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M. de Moragas (ed.) Sociología de la comunicación de masas II. Estructura, funciones y efectos Sociología de la comunicación de masas II. Estructura, funciones y efectos Editorial Gustavo Gilí, S. A. 08029 Barcelona Rosellón, 87-89. Tel. 322 81 61 28006 Madrid Alcántara, 21. Tel. 401 17 02 1064 Buenos Aires Cochabamba, 154-158. Tel. 361 99 98 México, Naucalpan 53050 Valle de Bravo, 21 - Tels. 560 60 11 Bogotá Diagonal 45 N.° 16 B -ll. Tel. 245 67 60 Santiago de Chile Vicuña Mackenna, 462, Tel. 222 45 67 M. de Moragas (ed.) Sociología de la comunicación de masas II. Estructura, funciones y efectos GG MassMedia Versión castellana de los textos en inglés e italiano: Esteve Riambau i Saurí. El «Editor» y la Editorial agradecen la gentileza por el permiso concedido de reproducción a las siguientes personas y firmas: Elsevier North Holland, Inc. (Nueva York), textos de Carl I. Hovland, Arthur A. Lumsdaine y Fred D. Sheffield, y Charles R. Wright Umberto Eco Asimismo, hace constar la cesión de los derechos por parte de: Harper and Row (Nueva York), textos de Paul Félix Lazarsfeld, Robert King Merton y Harold D. Lasswell 1 ,a edición julio 1985 2.a edición enero 1986 Ninguna parte de esta publicacióTi, incluido el diseño de la cubierta, puede reproducirse, almacenarse o transmitirse de ninguna forma, ni por ningún medio, sea éste eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin la previa autorización escrita por parte de la Editorial. © Editorial Gustavo Gili, S. A., Barcelona, 1985 Printed in Spain ISBN: 84-252-1226-X de la obra completa ISBN: 84-252-1229-4 de este volumen Depósito legal: B. 28.480-1985 Fotocomposición: Tecfa, S. A. - Barcelona Impresión: Industria Gráfica Ferrer Coll, S. A. - Barcelona Indice Presentación al segundo volumen ............................... 7 Introducción. Prim eros descubrim ientos de los efec tos de la comunicación, crisis posterior y nuevos planteam ientos, de Miquel de Moragas Spá .............. 11 Comunicación de m asas, gustos populares y acción social organizada, de Paul Félix LazarsfeldlRobert King Merton ....................................................................... 22 E structu ra y función de la comunicación en la socie dad, de Harold D. Lasswell ............................................ 50 Análisis funcional y comunicación de m asas, de Charles R. W righ t.............................................................. 69 La invasión desde Marte, de Hadley C antril..... ........ 91 Efectos a corto y a largo plazo en el caso de los films de «orientación» o propaganda, de Cari /. Hovland/ Arthur A. Lumsdaine/Fred D. S he ffie ld ........................ I l l Usos y gratificaciones de la comunicación de masas, de Elihu KatzJJay G. BlumlerlMichael G urevitch ....... 127 ¿El público perjudica a la televisión?, de Uniherto Eco ...................................................................................... 172 Bibliografía citada del segundo volumen .................. 197 5 Presentación al segundo volumen En este segundo volumen se recogen los principales m arcos conceptuales descubiertos por las corrientes fun- cionalistas para la in terpretación de la comunicación en la sociedad, y que se refieren, básicam ente, a la experien cia de los años posteriores a la Segunda Guerra M undial en Estados Unidos de América. Excluimos explícitam ente de esta segunda parte la tem ática relativa a la propaganda política y a la opinión pública, que dada su im portancia histórica encuentran un tra tam ien to específico en el tercer volumen, dedicado m o nográficam ente a tal tem ática. La investigación socioló gica sobre la comunicación de m asas tiene dos marcos conceptuales de in terpretación fundam entales: el de la teoría de las funciones y el de la teoría de los efectos. Los artículos de Lasswell y W right definen el fenó meno com unicativo describiendo las funciones que este fenómeno desem peña en la sociedad. El artículo de La- zarsfeld y M erton m arca el alcance de la capacidad crítica de estas teorías y, m ás en general, de la mass com m uni cation research, que contrapone «funcionalidad» y «dis funcionalidad», siem pre dentro del conformismo carac terístico de estas corrientes teóricas. Descritas las principales características de la investi gación sobre los efectos en el p rim er volumen de esta an tología —artículos de Janow itz y Schultz y de S tatera—, los lectores tendrán la oportunidad de conocer de prim era m ano algunos de los textos m ás representativos, como el de Cantril, que recopila los efectos de la célebre re trans m isión radiofónica de Orson Welles de La invasión desde Marte, o como el artículo de Hovland, Lum sdainc y Shef field, sobre los efectos de los films de propaganda. 7 En este m ism o volum en tam bién se presentan al lec tor dos puntos de contraste con las anteriores teorías —artículos de Eco y de Blum ler, Katz y Gurevitch— y que desde enfoques distintos tienen en com ún el m utuo interés por la participación de los receptores en los procesos de decodificación y de uso de los m ensajes que reciben. El artículo de Um berto Eco, «¿El público perjudica a la televisión?», constituye un im portante testim onio de los cam bios experim entados por la sem iótica en su etapa reciente de superación de los esquem as del saussuria- nism o. La sem iótica ya no se resigna a ocuparse únicam ente del contenido, o de los signos como unidades m ínim as, centrales de su análisis, sino que trasciende la preocupa ción por el contenido con su preocupación por las condi ciones de lectura de los m ensajes, trasciende la preocu pación por los signos y por sus sistem as al ocuparse de las unidades superiores del discurso. Estos planteam ientos de la sem iótica pragm ática son oportunos en esta antología, por cuanto que significan la apertu ra a una colaboración en tre la sem iótica y la sociología capaz de superar larga m ente los lím ites del análisis de contenido en su día sin tetizado por Berelson. El artículo de Blum ler, Katz y Gurevitch, «Usos y gra tificaciones de la com unicación», se sitúa en esta m ism a línea desde una perspectiva sociológica, haciendo una sín tesis de los trabajos sociológicos que plantean una alter nativa a la tradicional teoría de los efectos y de las funcio nes, poniendo atención en las condiciones de recepción y su form a de determ inar el uso de los medios en función de las expectativas de la gratificación que de este uso puedan derivarse. La evolución más reciente de los trabajos teóricos —tam bién podríam os hab lar de estancam iento de la «teo ría de los usos y gratificaciones»— y la evidencia de las profundas transform aciones del sistem a com unicativo, nos han aconsejado dejar en este punto este segundo vo lum en, sin am pliar las consideraciones contrastantes y que, difícilm ente, aceptarían ya el título com ún de «Es 8 truc tu ra , funciones y efectos» de la comunicación de m a sas. Los nuevos problem as nos obligan a nuevos y distin tos planteam ientos, que agrupam os en una nueva parte, el cuarto volumen de esta antología, que titulam os «Nue vos problem as y transform ación tecnológica». Alguien se ha referido al panoram a teórico actual di ciendo que las turbulencias han rem ovido «las aguas tran quilas» del paradigm a de Lasswell. La p rim era y principal turbulencia ha venido deter m inada por la resistencia originada en distintas socieda des —particu larm ente del Tercer Mundo— a aceptar como propias las experiencias y los proyectos sociales des critos o propuestos en los estudios de la mass com m uni cation research. La interpretación de las funciones de los medios aquí descritase descalifica no sólo por sus equívocos endóge nos, sino sobre todo por su incom petencia para la univer salización. Con todo, su estudio continúa siendo interesante y útil, aunque sólo sea, y esto es mucho, para que sepamos aquello que ya no puede decirse de la relación entre los medios de comunicación y la sociedad. M. de M.S. 9 Introducción Primeros descubrimientos de los efectos de la comunicación, crisis posterior y nuevos planteamientos Miquel de Moragas Spá Las teorías de los efectos La teoría de los efectos de la com unicación de m asas tiene su origen en los descubrim ientos que se realizan en los años cuarenta, sobre la com plejidad com unicativa, so cial y cognoscitiva que determ ina los resultados de la ac ción inform ativa. Estos estudios tienen dos influencias teóricas principales: de una parte la de los sociólogos que traba jan con P.F. Lazarsfeld en distintos estudios sobre los resultados y la eficacia de las cam pañas electorales, y por o tra , la del equipo de psicólogos que trabajan sobre la persuasión junto a C.I. Hovland en la Universidad de Yale. Entre los numerosos escritos sobre esta m ateria* puede destacarse una recopilación que merece y ha me recido en las m ás diversas Universidades, incluidas en este caso las de los países socialistas, la categoría de texto indiscutible. Me refiero al libro de Joseph T. Klapper, Efectos de la comunicación de masas (K lapper, 1949). Este libro, básico p ara cualquier trabajo académ ico, no es pro- * Yo m ism o he descrito en sus llenas generales estas dos grandes escuelas. Véanse, concretam ente, los capítulos: «Paul F. Lazarsfeld y los prim eros estudios empíricos», «Cari I. Hovland y la Escuela de Yale: la psicología de los efectos», en Teorías de la Co municación. Estudios sobre medios en América y Europa, Editorial Gus tavo Gili, S.A. Barcelona, 1984,2 pp. 45 a 54 y 59 a 63. 