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Historia-de-las-ciencias-geologicas-en-Mexico--de-entidad-gubernamental-a-instituto-universitario-1886-1929

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UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO 
PROGRAMA DE MAESTRÍA Y DOCTORADO EN HISTORIA 
 FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS 
INSTITUTO DE INVESTIGACIONES HISTÓRICAS 
 
 
 
 
HISTORIA DE LAS CIENCIAS GEOLÓGICAS EN MÉXICO. 
DE ENTIDAD GUBERNAMENTAL A INSTITUTO UNIVERSITARIO 
(1886-1929) 
 
 
 
TESIS 
QUE PARA OPTAR POR EL GRADO DE: 
DOCTORA EN HISTORIA 
 
 
 
PRESENTA: 
LUCERO MORELOS RODRÍGUEZ 
 
 
 
 
 
COMITÉ TUTOR: 
 
DR. JOSÉ OMAR MONCADA MAYA (INSTITUTO DE GEOGRAFÍA - UNAM) 
DRA. INÉS HERRERA CANALES (PROGRAMA DE MAESTRÍA Y DOCTORADO 
EN HISTORIA) 
DR. SILVESTRE VILLEGAS REVUELTAS (INSTITUTO DE INVESTIGACIONES 
HISTÓRICAS – UNAM) 
 
 
 
MÉXICO, D. F. NOVIEMBRE, 2014 
 
UNAM – Dirección General de Bibliotecas 
Tesis Digitales 
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reproducción, edición o modificación, será perseguido y sancionado por el 
respectivo titular de los Derechos de Autor. 
 
 
 
 
Índice 
 
 Pág. 
Introducción 1 
 
PRIMERA PARTE 
El surgimiento de una nueva disciplina en un novel país 
 
 
Capítulo I. Las ciencias geológicas en México en el siglo XIX 25 
1. El estudio de la mineralogía y la geología en el Colegio de Minería (1821-1866) 28 
2. La geología en la Escuela Nacional de Ingenieros de la Ciudad de México. Estudios y 
aplicaciones prácticas, segunda mitad del siglo XIX 
44 
3. Las ciencias geológicas en el interior de la República (1867-1906) 52 
Conclusiones 58 
 
Capítulo II. Las ciencias geológicas y los ingenieros científicos en la política de fomento a la 
minería: la valorización de los recursos naturales y el reconocimiento del territorio 
60 
1. El Ministerio y la Secretaría de Fomento, Colonización, Industria y Comercio y la exploración 
del territorio y sus recursos 
62 
1.1 La fundación del Ministerio de Fomento y su transformación en la Secretaría de 
Fomento, Colonización, Industria y Comercio 
63 
1.2 Las esferas de competencia del Ministerio y Secretaría de Fomento (1853-1914) 67 
1.3 Sinopsis de ministros, secretarios y oficiales mayores 70 
1.4 El reconocimiento territorial y el estudio científico de los recursos naturales 77 
2. La centralización administrativa: la Sociedad Mexicana de Minería y la legislación minera 91 
3. La Comisión Geológica Mexicana y sus proyectos. Un precedente del Instituto Geológico de 
México 
102 
3.1 La representación gráfica de la geología: una tradición centenaria 102 
3.2 Historia de la Comisión Geológica Mexicana 104 
3.3 Los proyectos y las fuentes de la Comisión Geológica Mexicana 116 
3.4 Itinerarios de exploración para la formación de la Carta Geológica de la República Mexicana 120 
Conclusiones 124 
 
SEGUNDA PARTE 
El Instituto Geológico de México como dependencia de gobierno 
 
 
Capítulo III. El Instituto Geológico de México de la Secretaría de Fomento, Colonización, 
Industria y Comercio (1891-1917) 
128 
1. Los servicios geológicos 132 
2. Proyecto para la fundación de un Instituto Geológico: el primer intento (1882) 136 
3. Creación y misión del Instituto Geológico de México 140 
3.1 La construcción de productos novedosos para las ciencias e industrias: cartas generales 
(1891-1896) 
145 
4. Sedes del Instituto Geológico 149 
5. Secciones 152 
6. Personal 156 
7. Funciones 162 
7.1 Otros objetos de estudio: las meteoritas y los fósiles 164 
7.2 La proyección internacional a través de los congresos geológicos 168 
7.2.1 La celebración del Xo Congreso Geológico Internacional en México (1906) 172 
7.2.2 Recorridos científicos por la “cornucopia” mexicana 176 
8. Publicaciones 180 
9. Directores, interinos y encargados del Instituto Geológico de México 184 
Conclusiones 187 
 
Capítulo IV. El Instituto Geológico de México adscrito al Departamento de Exploraciones y 
Estudios Geológicos de la Secretaría de Industria, Comercio y Trabajo (1917-1929) 
192 
1. La creación de la Secretaría de Industria, Comercio y Trabajo 196 
2. El Departamento de Exploraciones y Estudios Geológicos 199 
3. Secciones 208 
4. Personal 213 
5. El trabajo de campo de los geólogos del Departamento de Exploraciones y Estudios 
Geológicos: proyectos y resultados técnicos 
219 
5.1 Los objetivos de las expediciones de exploración 219 
5.2 Protocolo para los informes técnicos 220 
5.3 Financiamiento de las comisiones de exploración 222 
5.4 Trabajo de campo 223 
5.5 Trabajo de gabinete 229 
Conclusiones 231 
 
 
 
TERCERA PARTE 
El Instituto Geológico de México y su paso a la Universidad Nacional. 
Hacia la investigación de las Ciencias de la Tierra 
 
 
Capítulo V. La transición del Instituto Geológico a la Universidad Nacional de México, 
Autónoma (1929) 
235 
1. Vicisitudes del Instituto Geológico en 1929 237 
2. La Ley Orgánica de la Universidad Nacional de México, Autónoma 241 
3. Funciones 245 
4. Secciones y personal 248 
5. Expediciones científicas y trabajos de cooperación 251 
6. Derroteros en la investigación geológica universitaria 253 
Conclusiones 254 
 
Consideraciones finales 257 
 
Apéndices 265 
1. Evolución del Ministerio de Fomento y Secretaría de Fomento (1853-1914) 266 
2. Ramos de competencia de la Secretaría de Fomento (1881-1897) 267 
3. Principales leyes mineras que han regido en México (siglos XVIII-XX) 269 
4. Planos y fotos del Instituto Geológico Nacional 270 
5. Personal del Instituto Geológico Nacional en 1906 271 
6. Anuncio de la reapertura del laboratorio de química 272 
7. Relación de personal del Instituto Geológico entre 1915 y 1917 273 
8. Sedes de los congresos internacionales de geología (1878-1929) 274 
9. Comité Ejecutivo del Xo Congreso Geológico Internacional en México (1906) 275 
10. Secretarios de Industria, Comercio y Trabajo (1914-1932) 276 
11. Personal del Departamento de Exploraciones y Estudios Geológicos ca. 1919-1920 277 
12. Personal del Departamento de Exploraciones y Estudios Geológicos durante la gestión del 
ingeniero Juan de Dios Villarello 
278 
13. Perspectiva general del trabajo de campo en las comisiones de exploración del Instituto 
Geológico y algunos antecedentes, siglos XVIII-XX 
279 
 
Siglas y abreviaturas 292 
 
Fuentes de consulta 293 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
INTRODUCCIÓN 
 
 
 
 
 
 
Antes de ver la luz pública este Manual, ya ha habido quien diga que no sirve para los 
mineros. En efecto, a los que vivieron y murieron sin haber querido conocer nunca el 
terreno que pisaron por treinta o cuarenta años, de nada les habría servido; pero el 
minero debe conocer los terrenos, los criaderos, y cuando se trata de vetas sus 
formaciones para comparar las de diversos países; sobre todo si constan de muchas 
matrices a un tiempo. Así comparé yo desde un principio la veta de Valenciana con las 
de Ungria, y el tiempo ha mostrado que no me engañé, pues hasta la calcedonia y el 
antimonio gris de Ungria se hallan aquí; la primera en Valenciana y el segundo en Veta 
grande en Zacatecas, que creo será de la misma formación. Esto puntualmente es 
aplicable a la plata, si al descubrir la Valenciana, hubiera sido la matriz que faltase. 
 […] de todo lo cual saco yo que la minería dista mucho de ser lotería simple, 
como se dice vulgarmente. 
Andrés Manuel del Río, Manual de Geología, 1841.1 
 
 
 
 
 
	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  
1 Del Río, Manual, 1841, p. 60. Estas palabras aluden a lanecesidad de instruir por la vía científica al minero empírico y, evitar 
el abandono de las minas por el desconocimiento de sus criaderos o vetas. 
	
