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Universidad de san BUenaventUra cali El psicoanálisis, el amor y la guerra Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis Autores Jean allouch, héctor Gallo, eduardo Moncayo Q., Manuel a. Moreno, John JaMes GóMez G., Javier navarro, Johnny J. oreJuela, andrea ocaMpo, vanessa salazar, aldeMar perdoMo, nataly escobar y ricardo Gutiérrez Compiladores Johnny Javier oreJuela, vanessa salazar durán, carolina Martínez, lina Fernanda zúñiGa y hoover cardona 2009 Universidad de San Buenaventura Cali Editorial Bonaventuriana Título: El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis Compiladores: Johnny Javier oreJuela, vanessa salazar durán, carolina Martínez, lina Fernanda zúñiGa y hoover cardona ISBN: 978-958-8436-17-3 Rector Fray Álvaro Cepeda van Houten, OFM Secretario general Fray Hernando Arias Rodríguez, OFM Director académico Juan Carlos Flórez Buriticá Director Administrativo y Financiero Félix Remigio Rodríguez Ballesteros Coordinador de la Editorial Bonaventuriana: Claudio Valencia Estrada e-mail: clave@usbcali.edu.co Diseño y diagramación: Edward Carvajal A. © Universidad de San Buenaventura Cali Impresión: Feriva S.A. Universidad de San Buenaventura Cali La Umbría, carretera a Pance A.A. 25162 PBX: (572)318 22 00 – (572)488 22 22 Fax: (572)488 22 31/92 www.usbcali.edu.co • e-mail: editor@usbcali.edu.co Cali - Colombia, Sur América Este libro no puede ser reproducido total o parcialmente por ningún medio sin autorización escrita de la Universidad de San Buenaventura Cali. Cali, Colombia Diciembre de 2009 3 Contenido Presentación ................................................................................................................. 5 I PARTE: ESCRITOS ............................................................................................... 13 El amor Lacan ............................................................................................................ 15 Guerra, amor y subjetividad ....................................................................................... 21 Introducción ......................................................................................................... 21 El más de la guerra ............................................................................................... 25 De la guerra y el amor .......................................................................................... 27 Guerra y subjetividad ........................................................................................... 34 Guerra y destrucción del vínculo ......................................................................... 36 En la guerra como en el amor hay estrategia ....................................................... 40 Fin de análisis, guerra y amor ............................................................................... 42 Referencias ........................................................................................................... 44 II PARTE: CONFERENCIAS ................................................................................... 47 Subjetividad, amor y guerra ....................................................................................... 49 I parte ................................................................................................................... 49 II parte .................................................................................................................. 58 El psicoanálisis, el amor y la guerra ............................................................................ 81 III PARTE: CONVERSATORIOS PRESEMINARIO ........................................... 103 Primer conversatorio. Una aproximación psicoanalítica a la guerra como síntoma social .............................................................................. 104 El psicoanálisis en la guerra. Notas para pensar una clínica de los afectados por el conflicto .............................. 105 Los psicoanalistas en el frente de batalla ........................................................... 105 Referencias ......................................................................................................... 110 4 Algunas reflexiones desde el psicoanálisis acerca de la guerra ................................ 111 Referencias ......................................................................................................... 115 El Estado, el sujeto y la otra satisfacción ................................................................. 117 Ciudad y “violencia incitada por el Estado” ...................................................... 118 El sujeto, la guerra y la otra satisfacción ............................................................ 123 Referencias ......................................................................................................... 127 Segundo conversatorio. Una aproximación psicoanalítica al amor en tres actos: Freud, Lacan y Allouch. ....................................................... 128 Algunos argumentos sobre el amor Lacan en Jean Allouch (Resumen ad hoc) ..... 129 Spring ................................................................................................................. 131 Militiae species amor est (El amor es una especie de guerra) ................132 Referencias .............................................................................................134 Primer acto: el amor en Freud ................................................................................. 137 El Edipo como matriz determinante del amor .................................................. 138 La veta narcisística del amor .............................................................................. 140 Referencias ......................................................................................................... 143 Segundo acto: el amor en Lacan .............................................................................. 145 Lo eslóganes de Lacan sobre el amor ................................................................ 146 “No hay relación sexual” .................................................................................... 147 “El amor es la respuesta a la no relación sexual” ............................................... 148 “Amar es querer dar, lo que uno no tiene, a quien no lo quiere” ...................... 148 “La mujer para un hombre es un síntoma” ........................................................ 149 “Un hombre para una mujer es más bien un estrago” ........................................ 151 Referencias ......................................................................................................... 152 Tercer acto: el amor Lacan de Jean Allouch .......................................................... 155 Referencias ......................................................................................................... 160 IV PARTE: ENTREVISTAS ................................................................................... 161 Entrevista a Jean Allouch ........................................................................................ 163 Entrevista a Héctor Gallo ........................................................................................ 173 Clausura del evento ................................................................................................. 195 V PARTE EN PLUS ................................................................................................ 199 Café con el inconsciente: Néstor Braunstein .......................................................... 201 Referencias ......................................................................................................... 237 5 Presentación Hay una sucesión de personajes que, uno tras otro, vienen a decir lo que es amor. Este es el Simposio más famoso de toda la historia; ensegundo lugar, seguramente, el simposio del campo freudiano. J. A. Miller, 1988. Y ese es el campo de las relaciones eróticas. Con frecuencia se ha notado, y con toda razón, que el amor entre los sexos es la eterna lucha, la atávica enemistad de los sexos, y si ello se aplica a los casos individuales se evidencia como cierto que en el amor se juntan dos partes extrañas, dos contrarios, dos mundos entre los cuales nunca hay ni podrá haber aquellos puentes que nos conectan con lo conocido, semejante y familiar… Lou Andreas-Salomé (1998), El Erotismo. Empecemos por decirlo así, sin más: El amor es una experiencia. Definirlo de esta manera implica colocarle desde un principio la impronta inequívoca de singulari- dad, de aquello que resulta irrepetible. Esta es su naturaleza y quizás la razón por la cual es siempre problemático definirlo, construir una teoría sobre él. El amor como experiencia humana ha sido objeto de reflexión desde la filosofía antigua hasta el actual debate en ciencias sociales contemporáneas como la antropología, la histo- ria, la sociología, la psicología, el psicoanálisis, e igualmente en Oriente (tradición tántrica, taoísta, hinduista, etc.) tanto como en Occidente, el simposio más famoso de toda la historia, dice el primer epígrafe, de Miller. El amor podría considerarse una experiencia esencialmente humana y tan singular como la risa, esa expresión que solo podemos articular los seres de lenguaje. Así pues, es vasto todo lo que se ha dicho sobre el amor. Jean Allouch lo ha puesto de manifiesto trayéndonos a colación las diferentes adjetivaciones del amor como intentos de capturar lo que resulta esencial en él; y aun así el amor sigue resuelto a ser esquivo. El amor Pascal, ese del que nos habla como el amor representación; el amor romántico, el amor caballeresco, el amor platónico e incluso el amor Lacan no son sino intentos por 6 