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C A P I T U L O Dei yo a la relación personal ¿Sabemos acaso si esta categoría (¡a del yo], que todos creemos bien cimentada, será siempre reconocida corno tal? Sólo es formulada para nosotros, entre nosotros. (...) Tenemos un.a gran posesión que defender. Esta idea podría desaparecer cofi nosotros. —Marcei Mauss, Une Catégorie de L'Esprít Humain Una amiga me cuenta: El sábado fui de compras con mi hija adolescente. Yo necesitaba un vestido para iiia fiesta la semana que viene. Vi uno muy atractivo, negro, de corte atrevido y con entejuclas plateadas. Ale gustaba muchísimo... hasta que me !o probé. Decepciona- da, le dije a irii liija que no podía llevármelo: que con ese vestido no era yo. Ella ¡r,e contestó, discretamente burlona: "Pero mamá, eso no importa; con e.se ve.stido sí que parecerá.'; alguien'. Se HAe dirá que es apenas una diíerencia de opiniones-, sí, pero reíleja el abismo profundo que se abre enere dos mundos. La m.adre es una modernista; la hija está ingresando al mundo posmoderno, en el cual ya no hay ninguna esencia individual a la que uno deba adherirse o permanecer fiel. La identidad propia emerge de continuo, vuelve a conformarse y sigue en una nueva direccirjn a medida que uno se abre pa.so por el mar de relaciones en cambio permanente. En ISI 1¡(. VO SATLlK.\DO el caso de '¿Quién soy yo?", hay un mundo de posibilidades prcívisionales en ebullición. - - ^ En capítulos anteriores examinamos el proceso de saturación social y el stirgiiniento de ¡a conciencia postnodema en la vida intelectual y en la vida cultural en general. El individuo se ha visto despojado paulatinamente de las huellas tradicionales de la identi- dad: la racionalidad, la intencionalidad, el reconocimiento y la coherencia a lo largo del tiempo. Además, las voces que habitualmente moldeaban la opinión cultural en las cuestiones relativas a la personalidad individual fueron poco a poco privadas de su autoridad. La objetividad en tales asuntos fue sustituida por el perspectivismo: el concepto de "persona individuar' dejó de ser el simple reflejo de algo existente y pasó a ser una creación comunitaria derivada del discurso^ objetivada en las relaciones personales y puesta al servicio ¿e la racionalización cíe detemiinadas instituciones y la prohibición de otras. En este caldo en permanente hervor, se comenzaba a saborear un nuevo gusto; al fusionarse los distintos ingredientes y a! disiparse el yo con los vapores que se desprendían, se detectó una nueva realidacl.la realidad de la relación. Para evaluar esto será conveniente dar antes'dos pasos: primero, despedimos con el último adiós de la entidad concreta del yo, y luego, seguir las huellas de su reconstrucción como relación personal. EL CUES'1'IONAMIENTO DEL SER HUMANO La indetenniíiación del yo individual se ha ampliado hasta abarcar el inundo entero. —Kurt W. Back, Thnller.- The Self In Modern Soclety En el modernismo, el individuo era semejante a una entidad aislada y maquinal: confiable, previsible y auténtica, impulsada por un mecanismo central instalado no muy lejos de la superficie. Hoy, en cambio, la creciente cacofonía de voces discordantes ha planteado un reto generalizado a la premisa de las "cosas-en-sí" (incluidas las personas). Si cada voz retrata un individuo diferente, la ¡dea misma de un "yo aislado", independiente de esas voces, empieza a tambalearse. ¿Es la persona un "mero ser biológico", "un puñado de átomos", "una serie de hábitos aprendidos", "un autómata computadorizado", "una estructura de rasgas de personalidad", "un agente racional"? Al aumentar de volumen el coro de voces antagónicas, se pierde la realidad tle "la persona" más allá de esas voces: no queda ya ninguna DEL YO A LA RELACIÓN PERSONAL 133 en la que pueda confiarse para rescatai- a la "persona real" de este mar de retratos. En el capítulo precedente vimos que la multi¡5l¡cac¡ón de perspectivas conducía a un desdibujamiento de los límites. Si las categorías dejan de ser sagradas, todo lo que antes parecía identificable con certeza empieza a rebasar las fronteras y a mezclarse, combinarse y refundirse. Lo mismo cabe afirmar de nuestra incipiente concepción del yo individual. Consideremos estos pocos datos de la historia cultural reciente, que constituyen una amenaza contra la integridad de las personas; i ..VíLlSCI¥ BUSK & DUKAKIS ROBERT SCHEER ¿Quésignilifa un ser hu:nano? Cuando el cuerpo deJessica Rabbit, deToontown, urúdo a l'.i cabeza de una modelo de la revista Playboy despierta el imerés erólico, ¿sigue siendo iiumano el ¡níerés? • iMax Ileadroom, un personaje de TV que goza.de gran popularidad entre el público joven, parece un autómata electrónico, aunque sabemos muy bien (¡ue sus movimientos mecánicos y su voz http://goza.de iŝ EL vo SATurano aflautada que parecen provenir de iiiipulsos eléctricos van acompa- ñados de Lina inteligencia y una personalidad totalmente humanas. • El público que vio la taquillera película ¿Quién engañó a Roger RabbilFse mostró muy dispuesto a aceptar las relaciones de amor y de muerte entabladas entre seres humanos y dibujos animados. La bella y seductora silueta de Jessica Rabbit (uno de esos dibujos) generó en la audiencia más energía sexual que cualquiera de los personajes "humanos", con lo cual planteó un gran desafío a quienes pretenden dar una definición de "ser humano". La posibilidad de que estas figuras dibujadas pudieran reemplazar a las beldades humanas coino objetos del deseo no escapó a los editores de la revista Playboy, quienes pronto le dedicaron a Jessica una de sus portadas,., cam- biándole el rostro por la fotografía de una mujer de carne y hueso. • El reemplazo de amantes huiuanos por facsímiles con fines sexuales es hoy una gran industria de la cultura occidental. Los hombres pueden adquirir muñecas inflables de rostro de plástico con los labios abienos y vaginas de espuma de poliestireno en las que no falta vello pubiano. • En las obras del célebre artista inglés Francis Bacon, figuras netamente humanas son distorsionadas y absorbidas por el fondo, fundiéndose lo humano y lo no humano. • Entre los ídolos juveniles se cuentan Tim Cuny (el astro de Ihe Rocky Horror Pictv.re Shoiv), Divine (protagonista principal de Pink Flaniíngos y de Hniíspray) y —para los más jóvenes— Michael jackson. El elegante Curry recoge sus mayores ovaciones con sus bufonadas de travestí bisexual; ai público cinematográfico le encanta enterarse de que tras la voz ronca de la regordeta Divine se esconde un hombre —o al menos, que llamaríamos así según nuestros esquemas tradicionales—; en cuanto a iMichael Jackson, ha conse- guido, gracias a la cirugía, el maquillaje y otros artificios, parecerse cada vez más a su hermana. • Las mujeres que practican el fisicoculiurismo desarrollan tales músculos que es virtuainiente imposible distinguidas del modelo clásico del género, Charles Atlas. .W mismo tiempo, el uso de esferoides por los atletas varones ha generado formas corporales propias de "superhombres". Todos e.stos hechos sugieren una nueva actitud cultura! hacia e! yo individual. En cada uno de estos casos ê pone en tela de juicio —con curiosidad, deleite y hasta fervor— la definición de los lírniíes. Todfjs ellos han sido recogidos del mundo del ocio o del entreteni- miento; en otros ámbitos, la cuestión se vuelve más ,seria. Miles de personas 0|.iian ano tnis año por recurrir n suslitiicioiies de su yo, DliL YO A LA R [ ; L A C I 0 . \ PERSONAL 1S7 artificiales o biológicas. Cualquiera que lo necesite o lo desee puede . hacerse reemplazar la nariz, los pechos, el cabello, los dientes o cvralquiern de sus miembros, incluidos los genitales. Productos químicos hacen las veces de hormonas y el corazón puede funcionar sostenido por un aparato. Lo que no es posible reemplazar artificialmente, se puede recibir en donación. Los trasplantes de riñon y de córnea son corrientes, los de corazónsiguen en aum.ento, y las posibilidades en este campo parecen ilimitadas. Pero a medida que asistiiiKjs a esta creciente posibilidad de autosustitución, surge la necesidad de hacerse algunos planteamientos. Por ejemplo, la persona en estado de coma pennanente, cuya vida sólo prosigue merced a una máquina, ¿debe seguir consen.'ando los derechos que le corresponden como individuo? ¿Qué órganos o qué proporción del cuerpo puede ser reemplazada o remodelada sin dejar de ser la misma persona? El actual debate sobre el aborto puede considerarse una genera- lización de estos mismos problemas de definición del yo. Desde el punto de vista legal, siempre se consideró que el feto no era un "ser humano" hasta tres meses después de la concepción. Los avances tecnológicos permitieron objetar esta definición. Mediante la fotografía ín Hiero, las técnicas de ultrasonido y ¡a estimulación eléctrica del feto, las agrupaciones autodenominadas "pro vida" quieren estable- cer que ya es humano y experimenta dolor mucho antes. Argumentan que el individuo ya está allí, en definitiva, antes de ios tres meses, y por ende el aborto equivale a su asesinato. Por supuesto, que el feto "parezca" humano o que "sienta" como una persona real no depende de las paiebas que se esgriman sino de la definición que se adopte.^ En este caso las paiebas no son sino artilugios retóricos, y su eficacia dependerá del valor que se asigne a las definiciones convencionales. Avanzando algo más por ese camino podría aducirse que, en rigor, uno se convierte en persona en el momento mismo de la concepción; o que, dado que los animales tienen "sentimientos", también ellos participan de la condición humana y merecen gozar de los corres- pondientes derechos. Esta manera de pensar no es ajena a los que se oponen a la vivisección o a los naturistas de la cultura.