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GUIA 1 SOCIOLOGIA CRIMINAL_d18654186e0430f7721fd848b74dbe55 - Elizabeth Hernández

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ELCPAPO 
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ESCUELA LIBRE DE CIENCIAS 
POLÍTICAS Y ADMINISTRACIÓN 
PÚBLICA DE ORIENTE 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
DIPLOMADO EN CRIMINOLOGIA 
 
GUÍA DE ESTUDIO DEL MODULO: 
SOCIOLOGÍA CRIMINAL 
 
 
MODULO 1: INTRODUCCION A LA 
SOCIOLOGIA CRIMINAL 
 
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Sociología criminal 
SEMANA UNO 
Concepto y definición de la Sociología Criminal 
 
 
La sociología criminal es la ciencia que estudia el delito como fenómeno social es decir, 
la criminalidad en toda su complejidad y la pena en cuanto reacción social, en sus 
orígenes, evolución y significación y en sus relaciones con los demás fenómenos 
sociales relacionados con una y otra. 
 Su máximo representante fue Enrico Ferri quien trató sobre esta tendencia en su libro 
“Los nuevos horizontes del Derecho penal y el procedimiento criminal”; Ferri fue seguido 
por A. Lacassagne (1834-1924), quien en 1885 señaló que “las sociedades tienen los 
delincuentes que se merecen”. 
 
Toda creación o manifestación humana es siempre fenoménica, aun en el campo 
jurídico, de allí que tenga niveles de observación y teoría psicológicos, biopsicològicos, 
psicosociales, sociológicos, etc. 
 
La introducción de elementos sociológicos al discurso de la criminología se debe 
sobretodo, en su faz inaugural, a los estudios funcionalistas de Emile Durkheim, pero 
fueron los ulteriores desarrollos de la sociología de la desviación de matriz 
estadounidense las que lograron y consolidaron el predominio de una perspectiva 
sustancialmente opuesta. 
 
El punto de vista sociológico se manifestó desde el principio en la criminología. En Italia, 
el discípulo de Lombroso, Enrico Ferri, y en Francia Gabriel Tarde, destacaban la 
importancia del medio y del aprendizaje o de la imitación en la definición de la 
criminalidad. 
En el medio ambiente sociocultural, el sociólogo considera el acto criminal como una 
respuesta de ciertos individuos a los estímulos modulados por la organización social. Ya 
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sea la familia, el habitat urbano o rural, el género de vida industrial, pastoral o 
postindustrial, o el origen étnico, siempre se trata de influencias que se ejercen de un 
modo selectivo sobre las personas que componen una colectividad. 
 
No todos los desempleados son delincuentes, pero buen número de ellos lo fueron, 
principalmente al iniciarse la industrialización; algunos distritos urbanos contienen más 
delincuentes, ciertas profesiones también, y así sucesivamente. 
 
Durkheim ha formulado de un modo sumario el enfoque sociológico: el crimen para él, 
no es ni una entidad jurídica ni una bio-psicològica; sólo es criminal aquél que la 
conciencia colectiva de un grupo califica así. Una sociedad dominada por el valor 
concedido a la propiedad privada definirá como prototipo de criminal al ladrón, por 
ejemplo. 
 
Hacia la mitad de la década de los sesenta se impugna una hegemonía de la sociología 
modelada sobre las ciencias de la naturaleza, que se apoyaba en las tradiciones 
positivistas y dejaba mucho a los procedimientos empíricos. 
 
Al modelo consensual de las relaciones sociales se oponía el modelo conflictual, que 
considera los agregados sociales como entidades que tienen entre sí relaciones 
conflictuales en función a intereses antagónicos. 
 
En el modelo consensual, la “solidaridad” de los órganos obedece a un mismo principio 
de organización; sugiere la homeostasis del sistema, cuyos elementos están todos 
unidos por interacciones sutiles provocadoras de otras tantas retroacciones que 
modifican el conjunto y contribuyen a su mantenimiento. 
 
En el modelo conflictual, los intereses opuestos provocan conflictos entre individuos y 
grupos sociales que no se solucionan por el ajuste, la adaptación, la investigación y el 
establecimiento de un nuevo equilibrio que supere el conflicto como ocurre con el modelo 
consensual. 
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Se trata de oposiciones no sólo irreductibles sino procedentes de la naturaleza misma 
de la organización social que tienen la misión de transformar radicalmente. 
 
Todas las relaciones sociales deben apreciarse en función de su contribución y de su 
significación en estos conflictos, que constituyen instrumentos naturales en el 
advenimiento de una sociedad más justa, menos alineante, que reconcilie al hombre 
consigo mismo. 
 
El modelo consensual se refiere a un paradigma que considera la realidad como un dato 
que se trata de descubrir; el modelo conflictual trata de una “realidad” que es preciso 
construir, parte de la afirmación de que en el sistema social existen relaciones 
conflictuales entre sus elementos, en función de intereses antagónicos; este modelo da 
preferencia al método cualitativo y del observador participante, a la interpretación de las 
relaciones de poder que determinan la ubicación de los sujetos en estratos desiguales 
de la sociedad. 
 
Para la escuela social es importante la desigualdad material y la división del trabajo, el 
sistema jurídico busca la justicia social ante todo y tiene un criterio político que busca la 
comprensión y las mejoras sociales. 
 
Esta perspectiva no consiste sólo en reconocer la influencia de factores sociales junto a 
los predisponentes individuales del delito, al estilo de la sociología criminal de Enrico 
Ferri, sino en afirmar de que el crimen ya no es un fenómeno de patología individual, sino 
un resultado social; pues sería la sociedad la que, a través de diversas fuentes, produciría 
criminalidad, y esta producción constituiría un rasgo patológico que se presenta bajo 
diversas maneras de (des)organización o de estructuración social. 
 
Fueron los criminólogos norteamericanos los que más han destacado en este campo de 
la criminología. 
 
Las causas del crimen deben ahora buscarse en ciertas condiciones de la dinámica o de 
la estructura social. 
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De esta forma, la sociología de la desviación, cuyos desarrollos se remontan a las 
primeras décadas del siglo XX, modificó significativamente los esquemas interpretativos 
antes centrados en la identificación de la criminalidad con desórdenes de patología 
individual; no obstante las diferencias, estas nuevas explicaciones ambientalistas no se 
apartaban radicalmente del modelo central arraigado en la búsqueda de las causas y en 
la corrección de los (d)efectos, aunque las causas ahora eran otras y los modos de 
incidencia habían variado. 
 
En efecto, esas causas y sus formas de actuación se multiplicaron, sea como 
consecuencia de la “desorganización social” que fuera objeto de estudio privilegiado de 
la ecología urbana de Chicago, sea como producto de la contradicción entre las 
estructuras social y cultural en el seno de un sistema social, que da lugar a la desviación 
individual anímica mertoriana, o en función de las adaptaciones subculturales, luego 
desarrolladas por Cloward y Ohlin y más tarde por Albert K. Cohen. No sólo el problema 
reside ahora en el ambiente más que en el individuo, sino que los problemas sociales 
que afectan al individuo o a los grupos pueden ser variadísimos y pueden operar en 
formas diversas. 
 
Una consecuencia natural del paulatino enriquecimiento de los análisis ambientales es 
el llamado enfoque multifactorial, cuya razón de ser estaba en la pretensión o en la 
necesidad de dar cuenta de la posible incidencia causal de una multiplicidad de 
circunstancias que, de ordinario, parecen hallarse presentes cuando el delito se produce, 
y cuya combinación, de una u otra forma, puede ser empleada para determinar la 
posibilidad o la probabilidad de la aparición de comportamientos desviados. 
 
Este enfoque multifactorial fue, de alguna manera, un determinante del tránsito desde un 
paradigma fuerte de la causalidad, fundada en rasgos psicobiológicos objetivamente 
reconocibles, hacia una consideración paulatinamente más débil del concepto de causa, 
en donde el valor de certeza atribuible a las consecuenciasproducidas por un 
determinado factor dió paso a un enfoque sólo probabilístico. 
 
 
 
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No podía ser de otra manera, puesto que al dar prevalencia a los factores ambientales 
en las explicaciones etiológicas del delito se abría una doble brecha. 
 
Por una parte, debió reconocerse una multiplicidad casi interminable de variantes de raíz 
sociológica, cuya interacción y virtualidades relativas denotaban un universo de mucha 
complejidad; de este modo, la referencia a un espectro de factores ambientales 
contrastaba con la identificación de causalidades producto de factores biológicos 
claramente distinguibles y fácilmente reconducirles a una explicación unidimensional. 
 
Por otro lado, el hecho de haber situado las causas en el ambiente y no en el individuo 
mismo impedía otorgar un resultado causal directo o forzoso, puesto que los efectos 
siempre estarían mediados por complicados procesos subjetivos e interactivos en los 
que los factores externos deberían ser reelaborados simbólicamente por el sujeto. 
 
Aunque la mayor relevancia fuera otorgada a los factores ambientales, era ya claro que 
éstos sólo operan a través del individuo y, por lo tanto, el tipo de influencia que ejercen 
sobre él depende sobre todo de la capacidad de elaboración, reacción, resistencia o 
adaptación individual. 
 
En su afán de clasificar y encasillar los pensamientos de los estudiosos, los tratadistas 
suelen presentar una multiplicidad de teorías contemporáneas de la criminalidad; sin 
embargo, las notables convergencias apenas si permiten algunas agrupaciones; así, 
cada teórico resaltó unas u otras de las variables intervinientes, sin que ello obste a 
reconocer la complementariedad y articulación de las observaciones.(1) 
 
 
 
 
 
 
(1)Perez.A. (2004). LA EXPLICACIÓN SOCIOLÓGICA DE LA CRIMINALIDAD. 05/25/2021, de Dialnet Sitio web: 
https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/5498997.pdf 
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Se llama Sociología porque estudia los hechos sociales, las interacciones humanas, el 
real acontecer colectivo, y busca su comprensión y su entendimiento mediante el 
descubrimiento de su sentido y sus conexiones de sentido. 
 
