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«¿Quién decís que soy yo?» fue la pregunta decisiva hecha por Jesús a sus discípulos, la cual se ha hecho guía para todo aquel que quiera hacer profesión de ser cristiano. Tras varios malentendi dos y reduccionismos, tanto anti guos como de nuestros días, en el campo cristológico, esta Introduc ción a la cristología pretende profundizar tanto en el misterio de la persona como en el significado del acontecimiento Jesucristo en la historia de la humanidad y del mundo. vjR i« ( ë i ir , v /Y Jacques Dupuis INTRODUCCIÓN A IA CRISTOLOGÌA EDITORIAL VERBO DIVINO Avda. de Pamplona, 41 31200 ESTFXLA (Navarra) 1994 Introducción «¿Quién decís que soy yo?» Característica común a la narración de Marcos y a la de Mateo (Me 8,29; Mt 16,15) es que Jesús, antes de anunciar por primera vez a sus discípulos su pasión inminente, les hace la decisiva pregunta: «¿Q uién decís que soy yo?». Los dos evangelistas recogen en primer lugar la opinión de la gente sobre Jesús: Juan el Bautista... o uno de los profetas. Pedro, sin embargo, tomó la palabra y le dijo: «Tú eres el Cristo» (Me 8,29); o: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16,16). Cualquiera que sea la formulación —la diferencia entre las dos es probablemente menor de lo que parece a primera vista — , la respuesta de Pedro podría con siderarse, simbólicamente, como la primera afirmación cris- tológica. No obstante, tal respuesta no era más que una anticipación, una preparación de la fe cristológica que na cería con la Pascua. En efecto, la respuesta de Pedro en Cesarea de Filipo coincide con el contenido de la primera predicación kerig- mática de la Iglesia apostólica. Cuando el día de Pentecos tés, según el relato de Hechos, se levantó Pedro con los once para dirigirse a los judíos en la que se conoce como la primera predicación cristiana, el punto de inflexión de su 6 INTRODUCCIÓN mensaje decía: «Así pues, que todos los israelitas tengan la certeza de que Dios ha constituido Señor y Mesías a este Jesús, a quien vosotros crucificasteis» (Hch 2,36). El Cris to, e l Señor, e l Hijo d e Dios: estos tres títulos constituyen el núcleo de la primitiva fe cristológica y evidencian de una manera inequívoca el puesto central que, desde el comien zo, ha ocupado esta confesión en la fe de la Iglesia cristiana. Todo consistía en atribuir al hombre Jesús, cuyo nom bre propio era Yeshua (Yesua), un título particular (Masiah, el Ungido, el Cristo), tomado de la terminología teológica del Antiguo Testamento. Así nace la confesión de fe «Jesús es el Cristo», que más tarde evolucionaría semánticamente en la aposición «Jesús-el-Cristo» y posteriormente en el nombre compuesto «Jesucristo». Casos semejantes no fal tan en la historia de las religiones; el de Gautama el Buda es particularmente sorprendente. Así como la fe cristiana dio a Jesús el título de «e l Ungido», de la misma manera la tradición budista honró a Gautama con el de «e l Buda» («e l iluminado»). Una tradición, por tanto, ha evoluciona do desde el Yeshua de la historia al Cristo de la fe, y la otra desde el Gautama de la historia (Shakyamuni) al Buda de la fe (Amida Buda). En ambos casos las tradiciones religio sas que se han derivado han tomado su nombre de los títulos dados a sus fundadores: cristianismo y budismo '. Pero hay una diferencia. Aunque en la tradición budista se ha exaltado al rango de Gautama-el-Buda, no es equiva lente al que la tradición cristiana atribuye a Jesús-el-Cristo. Cierto que Gautama predicó un mensaje de liberación (dhar- ma), como Jesús predicó la Buena Nueva del Reino de Dios. Gautama, además, actuó con la autoridad que le con fería una eminente experiencia religiosa (nirvana), mientras 1 Cf. L. SviLDER, « Jesu s’ U nsurpassable U niqueness»: Two Responses, «Horizons» 16 (1989) 119. INTRO DUCCIÓN 7 que Jesús lo hizo desde la propia autoridad nacida de su experiencia de Dios como Abba. Sin embargo, si Gautama es salvador, lo es en cuanto que es «e l ilum inado», cuyo ejemplo muestra a los demás el camino a la liberación; Jesús, por otra parte, es el camino. Desde la era apostólica en adelante, la fe cristiana ha profesado que él es el Salva dor universa). Y, al hacerlo, la Iglesia apostólica no preten dió introducir una innovación, sino tan sólo reconocer su significado y anunciar lo que Dios mismo había hecho por la humanidad en la persona y en el acontecimiento de Je sucristo. Jesucristo, el centro Si desde el punto de vista de la religión comparada el lugar y el significado que la fe cristiana atribuye a Jesucristo aparece distinto y original, desde la perspectiva de la fe cristiana su peculiaridad emerge todavía más claramente. La persona, la vida, la muerte y la resurrección de Jesucris to son tan centrales al misterio cristiano que a veces se ha dicho —entiéndase b ien— que el «cristianismo es Cristo» Tal afirmación no pretende identificar simplemente la reli gión con el fundador y la Iglesia cristiana con aquel que la ha fundado, sino que, desde el momento en que ésta en cuentra su razón de ser y su significado en Jesucristo, al que ella está íntimamente ligada y subordinada, pretende confirmar que la persona y la obra de Jesucristo son la fuente, el centro y el fin, el alfa y la omega de lo que el cristianismo significa y anuncia al mundo. La teología cristiana, en consecuencia, será esencialmen- te_cristocéntrica. Esto no significa que la cristología agote toda la teología, sino que la dota de una clave necesaria de interpretación, constituyéndose así en principio hermenéu- tico de todo el edificio. La protología y la escatología, la 8 INTRODUCCIÓN antropología y la teología, la eclesiología y la sacramentolo- gía son todas ellas partes distintas de un edificio teológico que busca su propia unidad y coherencia, su propio signifi cado y clave hermenéutica en la persona y acontecimiento de Jesucristo, en el que está centrado. En él los cristianos aprenden a descubrir quién es Dios realmente, quiénes son los seres humanos, cuál es su verdadero origen y destino, el significado y el valor de su mundo y su historia, así como el papel de la Iglesia como acompañante de la humanidad en su peregrinar a través de los siglos. El concilio Vaticano II ha puesto un acento especial en la relación de la Iglesia con el misterio de Jesucristo al definir la Iglesia como «sacram ento», esto es, como «signo e instrumento de la íntima comunión con Dios y de la unidad de todo el género humano» (LG 1), añadiendo que la Iglesia es «e l sacramento universal de salvación» (LG 48). El concilio ha adoptado aquí de forma consciente la intuición teológica según la cual Jesucristo —que en su persona es el misterio de salvación— es el «sacramento primordial» ( Ursakrament) del encuentro del hombre con Dios, mientras que la Iglesia es, de manera derivada, el sacramento del encuentro con el Señor resucitado. Siguien do en la misma línea, un documento reciente de la Comi sión Teológica Internacional, titulado «Temas selectos de eclesiología con ocasión del XX Aniversario de la clausura del concilio Vaticano II» (1984), ha declarado: «S i el mismo Cristo puede llamarse ‘el sacramento de Dios’, la Iglesia, de forma análoga, puede llamarse ‘el sacramento de Cris to’... Y, sin embargo, es más que evidente que la Iglesia sólo puede ser sacramento por vía de total dependencia de Cristo, que es intrínsecamente el ‘sacramento primordial’» (8.3) 2. 2 Texto en C o m i s i ó n T e o l ó g i c a I n t e r n a c i o n a l , D ocum en ta -D ocu - m enti (1969-1985), Librería Editrice Vaticana, Ciudad del Vaticano 1988, 539. INTRODUCCIÓN 9 Esto vale tanto como decir que el misterio cristiano —y. la teología, cuya función es articularlo— es por definición cristocéntricoy no eclesiocéntrico. Jesucristo es el misterio primordial del que la Iglesia deriva y al que está vinculada. Cristo-el-sacramento, sin embargo, no agota el misterio de Dios, sino que, más bien, apunta hacia él. El cristocen- trismo no se opone al teocentrismo: el primero implica y busca al segundo. Una de las razones ya ha sido formulada: el hombre Jesús es «e l sacramento del encuentro con Dios». Esto significa que en su naturaleza y en su rostro humano nosotros entramos en contacto con Dios mismo, desde el momento en que la divinidad y la humanidad se han unido indisolublemente en su persona, en calidad de Hijo de Dios hecho hombre. Quiere decirse que Jesús no ocupa un lugar intermedio entre Dios y los hombres. No es un «interm e diario» que intenta —en vano— unir el abismo que separa lo infinito de lo finito, ni un intermediario que en sí mismo no es ninguno de los dos extremos o polos que han de unirse, sino que es el «m ediador» en el que ambos extre mos están irrevocablemente unidos porque él es personal mente el uno y el otro. Cristología y teología Con todo, como Dios-hombre, Jesucristo, el Hijo encar nado, es el «cam ino» al Padre que está más allá del media dor. El evangelio de Juan lo expresa claramente cuando hace decir a Jesús: «Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por m í» (Jn 14,6). La cristología entraña una paradoja, ya que, mientras por un lado encon tramos a Dios en el hombre Jesús, por otro el Padre perma nece más allá de Jesús. Los evangelios, y el de Juan en particular, son testigos de esta paradoja. A Felipe, que pe día le fuera mostrado el Padre, Jesús le dijo: «Quien me ha visto a mí ha visto al Padre» (Jn 14,9). No obstante, reflexio- 10 INTRODUCCIÓN nando sobre el misterio de la manifestación de Dios en Jesucristo, Juan mismo observa: «A Dios nadie lo vio jamás; el Hijo único, que es Dios y que está en el seno del Padre, nos lo ha dado a conocer (exégésato)» (Jn 1,18). El Hijo encarnado es el « exegeta», el intérprete del Padre, En él Dios se revela y se manifiesta, aunque permanezca invisible y no perceptible. El Padre está más allá: es «más grande» (Jn 14,28), el único que es «bueno» (Me 10,18). El misterio de Dios, por tanto, se mantiene secreto y oculto, aun cuando en Jesucristo se nos manifieste de una manera única, o sea, cualitativamente insuperable. Jesús ¡yA^reveló el misterio de Dios como algo experimentado perso nalmente por él en su conciencia humana. Una vez coloca do en la conciencia humana del hombre Jesús, el inefable misterio de la vida íntima de Dios podía ser anunciado en términos humanos, haciéndose así el objeto de la revelación divina. No obstante, a pesar de su carácter único, la revela ción de Dios en el hombre Jesús no agotó ni pudo agotar el misterio divino, de la misma manera que no lo hizo o no lo podía hacer el conocimiento humano que Jesús tenía del misterio. El Dios revelado en Jesucristo sigue siendo un Dios escondido. Tampoco Jesús, el mediador que es el camino al Padre, toma el lugar de éste o le sustituye. Por el contrario, remite todo, y él en primer lugar, al Dios a quien llama Padre. Nunca, en efecto, Jesús se llamó a sí mismo «D ios». «D ios», en su lenguaje, se refiere exclusivamente al Padre. Más exactamente todavía, su Dios es Yahveh, que en el Antiguo Testamento se reveló a Israel y al que Jesús se refiere como a su Padre con la singular e íntima familiaridad que implica el término «Abba» \ La conciencia humana de Jesús es esencialmente filial. 3 Cf. K. R a h n e r , «Theos en el Nuevo Testamento», en E scritos d e T eo logía , I, Taurus, Madrid 1963. INTRODUCCIÓN 11 Por eso, a través del Hijo somos dirigidos al Dios que es Padre. El cristocentrismo reclama el teocentrismo. Cris to, al revelarse como Hijo, reveló a Dios; es decir, viviendo su filiación del Padre bajo la mirada maravillada de los discípulos. En él y a través de él el misterio del Padre incognoscible les fue desvelado. La misma ley se aplica a los discípulos de hoy: la cristología lleva a la teología, es decir, a Dios, como queda revelado de la manera más deci siva en Jesucristo, al mismo tiempo que permanece envuel to en el misterio. El desarrollo de los estudios cristológicos y teológicos de los últimos años es testigo de este proceso: la reflexión teológica asciende del Cristo de Dios al Dios de Jesús, de la cristo-logia a la teo-logía. Cristocentrismo y antropocentrismo Colocar a Jesucristo en el centro del misterio cristiano rio significa hacerle usurpar el lugar de Dios: Dios sigue siendo el fin de todas las cosas así como su origen. Si Jesucristo, como mediador, está en el centro del plan de Dios para la humanidad, la razón es que Dios mismo le ha .colocado allí en su eterno designio. Él es el canal por el que Dios baja al hombre y el hombre sube hasta Dios; el medio por el que Dios se revela personalmente al hombre y por el que éste llega a conocer quién es Dios para él. Resulta, por tanto, que también en Cristo llega el hombre a conocerse a sí mismo en toda su verdad. El cristocentrismo y el teocen trismo, más que oponerse, se buscan mutuamente, como ocurre con el cristocentrismo y el antropocentrismo. Lo expresa bien la constitución pastoral Gaudium et Spes del concilio Vaticano II. Ésta dice: «En realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo Encarnado, Porque Adán, el primer hombre, 12 INTRODUCCIÓN era figura del que había de venir, es decir, Cristo nuestro Señor. Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación» (GS 22). «E l hombre es más que el hombre». Está llamado a trascenderse, si bien no puede alcanzar esta autotrascenden- cia por su propio esfuerzo, sino que ha de recibirla como un don de Dios. En Jesucristo el hombre se trasciende a sí mismo en Dios por medio del autovaciamiento de Dios en la condición humana. La encarnación del Hijo de Dios establece entre Dios y el hombre un «maravilloso intercam bio» por el que el hombre se convierte en consorte para Dios. De esta manera descubre el alto valor que Dios le ha confiado y el alto precio que tiene a los ojos de Dios. «El Hijo de Dios —dice el Vaticano II— con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre» (GS 22). Hecho partícipe de la filiación de Dios en Jesucristo, el hombre encuentra en él el complemento de su propia aper tura hacia Dios. La divinización del hombre en el Dios-hom bre lleva la humanización a su clímax. Ninguna antropolo gía, por tanto, puede decirse cristiana si no busca el último significado del hombre en Jesucristo. No hay antropología cristiana sin cristología. Una cuestión de método La cristología, como todo discurso teológico, puede adoptar diferentes métodos. El que ha predominado hasta tiempos recientes puede llamarse «dogm ático». Este méto do tomó como punto de partida las enunciaciones dogmá ticas del Magisterio central de la Iglesia —en particular la definición de Calcedonia— y, mediante un movimiento de retrospección, trató de comprobar los elementos esenciales del misterio con referencias bíblicas elegidas e interpretadas INTRODUCCIÓN 13 adecuadamente. Hecha esta verificación, el método investi gó ulteriormente el significado de las definiciones dogmáti cas relativas al misterio de Jesucristo para sacar de ellas unas conclusiones todavía más precisas. Tal método adolecía de serias limitaciones y peligros. El Nuevo Testamento no figuraba aquí como el alma del proyecto cristológico, sino que se hacía uso de él a modo de «mètodo de textos probatorios» para justificar las for mulaciones dogmáticas. La Palabra de Dios no constituía la última norma (normanormans) en base a la cual interpre tar estas formulaciones; el dogma se convirtió en norma final. En este proceso, la Sagrada Escritura se usaba de forma no crítica, a menudo sin tener en cuenta el método exegético; en particular, los dichos atribuidos a Jesús en los evangelios —incluido el de Ju an — se tomaban indiscri minadamente por auténticos (ipsissima verba). Tomando como norma absoluta el modelo calcedonense, se prestaba poca atención a la pluralidad de cristologías ya presentes en el Nuevo Testamento; mucho menos se dejaba espacio para un modelo calcedonense de cristologia una vez que el con cilio hubo determinado el dogma cristológico. En breve, la conexión entre Sagrada Escritura, Tradición y Magisterio, tan acertadamente expresada por el Vaticano II (DV 10), se había desviado a favor del dogma. Surgió así un peligro de dogmatismo, una manera de absolutización de un determi- nado modelo cristológico que, como muestra la historia, a menudo no hacía plena justicia a la verdadera humanidad de Jesús y en gran medida olvidaba su «h istoria» humana. El método dogmático condujo a una cristologia abstracta que, al perder el contacto con la vida concreta de Jesús, corría el peligro de ser irrelevante incluso para nuestra vida concreta. Las últimas décadas han sido testigo del desarrollo — en teología en general, y en cristologia en particular— de otro método más adecuado que puede llamarse «genético» 14 INTRODUCCIÓN o «histórico-evolutivo». Éste parte de la Sagrada Escritura, y particularmente de la esperanza mesiánica del Antiguo Testamento y su cumplimiento, según el Nuevo Testamen to, en la persona de Jesús. Este método continúa estudian do la cristología del Nuevo Testamento, esto es, la reflexión de fe hecha por la Iglesia apostólica sobre el acontecimien to de Cristo a la luz de la experiencia pascual, sin atender siempre de forma adecuada a la pluralidad de las cristolo- gías del Nuevo Testamento, en un intento expreso a veces de reducir a una síntesis artificial esas cristologías diversifi cadas. El método sigue posteriormente el desarrollo de la reflexión cristológica a través de la tradición posbíblica en la Iglesia de los Padres. Así llega a los concilios cristológi- cjos, cuyo objetivo inmediato era refutar y condenar las herejías cristológicas que surgieron desde dos direcciones opuestas: el nestorianismo por una parte (Éfeso) y el moni- fisismo por otra (Calcedonia). El método examina, además, los desarrollos cristológicos posconciliarcs a través de la historia más reciente hasta nuestros días, para terminar con las cuestiones cristológicas que requieren mayor atención en el estado actual de la reflexión. El Decreto sobre la Formación Sacerdotal del Vaticano II (OT 16) recomendó el uso en los estudios teológicos del método genético, que se había aplicado en los años precon- ciliares, caracterizados por una vuelta definitiva a las fuen tes, tanto bíblicas como patrísticas. El mérito principal de este método, si se compara con el dogmático, consiste en el puesto destacado que asigna a la teología «positiva» —es decir, al estudio de las fuentes— como distinta de la teolo gía «especulativa». El desarrollo dogmático se ve así de forma lineal, como movimiento progresivo que conduce a una comprensión cada vez más profunda del misterio eris- tológico. Habrá que preguntarse, sin embargo, si el concep to lineal del desarrollo cristológico no simplifica demasiado los datos históricos: en el curso de la tradición, ¿toda nueva INTRO DUCCIÓ N 15 tendencia en cristología ha representado un progreso y un autentico perfeccionamiento en la percepción que la Iglesia tiene del misterio de Cristo? ¿No nos hallamos quizá ante un modelo cristológico —que de por sí no debía ser consi derado como único y absoluto— que ha