^ Pero donde la erosión de la definición del yo adquiere un relieve particular es en el caso del sexo. ISS KL YO S.VrUR-ADO La tergiversación del sexo ¡\o se puede develar ¡a esencia de la ¡nasculiíiidad o de la Jeiiuiíidad. Lo único que se puede resaltar son (...) representaciones. —Linda Kauffnian, Discoui^es o/Desire.- Gender, Gente, and Epistolar}' Fíctions ün heclio biológico antaño incuestionable e inexorable, a saber, la existencia de dos sexos (masculino y femenino), ahora parece ingresar lentamente en el ámbito de la mitología. Hace treinta años, rara vez se oía decir "un hombre de verdad". La realidad era poco menos que incuestionada y no se debatía. Para muchos, los proto- tipos culturales eran John Wayne, Gar)- Cooper y Humphrey Bogart. Si el modernismo tuvo héroes masculinos de algún tipo, su retrato se aproximó a éste: realistas, incoraiptibles, taciturnos, aunque capaces de emocionarse una vez concluido el asunto que traían entre manos. La fantasía actual muy rara vez se ve frecuentada por dichas figuras; hasta las actuaciones de Jolm Wayne adoptaron un tono de parodia en sus últimos años. La figura de Rock Hudson fue uno de los primeros puntos de viraje. Su propio nombre, Rock [roca], hablaba de fuerza viril..., pero en sus actuaciones y también personalmente se encontraba una suave y tersa afabilidad. Los astros masculinos de los años sesenta, setenta y ochenta (Marión Brando, Paul Newman, Robert Redford, Dustin Hoffman) podían desempeñar el papel de "verdaderos hombres", pero desempeñaban tantos otros papeles (de afeminados, a veces), que el público siempre tenía presente la irrealidad de su hombría. Con la aparición de libros como RealMen Don'tEatQuiche[los verdaderos hombres no comen pastas saladas], se cobró conciencia de ¡a transitoriedad de esa imagen. Advertencias tan disimuladas como ésa sólo interesan cuando la especie está en peligro: cuando los que saben que deberían ser verdaderos hom- bres usan delantal de cocina, beben su Perrier a sorbos y evitan las comidas con elevado contenido de colestero!.̂ Las primeras insinuaciones de un colapso en las diferencias .sexuales tuvieron lugar cuando John Money, un psicobiólogo de la Johns Hopkins University, inició la publicación de .sus obras sobre el tran.sexualismo.'' En sus estudios se de.scribía a hombres que sentían que su cuerpo no les correspondía, que habían recibido injustamente una dotación genital equivocada. I-a cultura aprendió entonces que las características biológicas son criterios dudosos para juzgar el sexo. A medida que esta voz minoritaria iba reperctitiendo en ios medios de conuHiicación .social, nos enteramos de qtie en el cuerpo de un honibrc puede haber una mujer, y viceversa: un libro no debe ser DEL YO A LA RELACIÓN PERSONAL 'S9 juzgado por la solapa. V con esta conciencia creciente del transexua- lismo se produjo una apertura, mucho más profunda aún, de lo que se escondía en el trasfondo homosexual. El aumento de homosexua- lidad públicamente confesada ha sido un fenómeno notable en los últimos veinte años, aunque las razones no sean claras. (¿Cuántos de los que viven en las giandes ciudades no sospechan, acaso, que la suya es "la capital de los maricas"?) El honiosexual pone en tela de juicio un segundo criterio decisivo para determinar el sexo: la preferencia que se tenga en matena sexual. La cultura aprendió asimismo que el objeto sexual que le atrae a uno no sirve para determinar con precisión cómo se es. Ahora bien: si las diferencias biológicas y las preferencias sexuales no son indicativas del sexo propio, ¿cómo habremos de discernido? ¿Cómo objetivar los juicios emitidos en esta materia? Preguntas como éstas inspiraron el volumen titulado Gender, de Suzanne Kessler y Wendy McKenna.' Estas estudiosas investigaron los criterios que aplican diversos grupos para establecer las distinciones sexuales y comprobaron que los niños no utilizan los mismos que los adultos, ni los transexuales coinciden con los heterosexuales, que algu- nas culturas reconocen más de dos sexos, y que el criterio aplicado por los profesionales de la medicina occidental —a saber, las diferencias de los cromosomas— no es compartido por casi nadie más. En este último caso se producen notables disloques de la realidad convencional; por ejemplo, una atleta rusa, activamente heterosexual, quedó conmocionada al enterarse, por boca de los médicos oficiales de las pruebas olímpicas, que no podía competir como mujer, ya que desde el punto de vista médico no lo era. A esta altura, comienza a cumplirse en serio la promesa posmoder- na. Si hay múltiples voces y cada una proclama una realidad distinta, ¿la de quién habremos de privilegiar, y sobre qué base? Al aproxi- marnos al estado de indeterminación que generan estas realidades plurales, enfrentamos la posibilidad de que la distinción no sea esencial en absoluto: si los términos "masculinidad" y "feminidad" no reflejan "una realidad palpable e independiente", es una distinción innecesaria. Esta conclusión resulta tentadora para muchas feministas, según las cuales las diferencias de género no son algo intrínseco a !a naturaleza sino una categoría producto de la cultura, utilizada para una amplia variedad de propósitos cuestionables. En particular, las costumbres actuales de asignación del género responden a prejuic!c)S políticos e ideológicos. Las simples diferencias biológicas han llegado a constituir una base natural para un enorme espectro de prácticas sociales y de conducta. Como las personas dotadas de determinadas 10(1 EL YO S.vrUR.\D0 cai'actcrísiica.̂ físicas ocupan en general la mayor paite de los puestas de poder en la sociedad, se presume que tales características y tales puestos-deben estar vinculados entre sí. Coiiro quienes dan a luz a los niños son normalmente quienes los crían, se presume que la crianza es algo natural, instintivo o propio de quienes dan a luz. Estas presunciones son análogas a proponer que las personas de piel negra están biológicamente preparadas pai'a vi\ir en barrios precarios oque los individuos de ojos ra.sgadoslo están para trabajar en tintorerías chinas. Muchos aducen que, dado que la presuncicín de diferencias de género basadas en lo biológico refuerza la estructura de poder vigente, es adversa a los intereses de las mujeres y se la debe abandonar o replantear. El genero es sólo una de las categorías tradicionales de diferen- ciación del yo que hoy están sufriendo un deterioro; sospechas similares se abrigan contra las categorías de raza, edad, religión y nacionalidad. AJ esfumarse los límites de la definición, desaparece también el supuesto de la identidad del yo. 1.A CONSTRUCCIÓN DEL YO La ira es generada y reducida por nuestro modo de inteipretar el fni'.ndoy lo qqe nos sucede. —Caro! Tavris, Aiigen Jtie Mísuiidei:¡íood Emotion Aunque sea cada vez más difícil saber quién es uno, o qué es, la vida social sigue su curso, y en sus relaciones con los demás uno sigue identificándose como tal o cual tipo de persona. Tal vez se identifique como norteamericano en una situación, como irlandés en otra, y aun como el producto de una mezcla de nacionalidades en una tercera. Uno puede ser femenino para ciertos amigos, masculino entre otros, andrógino con los restantes. Y como estas caracterizaciones públicas del yo resultan eficaces para atender a los desafíos de un mundo social compiejo, comienza a desarrollarse una nueva conciencia: la conciencia de la construcción, que ocupó un lugar tan central en nuestro análisis en los primeros capítulo.̂ . Porque lo que es válido para la historia de toda una cultura (capítulo 4) y de la realidad de un país (capítulo 5) no es menos válido para las personas. Vale decir, las tentativas de autodefinirse o autodescribirse parten, inevitable- mente, de una perspectiva, y distintas perspectivas traen consigo diferentes implicaciones a la hora de tratar a un individuo. Alguien puede sentir que es legítimo, de.sde cierta perspectiva, definirse como norteamericano, irlandés o de naci'malidad mi.xta; o que, desde cierto DEL YO A LA RELACIÓN PERSONAL 191 punto de vista, es masculino, femenino o andrógino. De ahí que el interés por la "verdadera identidad" y por las "características reales" de las personas pueda ser reemplazado por la consideración de las perspectivas desde las que se establecen esas identidades o caracte- rísticas. En este contexto, muchos estudiosos se han interesado profunda- mente por las consideraciones de las personas sobre sí mismas y sobre ¡os demás y cómo influyen en sus actos. Se preguntan, por ejeníplo: ¿cómo considera la gente la naturaleza del amor, de la inteligencia, del envejecimiento?^¿Y de qué modo impregnan estas consideraciones nuestras pautas sobre los amoríos románticos, los exámenes de los organismos de enseñanza, los riesgos que uno está dispuesto a asumir a medida que crece? ¿Cómo contempla la gente la índole del desarrollo infantil, la estabilidad de la personalidad, las causas de la homosexualidad? ¿Gravitan o no estas premisas en nuestro modo de criar a los niños, de introducir cambios en nuestra manera de ser, de relacionamos con el mundo heterosexual y con el mundo homosexual? En todos estos casos, la atención se desplaza de la naturaleza del amor, la inteligencia, el envejecimiento, el desarro- llo infantil, etcétera, verdaderos, a la forma en que estos aspectos se representan o se construyen en la cultura. Para bien o para mal, las pautas de acción de las personas dependen del modo en que el individuo es construido socialmente, y no hay forma de "trascen- der" esas construcciones en busca de lo "real" que se situaría mucho más allá. A medida que se va erosionando la idea del yo esencial, aumenta el apercibimiento de las distintas maneras en que se crea y se recrea la identidad personal en las relaciones. Esta conciencia de la construcción no sobreviene súbitamente, sino que va penetrando lenta e irregularmente en las fronteras de la conciencia, y al matizar nuestra comprensión de! yo y de las relaciones, el carácter de dicha conciencia sufre un cambio cualitativo. En las páginas que siguen describiré la índole de esta transformación, ya que a mi juicio presenta sutiles diferencias al pasar de la vida en el mundo moderno a la del mundo posmoderno. Es particularmente importante seguir esta trayectoria pues así podremos discernir cómo va surgiendo un nuevo sentido del yo. Allí donde la concepción romántica como la modernista del yo identificable comienzan a desgastarse, el resultado, en vez de ser el vacío, la ausencia de ser, puede ser—si es que nuestro recorrido por esa trayectoria es admisible— el ingreso en una nueva era que caracterice al yo. Entonces, ya_ no se lo define como una esencia tú sí, sino como producto de las relaciones. En el mundo posmoderno, el yo puede convertirse en una serie de manifestacio- 192 t;L YO SATUR.