Se califica de criminal, porque concreta su estudio a los hechos delictuosos, sólo que 
considerados en su masa o su totalidad. Ya Recaséns Siches, afirma que hay hechos 
sociales en que los hombres se asocian y otros que "entrañan oposición, antagonismo, 
conflicto, lucha y disociación". 
 
Entre éstos hay algunos de mayor significación negativa, sea por el daño que causan o 
por la alarma y reprobación social que provocan y que, por ser violatorios del mínimo de 
los. mínimos de moralidad que la sociedad exige, han sido incluidos entre los que 
sancionan las leyes penales, calificando los de criminales. Estos son los que como hecho 
colectivo estudia la SociologíaCriminal, sin detenerse en lo individual, pues aprovecha 
las conclusiones de otras disciplinas que se han ocupado de ello. 
 
El fundador de la Sociología Criminal, Enrico Ferri, dice que la Sociología general "se 
subdivide en un cierto número de ramas particulares" y que "las sociologías particulares 
se desenvuelven en dos direcciones distintas..., estudiando las unas la actividad humana 
normal . . . , y las otras la actividad humana antisocial o antijurídica"..., y que "sobre 
el'.fundamento común de la Sociología general..., se distinguen de un lado la sociología 
económica, jurídica y política y de otro la sociología criminal". 
De ello se desprende que para Ferri nuestra disciplina forma parte de la Sociología 
general y no de la Criminología como afirman los autores citados previamente. 
 
En igual sentido se pronuncia el Diccionario de Sociología al decir que "La Sociología 
Criminal, pues, es una aplicación de la Sociología general a los fenómenos específicos 
de la delincuencia". 
Es inconcuso que dentro del real acontecer colectivo hay fenómenos disociativos entre 
los cuales existen unos de excepcional importancia, que consisten en la violación de 
preceptos de profundo valor humano. 
 
 
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Algunas de tales violaciones están tipificadas en las leyes penales y, cuando toman 
realidad (sin prejuzgar de su moralidad o inmoralidad), se dice que se ha cometido un 
delito cuyo autor es un ser humano a quien se llama delincuente o criminal. 
 
A la Criminología le toca examinar la totalidad de causas y efectos, individuales o 
sociales, de tal conducta, registrándolos y describiéndolos en su realidad; pero su 
orientación puede cambiar, bien hacia el estudio del fenómeno individual, concretamente 
considerado (delito y delincuente) o bien hacia el examen del conjunto, llamado 
delincuencia corno fenómeno social, masivo o colectivo, real. 
 
En este último caso, entra en función la Sociología Criminal, zona intermedia de dos 
ciencias causal explicativas: una que tiene gran amplitud: la Sociología general y otra 
más restringida que es la Criminología. 
 
Como la Sociología general es una ciencia de la realidad que estudia las interacciones 
entre individuos o grupos, su sentido y sus conexiones de sentido, (en que, con justicia 
mucho insiste Recaséns Siches) la Sociología Criminal debe estudiar también estos 
puntos, sólo que tomando en cuenta principalmente el sector de la población que ha 
reaccionado violando la Ley Penal. Pero como no se puede separar lo criminal, siempre 
interpersonal, del resto de la vida social, se convierte en el principal interés del estudio 
dentro de una sociedad tornándola como fondo. 
 
La Sociología Criminal estudia, pues, la realidad del acontecer criminal colectivo, masivo, 
estática y dinámicamente, considerando sus causas ·exógenas y endógenas y sus 
efectos. 
 
La Sociología criminal es la rama de la sociología general que estudia el acontecer 
criminal como fenómeno colectivo, de conjunto, tanto en sus causas, como en sus 
formas, desarrollo, efectos y relaciones con otros hechos sociales. 
 
 
 
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Su contenido.-Ferri dice que "la antropología (para el estudio de los hechos orgánicos y 
de los hechos psíquicos) y la estadística criminal, de una parte, y de otra el derecho 
criminal y penal, no son más que capítulos especiales" de la Sociología Criminal, con lo 
que nosotros no podemos estar de acuerdo, ya que no todo lo que comprende la 
antropología, la psicología y la estadísticas criminales, el derecho penal y otras ciencias, 
puede ser estudiado dentro de nuestra disciplina; el hecho de que tales ciencias puedan 
aplicarse a lo criminal, no nos permite afirmar que, ya aplicadas, sean capítulos 
especiales de la materia que estudiamos. 
 
Para Carrancá y Trujillo "La Sociología Criminal estudia, en su rama bio-sociológica, los 
caracteres individuales del delincuente con el fin de determinar la causas de su delito y 
su grado de temibilidad social; en su rama jurídica estudia la legislación preventiva y 
represiva de la delincuencia...". "Comprende, como se ve... , el conjunto de las disciplinas 
criminológicas, inclusive el Derecho Penal. ..". 
 
Tampoco podemos estar d.e acuerdo con ello, por las razones ya apuntadas arriba, y, 
además, porque a la Sociología no le interesan los casos particular.es sino en cuanto 
son parte del fenómeno colectivo; tampoco le interesa la "temibilidad social" del 
delincuente, sino los hechos delictuosos en su masa o conjunto. El concepto de 
temibilidad social es individual y por ello no es de la Sociología, sino de la Criminología, 
siempre con miras hacia la Política criminal, particularmente en su capítulo de 
prevención. Siendo la Sociología una disciplina causal explicativa y fáctica, no vemos la 
razón para que incluya disciplinas normativas como el Derecho Penal. 
 
Por otra parte, el mismo autor dice que: "Hay que diferenciar las causas de cada delito y 
las causas de la criminalidad. Estas . . . , constituyen el material propio de la SociologíaCriminal. ..". Es indudable que en esta última opinión no le falta razón, pero es claro que 
las causas de la criminalidad no constituyen el único material propio de nuestra 
materia.(2) 
 
 
(2)Quiroga.H. (1970). Introducción a la Sociología Criminal. México, DF: Instituto de Investigaciones Sociales. 
 
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DEFINICIONES DE LA DESVIACIÓN 
 
El outsider-quien se desvía de un grupo de reglas ha sido sujeto de múltiples 
especulaciones,. teorías y estudios científicos. Lo que el hombre común quiere saber 
sobre los outsiders es por qué hacen, qué los lleva a hacer algo prohibido y cómo es 
posible dar cuenta de esa transgresión. La investigación científica ha intentado dar 
respuesta a estas preguntas, y para hacerlo ha aceptado la premisa -derivada del sentido 
común- de que existe algo inherente a la desviación (cualitativamente distintivo) en el 
acto de transgresión (o de aparente transgresión) de las reglas sociales. También ha 
aceptado la presunción generalizada de que las infracciones a la norma responden a 
alguna característica de la persona que las comete que la impulsa necesaria o 
inevitablemente a hacerlo. 
 
Los científicos no suelen cuestionar la etiqueta de "desviado" cuando se aplica a 
acciones o personas en particular, sino que lo aceptan como algo dado. Al hacerlo, 
adoptan los valores del grupo que ha establecido ese juicio. 
 
Es fácil constatar que diferentes grupos juzgan como desviadas diferentes conductas, lo 
que debería alertarnos acerca de la posibilidad de que tanto la persona que juzga como 
el proceso por el cual se ha llegado a ese juicio y la situación juzgada estén todos 
íntimamente involucrados en el fenómeno de la desviación. 
En tanto la visión del sentido común sobre la desviación y las teorías científicas que 
parten de sus premisas presuman que las infracciones a la norma son inherentemente 
desviadas, y por lo tanto den por sentadas las situaciones y procesos de esa valoración, 
estarán dejando de lado un aspecto muy importante. 
 
Al ignorar el carácter variable de los procesos de valoración, los científicos limitan, por 
omisión, las diferentes teorías que pueden elaborarse y la comprensión que puede 
lograrse del fenómeno ( Cres-sey,1951). 
 
 
 
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Nuestro primer problema es entonces construir una definición de desviación. Antes de 
hacerlo, consideremos algunas de las definiciones científicas en boga actualmente, para 
ver qué es lo que dejan afuera si se toman como punto de partida para un estudio de la 
marginalidad. 
 
La visión más simplista de la desviación es esencialmente estadística, y define como 
desviado todo aquello que se aparta demasiado del promedio. 
 
Cuando un estadístico analiza los resultados de un experimento agrícola, describe el 
tallo excepcionalmente largo de una planta de maíz y el excepcionalmente corto como 
desviaciones de la media o promedio. 
 
En ese sentido, cualquier cosa que se diferencie de lo que es más común podría 
describirse como desviada. Desde ese punto de vista, ser zurdo o pelirrojo son 
desviaciones, pues la mayoría de la gente es diestra y de cabello oscuro. 
 
Expresado así, el punto de vista estadístico parece limitado, incluso trivial. Reduce el 
problema descartando muchas preguntas valiosas que notablemente surgen cuando se 
discute la naturaleza de la desviación. 
A la hora de evaluar cualquier caso en particular, todo lo que uno debe hacer es calcular 
la distancia existente entre el comportamiento analizado y el comportamiento promedio, 
lo que constituye una solución demasiado simplista. 
Salir a reunir casos a partir de esa definición implica regresar con una mezcla que reúne 
obesos con asesinos, pelirrojos, homosexuales e infractores de tránsito. 
 
