decir, aquellos cuyos resultados están definitiva­
mente establecidos en contraposición con los casos cuyos resul­
tados no lo están. Por ejemplo, estamos seguros de que Estados 
Unidos está integrado: por otra parte, Yugoslavia puede o no 
puede estarlo. Segundo, debimos asegurarnos de la inclusión de 
dos tipos de casos: aquellos en los cuales existía con todo éxito 
una comunidad de seguridad y aquellos en los que había exis­
tido una comunidad de seguridad durante un tiempo pero que 
luego se había disuelto. Tercero, debimos incluir ambos tipos de 
comunidad de seguridad: la amalgamada y la pluralista.
Seleccionamos diez casos, ocho de ellos para un estudio inten­
sivo: (1 ) la unión de las colonias de América del Norte en los 
Estados Unidos en 1789, su separación en la guerra civil, y la 
reunión posterior; (2) el desarrollo gradual de la unión entre 
Inglaterra y Escocia y su consumación en 1707; (3) el fracaso 
de la unión entre Irlanda (incluyendo Ulster) y el Reino U ni­
do en 1921; (4) la lucha por la unidad de Alemania desde la 
Edad Media, qvie culmina con la unificación de Alemania en 
1871; (5 ) el problema de la unidad italiana desde fines del 
siglo xvni, que culmina con la unificación de Italia en 1859- 
1860; (6) el largo mantenimiento y posterior disolución en 
1918 del Imperio de lots Habsburgo; (7) la unión de Noruega y 
Suecia en 1814 y su separación en 1905; y (8) la gradual inte­
gración de Suiza, completada en 1848. Otros dos casos los estu­
diamos menos intensivamente: (9) la unión de Inglaterra con 
Gales después de 1485; y (10) la formación de la misma Ingla­
terra en la Edad Media»
Esta colección de casos nos ofrece al menos un ejemplo de 
cada uno de los tipos que se necesitan. También nos brindan 
muestras bastante buenas de la mayoría de las tradiciones cultu­
rales importantes y pautas institucionales de Europa Occiden­
tal y del área del Atlántico Norte. Aunque los orígenes de su 
integración se remontan a épocas muy distintas, la mayor parte 
de los casos abarcan etapas comparables, prescindiendo de las 
fechas reales. Los casos tienen suficientes puntos en común de 
manera que los hallazgos en cada uno de ellos pueden compa­
rarse entre sí. Y confiamos en que las conclusiones extraídas de 
todos ellos, conjuntamente, esclare7 ,^can los problem.as actuales 
de la integración política y los planes para su logro.
Sabemos, por supuesto^ que toda selección de casos encierra 
la posibilidad de error de muestreo, especialmente cuando el nú­
mero de casos es reducido. Es posible que si se hubieran investi­
gado algunos casos adicionales los resultados no se habrían ade­
cuado a nuestros hallazgos. De ahí que repitamos una vez más 
que los hemos establecido en términos de probabilidades. Donde 
hallamos una serie de circunstancias que se daban con mucha 
más frecuencia que otras, nos sentimos inclinados a inferir que 
es más probable que se repitan en ciertas condiciones, sobre todo 
si otras razones apoyan este juicio. Si se dieran conclusiones 
contradictorias extraídas de un caso adicional en una cultura de 
Occidente, las mJsmas reducirían esta inferencia de probabili­
dad, pero de ordinario se debería tomar más de un caso para 
invalidarla totalmente.
¿Qué tipos de preguntas nos hacemos sobre estos casos? A l 
no contar aún con una teoría sistematizada para probar, comen­
zamos con una serie de preguntas de índole descriptiva dicta­
das por el sentido común. Sabíamos, por supuesto, que las mis­
mas nos conducirían a otras preguntas menos obvias y quizás 
más esclarecedoras. Seguramente, debíamos conocer los tama­
ños relativos, las posiciones de poder y los niveles económicos 
de las distintas unidades que luego alcanzaron la integración.
También debíamos conocer a fondo sus instituciones políticas 
y sociales y los tipos de contacto que tenían entre sí. Pero en 
cuanto profundizamos en los hechos, comenzamos a prestar 
mayor atención a varios aspectos de la comunicación social, den­
tro de las unidades y entre ellas. Entonces encontramos que 
en la mayoría de los casos debíamos remontarnos a períodos 
mucho más anteriores de los que habíamos planeado. A pesar de 
la diferencia en lapso de tiempo de los distintos casos, trazamos 
un plan común que seguimos tan de cerca como nos fue posible 
en todos los casos.
