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Discurso geográfico y discurso ideológico_ perspectivas epistemológicas

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27/12/13 Discurso geográfico y discurso ideológico: perspectivas epistemológicas
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Menú principal de Geo Crítica 
 
UNIVERSIDAD DE
BARCELONA 
ISSN: 0210-0754 
Depósito Legal: B. 9.348-
1976 
Año III Número: 13 
Enero de 1978
DISCURSO GEOGRÁFICO Y DISCURSO IDEOLOGICO: 
PERSPECTIVAS EPISTEMOLÓGICAS
Jean Bernard Racine
CONTENIDO
Un problema complejo, pero oportuno y actual 
Los componentes "tradicionales" del problema 
El nivel de las "palabras" 
El nivel de las problemáticas 
La búsqueda del orden 
Formalización y análisis cuantitativo de las estructuras: la reducción 
Del estructuralismo a las ambigúedades de la dialéctica 
El "por qué" de la investigación: primera aproximación 
La búsqueda de una problemática adecuada 
El estudio sistémico de las totalidades sistémicas 
La naturaleza de la totalidad sistémica: las "equivalencias conceptuales" 
El estudio marxista de la totalidad marxista 
Las leyes fundamentales de la "temática" marxista 
Más allá del marxismo: por una problemática de lo aleatorio y de la confrontación 
La geografía a la búsqueda de una ética del espacio
Nota sobre el autor
Jean Bernard Racine nació en Neuchâtel (Suiza) en 1940. Efectuó sus estudios en la universidad de Aix-en-
Provence presentando su tesis doctoral de 3e Ciclo en 1965, sobre el tema L'appropriation du sol rural
par les citadins dans le Départament des Alpes Maritimes. Essai de géographie social (Pub. Annales de
la Faculté des Lettres, Aix-en Provence, La Pensée Universitaire, 1966, 256 págs.).
Desde 1965 ha sido profesor y luego director del Departamento de Geografía de la Universidad de
Sherbrooke (Canadá) y desde 1969 profesor de la universidad de Ottawa. En 1973 fue nombrado profesor
y director del Instituto de Geografía de la Universidad de Lausanne (Suiza), puesto que desempeña en la
actualidad.
Sus primeras investigaciones fueron sobre la organización del espacio rural y la red urbana de la Francia
meridional (Alpes marítimos y Côte d'Azur), pero desde su llegada a Canadá se dedicó al estudio de
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problemas urbanos y métodos cuantitativos. Desde 1967 ha publicado diversos trabajos sobre la
aglomeración de Montreal, culminando en su Tesis de Estado (Universidad de Niza, 1973) sobre
-Un type nord-americain d´expansion metropolitaine: la couronne urbaine du Grand
Montreal (géographie factorielle expérimentale d'un phénoméne suburbain), Départament
de Géographie, Université d'Ottawa, 1973, 1106 págs.
J. B. Racine es, sin duda, uno de los geógrafos de lengua francesa que más importantes contribuciones ha
realizado a la geografía cuantitativa. Entre sus aportaciones destacan las realizadas en dos librosya clásicos
sobre el tema,
-FRENCH, H. M. y RACINE, J.B. (Eds.): Quantitative and Qualiative Geography: la
necessité d´un dialogue, Travaux du Départament de Géographie de l´ Université d'Ottawa, n.º
1, 1-76, 216 págs.
-RACINE, J.B. y REYMOND H.: L'Analyse quantitative en géographie, Paris, P.U.F., col.
SUP, 1973, 316 págs. 
 
Además de ello ha publicado diversos estudios sobre "ecologías factoriales" y ha discutido la validez de
ciertos métodos de análisis cuantitativo:
-Modéles graphiques et mathématiques en géographie humaine, "Revue de Géographie de
Montreal,vols. XXV, 3 (1971) y XXVI, 1 y 3 (1972).
-De l'analyse mathématique à l'analyse cartographique: les outils d´une logique
opérationelle en géographie en RAVEAU, J. (Ed.): Les méthodes de la cartographie
urbaine,Université de Sherbrooke, 1972, págs. 121-138.
-Ecologie factorielle et écosystèmes spatiaux, en BOURGOIGNIE, G. E. (Ed.):
Perspectives en écologie humaine, Paris, Editions Universitaires, 1972, págs. 152-191.
-La centralité commerciale relative des municipalités du système métropolitain
rnontréalais: un éxemple d'utilisation des méthodes d´analyse statistique en géographie,
"L´Espace Géographique", Paris 1973, n.º 4, págs. 275-289.
-Du quantitatif au qualitatif: présentation d´une géographie factorielle du phénomène
suburbain montréalais "Géoscope", vol. IV n.º 2, 1973, págs. 31-55.
-Géographie factorille de la banlieu montréalaise au sud du Saint Laurent "Revue de
Géographie de Montréal" XXVII, n.º 3, (1973) y XXVIII, n.º 1 y 3 (1974).
-Ecologie factorielle et attributs géographiques, (en col. Con M. CAVALIER), "Cahiers de
Géographie de Québec", vol. 16, n.º 38, 1972, págs. 213-242.
-L´analyse discriminatoire des correspondances typologiques dans l´espace géographique
(en col. Con G. LEMAY), "L´Espace Géographique", Paris, vol. 1, 3, 1972, págs. 145-166. 
 
Ha planteado también en algunos trabajos de alcance general la problemática del modelo urbano
norteamericano:
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-L´évolution récente du phénomène périurbain nord-américain, "revue de Géographie de
Montréal", vol. XXIV, n.º 1 y 2, 1970.
-Le modèle urbain américain, "Annales de Géographie", Paris, n.º 440, julio, 1971, págs.
397-427. 
 
Por último, ha realizado contribuciones teóricas sobre diversos aspectos de la evolución reciente de la
geografía.
-Nouvelle frontière pour la recherche géographique "Cahiers de Géographie de Québec",
n.º 29, 1969, págs. 135-168.
-La notion de paysage géographique dans la géographie française, "Canadian
Geographer", XVI, n.º 2, 1972, págs. 149-161.
-Le projet géographique et l´organisation de l´espace: les implications scientifiques et
idéologiques d´une géographie nouvelle, en BEAUREGARD, L.: L´Avenir de l'histoire el
de la géographie, Quebec, 1976, págs. 106-125 y 52-59.
-De la géographie volontaire à la practique politique, en ROBERGE, R. (Ed.): La crise
urbaine Presses Université de Ottawa, 1974, págs. 81-119 (en col. con J. P. FERRIER).
-Vers une "nouvelle géographie" au service de l'homme, "Les Cahiers Protestantes", abril
1976, n.º 2, págs. 11-20. 
 
El trabajo que hoy publicamos tiene su origen en el discurso pronunciado por J. B. Racine en la reunión anual
del Institute of British Geographers, celebrada en Coventry en enero de 1976, y ha sido revisado y ampliado
por el autor para su publicación en "Geo-Crítica" (manuscrito entregado en julio de 1976). Forma parte de
esa línea de reflexión que se está abriendo en el campo de la geografía para desarrollar una ciencia crítica. La
personalidad de su autor da a este texto un significado que los lectores sabrán, sin duda, apreciar.
DISCURSO GEOGRAFICO Y DISCURSO IDEOLOGICO: PERSPECTIVAS
EPISTEMOLOGICAS
"Es necesario desconfiar constantemente de la trampa de las palabras. 
Algunos orientan el pensamiento de acuerdo con reflejos o categorías 
caducas, de manera que el enfoque resulta falseado de antemano. 
Determinada filosofía subyacente -tanto más entorpecedora cuanto 
más implícita está- puede impedir la observación, ocultar cuestiones 
que la contradirían, detener la investigación cuando resulta necesaria". 
Marc Oraison (1975)
 
Un problema complejo, pero oportuno y actual
Nada hay más delicado para un geógrafo que emprender un discurso sobre el discurso del geógrafo
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formulando explícitamente la hipótesis de que es posibte relacionar el discurso geográfico con el discurso
ideológico, y que esta relación pone en duda la forma de conocimiento que propone nuestra disciplina en el
contexto de las ciencias actuales. El gran riesgo está en separar la teoría de la práctica, en recrearse en las
complicaciones: caer, en el peor de los casos, en la palabrería o en la verborrea, o, en el mejor de ellos, en la
metafísica, es decir,colocarse de tal forma por encima de la realidad que alguien tenga la posibilidad de
preguntarse si la corriente de pensamiento que se sigue no defiende más una opción ideológica que una
epistemología geográfica. Una vieja reflexión del filósofo marxista Louis Althusser no resulta demasiado
alentadora al respecto. ¿No es él quien habla de estas "ilusiones ideológicas aplastantes de las que todo el
mundo es prisionero" y que haría falta por tanto clarificar y criticar a partir "de conocimientos científicos
nuevos"? (Althusser, 1964).
¿Cómo definir,sin embargo, los conocimientos científicos en el campo de la geografía y de la epistemología?
Si el concepto de ideología permanece por lo menos multívoco, qué décir de la definición de nuestra
disciplina, de su objeto, de su método o métodos. Los epistemólogos, precisamente, no dicen nada al
respecto. Por ejemplo en vano buscaríamos referencias a la geografía en las obras de los teóricos de la
epistemología genética. Si se les pregunta el porqué, se apoyan en el carácter pluridisciplinar de la actividad
de los geógrafos; una actividad que carece de unidad orgánica y que no se basa en ninguna teoría, ni en
ningún axioma. En estas condiciones, Jean Piaget s6lo puede negar la existencia autónoma de nuestra
disciplina.