Esa mezcla incluye tanto a quienes efectivamente se desvían de la noticia como a otros 
que no han quebrantado ninguna noticia en absoluto. 
 
 
 
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La definición estadística de la desviación, en resumidas cuentas, está totalmente alejada 
de la preocupación por la violación a la norma, motivo del estudio científico de la 
marginalidad. . 
 
Un punto de vista menos simplista;"pero mucho más generalizado, identifica la 
desviación con algo esencialmente patológico y que revela la presencia de una 
"enfermedad". Esta perspectiva descansa, obviamente, en una analogía médica. Cuando 
el organismo humano funciona bien y no experimenta ningún desarreglo, se dice que es 
"saludable". Cuando no funciona bien, hay enfermedad. 
El órgano o miembro afectado es considerado patrón lógico. 
 
Por supuesto que existe amplio consenso respecto de lo que es un organismo en buen 
estado de salud. 
Pero el consenso no existe cuando el término "patológico" es usado análogamente para 
describir ciertos tipos de conductas que se consideran des- viadas, justamente porque 
no hay acuerdo respecto de lo que constituye un comportamiento saludable. 
 
Si ya es difícil encontrar una definición de conducta saludable que pueda satisfacer 
incluso a un g¡upo tan acotado y selecto como el de los psiquiatras, encontrar una 
definición que el común de la gente acepte como acepta el criterio de lo que es un 
organismo saludable es directamente imposible (véase el debate contenido en Wright 
MilIs, 1942). 
 
A veces la gente utiliza esa analogía de manera más estricta, porque cree que la 
desviación es producto de un desorden mental. 
 
El comportamiento de un homosexual o un drogadicto es considerado entonces como 
síntoma de una enfermedad mental, del mismo modo que la dificultad que tienen los 
diabéticos para curarse de los moretones es vista como un síntoma de la enfermedad 
que padecen. 
 
Pero la enfermedad mental sólo se parece a la física metafóricamente: 
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Empezando por cosas como la sífilis, la tuberculosis, la fiebre tifoidea, los carcinomas y 
las fracturas, hemos creado una "clase" llamada enfermedad. 
 
Al principio, esa clase estaba compuesta por unos pocos elementos que compartían el 
rasgo común de referirse a los estados de desorden estructural o funcional del cuerpo 
humano entendido como máquina fisicoquímica. 
 
Con el tiempo, se fue incorporando otro tipo de elementos, que no fueron sin embargo 
agregados porque fuesen desórdenes físicos de descubrimiento reciente, sino porque el 
criterio médico de selección cambió, y pasó a estar enfocado en la incapacidad y el 
sufrimiento. 
 
De esa manera, y paulatinamente, cosas como la histeria, la hipocondría, la neurosis 
obsesivo-compulsiva y la depresión fueron incorporadas a la categoría de enfermedades. 
Más tarde, y cada vez con mayor celo, los médicos, y en especial los psiquiatras, 
empezaron a llamar "enfermedad" (vale decir, por supuesto, "enfermedad mental") a todo 
aquello en lo que detectaban signos de mal funcionamiento, sin tomar como base ningún 
criterio. 
 
 En consecuencia, la agorafobia es una enfermedad porque uno no debería tener miedo 
a los espacios abiertos. 
 
La homosexualidad es una enfermedad porque la norma social es la hetero-sexualidad. 
El divorcio es algo enfermo porque señala el fracaso de un matrimonio. 
 
El delito, el arte, los líderes políticos indeseables, la participación en actividades sociales 
o el alejamiento de ellas: todo esto y mucho más ha sido considerado bajo el signo de la 
enfermedad mental. (Szasz, 1961). 
 
 
La metáfora médica limita nuestra visión tanto como el enfoque estadístico. 
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Acepta el juicio lego de que algo es desviado y, por analogía, sitúa su origen en el interior 
del individuo, impidiendo de esa manera que podamos analizar ese juicio mismo como 
parte crucial del fenómeno. 
 
Algunos sociólogos utilizan también un modelo de la desviación basado esencialmente 
en las nociones médicas de la salud y la enfermedad. Observan la sociedad, o una parte 
de ella, y se preguntan si hay procesos en marcha tendientes a desestabilizarla,amenazando así su supervivencia. 
 
Etiquetan esos procesos como desviados o los identifican con síntomas de un desarreglo 
social. Discriminan entre rasgos sociales que fomentan la estabilidad (y que son, por lo 
tanto, "funcionales") y rasgos sociales que buscan interrumpir la estabilidad (o sea, 
"disfuncionales"). 
 
Ese punto de vista tiene la gran virtud de señalar zonas de la sociedad potencialmente 
problemáticas que pasan inadvertidas para la gente (véanse Merton, y Parsons, 1951. 
 
En teoría puede parecer fácil, pero en la práctica es muy difícil discriminar lo que es 
funcional de lo que es disfuncional para una sociedad o grupo social. 
La cuestión de cuál es el propósito u objetivo (función) de un grupo y, en consecuencia, 
qué cosas lo ayudan a lograrlo o se lo impiden suele ser de carácter político. 
 
No hay consenso al respecto dentro de las diferentes facciones del mismo grupo, y cada 
una de ellas opera para que prevalezca su propia idea de la función que tiene ese grupo. 
 
La función de un grupo u organización, por lo tanto, es el resultado de una con- frontación 
política, y no algo intrínseco a la naturaleza de la organización. 
 
De ser esto cierto, entonces es muy probable que también deban ser consideradas como 
políticas las decisiones acerca de qué leyes hay que aplicar, qué comportamientos se 
consideran desviados y quiénes deben ser etiquetados como outsiders. 
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Al ignorar el aspecto político del fenómeno, la visión funcional de la desviación también 
limita nuestra comprensión. 
 
Otra de las perspectivas sociológicas es más relativista. Define la desviación como el 
fracaso a la hora de obedecer las normas grupales. 
 
Una vez que las reglas vigentes de un grupo son explicadas a sus miembros, podemos 
señalar con bastante precisión si una persona las ha violado y es, por lo tanto, desde esa 
perspectiva, un desviado. 
 
Esa visión es más cercana a la mía, pero no da importancia suficiente a las 
ambigüedades que surgen al momento de decidir qué normas deben ser tomadas como 
patrón para medir o juzgar si un comportamiento es desviado o no. 
 
Una sociedad está integrada por muchos grupos, cada uno de los cuales tiene su propio 
conjunto de reglas, y la gente pertenece a muchos grupos simultáneamente. Una 
persona puede romper las reglas de un grupo por el simple hecho de atenerse a las 
reglas de otro. ¿Es entonces una persona desviada? Los defensores de este enfoque 
pueden argumentar que, si bien puede surgir cierta ambigüedad respecto de las reglas 
particulares de un grupo U otro, existen normas que son generalmente aceptadas por 
todos, en cuyo caso el obstáculo no aparece. Se trata, por supuesto, de una cuestión de 
hechos concretos, que debe ser definida por la investigación empírica. 
 
 
 
No estoy seguro de que haya tantas zonas de consenso, y creo que es más sabio partir 
de una definición que nos permita trabajar tanto con situaciones ambiguas como no 
ambiguas. 
 
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También Howard Brotz (1961) afirma que el fenómeno de lo que es "funcional" y lo que 
es "disfuncional" es de carácter político. 
 
 
LA DESVIACIÓN Y LA RESPUESTA DE LOS OTROS 
 
La visión sociológica que acabamos de analizar define la desviación como la infracción 
a algún tipo de norma acordada. Luego se pregunta quién rompe las normas, y pasa a 
indagar, en su personalidad y situaciones de vida, las razones que puedan dar cuenta 
de sus infracciones. 
 
Esto implica presumir que quienes violan las normas constituyen una categoría 
homogénea, pues han cometido el mismo acto desviado. 
 
A mi entender, dicha presunción ignora el hecho central: la desviación es creada por la 
sociedad. No me refiero a la manera en que esto se entiende comúnmente, que sitúa las 
causas de la desviación en la situación social del individuo desviado o en los "factores 
sociales" que provocaron su accionar. 
 
Me refiero más bien a que los grupos sociales crean la desviación al establecer las 
normas cuya infracción constituye una desviación y al aplicar esas normas a personas 
en particular y etiquetarlas como marginales. 
 
Desde este punto de vista, la desviación no es una cualidad del acto que la persona 
comete, sino una consecuencia de la aplicación de reglas y sanciones sobre el 
 
"infractor" a manos de terceros. Es desviado quien ha sido exitosamente etiquetado 
como tal, y el comporta- miento desviado es el comportamiento que la gente etiqueta 
como tal. 
 
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Como, entre otras cosas, la desviación es una consecuencia de la respuesta de los otros 
a las acciones de una persona, a la hora de estudiar a la gente que ha sido..,etiquetada 
como desviada, los estudiosos del tema no pueden presuponer que estén trabajando con 
una categoría homogénea. 
 
Vale decir, no pueden asumir que esas personas hayan cometido realmente un acto 
desviado o quebrantado alguna norma, pues el proceso de etiquetado no es infalible. 
 
Algunas personas pueden llevar la etiqueta de desviadas sin haber violado ninguna 
norma. Más aún, no pueden mirar que la categoría de aquellos etiquetados como 
desviados contenga a todos los que han violado realmente la norma, pues muchos 
infractores pasan inadvertidos y por lo tanto no son incluidos en la población de 
"desviados" que se estudia. 
 
En la medida en que dicha categoría carece de homogeneidad y no incluye todos los 
casos que la integran, es de esperar que no se encuentren factores comunes de 
personalidad o de situaciones de vida que puedan dar cuenta de la supuesta desviación. 
 