adquirido d e fa c to el monopolio de la reflexión teológica, desplazando otros modelos en su proceso, no sin pérdida real para la percep ción del misterio por parte de la Iglesia? Sobre tales cues tiones volveremos más adelante. De momento, se puede señalar ya que el método gené tico corre también el riesgo de dejar poco espacio para el pluralismo cristológico. Por lo que se refiere al Nuevo Tes tamento, el prólogo del evangelio de Juan se considera, con justicia, como el ápice y la cumbre de la teología bíblica: pero, ¿se deja bastante espacio a la cristología del primer kerigma? De modo semejante, en la Tradición el modelo calcedonense —con sus determinaciones ulteriores en el concilio III de Constantinopla— tiende a ser absolutizado como el único posible y, en consecuencia, como el modelo universal. Además, lo mismo que en el caso de su respecti vo modelo dogmático, también una teología desarrollada según el método genético puede ser abrumadoramente es peculativa en detrimento de la vida concreta y del contexto en que se hace la cristología. Cuantas más deducciones especulativas se sacan de los datos cristológicos fundamen tales, mayor resulta el peligro de abstracción y de alejam ien to del Jesús real de la historia y del contenido concreto de su Evangelio. Hablando en general, el método genético muestra poco interés por contextualizar la comprensión del misterio de Cristo. Tanto el método dogmático como el genético son deduc tivos. Los dos buscan sacar conclusiones todavía más preci sas de los datos cristológicos previos, yendo de lo mejor conocido a lo menos conocido. Ambos también son funda mentalmente especulativos, procediendo de la doctrina a su 1 6 INTRO DUCCIÓN aplicación a la realidad, a menudo, sin embargo, sin lograr tomar contacto con la realidad de la vida concreta. Esta falta de contacto con la realidad, característica de buena parte de la especulación teológica tradicional, está sugirien do que se ha de arbitrar un nuevo método que podríamos llamar « inductivo». El método teológico inductivo no pone su punto de partida ni en las definiciones dogmáticas ni siquiera en los datos bíblicos, sino en la realidad vivida de una situación concreta y en los problemas que suscita para la reflexión de fe: en suma, el método inductivo parte del contexto. Partir del contexto —ser «contextual»— representa para la teolo gía en general, y para la cristología en particular, un cambio radical. Para la cristología significará principalmente buscar en la historia de Jesús y en el mensaje evangélico una direc ción en la que encontrar una respuesta a los problemas vitales que el mundo presente plantea a los hombres y a la sociedad. La definición anselmiana de la teología como «fe en busca de comprensión» (fides quaerens in te l le c tum ) sigue siendo válida para una teología inductiva, pero su significa do se ha renovado. Ya no se trata de deducir teo leg im ienos de los datos de la fe, sino más bien de vivir la fe dentro del contexto y confrontar la realidad contextual con Jesús y su Evangelio. Allí donde el método deductivo buscaba —en vano— aplicar la doctrina a la realidad, el inductivo proce de en orden inverso, desde la fe vivida en el contexto a la reflexión sobre el contexto a la luz de la fe. El mismo concilio Vaticano II, a través de sus varias sesiones, conoció este cambio de perspectiva. M ientras la constitución dogmática Lumen Gentium, siguiendo el méto do deductivo, asumía como punto de partida los datos de la revelación para después deducir de ellos las conclusiones teológicas, la constitución pastoral Gaudium et Spes, invir- tiendo el proceso, adoptaba un método inductivo. En efec to, su primera mirada se dirigió al mundo presente, escuchó INTRO DUCCIÓN 17 sus problemas con atención y simpatía, descubrió en los deseos y aspiraciones de la gente de nuestro tiempo la acción del Espíritu Santo, encontró en esas aspiraciones «signos de los tiempos» y respondió a los problemasy expectativas del mundo de hoy a la luz del mensaje evangé lico. En el proceso —y no simplemente por casualidad— la Gaudium e t Spes contribuyó a los dos grandes desarrollos cristológicos producidos por el Vaticano II, en los cualesH¿l_ misterio de Cristo se contempla como manifestación del misterio del hombre y de su destino (GS 22) y el mismo ^ Señor es visto como «la meta de la historia humana, el punto focal de los deseos^ de la historia y de la civilización, el centro d é la humanidad, la alegría de todos los corazones y el cumplimiento de todas las aspiraciones» (GS 45). El problema hermenéutico El paso del método deductivo al inductivo plantea, sin embargo, el problema hermenéutico. ¿Se precisa hacer teo logía o cristología partiendo de los «datos» de la fe con la esperanza de alcanzar la realidad del contexto? O, por el contrario, ¿hay que partir de la realidad vivida para encon trar en los datos revelados una dirección hacia la praxis cristiana? Más sucintamente: ¿es correcto el procedimiento que va de los datos al contexto o viceversa? La respuesta a esta cuestión está en lo que se ha dado en llamar «círculo hermenéutico». Consiste en un movi miento circular continuo, primero desde el contexto a los datos revelados y después a la inversa, de los datos al con texto, y así sucesivamente. En cristología esto significa: desde las cuestiones que el contexto plantea a la vida de fe, a la persona y obra de Jesucristo, y viceversa. Surge, sin embargo, una cuestión ulterior. ¿Nos es acce sible el dato de la fe en su forma desnuda, como simple 18 INTRODUCCIÓN verdad objetiva, totalmente pura y sin adulterar? ¿Existe un evangelio que no sea a su vez una interpretación? ¿O debe mos admitir que los datos revelados nos llegan, siempre y necesariamente, como ya interpretados? Toda la cristología del Nuevo Testamento, incluida la del kerigma apostólico, ’í es una hermenéutica de la historia de Jesús nacida de la-Al, ^ # J ¿ experiencia pascual de los discípulos. Tampoco ofrece el testimonio de una sola hermenéutica apostólica de la histo ria de Jesús sino de varias: las diferentes cristologías del Nuevo Testamento representan distintas interpretaciones del acontecimiento a la luz de la Pascua, cada una de ellas condicionada por el contexto particular de una Iglesia a la que se dirigía o por la singular personalidad del autor o del editor del material. Si, pues, como parece el caso, el dato revelado es siem pre una interpretación de fe del acontecimiento, «hacer teología» en contexto significará perseguir el proceso de interpretación del acontecimiento Cristo en la situación de hoy, y que fue iniciado ya en la Iglesia apostólica: la teolo gía en contexto es una «teología herm enéutica» 4. Cada generación cristiana, lo mismo que cada Iglesia local, está obligada, en el espacio y en el tiempo, a entrar en el proce so hermenéutico. El «círculo hermenéutico», como ya hemos señalado, indica el proceso dialéctico que se obtiene en la teología hermenéutica entre un contexto concreto y el dato revela do; en otras palabras, entre el «texto» y el «contexto». Por razones de claridad, sin embargo, parece preferible sustituir la dialéctica de los dos elementos por la mutua acción y reacción de los tres componentes, que son, en concreto, el «texto», el «contexto» y el «intérprete». 1 Cf. C l. GiíFFRK, El cris tian ism o an te e l r ies go d e la in te rp r e ta c ió n , Cristiandad, Madrid 1984. l.,,l \ . , | Q INTRODUCCION < . ^ ¿ -, v. I . .- c c - r 1V La representación gráfica del triángulo sustituirá, pues, a la imagen circular. Pero cada uno de los tres polos en mutua interacción, cada uno de los elementos constitutivos del triángulo, ha de ser considerado en la integridad de su compleja realidad. Aquí por «texto» no se entiende sólo el dato revelado contenido en la Biblia y, especialmente, en el Nuevo Testa mento, sino que abarca también todo lo que se halla bajo el nombre de «memoria cristiana», es decir, la Tradición ob jetiva. Por tanto, llega hasta las diferentes lecturas e inter pretaciones del dato revelado hechas por la tradición ecle- sial, incluidas las formulaciones conciliares oficiales. Por consiguiente, en el «texto» están comprendidas: la Escritu ra, la Tradición y el Magisterio de la Iglesia (en su aspecto objetivo), cuya unión íntima ha explicitado el concilio Vati cano II (cf. DV 10). Respecto al «contexto», los elementos que lo constitu yen serán diferentes según los lugares y los distintos perío dos de la historia. Por otra parte, el contexto necesita tam bién que se le considere, en todo caso, en su compleja realidad, incluidas las condiciones sociopolíticas, culturales y religiosas. En resumen, el contexto comprende toda la realidad cultural circundante. Por lo que respecta al «in térprete», no es él, propiamen te hablando, el teólogo individual, sino la comunidad ecle- sial a la que pertenece el teólogo y a cuyo servicio está; es decir, la Iglesia local, como pueblo creyente que vive su experiencia de fe en comunión diacrònica con la Iglesia apostólica y en comunión sincrónica con todas las Iglesias locales, comunión que preside el obispo de Roma en cari dad. El triángulo hermenéutico consiste en la mutua interac ción entre texto, contexto e intérprete, tal como acabamos de describirlos; esto es, entre la «memoria cristiana», la 2 0 INTRODUCCIÓN «realidad cultural» del entorno y la «Iglesia local». El con texto actúa sobre el intérprete suscitando cuestiones espe cíficas; condiciona la «pre-comprensión» de la fe con que el intérprete lee el texto. El texto, a su vez, actúa sobre