El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis identificar lo que tiene de estructural la experiencia amorosa, para asir lo que es esencial en ella y aun así el saldo no puede ser de “misión cumplida”, sino de “es un caso difícil para la ciencia, pero las investigaciones continúan”. El amor sigue siendo una experiencia, además de fascinante e inquietante, esquiva, paradójica e inevitablemente ligada al dolor. Quién creyera que como experiencias el amor y el dolor están tan íntimamente ligados, y claro que lo están en tanto que ambos están articulados a lo real de la castración. Se ama como una forma de superar la castración y duele por el fracaso inevitable del amor que al no lograr cumplir su cometido nos deja expuestos ante el real de la falta en ser, ante el dolor de existir. Este es uno de los sentidos del eslogan lacaniano “el amor es la respuesta a la no relación sexual”, pero como respuesta es insuficiente. Pero como el amor en tanto que demanda siempre fracasa, porque no es posible responder siempre y totalmente a la demanda de amor; puesto que ningún partenaire puede dar lo que no tiene por dos fundamentales razones, por ser neurótico y por ser humano (Nasio, 2005), siempre estamos expuestos al dolor y más cuando amamos, y no al sufrimiento que es otra cosa. Freud lo expresó magistralmente así: “Nunca estamos más expuestos al dolor que cuando estamos enamorados”. El amor es una experiencia que fracasa en su propósito de responder a la demanda de hacernos uno con el otro, como una forma de superar la estructural castración que nos constituye, Pero no porque fracase se deja de insistir en apostar por él; las mujeres saben más de eso. El fracaso y la insistencia, tanto como el engaño, son dimensiones estructurales de la experiencia amorosa. Esto lo sabemos con Freud y Lacan. Aun así no podemos estar seguros de tener una teoría suficientemente redondeada sobre la elusiva experiencia del amor. Lacan no formuló una teoría pura y dura sobre el amor. Allouch nos lo advierte; nos dice que Lacan dejó los guijarros sin asentar el trazo y supone que no emprendió tal empresa porque sabía cuáles eran exactamente las consecuencias de proclamar por sí mismo que había configurado una teoría sobre el amor; no quería colaborar aun más con la imaginarización ex- cesiva de esta experiencia diciendo que él tenía una teoría que intentaba explicarlo aunque fuese esquivo; aún así, nos legó a manera de eslóganes una serie de ideas; estos eslóganes se constituyen a manera de imperativos lacanianos, de imperativos estructurales, valga la pena aclararlo, y como tales son una serie de consideraciones importantes que nos permiten entender no sólo sobre el amor, sino su experiencia equivalente en el dispositivo analítico: la transferencia, el amor de trasferencia, lo que le da lugar a Allouch a definirla como “una experiencia –la del amor– dentro de otra experiencia –la del análisis–”. Estos eslóganes, que como tales son populares en el país psicoanalítico lacaniano: “no hay relación sexual”, “el amor es la respuesta a la no relación sexual”, “amar 7 Presentación es dar a otro lo que uno no tiene y el otro no quiere”, entre otros, alineados con la dimensión narcisista del amor puesta de manifiesto por Freud, el reconocimien- to a la dimensión sexual del deseo como nuclear en la experiencia amorosa, así como el conjunto de impases que se presentan en la relación con el partenaire y que Freud reconoció como una degradación, como un tabú y como una particular elección de objeto, en el que puso de manifiesto lo real del amor, en particular para el hombre en su momento, por heredar del Edipo un clivaje en relación con el objeto entre ternura y deseo sexual que selló bajo el título Contribuciones a una Psicología del Amor (1912/18) y que Miller interpreta como una búsqueda freudiana en clave levistroussiana, es decir, Freud cual antropólogo estructuralista intentando establecer “las reglas sociales de la elección del partenaire y presentadas de una forma eminentemente lógica”, esto es, “las estructuras elementales de las relaciones amorosas, entre partenaires síntoma”; todo lo anterior, en su conjunto, es el particular aporte del psicoanálisis a la comprensión de la experiencia amorosa y ha dado lugar a considerar que el psicoanálisis sí ha inventado, un nuevo amor: el “amor de transferencia”. Por otra parte, con Soler se puede interpretar la relación del amor y el dolor re- sultante de la castración y la división subjetiva como hechos de experiencia, en el sentido de lo que es imposible evitar, a saber: la imposibilidad de la relación sexual, la irreductibilidad del amor, el deseo y el goce (Torres, M., 2009), tal y como lo indica el segundo epígrafe, y que pone la experiencia del amor en una relación, digamos, “topológica” –de proximidad, vecindad y límite– con el dolor, así como con el odio; se puede decir también, como experiencia paradojal, en el sentido de la tensión existente entre dos términos: amor y dolor, amor y odio (odioenamoramiento), entre pulsión de vida y pulsión de muerte. Ahora bien, debemos también comprender con Soler que “el psicoanálisis trata la división del sujeto y comprende que la neurosis es ya una manera de tratar con esa división por parte del sujeto, es una manera de arreglárselas con la Spaltung, una manera de responder a esto. No se debe confundir neurosis con división, del mismo modo que no se pude confundir ‘no hay relación sexual’ con la ‘degradación de la vida sexual’” (Soler, 2007). Esto es, se pueden comprender los textos de Contribuciones no como un particular malfuncionamiento del hombre en el amor, como una deficiencia, enfermedad o patología, sino como la forma neurótica de lidiar del hombre con el clivaje del objeto. No es enfermedad, es solución. He aquí una interpretación otra. Los aportes de Freud y de Lacan sobre el amor parecen fatalistas, contradicen el sentido común y advierten sobre lo real del amor, renunciando a enquistar ideales. El psicoanálisis por principio estáen contra de los ideales, no cesamos de recordarlo; sabe que de ellos estamos enfermos. Además, no olvidemos, como nos lo indica C. Soler, que “en la empresa analítica ni Freud ni Lacan recurrieron jamás a los ideales 8 El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis para definir algo”. Se trata, por el contrario, de una empresa subversiva frente a los ideales de bienestar, libertad y de complementariedad como absolutos. Se entiende que en el amor confluyen la pulsión de vida y la pulsión de muerte, y es más intensa la de vida que la de muerte, por eso la vence, y también por eso, si algo ha de reconocerse en el amor, es que da lugar al mantenimiento del lazo social, y en ese sentido es más solidario de la pulsión de vida que la guerra. Solidaridad es la palabra clave en la experiencia del amor. La otra experiencia, la de la guerra, está más sesgada hacia el polo de la pulsión de muerte, más cercana a la otra satisfacción, la que como meta se alcanza por la vía del goce en plus, y que antes que mantener el lazo social tiende a destruirlo, razón por la cual Freud no duda en calificar la guerra como una experiencia devastadora, tanto para los individuos como para los colectivos humanos. ¿No hay nada de bueno en la guerra?, ¿no hay nada de positivo en ella?, ¿la guerra es la pura experiencia del goce, de la pulsión de muerte?; o por el contrario la gue- rra, por mínimo que sea, por parcial o por sesgado que aparezca para algunos, ¿no representaría también la pulsión de vida, aunque sea en el ejercicio de la defensa (legítima a veces) ante los ataques de un enemigo real o potencial, efectivo o fan- tasmatizado? Estas inquietudes rondaron el auditorio y fueron presentadas a nuestro invitado, el doctor Héctor Gallo, quien respondió sin dudar: “Personalmente no veo nada de positivo en la guerra”, dado que “el único límite de la guerra y su principal obra es la muerte”. Creo que no hay nada más que agregar. El amor y la guerra son experiencias subjetivas y subjetivadas, susceptibles de ser analizadas comparativamente tal como lo hizo Héctor Gallo, en pos de desentra- ñarlas como experiencias determinantes de la condición humana. Sobre la guerra es posible que se haya escrito menos que sobre el amor, lo que es por demás com- prensible, pues se puede escribir más sobre algo que apasiona en el doble sentido de la expresión (pasión y padecimiento), pero es más difícil escribir sobre algo que solamente lacera el ser y detracta la vida, aunque tanto como el amor es una experiencia paradojal, abrumadora y desconcertante, cabe aclarar que no lo es siempre en el mismo sentido. La clave de la diferencia entre estas dos experiencias amor y guerra está en los resultados: exaltación de la vida y del ser, por una parte, o detracción y envilecimiento de los mismos, por otra. Pero el calificar tanto el amor como la guerra como experiencias humanas que definen su condición evidencia lo paradójico: la guerra nos horroriza; pero además “no ha habido un solo día en que en alguna parte del mundo no se esté en guerra” (Bhagwan S. Rajneesh, 1990). Afortunadamente, por el amor hemos exaltado la vida y engrandecido la cultura la mayoría de las veces, aunque también en su 9 Presentación nombre (que no es lo mismo que por él) hemos desatado guerras en otras tantas oportunidades. El amor tiene la potencia sublimatoria de engrandecer la existen- cia, mientras que por la guerra hemos emprendido las empresas más frenéticas e irracionales (tenemos el potencial nuclear suficiente para acabar con nuestro planeta por lo menos unas setecientas veces, y aun así la carrera armamentista no para. He aquí un ejemplo), francamente desorbitadas, digámoslo también, como arrasar con un pueblo, grande o pequeño, someterlo, combatirlo no hasta vencerlo sino hasta destruirlo, incluso más allá de los límites racionales que suponíamos no superaríamos por ser “civilizados”. ¡Defraudado quedó Freud!. Hoy más que antes hacen de la guerra una experiencia traumática, en tanto que de difícil trámite por el dispositivo de la palabra para su simbolización, sobre todo cuando asistimos al presencia de una modalidad de la guerra denominada “guerras de cuarta generación”, en las cuales el factor determinante y propósito a perseguir es: infundir miedo, un estado de terror constante en el cual se neutraliza la acción del otro porque no sabe exactamente cuándo va a ser atacado. Así, si el miedo es en fin ahora, con más razón el psicoanálisis tiene algo que decir sobre el conflicto armado, pues ahora se apunta a la dimensión subjetiva en el fantasma del adversario (combatientes y no combatientes), y ya no solo en su cuerpo. Pero debemos reconocer también con P. Sorokin que seguido el periodo de guerra viene un periodo “ideacional” intenso de fecundidad cultural, digamos “humanista”, de reivindicación de la vida. Después del horror emerge un sentimiento intenso y profundo de florecimiento de la existencia, como si sólo después de tocar el fondo fuese posible volver a impulsarse a salir de ahí. Tenemos aquí un ejemplo de la dia- léctica pulsión de vida/muerte. Hay que decirlo: paradójicamente, muchos de los avances que nos hacen más cómoda la vida hoy son resultado de la democratización de la tecnología militar. Los treinta años gloriosos Post Segunda Guerra Mundial (1945-75) son prueba de este resurgimiento. Del otro lado, el del amor, el asunto es más expedito. El amor ha inspirado empresas solidarias: por la vida del planeta, de los animales, de los desamparados, de los excluidos; nos ha hecho sentir orgu- llosos de ser humanos. Las pruebas están ahí: creatividad al máximo expresada en las artes, la ciencia, la tecnología, los movimientos sociales, etc. Hay razones para seguir apostando por él. Amor y guerra, dos experiencias humanas, ambas mediadas por la palabra. La poesía, las cartas de amor y las sentencias de guerra, son hechos de lenguaje, son formas de tramitar tales experiencias subjetivas individuales y colectivas. En las dos primeras la palabra ha ligado, ha fortalecido el lazo social, ha cohesionado los unos con los otros. En la tercera, la misma palabra no logró sino separarnos, perdió eficacia simbólica y el resultado fue el advenimiento del horror, que sólo se podrá superar por otro efecto de palabra, también hay que decirlo: un tratado de paz, un acuerdo 10 El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis humanitario. Héctor Gallo nos mostró cómo el psicoanálisis tiene algo que decir respecto de la guerra si la concibe como una experiencia de palabra; magistralmente nos mostró lo que la gente decía sobre la guerra y el efecto recrudecedor del con- flicto colombiano debido al cambio de las expresiones “intercambio humanitario” por “cerco humanitario”. La variación de un solo significante: intercambio/cerco, dejó como saldo por lo menos once o más colombianos muertos, por el efecto de su poder –el de las palabras, por supuesto– en el contexto de un conflicto en el que priman, como en la mayoría, el narcisismo, el orgullo y la soberbia (cuando no los intereses económicos), colocando con ello cada vez más lejos las posibilidades de restablecimiento de un lazo social menos devastador, resultado del reconocimiento mutuo, situación ya de por sí compleja entre los hombres, entre quienes difícilmente hay reconocimiento (Allouch). Tuvimos, pues, a lo largo del seminario la oportunidad de comprender dos expe- riencias que determinan la condición humana: el amor y la guerra, usando para ello el arsenal conceptual del psicoanálisis encarnado en dos representantes de indudable valor en el campo psicoanalítico nacional e internacional. Jean Allouch enfatizó sobre el amor y la posible teoría existente en Lacan sobre el mismo, bajo la insignia de lo que él ha denominado el amor Lacan. Héctor Gallo, por su parte, enfatizó sobre lo que es posible entender con respectoa la guerra como experiencia subjetiva, devastadora, pero posible de regular si se restituye lo que por su ausencia ha hecho derivar en ella: la pérdida de eficacia simbólica de la palabra en la regu- lación del lazo social. Dos invitados, dos experiencias, dos días de intenso intercambio que favoreció a mucho más que dos y que contribuye sin lugar a dudas al mantenimiento y desa- rrollo del psicoanálisis tanto a nivel mundial como local. El seminario ha sido una experiencia plena para todos, ha sido una verdadera celebración académica. La estructura de las presentes memorias consta de cinco partes. La primera responde a los artículos teóricos que sirvieron de referencia para el desarrollo del seminario “El amor Lacan”, de Jean Allouch y “Subjetividad, Amor y Guerra”, de Héctor Gallo. La segunda parte contiene la transcripción de la conferencia dictada por el doctor Héc- tor Gallo y el conversatorio del que participaron los doctores Jean Allouch y Héctor Gallo y que fue moderado por los psicoanalistas Fernando Morales (Colombia) y María Teresa López (Argentina). La tercera parte tiene las entrevistas a nuestros invitados, los doctores Jean Allouch y Héctor Gallo. La cuarta parte contiene los escritos que sirvieron de referencia para el desarrollo del primer conversatorio: una aproximación psicoanalítica a la guerra como síntoma social y una aproximación psicoanalítica al amor en tres actos: Freud, Lacan y Allouch, ambos preparatorios al seminario. Por último y como plus se incorpora de nuestro Primer Seminario 11 Presentación Latinoamericano de Psicoanálisis (2007) la transcripción del conversatorio con el doctor Néstor Braunstein denominado “Café con el Inconsciente”. Agradecemos infinitamente a nuestros dos invitados, los doctores Jean Allouch y Héctor Gallo. Su presencia engrandeció nuestra universidad, nuestra facultad y nuestra región y nos han inspirado a unos y otros, con sus singulares estilos, en nuestro deseo de saber por el psicoanálisis. Agradecemos también a nuestra decana, la doctora Carmen Elena Urrea, por su incondicional apoyo en esta empresa acadé- mica; a los directivos de la Universidad, a nuestros colegas y amigos docentes de la facultad, y por supuesto, a nuestros estimados estudiantes, motivo e inspiración en esta empresa académica. A los psicoanalistas de la región y asistentes internacio- nales les agradecemos su presencia y participación porque con ello engrandecimos nuestro evento. Agradecemos también a todos los estudiantes del comité logístico y a los participantes del colectivo Canal por su diligente esfuerzo por hacer del se- minario una realidad. Es la segunda versión de nuestro Seminario Latinoamericano y celebramos como Facultad de Psicología y como Colectivo de Psicoanálisis que nos hayamos logrado reunir alrededor de una empresa noble: intentar comprender el amor y la experiencia de la guerra en nuestro contexto, aspirando a relanzar el primero e intentar aportar a minimizar la fuerza del segundo. Agradecemos de manera muy especial a Vanessa Salazar, Carolina Martínez y Lina Fernanda Zúñiga por el trabajo de transcripción de las conferencias; a Hoover Car- dona, por la diligente corrección de estilo de los textos; A los profesores Eduardo Moncayo, Manuel Moreno y John James Gómez, por la preparación del primer conversatorio preseminario, junto con nuestro colega Aldemar Perdomo. De igual manera agradecemos al doctor Javier Navarro (psicoanalista), A Vanessa Salazar Durán y a Andrea Ocampo quienes, junto conmigo, aportaron al desarrollo del segundo conversatorio preseminario. Johnny Javier Orejuela G. Santiago de Cali. Septiembre de 2009. I PARTE: ESCRITOS El amor Lacan Jean Allouch Guerra, amor y subjetividad Héctor Gallo 15 El amor Lacan1 Jean Allouch* ¿Puedo invitarlos, queridos lectores, a compartir un ejercicio de imaginación? Tomen al psicoanalista Jacques Lacan en la desagradable postura siguiente: él inventó, no sin haber recorrido bastante largamente el dominio en cuestión y no en forma ligera, una inédita figura del amor. ¿Qué hacer con eso? Tal es la situación de partida de nuestro ejercicio de ficción. Ustedes lo saben. A lo largo de la historia de Occidente el amor fue declinado según un número no despreciable de figuras, habiéndose constituido algunas de ellas en objeto de reflexiones sostenidas por parte de Lacan, aunque no por parte de otros. Entre estas últimas se puede citar: el amor romántico, el amor loco, el amor guerrero (el amor conquista, aquel de Ovidio), el amor de la representación (Pascal), que puede igualmente ser denominado el amor según el fantasma. Por el contrario, han retenido su atención: el amor narcisista, el amor sexual (ambos de Freud), el amor platónico (el amor aristofanesco del “hacer uno”; dicho de otro modo, el amor bajo la forma de un animal de dos espaldas, un animal para dormir), el amor como pacto, el amor cortés, el amor intercambio, el amor eterno, el amor al prójimo, el amor como “ser de a dos”, el amor repetición de un amor de infancia, el amor ilimitado, el amor divino, el amor extático, el amor puro y, last but non least, el amor dantesco. ¿Por qué a lo largo de casi treinta años de seminarios esta mensura de tantas figuras del amor? La respuesta es simple y abrupta: Lacan no aceptó esas 1. Este artículo se publicó por primera vez en Imago Agenda, N° 118, abril de 2008, Segunda época. Año XXVII. Periódico mensual orientado a la difusión y el desarrollo del psicoanálisis. Letra Viva Libros. Av. Coronel Díaz 1837 (1425), Buenos Aires, Argentina. Telefax 4825-9034. Traducción del francés: Norma Gentili. Revisión de la traducción: Pablo Peusner. Agradecemos a Imago Agen- da que nos haya permitido conocer este trabajo y al doctor Jean Allouch que nos haya autorizado volver a editarlo. * Psicoanalista de origen francés, fue AE de la Escuela Freudiana de París (EFP), alumno directo de Jacques Lacan. Actualmente