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Culpa Responsabilidad y Castigo - Marta Gerez Ambertín - Volumen III

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Marta Gerez Ambertín 
COMPILADO AA 
CULPA, RESPONSABILIDAD Y CASTIGO 
EN EL DISCURSO JURÍDICO 
Y PSICOANALÍTICO 
Volumen 111 
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Gerez Ambertín, Marta (compiladora) 
Culpa, responsabilidad y castigo en el discurso jurídico y psicoanalítico 
Volumen 111 - 1 o ed. - Buenos Aires: Letra Viva, 2009. 
181 p.; 20 x 14 cm. 
ISBN: 978-950-649-233-5 
1. Psicoánalisis. L Título 
CDD 150.195 
COLECCIÓN 
VIOLENCIA 
Y SOCIEDAD 
Imagen de tapa: . 
"Orestes perseguido por las furias" de William-Adolphe Bouguereau. 
© LETRA VJVA, LmRERfA Y EDITORIAL 
Av. Coronel Díaz 1837, (1425) Buenos Aires, Argentina 
www.letraviva.elsigma.com 
letraviva@elsigma.com 
Primera edición: Mayo de 2009 
Impreso en Argentina - Printed in Argentina 
Queda hecho el depósito que marca la Ley 11.723 
Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra bajo cualquier 
método, inclúidos la reprografia, la fotocopia y el tratamiento digital, 
sin la previa y expresa autorización por escrito de los titulares del 
copyright. 
ESTE TEXTO HA SIDO EVALUADO Y ACONSEJADA SU 
PUBLICACIÓN POR LOS ESPECIALISTAS 
INDICADOS A CONTINUACIÓN: 
Dr. Gustavo Geirola 
• Ph. D. Arizona State University, Arizona (USA). 
• Chaír of the Department of Modern Languages and Literatures. Whit-
tier College- Los Ángeles (USA). 
• Member of Modern Language Association of America. 
• Member of Pacific Ancient and Modern Languages Association. 
Dra. Lilia Maía de Morais Sales 
• Máster en Derecho. Universidad Federal de Ceará (Brasil). 
• Dra. en Derecho. Universidad Federal de Pernambuco (Brasil). 
• Coordinadora del Programa de Posgraduación (Maestría y Doctorado) 
de la Universidad de Fortaleza (Brasil). 
• Evaluadora en la Funda¡;áo Cearense de Apoio ao Desenvolvimento Cientí-
fico e Tecnológico -Funcap- (Brasil). 
Dr. Antonio Marquet Montiel 
• Dr. en Literatura Iberoamericana. Univ. Nac. Autónoma de México. 
• DEA en Literatura Francesa y Comparada. Univ. de París Jussieu 
• DEA en Estudios Ibéricos. Univ. de París IV. 
• Prof. Invitado en Tulane University y en Austin College. USA 
• Prof. Titular. Dpto. de Humanidades. Univ. Aut. Metropolitana (Méxi-
co). 
Dra. Ana María Rudge 
• Dra. en Psicología Clínica. 
• Coordinadora del Programa de Posgraduación en Psicología Clínica. 
Pontificia Universidad Católica de Río de Janeiro (Brasil). . 
• Miembro de la Comisión de Perfeccionamiento del Personal de Nivel 
Superior -CAPES- (Brasil) para la evaluación de Programas de Posgra-
duación. 
Dr. Daniel Koren 
• Dr. en Psicoanálisis. 
• Miembro de la Société de Psychanalyse Freudienne (París). 
Dr. jean-Luc Gaspard 
• Dr. en Psychologie. 
• Maítre de Conférences en Psychopathologie. 
• Directeur Adjoint laboratoire de Pschopathologie et Clinique Psycha~ 
nalytique U.FR Sciences Humaines. Université Rennes 11. 
Dra. Nathalie Puex 
• Dra. en Antropología Social. Université París 11 Sorbonne Nouvelle. 
• Investigadora de FlACSO~Argentina. 
ÍNDICE 
PRÓLOGO ................................. 9 
Marta Gerez Ambertín 
l. EL OLVIDO DEL CRIMEN COMO 
CRIMEN DEL OLVIDO ......................... 17 
Néstor Braunstein 
2. CULPA Y "CASTIGO" EN SOCIEDADES VIOLENTAS ....... 39 
Osear Emilio Sarrulle (h) 
3. VICISITUDES DEL ACTO CRIMINAL: 
ACTJNG-OUT Y PASAJE AL ACTO. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 49 
Marta Gerez Ambertín 
4. REPRESENTACIONES DE "PELIGROSIDAD" 
EN MAGISTRADOS DEL FUERO PENAL. . . . . . . . . . . . . . . . 77 
Laura Adriana Capacete 
S. CULPA Y ACTO EN LA CONSTITUCIÓN 
Y DESTITUCIÓN DEL SUJETO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 91 
Henrique Fígueiredo Carneiro 
6. LA FICCIÓN DEL PODER . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1 03 
Gabriela Alejandra Abad 
7. LA PENA Y EL DERECHO AL CASTIGO . . . . . . . . . . . . . 1 15 
Jorge Degano 
8. SILENCIAMIENTO DE LA LEY Y ACfOS MUDOS . . . . . . . . 123 
Marta Susana Medina 
9. LA VIOLENCIA COMO EFECTO DE DESUBJETIVACIÓN 
EN LOS DUELOS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 131 
María Elena Elmiger 
10. SUBJETIVIDADYSEGREGACIÓN ................ 143 
Alfredo .Orlando Carol 
1 l. INCESTO PATERNO-FILIAL: 
FUNCIÓN CLÍNICA DEL DERECHO . . . . . . . . . . . . . . . . 155 
Laura Adriana Capacete 
12. CRIMEN DEL ABUSO- CRIMEN DEL INCESTO ........ 167 
Marta Gerez Ambertfn 
PRÓLOGO 
Marta Gerez Ambertín 
"Ni el crimen ni el criminal ( ... ) se pueden concebir 
fuera de su referencia sociológica" (Lacan. 1950: 1 1 8). 
Este libro recoge algunos resultados de tres investigaciones bajo mi di-
rección: a) "Representaciones sociales de Jos agentes judiciales" desarro-
llada en el Nodo Universidad Nacional de Tucumán (Fac. de Derecho) del 
Programa de Áreas de Vacancia 065 de la Agencia Nacional de Promoción 
Científica y Tecnológica y por eso se configura como uno de los libros de 
la Colección "Violencia y Sociedad"; b) "El sujeto ante la ley: «peligrosidad» 
y sufrimiento psíquico" que se continúa en e) "Práctica e interpretación 
en el dispositivo judicial. Abordaje psicoanalítico", en el marco del Con-
sejo de Investigaciones de la Universidad Nacional de Tucumán. 
Con esta nueva publicación damos continuidad a la serie Culpa, res-
ponsabilidad y castigo en el discurso jurídico y psicoanalítico cuyos volúme-
nes !-publicado en 1999- y JI-publicado en 2005- agotaron rápidamen-
te la 1 ra. y 2da. edición, lo que nos demostró el interés de los lectores en 
el tema. Proseguimos el itinerario con la Editorial Letra Viva. 
En esos textos dimos cuenta de nuestras indagaciones sobre el acto 
delictivo: motivos, contexto y sociedad en la que ese acto se realiza, ima-
ginario social de sus espectadores y sufrimiento de las víctimas a partir del 
análisis discursivo de expedientes judiciales y abordando las respuestas de 
la subjetividad al crimen: culpa, castigo y/o responsabilidad. 
En este nuevo volumen nos interesa responder sobre los enigmáticos 
móviles que precipitan al acto criminal; qué se juega del sujeto de tal acto; 
las maneras y concepciones desde las que se lo' juzga; sanciones que se le 
asignan y efectos subjetivos -en victimarios y víctimas- de las mismas. 
Si, como afirma Lacan, "con la ley y el crimen comenzaba el hombre", 
también hoy con la ley y el crimen se sigue conviviendo. La una tienta a 
9 
Culpa. responsabilidad y castigo en el discurso jurídico y psicoanalítico. Volumen 1/1 
aquello que prohíbe y ambos están arraigados en los humanos. Pero eso 
no los hace seres peligrosos, sí impredecibles. Y es, quizás, lo que más in-
quieta del crimen: es impredecible, de ahí que se fabriquen tantas clasifi-
caciones, modelos y variadas predicciones para calmar las conciencias de 
criminólogos y expertos psi ... aunque esas "jaulas" categoriales las más 
de las veces fracasen. Ni en este, ni en ningún aspecto se logra arribar a 
una ingeniería calculable de los actos humanos, menos aun de los delicti-
vos, a despecho de tantas "linvestigaciones?" que difunden los medios en 
los que se habría descubierto el "gen" del amor, de la infidelidad, del de-
seo de lo ajeno, del fraude o del crimen. Sin la "referencia sociológica" a 
la que alude Lacan -y muchos con él- toda "clasificación" biocomporta-
mental de los delincuentes es tan insustancial -o esperpéntica- como la 
de Franc;ois J. Gallo Lombroso. 
Pero la "referencia sociológica" tampoco habría de limitarse a la sim-
ple comprobación de la denominada "criminalización de la pobreza" para 
la cual la respuesta de los poderes a la injusticia social es "más policía, máscárceles, más vigilancia". El delito, las transgresiones (leves o graves), el 
desprecio de las normas, la extendida anomia en las que se debaten so-
ciedades como la nuestra no pueden ser encaradas con fórmulas o con-
signas similares a las de plataformas electorales. Es preciso ahondar en los 
contextos sociales en los que se produce el delito, en las maneras en que 
esos contextos son cómplices, o no, de la violencia criminal, en cómo in-
cide esto en la subjetividad de los que se precipitan al crimen y, también, 
en el sistema de referencias de quienes los juzgan. 
No deja de interrogarnos por qué aún se sostiene tenazmente el cri-
terio de "peligrosidad". lAI servicio de qué ideología se mantiene una ca-
tegoría rechazada por la Corte lnteramericana de Derechos Humanos 
y por nuestra Corte Suprema? lTal vez porque ella apacigua a muchos? 
Pues, si la peligrosidad psíquica y social fueran predecibles, el crimen tam-
bién lo sería. Yana ilusión. 