Es necesario abordar de alguna manera el sistema de relaciones múltiples que establece entre estos tres
niveles de reflexión: geográfico, ideológico, epistemológico, a pesar de que cada uno de ellos esté tan mal o
tan pobremente definido como sus respectivas competencias. Los primeros artículos de Yves Lacoste
(1973-1976), el éxito de "Hérodote", nos invitan a ello, con tal de que se asegure una vía de reflexión
crítica y coherente capaz de llevar a nuevas proposiciones. Desde este punto de vista, creemos que nuestra
experiencia y conocimiento de la práctica de la geografía llamada nueva en América del Norte, examinados a
la luz de una primera formación de tipo clásico y al cabo de tres años de haber descubierto de nuevo Europa,
nos autorizan por lo menos a exponer nuestro testimonio. Vale la pena recordar la actualidad de la polémica
sobre la ideología en geografía al otro lado del Atlántico y la expansión de la "geografiá radical", de la cual la
revista "Antipode" es un exponente, además de la existencia de obras de mayor relieve firmadas incluso por
los más reconocidos teóricos de la "nueva geografía", como William Bunge y David Harvey, autores
respectivamente, primero, de una "geografía teórica" (Bunge, 1966) y de una "explicación en geografía"
(Harvey, 1969), y después, de una "geografía de una revolución" (Bunge, 1971), así como de una obra sobre
la "justicia social y la ciudad" (Harvey, 1973). Al examinar los primeros números de "Hérodote" los
trabajos norteamericanos y el conjunto de debates publicados en la revista de la Asociación de geógrafos
norteamericanos, se evidencia que la cuestión de la ideología incumbe a todos los geógrafos, tanto si trabajan
con los instrumentos y perspectiva de la geografía llamada "tradicional" -cualitativa, empírica e inductiva-,
como si lo hacen de acuerdo con los instrumentos y la perspectiva de la llamada geografía "nueva"
cuantitativa, teórica y deductiva. A pesar de sus peligros es obligado, pues, empezar por la ideología.
Sin embargo, cómo abordarla, ¿por su definición? Nos hemos referido ya a la dificultad que esta tarea
supone en un campo como el de la geografía en que la ideología es ante todo el "pensamiento de otro" y
hace referencia a una noción a la que no puede reconocérsele cualidad objetiva desde el momento que no
existe una adhesión explícita (Dumont, 1974). En efecto, cualquier reflexión sobre la ideología se plantea ante
todo como una réflexión crítica. Nadie se sorprenderá de que las argumentaciones sobre la ideología sean
hoy, en esencia de origen marxista y de que las argumentaciones marxistas funcionen siempre, según
confesión de ideólogos marxistas (Lindemberg, 1975), "contra alguien" o "contra alguna cosa". Admitimos
asimismo con Fernand Dumont que "las ideologías plantean, en principio, problemas porque compiten entre
sí", y que es precisamente la "confrontación que hace la ideología una realidad, pues en el caso de que la
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situación admitiera una definición única sería como si no hubiera ideología". En efecto, las ideologías son
"multiformes y se ofrecen en un mercado en el que compiten diversas lecturas y objetivos de la sociedad y de
los grupos"; esto se explica porque "quienquiera que hable de ideología lo hace ante todo para desacreditarla
utilizando, en principio, un pensamiento ajeno". ¿Es razón suficiente para concluir que el concepto de
ideología, escritoen singular, es verdaderamente ideológico?
Tras la lectura de los debates que tienen lugar a propósito de la tilosofía marxista una cosa queda en claro: la
ideología se expresa de múltiples maneras y en numerosos lugares, a través de distintas formas de
comunicación y de instituciones diversas. Pero no acaba de existir acuerdo sobre: su naturaleza profunda; la
cuestión de si es una o múltiple; la necesidad o posibilidad de concebirla a nivel de la sociedad en general o
en el de la sociedad de clases; si su expresión está en determinados contenidos del saber o en las formas de
su apropiación, y si la relación entre ciencia e ideología tiene un carácter de ruptura (Althusser) o de
articulación (Rancière). Es comprensible que los marxistas se sientan incómodos en esta situación. El
Manifiestodel partido comunista, era bastante claro en 1848, cuando decía que "las ideas dominantes son
las ideas de la clase dominante", cita muy frecuente en toda la literatura geográfica y económica de la
corriente "radical" norteamericana. Sin embargo, Henri Lefebvre (1966) ha mostrado que para Marx el
concepto de ideología tenía por lo menos tres significados distintos: "representación ilusoria de lo real",
"teoria que ignora sus presupuestos", "teoría que generaliza el interés particular". Los especialistas del
pensainiento marxista no se han puesto de acuerdo aún en la interrelación de estas tres definiciones. Por
nuestra parte, nada podemos añadir al respecto. Incluso en el marco relativamente restringido del concepto
marxista de ideología, son complejas las relac¡ones entre conocimiento e ideología. Adoptaremos por ello el
punto de vista del filósofo marxista Henri Lefebvre (1970), el cual -más prudente que Louis Althusser, para
quien la "ciencia" (revolucionaria) se construye contra la ideología- admite que "si al intentar definir un criterio
riguroso de la cientificidad alguien afirma que la ciencia y la ideología se excluyen, nada resiste, todo salta en
pedazos y en primer lugar la cientificidad de Marx. ¿Cuál es la serie de proposiciones que no contiene una
huella o un germen de ideología?". David Harvey lo formula explícitamente en la presentación de su obra
Social Justice and the city:"los capítulos de la segunda parte -dedicados a la formulación socialista de los
problemas urbanos- son ideológicos en el sentido occidental del término, mientras que los de la primera parte
-dedicados a las formulaciones llamadas "liberales"- lo son en el sentido marxista" (Harvey, 1973).
No sólo el marxismo está en cuestión sino que el tema de la ideología se impone también hoy, de grado o por
fuerza, en todos los campos de las "humanidades" y de las ciencias sociales. Hace ya trece años que H.
Lefebvre calificó a la "ideología estructuralista" de "pura y propiamente tecnocrática": sistema de ideas que se
inscribe en una estructura social y que juega un papel histórico en el seno de determinada sociedad o
"formación social", como por ejemplo en la Francia de la década de los 60, la Francia gaullista. Sin embargo,
Karl Mannheim mostró más tárdela relación existente entre el medio social y las formas de pensamiento,
distinguiendo las ideologías de las utopías. Siguiendo a Marx y Weber, este conocido especialista de la
"sociología del conocimiento" sostiene que la ideología refleja el orden social e intenta salvaguardarlo,
mientras que la utopía busca la transformación de! statuquo(Mannheim, 1965). La distinción de Mannheim
abre horizontes particularmente provechosos para la geografía. Pero también parecen fecundos para la
teología (Wackenheim, en su obra Christianisme sans idéologie, 1974, ahoga por una utopía profética, la
única capaz, a su modo de ver, de asentar con autenticidad el evangelio en el futuro) y para la economía de
quienes propugnan "cambiar la vida" con el socialismo (Attali y Guillaume, 1974). ¿No indica tal vez ésto que
ya ha sonado la hora de hacer un primer balance de contradicciones dentro de una perspectiva más amplia
que la que opone las formulaciones llamadas "liberales" las llamadas "radicales", "marxistas" o "marxianas",
aun cuando unas y otras se ocupen de la ideología?
El problema reside en saber si basta nuestra experiencia de la geografía para efectuar este balance. Como
hemos visto, la polémica rebasa ampliamente el campo específico de la geografía suponiendo que este campo
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exista. En la actualidad, la polémica incumbe no sólo al conjunto de las ciencias humanas -la polémica sobre
el "reduccionismo" y el "neopostivismo" que enfrente a Karl R. Popper (Popper, 1959, 1973) a las críticas
de la Escuela de Francfurt (Adorno, 1969; Habermas, 1968, 1973; Horkheimer, 1969, 1974)-, sino también
al problema del conocimiento como tal o al del conocimiento de los conocimientos; afecta, en consecuencia,
al conjunto de la epistemología, ya se trate de ciencias físicas o sociales, de ciencias lógico-formales
(matemáticas y geometría, lógica) o de las llamadas factuales (las que poseen un contenido empírico, las
disciplinas que trabajan en base a datos factuales: geografía, antropología, física, historia, biología...). En todo
caso, tal es la conclusión tras la lectura de obras como Logique et connaissance scientifique (dirigida por
Piaget, 1969) o L'explication dans les sciences (Apostel, Cellerier, Piaget y otros, 1973). Se descubre
entonces que el problema de la ideología no se puede reducir a una dicotomía ciencia/ideología o
conocimiento/ideología, que el conocimiento científico es "revolucionario" porque es verdadero (Althusser,
1974), y que la ideología no es más que un sistema de ilusiones necesarias a los sujetos históricos para que
funcione el todo social, representación mixtificada, falseada, además de no científica, de este sistema social
que se utiliza con objeto de que los "individuos" ocupen el "lugar" que les corresponde en el sistema de
explotación de clases. Se descubre, asimismo, que el problema de la ideología no está en absoluto, o al
menos no únicamente, en escoger entre dos tipos de formulaciones, o incluso problemáticas conceptuales,
según el tipo de sociedad que se prefiera: la liberal, que se acepta o se defiende por necesidad, y la socialista,
que se quiere instaurar en nuestros países occidentales, la cual no. se identifica con la imagen que
proporcionan los países en que se ha instaurado nominalmente; éste es el caso particular de los geógrafos
que han optado por esta profunda voluntad de cambio (¿ideología o utopía?), los cuales sólo ven en dichos
países una caricatura más o menos trágica de las auténticas aspiraciones del socialismo.