miembro y uno de los fundadores de la École Lacanienne de Psycha- nalyse (ELP). Email: jallouch@noos.fr. Web:www.jeanallouch.com http://www.ecole-lacanienne.net http://www.ecole-lacanienne.net mailto:jallouch@noos.fr http://www.jeanallouch.com 16 El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis figuras, considerando que ninguna de ellas le ofrecía la respuesta a la pregunta que se plantea todo analista dispuesto a ofrecer al analizante lo que el analizante espera de un análisis: ¿qué hacer con el amor de transferencia, cómo considerarlo? ¿Cómo conducirlo a su fin? Todo parte de una sorpresa inaugural, perfectamente expresada por Freud y a la cual el psicoanálisis, en ese momento, no se remitió. Freud, presionado por las histéricas y su sed de no se sabe qué, inventa un dispositivo y da así lugar a una experiencia inédita. Él estaba lejos en aquel entonces de pensar que, sin haber sido invitado allí, el amor iba a desembarcar pronto, el amor o, más exactamente, lo que Lacan terminó por llamar odioenamoramiento (intentando así arrojar fuera del campo freudiano el falso concepto binario de ambivalencia). Ahora bien, el amor es, él mismo, una experiencia. Y jamás de los jamases, ni por causa alguna, hubiera llegado a inscribirse en esa otra experiencia que es la experiencia analítica. Una experien- cia dentro de una experiencia: he ahí lo que es el amor en el análisis. Allí está lo que merece ser llamado un acontecimiento en la historia del amor, absolutamente inédito y susceptible de arrojar un rayo de luz inédito sobre el amor indomable. Sin duda estarán ustedes menos sorprendidos de que el recorrido por esas figuras del amor que realizó Lacan no haya tenido otro fin que descartarlas una por una. Recapitulemos rápidamente. Le reserva a Freud el haber esclarecido el carácter narcisístico del amor, pero para poder dedicarse mejor a estirarlo hacia lo simbólico. Estudia extensamente El Banquete de Platón, y dan la impresión durante un tiempo de queextraía de allí lo que se presentaba como una fórmula del amor, pero pronto deja caer ese bello optimismo que mezclaba un poco el amor y el deseo. Él se interesa de cerca por el amor cortés, pero es para elaborar una teoría de la sublimación. Visita al amor divino que le parece aquel más lejano al análisis de la relación entre el amor y el goce del Otro, pero es para reconocer allí una perversión. Va a mirar del lado de Dante, pero es para constatar que Dante payasea y contestar que nomina sunt consequentia rerum. En pocas palabras, Lacan hace limpieza. Nada de lo que ha sido históricamente propuesto, incluso puesto en obra, como figura del amor le conviene a la experiencia del amor situado en la experiencia analítica. ¿Entonces qué? Antes de responder, veamos más de cerca la configuración de nuestra ficción, es decir, en qué aprieto se encuentra Lacan. Numerosas salidas, a priori factibles, son impracticables. Entre ellas distinguiré tres. Una primera solución comprometería a producir una teoría del amor. Sólo que no hay en Lacan teoría del amor. ¿Pensaron eso? No Todo, en el análisis, se presta a una captura teórica. Para el amor, Lacan recurrió a los poetas, a los pintores, a los mitos (que en ocasiones inventa), a ciertas fórmulas frías que no están allí sino para El amor Lacan 17 funcionar como eslóganes, soportes de un rumor, no como enunciados de los que habría lugar para dar cuenta teóricamente. Agreguen a esto ciertos lapsus sonoros y captarán que el amor habita en Lacan de otra manera que como un objeto a teorizar. Pero hay algo más decisivo aun. Algunas figuras del amor han dado lugar a teorías, otras no, lo que retorna para decir que teorizar el amor supone elegir ya un cierto tipo de amor. Hay amor con teoría y amor sin teoría. Lacan tuvo que vérselas con esta alternativa,especialmente cuando recurre a los trabajos de Pierre Rousselot, y ahí su elección es clara:deja de lado al amor físico y brinda su preferencia al amor extático, aquel que no había dado lugar a una teoría y que no había tenido necesidad de ser teorizado para divulgarse con efectividad, como una epidemia. Entonces, Lacan logró una cierta e inédita apreciación sobre el amor, creo poder afirmarlo, al estarle cortada la vía que hubiera consistido en ofrecerles a sus alumnos una presentación teórica acerca del tema. Una segunda salida del aprieto, no menos impracticable, está interrumpida por... el deseo. Aquí el problema es más retorcido. Después de Freud, que hizo de eso un uso más bien discreto, Lacan y sus alumnos han colocado fuertemente al deseo por delante. Muchos de los enunciados lacanianos dejan entender que el sufrimiento vehiculizado por el síntoma se sustenta en que el sujeto no está comprometido en la vía de su deseo, que el análisis podría entonces ponerlo allí, ofreciéndole así una curación “por añadidura”. En este sesgo, se supone que un llamado “deseo del analista” interviene en el análisis, del que algunos hacen estandarte, presentándolo como el verdadero instrumento del cambio producido en el analizante. Se olvida generalmente que, tal como ella fue presentada, la puesta en obra de ese deseo tiene como condición necesaria, en el analista, un duelo de sí mismo –un duelo bien raro, a decir verdad, pero que, en todo caso, no podría dejar al amor, aunque fuera amor propio, fuera del campo de la transformación subjetiva exigida–. Se ha cantado el deseo hasta el hartazgo, o más bien hasta lo que ha surgido como un hartazgo desde el momento en que habiendo cambiado el contexto cultural, el carácter subversivo de la puesta por delante del deseo se había evaporado e incluso invertido: el culto de un deseo propio para cada uno, individualizante, conveniente al capitalismo de hoy. Michel Foucault se dio cuenta muy pronto de esto, y ha creído poder obsta- culizar esta rompiente haciendo jugar al placer contra el deseo. Hay allí, entonces, un problema. Por un momento, la promoción del deseo ha desatendido al amor, y Lacan mismo no ha sabido siempre distinguir bien uno del otro, incluso si estaba claro a sus ojos que había lugar como para no confundirlos. Cuestión: el abandono del amor en favor del deseo no le ha jugado una tan mala pasada al movimiento freudiano como a la práctica analítica misma. 18 El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis El amor tiene siempre salida para todo: el odioenamoramiento puede perfectamente reivindicar el no haber sido descuidado y, mantenido oculto en los análisis, retomar la iniciativa en la formación de los grupos analíticos y en sus enfrentamientos. Tercer impedimento con el cual debía vérselas el Lacan ficticio que pongo en escena: la forma mediante la cual los psicoanalistas han vendido el amor en la plaza pública. Esta forma no contraviene en nada a la promoción del deseo. Simplemente, ha ocurrido que de tiempo en tiempo los psicoanalistas han escrito y publicado acerca del amor obras que han alcanzado, en Francia y en otros países, un gran suceso editorial. Tomen El Estado amoroso de Christian David (primera edición de 1971, editado en formato de bolsillo en 1990 y luego en 2002). Ciertamente, valoriza, Freud tiene razón al ligar “el amor adulto” (¡brnrr!) a los primeros amores edípicos, al denunciar allí la dimensión narcisista, al subrayar allí la incidencia del fantasma y de la pulsión, pero, igualmente, replica, no se podría ignorar el otro lado de las cosas, a saber el amor como creación. El amor, para usar los términos bárbaros de este señor, constituye una “personalización nueva”, una “neoestructuración original”; el amor es una “síntesis original que, cuando compromete a la pareja, permite la expresión de la aspiración sexual total”; el estado amoroso acrecienta la disponibilidad del sujeto ofreciéndole “una relajación profunda, una liberación repentina de energía hasta ese momento prisionera”. Y así todo haciendo juego... Si con eso ustedes no idealizan al amor, uno se pregunta qué más o mejor habría que hacer para empujarlos allí. Se dirá que es la IPA. Pero giremos hacia François Perrier, lacaniano de la primera hora, luego lacaniano a pesar de él; tomemos su seminario sobre el amor, tan concurrido en aquella época. Vean el uso que hizo allí del término “encuentro”, nuevo soporte para una idealización no menos desenfre- nada del amor. “Nosotros queremos el amor”, canta ardientemente toda la ciudad con la bella Helena (Offenbach). Perrier responde promoviendo el encuentro amoroso. Pero ¿qué encuentro? Aquel que va a fomentar su deseo de analista. A fin de caracterizar ese deseo, yo lo llamaría el deseo del peluquero de damas, de preferencia homo. El peluquero de damas prepara a la mujer para que otro hom- bre goce de sus encantos. Y bien, según Perrier, el psicoanalista ejerce esta misma función “de no tener que buscar para él el goce del que pretende permitir a otro el acceso en otra parte y en otro momento”. Podemos preguntarnos si Perrier no idealizaba en ese punto el “encuentro” precisamente porque de una cierta forma él no se situaba en el lugar de ese encuentro diciendo: “No, gracias, es muy poco para mí”. Así es que parece que dos de las obras psicoanalíticas más leídas estos últimos decenios hacen tentar, a los ojos de quien quiera dejarse engañar por ellas, con las maravillas del amor. Está pendiente es fatal; Lacan lo había advertido. Él sabía que no era cuestión –no más para él como para cualquiera– de un bla bla bla sobre el amor, de escribir sobre el amor, de hacer un seminario sobre el amor, de consagrar un artículo al amor. Y no prometer más el amor a quien se tendía sobre el diván, El amor Lacan 19 como lo hizo imprudentemente Freud definiendo la curación como el acceso a las capacidades de amar y de trabajar. La configuración del aprieto en el cual se encuentra Jacques Lacan se torna más clara. Ha terminado por saber, como psicoanalista, cómo debía situarse respecto