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Cazadores de ocasos Cazadores de ocasos La literatura de horror en los tiempos del neoliberalismo Miguel Vedda C u a r e n t a R í o s Vedda, Miguel Cazadores de ocasos La literatura de horror en los tiempos del neoliberalismo. Primera edición en mayo de 2021 Publicado por Editorial Las cuarenta y El río sin orillas en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Argentina. Colección Cuarenta Ríos Diseño de tapa y diagramación interior de Las cuarenta Páginas: 392 Formato: 21 x 13,5 cm. La edición de este libro ha sido parcialmente financiada por el proyecto de investigación plurianual CONICET “Teoría y crítica literarias en los ensayos tempranos de Siegfried Kracauer (1915-1933)” (código 11220170100600CO) CDD 809.04 ISBN 978-987-4936-28-8 1. Análisis Literario. 2. Cultura de Masas. 3. Crítica Cinematográfica. I. Título. Esta publicación no puede ser reproducida en todo ni en parte, ni registrada en o transmitida por un sistema de recuperación de infor- mación, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, foto- químico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia, o cual- quier otro, sin el permiso previo por escrito del editor. Hecho el depósito que previene la Ley 11.723 Derechos reservados Índice Capítulo I La comprensión del presente: Cuestiones de método 1. Trailer (11) 2. El análisis del presente (15) 3. Las relaciones entre la fisiología del capitalismo y los “fenómenos de superficie” (27) 4.El historicismo de Marx y la estructura lógica de El capital (34) 5.La locura de la razón neoliberal y las nuevas lecturas de El capital (38) 6. La literatura de masas y la era del capital (46) 7. Conciencia cotidiana y literatura de masas (50) 8. Cosificación y utopía (58) 9. Entre la humanización y el gore: polarizaciones del horror contemporáneo (65) 10. Las industrias culturales bajo el neoliberalismo (76) 11. Consumismo y “norteamericanización cultural” (80) 12. Neoliberalismo y horror: teoría y crítica (86) Capítulo II El “horror boom” y la narrativa reciente de Stephen King 1. El “boom del horror norteamericano” (103) 2. Los demonios de la religión y la demonización de la Modernidad: El exorcista, de William P. Blatty (123) 3. El universo sin límites: El visitante (2018) (134) 4. El mundo concentracionario: El Instituto (2019) (150) Capítulo III Horrores literarios y realidad política 1. El auge del horror en la literatura argentina reciente (203) 2. Más allá de las confortables certezas: Distancia de rescate, de Samanta Schweblin (222) 3. Los demonios de la globalización: Kentukis (234) 4. Entre el reencantamiento del mundo contemporáneo y la desmitificación crítica: las narraciones de Mariana Enríquez (245) 5. El horror fascista y la mirada infantil (265) 6. Las antinomias de la conciencia progresista (276) 7. Desmitificación del optimismo (289) 8. Las formas narrativas y la carga del pasado (299) 9. Las pesadillas de la historia (323) 10. De la exacerbación de la sátira a las utopías oníricas: Luciano Lamberti (344) Capítulo IV Coda: Muerte y transfiguración de la utopía 1. Las industrias de la felicidad (373) 2. Entre la imaginería del desastre y las latencias de la utopía (381) A Mário Duayer, in memoriam Capítulo I La comprensión del presente: Cuestiones de método 1. Trailer ...la comprensión del presente desde adentro es la tarea más problemática que pueda enfrentar la mente Fredric Jameson, El giro cultural El propósito de este libro es estudiar algunas de las moda- lidades específicas que asumió la literatura de horror en los tiempos del neoliberalismo. En cuanto tal, es el complemen- to de otro libro en el que estamos trabajando, y en el que nos ocuparemos de examinar la génesis histórica de la literatura de masas, partiendo de un modelo teórico y apoyándonos en el análisis de una serie de obras representativas. Lo que en esta oportunidad nos mueve es el deseo de contribuir a la compren- sión crítica del presente; una de las tareas más urgentes y sus- tanciales, pero también, como sugiere el primer epígrafe, acaso la más problemática que pueda afrontar el pensamiento. A esto se debe que nos concentremos, sobre todo, en obras muy re- cientes: a excepción de algunas narraciones más antiguas, a las que nos remontamos a fin de establecer una mejor perspectiva, las obras en las que nos detenemos con mayor detalle fueron publicadas durante los diez años anteriores al comienzo de la escritura de este libro. No pretendemos ofrecer un análisis abarcador del desarrollo del género durante el período elegido; Miguel Vedda Cazadores de ocasos 1312 solo nos concentramos en un número reducido de obras y fi- guras características del llamado “horror boom” estadounidense (particularmente Stephen King) y de esa notoria expansión del horror literario que tuvo lugar durante los últimos años en Argentina (Samanta Schweblin, Mariana Enríquez, Luciano Lamberti). Es casi innecesario decir que bien podríamos ha- bernos ocupado de otros autores no menos significativos; en el caso de Argentina, por ejemplo, habría sido igualmente válido examinar las obra des Celso Lunghi, Juan Terranova, Tomás Downey o Federico Falco, entre otros. Pero nuestro propósito era ofrecer aquí un examen detallado de un corpus limitado de obras, con vistas a identificar algunas de las formas peculiares en que la literatura de horror reciente configura la realidad contemporánea y, a la vez, reacciona ante ella. Otro de nuestros propósitos era colocar a la literatura de masas de la que nos ocupamos en una constelación singular con la obra madura y tardía de Marx. La elección, en contra de lo que quizás pueda parecer, no es fortuita: durante las úl- timas décadas hemos asistido a una prodigiosa renovación de los estudios sobre la crítica de la economía política marxiana. Una de las razones que explican este renacimiento –aunque de ninguna manera la única– es que la neoliberalización volvió a colocar en el primer plano de la escena histórica todo un con- junto de rasgos estructurales del capital que habían permaneci- do transitoriamente desdibujados u ocultos durante el auge de los Estados de bienestar y del capitalismo embridado.1 En ese sentido, el regreso al Marx tardío representó –en algunos de los intérpretes, podemos decir: de manera voluntaria y expresa– un aporte valioso para la comprensión del presente. Nuestra propuesta se funda en ese mismo convencimiento: creemos que la obra madura y tardía de Marx, una vez puesta a salvo de las deformaciones que debió padecer durante muchas décadas, 1 En inglés: embedded Capitalism. provee elementos inestimables, no solo para entender los ras- gos fundamentales de nuestra época y las relaciones que esta mantiene con el pasado, sino también para indagar la cultura de masas. De ahí que buena parte del primer capítulo esté dedi- cada a revisar un complejo de cuestiones de la crítica de la eco- nomía política que constituyen la base de nuestros posteriores análisis. Nos vemos obligados a comentar allí algunas cues- tiones seguramente conocidas para estudiosos del marxismo. Quienes conozcan en profundidad esta dimensión de la obra de Marx podrán pasar por alto los primeros cinco parágrafos de este capítulo. Pero no querríamos dejar de decir, de todos modos, que nuestra interpretación coincide menos con la de los diversos “marxismos tradicionales”2 que con las nuevas lec- turas desarrolladas durante las últimas décadas; precisamente: las que surgieron durante la fase neoliberal.3 A quienes no estén familiarizados con la crítica de la economía política marxiana, tendremos que pedirles que afronten con atención y paciencia la abstracción conceptual de los cinco parágrafos iniciales de este capítulo; una abstracción que consideramos, por lo demás, totalmente necesaria para entender las argumentaciones poste- riores. Los parágrafos siguientes de este capítulo –dedicados a revisar el concepto de industria cultural y a polemizar con algu- 2 Hago referencia con este términoa una amplia ortodoxia que dominó los estudios de la obra de Marx; ante todo, los dedicados a la crítica de la economía política. Encierra a un elenco variado de autores, pero también a las versiones oficiales del marxismo que dominaron durante décadas en los países del llamado socialismo real. Tendremos ocasión de cuestionar, a lo largo de este capítulo, algunos de sus presupuestos. Esta tradición productivista, que en general limita sus críticas a los modos de distribu- ción, pero que no cuestiona esencialmente las formas de producción de la ganancia generadas por el capitalismo, coincide a grandes rasgos con lo que Heinrich denomina “marxismo como visión del mundo” o con lo que Postone designa como “marxismo tradicional”. 3 Nos referimos, entre otros, a autores tales como Hans-Georg Backhaus, Michael Heinrich, Ingo Elbe o Moishe Postone. Miguel Vedda Cazadores de ocasos 1514 nas lecturas recientes del “horror neoliberal”– resultarán segu- ramente más accesibles. Lo mismo puede decirse del capítulo segundo (concentrado en el “horror boom” estadounidense y en las últimas dos novelas de Stephen King) y del tercero (en el que nos dedicamos a analizar la literatura de terror contempo- ránea de Argentina). Querríamos aclarar brevemente una cuestión terminológi- ca: la categoría empleada corrientemente, a lo largo del libro, para designar en el sentido más amplio la forma de la que nos ocupamos es “literatura de masas”. No ignoramos que exis- ten otras denominaciones corrientes4 –como “literatura tri- vial”, “literatura de entretenimiento”, “materiales de lectura populares”, “colportage”; o incluso términos manifiestamente despectivos, como “littérature industrielle” o “Schund- und Schmutzliteratur”5–. Más allá de sus dificultades, la expresión “literatura de masas” nos parece preferible en la medida en que destaca, sin evaluarla de manera expresa, una dimensión genui- na de esta literatura: su orientación hacia un público masivo, lo que pone casi de inmediato en evidencia su sujeción a las reglas del mercado. O, dicho de otro modo: su carácter de mercan- cía. Nos ocuparemos de esto más adelante, así como de algunas de las características que la diferencian, al mismo tiempo, de la literatura autónoma y de las casi extinguidas formas literarias populares. Es este el lugar, asimismo, para agradecer a quienes leyeron las versiones preliminares de este libro e hicieron observacio- nes valiosas. En primer lugar, a Silvia Labado y Martín Sozzi, que hicieron lecturas detalladas de la totalidad de los borrado- res. En segunda instancia, y de manera muy especial, a Mário 4 Una exposición terminológica detallada (que concluye con una reivin- dicación del término “literatura trivial”) puede leerse en Nusser, Peter, Trivialliteratur. Stuttgart: Metzler, 1991, pp. 1-3. 