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Miguel Vedda - Cazadores de ocasos

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Cazadores de ocasos 
Cazadores 
de ocasos
La literatura de horror en los 
tiempos del neoliberalismo
Miguel Vedda
C u a r e n t a R í o s
Vedda, Miguel
Cazadores de ocasos 
La literatura de horror en los tiempos del neoliberalismo.
Primera edición en mayo de 2021
Publicado por Editorial Las cuarenta y El río sin orillas
en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Argentina.
Colección Cuarenta Ríos
Diseño de tapa y diagramación interior de Las cuarenta
Páginas: 392
Formato: 21 x 13,5 cm. 
La edición de este libro ha sido parcialmente financiada por 
el proyecto de investigación plurianual CONICET “Teoría y 
crítica literarias en los ensayos tempranos de Siegfried Kracauer 
(1915-1933)” (código 11220170100600CO)
CDD 809.04 
ISBN 978-987-4936-28-8
1. Análisis Literario. 2. Cultura de Masas. 
3. Crítica Cinematográfica. I. Título.
Esta publicación no puede ser reproducida en todo ni en parte, ni 
registrada en o transmitida por un sistema de recuperación de infor-
mación, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, foto-
químico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia, o cual-
quier otro, sin el permiso previo por escrito del editor.
Hecho el depósito que previene la Ley 11.723
Derechos reservados
Índice
Capítulo I
La comprensión del presente: Cuestiones de método
1. Trailer (11)
2. El análisis del presente (15)
3. Las relaciones entre la fisiología del capitalismo y los “fenómenos 
de superficie” (27)
4.El historicismo de Marx y la estructura lógica de El capital (34)
5.La locura de la razón neoliberal y las nuevas lecturas de El capital 
(38)
6. La literatura de masas y la era del capital (46)
7. Conciencia cotidiana y literatura de masas (50)
8. Cosificación y utopía (58)
9. Entre la humanización y el gore: polarizaciones del horror 
contemporáneo (65)
10. Las industrias culturales bajo el neoliberalismo (76)
11. Consumismo y “norteamericanización cultural” (80)
12. Neoliberalismo y horror: teoría y crítica (86)
Capítulo II
El “horror boom” y la narrativa reciente de Stephen King
1. El “boom del horror norteamericano” (103)
2. Los demonios de la religión y la demonización de la Modernidad: 
El exorcista, de William P. Blatty (123)
3. El universo sin límites: El visitante (2018) (134)
4. El mundo concentracionario: El Instituto (2019) (150)
Capítulo III
Horrores literarios y realidad política
1. El auge del horror en la literatura argentina reciente (203)
2. Más allá de las confortables certezas: Distancia de rescate, de 
Samanta Schweblin (222)
3. Los demonios de la globalización: Kentukis (234)
4. Entre el reencantamiento del mundo contemporáneo y la 
desmitificación crítica: las narraciones de Mariana Enríquez (245)
5. El horror fascista y la mirada infantil (265)
6. Las antinomias de la conciencia progresista (276)
7. Desmitificación del optimismo (289)
8. Las formas narrativas y la carga del pasado (299)
9. Las pesadillas de la historia (323)
10. De la exacerbación de la sátira a las utopías oníricas: Luciano 
Lamberti (344)
Capítulo IV
Coda: Muerte y transfiguración de la utopía
1. Las industrias de la felicidad (373)
2. Entre la imaginería del desastre y las latencias de la utopía (381)
A Mário Duayer, in memoriam
Capítulo I
La comprensión del presente: 
Cuestiones de método
1. Trailer
...la comprensión del presente desde adentro es la tarea 
más problemática que pueda enfrentar la mente
Fredric Jameson, El giro cultural
El propósito de este libro es estudiar algunas de las moda-
lidades específicas que asumió la literatura de horror en los 
tiempos del neoliberalismo. En cuanto tal, es el complemen-
to de otro libro en el que estamos trabajando, y en el que nos 
ocuparemos de examinar la génesis histórica de la literatura de 
masas, partiendo de un modelo teórico y apoyándonos en el 
análisis de una serie de obras representativas. Lo que en esta 
oportunidad nos mueve es el deseo de contribuir a la compren-
sión crítica del presente; una de las tareas más urgentes y sus-
tanciales, pero también, como sugiere el primer epígrafe, acaso 
la más problemática que pueda afrontar el pensamiento. A esto 
se debe que nos concentremos, sobre todo, en obras muy re-
cientes: a excepción de algunas narraciones más antiguas, a las 
que nos remontamos a fin de establecer una mejor perspectiva, 
las obras en las que nos detenemos con mayor detalle fueron 
publicadas durante los diez años anteriores al comienzo de 
la escritura de este libro. No pretendemos ofrecer un análisis 
abarcador del desarrollo del género durante el período elegido; 
Miguel Vedda Cazadores de ocasos 1312
solo nos concentramos en un número reducido de obras y fi-
guras características del llamado “horror boom” estadounidense 
(particularmente Stephen King) y de esa notoria expansión 
del horror literario que tuvo lugar durante los últimos años en 
Argentina (Samanta Schweblin, Mariana Enríquez, Luciano 
Lamberti). Es casi innecesario decir que bien podríamos ha-
bernos ocupado de otros autores no menos significativos; en el 
caso de Argentina, por ejemplo, habría sido igualmente válido 
examinar las obra des Celso Lunghi, Juan Terranova, Tomás 
Downey o Federico Falco, entre otros. Pero nuestro propósito 
era ofrecer aquí un examen detallado de un corpus limitado de 
obras, con vistas a identificar algunas de las formas peculiares 
en que la literatura de horror reciente configura la realidad 
contemporánea y, a la vez, reacciona ante ella. 
Otro de nuestros propósitos era colocar a la literatura de 
masas de la que nos ocupamos en una constelación singular 
con la obra madura y tardía de Marx. La elección, en contra 
de lo que quizás pueda parecer, no es fortuita: durante las úl-
timas décadas hemos asistido a una prodigiosa renovación de 
los estudios sobre la crítica de la economía política marxiana. 
Una de las razones que explican este renacimiento –aunque de 
ninguna manera la única– es que la neoliberalización volvió a 
colocar en el primer plano de la escena histórica todo un con-
junto de rasgos estructurales del capital que habían permaneci-
do transitoriamente desdibujados u ocultos durante el auge de 
los Estados de bienestar y del capitalismo embridado.1 En ese 
sentido, el regreso al Marx tardío representó –en algunos de los 
intérpretes, podemos decir: de manera voluntaria y expresa– 
un aporte valioso para la comprensión del presente. Nuestra 
propuesta se funda en ese mismo convencimiento: creemos 
que la obra madura y tardía de Marx, una vez puesta a salvo de 
las deformaciones que debió padecer durante muchas décadas, 
1 En inglés: embedded Capitalism.
provee elementos inestimables, no solo para entender los ras-
gos fundamentales de nuestra época y las relaciones que esta 
mantiene con el pasado, sino también para indagar la cultura 
de masas. De ahí que buena parte del primer capítulo esté dedi-
cada a revisar un complejo de cuestiones de la crítica de la eco-
nomía política que constituyen la base de nuestros posteriores 
análisis. Nos vemos obligados a comentar allí algunas cues-
tiones seguramente conocidas para estudiosos del marxismo. 
Quienes conozcan en profundidad esta dimensión de la obra 
de Marx podrán pasar por alto los primeros cinco parágrafos 
de este capítulo. Pero no querríamos dejar de decir, de todos 
modos, que nuestra interpretación coincide menos con la de 
los diversos “marxismos tradicionales”2 que con las nuevas lec-
turas desarrolladas durante las últimas décadas; precisamente: 
las que surgieron durante la fase neoliberal.3 A quienes no estén 
familiarizados con la crítica de la economía política marxiana, 
tendremos que pedirles que afronten con atención y paciencia 
la abstracción conceptual de los cinco parágrafos iniciales de 
este capítulo; una abstracción que consideramos, por lo demás, 
totalmente necesaria para entender las argumentaciones poste-
riores. Los parágrafos siguientes de este capítulo –dedicados a 
revisar el concepto de industria cultural y a polemizar con algu-
2 Hago referencia con este términoa una amplia ortodoxia que dominó 
los estudios de la obra de Marx; ante todo, los dedicados a la crítica de la 
economía política. Encierra a un elenco variado de autores, pero también 
a las versiones oficiales del marxismo que dominaron durante décadas en 
los países del llamado socialismo real. Tendremos ocasión de cuestionar, 
a lo largo de este capítulo, algunos de sus presupuestos. Esta tradición 
productivista, que en general limita sus críticas a los modos de distribu-
ción, pero que no cuestiona esencialmente las formas de producción de la 
ganancia generadas por el capitalismo, coincide a grandes rasgos con lo 
que Heinrich denomina “marxismo como visión del mundo” o con lo que 
Postone designa como “marxismo tradicional”.
3 Nos referimos, entre otros, a autores tales como Hans-Georg Backhaus, 
Michael Heinrich, Ingo Elbe o Moishe Postone.
Miguel Vedda Cazadores de ocasos 1514
nas lecturas recientes del “horror neoliberal”– resultarán segu-
ramente más accesibles. Lo mismo puede decirse del capítulo 
segundo (concentrado en el “horror boom” estadounidense y 
en las últimas dos novelas de Stephen King) y del tercero (en el 
que nos dedicamos a analizar la literatura de terror contempo-
ránea de Argentina). 
Querríamos aclarar brevemente una cuestión terminológi-
ca: la categoría empleada corrientemente, a lo largo del libro, 
para designar en el sentido más amplio la forma de la que nos 
ocupamos es “literatura de masas”. No ignoramos que exis-
ten otras denominaciones corrientes4 –como “literatura tri-
vial”, “literatura de entretenimiento”, “materiales de lectura 
populares”, “colportage”; o incluso términos manifiestamente 
despectivos, como “littérature industrielle” o “Schund- und 
Schmutzliteratur”5–. Más allá de sus dificultades, la expresión 
“literatura de masas” nos parece preferible en la medida en que 
destaca, sin evaluarla de manera expresa, una dimensión genui-
na de esta literatura: su orientación hacia un público masivo, lo 
que pone casi de inmediato en evidencia su sujeción a las reglas 
del mercado. O, dicho de otro modo: su carácter de mercan-
cía. Nos ocuparemos de esto más adelante, así como de algunas 
de las características que la diferencian, al mismo tiempo, de la 
literatura autónoma y de las casi extinguidas formas literarias 
populares. 