de los odioenamoramientosde los que era objeto, pero no puede producir de esto una teoría, ni ir más allá de ese deseo que ha promovido tan asiduamente, ni incluso hablar de amor de una manera al menos algo sostenida: él no era Erich Fromm y es posible imaginar que concebía qué aguas turbias se hubieran vertido un poco por todos lados si se hubiera puesto a pregonar que había inventado una nueva figura del amor. Helo aquí, entonces, obstaculizado. Y más aun se lo puede imaginar porque esta obstaculización no concierne sólo a su posición de analista, sino a su vida misma. Lacan se dedicó él mismo a ligar su obra con su persona. Lo hizo fuera de su tierra, precisamente en Bruselas, donde dirigía a eminentes… católicos. A los defensores del amor divino eterno, discretamente pero resueltamente provocador, confiesa que su lugar en un sillón de analista, aquel donde realiza ese duelo de sí mismo que supuestamente le permite igualarse a no importa quién, es también aquel donde anhela que acabe de “consumirse su vida” (consumir, no consumar). ¡Nada menos! Lo que hizo, se sabe. Es el gran tiempo de darse cuenta de que Lacan no fue solamente un psicoanalista sino que él no se impedía, según la ocasión, ser o al menos intervenir como un maestro espiritual. ¿Qué otro puede arrojar en las manos de quienes lo escuchan un objeto pequeño a materializado diciéndoles: “Se los doy como una hostia”? ¿Qué otro sino un maestro espiritual puede, en una escuela que por otra parte ha forjado, proponer y obtener que allí sea puesto en su lugar, a su pedido, el dispositivo llamado del pase? ¿Qué otro puede enfrentar a los estudiantes revolucionarios de la Universidad de Vincennes haciéndoles saber que ellos “aspiran a un amo”, pero también que pre- ferirán su “bonanza” al garrote del amo? ¿Qué otro puede presionar a cada hijo de vecino a amar a su inconsciente, ese “saber fastidioso”? Tales gestos no dependen de una posición de analista. Lacan, incluso en sus análisis, podía operar como un amo espiritual (a ese respecto, las anécdotas no faltan). Esa confesión tan íntima acerca de aquello a lo que consagró su vida, Lacan fue a decírselo a los que no eran sus alumnos. Había en él una estrategia del decir, lo que era lo mínimo a esperar de un practicante de la palabra. ¿Cómo va entonces, obstaculizado por lo que ha creído percibir de inédito en el lugar del amor, a ha- cerlo saber de todos modos? ¿Qué estrategia puede adoptar? Respuesta: tal como Pulgarcito, dejando tras de sí sus piedritas, él va a destilar la cosa en pequeñas dosis “romeopáticas”, aquí y allá, sin jamás apoyar el trazo, velando para que capten eso de lo que se trata solamente aquellos que sabrán poner ahí de lo suyo. Funciona 20 El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis aquí un modo de dirigirse al otro que yo presentaría con un galimatías germánico y no sin cierta vulgaridad: demerden sie Sich! Al decírnoslo, no estaba en posición de poder. Pero, atención, escuchen ese “¡despabílate!” no absolutamente sino relati- vamente. Tal como los maestros de las escuelas filosóficas antiguas, Lacan estaba al tanto de que el sujeto no puede despabilarse por sí solo. Mejor aún, pensaba que cada uno no encuentra su libertad sino porque un otro, lejos de ser indiferente al prójimo, lejos de querer “respetar” la libertad del prójimo, se encontrará dirigido hacia la libertad del prójimo, se lanzará delante de esa libertad. Y es entonces, poniendo en obra mi libertad en el lugar del fantasma de Lacan, que yo franqueo aquí mismo el paso que no pudo dar jamás. Compuesta de imaginario y de simbólico, nuestra ficción toca ahora un punto de real. Asemejando los pequeños guijarros dispersos aquí y allá, cada uno etiquetado con la palabra “amor”, yo revelo que ellos componen una figura del amor inédita. Y aquí, mi caso y mi libertad se agravan: nombro a esta figura con su nombre, la llamo el amor Lacan. 21 Guerra, amor y subjetividad Héctor Gallo* Introducción El objetivo de la reflexión que les voy a presentar será mostrar cómo se entrelazan y contradicen en lo humano los términos guerra, amor y subjetividad. Se dejarán en un segundo plano los aspectos políticos, económicos y sociales de la guerra, también la discusión acerca de por qué actualmente la confrontación ya no es entre Estados sino que es una guerra de guerrillas y, tal como sucede en nuestro medio, entre grupos por fuera de la ley o de estos contra el sistema establecido. En el contexto que nos convoca y dado que el amor se encuentra en el centro de la cuestión que nos reúne, es más importante abordar la dimensión subjetiva de la guerra que su dimensión política y social, porque es un asunto que creo más inédito y menos sencillo de entender. Uno de los soportes básicos de nuestra reflexión serán los clásicos de la guerra, porque en sus teorías, tal como puede verificarse al estudiarlos, se vislumbran ele- mentos subjetivos que en su estructura se repiten, de distinta manera en cualquier enfrentamiento de tipo militar. El otro aspecto productivo de su lectura fue que pude extraer de sus teorías sobre la guerra distintos elementos que permitieron hacer contrapuntos con el enigma del amor y sus lógicas. Clausewitz dice que la política es “el útero donde se desarrolla la guerra, dentro del cual habitan sus características generales en un estado más primigenio, como los rasgos de los seres vivos están dentro de los embriones” (Clausewitz, 2004, p. 14). A esta sentencia se le podría agregar que los beneficios económicos y políticos que aporta dicha guerra y la idea de que con ella se consolidará un poder han de servir * Profesor del Departamento de Psicoanálisis, Facultad de Ciencias Sociales. Universidad de An- tioquia. Psicoanalista, miembro de la NEL, Medellín, y de la AMP. 22 El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis para sostenerla. Por su parte, las condiciones sociales de inequidad e injusticia, la falta de oportunidades para la población juvenil y campesina, serán lo que garantice su retorno. En cuanto a la pregunta de qué papel podría jugar la subjetividad en la guerra, habrá que examinar los factores imaginarios y simbólicos que pueden servir para promoverla o también para desanimarla. ¿De qué manera interviene lo subjetivo en la gestación y permanencia de la guerra? y ¿en qué medida el amor, al menos en su aspecto positivo, es una forma civilizada de oponerse a la destrucción a que nos invita aquélla?, son preguntas que se intentará abordar en esta reflexión. En toda guerra intervienen, en proporción diversa, elementos subjetivos que deben ser valorados cualitativamente y caso por caso. Están la sed de honor y fama, el amor a la patria, la devoción a una idea de cualquier índole, la venganza, el adoctrinamien- to de un líder, el fanatismo religioso, el odio al enemigo, la codicia desmedida, la sed de humillar y dominar al otro, el desamor, el entusiasmo por perseguir al enemigo hasta aniquilarlo y borrarlo de la faz de la Tierra, la falta de consideración con las posibles víctimas y el anhelo de expansión de un dominio territorial. Lo primero que se espera de un guerrero es una disposición pasional al combate y que dentro de éste sea aguerrido, perseverante, firme, poco benevolente, nada justo y dispuesto a morir antes que ser tildado de cobarde. Si el objetivo del combate es apropiarse de algo que se codicia o recuperarlo porque fue arrebatado, el combatiente debe ser inconmovible y mostrarse dispuesto a destruir lo que se oponga al objetivo trazado. En la guerra como en el amor, siempre habrá de por medio un objeto que por estar perdido se codicia. Tal vez sea este uno de los ingredientes subjetivos que más contribuye a que ambos escenarios sean muy propicios para que se presente una verdadera tempestad de emociones y de excitaciones que se manifiestan como descontrol, fogosidad y vehemencia. Así como en la actualidadlos jóvenes consideran que la intensidad del otro no le conviene a la relación de pareja, porque este es un rasgo subjetivo que atosiga y limita la supuesta libertad que no quieren perder o pretenden conservar, tampoco en la guerra es recomendable que quienes la dirigen vivan descompuestos, no contengan la impaciencia o sean incapaces de anticiparse a la dificultad antes de que ésta se presente (Tzu, 2004). Estos aspectos subjetivos, en caso de predominar en la cabeza de un ejército, son inconvenientes porque no le permiten razonar con propiedad e inteligencia sobre el uso de los medios de que dispone para atacar, defenderse o tomar a tiempo la decisión de retirarse del alcance del enemigo. – Guerra, amor y subjetividad 23 Mientras la inteligencia, el poder de razonar, el aplomo, la habilidad para dirigir y la posesión de un saber hacer son fundamentales en la dirección de un ejército guerrero, en el caso del amor todo esto pasa a un segundo plano, porque las lógicas que lo gobiernan hacen parte del corazón y no de la razón. No quiere decir esto que todo cuanto se inscribe en las leyes del corazón se opone a la guerra y beneficia el amor, pues hay sentimientos que no le conviene cultivar a ninguno de los actores de las dos experiencias, por ejemplo, el desconcierto y la desconfianza. Un amor desconfiado y desconcertado conduce a la angustia y con ello a la necesidad de huir, mientras que un ejército presa de estos mismos sentimientos, según Sun Tzu, es mucho más fácil de vencer por su adversario (Tzu, 2004, p.50). Si el éxito en el amor no depende de ningún conocimiento sobre las reglas específicas que deberían seguirse para no fallar en la seducción del otro, amar no es un arte que podría ser enseñado por un maestro, ni el amor “es un niño de corta edad fácil de dirigir” (Nasón, 1994, p. 13), como diría Ovidio, sino un esfuerzo constante de poesía, de invención. El éxito y la eficacia en la guerra, contrario a lo que sucede en el amor, sí dependen de