el intérprete, cuya lectura le proporcionará una dirección para la praxis cristiana, y así sucesivamente. Como se puede ver, la interacción entre el texto y el contexto, o entre la memo ria y la cultura, tiene lugar precisamente en el intérprete, esto es, en la Iglesia local. Las diversas cristologías A propósito de la complejidad del contexto, hemos ob servado los varios componentes que ha de tener en cuenta una teología que quiera definirse como contextual. Hay que añadir algo con respecto a la diversidad de los contex tos. A esta diversidad contextual, más que a ningún otro factor, se ha de añadir una teología plural. La teología entendida como interpretación contextual no puede ser más que local y diversificada. La razón es que la experiencia cristiana está en todas partes condicionada por el contexto en que se vive, con sus dimensiones sociopolíticas, cultura les y religiosas. Ninguna teología contextual, por tanto, pue de reivindicar una relevancia universal, pero, a la inversa tampoco, ninguna teología que pretenda ser universal es verdaderamente contextual. Significa que ninguna teología particular puede reivindicar su validez para todos los tiem pos y lugares. La teología universal consiste en la comunión de varias teologías locales de la misma manera que la Igle sia universal es la comunión de todas las Iglesias locales. No es necesario discutir largamente la diversidad de contexto en que se han de hacer la teología y la cristología. Limitándonos a las vastas áreas geográficas, es de conoci miento común que el contexto actual del llamado «Primer M undo» es un proceso tecnológico muy difundido junto INTRO DUCCIÓN 21 con el proceso de secularización de él derivado. En este contexto el destinatario de la teología es con mucha frecuen cia el no creyente. Por contraste, el «Tercer M undo» está caracterizado por la pobreza deshumanizante y el subde- sarrollo de grandes masas de gente y la consiguiente nece sidad de una liberación integral. En este contexto, el desti natario de la teología no es el no creyente, sino —en la terminología de la teología de la liberación— la «no persona». Más exactamente, la «no persona» no es simplemente el destinatario, sino el agente mismo de la teología junto con la comunidad creyente en la que se encuentra y con la que se compromete en nombre de una praxis liberadora. A pesar del subdesarrollo común, el contexto para hacer teología presenta también una amplia diferencia entre los diversos continentes del Tercer Mundo, con el consiguiente resultado de acentos también distintos. Mientras el conti nente latinoamericano, constituido por amplias zonas cris tianas, tiene que enfrentarse sobre todo con la liberación integral del hombre, el continente africano, por el contra rio, pone la fuerza de su acento en la dimensión cultural y va, fundamentalmente, en busca de la inculturación o de la «autenticidad africana», como se la ha dado en llamar. El contexto del continente asiático, a su vez, está fuertemente marcado por la coexistencia de minúsculas minorías cristia nas con inmensas mayorías de personas pertenecientes a otras tradiciones religiosas y por la creciente interacción entre las diversas tradiciones. En semejante contexto, una valoración teológica de las demás tradiciones religiosas y de la praxis del diálogo interreligioso se convierten en priori dades tanto teológicas como pastorales. Estas amplias divergencias contextúales —descritas aquí a grandes rasgos— están pidiendo teologías y cristologías diversificadas. El rico Occidente necesita una cristología para el «hombre maduro» en un mundo secularizado. Esta cristología tendrá que ser básicamente «fundam ental», en 2 2 INTRO DUCCIÓN el sentido de que pone las bases para la fe en Jesucristo en la «ciudad secular». Pero es igualmente necesaria una cris- tología de la liberación en los continentes del Tercer M un do, una teología de la inculturación y del pluralismo reli gioso. Esbozo de un proyecto cristológico concreto La presente In trodu cción a la cristología, sin embargo, aspira a ser, en lo posible, aplicable a las distintas situacio nes, y, por tanto, no será posible detenerse directa y espe cíficamente en ningún contexto particular. Esto, que puede ser una pérdida irreparable de cara a la relevancia inmedia ta de una situación concreta, esperamos que pueda compen sar tal pérdida si tenemos en cuenta las principales refe rencias de los diferentes contextos antes descritos. Así, haremos un esfuerzo para encontrar en la praxis liberadora del Jesús histórico el fundamento para una cristología de la liberación. Del mismo modo, se tendrá presente la necesidad de una inculturación de la fe cristológica y será mantenida la apertura de las formulaciones cristológicas tradicionales, buscando las bases para una cristología de la inculturación. Además, el misterio de Jesucristo será considerado en el amplio contexto de la pluralidad de las tradiciones religio sas, mostrando la relación entre las otras tradiciones y el misterio de Jesucristo, cosa que allana el camino a una cristología de las religiones. Pasemos al esbozo del proyecto. El capítulo primero examinará las diversas concepciones de la cristología carac terísticas de los últimos tiempos, con el fin de llegar a una perspectiva adecuada. El balance resultante de las distintas tendencias cristológicas hoy existentes no está motivado por el mero interés académico, sino por el fin de trazar un enfoque coherente, que podríamos llamar después «cristo logía in tegral», y de situarlo en el edificio del proyecto IN TRO D UCCIÓ N 23 cristológico contemporáneo. Este primer capítulo se titula . «Cristologia y cristologías: examen de los planteamientos recientes». El segundo capítulo se pregunta cuál ha de ser el punto de partida de la cristologia. No basta con responder que el Nuevo Testamento, como norma normans, es también el punto de partida. Surge aquí la cuestión del origen del Nuevo Testamento, de la historia de su comprensión y de su relación con la persona histórica de Jesús de Nazaret. ¿Es, entonces, Jesús mismo el punto de partida de la cris tologia? ¿O ha de buscarse más bien en la experiencia pascual de los discípulos? La interpretación de Jesús por parte de la fe después de la resurrección ¿sirve de funda mento adecuado para el proyecto cristológico completo? Y si no es así, ¿se puede demostrar que la fe cristológica de la Iglesia apostólica se basa en el Jesús de la historia y que entre él y la Iglesia apostólica no hay solución de continui dad? Tales preguntas serán afrontadas bajo el título «Jesús en el origen de la cristologia: del Jesús pre-pascual al Cristo pascual». Basada en el Jesús de la historia, aunque se inicia con la experiencia pascual de los discípulos, la cristologia de la Iglesia apostólica está sujeta a un crecimiento y desarrollo orgánicos. El capítulo tercero, con el título «E l desarrollo de la cristologia del Nuevo Testamento: del Cristo resucita do al Hijo encarnado», sigue el mismo camino. Ello demues tra la continuidad que existe entre la cristologia funcional del primer kerigma de la Iglesia apostólica y la ontològica de la reflexión cristológica de los sucesivos escritos del Nuevo Testamento. La pluralidad de las cristologías neotes- tamentarias, con todo, no puede reducirse a una diversidad amorfa, ya que entre los diversos estadios de la reflexión cristológica neotestamentaria existe un proceso orgánico de desarrollo y una sustancial unidad de contenidos. 24 INTRO DUCCIÓN En los últimos años se ha discutido mucho sobre el valor del dogma en general, y del dogma crístológico en particular. Se ha acusado a la definición de Calcedonia de ser abstracta, ahistórica y dualística, de representar una «helenización», incluso una «corrupción» y «alienación» del Jesús de la historia. Cabe preguntarse sí el dogma cris- tológico constituye un desarrollo legítimo, en continuidad con el Nuevo Testamento. ¿Qué valor ha de atribuírsele? ¿Hay lugar para otras enunciaciones de la fe cristológica? El cuarto capítulo, con el título «Desarrollo histórico y actualidad del dogma cristológico», trata de responder a estos interrogantes. En concreto, demuestra qué clase de lógica va inherente a la elaboración del dogma cristológico. Entre los problemas cristológicos más discutidos en los últimos decenios están los relativos a la psicología humana de Jesús. ¿Qué conciencia tenía de su identidad personal de Hijo de Dios? ¿Qué papel han jugado su conciencia y voluntad humanas? ¿Tenía Jesús una libertad humana au téntica? ¿Estuvo sujeto a la ley común del desarrollo huma no? ¿Tuvo que descubrir día a día cómo responder a su propia vocación mesiánica? En una palabra, ¿qué funciones ha desempeñado la psicología humana del Hijo de Dios encarnado en la kenosis durante su vida terrena antes de su transformación en la gloria? El capítulo quinto, titulado «Problemas de la psicología humana de Jesús», está dedi cado a estas preguntas. La pregunta que se hace en el capítulo sexto ha centra do durante muchos siglos la atención de los estudiosos de la cristología, si bien se nos escapa todavía hoy una respues ta adecuada: ¿Por qué Jesucristo? Cur Deus h om o? En todo caso, el contexto en que se hace la pregunta lo exten deremos aquí a la realidad presente del pluralismo religio so. ¿Era necesario Jesucristo para la salvación de la huma nidad? Si no, ¿por qué Dios optó por comunicarse a sí mismo y salvar de una manera aparentemente discriminato- IN TRO D UCCIÓ N 25 ria? ¿Y qué decir de la singularidad de Jesucristo, Salvador universal, en