5 En alemán, “literatura sucia”, “inmunda” o “barata”. Duayer, quien aplicó una atención escrupulosa a las secciones del libro dedicadas a Marx, y sugirió sustanciales agregados y modificaciones. Amigo entrañable, Mário –uno de los mayo- res estudiosos de la crítica de la economía política de Marx en Latinoamérica– nos dejó a comienzos de 2021, víctima de una pandemia que, en el momento en que concluimos la escritura de este libro, continúa devastando el mundo en general y, de manera muy particular, a países como Argentina y Brasil. Con el dolor de la separación y el recuerdo de los innumerables mo- mentos compartidos, le dedico este libro, que se benefició de nuestros frecuentes diálogos. En diversas notas agradezco ade- más a quienes me hicieron observaciones o sugerencias parti- culares, en todos los casos muy pertinentes. No querría dejar de agradecer, asimismo, a Cuarenta Ríos por la generosidad que ha tenido al ofrecerme publicar este volumen. 2. El análisis del presente Aquí tiene vigencia lo que dice Hegel con referencia a ciertas fórmulas matemáticas, esto es, que lo que la razón humana corriente considera irracional es lo racional, y que su racionalidad es la propia irracionalidad. Karl Marx, El capital Podemos pensar abstractamente sobre el mun- do solo de acuerdo con la medida en que el mundo mismo se ha tornado ya abstracto. Fredric Jameson, The Political Unconscious Comenzamos diciendo que uno de nuestros propósitos es contribuir a una comprensión crítica de nuestro propio tiem- po. Una decisión semejante encierra los riesgos característicos de todo análisis del presente; entre ellos, el de dejarse sugestio- nar por elementos superficiales, coyunturales que se desvane- Miguel Vedda Cazadores de ocasos 1716 cen sin dejar rastros perceptibles al cabo de un tiempo. El exa- men del presente debe eludir las generalizaciones apresuradas, pero también la tentación de dejarse seducir por la superficie del día a día: por aquello que Ernst Bloch llamaba oscuridad del momento vivido y que el Lukács de Historia y conciencia de clase denominó mera inmediatez de la empiria o inmediatez de la cotidianidad irreflexiva. Esta tentación jamás ha sido tan in- tensa como en la Modernidad, ante todo a raíz de la enorme aceleración de los tiempos de producción, vida y experiencia que caracterizan a esa época; a raíz de la propia lógica inma- nente del capitalismo, orientada a revolucionar constantemen- te sus propios fundamentos. En términos todavía más específi- cos, deberíamos decir que este vértigo ha alcanzado una brutal profundización durante el neoliberalismo, cuando la locura de la razón económica traspasó todos los límites imaginables, ex- pandiéndose en una espiral fuera de control.6 La movida superficie del capitalismo contemporáneo ejer- ce, sobre el pensamiento cotidiano, un efecto hipnótico, y este efecto se ha intensificado en una medida tal que ha habido po- cos momentos en la historia en que la complejidad del orden social haya resultado tan intimidatoria e inaccesible y en que, a la vez, dicho orden, implicado en un cambio extremadamen- te vertiginoso, se haya mostrado dotado sin embargo de tanta solidez y consistencia.7 La fábula de que la historia ha conclui- do y de que no existe alternativa mostró sus primeras grietas apreciables con la crisis mundial de 2007-2008, reavivando dudas acerca de la estabilidad de los regímenes neoliberales 6 La expresión (en inglés, spiralling out of control) ha sido empleada recu- rrentemente por David Harvey. 7 Jameson, Fredric, Valencias de la dialéctica. Trad. Mariano López Seoa- ne. Buenos Aires: Eterna Cadencia, 2013, p. 446. Siempre que esto es posible, extraemos nuestras citas de las mejores traducciones existentes al castellano. Cuando las traducciones no existen, o cuando encontramos dificultades en las disponibles, ofrecemos una traducción propia. y reforzando, en un número creciente de personas en todo el mundo, la convicción de que otro mundo es posible. Pero la visión del mundo neoliberal continúa modelando eficazmente las maneras de pensar y sentir de millones de seres humanos, persuadiéndolos de actuar en contra de sus propios intereses. La efectividad de una retórica intencionalmente fundada en la banalidad –uno de cuyos ejemplos notorios son los “éxitos” de la propaganda macrista en la Argentina de los últimos años– es apenas la intensificación paroxística de procesos que poseen raíces hondas y una historia más prolongada. A lo que hemos asistido durante el último medio siglo es a una exacerbación de los fetichismos y mistificaciones que definen a la era del capital; fenómenos que no constituyen meras ilusiones, engaños de la conciencia susceptibles de ser suprimidos mediante la ilustra- ción científica, sino consecuencia necesaria de las formas de praxis correspondientes a las sociedades orientadas a la produc- ción y el intercambio de mercancías.8 La aparición de un con- junto de tentativas teóricas para revisar y actualizar la categoría de fetichismo en el último tiempo permite sospechar lo mismo que confirma el análisis del capitalismo contemporáneo, a sa- ber: que este ha colocadoen el orden del día de la historia las mistificaciones y fantasmagorías, tal como fueron examinadas por Marx, a un nivel cualitativamente más alto que cualquier etapa anterior de la Modernidad. Baste con aludir solo a un aspecto, a fin de tornar más clara esta problemática: si, duran- te las últimas décadas, el capital financiero alcanzó un grado de autonomía sin precedentes, esto tenía que acentuar en una magnitud inaudita unos efectos mistificadores que son pro- pios del capital en general. Ante todo en vista de que, si toda 8 Heinrich, Michael, Wie das marx’sche Kapital lesen. Leseanleitung und Kommentar zum Anfang des ‘Kapitals’. 3ª. ed. revisada Stuttgart: Schmet- terling, 2016, vol. I, pp. 171, 175. Cuando no se indica de otra manera, las traducciones son nuestras. Miguel Vedda Cazadores de ocasos 1918 la producción capitalista es especulativa, en el sistema finan- ciero esta cualidad se ve intensificada al punto de constituir- se en el fetiche supremo.9 Ya Marx señaló que en el capital que devenga interés, el “fetiche automático”, el “dinero que incuba dinero” se encuentra consumada aquella mistificación en vir- tud de la cual la relación social aparece como “relación de una cosa, del dinero, consigo misma”.10 En esta forma desprovista de contenido queda consumada “la figura fetichista del capital y la idea del fetiche capitalista”, la “inversión y cosificación de las relaciones de producción en la potencia suprema”; en esta presunta capacidad del dinero para valorizar su propio valor, independientemente de su reproducción, tiene lugar “la mis- tificación del capital en su forma más estridente”.11 El capital adquiere “su forma fetichista pura, D-D’, como sujeto, como cosa vendible”.12 Veremos que esta preeminencia del capital financiero (y del ficticio) en el capitalismo neoliberal está relacionada estrecha- mente con la “virtualidad”, con la “espectralidad”, no solo de la cultura de masas, sino de las condiciones de vida de nuestro tiempo. Habría que subrayar que la intensificación de los feti- chismos y de las diversas formas de inversión y distorsión a la que asistimos no hace más que radicalizar aquella embaucado- ra fascinación por la inmediatez que al comienzo resaltamos como un peligro distintivo de nuestro presente, de este tiempo hechizado por las apariencias y las superficies. Se ha afirmado que la cultura de las últimas décadas representa la apoteosis de la teatralidad y de la preocupación por las superficies, antes que por las raíces profundas; y Harvey ha mostrado en qué medi- 9 Harvey, David, Marx, Capital and the Madness of Economic Reason. Ox- ford: Oxford U.P., 2018, pp. 40 y s. 10 Marx, Karl, El capital. Crítica de la economía política. Ed, trad. y notas de Pedro Scaron. 8 vols. México: Siglo XXI, 1975, vol. III/7, p. 500. 11 Ibíd., p. 501. 12 Ibíd., p. 502. da el urbanismo postmoderno busca menos el realismo que la fachada, comunica “la aspiración a un mundo de fantasía, el ilusorio ‘high’ que nos lleva más allá de las realidades comu- nes hacia la pura imaginación”; la materia del postmodernismo “además de función, es ficción”.13 Atenerse a los fenómenos de superficie como fuente última de la verdad sería errado, pero también lo sería desestimarlos como meros errores a los que bastaría con darles la espalda para disiparlos, tal como ocurre con los espectros en ciertas sagas populares. Recurriendo a una expresión eficaz formulada por Kracauer en contra de las expli- caciones deterministas en el marxismo, podríamos decir que los fenómenos de superficie pueden muy bien ser una máscara, pero examinar atentamente la propia máscara es un factor in- eludible para comprender nuestro presente. El nivel superficial de la dinámica social al mismo tiempo expresa y vela la esencia, y ha escrito acertadamente Postone que una teoría inspirada en Marx debería captar tanto la superficie como la realidad subya- cente, de un modo tal que logre apuntar a la posible superación histórica del todo.14 La expansión de la economía mercantil y, correlativamente, la de la cultura de masas proporcionaron ya durante la primera mitad del siglo XIX indicios nítidos de esa proliferación de los fenómenos de superficie que hemos mencionado como rasgo definitorio de la Modernidad. Pero no han sido muchos los escritores y pensadores que, a lo largo de la Modernidad, logra- ron resistirse a la seducción del alud de mensajes súbitamente accesible a un público relativamente masivo y se abocaron a la tarea de inspeccionar los niveles estructurales más profundos del mundo moderno, correspondientes a la esencia. Quienes 13 Harvey, David, La condición de la postmodernidad. Investigación sobre los orígenes del cambio cultural. Trad. de Martha Eguía. Buenos Aires: Amorrortu, 2017 , p. 117. 