¿Puede generalizarse el problema de la ideología en estas condiciones? Una forma concreta de hacerlo sería
buscar las manifestaciones más evidentes. El geógráfo se siente tentado inmediatamente por la cuestión de las
formas de organización del espacio, por ejemplo, el plano circular o radioconcéntrico de una ciudad, opuesto
a la división ortogonal (oposición de la idea de jerarquía a la idea de igualdad individual... Aunque es cosa
sabida que estas connotaciones son tan relativas como todas las otras). Nos atendremos ahora al discurso
del geógrafo, sin olvidar, evidentemente, todo lo que en dicho discurso no pertenece a la geografía como tal,
pero sirve de base a sus análisis y representaciones. Empezaremos por tratar sucintamente las ya bastante
conocidas componentes "tradicionales" de la ideología del discurso y seguiremos con aquello que conocemos
de forma más concreta: el discurso "nuevo" que comienza a transformar, y lo seguirá haciendo durante mucho
tiempo, las lecturas de los nuevos maestros de la geografía.
Los componentes "tradicionales" del problema
Como es natura no entramos en la consideración de aquellos problemas ya planteados por otros: el problema
histórico de la relación entre geografía y poder (Lacoste, 1976), entre geografía y guerra (Lacoste, 1976), así
como la crítica de una actitud determinista (la de Ratzel, pero también la de Louis Wirth, 1938, mucho más
sutil) que pone en relación mecánica, al menos de forma implícita, cierta disposición espacial con
determinado tipo de vida social (Remy y Voye, 1974; Berry, 1973), lo cual desvirtúa la explicación e
indirectamente enmascara las causas reales. Definida la ideología como "un contenido mental a partir del cual
es posible justificar la propia existencia y posición social", este contenido mental "permite aceptar,
comprender y, en consecuencia, estabilizar una estructura social" (Remy y Voye, 1974), lo que parece ser el
"efecto ideológico" de la utilización de las problemáticas deterministas. Sin embargo, nos ha costado mucho
tiempo saberlo, incluso lo llegamos a olvidar cuando el "determinismo" se disfraza de novedad; la forma
arquitectural, la trama parcelaria o el plano urbano en lugar de las formas de diferenciación de tramas
naturales o físicas.
En este epígrafe empleamos el concepto de "tradición" en el sentido de antigüedad del "mal", no en el de
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denuncia del mismo. Esta es muy reciente. En realidad, en el campo de la geografía no toma cuerpo hasta
1970, en que se inicia en Norteamérica (el primer número de Antípode es de finales de 1969; el segundo,
dedicado a la "metodologia radical", de 1970; el primer número dedicado entera y explícitamente a la
ideología. data de 1973). Luego se ha extendido a medias en Francia con el artículo que Yves Lacoste
dedica a la, geografía en el volumen Philosophie des sciences sociales de 1860 à nos jours, y en especial
ha sido asumida del todo por François Chatelet en 1973 con la aparición del primer número de Hérodote.
Ignorando algunos de los proyectos de Hérodote, emprendimos la redacción del presente articulo en el
verano de 1975 con vistas al discurso inaugural del congreso anual del Instituto de Geógrafos Británicos.
¿Cabe concluir de este hecho que estamos todos, unos con independencia de otros, sometidos a la influencia
del paradigma "crítico", el cual significa, para los teóricos de las revoluciones científicas, una especie de
"visión del mundo", de modelo conceptual general que domina una época, es decir, una especie de referencial
básico o como diría Michel Foucault, una "episteme" que impulsa a formular, a propósito de la realidad, unas
cuestiones con preferencia a otras? Tras el paradigma de la cientificidad estructuralista, parecía llegado el
momento de someter aquello que se presentaba cada vez con más claridad como un resurgir del empirismo y
del positivismo cientifista a la crítica de un pensamiento que ha reconocido, con Marx en las Tesis sobre
Feuerbach y gracias a las investigaciones psicológicas y epistemológicas de Piaget, que el pensamiento
humano, en general, e implícitamente su aspectoparticular, el conocimiento científico, están en estrecha
relación con la conducta humana y con las acciones del hombre sobre el mundo. "El pensamiento científico,
fin último para el investigador, es sólo un medio para el grupo social y para la humanidad entera", recuerda
Lucien Goldmann al prolongar simultáneamente la obra de Marx y de Piaget en su defensa del estructualismo
genético (Goldmann, 1966). ¿Hacen falta argumentos más contundentes para legimitar la necesidad de una
crítica a la "razón instrumental"? Ya volveremos sobre ello más adelante.
El nivel de las "palabras"
La crítica, en efecto, puede comenzar en cuestiones previas a la "razón" que sostiene un discurso ante todo, a
nivel del lenguaje. Nadie pone en duda que la ideología tenga por vehículo un lenguaje (Lefebvre, 1966)
incluso si el lenguaje no agota los medios de expresión de una ideología máxime cuando ésta es "dominante",
y, por tanto, hace intervenir hechos de poder. Pero ocurre que la cita que encabeza este texto permite
legitimar, por la misma evidencia de sus afirmaciones, la necesidad de una crítica de los hechos de lenguaje.
Las palabras están henchidas de equívoco; así, la palabra "vida" para el biólogo moderno; o también la de
"espacio" o "región" para el geógrafo, en el sentido de que provocan toda una serie de representaciones
mentales, inconscientes o insidiosas, según las cuales existiria en algún lugar una realidad que sería, para el
diálogo, "la vida en sí" de un modo escolarmente platónico, o que, para el geógrafo sería "el espacio en sí" o
la "región en si", con características unívocas, independientemente de las prácticas sociales. Con estas
nociones clave de la biología y de la geografía ocurre lo mismo que con las de "lógica" o "sistema", cuya
existencia, en la mayoría de discursos teóricos, sean o no geográficos, se presupone más que se postula, ya
sea gratuitamente como hacen algunos, ya justificando esa presuposición y ese postulado mediante
consideraciones políticas o filosóficas (la "totalidad", por ejemplo). Quizá fuera más útil descubrirlas y
mostrar su existencia a través de una investigación auténtica que dejara de lado las representaciones previas,
más o menos míticas, y que planteara los problemas sin prever de antemano sus respuestas.
El vínculo entre la palabra, la representación y el método es precisamnnte una cuestión de método que puede
parecer esencial a algunos; buena prueba de ello es el conjunto de la obra crítica de un Henri Lefebvre por
ejemplo. Pero, ¿no es ello mismo la expresión de una elección que, a su vez, no es ni neutra ni inocente y que
también supone, o se basa, en otro tipo de creencia? La cuestión merece quedar elucidada. Mientras tanto,
reconozcamos con Louis Althusser la importancia de las batallas sobre las palabras. "Las realidades de la
lucha de clases, dice, son "representadas" por ideas, que son representadas por palabras". En los
razonamientos científicos y filosóficos, las palabras conceptos, categorías son instrumentos del conocimiento.
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Pero, en la lucha política, ideológica y filosófica, las palabras son también armas, explosivos o calmantes y
venenos" (Althusser, 1968). Un ejemplo, tomado en la intersección de la reflexión geográfica y sociológica,
mostrará fácilmente que, incluso como instrumento de conocimiento, la elección de la "palabra" (considerada
ciertamente en cuanto concepto) es capital. Si, al querer tratar sobre la diferenciación interna del espacio
urbano, descubro la necesidad de hacer intervenir un análisis del tiempo del hombre (o de los hombres, o
de los grupos, o de las clases sociales... lo que a su vez constituye otro problema en el que la "palabra" no es
indiferente), y utilizo el concepto de "tiempo lbre" y no el de "tiempo de reproducción de la fuerza de
trabajo"; es evidente que, a partir de un contenido empírico que, para mí, puede ser idéntico en los dos
casos, será diferente la orientación de toda mi investigación, el conjunto de los conocimientos producidos, y
ello cualquiera que sea la opción metodológica que me imponga en el tratamiento de la información de que
dispongo. Como puede verse, el problema semántico recubre el de la problemática metodológica.
En todo caso, no defenderemos aquí que la elección del segundo concepto sea forzosamente superior a la
del primero. Todo depende de lo que se quiera hacer inteligible. Y, en primer lugar, tener conciencia de ello.