un contexto donde una mayoría de personas cada vez más creciente —más de cuatro billones hoy— no ha oído su mensaje? Este último capítulo se titula «Jesucris to, el Salvador universal». Esperamos que al término de nuestra indagación que den descubiertos algunos de los aspectos del misterio de Jesucristo,en cuyo tratamiento no siempre se ha hecho justicia. La conclusión resumirá los rasgos principales que sirven para distinguir una «cristologia integral». Semejante cristologia abarcaría, en tensióft fecunda, aspectos comple mentarios del misterio, como por ejemplo la soteriologia y la cristologia, o la cristologia funcional y la ontològica. Esta cristologia, además, querría señalar incluso un retorno a la historia humana de Jesús, descuidada a veces por el peso ejercido por la especulación cristológica. Mostraría, final mente, que el acontecimiento de Jesucristo es al mismo tiempo la historia del Dios Trino, Padre, Hijo y Espíritu Santo, y que el misterio de la Trinidad está inmanentemen te presente en el del hombre Jesús. La reflexión, en conse cuencia, puede ascender válidamente desde Jesús, el Cris to, al Dios revelado en él: de la cristo-logia a la teo-logía. Cristo logia y cris ío log ías : examen de los planteamientos recientes I No ha habido nunca, ni s iquiera i*n el Nuevo T es tam en to, una udk'.i crislolo^ía, Nuestro t iempo ha sido test igo de una variedad de acercamientos cristológicos de los que el presente capítu lo trata de dar una visión general . Su propó sito es va lorar los méritos y los límites de las diversas pos i ciones. etimológicas con el fin¡. por un lado, de sacar p rove cho de ios frutos resultantes de las mismas y, por otro, de poner remedio a sus límites buscando d a r paso a una pers pectiva cristológica más completa. Con este fin por de lante , nuestro examen no intenta ser exhaustivo Q uedaran excluidas de nuestra consideración algunas perspectivas cristológícas que, aunque importantes no hace mucho tiempo, hoy, sin embargo, no resultan r e le vantes. Tales son, por ejemplo: la L e b c n - f c a u - F o n c h w t g S c h u l e , ya superada, o la Rí'l r&OKSgcscbtcbll irhe S c b u l e , cuyo plan- ’ En iy¿{4 la Pontificia Comisión HiKlica pnliSiró un inporrantr volumen con t] TÍTuIn lUkie et ChrnOjío^it (Ccrí. Pana 19S4). E l vcJumsrn tonuene nn cv^n^L'ií de ]cxs métodos u¿ado$ hoy en Cfis?úk>gj«u $c¿üící> de un m turros aLcrcA de] tesiimor.io global de U Sagraba l\*criri;ra *obre fe^us. L l c*¿imcn coinude en pane cor> of prepuesto aquí. Una traducción con nn comen tario oslas dos pactes del volumen hx sido publicada 7>r>r ). A. K, S.ftpfurc and Chrirtoí't?y. A 5tate*i&•:* ' ; ( ¡be t i;¡u r ,h \ tfh </ Cotxmtntdry, Pauji^t Press. fs'urva Yoi k/Nlnhu^m 19S(i. ? . K ; > l ' I S I U M » , í , \ Y C R l S T O L C G l A N : l . X . N M I . N U F I . 1 ) S l ' l A N i I A M J I tea in icnto tic la religión comparada está igualmente supera* iM Por otro lado, prestatemos ni a yo t atención de la que se acostumbra a Jas perspectivas cnsto lógicas del Tercer M u n do. fin consecuencia , el p lanteamiento cristológieo, h ígado en el d iá logo con las demás re l ig iones, no se Imñmrá. como a menudo sucede todavía hoy, al diálogo cristiano-judio, sino one se extenderá a otras tradiciones religiosas. Se in clu irá además la «cr isto logía de la l iberac ión» , acercam ien to que se na difundido ráp idam ente en fos continentes del Tercer M undo como respuesta ¡3 las condiciones socio-eco nómicas deslunnunizantcs de una gran parte de las pob la ciones, así como la «cr is ío log ía d e la incu lturac ión» . una perspectiva que emerge del encuentro del misterio de C r is to con bis varias culturas en las que está todavía proíunda- m cn ie enraizado. Ya hicimos mención, al discutir de l método, del p lan tea miento dogmático tradicional para hacer cristoUigsa. Demos- 1 ramos que presenta peligros, entre los que subrayamos de manera especial el uso dogm áticam ente inspirado y acrítieo tic la Sagrada Escritura, y la tendencia concomitante de a b so lu m a r las formulaciones dogmáticas. No necesitarnos repc-Mr aqu í lo ya dicho. Sin embargo, pueden señalarse lodavía semejantes peligros inherentes a los tratados cristo- lógicos sistemáticos, que, usando la Biblia de manera más crí l ica , pecan no menos por exceso al intentar dar paso a una síntesis comprensiva de los datos cristológicos. Al ha cerlo asi, se poslula una perfecta continuidad entre el Jesús histórico y el Cristo de la íc . hasta el p u m o de ensombrecer la real d iscontinuidad entre ellos. Se t iende así a pasar por ai*o mva doble distancia : la primera, entre el Jesús pre-pas- cual y el O í s lo post-pascual; la segunda , entre Jesucr is io y Dios, su P ad ie A estas dos hay que añadir una tercera d istancia que queda igualmente d ism inu ida por tendencias s is temáticas no fundamentadas , como por e jemplo Ja que exis le entre la esperanza mesiámea de l Antiguo Testamento i. c i u v j o i o c u a v c i a s i n i . r x ; i * s : k x a m v n n i: j .c is ] 'L \ N 'J> m i u n ic is 2^ y su cumplimiento en Tcsucrisio según el Nuevo. Aquí se t ieude a suponer una cont inu idad perfecta, como si las profecías mcsiánicas presentaran una descripción c ircuns tancial del M es ías que la vida de Jesús parecería real izar al pie de la letra. Postular esto es imponer a priori un signifi cado cristiano a textos cuya referencia inmediata es la ant i gua alianza, proceso por el que queda oscurecida la entera novedad d d «■cumplimiento» en Jesucris to de la esperanza mesiámea. La síntesis completa pone en evidencia un in te rés exagerado por la armonía entre ambos Testamentos, en pr imer lugar, y después , en eí Nuevo, entre el Jesús de ia historia y el Cristo de la le, En ambos easus, corno si: verá enseguida , la rea l idad es de hecho más compleja. Los métodos erk io lóg icos aqu í estudiados son de dos categorías: unos se refieren a la cristología bíblica; otros hacen referencia a las perspectivas teológicas. Después de discutirlos, sacaremos a lgunas conclusiones sobre el m é to do que hemos de seguir en es ic libro. M é t o d o s b í b l i c o s y t e o i .ó c t c o s Dlí LA C RLSTO Í.O CIA 1. Perspectivas bíblicas a ) M é f o d n h v i t ó r k o - c r í t i c o Iil t ítulo a lude al uso que la exéres is moderna hace del método «-l iistórico-crí iico» a fin de sacar de los evangelios cuanto se puede afirmar crít icamente sobre J e sús, l is bien conocido el esceptic ismo extremo de<B.,BuUmanTfr sobre la posibil idad de afirmar algo con certeza a propósito del J e sús histórico. l iscribe: 3 0 I (. jUNJOl OOIA Y < 'KlSTOKXíÍAS: KXAMK.V I U* LOS PIAN JTiAiMlKNTON « M i o p i n u V i , s i n d u d a a l ^ u n u , o i | u c n o p x u l e m o s s a b e r d e 1« v r d a y d e p i: r s i v i a l i d a d d e J e s ú s p o i q u e t a s f u r n u ^ r r i s-ci a - i ' a s n o c s l u \ l e r o n i n i < * r r s . a c i í i s ; a \ r p s . p c c c o , a n o s e r d e u n m o d u r n u v ] i d g m e M > » i H > y u o s i n c i c r t a p r o p c T ^ i ó n u l a L l e u d a , y u d c rvLÍs p o r q u e n o o í ^ l e n o i r á s í u i : i t i i : s s u b t e J u s ú s » ’ . Igualmente conocido es el hecho J e que Kjs sucesores de Buhmam'i, aun manten iéndose fieles al mismo ^ método, han l legado h conclusiones diferentes. £ ^ K á s e m a n n ; por e jemplo, ha demostrado que en la tradic ión sinóptica ex is ten e lementos que el historiador ha de reconocer como auténticos: « A l jUiHgen de ln oscuridad de la Im corja de Icsús (H;y/vrii'), surgen cirrros; rasrjo«. i/aracicrÍF.cjcos de tu prc di c u c h í 11 i>l>seivabSc5 t con ivl.itjvrí precisión, ;/... qui: i:l trisiiíijjjsn jo prim itivo lia unido a ^ su pnrpio L .i (.UCitlon del fesñ* histórico es. con toda legitim idad. Ja cuestión r)<* )» m nirun idad del Evangelio tu Ja ! disi-nntínmdíid del tiempo v en la variacióndtrl luiri^nia» '. J os pns i-bn lmanianos han recuperado, por E a n to , la c o n fianza en lo^r.u extraer J e la Tradición evangél ica al j e sú s d e la historia y cíe establecer, a pesar d e la discontinuidad, una cont inu idad real cn lre el y el ker igma primitivo. La i n s t r u c c i ó n San c ta W a t e r ¡SccÍcmü (1964) de la Pontificia Comisión Bíblica ba r e c o n o c id o la va l idez de un prudente y equ i l ib rado mé?odo históricu-cri irco L. D i s t i n g u e t r e s e ta pas en la formación de los evangelios, incorporadas después e n la c o n s t i t u c i ó n sobre la Divina Revelación del concilio Vaticano II (DV 1^): el J e sú s de la historia* la tradición oral y, en parte, escr itos que han circulado en las Iglesias d e s p u é s d e la resurrección de Jesús, y el trabajo redaccicmai de los escritores sinópticos. A través del uso de un triple R b n . J M W N l r s i 4 s , M o h r . 1 u h i n ^ d 1 1 . f' K m t m a w -<M prr>hl< n*:¡i <\t I k í s t o r k o * . c h J ü . , fAV(¡í' irik whca 19“ S. C j E>u h i r : J a t \ V ^ / j V . í í l . I f t iS ív ]. CKiS KH CXiJA Y CRIPTO'/.K.IAS: ¡ XAMKX T>K l.ON r l.AN TI ..