   2	
  
De acuerdo con Barry Barnes, la ciencia es “la forma dominante de conocimiento en todas las sociedades 
modernas. Esta centralidad la adquirió durante el apogeo de la Revolución industrial del siglo XIX, 
cuando las clases medias en ascenso hicieron de ella la base adecuada para la educación y una 
legitimación de la cultura educada”. Fue la época en que los hombres de ciencia se profesionalizaron y 
esgrimieron sus estrategias para conseguir “una posición social, apoyos económicos y puestos de 
trabajo”; la ciencia se apuntaló como la nueva institución social en la que se buscó el reconocimiento de 
los pares científicos, lo que derivó en el dominio de la sociedad por los expertos. Por lo tanto, el siglo 
XIX es la centuria de la institucionalización de la ciencia como actividad social.2 
En este tenor, la investigación que presento en las siguientes páginas busca analizar el proceso de 
construcción de las esferas institucionales que impulsaron el estudio y desarrollo de las ciencias 
geológicas en el siglo XIX mexicano. 3 De manera puntual se estudian las diferentes formas de 
administración y fines de las distintas instancias que tuvieron a su cargo al Instituto Geológico de 
México. De 1888 a 1891 quedó organizada la Comisión para la “Carta Geológica de México” que dio 
paso al Instituto, establecimiento sujeto de 1891 a 1917 a la Secretaría de Fomento, de 1917 a 1929 a la 
Secretaría de Industria, Comercio y Trabajo y, finalmente, a partir de 1929 a la Universidad Nacional de 
México Autónoma. Por lo tanto, este trabajo representa un modo de hacer historia institucional de la 
geología y no una historia de la disciplina, que tiene por fines examinar las teorías científicas, las escuelas 
de pensamiento, etcétera. 
El tema busca ofrecer un panorama sobre el proceso de desarrollo de las ciencias geológicas en 
México, dada la relevancia que han jugado en nuestra historia nacional, en los ámbitos científico, 
económico y cultural, que las enmarca dentro de la tradición científica de Occidente; dicho proceso está 
interconectado con la formación profesional de los interesados en las ciencias geológicas en el siglo XIX, 
preponderantemente los ingenieros científicos, elite que participó en la transformación industrial y social 
de México.4 
	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  
2 Barnes, Sobre ciencia, 1987, pp. 18-35. 
3 Álvarez, Filosofía, 2004, pp. 11-12, 23, aclara que ciencias de la tierra “es una fórmula tardo-enciclopédica empleada 
inicialmente en ciertas obras de carácter expositivo o recopilatorio que buscaron en un marco enciclopédico neutral asumir 
como propio un sector del conocimiento científico de extensión más amplia que la geología. Las ciencias de la tierra son pues 
el conjunto de todas las ciencias relacionadas con la Tierra, entre ellas la geología. Por geología o ciencia geológica se entiende a 
un complejo campo de materiales pétreos, teorías, aparatos, controversias, fósiles, formaciones geológicas, mapas 
cartográficos; sin excluir ninguno de los componentes tanto materiales como lógicos involucrados en el devenir histórico de 
esta ciencia”. A lo largo de la tesis usaremos el término de ciencias geológicas toda vez que en ellas se comprenden los estudios 
geográficos, geológicos, meteorológicos, paleontológicos, sísmicos, vulcanológicos, litológicos, petrográficos, mineralógicos e 
hidrogeológicos que efectuaron los ingenieros científicos mexicanos. 
4 Cf. Vaccari, “Mining” 2000, pp. 163-180; Mendoza, “Agrimensura”, 2006, pp. 148-150; Rivas et al., “Presencia”, 2014, pp. 3-
39. 
	
   3	
  
II 
Para explicar el surgimiento y derroteros de las ciencias geológicas es importante conocer los 
antecedentes históricos de su proceso científico verificado en todo el mundo y en México. El desarrollo 
de las ciencias especializadas de la Tierra a lo largo del siglo XVIII supuso “una pérdida de contenido de 
la geografía como ciencia general de la Tierra”, ya que disciplinas como la botánica, la física, la química y 
la historia natural pasaron a estudiar problemas que antes eran su objeto, lo que derivó en la 
“configuración de disciplinas independientes”, como la geología.5 
Fue también en el siglo XVIII cuando las disciplinas geológicas atestiguaron una etapa fecunda. La 
elite culta mostró un marcado interés por las ciencias; se fundaron gabinetes de historia natural, se 
acrecentaron las colecciones de fósiles, minerales y plantas en respuesta al espíritu ilustrado de la época y 
a su demanda en el mercado mundial;6 se desarrolló la enseñanza mediante la impartición de las primeras 
cátedras de mineralogía (1745), de geología (1793) y paleontología (1859) y se puso la técnica al servicio 
de la ciencia a través de inventos, como el goniómetro de aplicación, en cristalografía.7 
Igualmente, se crearon Academias de Minas en Europa que pronto se multiplicaron en América y 
en donde se transmitieron las novedades científicas, como las teorías que explicaban la formación de la 
Tierra, la naturaleza y el origen de los minerales, ofreciendo distintas elucidaciones sobre su antigüedad. 
Esta etapa la podemos fijar en los años de 1780 a 1840 y es conocida por los historiadores de la geología 
como la edad heroica de la geología, “ya que atestiguó la elaboración de un bosquejo completo de la historia 
de la Tierra, […] donde la superficie entera quedó sometida al escrutinio científico”.8 
El reconocimiento y estudio de la naturaleza y sus productos durante el siglo XIX impulsaron el 
surgimiento y la especialización de los conocimientos científicos, entre los que se encontraba la 
orictognosia o mineralogía y la geognosia;9 de la unificación de ambas se originó la geología. Surgieron y 
	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  
5 Capel et al., Nuevas, 1991, p. 19. 
6 Cailleux, Historia, 1964, p. 48. Solo en París se contaban 17 gabinetes de historia natural en 1742; 21 en 1757 y 61 en 1780. Cf. 
Pimentel, Testigos, 2003, 342 p.; Nieto Olarte, Remedios, 2006, 247 p. 
7 El goniómetro de aplicación de René Just Haüy (1743-1822) consta de una barra unida a una semiesfera graduada (igual que 
un transportador de ángulos) sobre la que se desliza un nonius que permite medir los ángulos con gran precisión. 
8 Dean, “Word” 1979, pp. 39-43; Álvarez, Filosofía, 2004, pp. 41-42; Bowler, Historia, 1998, p. 140. En opinión de F.A. Adams, 
el nacimiento de la geología no tuvo lugar hasta la formulación de la teoría neputunista a finales del siglo XVIII. En esa época 
se descubrió que los estratos rocosos contenían una serie de “marcas” que si fueran descifradas podrían relatar la historia de la 
tierra desde sus orígenes hasta el presente. Los fósiles encontrados en los estratos podían ser interpretados cual si se tratase de 
las ilustraciones del libro de la naturaleza y mostraban los animales y plantas que vivieron sobre la faz de la tierra en los 
sucesivos periodos de su historia. K.A. von Zittel en 1901 denominó “Edad heroica de la geología” a la comprendida entre 
1775 y 1830, esto es, entre los primeros trabajos de Abraham Gottlob Werner (1849-1817) y James Hutton (1726-1797) y la 
publicación de los Principles of Geology de Charles Lyell (1797-1875). En general, los historiadores de la ciencia coinciden en 
señalar las fechas que median entre el último cuarto del siglo XVIII y el primer tercio del XIX para ubicar el nacimiento de la 
geología como ciencia. Cf. Adams, Birth, 1938, pp. 3, 395. 
9 Vernet, Historia,1975, p. 248; cf. Laudan, Mineralogy, 1987. 
	
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se extendieron las primeras sociedades geológicas 10 y con ellas las publicaciones consagradas 
exclusivamente a esas ciencias. Se organizaron los primeros congresos geológicos internacionales, 
espacios en donde se sometería a consenso la nomenclatura de la ciencia y se delinearían los programas 
de competencia local e internacional a elaborarse; se institucionalizaron y profesionalizaron las 
actividades científicas, lo que propició la fundación de estructuras estatales en el financiamiento de las 
investigaciones: los geological survey. 
La geología fue una ciencia que se nutrió de los postulados de la historia natural y la geografía; su 
enseñanza y práctica derivaron en la aplicación a las minas, por la utilidad inmediata a la labor productiva. 
Esto explica la herencia ilustrada de la ingeniería de minas en la que se formarían los ingenieros 
científicos en México,11 responsables de la institucionalización académica y profesional de la disciplina, 
aunque no existiera una formación por entero naturalista, como sí ocurrió en otros países.12 
En relación con lo anterior, la enseñanza de las ciencias geológicas en nuestro territorio representó 
una singularidad, ya que desde 1792 con la fundación del Real Seminario de Minería se encauzó el 
adiestramiento de los mineros por la vía científica. De allí que se considere a la actividad minera un 
quehacer de larga tradición en nuestro territorio, en el que los saberes científicos que concurren en ella 
están revestidos de una genealogía de prácticas, conocimientos, acuerdos sociales, económicos y 
políticos, asociados a las iniciativas de los hombres de ciencia. 
La irrupción de la geología en México se verificó en 1795 cuando se fundó la cátedra de 
orictognosia, geognosia y arte de minas en el Real Seminario de Minería, que fuera dictada por el 
mineralogista madrileño Andrés Manuel del Río. En ella estaban comprendidos los conocimientos de: 
[…] la mineralogía que comprende la orictognosia o conocimiento de los minerales así por sus 
caracteres externos como por sus principios constitutivos: la geognosia o conocimiento de las 
montañas como criaderos de los fósiles: finalmente el laborío de minas que debe seguir y 
abrazar todas las faenas que ocurran en las excavaciones subterráneas desde el primer 
conocimiento de un terreno hasta la extracción de los frutos y demás materias fuera de ellas.13 
 
Con el correr de los años el desarrollo de las ciencias fue inminente, se delimitaron sus objetos de 
estudio y proliferó el establecimiento de nuevas cátedras científicas, como la de geología, creada en el 
	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  
10 La primera Sociedad Geológica se creó en 1807 en Londres. 
11 Cf. Ramos Lara, et al., Formación, 2007; Ramos Lara, Vicisitudes, 2013. 
12 Con la fundación del Real Seminario de Minería en 1792 se crearon en Nueva España las carreras de perito facultativo en 
minas y perito beneficiador de metales, las cuales dieron paso a partir de 1843 a la ingeniería de minas y a la carrera de 
ensayador y apartador de metales. En 1927, en la Escuela de Ingeniería de la Universidad Nacional de México se crearon las 
carreras de ingeniería geológica e ingeniería petrolera. Por lo que no existió una carrera con fundamento en ciencia básica, 
como sí ocurrió en Estados Unidos y en otros países europeos; cf. Bartolucci, et al., “Apuntes”, 2011, pp. 25-53. 
13 Ramírez, Datos, 1890, p. 262. 
	