¿Quiere decir esto que hay "palabras engañosas" que serían las palabras de la ideología burguesa, y
"palabras-exactas (ciertas)", las de la ciencia, o bien de "las ciencias", en realidad, de la ciencia marxista-
leninista? El que hoy se pueda plantear esta cuestión sabiendo de antemano que habrá lectores que
responderán de forma afirmativa (por lo menos, los discípulos de Althusser), legitima que se la plantee a la
comunidad de geógrafos. Los estudiantes que ya han leído a sus "clásicos" comienzan a plantear el problema
no sólo interrumpiendo la explicación de tal o cual profesor, sino también con la elección del tema de su
memoria o de su tesis, explicando que se basan en una "ciencia proletaria", ciencia de los dominados, por
oposición a una "ciencia burguesa", que sería la ciencia de los dominadores. Deben ignorar ciertamente que,
a la izquierda de Althusser, se impugna de modo radical la problemática de la "desigualdad entre un saber y
un no saber", así como la dicotomía entre las "dos" ciencias. Para Jacques Rancière, por ejemplo, "no hay
una ciencia burguesa y una ciencia proletaria. Hay un saber burgués y un saber proletario" (Rancière, 1974),
ya que "la ciencia", tal como la piensa Althusser en oposición a la ideología "representación de la relación
imaginaria de los individuos con sus condiciones reales de existencia" -en realidad el "discurso marxista
oficial", de la ciencia- se resuelve finalmente "en la doble justificación del saber académico y de la autoridad
del Comité Central". "La ciencia" se convierte en consigna de la contrarrevolución ideológica. En último
extremo, la teoría de la ciencia que defiende Althusser permanece, según Jacques Rancière, en el mismo
plano que las ideologías que pretende combatir, "es decir, que, a su manera, refleja la posición de clase del
intelectual pequeño-burgués".
Si no hay posibilidad de escapar a la contradicción por la izquierda, ¿será ello posible por la derecha? Nada
permite pensarlo así; y la victoria semántica del marxismo es tan evidente hoy, y tan sorprendente que dan
ganas de abandonar, aunque sólo sea por evitar la caída en la facilidad, como decía Jean Daniel en su
editorial del Nouvel Observateur de 10 de mayo de 1976: "el vocabulario marxista ha penetrado en las
costumbres con la intensidad de un fervor religioso. Nos encontramos en una era teológica: Igual que en los
tiempos de la cábala, del mandarinazgo, de Bizancio, o del Concilio de Trento. Cada cual enarbola sus textos
sagrados". Para convencerse de ello, basta hojear cualquier número de Antipode.Basta también con esperar
un poco -como se sabe, ya ha llegado el momento- para ver aparecer la misma tendencia en la geografía
francesa. Incluso nosotros... Pero quizá constituya esto un momento indispensable en el replanteamiento de
una problemática. Necesitamos "conceptos" para poner un poco de orden en nuestras construcciones". Los
conceptos tradicionales no sirven; esforcémonos por asegurar los y nuevos y véamos si los resultados
corresponden a los deseos. He aquí un punto de vista.
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El nivel de las problemáticas
Pero hay algo más que las palabras y los conceptos. La "problemática", a su vez queda cuestionada tantoa
nivel de los objetivos de inteligibilidad como de los métodos escogidos para alcanzarlos. La decodificación
ideológica es tanto más delicada de llevar cabo en este caso e igualmente ambigua en sus resultados. Para el
autor de este trabajo que considera como definitivamente adquirida la revolución cuantitativa, existe el gran
peligro de que un planteamiento tan legítimo y esperado sobre lo que transmiten nuestros diferentes tipos de
discurso, desemboque en una empresa contrarrevolucionaria que nos haría retroceder veinte años atrás. A
diferencia de ciertos geógrafos marxistas o "marxianos" franceses, los geógrafos "radicales" de América del
Norte no lo desean en absoluto. Para ellos, la "nueva geografía" ha roto afortunadamente con el discurso
tradicional, estrictamente descriptivo y consagrado únicamente al descubrimiento de las individualidades, de
las personalidades regionales, discurso desarrollado según el modo inductivo que utiliza una formulación de
tipo verborreico-conceptual e histórico-literario, refugio de lo multívoco y de lo implícito. Ya era hora, en
efecto, de que la "nueva geografía" denunciara la degeneración de la geografía tradicional en una especie de
colección académica de "sellos de correos", adicionando entre sí las descripciones locales, regionales o
territoriales, sin preocuparse en realidad de hacer progresar de manera significativa el conocimiento de los
procesos que hayan causado tal o cual situación geográfica, tal o cual estructuración espacial. Nadie debería
discutir hoy que ya no es tiempo de un saber particularizado en términos de acumulación repetitiva de una
información descriptiva. Por otra parte, no parece que, a este nivel, exista nadie que quiera volver atrás.
La duda aparece, sin embargo, cuando se ven proliferar los sacerdotes de la cuantitatividad, que, con un
enfoque orientado a la generalización, en términos de hipótesis y de teorías cuya validez conviene verificar
recurriendo a los modelos y a la simulación, y, por tanto, al ordenador, creen haber encontrado no sólo el
medio de enlazar de nuevo con las "disciplinas de vanguardia" -en lo cual estamos completamente de
acuerdo- sino también el camino de la verdad, de toda la verdad y de sólo la verdad. Bueno será que el
"nuevo geógrafo" parta a la búsqueda de las "leyes" o, más modestamente, a la búsqueda de "reglas" que
establezcan la diferenciación y la organización de nuestro espacio. ¿Cómo no reconocer la validez de una
toma de posición en favor de una geografía que ya no se contenta con responder a cuestiones tales como el
dónde y el qué, y que se decide a estudiar el cómo y el por qué de las "estructuras espaciales", respetando
una serie de reglas -las del "método científico"? (cabe preguntarse si "universal" o "marxista")- de una
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geografía que, asegurando la "transpararencia del enfoque, y más allá de la experiencia y de la medida,
consideradas indispensables en cualquier conocimiento cientítico, permitiera llegar hasta la previsión y,
consiguientemente, a la acción, es decir, a la manipulación voluntaria de los acontecimientos que
experimentamos. En este discurso, el discurso tipo de la nueva geogratía anglosajona (véase la obra
enormemente significativa de H. Abler, J. Adams y P. Gould, Spatial Organization, The Geographer´s
View of the World, 1974) ¿no parece sugestivo? En todo caso, es perfectamente representativo de lo que
los prácticos de la teoría crítica llaman neopositivismo anglosajón, empírico e idealista. A este nivel, la crítica
puede seguir vías distintas. Permítasenos describir algunas de ellas, sin ánimo de ser exhaustivos, pero sí
partiendo de lo más general hasta llegar a lo particular.
La búsqueda del orden
Al fín parece que los matemáticos, empiezan a proponer de manera legible a las ciencias humanas una serie
de demostraciones sobre los límites de utilización de sus herramientas, tal como J. Scott Amstrong del MIT
(1967) que ha tratado de los peligros que supone la utilización de los métodos de análisis factorial sin el
apoyo de un réferencial teórico para evaluar los resultados inducidos; y como H. Le Bras, de la Escuela
Politécnica francesa (1974), que ha indicado la debilidad de los métodos de análisis multivariados en el
descubrimiento de estructuras todavía desconocidas. Mientras, la nueva geografía continúa a fondo en su
búsqueda del orden en los sistemas de datos que maneja. Se plantea entonces la cuestión de saber cual es el
valor de una investigación en la que se presupone, sin ninguna demostración previa, un orden subyacente a
una estructura, y en la que seguidamente se trata de descubrir dicho orden como única conclusión lógica de la
investigación.
Es forzoso admitir actualmente que una cierta forma de investigación del orden traduce de modo cuasi
explícito la existencia en el espíritu del investigador, de una intensa orientación ideológica. La nueva geografía
anglosajona, tal como la ilustra el que consideramos como el mejor y más útil de sus manuales, notable en
muchos sentidos (Abler, Adams, Gould, 1971), desorienta al lector que no esté familiarizado con el modo de
per$sar anglosajón. Sirvan como botón de muestra los dos primeros capítulos del libro, cuyo objeto es
explicitar la problemática de base de una geografía que se pretende científica. Se puede estar de acuerdo con
los autores en que la función esencial de la investigación científica consiste en ordenar nuestras experiencias
del mundo, en modelarlas de forma que se las pueda manipular, así como en evidenciar que en la naturaleza
hay más orden de lo que parece a condición de buscarlo. Aunque no habría que pretender encontrar orden a
toda costa, ni que se le creara allí donde claramente no existe, Y ello por cuanto es legítimo plantearse
cuestiones, en este sentido, que van mucho más allá de los prejuicios de métódo: pues, si el descubrimiento
de las regularidades entre los fenómenos estudiados significa la existencia de un orden en el mundo, ¿no
tienden esas regularidades a convertirse, a su vez, en significaciones, con el riesgo consiguiente de que éstas
intenten justificar, naturalmente la existencia de ese orden subyacente? Al no estar sometido a crítica, puesto
que se le refiere a una especie de "filosofía de la ciencia", el orden subyacente se convierte en orden
precisamente ideológico "desde el momento en que no es más que una generalización a partir de experiencias
anteriores, y se convierte en una verdad absoluta, a la que se puede llegar a venerar (o a odiar), y en
cualquier caso, hacer objeto de superstición" (Maffesoli, 1975).