¿Qué tienen en común, entonces, quienes llevan el rótulo de la desviación? Comparten 
al menos ese rótulo y la experiencia de cargar con él. 
 
Comenzaré mi análisis con esta similitud básica y consideraré la desviación como el 
producto de una transacción que se produce entre determinado grupo social y alguien 
que es percibido por ese grupo como un rompe-normas. 
 
 Me ocuparé menos de las características personales y sociales de los desviados que de 
los procesos por los cuales llegan a ser considerados outsi-dersy de sus reacciones 
frente a ese juicio.(3) 
 
(3) Becker. H.. (2009). Outsiders, hacia una sociología de la desviación . México,DF : Siglo veintiuno. 
 
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Medida y evolución de la delincuencia 
 
La inseguridad pública es uno de los temas que más han preocupado a la sociedad 
mexicana en los últimos años. La ciudadanía no ha podido dejar de convertirlo en el tema 
privilegiado; se ha convertido en el tema de temas. 
 
Es por ello que cada vez son más frecuentes las demandas de ciudadanos y de 
empresas que piden una acción más efectiva por parte de las autoridades para erradicar 
una actividad que genera temor e incertidumbre entre la población y cuantiosas pérdidas 
económicas. 
 
La cobertura que hacen los medios en torno al problema de la inseguridad resulta 
fundamental debido a su gran capacidad de difusión de discursos. 
 
Cada día, desde muy temprano, si uno revisa el periódico, sintoniza un noticiero o 
enciende la televisión, encontrará como constante notas referentes a los hechos 
delictivos. 
 
Todos estamos conscientes de que el problema de la inseguridad es grave y complejo. 
La seguridad de las personas y de sus bienes, además de ser una demanda social, es 
una obligación insoslayable del Estado. 
 
El control de la violencia y del crimen constituye una responsabilidad básica e 
irrenunciable, además de ser necesaria para establecer las posibles bases de una 
legitimidad tan perdida en la actualidad; por tanto, una utilización ideológica del tema le 
resulta indispensable como forma al menos incipiente de evitar su propio aniquilamiento. 
 
Por ello este tema se ha convertido en uno de los constantes focos de atención social y 
gubernamental. 
 
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Por tales razones, se manifiestan inconformidades de la política en tornoa la seguridad, 
así como voces de alarma y de preocupación de la ciudadanía, de algunos sectores 
progresistas, de instancias gubernamentales y, por supuesto, de algunos organismos de 
defensa y promoción de los derechos humanos tanto nacionales como internacionales. 
 
Consecuentemente, se han organizado diversos foros en los que estos temas forman 
parte de la agenda política actual, y de donde han surgido algunas alternativas que 
proponen la construcción de modelos de seguridad pública basados en el respeto a la 
cultura de los derechos humanos, en los que existan las posibilidades de hacer un 
análisis que amplíe el espectro hacia temas como los conceptos de seguridad pública, el 
tema de las responsabilidades estatales, la rendición de cuentas, etc., permitiendo tener 
una visión más amplia de la seguridad de las personas. 
 
El problema de la inseguridad ciudadana 
 
Una de las principales fuentes que abrevan a una sociedad, que promueven el temor y 
el miedo a la inseguridad y que los Estados no han podido manejar, es la legitimidad 
para enfrentar ese problema. 
 
En este sentido, para abordarlo, es necesario establecer la génesis del fenómeno 
delictivo y las causas y consecuencias que ello ha acarreado. 
 
El fenómeno delictivo siempre ha estado presente en la sociedad. Lo encontramos 
presente en las más incipientes formas de organización social, e incluso en las más 
evolucionadas sociedades actuales, con sus dinámicas e interacciones de intercambio 
social, cultural y tecnológico desarrollado en un mundo globalizado. 
 
En este sentido, Appadurai manifiesta que por siglos, en el mundo ha habido una gran 
cantidad de interacciones. 
 
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20 
En el pasado los intercambios culturales y económicos estaban restringidos por las 
barreras geográficas; dichos intercambios implicaban grandes travesías y esfuerzos, así 
como largos tiempos de espera. 
 
Lo anterior ha cambiado dramáticamente en los últimos siglos debido al progreso 
extraordinario e incesante de la tecnología. 
 
La vida de las ciudades, la intensificación del intercambio de mercados, la creación de 
bancos y negocios monetarios requiere cada vez más del manejo de informaciones 
fidedignas de lo que acontece en distintos lugares. 
 
Las nuevas tecnologías de la comunicación, incluyendo la fibra óptica, la comunicación 
vía satélite, los sistemas de microondas de larga distancia, los teléfonos celulares, y en 
general toda la industria de las telecomunicaciones, nos permiten ya hablar con el 
máximo rigor de la existencia de un mundo global, completamente interconectado en 
tiempo real, en el que ya resulta factible realizar las maravillas que nuestra mente ha 
imaginado. 
 
Los flujos de personas, dinero, tecnología, información, ideologías e imágenes son 
inmediatos, con lo cual ingresamos en una condición de vecindad. Es decir, estamos 
cercanos a todo y a todos, y el fenómeno delictivo no se ha quedado atrás: ha 
evolucionado junto con la tecnología. 
 
La inseguridad ciudadana atenta contra las condiciones básicas que permiten la 
convivencia pacífica en la sociedad y pone en peligro o lesiona los derechos 
fundamentales; así, garantizar la seguridad de los ciudadanos constituye una razón de 
ser del Estado. 
 
Sin embargo, en una sociedad de riesgo y compleja como la nuestra, entre los 
funcionarios encargados de esta función primordial observamos conductas antisociales 
que acentúan la incertidumbre y ponen enormes retos de eficacia y 
 
 ELCPAPO 
21 
legitimidad a las instituciones. Esto refleja en gran medida su falta de competencia para 
brindar seguridad y la ineficiencia en su labor profesional. En la medida en que la 
percepción de inseguridad aumenta, la legitimación de las detenciones arbitrarias 
también crece. 
 
En el actuar cotidiano del Estado Moderno encontramos que su legitimidad se ha 
desdibujado. Es común que los ciudadanos pierdan espacios frente a la descomposición 
del monopolio que ejerce el Estado, el cual se ha convertido, en palabras de Lenin: “en 
una organización especial de la fuerza, es una organización de la violencia para la 
represión de una clase cualquiera” (1979: 24), y lo más grave es que se ha orientado al 
ciudadano común y corriente. 
 
El Estado controla mediante reglas que define por criterios de contingencia; es decir, por 
las reglas no escritas de los órdenes dominantes frente a la sociedad, lo cual rompe su 
legitimidad. 
 
En cuanto a la legitimidad, con lo que nos encontramos en la actualidad es con una 
ausencia de ella, la cual Luis González Placencia divide en: 
 
1. En el plano de la vida cotidiana, la ausencia de legitimidad se expresa como una 
imposibilidad literal para garantizar un contenido de validez a los actos de autoridad de 
quienes dictan (ámbito legislativo), quienes dicen (ámbito jurisdiccional) y quienes 
aplican el derecho (ámbito administrativo). 
 
Esto se refleja en la disociación que se da entre la dictaminación de leyes y la falta de 
análisis por parte de los legisladores, de las posibles consecuencias de dichos procesos 
legislativos; por ejemplo, la modificación al Código Penal para el Distrito Federal, donde 
se criminalizan cada vez más actos y se incrementan las penas y la consecuente 
sobrepoblación de los centros penitenciarios. 
 
 
 
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22 
Por tanto, quienes dictan el derecho y quienes sancionan el derecho (jueces y 
magistrados) no tomaron en cuenta lo que tenían que decir las autoridades 
administrativas de la ejecución de las penas, y si existe un incremento de indiciados y 
procesados sin tener éstas la capacidad instalada para recibirlos en las cárceles de la 
ciudad. 
 
Entonces esto genera otro problema de inseguridad social y se convierte en una bomba 
de tiempo, sin contar con los procesos aparejados como el autogobierno y la gran 
cantidad de mafias que pululan en los centros penitenciarios. 
 
2. La fórmula en mayor o menor medida autoritaria, a la que tradicionalmente se ha 
recurrido para resolver esa ausencia de legitimidad, ha excluido la posibilidad, primero, 
de generar, y enseguida de promover, una respuesta racionalmente estructurada, en 
términos de control democrático de los actos públicos, en el seno de la sociedad. 
 
No obstante, el control que ejerce la policía oscila entre la aparente paradoja consenso-
coerción: en la medida en que crecen las condiciones probables de ser víctima de un 
delito, la necesidad de coerción física directa sobre la libertad personal de los ciudadanos 
disminuye. 
 
El Estado radicaliza la represión desde la creación de leyes de emergencia hasta la 
expansión de la discrecionalidad policial. 
 
En este sentido, y siguiendo a González Placencia, se apunta que para situar el problema 
de la seguridad desde una perspectiva crítica, será necesario partir del reconocimiento 
de que ha sido la condición hipertrófica del principio del mercado frente a las demás que 
constituyen el pilar regulativo de la modernidad, la que ha repercutido de manera 
indirecta en la transformación de los mecanismos de regulación y control del Estado 
neoliberal, y la que, en el centro mismo de esa transformación, ha generado la aparición 
de procedimientos de emergencia jurídico-penales destinados al control duro de la 
desviación, a través de regulaciones de excepción, entre las cuales la relativa a la 
seguridad ocupa un lugar central. 
 
 ELCPAPO 
23 
El reclamo legítimo de los ciudadanos respecto a un Estado y una institución policial 
responsable y capaz de cumplir con sus funciones se aprecia en la percepción que las 
personas tienen sobre el desempeño de quienes tienen la función de brindar la 
protección. 
 