14 Postone, Moishe, Time, Labour and Social Domination. A reinterpreta- tion of Marx’s critical theory. Cambridge: Cambridge U.P., 2003, p. 89. Miguel Vedda Cazadores de ocasos 2120 alcanzaron resultados más iluminadores fueron aquellos que se enfrentaron a unas relaciones sociales cada vez más abstrac- tas empleando como herramienta –acaso paradójicamente– la abstracción. Un ejemplo excepcional lo ofrece el viejo Goethe, cuyas obras fueron cuestionadas por los lectores contempo- ráneos a raíz de su enigmática genericidad. Descontento con la multiplicación de trivialidades difundidas por una prensa en plena expansión y con la nueva figura del Zeitschriftsteller –el “escritor de revistas”, pero también “el que escribe sobre su propio tiempo”, sobre las banalidades cotidianas–, el viejo Goethe compuso una literatura de la reticencia, que tomaba distancia de los acontecimientos superficiales de su época no para ignorarlos, sino para comprender sus leyes y causas. En la Modernidad, el lenguaje, al circular de manera desmedida e in- sustancial, paradójicamente enmudece, algo que expresan muy bien los versos dedicados por Goethe a su nuera Ottilie: “Pues los tiempos son palabreros; / también son, a su vez, mudos”.15 En la correspondencia y en las conversaciones, en escritos cien- tíficos y programáticos, la respuesta del autor a la perniciosa predilección de los modernos por lo banal y pasajero es una búsqueda de principios fijos, inmutables: los que estarían en la base del arte griego o de la primera naturaleza. En esto, Goethe se asemeja a los críticos de la cultura, al cuestionar globalmente la Modernidad desde un punto de vista externo, trascendente: el de la pétrea solidez y serenidad de las estatuas griegas o el de la capacidad de regeneración de la naturaleza. Sus obras tardías más importantes muestran en ocasiones una perspectiva algo diferente: un intento para comprender la Modernidad desde adentro, indagando experimentalmente tanto sus fenómenos 15 Goethe, Johann Wolfgang, “Ottilien von Goethe”. En: –, Sämtliche Werke. Briefe, Tagebücher und Gespräche. Frankfurter Ausgabe. Ed. de Friedmar Apel et al. 40 vols. Frankfurt/M: Deutscher Klassiker, 1985 y ss., vol. I/2, p. 584, vv. 3 y s. de superficie como sus leyes de desarrollo. Una de las tentati- vas más audaces en este sentido es la segunda parte del Fausto, una obra que durante décadas no encontró lectores favorables a causa de su abstracción y hermetismo, y que podría ser enten- dida como una alegoría de la Modernidad. En la base de esta obra está el afán de entender una época en la cual, como dice Mefistófeles, a fin de cuentas, dependemos de las criaturas que hemos hecho. Para la comprensión de Goethe, la Moderni- dad es la época de las mistificaciones y fantasmagorías, y estas, como toda una imaginería de lo artificial y lo ficticio, recorren el Fausto II: lo vemos en la linterna mágica que proyecta, para un público extasiado, las imágenes de Helena y Paris; en los espejismos que, en la batalla del IV acto, crea Mefistófeles para derrotar al ejército rival al del emperador; en la mascarada im- perial… Todo el tercer acto del segundo Fausto está rodeado por unaatmósfera espectral, y no en vano fue publicado ori- ginariamente con el título de Helena. Fantasmagoría clásico- romántica. Es significativo que Helena vea su vida precedente como un sueño; remitiéndose a la leyenda que habla acerca de su unión con Aquiles, dice: “Imagen yo misma, me uní con su imagen. / Fue un sueño, lo dicen aun las propias palabras. / Me desvanezco, y me convierto yo misma en sombra”.16 Ante la perspectiva de su unión con Helena, Fausto exclama: “es un sueño, se han esfumado el día y el lugar”.17 Más adelante, Faus- to toma conciencia de que el mundo moderno, al que ahora pertenece, se halla demasiado sojuzgado por el dominio de las apariencias como para que resulte posible deshacerse de las imágenes: “el aire está tan lleno de tales fantasmas / que nadie sabe cómo habrá de evitarlos”.18 Más explícita era una versión 16 Goethe, Johann Wolfgang, Fausto. Una tragedia. Ed., trad., introd. y notas de Miguel Vedda. Buenos Aires: Colihue, 2015, pp. 424 y s., vv. 8879-8881. 17 Ibíd., p. 448, v. 9414. 18 Ibíd., p. 549, vv. 11410s. Miguel Vedda Cazadores de ocasos 2322 anterior de estos versos: “Me empeño en ahuyentar lo mágico / en olvidar por completo las fórmulas de hechicería, / pero el mundo está tan lleno de tales fantasmas”.19 Una señal aún más clara de la perspicacia de Goethe es su determinación de con- densar la índole fantasmagórica de toda la Modernidad en la forma de la mercancía y, ante todo, en la mercancía más inma- terial y ficticia, el dinero. Sugestivo es que este sea creado du- rante el carnaval; también que esa creación se encuentre asocia- da, por su naturaleza espectral, al conjuro de los fantasmas de Paris y Helena; esto es algo que destaca el propio Mefistófeles cuando compara la dificultad de llamar a Helena con la que ha- bía representado evocar al “fantasma de papel de los florines”.20 En su alegoría de la Modernidad, Goethe presenta a esta última como una era que, muy lejos de haber despejado los fantasmas de la superstición mediante las luces de la razón ilustrada, ha generado nuevas mistificaciones. Entre estas tie- nen un lugar especial aquellas que el pensamiento cotidiano forja para enfrentar, con una mirada moralizadora, el vértigo de la modernización; esto lo vemos bien en las reacciones de Baucis ante los proyectos que Fausto, devenido en burgués colonizador, lleva adelante con la ayuda de Mefistófeles. Para la mirada de la anciana, “todo este asunto / no se desarrolló en forma natural”. 21 A los ojos de la anciana, las máquinas de vapor –a las que el propio Goethe llamaba “máquinas de fue- go” (Feuermaschinen)– aparecen como perversos fuegos fatuos que realizan velozmente las obras: “donde las llamitas se agi- taban por la noche / al día siguiente se alzaba un dique”.22 En la imaginación de Baucis, en la que lo nuevo se confunde con lo arcaico, la explotación de los trabajadores industriales asu- 19 Goethe, Johann Wolfgang von, Faust (Kommentar). En: FA VII/2, p. 735. 20 Goethe, Johann Wolfgang von, Fausto, p. 303, v. 6198. 21 Ibíd., p. 532, vv. 11113 y s. 22 Ibíd., p. 533, vv. 11129 y s. me rasgos semejantes a los de los ritos sacrificiales, o al pade- cimiento de los esclavos inmolados durante la edificación de los monumentos de la Antigüedad: “Fueron necesarios sacri- ficios humanos, / de noche resonaron quejidos de dolor”.23 Hay en las palabras de Baucis acentos propios de un espíritu filisteo que, incapacitado para enfrentarse con la abstracción del mundo moderno, se obstina en reducirlo todo a términos morales y personales. Pero justamente el segundo Fausto ha dejado atrás el plano de la moralidad personal; como indicó Gert Mattenklott, una grieta entre dos épocas se extiende entre el Fausto I y el Fausto II: la primera parte “se encontraba aún totalmente centrada en lo moral”, mientras que en la segunda “lo moral permanece particularmente superficial, e incluso no se encuentra en modo alguno conectado con el fondo de los acontecimientos”.24 En contra de la representación filistea, en el segundo Fausto procura demostrar Goethe que la Modernidad es una época que ya no admite ser explicada en términos hu- manos y personales, y cuyos procesos económicos y políticos se desarrollan a espaldas de los hombres, independientemente de su voluntad personal; un hecho que resume en palabras justas la declaración del aprendiz de brujo en la balada homónima de Goethe: “De los espíritus que conjuré / no sé ahora cómo deshacerme”.25 La aversión de Goethe hacia la modalidad específicamente alemana del sentido común pequeñoburgués, el filisteísmo, se relaciona con la crítica de un pensamiento concretista que, con extrema miopía, se deja impresionar por lo cercano y palpable, sin comprender que lo que él considera lo más inmediato y tan- 23 Ibíd., p. 533, vv. 11127 y s. 24 Mattenklott, Gert, “Faust II”. En: Witte, Bernd et al. (eds.), Goethe Handbuch. 