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Colegio de Minería el 18 de marzo de 1844 y con la cual se estableció por primera vez en México la 
enseñanza formal de esa ciencia, quedando a cargo Joaquín Velázquez de León, quien indicó la utilidad 
de su estudio: 
Si la historia natural es la ciencia que se ocupa de la estructura de los cuerpos esparcidos en la 
superficie del globo, o reunidos para constituir su masa, si lo es de los fenómenos de que son 
objeto estos cuerpos: si ecsamina sus caracteres propios para hacerlos distinguir unos de otros, 
y notar el papel que representan en el conjunto de la creación; su dominio se ve es inmenso, y 
su importancia no cede a su estension.14 
 
Otra de la cátedras de nuevo cuño instituidas bajo la dirección de José María Tornel al frente del 
Colegio, fue la de mecánica aplicada a las minas (1843), dictada por Antonio del Castillo.15 Con su 
creación se revolucionó la enseñanza, toda vez que se alejaba del concepto dieciochesco de arte de minas 
de su antecesor Andrés del Río, considerando desde entonces el estudio de la Tierra como algo más que 
una herramienta para explotar los recursos.16 Asimismo quedó estipulado que en el Colegio de Minería se 
“seguirían las carreras de agrimensor, ensayador, apartador de oro y plata, beneficiador de metales, 
ingeniero de minas, geógrafo y naturalista” y, que tanto los ingenieros de minas como los naturalistas 
dedicarían el sexto año a los estudios de la mineralogía, geología, explotación de minas e idioma alemán.17 
De manera que, entre 1795 y 1844, en el interior del Colegio de Minería surgió y se consolidó la 
enseñanza de la geología, y fue donde germinó el proyecto del Instituto Geológico Nacional a finales de 
siglo. 
 
III 
El marco histórico en el que se inscribe este estudio, supone que desde el último del tercio del siglo 
XVIII la economía novohispana estaba en pleno auge. La minería había alcanzado los niveles más altos 
pese a los impuestos excesivos establecidos por la Corona y a las demandas económicas derivadas de la 
guerra de la Metrópoli contra Inglaterra que recayeron sobre la economía virreinal. Con la implantación 
de las reformas borbónicas se generaron más recursos fiscales y se fundaron los primeros espacios 
científicos en Nueva España y América, tales como la Academia de San Carlos (1781), el Jardín Botánico 
(1788) y el Real Seminario de Minería (1792). En estas circunstancias de repunte económico se 
	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  
14 Velázquez, “Cátedras”, 1994, p. 41. 
15 Vid. Vázquez, Palabra, 2008, 266 p. 
16 Morelos, Vida, 2013, pp. 115-125; cf. Vaccari, “Mining”, 2009, pp. 35-41. 
17 Dublán et al., Legislación Mexicana, 1876, pp. 621-622. Decreto núm. 2693. 3 de octubre de 1843. Decreto del gobierno 
designando las carreras que se han de seguir en el Colegio de Minería y los estudios preparatorios para cada una de ellas. 
	
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desencadenó la Revolución de independencia, situación que apremió la salida de capitales originándose 
un profundo desgarramiento económico y político que se prolongó por décadas.18 
En el lapso de 1830 y 1850 la industria mexicana del país experimentó una lenta recuperación. De 
manera paulatina la actividad minera comenzó su renovación con la llegada de las inversiones extranjeras, 
especialmente inglesa y alemana, logrando rehabilitar la industria y prepararla para iniciar la reactividad 
del sector. Este crecimiento impulsó que varias potencias extranjeras, por medio de viajeros, ingenieros 
científicos y comisiones, recorrieran el territorio patrio y se desarrollara el conocimiento científico de sus 
recursos; ejemplo de ello son los trabajos realizados por Joseph Burkart (1798-1870), Friedrich von 
Gerolt (1797-1879) y Saint Clair Duport (1804-1882), entre otros, inspirados en gran medida en la obra 
del barón de Humboldt.19 
En este escenario, la guerra con los Estados Unidos y la pérdida de más de la mitad del territorio 
marcó la política nacional e influyó en el fortalecimiento de la administración pública a través de la 
creación de nuevas instancias encargadas del fomento industrial, del conocimientodel territorio, el trazo 
de límites y la colonización, pues había temor a nuevas invasiones, que al cabo de pocos años sería 
corroborado con la ocupación francesa. No obstante, el saldo del Imperio de Maximiliano de Habsburgo 
fue fructífero para el conocimiento del país, para la educación y especialmente para la actividad minera, 
mediante el auspicio de la enseñanza práctica y la organización de espacios científicos dedicados al 
conocimiento y prospección de la naturaleza y sus recursos que integraron a la elite científica en y de 
México.20 
Así, entre la sexta y séptima décadas, la economía mexicana se caracterizó por el desarrollo de 
ciertas regiones, aunque en otras predominó la autarquía y el aislamiento, y al mismo tiempo germinó el 
contacto entre los estados del norte mexicano con los sureños de Estados Unidos. 
En resumen, durante las primeras cinco décadas de vida independiente no se tuvo una imagen clara 
del país, toda vez que la nación se estaba construyendo, privaron las luchas entre las oligarquías 
centralistas y federalistas y las republicanas e imperiales para definir el tipo de gobierno que se quería 
instaurar, predominó una inestabilidad e inseguridad producida por las invasiones extranjeras y el 
agotamiento financiero, que en conjunto produjeron un desequilibrio político que se prolongaría hasta el 
	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  
18 Cf. Cárdenas Sánchez, Cuando se originó, 2003, 357 p.; Cardoso, México, 1992, 525 p.; Kunz Ficker, Historia económica, 2010, 834 
p.; Brading, Mineros, 1975; Coatsworth, Orígenes, 1990, 265 p. 
19 Duport, Production, 1843, 426 p.; Burkart, Aufenthal, 1836. Cf. Mentz de Boege, “Tecnología”, 1980, pp. 85-95; Uribe, 
“Tecnología”, 1990, pp. 317-360. 
20 Maldonado Koerdell, “Naturalistas”, 1952, pp. 98-109; Maldonado Koerdell, “Commission”, 1964, pp. 239-247; Soberanis, 
“Ciencia”, 1995, pp. 50-60. Cf. Villegas, “Introducción”, 2010. 
	
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triunfo liberal. Paradójicamente, “México era un país rico en recursos naturales que esperaban su 
explotación, pero pobre por la destrucción ocurrida en años previos”. 21 
El entorno que se presentó al grupo juarista en la sexta década fue de desconocimiento y poco 
control sobre la vasta extensión territorial, un vacío en la legislación de alcance federal en el rubro 
minero, comercial, empresarial e higiénico, de vías de comunicación y una raquítica economía. Pero 
también fue el periodo en el que las elites políticas y científicas republicanas unieron afanes para construir 
el Estado Mexicano: intensificaron el fomento de las tareas científicas a través de la modificación en los 
planes de estudio en las escuelas nacionales, como la Escuela de Ingenieros y la Escuela de Agricultura; 
se reorganizaron y crearon espacios científicos y educativos, entre ellos la Escuela Nacional Preparatoria 
(1867), que sirvió como modelo para los Institutos Científicos y Literarios que se fueron creando. 
Esta política sería continuada durante el porfiriato, dado que la ciencia fue vista como uno de los 
ejes modernizadores, lo que se tradujo en la creación del Observatorio Astronómico (1876) y el 
Observatorio Meteorológico Central (1877), se patrocinaron asociaciones científicas como la Asociación 
de Ingenieros y Arquitectos (1867), la Sociedad Mexicana de Historia Natural (1868) y se reorganizó la 
Sociedad Humboldt en 1869, que había sido fundada en 1861.22 En todos estos espacios se abrió paso a 
la institucionalización, profesionalización y especialización de los saberes a lo largo del siglo XIX, en los 
que tuvo cabida la geología, entre ellos la Sociedad Mexicana de Minería (1883), la Sociedad Científica 
“Antonio Alzate” (1884), y los primeros institutos de investigación nacional en América Latina: el 
Instituto Médico (1888) y el Instituto Geológico (1888). 
Esta efervescencia cultural estuvo interconectada con la minería, ya que luego de seis décadas en 
crisis vivió un nuevo auge, lo que derivó en el fomento de las ciencias útiles a la actividad, entre ellas las 
ciencias experimentales y las ciencias geológicas. Su crecimiento se debió a la aplicación de un nuevo 
modelo económico orientado a la producción de minerales industriales, que hizo necesario, o redituable 
si se prefiere, la existencia de espacios científicos, como las diferentes comisiones de Fomento y un 
instituto de investigación en los que se estudiaría por la vía científica los recursos no renovables (como 
minerales y aguas). 
En este periodo la política de “puertas abiertas” proporcionó facilidades en los procedimientos 
para la adquisición de bienes, acordes a los reglamentos reformados para ese fin. En esta atmósfera, las 
inversiones británicas y estadunidenses se afianzaron como importantes zonas de desarrollo en la 
	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  
21 Cárdenas Sánchez, Cuando se originó, 2003, p. 320. 
22 Saldaña, Ciudad, 2012, pp. 371-389; Cosío Villegas, Historia. Vida social, 1993, p. 74, refiere que durante la República 
Restaurada (1867-1876), existieron en México 72 sociedades dedicadas al estudio de las ciencias, las artes y las letras; de éstas 
20 eran literarias, 20 artísticas, 3 artístico-literarias y 20 científicas. Cit. en Vigil Batista, “Anales”, 2008, p. 54. 
	