Cabe destacar que la percepción de inseguridad está influenciada por las creencias, 
actitudes, valores y experiencias que pueden o no tener correlación. 
 
 En este sentido, según Henrique Thomé: “La llamada seguridad ciudadana”,con sus 
dimensiones objetiva, subjetiva y tolerable, se forja a partir de patrones culturales 
colectivos determinados por una base material y estructural, de valores colectivos y de 
actuaciones políticas. Se trata de una noción amplia de seguridad que conecta con otras 
áreas de la seguridad (medioambiental, alimentaria, del tráfico, etc.) y enlaza con 
diversos problemas sociales. 
 
El análisis parte de la delincuencia común y de las instituciones de seguridad de los 
distintos países, pero se analizan los datos desde una perspectiva amplia e integradora. 
Se pone énfasis en las dimensiones objetiva, subjetiva y tolerable de la seguridad. 
 
La discusión se extiende a la relación de estas dimensiones con las demandas de 
seguridad y pautas del uso de las instituciones. 
 
Aun cuando existe una brecha entre la realidad y la percepción pública de inseguridad 
frente a la delincuencia, es evidente que los ciudadanos no se sienten protegidos por las 
instituciones públicas en su seguridad física y patrimonial; tienen la sensación de que la 
criminalidad ha rebasado a las instituciones, que la delincuencia se encuentra fuera de 
control, y se cuestiona la eficacia de la policía y de las instancias de procuración e 
impartición de justicia. 
 
 
 
 ELCPAPO 
24 
De igual manera, los vínculos entre los grupos policiacos y la delincuencia organizada 
producen un clima de temor y desconfianza hacia las instituciones que son responsables 
de velar y procurar por la seguridad pública en México. 
 
En este sentido, la policía al enfrentarse al infractor (haya infringido la ley o no), genera 
clientes potenciales en un mercado de la seguridad muy fomentado, en primer lugar, 
porque crea relaciones de producción que cotidianamente no son necesariamente 
legítimas, sino incluso totalmente ilegítimas, ya que los policías son vistos como agentes 
de autoridad con los cuales puedes gestionar un atajo contra infracciones en la ley, tanto 
en asuntos graves (delitos) como leves (in- fracciones); todo ello por medio de una 
relación comercial llamada comúnmente“mordida”o“dádiva”. 
 
En segundo lugar, el policía genera certezas de lealtad con sus jefes y mandos, limitando 
los pocos mecanismos de control, y trasladando una visión de disciplina y autoridad a 
una visión de indisciplina y autoritarismo. 
 
Sus jefes son autoritarios y represivos, los policías son en muchos casos serviles frente 
al que detenta el poder y la disciplina; su función y autoridad definidos por los beneficios 
económicos y por el poder obtenido como un incentivo de su posición, todo ello forma 
parte de los efectos de las relaciones dentro de la organización policial, con todas las 
consecuencias que ello acarrea. 
 
La generación de impunidad, al establecerse como un eslabón entre el que comete una 
falta o delito y el sistema de justicia penal, llega a condiciones en donde se permiten 
actos delictivos y se dice:“no hay bronca, se puede cometer un delito y la posibilidad de 
que me agarren es mínima”; o, por otro lado, se afirma: “si me detienen los policías, y 
dependiendo del asunto, pues le entro con una cantidad de dinero y me sueltan”, todo lo 
cual favorece una condición de inseguridad que es cada vez más palpable con las cifras 
de no denuncia delictiva. 
 
Así, los políticos han sabido comprender que la creciente inseguridad es una forma 
rápida de ganar adeptos para captar potenciales votantes. Para ello invocan la falta de 
 
 ELCPAPO 
25 
policía y de autoridad del Estado y proponen “cero tolerancia” para todos los delitos; pero 
nadie levanta la bandera de alerta temprana para trabajar en lo preventivo porque los 
partidos políticos saben que las encuestas confirman que el sentimiento de inseguridad 
es la principal preocupación de la región, e interpretan que la inseguridad es un arma 
electoral que evidencia falta de autoridad. 
 
El sistema penal está formado por instituciones que, al estar relacionadas con cuestiones 
de justicia, ley y orden, tienen una carga simbólica que se refleja en la imagen pública, 
por lo que otro elemento importante a considerar es la confianza de los ciudadanos en 
las instituciones de seguridad. 
 
Así, una forma de conocer el sistema es observando la actitud de la población hacia las 
instituciones. Este punto es muy importante debido a que cuanta más confianza inspiren, 
mejor predisposición cabe esperar para su utilización. 
 
En una democracia madura no basta que las instituciones tengan una buena imagen, 
sino que la población las utilice, las haga suyas, y que esas instituciones respondan a 
sus problemas y necesidades. 
 
Como podemos observar, denunciar un delito refleja, de alguna manera, cómo son las 
relaciones entre las instituciones relacionadas con el sistema penal y la sociedad. 
 
La policía en México: ¿prevención o represión? 
 
Como lo hemos venido señalando, proporcionar seguridad dentro del marco de respeto 
a los derechos fundamentales es uno de los principales objetivos del Estado, pero para 
ello es necesario implementar diversas acciones y estrategias. En este sentido, el 
derecho penal ha jugado un papel fundamental como herramienta de control social. 
 
 
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26 
La planeación de la reacción del Estado contra la delincuencia existente en su territorio 
y contra los efectos generados por los fenómenos criminógenos recibe el nombre de 
política criminal, la cual es una sistematización sociopolítica y jurídica de las prioridades, 
actividades y medios dirigidos al control y eventual erradicación de los fenómenos 
delincuenciales suscitados en un territorio determinado. 
 
En el ámbito de la seguridad pública, se puede afirmar que no todas las políticas públicas 
en esta materia protegen los derechos fundamentales, sino que, por el contrario, la 
mayoría de ellas basan su supuesta eficacia en aplicar políticas que violentan los 
derechos humanos. 
 
 La planeación e implementación de estas medidas dirigidas a enfrentar la delincuencia 
deberán ser congruentes con nuestra Constitución y con el pleno respeto de los derechos 
humanos, y existir el férreo compromiso por parte de la autoridad gubernamental. 
 
Sin embargo, en nuestro país las políticas orientadas a la seguridad pública se desplazan 
de un lado a otro, y no atinan a definir un rumbo y una estrategia integral. 
 
En este sentido, en cuanto a la actividad preventiva de la policía, de acuerdo con Julio 
C. Kala: 
 
siempre actúa expost de la comisión de una conducta antijurídica, y por su propia 
naturaleza la intervención de la policía es a posteriori; es decir, en lato sensu, el término 
refiere la intervención –manipulación– en el presente, del medio –natural o social– con 
el propósito de alterar la dinámica futura del evento, por ello, las políticas preventivas son 
por definición a priori. 
 
La intervención del sistema punitivo, específicamente la actuación de la policía, bajo un 
modelo democrático está supeditada a la actualización de cualquier hipótesis normativa, 
es decir, a que se realice la conducta antijurídica; si esa conducta se lleva a 
 
 ELCPAPO 
27 
cabo, el policía preventivo está facultado legalmente para detener al sujeto en el 
momento en que se realiza el delito o la infracción, o inmediatamente después de que 
haya ocurrido, o sea, ex post. 
 
Pero si la conducta antijurídica aún no se ha realizado y el requisito para que el policía 
intervenga es la realización de la misma, entonces no existe la posibilidad de justificar la 
actuación del policía porque es arbitraria. 
 
Sólo es posible captar el alcance garantista de la libertad personal cuando se analizan 
los espacios de legalidad que constitucionalmente tiene facultado el Estado para 
restringirla, porque constituyen los fundamentos jurídicos indispensables para motivar 
los alcances materiales de una detención legal. 
 
La realidad policial está plagada de una serie deprácticas difusas, como formas de 
detención que en la mayoría de los casos irrumpen en la ilegalidad, violentando el 
derecho a la libertad personal porque no se respetan las garantías de su debido ejercicio. 
 
 
De acuerdo con la Ley de Seguridad Pública del Distrito Federal: 
 
ARTÍCULO 2o.- La seguridad pública es un servicio cuya prestación, en el marco de 
respeto a las garantías individuales, corresponde en forma exclusiva al Estado y tiene 
por objeto: 
I. Mantener el orden público; 
II. Proteger la integridad física de las personas así como 
sus bienes; 
III. Prevenir la comisión de delitos e Infracciones a los 
reglamentos gubernativos y de policía; 
 
IV. Colaborar en la investigación y persecución de los 
 ELCPAPO 
28 
delitos, y 
V. Auxiliar a la población en caso de siniestros y desastres. 
 
Estas funciones se entienden encomendadas al Departamento y a la Procuraduría, de 
acuerdo con la competencia que para cada uno de los cuerpos de seguridad pública 
establece la Constitución. 
 
Como ya lo explicamos, en el pasado el derecho penal actuaba ex post facto, o sea, 
posterior al acto delictivo, y actuaba como un mediador entre dos partes en conflicto; hoy 
el derecho penal actúa ex ante acto, o sea, antes del acto delictivo, lo cual conlleva toda 
una política criminal que tiene en su seno la idea de “cómo le hacemos para que 
ubiquemos a los delincuentes antes de que se vuelvan delincuentes”. 
 
Además, ataca sentimientos de identificación potencial, no con el delincuente –o de 
pensar de que todos podemos ser potenciales delincuentes y sufrir todas estas políticas 
de exclusión–, sino de identificación con las víctimas o con las víctimas potenciales (que 
aunque nunca lo hayan sido o lo sean se convierten en fantásticos voceros de situaciones 
atroces que nos pueden suceder), ya que estas últimas legitiman la política pública 
violadora de derechos humanos, convirtiéndose este país en una“República de 
lasVíctimas” en donde hay que estigmatizar a los que se perciban como probables 
delincuentes, y donde se legitima la violación a los derechos humanos y la política 
represiva, por ejemplo: mayor penalidad y menor edad penal. 
 