A l estudiar el proceso de amalgamación, debimos descartar 
algunos de los casos que abarcan varios siglos. Los redujimos a 
situaciones de períodos más breves que abarcaban dos, o a lo 
sumo tres, generaciones, en las cuales las políticas particulares 
podían ser apropiadas para permitirnos las comparaciones. Como 
resultado, las comparaciones entre dieciséis situaciones de perío­
dos más breves a menudo fueron útiles. Identificadas por sus 
fechas de iniciación, estas situaciones fueron: el incremento en 
la unificación de Inglaterra después de 1066; el incremento 
posterior de la unidad inglesa después de 12 15 ; la unificación 
de Inglaterra y Gales después de 1485; la unificación de Ingla­
terra y Escocia después de 1603; la unión de Inglaterra e Irlan­
da en 1801; la más estrecha identificación de Irlanda del Norte 
(Ulster) con Gran Bretaña después de 1795; la unificación de 
las colonias norteamericanas después de 1765; la confederación 
de los tres cantones suizos originales en 12 9 1 ; la incorporación de 
las ciudades de Zurich y Berna a esta Confederación después de 
1351; la incorporación de Ginebra a la comunidad política suiza, 
mediante alianzas y acuerdos sobre ciudadanía común, después 
de 1519 ; la unificación de Italia en 1859-1860 ; la unificación 
de Alemania entre 1866 y 1871; la unión dinástica entre Aus­
tria, Bohemia y Hungríadespués de 1526; la más íntima amal­
gamación de Austria y Bohemia después de 1620; el fortaleci­
miento de la amalgamación entre Austria y Hungría después 
de 1686 (la toma de la ciudad de Buda de manos de los tu r­
cos) ; y la unión dinástica de Noruega y Suecia después de 
1814.
Cinco de estas situaciones con el tiempo tuvieron consecuen-
cías que significaron el fracaso de la amalgamación: Inglaterra- 
Irlanda, Noruega-Suecia, y las tres situaciones en las que está 
comprendida Austria. En las otras once, la amalgamación ha 
tenido éxito, ya que se convirtió en integración; y algunas veces 
hemos recurrido a este agrupamiento en situaciones de "éxito” 
y situaciones de "fracaso” para averiguar qué características, si 
las hay, podrían tener en común las situaciones de cada grupo.
En todos los casos históricos tratamos de evitar el fácil uso 
de alguna "fuerza de nacionalismo” como supuesta causa de la 
unión o separación política — o de la integración o desintegra­
ción— posterior. Indudablemente, los sentimientos nacionalistas 
o prenacionalistas — sentimientos de lealtad a un territorio, grupo 
o estado— tuvieron cierta gravitación en todos nuestros casos. 
Pero en el caso de cualquier comunidad mayor, estos sentimien­
tos fueron ellos mismos el resultado, no la causa, de los procesos 
políticos e históricos que contribuyeron a la integración o a la 
desintegración. Producidos por estos procesos, dichos sentimien­
tos y recuerdos contribuyeron entonces a modificar las conse­
cuencias de los desarrollos que primitivamente les habían dado 
origen, pero en todo momento el origen de estos sentimientos 
de patriotismo o nacionalismo requería una explicación. Así, en 
los inicios de la revolución norteamericana algunos colonos de 
América del Norte se consideraban patriotas súbditos británicos; 
otros se decían norteamericanos; incluso otros se decían leales a 
su colonia, Virginia o Massachusetts, a las que consideraban su 
"país”. Cualquiera de estos sentimientos podía haber prevalecido 
y eliminado a los otros; y en cada caso, dejando a un lado la ver­
dadera consecuencia, podríamos haber hablado después de la 
"fuerza del nacionalismo” — británico, norteamericano o virgi- 
niano— como explicación del resultado. Pero un concepto que, 
de ese modo, diera cuenta de cualquier posible consecuencia no 
explica nada en realidad, y esta es la razón por la cual, a pesar 
de nuestro muy serio interés por la evolución del nacionalismo, 
no hemos usado el concepto de nacionalismo como recurso para 
explicar el éxito o el fracaso de la integración en cualquier caso 
particular. Hacerlo hubiera sido razonar dentro de un círculo 
vicioso. De esta forma, tuvimos que tratar, lo mejor que pudi­
mos, de llevar nuestro análisis a up nivel m is fundamentaL
E. TEM AS NO T RA TA D O S.
Debemos agregar unas pocas palabras sobre algunos de los 
importantes problemas que dejamos sin tratar aquí, problemas 
que esperamos estudiar en otro volumen. A l concentrarnos en el 
área del Atlántico Norte descartamos el problema de una comu­
nidad política mundial, así como el de una comunidad política 
en otras regiones.