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minería, el petróleo, los ferrocarriles y servicios públicos: bancos, comercio, tierras e industrias diversas.23 
Asimismo, la apertura comercial le dio una dimensión internacional a la geología, pues fueron 
promocionados los recursos naturales y de manera particular los minerales en las exposiciones 
universales. 
Durante el porfiriato, la expansión de las exportaciones impulsó el desarrollo del mercado interno 
y la construcción de los ferrocarriles, que permitieron dinamizar la salida de riquezas minerales, entre 
ellas el oro, la plata y los minerales industriales de demanda internacional lo que evidenció la 
diversificación de la actividad e hizo patente la industrialización mexicana en el marco de un Estado 
contratista.24 
En aras de facilitar la explotación de los recursos, al finalizar el gobierno de Manuel González se 
expidieron nuevos códigos regulatorios en materia de comercio y minas, los que clarificaron los derechos 
de propiedad y garantizaron la liberalidad de la política porfiriana. Este escenario propició una “política 
proteccionista en ciertas áreas productivas ante la depreciación del peso plata frente al oro, lo que 
impulsó el desarrollo de antiguos y nuevos centros mineros sobre todo en el norte y evolucionó el 
sistema financiero”, lo que hizo posible que para los inicios del siglo XX una gran parte del país ya 
operara dentro de la “economía de mercado”.25 
A lo largo de los treinta y cinco años que duró el régimen porfiriano se restablecieron las relaciones 
diplomáticas con diversas potencias europeas y los Estados Unidos, medida que sustentó las bases para la 
consolidación de un Estado nacional y pasar de una economía colonial a una economía nacional, de allí 
que sea un periodo que se caracterice como una era de paz y prosperidad económica. Como sostiene 
Silvestre Villegas, “durante el gobierno de Manuel González, las secretarías de Relaciones Exteriores, 
Fomento y Hacienda concibieron cambios tendientes a crear las bases para el desarrollo comercial y a 
impulsar la inversión en obra pública”, trasformaciones que se acompañaron de una reforma fiscal, en el23 Garner, Porfirio Díaz, 2003, pp. 99-100; Thorup, “Competencia”, 1982, pp. 600, 605; Villegas Revueltas, “Expansión”, 2005, 
p. 43, sostiene que según Walter Bernecke, en el último tercio del siglo XIX América Latina se encontraba en un nuevo estado 
de subordinación frente a las llamadas potencias. El nuevo imperialismo, que incluyó el “imperialismo informal”, fue una 
etapa moderna de la nueva dominación que se distinguió por el establecimiento y maduración de enclaves caracterizados por 
importantes inversiones económicas, en países dependientes y soberanos pero carentes de una innovadora industria nacional. 
24 Cárdenas Sánchez, Cuando se originó, 2003, p. 307. 
25 Rosenzweig, “Desarrollo”, 1988, p. 158, señala que “de un poco menos de 700 kilómetros construidos en 1877, que 
correspondían en su mayor parte a la línea de México al puerto de Veracruz, la red de ferrocarriles creció a 6 mil kilómetros en 
1885, 10 mil en 1890, casi 14 mil kilómetros en 1900, y un poco menos de 20 mil en 1910, al terminar el porfiriato. Para 1910, 
México disponía de un kilómetro de ferrocarril por cada 100 kilómetros cuadrados de territorio, y 13 kilómetros de ferrocarril 
por cada 10 mil habitantes”. Cf. Nava Otero, “Minería”, 1974, pp. 179-310; D´Olwer, “Inversiones”, 1974, pp. 973-1185; 
Velasco Ávila et al., Estado, 1988, pp. 253-421. 
	
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deslinde de terrenos y de manera particular para el tema que nos ocupa, la legislación del Código de 
Minería que se efectuó en 1884.26 
La centralización experimentada en la administración pública de esta época hizo posible el 
desarrollo de la actividad científica en la cual se ubica la fundación del Instituto Geológico de México y 
las instituciones que le precedieron. Ahora bien, los derroteros del servicio geológico federal de la 
República Mexicana en los años aciagos de la lucha armada, entre 1911 y 1917, muestran el “nuevo” 
enfoque de sus actividades dirigidas a generar ciencia aplicada. 
La reorganización en la administración pública por parte de los gobiernos posrevolucionarios 
motivó que el Instituto Geológico quedara adscrito de 1917 hasta 1929 a la dependencia de nuevo cuño, 
la Secretaría de Industria, Comercio y Trabajo a través del Departamento de Exploraciones y Estudios 
Geológicos. En este lapso de tiempo se organizaron numerosas comisiones de exploración en búsqueda 
de minerales, aguas y petróleo, pese a la endeble economía estatal que se reflejó en las arcas del 
establecimiento, la continua remoción de empleados, la defensa constante que hicieran los directores del 
establecimiento ante los secretarios para no ver reducidos sus puestos e incluso ver cerradas sus puertas. 
Como colofón, producto de la crisis económica que sacudió la década de 1920, así como el 
fortalecimiento de otras especialidades como la geofísica, el Instituto Geológico fue transferido el 16 de 
noviembre de 1929 a la Universidad Nacional de México, paso que inauguró un nuevo ciclo en el servicio 
geológico orientado a generar conocimientos en las ciencias de la tierra. 
 
IV 
A lo largo del siglo XIX la geología fue un campo disciplinario cultivado en el mundo de los aficionados, 
por mineros, agricultores, hacendados, etc., y en el mundo académico en espacios como el Museo 
Nacional, la Escuela Nacional de Agricultura, la Academia de Ciencias y Literatura, la Escuela Nacional 
Preparatoria, los Institutos de Ciencias y Literatura y la Escuela Nacional de Ingenieros, en diversas 
comisiones de exploración, dentro de las sociedades científicas e industriales, el Instituto Geológico 
Nacional, el Instituto Mexicano de Minas y Metalurgia, la Cámara de la Industria Minera, por las 
compañías privadas, que se propusieron la localización y exploración de yacimientos de energéticos, 
minerales, petróleo o aceites y el conocimiento de los recursos naturales no renovables. Ello significa que 
las ciencias geológicas tuvieron presencia “aquí” y “allá”, no obstante que, en esta investigación el acento 
está puesto en el Colegio de Minería/Escuela Nacional de Ingenieros, por ser el recinto que en el que se 
	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  
26 Villegas Revueltas, “Expansión”, 2005, p. 41. 
	
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institucionalizaron, en donde los artífices de su proceso y promotores de sus conocimientos egresaron y 
laboraron. 
 
V 
El argumento central de la tesis descansa en dos supuestos: el primero es que en la actividad minera 
concurren diversos saberes, entre los que se encuentra la geología; por lo tanto, su surgimiento y 
desarrollo en México ha estado interconectado con la historia de la actividad productiva, especialmente 
en los momentos de auge y,27 segundo, que las ciencias geológicas desde su nacimiento han estado a la 
saga de los grandes proyectos productivos e ingenieriles del capitalismo, a través de la búsqueda de 
minerales y combustibles energéticos. Este escrutinio fue realizado por los ingenieros científicos, 
miembros de una selecta elite cosmopolita, que innovaron con el conocimiento de lo local y nacional en 
la esfera internacional, al dar cuenta de procesos vulcanológicos, sismológicos, paleontológicos, al ofrecer 
interpretaciones del paisajes y/o al realizar prospecciones mineras, petroleras, hidrogeológicas y 
levantamientos cartográficos. 
 
VI 
El objetivo central de este trabajo es explicar el surgimiento, desarrollo y funcionamiento de una 
institución, el Instituto Geológico Nacional, en el lapso cuatro décadas, de 1888 a 1929, en el marco de 
un estado nacional y centralista y su paso a los regímenes posrevolucionarios. Por ello es importante 
señalar las acciones que expliquen las bases para el desarrollo de una elite nacional, los ingenieros 
científicos, grupo que reunió la episteme científica y política, y que estableció la vinculación de la riqueza 
minera con las ciencias geológicas. En consecuencia, los objetivos secundarios son el análisis del proceso 
de construcción de las esferas institucionales y a los protagonistas que impulsaron el estudio, desarrollo e 
institucionalización de las ciencias geológicas en el siglo XIX mexicano. 
Asimismo se estudia el enlace entre educación y realización práctica sustentado en los vínculos 
entre los establecimientos educativos con las instancias de gobierno, y las iniciativas personales y 
colectivas de los hombres de ciencia a través de las instituciones en las que se promovió el 
reconocimiento de los recursos naturales (particularmente mineros y geológicos). Se explica la política de 
	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  
27 El Real Seminario de Minería fue fundado en 1792 en una época de auge en la actividad minera; la fundación de la Escuela 
Práctica de Minas en Fresnillo, Zacatecas en 1853, derivó de la recuperación de la actividad, luego de varias décadas en crisis; el 
establecimiento del Instituto Geológico en 1891 coincidió con la política de puertas abiertas que incentivó la llegada de 
capitales extranjeros, sobre todo ingleses y estadunidenses. Estas instituciones estatales formaron e integraron a sus filas a los 
cuadros especializados, es decir, a los expertos que se ocuparían de las actividades productivas y académicas. 
	