En una sociedad como la nuestra, en palabras de Pavarini:“el sistema de justicia penal 
es solamente el instrumento para reforzar un orden artificial en el proceso de 
monopolización de los recursos represivos por parte del Estado” (2006: 189), donde las 
conductas “desviadas” hay que criminalizarlas, liquidar y estigmatizar comunidades, 
junto con la recuperación de mercados y espacios para los potenciales consumistas. 
 
 
Así, en la práctica los “cacheos”,“redadas”,“puestos de control” –como el 
“alcoholímetro”–, etc., giran en torno a la figura del sospechoso, prácticas por medio de 
 ELCPAPO 
29 
las cuales se supone una aproximación a la intervención del policía en la esfera de la 
libertad personal de los ciudadanos, y que desborda la legalidad en la detención, no 
obstante que los policías la realizan en el desempeño de sus funciones de seguridad 
pública del Estado. 
 
Las políticas de seguridad pública basadas en “la ley y el orden” no calculan los efectos 
colaterales, como, por ejemplo, la vulneración de los derechos fundamentales, ya que 
estos últimos son tratados como si fueran un catálogo de cosas que cumplir, como si 
fuera suficiente para una política respetuosa de los derechos humanos la lógica de que 
“si no respetamos los derechos de los delincuentes o de los que nos ponen en peligro, 
no se me pone en riesgo de ser víctima”; por ejemplo, la revisión de las mochilas de los 
estudiantes de secundaria en varias zonas marginadas de la ciudad de México: es 
suficiente que vivas en esa zona de la ciudad, que seas estudiante de secundaria, para 
inferir que llevas dentro de tus pertenencias drogas, armas o cualquier cosa que “afecte 
la tranquilidad del ambiente escolar”, y eres culpable de ello y por tanto hay que revisarte. 
 
Otro ejemplo de todo esto es la detención y revisión de los usuarios de trasporte público 
por parte de las diversas corporaciones de policía. 
 
En diversos puntos de la ciudad, y como una “acción preventiva” y al libre albedrío de los 
policías, detienen a un microbús y solicitan que los usuarios se bajen del transporte, les 
revisan sus pertenencias y les preguntan hacia dónde se dirigen, y si no cooperan con 
dicho operativo, pueden ser sujetos de detención y presentación ante las autoridades 
ministeriales por el delito de resistencia de particulares. 
 
Estas acciones son interesantes de analizar desde el punto de vista de la psicología 
social, ya que la gran mayoría acepta estos operativos, aunque conlleven una violación 
a los derechos fundamentales, pues se afirma que “es mejor tener esto para lograr una 
mayor seguridad, que vivir en la zozobra delictiva”, y volvemos a la condición de víctimas 
potenciales en lugar de víctimas reales. 
 
Lo anterior conlleva a criminalizar a la gente en situación de calle, a los limpiaparabrisas, 
franeleros y a las trabajadoras sexuales y sus clientes, grafiteros y otros grupos 
 ELCPAPO 
30 
vulnerables, en lugar de solucionar el problema del desempleo y otros derivados de la 
falta de aplicación de políticas públicas integrales en las cuales se busque mejorar las 
condiciones de vida. 
 
Lejos de solucionar el problema del desempleo y la carencia de medidas alternativas 
para ejercer el comercio ambulante y la indigencia, la estrategia de seguridad se dirige 
en contra de los más pobres, de los marginados que se autoemplean en la calle para 
subsistirEste tipo de medidas es terreno fértil para las detenciones arbitrarias, el abuso 
de autoridad y la tortura, porque se enfocan en el endurecimiento de las sanciones, 
haciendo a un lado la prevención y protección de los derechos y las garantías de las 
personas. 
 
La relación garantías-control social como espacio en el cual discurre el contenido 
material de la libertad personal comprende las dos caras de la misma moneda: la 
complejidad de las relaciones entre Estado y sociedad. La realidad actual muestra que 
cuando el Estado implementa una mayor seguridad, existe una mayor restricción de la 
libertad. 
 
Aunado a lo anterior, los ciudadanos contribuimos al cierre de estos espacios, pues en 
nuestra sociedad actual, que lleva aparejados procesos de modernidad y premoder- 
nidad, la seguridad y su búsqueda se conjugan en acciones que son dispares. Por 
ejemplo, en ciudades como la nuestra existen espacios físicos en donde sólo es posible 
circular por medio de auto, no se permite la entrada a algunas unidades si no se cuenta 
con un permiso, y se forman espacios públicos como calles y avenidas en espacios 
privados, con la colocación de maceteros y plumas, todo ello conjuntado en un sistema 
de seguridad interior con cámaras de video que preservan el sitio; así una casa o 
departamento es más caro si tiene esas ventajas arquitectónicas. 
 
Ejemplo de este fenómeno, y tomando en cuenta un concepto planteado por Bauman 
(2006), son las fortificaciones cada vez más populares o gated communities, que son 
zonas residenciales con acceso restringido, con altos muros, con todos los servicios 
 
 ELCPAPO 
31 
en el interior –que te permiten relacionarte sólo con tus vecinos y evitar relaciones 
indeseables con “otras personas”– y con su correspondiente ejército de vigilantes 
personales y la utilización de la más alta tecnología en materia de seguridad, cámaras 
de video, cámaras de visión nocturna y monitores de video en la entrada para controlar 
los accesos. 
 
En este sentido, la prevención situacional es un modelo basado en la aplicación de 
mecanismos de exclusión no favorables para una cultura de los derechos humanos; por 
ejemplo, a las zonas doradas de diversas ciudades en donde su exclusividad forma parte 
de su plusvalía, no se puede acceder si no es en auto, por tanto, lospeatones no existen; 
asimismo, las cámaras de video y el ingreso no son permitidos si no hay un documento 
o permiso especial. 
 
 Las bardas altas y las cercas electrificadas para ahuyentar a los curiosos o a los ajenos 
a dichos sitios, junto con las escuelas y los “sitios públicos” exclusivos del inmueble, le 
dan un carácter de un castillo medieval con todo y foso. 
 
 
En este mismo orden de ideas, en la actualidad Garland comenta que: 
[...] hemos visto la llamativa expansión de la seguridad privada, que originariamente 
creció a la sombra del Estado pero que es reconocida cada vez más por el gobierno 
como un socio en la producción de seguridad y el control del delito [...] 
 
Hasta hace muy poco, el supuesto aceptado era que el control del delito era 
responsabilidad del Estado y debía ser llevado adelante por funcionarios estatales en 
función del interés público. 
 
Esta clara línea divisoria entre lo público y lo privado ha comenzado ahora a borrarse. 
Las agencias del sector público están siendo remodeladas emulando los valores y las 
prácticas del sector privado. 
 
 ELCPAPO 
32 
Aunado a lo anterior, se da un fenómeno que merece nuestra atención: el ámbito de lo 
global se vuelve local; por ejemplo, el narcotráfico, que es de una índole más 
internacional, se vuelve un problema local al dejar una parte importante de droga por 
cuestiones de la oferta y la demanda en el país, y el surgimiento del narcomenudeo y las 
famosas tienditas; en otro ejemplo, el robo de autos por medio de mafias nacionales 
vinculadas con grupos delictivos internacionales se traslada a nuestro país a través del 
robo de autopartes y de un mercado negro de partes automotrices, lo cual incluye a miles 
de mexicanos dedicados a dicha actividad ilícita. 
 
Este fenómeno sólo es una parte de la compleja red de procesos sociales. 
 
En otro sentido, el complejo delictivo global que se vuelve local afecta al mercado; este 
fenómeno delictivo es poco favorable para el traslado de capitales foráneos y la 
obtención de mejores rendimientos para el desarrollo de los mercados locales, así como 
para la amenaza en el transporte de mercancías legales que, al ser robadas, se 
convierten en mercancías ilegales e inundan nuestros mercados al convertirse en 
mercancías legales, con la consecuencia de afectar al capital por la pérdida que esto trae 
consigo. 
 
En esta lógica aparecen delitos con una dimensión de mercado y con un factor de riesgo 
mercadológico, en los que la política criminal y sus mecanismos convencionales para 
enfrentarlos son rebasados, todo ello junto con la intervención del efecto mediático que 
vuelve relevante dicho tema; por tanto, el aparato gubernamental busca, en una 
prevención general positiva, crear efectos e imágenes positivas para convencer a la 
gente de que se puede hacer algo, que la delincuencia no está fuera de control, y que no 
va a cejar en su lucha contra este tipo de amenazas. 
 
En consecuencia, el derecho penal cambia: de ser un regulador de conflictos entre dos 
contendientes pasa a ser el regulador entre la sociedad y el aparato estatal, donde el 
derecho penal actúa en los hechos ya no con un discurso de “protector de derechos”, 
sino, por el contrario, con un discurso de “seguridad y orden”. 
 
 
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33 
Es posible generar condiciones de seguridad y respetar los derechos fundamentales si 
hacemos como sociedad la convergencia entre el modelo de seguridad y el marco de 
garantías constitucionales, ya que esta relación justifica la acción policial apegada a la 
preservación de garantías de forma transversal, por medio de la teoría del garantismo 
penal propuesto por Ferrajolli, en la que se establece que “La cultura garantista apuesta, 
en efecto, por una drástica reducción de la esfera del ilícito penal y a favor, precisamente 
de un derecho penal mínimo. 
 