11 píam ente una aportación original, sino m ás bien una re copilación com pleta y sistem atizada de los num erosos es tudios que, desde las ópticas psico-sociológicas y socioló gicas, se desarrollaron en este sector entre 1940 y 1964. Los estudios recopilados por K lapper ponen ya de m a nifiesto claram ente la existencia de una gran p luralidad de factores en la determ inación de la influencia com uni cativa sobre los efectos subsiguientes a la acción com uni cativa. Adviértase tam bién que este planteam iento revela que el estudio sobre los efectos se orienta y gira básica m ente sobre los m ensajes y procesos com unicativos que, de m anera d irecta o indirecta, están relacionados con la persuasión. La psicología y la sociología de los efectos son, fundam entalm ente, una teoría de la persuasión com uni cativa. Una atención aparte m erecen los estudios sobre los m ensajes y los procesos com unicativos relacionados con la funcionalidad y la disfuncionalidad, enfoque m ás am plio que el planteam iento original de la teoría de los efec tos que se refieren a los resultados subsiguientes y p un tua les de la acción de los mensajes. En el transfondo del trabajo teórico sobre los efectos se encuentran necesidades prácticas relacionadas con la propaganda política y con la publicidad com ercial. En el transfondo de las teorías sobre las funciones se encuentra la necesidad de in te rp re ta r la nueva sociedad de los «me dios y de la industrialización». Después de Lazarsfeld y Hovland los efectos ya no pueden in terp retarse como resultados puntuales, tal y como se supuso duran te muchos años de acuerdo con planteam ientos conductistas elem entales. Una vez establecido el contacto con los mensajes, el alcance de la percepción se va condicionando por unos determ inados a priori que aceptan y descartan aquellos aspectos que no se adecúan a sus pautas. Incluso las propias informaciones percibidas son m o dificadas y som etidas a aquel m arco subjetivo de in tere ses. Esta serie de a prioris de conocim iento se com pletan con la influencia de los media y de la com unicación in ter personal. 12 En definitiva, el giro teórico que recopila K lapper re presenta una superación crítica del p lanteam iento sub yacente en el Paradigm a de Lasswell, que, como ya hemos dicho, no contem pla la com plejidad de los procesos de circulación y decodificación inform ativas. «Casi todos los aspectos de la vida de cada uno de los m iem bros del público —dice Klapper—, y casi todos los de la cu ltura en que se produce la comunicación, parecen susceptibles de relación con los efectos de ésta» (Klapper, 1949: 6). La investigación descubre una m ultiplicidad de fac tores de «intervención»: imagen que el público tiene de las fuentes de información, el paso del tiem po y su influen cia sobre la m em orización, las vinculaciones de los indi viduos al grupo, las actividades de los líderes de opinión, los aspectos paralelos a la acción com unicativa, etcétera. Esto significa que «debe abandonarse la tendencia a considerar la com unicación de m asas como una causa ne cesaria y suficiente de los efectos que se producen en' el público, para verla como una influencia que actúa, junto con otras influencias, en una situación total» (Klapper, 1949: 7). Esto no significará, evidentem ente, que debe des cartarse o m inim izarse la intervención de los mass-media en la consecución de los resultados, sino más bien, que la in terpretación de la causalidad debe contextualizarse en el conjunto de factores com unicativos y sociales que se entrecruzan. En definitiva, los efectos de la comunicación em pie zan a estudiarse m ás en térm inos de causas cooperantes que en térm inos de causas mayores, necesarias o suficien tes. La investigación sobre los efectos experim enta sobre las consecuencias de las alteraciones y variaciones de los elem entos básicos que componen el proceso com unicativo (fuente, contenido, medio de comunicación, situación de comunicación), y sobre las influencias que unos y otros modelos y procesos de interrelación ejercen entre sí: bá sicam ente la influencia que los grupos ejercen sobre los individuos y, en ellos, el papel que desem peñan los líderes 13 de opinión. Podemos sin te tizar algunos de los principales descubrim ientos de Hovland en relación con estos cruza m ientos de influencias. La eficacia persuasiva del acto com unicativo se rela ciona con la credibilidad de la fuente; un m ism o m ensaje «puesto en boca» de una fuente dotada de m ayor credibi lidad ofrece tam bién unos m ayores resultados de eficacia persuasiva (Hovland/W eiss, 1951). Un m ism o m ensaje transm itido a través de medios distintos ofrece, igual m ente, resultados distintos. Son posibles num erosas estrategias de composición de los m ensajes en orden a conseguir una m ayor eficacia en la persuasión. Presentar uno solo, o m ás de un aspecto de la cuestión; explicitar o no el objeto básico de la argu m entación; ordenar la presentación de los argum entos; u tiliza r o no los recursos emotivos, tales como la am enaza, la repetición de los argum entos, etc. (Hovland/Lums- daine/Sheffield, 1949). La eficacia de los m ensajes variará según la condición de recepción: m ayor o m enor predis posición a la aceptación de los m ensajes según la hora de recepción, según si la recepción es en solitario o com uni ta ria , según se produzca en el propio hogar o fuera de él, etc. Recuérdese el artículo de Janow itz y Schultz en el volum en anterior. Si Hovland fue quien dejó sentadas las bases de las condiciones psicológicas de la decodificación y quien abrió experim entalm ente el cam ino para una nueva teoría de los efectos, esta m ism a tarea, desde el punto de vista de las condiciones sociales y las interferencias com unica tivas que en ella se producen, fueobra pionera de Lazars feld (Moragas, 19482: 45). Para un conocim iento de la evolución de estas inves tigaciones deberá seguirse, por lo menos, los siguientes hitos bibliográficos: —Lazarsfeld, P.F./B.B. Berelson/H. Gaudet (1948). —Lazarsfeld, P.F./B.B. Berelson/W.N. McPhee (1954). —Katz, E./P.F. Lazarsfeld (1955). El prim ero de estos estudios, del que aquí ofrecemos una síntesis en el artículo de Lazarsfeld del próxim o vo 14 lum en, consiste en un seguim iento de los cambios de opi nión y actitud que se derivan de una cam paña electoral: la norteam ericana de 1941 en Erie (Ohio). Este estudio descubre que los medios de com unica ción, m ás que prom over «cambios», lo que hacen es refor zar las opiniones ya existentes. Más que los medios, son los contactos personales, los intercam bios grupales y, m ás específicamente, los líderes de opinión quienes son capaces de conseguir la produc ción de cam bios de actitud . Lazarsfeld, en una segunda ocasión, con Berelson y McPhee, repitió la investigación en 1948 —véase una sín tesis de este trabajo en el artículo de estos tres autores en el próxim o volumen—, y reforzó las hipótesis ya p lan tea das en su an terior estudio. Tom ando como base estas investigaciones, Lazarsfeld y Katz realizaron una nueva investigación centrada en el papel de los líderes de opinión y en el establecim iento de un doble escalón de comunicación. Se advierte que las personas que ejercen un liderazgo en la com unidad coin ciden con los que se p restan a un m ayor contacto con los medios, actuando como interm ediarios en el proceso de circulación de los m ensajes de aquéllos. A estos estudios, que estim am os fundam entales, sobre los efectos de los medios de comunicación, les ha seguido una inacabable lista de trabajos monográficos sobre los efectos causados por determ inados estím ulos com unica tivos sobre determ inados públicos. Esta larga lista presenta unos tem as que han m ere cido una atención p rio rita ria de los investigadores; de es tos tem as, con la televisión como protagonista principal, pueden destacarse, por lo menos, cuatro. 1. Efectos de la descripción de los crím enes y de la violencia. 2. Efectos del m aterial de evasión sobre la capacidad cívica de los ciudadanos. 3. La influencia de la televisión sobre los menores; violencia y sexo, fundam entalm ente (Himmelweit/Oppen- heim/Vince, 1958). 15 4. Tendencia a la pasividad creada por la recepción de los medios. Por lo que hace referencia a la violencia, las tesis más extendidas son las que afirm an que en lugar de estudiar las consecuencias de la descripción de la violencia sobre el acto o la inclinación al delito, deberán estudiarse las inclinaciones previas de los delincuentes. Se explica que son razones «extracom unicativas» las que determ inan aquella inclinación. Los medios, en todo caso, como sucedía con la pro paganda política, refuerzan las tendencias preexistentes hacia la violencia, pero no la provocan allí donde no exista tal predisposición. La sociología de los efectos aporta, desde luego, im portan tes descubrim ientos a la Sociología de la Com uni cación de M asas. Se sabe que las acciones del em isor y del receptor están determ inadas por su ubicación en el sis tem a social; que la com unicación de m asas opera como refuerzo de actitudes y de opiniones ya existentes; que los m edios de com unicación de m asas m ás que cam biar, re fuerzan; que la gente tiende a escuchar lo que m ás le gusta y lo que está m ás de acuerdo con sus expectativas de fu turo; que la com unicación de m asas se estructu ra con otros canales y pautas de comunicación; que entre los m e dios y el público se sitúan los líderes de opinión, que va loran, enfatizan o discuten las informaciones de los m e dios. Del funcionalismo a los «usos y gratificaciones» La sociología de la comunicación funcionalista parte de la idea de que