Es este el lugar, asimismo, para agradecer a quienes leyeron 
las versiones preliminares de este libro e hicieron observacio-
nes valiosas. En primer lugar, a Silvia Labado y Martín Sozzi, 
que hicieron lecturas detalladas de la totalidad de los borrado-
res. En segunda instancia, y de manera muy especial, a Mário 
4 Una exposición terminológica detallada (que concluye con una reivin-
dicación del término “literatura trivial”) puede leerse en Nusser, Peter, 
Trivialliteratur. Stuttgart: Metzler, 1991, pp. 1-3.
5 En alemán, “literatura sucia”, “inmunda” o “barata”. 
Duayer, quien aplicó una atención escrupulosa a las secciones 
del libro dedicadas a Marx, y sugirió sustanciales agregados y 
modificaciones. Amigo entrañable, Mário –uno de los mayo-
res estudiosos de la crítica de la economía política de Marx en 
Latinoamérica– nos dejó a comienzos de 2021, víctima de una 
pandemia que, en el momento en que concluimos la escritura 
de este libro, continúa devastando el mundo en general y, de 
manera muy particular, a países como Argentina y Brasil. Con 
el dolor de la separación y el recuerdo de los innumerables mo-
mentos compartidos, le dedico este libro, que se benefició de 
nuestros frecuentes diálogos. En diversas notas agradezco ade-
más a quienes me hicieron observaciones o sugerencias parti-
culares, en todos los casos muy pertinentes. No querría dejar de 
agradecer, asimismo, a Cuarenta Ríos por la generosidad que 
ha tenido al ofrecerme publicar este volumen.
2. El análisis del presente
Aquí tiene vigencia lo que dice Hegel con 
referencia a ciertas fórmulas matemáticas, esto es, 
que lo que la razón humana corriente considera 
irracional es lo racional, y que su racionalidad 
es la propia irracionalidad.
Karl Marx, El capital
Podemos pensar abstractamente sobre el mun-
do solo de acuerdo con la medida en que el mundo 
mismo se ha tornado ya abstracto.
Fredric Jameson, The Political Unconscious
Comenzamos diciendo que uno de nuestros propósitos es 
contribuir a una comprensión crítica de nuestro propio tiem-
po. Una decisión semejante encierra los riesgos característicos 
de todo análisis del presente; entre ellos, el de dejarse sugestio-
nar por elementos superficiales, coyunturales que se desvane-
Miguel Vedda Cazadores de ocasos 1716
cen sin dejar rastros perceptibles al cabo de un tiempo. El exa-
men del presente debe eludir las generalizaciones apresuradas, 
pero también la tentación de dejarse seducir por la superficie 
del día a día: por aquello que Ernst Bloch llamaba oscuridad 
del momento vivido y que el Lukács de Historia y conciencia de 
clase denominó mera inmediatez de la empiria o inmediatez de 
la cotidianidad irreflexiva. Esta tentación jamás ha sido tan in-
tensa como en la Modernidad, ante todo a raíz de la enorme 
aceleración de los tiempos de producción, vida y experiencia 
que caracterizan a esa época; a raíz de la propia lógica inma-
nente del capitalismo, orientada a revolucionar constantemen-
te sus propios fundamentos. En términos todavía más específi-
cos, deberíamos decir que este vértigo ha alcanzado una brutal 
profundización durante el neoliberalismo, cuando la locura de 
la razón económica traspasó todos los límites imaginables, ex-
pandiéndose en una espiral fuera de control.6 
La movida superficie del capitalismo contemporáneo ejer-
ce, sobre el pensamiento cotidiano, un efecto hipnótico, y este 
efecto se ha intensificado en una medida tal que ha habido po-
cos momentos en la historia en que la complejidad del orden 
social haya resultado tan intimidatoria e inaccesible y en que, 
a la vez, dicho orden, implicado en un cambio extremadamen-
te vertiginoso, se haya mostrado dotado sin embargo de tanta 
solidez y consistencia.7 La fábula de que la historia ha conclui-
do y de que no existe alternativa mostró sus primeras grietas 
apreciables con la crisis mundial de 2007-2008, reavivando 
dudas acerca de la estabilidad de los regímenes neoliberales 
6 La expresión (en inglés, spiralling out of control) ha sido empleada recu-
rrentemente por David Harvey.
7 Jameson, Fredric, Valencias de la dialéctica. Trad. Mariano López Seoa-
ne. Buenos Aires: Eterna Cadencia, 2013, p. 446. Siempre que esto es 
posible, extraemos nuestras citas de las mejores traducciones existentes 
al castellano. Cuando las traducciones no existen, o cuando encontramos 
dificultades en las disponibles, ofrecemos una traducción propia. 
y reforzando, en un número creciente de personas en todo el 
mundo, la convicción de que otro mundo es posible. Pero la 
visión del mundo neoliberal continúa modelando eficazmente 
las maneras de pensar y sentir de millones de seres humanos, 
persuadiéndolos de actuar en contra de sus propios intereses. 
La efectividad de una retórica intencionalmente fundada en la 
banalidad –uno de cuyos ejemplos notorios son los “éxitos” de 
la propaganda macrista en la Argentina de los últimos años– 
es apenas la intensificación paroxística de procesos que poseen 
raíces hondas y una historia más prolongada. A lo que hemos 
asistido durante el último medio siglo es a una exacerbación de 
los fetichismos y mistificaciones que definen a la era del capital; 
fenómenos que no constituyen meras ilusiones, engaños de la 
conciencia susceptibles de ser suprimidos mediante la ilustra-
ción científica, sino consecuencia necesaria de las formas de 
praxis correspondientes a las sociedades orientadas a la produc-
ción y el intercambio de mercancías.8 La aparición de un con-
junto de tentativas teóricas para revisar y actualizar la categoría 
de fetichismo en el último tiempo permite sospechar lo mismo 
que confirma el análisis del capitalismo contemporáneo, a sa-
ber: que este ha colocadoen el orden del día de la historia las 
mistificaciones y fantasmagorías, tal como fueron examinadas 
por Marx, a un nivel cualitativamente más alto que cualquier 
etapa anterior de la Modernidad. Baste con aludir solo a un 
aspecto, a fin de tornar más clara esta problemática: si, duran-
te las últimas décadas, el capital financiero alcanzó un grado 
de autonomía sin precedentes, esto tenía que acentuar en una 
magnitud inaudita unos efectos mistificadores que son pro-
pios del capital en general. Ante todo en vista de que, si toda 
8 Heinrich, Michael, Wie das marx’sche Kapital lesen. Leseanleitung und 
Kommentar zum Anfang des ‘Kapitals’. 3ª. ed. revisada Stuttgart: Schmet-
terling, 2016, vol. I, pp. 171, 175. Cuando no se indica de otra manera, 
las traducciones son nuestras.
Miguel Vedda Cazadores de ocasos 1918
la producción capitalista es especulativa, en el sistema finan-
ciero esta cualidad se ve intensificada al punto de constituir-
se en el fetiche supremo.9 Ya Marx señaló que en el capital que 
devenga interés, el “fetiche automático”, el “dinero que incuba 
dinero” se encuentra consumada aquella mistificación en vir-
tud de la cual la relación social aparece como “relación de una 
cosa, del dinero, consigo misma”.10 En esta forma desprovista 
de contenido queda consumada “la figura fetichista del capital 
y la idea del fetiche capitalista”, la “inversión y cosificación de 
las relaciones de producción en la potencia suprema”; en esta 
presunta capacidad del dinero para valorizar su propio valor, 
independientemente de su reproducción, tiene lugar “la mis-
tificación del capital en su forma más estridente”.11 El capital 
adquiere “su forma fetichista pura, D-D’, como sujeto, como 
cosa vendible”.12
Veremos que esta preeminencia del capital financiero (y del 
ficticio) en el capitalismo neoliberal está relacionada estrecha-
mente con la “virtualidad”, con la “espectralidad”, no solo de 
la cultura de masas, sino de las condiciones de vida de nuestro 
tiempo. Habría que subrayar que la intensificación de los feti-
chismos y de las diversas formas de inversión y distorsión a la 
que asistimos no hace más que radicalizar aquella embaucado-
ra fascinación por la inmediatez que al comienzo resaltamos 
como un peligro distintivo de nuestro presente, de este tiempo 
hechizado por las apariencias y las superficies. Se ha afirmado 
que la cultura de las últimas décadas representa la apoteosis de 
la teatralidad y de la preocupación por las superficies, antes que 
por las raíces profundas; y Harvey ha mostrado en qué medi-
9 Harvey, David, Marx, Capital and the Madness of Economic Reason. Ox-
ford: Oxford U.P., 2018, pp. 40 y s.
10 Marx, Karl, El capital. Crítica de la economía política. Ed, trad. y notas 
de Pedro Scaron. 8 vols. México: Siglo XXI, 1975, vol. III/7, p. 500.
11 Ibíd., p. 501.
12 Ibíd., p. 502.
da el urbanismo postmoderno busca menos el realismo que la 
fachada, comunica “la aspiración a un mundo de fantasía, el 
ilusorio ‘high’ que nos lleva más allá de las realidades comu-
nes hacia la pura imaginación”; la materia del postmodernismo 
“además de función, es ficción”.13 Atenerse a los fenómenos de 
superficie como fuente última de la verdad sería errado, pero 
también lo sería desestimarlos como meros errores a los que 
bastaría con darles la espalda para disiparlos, tal como ocurre 
con los espectros en ciertas sagas populares. Recurriendo a una 
expresión eficaz formulada por Kracauer en contra de las expli-
caciones deterministas en el marxismo, podríamos decir que 
los fenómenos de superficie pueden muy bien ser una máscara, 
pero examinar atentamente la propia máscara es un factor in-
eludible para comprender nuestro presente. El nivel superficial 
de la dinámica social al mismo tiempo expresa y vela la esencia, y 
ha escrito acertadamente Postone que una teoría inspirada en 
Marx debería captar tanto la superficie como la realidad subya-
cente, de un modo tal que logre apuntar a la posible superación 
histórica del todo.14
La expansión de la economía mercantil y, correlativamente, 
la de la cultura de masas proporcionaron ya durante la primera 
mitad del siglo XIX indicios nítidos de esa proliferación de los 
fenómenos de superficie que hemos mencionado como rasgo 
definitorio de la Modernidad. Pero no han sido muchos los 
escritores y pensadores que, a lo largo de la Modernidad, logra-
ron resistirse a la seducción del alud de mensajes súbitamente 
accesible a un público relativamente masivo y se abocaron a la 
tarea de inspeccionar los niveles estructurales más profundos 
del mundo moderno, correspondientes a la esencia. Quienes 
13 Harvey, David, La condición de la postmodernidad. Investigación sobre 
los orígenes del cambio cultural. Trad. de Martha Eguía. Buenos Aires: 
Amorrortu, 2017 , p. 117.