\DO nes relaciónales,'y estas relaciones ocuparían el lugar que, en los últimos siglos de historia occidental, ru\'o el yo individual. Los cambios que deseo examinar son asistemáticos, y se presentan a inteivalos irregulares y en diferentes esferas de la vida del individuo. No obstante,.con fines analíticos dividiré la conciencia de la cons- trucción del yo en tres fases fundamentaies, cada una de las cuales implica una etapa de desarrollo de lo moderno a lo posmoderno. El primer debilitamiento de la adhesión al yo modernista se produjo en la etapa de la manipulación estratégica, en la cual el individuo fue_ comprobando cada vez más, para su desconsuelo, que cumplía roles d'estinados a obtener ciertos beneficios sociales. La creencia modernista de que el yo esencial se iba socavando en este proceso dio lugar a una segunda etapa, la de h peisonalidad''pastiche', donde el ihdi- • viduo experimentó una suerte de liberación respecto de las esencias, aprendiendo a disfrutar de las múltiples variedades de expresión que entonces le fueron permitidas. Cuando se enterró al yo como realidad consistente y pasó a ser constando y .reconstruido en múltiples contextos, se derivó finalmente a la fase del yurelaclonal, en que el sentido de la a.uConomía individual dio paso .a una realidad de inmersión en la interdependencia, donde las relaciones del yo son las que lo construyen. _•. Veamos estas tres fases con más detalle. El mmiipiilador estratégico Prepárate un rostro para enfrentar los rostros que enfrentas. — T.S. Eliot, ne Lave Song ofj. AlfredPnifrock La personalidad es una sene inintsrnimpida de ademanes eficaces. — F. Scoct F:-.zgerald, The Great Gatsby En la comunidad tradicional, donde las relaciones personales eran confiables, continuadas y directas, se favo.recía la adquisición de un sólido sentido del yo: el sentimiento de la propia identidad era amplia y pcnnanentemente sustentado. Existía una coincidencia en cuanto a lo que estaba "bien" y lo que estaba "mal". Cualquiera podía ser simplemente, sin pensar en ello, ya que casi ni se planteaba que pudiera ser de otro modo. Esta pauta tr'idicional se quiebra con la saturación social, y el individuo se ve arrojado cada vez más a nuevas relaciones a medida que se amplía en e! campo laboral la red de asociaciones o colaboraciones, los aledaños se ven poblados por Dl-L YO A I-A RELACIÓN l'HRSONAL 193 voces extrañas, recibe visitantes del extranjero y les devuelve la visita en sus respectivos países, la organización a la que pertenece se establece en otros puntos, etcétera. El resultado es que uno ya no puede depender de una confirmación segura de su identidad ni de pautas que resulten cómodas para desarrollar una acción auténtica. Se eníreata con decenas de nuevas exigencias disímiles. ¿Cómo ha de actuar con cortesía, firmeza, humor, racionalidad, afecto, por ejem- plo, ante personas de distintos países, edades, gaipos étnicos, antecedentes económicos, credos, etcétera? Mientras se buscan a trompicones las formas de proceder más adecuadas, lo más probable es que la propia identidad resulte cuestionada en lugar de verse confirmada..\ cada paso surgen sutiles insinuaciones de duda; "¿Quién eres tú?¿Qué es lo qué escondes? Pruébalo". La consecuencia de este disloque de lo familiar es la intensificación del sentimiento de que uno desempeña un papel, representa un rol o controla la impresión que causa en los demás a fin de alcanzar sus objetivos. Así pues, cuando el modernista se cruza con el desafío de la satu- ración social, se ve arrancado de continuo de la seguridad que le brin- daba su yo único y esencial. Como observa el sociólogo Ariie Hochs- child, "manejar los amores y los odios equivale a participar en un sis- tema emocional intrincado. Cuando los elementos de ese sistema son puestos en circulación en el mercado (...) se amplían y se convierten en formas sociales estandarizadas, donde el aporte de los sentimientos personales de alguien (...) ya no se aprecia como proveniente de su yo y dirígido al otro. Por este motivo, [los sentimientos propios] sufren una enajenación".'' Fragmentado y disperso en mil direccio- nes, el modernista puede experimentar la deprimente sensación de que sus auténticas emociones se pierden en esa charada. Tal como vimos en nuestro examen previo de la multifrenia (capítulo 3), la saturación social multiplica además los patrones de comparación de que disponía el yo. Al interactuar con individuos con ¡nuy diversos antecedentes y estar expuesto a las muy distintas representaciones que hacen los medios de comunicación social sobre una "buena persona", se amplía la gama de criterios de autoevaluación. Ya no es sólo la conrunidad local la que dictamina qué es lo bueno, sino vinualmente cualquier comunidad visible. En la comunidad tradicional, un hombre podía vivir tranquilo siendo simplemente sincero, amable, leal y eficaz en su trabajo: un "buen tipo", una persona madura y responsable. Por el contrario, en un contexto sometido a la saturación social, el hombre de cla,se media apenas podrá reclamar respeto para sí si no es capaz de demostrar que se desempeña con eficacia en los siguientes aspectos: 191 ¡•a, YO SATURADO buen eíiado tísico (ncrobiíiiio, [eiiLs, etcélcrn) coivjcimieníos pnicticos (rcp.irnciones en el co- clw, eicétew) iiKiiiejo del dinero (in\'ers¡ones, e(cécera) conocimientos dejxjrtivos nctunliznción culturíil (arte, niÚ5;c:i, etcélera) sibarita, degii.stador (.le vinos oryanir.ación de comidas al aire libre (picnics, aíados, etcétera) disfrute del ocio (la pequeña viajes pantalla, por cieiiiplo^ actividatl profesion.il Nida amorosa circulo tie amistades hijo tic familia ¡ladre resix^nsable hobbv o afición conocirniemo de la poliíio.i Con la expansión de los criterios qtie rigen lo que es "bueno" se obliga al individuo a salirse de las cómodas pautas y de la reafirmación unívoca de sí mismo, sintiendo cada vez más la 5ijperrici,alidad de sus actos, la comercialización estratégica de su personalidad. La consideración de que el yo es un manipulador estratégico ha sido expresada en las úkinias décadas en nunierosas ciencias sociales. Para muchos, las obras del sociólogo Erving GoFfman son las que captan con más agudeza la desazón que impregna la vida cotidiana del modernista que se empeña en sei' eficaz en un mundo social coniplejo. En obras tales como Lapreseniacíón de !apeiso)ia en la vida cotidiana, Interacción estratégica y Estigma, Goffman extendió dolorosamente bajo la lupa las minucias de la vida diaria (lo que hacen las personas al llamar a la pueita de un vecino, al servir la mesa, al estrechar la mano para saludar, al distribuir los muebles y objetos en una habitación, etcétera), con e! objeto de alumbrar sus veladas intenciones manipulativas.̂ iNo queda en pie ninguna acción que resulte sincera, una simple explosión de un impulso espontáneo; todas son instrumentales, medios para alcanzar un fin. Merece reproducirse esta cita que destaca Goffman de la obra, delicadamente reveladora, de Wiiliam Sansom titulada Contesto/Ladíes El personaje es PreecK-, un caballero inglés de vacaciones en España, y la escena representa su primera aparición en la playa aledaña al hotel veraniego; Tuvo buen cuidado en e\'itar mirar a nadie. l;n primer lugar debía dejar bien claro cjue no le interesaba en ab,soluto cualquier ocasional compañero de vacaciones. Miró en tcimo de ellos, en medio de ellos, por encima de ellos, los ojos perdidos en el espacio, como si la playa e.sluviera vacía. Si por azar una pelota caía a su lado, la miraba con un gesto do soipresa y luegodejab;i que una sonrisa divenida le iluminara el rost ro (Prcecly Carifiosrj), alzaba la vista para comi^robar c|uc, en efecto, había gente en la playa, devolvía la polola sonriéndo.se ÍI si mirtino)' nn a la geiilc, y proseguía s'j iiK.lilerenle y ne;J;;;ente escrutinio del espacio. DEL YO A LA RLLACION' PERSONAL 195 Poro había !lcc;.ido el momento c!e h O-stenLició», de exhibir ante los demás al Preedy Ideal, Con un hábil ninnejo [X'riuitió a quienquiera que tuviera deseos, echar una mirada al titulo del libro que llevaba consigo —una traducción de Homero al castellano, por lo tanto un clásico pero nada atrevido, y además bien cosmopoli- ta—. U'as lo cual recogió su bata y su bolso de playa formando con ellos un cuerpo compacto, resistente a la acción de la arena (Preedy Metódico y Sensato), se incorporó lentamente para estirar su voluminoso cuerpo y moverse con soltura (Preedv Felino) y después arrojó a la arena, con un bre\"e movimiento de cada pierna sus sandalias (Preedy Liberado, al finY" C.ida movimiento de! cuerpo, en apariencia pnvado y espontáneo, forma parte aquí de una orquestación con el objeto de producir un efecto social. En el intento modernista de lograr una eficacia semejante a la de las máquinas, se abandona toda pretensión de sinceridad. Pero si bien estas explicaciones del proceder humano reflejan experiencias corrientes dentro de la cultura, caen en un error importante: el de suponer que las experiencias propias de