la actividad social debe entenderse en térm inos de estructu ra, de interdependencia de elem en tos, en el sentido de que el uso de los medios no es inde pendiente de la función social que cum plen. La sociedad se explica en térm inos de estructu ra y de interrelación 16 dinám ica. De m anera in troductoria podríam os hab lar de «finalidad» como sistem a de participación y «engranaje» en el conjunto social. El prim ero que formuló las propuestas básicas de la teoría funcionalista de los medios, m ejor sería decir de su interpretación funcionalista, fue Harold D. Lasswell, co nocido sobre todo por su «paradigm a» y fundador de una corriente teórica que, en sus prim eros pasos, es una teoría funcionalista del uso político de los mismos. El artículo fundam ental de aquella aproxim ación es el que aquí reproducim os y que fue publicado original m ente en 1948: «The S tructure and Functions of Com m unication in Society», en el que se p lan tea un para le lismo entre la acción social de los medios de comunicación social y las funciones descubiertas en el análisis de la co m unicación anim al y biológica. «En algunas sociedades anim ales —dice Lasswell—, ciertos m iem bros desem peñan misiones especializadas y vigilan el entorno. Los individuos actúan como «centine las», separados del rebaño o m anada y creando un estado de a larm a cada vez que ocurre un cam bio alarm ante en los alrededores. El trom peteo, cacareo o chillido del cen tinela basta para poner a todo el grupo en m ovim iento [...] Cuando revisamos el proceso de com unicación de cual quier lugar o estado de la com unidad m undial, observa mos tres categorías de especialistas. Un grupo vigila el entorno político del estado como un todo, otro correla ciona la respuesta de todo el estado al entorno, y un ter cero transm ite ciertas pautas de respuesta de los viejos a los jóvenes. Diplomáticos, agregados y corresponsales ex tranjeros representan a quienes se especializan en el en torno. Editores, periodistas y locutores son correlatores de la respuesta in terna. Los pedagogos, en fam ilia y en la escuela, transm ite el legado social [...]» La teoría funcionalista pronto encontró su lím ite, pre cisam ente cuando se precipitó la definición, cosificación, de sus funciones más relevantes. Entonces, y en lugar de profundizar en el terreno de las estructuras, de las interre- laciones entre el sistem a com unicativo y la organización 17 social, se tendió a encasillar en unos pocos conceptos todo el acervo y d inám ica de los procesos com unicativos. Estos conceptos, básicos, fueron los siguientes: Supervisión del ambiente: Recoger y d istribu ir infor m ación, con lo que, de m anera sem ejante a la acción «se m iótica» de las abejas y de tantos anim ales, se ejerce la función de protección de la com unidad ante los h ipotéti cos peligros que pueden acecharla. Preparación de la respuesta de la sociedad: Se tra ta de conseguir el um bral necesario de consenso y de pron titud en la respuesta, ante los acontecim ientos que am enacen la estab ilidad de la com unidad. Los medios tienen como fun ción p rio rita ria y específica, una vez garantizado el cono cim iento del am biente, perm itir la respuesta adecuada y consensuada, social, p ara su defensa. Transmisión de la herencia cultural de una generación a otra: Esta garan tía de continuidad se extiende, m ás allá de la condición sincrónica, a la condición diacrónica. El consenso, el acuerdo acerca de unas pautas comunes de conducta debe proseguirse de generación en generación, pa ra ev itar que se produzca una distorsión en la organi zación social, cosa que garantiza el desarrollo de las fun ciones com unicativas. Estas prim eras funciones descritas por Lasswell se am pliarán y se sistem atizarán m ás tarde en la obra de W right, del que aquípublicam os su artículo m ás repre sentativo, y que en el terreno de la teoría funcionalista desem peña un papel parecido al que ejerció la obra de K lapper en el terreno de la teoría de los efectos (Wright, 1959). Con W right aum enta el núm ero de clasificaciones relativas a las funciones de la comunicación. A las tres funciones ya reseñadas se le añade, ahora, una cuarta que ya no se relaciona con la función política: la del entretenim iento. Los medios ejercen, adem ás, funciones culturales es pecíficas, pero estas funciones, en el juicio de W right, pue den descubrirse como dependientes de cada una de las cuatro grandes categorías anteriorm ente citadas y que configuran la funcionalidad de los medios. En la fase más 18 desarrollada de su elaboración, el funcionalismo (Mora gas, 19842: 180) establece dos nuevas subdivisiones y dis tingue entre funciones manifiestas y funciones latentes, y entre funciones y disfunciones. Respecto de esta segunda cuestión se entiende que, de la m ism a form a que los medios pueden contribu ir a la estabilidad —se considera que la estabilidad es la base del progreso social—, tam bién pueden contribu ir al desorden y al retroceso, poniendo en peligro aquella estabilidad so cial. Ésta es una de las cuestiones que ha m erecido un m ayor debate respecto de las condiciones ideológicas im puestas desde el funcionalismo a la Sociología de la Co m unicación de Masas (M attelart, 1970). Una perspectiva m ás am plia, como he recogido en otro lugar (Moragas, 19842: 50 a 54), es la que ofrece la preocupación m oral que subyace en el criterio de las fun ciones m anifiestas y las funciones latentes; tal y como des cribe M erton en el artículo que aquí reproducim os, in tro duciendo en la discusión de la funcionalidad la adverten cia de los «intereses» que acom pañan a los procesos infor m ativos destinados al dom inio de los emisores sobre los receptores. No puede afirm arse que la información sirva, única m ente, como instrum ento para establecer el consenso, sino que debe afirm arse que este establecim iento puede tener, y de hecho así ocurre con frecuencia, una finalidad persuasiva y de dominio. Aunque W right, diez años m ás tarde (Wright, 1974) de su famoso trabajo de síntesis sobre las funciones de los medios que aquí publicam os, haya insistido en la perti nencia teórica de aquellos planteam ientos, lo cierto es que aquellas prim eras teorías se han visto desbordadas por la creciente atención y los nuevos conocimientos sobre el com portam iento de los usuarios ante los medios. La teoría de los «usos y gratificaciones», que resum en en su artículo Katz, B lum er y Gurevitch, venía a desplazar los p lantea m ientos teóricos clásicos del funcionalismo. No puedo ex tenderm e en este punto, pero sí creo que debo in ten tar ubicar este problem a en su contexto teórico preciso. 19 Puede observarse que el planteam iento básico del funcionalism o parte del supuesto de la existencia de unas condiciones sociales predeterm inadas. Los funcionalistas —Parsons, por ejem plo— habían definido, previam ente, cuáles eran las estructu ras funcionales que determ inaban y m otivaban la acción social, a saber: consecución de los fines perseguidos, adaptación al m edio o a la situación; m antenim iento de la pauta; pa trón o modelo, sobre el que está constituido el sistem a social; integración a dicho sis tem a. El estudio m ism o de la com plejidad social internacio nal y del devenir histórico, la aparición de distin tas crisis políticas y económicas desm ienten estos presupuestos. Es entonces cuando la investigación de las comunicaciones, m ás consecuentes con los descubrim ientos apuntados por Lazarsfeld o, m ás recientem ente, por la antropología y la sem iótica, gira su atención hacia las actitudes de los re ceptores. Esta ac titud de aproxim ación a lo que «la gente hace con los medios» obliga a revisar críticam ente las catego rías que estableció el funcionalism o clásico y a considerar h asta qué punto aquellas funciones entendidas como sa tisfacciones a las necesidades de los «usuarios» son depen dientes de o tras posibles fuentes de gratificación. Este estudio desde los receptores dem uestra que al gunas de las funciones o disfunciones tradicionalm ente atribu idas a los mass-media pueden ser cum plidas por o tras instancias sociales, entre las que serán destacables, por descontado, los niveles de comunicación no masivos. Las funciones a tribu idas a los mass-media aparecen ahora como funciones a tribu idas a otros modelos de co m unicación y, por tanto, intercam biables y sustituibles. La industrialización, en efecto, a ltera el sistem a de la co m unicación hum ano-social, sustituyendo procesos de co m unicación intcr-personales por sistem as de com unica ción masivos o técnicos. Así, de esta m anera, las funciones de los medios no deben estudiarse ya, únicam ente, como funciones exclu sivas y propias, sino como intercam biables. Algo así había 20 ya apuntado el propio Lasswell, muchos años antes, cuando sugería la necesidad de estudiar las funciones de los medios de comunicación como paralelism os, analo gías, del funcionam iento de la comunicación en otras es feras de la vida —anim al o biológica—. El nuevo reto de la sociología de la com unicación con sistirá, precisam ente, en trascender esta interpretación endógena, el intercam bio en el in terior del sistem a co m unicativo, para reconocer las funciones en el conjunto de las influencias que determ inan la conducta. 