Este libro se desarrolla en un movimiento dialéctico donde un trabajo: 
o es complemento de otro, o bien discute con él -pues aborda el mismo 
tema desde una perspectiva distinta para llegar a una conclusión similar o 
diferente, lo cual, indudablemente, enriquece la cuestión-. 
Cada autor traza sus pentagramas y variaciones sobre los enigmas del 
10 
Prólogo 1 MAATA G:REZ A~a:RTiN 
crimen y sus respuestas, pero los textos no configuran una melodía ar-
mónica, se plantean -por suerte- disonancias que estimulan la disputa-
tia en torno a tema tan complejo. Sin embargo, los autores conciertan en 
un punto arquimediano: el sujeto del acto criminal y su contexto social. 
Preocupación que no ha sido ni es privativa de los psicoanalistas, basten 
como ejemplos, en nuestro país, los trabajos del jurista español Jiménez 
de Asúa, gran lector de Freud y los más recientes de Enrique Marí y de 
Enrique Kozicki, o en Francia de Pierre Legendre -amigo de Lacan y su 
interlocutor en estos temas- en los que se insiste en la imprescindible vin-
culación de psicoanálisis y derecho. 
Brevemente destacaré la cuestión nodular que sostenemos en el libro. 
Mientras en el Vol. ll era la importancia de aplicar la ley en este tratamos 
las formas variadas de la aplicación de la ley al crimen y las consecuencias 
de esa aplicación en subjetividad y sociedad. Por esto atendemos aquí la 
cuestión del poder, la violeticia y la segregación. lCómo pensar la sanción 
penal operando por fuera del sistema de dominación en las sociedades 
neo-capitalistas? Cada sociedad tiene sus respuestas al crimen. 
El texto de Néstor Braunstein aborda E/ olvido del crimen como crimen 
del olvido. Olvidar el crimen supone un crimen mayúsculo: el crimen del 
olvido. Nuestra sociedad argentina no está exceptuada de esa calamidad. 
Veintiseis años después del final de la más sangrienta dictadura aún no han 
sido juzgados y condenados todos los responsables de una matanza que 
se acompañó del slogan "El silencio (olvido) es salud". 
Braunstein, lúcido estudioso del tema -al que ha destinado tres de sus 
libros más recientes- profundiza en este texto sobre la memoria y el olvi-
do del crimen y las consecuencias subjetivas y sociales de ambos. 
En Culpa y "castigo" en las sociedades" violentas Osear Sarrulle resalta 
nuevamente el valor que tiene para el derecho penal reconocer y escu-
char al sujeto del inconsciente freudiano. Dicho esto por un ex-juez, des-
tacado profesor de Derecho Penal, avezado abogado y muy importante 
autor de libros sobre derecho penal es sumamente auspicioso. Pero hay 
una perla más en su texto. Una lectura atenta del mismo lleva a pregun-
tarnos sobre la eficacia de la pena en sociedades violentas como la nues-
11 
Culpa. responsabilidad y castigo en el discurso jurídico y psicoanalítico. Volumen lli 
tra. Dice: "en sociedades violentas( ... ) la pena no es un instrumento pre-
cursor de la responsabilidad del autor a la vez que un mecanismo esta-
bilizador de la norma, sino un puro instrumento de dominación. (En es-
tas sociedades) la pena (constituye) un magnifico instrumento para do-
blegar al vencido". lNo es eso la pena que se pide para los menores de-
lincuentes? lNo son acaso esos menores exponentes de los "vencidos", 
de los expulsados del mercado laboral (y social)? Sarrulle, que explorara 
en un texto anterior la Dogmática de la culpabilidad trabaja aquí los des-
tinos de la pena según la sociedad que la aplique. Su trabajo, a la luz de 
las renovadas discusiones sobre el delito en Argentina, es de una impac-
tante actualidad. 
En Vicisitudes del acto criminal: acting-out y pasaje al acto me propu-
se dar cuenta de dos movimientos límites de la subjetividad: el acting-out 
y el pasaje al acto. Movimientos que no se ajustan ni a las clasificaciones 
psiquiátricas, psicológicas o psicoanalíticas; ni indican que quien los realice 
sea necesariamente un enfermo o enajenado mental. Esos movimientos 
pueden desembocar a veces en el suicidio o el crimen. lPor qué alguien 
sin trastornos psíquicos previos llega a hacer esos movimientos? 
El trabajo conjunto con juristas y abogados por más de 15 años ha ge-
nerado un debate serio sobre estos actos que, efectivamente, son "mo-
vimientos límites de la subjetividad". Movimientos que cualquier ser hu-
mano puede llevar a cabo. Movimientos que comienzan a mencionarse 
en los informes psiquiátricos y psicológicos, en los juicios orales y hasta 
los mass-media se ocupan de ellos. Era preciso abordarlos, pero de ma-
nera tal que resultara accesible a los colegas del campo jurídico. Tenien-
do a la vista esas categorías realizo el análisis del crimen del Cabo Lor-
tie haciendo un recorte a la contribución de P. Legendre para destacar, 
en ese crimen, los movimientos del aaing-out y del pasaje al acto, las sa-
lidas del sujeto de dichos movimientos y su posible recuperación, subra-
yando la función clínica del derecho. Función sobre la cual insisten varios 
autores de este libro. 
El texto Representaciones sociales de "peligrosidad" en los magistrados 
del Fuero Penal de Laura Capacete indaga las representaciones sociales de 
"peligrosidad" de los magistrados del Fuero Penal. Esas representaciones 
12 
Prólogo 1 MARTA GEREZ Á'1BERTÍN 
se manifiestan en la manera de resolver y dictar sentencias. La autora in-
terroga las significaciones que conllevan las representaciones de sujetos 
peligrosos y los modos que intervienen tales representaciones en las re-
soluciones de los jueces. A efectos de dar respuestas esclarecedoras in-
daga, por un lado, la categoría de "peligrosidad" en la teorías del derecho 
penal, y luego analiza y expone los resultados surgidos de entrevistas (ce-
rradas y semidirigidas) administradas a magistrados del Fuero Penal de las 
Provincias de Buenos Aires y Tucumán (Argentina). 
Los trabajos de Capacete, Medina y uno de los míos, invitan a un re-
planteo de esta difícil cuestión a la que se pliegan muchos psicólogos, so-
ciólogos, asistentes sociales e incluso psicoanalistas que todavía avalan la 
categoría de psicopatía, singular manera de reposicionar el mentado cri-
terio de "peligrosidad psíquica". 
El texto Culpa y acto en la constitución y destitución del sujeto de Hen-
rique Figueiredo Carneiro anuda varias proposiciones en las que correla-
ciona alteridad con autoridad para diferenciar a ésta del autoritarismo ha-
ciendo hincapié -al trazar esas diferencias- en el saber vinculado a la culpa 
y la ley. Demuestra que, el sujeto, se encuentra perdido ante la ausencia 
de mitos y saberes que pudieran permitirle dimensionar sus actos y cul-
pas; de allí el riesgo permanente de la destitución del sujeto y de su lazo 
con la ley simbólica. El imaginario, cada vez más inflacionado de: cada uno 
puede hacer lo que quiera, supone una embestida al sostenimiento de la so-
ciedad y la aplicación de las leyes; por eso interesa cómo acotar esa infla-
ción.Cabe agregar que Figueiredo desarrolla -en un plano antropológico 
y psicoanalítico- las ideas que Sarrulle expone desde el Derecho. 
La ficción del poder -de Gabriel a Abad- teje sus variaciones en torno a 
los escenarios que precisa construir el ser humano para ser tal. Ficciones 
que le permiten desplegar discursos y enmascaramientos para sostenerse 
en la escena del mundo. Artificios imprescindibles para velar el vacío del 
abismo, de la nada y de la muerte. Artificio que, sin embargo, nunca logra 
velar del todo el abismo ... y por eso la violencia irrumpe cuando no se en-
cuentran formas de representación a través de lo simbólico. Allí la escena 
del mundo y del sujeto se rompen, como en el caso del crimen. 
Desde la teoría de las ficciones de J. Bentham y de Lacan arriba a la 
13 
Culpa, responsabilidad y castigo en e/ discurso jurídico y psicoanalítico. Volumen 111 
ficción del poder dando relevancia a las diferentes violencias que genera el 
neo-capitalismo por la ruptura de los escenarios simbólicos y las creen-
cias. En este sentido, el texto de Abad insiste -desde otro ángulo- en las 
variaciones desplegadas por Gerez Ambertín y Figueiredo: sin el sosteni-
miento de las escenas simbólicas el sujeto corre severos riesgos, tan se-
veros como el pasaje al acto criminal. 
A ese tema también contribuye Si/enciamiento de la ley y actos mudos 
de Marta Susana Medina cuando destaca que, empobrecida la función sim-
bólica de la ley,' brotan en nuestras sociedades actos mudos y violentos 
que estallan contra cuerpos cada vez más deshumanizados. Actos deses-
perados con los que se intenta escapar de la angustia. Se centra en tra-
bajar los pasaje al acto y acting-out que pueden desembocar en el crimen 
en sus más diversas manifestaciones. 
En La Pena y el derecho al castigo Jorge Degano enfatiza la relación en-
tre la pena y el derecho al castigo. Considera que el castigo no puede es-
tar por fuera de la significación que el sujeto le otorga ya que, de ocurrir 
esto, su valor sólo queda tributado al poder y a su control antes que a la 
operación de resignificación y subjetivación del acto. Es esto lo que abre 
la perspectiva hacia una posible función reparadora de la pena. La pena y 
el sujeto en ese punto tienen una convivencia problemática y disarmóni-
ca que no se soluciona simplemente con una política criminal que insista 
en las propuestas de incremento de los aparatos de sanción penal. Es es-
cuchando esa disarmonía, y al sujeto del acto, como podrán hacerse in-
tervenciones reparadoras de la subjetividad. 
En La violencia como efecto de la desubjetivación en /os duelos María Ele-
na Elmiger vincula la violencia y el efecto de desubjetivación que produ-
cen los duelos no tramitados, esto es, los duelos que el sujeto o los pue-
blos no pueden inscribir en su pentagrama simbólico-imaginario. Historiar 
y apropiarse de esos duelos implica significar y contabilizar las faltas para 
restituir el tejido simbólico que ha sido desgarrado por la violencia. 