un saber hacer y de la pericia del comandante de un ejército. Ordenar a un “ejército que avance cuando no debe hacerlo o que retroceda cuando no debe batirse en retirada pone al ejército en apuros” (Tzu, 2004, p. 49). Por esta razón dice Sun Tzu que el más grande peligro para un ejército es ser dirigido por alguien que no conoce la estrategia militar, que lo haga desde fuera del campo de batalla o que pretenda dirigir siguiendo, por ejemplo, las reglas del decoro social, que al menos durante cierto tiempo suelen no estar sujetas a modificaciones. En la medida en que el decoro se relaciona con la constancia de los buenos modales, a lo mejor preste un servicio al amante, sobre todo en la fase de la seducción, pero sus reglas de nada sirven al guerrero. Si en la guerra los guerreros trastocan los valores que hacen posible la vida en so- ciedad, sucede lo mismo en el amor, pero de manera diferente. Los enamorados se muestran asociales mientras dura entre ellos la fascinación, pero no destruyen al otro perturbador sino que más bien se mantienen alejados de éste, ya que prefieren tener sus espacios separados del resto de las personas. Los guerreros parecen obligados a convertirse en lo contrario de un ciudadano. No es de extrañar que en aquellos lugares del planeta en donde el único porvenir posible es la guerra, la educación de los niños no se oriente hacia cómo vivir en paz con el otro, sino a asimilar de qué debe estar provisto un buen guerrero y qué tipo de sacrificios lo harían digno de orgullo y admiración a él y a su familia. Tanto en la guerra como en el amor la sorpresa juega papel fundamental. En la guerra la sorpresa es un principio estratégico de la acción contra el enemigo y lo que se busca con ella es tomarlo desprevenido para lograr apoderarse de sus flancos – 24 El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis y así poder vencerlo o hacerle el mayor daño posible. En la guerra la sorpresa es ingrata para quien padece el ataque, porque al producirse en el momento en que no se esperaba lo deja desconcertado, le muestra sus debilidades “en el arte de la defensa” y busca hacerle perder lo que protege. Con la sorpresa se busca que el ataque sea irresistible, que el enemigo pierda la cohesión y se desperdigue. Su efecto inmediato es la indefensión ante el peligro, porque la fuerza que se creía tener se torna en debilidad. En el amor, si el efecto sorpresa se aspira a producir en su nombre requiere de la creatividad del enamorado, de un deseo decidido y un buen cálculo. Sorpresa, pánico y desesperación traumática son directamente proporcionales en la guerra; en el amor, en cambio, la sorpresa da en el blanco si logra producir un instante de felicidad y un sentimiento estético. La sorpresa amorosa es poética, es una forma de romper con la monotonía de la cotidianidad y aspira a hacer ingresar lo inolvidable. Si el combate es la materialización del odio, el amor metaforiza el deseo por alguien que se aspira a tener. Tanto en la guerra como en el amor se necesita contar con valor y decisión de exponerse al riesgo. En la guerra el riesgo es el corolario de toda acción e implica exposición a la muerte. En el amor cada quien se expone al riesgo de ser rechazado, a que las cosas no funcionen porque la obscenidad fantasmática de cada uno lo impide, y al dolor que implica la posible separación. Como socialmente no se ha podido inventar ningún artificio que garantice el entendimiento y excluya la disputa y el sentimiento de pérdida, puede decirse que no hay vínculo amoroso sin lagunas ni confrontaciones dolorosas. Así como “es imposible proveer una estructura de reglas positivas para el arte de la guerra que sirva de andamio para toda la actividad del general” (Clausewitz, 2004, p. 101), tampoco existen reglas técnicas que sirvan de orientación estándar para enamorar. Pueden confeccionarse manuales de seducción que faciliten el acceso al objeto deseado, pero no los hay que impidan el debilitamiento del encuentro amoroso o la entrada de los amantes en la lógica del capitalismo donde el objeto es desechable. Tanto la guerra como el amor son aventuras que perturban el espíritu y dado que sus dispositivos no están en lo genes, las formas de sortear las dificultades inherentes a la cuestión exigen creatividad y decisión. Un manual sobre la guerra puede ser de gran utilidad, pues aunque no corresponda a un saber que se pueda replicar tal cual en cada tiempo y lugar, sí ha de servir de orientación, contando con que cada guerra exige tácticas y estrategias diferentes y una habilidad especial del comandante. Hay expertos en el arte de la guerra que enseñan de qué manera conducirse, también los puede haber en la seducción sexual, pero no existen expertos que posean la fórmula infalible para cautivar el corazón Guerra, amor y subjetividad 25 del objeto que conviene amar y procurar que la pasión sea eterna. Construir una fórmula algebraica que pueda replicarse sin reserva en cualquier experiencia amorosa es imposible, porque en el amor, más que de técnica, producción o indagación, se trata de una ética del deseo y una estética de lo bello. El más de la guerra Una de las tesis que en el psicoanálisis explica por qué, desde el punto de vista estructural, es más fácil para los humanos hacer la guerra que el amor, tiene que ver con la siguiente tesis psicoanalítica: que en la base del vínculo social no está la armonía sino el conflicto. Esta tesis contradice la idea aristotélica de que el ser humano se guía fundamentalmente por el principio del bien y se opone al sueño ecologista del retorno a la unidad entre el hombre y la naturaleza y al cristiano de vivir en paz y armonía con Dios y con los hombres. Uno de los nombres del principio del bien es la armonía que asegura la paz entre los hombres. Al respecto dice el poeta trágico Eurípides: “La paz se goza en fecun- da prole, en riqueza que abunda. ¡Necios somospor cierto si a tales bienes nos oponemos! Y así es: elegimos locamente las guerras, y que el débil quede oprimido por el poderoso; los hombres, por un hombre, una ciudad por otra…” (Eurípides, 2006, p. 285). Las guerras son una forma loca de darle curso a la necedad de opo- nerse al bien de la paz. A esta necedad humana referenciada por el poeta desde la antigüedad, Freud la denomina pulsión. Por pulsión entiéndase una tendencia subjetiva que ataca los valores que más convienen a la convivencia pacífica, segura y tranquila con el otro. Dice el poeta griego que “cuando en un pueblo se delibera acerca de la guerra, al dar su voto nadie piensa que el mal de ella ha de caer sobre su cabeza: todo el mundo piensa en los otros. ¡Ojala que al votar todos tuvieran ante sus ojos la muerte que los amenaza: nunca estaría la Hélade a punto de perderse por las guerras!”(p. 285). Profundo conocedor del alma humana, el poeta formula que cuando los seres humanos toman la decisión de hacer la guerra en lugar de la paz, el que vota por aquélla no supone que su cabeza o la de sus allegados recibirá el golpe, sino la de los extraños, pues en el inconsciente no existe una representación de la muerte. Son diversos los dichos que encontramos en el lenguaje popular y que hacen alusión al egoísmo del yo mientras se considere a salvo de la tragedia: “Mientras no sea conmigo el mundo se puede caer”, “desde que no toquen conmigo, que hagan lo que quieran”. 26 El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis Muchos siglos antes de la aparición del psicoanálisis en el concierto de las discipli- nas, el poeta griego ya ha anticipado una profunda desadaptación del ser humano al principio universal del bien. Algo del humano no se ajusta naturalmente a un ideal de benevolencia con el otro, ni sabe cómo hacer para lograr vivir en paz con él. Es como si en el diseño del mundo no se hubiera incluido una fórmula que diga cómo hay que hacer para convivir pacíficamente con el otro. No es gratuito que la guerra sea uno de los tantos fenómenos sociales que evidencia la gran dificultad que tienen los seres de lenguaje de privilegiar en su relación con el otro el auxilio, la solidaridad, el amor y el deseo. En términos freudianos, la guerra constituye un fracaso en la sustitución cultural del poderío real de la fuerza “por el poderío de las ideas […]” (Freud, 1972, p. 3.211). La guerra es un retorno a la solución de los conflictos por la fuerza, es un montaje a través del cual la pulsión destructiva se escenifica en lo social y supone el enfrentamiento entre dos elementos. Como el objetivo de cada elemento es salir vencedor mediante la subyugación o la aniquilación del otro, se empujan mutuamente hacia el exceso. En las “peque- ñas guerras” actuales que se llevan a cabo entre pueblos, tribus o grupos armados legales e ilegales no se impone el poderío violento del Uno, sino el derecho “de un grupo de individuos” (Freud, 1972, p. 3.209), identificados entre sí y reunidos por intereses e ideales comunes. En el caso del conflicto armado en nuestras ciudades, éste se desata cuando se instalan en un mismo territorio dos fuerzas que no se toleran. Esta intolerancia queda matizada colectivamente por la inauguración y prolongación de algo que está de más. Un plus de odio mutuo y de violencia que cada vez tiende a inflamarse hasta el apasionamiento viene a perturbar lo que ha sido la vida diaria, la rutina y costumbres de los habitantes en donde se desarrolla una guerra. Las guerras de todos los tiempos demuestran la frecuencia con la que se arruina el diálogo entre los humanos y dan cuenta de que a esta ruina le sigue un paso al acto en colectividad en el cual se expresa el furor humano de devastar. Muerto el diálogo, desparece el control de la palabra y se da un asentimiento subjetivo a la destrucción. Por este desastre del valor regulador de lo simbólico, la guerra es sangrienta, mortífera, cruel, enconada e irrespetuosa de todo