21 Comunicación de masas, gustos populares y acción social organizada* Paul Felix Lazarsfeld y Robert King Merton Sociológo norteamericano de origen vienés, Lazarsfeld nació en 1901. De amplia formación matemática, psicológica y física, es reconocido por todos como uno de los grandes p io neros de la m ass com m unication research. Fue profesor de Sociología de la Universidad de Columbia, presidente de la American Association for Public Opinion Research y direc tor del Bureau o f Applied Social Research. En la actualidad es responsable del Comité de Desarrollo en la Investigación de dicha asociación. Sociólogo norteamericano, Merton nació en el año 1910. Profesor de Sociología en la Universidad de Columbia y uno de los primeros especialistas en persuasión de masas y efec tos de los m ass-m edia. Su investigación se distingue por el enfoque crítico y la perspectiva ética con que interpreta los efectos de los m edia y de la nueva cultura. * Publicado originalm ente con el título «Mass Com m unication, Po pu lar Taste and O rganized Social Action», en Lyman Bryson (ed.), The Communication o f ¡deas, Institu te for Religious and Social Studies, N ueva York; H arper & Row, Nueva York, 1948. Reeditado en W ilbur Schram m (ed.) (1954). 22 Los problem as que suscitan la atención del hom bre cam bian, no al azar, sino de acuerdo, en su m ayor parte, con las variantes dem anda de la sociedad y la economía. Si un grupo de personas como los que han escrito los ca pítulos de este libro se hubiese reunido hace una genera ción, con toda probabilidad el tem a discutido hubiera sido com pletam ente distinto. El trabajo en la edad infantil, el sufragio femenino o las pensiones de los jubilados hubie ran captado, tal vez, la atención de un grupo como éste, pero no, desde luego, los problem as de los medios de co m unicación de m asas. Como indica toda una legión de recientes conferencias, libros y artículos, el papel de la radio, la prensa y el film en la sociedad se ha convertido en un problem a in teresante para m uchos y en fuente de reflexión para algunos. Estas variaciones de las preocu paciones sociales parecen ser el producto de varias ten dencias. Preocupación socialcon respecto a los «mass-media» Muchos están alarm ados por la ubicidad y el poder potencial de los mass-media. Se ha llegado a escribir, por ejemplo, que «el poder de la radio sólo puede ser com pa rado con el poder de la bom ba atóm ica». Se adm ite en general que los mass-media constituyen un poderoso ins trum ento que puede ser utilizado para bien o para mal y que, en ausencia de los controles adecuados, la segunda posibilidad es, en conjunto, más verosímil. Y es que estos medios son los de la propaganda, y los norteam ericanos le tienen peculiar tem or al poder de la propaganda. Como nos dijo el observador británico W illiam Empson: «Creen 23 en la propaganda m ás apasionadam ente que nosotros, y la propaganda m oderna es una m áquina científica, por lo que a ellos les parece obvio que un hom bre norm al no podrá resistirse a ella. Todo esto produce una curiosa ac titud , que puede calificarse de infantil, con respecto a todo aquel que pueda estar haciendo propaganda: “ ¡No dejéis que ese hom bre se acerque a mí! ¡No perm itáis que me tiente, porque si lo hace es seguro que caeré” !». La ubicuidad de los mass-media conduce a muchos, fácilm ente, a una creencia casi m ágica en su enorm e po der. Pero hay o tra base (y probablem ente más real) para una am plia preocupación con respecto al papel social de los mass-media, una base que tiene que ver con los tipos variables de control social ejercidos por poderosos grupos de intereses en la sociedad. Cada vez m ás, los principales grupos de poder, entre los cuales el negocio organizado ocupa el lugar m ás espectacular, han adoptado técnicas pa ra lá m anipulación de públicos de m asas a través de la propaganda, en lugar de u tilizar los medios de control m ás directos. Las organizaciones industriales ya no obli gan a niños de ocho años a cu idar la m áquina catorce ho ras diarias; em prenden complicados program as de «rela ciones públicas». Publican am plios e im presionantes anuncios en los periódicos de la nación, patrocinan nu merosos program as de radio y, por consejo de los expertos en relaciones públicas, organizan concursos, crean insti tuciones de asistencia pública y apoyan causas benéficas. El poder económico parece haber reducido la explotación d irecta y haberse vuelto hacia un tipo m ás sutil de explo tación psicológica, logrado en gran parte m ediante la di sem inación de propaganda a través de los mass-media. Este cam bio en la estructu ra del control social m erece un examen a fondo. Las sociedades complejas están so m etidas a diversas formas de control organizado. Hitler, por ejem plo, empleó las m ás visibles y directas de ellas: la violencia organizada y la coerción m asiva. En Estados Unidos, la coerción directa ha sido reducida a un mínimo. Si la gente no adopta las creencias y actitudes recom en dadas por algún grupo de poder —por ejemplo, la Asocia 24 ción Nacional de Fabricantes— no puede ser liquidada ni in ternada en campos de concentración. Quienes desearían controlar las opiniones y creencias de nuestra sociedad recurren menos a la fuerza física y m ás a la persuasión m asiva. El program a de radio y el anuncio institucional ocupan el lugar de la intim idación y de la coerción. La m anifiesta preocupación por las funciones de los mass- media se basa en parte en la observación válida según la cual tales medios han asum ido la labor de lograr que los públicos masivos se am olden al statu quo social y econó mico. Una tercera fuente de extendida preocupación por el papel social de los mass-media se encuentra en sus efectos asum idos en la cu ltura popular y los gustos estéticos de sus audiencias. Se arguye que, en la m edida en que el ta m año de estas audiencias se ha increm entado, el nivel de gusto estético se ha deteriorado, y se tem e que los mass- media nu tran deliberadam ente estos gustos vulgarizados, contribuyendo con ello a su u lterior deterioro. Parece probable que éstos constituyan los tres ele m entos orgánicam ente relacionados de nuestra gran preo cupación por los medios de comunicación de m asas. Mu chos tem en, ante todo, la om nipresencia y el poder poten cial de estos medios, y ya hemos sugerido que hay en ello un cierto tem or indiscrim inado a un duende abstracto, fruto de una posición social de inseguridad y de la fragi lidad de los valores que se profesan. La propaganda parece am enazadora. Hay, en segundo lugar, una preocupación por los efec tos reales de los mass-media sobre sus enorm es audiencias, en particu lar la posición de que el persistente asalto de estos medios puede conducir a la rendición incondicional de las facultades críticas y a un conformismo irracional. Finalm ente, existe el peligro de que estos instrum en tos de comunicación técnicam ente avanzados constituyan una am plia avenida para el deterioro de los gustos estéti cos y las pautas culturales populares. Como hemos suge rido, e x is tí sobrado m otivo de preocupación acerca de es tos efectos sociales inm ediatos de los mass-media. 25 Una revisión del estado actual del conocim iento acerca del papel social de los mass-media y sus efectos sobre la com unidad norteam ericana contem poránea es una tarea ingrata, puesto que el conocim iento científico en esta m ateria es im presionantem ente escaso. Se podrá hacer poco m ás que explorar la naturaleza de los proble m as con m étodos que, en el curso de varias décadas, aca barán por facilitar el conocim iento que buscam os. Aunque éste no sea m ás que un preám bulo alentador, nos es útil p a ra evaluar la investigación y las conclusiones tentativas de quienes estam os abocados profesionalm ente al estudio de los mass-media. Un reconocim iento explorativo suge rirá lo que sabem os y lo que necesitam os saber, y locali zará los puntos estratégicos que requieran u lterior estu dio. Buscar «los efectos» de los mass-media en la sociedad equivale a exponer un problem a m al definido. Es necesa rio d istinguir tres facetas del problem a y considerar cada una de ellas por separado. Planteémonos prim ero lo que sabem os acerca de los efectos de la existencia de tales m e dios en nuestra sociedad. Después, examinem os los efectos de la p articu la r estructu ra norteam eriana de propiedad, es tructu ra que difiere apreciablem ente de la existente en los dem ás lugares, y el funcionam iento de los mass-media en ella. Y finalm ente, considerem os aquel aspecto del pro blem a que m ás directam ente incide en las políticas y tác ticas que rigen el uso de tales medios con fines sociales precisos: nuestro conocim iento respecto a los efectos de los contenidos concretos disem inados a través de los mass- media. El papel social de la maquinaría de los «mass-media» ¿Qué papel se les puede asignar a los mass-media en v irtud del hecho de su existencia? ¿Cuáles son las im pli caciones de un Hollywood, de una Radio City y de una em presa como Time-Life-Fortune para nuestra sociedad? 