Elmiger hace una nueva vuelta de tuerca al texto de N. Braunstein so-
bre El olvido del crimen como crimen del olvido. La "negación de los duelos" 
produce un efecto de desubjetivación, incita a la violencia del acting-out o 
14 
Prólogo 1 MARTA GEREZ kBERTÍN 
el pasaje al acto: niños que torturan a otros niños; adolescentes o jóvenes 
que se matan entre ellos en una balacera desarrollada casi como un juego, 
eso que se conoce como crímenes inmotivados y que, empero, tiene su es-
tofa en la negación de la muerte, el rechazo del duelo y sus rituales. 
Elmiger demuestra las consecuencias funestas de la "negación de los 
duelos" en la subjetividad y la sociedad, pero también, cómo algunos apos-
taron a la dignidad del duelo -sin caer en la venganza asesina- merced a una 
pertinaz apuesta a la memoria. La larga cadena de males -como en la saga 
griega- acabará cuando se recupere la memoria y la 'justicia se imponga. 
En Subjetividad y segregación Alfredo Caro! prosigue, desde otro án-
gulo, con esta cuestión y traza una relación entre los aspectos subjetivos 
y los políticos al considerar la sobredeterminación de los discursos en la 
constitución subjetiva para lo cual hace hincapié no sólo en la transmisión 
de la ley que regula los lazos sociales y las subjetividades, sino también la 
transmisión genealógica de la historia. La transmisión de la ley es un acto 
jurídico, social y político. La desaplicación de la ley maquinada desde el 
Estado hace de todo sujeto un ciudadano en riesgo de ser excluido me-
diante procesos de segregación. La segregación -de especial cercanía a 
la insistente búsqueda de "peligrosos", "anormales", "borderlaines"- es 
parte de un dispositivo que trabaja para librar a la estructura social de la 
responsabilidad por los males de nuestras sociedades. 
En Incesto paterno filial: función clínica del derecho Laura Capacete de-
muestra la importancia de coordinar las intervenciones clínicas con las ju-
rídicas en los casos de incesto paterno-filial y los procedimientos efecti-
vos en las que tal coordinación puede llevarse a cabo. Para ejemplificarlo 
presenta dos interesantes casos clínicos: en uno se logra esa articulación 
lo que genera efectos reparadores y pacificantes en la víctima; en otro, 
por el contrario, al desarticularse la intervención clínica de la jurídica una 
joven queda expuesta a transitar destinos sacrificiales -como el odio y 
venganza- de nefastas consecuencias para su vida. 
En esa línea, pero desde otra arista del tema, trato en Crimen del abu-
so ... crimen del incesto el delito de abuso sexual intrafamiliar: uno de los 
más encubiertos en nuestra sociedad. Crimen en el que tropezamos con 
15 
Culpa, responsabilidad y castigo en e/ discurso jurídico y psicoanalítico. Volumen 111 
un tenaz silenciamiento y complicidad -consciente o inconsciente- con 
el abusador, sobre todo del entorno familiar y social, pero también, mu-
chas veces desde el lado de la víctima. Sólo el quebrantamiento del silen-
cio puede abrir las puertas a la imprescindible intervención psi-jurídica. 
Pero, para lograrlo, es preciso escuchar cuidadosamente a los niños abu-
sados que se permiten, cada uno a su manera, enviar señales de las de-
gradaciones a las que son sometidos por sus seres más "queridos". Una 
de las más catastróficas formas de segregación es no dar crédito a las pa-
labras de los niños, poner en duda sus dichos. El campo jurídico precisa 
estar preparado 'para escucharlos y para intervenir coordinadamente al 
campo "psi" allí donde es necesario. Con Capacete coincidimos en que, 
en los casos de abuso sexual intrafamiliar, es imprescindible la intervención 
clínica y jurídica conjuntamente. La una sin la otra no logra resultados re-
paradores del ultraje en la subjetividad de un niño. Sólo una intervención 
coordinada puede pretender reparar la subjetividad dañada. 
Hacia el momento de concluir es preciso destacar los enigmas que dis-
curren por todos los capítulos de este libro: sus autores coinciden en que 
es preciso dar preeminencia al sujeto del acto delictivo y en que es la in-
tervención jurídica la instancia necesaria para el mantenimiento de la ley 
y del lazo social. Pero, no desconocemos que si la sanción penal puede 
dejar como saldo la función clínica del derecho -esto es, el efecto restau-
rador de subjetividad y tejido social-, también puede ser un instrumento 
de dominación para doblegar al "diferente" ubicado, en tal caso, bajo la 
categoría de "peligroso". De allí que resulten de tanto interés las repre-
sentaciones sociales de quienes integran los dispositivos del ius punien-
di. El discurso jurídico contiene todo un sistema de saber y, como afir-
ma Foucault, "detrás de todo saber o conocimiento lo que está en juego 
es una lucha de poder. El poder político no está ausente del saber, por el 
contrario, está tramado con éste" ( 1986:59).Ref. Bibliográficas 
Lacan, Jacques 
Foucault, Michel 
16 
( 1950) Introducción teórica a las funciones del psicoanálisis en crimi-
nología. En Escritos l. Bs.As.: Siglo XXI, 13° ed. 1985. 
( 1986) La verdad y las formas jurídicas. México: Gedisa, 2• ed. 
EL OLVIDO DEL CRIMEN COMO 
CRIMEN DEL OLVIDO 
Néstor A Braunstein 
'Who is that can te// me who 1 am?' King Lear, acto 1, 
ese. 4, l. 250. 
Son curiosos el origen y el destino de la palabra "crimen".Antes de lle-
gar al latín (crimen, criminis), ella residía en Grecia, donde el verbo 'Kpt~tE', 
en un principio, significaba "separar; cribar, escoger (el buen grano)" y lue-
go, metafór,icamente, se transformó en "discernir; distinguir, interpretar; 
juzgar", es decir que pasó de ser el nombre de una acción del agricultor 
a significar una operación mental. De ese verbo krimé derivó el sustanti-
vo 'Kpt~E' que designa a aquello que es sometido a juicio. Llevada por las 
brisas de esa extraña metonimia, y ya en el latín del derecho romano, el 
crimen pasó a ser la transgresión que era objeto del proceso judicial, de 
la causa penal. Emergía así la significación de "crimen" como "acusación" 
relativa a una infracción o fechoría que es juzgada por tribunales. Gradual-
mente se fueron perdiendo los sentidos originales relacionados con "cer-
nir" y "discernir" y quedó sólo, como extraño derivado, el de imputación, 
confundida, según dijimos, con la transgresión, con el acto delictivo mis-
mo. El crimen, que era un juicio interpretativo acerca de la acción, pasó 
a ser lo é¡ue motivaba el juicio, el acto en tanto que contravención puni-
ble de acuerdo a los códigos. El sentido original, de todos modos, persis-
te hasta hoy en vocablos como "discriminar" que es "discernir", mien-
tras que "recriminar" e "incriminar" significan "acusar". 
En nuestras lenguas contemporáneas se ha esfumado el sentido primi-
genio de crimen -nos hemos "olvidado" de él- y sólo subsiste el segun-
do, el de un acto cometido contra la ley o la omisión del cumplimiento 
17 
Culpa. responsabilidad y castigo en e/ discurso jurídico y psicoanalítico. Volumen 1/1 
de algo que la ley prescribe como obligatorio. Hoy por hoy es una "fal-
ta" que hace a su autor pasible de un juicio penal, un criminal si es consi-
derado culpable. En español y en francés el sentido se restringe más aun, 
pues sólo se califica de crimen al delito grave contra la moral o la ley y, 
en el sentido más difundido, es sinónimo de asesinato. Lo criminal califica 
también, de modo hiperbólico, a ciertos actos inexcusables aunque legí-
timos, como en las expresiones "es criminal gastar así el dinero" o "es un 
crimen apoyar a un gobernante (tan) corrupto". En las lenguas roman-
ces es el vocablo delito ('delictum', de donde: "delincuente", delinquent) 
el que estrictamente corresponde al acto ilícito que castigan los códigos y 
reglamentos. Falta por decir que el crimen tiene como correlato a la cul-
pa, sea ella aplicada por una autoridad exterior, sea ella vivida por el suje-
to como sentimiento de culpabilidad -o las dos a la vez. 
Bien sabemos que Freud experimentaba una extraña perplejidad al 
constatar, en la clínica, que había "sentimientos inconscientes de culpa" y 
que ellos, casi siempre, correspondían a acciones punibles que el sujeto 
no había cometido aunque, eso sí, hubiera deseado ejecutar. (Casi) nadie 
mata al padre en lo real, pero el sentimiento edípico de culpa por el pa-
rricidio imaginario o simbólico es, según parece, universal. De ese crimen, 
el crimen de desear, no hay memoria y, por eso mismo, paradójicamen-
te, tampoco puede haber olvido. El deseo del crimen se convierte en el 
crimen imprescriptible del deseo. Llamaba la atención de Freud que las 
personas más virtuosas eran precisamente aquellas que sufrían las acu-
saciones más severas por parte del superyó mientras que los auténticos 
criminales eran relativamente inmunes a los sentimientos candentes de 
culpabilidad. En el nivel inconsciente, sin embargo, todo crimen es casti-
gado y múltiples figuras dan cuenta de esa realidad clínica: la compulsión 
de confesar, el fracaso como consecuencia del éxito, el corazón delator 
de Poe, las manos de Lady Macbeth, el suicidio de Svidrigáilov en Crimen 
y castigo o el de Stavroguin en Los poseídos, los suicidios después del adul-
terio de Anna Karenina o Emma Bovary. 
No hay crimen sin criminal, esto es, alguien que pueda ser acusado y 
procesado por sus acciones. El criminal es una persona en el sentido jurí-
dico del término, es decir que el concepto puede aplicarse tanto a un su-
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El olvido del crimen como crimen del olvido J NéSTOR A BAAUNSTEIN 
jeto como a instituciones; es por ello válido hablar de "crímenes de Esta-
do" o "crímenes de la Iglesia". Criminal es aquel que puede ser incrimi-
nado, a quien se considera 'responsable' y que debe rendir cuentas por 
su delito pues, en principio, pudo no haberlo cometido. De alguna mane-
ra, la noción de "crimen" supone la imputabilidad del autor por una elec-
ción no forzada. El crimen, al margen de sus variables determinaciones y 
de la siempre discutible participación del inconsciente, es una decisión de 
alguien que debe hacerse responsable por el acto y por sus consecuen-
cias. La criminalidad es correlativa de la subjetividad. 