ut] período I:iistórico transitorio son universales. Procuran definir al ser humano como un agente dramatúrgico, alguien que por naturaleza es un actor que representa en el escenario de la vida. No obstante, desde nuestro presente punto de vista, la consideración de que el yo constituye un manipulador estratégico depende de un estado cultural específico. Para distinguir la "representación del papel", hay que contrastada con la categoría de "un yo real". Si no se tiene conciencia de lo que significa ser "fiel a sí mismo", no se concluye que se represente un papel. Por consiguiente, el sentido del yo como manipulador estratégico es producto del ambiente modernista, donde ya existían (o se suponía que existían) yoes reales y auténticos, y actuar de cualquier otro modo era una forma de falsificación y de engaño. El sentido de la manipulación estratégica requiere además la incitación a actuar de muchas otras maneras, amén de las tradicionalmente aceptadas, y todas estas incitaciones tienen que ser lo bastante intensas o imperiosas como para que alguien resuelva por su propia voluntad, aunque con vergüenza, abandonar el camino de la autenticidad. La tecnología de la saturación social extiende una invitación de esas características. La personalidad "pastiche" Estamos ansiosos por renunciara ser lo que somos porque llegara ser uno mismo es difícil y penoso, y porque anhelamos recibir las i96 bl YO SATURADO recompensas que nnestm ciillura está dispuesta a ofrecernos a cambio cié micstra idenüdad. —RenéJ. Muiler, TbeMarginal Seíf La nfiusea del disinuiio es el pesado fardo con que carga el modernista en una sociedad cada vez más saturada. Cuando uno se arroja a las aguas del r.vando contemporáneo, poco a poco las amarras modernistas quedan atrás y se vuelve más y más arduo recordar con precisión a qué esencia debe uno permanecer fiel. El ideal de la autenticidad se deshilacha en los bordes, la sinceridad va perdiendo significado lentamente y se hunde en la indeterminación.Y e_ste cambio abismal hace que retroceda asimismo la culpa por la violación que se ejerce contra el yo. A medida que la sensación de culpa y la superficialidad quedan atrás y se pierden en el horizonte, uno está dispuesto a secundar la personalidad "pastiche". La personalidad "pastiche" es un camaleón social que toma en préstamo _ continuainente fragnientos de identidad de cualquier origen y los adecúa a una situación determinada. Si uno maneja bien la propia identidad, los beneficios pueden ser sustanciosos: la devoción de los íntimos, la felicidad de los hijos, el éxito profesional, el logro de objetivos comunes, la popularidad, etcétera. Todo es posible si se elude la mirada de reconocimiento para localizar al yo auténtico y consistente, y meramente se procede con el máximo de las posibilidades a cada momento. Simultáneamente, los sombríos matices de la multifrenia —el sentimiento de superficialidad, la culpa por no estar a la altura de múltiples criterios— cede paso al optimismo frente a las enormes posibilidades que se abren. El mundo de las amistades y de la eficacia social se expande constantemente a la vez que se contrae el mundo geográfico. La vida se transforma en una confitería que alimenta la glotonería. En la cultura contemporánea, son numerosas y muy variadas las iinitaciones a una constnjcción ilimitada del yo libre de toda culpa. Examinemos las volubles actitudes, en Estados unidos, hacia la primera magistraiui'a del país. En la era modernista los votantes confiaban en elegir un "hombre de verdad" como presidente, alguien que fuese realista y racional, y tan podeíoso y confiable como un iivlóa de reacción que \'uela sin inconvenientes. La elección depen- día, pues, de una evaluación cabal de "lo real". Pero poco a poco la sociedad fue cobrando conciencia de que en la construcción de ese hombre inteiviene una manipulación estratégica. Como aclaraba Joe McGinniss en Tbe SeiUng of Ihe President 1968, rápidamente se desvanecía la época en que se pretendía "llegar a conocerlo"."^ Los candidatos presidenciales eran "fabricados" y "vendidos" como FJEL YO A l.A RliLACION ri'.RSONAl, 197 cualquier otro artículo comercial; el verdadero carácter, las aptitudes o las concepciones políticas de los que aspiraban al cargo eran secundarios a la creación de ima imagen de triunfador. Desde el punto de vista modernista esos procesos eran abominables; cada nueva elección presidencial se asemejaba más a una competencia enüe publicistas poco escnipulosos. Sin embargo, a medida que ingresamos en la era posmoderna, disminuye el interés por el "verdadero carácter" y el rechazo por la "falsa publicidad": el "ver- dadero carácter" de un candidato aparece escurridizo, irreconocible, incluso irrelevante, ya que el éxito como presidente bien puede ser un asunto de estilo; expresar las conveniencias de manera adecuada en el momento oportuno. Si sabemos que el "parecer" más que el "ser" es lo que habilita para llegar a la presidencia, la orientación más razonable de la vida cotidiana es la coniercialización de la propia personalidad. Las investigaciones de los psicólogos alientan las manifestaciones de la imagen de la personalidad "pastiche". Particularmente intere- sante es la que llevaron a cabo Mark Snyder y sus colaboradores en la Universidad de Minnesota.'' Estos estudiosos compararon e! com- portamiento y estilo de vida de individuos que habían recibido una clasificación notable en la categoría de autocontrol—duchos en la presentación de su apariencia, cuidadosos de su imagen pública y de los indicadores que señalaban lo correcto en cada situación, y capaces de man'ejar o modificar su apariencia— con los de un grupo integrado por sujetos menos preocupados por todo eso o menos idóneos al respecto. Las diferencias entre los individuos de alto y de bajo autocontrol recuerdan la célebre distinción establecida por David Riesman entre los tipos de personalidades "autodirigidas" (que respondían a una determinación interna) o "dirigidas por los otros" (socialmentemaleables).'2No obstante, allídonde Riesman adoptaba una perspectiva modernista (él se inclinaba en favor de las perso- nalidades autodirigidas), en la descripción más actual de Snyder los valores están invertidos. Su investigación tiende a mostrar que las personas con alto autocontrol son más positivas que las de bajo autocontrol en su actitud hacia los demás, menos tímidas, más expre- sivas e influyentes; que recordaban mejor cualíjuier información que se les suministrase sobre los otros y tendían a inquietarse menos ante las incongruencias. Snyder no condena la estrategia del autocontrol por su superficialidad, su incoherencia y su falsedad, sino que opina, más bien, que "confiere al individuo flexibilidad para encarar con rapidez y eficacia las mudables exigencias de las situaciones que plantea la diversidad de roles sociales". i3 jin el mundo posmoderno, las investigaciones encuentran meritoria la multiplicidad. l'AS' H!. VO SMUKADO 'mutabiJídad del yo cobra e,. "•"«<ras de -autorr;;:;;;r;;;';;;;^^;^; -"/«^ «bras de Cmdy Shen,^:,. En ^stas dos DEL YO A '•A REL/\CÍ0,V rHRSON, \L 2m EL YO S.\TUR.\DO El sociólogo L(2u¡s Zurcher manifiesta una actitud bastante siinilar con respecto a la multiplicidad en su concepto del jo imidabieM Según él, la aceleración del ritmo del cambio cultural exige un nuevo enfoque del yo, que suprima el objetivo tradicional de su "estabili- chid" (el yo como objeto) y lo reemplace por un objetivo de "cambio" (éi yo como proceso); el yo mudable está "abierto a la mayor amplitud "posible de e.xperiencias" y se caracteriza por la tolerancia y la flexibilidad. Pero Zurcher no llega a un encomio total del ser mudable, ya que él y sus colegas comprueban que esta condición ¿a ojlgen <a una forma de narcisismo.'í" La vida cotidiana queda anegada por una búsqueda permanente de autogratificación, donde los demás pasan a seí instrumentos al senicio de los impulsos propios.'^ El mundo que evidencia más la exaltación y las posibilidades de la multiplicidad es el de la moda. En el período modernista, la preocupación por vestir a la moda se limitaba a una minoría pudiente. Si bien una mujer podía preocuparse por la altura de su falda o por la costura más o menos invisible de sus medias, los criterios decisivos en la elección del atuendo eran la economía, la duración y la normalidad. La mayoría de las compras se hacían en grandes tiendas, que eran las que dictaban para sectores importantes de la cultura la "línea de la moda actual'', aunque al mismo tiempo seguían ofreciendo la amorfa indumentaria hogareña más corriente. Para muchos, "ir a la moda" equivalía a "ser vnjlgar" o a "darse ínfulas". Los hombres prestaban aún menor atención a la moda: en su caso, sensibilizarse a lo que se llevara en el momento era como reemplazar el yo verdadero por uno falso. En consecuencia, dejaban que sus esposas les compraran la ropa y los enorgullecía llevar trajes que usaban hacía muchos años. Estas actitudes hacia los estilos de la indumentaria eran compatibles con la concepción modernista del yo como una entidad fundamental y consistente. Si el yo está simplemente "allí', y es reconocido y confiable, la ropa no puede ser considerada un medio de expresión personal, sino algo que cumple una finalidad meramente práctica. Al enraizarse la conciencia posmoderna, retrocede esta visión de la moda. Para la personalidad "pastiche" ya no existe ningún yo fuera clel que se consu'uye en un ambiente social, y la ropa se vuelve entonces un medio ideal para garantizado. Si es adecuada, uno se transfomia en esa parte de su ser, y si se la orquesta como corresponde puede influir en la definición de la situación misma.i^ Cobra .sentido así la sustitución de la ropa de las tiendas de confianza por una notable .serie de atavíos suministrados por bovAiqíies "exclusivas". Cada distintivo internacional (exótico y a la vez