26 Estas preguntas, claro está, sólo pueden Ser'discutidas en térm inos m ás o menos especulativos, ya que no es posible ninguna experim entación o estudio com parativo rigu roso. Las com paraciones con otras sociedades carentes de estos mass-media serán dem asiado toscas para apo rta r re sultados decisivos, y las com paraciones con épocas an te riores en la sociedad norteam ericana im plicarían asercio nes a ojo, m ás bien que dem ostraciones precisas. En tal caso, es evidente la conveniencia de la brevedad: las opi niones deben ser expuestas con cautela. En nuestra opi nión, el papel social desem peñado por la m ism a existencia de los mass-media ha sido, en general, sobreestim ado. ¿En qué se funda este juicio? Es indudable que los mass-media llegan a audiencias enorm es. Unos45 millones de norteam ericanos van al cine cada sem ana, la tirada diaria de periódicos en Estados Unidos es de unos 54 millones, 46 millones de hogares cuentan con televisión, y en estos hogares el norteam eri cano m edio contem pla el televisor unas tres horas d iarias. Son cifras (recuérdese que se tra ta de 1948. N. del E.) for m idables, pero se tra ta , m eram ente, de cifras de sum inis tro y consumo, no de cifras que registren los efectos de los mass-media. Sólo señalan lo que hace la gente, no el im pacto social y psicológico de los medios de comunicación. Saber el núm ero de horas que la gente tiene la radio en cendida no da indicación alguna acerca del efecto que ejerce sobre quienes la oyen. El conocim iento de los datos de consum o en el cam po de los mass-media d ista de ser una dem ostración de su efecto neto sobre conducta, acti tud y perspectiva. Como ya hemos dicho, no podemos recurrir a com p a ra r la sociedad norteam ericana contem poránea con las sociedades sin mass-media, pero en cambio, sí podemos com parar el efecto social de los mass-media con el del au tomóvil, por ejemplo. Es probable que la invención del autom óvil y la evolución de éste hasta convertirse en un artículo de consumo masivo haya tenido un efecto mucho m ayor en la sociedad que la invención de la radio y la conversión de ésta en un medio de comunicación de m a 27 sas. Consideremos los complejos sociales en los que el au tomóvil ha entrado. Su m ism a existencia ha ejercido p re sión para la creación de carreteras enorm em ente m ejora das y, con éstas, la m ovilidad ha aum entado ex traord ina riam ente. Las características de las aglom eraciones me tropolitanas han quedado significativam ente afectadas por el autom óvil, y es obvio que las invenciones que am p lían el radio de m ovim iento y acción ejercen m ayor in fluencia sobre la perspectiva social y la vida cotidiana que los inventos que procuran canales para las ideas, ideas que pueden ser evitadas por ausencia, desviadas por resisten cia y transform adas por asim ilación. Concedido, por un m om ento, que los mass-media de sem peñan un papel relativam ente m enor en la formación de nuestra sociedad, ¿por qué son objeto de tan gran preo cupación y crítica popular? ¿Por qué tantos se inquietan por los «problem as» de la radio, del cine y de la prensa, y tan pocos lo hacen por los problem as de, por ejemplo, el autom óvil y el avión? Además de las fuentes de esta preo cupación antes citadas, existe una base psicológica in consciente para la preocupación, base que procede de un contexto socio-histórico. Son m uchos los que hacen de los mass-media blanco pa ra una crítica hostil porque ellos mismos se sienten b u r lados por el giro de los acontecim ientos. Los cam bios sociales atribuibles a los «movimientos reform istas» pueden ser lentos y leves, pero se acum ulan. Los hechos de superficie son harto conocidos. La sem ana de sesenta horas ha dado paso a la de cuarenta. El trabajo de los niños ha sido progresivam ente elim inado. Con to das sus deficiencias, la enseñanza g ratu ita para todos ha sido poco a poco institucionalizada. Estas y o tras m ejoras constituyen una serie de victorias reform istas. Y en la ac tualidad la gente dispone de m ás tiem po de ocio y, eviden tem ente, m ayor acceso al legado cu ltu ra l. ¿Y qué uso hace de este tiem po no hipotecado y que con tan to esfuerzo ha ido ganando? Escuchan la radio y van al cine. Parece como si de algún modo estos mass-media hubieran arrebatado a los reform adores los frutos de sus victorias. La lucha en 28 pos del tiem po libre, de la educación popular y la seguri dad social fue librada con la esperanza de que, una vez exenta de trabas aherrojantes, la gente se valdría de los principales productos culturales de nuestra sociedad, como Shakespeare, Beethoven o tal vez Kant, pero en cam bio se ha vuelto hacia Faith Baldwin, Johny M ercer o Edgar Guest. Muchos se sienten despojados de su prem io. Es una situación sim ilar a la prim era experiencia de un joven en el difícil cam po de los amoríos prim erizos. Profunda m ente im presionado por los encantos de su predilecta, ahorra durante sem anas y finalm ente consigue regalarle un lindo brazalete. Ella lo considera «sim plem ente di vino», y seguidam ente procede a salir con otro chico p ara exhibir su nuevo adorno. N uestras luchas sociales han conseguido un desenlace parecido. Durante generaciones, se ha luchado para dar a la gente más tiem po libre, y ahora lo consum e con la Columbia Broadcasting System, en vez de hacerlo con la Columbia University. Por poco que esta sensación de traición pueda pesar en las actitudes prevalecientes respecto a los mass-media, debemos señalar de nuevo que la sola presencia de estos medios puede que no afecte a nuestra sociedad tan profun dam ente como en general se cree. Algunas funciones sociales de los «mass-media» Al proseguir nuestro examen del papel social que cabe ad judicar a los mass-media en virtud de su «mera existen cia», tem poralm ente nos abstraem os de la estructura so cial en la que los medios de comunicación encuentran su puesto. No consideram os, por ejemplo, los diversos efectos de los mass-media bajo los variables sistem as de propie dad y control, un im portante factor estructural que a con tinuación com entarem os. Es indudable que los mass-media atienden a muchas funciones sociales que bien podrían convertirse en el ob 29 jeto de una investigación continuada. Acerca de tales fun ciones, vamos a señalar sólo tres. La función otorgadora de «status» Los mass-media confieren categoría, status, a cuestio nes públicas, personas, organizaciones y m ovim ientos so ciales. La experiencia corriente, así como la investigación, atestiguan que el prestigio social de personas o de políti cas sociales queda realzado cuando éstas exigen una aten ción favorable en los mass-media. En muchos sectores, por ejem plo, el apoyo a un candidato político o a una política pública por parte del Times es considerada como im por tan te , y este apoyo es juzgado como un señalado activo en favor del candidato o de la política. ¿Por qué? Para algunos, las opiniones del editorial del Times re presentan el juicio considerado de un grupo de expertos, por lo que exigen el respeto de los profanos. Pero éste es tan sólo un elem ento en la función otorgadora de status de los mass-media, ya que este efecto prestig iador concurre en aquellos que, por causas diversas, reciben atención en los medios de com unicación, al m argen de todo apoyo de índole editorial. Los mass-media dan prestigio y realzan la au toridad de individuos y grupos al legitimizar su status. El recono cim iento por parte de prensa, radio, revistas o noticiarios cinem atográgicos testifica que uno ha llegado, que uno tiene la im portancia suficiente como para destacar entre las grandes m asas anónim as, que la conducta y las opinio nes de tal persona son lo suficientem ente significativas como para requerir la atención pública. La operación de esta función otorgadora de prestigio puede ser presen ciada con la m ayor viveza en la pau ta de testim onios pu blicitarios en favor de un producto, por parte de «personas destacadas». En am plios círculos de la población (aunque no en ciertas capas sociales selectas), estos testim onios no sólo realzan el renom bre del producto sino que adem ás 30 Y reflejan prestigio sobre la persona que facilita el testim o nio. Notifican públicam ente que el extenso y poderoso m undo de los negocios considera a tal persona como po seedora de una reputación lo bastante a lta como para que su opinión pese entre muchos. En una palabra, su testi monio es una testificación parasu propio status. Las acti vidades de esta sociedad de m utua adm iración pueden lle gar a ser tan ilógicas como efectivas. Al parecer, las au diencias de los mass-media suscriben la creencia circular: «Si realm ente pesas, estarás en el centro de la atención de las m asas, y si ocupas el centro de la atención de las masas, seguro que en realidad debes ser persona de peso». Esta función otorgada de status en tra pues en la ac ción social o rganizada legitim izando políticas, personas y grupos selectos que reciben el apoyo de los mass-media. Tendrem os ocasión de señalar la detallada operación de esta función en relación con las condiciones que imponen la m áxim a utilización de los mass-media para determ ina dos fines sociales. De m om ento, tras haber considerado la función «otorgadora de status», considerarem os una se gunda función: la aplicación forzosa de norm as sociales a través de los mass-media. La compulsión de normas sociales Frases tales como «el poder de la prensa» (y otros mass-media) o «el vivo resplandor de la publicidad» se refieren presum iblem ente a esta función. Los mass-media pueden iniciar una acción social «exponiendo» condicio nes d istin tas respecto a lo establecido por la m oral pú blica. Sin embargo, no hay que suponer prem aturam ente que esta pauta consista simplemente en la difusión de tales desviaciones. Algo podemos aprender al respecto a partir de las observaciones de Malinowski entre los isleños de Trobriand, donde, según él nos explica, no se em prende ninguna acción social organizada con respecto a una con ducta desviada de la norm a social, a no ser que haya anun cio público de la desviación. No se tra ta sim plem ente de 31 «dar a conocer» los hechos a los individuos del grupo. Mu chos pueden conocer privadam ente tales desviaciones —por ejem plo, el incesto entre los nativos de Trobriand, así como la corrupción política o en los negocios, la pros titución o el juego entre nosotros— pero sin