En la perspectiva de una ciencia de la vida humana resulta anate-
ma la reducción del crimen o la del criminal a una fundamentación "ani-
mal", "atávica" o "instintiva": "Se reivindica-en cuanto al fenómeno mis-
mo del crimen- la autonomía de una experiencia irreductiblemente sub-
jetiva" (ll. La "ferocidad" no es una característica de las fieras. La cruel-
dad, en el decir de Lacan, implica la humanidad, pues es a un semejante 
a quien ella apunta, aun cuando la acción recaiga en un ser de otra espe-
cie. Sin el lenguaje, empeñado en extender sus categorías antropomórfi-
cas, el gato no sería cruel con el ratón (maula el uno, mísero el otro, se-
gún dice el tango). 
Una vez señalada la dimensión subjetiva, cabe poner énfasis en la di-
mensión temporal del crimen: fue cometido en un tiempo anterior, es 
juzgado en el presente y de ello deriva una pena que habrá de cumplirse 
en el futuro, sancionando así la continua responsabilidad del sujeto por 
su acto. Se presupone que la persona autora del crimen pasado es la mis-
ma que cumplirá en el futuro con la sentencia que la castiga. La noción 
de identidad personal, fundada en la persistencia del cuerpo y del nom-
bre a lo largo del tiempo y a pesar de. cualquiera de los cambios que ad-
vienen con el correr de los años, es el fundamento de la noción de res-
ponsabilidad penal. El peor error que podría cometer el juez es castigar 
a alguien por el delito que otro cometió. Debe, antes que nada, probar-
se la identidad de los dos, el criminal y el reo, para que la pena sea efecti-
va. La presencia física o la "autoría intelectual" del criminal, ratificada por 
una demostración inequívoca de la participación del cuerpo y de la única 
persona que está autorizada para llevar esos documentos de identidad, 
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Culpa, responsabilidad y castigo en el discurso jurídico y psicoanalítico. Volumen 111 
es la condición de la imputabilidad. Ese que él fue en el pasado es el mis-
mo (ídem, idéntico) a quien se juzgará. 
El transgresor de la ley no puede pretextar que "olvidó" su acción de-
lictiva o que la realizó "inconscientemente", aun cuando pudiese alegar 
que, en ese momento, "no era dueño de sus actos" y aun cuando el juez 
pudiese tomar en cuenta el argumento como circunstancia atenuante. El 
juez, por su parte, debe recurrir a una demostración histórica, a una es-
critura de la "memoria" que se tiene tanto del crimen como de su autor. 
El crimen no e~tal sin una narración pormenorizada del mismo. El deli-
to, en principio, debe siempre ser juzgado, sea después de una denuncia, 
sea "de oficio" (sí es que la denuncia falta), sea a partir de una autoíncri-
minación por parte del responsable. No hay crimen sin una memoria co-
herente, preferentemente documentada por escrito y debidamente ar-
chivada de los acontecimientos sometidos a juicio. 
Con relación al delito cabe la prescripción, al cabo de un cierto perío-
do que la ley misma fija, pero no cabe el olvido. "Olvidar" equivale a una 
anulación retroactiva de la transgresión, es una suerte de desmentida del 
hecho, y, por lo tanto, constituye una omisión por parte del sistema de 
justicia. Nadie tiene derecho a olvidar el crimen: ni el autor ni el encar-
gado de aplicar la ley. El olvido del crimen es, desde ya y en este primer 
sentido, un crimen de olvido, El crimen podrá, eventualmente, ser per-
donado, y el criminal quedar absuelto, pero, en tanto que delito, no pue-
de ser olvidado. Más aun, será tenido en cuenta y recordado como con-
dición agravante en caso de reincidencia. 
La memoria del crimen debe ser imborrable. La historia de los delitos 
es, sin duda, más fácil de reconstruir que la historia de las buenas acciones. 
Los archivos de los primeros son más completos y confiables. 
Eventualmente, el poder público puede conceder una amnistía, es de-
cir, puede disponer la suspensión de las sanciones penales. La ley puede sus-
penderse a sí misma y ello equivale a un perdón del crimen, pero se tendrá 
presente que la amnistía no es la amnesia, no es la borradura del recuerdo 
del crimen. Por más que la etimología ligue !os dos términos, amnistiar no 
es "amnesiar". El indulto se aplica a los culpables, no a los inocentes. Es co-
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El olvido del crimen como crimen del olvido l NÉSTOR A BRAUNSTEIN 
mún que los supuestos "beneficiarios" se opongan a las "amnistías" otorga-
das desde las cumbres del poder; ellos entienden que esa supuesta indulgen-
cia es una ratificación de las sentencias condenatorias previas. El inocente no 
pide la amnistía sino la reparación de la injusticia cometida con él. 
El delincuente no está obligado a recordar el crimen, aunque la autori-
dad aspire siempre a conseguir de él la confesión que era, antaño, "la rei-
na" de las pruebas. La "memoria" de la participación del sujeto puede ob-
jetivarse desde hace mucho con huellas dactilares y, hoy en día, median-
te grabaciones, pruebas de ADN, etc. La confesión es la narración, auto-
biográfica, podríamos decir, de los detalles del acto crhninal. El aparato 
de la "justicia" reúne los datos objetivos que comprueban la falta, se los 
recuerda al criminal durante la instrucción del proceso y continúa recor-
dándole esa falta mediante la condena impuesta. El reo puede aceptar su 
delito y asumir la penitencia como justa o puede, cosa muy común, negar 
los hechos, justificarlos y absolverse a sí mismo a despecho de la senten-
cia. Los psicoanalistas sabemos que la denegación es la más socorrida de 
las formas de la confesión. Ya Lacan observaba, en su comunicación sobre 
las funciones del psicoanálisis en criminología ( 1950, cit.), influido sin duda 
por Sartre, que la forma más característica de la expresión de un sujeto 
en la sociedad occidental es la protesta de inocencia y que, para conocer 
el alcance verdadero de las intenciones del sujeto hay un obstáculo pri-
mero, enorme, difícil de salvar, que es el de la "sinceridad". El yo, acusa-
do por instancias exteriores a él, tiende espontáneamente a olvidar, a jus-
tificar, a desmentir el crimen y, siempre que es posible, a descargar la res-
ponsabilidad en las espaldas del Otro. La organización del aparato judicial 
y la visible tendencia de la sociedad contemporánea a la reglamentación 
de la vida hace cada vez más conveniente adoptar la posición de la vícti-
ma. Esta orientación creciente de las mujeres y de los hombres hacia Jos 
tribunales de justicia, hace que cada úno sea un culpable potencial frente 
a la demanda que en cualquier momento puede venir del Otro. Cada uno 
tiene hoy que vivir probando su inocencia; es el tema del libro de Pascal 
Bruckner: La tentación de la inocencia <2>. Si todos somos virtuales acusa-
dos, conviene siempre hallar otro que sea más culpable que uno. ¿y si los 
jueces se juzgasen a sí mismos, porque en esto todos somos émulos de 
Hamlet, cuál de ellos se salvaría de ser azotado (3l? 
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Culpa. responsabilidad y castigo en el discurso jurídico y psicoanalítico. Volumen 111 
Para las bellas almas es conveniente recordar y dejar constancia de las 
ofensas recibidas porque apoyan las alegaciones de la propia inocencia y 
alivian cualquier culpabilidad. La desmemoria y el olvido del sujeto con 
respecto a sus propias acciones, el recuerdo implacable de las faltas del 
otro, sirven bien como antídotos de la culpa. Diríamos, con Sartre, que 
el olvido y la denegación del crimen como expresión de la libertad, la li~ 
bertad para infringir la ley, manifiestan la mala fe (mauvaise foi), esa mala 
fe que se caracteriza tanto por la "sinceridad" como por el rechazo a re~ 
conocer ante sí mismo lo que uno en realidad es (4l. La "mala fe" sartrea~ 
na es heredera del "alma bella" de Hegel. "Yo no sé, yo no supe, lqué 
quieren de mí? ¿y no toman en cuenta lo que el Otro me hizo? ¿No es él 
quien debiera estar ante los tribunales?" En una sociedad de fiscales (pro~ 
secutors), la maldición del Alzheimer podría erigirse como figura de la sal~ 
vación. Todo acusado tiende espontáneamente a la autoabsolución: niega 
el crimen, no recuerda lo que no le conviene, niega el derecho del otro a 
juzgarlo, encuentra argumentos atenuantes, proyecta su culpa sobre al~ 
gún otro, en suma, es "sincero". 
'i\sí, pues, la estructura esencial de la sinceridad no difiere de la mala 
fe puesto que el hombre sincero se constituye a sí mismo como lo que 
él es con el {In de no serlo. Se explica así la verdad, reconocida por todos, 
de que se puede caer en la mala fe siendo sincero" (Sartre, cit., destaca~ 
dos de Sartre mismo). 
El olvido del crimen, naturalmente el del Otro, pues, como estamos 
viendo, no hay crimen para su autor, es un crimen de olvido. Para no in~ 
currir en ese crimen la justicia tiene que recordar castigando. El deber 
de guardar la memoria no puede imponerse al criminal. Recordar es una 
prerrogativa de la víctima, eventualmente de sus socios y de sus deseen~ 
dientes que pueden optar por la incriminación o por el perdón y el olvi-
do. El registro del crimen en un expediente es un imperativo para la jus~ 
ticia que, se supone, tiene que actuar como intermediario imparcial en-
tre el delincuente y la parte agraviada. 
Hay víctimas que no podrían olvidar aun cuando se lo propusiesen: por 
una parte, los muertos, puesto que no tienen memoria que perder, por 
otra, los que sufrieron las sevicias de un torturador y a quienes la com-
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El olvido del crimen como crimen del olvido / NésroR A BRAUNST8N 
pulsión de repetición devuelve,una y otra vez a las playas de una mortifi-
cación que no acaba de entrar en el pasado y, finalmente, los que han es-
cuchado el relato de la pasión de sus ancestros, dando a la palabra pasión 
su sentido escatológico. En cuanto a los crímenes comunitarios, cuyo pa-
radigma es la Shoah, el deber de recordar recae sobre la comunidad que 
se encarga de dar forma narrativa al pasado, de archivarlo en libros, en 
museos, en monumentos, de documentar la iniquidad de los victimarios. 