ìMfh N ; < 3 1 método — respect ivamente , l ' o n n ^ cx ch t c b l e , Trúdti ion^c^- c b w h l ? y R eddk lumgt 'w .o i ih i t : —, la exéres is ernie« es <.;ipa/ d e extraer e l Jesús» de la historia de la actual forma esenta d e los evangelios. Es posible recuperar , si no ¿ ¡rec tam ente su «conciencia personal» , como se hace notar con trecucii- cía> sí, al menos, sus modos y act itudes , por ejemplo, sa HjimMcrio de curaciones y milagros, junto con los rasgos principales de su personal idad, como son ln manera de hablar efe sí mismo, la concepción de su misión v la com- prensión que de él tuvieron sus discípulos. Por eso, la c r is tologia «-explícita» del kerìgjrm post-pascual puede basarse de nuevo en la « im p l íc i ta » de Je sú s mismo. Aunque se dé una díscontinuidad entre uii;j v olra. se puede esfablecvr, no obstante, una continuidad entre ambas. l i e hahlado de un uso «p ru d en te y equ i l ib rado» del método de exégesis histórico-crítico. Esio exige que no se le considere comn exclusivo o separado de la tradic ión ede- sial y de la autoridad magister ial de la ig lesia , tal como queda c laramente establecido en la constitución sobro la Divina Revelación del concilio Val icano LI (DV 10b I,a aplicación del método exegético bÍMÓnco-crriico a is lada de la tradición de la Iglesia comportar ía el riesgo de un reduc cíonismo cristológico que se a le jaría de la fe de la iglesia. Semejante i-educcíonistno puede consist ir en la adopción exclusiva de una cristologia « fun c io n a l» que in tenc ionada mente calla sobre la «ontologia '» de Jesucr is to , o sea, sobre su personal identidad de Hijo de Dios. F mo í iuodc suceder g r ad as a una elección sdec i iva del materia l , como cuando, por ejemplo, no se tiene en cuenta el evangel io de Juan , porque —así se subrava al menos — , aun ofreciendo una profunda meditación psicológica y ontològica sobre la per sona de Jesucristo , no es ítublc h istóricamente o por la autent ic idad de tos dichos atr ibuidos a Jesús . C o m v d ie n d a que el cuarto evangelio exige criter ios crúicos e specu les , semejante reduccíomsmo dejar ía inevitab lemente ao a bre- j 2 I. CFJSTOLÜGIA v CKISTOI.IK'UAS. EXAMEN l>K J.OS Pr.AN7TA.V1]LNTOS clia insuperable entre Tcsús de ia historia y el Cristo de la fe: Id d iscontinuidad es tal que no deja espacio para 5a continuidad. b ) M é t o d o ex i s t e r i c i a l Hemos observado anter iormente la influencia ejercida por K. Bu l imann a propósito del uso en la exégesis del método histórieo-cntico. l i e m o s constatado también que los seguidores de Bu l lm ann se han a lejado de su extremo esceptic ismo en lo que respecta a la posibil idad de estab le cer l,i cristolügía del ker igma de la Iglesia primitiva sobre un fundamento sólido, esto es, en e l J e sú s Histórico. Para el roisrnoCEultmanltTy s i f t no era ni posible ni necesario. Según su interpretación existencia ! , lo que interesa no es lo que Jesús habría podido pensar o decir . Lo importante, más bien, es el hecho de que tras la pa labra que llega a nosotros en el kerigma se nos reta a una decis ión de fe, I-¡* invitación de Dios al hombre en el K'.rignia y la respuesta existcncia l del hombre en ia decis ión de fe const ituyen el verdadero acontecimiento de ja revelación. S i esto, después» está fun dado o no sobre el J e sú s histórico, es uj>w cuestión, en ú l l imo análisis, carente d e s ignificado. Por lo que respecta a las formulaciones ensto lógieas neotestamentarias j han sido acuñadas en el lenguaje «m ito ló g ico » de la época y, pur tanto, han de ser «d e sm i io lo g iz ad as » dándoles una « in te r pretación ex is tenc ia !» . Escribe Rultmann: «S in duda ¡tSÚS, Cüttiií simple hombre, apareció COT1V.' u :í p rotcia y maestro. N o expuso ninguna doctrina locante á si: persona, pero afirmó como dato decisivo el de su actividad. F.n cuanto a >us ideas, su tioc’ iiiiu no es n u m . Desde esiu punto de n t:s puto judaismo, poro profeti^rr.o... Q u e tuviera c nn la coiicicncia Ht- s-r el M esías no cam bia nada... F s fiemo que ?u llamamiento a ia decisión im p lita una cristoIoHia; pero no es m u I C R IST O L O G IA Y CH JV l'O l-O O IAS; E X A M E N D E L O S P L A N T E A M IE N T O S 3 3 crisiologú» conccpruul enleudklú coim i espec.-uhn.ion m eia íiiiic j %c> } i r x ? u n s e t i v k í S l i í i ) o c n n l O i i j i * i m a g e n d e « u p e r m i n . i < ] u c * t i e n e * una posible conciencia mesiánica. t s una criu o lo s ía que es p ro el ü moción. invitación a Ja conversión» \ No es necesario extendernos in o ra sobre las influencias y presupuestos en los que se basa d acercamiento «cx is ien- o a ! » bu ltmaniat io *1 Nuevo Testamento y a la cristología. l in tre otros, están los s iguientes: un part icular concepto luterano de la fe en tend ida como fideísmo, lo filosofía exis- lenc ia l de H e id egge r y un prejuic io racionalista que 1c hace negar a priori la posibil idad de intervenciones divinas m i la grosas. Más impórtame para nuestro propósito es valorar los r iesgos para la cris lo logia inherentes en la postura de' Bultmann. Para BiiJlrnarií), el J e sú s hislórico, su m e n s a j e y su a c t i v idad no pueden ser re ivindicados como la fuente de la crisLología de l ker igma de la Iglesia. No se puede establecer ni encontrar continuidad a lguna en i re la proclamación kc- rigmátiea d e Cristo y el J e sú s histórico. Además, el lenguaje s imbólico, usado por el ker igma neotestamentar io para ex presar la fe cristológtca, queda reducido a lenguaje mítico y, en consecuencia , no dice verdad objetiva a lguna sobre la persona y la obra d e Jesucristo , sino que sirve soUmi-tue como provocación para la decis ión de fe. En este proceso, la cristolog/a queda reduc ida a la antropología: ya no existe el problema de at irmar el s ignificado de la persona y del acontec im iento de Jesucr is to para la salvación de la h u m a nidad, sino el de la decis ión personal de fe del creyente e¿i su re lación con Dios. En últ imo análisis , el Cristo de la cristoíogía de Buícmatm no tiene su fundamento real en el C t . R . f i i - L i m a n n . C t V í í í j / w é V i ' r r t r h c t ! , v o l , ] , M o h r . T u b í n u * 1 9 * 5 , 2H 5 - 2 6 7 . r s p t v i M í n e n t e 2 6 5 - 6 6 ( J . (wiubj^Kj R . J o t « r í ) / o y v t r tfAo$fúx A nd . BiUúJob¿i 1970. 3 4 i r. p is m i o m a v < K isroLC K ’ tAS: t.xAS'i.Nu t lon . ' J a n t ^a m i e n t o s Je sú s de la historia : perteneciendo so lamente al kerigma, queda reducido a un nulo s ia consistencia histórica. c ) M e t o d o c m i o í ú g i c o a t r a v é s d e l o s t i tu lo* Algunas cristologia* neotestamentarías se basan en los' t ítulos apl icados a Je sús . F.ntre otro^iunO!?* de es las cris i o lo g a s , podemos mencionar u Jim a n n , K b lu h n , 'V. T a y jo rV ^ . SaEouTífr 'V i o s títulos erislofógico* usados en el Nuevo Testamento se incluyen ctemro de diferentes e a t e g o rías. Alguno* i ¿lulos son mesíánicos, como «e l C r is io » (>na- s iah, « e l U n c ido » ) , «e ] S i c r v v de Yahveh» ( h 42-33), el «1-lijo del hom bre» (Dn 7). Los oi.ros s o n (/tulas func io nales, e n referencia y] pape] salvifico de Je sú s hacia la h u manidad. F.htre ellos se pueden m encionar los siguientes: Profeta, Sa lvador y Señor. Om>s títulos pueden referirse todavía a la identidad personal de Jesús y, por lan ío , se Se* califica de omològico* l i n u e éstos están: «P a lab ra d e D ios» e «H i jo de Dius» . Con iodo, no se puede asumir de amo- mano el signif icado ontològico de los títulos. T.a razón es que la perspectiva completa de la c r i o l o g i a ncoiestamen- tana es, ante iodo, fundamenta l y no ontològica. Si b ien es verdad que el d inamismo de la fe provoca la elevación al nivel ontològico, es también verdad que. dondequ iera que esto sucede, se ha de demostrar v no puede darse por supuesto. Por lo que respecta a la importancia de los títulos cm - lológicos. se r c c j i c r e una part icu lar atención, dado que es preciso dist inguir diferentes niveles do significado. Para dar t ) . C ^ ’ i L V j \ ; ^ , i b e o * th< S t u I J Jrvs ¿ . L o i . J r c N 1 4 6 3 J •* K a : i n . T h r t t i l e s v i ¡ s e o ; i>i C ' r r i 7 h t ' : r ¡ i ¿ s i e n ¿*: F jr ! ) ( K>:stufffí/\, l.im frao rib P:c$s. Lcudu* Y. T a y lo r : ! he ¿V/íwo \<i M ; * « . m i l l ¿ n . L o j i J i c s 1 9 * 5 - 1 , ! . . S a j ^ . i C K I N . l . t ' > : o v t i c V l e s h h ' s * < : r ^ t > c v . l c e J e H i o j u r r , B r u j a * 1 9 6 3 J. I : lUS'J () I .< X • i A Y <; KJ STOLOC IAS: ] :.XAM I .V DI'! I Á >S I >r A N I I-.'' M11 M 1 3 5 uti soJo ejemplo, e l título «H i jo de D ios» tiene un arnpíio significado en el Anticuo Testamento , donde se usa para indicar en general al pueblo e leg ido de Dios y en particular al rey davídico como representante de Dios entre su pueblo ü incluso todo hombre justo en Israel. Allí donde se aplica a Jesús en el Nuevo Testam ento . e( s ignificado es bás ica mente funcional, en cont inu idad con el s ignificado original del Antiguo Testamento. Por eso es necesar io demostrar dónde adqu iere un s i^ n i ik ado oncológico. La importancia de los li tulos cristológicos en la cristolo- gia neotestamcntar ia no puede subest imarse , pero tampoco exagerarse. L’na eristología de los títulos no puede ser e x haustiva por sí misma. S i tenemos en cuenta , además, las d if icu ltades crít icas y metodológicas que- acompañan su uso en el Nuevo Testamento, estará bien no cargar soore ellos más ccrleüü de la que son capaces de soportar. Algunas de las preguntas críticas que suscitan son las siguientes: Tal o cual t ítulo, i£uc usado por Je sú s mismo o se lo aplicaron oíros? Y si fueron otros, ¿eran oyentes en vida de Jesús o la Iglesia apostólica después de Su resurrecc ión '1 cSe usó. a d e más, el t ítulo con su significado original o recibió —y si es así, cómo y dó t id e— un «s ign if icado sobreañadido».