14 Postone, Moishe, Time, Labour and Social Domination. A reinterpreta-
tion of Marx’s critical theory. Cambridge: Cambridge U.P., 2003, p. 89.
Miguel Vedda Cazadores de ocasos 2120
alcanzaron resultados más iluminadores fueron aquellos que 
se enfrentaron a unas relaciones sociales cada vez más abstrac-
tas empleando como herramienta –acaso paradójicamente– la 
abstracción. Un ejemplo excepcional lo ofrece el viejo Goethe, 
cuyas obras fueron cuestionadas por los lectores contempo-
ráneos a raíz de su enigmática genericidad. Descontento con 
la multiplicación de trivialidades difundidas por una prensa 
en plena expansión y con la nueva figura del Zeitschriftsteller 
–el “escritor de revistas”, pero también “el que escribe sobre 
su propio tiempo”, sobre las banalidades cotidianas–, el viejo 
Goethe compuso una literatura de la reticencia, que tomaba 
distancia de los acontecimientos superficiales de su época no 
para ignorarlos, sino para comprender sus leyes y causas. En la 
Modernidad, el lenguaje, al circular de manera desmedida e in-
sustancial, paradójicamente enmudece, algo que expresan muy 
bien los versos dedicados por Goethe a su nuera Ottilie: “Pues 
los tiempos son palabreros; / también son, a su vez, mudos”.15 
En la correspondencia y en las conversaciones, en escritos cien-
tíficos y programáticos, la respuesta del autor a la perniciosa 
predilección de los modernos por lo banal y pasajero es una 
búsqueda de principios fijos, inmutables: los que estarían en la 
base del arte griego o de la primera naturaleza. En esto, Goethe 
se asemeja a los críticos de la cultura, al cuestionar globalmente 
la Modernidad desde un punto de vista externo, trascendente: 
el de la pétrea solidez y serenidad de las estatuas griegas o el de 
la capacidad de regeneración de la naturaleza. Sus obras tardías 
más importantes muestran en ocasiones una perspectiva algo 
diferente: un intento para comprender la Modernidad desde 
adentro, indagando experimentalmente tanto sus fenómenos 
15 Goethe, Johann Wolfgang, “Ottilien von Goethe”. En: –, Sämtliche 
Werke. Briefe, Tagebücher und Gespräche. Frankfurter Ausgabe. Ed. de 
Friedmar Apel et al. 40 vols. Frankfurt/M: Deutscher Klassiker, 1985 y 
ss., vol. I/2, p. 584, vv. 3 y s. 
de superficie como sus leyes de desarrollo. Una de las tentati-
vas más audaces en este sentido es la segunda parte del Fausto, 
una obra que durante décadas no encontró lectores favorables 
a causa de su abstracción y hermetismo, y que podría ser enten-
dida como una alegoría de la Modernidad. En la base de esta 
obra está el afán de entender una época en la cual, como dice 
Mefistófeles, a fin de cuentas, dependemos de las criaturas que 
hemos hecho. Para la comprensión de Goethe, la Moderni-
dad es la época de las mistificaciones y fantasmagorías, y estas, 
como toda una imaginería de lo artificial y lo ficticio, recorren 
el Fausto II: lo vemos en la linterna mágica que proyecta, para 
un público extasiado, las imágenes de Helena y Paris; en los 
espejismos que, en la batalla del IV acto, crea Mefistófeles para 
derrotar al ejército rival al del emperador; en la mascarada im-
perial… Todo el tercer acto del segundo Fausto está rodeado 
por unaatmósfera espectral, y no en vano fue publicado ori-
ginariamente con el título de Helena. Fantasmagoría clásico-
romántica. Es significativo que Helena vea su vida precedente 
como un sueño; remitiéndose a la leyenda que habla acerca de 
su unión con Aquiles, dice: “Imagen yo misma, me uní con su 
imagen. / Fue un sueño, lo dicen aun las propias palabras. / 
Me desvanezco, y me convierto yo misma en sombra”.16 Ante 
la perspectiva de su unión con Helena, Fausto exclama: “es un 
sueño, se han esfumado el día y el lugar”.17 Más adelante, Faus-
to toma conciencia de que el mundo moderno, al que ahora 
pertenece, se halla demasiado sojuzgado por el dominio de las 
apariencias como para que resulte posible deshacerse de las 
imágenes: “el aire está tan lleno de tales fantasmas / que nadie 
sabe cómo habrá de evitarlos”.18 Más explícita era una versión 
16 Goethe, Johann Wolfgang, Fausto. Una tragedia. Ed., trad., introd. y 
notas de Miguel Vedda. Buenos Aires: Colihue, 2015, pp. 424 y s., vv. 
8879-8881. 
17 Ibíd., p. 448, v. 9414.
18 Ibíd., p. 549, vv. 11410s.
Miguel Vedda Cazadores de ocasos 2322
anterior de estos versos: “Me empeño en ahuyentar lo mágico 
/ en olvidar por completo las fórmulas de hechicería, / pero el 
mundo está tan lleno de tales fantasmas”.19 Una señal aún más 
clara de la perspicacia de Goethe es su determinación de con-
densar la índole fantasmagórica de toda la Modernidad en la 
forma de la mercancía y, ante todo, en la mercancía más inma-
terial y ficticia, el dinero. Sugestivo es que este sea creado du-
rante el carnaval; también que esa creación se encuentre asocia-
da, por su naturaleza espectral, al conjuro de los fantasmas de 
Paris y Helena; esto es algo que destaca el propio Mefistófeles 
cuando compara la dificultad de llamar a Helena con la que ha-
bía representado evocar al “fantasma de papel de los florines”.20
En su alegoría de la Modernidad, Goethe presenta a esta 
última como una era que, muy lejos de haber despejado los 
fantasmas de la superstición mediante las luces de la razón 
ilustrada, ha generado nuevas mistificaciones. Entre estas tie-
nen un lugar especial aquellas que el pensamiento cotidiano 
forja para enfrentar, con una mirada moralizadora, el vértigo 
de la modernización; esto lo vemos bien en las reacciones de 
Baucis ante los proyectos que Fausto, devenido en burgués 
colonizador, lleva adelante con la ayuda de Mefistófeles. Para 
la mirada de la anciana, “todo este asunto / no se desarrolló 
en forma natural”. 21 A los ojos de la anciana, las máquinas de 
vapor –a las que el propio Goethe llamaba “máquinas de fue-
go” (Feuermaschinen)– aparecen como perversos fuegos fatuos 
que realizan velozmente las obras: “donde las llamitas se agi-
taban por la noche / al día siguiente se alzaba un dique”.22 En 
la imaginación de Baucis, en la que lo nuevo se confunde con 
lo arcaico, la explotación de los trabajadores industriales asu-
19 Goethe, Johann Wolfgang von, Faust (Kommentar). En: FA VII/2, p. 
735.
20 Goethe, Johann Wolfgang von, Fausto, p. 303, v. 6198.
21 Ibíd., p. 532, vv. 11113 y s.
22 Ibíd., p. 533, vv. 11129 y s.
me rasgos semejantes a los de los ritos sacrificiales, o al pade-
cimiento de los esclavos inmolados durante la edificación de 
los monumentos de la Antigüedad: “Fueron necesarios sacri-
ficios humanos, / de noche resonaron quejidos de dolor”.23 
Hay en las palabras de Baucis acentos propios de un espíritu 
filisteo que, incapacitado para enfrentarse con la abstracción 
del mundo moderno, se obstina en reducirlo todo a términos 
morales y personales. Pero justamente el segundo Fausto ha 
dejado atrás el plano de la moralidad personal; como indicó 
Gert Mattenklott, una grieta entre dos épocas se extiende entre 
el Fausto I y el Fausto II: la primera parte “se encontraba aún 
totalmente centrada en lo moral”, mientras que en la segunda 
“lo moral permanece particularmente superficial, e incluso no 
se encuentra en modo alguno conectado con el fondo de los 
acontecimientos”.24 En contra de la representación filistea, en el 
segundo Fausto procura demostrar Goethe que la Modernidad 
es una época que ya no admite ser explicada en términos hu-
manos y personales, y cuyos procesos económicos y políticos se 
desarrollan a espaldas de los hombres, independientemente de 
su voluntad personal; un hecho que resume en palabras justas 
la declaración del aprendiz de brujo en la balada homónima 
de Goethe: “De los espíritus que conjuré / no sé ahora cómo 
deshacerme”.25
La aversión de Goethe hacia la modalidad específicamente 
alemana del sentido común pequeñoburgués, el filisteísmo, se 
relaciona con la crítica de un pensamiento concretista que, con 
extrema miopía, se deja impresionar por lo cercano y palpable, 
sin comprender que lo que él considera lo más inmediato y tan-
23 Ibíd., p. 533, vv. 11127 y s.
24 Mattenklott, Gert, “Faust II”. En: Witte, Bernd et al. (eds.), Goethe 
Handbuch. 6 vols. Stuttgart: Metzler, 2004, vol. 2, pp. 391-477; aquí, pp. 
454 y s.
25 Goethe, Johann Wolfgang, Der Zauberlehrling. FA I/1, pp. 683-686, 
vv. 91s. 