No faltan quienes profesan y preconizan las virtudes terapéuticas del ol-
vido y las oponen a la virulencia deletérea del rencor. lCómo dosificar la 
memoria y el olvido del pasado criminal del Otro, de su goce malsano del 
que fuimos el objeto? 
"El pasado tiene necesidadde que se lo ayude, que se lo recuerde a 
los olvidadizos, a los frívolos y a los indiferentes, que nuestras celebracio-
nes lo protejan incesantemente de la nada o, por lo menos, que retrasen 
el no-ser al que está consagrado; el pasado necesita que uno se reúna de 
modo expreso para conmemorarlo, pues el pasado requiere de nuestra 
memoria ... No, la lucha no es pareja entre la marea irresistible del olvido 
que, a la larga, todo lo inunda, y las protestas desesperadas pero intermi-
tentes de la memoria. Al recomendar el olvido, los que profesan el per-
dón nos recomiendan algo que no necesita ser aconsejado: los olvidadi-
zos por sí mismos se encargarán de eso" <5l. 
Vladimir Jankélévitch se pregunta también por las condiciones para el 
perdón (no el olvido) del crimen y dice que él es posible cuando el verdu-
go formula una auténtica declaración de contrición y propone modos de 
reparación de la falta. Sin embargo, en relación con el crimen augusto de 
la Shoah, constata que nadie ha pedido verdaderamente perdón, que todo 
lo que se escucha son negaciones, e':<plicaciones, alegatos acerca del de-
ber de obedecer o del desconocimiento de lo que sucedía <6l. Y, más aun, 
se oyen estruendosos silencios. No se ha visto a verdugos que hayan pen-
sado en la posibilidad del arrepentimiento como vía hacia la indulgencia. 
En ~1 clásico decir de Nietzsche {7), en la lucha entre el Orgullo y la Me-
moria, siempre es la Memoria la que cede. El perdón del genocidio y, en 
general, de los crímenes contra la humanidad, es imposible. La memoria 
es acusadora implacable y la exigencia del castigo es imprescriptible. El 
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Culpa, responsabilidad y castigo en el discurso jurídico y psicoanalítico. Volumen 111 
argumento es éste: hay que castigar para conservar la memoria del holo-
causto. No importan los años transcurridos, ni la edad ni la enfermedad 
de los comandantes de los campos, del ya finado general Pinochet o de 
sus congéneres argentinos. No enjuiciar sus crímenes y dejarlos retirarse 
perdiéndose en el pacífico silencio de sus hogares es cometer un crimen, 
un crimen de olvido. Hacer justicia es el modo, el único, para remediar la 
injusticia, por más que el acto de justicia, por severa que ella fuese, es in-
conmensurable con la magnitud del crimen. El acto de justicia emanado 
de un juicio público es una conmemoración, una restauración en la me-
moria colectiva de lo que sucedió en una noche de la historia. 
El otro argumento de Jankélévitch es aún más categórico: hay crímenes 
que no se pueden perdonar porque sólo las víctimas podrían disculpar y las 
víctimas han sido reducidas al silencio por el crimen mismo. Su desaparición 
hace que el perdón sea imposible. No cabe el indulto por interpósita perso-
na: nadie tiene el derecho a perdonar en nombre de la víctima. No hay per- · 
dón posible por la falta de alguien éticamente autorizado para concederlo. 
Por eso es terminante: "Olvidar este crimen gigantesco contra la humani-
dad sería un nuevo crimen contra el género humano" (cit., p. 25). 
¿y por qué no perdonar y olvidar? Un chiste, que se atribuye a la pro-
verbial madre judía, dice que ella es capaz de perdonar y de olvidar, pero 
que no es capaz de olvidar que perdonó. El perdón, para ser auténtico, 
debería acompañarse con el olvido. En otro sarcasmo del mismo tenor la 
víctima del maltrato dice: "He perdonado a todos los que me han ofen-
dido ... aquí está la lista, pueden leerla". Y, finalmente, fuera de chiste y 
ya en la esfera filosófica, escuchamos nuevamente la voz de Nietzsche (Bl 
hablando ahora de las "Virtudes peligrosas": "Es alguien que nada olvida 
pero que todo lo perdona -por lo tanto, será odiado doblemente porque 
doblemente avergüenza- con su memoria y con su magnanimidad". Ten-
gamos en cuenta la advertencia: es el odio y no el cariño la cosecha reco-
gida por quien comete el crimen de perdonar. El perdón, cuando se con-
serva el recuerdo, es caridad y, bien sabemos, tanto quien brinda como 
quien recibe la caridad queda expuesto a los contragolpes agresivos que 
ella engendra. Pocas cosas son más peligrosas que una indulgencia judicial 
no solicitada o inmerecida. La deuda y la culpa, especialmente si no son 
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El olvido del crimen como crimen del olvido 1 NÉSTO!\ A. BRAUNSTEIN 
reconocidas, dan pie a la hostilidad. Alguien decía de alguien: "No com-
prendo por qué me odia ... si ni siquiera lo he ayudado". 
El crimen no puede ser olvidado. El Otro, cuyo discurso es el incons-
ciente, no olvida. Y nosotros somos, en este punto, el Otro del criminal; 
tampoco nosotros estamos habilitados para olvidar aunque, quizás, a ve-
ces, sí a perdonar. El olvid~?, a diferencia de la memoria, no puede ser bus-
cado; el olvido sobreviene: no es un "error" de la conciencia ni una pifia 
de la memoria, aunque habitualmente se tienda a considerarlo así. El an-
ciano Kant, con sus facultades ya debilitadas, creyó hab~r sido maltrata-
do por su antiguo criado, Lampe. El recuerdo de su sirviente lo asediaba 
y comenzó a escribir pequeños billetes en donde se leía: "Debo olvidar 
a Lampe". Nada podía mantener mejor encendida la luz de esa lámpara 
en su memoria que la consigna de olvidar <9l. Todos sabemos lo grotesco 
que resulta el que, al escuchar el relato de nuestra decepción o nuestra 
pérdida, nos dice: "Oivídalo". 
En las cosmogonías occidentales, tanto de la religión monoteísta como 
del psicoanálisis, en el principio fue el Crimen: pecado original o parri-
cidio del jefe de la horda. La vida exiliada del paraíso, la erección del tó-
tem, la religión, el estado y las instituciones en general son las consecuen-
cias que conmemoran el crimen fundador. Sabemos que para el judaís-
mo, tal como lo expresa Yerushalmi, nada es más condenable que el ol-
vido. Vale como una condena a muerte: "En toda la biblia hebrea se hace 
oír el terror al olvido; ... es el pecado cardinal del que derivarán todos los 
demás". El hebraísta refrenda su dictamen con citas del Deuteronomio 
(VIII, 11 y 19): "Guárdate bien de olvidarte de Yahvé, tu Dios, dejando 
de observar sus mandamientos, sus leyes y sus preceptos ... Si, olvidán-
dote de Yahvé, llegaras a ir tras otros dioses y les sirvieras y te proster-
naras ante ellos, yo doy testimonio hoy contra vosotros de que con toda 
certeza pereceréis" (Jo). 
Es impensable el olvido por parte de un pueblo o de una congrega-
ción cuando la amenaza de muerte por el crimen de olvidar ha sido per-
cutida sin pausas ni tregua a lo largo de las generaciones. Así, en los tres 
monoteísmos. 
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Culpa, responsabilidad y castigo en e/ discurso jurídico y psicoanalítico. Volumen 111 
La memoria requiere de archivos y de soportes escritos y orales del 
pasado mítico o histórico, "mitistórico", pues nunca es posible determi-
nar las fronteras entre esas dos dimensiones de la narración. Sobra recor-
dar aquí el prominente lugar político que se otorga al guardián del archi-
vo, el arconte, que, apropiándose de la tradición y de la memoria colec-
tiva, decide lo que se preservará y lo que caerá en el olvido, lo que será 
oficial y lo que resultará afectado por la censura, la selección de los datos 
y la deformación de los relatos para poder infiltrarlos con los silicones del 
sentido y la coherencia. 
Decidir sobre lo memorable es una de las formas más claras y efecti-
vas del ejercicio del poder. 
Sobrados son los casos en los cuales el criminal resulta serlo de modo 
retroactivo. No es infrecuente que las contingentes "necesidades" de la 
historia presente hagan recaer su peso sobre figuras del pasado. Hernán 
Cortés fue venerado durante los siglos en que la historia de México se es-
cribía desde la perspectiva española: él era el fundador de la nación.Con 
la independencia y, más aun, con la revolución mexicana y la adopción de 
una ideología falsamente indigenista, pasó a ser un asesino de manos en-
sangrentadas y, después de Auschwitz, se vio convertido en "genocida". 
Ya en nuestros tiempos, con el advenimiento de las políticas liberales y la 
globalización financiera, vuelve a ser un adelantado de la civilización, así 
como su compañera india, la Malinche, pasa de traidora a fundadora de 
una nueva raza y predecesora del México actual. El crimen depende del 
juez y de sus inclinaciones momentáneas. 
Casos tan diferentes entre sí como los de Wagner y Nietzsche cono-
cieron el común destino de una condena retroactiva a partir del uso que 
hicieron de sus figuras los jerarcas del Tercer Reich. Wagner era un anti-
semita y un personaje absolutamente deleznable <11 l, pero su música, sin 
la cual la de Schonberg no hubiera sido posible, puede ser calificada de 
excelsa (no es necesario estar de acuerdo con esta opinión estética, pero 
no se puede discutir que la música de hoy no sería lo que es sin sus apor-
taciones al arte de la composición). De todos modos, esa música, a la que 
ningún judío hubiera descalificado por las posiciones racistas de su autor 
antes de 1933, es objeto de una prohibición oficial en el Estado de Israel. 