El lector comprenderá ahora, mejor, que, cuando hombres como Horkheimer, Adorno y Habermas
proponen su "teoría crítica" (Kritische Theorie) y lanzan la "querella del positivismo" (Positivismusstrait), ello
es, en primer lugar, para mostrar que, a una racionalización desmesurada o, más precisamente, a la puesta en
acción de la "racionalidad en sí" a través de los procesos cognitivos"-, puede asociarse, y, en efecto, se
asocia la imposición, en nombre de la racionalidad, de un tipo de dominación política determinada y
no reconocida (Hirsch, 1975). La crítica ideológica, tiene pues, un objetivo. Se convierte, explícitamente en
"política" en el sentido fuerte de término. Cuestiona el conjunto del discurso científico moderno, pero, al final
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del análisis, lo que cuestionará serán los vínculos, involuntarios y no conscientes la mayoría de las veces,
establecidos con una cierta forma de organización de la sociedad -en realidad, con el capitalismo de
organización. A veces, la acusación irá dirigida contra la función ideológica explícitade un discurso que hace
la apología de un cierto tipo de sociedad. En el terreno de la geografía, ésta es la acusación de un David
Harvey (1973a, 1973b) o un Richard Peet lanzan contra hombres como Malthus, evidentemente, pero
también contra Brian Berry (uno de los padres "no arrepentidos" de la nueva geografía) o Keith D. Harris,
cuyos enfoques ligados a una concepción de la sociedad llamada "liberal", sirven, voluntariamente o no, a los
intereses del capitalismo monopolista de Estado desde el momento que orientan la investigación al estudio de
las condiciones de control de los problemas y no a su solución, y ello a pesar de los objetivos sociales que se
fijan estos expertos de la geografía. Lo que se impugna en este caso, es ciertamente una geografía de tipo
tecnocrático, orientada a la "ordenación" y al control, y por tanto, al servicio de "la ley y el orden".
Formalización y análisis cuantitativo de las estructuras: la "reducción"
Este es un primer punto. Hay otros, pero de ellos apenas si se encuentra la más mínima huella en la
bibliografía y en los debates de los geógrafos. Sin embargo, quisiéramos introducir aquí una crítica que, si
bien se desprende, de las observaciones que, en nombre del conjunto de las ciencias humanas, dirige un
Lucien Soldmann a un pensamiento teórico, al estructuralismo de Lévi-Strauss, también concierne
directamente a la geografía que, desde hace algunos años, se pretende "estructuralista"" o, más exactamente,
como veremos después, "sistémica". Para Coldmann, el estructuralismo de Lévi-Strauss elimina, en su propia
estructura y por los métodos que elabora la teoría que le subyace, el problema del sentido y el de la historia.
Cuanto más lo haga, "menos necesitará comprometerse explícitamente en la defensa del orden existente".
Así, nos dice, "el estructuralismo formalista es completamente ajeno a los problemas sociales y políticos,
situando las valorizaciones implícitas a nivel de la metodología". El resultado es, evidentemente, el
mantenimiento, sin discusión alguna, del capitalismo de organización y, a través de las producciones de las
ciencias sociales, el desarrollo de la ideología dominante. La formalización estructuralista de la noción de
región que se puso de moda en Francia con los trabajos de Roger Brunet (1969, 1972) y que supera hoy el
problema de la región para abarcar cualquier espacio geográfico que se pueda definir como organizado por
un "sisterna" (cf; Dollfus y Durand-Dastes, 1975), podría ser objeto de las mismas críticas.
Yo he contribuido personalmente a introducir entre los geógrafos francófonos la idea de que el espacio del
geógrafo podría reducirse a un conjunto de elementos (los lugares), y de atributos de esos elementos
(relaciones entre los lugares, e incluso disposición de los lugares recíprocamente entre sí), de lazos entre los
atributos (relaciones entre los hechos característicos de esos lugares), en fin, de interdependencia entre esos
elementos y esos atributos. Los trabajos de un Brian Berry sobre la jerarquía de los lugares centrales (Berry,
1967) habían popularizado, en efecto, esta concepción del "sistema espacial", que a pesar de todo, era muy
parcial, aunque también fuera práctica, puesto que era directamente operativa para quien supiera utilizar los
métodos del análisis estadístico multivariado. Con ello, introducíamos, sin duda alguna, una mayor coherencia
en nuestras descripciones, con la posibilidad, además, de tratar un mayor número de variables, de descubrir
en el "sistema" de sus vínculos recíprocos, correspondencias sobre el número, el sentido, la fuerza y sobre
cuya naturaleza, finalmente, podíamos pronunciarnos con una trasparencia y una certidumbre infinitamente
superiores a las que hubiéramos conseguido si no hubiéramos podido beneficiarnos de esta problemática y
de estos útiles medotológicos (cf. Racine, 1975). Sin embargo, habíamos tenido la intuición de una
reducción, juzgada necesaria (cf. Racine y Reymond, 1973) e indispensable para la inteligencia de las
estructuras estudiadas. Pero tal reducción sólo la entendíamos a nivel de la información, en realidad, a nivel
de los "datos estadísticos" que identificábamos con los "atributos" del "sistema". Ahora bien, en la realidad de
los hechos, ¿qué es lo que ponía entre paréntesis esta reducción?
En primer lugar, y la paradoja sólo es aparente, algo que recuerda la argumentación de Yves Lacoste contra
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Vidal de la Blache: el hecho de privilegiar ciertos niveles de análisis que corresponden a determinados tipos
de espacio de conceptualización (Lacoste, 1973); lo que suponía el peligro evidente de llegar una vez más a
desplazar el lugar de la explicación, así como también a desgajarsubrepticiamente algunos factores del
razonamiento que sólo podrían ser aprehendidos convenientemente a otros niveles de análisis. El respeto
ciego a una cierta idea de la región, que corresponde a una cierta fase del desarrollo capitalista -éste es el
problema de la geografía tradicional-; la obediencia única a la lógica de los modelos de investigación
matemáticamente construidos; y la atención exclusiva a la información homogénea de que se puede disponer,
la que proporciona un censo instrumento del poder, son otras tantas ocasiones que la ideología tiene para
penetrar en el discurso geográfico. Una vez superado el entusiasmo de los neófitos, cada cual debe ser
consciente del peligro que encierra el recurrir a problemáticas o a una metodología que permiten -sin que ello
aparezca en el discurso, "y, por tanto, sin necesidad de justificación" (Lacoste, 1973)- que se dejen de lado
las referencias a un gran número de factores físicos, económicos, sociales y políticos cuyo papel no se puede
estudiar en las combinaciones geográficas más que situando el análisis a niveles diferentes de aquél a que uno
está obligado a limitarse recortando el espacio, como exige todo tratamiento de una matriz de datos, en un
cierto número de unidades de observación y de atributos espaciales que caracterizan de forma numérica cada
una de nuestras unidades de observación. Y es que es muy fácil, y tentador a veces, ocuparse únicamente de
lo que sucede dentro de límites definidos, ya sea por nuestro sesgo regional a priori, ya por las condiciones
de utilización de nuestro utillaje técnico, o incluso por la propia lógica interna de nuestros procedimientos
analíticos -que, evidentemente, no pueden proporcionarnos otra cosa que una cierta visión de lo real.
Y ésto es justamente lo que puede convertirse en problema en nuestra práctica, "tradicional" a su vez, de la
geografía cuantitativa Todos sabemos que no aportamos sino una cierta visión de lo real: todavía no sabemos
ntuy bien cuál y por qué. ¿Cómo escapar entonces al peligro de una fantástica mistificación tanto científica
como política, fundada en el uso parcial de algunos elementos de cientificidad técnica más que de la propia
ciencia, mistificación de la que seríamos instrumentos inconscientes porque nosotros mismos estaríamos
mistificados? ¿Cuales son las consecuencias de un sesgo, de una parcelación o de un desmembramiento de la
totalidad social tal como se mide a través de los atributos espaciales, siendo así que, por no poder captarlos
en un mismo procedimiento analítico, se excluyen los movimientos de la dinámica social? Reducir la realidad
social a un conjunto de variables aisladas e incoherentes, desprovistas de cualquier factor dinámico, quizá sea
en la mayoría de los casos la condición misma de la utilización de la información numérica en nuestros
modelos multivariados. Incluso, o porque esté mediatizada por la ideología, la relación entre el hombre y lo
real hace intervenir a una concepción del mundo, y, por consiguiente, a una ideología. Lo cual constituye todo
un tema de reflexión,de análisis e incluso de experimentación, sobre el que importa llamar la atencion
conjunta de los geógrafos y matemáticos que deben abordar juntos el trabajo crítico.
Si a Henri Lefebvre se le preguntara sobre lo que esta reducción pone entre paréntesis, respondería sin nigún
género de duda: "Mucho. La complejidad concreta de la praxis, la del hombre y la del mundo. La dialéctica.
Lo trágico. La emoción y la ocasión. Lo individual, desde luego, y quizá también una gran parte de lo social.
La historia, en fin. Todo ello pasa en lo residual, que debe empequeñecerse ante la tecnicidad mundializada, y
desaparecer" (Lefebvre, 1963).
Así se ve como se crean los lazos entre una cierta problemática, una metodología, un útil, una ideología, y,
finalmente, lo que hemos hecho pasar al lado de lo verdadero, de la vida, o, al menos, de la actividad humana
productora y creadora (la praxis), generadora del devenir, constitutiva, como dice Lefebvre, aunque
también destructora de las estructuras. Lo que, en definitiva, equivale a plantear el problema de la dialéctica,
la dialéctica de las contradicciones.