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centralización experimentada durante el porfiriato a través de los mecanismos formulados para el 
reconocimiento del territorio y sus recursos por manos expertas que derivaron en la promoción de la 
ciencia, innovación en la actividad y la fundación de espacios destinados a cumplir esa función. Por 
último, se exploran las razones políticas de la transferencia del Instituto a la Universidad Nacional de 
Méxicoen 1929. 
 
VII 
En lo que se refiere al enfoque teórico-metodológico, con la publicación de la obra La estructura de las 
revoluciones científicas de Thomas Kuhn28 quedó de manifiesto que la historia de la ciencia ya no se ocupaba 
exclusivamente de la historia de las ideas, sino que se dedicaba también al estudio de las comunidades 
científicas. El hombre de ciencia es ahora considerado un miembro de una escuela científica configurada 
por condiciones sociales particulares y por un contexto definido; por consiguiente, “las instituciones 
científicas ya no son concebidas como meros soportes materiales de la actividad creadora, por el 
contrario, son vistas como materializaciones de determinadas funciones sociales realizadas por la ciencia, 
en vista de que los científicos son producto de los procesos de profesionalización que los introdujeron en 
el sistema de valores de la docencia y la investigación aceptada y legitimada socialmente”.29 
Esta investigación se nutre de los horizontes metodológicos propuestos por la historia social de la 
ciencia, la historia institucional y la teoría del actor-red, que consideran el desarrollo científico como 
resultado de las negociaciones de los intereses sociales, culturales, económicos y políticos de un 
determinado momento histórico, tomando en cuenta los factores externos de la evolución científica para 
poder explicar el devenir de su quehacer desde una dimensión social.30 La ciencia, por lo tanto, es 
inseparable del medio intelectual, puesto que los factores externos que la circunscriben la hacen realizable 
o imposibilitan su avance. 
Desde la perspectiva de la historia institucional, que no ha gozado de todos los prestigios en los 
últimos años, por cierto, se aborda el tema del desarrollo de la historia de la geología en México en el 
siglo XIX a través de las instituciones, entendidas como “el ámbito de decisiones legítimas sobre un 
objeto, elabora y despliega para su funcionamiento un conjunto de prescripciones, códigos visuales y 
verbales que integran o excluyen otros actores y versiones sobre su desempeño pasado, presente y 
futuro”. Contrario a lo que el prejuicio historiográfico postula, la institución es “una forma de 
	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  
28 Kuhn, Estructura, 1971, 319 p. 
29 Schubring, “Tendencias”, 1996, p. 179. 
30 Taton, “Biografías”, 1987, p. 73; Ruiz Torres, “Biografía”, 2005. pp. 165- 202 
	
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organización de la sociedad, no aquel lugar donde la sociedad no existe”.31 En suma, el enfoque adoptado 
se guía por el binomio Estado nacional-hombres de ciencia, en el sentido de la convergencia de intereses 
entre la entidad reguladora y las propias iniciativas personales y de grupo de la elite culta que formó parte 
de la comunidad científica mexicana, y que logró su posicionamiento en los ámbitos políticos más 
importantes de su tiempo. 
La investigación está enmarcada en la búsqueda de explicaciones sobre el desarrollo e 
institucionalización de las ciencias geológicas, que retoma los horizontes metodológicos referidos, pero 
sobre todo, intenta la recuperación de fuentes documentales que respondan sobre el proceso de 
configuración de una práctica científica que nació por sus imbricaciones con la actividad minera. Por ello 
se analiza la práctica geológica, y no propiamente la enseñanza, con el fin de mostrar que la Escuela 
Nacional de Ingenieros fue un espacio científico heredero del Colegio Metálico de origen colonial, donde 
tuvo su origen esta área del conocimiento científico y, por lo cual representa un puente para examinar su 
derrotero institucional y comprender la configuración de los ingenieros científicos en México. 
 
VIII 
Para Steven Shapin y Simon Schaffer, la historia de la ciencia ocupa el mismo terreno que la historia de la 
política, ya que los practicantes de la ciencia han creado, seleccionado y mantenido una organización 
política dentro de la cual operan y elaboran su producción intelectual. La ciencia es el resultado de una 
creación colectiva, pues la producción intelectual realizada dentro de esa organización política ha 
devenido un elemento de la actividad política en el Estado.32 
Por su parte, la obra de Silvia Figueirôa representa un estudio modélico para la presente 
investigación, ya que constituye una clave para abordar la temática aquí propuesta. Puntualiza que la 
institucionalización es el término para describir la historia de los espacios científicos, identificando la 
génesis, el crecimiento, el reconocimiento de la especialización y de las disciplinas, relacionado con la 
organización institucional como forma social de existencia de esas actividades. Ese proceso implica el 
establecimiento de una red de apoyo de las actividades cuyos elementos más visibles son las instituciones 
científicas, en la cual está presente una comunidad científica o diferentes apoyos de grupos sociales, los 
intereses del Estado y de los particulares y a su vez refiere a un comportamiento continuo que encarna 
valores culturales.33 
	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  
31 Rodríguez Kuri, Experiencia, 2011, p 13; Saldaña, “Introducción”, 2005, pp. 9-33; cf. Dosil Mancilla et al., Continuidades, 2010; 
Hinke, Instituto, 2011, 225 p.; Bartolucci, Saga, 2011, 321 p. 
32 Shapin et al., Leviatán, 2005, pp. 449-451. 
33 Figueirôa, Ciências, 1997, pp. 24-26. 
	
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Así pues, para los estudios de historia institucional se hace necesario conocer los orígenes y 
derroteros en la organización de corporaciones, museos, bibliotecas, cátedras, congresos y órganos de 
expresión, que relevan la práctica científica ejercida por los naturalistas, ingenieros científicos y demás 
miembros de la elite científica en los siglos XIX y XX.34 Esta necesidad ha sido atendida de manera 
exitosa por la comunidad de historiadores de las ciencias en Iberoamérica.35 
Estos profesionales han privilegiado el estudio de los artífices de la institucionalización, mediante la 
factura de biografías,36 lo mismo que el análisis del nacimiento y desarrollo de los campos disciplinarios, 
las corporaciones científicas y las sociabilidades, los organismos científicos, las publicaciones periódicas, 
así como diferentes espacios de investigación y docencia. 37 Esta riqueza historiográfica permite 
adentrarse en el contexto de desarrollo de los quehaceres científicos y situar la iniciativa de los hombres 
de ciencia, sus investigaciones, conocer sus resultados, los órganos de expresión y medios impresos que 
sirvieron como vehículo para difundir sus aportaciones y fundar espacios en los que tuvieron cabida 
aspectos de la sociedad culta.38 
No obstante a los esfuerzos de esta comunidad en acción, la historia de las ciencias geológicas 
representa un campo fértil sobre el que aún falta indagar diversos aspectos de su desarrollo, por ejemplo 
la fundación del Instituto Geológico de México en sus diversas etapas y las producciones históricas que 
realizaron los investigadores de este mismo organismo. Esta comunidad dio a la prensa valiosos estudios, 
en forma de monografías y folletos entre los que destacan los elaborados por José Guadalupe Aguilera, 
Ezequiel Ordóñez, Ángel Aguilar, Trinidad Paredes y Leopoldo Salazar Salinas, y que en conjunto se 
perfilan por reseñar de manera panorámica la creación y las labores del Instituto Geológico; son estudios 
oficiales que ofrecen rica información (aunque aséptica) y constituyen fuentes de primera mano.3934 Mantegari, “Museos”, 2000, p. 297; cf. Pérez Rojas, Museo, 1997, 252 p.; Azuela et al., “Edificio”, 2009, pp. 101-124. 
35 Lafuente et al., Mundos, 2003; Soberanis, “Continuidades”, 2010, pp. 179-213; Soberanis, “Ciencia”, 1995, pp. 50-60; 
Soberanis, “Curiosidad”, 1998, pp. 13-24; Azuela, “Comisiones”, 2007, pp. 79-100; García Corzo, “Exploración”, 2010, pp. 
207-222; García Corzo, Construcción, 2009, 399 p.; Argueta Padro, Revista, 2010, 267 p. 
36 Moncada Maya, Ingeniero, 1994, 357 p.; Jáuregui de Cervantes, Científico, 1999, 220 p.; Urbán Martínez, Obra científica, 2000, 
277 p.; Guevara Fefer, Últimos, 2002, 212 p.; Cuevas Cardona, Científico, 2002, 340 p.; Jáuregui de Cervantes, Ponciano, 2002, 221 
p. 
37 Aceves Pastrana et al., Alfonso, 2002, 245 p.; Moncada et al., Bibliografía, 1999, 259 p.; Guevara Fefer, Ciencia, 2011, 305 p.; 
Azuela, Tres, 1996, 217 p; Sabás, Presencia, 2010, 214; Vega et al., “Geografía”, 2011, pp. 51-80; Moncada, Nacimiento, 2003, 131 
p; Gómez Rey, Enseñanza, 2003, 157 p.; Gómez Rey, Redes, 2012, 308 p.; García Murcia, Emergencia, 2008, 236 p; García Murcia, 
Profesionalización, 2013, 315 p.; Azuela et al., “Proyectos”, 2009, pp. 33-48. 
38 Cf. Ruiz Rosaura et al., Otras, 2010, 311 p.; Sánchez Díaz et al., Contribuciones, 1996, 396 p.; Saldaña, Casa, 2005, 410 p.; 
Ledesma Mateos, Balderas, 2007, 351 p. 
39 Aguilera, “Instituto”, 1899, pp. 65-85; Geological, 1904, 1 map; Aguilera, “Reseña” 1909, pp. 857-859; Southworth, Minas, 
1905, pp. 47-48); Guild, “Instituto”, 1905, pp. 293-296, 1 pl.; Paredes, “Instituto”, 1917, pp. 471-486; Aguilar, Instituto, 1917; 
Paredes, “Memoria”, 1920, pp. 21-50; Terrones Benítez, “Geological”, 1922, pp. 942-947; Salazar Salinas, Instituto, 1929; 
Santillán, Anuario, 1933; Ordóñez, Instituto, 1946. 
	