Algunos lectores pensarán que hemos ignorado el problema 
predominante de la escisión entre el Este y el Oeste, y de este 
modo eludido el problema central de la guerra, ya que esta esci­
sión es la causa evidente de las fricciones internacionales actuales 
más peligrosas. Hay dos respuestas para esto. Una es que no 
estamos seguros de que toda el área del Atlántico Norte esté 
ya integrada, a pesar de que con frecuencia se la denomina "co­
munidad” del Atlántico Norte. Hay muchas personas de gran 
capacidad que no están convencidas en absoluto de que Francia 
y Alemania Occidental, por ejemplo, mantendrán una paz per­
durable entre ambas. Aun cuando fuera éste el único ejemplo 
que pudiéramos citar con toda seguridad, es de tal magnitud 
que afecta a toda el área e incluso a todo el mundo. Reducir esta 
probabilidad de una guerra entre dos países cualesquiera del 
área del Atlántico Norte es reducir los peligros de la escisión 
entre el Este y el Oeste.
La otra respuesta a las posibles objeciones que se pueden 
hacer a nuestro procedimiento es que estamos estudiando las 
condiciones y los procesos. Estamos tratando de alcanzar un 
nivel de generalización lo suficientemente elevado de manera 
que los hallazgos puedan ser aplicados en un margen más amplio 
de situaciones, incluyendo la brecha entre Oriente y Occidente. 
Si bien pensamos que la coexistencia parece ser lo máximo que 
es de esperar durante décadas, creemos que sería útil conocer 
qué condiciones se necesitarán antes de que se pueda lograr 
una comunidad de seguridad pluralista, y qué procesos se des­
arrollarán dentro de esas condiciones para llegar a ese resultado.
Otra serie de interrogantes que esperamos estudiar con mayor 
amplitud en el volumen más detallado abarca otros problem^as
capitales de la organización internacional como campo de estu­
dio. Qué podemos decir sobre cuestiones como éstas: la medida 
en que la integración regional tiende a inhibir o promover la 
integración posterior de un área aim mayor; si debe existir un 
sólido acuerdo sobre ciertas cuestiones antes de que se puedan 
establecer instituciones para mantener el orden, o si cierto tipo 
de estas instituciones provocan la necesidad de muchos de estos 
acuerdos por su propio funcionamiento, si de alguna manera 
se las puede establecer antes; si el criterio "minimalista” o el 
"maximalista” de la organización internacional halla mayor 
apoyo en la experiencia histórica. Es decir, ¿se puede organizar 
una comunidad de seguridad mediante un acuerdo sobre un solo 
punto — la necesidad del cambio pacífico— o el acuerdo tam ­
bién debe versar sobre muchas otras cosas?
Sin embargo, en la brevedad de este informe deberemos limi­
tarnos sólo al área del Atlántico Norte. Comenzaremos con el 
resumen de los hallazgos históricos generales.
PRINCIPALES HALLAZGOS: 
LAS CONDICIONES DE BASE
A. EL PROCESO DE IN T E G R A C IÓ N : A LG U N A S C A R A C T E R ÍST I­
CA S GENERALES.
A los fines de nuestra exposición hemos dividido nuestros 
hallazgos en dos partes: primero, cambios generales en nuestra 
manera de pensar respecto de la integración política; y segundo, 
hallazgos específicos sobre las condiciones de base y las caracte­
rísticas dinámicas del proceso de integración. En este capítulo, 
trataremos primero nuestros hallazgos generales. Los más espe­
cíficos seguirán en secciones posteriores de este capítulo y en el 
Capítulo III.
1. Revisión de algunas creencias populares.
Para comenzar diremos que nuestros hallazgos nos han hecho 
dudar seriamente de varias creencias muy difundidas sobre la inte­
gración política. La primera de estas creencias es la de que la vida 
moderna, con rápidos medios de transporte, comunicaciones de 
masa y alfabetización, tiende a ser más internacional que la vida 
en décadas anteriores, y de ahí más apta para el surgimiento 
de instituciones internacionales o supranacionales. Ni el estudio de 
nuestros casos, ni el examen de datos más limitados de un gran nú­
mero de países, han producido una prueba concluyente para sus­
tentar este criterio. Ni tampoco estas conclusiones sugieren que la 
tendencia inequívoca hacia un mayor internacionalismo y una 
comunidad mundial haya sido inherente al moderno desarrollo 
económico y social.
Esto sucede particularmente en lo que respecta a la amalga­
mación política. Cuanto más nos aproximamos a las condiciones 
modernas y a nuestra propia época, más difícil es hallar ejemplos 
de amalgamaciones logradas de dos o mas estados previamente 
soberanos. Hasta ahora no encontramos ni un solo estado que 
contara con servicios sociales completos y modernos que se haya
federado con éxito o fusionado de cualquier otra

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