Miguel Vedda Cazadores de ocasos 2524
gible puede ser abstracto y estar sujeto a múltiples manipulacio-
nes. De allí que reaparezcan asiduamente, en el Goethe tardío, 
las perspectivas panorámicas –como las que atisba Linceo en 
Fausto–, que permiten comprender en el marco de la totalidad 
las escenas y acontecimientos individuales que el miope filis-
teo resalta como si constituyeran una verdad última. También 
subraya Goethe la manera en que los filisteos ceden su capa-
cidad de reflexión a la hermandad de los periódicos, que ante 
todo existe, como se dice en una de las Xenias, para tomarles el 
pelo. La renuencia del escritor alemán a dejarse seducir por la 
prensa estaba fundada, como él mismo dice en carta a su ami-
go Zelter del 24 de abril de 1830, en la convicción de que en 
general es solo filisteísmo lo que nos lleva a prestar demasia-
da atención a aquello que no nos concierne en absoluto. Esto 
evoca cuestiones que nos resultan conocidas porque pertene-
cen a nuestro propio tiempo: el sentido común neoliberal se 
ha nutrido con excesiva frecuencia de las seudorrealidades que 
los medios de comunicación ligados al orden difunden para 
inducir a los ciudadanos a abrazar con entusiasmo aquellas po-
líticas que terminarán oprimiéndolos. La construcción de un 
sentido común antidemocrático –ante todo entre los sectores 
medios– a través de fake news y de fantasmagorías proyectadas 
por los mass media hegemónicos, así como la criminalización 
de los opositores y el lawfare, un siglo después de la muerte de 
Goethe, han formado parte, en la propia Alemania, del pro-
grama fascista, que ha dejado muy atrás las proyecciones en-
gañosas de Mefistófeles. Kracauer mostró cómo los fascismos 
necesitaron sustentarse ideológicamente en la creación de seu-
dorrealidades, en la exacerbación de fantasmagorías evasivas. 
La propaganda fascista “se mueve en la esfera de la apariencia y 
el destello de las fuerzas sociales reales; y la imagen sintomática 
es para él el hecho último; un hecho que en todo caso tiene 
para él más peso que el origen de la imagen”.26 De ahí el empeño 
en que los ciudadanos no se dejen persuadir por los hechos, 
sino por un aluvión de palabras; en que las superestructuras 
ideológicas sean presentadas como si fueran el fundamento; en 
que “la ilusión aparezca como realidad; la apariencia, como el 
propio ser”.27 De ahí que el propósito de la propaganda fascis-
ta no sea diferenciar netamente la verdad de la mentira, sino 
promover una estructura de pensamiento en la que ambas son 
igualmente insignificantes; el efecto es el de una suerte de ga-
binete de espejos destinado a deslumbrar y confundir, a la vez, 
a los espectadores.28 La opinión pública es fabricada: esta co-
nocida máxima de Goebbels se conecta también con la polí-
tica estética y la estetización de la política impulsadas por los 
fascistas; también, con algunas diferencias, por algunas de las 
derechas denuestro tiempo.
La fragilidad democrática del sentido común neoliberal, 
magnetizado por las seudorrealidades, siente horror ante la 
abstracción de las relaciones económicas y sociales y busca 
refugiarse infantilmente en seudoconcreciones. De ahí la in-
fluencia que sobre ese sentido común ejerce aquello que Ador-
no (reformulando ideas de Carl Jung) denominó concretismo o 
personalización,29 y que ha despertado una persistente fascina-
26 Kracauer, Siegfried, Totalitäre Propaganda. Ed. de Bernd Stiegler, con 
la colabor. de Joachim Heck y Maren Neumann. Postfacio de B. Stiegler. 
Frankfurt/M: Suhrkamp, 2013, p. 34.
27 Ibíd., p. 39.
28 Ibíd., p. 62.
29 “[…] el ejemplo específico de este modo de comportamiento es eso que, 
con una expresión de la psicología que procede originalmente de Jung, y 
que hace años me ocupé de traducir a la sociología, se puede denominar 
concretismo; es decir que la libido se deposita en aquello que está inme-
diatamente presente para los seres humanos y que estos, por así decirlo, a 
través de la identificación con las instituciones, mercancías, cosas, relacio-
nes inmediatamente existentes para ellos, no son capaces de percibir en 
absoluto su dependencia respecto de procesos alejados de ellos, respecto 
de los verdaderos procesos objetivos” (Adorno, Theodor W., Sobre la teo-
Miguel Vedda Cazadores de ocasos 2726
ción en los sectores medios urbanos al menos desde comienzos 
del siglo XX, contribuyendo a mitigar sus impulsos democráti-
cos y a intensificar su atracción por los liderazgos carismáticos: 
cuanto mayor es el poder de las relaciones objetivas […] 
cuanto más anónimas son las relaciones entre poder y 
presión en las que nos encontramos insertos, tanto más 
insoportable será para nosotros precisamente ese carác-
ter ajeno y anónimo, y por consiguiente tendremos, en 
la medida en que no reflexionemos sobre estas cosas, 
una tendencia cada vez más fuerte a proyectar aquello 
que depende de semejantes circunstancias objetivas so-
bre factores personales.30
El afán de concretismo explica que el culinario espectáculo 
de unas bolsas de dinero despierte la indignación moral de vas-
tos sectores de nuestra propia sociedad en una medida en que 
no conseguirían hacerlo las descomunales fugas de capitales o 
la posesión de suculentas cuentas offshore. Entre el filisteo sati-
rizado por Goethe, el pequeñoburgués alemán seducido por 
el hitlerismo, el Babbit estadounidense configurado por Lewis 
y las víctimas entusiastas del sentido común neoliberal en La-
tinoamérica –que, en nuestros días, repite como letanías las 
seudorrealidades difundidas por los monopolios mediáticos– 
existen diferencias que requieren de análisis históricos especí-
ficos. Pero no dejan de estar engarzadas en un hilo rojo que los 
enhebra en cuanto manifestaciones de una matriz común: to-
das ellas son síntomas de miopía intelectual y política y de una 
evasión regresiva ante el desafío que supone enfrentarse en for-
ma adulta y democrática con la abstracción real. Veremos luego 
de qué modo atraviesan estos dilemas la literatura de masas.
ría de la historia y de la libertad. Ed. de Rolf Tiedemann. Trad. y notas de 
Miguel Vedda. Buenos Aires: Eterna Cadencia, 2019, p. 173).
30 Adorno, Theodor W., Introducción a la dialéctica, p. 230.
3. Las relaciones entre la fisiología del capitalismo y los 
“fenómenos de superficie”
Una de las razones por las que encuentro que El capital 
es un libro tan profético es que a menudo él identifica 
en el capitalismo de su época tendencias que resulta 
sumamente fácil identificar en la nuestra.
David Harvey, Una guía para El capital de Marx
Existe, para toda cosa, una teoría que se proclama ella 
misma “el sentido común”; […] mediación entre lo 
verdadero y lo falso; explicación, admonición que, por 
ser una mezcla de censura y excusa, se cree la sabiduría 
y no es a menudo sino pedantería. Toda una escuela 
política, llamada justo medio, ha salido de allí. Entre el 
agua fría y el agua caliente, es el partido del agua tibia. 
Esta escuela, con su falsa profundidad totalmente 
superficial que disecciona los efectos sin remontarse a 
las causas, reprueba, desde las alturas de una ciencia a 
medias, las agitaciones de la plaza pública
Victor Hugo, Los miserables
Ocupa un lugar central, en la crítica de la economía política 
de Marx, la tesis de que, en el capitalismo, las formas fenoméni-
cas “se reproducen de manera directamente espontánea como 
formas comunes y corrientes del pensar”, en tanto el trasfondo 
oculto debe ser “descubierto por la ciencia”.31 El hecho de que 
la conciencia ordinaria y, en consonancia con ella, la economía 
política permanezcan apegadas al nivel de la apariencia, condi-
ciona que ambas sean presas de formas de manifestación mis-
tificadas que no obedecen ante todo a una manipulación deli-
berada y consciente, sino que surgen de las propias relaciones 
capitalistas. Son, en términos de Marx, formas de pensamiento 
objetivas “para las relaciones de producción que caracterizan 
ese modo de producción social históricamente determinado: la 
31 Marx, Karl, El capital, vol. I/2, p. 661.
Miguel Vedda Cazadores de ocasos 2928
producción de mercancías”;32 todo su misticismo, “toda la ma-
gia y fantasmagoría”33 pierden su eficacia en cuanto se coteja a 
esas formas con las de otros modos de producción. El conven-
cimiento de que la era capitalista logra encubrir sus relaciones 
esenciales en una medida que no había sido posible para nin-
guna otra época histórica anterior estaba ausente en las prime-
ras fases de la ocupación de Marx con la economía política; 
todavía en el Manifiesto se dice que, a partir de la consolidación 
de la dominación burguesa, “todo lo santo es profanado, y los 
hombres se ven, por fin, obligados a contemplar con una mira-
da sobria su posición en la vida, sus relaciones recíprocas […]. 
En una palabra, en lugar de la explotación encubierta a través 
de ilusiones religiosas y políticas”, la burguesía “ha colocado la 
explotación abierta, descarada, directa, sobria”.34 A medida que 
se profundiza la anatomía del capitalismo, va intensificándose, 
en Marx, la conciencia de que, en la Modernidad, las aparien-
cias tanto expresan como distorsionan y encubren la esencia 
subyacente; el nivel de la superficie es incomparablemente más 
movido e inestable que aquel estrato profundo cuya dinámica 
designó Marx, con palabras de Hegel, como la calma de la esen-
cia. El mecanismo para estudiar tanto la esencia del capitalismo 
como el modo en que este se le presenta cotidianamente a la 
conciencia ordinaria es la abstracción; en las primeras páginas 
de El capital se lee que cuando analizamos las formas económi-
cas “no podemos servirnos del microscopio ni de reactivos quí-
micos. La facultad de abstraer [Abstraktionskraft] debe hacer las 
veces del uno y los otros”.35 A esto se debe que el libro primero 
de El capital se desarrolle a un nivel tan alto de abstracción: 
32 Ibíd., vol. I/1, p. 90.
33 Ibíd.
34 Marx, Karl, Manifiesto del Partido Comunista. Apéndice: Friedrich 
Engels, Principios del comunismo. Introd., trad. y notas de Miguel Vedda. 
Buenos Aires: Herramienta, 2008, p. 28.