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De factura más reciente destacan los estudios de los geólogos Zoltan de Cserna40 Salvador Enciso 
de la Vega,41 Raúl Rubinovich42 y Ernesto López Ramos y desde la perspectiva de la historia de las 
ciencias, los elaborados por Luz Fernanda Azuela, 43 José Alfredo Uribe Salas, 44 Consuelo Cuevas 
Cardona y José Omar Moncada y Mireya Blanco.45 Los estudios antes citados se perfilan por el siglo XIX 
y ofrecen interpretaciones novedosas sobre el devenir científico en México y el establecimiento de 
organismos ligados al proyecto modernizador del porfiriato, pero a su vez evidencian el vacío 
historiográfico referente al primer servicio geológico oficial, el personal científico que nutrió sus filas, la 
vinculación que tuvo con el Estado, los empresarios y los políticos del momento y otros espacios y 
agentes generadores del conocimiento geológico.46 
 
IX 
Entre los conceptos básicos para el análisis de las esferas institucionales que impulsaron el desarrollo de 
las ciencias geológicas en el siglo XIX, se sitúa naturalmente la ciencia como actividad social que tuvo sus 
propios derroteros y máximas expresiones en la profesionalización, la institucionalización y el 
encumbramiento social de sus profesantes, en tanto elite culta. Dentro de esta minoría se ubican a los 
ingenieros científicos: los actores estelares en la saga de las ciencias geológicas mexicanas, a través de su 
participación en las comisiones de exploración, en la burocracia estatal, en la enseñanza, la investigación y 
la difusión de los conocimientos. Nos hemos apoyado especialmente en los estudios y las reflexiones de 
los historiadores Antonio Lafuente, Barry Barnes, Silvia Figueirôa, Ursula Klein, José Omar Moncada, 
Inés Herrera, Rafael Guevara Fefer y Francisco Omar Escamilla, complementados por algunos más, 
como en seguida se explicita. 
 
Ciencia e institucionalización 
Para Antonio Lafuente, la ciencia es la actividad social que pretende en sus fines generar respuestas y 
soluciones a un Estado, al tiempo que produce consensos y construye espacios en común; en tanto 
	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  
40 Lorenzo et al., Ciencias, 1968; Cserna, “Evolución”, 1990, pp. 1-20. 
41 Enciso de la Vega, “Antecedentes”, 1975, pp. 38-45; Enciso de la Vega, “Algunos datos”, 1980, pp. 63-72; Enciso de la 
Vega, “Bosquejo”, 1995, pp. 48-55. 
42 Rubinovich et al., José Guadalupe, 1991; Rubinovich et al., Ezequiel, 1998, 315 p. 
43 Azuela Bernal, Minas, 2005, 186 p.; Azuela Bernal, “Geología”, 2009, pp. 99-110; Azuela Bernal, “Emergencia”, 2011, pp. 
55-77. 
44 Uribe Salas et al., “Aportes”, 2006, pp. 779-789; Uribe Salas et al., “Práctica”, 2006, pp. 11-35; Uribe Salas, “Sociedad”, 2006, 
pp. 1177-1188. 
45 Cuevas Cardona, “Estudios”, 2009, pp. 159-178; Cuevas Cardona, “Investigación”, 2011, pp. 81-102; Blanco et al., 
“Ministerio”, 2011, p. 75. 
46 Herrera et al., Recursos, 2004, 156 p.; Morelos, Geología, 2012; Morelos Rodríguez, Vida, 2013. 
	
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actividad social y humana, es regulada por una política científico-tecnológica cuyas medidas y acciones 
razonadas y racionales crean instituciones para formar cuadros especializados que llevaran a efecto la 
práctica científica.47 Por ello, la ciencia es también una “práctica vinculada a las aspiraciones políticas, 
sociales y culturales del medio en que se desenvuelve […] en gran medida dirigida y organizada por los 
poderes públicos que, con mayor o menor clarividencia, tienen un proyecto para su país”.48 
Las instituciones49 son los espacios o canales mediadores entre la producción científica y la 
demanda social, por lo tanto un museo, una revista o una biblioteca serán igualmente consideradas 
“instituciones” o “espacios institucionales”.50 Dentro de ellas existe un “decoro epistemológico”, sistema 
complejo de normas sociales que regulan la producción del conocimiento, las que marcan la pauta de la 
investigación, enuncian códigos de civilidad, adoctrinan, someten gustos y opiniones.51 
Bajo estas consideraciones, la ciencia institucionalizada en México sirvió como instrumento para 
realzar el prestigio nacional de manera más contundente durante el porfiriato, toda vez que el general 
Porfirio Díaz se proclamó “Protector de las ciencias”, apelativo que hizo efectivo mediante el apoyo a la 
elite científica cosmopolita, en el marco de las exposiciones universales, los congresos especializados y el 
auspicio de espacios generadores de conocimiento, al tiempo que acentuaba con mayor contundencia la 
distinción entre cultos y profanos.52 
 
Profesionalización 
En el siglo XIX, la ciencia occidental se convirtió en una profesión específica; la investigación pasó a ser 
una actividad exclusiva de profesionales, especialmente preparados y formalmente cualificados que 
explicaban de forma satisfactoria y “correctamente científica” los fenómenos naturales y sociales, en 
términos “factuales”.53 Barnes indica que la profesionalización de la ciencia supuso sobre todo la creación 
de puestos de trabajo, especialmente en el sistema educativo y en la investigación, surgiendo con ella una 
nueva figura, la del científico profesional.54 
Esta tendencia se robusteció conforme avanzó la centuria, con la preparación sistemática en los 
diferentes campos científicos y la aspiración de los hombres de ciencia a dirigir su propio laboratorio o 
	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  
47 Lafuente, “Amateurs”, 2011. El paradigma de la modernidad se sostiene en el desarrollo de la ciencia y la tecnología, 
prevaleciente hasta hoy día. 
48 Lafuente, “Ciencia periférica”, 1986, p. 34. 
49 Cf. Bynum et al., Diccionario, 1986, p. 459; Ledesma Mateos, Balderas, 2007, p. 20; Tamayo Pérez, Frontera, 1999, p. 25. 
50 Figueirôa, Ciências, 1997, pp. 24-26. 
51 Shapin et al., Leviatán, 2005, p. 17.52 Cf. Nieto Galan, Públicos, 2011, 407 p. 
53 Barnes, Sobre ciencia, 1987, p. 65. 
54 Ibidem, pp. 8, 10, 20; cf. Pacheco Méndez, Organización, 1994, 182 p. 
	
   16	
  
un instituto de investigación, constituyendo “una de las innovaciones más notables y significativas del 
siglo XIX”. 55 Asimismo, proliferaron cada vez más las sociedades científicas profesionales y las 
publicaciones especializadas, con el objetivo de difundir las investigaciones realizadas por ellos. 
 