La elección no es, por lo tanto, sólo defensiva, sino fuertemente propositiva por una 
reforma a la ley penal” (citado en Pavarini, Pérez y Tenorio, 2006: 167), donde se deben 
de aplicar las políticas de segu- ridad pública con una interpretación pro homine, en la 
que lo que se busque sea la mejor protección del ser humano y la norma más favorable, 
incluyendo, por ejemplo, la sustitución de penas por trabajos a la comunidad, etcétera. 
 
 
En este sentido, el Código Penal para el Distrito Federal señala que: 
 
ARTÍCULO 30. Las penas que se pueden imponer por los delitos son: 
I. Prisión 
II. Tratamiento en libertad de inimputables; 
III. Semilibertad; 
IV. Trabajo en beneficio de la víctima del delito o a favor 
de la comunidad; 
V. Sanciones pecuniarias; 
VI. Decomiso de los instrumentos, objetos y productos 
del delito; 
VII. Suspensión o privación de derechos; y 
 
VIII. Destitución inhabilitación de cargos comisiones o 
 ELCPAPO 
34 
empleos públicos. 
 
Como vemos, actualmente el Código Penal para el Distrito Federal establece otras 
modalidades para los sustitutivos penales, como, por ejemplo, que la multa puede ser 
sustituida por trabajo en beneficio de la víctima, y la prisión por multa si la pena no excede 
de tres años. 
 
Sin embargo, los sustitutivos siguen siendo considerados como una alternativa a la 
prisión, cuya aplicación corresponde al arbitrio del juez. De acuerdo con una política 
criminal congruente con los postulados del derecho penal mínimo, particularmente del 
principio pro libertatis, los sustitutivos deben ser establecidos por el legislador, es 
 
decir, deben ser el resultado de una política penal legislativa que sale del ámbito de la 
individualización judicial. 
 
Lo anterior no supone que al momento de establecer la punición el juez no aplique los 
criterios de individualización de la pena que rigen para todos los delitos. Se trata de que 
ciertos delitos en ningún caso tengan como respuesta punitiva la prisión, pero aún 
estamos alejados de la aplicación generalizada de los mismos. 
 
Por otro lado, hay que aplicar lo que Baratta propone. Él menciona que es necesario 
establecer lo que llama “la seguridad de los derechos”, por medio de atacar los efectos 
estigmatizantes de las políticas de seguridad, los cotos y lugares cerrados como las 
políticas de prevención situacional, para abrirlos como espacios públicos, ya que estos 
espacios destruyen comunidades porque los que viven ahí tienen miedo de otra gente y 
no se genera vinculación social ni intercambio ni redes ciudadanas. 
 
Por último, cabe destacar que el poder punitivo debe ejercerse de forma racional y 
organizada bajo los principios de Intervención Mínima y de Intervención Legalizada del 
 
 ELCPAPO 
35 
poder punitivo estatal. El primero referido a que el derecho penal sólo debe intervenir en 
los casos de ataques más graves o considerables a los bienes jurídicos tutelados más 
importantes para el conglomerado humano; el segundo alude directamente al principio 
de legalidad, donde se establecen los límites a la intervención punitiva estatal tanto al 
tipificar conductas legalmente consideradas como delictivas, como al aplicar y ejecutar 
las sanciones previstas, mismas que deberán estar regidas por el imperio de la ley. Su 
función estriba en el hecho de evitar un ejercicio arbitrario del poder punitivo estatal. 
 
La Administración de Zedillo empezó a sustituir a la Policía Federal Judicial por miembros 
de las fuerzas armadas en varias zonas del país y colocó a oficiales militares de alto 
rango dentro de agencias civiles de aplicación de la ley, como el Centro de Planeación 
para el Control de Drogas de la pgr. 
 
A partir del año 1995 los secretarios de la Defensa Nacional y la Marina formarían parte 
del Consejo Nacional de Seguridad Pública, la instancia superior de coordinación del 
Sistema Nacional de Seguridad Pública (2010: 1). 
 
Así, de forma paulatina y constante, las fuerzas armadas de nuestro país han tenido una 
constante y ampliada participaciónpolítica en materia de seguridad, y lo único que ha 
cambiado es su comandante en jefe y algunos rasgos que ampliaremos más adelante. 
 
Otro elemento que debemos destacar es la incorporación ya expresa de cuerpos 
militares en materia de seguridad pública. Prueba de ello es que: 
 
[...] en 1999 se creó la Policía Federal Preventiva (pfp) y se integraron a sus filas 5,000 
elementos militares (un porcentaje importante del personal de dicha institución), mientras 
que el mando de la nueva institución “policial” fue asumido por un miembro de las 
Fuerzas Armadas en activo, el vicealmirante Wilfrido Robledo Madrid. De este modo la 
nueva Policía, encargada de la prevención de delitos federales y el apoyo a las policías 
locales y estatales, se debe entender como una fuerza militarizada desde sus 
 
 ELCPAPO 
36 
orígenes. Sería suprimida diez años después para ser reemplazada por la Policía Federal 
(López Portillo)En suma, podemos afirmar que la Policía Federal actual tuvo su génesis 
y se cimentó en las fuerzas armadas, aunque en un principio se pretendió no hacerlo 
abierto sino un poco escondido, y que la incorporación de las fuerzas armadas fuera a 
través de este cambio de uniforme y no por medio de acciones tan abiertas, sin embargo 
esto fue cambiando con el tiempo. 
 
Diversos aspectos se plantean en razón de la profundización de la actuación de las 
fuerzas armadas en materia de seguridad pública; no obstante, lo que no se puede dejar 
de destacar es que 
 
[...] lo que es un hecho es que las fuerzas armadas ahora tienen diversas misiones, el 
cambio se debe quizá a la tríada del mundo moderno que está conformada por la 
democracia como sistema político, la economía de mercado como opción de desarrollo 
vigente y la integración como resultado de la globalización. 
 
Las variables, interdependientes entre sí, tienen un efecto multiplicador y es imposible 
hoy intentar comprenderlas por separado (García, 2002: 66). 
 
En este sentido, no podemos dejar de señalar que la participación militar tiene, como 
apunta Jaime García, un componente de análisis fundamental: se inserta en un 
componente político en el cual correspondería revisar la actuación de los cuerpos 
militares en tres aspectos: la participación en un estado democrático, como componente 
político, el mercado como componente económico y la globalización como componente 
social, lo que nos plantean algunos aspectos muy importantes que debemos de 
profundizar. 
 
Es por ello que las fuerzas armadas tienen otros papales de actuación en materia de 
seguridad pública; no olvidemos que se llevó a cabo un proceso paulatino que no sucedió 
de la noche a la mañana. 
 
Por tanto, 
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37 
[...] en México la idea de “control civil de los militares” está orientada para crear los 
medios y herramientas necesarias y evitar o disminuir el mínimo de probabilidad de que 
los militares lleguen al poder, ya sea para influir o intervenir. 
 
Sin embargo, para los medios políticos siempre está latente el intervencionismo militar 
que constituye una amenaza a la estabilidad democrática. Aunque el origen de éste se 
relacione con las condiciones de inestabilidad política. 
 
 Y, por otra parte, [...] cuando el gobierno civil no es eficaz [...] resulta imposible mantener 
bajo control a la institución militar. El colapso del poder ejecutivo es condición previa para 
el pretorianismo o que las instituciones civiles carezcan de legitimidad, que el gobierno 
civil fracase en la búsqueda de objetivos tales como unificación, orden, modernización, 
la existencia de corrupción o debilidad y desorganización estructural y la no existencia 
de símbolos significativos de carácter general que aglutinen a la sociedad síndrome típico 
de un Estado en el que se hayan descompuestos los modelos tradicionales de cohesión 
social, sin haber sido todavía sustituidos por otros nuevos, y por último que a los 
dirigentes civiles les falte experiencia política y símbolos de autoridad [...] (Barrón Cruz, 
) 
 
 
En el caso de México, las fuerzas armadas participan en el proceso político 
aprovechando el espacio de oportunidad que se tiene, en primer lugar, como fuente de 
legitimación del gobierno en turno; en segundo lugar, la debilidad institucional les permite 
posicionarse; y por último, los pocos elementos cohesionadores que tenemos como 
sociedad actual les permite a las fuerzas armadas ponerse al frente y decir:“somos un 
grupo que le da estabilidad al Estado, no sólo frente al exterior sino fundamentalmente 
al interior, y por ello tenemos un papel determinante y de gran peso en las decisiones 
actuales, tanto a nivel económico como político y social”. Nunca en la historia reciente 
de México se ha podido afirmar que el papel preponderante de las fuerzas armadas ha 
sido tan amplio, pero las manifestaciones de fuerza y de impunidad así lo hacen observar. 
 
A manera de conclusión 
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38 
Un elemento de análisis que no debemos perder de vista son las constantes 
intervenciones policiales sobre los grupos sociales más desprotegidos. 
 
Así, en este país es más riesgoso “parecer delincuente que serlo”, ya que si te expones 
a la intervención preventiva de los cuerpos de seguridad pública eres detenido por 
“sospechoso”. Por ello, para evitar la indebida criminalización de las clases marginales 
es necesario orientar a nuestro sistema de justicia hacia un derecho penal de acto y no 
de autor, como actualmente se encuentra diseñado; es decir, que no se castigue a la 
persona por ser como es,“pobre”,y que se castigue el acto delictivo en sí. 
 
En cuanto a la seguridad pública y políticas de prevención, es necesario que se tome en 
cuenta un modelo de policía no sólo reactiva sino proactiva que se encuentre totalmente 
ligada a la sociedad de manera permanente y no sólo cuando se es víctima de algún 
delito; por tanto, el modelo no se debe basar en acciones de reacción y disuasión, sino 
de prevención y de proximidad con la ciudadanía, en donde el nivel de participación 
ciudadana sea dirigido y consolidado en acciones que permitan cambiar el rumbo de la 
percepción de inseguridad prevaleciente. 
 