derecho. Entre las guerras del pasado y las de la actualidad no hay variación en cuanto a los modos de goce que se ponen en circulación; lo que varía es la sofisticación de las armas debido a los avances tecnológicos y al hecho de que esta vez, a pesar de la exactitud a la que permite acceder la ciencia con respecto al blanco elegido, paradó- jicamente suelen padecer más los civiles que los mismos combatientes. Entonces el Guerra, amor y subjetividad 27 más de injusticia, arbitrariedad, sufrimiento, miedo, riesgo y devastación, tal como se demostró en la reciente confrontación de la Franja de Gaza, se mantiene intacto en todas las guerras, pero en la actualidad lo padecen sobre todo aquellos que no hacen parte de la confrontación armada, los considerados inocentes y víctimas. Lo que la guerra trae de más, porque infringe todas las limitaciones a las que los pueblos se obligaron para lograr un buen vivir, porque acaba con el sentimiento de seguridad que garantiza la tranquilidad que cada quien dice necesitar para vivir mejor, se presenta, como dice Clausewits […], debido a que entre los rivales se empuja cada uno “a tomar medidas extremas cuyo límite es la fuerza de resistencia que el enemigo oponga” (Clausewitz, 2004, p. 16). Esto quiere decir que mientras no exista un reconocimiento del contrincante y negociación entre las partes, el único límite de la guerra y su principal obra es la muerte, regularmente atravesada por la sevicia, que es cuando la tendencia destructiva encuentra el goce de su realización. Entiéndase por goce eso que se experimenta cuando la energía del deseo que es la libido se suma a la pulsión de muerte, la cual se puede definir como una voluntad humana de destruir lo que la misma civilización construye. Como en la guerra desaparece la autolimitación individual, entonces la satisfac- ción de la pulsión destructiva encuentra libre curso y los odios que separan a los contrincantes se vuelven más poderosos que en las rivalidades imaginarias de los tiempos de paz. Ante este panorama desolador de la guerra, los no combatientes, o sea la sociedad civil, entran en un estado de urgencia de carácter humanitario y son invadidos por alteraciones psíquicas, cuya repercusión suele no ser inmediata sino retroactiva, pues mientras dura el combate los intereses están más centrados en la conservación de la vida que en enfermarse. El entusiasmo y extremo apasionamiento que la guerra desata por ser un acto de fuerza que va creciendo sin parar hasta el extermino o la rendición del contrincante, la común imprecisión de los datos que se manejan acerca de la posición del ene- migo y su diferencia con respecto a los lugares que ocupa la población civil, más el uso de ésta como escudo humano, son elementos que la convierten en altamente vulnerable y en la principal víctima del exterminio. Aquí víctima es aquel que se encuentra en estado de desamparo frente a los ataques indiscriminados del agresor, estado que lo conduce a preguntarse qué tiene que ver en lo que está sucediendo y por qué no se le deja por fuera de un enfrentamiento que otros decidieron por él. De la guerra y el amor A la guerra entendida como acto de fuerza se opone el amor, porque la primera apunta a la destrucción del cuerpo y del ser, mientras que en el segundo se pretende 28 El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis el engrandecimiento de éste. Así como en la guerra se pelea hasta someter al enemi- go, en el amor el amante insiste hasta vencer los obstáculos y alcanzar los mejores pensamientos del amado. En el primer caso el otro es sometido, gracias a su falta de preparación, a la fuerza bruta, la intimidación o el escarmiento; en el segundo hay entrega gracias a la fuerza del deseo traducido en el ímpetu de la seducción poética, el afable ardor de la ternura y la delicadeza de las palabras que engrandecen el ser. En la guerra el enemigo vencidose entrega humillado y a su pesar; en el amor el amado también se entrega, pero complacido. El amado se vuelve un prisionero, pero las cadenas que lo atan no van pegadas al cuerpo para torturarlo, sino que depen- den de una dialéctica del deseo representado en el amor. Lacan dice que cuando a esta dialéctica se integra la sexualidad, se requiere “que entre en juego algo del cuerpo”(Lacan, 1973, p. 184), no ya para torturarlo, sino como un lugar concreto en donde se anudan sexualidad, deseo y amor. Por esta razón, en lo tocante a la sexualidad los humanos no se aparean instintivamente para reproducir, como sucede entre los organismos animales, sino que se aparejan, de acuerdo con los ciclos de la pulsión, los vaivenes del deseo y las lógicas del amor. Mientras en la guerra se busca tener al enemigo al alcance de la mano para aniquilar- lo sin misericordia ni remordimiento y esto se hace “por amor a la patria, devoción a una idea, […]” (Clausewitz, 2004, p. 60), y por venganza, una excitación cualquiera u odio infundado, en el amor se quiere tener cerca al otro que ha pasado a hacer parte de sí, no para amargarle la vida o rebajarlo, sino porque ha sido convertido en objeto de adoración. Si la guerra es un escenario favorable para que se pongan en acto muy diversas formas de perversión humana legitimadas gracias a la satisfacción de intereses mezquinos, en el amor se trata de un don regulador de dicha perversión. La guerra vuelve el entorno extraño, incierto, grotesco y poco familiar, porque hace prevalecer un sin límite en cuanto al odio y la brutalidad. El amor convierte el entorno en algo estético, porque su sin límite pasa por el embellecimiento del otro. Si en la lucha de los hombres los protagonistas desde la subjetividad son el sentimiento agresivo y el propósito destructivo de la pulsión, en el encuentro amo- roso es la idealización del otro y la fascinación en su imagen venerable. El objetivo de la acción guerrera es destruir, “derribar, con ciega cólera, cuanto le sale al paso, como si después de ella no hubiera de existir futuro alguno ni paz entre los hombres” (Freud, 1972, p. 2.103). El objetivo del amor es no retroceder ante los obstáculos, porque de otra manera no será posible lograr que su engaño se realice. El engaño amoroso no es un ardid calculado por una mente cínica, ni para sacar ventaja como sucede cuando hay competencia, sino su condición de posibilidad. Guerra, amor y subjetividad 29 El engaño del amor consiste en que el amante le hace creer al amado que posee lo que más añora como objeto que causa su deseo. Si el extremo negativo de la guerra es la destrucción inmisericorde y sin medida, el extremo positivo del amor es la delicadeza y el cuidado en el trato del objeto amado. En aquellos casos en que no hay más remedio, porque han fracasado el diálogo, la negociación, la razón y la cordura, la guerra se convierte en un mal necesario. El amor también a veces llega a ser un mal, pero su necesidad no es temporal sino permanente, pues se trata de una demanda que nunca nos abandona. Si la guerra es algo que acontece por razones políticas, económicas y subjetivas, el amor es algo que pedimos al otro sin medida, sin sentido de realidad, ni intervención del tribu- nal de la razón. El amor puede darse o no entre dos personas, pero sus razones son esencialmente subjetivas y no depende, como la guerra, de una decisión racional, concertada entre figuras poderosas que cuentan con el monopolio de las armas y poseen “fuerzas extraordinarias” que permiten descargar golpes contundentes que desgarran. La guerra es la forma menos civilizada de solucionar diferencias y los conflictos de intereses; el amor originariamente es narcisista, es un interés por sí mismo en el que se da una “correspondencia entre objeto y ego, […]” (Miller, 2006, p. 176). Pero cuando el amor se logra dirigir al otro, sale de la relación narcisista, favorece la negociación equitativa de las diferencias y en tal medida actúa contra la guerra de forma preventiva. La guerra destruye “vidas humanas llenas de esperanza; coloca al individuo en situaciones denigrantes”; […]” (Freud, 1972, p. 3.214), desgarra lazos de solidaridad, “obliga a matar a otros” y produce miseria psíquica. El amor no produce miseria psíquica como la guerra, pero la desnuda cuando el enamorado no es correspondido o es traicionado, porque en estos casos se expresa el hueco, el vacío que gracias a su concurso la mayoría intenta cubrir. Dado que el objeto amoroso no se asegura para siempre y más bien tiene el estatuto de algo perdido que por diversos medios se busca reencontrar, siempre fracasa como recurso para hacer desaparecer el hueco existencial que nos constituye. Pese a esta falla estructural del amor, de todas maneras en los casos en que incluye al otro refuerza la esperanza, la solidaridad y se torna un regulador cultural de la destruc- ción. El origen del amor no es la plenitud con el objeto, más bien existe e insiste precisamente porque esta plenitud es imposible, debido a que las pulsiones humanas tienen el carácter de “necesidad de posesión incoercible, ilimitada, incondicional, que supone un aspecto destructivo” (Lacan, 1972, p. 585). 