Del estructuralismo a las ambigüedades de la dialéctica
El ejemplo a estudiar, pues, es evidente: el empleo tan común, durante largo tiempo de una problemática
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dualista en el estudio tanto económico como geográfico del "subdesarrollo". Los trabajos suscitados por la
tesis dualista han permitido, sin duda alguna, describir mejor ciertas situaciones de subdesarrollo. Pero
debido a su propio hilo conductor, impiden que se plantee la verdadera cuestión del "subdesarrollo", de su
génesis histórica, que, tanto a escala mundial como a escala regional, no aparece sino a partir del momento
en que se descubre, con Samir Amin por una parte (1971) y, con Hildebert Isnard (Isnard, 1971), por otra,
que no existe juxtaposición de dos sociedades, desarrollada una y subdesarrollada otra, sino una única
pieza de una máquina también única, de un sistema global, en cuyo seno las sociedades y las regiones
subdesarrolladas ocupan un lugar particular y desempeñan funciones definidas. Así es como se capta
particularmente bien, a partir de los ejemplos argelinos que propone Isnard, la "dialéctica de profundización
de las disparidades regionales propias de la colonización: no es ninguna exageración decir que el
enriquecimiento de las regiones colonizadas y el empobrecimiento de las regiones tradicionales son
fenómenos estructurales de un mismo proceso económico" (p. 93). En a perspectiva de los modelos "centro-
periferia" ligados a la teoría de la dominación, la impugnación del subdesarrollo, o del marginalismo de las
regiopes tradicionales, cambia de objeto entonces, y se orienta, una vez más, contra un objetivo preciso, "la
economía capitalista mundial", que hasta entonces había quedado recubierto por la masa de hechos y
apariencias descritas por el método empírico-positivista, cuya función ideológica queda perfectamente clara.
¿Quiere esto decir que este tipo de enfoque nos asegura la "verdad"?
¿Una verdad por encima de las ideologías? La "ciencia" situada a la "izquierda", ya sea marxista o marxiana,
no se pone de acuerdo sobre este particular. Téngase muy en cuenta, en primer lugar, -y sobre ello habrá
que volver de nuevo- que la pureza ideológica de los investigadores no les asegura la pertinencia de un
discursn frente a algunos colegas. El marxismo estructuralista; y hasta riguroso, de un Althusser no es más
que un "producto de descomposición del dogmatismo", del mismo modo que los "compromisos" de un Roger
Garaudy. Esto es al menos lo que piensa Henri Lefebvre en su crítica del "nuevo eleatismo", a propósito de
Claude Lévi-Strauss (Lefebvre, 1966). En cuanto al "estructualismo genético" de Lucien Goldmann, en
ningún caso podría corresponder, según el mismo autor (Lefebvre, 1963), a lo que Marx habría podido
indicar respecto a la conjunción de las condiciones de estructura formal y de devenir dialéctico: "no se refiere
más que a estructuras mentales" a "concepciones del mundo". Abusa del concepto de totalidad tomado en sí.
Corre el peligro de no ser ni genético ni estructural. Lo mismo ocurre más o menos con lo que se acepta de
los modelos "centro-periferia", cuyo eco ha sido tan grande incluso fuera de los medios marxistas. Ha sido
Yves Lacoste quien ha planteado una cuestión muy simple, la del carácter necesariamente multívoco de una
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representación del mundo en la que, con connotaciones diferentes, se utilizan las dos formulaciones (países
subdesarrollados-periferia) atribuyendo a cada una de ellas el sentido de la otra.
"¿Dónde está, pues, la periferia? ¿Dónde se localizan, en un mapa del mundo los países subdesarrollados?"
Por otra parte, "la formulación geográfica según la cual un país (dominante) ejercería un rol sobre otro país
(dominado) ¿no sería ambigúa?" (Lacoste 1976c). Se vuelve, pues, a las palabras y al simple dónde y qué de
la geografía tradicional. Esta imposibilidad de separar la problemática tanto del método como del lenguaje
pone de manifiesto la importancia de la cuestión, así como la dificultad de la objetividad, la dificultad de
pensar el saber científico como un saber verdadero que se opondría al saber de la ideología, y en particular
de la ideología dominante. ¿A partir de cuándo nos ponemos al servicio de esta última, aunque sea quizás de
una manera inconsciente? En último extremo, y quedándonos únicamente en el plano de lo cualitativo, para
quien acepte el postulado de la naturaleza dialéctica de todos los fenómenos que se inscriben en el espacio y
en el tiempo, todo discurso que no integre la problemática del materialismo histórico y dialéctico es
científicamente falso si se postula que la dialéctica es "en primer lugar el movimiento real de una unidad que se
está haciendo, y no el estudio simplemente, siquiera funcional y dinámico, de una unidad ya hecha" (Sartre,
1960). Científicamente falso porque pasa al lado de lo verdadero. Por eso se dirá que la geografía ha de ser
dialéctica, porque las situaciones que estudia son situaciones dialécticas. Tal es la posición de un Pierre
George (1970), aunque también lo es de geógrafos que han pasado por lo cuantitativo, como David Harvey
(1973a, 1973b), Bernard Marchand (1974) y yo mismo. Ideológicamente sospechoso -lo cual es todavía
más fácil de concebir- porque un discurso no dialéctico sólo ofrece una imagen parcial de las
contradicciones, un solo aspecto de una realidad cuya existencia es multiforme.
¿ No consiste la actitud dialéctica en abarcar, de un solo movimiento, el bien y el mal de los teólogos, el
propietario y el no-propietario, el explotador y el explotado, el capital y el trabajo, el centro y la periferia, la
naturaleza y la cultura, lo cercano y lo lejano, la muchedumbre y la soledad que estudian los especialistas de
las ciencias económicas y sociales, y que no existen sino en una relación mútua, en función unos de otros? La
propia distancia, como ha observado Bernard Marchand, y, a través de ella, la mayoría de los
comportamientos espaciales de que se ocupa el geógrafo, puede, y debería, ser considerada como una
"relación dialéctica" (Marchand, 1974).
Todo es sistema, todo es movimiento, todo es también contradicción.
Admitamos esta lección fundamental del materialismo marxista, ya sea histórico (científico) o dialéctico
(filosófico). Convengamos también con Lucien Goldmann, y a pesar de Henri Lefebvre, en que el marxismo
se presenta en forma de un estructuralismo genético generalizado (Goldmann, 1969). ¿Se puede tomar nota
de ello y continuar por las vías abiertas de la "nueva geografía" de una geografía llamada "científica"? Los
problemas empiezan aaparecer de inmediato. A primera vista, parecen insolubles. En la obra realizada bajo
la dirección de Jean Piaget y consagrada a las relaciones entre Lógica y conocimiento científico, se
empieza por decir que no existe solución a la formulación en términos de lógica clásica de los procesos
dialécticos (Apostel, 1969) y que, por consiguiente, añade Georges Nicolás-Obadia, es igualmente imposible
dar una forma operatoria matemática o estadística a las interacciónes en el sentido en que lo entienden los
marxistas (Nicolás-Obadia, 1976). ¿Qué hacer entonces? ¿Inventar un nuevo tipo de discurso? Y ello ¿debe
hacerse aunque nadie sepa muy bien todavía a qué puede corresponder, en concreto, la práctica del discurso
dialéctico en esta otra práctica que es el análisis espacial? Porque no basta con decir que ciertos conceptos
están dialécticamente ligados para tener la seguridad del carácter dialéctico de un estudio. El debate iniciado
por Jean-Paul Sartre dentro del mundo marxista con su Crítica de la razón dialéctica (1960) demuestra
que no nos vamos a poner de acuerdo por ahora sobre el particular, a pesar de que incluso Joël de Rosnay
en su presentación de Macroscope, y, con él, los matemáticos que manejan ecuaciones "diferenciales"
(dependientes del tiempo) e "integrales" (independientes del tiempo), parece que puedan reconciliar la
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invarianzay la dialéctica (Rosnay, 1976). Rosnay define en sus sistemas "grandes invariantes", ligados
dialécticamente por pares, tales como la energía y la información, la entropía y la neg-entropia, el equilibrio
de fuerzas y el equilibrio de flujos, la permanencia y la evolución, los stocks y los flujos, los "bucles" de
retroacción positivos y los negativos; todos los cuales constituyen leyes constantes, desde lo biológico a lo
social, pero que, al mismo tiempo, permiten integrar y comprender el cambio, la dinámica, la duración, la
evolución...
¿Quiere ello decir que se encontrará el medio de superar las contradicciones que nos hemos visto obligados
a subrayar hasta aquí, mediante una problemática sistémica? Muchos investigadores lo piensan, sean o no
marxistas.
Pero antes de ponerse a investigar qué problemática puede considerarse realmente adecuada vale la pena
subrayar una última distinción. Que concierne al por qué y al cómo de la investigación, y que nos servirá, por
tanto, de balance-perspectiva para sacar conclusiones sobre estos problemas que actualmente se han
convertido en "tradicionales".
El "por qué" de la investigación: primera aproximación
En su obra sobre Urbanismo y desigualdad social, David Harvey denuncia la geografía del "statu quo". Por
ejemplo, el conjunto de investigaciones sobre los modelos de estructura urbana que siguieron a los primeros
trabajos de la escuela de ecología urbana de Chicago. Ni el progresivo refinamiento de estas investigaciones
ni siquiera los descubrimientos "factoriales" sobre el caracter aditivo de los modelos (Racine, 1971) podían
ayudar a resolver el problema de los ghettos. La problemática de un Engels que examinaba las estructuras
urbanas de Manchester hace más de un siglo, dentro de su estudio sobre la situación de las clases
trabajadoras en Inglaterra; problemática explicativa y no descriptiva, llegaba mucho más lejos en la denuncia
radical del sistema capitalista aunque, en realidad, fuera una de las primeras -(Engels, 1844). Y, sin embargo,
ni los especialistas de las áreas sociales, ni Brian Berry y su equipo más tarde, ni tampoco el autor de este
artículo, aluden en sus trabajos a Engels.