univer- saímentcaceptado) promete una nueva manifestación del yo; y como DEL YO A I.A RIILACION l'l^RSONAL 201 reiterar temporada tras temporada la misma indumentaria parecería repetir la liistoria, la moda debe cambiar. Muchas mtijeres protestan contra los precios que deben pagar por vestimentas que en poquí- simo tiempo ya tienen que ser reemplazadas por otras; pero si no insistieran en que se les suministren nuevos vocabularios de indu- mentaria —así como insisten en recibir nuevas ideas, nuevas expe- riencias y opiniones bien intbnnadas para reconstruirse adecuada- mente en las relaciones en curso—, empresas como Gucci, Fierre Cardin, Christian Dior, etcétera, atravesarían períodos de escasez. No es que el mundo de la moda inste al consumidor a un costoso desfile continuamente renovado, sino que el consumidor posmoderno va en líusca del "ser" en una multiplicidad siempre apremiante de ambientes sociales. Hace tiempo la cultura occidental tendió a definir al hombre como más sólido y unitario que la mujer; de ahí que la importancia que adquirió la moda dentro de la cultura produzca un disloque más radical en el caso del hombre, quien ahora encuentra su identidad —antes asegurada de por vida— puesta en tela de juicio por la ropa interior de Calvin Klein, los portafolios de Gucci, los cinturones de Aegner, los impemieables tipo "espía", el calzado informal de los dueños de yates, las batas de casa a lo playboy y las camisas de explorador de safari. En la época modernista la loción para después del afeitado era un líquido protector para la piel de aroma casi imperceptible; el agua de colonia actual tiene una fragancia intensa, y sus funciones se orientan a la relación. (El "perfume Elvis Presley" para hombres conü'ovierte aún más la definición de lo que es un varón?) Incluso el ámbito de las actividades atléticas, último reducto del "verdadero hombre", ha sido invadido por aparatos de preca- lentamiento, fajas para sudar, calzado especial y suspensorios. A medida que las relaciones sociales se convierten en oportuni- dades para ja representación, se disipan los límites entre el yo real y el que se presenta a los demás —entre la sustancia y el estilo que está de moda—. Lo que desde un punto de vista parece verdadero y sustancial resulta meramente estilístico desde el otro. Las declaracio- nes políticas del primer ministro soviético parecen reflejar con autenticidad al hombre, pero los comentaristas políticos nos aseguran no oír más que la demagogia de! momento. Las lágrimas de alguno parecen una señal auténtica de! profundo pesar que lo embarga, hasta que un sociólogo demuestra que son parte de un ritual consuetudinario, apropiado para ciertas ocasiones. La rabia que sentimos parece real, ha.sta que nue.slra pareja nos señala que solemos acudir a ese recurso para conseguir lo que queremos. Cuando sustancia y estilo pa,san a ser una cuestión que depende de 202 KL YO S.VrUR.\DO la perspectiva, dejan de ser los elementos constitutivos de las acciones; sólo son una manera de contemplar la conducta. A la larga, el concepto del yo sustancial retrocede y se hace cada vez más hincapié en la debida forma, sin distinguir entre aquél y ésta. Si todo os estilo acorde con la moda, el ser sustancial deja de ser la marca de una diferencia-, es simplemente sinónimo de lo que hay allí delante. A estas alturas puede prescindir.se de términos como "estilo", "moda", "superficialidad" y "prcsentacicín de la persona", porque ya no nos dicen nada.'8 El poeta árabe Sami Ma'ari sintetizeí bellamente el espíritu de la personalidad "pastiche": "Las identidades son entidades muy com- plejas, llenas de tensión, contradictorias e incongruentes. El único que tiene un problema de identidad es el que afinna poseer una identidad simple, neta y bien definida".'̂ Aparición del yo,, relncional ÍOebeDitjs] reemplazar, como punió cíe partida, mía presunta "cosa" (...) localizada dentro de los iiidiuiduos por otra localizada (....) dentro de la conmoción comunicativa general de la vida cotidiana. —John Shotter, Texts ofldentity Cuando el modernista es arrastrado al mundo donde impera la saturación .social, predomina en él el seniijiiientodeser un m:inipulador estratégico, que se adhiere a un yo sustancial pero pese a ello se ve sumido, permanente y pesarosamente, en contradicciones. Al quedar atrás las amarras de su ser sustancial y comenzar a experimentar lentamente ¡os arrebatos propios de la personalidad "pastiche", los caprichos prevalecientes pasan a ser la persona; la imagen tal cual es prcseiitada. Pero al másmo tiempo que todo se vuelve imagen, gradualmente pierde su fuerza el distingo enye lo real)' lo simulado; a esta altura, ia signincación descriptiva y explicativa del concepto de un yo verdadero e independiente comienza a desaparecer,''J y uno está ya preparado para ingresar en la tercera y ijltima etapa donde el ¿;p será sustitü ido por la realidad relacional: la transformación del "yo" y d3,kL,,t;ii,el "nosotros". Para apreciar debidamente ¡a intensidad de esta transformación será útil liace.̂ cierto repaso. Tanto la tradición romántica como la modeinista colocaban ci acento .sobre [fxlo en el individuo como a¿;cnie autónc.aio. f.c)s individuos son las unidades fundamentales de la sociecfid; las reacciones son secundari.as o artificiales, producto http://prescindir.se DEL YO A LA RLI.ACION PERSONAL 203 colateral de la interacción de aquéllos. Este sentido de uno mismo como individuo autónomo es en gran medida el causante de las gi'andes tensiones de la multifrenia. Lo tradicional es que sea el yo el que deba desenvolverse, el que me presente, el que logre su propósito o Falle, el que resultará enriquecido, el responsable y, de muchos otros modos, el que está inmerso en el torbellino de una socialidad envolvente. Sin embargo, la revulsión posmoderna (dentro y fuera de las universidades) plantea un profundo desafío al concepto de yo autónomo. Es cuestionado el concepto del individuo como centro del saber ("el que sabe"), como poseedor de una racionalidad, como autor de las palabras que pronuncia, como el que decide, crea, manipula o procura. i A la vez, va surgiendo silenciosamente en las fronteras de esta argumentación una alternativa. A medida que las construcciones de! yo dejan de tener un objeto (un yo real) al cual referirse, y uno llega a verlas como medio de avanzar en el mundo social, poco a poco deja de aferrarse a ellas, dejan de ser su posesión privada. Después de todo, la incitación a una construcción en lugar de otra emana del entorno social, y también el destino de dicha construcción está determinado por otras personas. El rol de cada cual pasa a ser, entonces, el de partícipe en un proceso social que eclipsa al ser personal. Las propias posibilidades sólo se materializan gracias a que otros las sustentan o las apoyan; si uno tiene una identidad, sólo se debe_ a que se !Q,permiten los rituales sociales en que participa; es capaz de ser esa persona porque esa persona es esencial para los juegos generales de la sociedad, E! asunto se aclara más si nos centramos en el lenguaje de la construcción del yo, las palabras y frases que empleamos para caracterizarlo. Como se esbozó en los capítulos anteriores, la visión tradicional del lenguaje como expresión externa de una realidad interna es insostenible. Si el lenguaje estuviera verdaderamente al servicio de la expresión pública de! mundo privado, no habría forma de entenderse con los demás. El lenguaje es, de suyo, una forma de relación. El sentido sólo se extrae de un empeño coordinado entre las personas. Las palabras de cada uno carecen de sentido (son meros sonidos o señas) hasta que otro les da su consentimiento (o toma las medidas oportunas). Y también ese consentimiento permanece mudo hasta que otro u otros le confieren sentido. Cualquier acción, desde la emisión de una sola sílaba hasta el movimiento del dedo índice, se torna lenguaje cuandolos demás le confieren un signifi- cado dentro de una pauta de intercambios, y hasta la prosa más elegante puede reducirse a un sinscníido si no se le concede e! derecho a un significado. El significado, pues, es hijo de la interde- 2ai El- YO SATURADO pendencia. Y como no hay yo fuera de un sistema de significados, puede afirmarse que las relaciones preceden ai yo y son lo funda- líiental. Sin relación no hay lenguaje que concepcualice las emociones, pensamientos o intenciones del yo. Al desplazarse el énfasis del yo a la relación, la nuiltifrenia queda despojada de gran parte de su laceración potencial. Si no son los yoes individuales los que crean las relaciones, sino éstas las que crean el sentido del yo, entonces el yo deja de ser el centro de ¡os éxitos o iVacasüS, el que merece el elogio o e! descrédito, etcétera; más bien, yo soy un yo solamente en virtud de cumplir un determinado papel en una relación. Logros y fracasos, aumento de las posibilidades, responsabilidades, etcétera, son meros atributos que se asignan a cualquier ser que ocupa un lugar determinado en ciertas formas de relación. Si uno no participa cabal y eficazmente, la diferencia es poca, ya que no existe un yo fundamental sobre cuyo carácter pudiera ¡erlejarse, y el lugar que uno ocupa en los juegos de la vida bien puede ser ocupado por otros jugadores. En términos de Jean BaudriUard, "nuestra esfera privada ya no es más la escena en que se 'representa el drama del sujeto reñido con sus objetos y con su propia imagen; ya no existimos como dramaturgos o actores, sino como tenninales de redes múltiples".