^ c!Se ha de en tender como «exc lu s iv am en te» funcional o se e l e va - y d ó n d e — al nivel «onco lóg ico» de la personal ident i dad de Je sú s y de su relación con Dios? Las discusiones recientes sobre la expresión «H i jo de í hom bre» ' evidenciar, ampliamenuj la caute la con ía q u e se lian de. U;iU<r los títulos cnstológicoFi. fncompleta en sí misma, una cnsto logia de los títulos t iene un límite añadido inherente: el de dec ir poco sobre la his ioria hum ana concreta de Je sús , y, por tanto, corre el i J . , p o r q t m p l o . M . L a . ' í L Y , T h e ¿ t í d / « v O ' . ' v ¿C i>{ /, SPt-K. 1^79; tf. tarr^icn fV Li\j-* K\ o* SPC.K. Londres I 3 6 1 rkJM 'O f I » ' Í A Y CRI570LOOM.V hXAMFN ) f J.o.s h_^TI''V'OÍK>TOS peligro de seguir hiendo abstracta. Más importante, sin em bargo, es indicar que el p lanteamiento bíblico de los títulos a la cristologia neo iestamentar ia , al igual que los títulos mencionados arr iba, suscita también e l problema de la con- l innidad y d iscontinuidad entre e l Jesús de la historia y el Cristo de la te. C la ram ente , es éste uno de los problemas más impórtame* que debe ocupar cualquier tratamiento bíblico de cristologia que qu iera ser crítica. Jesús mismo se lia de ver en el origen de la fe cristológica del Nuevo Testamento. Pero, ¿cómo demostrar que lo está? 2 , Perspectivas teológicas a ) M é t o d o c r í t i c o - d o g m á t i c o H ablando al pr inc ip io del m étodo y acerea jn íento d o g matice.) de la cristoJogía, señalamos el peligro inherente al mismo de absolutizar el valor de las iormulaciones dogm á ticas: la definic ión cristológiea de C a lcedon ia se considera como la única posib le para enunciar el misterio de Jesucr is to, y pretende ser vá l ida para iodo t iempo y lugar. F.l meto do «cr i t ico-dogm ático» es una reacción a este dogmatismo cristológico. F.i nuevo acercamiento se basa en la com pren sión de que las enunciac iones dogmáticas están, por nece s idad, cond ic ionadas por e! t iempo y por el espacio del ambiente cultural en el que fueron concebidas. Son y siguen siendo válidas, sin duda, dentro de los parámetros de a q u e lla cultura y, en su contexto histórico, eran a m enudo nece sarias. Además, lo rm an todavía hoy parte do la memoria de la iglesia . Su intención profunda era asimismo afirmar el s ignificado del mister io a través de la mediación de lus conceptos capaces d e comunicarlo, aunque inadecuadam en te, si bien el s ignif icado mismo sobrepasa s iempre los con ceptos qui' hacen de mediadores . F.s este signif icado pro- í CIOSTOUKiÍA >' CiíIS tOU.HiÍAS: ÜX/.MEN DE LOS l’r.ANTl'AMIl N I ( I1' 3 7 fuhdo, no las formulaciones mismas, lo cjue hay que preser var a !o jareo de los siglos. La cu ltura está abierta, «jíu embargo, a la evolución, y e l s ignificado de los conceptos puede cambiar. Ln situaciones de evolución cultural — v, todavía más, en s ituaciones en que e l mensaje crist iano se ha cíe encarnar cu culturas dist intas a aquel la en que or ig i na lm ente fue « cu ñ ad o — la f idelidad al intento profundo y al s ignif icado de las formulaciones tradic ionales , com pren didas las dogmáticas, pueden exigir que se arbitren nuevas expresiones que traduzcan el mismo signif icado. El p lu ra lismo dogmático aparece, pues, corno una posib i l idad real, si bien es necesario un prudente discernimiento. No se puede (ampoco acusar a esta reivindicación de relativismo dogmático , ya q u e indicar como relativo y no absoluto el valor de una formulación dogmática m, equivale a relahvi- y-nt La verdad y a negar toda objet iv idad. La relat ividad de las formulaciones dogmáticas no s iem pre ha s ido ab iertamente reconocida por La autor idad m a gisterial d e la Iglesia. Basta con recordar la condenación de P ío XII deJ «re la t iv ismo dogm ático» con la aparente re iv in dicación del valor absoluto de las iormulacior.es dogmáticas de la Iglesia en la encíclica H um ara G e n e r a (1950 ) H y, en t iempos m ás réden les , ía encícl ica tAysíerwrt?F id e t (196? ) de Pablo VI, en la que el papa def iende el valor permanen* le, inmutab le y universal de las formulaciones dogmácicas acuñadas en conceptos der ivados de la experiencia humana universal y, por tanfo, fio su jetas al cambio cu ita ra ! \ Sin embargo, en su discurso inaugural de la primera cesión del concilio Vat icano II (1962), el papa J u a n XXlLI hizu a este respecto una declaración importante que merece nuestra atención. Dice el papa: * A A S 4 2 ' 1 9 5 ' ? ; 5 6 1 5 7 8 . , \ A S 5 / i. l 9 í ? X 7 5 } - í ? h ; j \f:¿ h i r i t l v . ' » II. :i 4 1 4 p 4 4 1 * 8 I i iíi'-Tüum,i.\ <'R]S to].<ir.iAS: n i ; lCi^ 1'I.aN I5:AMU .v'T<is « U k j co'-a c*, en «ífccro, cj íicpósitt> njjsmo de la K\ es d i:a r, Us \ c 'r Jjd ?s cnmi'uideis. en nuesua Hocirina, y o t r a es lu lom ia en que cstiín <Tuni.iiidiJs. peru iHiTnrmjcntlv el se/nulo > «I misnio s.gnifu ado» ". l i s te importante texto, cjue reconoce implíc itamente ):i pos ib i l idad tic una p lu ra l idad de formulaciones d o gm át i cas , íue sustanc ia lm ente reasum ido y hccbo propio por el conc i l io V ancano 11. T.a const i tuc ión Q a u d i u m e t S p e s d e clara: «porque uiw m sa es el depósito injErno de )a te, o sus verdades. y otrn cosa crs c) modo íorm ularlns, icíMi&crvuuiio misino sw.núdo y d sigr.iíiLrtdo» 62; c f O S 42 y U R 4,í>) A c>ca debe añadirse la dec larac ión M y^ 'cn 'vm i ' iccfowe U 9 7 3 ) de la Congregación para la Doctrina de la IH'e :|. Usta declaración dist ingue el s ignificado de jas fcormulaciones dogmáticas . que permanece estable, de (as formulaciones mismas, las cuales , e s lando su jetas a condic ionamientos históricos, son susceptib les de enunc iac iones más profundas o, cvc-ntuaímcnLe. de una nueva expresión. Til acercamiento «cr i t ico -dogm át ico» a la cfisiología se » basa en el reconocimiento de la posibil idad de] pluralismo 1 dogmático así como en la neces idad eventual, en siluacio- A/>S 54 ( ?9(2 ) 792: UnrhiriüwK Vt*!i£anumt I. J). 55 1451 P.ste ilxk: ^ I j c í j i Í e s u n ¿ v e r s i ó n a r 7 7 p j i ; t d ¿ t W ( r \ * t ( í p u b j K * J o C f t « L X ) s s c : % ^ t o r v KmiVcmo*. 12 <<(uhrir 1462. p. *, v rll «La Caúu i ^ ¿ i ^ 2^> 2)4, cik;) u«-J<jrru>o í>‘ * L j)íi coya es U «ottarj:j«i de jsi anticua Jo rrr::u o* I iivi'níitu'H n¿f t , ; onac^ h tor:nui,inór. con Li iiu* t*s preseivatla*. A. NVI1:>r:i r>* JejDus!' .ido que e>le icvto eOlTcr^uii^c ¿i] <tu!^í ¿ío cíen lo por fuan MXHI para SU disey.-o \ j* A. \ jL L 1 íV%1. ♦'S.tid^í <*ntiea dc\Y¿’lo tii¿;.OTu- di a p leura Jc l V a r a n o 1! M V^r E l í h '\¡¿r ¿ i fnuvimni X X lU w , en G. Ali^.^k-o '^1 «1 P^uV ¿•fotfitJ, PaiuLiij, BlCsOy l^RA. ¿69. M AAS 6’j * i<?T >1 3^6 103: ¡i.'trbsnj}-)?: Vs:¿, a> :w. IV . pp. 16/^ lí>?5. nry í C W S T O L O G ÍA Y c lu s r o r .O C i f A S : E X A M E N i j k i . o s f>|.AN J 'K a M IF N 1 < »- 3 9 nes de cambio cultural , de recurrir a nuevas formulaciones a fin de preservar ina lterado el significado. Un estudioso oonn-mpuráneo de la cíistologút plantea eí problema en (os siguientes términos: «rjyuL* irxi^rc una tjíldj<tad reaJiuciJU* c r e a t i v a d n u c s t r t I r c-n Jpític rí5to? i* CÍO ruó ¡»c puede profesar hoy día t-sla k mu >ólo sin mutilarla o deformada, >¡m<i lambién sím envolverla en modelos J r pem«¡imiento que ya no expresan k» que en un putn-ijiiu w prcícn- día con eJIo.^.* IJ. No os éste e l íuya t d e entrar a discutir los trienios o K deméritos d e ensayos concretos Keo.kos en esta dirección, sino tan sólo de ofrecer a lgunas observaciones críticas. La primera es que el interés dominante que sugieren uiles propuestas cris iológicas se refiere a la « in cu l tu rac ión» de la /e en Jesucr is to en un contexto de evolución cultural o de un encuentro con otras culturas . Tal interés no sólo es bien recib ido sino incluso necesario. Además, en el vas;o campo de ja encam ac ión del crist ianismo en Jas diversas cuitaras , la íneuJturadón doctrinal es, sin duda alguna, e i aspecto más problemático . Comporta , en efecto, problemas herttie* néuticos de l icados en torno a In posible modalidad de « ¿ i^ i s eu l tu r ac ió n » . I.a conciencia de tales problemas nece sita Lamo la práctica de la inculturación doctrinal como la valoración de sus resultados. Una secunda observación t iene relevancia d irecta para el propósito de nuestro estudio. Se podrá advert ir que el reto fundamenta l hecho a Ja c r o n o l o g í a es lmü rnás agarrarse fuerte tanto a continuidad como a la d iscont i nu idad en la profesión de la fe cm io lóg ica : la continuidad en la ident idad deJ significado v Ja discontinuidad en la mediac ión d e los conceptos.. L'na vez más apai eco claro que í*. .Sr.tiCK it-TM'.tM,, {■>: ¿ r k:rr>,^/ei, Hcrdtrr, H^r.'irlcr.i 197/ 4 0 1 < Y CHIS'S'ULWÍAS. EXAMEN [«• J .o s l’LAN'i'KAMJJiNTOS. !a cont inuidad-discontinuidad dialéctica es un aspecto im portante del d iscurso cristológico. b ) M é t o d o b u i ú r i c o - s a l v í f i c o Ksie enfoque consiste en s i tuar el acontecimiento J e su cristo en el conjunto de la «eco n o m ía» d e las relaciones de Dios con la hum an idad a. lo largo de la h i s to r ia com is ien les en su auto-revelación v en el don de sí. J .s h is lona de Jar salvación tiene la misma extensión que la de) m undo: evo luciona desde lu p r o i o l o g í n d e h creación a b csciitologia parusiaca del fin de los l iempos, Se d iferencia, no obstante, de la historia profana, ya que su objeto formal es el diálogo de salvación in ic iado por "Dios con )a hum an idad y conti nuado a lo largo de toda la historia del mundo. Eí acerca miento histórico-salvíf