Ingenieros científicos 
La consagración de los ingenieros científicos hunde sus raíces en la práctica científica que realizaron 
conforme a un lenguaje convencional, una nomenclatura propia, la difusión de sus resultados en los 
órganos de expresión bajo el “canon científico”56 y su relación con otros expertos extranjeros, a través de 
la correspondencia, del asociacionismo y de la participación en foros especializados de inspiración 
mundial. 
Esta nueva figura híbrida representó un actor de media vía que estaba por encima de los gremios 
dedicados tradicionalmente a generar ciencia aplicada pero por debajo de los científicos. Esta definición 
coincide con el reciente análisis hecho por Ursula Klein, quien sostiene que en el siglo XVIII en Europa, 
de manera especial en Alemania y Francia, se conformó una figura social diferenciada: los artisanal-scientific 
expert, quienes fueron un soporte dentro de los estados mercantilistas y verdaderas figuras híbridas. Entre 
ellos se encontraban matemáticos, químicos, mineralogistas, botánicos y exploradores de la Tierra; eran 
miembros de academias científicas y otras asociaciones ilustradas, autores de artículos y libros científicos, 
profesores de escuela, sobre todo en las de reciente creación, tales como los colegios de ingeniería y las 
escuelas técnicas. 
Estos hombres fueron reconocidos en la sociedad como sabios o naturalistas (Naturforscher); al 
mismo tiempo, estos actores híbridos se posicionaron como expertos técnicos, al poseer conocimientos 
de minería, ingeniería militar, arquitectura civil, silvicultura, agricultura, técnicas de teñido de telas, 
manufactura de vidrio y porcelana, y un largo etcétera. Vivieron entre el mundo académico y el mundo 
industrial, participando dentro de las estructuras burocráticas estatales y estimulando la circulación de 
conocimiento y objetos entre ambos mundos. Se trató de actores que combinaron las investigaciones 
natural y tecnológica con ciertas ocupaciones en la industria y el comercio.57 
Para nuestro caso de estudio, la presencia de una distinguida minoría de mineralogistas, geognostas, 
químicos e ingenieros científicos experimentados en el trabajo de campo supuso el conocimiento del 
territorio o de algunas de sus porciones en sus facetas científica y económica. Del Colegio de Minería y la 
	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  
55 Barry, Sobre ciencia, 1987, pp. 9, 20. 
56 Cf. Azuela Bernal et al, “Representaciones”, 2011, pp. 163-177. 
57 Cf. Klein, “Artisanal”, 2012, pp. 303-306; Klein, “Savant”, 2012, pp. 349-379; Klein, “Prussian”, 2012, pp. 27-68. 
	
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Escuela de Ingenieros proceden la mayoría de los ingenieros mexicanos que hicieron de la práctica 
científica un mecanismo para recorrer grandes extensiones del suelo patrio.58 
En el último tercio del siglo XIX, algunas de las carreras de ingeniería se institucionalizaron y 
surgieron especialidades, al tiempo que el Estado privilegiaba la formación de técnicos a través de las 
políticas públicas y estableciendo una relación directa entre educación y ocupación. 59 Durante el 
porfiriato, el Estado centralizó la intervención en las grandes obras capitalistas y la enseñanza, mediante 
la formación de cuadros que se desempeñarían en esas labores. Incluso, es cuando la ingeniería de minas 
se institucionaliza con la creación del Instituto Geológico Nacional. 
El universo de ingenieros decimonónicos en México que formó parte de la comunidad científica 
geológica fue pequeño, pero trascendental. En un puñado de hombres entre los que se sitúan Andrés 
Manuel del Río, Joaquín Velázquez de León, Miguel Bustamante (padre), Antonio del Castillo, Juan N. 
Cuatáparo, Santiago Ramírez, Baltasar Muñoz Lumbier, Mariano Bárcena, José Guadalupe Aguilera, 
Miguel Bustamante (hijo), Juan de Dios Villarello, Ezequiel Ordóñez, Teodoro Flores y Leopoldo Salazar 
Salinas, entre otros, se ubican a los precursores y continuadores de los estudios geológicos en México, 
quienes participaron en los ámbitos regional y nacional dentro de la burocracia, dictaron cátedras, 
abrieron oficinas de ensaye, despachos donde se atendía toda clase de trabajos de ingeniería, 
promovieron la formación de bibliotecas, asociaciones, cursos, museos, gabinetes, laboratorios, institutos 
y observatorios, dieron a la publicidad numerosos y variados artículos, folletos, libros, tratados y mapas. 
Además, fundaron y formaron parte de corporaciones científicas e industriales, compañías mineras o 
haciendas agrícolas en las que las ciencias geológicas tuvieron un papel relevante.60 
La suma de esfuerzos entre la elite científica y la intervención gubernamental quedó evidenciada en 
la generación de un nuevo actor, un hombre de ciencia completo, el hombre de práctica y de teoría que 
representó una media vía entre los ingenieros de minas y los geólogos, los científicos de la historia de la 
Tierra. Así, el nuevo actor, el ingeniero mexicano, desempeñó una multiplicidad de funciones en la 
docencia, en la investigación, en las negociaciones mineras y compañías petrolera, la práctica geológica de 
campo y en el Instituto Geológico. 
	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  
58 No debe pasarse por alto a algunos egresados de la Escuela Nacional de Agricultura, que también participaron en el 
conocimiento territorial y de los recursos naturales no renovables. 
59 Cf. Lundgreen, “Engineering”, 1990, pp. 33-75; Escamilla González, “Orígenes”, 2013, pp. 404-449. 
60 Destacan la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, la Sociedad Mexicana de Historia Natural, la Asociación de 
Ingenieros y Arquitectos de México, la Sociedad Minera Mexicana, la Sociedad Científica “Antonio Alzate”, la Sociedad 
Mexicana de Minería, la Academia Mexicana de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales correspondiente de la Real de Madrid, y 
del siglo XX, la Sociedad Geológica Mexicana, la Cámara Minera de México, la Asociación de Ingenieros de Minas y 
Metalurgistas de México. 
	
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El ingeniero de minas-geólogo mexicano era quien debía encargarse de las explotaciones mineras 
de un modo racional, en relación directa con los recursos naturales, los minerales metálicos y no 
metálicos, el agua, entre otras. En este sentido, viene al caso citar al ingeniero Mariano Bárcena quien 
definió a la geología “como una de las ciencias más importantes, por sus variadas y útiles aplicaciones y 
relaciones con la agricultura, la industria y la ingeniería; que estudia el conocimiento de la Tierra en toda 
su extensión; investiga su origen, la relación con los cuerpos celestes; su naturaleza, su historia, y las 
diversas creaciones que la han poblado”.61 Como puede observarse, la definición explicitaba los alcances 
de las ciencias geológicas en cuanto a su aplicación útil e inmediata en las empresas capitalistas que 
coadyuvaron para que varias de las iniciativas personales de los miembros de la elite se tradujeran en 
políticas públicas y en espacios científicos. 
A través del estudio de los hombres de ciencia y su vínculo con el Estado es posible situar el 
desarrollo institucional, conocer lapráctica científica y las políticas públicas que abrazaron los distintos 
gobiernos para conocer el territorio, la creación de espacios científicos para realizar una actividad 
remunerada, la organización de expediciones y, con ello, la legitimación de este actor en el proyecto 
modernizador. Tanto las publicaciones, la participación en foros especializados, como las conferencias y 
congresos fueron los medios empleados para dar a conocer el desarrollo de las ciencias geológicas entre 
pares y, en el caso de las conferencias, el mecanismo para comunicar las utilidades del conocimiento al 
público no culto. 
Barnes sostiene que los científicos decimonónicos se afanaron por convertirse en una “especie de 
sacerdocio científico”, ya que eso les permitiría gozar de una posición elevada en la jerarquía social, a 
través de la inserción en las estructuras burocráticas, de recompensas y “emolumentos”, pero también 
porque comprendían que esa posición era fundamental para que “sus opiniones tuvieran credibilidad y 
sus consejos fueran oídos”, constituyéndose en una minoría de hombres egregios que decidía “qué era lo 
que valía como conocimiento empírico”.62 
 
Comisiones científicas 
A lo largo del siglo XIX en México se fundaron establecimientos e instituciones científicas que colocaron 
al conocimiento del territorio –en sus aspectos geográficos, faunísticos, de límites territoriales, entre 
otros– como razón de su creación, objetivo que fue apoyado por los gobiernos que ocuparon el poder 
durante la centuria. El proceso de construcción nacional incluyó la educación, la exploración de la 
	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  
61 Bárcena, Tratado, 1885, p. 11. 
62 Barry, Sobre ciencia, 1987, pp. 82, 84, 92. 
	