haber hecho presión en favor de una acción pública. Pero una vez he chas públicas las desviaciones en la conducta, ello crea tensiones entre lo «privadam ente tolerable» y lo «públi cam ente reconocible». Al parecer, el m ecanism o de exposición pública fun ciona m ás o menos como sigue. Muchas norm as sociales se revelan inconvenientes para individuos de la sociedad. Van en contra de la satisfacción de deseos e impulsos. Puesto que m uchos consideran agobiantes estas norm as, existe un cierto m argen de benevolencia en su aplicación, tan to de cara a uno m ism o como a los dem ás, de donde la aparición de conducta desviada y tolerancia privada res pecto de tales desviaciones. Pero esto sólo puede continuar m ientras uno no se encuentre en una situación en la que deba adop tar una actitud pública en favor de las norm as o contra ellas. H acer públicos los hechos, el reconoci m iento forzoso en m iem bros del grupo de que estas des viaciones han tenido lugar, requiere que cada individuo asum a una postura. Entonces, éste o bien debe alinearse con los inconform istas, proclam ando con ello su repudio de las norm as del grupo y aseverando así que tam bién él se encuentra fuera de la estructura m oral, o bien debe, sean cuales fueren sus predilecciones particulares, ajus tarse a ésta apoyando la norm a. La publicidad cierra el hueco entre «actitudes privadas» y «moralidadpública» . La publicidad ejerce presión en pro de una m oralidad única más bien que dual, al im pedir la evasión continua. Exige reafirm ación pública y aplicación (aunque sea esporá dica) de la norm a social. En una sociedad de m asas, esta función de la exposi ción pública es institucionalizada en los mass-media de la com unicación. Prensa, radio y periódicos exponen al p ú blico desviaciones harto conocidas y, como norm a, esta exposición fuerza un cierto grado de acción pública contra 32 [o que ha sido privadam ente tolerado. Por ejemplo, los mass-media pueden in troducir severas tensiones en la «cortés discrim inación étnica» al llam ar la atención del público sobre aquellas prácticas que no se ajusten a las normas de la no discrim inación. A veces, los medios de comunicación pueden organizar actividades de difusión en form a de «cruzada». El estudio de esta especie de cruzadas de los mass- media puede contestar preguntas básicas acerca de la re lación de éstos con la acción social organizada. Es esencial saber, por ejemplo, hasta qué punto la cruzada facilita un foco organizativo para individuos de hecho no organiza dos. La cruzada puede operar diversam ente entre los va rios sectores de la población. En ciertos casos, su principal efecto puede no ser tanto el de excitar a unos ciudadanos indiferentes como el de a larm ar a los culpables, lleván dolos a m edidas extrem as que a su vez alienan al electo rado. La publicidad puede em barazar al m alhechor hasta el punto de ponerlo en fuga, como ocurrió por ejemplo con algunos autores del fraude electoral del Tweed Ring des pués de ser puestos en la picota por el New York Times. Cabe tam bién que los prom otores de la corrupción tem ie ran a la cruzada sólo por el efecto que, según previeron, podría tener sobre el electorado. Así, con una apreciación extraordinariam ente realista de la conducta de su d istrito electoral en lo referente a comunicaciones, Boss Tweed se quejó de los m ordaces dibujos de Thomas Nast en el Har per’s Weekly, con las siguientes palabras: «No me im por tan un pepino los artículos de su periódico, ya que mis votantes no saben leer, pero no pueden dejar de ver esos m alditos dibujos». Tales cam pañas pueden afectar directam ente al pú blico. Pueden cen trar la atención de unos ciudadanos hasta ese m om ento aletargados, indiferentes a fuerza de fam iliaridad con la corrupción reinante, sobre unas cuan tas cuestiones drásticam ente sim plificadas. Como ob servó al respecto Lawrence Lowell, las com plejidades ge neralm ente inhiben las acciones de m asas. Las cuestiones públicas deben ser definidas en sim ples alternativas, en 2 - MORAGAS, Socio logía II 33 térm inos de blanco y negro, para perm itir una acción pú blica organizada. Y la presentación de simples a lte rna ti vas es una de las principales funciones de la cruzada, si bien ésta puede abarcar tam bién otros m ecanism os. Aun que un gobierno m unicipal no tenga sus trapos totalm ente lim pios, ra ra vez es to talm ente corrupto. Algunos m iem bros escrupulosos de la adm inistración y de la esfera ju dicial suelen verse m ezclados con sus colegas carentes de principios. La cam paña puede reforzar la m ano de los ele m entos rectos en el Gobierno, forzar la m ano del indife rente y debilitar la m ano del corrupto. Finalm ente, bien puede ser que una cruzada con éxito ejem plifique un pro ceso circular, autónom o, en el que la preocupación del m edio de com unicación de m asas por el interés público coincida con su propio interés. La cruzada triunfante puede realzar el poder y el prestigio del medio, dándole un carácter m ás form idable en posteriores cruzadas que, de tener éxito, puedan acrecentar todavía m ás este poder y este prestigio. Cualquiera que sea la respuesta a estas cuestiones, está claro que los mass-media sirven para reafirm ar nor m as sociales al exponer desviaciones respecto a tales nor m as ante la opinión pública. El estudio de la gam a p a rti cu lar de norm as así reafirm adas facilitaría un claro índice de la extensión con la que estos medios tra tan problem as periféricos o centrales de la estructu ra de nuestra socie dad. La disfunción narcotizante Los operadores de los mass-media conocen, desde luego, las funciones de otorgación de status y de reafir m ación de norm as sociales. Al igual que otros m ecanism ossociales y psicológicos, estas funciones se prestan a diver sas formas de aplicación. Su conocim iento es poder, y el poder puede ser utilizado para intereses especiales o para el interés general. Una tercera consecuencia social de los mass-media ha 34 pasado muy desapercibida. Al menos, ha recibido muy po cos com entarios explíticos y, al parecer, no ha sido siste m áticam ente utilizada para prom over objetivos planifi cados. Cabe darle la denom inación de disfunción narcoti zante de los mass-media, y calificarla de ¿/«'funcional en vez de funcional porque a la com pleja sociedad m oderna no le interesa tener grandes m asas de la población políti cam ente apáticas e inertes. ¿Cómo funciona este m eca nism o no planificado? Estudios sueltos han m ostrado que una proporción creciente del tiem po de los norteam ericanos se dedica a los productos de los mass-media. Con distin tas variaciones en diferentes regiones y entre diferentes capas sociales, el caudal de los medios de comunicación es de presum ir que perm ite al norteam ericano del siglo xx «estar al corriente de lo que ocurre en el mundo». Sin embargo, este vasto sum inistro de comunicaciones puede suscitar tan sólo una preocupación superficial por los problem as de la socie dad, y esta superficialidad, a menudo, enm ascarar una apa tía masiva. La exposición a este flujo de información puede servir p ara narcotizar más bien que para d inam izar al lector o al oyente medio. A m edida que aum enta el tiem po dedi cado a la lectura y a la escucha, decrece el disponible para la acción organizada. El individuo lee relatos sobre cues tiones y problem as y puede com entar incluso líneas a lter nativas de acción, pero esta conexión, harto intelectuali- zada y harto rem ota, con la acción social organizada no es activada. El ciudadano interesado e informado puede fe licitarse a sí m ism o por su alto nivel de interés e infor mación, y dejar de ver que se ha abstenido en lo referente a decisión y acción. En resum idas cuentas, tom a su con tacto secundario con el m undo de la realidad política, su lectura, escucha y pensam iento, como una prestación ajena. Llega a confundir el saber acerca de los problem as del día con el hacer algo al respecto. Su conciencia social se m antiene im poluta. Se preocupa. Está informado, y tiene toda clase de ideas acerca de lo que debiera hacerse, pero después de haber cenado, después de haber escu 35 chado sus program as favoritos de la radio y tras haber leído el segundo periódico del día, es hora ya de acostarse. En este aspecto peculiar, las comunicaciones de m a sas pueden ser incluidas entre los m ás respetables y efi cientes de los narcóticos sociales. Pueden ser tan p lena m ente efectivos como para im pedir que el adicto reco nozca su propia enferm edad. Es evidente que los mass-media han elevado el nivel de inform ación de am plios sectores de población, pero, m uy al m argen de la intención, cabe que las dosis crecien tes de com unicaciones de m asas puedan estar transfor m ando inadvertidam ente las energías de muchos que pa san de la participación activa al conocim iento pasivo. Apenas se puede dudar de la incidencia de esta disfun ción narcotizante, pero la extensión con la que actúa está por determ inar. La investigación de este problem a per siste como una de las m uchas tareas a las que todavía se enfrenta el estudioso de las comunicaciones de m asas. Estructura de la propiedad y control de los «mass-media» Hasta el m om ento hemos considerado los mass-media al m argen de su vinculación a una particu lar estructura social y económica. Pero es evidente que los efectos socia les de los medios variarán al variar el sistem a de propie dad o pertenencia y de control. Por tanto, considerar los efectos sociales de los mass-media norteam ericanos equi vale tan sólo a tra ta r los efectos de estos medios como em presas