6 vols. Stuttgart: Metzler, 2004, vol. 2, pp. 391-477; aquí, pp. 454 y s. 25 Goethe, Johann Wolfgang, Der Zauberlehrling. FA I/1, pp. 683-686, vv. 91s. Miguel Vedda Cazadores de ocasos 2524 gible puede ser abstracto y estar sujeto a múltiples manipulacio- nes. De allí que reaparezcan asiduamente, en el Goethe tardío, las perspectivas panorámicas –como las que atisba Linceo en Fausto–, que permiten comprender en el marco de la totalidad las escenas y acontecimientos individuales que el miope filis- teo resalta como si constituyeran una verdad última. También subraya Goethe la manera en que los filisteos ceden su capa- cidad de reflexión a la hermandad de los periódicos, que ante todo existe, como se dice en una de las Xenias, para tomarles el pelo. La renuencia del escritor alemán a dejarse seducir por la prensa estaba fundada, como él mismo dice en carta a su ami- go Zelter del 24 de abril de 1830, en la convicción de que en general es solo filisteísmo lo que nos lleva a prestar demasia- da atención a aquello que no nos concierne en absoluto. Esto evoca cuestiones que nos resultan conocidas porque pertene- cen a nuestro propio tiempo: el sentido común neoliberal se ha nutrido con excesiva frecuencia de las seudorrealidades que los medios de comunicación ligados al orden difunden para inducir a los ciudadanos a abrazar con entusiasmo aquellas po- líticas que terminarán oprimiéndolos. La construcción de un sentido común antidemocrático –ante todo entre los sectores medios– a través de fake news y de fantasmagorías proyectadas por los mass media hegemónicos, así como la criminalización de los opositores y el lawfare, un siglo después de la muerte de Goethe, han formado parte, en la propia Alemania, del pro- grama fascista, que ha dejado muy atrás las proyecciones en- gañosas de Mefistófeles. Kracauer mostró cómo los fascismos necesitaron sustentarse ideológicamente en la creación de seu- dorrealidades, en la exacerbación de fantasmagorías evasivas. La propaganda fascista “se mueve en la esfera de la apariencia y el destello de las fuerzas sociales reales; y la imagen sintomática es para él el hecho último; un hecho que en todo caso tiene para él más peso que el origen de la imagen”.26 De ahí el empeño en que los ciudadanos no se dejen persuadir por los hechos, sino por un aluvión de palabras; en que las superestructuras ideológicas sean presentadas como si fueran el fundamento; en que “la ilusión aparezca como realidad; la apariencia, como el propio ser”.27 De ahí que el propósito de la propaganda fascis- ta no sea diferenciar netamente la verdad de la mentira, sino promover una estructura de pensamiento en la que ambas son igualmente insignificantes; el efecto es el de una suerte de ga- binete de espejos destinado a deslumbrar y confundir, a la vez, a los espectadores.28 La opinión pública es fabricada: esta co- nocida máxima de Goebbels se conecta también con la polí- tica estética y la estetización de la política impulsadas por los fascistas; también, con algunas diferencias, por algunas de las derechas denuestro tiempo. La fragilidad democrática del sentido común neoliberal, magnetizado por las seudorrealidades, siente horror ante la abstracción de las relaciones económicas y sociales y busca refugiarse infantilmente en seudoconcreciones. De ahí la in- fluencia que sobre ese sentido común ejerce aquello que Ador- no (reformulando ideas de Carl Jung) denominó concretismo o personalización,29 y que ha despertado una persistente fascina- 26 Kracauer, Siegfried, Totalitäre Propaganda. Ed. de Bernd Stiegler, con la colabor. de Joachim Heck y Maren Neumann. Postfacio de B. Stiegler. Frankfurt/M: Suhrkamp, 2013, p. 34. 27 Ibíd., p. 39. 28 Ibíd., p. 62. 29 “[…] el ejemplo específico de este modo de comportamiento es eso que, con una expresión de la psicología que procede originalmente de Jung, y que hace años me ocupé de traducir a la sociología, se puede denominar concretismo; es decir que la libido se deposita en aquello que está inme- diatamente presente para los seres humanos y que estos, por así decirlo, a través de la identificación con las instituciones, mercancías, cosas, relacio- nes inmediatamente existentes para ellos, no son capaces de percibir en absoluto su dependencia respecto de procesos alejados de ellos, respecto de los verdaderos procesos objetivos” (Adorno, Theodor W., Sobre la teo- Miguel Vedda Cazadores de ocasos 2726 ción en los sectores medios urbanos al menos desde comienzos del siglo XX, contribuyendo a mitigar sus impulsos democráti- cos y a intensificar su atracción por los liderazgos carismáticos: cuanto mayor es el poder de las relaciones objetivas […] cuanto más anónimas son las relaciones entre poder y presión en las que nos encontramos insertos, tanto más insoportable será para nosotros precisamente ese carác- ter ajeno y anónimo, y por consiguiente tendremos, en la medida en que no reflexionemos sobre estas cosas, una tendencia cada vez más fuerte a proyectar aquello que depende de semejantes circunstancias objetivas so- bre factores personales.30 El afán de concretismo explica que el culinario espectáculo de unas bolsas de dinero despierte la indignación moral de vas- tos sectores de nuestra propia sociedad en una medida en que no conseguirían hacerlo las descomunales fugas de capitales o la posesión de suculentas cuentas offshore. Entre el filisteo sati- rizado por Goethe, el pequeñoburgués alemán seducido por el hitlerismo, el Babbit estadounidense configurado por Lewis y las víctimas entusiastas del sentido común neoliberal en La- tinoamérica –que, en nuestros días, repite como letanías las seudorrealidades difundidas por los monopolios mediáticos– existen diferencias que requieren de análisis históricos especí- ficos. Pero no dejan de estar engarzadas en un hilo rojo que los enhebra en cuanto manifestaciones de una matriz común: to- das ellas son síntomas de miopía intelectual y política y de una evasión regresiva ante el desafío que supone enfrentarse en for- ma adulta y democrática con la abstracción real. Veremos luego de qué modo atraviesan estos dilemas la literatura de masas. ría de la historia y de la libertad. Ed. de Rolf Tiedemann. Trad. y notas de Miguel Vedda. Buenos Aires: Eterna Cadencia, 2019, p. 173). 30 Adorno, Theodor W., Introducción a la dialéctica, p. 230. 3. Las relaciones entre la fisiología del capitalismo y los “fenómenos de superficie” Una de las razones por las que encuentro que El capital es un libro tan profético es que a menudo él identifica en el capitalismo de su época tendencias que resulta sumamente fácil identificar en la nuestra. David Harvey, Una guía para El capital de Marx Existe, para toda cosa, una teoría que se proclama ella misma “el sentido común”; […] mediación entre lo verdadero y lo falso; explicación, admonición que, por ser una mezcla de censura y excusa, se cree la sabiduría y no es a menudo sino pedantería. Toda una escuela política, llamada justo medio, ha salido de allí. Entre el agua fría y el agua caliente, es el partido del agua tibia. Esta escuela, con su falsa profundidad totalmente superficial que disecciona los efectos sin remontarse a las causas, reprueba, desde las alturas de una ciencia a medias, las agitaciones de la plaza pública Victor Hugo, Los miserables Ocupa un lugar central, en la crítica de la economía política de Marx, la tesis de que, en el capitalismo, las formas fenoméni- cas “se reproducen de manera directamente espontánea como formas comunes y corrientes del pensar”, en tanto el trasfondo oculto debe ser “descubierto por la ciencia”.31 El hecho de que la conciencia ordinaria y, en consonancia con ella, la economía política permanezcan apegadas al nivel de la apariencia, condi- ciona que ambas sean presas de formas de manifestación mis- tificadas que no obedecen ante todo a una manipulación deli- berada y consciente, sino que surgen de las propias relaciones capitalistas. Son, en términos de Marx, formas de pensamiento objetivas “para las relaciones de producción que caracterizan ese modo de producción social históricamente determinado: la 31 Marx, Karl, El capital, vol. I/2, p. 661. Miguel Vedda Cazadores de ocasos 2928 producción de mercancías”;32 todo su misticismo, “toda la ma- gia y fantasmagoría”33 pierden su eficacia en cuanto se coteja a esas formas con las de otros modos de producción. El conven- cimiento de que la era capitalista logra encubrir sus relaciones esenciales en una medida que no había sido posible para nin- guna otra época histórica anterior estaba ausente en las prime- ras fases de la ocupación de Marx con la economía política; todavía en el Manifiesto se dice que, a partir de la consolidación de la dominación burguesa, “todo lo santo es profanado, y los hombres se ven, por fin, obligados a contemplar con una mira- da sobria su posición en la vida, sus relaciones recíprocas […]. En una palabra, en lugar de la explotación encubierta a través de ilusiones religiosas y políticas”, la burguesía “ha colocado la explotación abierta, descarada, directa, sobria”.34 A medida que se profundiza la anatomía del capitalismo, va intensificándose, en Marx, la conciencia de que, en la Modernidad, las aparien- cias tanto expresan como distorsionan y encubren la esencia subyacente; el nivel de la superficie es incomparablemente más movido e inestable que aquel estrato profundo cuya dinámica designó Marx, con palabras de Hegel, como la calma de la esen- cia. El mecanismo para estudiar tanto la esencia del capitalismo como el modo en que este se le presenta cotidianamente a la conciencia ordinaria es la abstracción; en las primeras páginas de El capital se lee que cuando analizamos las formas económi- cas “no podemos servirnos del microscopio ni de reactivos quí- micos. La facultad de abstraer [Abstraktionskraft] debe hacer las veces del uno y los otros”.35 A esto se debe que el libro primero de El capital se desarrolle a un nivel tan alto de abstracción: 32 Ibíd., vol. I/1, p. 90. 33 Ibíd. 34 Marx, Karl, Manifiesto del Partido Comunista. Apéndice: Friedrich Engels, Principios del comunismo. Introd., trad. y notas de Miguel Vedda. Buenos Aires: Herramienta, 2008, p. 28. 