La filosofía y la persona de Nietzsche no son imputables políticamente, 
26 
El olvido del crimen como crimen del olvido / N moR A. BRAur-.:STEIN 
aunque se pueda disentir y hasta violentamente con un filósofo que se en-
frentó a martillazos con todas las tradiciones del pensamiento occiden-
tal ' 12l. De todos modos, tergiversaciones y malas interpretaciones me-
diante, el régimen nazi aprovechó, sacando de contexto, ciertas palabras 
presentes en sus textos e hizo de él un precursor de su abyecta justifica-
ción de la violencia y de la arrogancia destructiva. Los nombres de Cor-
tés, Wagner y Nietzsche sirven para ilustrar este destino, nada infrecuen-
te, de los criminales apres-coup, acusados por su futuro. Se entiende la ló-
gica de quienes los incriminan: la memoria anula las distancias temporales 
e instala una sincronía; es como si Wagner y Nietzsche. hubiesen estado 
presentes y hubiesen apoyado las atrocidades de quienes hablaron en su 
nombre. Sus obras son juzgadas a partir de los canallas que las tomaron 
como referencia: su memoria y sus obras resultaron contaminadas por el 
imprevisible fluir de la historia. Para algunos son criminales en el presen-
te: lse los seguirá considerando así en el futuro? 
Hemos hablado del horror al olvido en la tradición judía. En continui-
dad con él, cabe subrayar que también la gracia cristiana del pecad? ori-
ginal de la humanidad exige la memoria permanente y el reconocimiento 
de la deuda contraída con el Redentor. Recordemos que el mensaje de 
fa redención es confiado a una obra de la memoria; así se consigna en el 
acta de fundación del cristianismo institucional: "Tomó el pan, lo partió y 
dijo: «Esto es mi cuerpo que se da por vosotros; haced esto en memoria 
mía». Y asimismo, después de cenar, tomó el cáliz, diciendo: «Este es el 
cáliz de la nueva alianza en mi sangre; cuantas veces lo bebáis, haced esto 
en memoria mía»" (l 3l. La misa, ritual fundamental en todas las formas del 
cristianismo, es puesta en acto de la memoria, obediencia al mandamiento 
de no olvidar el crimen cometido sobre Aquel que vino a redimir a la hu-
manidad de su crimen colectivo e in9eleble, el de los primeros padres. El 
mayor de los pecados, para un cristiano, consiste en permitir que la me-
moria desfallezca al punto de olvidar el sacrificio de Cristo. 
El cristianismo revela, con claridad deslumbrante, razones adicionales 
para considerar la criminalidad del olvido. Ilustraremos el punto con una 
referencia musical. La primera obra sinfónica de Olivier Messiaen, estre-
nada cuando el compositor tenía 22 años, se llama Les offrandes oub/iées. 
El breve poema que inspira esta música, escrito por el propio Messiaen, 
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Culpa, responsabilidad y castigo en e/ discurso jurídico y psicoonalítico. Volumen 111 
comienza por evocar la sangre de Cristo que se derrama desde la cruz, 
dando prueba, con sus brazos extendidos y con su tristeza mortal, de su 
infinito amor por nosotros. Su sangre es una ofrenda sacrificial que cul-
pablemente olvidamos al proseguir nuestra carrera desenfrenada bus-
cando la saciedad de nuestros apetitos terrenales y cayendo en el peca-
do como en un sepulcro. De esa muerte, que nosotros mismos nos in-
fligimos con nuestra concupiscencia, somos rescatados por el pan de la 
vida y del amor que de Él recibimos y que, nuevamente, olvidamos. El ol-
vido es -para Messiaen como para la cristiandad toda- un crimen porque 
el don debe ser correspondido. El regalo es una obligación para quien lo 
recibe (Mauss) pues no puede caer en la ingratitud. Somos culpables de 
haber olvidado el sacrificio que se ha hecho por nosotros para absolver-
nos del crimen de nuestros padres, ese crimen que no hemos perpetra-
do y cuya absolución nunca hemos pedido en un juicio en el que pudiéra-
mos alegar nuestra inocencia. La condena cae sin la interposición de abo-
gádos defensores y sin apelación posible. Somos, de todos modos, ingra-
tos, y nos hacemos los desentendidos ante nuestro deber de reparar y de 
retribuir el regalo recibido. La memoria ("haced esto en memoria mía") 
nos hace deudores y culpables (schuldig). La deuda hacia el redentor es 
una obligación que nunca redime. La renuncia al pecado, al goce pulsio-
nal, es el pago que deberíamos entregar para corresponder a la ofren-
da recibida. Si no abonamos con una dura cuota de renuncias encontra-
mos otro goce, el goce de la culpa, que no es sino la otra cara del goce 
de la transgresión. 
La memoria, se dice y reitera, debe ser conservada por muchas ra-
zones. Primero, para evitar la repetición, como si la historia pudiese re-
petirse dos veces de la misma manera o con los mismos protagonistas, 
como si los descendientes de los judíos europeos que fueron encerrados 
en guetos y campos de concentración no pudiesen encerrar en guetos y 
campos de concentración a los palestinos, como si la memoria no fuese 
usada, como en este caso, a modo de argumento en favor de esa repeti-
ción que se pretendería evitar, como si la memoria no fuese, en sí, repe-
tición, como si la memoria no sirviese para eternizar el goce sacrificial de 
las víctimas, como si la identificación imaginaria con el cordero no perpe-
tuase el gesto asesino del carnicero. Este argumento del goce en el mo-
28 
El olvido del crimen como crimen del olvido 1 NÉSTOR A BRAUNSTEIN 
mento del sacrificio y de la fascinación por la entrega a dioses oscuros es 
peligroso: podría funcionar como una velada absolución del verdugo y una 
condena de sus víctimas ("se lo buscaron"), podría resultar en una dupli-
cación del crimen del que ellas fueron objeto. No sólo implicaría la con-
dena de los inocentes; acarrearía también la negación de su sufrimiento 
infinito, de la mayor injusticia que registra la historia de la humanidad, de 
la más abominable de las empresas concebidas jamás por el poder polí-
tico. Pero el peligro de la confusión no debe confundir sobre el peligro 
que conlleva la ignorancia de la duplicidad del goce, de la complementa-
riedad entre el goce del sujeto y el goce del Otro. La ignorancia de que, 
digan lo que digan, uno no puede ser responsable del goce del Otro pero 
siempre es responsable de su propio goce. 
Las aspiraciones -aun las más legítimamente fundadas- a ocupar el fu-
gar reclamado de la víctima que puede exigir la reparación por el daño in-
fligido, deben, a su vez, ser consideradas más allá de toda tentación de ma-
niqueísmo. El reconocimiento del goce sacrificial de las víctimas no puede 
funcionar, insistimos e insistiremos siempre, como exculpación del Otro 
sanguinario ni como preconizacióndel indulto, mucho menos, de la amnis-
tía, menos aun, de la amnesia. Queda, no obstante, una cuestión canden-
te: la del uso político de fa memoria, uso que debe ser tomado en cuen-
ta sin zanjarlo por adelantado con una apresurada y simple apología de la 
memoria en general. lQué memoria y para qué? ... esa es la cuestión. El 
olvido no es ni medicina ni veneno; en sí, no es crimen ni virtud. No cabe 
recomendar ni la magnanimidad ni el resentimiento sin tomar en consi-
deración para qué habrán de servir. Habremos de tener en cuenta, funda-
mentalmente, que el esfuerzo de la memoria puede servir también al olvi-
do. El trauma del holocausto, como veremos, puede y debe ser abordado 
en una perspectiva que trascienda las limitaciones de una psicología de la 
conciencia y de los recuerdos eslabon_ados en una narración "completa" 
y coherente, en una serie ordenada de representaciones maniqueas que 
sirven al trabajo de la represión y, por lo tanto, del olvido. 
LA qué conduce la exigencia de recordar? ¿Es cierto y seguro que los 
rituales funerarios permiten conservar la memoria de los caídos? ¿No son 
las "ofrendas" florales al pie de imágenes de yeso o de bronce maneras de 
institucionalizar y de hacer perpetuo el olvido pensando que con la reno-
vación calendarizada y mecánica del homenaje se paga una "deuda"? ¿No 
29 
Culpa. responsabilidad y castigo en el discurso jurídico y psicoanalítico. Volumen 111 
es ésta la verdadera "repetición" con la que amenaza el aforismo de San-
tayana a aquellos que no pueden "recordar" su historia? lNo es el recuer-
do burocrático la mejor manera de garantizar el olvido? 
Escandalosa es la vocinglera industria del holocausto y su transforma-
ción en espectáculo público a través de los blockbusters sistemáticamen-
te ganadores de Oseares por el estilo de "La elección de Sofía", "La lis-
ta de Schindler" o "La vida es bella". "La estilización del holocausto ad-
quiere ya dimensiones insoportables" (1 4l, dice uno de los sobrevivien-
tes, y agrega: · 
"Se desarrolló un conformismo del holocausto, un sentimentalismo 
del holocausto, un canon del holocausto, un sistema de tabúes del holo-
causto y el correspondiente mundo lingüístico ceremonial; se desarrolla-
ron los productos del holocausto para los consumidores del holocausto. 
Se desarrolló la negación de Auschwitz y también surgió la figura del em-
bustero del holocausto ... 
La necesidad de sobrevivir nos acostumbra a falsificar durante todo el 
tiempo posible la realidad asesina en que tenemos que imponernos, mien-
tras que la necesidad de recordar nos seduce a introducir de contraban-
do en nuestro recuerdo una suerte de satisfacción, el bálsamo de la au-
tocompasión y la autoglorificación de la víctima ... No obstante, las déca-
das nos han enseñado que el único camino practicable hacia la liberación 
pasa por la memoria" (cit., pp. 88-90). 
lHay un espectáculo más deplorable en nuestro tiempo que la entre-
ga kitsch, en una ceremonia de Hollywood, de una estatuilla kitsch al rea-
lizador de una película kitsch sobre el Holocausto? iLamentable espectá-
culo perpetrado en nombre del sagrado deber de la memoria debida a 
quienes murieron en Jos campos! 