de propiedad privada y bajo una adm inistración o rien tada hacia el beneficio. Es sabido que esta circuns tancia no es inherente a la naturaleza tecnológica de los mass-media. En Inglaterra, por ejemplo, y ello sin hab lar de Rusia, la radio está, para todo fin y propósito, contro lada y operada por el gobierno, del que es propiedad. La estructu ra del control es to talm ente d istin ta en Es tados Unidos. Su característica prim ordial proviene del hecho de que, salvo las películas y los libros, no es el lector 36 de revistas ni el radioyente, ni, en gran parte , el lector de periódicos quien sostiene la em presa, sino el anunciante. Las grandes firm as comerciales financian la producción y la distribución de los mass-media y, en general, quien paga la orquesta es tam bién quien escoge lo que ésta ha de to car. Conformismo social Puesto que los mass-media son sustentados por gran des complejos del m undo de los negocios enclavados en el actual sistem a social y económico, los medios contribuyen al m antenim iento de este sistem a. Esta contribución no aparece sim plem ente en el anuncio del producto del pa trocinador, sino m ás bien por la presencia en relatos de revistas, program as de radio y colum nas de diarios, de algún elem ento de información, algún elem ento de apro bación de la actual estructura de la sociedad; esta reafir m ación continuada del orden establecido subraya el deber de aceptarlo. En la m edida en que los medios de comunicación de m asas han tenido una influencia sobre sus audiencias, ésta no sólo se ha revelado en lo que se dice, sino, más significativam ente, en lo que no se dice, ya que estos me dios no sólo siguen afirm ando el statu quo sino que adem ás dejan de suscitar preguntas esenciales acerca de la estruc tu ra de la sociedad. En consecuencia, al llevar hacia el conform ism o y al facilitar muy poca base para una esti mación crítica de la sociedad, los mass-media bajo patro cinio comercial restringen, indirecta pero efectivamente, el desarrollo convincente de una visión genuinam ente crí tica. No es que no tengam os en cuenta el ocasional artículo o program a radiado con intensión crítica, pero estas ex cepciones son tan escasas que se pierden en el avasallador torrente de los m ateriales conform istas... Puesto que nuestros mass-media com ercialm ente pa 37 trocinados prom ueven una obediencia inconsciente a nuestra es tructu ra social, no cabe confiar en ellos para que elaboren cam bios, aunque se tra te de cam bios ínfimos, en esa estructu ra. Es posible reseñar ciertas evoluciones en el aspecto contrario , pero bajo una m inuciosa inspección, resu ltan ilusorias. Un grupo com unitario puede pedir al productor de un program a de la radio que inserte en éste el tem a de las actitudes raciales tolerantes. De juzgar el productor que el tem a no ofrece riesgo, que no antagoni- zará a ninguna parte sustancial de su audiencia, puede acceder, pero a la p rim era indicación de que se tra ta de un tem a peligroso, capaz de alienar a clientes potenciales, se negará, o pronto abandonará el experim ento. Los ob jetivos sociales son abandonados por los medios com er cializados cuando chocan con los intereses económicos. Unas pequeñas m uestras de opiniones «progresistas» tie nen m uy leve im portancia ya que sólo son incluidas por aquiescencia de los patrocinadores y únicam ente con la condición de que sean lo bastan te aceptables como para no alienar a ninguna parte apreciable de la audiencia. La presión económica alien ta el conformismo a través de la om isión de las cuestiones polémicas. Impacto sobre el gusto popular Puesto que la m ayor parte de nuestra radio, nuestro cine y nuestras revistas, así como una parte considerable de nuestros libros y periódicos, están destinadas al «entre tenim iento», es obligadoconsiderar el im pacto de los mass-media sobre el gusto popular. De p reguntar al norteam ericano medio con cierta pre tensión de cu ltu ra literaria o estética, si las com unicacio nes de m asas han tenido algún efecto sobre el gusto po pular, nos contestaría sin duda con un «sí» rotundo. Es m ás, citando ejem plos en abundancia, insistiría en que los gustos estéticos e intelectuales han sido degradados por el flujo de triviales productos estereotipados surgidos de las 38 im prentas, las em isoras de radio y los estudios cinem ato gráficos. Las colum nas de crítica abundan en este tipo de quejas. En cierto modo, esto no requiere u lterior discusión. Es lógico que las m ujeres acosadas a diario, durante tres o cuatro horas, por una docena de seriales radiofónicos consecutivos, todos ellos del m ism o corte lam entable, ex hiban una penosa carencia de juicio estético. Y esta im presión se ve reforzada por el contenido de las «revistas del corazón», por la deprim ente abundancia de films stan dard repletos de héroes, heroínas y villanos que actúan en una atm ósfera fabricada con sexo, pecado y éxitos. Ahora bien, si no somos capaces de localizar estas pautas en térm inos históricos y sociológicos, ¿nos encon trarem os confusam ente entregados a condenar sin com prensión, realizando una crítica sólida pero en su m ayor parte irrelevante? ¿Cuál es el status histórico de este nivel, notoriam ente bajo, del gusto popular? ¿Son los míseros vestigios de pautas que en otro tiem po fueron mucho más altas? ¿Son en su m ayor parte, valores recién nacidos sin relación con las pautas más elevadas de las que supues tam ente han descendido, o son un ínfimo sustitu to que cierra el paso al desarrollo de modelos superiores y a la expresión de una alta finalidad estética? Si hemos de considerar los gustos estéticos en su ubi cación social, debemos reconocer que la audiencia efec tiva para las artes ha experim entado una transform ación histórica. Hace unos siglos, esta audiencia quedaba ma- yoritariam ente lim itada a una élite aristocrática. Eran re lativam ente pocos quienes sabían leer, y muy pocos quie nes disponían de medios para com prar libros, para ir al teatro o para viajar a los centros urbanos de las artes. Tan sólo una pequeñísim a fracción, posiblem ente no más del uno al dos por ciento de la población, com ponía el público efectivo para las artes. Estos pocos afortunados cultiva ban sus gustos estéticos, y su exigencia selectiva dejó su huella en forma de unas pautas artísticas relativam ente altas. Con la am plia difusión de la educación popular y con 39 la aparición de las nuevas técnicas de la com unicación de m asas, se desarrolló un m ercado enorm em ente am pliado p a ra las artes. Ciertas formas de m úsica, teatro y litera tu ra llegan hoy, virtualm ente, a todos los com ponentes de nuestra sociedad. Por esto, desde luego, hablam os de m e dios de com unicación de masas y de arte de masas. Y las grandes audiencias de los mass-media, aunque en su gran m ayoría alfabetizadas, no poseen una elevada cultura; de hecho, una m itad de la población ha dejado su educación organizada al abandonar la escuela elem ental. Con el ascenso de la educación popular se ha produ cido un declive sim ilar en el gusto popular. Un gran nú m ero de personas han adquirido lo que cabría denom inar «alfabetización formal», es decir, capacidad para leer, para cap ta r significados toscos y superficiales, y una co rre lativa incapacidad para una to tal com prensión de lo que leen. En otras palabras, se ha creado una zanja pro funda entre alfabetización y com prensión. La gente lee m ás pero com prende menos. Leen m ás personas, pero son proporcionalm ente menos las que asim ilan críticam ente lo que leen. N uestra form ulación del problem a debería ser llana. Es desorientador hab lar sim plem ente del decilve de los gustos estéticos. Las audiencias de m asas probablem ente abarcan un m ayor núm ero de personas con un nivel esté tico culto, pero éstas son absorbidas por las grandes masas que constituyen la nueva e incontrolada audiencia para las artes. En tan to que ayer la élite constituía v irtual m ente la to ta lidad de la audiencia, hoy es una fracción d im inu ta del todo. Por consiguiente, el nivel m edio de las pau tas estéticas y los gustos de las audiencias ha bajado, pese a que los gustos de ciertos sectores de la población indudablem ente han ascendido y el total de personas ex puestas al contenido de los medios de com unicación ha aum entado enorm em ente. Pero este análisis no contesta d irectam ente a la pre gunta acerca de los efectos de los mass-media sobre el gusto del público, una cuestión tan com pleja como inex plorada. La respuesta sólo puede proceder de una inves- 40 ligación disciplinada. Uno desearía saber, por ejemplo, si los mass-media han despojado a la élite intelectual y artís tica de las form as artísticas que de otro modo le hubieran sido accesibles. Y esto im plica investigar la presión ejer cida por la audiencia de los mass-media sobre los indivi duos creativos para am oldarlos a los gustos de las masas. En toda época han existido escritores m ercenarios, pero sería im portan te averiguar si la electrificación de las artes sum inistra corriente para una proporción m ucho m ayor de m ortecinas luces literarias. Y ante todo sería esencial determ inar si los mass-media y los gustos de las masas están necesariam ente vinculados en un círculo vicioso de pautas en pleno deterioro o si una acción apropiada por parte de los directores de los mass-media podría iniciar un círculo virtuoso de gustos que m ejorasen acum ulativa m ente entre sus audiencias. Dicho de m anera m ás con creta: ¿están atrapados los realizadores de los mass-media com ercializados en una situación en la que, cualquiera sean sus preferencias privadas, no pueden elevar rad ical m ente las pautas estéticas de sus productos? Debería indicarse, de paso, que es m ucho lo que queda por aprender en lo referente a pautas apropiadas para el a rte de m asas. Es posible que unas norm as concretas para form as artísticas producidas por un reducido grupo de ta lentos creativos para una audiencia reducida y selecta no sean aplicables a las formas de arte producidas por una industria gigantesca para la población en general. Los co mienzos de la investigación sobre este problem a son sufi cientem ente sugestivos como para m erecer estudios más profundos. Los experim entos esporádicos, y por consiguiente no concluyentes, de elevar niveles, han topado con profunda resistencia por parte de las audiencias de m asas. En al gunas ocasiones, las redes de radiodifusión han tra tado de sup lan tar un serial con un program a de m úsica clásica, o comedias estereotipadas por discusiones sobre cuestiones públicas. En general, la gente a la que se suponía benefi ciada por esta reform a program ática se ha negado, sim plem ente, a dejarse beneficiar. Han dejado de escuchar. 