35 Marx, Karl, El capital, vol. I/1, p. 6.
de lo que en él se trata es de examinar la estructura profunda, 
la esencia del capitalismo como un todo; progresivamente va 
desplazándose el análisis hacia niveles más superficiales, hasta 
alcanzar, en el libro III, las categorías que expresan la empiria 
de las relaciones capitalistas y, con ellas, la manera en que este 
modo de producción se presenta inmediatamente a la intui-
ción. Marx se refiere expresamente a esto cuando, al comienzo 
del libro III, hace referencia al modo en que el análisis del libro 
anterior puso en evidencia
que el proceso capitalista de producción, considerado 
en su conjunto, es una unidad de los procesos de pro-
ducción y circulación. De ahí que en este tercer tomo 
no pueda ser nuestro objetivo formular reflexiones 
generales acerca de esa unidad.Antes bien, se trata de 
hallar y describir las formas concretas que surgen del 
proceso de movimiento del capital, considerado en su con-
junto. […] Las configuraciones del capital, tal como las 
desarrollamos en este libro, se aproximan por lo tanto 
paulatinamente a la forma con la cual se manifiestan en 
la superficie de la sociedad, en la acción recíproca de los 
diversos capitales entre sí, en la competencia, y en la con-
ciencia habitual de los propios agentes de la producción.36 
La conciencia ordinaria y los fenómenos de superficie son, 
pues, punto de llegada de un extenso análisis que adoptó, como 
punto de partida, un nivel de abstracción sumamente elevado. 
La distinción, por otra parte, entre dos niveles de reflexión, 
uno de los cuales está concentrado en el análisis de las concate-
naciones esenciales de la economía –la fisiología de la sociedad 
burguesa–, y el otro en la descripción del nivel de la aparien-
cia, aparece desarrollada, en las Teorías sobre el plusvalor, en el 
36 Marx, Karl, El capital, vol. III/1, pp 29 y s.; las bastardillas en la última 
oración de la cita son nuestras.
Miguel Vedda Cazadores de ocasos 3130
contexto de una crítica de la incapacidad de Adam Smith para 
lidiar de manera científicamente correcta con ambos niveles:
Smith […] se mueve con gran simplismo en una conti-
nua contradicción. De una parte, indaga la concatena-
ción interior entre las categorías económicas o la tra-
bazón oculta del sistema económico burgués. De otra 
parte, coloca al lado de esto la concatenación que apa-
rentemente se da en los fenómenos de la competencia 
y que se ofrece a la vista del observador no científico, 
y a los ojos del observador prácticamente interesado y 
obsesionado por el proceso de la producción burgue-
sa. Estos modos de concebir –uno de los cuales penetra 
en la concatenación interna, en la fisiología del sistema 
burgués, por así decirlo, mientras que el otro se limita a 
describir, catalogar, relatar y colocar bajo determinaciones 
conceptuales esquemáticas lo que al exterior se manifiesta 
en el proceso de la vida– no discurren en A. Smith para-
lelamente y sin relación alguna entre sí, sino que se en-
trecruzan y se contradicen continuamente.37
La confusión entre los dos niveles de análisis habría condu-
cido a Smith a representarse la realidad económica en dos mo-
dos contradictorios, “uno de los cuales expresa de una manera 
más o menos exacta la concatenación interna, mientras que el 
otro responde, con la misma razón y sin trabazón interna algu-
na –y sin ninguna clase de conexión con el otro modo de con-
cebir– a la concatenación tal como se manifiesta”.38 Tal como 
dijimos, la superficie de la vida moderna consigue tanto expre-
sar como mistificar las relaciones esenciales. Es así que, para la 
percepción cotidiana, como para la economía vulgar, no existe 
37 Marx, Karl, Teorías sobre la plusvalía. Trad. de Wenceslao Roces. 3 vols. 
México: FCE, 1980, vol. II, p. 145; las bastardillas son nuestras.
38 Ibíd., p. 146.
diferencia entre precio y valor;39 como comenta Marx en carta 
a Kugelman del 11 de julio de 1868:
El economista vulgar no sospecha siquiera que las re-
laciones reales del cambio cotidiano y las magnitudes 
de los valores no pueden ser inmediatamente idénticas. 
[…] Y entonces el economista vulgar cree hacer un gran 
descubrimiento cuando, puesto ante la revelación de la 
estructura interna de las cosas, proclama con insistencia 
que estas cosas, tal como aparecen, tienen un aspecto 
39 En el plano de la praxis diaria, los agentes económicos perciben, en 
general, los precios a los que las mercancías son vendidas en el mercado, 
expresados en dinero, pero no su valor. Cf., para entender esto, la expli-
cación sintética y precisa de Michael Heinrich: “El valor de una mer-
cancía expresado en dinero es su precio. El precio expresa, pues, el valor; 
sin embargo, el precio puede expresar el valor de manera adecuada o no 
adecuada (los precios de mercado empíricos oscilan, por cierto, no en 
torno a las magnitudes de valor de las mercancías, sino en torno a los 
precios de producción […]). Incluso elementos que no son productos del 
trabajo –y que, por ende, no poseen ningún valor– pueden tener un pre-
cio” (“Grundbegriffe der Kritik der politischen Ökonomie”. En: Quante, 
Michael / Schweikard, David P. (eds.), Marx Handbuch. Leben – Werk 
– Wirkung. Stuttgart: Metzler, 2016, pp. 173-193; aquí, p. 174). Tal vez 
tenga sentido recordar que, en su crítica de la economía política, Marx 
no emplea la categoría de valor en un sentido ahistórico, sino de acuerdo 
con el sentido que ella posee en el contexto del capitalismo, de modo que 
dicha categoría no posee un sentido positivo. Ser un trabajador productivo 
–es decir, un trabajador que produce valor– representa mucho más una 
iniquidad social que una evidencia de superioridad existencial, social o 
moral. De lo que se trata, para Marx, es justamente de destruir el sistema 
de producción de valor, en el que se funda esencialmente el capitalismo, 
y de abrir paso a formas de producción y sociabilidad diferentes. Es com-
prensible que los marxismos productivistas del pasado no hayan querido 
admitir esto; infelizmente, es esta una dimensión del pensamiento de 
Marx que muchos marxistas contemporáneos continúan sin entender, 
por extraño que ello parezca.
Miguel Vedda Cazadores de ocasos 3332
muy diferente. En realidad, se jacta de su apego a la apa-
riencia, a la que considera como la verdad última.40 
Por efecto de una distorsión similar, el salario puede apare-
cer como el pago, no de la fuerza de trabajo, sino del valor del 
trabajo. Las mistificaciones de la sociedad capitalista encuen-
tran su síntesis y su expresión más extremada en la “fórmula 
trinitaria” del capital, en función de la cual, a los agentes de la 
producción, como a la mayoría de las teorías económico-polí-
ticas, el capital, la propiedad de la tierra y el trabajo se les apa-
recen como las tres fuentes diferentes e independientes entre sí 
del valor producido anualmente. Y, en la medida en que se las 
considera fuentes del valor, podrían convertirse –a los ojos del 
pensamiento cotidiano y el economista– en medios de apro-
piación de partes de ese valor:
En capital-ganancia o, mejor aún, capital-interés, suelo-
renta de la tierra, trabajo-salario, en esta trinidad eco-
nómica como conexión de los componentes del valor y 
de la riqueza en general con sus fuentes, está consumada 
la mistificación del modo capitalista de producción, la 
cosificación de las relaciones sociales, la amalgama di-
recta de las relaciones materiales de producción con su 
determinación histórico-social: el mundo encantado, 
invertido y puesto de cabeza donde Monsieur le Capi-
tal y Madame la Terre rondan espectralmente como ca-
racteres sociales y, al propio tiempo de manera directa, 
como meras cosas.
El mérito de los economistas políticos clásicos consistió en 
haber disuelto “esa personificación de las cosas y cosificación 
40 Marx, Karl, Cartas a Kugelmann. Trad. de Giannina Bertarelli. La Ha-
bana: Editorial de Ciencias Sociales, 1975, pp. 106 y s. Las bastardillas de 
la última oración son nuestras.
de las relaciones de producción, esa religión de la vida cotidia-
na, puesto que reduce el interés a una parte de la ganancia y 
la renta al excedente sobre la ganancia media, de tal manera 
que ambos coinciden en el plusvalor”.41 Puesto que presenta el 
proceso de circulación como “mera metamorfosis de las formas 
y finalmente, en el proceso inmediato de producción, reduce 
el valor y el plusvalor de las mercancías al trabajo”.42 Sus limi-
taciones científicas obedecían a que su perspectiva estaba limi-
tada por sus puntos de vista burgueses; en cualquier caso, se 
encontraban muy por encima de los economistas vulgares y de 
los agentes de la producción, quienes se sienten “por entero a 
sus anchas en estas formas enajenadas e irracionales de capital-
interés, suelo-renta, trabajo-salario, pues son precisamente las 
configuracionesde la apariencia en que se mueven y con las 
cuales tienen que vérselas todos los días”.43 Es por eso natural 
que la economía vulgar 
que es nada más que una traducción didáctica, más o me-
nos doctrinaria, de las representaciones corrientes de los 
agentes reales de la producción, entre las cuales intro-
duce cierto orden inteligible, encuentre precisamente 
en esa trinidad, donde está extinguida toda la conexión 
interna, la base natural, y puesta al abrigo de toda duda, 
de sus triviales jactancias.44
Una teoría acorde con el método de Marx debería tomar 
distancia de las manifestaciones superficiales en las que con-
centran su atención la conciencia cotidiana y las mistificacio-
nes teóricas. Pero también debería eludir el riesgo de renunciar 
a un examen de la inmediatez como pura mentira o engaño 
41 Marx, Karl, El capital, vol. III/3, p. 1056.
42 Ibíd.
43 Ibíd.
44 Ibíd., pp. 1056 y s.; las bastardillas son nuestras.
Miguel Vedda Cazadores de ocasos 3534
carente de todo interés para el analista, a la manera de aquellas 
propuestas presuntamente marxistas que, por ejemplo, contra-
ponen la esfera de la circulación con la de la producción como 
la mentira con la verdad. Las máscaras aparentes que expresan 
y velan la esencia deberían ser examinadas con todo detalle en 
el marco de la totalidad de la lógica del capital.
4. El historicismo de Marx y la estructura lógica 
de El capital
estoy seguro de que, si usted lo quiere, 
descubriremos lo que ocultan las apariencias.