Por desgracia, no todo es kitsch. La vida política de las naciones con-
temporáneas nos ofrece ejemplos en abundancia para reflexionar sobre 
las relaciones entre el crimen y el olvido. Por su dramatismo y por la am-
plia documentación de los casos recordaremos lo sucedido en Argentina 
con la desaparición de bebés después del asesinato de los padres. En el 
marco de la "guerra sucia" que tuvo lugar en ese país entre Jos años 1 975 
y 1983, "desaparecieron", es decir, fueron asesinados alrededor de 30.000 
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El olvido del crimen como crimen del olvido 1 N ESTOR A BRAUNSTEIN 
adultos cuyos cuerpos fueron arrojados al mar o sepultados en fosas co-
lectivas. La mayoría de las víctimas eran jóvenes y muchos de ellos eran 
parejas coh hijos. Distintas situaciones se presentaron: mujeres embara-
zadas que parían a sus hijos en campos de concentración, niños que eran 
arrancados a sus padres y entregados a familias, muchas veces la de los 
asesinos mismos, para que se hicieran cargo de ellos, bebés que presen-
ciaban el asesinato de sus padres y luego eran secuestrados por las ban-
das armadas sin que nadie supiese de su destino, niños que acompañaban 
a sus madres en los campos hasta que ellas eran "trasladadas", eufemis-
mo utilizado para sustituir al otro, el de la "desaparición". Los padres de 
estos niños eran "borrados" de la memoria de los hijos que recibían nue-
vas identidades, nuevos nombres, nuevas familias. Este robo de infantes 
fue un delito frecuente y son muchos los casos documentados, algunos de 
los cuales se registran en la excelente película documental Botín de gue1. J 
de David Blaustein ( 1999), filmada en el surco trazado por Nuit et broui-
1/ard de Alain Resnais y por Shoah de Claude Lanzmann. 
El régimen militar argentino consiguió borrar de la vida y de la memo-
ria histórica a buena parte de una generación, la de los padres, y practi-
car una falsa inscripción de la generación siguiente, adulterando la iden-
tidad genealógica y cambiando Jos nombres que las criaturas habían reci-
bido al nacer. En muchos de los casos de los niños tomados como "botín 
de guerra" se buscaba y se conseguía la anulación de los recuerdos que 
los pequeños secuestrados tenían de sus primeros meses junto a sus fa-
milias de origen. Era como si se apretara la tecla de/ete en los niños y en 
el lugar de la memoria desvanecida se inscribía otro texto, el de la nueva 
identidad, si nos atenemos a la manoseada y cotidiana metáfora compu-
tacional. Pero esa manipulación de la memoria tenía un defecto de fábri-
ca. El recuerdo de los padres muertos subsistía, si no en el inconsciente 
infantil, como memoria inscripta en er entorno social y, particularmente, 
como memoria de la generación anterior, la de los abuelos que, sin cadá-
veres que velar, pedía la reaparición de sus hijos y de sus nietos. Así na-
cieron los mawimientos de las Madres y de las Abuelas de Plaza de Mayo 
que se reunieron en la plaza más importante de Buenos Aires, frente a la 
Casa de Gobierno, para pedir, enarbolando nombres y fotografías, la re-
aparición de los ausentes. Con el retorno de la Argentina a la democra-
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Culpa. responsabilidad y castigo en e/ discurso jurídico y psicoanalítico. Volumen 111 
cia ( 1983) varios de estos casos de robo de personas pudieron llegar a la 
justicia, se consiguió esclarecer la verdadera identidad de un buen núme-
ro de niños y se condenó a los responsables de la represión y del crimen 
organizado por el Estado. Muchas de esas criaturas, ya adolescentes, hoy 
adultas, fueron devueltas a las familias primitivas y pudieron reencontrar-
se con abuelos, hermanos y redes familiares insospechadas. 
Para los abuelos, abuelas en su mayoría, había una posibilidad de res-
catar de la muerte y del olvido a sus hijos asesinados, de hacer que ellos 
no quedasen en el anonimato de fosas desconocidas. Para lograrlo era 
necesario recuperar a los hijos de los hijos y apelar en ellos a la memo-
ria de sus orígenes. Los niños a su vez, se encontraban con sus propios 
documentos de identidad: fotografías, cartas, actas de nacimiento, fami-
liares y, en caso de duda, pruebas de ADN que establecían una historia 
"más verdadera" en lugar de la historia oficial. Con las fotos en la mano, 
con el testimonio de los abuelos acerca de sus primeros pasos, se pudo 
ver que, en realidad, esos primeros meses de la vida en Jos que se había 
producido el advenimiento al lenguaje, no habían sido borrados sino que 
estaban allí y que cierta forma de memoria "inconsciente" conservaba el 
recuerdo de esos tiempos. La identidad se funda, psicológicamente, en la 
memoria (Locke) y a partir de ésta se constituye lasubjetividad. Por cier-
to que la historia que se reconstituye a partir del encuentro con las fami-
lias "verdaderas" y la restauración de los árboles genealógicos quebrados 
por el vendaval de la historia no lleva a una "historia verdadera" ... porque 
no la hay. A los niños recuperados por sus abuelos les quedaban distintos 
caminos para organizar la narración de sus propias vidas: tfueron sus pa-
dres unos héroes que dieron su vida por ideales maravillosos, fueron las 
víctimas de un Otro sanguinario, eran personajes que el discurso oficial 
de aquellos tiempos llamaba "subversivos", "extremistas", "terroristas" 
que entraron de buena gana en movimientos que preconizaban la violen-
cia, se dejaron arrastrar por consignas equivocadas, eran unos irrespon-
sables que exponían a sus hijos a peligros y a sufrimientos infinitos? ¿Eran 
las personas que los adoptaron y que les enseñaron a llamarlos "papá" y 
"mamá" gente dispuesta a amarlos o eran vulgares ladrones de carne hu-
mana, la carne de ellos? Cada uno tiene la posibilidad de armar su propia 
narración, de encontrar sus propios culpables y sus propios héroes, cada 
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El olvido del crimen como crimen del olvido 1 N moR A BRAUNSTEIN 
uno tiene la responsabilidad de colocarse frente a la abnegación y la trai-
ción (a veces indistinguibles) del Otro (Borges: Tema del traidor y del hé-
roe, tratado cinematográficamente por B. Bertolucci en La strategia de 
/'aragno ). ¿Quién podía decirles quiénes ellos eran? 
LDebían las abuelas olvidar el amor que prodigaron a sus hijos "des-
aparecidos" y el que recibieron de ellos? lPodían hacerlo? lOividarían el 
crimen del que esos hijos fueron objeto, asesinato agravado por el crimen 
de borrar sus nombres de la superficie de la tierra e impedir los ritos fu-
nerarios que pacifican el dolor de la separación y dan su lugar al sano olvi-
do? ¿olvidarían a los nietos que podían perpetuar la memoria y la sangre 
de los hijos? lPerdonarían a los que se apoderaron de su simiente como 
"botín de guerra"? LActuarían como nuevas Antígenas empeñadas en sal-
var el recuerdo de los condenados por Creonte al olvido? ¿Estarían dis-
puestas al perdón y extremarían el perdón hasta el punto del olvido? lCuál 
sería el peso de la culpa de ser sobrevivientes de la masacre si continua-
sen, impasibles, con el curso normal de sus vidas? Muchas encontraron en 
la misión de averiguar el pasado y de rescatar a los nietos un modo justi-
ciero y fecundo para tramitar su trabajo de duelo. 
Hemos de tomar en cuenta que para cada padre el hijo representa 
una continuación, una metonimia de su propio ser. La cadena significante 
(S 1 --:> $2) y la cadena genealógica que engarza las generaciones tienen una 
clara correspondencia. Más aun, la cadena (que no nudo) borromea, la 
ensambladura, esencial para cada sujeto, de lo real, lo simbólico y lo ima-
ginario, depende de esa metonimia en donde resulta fundamental el acto 
de la nominación, es decir, el acto de la instauración del nombre-del-Pa-
dre, no sólo como patronímico sino, fundamentalmente, como acto que 
consagra la inscripción del recién nacido en el orden simbólico y políti-
co de la cultura. Las tres cadenas, signlficante, genealógica y borromea, 
constituyen solidariamente la base de la identidad y ese encadenamiento 
es el que resultaba descalabrado (déjoué) en el momento del robo de la 
carne, del nombre y de las referencias imaginarias y fantasmáticas de los 
infans. Una memoria, unas referencias edípicas, una entrada al lenguaje 
por medio del deseo de los padres, naufragaban debido a la atroz inter-
vención del Otro, disfrazada como razón histórica. Eran otros rostros, 
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Culpa. responsabilidad y castigo en e/ discurso jurídico y psicoanalítico. Volumen 111 
otros nombres, otros discursos, los que venían a tomar su lugar. Se super-
ponían los rostros, nombres y discursos de las nuevas familias, edificados 
sobre el cimiento de una supresión de las primeras coordenadas de lo-
calización del ser. El olvido como aniquilación del recuerdo podría tener 
lugar en el plano de la conciencia. Se podía y se pudo mantener por dé-
cadas la mentira sobre el origen de esos niños, que imponía la ignorancia 
de su condición de "hijos de desaparecidos", de "padres muertos sin se-
pultura", condición conocida por los padres adoptivos y, por razones de 
política familiar (y nacional), ocultada a los hijos. Pero, según pudo verse 
una vez más; el inconsciente no olvida. 
La férula del secreto acerca del nacimiento y de sus circunstancias, 
guardado de manera compulsiva, inconfesable, determina una fractu-
ra de la identidad que se erige sobre el pedestal del engaño. Todo suje-
to, independientemente de sus condiciones originarias, está disociado, 
escindido. Nadie puede representarse lo esencial de su propia constitu-
ción que es el lugar que se ocupa en el deseo del Otro. (" lQué [se] quie-
re [de mQ") Estos casos de niños secuestrados, verdaderos experimen-
tos "espontáneos" con la identidad, que más parecen el resultado de una 
fabulación literaria que de acontecimientos históricos, confirman las pre-
sunciones derivadas de una teoría psicoanalítica del sujeto. lCómo pue-
de el sujeto establecer una identidad? lQué podrían decir los padres, los 
"verdaderos", sobre sus deseos con relación a los hijos si es que esos de-
seos eran inconscientes para ellos mismos? ¿y los nuevos "padres", los 
que conocían la tragedia originaria y se "aprovechaban" o se "beneficia-
ban" de ella recibiendo estos niños, qué podrían decir ellos sobre su de-
seo si ese deseo está ensombrecido por los actos criminales del homici-
dio, del secuestro, de la mentira, de la tachadura de nombres y referen-
cias genealógicas? 
El olvido del crimen (leyes argentinas de "Punto Final" y "Obediencia 
Debida") que condujeron al indulto por anticipado de los asesinos era un 
crimen oficial, llna legitimación del olvido. Puesto que los niños robados 
seguían siendo víctimas -tanto los recuperados por los abuelos como los 
que seguían en manos de los parricidas- no había posibilidad de indulto. 