35 Marx, Karl, El capital, vol. I/1, p. 6. de lo que en él se trata es de examinar la estructura profunda, la esencia del capitalismo como un todo; progresivamente va desplazándose el análisis hacia niveles más superficiales, hasta alcanzar, en el libro III, las categorías que expresan la empiria de las relaciones capitalistas y, con ellas, la manera en que este modo de producción se presenta inmediatamente a la intui- ción. Marx se refiere expresamente a esto cuando, al comienzo del libro III, hace referencia al modo en que el análisis del libro anterior puso en evidencia que el proceso capitalista de producción, considerado en su conjunto, es una unidad de los procesos de pro- ducción y circulación. De ahí que en este tercer tomo no pueda ser nuestro objetivo formular reflexiones generales acerca de esa unidad.Antes bien, se trata de hallar y describir las formas concretas que surgen del proceso de movimiento del capital, considerado en su con- junto. […] Las configuraciones del capital, tal como las desarrollamos en este libro, se aproximan por lo tanto paulatinamente a la forma con la cual se manifiestan en la superficie de la sociedad, en la acción recíproca de los diversos capitales entre sí, en la competencia, y en la con- ciencia habitual de los propios agentes de la producción.36 La conciencia ordinaria y los fenómenos de superficie son, pues, punto de llegada de un extenso análisis que adoptó, como punto de partida, un nivel de abstracción sumamente elevado. La distinción, por otra parte, entre dos niveles de reflexión, uno de los cuales está concentrado en el análisis de las concate- naciones esenciales de la economía –la fisiología de la sociedad burguesa–, y el otro en la descripción del nivel de la aparien- cia, aparece desarrollada, en las Teorías sobre el plusvalor, en el 36 Marx, Karl, El capital, vol. III/1, pp 29 y s.; las bastardillas en la última oración de la cita son nuestras. Miguel Vedda Cazadores de ocasos 3130 contexto de una crítica de la incapacidad de Adam Smith para lidiar de manera científicamente correcta con ambos niveles: Smith […] se mueve con gran simplismo en una conti- nua contradicción. De una parte, indaga la concatena- ción interior entre las categorías económicas o la tra- bazón oculta del sistema económico burgués. De otra parte, coloca al lado de esto la concatenación que apa- rentemente se da en los fenómenos de la competencia y que se ofrece a la vista del observador no científico, y a los ojos del observador prácticamente interesado y obsesionado por el proceso de la producción burgue- sa. Estos modos de concebir –uno de los cuales penetra en la concatenación interna, en la fisiología del sistema burgués, por así decirlo, mientras que el otro se limita a describir, catalogar, relatar y colocar bajo determinaciones conceptuales esquemáticas lo que al exterior se manifiesta en el proceso de la vida– no discurren en A. Smith para- lelamente y sin relación alguna entre sí, sino que se en- trecruzan y se contradicen continuamente.37 La confusión entre los dos niveles de análisis habría condu- cido a Smith a representarse la realidad económica en dos mo- dos contradictorios, “uno de los cuales expresa de una manera más o menos exacta la concatenación interna, mientras que el otro responde, con la misma razón y sin trabazón interna algu- na –y sin ninguna clase de conexión con el otro modo de con- cebir– a la concatenación tal como se manifiesta”.38 Tal como dijimos, la superficie de la vida moderna consigue tanto expre- sar como mistificar las relaciones esenciales. Es así que, para la percepción cotidiana, como para la economía vulgar, no existe 37 Marx, Karl, Teorías sobre la plusvalía. Trad. de Wenceslao Roces. 3 vols. México: FCE, 1980, vol. II, p. 145; las bastardillas son nuestras. 38 Ibíd., p. 146. diferencia entre precio y valor;39 como comenta Marx en carta a Kugelman del 11 de julio de 1868: El economista vulgar no sospecha siquiera que las re- laciones reales del cambio cotidiano y las magnitudes de los valores no pueden ser inmediatamente idénticas. […] Y entonces el economista vulgar cree hacer un gran descubrimiento cuando, puesto ante la revelación de la estructura interna de las cosas, proclama con insistencia que estas cosas, tal como aparecen, tienen un aspecto 39 En el plano de la praxis diaria, los agentes económicos perciben, en general, los precios a los que las mercancías son vendidas en el mercado, expresados en dinero, pero no su valor. Cf., para entender esto, la expli- cación sintética y precisa de Michael Heinrich: “El valor de una mer- cancía expresado en dinero es su precio. El precio expresa, pues, el valor; sin embargo, el precio puede expresar el valor de manera adecuada o no adecuada (los precios de mercado empíricos oscilan, por cierto, no en torno a las magnitudes de valor de las mercancías, sino en torno a los precios de producción […]). Incluso elementos que no son productos del trabajo –y que, por ende, no poseen ningún valor– pueden tener un pre- cio” (“Grundbegriffe der Kritik der politischen Ökonomie”. En: Quante, Michael / Schweikard, David P. (eds.), Marx Handbuch. Leben – Werk – Wirkung. Stuttgart: Metzler, 2016, pp. 173-193; aquí, p. 174). Tal vez tenga sentido recordar que, en su crítica de la economía política, Marx no emplea la categoría de valor en un sentido ahistórico, sino de acuerdo con el sentido que ella posee en el contexto del capitalismo, de modo que dicha categoría no posee un sentido positivo. Ser un trabajador productivo –es decir, un trabajador que produce valor– representa mucho más una iniquidad social que una evidencia de superioridad existencial, social o moral. De lo que se trata, para Marx, es justamente de destruir el sistema de producción de valor, en el que se funda esencialmente el capitalismo, y de abrir paso a formas de producción y sociabilidad diferentes. Es com- prensible que los marxismos productivistas del pasado no hayan querido admitir esto; infelizmente, es esta una dimensión del pensamiento de Marx que muchos marxistas contemporáneos continúan sin entender, por extraño que ello parezca. Miguel Vedda Cazadores de ocasos 3332 muy diferente. En realidad, se jacta de su apego a la apa- riencia, a la que considera como la verdad última.40 Por efecto de una distorsión similar, el salario puede apare- cer como el pago, no de la fuerza de trabajo, sino del valor del trabajo. Las mistificaciones de la sociedad capitalista encuen- tran su síntesis y su expresión más extremada en la “fórmula trinitaria” del capital, en función de la cual, a los agentes de la producción, como a la mayoría de las teorías económico-polí- ticas, el capital, la propiedad de la tierra y el trabajo se les apa- recen como las tres fuentes diferentes e independientes entre sí del valor producido anualmente. Y, en la medida en que se las considera fuentes del valor, podrían convertirse –a los ojos del pensamiento cotidiano y el economista– en medios de apro- piación de partes de ese valor: En capital-ganancia o, mejor aún, capital-interés, suelo- renta de la tierra, trabajo-salario, en esta trinidad eco- nómica como conexión de los componentes del valor y de la riqueza en general con sus fuentes, está consumada la mistificación del modo capitalista de producción, la cosificación de las relaciones sociales, la amalgama di- recta de las relaciones materiales de producción con su determinación histórico-social: el mundo encantado, invertido y puesto de cabeza donde Monsieur le Capi- tal y Madame la Terre rondan espectralmente como ca- racteres sociales y, al propio tiempo de manera directa, como meras cosas. El mérito de los economistas políticos clásicos consistió en haber disuelto “esa personificación de las cosas y cosificación 40 Marx, Karl, Cartas a Kugelmann. Trad. de Giannina Bertarelli. La Ha- bana: Editorial de Ciencias Sociales, 1975, pp. 106 y s. Las bastardillas de la última oración son nuestras. de las relaciones de producción, esa religión de la vida cotidia- na, puesto que reduce el interés a una parte de la ganancia y la renta al excedente sobre la ganancia media, de tal manera que ambos coinciden en el plusvalor”.41 Puesto que presenta el proceso de circulación como “mera metamorfosis de las formas y finalmente, en el proceso inmediato de producción, reduce el valor y el plusvalor de las mercancías al trabajo”.42 Sus limi- taciones científicas obedecían a que su perspectiva estaba limi- tada por sus puntos de vista burgueses; en cualquier caso, se encontraban muy por encima de los economistas vulgares y de los agentes de la producción, quienes se sienten “por entero a sus anchas en estas formas enajenadas e irracionales de capital- interés, suelo-renta, trabajo-salario, pues son precisamente las configuracionesde la apariencia en que se mueven y con las cuales tienen que vérselas todos los días”.43 Es por eso natural que la economía vulgar que es nada más que una traducción didáctica, más o me- nos doctrinaria, de las representaciones corrientes de los agentes reales de la producción, entre las cuales intro- duce cierto orden inteligible, encuentre precisamente en esa trinidad, donde está extinguida toda la conexión interna, la base natural, y puesta al abrigo de toda duda, de sus triviales jactancias.44 Una teoría acorde con el método de Marx debería tomar distancia de las manifestaciones superficiales en las que con- centran su atención la conciencia cotidiana y las mistificacio- nes teóricas. Pero también debería eludir el riesgo de renunciar a un examen de la inmediatez como pura mentira o engaño 41 Marx, Karl, El capital, vol. III/3, p. 1056. 42 Ibíd. 43 Ibíd. 44 Ibíd., pp. 1056 y s.; las bastardillas son nuestras. Miguel Vedda Cazadores de ocasos 3534 carente de todo interés para el analista, a la manera de aquellas propuestas presuntamente marxistas que, por ejemplo, contra- ponen la esfera de la circulación con la de la producción como la mentira con la verdad. Las máscaras aparentes que expresan y velan la esencia deberían ser examinadas con todo detalle en el marco de la totalidad de la lógica del capital. 