Émile Gaboriau, Monsieur Lecoq
Comenzamos este desarrollo aludiendo a las dificultades 
que plantea el análisis del presente; y, en particular, el de nues-
tro propio presente. A la vista de la pérdida del sentido históri-
co de la era postmoderna, la fijación en la inmediatez conlleva 
el riesgo de un debilitamiento de la conciencia acerca de la his-
toricidad y, por lo tanto, de la transitoriedad de las circunstan-
cias en las que vivimos. Se ha señalado que nuestro mundo, en 
el que el tiempo no parece ser otra cosa que velocidad, instan-
taneidad y simultaneidad, genera una paradójica impresión de 
paralización, un poco a la manera de esa rueda que gira con tan-
ta rapidez que, a los ojos del observador, parece estar inmóvil. Y 
es así que, obnubilados por la celeridad frenética del día a día, 
muchos intelectuales atribuyen a las circunstancias contingen-
tes de la vida moderna el estatuto de leyes naturales, inmutables 
y eternas. En su análisis del fetichismo expuso Marx las razones 
por las que el capitalismo genera la apariencia de que el valor 
de las mercancías no es el producto de una relación social, sino 
una propiedad objetiva, “natural” de las cosas, como el peso o 
el color. De ese modo, la circunstancia de que “el carácter es-
pecíficamente social de los trabajos privados independientes 
consiste en su igualdad en cuanto trabajo humano y asume la 
forma del carácter de valor de los productos del trabajo”, un he-
cho “que solo tiene vigencia para esa forma particular de pro-
ducción, para la producción de mercancías” se presenta “ante 
quienes están inmersos en las relaciones de la producción de 
mercancías”, como un hecho atemporal y definitivo, así como 
“la descomposición del aire en sus elementos, por parte de la 
ciencia, deja incambiada la forma del aire en cuanto forma de 
un cuerpo físico”.45 Lo que es resultado de relaciones sociales 
determinadas es percibido, en la superficie de la vida econó-
mica, no como algo socialmente mediado, sino como algo in-
mediato, de modo que la objetividad del valor existe indepen-
dientemente de unas relaciones sociales específicas.46 En virtud 
de semejante naturalización, el valor aparece como un hecho 
ontológico, trascendental, independiente de las mutaciones 
históricas: aquello que solo pertenece a una época determinada 
se impone a los hombres “de modo irresistible como ley natural 
reguladora, tal como por ejemplo se impone la ley de la grave-
dad cuando a uno se le cae la casa encima”.47 Apunta a desmitifi-
car este estado de cosas el drástico historicismo del método del 
Marx tardío: el propósito de El capital no es proveer una teoría 
universalmente aplicable, sino un análisis –de una complejidad 
y amplitud incomparables– sobre la especificidad histórica del 
capitalismo. Fiel a su convicción de que las relaciones de pro-
ducción de toda sociedad conforman un todo,48 pero también de 
que ningún modo de producción se constituyó tan consisten-
temente como una totalidad como el capitalista –a pesar de la 
ilusión superficial de independencia en virtud de la cual las di-
versas áreas de la actividad no parecen estar relacionadas entre 
45 Marx, Karl, El capital, vol. I/1, p. 91.
46 Cf. Heinrich, Michael, Wie das marx’sche Kapital lesen, vol. 1, p. 183.
47 Marx, Karl, El capital, vol. I/1, pp. 91 y s.
48 Marx, Karl, Miseria de la filosofía. Respuesta a la Filosofía de la miseria 
de P.-J. Proudhon. Trad. de Martí Soler. México: Siglo XXI, 1987, p. 68.
Miguel Vedda Cazadores de ocasos 3736
sí, sino fragmentadas y aisladas–, Marx se dedica a indagar el 
modo en que las diferentes categorías socioeconómicas cum-
plen, en el ser social del capitalismo, una función distinta de la 
que tuvieron en cualquier otra época. La crítica de Marx ana-
liza el capitalismo como una totalidad estructurada por leyes 
que asumen, en su seno, funciones particulares; y es a partir 
de este análisis inmanente a la Modernidad capitalista, y no de 
un punto arquimédico externo a ella, que aquella totalidad es 
expuesta, no a la manera de una armonía preestablecida im-
perecedera y autosuficiente, sino como un todo internamente 
contradictorio, expuesto a periódicas crisis y, eventualmente, 
a la declinación y la muerte. Con razón se ha subrayado que 
esta cualidad le concede a la teoría marxiana un sesgo radical-
mente autorreflexivo, en virtud del cual su punto de vista no es 
transhistórico o trascendental, sino históricamente inmanen-
te.49 Cabría destacar la intransigente coherencia de la crítica 
de la economía política de Marx: en la medida en que tiene, 
como objetivo principal, conducir a la humanidad más allá del 
sistema del trabajo asalariado y de la acumulación infinita del 
capital, a lo que aspira es exactamente a generar aquellas con-
diciones que, poniendo fin a la prehistoria de la humanidad, 
tornen a dicha crítica científicamente obsoleta.
El capitalismo es una estructura económica y un conjun-
to de relaciones sociales históricamente específicos. Pero de 
esto no se deduce que su análisis teórico tenga que respetar 
un orden histórico y avanzar desde las formas más antiguas y 
elementales a las más desarrolladas. Una larga tradición de co-
mentadores de la obra madura de Marx ha logrado oscurecer 
este hecho; ya Engels dijo, en su reseña de Contribución a la 
crítica de la economía política, que la exposición lógica de Marx 
no es otra cosa que la exposición histórica, solo que desnudada 
de su forma histórica y de las contingencias perturbadoras; y 
Kautsky sostuvo que El capital es en lo esencial una obra his-
49 Postone, Moishe, Time, Labour and Social Domination, p. 140.
tórica. Contradicen estas posiciones tanto las declaraciones de 
Marx como la propia organización conceptual de sus escritos 
económicos fundamentales. En los Grundrisse precisa Marx 
que “sería impracticable y erróneo alinear categorías económi-
cas en el orden en que fueron históricamente determinantes”; 
su orden de sucesión está determinado “por las relaciones que 
existen entre ellas en la moderna sociedad burguesa, y que es 
exactamente el inverso del que parece ser su orden natural o 
del que correspondería a su orden de sucesión en el curso del 
desarrollo histórico”.50 De lo que se trata es de mostrar la arti-
culación de las categorías económicas “en el interior de la mo-
derna sociedad burguesa”.51 La indagación de Marx no parte 
en busca de categorías transhistóricas, pero sí de las determina-
ciones fundamentales de una época específica; determinaciones 
que,en cuanto tales, poseen un alto grado de estabilidad y per-
manencia. La teoría marxiana madura no se propone narrar la 
historia del capitalismo, ni describir una fase específica de este 
–digamos: el del laissez faire y la libre competencia, a diferencia 
de la posterior etapa imperialista–, sino que busca exponer “la 
organización interna del modo capitalista de producción, por 
así decirlo, en su término medio ideal [im Durchschnitt]”;52 la 
“ley económica que rige el movimiento de la sociedad moderna”.53 
Presupone un capitalismo plenamente desarrollado, a partir 
del cual es posible desplegar dialécticamente las categorías bá-
sicas. El hecho de que El capital es ante todo una obra “lógi-
ca”, “teórica” explica por qué los segmentos históricos son en 
él comparativamente escasos, y aparecen a continuación del 
desarrollo conceptual de las categorías correspondientes.54 
50 Marx, Karl, Elementos fundamentales…, vol. 1, pp. 28 y s.
51 Ibíd., p. 29.
52 Marx, Karl, El capital, vol. III/8, p. 1057. 
53 Marx, Karl, El capital, vol. I/1, p. 8.
54 Heinrich, Michael, Kritik der politischen Ökonomie. Eine Einführung. 
Stuttgart: Schmetterling, 2018, p. 29.
Miguel Vedda Cazadores de ocasos 3938
Esta decisión de atender a los rasgos esenciales del capitalismo, 
que persisten más allá de las variaciones históricas de ese modo 
de producción, explica el notable grado de generalización de 
la crítica de la economía política marxiana; justifica la validez 
que esta, hasta el día de hoy, no ha dejado de poseer. Al mis-
mo tiempo, distingue a Marx de esa atracción hacia –y de esa 
distracción con– los fenómenos coyunturales que define tanto 
a los economistas políticos y vulgares como a numerosos inte-
lectuales socialistas de su época. Con esto volvemos al punto 
del que partimos: Marx, como Goethe, promueve un estilo de 
pensamiento que toma distancia de la inmediatez sin renunciar 
a comprenderla; que, consciente de que las formas comunes y 
corrientes del pensar están cautivas de la mistificación y el fe-
tichismo, investiga en diversidad de planos la dialéctica entre 
fenómeno de superficie y estructura fundamental. Recuperar 
y actualizar esta estrategia es un medio cardinal para compren-
der nuestro presente.
5. La locura de la razón neoliberal y las nuevas lecturas 
de El capital 
Y aquí hay que constatar que las mistificaciones pre-
paran a las formas de pensamiento espontáneas para 
una interpretación conformista con el sistema de las 
necesidades, las desigualdades y los conflictos; hay que 
constatar que los objetivos de las luchas están condicio-
nados esencialmente por aquello, y que esos objetivos 
no pueden ser ignorados por una teoría crítica.
Ingo Elbe, Marx in Westen
Correlativamente, el objetivo de la producción en el 
capitalismo se enfrenta a los productores como si de 
una necesidad externa se tratase: no viene dado por la 
tradición social o por la coerción social abierta, ni es 
decidido conscientemente desde arriba. Tal objetivo, 
por el contrario, escapa del control humano. 
Sin embargo, ese objetivo no consiste, como creía Bell, 
en más y más bienes, sino en de más y más valor.