Las abuelas consiguieron que la ley considerase imprescriptible el delito 
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B olvido del crimen como crimen del olvido 1 NÉSTOR A BRAUNSTEIN 
de secuestro de niños y, de esa manera, algunos de los verdugos que ha-
bían sido condenados y habían recuperado la libertad amparándose en las 
leyes de indulgenci~ volvieron tras las rejas. 
El crimen no tiene plazo de prescripción y eso no sólo para el verdu-
go sino también para su víctima, aquella a la que le corresponde el de-
ber de recordar. No falta el caso eri que la vida misma se hace imposi-
ble a los deudos por el agobio de la deuda impagable hacia quien desapa-
rece sin dejar rastros. La sombra del objeto perdido recae en el yd y la 
identificación con su inconcebible destino arrastra al sobreviviente hacia 
los mares de la melancolía y el suicidio <15>. El empeño en recuperar a los 
niños, que parecía ir "contra la realidad" y negarla, esa "realidad" vesti-
da con las oscuras gala.S de la prepotencia del poder, de la indefensión de 
quienes protestaban contra la injusticia, podía parecer locura. No en bal-
de estas mujeres recibían el mote de "las locas de Plaza de Mayo". En 
la perspectiva del principio del placer y de los ideales de adaptación era 
más "sano" "perdonar y olvidar". Pero, en verdad, hay algo que no hay 
y es el olvido. El activismo de las abuelas y de las madres era un remedio 
contra Jos embates feroces del superyó que sumergen en la culpa inno-
minada y en la melancolía a quienes pretenden "dar vuelta la hoja" y des-
entenderse del pasado. 
Recuperar a los nietos significa para las abuelas, incluso para la mayo-
ría de ellas que no lo consiguieron y siguen buscándoloscon la esperanza 
de hallarlos, que la vida no ha llegado, para ellas, a un punto de embalse y 
embalsamamiento; el flujo vital continúa, no se puede sofocar su reclamo. 
Si aceptasen la pérdida, la "desaparición" de los descendientes, sin mos-
trar reacción alguna, estarían desapareciendo ellas mismas. Sabemos que 
una de las reacciones más naturales ante la pérdida de los seres queridos, 
aun en las situaciones más "naturales", consiste en reprochara! muerto el 
hecho de haberse ido y dejarnos sobrevivir en un mundo donde ellos fal-
tan. El "¿por qué te fuiste?" es el más común de los sentimientos del do-
liente. Cuando falta el cadáver, cuando no se pueden realizar los ritos fu-
nerarios, cuando el "desaparecido" lo es por haber asumido los riesgos 
de enfrentar a una dictadura represiva y despiadada, cuando la búsqueda 
en las prisiones y en los cementerios da resultados consistentemente ne-
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Culpa. responsabilidad y castigo en el discurso jurídico y psicoanalítico. Volumen 111 
gativos, el duelo por esa parte del propio ser que ha quedado en el otro, 
el ausente, resulta bloqueado, coagulado. El hijo perdido está "entre dos 
muertes", "encriptado", manifiestamente ausente, potencial y constante-
mente presente. Las madres no pueden tomar esa distancia de la pérdida 
que permitiría el"duelo normal", el duelo que lleva a aceptar la ausencia 
progresiva del objeto amado y la identificación con el hijo perdido. No se 
puede cumplir la función cicatrizante del "olvido normal" que hace posi-
ble la continuación de la vida. La misión de encontrar al nieto, aceptando 
que el hijo "d~saparecido" es irrecuperable, con su cuerpo posiblemente 
en el fondo del mar o en una fosa colectiva, esa misión, decíamos, alenta-
da por el ejemplo de otras abuelas en la misma situación y por el hallaz-
go exitoso de algunas criaturas, confiere un objetivo al deseo y ofrece un 
puerto para anclar en él los recuerdos. 
El duelo toma entonces una coloración particular porque está anima-
do por la posibilidad de un reencuentro con la derivación metonímica de 
la hija o el hijo perdidos que se encarna en los nietos, "restos vivientes" 
del naufragio. Para estos jóvenes "recuperados" aparecen nuevos proble-
mas: lCómo sostenerse en la vida aceptando el trauma de los orígenes? 
lEn qué ámbito quedan, para ellos, las imágenes de esos padres, eterna-
mente jóvenes, eternamente silenciados, imposibles de enfrentar en una 
relación edípica, empujados a un lugar de objetos idealizados e inalcan-
zables por dos discursos enfrentados, uno que hace de ellos héroes que 
dieron la vida por ideales altruistas y otro que los desprecia como delin-
cuentes violentos y extraviados por ideologías que fueron derrocadas por 
la historia subsiguiente? lCuál es el lugar que estos niños ocuparon en el 
deseo de los padres "verdaderos" y cuál en el deseo de los padres adop-
tivos? lCuál es el relato autobiográfico con el que podrían contestar a la 
pregunta del Otro: "¿y tú, quién eres?"? Una de las jóvenes entrevistadas 
en la película de Blaustein recuerda su fantasma infantil: "Mis padres es-
taban en un avión que volaba sobre un aeropuerto y no podía aterrizar; 
siempre volaban por encima de nosotros; nunca llegaban a tocar tierra". 
La espera indefinida, la espera interminable de un encuentro con espec-
tros en suspenso: así es la vida de los padres y de los hijos de los "desapa-
recidos". El crimen de la desaparición es propiamente incalificable a dife-
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El olvido del crimen como crimen del olvido 1 NÉSTOR A. BRAUNSTEIN 
renda del asesinato, que tiene límites precisos aun cuando su autor pudie-
ra ser dudoso. Del asesinato hay memoria y, por lo tanto, eventualmente, 
olvido o prescripción. Amnistía. De la desaparición no puede haber reden-
ción porque "el avión jamás aterriza". Es un crimen sin memoria, rodeado 
de la consigna de borrar sus rastros y los documentos que lo atestigüen, 
con testigos que no podrían hablar sin ser, a su vez, incriminados. 
Hemos recordado una verdad, trivial quizás, los hijos son una metoni-
mia de los padres y de sus deseos: ellos son "carne de su (mi) carne", so-
portes de la transmisión genética, preservadores del nombre de los ances-
tros, lugares donde se reconocen imaginariamente los rasgos y las resem-
blanzas, correas de transmisión de los deseos irrealizados de los progeni-
tores que se desplazan, a sabiendas o no, sobre His Majesty, the Baby. La 
conciencia, se dice desde Locke ( 1690), es memoria y, con Freud, pode-
mos agregar: memoria, sí, pero memoria inconsciente. El pasado, lo que 
ya no es, se conserva y se transmite. No es necesario retrotraernos a La-
marck y a las problemáticas huellas filogenéticas de los grandes aconte-
cimientos de la historia de la humanidad, gratas al pensamiento de Fre.ud 
y hoy descartadas. Basta con recordar la irrefutable memoria inscripta 
en los ácidos nucleicos, el peso entrañable y aplastante de las tradiciones 
y los prejuicios de nuestros mayores (la "memoria colectiva"), las cica-
trices vitalicias de las primeras experiencias que nos ponen en contacto 
con lo innominable, con el espantoso desamparo ("memoria freudiana" 
de la Hilflosigkeit originaria), con lo inefable del Otro y de su deseo, con 
la inexorable inconsistencia de ese Otro prehistórico ("memoria lacania-
na", diríamos, del traumatismo de la entrada en el lenguaje). Al igual que 
podríamos decir que una nube no tiene memoria sino que ella es memo-
ria de la evaporación del agua y de los vientos que le dieron forma, tam-
poco nosotros tenemos memoria sino gue somos la memoria (y el olvi-
do) encarnada de nuestro pasado evolutivo y ontogenético. No lo sabe-
mos ni lo supimos; sin embargo, no podríamos, no sabríamos, olvidarlo. 
(On ne saurait pas /'oublier). Recordar y olvidar, memolvidar, es un traba-
jo de "discriminación", de discernimiento, de cribado, según la etimol~­
gía que revisamos al iniciar este capítulo que aquí termina. Guiados por 
el pan del futuro, seleccionamos, del infinito pasado, las semillas que lla-
mamos "recuerdos". 
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Culpa. responsabilidad y castigo en e/ discurso jurídico y psicoanalítico. Volumen 1/J 
Notas 
(1). j. Lacan De las funciones del psicoanálisis en criminología [1950], Écrits, París: Seuil. 
1966, p. 146. 
(2). P. Bruckner. La temptation de l'innocence. París: Grasset. 1995. 
(3). [Hamlet, 160 1 ], 11, 2, l. 561 . 
(4). J. P. Sartre, El ser y la nada [ 1943] 1, 2, 2. 
(5). V. Jankélévitch, Límprescriptible. Pardonner? Dans 1' honneur et la dignité [ 1971 ]. Pa-
rís: Seuil. 1986, p.60. 
(6). Ni los criminales juzgados en Nüremberg, ni Eichmann, ni los escritores: Céline, Drieu, 
Heidegger, Junger, Jung, ni siquiera el mismo, en apariencia inimputable por su trayectoria 
ulterior, Paul de' Man; nadie ha pedido perdón; vamos, ni siquiera Gunther Grass. 
(7). F. Nietzsche. Más allá del bien y del mal [ 1888], aforismo 68. 
(8). F. Nietzsche. Aurora [ 1881 ], aforismo 393. 
(9). H. Weinrich, Lete, cit., pp. 98-1 1 l. Cf. Los últimos días de lmmanuel Kant de Tho-
mas de Quincey. 
( 1 0). J. H. Yerushalmi, Zajor. La historia judía y la memoria judía. Barcelona: Anthropos. 2002, p. 2. 
( 11 ). Cf. S. André Le sens de I'Holocauste. Bruselas: Que, 2004, pp. 183-202. "Wagner fue 
. el primero, en la historia del antisemitismo, que defendió, contra las soluciones de la eman-
cipación y de la asimilación, que la única salida posible a la cuestión judía era pura y simple-
mente su aniquilación" bajo la forma de una auto aniquilación. Para Serge André, Wagner 
es el profeta de un régimen del cual Hitler sería el mesías. 
( 12). Esta "absolución" de un personaje a quien no se puede juzgar es debatible, a punto 
tal que el propio J. Derrida, su admirador, en cierto

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