4. El historicismo de Marx y la estructura lógica de El capital estoy seguro de que, si usted lo quiere, descubriremos lo que ocultan las apariencias. Émile Gaboriau, Monsieur Lecoq Comenzamos este desarrollo aludiendo a las dificultades que plantea el análisis del presente; y, en particular, el de nues- tro propio presente. A la vista de la pérdida del sentido históri- co de la era postmoderna, la fijación en la inmediatez conlleva el riesgo de un debilitamiento de la conciencia acerca de la his- toricidad y, por lo tanto, de la transitoriedad de las circunstan- cias en las que vivimos. Se ha señalado que nuestro mundo, en el que el tiempo no parece ser otra cosa que velocidad, instan- taneidad y simultaneidad, genera una paradójica impresión de paralización, un poco a la manera de esa rueda que gira con tan- ta rapidez que, a los ojos del observador, parece estar inmóvil. Y es así que, obnubilados por la celeridad frenética del día a día, muchos intelectuales atribuyen a las circunstancias contingen- tes de la vida moderna el estatuto de leyes naturales, inmutables y eternas. En su análisis del fetichismo expuso Marx las razones por las que el capitalismo genera la apariencia de que el valor de las mercancías no es el producto de una relación social, sino una propiedad objetiva, “natural” de las cosas, como el peso o el color. De ese modo, la circunstancia de que “el carácter es- pecíficamente social de los trabajos privados independientes consiste en su igualdad en cuanto trabajo humano y asume la forma del carácter de valor de los productos del trabajo”, un he- cho “que solo tiene vigencia para esa forma particular de pro- ducción, para la producción de mercancías” se presenta “ante quienes están inmersos en las relaciones de la producción de mercancías”, como un hecho atemporal y definitivo, así como “la descomposición del aire en sus elementos, por parte de la ciencia, deja incambiada la forma del aire en cuanto forma de un cuerpo físico”.45 Lo que es resultado de relaciones sociales determinadas es percibido, en la superficie de la vida econó- mica, no como algo socialmente mediado, sino como algo in- mediato, de modo que la objetividad del valor existe indepen- dientemente de unas relaciones sociales específicas.46 En virtud de semejante naturalización, el valor aparece como un hecho ontológico, trascendental, independiente de las mutaciones históricas: aquello que solo pertenece a una época determinada se impone a los hombres “de modo irresistible como ley natural reguladora, tal como por ejemplo se impone la ley de la grave- dad cuando a uno se le cae la casa encima”.47 Apunta a desmitifi- car este estado de cosas el drástico historicismo del método del Marx tardío: el propósito de El capital no es proveer una teoría universalmente aplicable, sino un análisis –de una complejidad y amplitud incomparables– sobre la especificidad histórica del capitalismo. Fiel a su convicción de que las relaciones de pro- ducción de toda sociedad conforman un todo,48 pero también de que ningún modo de producción se constituyó tan consisten- temente como una totalidad como el capitalista –a pesar de la ilusión superficial de independencia en virtud de la cual las di- versas áreas de la actividad no parecen estar relacionadas entre 45 Marx, Karl, El capital, vol. I/1, p. 91. 46 Cf. Heinrich, Michael, Wie das marx’sche Kapital lesen, vol. 1, p. 183. 47 Marx, Karl, El capital, vol. I/1, pp. 91 y s. 48 Marx, Karl, Miseria de la filosofía. Respuesta a la Filosofía de la miseria de P.-J. Proudhon. Trad. de Martí Soler. México: Siglo XXI, 1987, p. 68. Miguel Vedda Cazadores de ocasos 3736 sí, sino fragmentadas y aisladas–, Marx se dedica a indagar el modo en que las diferentes categorías socioeconómicas cum- plen, en el ser social del capitalismo, una función distinta de la que tuvieron en cualquier otra época. La crítica de Marx ana- liza el capitalismo como una totalidad estructurada por leyes que asumen, en su seno, funciones particulares; y es a partir de este análisis inmanente a la Modernidad capitalista, y no de un punto arquimédico externo a ella, que aquella totalidad es expuesta, no a la manera de una armonía preestablecida im- perecedera y autosuficiente, sino como un todo internamente contradictorio, expuesto a periódicas crisis y, eventualmente, a la declinación y la muerte. Con razón se ha subrayado que esta cualidad le concede a la teoría marxiana un sesgo radical- mente autorreflexivo, en virtud del cual su punto de vista no es transhistórico o trascendental, sino históricamente inmanen- te.49 Cabría destacar la intransigente coherencia de la crítica de la economía política de Marx: en la medida en que tiene, como objetivo principal, conducir a la humanidad más allá del sistema del trabajo asalariado y de la acumulación infinita del capital, a lo que aspira es exactamente a generar aquellas con- diciones que, poniendo fin a la prehistoria de la humanidad, tornen a dicha crítica científicamente obsoleta. El capitalismo es una estructura económica y un conjun- to de relaciones sociales históricamente específicos. Pero de esto no se deduce que su análisis teórico tenga que respetar un orden histórico y avanzar desde las formas más antiguas y elementales a las más desarrolladas. Una larga tradición de co- mentadores de la obra madura de Marx ha logrado oscurecer este hecho; ya Engels dijo, en su reseña de Contribución a la crítica de la economía política, que la exposición lógica de Marx no es otra cosa que la exposición histórica, solo que desnudada de su forma histórica y de las contingencias perturbadoras; y Kautsky sostuvo que El capital es en lo esencial una obra his- 49 Postone, Moishe, Time, Labour and Social Domination, p. 140. tórica. Contradicen estas posiciones tanto las declaraciones de Marx como la propia organización conceptual de sus escritos económicos fundamentales. En los Grundrisse precisa Marx que “sería impracticable y erróneo alinear categorías económi- cas en el orden en que fueron históricamente determinantes”; su orden de sucesión está determinado “por las relaciones que existen entre ellas en la moderna sociedad burguesa, y que es exactamente el inverso del que parece ser su orden natural o del que correspondería a su orden de sucesión en el curso del desarrollo histórico”.50 De lo que se trata es de mostrar la arti- culación de las categorías económicas “en el interior de la mo- derna sociedad burguesa”.51 La indagación de Marx no parte en busca de categorías transhistóricas, pero sí de las determina- ciones fundamentales de una época específica; determinaciones que,en cuanto tales, poseen un alto grado de estabilidad y per- manencia. La teoría marxiana madura no se propone narrar la historia del capitalismo, ni describir una fase específica de este –digamos: el del laissez faire y la libre competencia, a diferencia de la posterior etapa imperialista–, sino que busca exponer “la organización interna del modo capitalista de producción, por así decirlo, en su término medio ideal [im Durchschnitt]”;52 la “ley económica que rige el movimiento de la sociedad moderna”.53 Presupone un capitalismo plenamente desarrollado, a partir del cual es posible desplegar dialécticamente las categorías bá- sicas. El hecho de que El capital es ante todo una obra “lógi- ca”, “teórica” explica por qué los segmentos históricos son en él comparativamente escasos, y aparecen a continuación del desarrollo conceptual de las categorías correspondientes.54 50 Marx, Karl, Elementos fundamentales…, vol. 1, pp. 28 y s. 51 Ibíd., p. 29. 52 Marx, Karl, El capital, vol. III/8, p. 1057. 53 Marx, Karl, El capital, vol. I/1, p. 8. 54 Heinrich, Michael, Kritik der politischen Ökonomie. Eine Einführung. Stuttgart: Schmetterling, 2018, p. 29. Miguel Vedda Cazadores de ocasos 3938 Esta decisión de atender a los rasgos esenciales del capitalismo, que persisten más allá de las variaciones históricas de ese modo de producción, explica el notable grado de generalización de la crítica de la economía política marxiana; justifica la validez que esta, hasta el día de hoy, no ha dejado de poseer. Al mis- mo tiempo, distingue a Marx de esa atracción hacia –y de esa distracción con– los fenómenos coyunturales que define tanto a los economistas políticos y vulgares como a numerosos inte- lectuales socialistas de su época. Con esto volvemos al punto del que partimos: Marx, como Goethe, promueve un estilo de pensamiento que toma distancia de la inmediatez sin renunciar a comprenderla; que, consciente de que las formas comunes y corrientes del pensar están cautivas de la mistificación y el fe- tichismo, investiga en diversidad de planos la dialéctica entre fenómeno de superficie y estructura fundamental. Recuperar y actualizar esta estrategia es un medio cardinal para compren- der nuestro presente. 5. La locura de la razón neoliberal y las nuevas lecturas de El capital Y aquí hay que constatar que las mistificaciones pre- paran a las formas de pensamiento espontáneas para una interpretación conformista con el sistema de las necesidades, las desigualdades y los conflictos; hay que constatar que los objetivos de las luchas están condicio- nados esencialmente por aquello, y que esos objetivos no pueden ser ignorados por una teoría crítica. Ingo Elbe, Marx in Westen Correlativamente, el objetivo de la producción en el capitalismo se enfrenta a los productores como si de una necesidad externa se tratase: no viene dado por la tradición social o por la coerción social abierta, ni es decidido conscientemente desde arriba. Tal objetivo, por el contrario, escapa del control humano. Sin embargo, ese objetivo no consiste, como creía Bell, en más y más bienes, sino en de más y más valor. Moishe Postone, Marx Reloaded Estas consideraciones sobre el método de Marx, en lugar de alejarnos, nos acercan intensamente a los tiempos en que vivi- mos. Por una variedad de razones. En primer lugar, porque en nuestra exposición no hemos hecho otra cosa que subrayar toda una serie de aspectos de la crítica de la economía política que han sido particularmente revisitados (y revisados) por las relecturas de El capital que surgieron durante la época neolibe- ral y que están –al menos, en parte– condicionadas por esta.55 Tales relecturas se encuentran motivadas por el colapso de los regímenes del “socialismo real” y de la vulgata marxista-leninis- ta en ellos propagada; vulgata que representaba el remplazo de la teoría crítica de Marx por una visión del mundo omniabarca- dora, presuntamente capaz de ofrecer respuesta a todas las pre- guntas. Este afán de sistematización, escolar en el fondo, que se inicia con el Anti-Dühring (1878) de Engels, condujo ya a Le- nin a decir que la “doctrina de Marx es omnipotente porque es verdadera. Es completa y armónica, y brinda a los hombres una concepción integral del mundo”.56 Pero no ha sido solo el des- crédito de las versiones dogmáticas del marxismo el basamento para las nuevas lecturas de El capital; provocador en ellas es el modo en que han puesto de relieve el potencial del pensamien- to maduro de Marx para explicar las direcciones asumidas por el capitalismo durante las últimas décadas. Pensadores como Lukács y Benjamin destacaron la gravitación que, para una his- toriografía marxista, debería poseer el presente en cuanto pers- pectiva desde la cual es indagado el pasado. En particular, Ben- 55 Cabe mencionar como antecedentes a Isaak Rubin y a Roman Rosdolsky. 