Se comprende, pues, que al hablar de una geografía del "statu quo" que no cambia nada, David Harvey
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demuestre, incluso de una forma implícita, que la querella metodológica no afecta únicamente a los métodos
ni tampoco a las cuestiones de epistemología. Si hay una visión del mundo, esta visión implica su devenir. Y
uno se da cuenta hoy de que la discrepancia en las ciencias sociales alcanza también -y sobre todo- a las
intenciones prácticas del enfoque teórico. ¿Vamos a traer a colación aquí la querella de la geografía
"aplicada", que ya está superada? Se podrían leer de nuevo los debates que han agitado la geografía francesa
durante los últimos veinte años a la luz de los instrumentos críticos de que disponemos en la actualidad. Pero
los términos del debate original nos parecen superados por completo y ya no conciernen sólo a la disciplina
geográfica. Más que de aplicación, o de acción directa más o menos tecnocrática, de lo que se trata ahora
no es de cuestionar el qué y el cómo de la actividad científica, sino el por qué.
Mario Hirsch (1975) ha intentado reducir a una fórmula las divergencias entre el positivismo y la Escuela de
Frankfurt: "por un lado la constitución y la medida de sistemas sociales funcionales artificiales, que se afirma
que son calculables en sus movimientos propios; por otro lado, la intención científica motivada por la
liberación del hombre frente a tales limitaciones impuestas por sistemas, que le hace capaz de reducirlas de
manera auto-reflexiva a sus energías creativas originales, gracias a un estudio dialéctico que tenga en cuenta
el conjunto de los procesos sociales, cuyo carácter es histórico y procesual". Es evidente que, desde esta
perspectiva, una geografía "revolucionaria" ya no es una geografía "aplicada", sino más bien una "geografía
crítica", orientada por la voluntad explícita de cambiar el mundo y no por el deseo de describirlo y
comprenderlo simplemente. De ahí la necesidad de buscar el por qué de las cosas, los mecanismos rectores
de naturaleza histórica y dialéctica. De ahí también el descubrimiento del carácter irrisorio de la estadística
inferencial y de sus tests de la hipótesis nula en el marco de una lógica puramente aristotélica según la cual las
cosas son verdaderas o falsas de una vez para siempre.
¿Puede servir el marxismo de relevo científico? Para un Karl Popper, el marxismo se sitúa fuera de la
ciencia en la medida en que se le pueda aplicar un criterio cualquiera que permita evaluar y, en su caso,
refutar la cientificidad de sus proposiciones. Y, para Popper, la teoría científica válida es la que se puede
refutar y no ha sido refutada. Ello, según el principio fundamental de la falsabilidad que establece que las
certidumbres científicas son siempre, en último análisis, negativas y no positivas, ya que el edificio teórico se
construye exclusivamente gracias a un proceso de selección negativa, de rechazo (Popper, 1973). Con dicha
proposición, Popper responde por adelantado a la crítica del neopositivismo, pero no a la afirmación de
Horkheimer (1969) en su Teoría críticaa, de que "el valor de una teoría está determinado por su ligazón con
las tareas que se emprendan en el momento histórico preciso por las clases progresistas". Sin duda, pensaría
que tal enfoque sería definitivamente "ideológico". Sin embargo parece que tal sea la posición de cuantos,
desde la geografía radical norteamericana o la sociología marxista francesa, denuncian la función ideológica
del discurso liberal e idealista
El positivismo construye sus conceptos y sus categorías a partir de la realidad existente, con todos sus
defectos. Los que elabora el marxismo, o el neomarxismo, son instrumentos de lucha cuyo alcance se
verificará en la praxis. En ambos casos, el empeño tiene un alcance ideológico que, en el primero está
impícito, y en el segundo explicitado. Pero ¿por qué no reconocer que ello no tiene nada de sorprendente,
que tal constatación no hace más que redescubrir una realidad epistemológica fundamental, ya mencionada,
puesta de manifiesto hace mucho tiempo por Jean Piaget, a saber: que el pensamientohumano, en general, e,
implícitamente el conocimiento científico que constituye un aspecto particular de ese pensamiento, están
estrechamente vinculados a las conductas humanas y a las acciones del hombre sobre el medio ambiente? Si
el pensamiento científico no es más que un medio para el grupo social y para la humanidad toda, nunca
escapará a las ideologías, y la impugnación de la ideología no puede ser otra cosa que otra ideología
determinada.
Una vez admitido ésto, ¿puede intentarse una superación de las contradicciones desveladas desde el doble
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plano del rigor científico y de la transparencia ideológica? Nos parece que es hoy posible y necesario
aproximar diversos órdenes de conocimiento: el que nos viene evidentemente de los datos, y los diferentes
tratamientos que somos capaces de aplicarles (un necesario neopositivismo); y el que también nos vendría de
nuestra comprensión de la naturaleza de las estructuras que estudiamos. A este nivel, el dilema quizá sea
capital. Intentaremos formularlo y superarlo dialécticamente.
La búsqueda de una problemática adecuada
Parece que la investigación geográfica en los próximos años estará dominada por dos tipos de discursos: el
de Brian Berry que propone un nuevo "paradigma" para la geografía moderna en el trabajo colectivo
Directions in Geography (Chorley, 1973), o el de un David Harvey (1973a) o un William Bunge (1973,
1974, 1975), que buscan un "método para asegurar la supervivencia", una "geografía de la supervivencia", o
incluso una "geografía de la alternativa". Tanto de un lado como de otro, se está muy lejos de la vieja
geografía tradicional, inductiva, empírica y cualitativa, que tantas veces ha sido denunciada. Sin embargo, y
más allá de la revolución de los años 60, "los jóvenes de la nueva frontera" de la geografía de entonces se
enfrentan hoy en los términos más violentos. Los epítetos son otros tantos golpes bajos entre los "ex" de la
revolución cuantitativa. "Idiota" es una palabra muy empleada; también lo es la de "racista", o la mucho más
significativa de "gran brujo tecnocrático", "nuevo mandarín" ("del mismo tipo que aquellos cuyos análisis han
llevado al desastre de Vietnam" y, en la misma línea de pensamiento, "Mc Namara de la geografía", cuya
influencia puede llegar a ser tan "devastadora" como la del Mc Namara original. Todo ésto es Brian Berry a
los ojos de David Harvey, y el trabajo del primero sobre las Consecuencias humanas de la urbanización
(1973) revela a Harvey, autor de Social Justice and the City, que el "maestro" oficial no tiene nada
interesante que decir sobre un tema en el que se considera experto (Harvey, 1975, recensión de la obra de
Berry en el número 1, 1975, de Annals of the Assotiation of American Geographers: p. 99-103).
Elevemos el debate partiendo no solamente de la constatación de la paradoja de la guerra que hacen gente
formada con los mismos métodos y que han luchado en la misma guerra para conseguir la renovación
científica de la disciplina, sino también del carácter paradójico de una oposición dentro de dos problemáticas
conceptuales aparentemente idénticas en el sentido de que ambas se refieren al concepto de "sistema". En
efecto, a este título una y otra se pretenden totalizantes (y hasta "dialécticas"). Aquí se determina el
parecido, y para explicar el hiato, hay que recurrir una vez más, a la influencia marxista.
Si, por comodidad de lenguaje, se califica al enfoque de Briar Berry de "dialéctico-funcionalsta" y al de
David Harvey de "dialéctico-marxista", se podrá decir, parafraseando a André Gunder Frank (1969) que la
totalización funcionalista, o sistémica del primero, y la totalización marxista, y dialéctica del segundo, difieren
entre sí en tres aspectos elementales, aunque fundamentales: "en primer lugar, por su enfoque de la totalidad;
en segundo lugar, por las cuestiones que plantean respecto de la totalidad; y, en tercer lugar, por lo que se
refiere a la totalidad cuyo estudio escogen". Un libro como Social Justice and the City constituye una
prueba de ello, y la presentación de Brian Berry hace de su nuevo paradigma lo confirma, por si fuera poco.