Es necesario que el modelo policial sea capaz de crear confianza entre los ciudadanos 
y promueva la búsqueda de cohesión en torno a la ley, en función del valor que el respeto 
de los derechos del otro tiene como potenciador de los derechos de todo el conjunto 
social. 
 
Ante el panorama presentado, muchos son los elementos necesarios que debemos 
establecer como freno a la escalada de violencia en la que vivimos y de la cual los últimos 
gobiernos federales han sido partícipes fundamentales, sobre todo cuando planteamos 
la intervención de los cuerpos militares en tareas de seguridad; sin duda 
 
una terrible herencia dejada por la anterior administración, ya que estas últimas deben 
de estar sujetas a controles civiles, entre otros, un marco jurídico muy preciso que evite 
la impunidad cuando los cuerpos militares abusen de la ciudadanía en el ejercicio de sus 
funciones, por medio de mecanismos de supervisión civil que impliquen sanciones, ya 
que lo que hasta el momento podemos constatar es la inexistencia de marcos 
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39 
reguladores bajo la premisa de una permanencia acotada del ejército en funciones 
policiales. 
 
Por tanto, y en palabras de Ernesto López Portillo, con esta intervención ponemos en 
una situación de riesgo permanente a la población civil mexicana, al no existir los 
mecanismos básicos necesarios para frenar los actos abusivos y violatorios de derechos 
humanos continuamente denunciados en el país por civiles y en muchos casos 
documentados por organismos públicos de derechos humanos y organizaciones de la 
sociedad civil. 
 
El Estado mexicano está incurriendo en una violación permanente del Artículo 2 de la 
Convención Americana sobre Derechos Humanos, al no ajustar su marco normativo y 
políticasa las obligaciones previstas en esa Convención. 
 
Al contrario, el limbo jurídico y [la] falta de controles que caracterizan el actuar del Ejército 
a la fecha y desde décadas atrás, generan una situación en la cual es difícil que no 
sucedan abusos de derechos humanos, tales como el uso excesivo de la fuerza, la tortura 
o tratos inhumanos, detenciones arbitrarias y violaciones a las garantías judiciales. 
 
De esta manera, el mero hecho de exponer a los civiles a los operativos de seguridad 
pública militarizados, actualmente comunes en el territorio mexicano, de por sí implica 
una falta de respeto, protección y garantía de sus derechos fundamentales. 
 
Siendo lo anterior una de las consecuencias más graves que ha tenido la política criminal 
de los gobiernos federales de los últimos años, al exponer a la población a una serie de 
violaciones a sus derechos fundamentales por parte de los cuerpos militares en 
funciones de seguridad, y por la impunidad con la que cuentan al ser prácticamente 
imposible llevarlos ante las autoridades para ser sancionados. 
 
Por último, los cuerpos de seguridad pública deben tener encomendadas acciones tanto 
de prevención como de intervención, pero con una base sólida de legitimidad que 
respalde el orden de la ley, que haga valer los derechos de los ciudadanos y que funcione 
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40 
subsidiariamente en consonancia con otras estrategias que afiancen el entorno cultural 
para conseguir sociedades integralmente más seguras.(4) 
 
(4)Tapia Pérez, José (2013). La inseguridad pública: causas y consecuencias. El Cotidiano, (180),103-112.[fecha de 
Consulta 12 de Agosto de 2021]. ISSN: 0186-1840. Disponible en: 
https://www.redalyc.org/articulo.oa?id=32528338007 
Ciencias Sociales, Ciencias naturales y Comportamiento Humano 
 
Es la sociología una ciencia? 
Durkheim, Marx y el resto de los clásicos del pensamiento sociológico consideraban que 
la sociología era una CIENCIA pero, en realidad, ¿podemos estudiar la vida social 
humana de forma científica? Para dar respuesta a estas preguntas, debemos entender 
lo que significa esta palabra: ¿qué es la ciencia? 
 
Ciencia es la utilización de métodos sistemáticos de investigación empírica, análisis de 
datos, elaboración teórica y valoración lógica de argumentos para desarrollar un cuerpo 
de conocimiento acerca de una determinada materia. Según esta definición, la sociología 
es una empresa científica que conlleva la aplicación de métodos sistemáticos de 
investigación empírica, el análisis de datos y la valoración de teorías según las pruebas 
existentes y con un argumento lógico. 
 
Sin embargo, es diferente estudiar a los seres humanos que observar los fenómenos del 
mundo físico y la sociología no debe considerarse exactamente como una de las ciencias 
naturales. A diferencia de los objetos de la naturaleza, los humanos son seres auto 
conscientes que confieren sentido... y finalidad a lo que hacen. No podemos siquiera 
describir la vida social con exactitud a menos que captemos primero el significado que 
las personas conceden a su conducta. Por ejemplo, describir una muerte como suicidio 
supone saber qué es lo que la persona en cuestión pretendía. 
 
El suicidio sólo puede producirse cuando un individuo trata deliberadamente de auto-
destruirse. Si una persona se pone accidentalmente delante de un coche y muere no 
puede decirse que haya cometido un suicidio. 
 
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El hecho de que no podamos estudiar a los seres humanos exactamente igual que 
estudiamos los objetos de la naturaleza es, en ciertos aspectos, una ventaja para la 
sociología. 
 
Los sociólogos se benefician de poder plantear preguntas directamente a aquellos a los 
que estudian: otros seres humanos. Sin embargo, esta situación crea dificultades con las 
que no tropiezan los científicos de la naturaleza, porque las personas que saben que sus 
actividades se están estudiando muchas veces no se comportan del mismo modo en que 
lo hacen normalmente. 
 
Cuando los individuos responden a cuestionarlos, consciente o inconscientemente 
pueden dar una imagen de ellos mismos que difiere de sus actitudes habituales. Pueden 
incluso tratar de "ayudar" al investigador, dándole las respuestas que creen adecuadas. 
 
¿Cómo puede ayudarnos la sociología en nuestra vida? 
La sociología tiene muchas consecuencias prácticas para nuestra vida, tal y como 
subrayó Mills cuando desarrolló su idea de la imaginación sociológica. 
 
Conciencia de las diferencias culturales 
 
En primer lugar, la sociología nos permite ver el mundo social desde muchos puntos de 
vista. Con frecuencia, si comprendemos realmente cómo viven otros, también adquirimos 
un mejor conocimiento de sus problemas. 
 
Las políticas prácticas que no se basan en una conciencia fundamentada de las formas 
de vida de las personas a las que afectan tienen pocas posibilidades de éxito. En este 
sentido, un asistente social blanco que trabaje en una comunidad de mayoría negra no 
logrará ganarse la confianza de los miembros de ésta sin desarrollar una sensibilidad 
hacia las diferentes experiencias sociales que a menudo separan a los blancos de los 
negros. 
 
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Evaluación de los efectos de las políticas 
 
En segundo lugar, la investigación sociológica ofrece una ayuda práctica en la evaluación 
de los resultados de las políticas. Sobre el terreno, un programa de reforma puede, 
simplemente, no lograr lo que pretendían los que lo...concibieron, o acarrear 
desagradables consecuencias no deseadas. Por ejemplo, en los años que siguieron a la 
Segunda Guerra Mundial se construyeron, con dinero público, grandes bloques de 
viviendas en los centros urbanos de muchos países. 
 
Estaban pensados para proporcionar viviendas de gran calidad a grupos de ingresos 
bajos de las áreas suburbiales y disponían de servicios comerciales y comunitarios muy 
próximos. Sin embargo, la investigación puso de manifiesto que muchos de los que se 
habían trasladado desde sus viviendas anteriores a estas grandes torres se sentían 
aislados y desgraciados. Los altos edificios y los centros comerciales de zonas pobres 
solían acabar en estado ruinoso y se convertían en lugares propicios para atracos y otros 
delitos violentos. 
 
El autoconocimiento 
 
En tercer lugar, quizá lo más importante sea que la sociología puede señalarnos el 
camino del autoconocimiento, es decir, de una mayor comprensión de uno mismo. 
Cuanto más sepamos acerca de por qué actuamos como lo hacemos y sobre el 
funcionamiento general de nuestra sociedad, más posible será que podamos influir en 
nuestro propio futuro. 
No hay que pensar que la sociología sólo sirve para ayudar a quienes formulan las 
políticas -es decir, a los grupos poderosos- a tomar decisiones fundamentadas. No 
siempre puede suponerse que quienes están en el poder piensen en los intereses de los 
menos poderosos o privilegiados al implantar sus políticas. Grupos informados por sí 
mismos pueden responder de forma eficaz a las políticas gubernamentales o plantear 
sus propias iniciativas. 
 
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 Asociaciones de autoayuda como Alcohólicos Anónimos y movimientos sociales como 
los ecologistas son ejemplos de grupos sociales que han intentado, con un éxito 
considerable, producir directamente reformas prácticas. 
 
El papel del sociólogo en la sociedad 
 
Para terminar, a muchos sociólogos, en su práctica profesional, les preocupan 
directamente las cuestiones prácticas. Pueden encontrarse personas que han aprendido 
sociología en campos como la asesoría industrial, la planificación urbana, el trabajo 
social y la gestión de personal, así como en otros puestos eminentemente prácticos. 
 
¿Deben los mismos sociólogos defender de forma activa y pronunciarse públicamente 
en favor de programas de reforma o cambio social? 
Hay quienes defienden que la sociología sólo puede preservar su objetividad si los

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