56 Lenin, Vladimir Ílich, “Tres fuentes y tres partes integrantes del marxis- mo”. En: –, Obras escogidas. Varios traductores. 3 vols. Moscú: Progreso, 1979, vol. I, p. 31. Miguel Vedda Cazadores de ocasos 4140 jamin subrayó la importancia de la elección del presente como punto de partida para el análisis historiográfico, ante todo por el hecho de que ciertas dimensiones del pasado solo se tornan visibles desde un particular punto de vista; esas dimensiones se hacen evidentes “así como, para el observador que toma la de- bida distancia y el ángulo necesario de visión, una roca permite ver una cabeza de hombre o un cuerpo animal”.57 Las exégesis de El capital mediadas por el capitalismo de nuestro tiempo han vuelto a colocar en el centro la teoría del valor: un aporte fundamental de la teoría de Marx, que los marxismos tradicio- nales sustituyeron, como subrayó acertadamente Michael Wendl, por un paradigma basado en una teoría del poder. Una vez interrumpida la ilusión –consolidada durante el capitalis- mo embridado y avalada en las bondades del Estado de bienes- tar– de que era posible que asumiera un rostro humano el capi- talismo, el funcionamiento de este quedó de manifiesto como lo que es: como un sistema de dominación abstracta que, surgi- do históricamente como producto de la acción humana, posee un carácter impersonal, autónomo, cuasi objetivo, que se les contrapone a las personas como una suerte de destino. En con- diciones tales, los procesos económicos se desarrollan, como dice a menudo Marx, a espaldas de los seres humanos, quienes, al margen de su situación de clase, se ven compelidos a observar la dinámica social como un movimiento de cosas bajo cuyo control ellos se encuentran, en lugar de controlarlo. Los proce- sos económicos, tal como sostiene Marx específicamente a pro- pósito de las magnitudes de valor, tienen lugar “independiente- mente de la voluntad, las previsiones o los actos de los sujetos”.58 Reducidos los seres humanos a objetos manipulables, es el capi- 57 Benjamin, Walter, “El narrador. Consideraciones sobre la obra de Nico- lai Leskov”. En: –, Sobre el programa de la filosofía futura y otros ensayos. Trad. de Roberto J. Vernengo. Barcelona: Planeta-Agostini, 1986, pp. 189-211; aquí, p. 189. 58 Marx, Karl, El capital, vol. I/1, p. 91. tal –una sustancia inorgánica, muerta– quien asume el papel activo de determinar el proceso socioeconómico; y en este sen- tido ha podido hablar Marx del valor como sujeto automático,59 o como “una sustancia en proceso, dotada de movimiento pro- pio, para la cual la mercancía y el dinero no son más que meras formas”.60 El impulso hacia el incremento desmesurado y conti- nuo de las ganancias, que constituye un rasgo distintivo de la Modernidad, podría ser calificado con plena razón de demen- cial; solo que esta demencia no depende de la voluntad perso- nal de los agentes económicos: así como el trabajador no tiene más remedio que vender una y otra vez su fuerza de trabajo, si no quiere experimentar las penurias de sumarse al ejército in- dustrial de reserva, así también los capitalistasse ven compeli- dos, a causa de la competencia de los otros capitalistas, a inver- tir una y otra vez el capital acumulado, como acostumbraba a decir Marx, bajo pena de sucumbir. En la medida en que la locu- ra de la razón capitalista escapa de las manos de los seres huma- nos, puede entenderse que Marx se rehúse a interpretar la Mo- dernidad en términos morales, como resultado de faltas de personas particulares susceptibles de ser identificadas, conde- nadas y, eventualmente, castigadas. Los capitalistas no son pre- sentados por Marx como sujetos particularmente perversos, inducidos por un egoísmo desmedido, sino como herramientas del capital; ellos son personificaciones de categorías económicas, máscaras de personajes dramáticos (Charaktermasken). En vir- tud de su movimiento autónomo, carente de cualquier finali- dad externa a sí misma, la valorización del capital despliega su acción destructora sin medida ni meta final algunas; y acerta- damente ha comparado Heinrich al capitalismo con una má- quina anónima; una máquina a la que no se le conoce ningún maestro mecánico que sea capaz de conducirla eficazmente por 59 Ibíd., p. 188. 60 Ibíd., p. 189. Miguel Vedda Cazadores de ocasos 4342 su propia voluntad y al que podríamos responsabilizar por las acciones destructoras que el artefacto ocasiona.61 Si estos ras- gos caracterizan a todo el capitalismo, ha sido en la época neo- liberal cuando el automatismo de la ley del valor adquirió sus rasgos hasta ahora más extremos. La conciencia de este hecho explica la trascendencia que concedieron a estos fenómenos las nuevas lecturas de El capital. Pero también se mostraron estas singularmente sensibles a la hora de percibir y examinar los me- canismos de los que se vale el capitalismo para enmascarar su propia lógica de funcionamiento. Dicho de otro modo: las exé- gesis recientes concentraron su atención en los fetichismos y mistificaciones del capital en el mismo momento en que estos eran llevados, en la realidad del orden neoliberal, a una exten- sión y una intensidad nunca antes conocidos. De ahí la insis- tencia de autores como Ingo Elbe o Michael Wendl en estudiar el modo en que, bajo las actuales condiciones de vida, la con- ciencia cotidiana de los agentes tiende a permanecer cautiva de las formas de manifestación distorsionadas de las relaciones capitalistas. Y a estas mistificaciones sucumben los trabajado- res no menos que los capitalistas o que los integrantes de los sectores medios. No debe sorprender que las tentativas desple- gadas durante las últimas décadas para retornar a Marx hayan señalado la ausencia, en este, de cualquier mitologización de la 61 Heinrich, Michael, Kritik der politischen Ökonomie, p. 186. De un modo similar ha subrayado Postone que “la clase de mediación consti- tutiva del capitalismo da lugar a un modo autogenerado de dominación estructural, que somete a los capitalistas tanto como a los trabajadores, a pesar de sus grandes diferencias en poder y riqueza. Es decir, da lugar a lo que Durkheim describe como la dominación de la vida social por la economía, lo que Bell llama la dominación de la vida social por el modo economizante y lo que teóricos como Horkheimer caracterizan como la creciente instrumentalización del mundo, la dominación del mundo por una racionalidad de los medios” (Postone, Moishe, Marx Reloaded. Repensar la teoría del capitalismo. Pref. de Alberto Riesco Sanz y Jorge García López. Tras. de Verónica Handel y Jorge García López. Madrid: Traficantes de Sueños, 2007, p. 184) conciencia de clase proletaria como perspectiva privilegiada para comprender la lógica del capital, o como expresión ideo- lógica –epistemológicamente correcta– de aquella clase que constituiría el sujeto-objeto idéntico de la historia, destinado a poner fin a las condiciones de opresión. El capitalismo es un sistema de dependencias: esta afirmación de Kafka dice algo más exacto sobre la lógica del capital que las prédicas entusiastas acerca de la preeminencia de la conciencia proletaria frecuentes en toda una serie de marxismos. Esto no supone negar la evi- dencia de unas condiciones de explotación económica que, bajo el neoliberalismo, también se han agravado en una medida inconmensurable; tampoco el papel fundamental que podría y, aun, debería cumplir el proletariado en las luchas contra el ca- pitalismo. De lo que se trata es de combatir todas las mistifica- ciones –aun las surgidas en el seno del marxismo–; también de recordar que, en el pensamiento de Marx, el proletariado, en cuanto víctima y, a la vez, factor necesario de la acumulación del capital, no es la encarnación de una forma de sociabilidad que, hoy contenida, debería quedar libertada con la caída del capitalismo, sino una clase que debería ser abolida antes que idealizada. Y que es a menudo presa del fetichismo. De manera precisa sintetiza Jan Hoff las perspectivas de las nuevas lecturas de El capital cuando dice que estas, por cuanto buscan revisar toda una serie de “certezas” del marxismo tradicional que no encuentran apoyo en la crítica de la economía política de Marx, tienen que evidenciar que el proletariado no dispone de ninguna predisposi- ción privilegiada respecto del conocimiento correcto e inmediato de las relaciones sociales en su conexión in- terna, y que también los trabajadores están presos nece- sariamente –de momento– en el mundo de las mistifi- caciones, fetichismos y fenómenos de superficie.62 62 Hoff, Jan, Befreiung heute. Emanzipationstheoretisches Denken und his- torische Hintergründe. Hamburgo: VSA, 2016, p. 329. Miguel Vedda Cazadores de ocasos 4544 Desde ya que está fuera de todo cuestionamiento la existen- cia de “procesos de conocimiento teórico-críticos que rompen trabajosamente con la conciencia cotidiana ‘presa de inver- siones y mistificaciones’; procesos que orientan praxis activas que trascienden el sistema y que conducen en una dirección emancipadora”.63 Solo que esos procesos –que, de acuerdo con Marx, no coinciden con ninguna