̂ ^ Sería necio afirmar que la conciencia del yo relacional está ampliamente difundida en Occidente, pero uno percibe su presencia de muchas maneras en los asuntos cotidianos. Aparece de modo sutil en el leve abatimiento que nos invade cuando nos vestimos espe- cialmente para ir a cenar fuera de casa y nos encontramos con que el restaurante no está tan concurrido como imaginábamos; cuando advertimos que se nos ha invitado a una fiesta porque sin nuestra participación activa no habría fiesta alguna; cuando nos sentimos fiiisirados por no tener a quién contar los suce.sos de nuestra vida, ya que la falta de o\-entes amenaza con borrar los sucesos mismos, o apesadumbrados por la muerte de alguien porque notamos que con é! ha desaparecido una parte de nosotros. Está también en el apercibimiento de que no podemos ser "atractivos" si no hay alguien a quien atraer, ni ser "líderes" si no tenemos a quien dirigir, ni ser "amables" si nadie aprecia nuestra amabilidad. Esta callada conciencia se acentúa en el plano público. Como ejemplo nos encontramos con los .siguientes hechos; • Se insinúa una redefinición de lo que es la presidencia, que deja de ser el centro de poder" de la nación para acíquirir el carácter de un luiesio de "testaferro", liste cambio va acompañado de una creciente iiuportancia de los asesores presidenciales. En la época DEL YO A LA RELACIÓN PERSONAL 205 modernista, tos ayudantes de la Casa Blanca eran figuras borrosas, que permanecían en la penumbra, apenas conocidas de! público. El presidente gobernaba, y sus asesores desempeñaban un papel secundario de apoyo. Hoy, cada vez más, los asesores presidenciales son centro de atención de los medios de comunicación. • En el mundo de los negocios, la imagen del hombre que se abría paso como fruto de su propio esfuerzo, el ejecutivo firme e intrépido que avanzaba denodadamente, está desapareciendo de nuestro vocabulario, al par que se introducen expresiones como "la cultura deda organización" y los "sistemas interpersonales".22 Estas frases de nuevo cuño nos hacen reparar en la red de interdependencias que componen una organización, que existe como sistema de significa- dos determinante de lo que es real y apropiado. Sin acuerdos negociados sobre los medios y propósitos de la vida organizativa, el sistema resultaría desequilibrado. • La terapia de las personas mentalmente perturbadas se centró tradicionalmente en la psique individual, pero hoy es cada vez mayor el número de terapeutas, consejeros y asistentes sociales que abandonan el enfoque centrado en el individuo. Los problemas del individuo —se nos dice— son sólo los resultados colaterales de sus relaciones perturbadas con otros individuos de la familia, la escuela o su lugar de trabajo. No es el individuo el "enfermo" sino las redes sociales de las que forma pane. Así, en vez de explorar el inconsciente del individuo (remanente del período romántico) o de "modificar" su conducta (como en el apogeo modernista), más y más terapeutas asisten a los individuos, las familias y a grupos enteros para pasar revista a sus formas de relación y los efectos que provocan en los participantes.23 • Los dramas populares del período romántico o del modernista giraban en torno de un héroe, un líder, un amante,'una figura trágica. A juzgar por lo que nos muestra hoy la televisión, esos dramas han sido reemplazados por los temas de la complementariedad, la cooperación y la connivencia entre las personas. En las últimas décadas, por los programas de TV noneamericanos de mayor audiencia han desfilado dramas colectivos: All in the Family, The Avengeis, Dallas, Eigbl isEnough, Eastendets, Family Ties, Ponderosa [Bonanza!, Precinct, Star Trek, Taxi y 'The Waltons son ejemplos ilustrativos. También hay una cantidad considerable de películas cinematográficas en las que no existe ningún protagonista que persiga determinados propósitos, se arriesgue, supere y venza; el acento recayó en las redes de interdependencia, ya sea en las "películas de camaradas" masculinos {481-¡ours[AS horas], Midnigbt Riui) o sus equivalentes fcmeninrjs {Dig Dnsíness, Beaches), de JIYi EL VO SATUK.ADO Eludiendo el tradicíoiKil foco o'e a 2;lri(:i de ^^und!, c-xnlnm I-..- -- - ' ;:l-."-.;.ss;::---»^.»^^^ DI-:!. YO A LA RELACIÓN PERSONAL 207 equipos integrados sólo por hombres (Tl.vi'C'i\[en atida Baby'[l'cts hombres y un biberón), Seven Alone), de reductos íemeninos {Sleel Mag}iolias[lÁ2Q,no\\2s de acero!, CríDiesoj'ibeHoan) o que muestran las complejas relaciones que se desarrollan en un grupo humano {Haniiah and Her Sisiei:i [Mannah y sus hermanas!, Sex, Líes and Videotape [Sexo, mentiras y vídeo!. Do ¡be Right 'ÜJíng [Haz lo co- rrecto!). Sin embargo, el desarrollo de la relación conio realidad fundamen- tal sólo avanzará muy poco-a poco, pues, como hemos visto, el vocabulario occidental para la comprensión de la persona sigue siendo fundamentalmente individualista. Desde niucho tiempo atrás, la cultura considera que el' yo singular y consciente es la unidad decisiva de la sociedad. La máxima de Descartes, "Pienso; luego', existo", es un emblema: las decisiones deben emanar de! pensamiento privado, no de las autoridades ni de otras personas. La conciencia privada marca el comienzo y el fin de la vida.. De ahí que en la presente coyuntura histórica dispongamos de una plétora de términos para describir al individuo: pues es el que confía, teme, desea, piensa, anhela, se inspira, etcétera. Con estos términos comprendemos la vida cotidiana, están inseitos en nuestras pautas de intercambio. Nos preguntamos qué siente Bob por Sarah y lo que piensa Sarah de Bob, y creemos que la relación entre ambos se edificará (o no) sobre esa base. En cambio, nuestro lenguaje para la relación es pobre aún: no podemos preguntamos si una relación confía, teme o desea, ni comprender cómo podría determinar los sentimientos de Bob o los pensamientos de Sarah —en lugar de ser éstos los que determinen la relación—. Es como si contáramos con miliares de términos para describir las piezas con que se juega al ajedrez, pero virtualmente ninguno para describir la partida. L#S LENGUAJES ®E LA RELACIÓN Las relaciones no pueden convertirse en la realidad mediante la cual se vive la vida iiasta que no exista un vocabulario por cuyo inter- niediQ, dichaS-,1'̂'̂ * '̂̂ "^^ se materialicen. Este vocabulario está comenzando a gestarse lentamente en nuestra época, y con él una sensibilidad que hará de las relaciones algo tan palpable y objetivo como los yoes individuales de otras épocas.̂ '̂ A raíz de la enorme significación de este proceso para la futura contextura de la vida social, dedicaremos el resto del presente capítulo a explorar diversos ámbitos en los f|ue la realidad del individuo está cediendo lugar a la ;0S El- VO SATUK.\0O realidad relacional. Ocuparán el centro de nuestro interés la historia personal, las emociones y la moral.2' La propiedad social ele la bistoria personal S!!poi:ei>!os que la vida de un indivíditoproduce su autobiografía como loi acto produce sus cousecuencías, pero... ¿no podnatnos decir, coa igual justicia, que el proyecto autobiográfico puede por sí misino producir y deienuiíiar una vidaí" —Paul de Man, Autobiograpijy as Defaceiiient Pensemos, ante todo, en la historia de una vida, el tipo de relato que uno haría si estuviera reflexionando en cómo llegó a ser lo que es, o si tratara de descubrir a otro el pasado. Lo tradicional es que supongamos que un relato tal es singularmente propio, una posesión de la que uno ha extraído sustento y guía. En el período romántico las personas solían pensar que su vida era impulsada por una misión, dirigida quizá por fuerzas internas o por musas que habitaban el interior oculto. Podía hablarse sin temor, resueltamente, del destino pei-sonal. En el período moderno dicho discurso fue reemplazado por una visión "productivista' de la propia historia, que podía esque- matizarse (como en un curriculum vitae) teniendo en cuenta los logros visibles (nivel de instrucción, cargos ocupados, premios y honores, artículos publicados). En ambos casos, el sujeto podía decii' que poseía una historia, un relato preciso de su D'ayectoria idiosinaásica a través de la existencia. Pero estas concepciones de la historia individua! no se amoldan al ten-i pera mentó posmoderno. Recordemos la crítica de Hayden White (mencionada en el capítulo 4) a los escritos históricos y su propuesta de que una cultura desarrolla modalidades narrativas y de que esta serie de convenciones retóricas son las que determinan en buena medida cómo se comprende el pasado. No es el pasado el que impulsa o rige la narrativa histórica; son más bien las prácticas de escritura culturales las que determinan nuestro modo de entender el pasado. Este mismo razonamiento se aplica a la autobiografía.̂ 6 Pensemos en una niña de cinco arlos a quien sus padres le preguntan cómo ha pasado el día en el jardín de infancia. Hablará del lápiz y lo que ha dibujado, tal vez aluda ai cabello de una amiga, a la bandera, a las nubes. Es probable que esta descripción no convenza a sus padres. /;Por qué'' Porque los sucesos no guardan relación entre sí: el reíato carece de dirección o de "sentido", no tiene una secuencia d.nuiifuica, no hay un pnncipio y un fin. Sin embargo, ninguna de DEL YO A LA K£LACt0N PERSONAL estas características (relación entre los acontecimientos, dircí drama, cronología) tiene existencia dentro de los sucesos de la son más bien rasgos de lo C|ue la cultura entiende por un buen i sin los cuales resultaría aburrido o ininteligible. Tal vez a lossei,- la niña haya aprendido a describir su jornada escolar adecuada! y cuando tenga veintiséis, el sentido de la historia de su vida adc el mismo carácter narrativo. 2 < _J < > UJ TIEMPO TIEMPO Fig. 1. Registros del éxito y del fracaso ü < < > / ^ í Ni " ^ V ^' TIEMPO TIEMPO Fig, 2. Registros de la "felicidad a partir de enlonces" y de la tragedia TIEMPO Fig, 3. Registro del héroe típico :iO KI. YO SATURADO Los tipos de relatos que olVece una culuira en un ¡nomento dado probablemente sean también liiuiíados. En la cultura occidental, la mayoría de nuestros relatos se construyen en torno de sucesos que u-̂ iguen una dirección \'a!orada positiva o negativamente.