ico a h crístoíogía muestra el puesto central que el acontecimiento Jesucris to ocupa en el desarro llo lineal de la historia de la salvación. S egún O. Cullmami eí acontecimiento C r i s e o — desde Ja encarnación del Hijo cié Dio* hasta el mister io pascual de su muerte y resurrec c ión— no es sólo el centro real de la historia , es también el principio d inámico de la intel ig ibi l idad del proceso históri co completo. Lo que p recede se orienta hacia él como «preparac ión evangé l ica» ; lo que sigue después pertenece al desarrollo de Us potencia l idades de l acontecimiento en el « t iem po c e la Ig les ia» . No obs lam e la centra l idad del acontecimiento Cristo, sigue habiendo una tensión en la Historia de la salvación, test imoniada en el Nuevo Testamento , entre el « y a » y e) «todav ía no» , entre (o que y a se ha r e a l i z a d o en Jesucristo V to que todavía está en espera de real izarse en el futuro escatológico. Esta tensión continua hace surgir entre ios ’ ’ O I ( i ) '•lANN. O " . " , , ’ 7 ' i . t t í ’ , S O I P r e s s . L v n u r c s j . c w s r o L O O i * v c = t i s c o i . o c i a s , j - x a m u .v r > h i - u s p r a k i k a m u - n r o s - t í estudiosos de la crisiologta que s iguen eí método lústórico- sa lví i ico una acentuación diversa en uno u ütro aspecto. Dist inguimos así, por un lado, 1« «cscato logía rea l izada» (C . II. D odd) , con su énfasis en el « y a » , y. por otro, la «cscato logía consigu iente» (A. SchweitzeO, que coloca e l a te tuo en el « todav ía no» . M ientras C). Cul lmaim p er tenece c laramente a [a pr imera de estas cendencifis, J Moltmann :A se sitúa sin ambages en la segunda. Para este últ imo, en efecto, toda la historia hum ana finaiv/a en la realización do la promesa divina de una salvación c ro n o ló gica de la q u e la mu e n e y la resurrección de Jesucris to sor« d modelo proléptico. A pesar de l papel insustituiblede Jesucr is to , el punto focal y el e je de todo el proceso de la historia de la salvación es el e sk b j t o n . A pesar de los d i ie rem es acentos, las dos formas del método hístórico-salvífico t ienen e l mérito de situar el a co n tec imiento Cris lo dentro del ed if ic io de las relaciones de Dios con la humanidad a lo largo de la historia. Muestran cómo el des ignio salvífico de Dios para la humanidad en Jesucris to se desarrolla progres ivamente en la historia, que , en consecuencia , está también centrada en ei. Y evidencian, al mismo tiempo, la ambiva lenc ia en la teología crist iana de conceptos como \a cscalolog?'«» y el Reino de Dios. Mientras el Anticuo 1 estamento se encentaba bacía una intervención decis iva de Dios cu un futuro indefinido, l lamado «d e los últ imos t iem pos» , k escatología neo tes tam cnU na se e sc in de en dos momentos diferentes: ei ya cumplido y el todavía fio. Por lo que respecta ul establecimiento del Reino de Dios en ia tierra, se ha de hacer una triple disnneion. Dios maugura su Reino en Jesucristo en dos motrientns; primero, el Reino comieu/a ¡¡ despuntar sobre la tierra en la vida terrena y en el ministerio de Je sús . Segundo, se inaugura ( ' i sonrc todo su redrm r dSra: h ! c w iv o á i Jrt¿tcr¿»/c íjignnnr Ssuanunf.* 19^5, * - —— - 4 2 i < R i s i o t o m . s v <-KTsr<jf.reric-vs r>.Av;f:'.\' w t.os rí.- iiV '/'M\¡(D'í'<)S rea lmente en eí minister io pascual de- su muerte y resurrec ción. Pero el Keíno de Dios necesita todavía crecer hasta la propia p lenitud escatológica hasta el final de ios tiempos. Hasta que se m antenga la tensión entre el « y a » y el « to d a vía no» , no podem os de jar di1 can ta r con el « rem anen te eseato lógieo». U m vefc más podemos deduc ir de esto que <a dia léct ica de la cont inu idad y discontinuidad es intr ínse ca u Ja cristologia Habrá que dem ostrar que es la dialéctica se aplica a la dist inción em re la historia precedente al acon tec imiento Cristo y la que le ha seguido. Y también entre Jo que Dios ha rea l izado en el acontec imiento Cris to y el « r em an en te escato lógíco» que esta en el turneo, c ) M é t o d o a n t r o p o l ó g i c a H em os observado ar/.enormen’.e que en el misterio de Jesucristo quedó revelado p lenamente el misterio de l hom bre y que en él Dio\ entra en un « t ru eq u e marav i l loso» con la hum an idad , dando por supuesta la capac idad y la aper tu ra por parte dei hombre de un cambio seme/ame. El m éto do antropológico de la Histología se [jama así porque in ten ta mosirar )a «p a s a r e la » para el misterio de Jesucr is to en la humanidad , o viceversa, el puesto o papel de Jesucr is to en el peregr inar de la hum an idad hacia Dios, Aquí la cristolo- gía se inicia eon la antropología; no. entiéndase bien, con fa antropología en sentido vociológico .sino leológico. Un acercamiento antropológico 3 la cristología puede asumir dos formas di£tint£s. I.a primera consiste en situar a la hum an idad en el proceso evolutivo del cosmos, presu puesto de la c iencia positiva como un axioma, h n tal pers pectiva, Jesucris to será visto - en palabras de P . Teilbard de Chard in , protagonista de esta visión antropolog¿co-cris- to lóg ica— como el «m o to r » de l proceso evolutivo. Teilhard lo l lamaba « e l Cristo evolutivo». La segunda iormn, por el contrario, considera al hotnhre fi losóficamente como abier J t . r t l S K > : . ( K r l A V C l i l S T t . i l ( H í l . v s - t ;A .'W ,1I . .N n i ' . I / .1 S ] 'L / 1 , \ 7 I • (<>s to a la auto-trascendcm ia en Dios y capaz de r e a b n - e l don libre de ía au locomunicación que Dios le hace. l is ta s egun da perspectiva, además, considera al br>ml>re i r o l ó ^ a m e n - te como un ser de hecho creado por Dios y con un destino semejante, y a la humanidad como e\is lenciahricntc orde nada hacia él en esptva de U eventua l idad de la mas al ia amo-comunicación posible de Dios en el misterio de la encarnación. 1C Rahner, cuyo nombre va l igado a este upo de visión antropológico-cristoló^ica, habla a este propósito de una «cr ís lo íog ia t rascendenta l» que encuentra su curri' p l imiento en una «orismología en búsqueda» . Ninguna de estas dos visiones puede desarrol larse aquí por extenso; basta con unas pocas indicaciones y observa ciones críticas. P. ‘í e i lh a rd de Ohardin busca sobretodo, en un contexto de presun'.a comradicc ión entre la te y la cien cía, reconciliar lo que el l lama sus dos « f e s » : mi fe c ien u l i ta en el proceso evolutivo del mundo y su te leologicu en el Cristo cósmico del que habla san Pablo, l ' .ntu1 la una y U otra no existe, cotno él lo hace nolar. una contradicción* sino, más bien, una «convergencia maravil losa», Jesucristo es e l punto om rga del proceso evolutivo del mundo, os la causa final tjue pone en movimiento iodo J pm< r.so, ra yéndolo hacia sí mismo, l i l Cris to cósmico cié san lJablo es el «Cr is to evolutivo» y, queriendo enrat izar el c a r a d c r cós mico del Cr is to-punio-Ome^a, Tdthiuxl habla de su « n a tu ra íeza cósmica». Dos observaciones a [o que. acabanio-s de decir. La p r i mera es que recría equivocado suponer en el pensamiento de fe i ihard que un a\'oma cicn i i l ieo como el del proceso evolutivo puede en virtud c e su.-? propias íue'v.u* l levar a I<i concjusion, o dar par supuesto, que el iriÍMcrio de la cncai- Jiac2Ón era necesario . TL. a con iunn j iem o de la encarnación es conocido y sólo puede conocerse a través de la reve la ción. Además, solo la (e crist iana en el misterio dv C i is tu 4 4 i i ' . R i s i o i o g l a v c k i s r o i x x . i a s : i : x a m v : n u e i .o s i i . a k j : puede hacernos d e scu b r i r la «convergenc ia marav i l losa» e n tre el procedo evolutivo del mímelo y la «cr istogcncsis» . La segunda obscrvación es que e l Cris io-omcya coa su «na tu ra leza cósm ica» no p u ed e ser reducido, en ci pensa* miento de Teilhard, a un princ ip io abstracto: es en su id en t idad Jesús de Nazaret , m uerto y resucitado, y que fue constituido « S e ñ u f » por el Dios que lo resucitó. El Jesús de la historia es en persona el Cristo de la íe . Teilhard insisre cíii el hecha de <¡ue s ó l o e n el t a s e de q u e d Chisto cósmico se baya insertado personalmente en e l «phy lum » de la hum an idad , puede* obrar como causa f inal q u e atrae a sí mismo al cosmos en un proceso de evolución, Escribe a este mismo propósito: «S i EnprirtiÍL*ic 1» h is io iicn lad ilc C m m . i*sw is . l¡i d iv in i dad del Crió lo JhsIómvO, quedxí’M rediH-iáa u h TiAti» (n ^xpuien- c>a jm'síira di* 2.0HO .'nos df* cii>ÚPini*rno L l Cris lo nucida tic la Virgen v cJ Cnsff» rcsi¿tjt3ílr> son ir^eparublr«.» 3\ Volviendo a la «cristolog/fi t rascendenta l» d e K. Jíáh- n e r 1S, isc funda en una análisis f i losóf icoteo lógico de la hum an idad en la condición histórica concreta en que fue creada por Dios y des t inada por ¿1 a la unión con el mismo. Lo «ex is tenc ia ! sobrenatura l» , propio del hombre concreto histórico, rio es identif icablc , p o r tanto, con una «po len t ia oboedent ia l is » o con e! « d e s e o na tu ra l» de ver a Dios, intrínseco a la natura leza hum ana meia t is icam ente cons ide rada. En el orden concreto sobrenatural de- la rea l idad, el hombre lleva en sí más que una potencia pasiva para la auto-trascendej ic ia en Dios, y está concreta y activamente or ientado hacia la real izac ión de tal auto-trascendencia . De * V T j \í .tMU} ;>r. ('haí’;]>í.\\ Cdrta± ur vs¿iet Tauru*, M¡uíriJ 1^ 66. " ( . i . u>Jk d i l m o i l v K. K . M 5 M R > Cvf&> »
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