conciencia de clase hiposta- siada, sino que son descubiertos por la ciencia– no bastan per se para eliminar los fetichismos: estos últimos son procesos ob- jetivos, reales, que pueden ser examinados teóricamente, pero que solo serán eliminados mediante la destrucción práctica de la ley del valor. Reconocer la gravitación que, a lo largo de toda la historia del capitalismo, pero especialmente en nuestra época, poseen las mistificaciones no debería conducir al pesi- mismo o al quietismo políticos, sino a la admisión de que se requieren un pensamiento y una acción más radicales de los que presuponían los marxismos tradicionales. La atención a las interrelaciones entre la superficie de la vida socioeconómica y la esencia subyacente debería inducir tam- bién a distanciarse de un conjunto de fantasmagorías por las que permanecen seducidos amplios sectores de las izquierdas contemporáneas atraídos por los fenómenos de superficie, pero indiferentes a la fisiología de la sociedad burguesa. Entre ellas se encuentra la creencia de que los males del capitalismo se hallan concentrados exclusivamente en la esfera de la distribución, en contraposición con la productiva, de modo que alcanzaría con introducir alteraciones en el reparto de las ganancias, con am- pliar las posibilidades de consumo de las masas, para generar un orden contrario a las leyes del capital. La aguda intensifi- cación del ascendiente del capital financiero y el papel desem- peñado por los bancos durante el neoliberalismo han difundi- do también, durante las últimas décadas, la representación de 63 Ibíd. que la oligarquía financiera posee un carácter parasitario que la diferenciaría de la economía real, de modo que, en autores como Michael Hudson, pudo surgir la exhortación a rescatar al capitalismo industrial de su dependencia respecto del capi- talismo de las finanzas. Una posición semejante, con la que se identifican influyentes movimientos sociales denuestra época, como el Occupy Wall Street, supone adoptar una perspectiva moralizadora, de acuerdo con la cual sería factible oponer la corrupción del capital financiero a otras formas presuntamen- te más justas y “virtuosas” de capitalismo. No hay manera de idealizar a los bancos; pero imaginar que bastaría con conju- rarlos o suprimirlos para dar nacimiento a un mundo nuevo delata una infinita ingenuidad. Marx ha definido, sin duda, al capital que devenga interés como “la madre de todas las formas absurdas”;64 pero también se ha referido en términos irónicos a aquella “crítica superficial, partidaria de la mercancía y que combate el dinero” que dirige “toda su sabiduría reformadora contra el capital a interés, sin tocar a la producción capitalista real y atacando solamente a [lo que es] uno de sus resultados”.65 Una distribución diferente de la ganancia “entre las diferentes categorías de capitalistas y, por tanto, la elevación de la ganan- cia industrial mediante la reducción del tipo de interés, y vi- ceversa, no afectaría para nada a la esencia de la producción capitalista”; de modo que el socialismo que se dirige en contra del capital que devenga interés como “forma fundamental” del capital está “metido hasta el cuello en el horizonte burgués”.66 Estos dilemas son característicos de las críticas del capitalismo que se circunscriben al nivel de la superficie sin cuestionar la relación de capital y que están expuestas, por ende, a las distor- siones y engaños propios de la conciencia cotidiana. Con estos se halla entrañablemente ligada la cultura de masas. 64 Marx, Karl, El capital, vol. III/2, p. 600. 65 Marx, Karl, Teorías sobre la plusvalía, vol. III, p. 405. 66 Ibíd., p. 413. Miguel Vedda Cazadores de ocasos 4746 6. La literatura de masas y la era del capital Como hemos visto, un elemento común a varias de las lec- turas recientes de El capital es la identificación, en la obra ma- dura de Marx, de una perspectiva metodológica doble. Por un lado, un historicismo consecuente, en función del cual todas las categorías esenciales del capitalismo deberían ser analizadas como inmanentes a ese modo de producción, y como dotadas de un sentido y una función diferentes de los que tendrían en cualquier otra circunstancia histórica. Por otro lado, un abor- daje dialéctico que examina la organización interna del capita- lismo, su término medio ideal, de manera sistemática, “lógica”, renunciando a un modo de exposición históricamente lineal. Desde luego que este enfoque sistemático incluye a la vez la exhortación a prestar, de cara a cada configuración particular del capitalismo, una atención hacia las cualidades singulares y distintivas del objeto en cuestión. La adopción de esta doble perspectiva empleada por Marx podría resultar especialmente fructífera para el análisis de la literatura de masas. Y esto por varias razones. En primer lugar, porque la literatura de masas es un producto de la era del capital; sus manifestaciones más tempranas surgieron en la segunda mitad del siglo XVIII –con la narrativa gótica inglesa (1764-1820) como una de sus pri- meras expresiones significativas67–. Fruto, no de una circula- ción oral y anónima, sino del trabajo de autores particulares, y 67 Algunos best sellers anteriores, como el Robinson Crusoe o Pamela (1739), no podrían ser considerados expresión de una literatura de ma- sas no solo por las condiciones materiales de distribución y recepción de la narrativa en la primera mitad del siglo XVIII, sino por el efecto que de hecho tuvieron tales obras en los lectores contemporáneos y en la tradición crítica posterior. En efecto, las novelas de Defoe y Richardson han sido incluidas ya tempranamente en el canon de la “gran” literatura y valoradas de un modo cualitativamente distinto de, digamos, los romances góticos de Walpole, Radcliffe o Lewis. difundida esencialmente a través del mercado, la literatura de masas estableció tempranamente una ruptura con la literatura popular precedente y con la residual contemporánea. Esto no impidió que aquella se nutriera una y otra vez de esta: así como la producción capitalista subsumió formalmente las formas de producción anteriores aún disponibles antes de proceder a la subsunción real de la producción propiamente capitalista, así también la literatura de masas se apoyó insistentemente en pro- cedimientos habituales en géneros como el cuento maravilloso, la saga o la leyenda durante el proceso de constitución de sus formas específicas. Por lo demás, como tendremos ocasión de ver, la apelación a la tradición popular continúa hasta la actua- lidad, en un contexto en que han desaparecido casi por com- pleto las condiciones naturales y sociales que habían alimen- tado dicha tradición: un fenómeno del que nos ocuparemos más adelante. Por otra parte, el surgimiento de la literatura de masas fue señalado ya en sus orígenes como un paso decisivo hacia la conversión de la literatura en mercancía: las denun- cias contra los “fabricantes” (Coleridge) de novelas, contra la littérature industrielle (Sainte-Beuve) anteceden largamente las reflexiones de Adorno sobre la industria cultural y emergen ya en el escenario intelectual de finales del siglo XVIII. Estas denuncias alcanzan uno de sus primeros puntos culminan- tes en la época del folletín, cuando se hacen evidentes rasgos fundamentales de la literatura de masas; entre otras razones, porque por primera vez se hacían notorias entonces las cuali- dades de un modo de producir fantasías fundado en la división del trabajo y en la producción en serie.68 Sería errado reducir la llamada literatura trivial –ante todo, en sus exponentes más destacados–a la condición de “mera” mercancía; pero es osten- sible que la imbricación entre belles lettres y negocios asumió, a 68 Neuschäfer, Hans-Jörg, Populärromane im 19.Jahrhundert. Múnich: Fink, 1973, p. 15. Miguel Vedda Cazadores de ocasos 4948 partir del ascenso de aquella, una magnitud jamás conocida an- tes de la expansión del capitalismo. Con esta conversión de la obra literaria en mercancía se vincula buena parte de los rasgos de la literatura de masas condenados recurrentemente como regresivos: la apelación al sensacionalismo, la pornografía o la superstición; la relación simplista con la realidad –armoni- zación, polarización entre “héroes” y “villanos”, happy end–; empleo de clichés sociales, culturales o estéticos; de manera general, la reducción de la obra a la búsqueda de efectos sobre un público considerado como conjunto de consumidores. No menos que otros innumerables ramos de producción, también la producción estética se adaptó a unas severas demandas de homogeneización que, a diferencia de las que habían existido en otras épocas históricas, ya no respondían directamente a las imposiciones de un poder político o religioso despóticos, sino a las del mercado. El hecho de que la corriente dominante de la literatura de masas se dejara determinar tan intensamente por la lógica mercantil explica que, tal como ocurre en general con las esferas productivas regidas por esta, dicha literatura haya tendido a someterse a reglas de producción de carácter objetivo y coactivo, independientes de la voluntad de los autores (y aun de los editores) individuales, y a las que se veían estos compeli- dos a adaptarse bajo pena de sucumbir. Los diagnósticos sobre la industria cultural que presentan a esta, en términos unilate- ralmente críticos, como el reino de la repetición infinita, han insistido sobre la condición paradójica que los bienes cultura- les mercantilizados compartirían con el conjunto de los bienes de consumo: el hecho de que, siendo siempre iguales, fingen ser siempre nuevos a fin de conquistar clientes.69 De ahí que, por detrás de la aparente diversidad de la literatura de masas, esta última presente, a nivel histórico y estructural, una estabi- 69 Cf. Adorno, Theodor W., Teoría estética. Trad. de Jorge Navarro Pérez. Madrid: Akal, 2014,
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