Moishe Postone, Marx Reloaded
Estas consideraciones sobre el método de Marx, en lugar de 
alejarnos, nos acercan intensamente a los tiempos en que vivi-
mos. Por una variedad de razones. En primer lugar, porque en 
nuestra exposición no hemos hecho otra cosa que subrayar 
toda una serie de aspectos de la crítica de la economía política 
que han sido particularmente revisitados (y revisados) por las 
relecturas de El capital que surgieron durante la época neolibe-
ral y que están –al menos, en parte– condicionadas por esta.55 
Tales relecturas se encuentran motivadas por el colapso de los 
regímenes del “socialismo real” y de la vulgata marxista-leninis-
ta en ellos propagada; vulgata que representaba el remplazo de 
la teoría crítica de Marx por una visión del mundo omniabarca-
dora, presuntamente capaz de ofrecer respuesta a todas las pre-
guntas. Este afán de sistematización, escolar en el fondo, que se 
inicia con el Anti-Dühring (1878) de Engels, condujo ya a Le-
nin a decir que la “doctrina de Marx es omnipotente porque es 
verdadera. Es completa y armónica, y brinda a los hombres una 
concepción integral del mundo”.56 Pero no ha sido solo el des-
crédito de las versiones dogmáticas del marxismo el basamento 
para las nuevas lecturas de El capital; provocador en ellas es el 
modo en que han puesto de relieve el potencial del pensamien-
to maduro de Marx para explicar las direcciones asumidas por 
el capitalismo durante las últimas décadas. Pensadores como 
Lukács y Benjamin destacaron la gravitación que, para una his-
toriografía marxista, debería poseer el presente en cuanto pers-
pectiva desde la cual es indagado el pasado. En particular, Ben-
55 Cabe mencionar como antecedentes a Isaak Rubin y a Roman Rosdolsky.
56 Lenin, Vladimir Ílich, “Tres fuentes y tres partes integrantes del marxis-
mo”. En: –, Obras escogidas. Varios traductores. 3 vols. Moscú: Progreso, 
1979, vol. I, p. 31.
Miguel Vedda Cazadores de ocasos 4140
jamin subrayó la importancia de la elección del presente como 
punto de partida para el análisis historiográfico, ante todo por 
el hecho de que ciertas dimensiones del pasado solo se tornan 
visibles desde un particular punto de vista; esas dimensiones se 
hacen evidentes “así como, para el observador que toma la de-
bida distancia y el ángulo necesario de visión, una roca permite 
ver una cabeza de hombre o un cuerpo animal”.57 Las exégesis 
de El capital mediadas por el capitalismo de nuestro tiempo 
han vuelto a colocar en el centro la teoría del valor: un aporte 
fundamental de la teoría de Marx, que los marxismos tradicio-
nales sustituyeron, como subrayó acertadamente Michael 
Wendl, por un paradigma basado en una teoría del poder. Una 
vez interrumpida la ilusión –consolidada durante el capitalis-
mo embridado y avalada en las bondades del Estado de bienes-
tar– de que era posible que asumiera un rostro humano el capi-
talismo, el funcionamiento de este quedó de manifiesto como 
lo que es: como un sistema de dominación abstracta que, surgi-
do históricamente como producto de la acción humana, posee 
un carácter impersonal, autónomo, cuasi objetivo, que se les 
contrapone a las personas como una suerte de destino. En con-
diciones tales, los procesos económicos se desarrollan, como 
dice a menudo Marx, a espaldas de los seres humanos, quienes, 
al margen de su situación de clase, se ven compelidos a observar 
la dinámica social como un movimiento de cosas bajo cuyo 
control ellos se encuentran, en lugar de controlarlo. Los proce-
sos económicos, tal como sostiene Marx específicamente a pro-
pósito de las magnitudes de valor, tienen lugar “independiente-
mente de la voluntad, las previsiones o los actos de los sujetos”.58 
Reducidos los seres humanos a objetos manipulables, es el capi-
57 Benjamin, Walter, “El narrador. Consideraciones sobre la obra de Nico-
lai Leskov”. En: –, Sobre el programa de la filosofía futura y otros ensayos. 
Trad. de Roberto J. Vernengo. Barcelona: Planeta-Agostini, 1986, pp. 
189-211; aquí, p. 189.
58 Marx, Karl, El capital, vol. I/1, p. 91.
tal –una sustancia inorgánica, muerta– quien asume el papel 
activo de determinar el proceso socioeconómico; y en este sen-
tido ha podido hablar Marx del valor como sujeto automático,59 
o como “una sustancia en proceso, dotada de movimiento pro-
pio, para la cual la mercancía y el dinero no son más que meras 
formas”.60 El impulso hacia el incremento desmesurado y conti-
nuo de las ganancias, que constituye un rasgo distintivo de la 
Modernidad, podría ser calificado con plena razón de demen-
cial; solo que esta demencia no depende de la voluntad perso-
nal de los agentes económicos: así como el trabajador no tiene 
más remedio que vender una y otra vez su fuerza de trabajo, si 
no quiere experimentar las penurias de sumarse al ejército in-
dustrial de reserva, así también los capitalistasse ven compeli-
dos, a causa de la competencia de los otros capitalistas, a inver-
tir una y otra vez el capital acumulado, como acostumbraba a 
decir Marx, bajo pena de sucumbir. En la medida en que la locu-
ra de la razón capitalista escapa de las manos de los seres huma-
nos, puede entenderse que Marx se rehúse a interpretar la Mo-
dernidad en términos morales, como resultado de faltas de 
personas particulares susceptibles de ser identificadas, conde-
nadas y, eventualmente, castigadas. Los capitalistas no son pre-
sentados por Marx como sujetos particularmente perversos, 
inducidos por un egoísmo desmedido, sino como herramientas 
del capital; ellos son personificaciones de categorías económicas, 
máscaras de personajes dramáticos (Charaktermasken). En vir-
tud de su movimiento autónomo, carente de cualquier finali-
dad externa a sí misma, la valorización del capital despliega su 
acción destructora sin medida ni meta final algunas; y acerta-
damente ha comparado Heinrich al capitalismo con una má-
quina anónima; una máquina a la que no se le conoce ningún 
maestro mecánico que sea capaz de conducirla eficazmente por 
59 Ibíd., p. 188.
60 Ibíd., p. 189.
Miguel Vedda Cazadores de ocasos 4342
su propia voluntad y al que podríamos responsabilizar por las 
acciones destructoras que el artefacto ocasiona.61 Si estos ras-
gos caracterizan a todo el capitalismo, ha sido en la época neo-
liberal cuando el automatismo de la ley del valor adquirió sus 
rasgos hasta ahora más extremos. La conciencia de este hecho 
explica la trascendencia que concedieron a estos fenómenos las 
nuevas lecturas de El capital. Pero también se mostraron estas 
singularmente sensibles a la hora de percibir y examinar los me-
canismos de los que se vale el capitalismo para enmascarar su 
propia lógica de funcionamiento. Dicho de otro modo: las exé-
gesis recientes concentraron su atención en los fetichismos y 
mistificaciones del capital en el mismo momento en que estos 
eran llevados, en la realidad del orden neoliberal, a una exten-
sión y una intensidad nunca antes conocidos. De ahí la insis-
tencia de autores como Ingo Elbe o Michael Wendl en estudiar 
el modo en que, bajo las actuales condiciones de vida, la con-
ciencia cotidiana de los agentes tiende a permanecer cautiva de 
las formas de manifestación distorsionadas de las relaciones 
capitalistas. Y a estas mistificaciones sucumben los trabajado-
res no menos que los capitalistas o que los integrantes de los 
sectores medios. No debe sorprender que las tentativas desple-
gadas durante las últimas décadas para retornar a Marx hayan 
señalado la ausencia, en este, de cualquier mitologización de la 
61 Heinrich, Michael, Kritik der politischen Ökonomie, p. 186. De un 
modo similar ha subrayado Postone que “la clase de mediación consti-
tutiva del capitalismo da lugar a un modo autogenerado de dominación 
estructural, que somete a los capitalistas tanto como a los trabajadores, 
a pesar de sus grandes diferencias en poder y riqueza. Es decir, da lugar 
a lo que Durkheim describe como la dominación de la vida social por la 
economía, lo que Bell llama la dominación de la vida social por el modo 
economizante y lo que teóricos como Horkheimer caracterizan como 
la creciente instrumentalización del mundo, la dominación del mundo 
por una racionalidad de los medios” (Postone, Moishe, Marx Reloaded. 
Repensar la teoría del capitalismo. Pref. de Alberto Riesco Sanz y Jorge 
García López. Tras. de Verónica Handel y Jorge García López. Madrid: 
Traficantes de Sueños, 2007, p. 184)
conciencia de clase proletaria como perspectiva privilegiada 
para comprender la lógica del capital, o como expresión ideo-
lógica –epistemológicamente correcta– de aquella clase que 
constituiría el sujeto-objeto idéntico de la historia, destinado a 
poner fin a las condiciones de opresión. El capitalismo es un 
sistema de dependencias: esta afirmación de Kafka dice algo más 
exacto sobre la lógica del capital que las prédicas entusiastas 
acerca de la preeminencia de la conciencia proletaria frecuentes 
en toda una serie de marxismos. Esto no supone negar la evi-
dencia de unas condiciones de explotación económica que, 
bajo el neoliberalismo, también se han agravado en una medida 
inconmensurable; tampoco el papel fundamental que podría y, 
aun, debería cumplir el proletariado en las luchas contra el ca-
pitalismo. De lo que se trata es de combatir todas las mistifica-
ciones –aun las surgidas en el seno del marxismo–; también de 
recordar que, en el pensamiento de Marx, el proletariado, en 
cuanto víctima y, a la vez, factor necesario de la acumulación 
del capital, no es la encarnación de una forma de sociabilidad 
que, hoy contenida, debería quedar libertada con la caída del 
capitalismo, sino una clase que debería ser abolida antes que 
idealizada. Y que es a menudo presa del fetichismo. De manera 
precisa sintetiza Jan Hoff las perspectivas de las nuevas lecturas 
de El capital cuando dice que estas, por cuanto buscan revisar 
toda una serie de “certezas” del marxismo tradicional que no 
encuentran apoyo en la crítica de la economía política de Marx, 
tienen que evidenciar
que el proletariado no dispone de ninguna predisposi-
ción privilegiada respecto del conocimiento correcto e 
inmediato de las relaciones sociales en su conexión in-
terna, y que también los trabajadores están presos nece-
sariamente –de momento– en el mundo de las mistifi-
caciones, fetichismos y fenómenos de superficie.62 
62 Hoff, Jan, Befreiung heute. Emanzipationstheoretisches Denken und his-
torische Hintergründe. Hamburgo: VSA, 2016, p. 329.