El estudio sistémico de las totalidades sistémicas
La totalidad sistémica se presenta bajo una forma aparentemente neutra, referida simplemente al postulado
de la necesidad de un enfoque "global". La definición más completa del sistema parece que es hoy la
siguiente: "un sistema es un conjunto de elementos en interacción dinámica, organizados en función de un
objeto" (Rosnay, 1975). La introducción de una "finalidad" no es sorprendente: el objetivo puede no
expresar ningún proyecto, y ser simplemente constatado a posteriori mantener los equilibrios y hacer posible
el desarrollo de la vida en la célula, por ejemplo. De forma que la teoría sistémica es completamente diferente
de lo que el enfoque estructuralista de la noción de sistema nos había aportado hasta ahora. Para el
estructuralismo, un sistema es una estructura cerrada que no puede evolucionar sino a través de una
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desorganización total y de una reorganización, mientras que, desde una perspectiva sistémica, un sistema es
por lo general un sistema abierto, que recibe energía e información y la transforma en entropía (en desorden),
contra la que ha de luchar para crear "negentropía". Parece, pues, que coexiten dos grupos de características
en un sistema: las que se refieren a su aspecto estructural, y las que le permiten ser funcional. El aspecto
estructural define la organización en el espacio de los componentes o de los "elementos" de un sistema, lo que
Joël de Rosnay define como su "organización espacial". El aspecto funcional se refiere al proceso, es decir, a
los fenómenos que dependen del tiempo (intercambio, transferencia, flujo, crecimiento, evolución, etc.): es la
"organización temporal". En este sentido, nos propone ante todo concebir una "metageografía de los
procesos" (progreso importante éste que supone pasar del estudio único de las estructuras, incluso
longitudinales, a los procesos) en la que la explicación geográfica se consideraría en términos más complejos
y relativos que en el empirismo de la nueva geografía que actualmente está superada (el descubrimiento de
una cadena causal de acontecimientos deferenciados por su localización y que dan cuenta de la puesta en
marcha de la estrtuctura), de manera realmente sistémica, y hasta cibernética. Júzguese sobre ello.
La metageografía de los procesos supone que la "explicación geográfica se comprenda en cuanto se ocupa
de los antecedentes y consecuencias de un conjunto de tomas de decisión en un contexto de entorno y
localización, en cuyo seno el hombre, como actor principal, se considera como una máquina cibernética de
decisión a través del tratamiento de la información, máquina cibernética cuyos sistemas de valor se basan en
bucles de retroacción que la relacionan con su medio". La traducción es muy aproximada y exagera, si ello es
posible, los efectos de la jerga habitual del "engineering". En realidad, si en todo sistema se lleva a cabo una
transformación, habrá entradas y salidas; si las entradas resultan de la influencia del entorno, los "bucles de
retroacción" expresarán el hecho de que las informaciones sobre los resultados de una transformación o de
una acción se remiten a la entrada del sistema en forma de datos. Estos son tratados por la máquina
cibernética. Cuando contribuyen a faclitar y a acelerar la transformación en el mismo sentido que los
resultados precedentes, se dirá que el bucle es positivo, siendo sus efectos acumulativos. Por el contrario,
cuando los nuevos datos actúen en sentido opuesto a los resultados anteriores,se tratará de un bucle
negativo. En tal caso, sus efectos estabilizan el sistema cuyo equilibrio se mantiene, contrariamente a lo que
ocurre en el primer caso en el que se registra un crecimiento (o un decrecimiento) de tipo exponencial. Berry
asimila al individuo a una máquina de este tipo, como sistema en el seno de un entorno de sistemas. Diez años
antes, Berry nos decía que la ciudad era un sistema dentro de un sistema de ciudades. Este tipo de postulado
ha tenido un impacto evidente sobre la investigación. ¿Ocurrirá lo mismo con el nuevo?
La naturaleza de la totalidad sistémica: las "equivalencias conceptuales"
Está claro que la presentación de Brian Berry representa un progreso considerable con respecto al
paradigma mecanicista y positivista que durante tanto tiempo prevaleció en la geografía anglosajona. También
es evidente que su problemática pretende ser ahora profundamente relativista Todas las tomas de decisión
que imagina Berry las considera inscritas en un contexto localizacional y en un medio definido como un
"ecosistema", un sistema de interacciones funcionales entre organismos vivos (entre los cuales figura el
hombre) y sus diferentes medios físicos, biológicos, culturales, siendo el propio ecosistema producto de
procesos naturales y culturales en interacción. Un largo bucle de retroacción muestra incluso que tanto los
procesos naturales como los culturales se ven afectados, a su vez, por procesos espaciales ligados a
secuencias de tomas de decisión anteriores en el interior de cada uno de los medios correspondientes y
derivados de la combinación de necesidades biológicas (la supervivencia, la conservación, la reproducción) y
culturales,
-ligadas asimismo a todo un sistema de creencias y de percepción, de esperanzas y de aspiraciones, de
experiencias que condicionan las voluntades de cambio a través de los diferentes modos de planificación. La
acumulación de las acciones individuales se traduce finalmente en procesos espaciales de tres tipos; los que
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aseguran la simple conservacióndel sistema, eliminando las crisis disfuncionales; los que lo hacen
evolucionarmediante el crecimiento y el cambio progresivo que amplifican los bucles de retroacción
positivos; y, en fin, los que son revolucionariosy ven cómo el sistema se transforma por la redefinición de
sus miembros, de sus límites, de la naturaleza y estilo de las interacciones que lo estructuran. Estos diferentes
procesos espaciales modifican los procesos naturales y culturales cuya interacción define el ecosistema
global. El bucle se cierra de nuevo y vuelta a empezar.
Más profundamente todavía, Brian Berry intenta considerar al mundo como un conjunto jerarquizado de
sistemas abiertos; de estructuras que se mantienen y repiten según una cierta invarianza, incluso cuando la
materia, la energía y la información están en movimiento continuo a través de ellas, estructuras que -añade-
pueden transformarse bruscamente de acuerdo con un proceso llamado de "reestructuración jerárquica". Los
hechos humanos se integran en la misma problemática en la medida en que se organizan igualmente en
sistemas. Sin embargo, tales hechos manifiestan un comportamiento intencional, que le da sentido al
cambio y que permite la búsqueda consciente de objetivos colectivos que se juzgan como deseables. Parece,
pues, que se haya superado la etapa en que se hacía referencia, sin pensar en su naturaleza, a estructuras y a
sistemas cuya existencia se postulaba, y a los que se prestaba una autonomía completamente artificial, debido
a una necesidad metodológica, olvidando discretamente la inadecuación fundamental de la herramienta de
análisis (la estadística multivariada de tipo lineal para la que el todo no es más que la suma de las partes) a la
definición conceptual del objeto estudiado, el sistema, definido éste como un todo cuya suma es superior a la
suma de las partes. Evidentemente se trata ahora de encontrar el todo social, "trazo de unión y significante de
lo particular". El problema consiste en saber si se le encontrará.
La problemática de Brian Berry es apasionante y estimulante a la vez. Pero, al hacerla derivar de lo que se
podría llamar la "ley" de la interacción universal, ¿no propone una construcción racional que presenta al
espíritu el equivalente conceptual de lo que la naturaleza ha realizado a lo largo del tiempo? Parece que
Brian Berry haya renunciado en definitiva a este "método cientítico" que se proclamaba universalizante y
unificador, ignorando la realidad social, dinámica y compleja. Pero, por el contrario, Brian Rerry introduce en
su problemática la imagen de una jerarquización del Universo que corre peligro de convertirse en el modelo
natural (¿y obligado?) de una jerarquización de las relaciones sociales y de los espacios que áquel las crean
proyectándose sobre el suelo. ¿No debería denunciarse entonces los peligros de una representación del
mundo como estructura o sistema en el que la información, utilizada en un modelo de organización circularia
necesariamente de arriba abajo, desde el centro a la periferia, en un sólo sentido?
Parece que Brian Berry haga derivar su problemática desde un terreno particular, el de la física, y su modo
de formalización del que nos propone la cibernética. Ya no es el "método científico" lo que se plantea como
un a priori concebido para conformar la naturaleza a su imagen y semejanza, salvar sus postulados teóricos
al precio de una mutilación de la realidad, sino que son las exigencias de una realidad las que se han
planteado, en primer termino. Sería necesario, sin embargo, poder asegurar que la hipótesis de un
isomorfismo entre estructuras ligadas a procesos naturales y estructuras como expresiones de prácticas
sociales históricamente determinadas, es plausible por una parte, y que por otra, no presenta peligros, es
decir, que sea refutable.
Pero, ¿se trata de una hipótesis o de un postulado? Si es un postulado, si en el plano operatorio no es posible
refutarlo, puede establecerse entonces la hipótesis de que lleva a cerrar el camino de la explicación de la
realidad que nos interesa. El peligro ha sido señalado muchas veces por los especialistas de la Escuela de
Frankfurt: "peligro de producir conceptos que imponen un enfoque no social a las ciencias sociales" (Hirsch,
1975). Otra vez aparece la ideología. Ya sea con el nombre de funcionalismo, de sistemismo, de
conductismo o de estructuralismo, el paradigma dominante en la actualidad es, para los críticos de la Escuela
de Frankturt, un paradigma restrictivo y reduccionista a la vez, porque desde el principio ignora la
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naturaleza de los procesos sociales y de las estructu ras que les corresponden. En otras palabras, los
conceptos utilizados a través de eseparadigma pueden ser ideológicamente utilizados (como cualquier
representación ilusoriade la realidad, como toda representación de una relación imaginaria de los sujetos con
relaciones reales) para justificar, al término del análisis, lo que los teóricos estiman deseable.
Pero no es ésta, sin duda, la intención de un Brian Berry. Hacerle esta crítica equivaldría de todas maneras un
proceso de intención. Por nuestra parte, preferimos situar su aportación en otros términos diciendo que su
adopción de los modelos físicos se debe a que toda interacción pone en acción una energía; que esta energía
es, en sentido propio, una capacidad de interacción y que sus distintos niveles de la realidad corresponden a
magnitudes diferentes de la energía de interacción puesta en juego. Si éste fuera el pensamiento de Brian
Berry, parece que la analogía sería útil para toda la reflexión geográfica, a condición, en todo caso, de

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