41 La audiencia se ha em pequeñecido. Los investigadores han m ostrado, por ejem plo, que los program as radiados de m úsica clásica tienden a conservar m ás bien que a c rear interés en la m úsica clásica y que los nuevos in tere ses que surgen son típicam ente superficiales. En su m a yoría, los oyentes de estos program as han adquirido p re viam ente interés por la m úsica clásica, y los pocos cuyo interés es iniciado por los program as se ven movidos por composiciones m elódicas y piensan en la m úsica clásica exclusivam ente en función de Tchaikovsky, Rimski-Kor- sakov o Dvorák. Las soluciones propuestas para estos problem as son m ás bien fruto de la fe que del conocim iento. La m ejora de los gustos masivos a través dela m ejora en los produc tos artísticos de tipo masivo no es una cuestión tan sim ple como nos gustaría im aginar. Cabe en lo posible, desde luego, que no se haya realizado un esfuerzo a fondo. Me dian te un triunfo de la im aginación sobre la actual orga nización de los mass-media, cabe concebir una censura ri gurosa sobre todos los medios de modo que no se perm i tiese en im prenta, en el éter o en cine nada que no fuese «lo m ejor que haya sido pensado o dicho en el mundo», pero la posibilidad de que un cam bio radical en la apor tación de arte para las m asas rem odelase a su debido tiem po los gustos de las audiencias m asivas sigue siendo m ateria de pura especulación. Se necesitan décadas de experim entación e investigación. Hoy en día, es m uy poco lo que sabem os acerca de los m étodos para m ejorar los gustos estéticos, y nos consta que algunos de los m étodos sugeridos son inefectivos. Contamos con abundantes an tecedentes de fracasos y, de reanudarse esta discusión dentro de 30 años, tal vez pudiésem os apo rta r con la m ism a confianza nuestros conocim ientos sobre logros po sitivos. Llegados a este punto, podemos hacer una pausa para contem plar el cam ino que hemos recorrido. Como in tro ducción, consideram os la am plia preocupación por el lu gar que ocupan los mass-media en nuestra sociedad. A con tinuación, exam inam os prim ero el papel social atribuible 42 a la m ism a existencia de los mass-media y llegamos a la conclusión de que se puede haber exagerado en este punto. A este respecto, sin em bargo, señalamos varias consecuen cias de la existencia de los mass-media: su función otor gadora de status, su función de inducir a la aplicación de norm as sociales, y su disfunción narcotizante. Segundo, indicam os los constreñim ientos puestos por una estruc tu ra de propiedad com ercializada y de control sobre los mass-media como agencias de crítica social y como por tadores de altos valores estéticos. Pasamos ahora al tercer y ú ltim o aspecto del papel social de los mass-media: las posibilidades de utilizarlos para avanzar hacia los objetivos sociales previstos. Propaganda para objetivos sociales La cuestión final tal vez ofrezca un interés m ás directo para el lector que las otras com entadas hasta ahora. Re presenta para nosotros una especie de desafío puesto que facilita los medios para resolver la paradoja aparente a la que nos hemos referido: la que surge de la aserción de que el significado de la p ropia existencia de los mass-media ha sido exagerado y las m últiples indicaciones sobre las in fluencias que ejercen los medios sobre sus audiencias. ¿Cuáles son las condiciones p ara el uso efectivo de los mass-media en lo que cabría denom inar «propaganda pa ra objetivos sociales», por ejemplo, la prom oción de re laciones de raza no discrim inatorias, las reform as educa tivas, o las actitudes positivas con respecto al trabajo or ganizado? La investigación indica que, como mínimo, una de las tres condiciones debe ser satisfecha si esta propa ganda ha de resu ltar efectiva. Estas condiciones pueden ser designadas brevem ente como: 1) m onopolización, 2) canalización antes que cam bio de los valores básicos, y 3) contacto suplem entario cara a cara. Cada una de estas condiciones merece un com entario. 43 Monopolización Esta situación se da cuando hay poca o ninguna opo sición en los mass-media a la difusión de valores, políticas o im ágenes públicas. Es decir, la m onopolización de los mass-media tiene lugar en ausencia de contrapropaganda. En este sentido restringido, la m onopolización de los mass-media se encuentra en diversas circunstancias. Co rresponde, desde luego, a la estructu ra política de la socie dad au to rita ria , donde el acceso a los medios de com uni cación está to talm ente cerrado a quienes se oponen a la ideología oficial. La evidencia sugiere que este monopolio desem peñó su papel perm itiendo a los nazis m antener su control sobre el pueblo alem án. Pero esta m ism a situación es aproxim ada en otros sis tem as sociales. D urante la guerra, por ejemplo, el go bierno de Estados Unidos utilizó la radio, con cierto éxito, para prom over y m antener una identificación con el es fuerzo bélico. La efectividad de estos esfuerzos para edi ficar la m oral debióse en gran parte a la ausencia, v irtua l m ente to tal, de la contrapropaganda. Surgn situaciones sim ilares en el m undo de la pro paganda com ercial. Los mass-media crean ídolos popula res. La im agen pública de la anim adora de radio Kate Sm ith , por ejem plo, es descrita por Merton (1949) como una m ujer de insuperable com prensión hacia las m ujeres norteam ericanas, una guía y tu to ra espiritual, y una pa trio ta cuyas opiniones en los asuntos públicos debían ser tom adas muy en serio. Unida a las virtudes cardinales norteam ericanas, la im agen pública de Kate Sm ith no se encuentra som etida, en aspecto alguno, a la contrapropa ganda. No se tra ta de que no tenga com petidores en el m ercado de la publicidad por radio, pero no hay ninguno que se dedique sistem áticam ente a cuestionar lo que ella haya dicho. En consecuencia, una anim adora soltera que tiene unos ingresos anuales de seis cifras puede ser con tem plada por millones de m ujeres norteam ericanas como una m adre de fam ilia, gran trabajadora y conocedora de la receta para vivir con mil quinientos dólares al año. 44 Esta im agen de un ídolo popular hubiera tenido una repercusión m ucho m enor de haber estado som etida a contrapropaganda. Esta neutralización ocurre, por ejem plo, como resultado de las cam pañas preelectorales por parte de republicanos y dem ócratas. En general, como ha dem ostrado un estudio reciente, la propaganda em itida por cada uno de estos partidos neutraliza los efectos de la propaganda del otro. Si am bos partidos om itieran por com pleto sus cam pañas a través de los mass-media, es m uy probable que el efecto neto fuese una reproducción de la actual distribución de votos. Esta pau ta general ha sido descrita por Kenneth Burke en su obra Attitudes toward History: «Los hom bres de negocios com piten entre sí tra tando de ensalzar cada uno su artículo de modo m ás persuasivo que sus rivales, en tan to que los políticos com piten calum niando a la opo sición. Cuando se sum a todo, se obtiene un total de abso lu ta alabanza por parte de los negocios y un total de ab soluta calum nia en lo que se refiere a política». En la m edida en que las opuestas propagandas polí ticas en los mass-media estén equilibradas, el efecto neto es negligible. En cambio, la m onopolización virtual de los medios para unos objetivos sociales dados producirá efec tos evidentes en las audiencias. Canalización La creencia en el enorm e poder de las comunicaciones de m asas parece b ro tar de casos afortunados de propa ganda m onopolística o de la publicidad. Sin em bargo, el salto desde la eficacia del anuncio a la supuesta eficacia de la propaganda que apunta a actitudes profundam ente arraigadas y conductas im plicadas en el ego es tan inse guro como peligroso. Anunciar es una actividad dirigida generalm ente a la canalización de pautas de com porta m iento o actitudes preexistentes; rara vez tra ta de instalar nuevas actitudes o de crear pautas de conducta significa 45 tivam ente nuevas. «Anunciar cuesta» porque general m ente tra ta una sim ple situación psicológica. Para los norteam ericanos fam iliarizados en el uso de un cepillo pa ra los dientes, poca diferencia representa, rela tiva m ente, la m arca de cepillo que em pleen. Una vez estable cida la pau ta general de conducta o la actitud genérica, ésta puede ser canalizada en una u o tra dirección. La re sistencia es m
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