-'' En el típico relato de una "historia de éxito", los sucesos de la vida resultan paulatinamente ntejorados, en tanto que en una "historia de fracaso" a\'anzan cuesta abajo (véase la figura 1). La mayor parte de las restantes historias representan vai'iantes de estas dos formas rudimen- tarias. Kn el relato tipo "feliz a partir de entonces", después de algún tiempo, una historia de éxito ("como llegué a ser lo que soy", "como conquisté la posición que ahora ocupo"), comienza a estabilizarse; en la "tragedia", alguien que hubiera alcanzado buenas posiciones cae en picado rápidamente y se derrumba en el fracaso (figura 2), Algunos individuos adoptan la narrativa del "héroe épico", en la que se empeñan en alcanzar el éxito, que luego les vuelve la espalda, pero siguen batallando para alcanzar la cunibre, y asi sucesivamente, en una serie de recuperaciones heroicas (figura 3)- Estas son nuestras maneras habituales de concebir la vida. En contraste, si alguien conrase que cada tres días su vida es un infierno, pero en los dos intermedios vive el paraíso, lo más seguro es que nadie le crea. En general, estamos dispuestos a aceptar como "verdaderos" sólo los argunrentos de vida que se acomodan a las convenciones vigentes. Peroja historia personal es una propiedad cultural no sólo por lo que atatie a las foimas del argumento: el contenido mismo de tales réjalos ciepencie de las reiaciqnes sociales. Veamos antes qué ocurre con el proceso de la memoria. Como demuestran las investigaciones de los testimonios de testigos presenciales, los relatos o informes del pasado no son Fotografías fijas y definitivas; están permanentemente en movimiento y son alterados por la nueva información o por la experiencia.-''Si queremos hacer inteligibles nuestros recuerdos para nosotros mismos o para los demás, tenemos que utilizar el lenguaje disponible en la cultura, que fija límites esenciales en cuanto a lo que legítimamente podemos considenir un recuerdo. En ciertas circuns- tancias, podremos decir: "Recuerdo haber visto a un hombre con un abrigo negro", pero no: "Recuerdo algo entre el gris y el negro, ni grande ni pequeño, que se niovía". Esta combinación de palabras ta! vez exprese efectivamente la imagen que somos capaces de evocar, pei'O no sil-ve como descripción correcta de lo recordado. Lo que se acepta como recuerdo inteligible dependerá de la cultura en la que se relata. En este sentido, los estudiosos acuñaron la expresión recuerdo coiuñn para referirse al proceso de a-amitación social entre las'personas cuando deben decidir "(¡ué ha pasado".̂ "̂ Así, los miembros de una familia pueden discutir largo y tendido sobre lo que Dfü, YO A LA RELACIÓN PERSONAL 211 puede considerai-se un recuerdo preciso de su acer\'0 familiar, los amigos ciue han pasado juntos ¡as vacaciones debatirán entusiasma- dos la "forma correcta" de dar cuenta de sus aventuras. La memoria se convierte, pues, en una posesión social. t:n un volumen muy interesante titulado Narralive Trath and Ilislorical Tni'h, Donald Spence ha aplicado las consecuencias de estas argumentaciones al campo de la clínica psiquiátrica.30A Spence le atraían particularmente los intentos de los pacientes por examinar sus primeros años de vida. En los círculos psiquiátricos se piensa que • la clave de un tratamiento adecuado radica en la capacidad del individuo para recordar sus primeras relaciones con padres y hermanos, y sobre todo los sucesos traumáticos olvidados mucho tiempo ha; presumiblemente, estas intelecciones acerca de la historia infantil liberen las fuerzas reprimidas que provocan nuestros problemas en la madurez. Sin embargo, Spence se pregunta: ¿qué probabilidad existe de que el paciente sea capaz de identificar la verdad histórica, lo que realmente sucedió? Los acontecimientos infantiles son borrosos, ios recuerdos cambian a medida que la relación con los padres y hermanos se altera en el transcurso de la vida, y lo que se"encuentra' en esos casos depende a menudo de lo que se busca. Por lo tanto, Ij reconstrucción por parte del aaalista de un suceso infantil puede llevar al paciente a recordarlo de otra manera, si es que lo recordaba en alguna medida,)' si no tenía acceso a dicho acontecimiento, puede llevarlo a forjar un recuerdo virgen. Dentro de su ámbito privado, el suceso así "recordado' opera y es sentido como cualquier otro recuerdo; por consiguiente, se vuelve verdadero. De hecho, el paciente desarrolla con el psiquiatra una forma de narrativa o de verdad construida, por oposición a una verdad ilistóricamente exacta, y es la verdad de la narrativa la que determ.ina, en gran parte, el resultado del tratamiento. Tanto en e! entorno terapéutico como fuera de é!, comprobamos que la aulob\ogx2Í'\z nada tiene de autónoma: es, más propiauíente, una 50Cíobiografía. Las eiitociones euli-e nosotros La búsqueda del amor guiada por la premisa de que constituye un placer que puede ser definido exclusivamente en el interior de nosotros mismos es una de las principales peiveniones de la actividad cotidiana moderna. —Willart Gaylin, Passionate Altachments 212 EL VÜ SATü'R.\DO ¿Quién_ puede negar que nuestras emociones son posesiones privadas que pertenecen al mundo personal de ¡a experiencia y no están abiertas a cualquiera? Sin duda, los últimos siglos ofrecen amplio apoyo a dicha hipótesis. En el período romántico, las emociones imponían un respeto reverente: su fuerza podía impulsar a un sujeto a dedicar toda su vida a una causa, o a suicidarse. Para el modernista, las emociones eran una molestia, elementos que interferían con la razón y la objetividad. No le era posible negarlas (insertas como estaban en el sistema biológico), pero su mayor esperanza era que, gracias a la comprensión científica, se las pudiera canalizar adecuadamente o controlarlas de modo que la sociedad pudiese progresar de modo ordenado. Así, libros muy conocidos, como On Aggressioii, de Konrad Lorenz, y Fnistmtion and Aggres- sion, dejolan Dollardy sus colaboradores de la Universidad de Yale, procuraron demostrar científicamente que era posible someter a un control social sistemático las pasiones hostiles. Con e! posmodernismo comenzó a dudarse de la concepción según la cual las emociones eran esencias del ser personal, mante- nidas bajo presión en el sistema biológico y a la espera de su expresión explosiva. Suele decirse que "experimentamos" emocio- nes (amor, rabia, temor, etcétera); pero..., ¿cuál es, después de todo, el objeto de esa experiencia, "eso" que nos imprime su marca? ¿Es la presión arterial, el ritmo cardíaco, el rubor en las mejillas lo que experimentamos? En tal caso, caemos de nuevo en la duda, pues según los científicos los cambios en la presión arterial, el pulso, etcétera, no son las emociones mismas, son sólo señales o indicado- res de las emociones. ¿Dónde está, entonces, aquello de lo que son seriales? El objeto de nuestra experiencia, ¿será en el caso de la tristeza, las lágrimas y los hombros caídos, y la voz airada y los puños cerrados en el de la rabia? También esto parece dudoso, pues estas acciones no son las emociones en sí misma-í", sino meras expresio- nes emocionales. Ahora bien: si restamos todos los indicadores, todas las expresiones y señales, ¿qué nos queda que constituya la "emoción real"? ¿Dónde hemos de situar "eso"? Esta cuestión suscitó el interés científico a comienzos de la década de 1960, con la publicación de las investigaciones de Stanley Schachter sobre la denominación de las emociones.^i Después de pasar revista a un gran número de estudios científicos sobre las emociones, Schachleí llegó a la conclusión de que había muy pocas cnierencias fisiológicas entre ellas. El amor, el temor, ¡a ira, etcétera, carecían de base.s biológicas netamente diferenciadas; a lo sumo, podía decirse que un individuo afectado por una intensa emoción, cualquiera que fuese, mostraba una "activación fisiológica genera- tíU. YO .\ L.\ RF.LACION l'HRSONAL 21? lizada". Las personas furiosas experimentan el mismo aumento de la tensión arterial, el ritmo cardíaco, etcéiera, que las que sienten temor o éxtasis. Schachter propuso, entonces, que las diferencias entre las emociones provienen de los apelativos con qtie solemos designar al estado de activación aludido. Al advertir al adolescente descarriado, LTÍI hombre asignará quizás el apelativo de "rabia", culturalmente aprobado, a la emoción que siente en ese momento; si en cambio está huyendo de im oso, el término apropiado será "miedo", y si se ha enlazado en abrazo intimen con una mujer, experimentará ese mismo estado fisiológico como "amor". No son muchos los científicos que se han dado por satisfechos con las pruebas aportadas por Schachter sobre su teoría, pero sí los que comparten su duda en que las emociones estén simplemente "en la naturaleza' y nos impulsen a actuar queíamos o no. Algunas de las pruebas más contimdentes contra la opinión de que las emociones son esencias naturales del individuo han sido suministradas por los antropólogos. Recordemos que ya en el capítulo 1 se expusieron muchos casos de emociones experimentadas en nuestra cultura que no tienen su réplica en otras. Tomemos el caso de los ifaluk de la Micronesia, una cultura estudiada ¡5or la antropóioga Catherine Lutz.32 Para los ifaluk, hay una emoción fundamental llamada/ago. Parecería ser similar al amor, tai como es expresado con una persona con la que se mantiene una relación estrecha; no obstante, elfagono es alegre ni entusiasta: tiene un matiz de tristeza, y se evidencia a menudo cuando la otra persona está ausente o muerta; pero tampoco equivale al pesar por la desaparición de un ser querido, pues también se despliega activamente en las relaciones en curso, sobre todo cuando se refiere a personas más débiles; en este último sentido se asemeja a la cpmpasión. En la cultura occidental no tenemos un equivalente preciso para dfago; ¿significa esto que nuestra biología