Miguel Vedda Cazadores de ocasos 4544
Desde ya que está fuera de todo cuestionamiento la existen-
cia de “procesos de conocimiento teórico-críticos que rompen 
trabajosamente con la conciencia cotidiana ‘presa de inver-
siones y mistificaciones’; procesos que orientan praxis activas 
que trascienden el sistema y que conducen en una dirección 
emancipadora”.63 Solo que esos procesos –que, de acuerdo con 
Marx, no coinciden con ninguna conciencia de clase hiposta-
siada, sino que son descubiertos por la ciencia– no bastan per 
se para eliminar los fetichismos: estos últimos son procesos ob-
jetivos, reales, que pueden ser examinados teóricamente, pero 
que solo serán eliminados mediante la destrucción práctica 
de la ley del valor. Reconocer la gravitación que, a lo largo de 
toda la historia del capitalismo, pero especialmente en nuestra 
época, poseen las mistificaciones no debería conducir al pesi-
mismo o al quietismo políticos, sino a la admisión de que se 
requieren un pensamiento y una acción más radicales de los que 
presuponían los marxismos tradicionales. 
La atención a las interrelaciones entre la superficie de la vida 
socioeconómica y la esencia subyacente debería inducir tam-
bién a distanciarse de un conjunto de fantasmagorías por las 
que permanecen seducidos amplios sectores de las izquierdas 
contemporáneas atraídos por los fenómenos de superficie, pero 
indiferentes a la fisiología de la sociedad burguesa. Entre ellas se 
encuentra la creencia de que los males del capitalismo se hallan 
concentrados exclusivamente en la esfera de la distribución, en 
contraposición con la productiva, de modo que alcanzaría con 
introducir alteraciones en el reparto de las ganancias, con am-
pliar las posibilidades de consumo de las masas, para generar 
un orden contrario a las leyes del capital. La aguda intensifi-
cación del ascendiente del capital financiero y el papel desem-
peñado por los bancos durante el neoliberalismo han difundi-
do también, durante las últimas décadas, la representación de 
63 Ibíd.
que la oligarquía financiera posee un carácter parasitario que 
la diferenciaría de la economía real, de modo que, en autores 
como Michael Hudson, pudo surgir la exhortación a rescatar 
al capitalismo industrial de su dependencia respecto del capi-
talismo de las finanzas. Una posición semejante, con la que se 
identifican influyentes movimientos sociales denuestra época, 
como el Occupy Wall Street, supone adoptar una perspectiva 
moralizadora, de acuerdo con la cual sería factible oponer la 
corrupción del capital financiero a otras formas presuntamen-
te más justas y “virtuosas” de capitalismo. No hay manera de 
idealizar a los bancos; pero imaginar que bastaría con conju-
rarlos o suprimirlos para dar nacimiento a un mundo nuevo 
delata una infinita ingenuidad. Marx ha definido, sin duda, al 
capital que devenga interés como “la madre de todas las formas 
absurdas”;64 pero también se ha referido en términos irónicos 
a aquella “crítica superficial, partidaria de la mercancía y que 
combate el dinero” que dirige “toda su sabiduría reformadora 
contra el capital a interés, sin tocar a la producción capitalista 
real y atacando solamente a [lo que es] uno de sus resultados”.65 
Una distribución diferente de la ganancia “entre las diferentes 
categorías de capitalistas y, por tanto, la elevación de la ganan-
cia industrial mediante la reducción del tipo de interés, y vi-
ceversa, no afectaría para nada a la esencia de la producción 
capitalista”; de modo que el socialismo que se dirige en contra 
del capital que devenga interés como “forma fundamental” del 
capital está “metido hasta el cuello en el horizonte burgués”.66 
Estos dilemas son característicos de las críticas del capitalismo 
que se circunscriben al nivel de la superficie sin cuestionar la 
relación de capital y que están expuestas, por ende, a las distor-
siones y engaños propios de la conciencia cotidiana. Con estos 
se halla entrañablemente ligada la cultura de masas.
64 Marx, Karl, El capital, vol. III/2, p. 600.
65 Marx, Karl, Teorías sobre la plusvalía, vol. III, p. 405. 
66 Ibíd., p. 413.
Miguel Vedda Cazadores de ocasos 4746
6. La literatura de masas y la era del capital
Como hemos visto, un elemento común a varias de las lec-
turas recientes de El capital es la identificación, en la obra ma-
dura de Marx, de una perspectiva metodológica doble. Por un 
lado, un historicismo consecuente, en función del cual todas 
las categorías esenciales del capitalismo deberían ser analizadas 
como inmanentes a ese modo de producción, y como dotadas 
de un sentido y una función diferentes de los que tendrían en 
cualquier otra circunstancia histórica. Por otro lado, un abor-
daje dialéctico que examina la organización interna del capita-
lismo, su término medio ideal, de manera sistemática, “lógica”, 
renunciando a un modo de exposición históricamente lineal. 
Desde luego que este enfoque sistemático incluye a la vez la 
exhortación a prestar, de cara a cada configuración particular 
del capitalismo, una atención hacia las cualidades singulares y 
distintivas del objeto en cuestión. La adopción de esta doble 
perspectiva empleada por Marx podría resultar especialmente 
fructífera para el análisis de la literatura de masas. Y esto por 
varias razones. En primer lugar, porque la literatura de masas 
es un producto de la era del capital; sus manifestaciones más 
tempranas surgieron en la segunda mitad del siglo XVIII –con 
la narrativa gótica inglesa (1764-1820) como una de sus pri-
meras expresiones significativas67–. Fruto, no de una circula-
ción oral y anónima, sino del trabajo de autores particulares, y 
67 Algunos best sellers anteriores, como el Robinson Crusoe o Pamela 
(1739), no podrían ser considerados expresión de una literatura de ma-
sas no solo por las condiciones materiales de distribución y recepción de 
la narrativa en la primera mitad del siglo XVIII, sino por el efecto que 
de hecho tuvieron tales obras en los lectores contemporáneos y en la 
tradición crítica posterior. En efecto, las novelas de Defoe y Richardson 
han sido incluidas ya tempranamente en el canon de la “gran” literatura y 
valoradas de un modo cualitativamente distinto de, digamos, los romances 
góticos de Walpole, Radcliffe o Lewis. 
difundida esencialmente a través del mercado, la literatura de 
masas estableció tempranamente una ruptura con la literatura 
popular precedente y con la residual contemporánea. Esto no 
impidió que aquella se nutriera una y otra vez de esta: así como 
la producción capitalista subsumió formalmente las formas de 
producción anteriores aún disponibles antes de proceder a la 
subsunción real de la producción propiamente capitalista, así 
también la literatura de masas se apoyó insistentemente en pro-
cedimientos habituales en géneros como el cuento maravilloso, 
la saga o la leyenda durante el proceso de constitución de sus 
formas específicas. Por lo demás, como tendremos ocasión de 
ver, la apelación a la tradición popular continúa hasta la actua-
lidad, en un contexto en que han desaparecido casi por com-
pleto las condiciones naturales y sociales que habían alimen-
tado dicha tradición: un fenómeno del que nos ocuparemos 
más adelante. Por otra parte, el surgimiento de la literatura de 
masas fue señalado ya en sus orígenes como un paso decisivo 
hacia la conversión de la literatura en mercancía: las denun-
cias contra los “fabricantes” (Coleridge) de novelas, contra la 
littérature industrielle (Sainte-Beuve) anteceden largamente 
las reflexiones de Adorno sobre la industria cultural y emergen 
ya en el escenario intelectual de finales del siglo XVIII. Estas 
denuncias alcanzan uno de sus primeros puntos culminan-
tes en la época del folletín, cuando se hacen evidentes rasgos 
fundamentales de la literatura de masas; entre otras razones, 
porque por primera vez se hacían notorias entonces las cuali-
dades de un modo de producir fantasías fundado en la división 
del trabajo y en la producción en serie.68 Sería errado reducir 
la llamada literatura trivial –ante todo, en sus exponentes más 
destacados–a la condición de “mera” mercancía; pero es osten-
sible que la imbricación entre belles lettres y negocios asumió, a 
68 Neuschäfer, Hans-Jörg, Populärromane im 19.Jahrhundert. Múnich: 
Fink, 1973, p. 15.
Miguel Vedda Cazadores de ocasos 4948
partir del ascenso de aquella, una magnitud jamás conocida an-
tes de la expansión del capitalismo. Con esta conversión de la 
obra literaria en mercancía se vincula buena parte de los rasgos 
de la literatura de masas condenados recurrentemente como 
regresivos: la apelación al sensacionalismo, la pornografía o 
la superstición; la relación simplista con la realidad –armoni-
zación, polarización entre “héroes” y “villanos”, happy end–; 
empleo de clichés sociales, culturales o estéticos; de manera 
general, la reducción de la obra a la búsqueda de efectos sobre 
un público considerado como conjunto de consumidores. No 
menos que otros innumerables ramos de producción, también 
la producción estética se adaptó a unas severas demandas de 
homogeneización que, a diferencia de las que habían existido 
en otras épocas históricas, ya no respondían directamente a las 
imposiciones de un poder político o religioso despóticos, sino 
a las del mercado. El hecho de que la corriente dominante de la 
literatura de masas se dejara determinar tan intensamente por 
la lógica mercantil explica que, tal como ocurre en general con 
las esferas productivas regidas por esta, dicha literatura haya 
tendido a someterse a reglas de producción de carácter objetivo 
y coactivo, independientes de la voluntad de los autores (y aun 
de los editores) individuales, y a las que se veían estos compeli-
dos a adaptarse bajo pena de sucumbir. Los diagnósticos sobre 
la industria cultural que presentan a esta, en términos unilate-
ralmente críticos, como el reino de la repetición infinita, han 
insistido sobre la condición paradójica que los bienes cultura-
les mercantilizados compartirían con el conjunto de los bienes 
de consumo: el hecho de que, siendo siempre iguales, fingen 
ser siempre nuevos a fin de conquistar clientes.69 De ahí que, 
por detrás de la aparente diversidad de la literatura de masas, 
esta última presente, a nivel histórico y estructural, una estabi-
69 Cf. Adorno, Theodor W., Teoría estética. Trad. de Jorge Navarro Pérez. 
Madrid: Akal, 2014,

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