30 El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis Si el origen subjetivo de la guerra es la pulsión, ésta alimenta en la guerra el goce en el dolor del otro. El amor busca oponerse a esta perversión humana cuando quiere evitar la descomposición del objeto amado. Así como ninguna guerra ter- mina con un saldo que sea valorado culturalmente, tampoco los amores terminan dulcemente. En los amores que terminan mal se impone el mismo odio y la misma agresividad con la cual se hace la guerra que degrada el ser. Esto sucede, desde el punto de vista de la estructura subjetiva del ser humano, porque la herida narcisista que suele producirse cuando el otro nos abandona o traiciona pone en acción la “agresividad como tensión correlativa de la estructura narcisista en el devenir del sujeto […]” (Lacan, 1973, p. 109). Tanto la guerra como el amor trastornan la inteligencia, producen una “ceguera lógica”, pues no dejan ver con claridad debido al apasionamiento que se pone en juego. Pero mientras la primera rebaja lo más elevado estéticamente, el segundo contribuye a su engrandecimiento. No hay guerra ni amor sensual por fuera del apasionamiento, pero mientras en la guerra dicho apasionamiento se manifiesta como irritación permanente contra el enemigo y bajo la forma de un inmenso empuje hacía la maldad, en el amor se muestra como desesperación por tener al otro cerca para tocarlo, contemplarlo y disfrutar serenamente el encanto de su presencia. La guerra llena la vida de desolación, el amor la colma de “[…] una serena energía indomable; […]” (Freud, 1972, p. 2.102). Freud dice que los no combatientes, los que se encuentran alejados del oficio de la guerra, se sienten desorientados y confusos en su interior, pues se ven metidos en una inmensa maquinaria destructiva y al mismo tiempo quieren estar fuera porque les interesa vivir como en los tiempos pacíficos. Así como el comienzo de la guerra produce una euforia entre los combatientes, pero su transcurrir colérico los va decepcionando del combate, el amor comienza con la fascinación y una devoción encantada, pero termina con el desencanto si el otro pierde la significación que un día le fue atribuida. Tanto el no combatiente en la guerra como aquel en quien el amor ha rendido sus armas, se ven aquejados por una decepción “que proviene del derrumbamiento de una ilusión” (p. 2.104). Lo que cae es aquella elevación que artificialmente se le había atribuido al otro y que lo hacía digno de respeto y admiración. Ante la caída de una ilusión se viene un cambio de actitud. Al ciudadano le toca cambiar su actitud ante la muerte, pues la guerra le muestra que también tiene que ver con él y no debe seguir prescindiendo de ella comosi no existiera sino para otros. En quien caen las ilusiones que sostenían el amor le toca enfrentarse a una doble muerte: la de su historia con el otro y la implicada en la herida narcisista que causa Guerra, amor y subjetividad 31 el hecho de ser olvidado, de pasar a ser poca cosa para quien creía que lo era todo o al menos algo grande. Para Freud, el móvil que más primitivamente dispone a la guerra no es político, como dice Clausewitz en el texto que hemos citado, sino subjetivo, porque lo más constitutivo del sujeto es su inclinación pulsional hacia todo aquello que la socie- dad prohíbe como malo; o sea el egoísmo y la crueldad, que se buscan transformar por la educación en compasión y en altruismo. También es subjetivo el móvil más originario del amor, porque es un sentimiento en el cual se espera ver transformado el odio imaginario que se experimenta por el otro más íntimo que, en principio, es un rival, un obstáculo, un extraño y un enemigo. Si en el inconsciente se constituyeran las imágenes amorosas antes que las agre- sivas “de castración, de mutilación, de desmembramiento, de dislocación, de destripamiento, de devoración, de reventamiento del cuerpo, […]” (Lacan, 1973, p. 97), se podría hablar en el humano de una disposición subjetiva originaria al vínculo pacífico con el otro y a desarrollar, por ejemplo, actividades filantrópicas sin esperar recompensa del prójimo. Sería además innecesaria la búsqueda de un ennoblecimiento de esta agresividad imaginaria y de la implantación de cierta dosis de hipocresía para hacer creer al otro que no vivimos presos de pasiones innobles que hacen del ser un desorden, ni de una tendencia brutal hacía la beligerancia, que da cuenta de una discordancia fundamental con el otro antes que de una armonía. “Puede decirse que las más bellas floraciones de nuestra vida amorosa las debemos a la reacción contra los impulsos hostiles que percibimos en nuestro fuero interno” (Freud, 1972, p. 2.116). Con respecto a la filantropía y a la caridad, vecinas del amor al prójimo, Lacan dirá en La agresividad en psicoanálisis que sus resortes son agresivos y que en cada caso hay que esperar los contragolpes. Una de las cosas que se pone en juego en un análisis es la agresividad del sujeto con el analista, “puesto que esas intenciones, ya se sabe, forman la transferencia negativa que es nudo inaugural del drama analítico” (Lacan, 1973, p. 100). El menor pretexto puede servir para justificar la manifestación de la intención agresiva contra el otro, porque la pulsión se mantiene, dice Lacan, como “tensión estacionaría”, “todo en ella se articula en términos de tensión” (Lacan, 1973, p. 188) o, como se diría hoy, de estrés constante o de inquietud, tal como puede observarse en los niños llamados hiperactivos y en la ansiedad histérica, por ejemplo. En el caso de la manifestación amorosa, las cosas son distintas que en la puesta en acto de la pulsión, porque la presencia del amor no depende de ningún pretexto, 32 El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis sino de cierta conmoción sentimental. El amor es una pasión que se produce gracias a que el amante atribuye al amado más cualidades de las que en realidad tiene. En la guerra el enemigo es despojado de su subjetividad y así la pasión del odio pasa a jugar papel fundamental en su producción, desarrollo brutal y prolongación. La guerra es un hecho objetivo que emerge en la sociedad como variable de una experiencia subjetiva que es la agresividad. Si la guerra implica sujetos que puedan comprenderla, entonces también es un fenómeno de sentido. Pero como los combatientes entran a hacer parte de una masa de seres aislados del diálogo, se dedican a una destrucción calculada por fuera de sus voluntades y, entre tanto, los “señores” que la propician se consagran a enarbolar los pretextos que la justifican. Así como en el voyerismo el sujeto no está sino como perverso, es decir, todo él en calidad de mirada escondida y mientras no sea sorprendido no se configura la vergüenza, en la guerra el sujeto no está sino a nivel de la destrucción, el sometimiento y la humillación del enemigo y mientras el despliegue pulsional se recubra con el ideal, ni siquiera habrá posibilidad de que la mirada del otro que reprocha contribuya a que se configure la vergüenza que conduce a la culpa. La guerra está llena de actos con finalidad intimidante, pero su violencia propia- mente dicha se define por “la coyuntura de emergencia” (Lacan, 1973, p. 96) que implica. Coyuntura de emergencia significa que con su estallido se produce un desequilibrio que vuelve perentorio un llamado al diálogo capaz de restablecer lo que se ha dañado, un llamado a la tregua o suspensión de la agresión, tal como el desencadenamiento de un dolor exige la atención rápida de un médico para que los órganos vuelvan a quedar en silencio y así se recupere la salud. En el conflicto armado colombiano, por ejemplo, vivimos actualmente una situación de urgencia, porque hay un dolor supuesto de por medio. Es urgente “el acuerdo humanitario” entre la guerrilla y el Estado, no para que la guerra termine y vivamos todos felices, sino porque el dolor de las personas que están perdiendo su vida en la selva y el de quienes las están esperando llenos de incertidumbre ya no da más espera. ¿Cuándo se volverá más urgente políticamente silenciar las voces de quienes piden el acuerdo humanitario dándole por fin su curso, que la soberbia de no mostrarse débil ante el enemigo y ante aquellos que, al precio que sea, requieren un vencedor y un humillado? La figura del humillado, vista desde el punto de vista pulsional, es aquella en quien entra en juego el dolor en la medida en que lo padece del otro. El fantasma de Guerra, amor y subjetividad 33 querer a toda costa ver al otro sometido, entregado y cubierto de humillación, es un elemento subjetivo que hace fracasar cualquier intento de negociación, que es imposible sin un reconocimiento recíproco de las partes en juego. Entonces el acuerdo humanitario, aparte de los inconvenientes que pueda tener desde el punto de vista de las políticas de seguridad democrática que consideran sobre todo una salida militar al conflicto, también haría perder a los guerreros algo que, desde el punto de vista de la subjetividad de estos personajes, es fundamental: el goce sádico de ver al otro sometido y el orgullo narcisista de ser el vencedor de una batalla casada por mucho tiempo. El acuerdo humanitario se opone a la venganza y el resentimiento, es contrario al goce que hay más allá del principio del placer. Mientras las palabras acuerdo y humanitario se encuentran en íntima relación y es coherente reunirlas, las palabras cerco y humanitario son contradictorias, porque cerco define un contorno que se delimita y en el caso de la guerra implica encerrar al enemigo, asediarlo, dejarlo sin salida. La palabra humanitario ligada a cerco le sirve al Estado para presentarse ante la comunidad nacional e internacional bajo la máscara de las insignias de la democracia y el interés de liberación de los retenidos. Ahora bien, se ha advertido que la forma de responder la guerrilla si llega a sentirse encerrada y sin recursos es con la muerte de los retenidos, o sea que el significante cerco y rescate a sangre y fuego pone a los retenidos más cerca de la tragedia, tal como sucedió con los diputados del Valle, que de la comedia de la liberación. La muerte de estos políticos la precipitaron los significantes cerco y rescate, porque al haber cobrado tanta vigencia persecutoria en el discurso guerrillero bastó que algún signo se interpretara como encierro del enemigo para creer que habían sido localizados, y bajo esta impresión equívoca de encontrarse en una sin salida, se dio la funesta orden de ejecutar a los rehenes. Finalicemos este apartado diciendo que mientras el cerco del amor es un abrazo que se da con un furor moderado
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