está estructurada de otro modo que la de los ifaluk? No, de acuerdo con James Averill, un psicólogo de la Universidad de Massachusetts, quien sostiene que lo (\ue denominamos emociones son en esencia actuaciones culturales, aprendidas y realizadas en las ocasiones oportunas.33 .No estamos impulsados por fuerzas encerradas en nuestro interior, sino que actuamos emotivamente del mismo modo en que representaríamos un papel en el escenario. Al dar curso a una emoción recurrimos a la biología, así como un actor requiere un incremento en la presión arterial y el ritmo cardíaco para representar adecuadamente la furia del Rey Lear. Si bien el sistema biológico es necesario para poner en práctica ia emoción con eficacia, la biología no necesita de las acciones en sí. lina vez tran.sferida la propiedad de las emociones de la biología : i ^ EL YO SATUIUBO a la cultura, ya estamos preparados para quitarle también su propiedad al individuo. Veamos nuevamente qué ocurre coa la actuación emocional, la puesta en práctica del amor, la rabia o la tristeza. La actuación parece a todas luces un "en sí", una expresión del ser autónomo, pero si la miramos con más detenimiento, nos damos cuenta de que uno no puede experimentar una emoción determinada en cualquier circunstancia. El transeúnte que va por la calle no puede detenerse en mitad del trayecto y ponerse a vociferar •'¡Estoy furioso!". Tampoco el ama de casa que ha invitado a unos amigos a cenar puede, llevada por un estado pasional, comenzar a contorsionarse frente a los invitados. Las actuaciones emocionales se limitan a ciertos contextos que cuenten con la aprobación social. El transeúnte podrá sentirse furioso (y hasta se espera que lo haga) si un joven distraído le pisa un pie, pero no si le pisa su sombra. La anfitriona podrá apasionarse si un galán le clava la mirada, pero no si se la clava su hijo de seis años: en tal caso sería objeto de buda. Por otrolado, una vez que tuvo lugar la actuación emocional, las demás personas también se ven limitadas por ciertas reglas culturales en cuanto a sus reacciones admisibles. Así, si un amigo íntimo nos confiesa; "Estoy ten-iblemente deprimido", no podremos responderle, sin poner en peligro nuestra amistad, "Te lo mereces", ni tampoco "Déjame que te cuente qué magnífico fin de semana acabo de pasar". La cultura occidental sólo ofrece un puñado de gestos sensatos para tales ocasiones: por ejemplo, mostrarse compasivo o benevolente con el amigo deprimido, sugerirle alguna solución a su problema o ajustado restándole gravedad. Análogamente, una vez ejecutadas ias actuaciones de esta índole, lo que el depresivo pueda hacer en el próximo acto está asimismo delimitado. Si se le muestra conmisera- ción, no cuadrará que se ponga a hablar de jardinería o a cantar un himno. Si admitimos que son reglas culturales las que gobiernan cuándo y dónde puede tener lugar una acaiación emocional, así como las reacciones de los demás y la próxima respuesta del actor inicial, podemos empezar a considerar estas actuaciones emiocionales como movimientos de una danza o un guión emocional mny elaborados.3'' Así como los movimientos que realiza Ivan Lendl en la cancha de tenis sólo cobran sentido si se tienen en cuenta los que realiza Boris Becker de! otro lado de la red, así también las actuaciones emocionales cobran significación como elementos componentes de las relaciones en curso. Hablar de "mi depresión", "la rabia que siente Juan" o "la alegría de Mirta" es situar erróneamente en la cabeza del individuo acciones que forman parte de guiones más amplios. "Mi depresión" es sólo mía en el seniicio de que soy yo el (]ue ejecuto este aspecto DEL YO A LA RELACIÓN PERSONAL - ' ^ particular del guión emocional en que ambos participamos. Sin la complicidad del otro, que a menudo está presente antes, durante y después de la actuación, ésta perdería todo sentido. Una mor ni que trasciende al individuo El yo debe encontrar su identidad moral en (y por medio de) la pertenencia a coninnidades como la familia, el vecindario, la ciudad y la tribu. —Alasdair Maclntyre, After Virtue Examunemos por último el caso de la moral, que también es en apariencia un asunto privado y personal. El presente siglo heredó la concepción judeocristiana de que la moral se centra en el individuo; más concretamente, solemos pensar que un acto extrae su carácter moral de la intención de quien lo realiza. Dañar a otro no es inmoral si el daño no fue intencionado; socorredo no es moral si el socorro va acompañado de la intención de causarle algún perjuicio. Por lo común, no responsabilizamos a las personas de sus actos, ya sea en la vida diaria o en los tribunales, si quedan fuera de su control consciente. Por lo tanto, la moral es esencialmente algo vinculado a las propias intenciones, inmersas en alguna parte de la mente individual. Ni el romanticismo ni e! modernismo vieron con muy buenos ojos esta concepción tradicional de la moral. Para el primero, las acciones del hombre podían ser la consecuencia de impulsos poderosos procedentes de los recovecos más profundos de la mente, que dejaban de lado todo propósito consciente. En este sentido, la teoría freudiana es contraria, en líneas generales, a la concepción tradicional de la moral. Para Ereud la religión era una forma de neurosis colectiva, y 'e! super)'ó (sede de las inclinaciones morales) funcionaba pri- mordialmente como una defensa irracional contra las fuerzas in- conscientes y amorales de Eros, De manera similar, la concepción modernista de las personas como entidades maquinales gravitó adversamente en e! concepto de intención: si las acciones de un individuo están regidas por estímulos y otros aflujos causales, según sostenían los modernistas, ¿qué papel le cabe a la intención voluntaria en la vida? Por ejemplo, si los actos agresivos y altruistas son producto de la socialización y de la estimulación ambiental, no hay cabida para una "cau.sa sin causa" como sería la intención voluntaria. Este deterioro de la idea de intención en los períodos romántico y modernista se consuma en el período posmoderno. Ante todo, ¿por qué presumir que por el solo hecho de emplear ia palabra "intención" lié El. YO JATUPuVDO tiene que existir en la mente de la persona el estado correspondiente? Como veíamos en el capítulo L términos como "intención" no aparecen en todas las culturas ni en todos los períodos históricos. Tampoco podemos dirigir una iriirada introspectiva y discernir cuá[ido se da ese estado y cuándo no. Este punto de vista se veía ratificado en el capítulo 4, al comprobar que, aunque haya intencio- nes detrás de las palabras, nunca podríamos aprehender su signifi- cado. Así, hablar no es un signo externo de un estado interno, sino participar en una relación social. A partir del argumento de que el lenguaje obtiene su significado de los usos que adopta en las relaciones cabe concluir que la palabra humana es utilizada en actividades prácticas, como las de responsabilizar a otro, buscar un perdón, etcétera, Pero si se suprime la moral del cerebro de los individuos, ¿cómo puede conceptualizársela al modo de un fenómeno relacional? Examinemos una fragorosa contienda que ha tenido lugar reciente- mente en el campo de la psicología. Una de las teorías innovadoras sobre el comportamiento moral, cuya explosiva aparición se produjo a fines de los años 60, viene de mano de Lawrence Kohlberg, de la Universidad de Harvard. Kohlberg aducía que las capacidades de una persona para la toma de decisiones morales seguía un curso de desarrollo natural.35 En los primeros aiios de vida, antes que el niño llegue a la etapa del razonamiento abstracto, las decisiones morales se toman sobre todo basándose en las recompensas y castigos que imparten las autoridades paternas. Al surgir !a facultad del raciocinio, el individuo pasa a escoger como fuente de tales decisiones la aprobación social y las normas del derecho. El estadio más alto de desarrollo moral —proponía Kohlberg—• se alcanza cuando la persona es capaz de crear su propia filosofía universal sobre lo que es correcto e incorrecto. Según la teoría del autor, la forma avanzada de la moral no es sólo una cuestión individual sino un producto del pensamiento racional. En tal sentido, dicha teoría presta apoyo a la visión tradicional de la moral en Occidente. No obstante, Carol Gilligan, una colega de Kohlberg, replicó que su teoría evidenciaba otro sesgo: un se.xismo implícitc^^Los estudios de Kohlberg —afirmó— por lo común olvidaban acreditarie a la mujer un pensamiento moral avanzado, sustentado en principios, y valoraban al individuo autónomo y aulosuficiente —de hecho, la típica imagen masculina del héroe—. De ahí que Gilligan y sus colaboradores se dispusieran a explorar de qué manera resuelve la mujer sus dilemas morales; por ejenrplo, ¿cómo trata la cuestión del aborto' Su eciuipo sastuvo que lo característico es que las mujeres lleguen a una solución de sus dilemas relacionándose con los demás m-1. YO A LA RliLAClON FHRSONAL 217 —considerando lo que sienten sus amigo?, familiares, etcétera—. En lugar de buscar principios morales generales, abstraídos de las relaciones cotidianas, se conciben a sí mismas como partícipes en una red de relaciones mantenida por lazos afectivos. "En todas las descripciones que realizan las mujeres —concluye diciendo Gilligan— la identidad se conforma en un ambiente de relación".̂ ? Entre las feministas hay una tendencia a identificar esta forma de adopción de decisiones morales como peculiar de las mujeres, y la consideran resultado de la educación tradicional de las niñas en la familia, a diferencia de los niños. Sin embargo, para nuestros fines podemos generalizar el enfoque de Gilligan y si]S colaboradores tomándolo como base de una concepción relacional posmoderna de la moral, según la cual las decisiones
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