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geografía nacional, la colonización y el progreso social y material, aspiraciones que buscaron los 
diferentes grupos políticos y a los que se sumaron los hombres de ciencia. 
Es fundamental fijar la atención en el aparato gubernamental como promotor de espacios 
orientados en el conocimiento territorial a través del seguimiento a los “geólogos oficiales”, que 
participaron en las comisiones de exploración63 sufragadas por el Ministerio y Secretaría de Fomento y 
por la Secretaría de Industria, Comercio y Trabajo.64 Ello permite analizar el proceso institucional que 
alcanzaron las ciencias geológicas en México, a partir de la formación de estos cuadros especializados y 
su inserción en la dinámica capitalista que hizo necesaria su existencia y la de aquellos organismos 
estatales encargados del conocimiento, exploración y explotación de regiones, dada su importancia 
estratégica, comercial y científica. 
Las comisiones científicas son entendidas como un espacio de sociabilidad, con una estructura 
jerarquizada y de corte temporal en el que se relaciona un grupo de hombres de ciencia que comparten 
intereses y donde sustentan su relación con el poder, los empresarios y las instituciones educativas. 
Fueron el principal instrumento de conocimiento relacionado con la construcción de una ciencia 
nacional, basada en una estrategia. La estrategia consistió en la organización periódica de comisiones 
científicas a sitios de interés económico: antiguos y nuevos distritos mineros, zonas petrolíferas y mantos 
acuíferos. En dichas empresas se hacía la colecta de especímenes minerales, rocas, fósiles, muestras de 
agua y tierras para el estudio en el laboratorio y la exhibición en los gabinetes y en los museos ubicados 
	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  
63 Simmel, Sobre la individualidad, 2002, p. 195, expresa que “por una parte, están los individuos en su existencia inmediatamente 
perceptible, los que llevan a cabo los procesos de asociación, quienes se encuentran unidos por tales procesos dentro de una 
unidad mayor que uno llama “sociedad”; por otra parte, se encuentran los intereses que, habitando en los individuos, motivan 
tal unión: intereses económicos o ideales, bélicos o eróticos, religiosos o caritativos. Para satisfacer tales impulsos y para 
alcanzar tales propósitos, resultan innumerables formas de la vida social: todos los con-un-otro, para-un-otro, en-un-otro, 
contra-un-otro y por un-otro; en el Estado y la comuna, en la Iglesia y en las asociaciones económicas, en la familia y en los 
clubes”. 
64 Mijares Palencia, Gobierno, 1936, p. 15; Melville Ker, Mexican, 1940, pp. 119-120, refiere que una vez lograda la independencia 
de México, la Suprema Junta Gubernativa organizó la administración pública creando secretarías o ministerios. Por decreto del 
8 de noviembre de 1821 se establecieron cuatro: Relaciones exteriores e interiores, Justicia y negocios eclesiásticos, Hacienda 
pública y Guerra y Marina. La Constitución de 1824 ratificó su creación, aunque su número varió a lo largo del siglo. El 
término secretaría o ministerio (y secretario y ministro) se han utilizado indistintamente, siendo más recurrente desde los primeros 
días de la República. Aunque la expresión oficial fue Secretaría, de acuerdo con la única circular de la Secretaría de Hacienda 
del 16 de septiembre de 1877 que dice: la Constitución da el nombre de secretarios del despacho a los funcionarios que autorizan 
las decisiones del presidente y que se desempeñan como sus asesores. El término ministros, aunque se utiliza con frecuencia no 
es adecuado, toda vez que no se utiliza en relación con el funcionario que ejerce estos atributos en las monarquías y gobiernos 
imperiales. La Constitución denominaba a las oficinas que estaban bajo jurisdicción de los Secretarios del Despacho, 
Secretarías de Estado, que bajo otras formas de gobierno han sido llamados Ministerios. Cada uno de los despachos de 
gobierno quedaba en la obligación de presentar cada año sus informes, en los que se incluían los decretos, las circulares y las 
leyes oficiales y obligatorias, bajo el nombre de Memorias. Sin embargo, a lo largo del siglo XIX se les denominó ministro o 
secretario, lo mismo que Ministerio y Secretaría. Para lo fines de este trabajo, se hará referencia al Ministerio de Fomento en el 
lapso del 21 de abril de 1853 al 23 de febrero de 1861, y de julio de 1863 al 19 de julio de 1867; para Secretaría de Fomento del 
23 de febrero de 1861 a junio de 1863 y del 20 de julio de 1867 al 14 de abril de 1917. Aunque en los años de 1858, 1859, 1860 
y 1863, hubo dos entidades legislando en el ramo, una en Paso del Norte y otra en la Ciudad de México. 
	
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en los espacios científicos y educativos, como las escuelas, institutos, asociaciones o bien en colecciones 
particulares. 
Mediante el estudio de la comisión científica es posible comprender la integración y participación 
de los ingenieros científicos en el ámbito público, a través de la colaboración que hicieran en las 
corporaciones científicas, en los centros educativos y de investigación que se generaron en el siglo XIX y 
que subsistieron en el siguiente. Debido a que es en el marco institucional donde quedan reflejados los 
intereses personales, mutuos y colectivos, “las relaciones políticas no sólo se establecen alrededor del 
conocimiento, sino que son ellas mismas constitutivas del conocimiento científico”.65 
Evidentemente, este trabajo está limitado al estudio de las exploraciones científicas realizadas por 
un organismo federal, el Instituto Geológico de México entre 1891 y 1929, para lo cual fue necesario 
rastrear algunas de las comisiones geológicas que precedieron su existencia, de manera específica las 
organizadas por la Secretaría de Fomento. La restricción por este tipo de comisiones conlleva a mostrar 
una visión centralista,desde la ciudad de México, constreñida a la administración central, pues tanto la 
esfera pública regional como la esfera privada e individual las realizaron y no forman parte de este 
estudio. 
En cuanto a los resultados técnicos se dirá que los informes geológicos elaborados por los 
empleados estatales se caracterizaron por su acentuado carácter práctico, sin aludir al entorno social, 
cultural, político o etnográfico, pues para entonces ya había consenso sobre cómo llevar a cabo la 
práctica geológica a través de la homologación en los protocolos de exploración y que marcaban cómo 
debían ser presentados los resultados; este rasgo, quizá, es un distintivo frente al viajero particular. Sin 
embargo, subyace preguntarnos a qué obedeció la instalación de comisiones, ya que no fue una empresa 
común. Se puede sugerir que la configuración del Estado moderno operó a través de este instrumento 
que se denominó comisión para apropiarse de los recursos en nombre del progreso. 
Los discursos entre el viajero y el expedicionario estatal son distintos, en tanto que la tradición de 
este último descansa en las empresas organizadas por instituciones, escuelas, institutos, gobierno estatal y 
central, “marcadas por un acentuado utilitarismo, que proveyeron un significativo avance del territorio”, 
y que para el caso de México estuvieron adscritas al Ministerio y Secretaría de Ministerio de Fomento 
durante el siglo XIX.66 
 
 
	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  
65 Guillaumin, “Teorías”, 2005, p. 239. 
66 Blanco, et al., “Ministerio”, 2011, p. 75. 
	
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X 
El texto está ordenado en tres partes con cinco capítulos que reflejan las etapas históricas de las ciencias 
geológicas en México. En el capítulo I se muestra que con el surgimiento de la geología en el Real 
Seminario de Minería (1792), algunos elementos de continuidad fueron heredados al Colegio de Minería 
y a la Escuela Nacional de Ingenieros en la formación científica de los cuadros especializados: los 
ingenieros científicos. Asimismo, se expone de manera panorámica el desarrollo de las ciencias geológicas 
en las regiones. 
En el capítulo II se estudia la centralidad de algunas instituciones en el fomento de reconocimiento 
territorial y de los recursos naturales a través de las comisiones de exploración organizadas por el 
Ministerio y la Secretaría de Fomento, de manera particular en la gestión del general Carlos Pacheco 
entre los años de 1881 y 1891, lapso en el que nació la Comisión Geológica Mexicana que dio paso al 
Instituto Geológico de México. 
En el capítulo III se analiza la creación y funciones del Instituto Geológico Nacional en el marco 
de un fuerte Estado nacional, intencionado a centralizar y promover la explotación de los recursos 
naturales para allegarse de prestigio internacional. El capítulo IV se centra en la adscripción del Instituto 
Geológico al Departamento de Exploraciones y Estudios Geológicos (DEGG), sujeto a la recién creada 
Secretaría de Industria, Comercio y Trabajo por los regímenes revolucionarios y, por último, en el 
capítulo V se exploran someramente algunos de los argumentos políticos que inspiraron el traslado en 
1929 del Instituto Geológico de México a la Universidad Nacional de México. 
En lo que se refiere a las fuentes utilizadas en el estudio que ahora se presenta, destacan las fuentes 
de primera mano ubicadas en el Archivo Histórico del Instituto de Geología, que fue catalogado.67 Otros 
repositorios consultados fueron el Acervo Histórico del Palacio de Minería (AHPM), Archivo General de 
la Nación (AGN), Archivo Histórico de la Universidad Nacional (AHUNAM) y el Archivo Histórico de 
la Universidad Iberoamericana, a través de la Colección Porfirio Díaz (CPD). 
Se emplearon los informes anuales de los directores, la documentación generada por las 
comisiones de exploración que se organizaron en el Instituto Geológico y el Departamento de 
Exploraciones y Estudios Geológicos. Estos documentos proporcionaron una vasta e inédita 
información para la construcción de la historia institucional. Se muestra el organigrama del 
establecimiento, el número y nombre de los empleados oficiales, la tendencia en la exploración de sitios 
	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  	
  
67 El proyecto de rescate fue llevado a cabo por la Dirección de Estudios Históricos-INAH, en colaboración con el Instituto 
de Geología de la UNAM, la presente investigación se suma a dicho proyecto. 
 
	
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estratégicos como los distritos mineros y zonas petrolíferas, la impartición de cursos en las escuelas 
nacionales y la participación de los ingenieros de minas en funciones públicas. 
Igualmente se consultó en las bibliotecas “Antonio M. Anza” del Palacio de Minería, la Conjunta 
de Ciencias de la Tierra (BCCT-UNAM), Biblioteca del Instituto de Geografía “Antonio García Cubas” y 
la Biblioteca y Hemeroteca Nacional, la obra escrita por los ingenieros científicos del periodo en 
cuestión, contenida en prensa, boletines, revistas, anales, anuarios, folletos y memorias. 
Otras fuentes imprescindibles fueron los repositorios digitales que permitieron acceder a fuentes 
de interés. Por otra parte, se efectuaron una serie de conversaciones con el Dr. Zoltan de Cserna†, 
investigador emérito del Instituto de Geología. La investigación gráfica y cartográfica también fue 
fundamental para el proyecto, se recopilaron fotografías, planos y mapas de los siglos XIX y XX algunos 
de ellos poco conocidos y otros inéditos. Para esto se utilizaron documentos gráficos del Fondo 
Histórico de la Sociedad “Antonio Alzate” resguardada en el Acervo Histórico del Palacio de Minería, en 
la Mapoteca “Manuel Orozco y Berra”, el Archivo Histórico del Instituto de Geología (AHIG) y el sitio 
de GeoMex de la BCCT. 
Algunos de los problemas enfrentados para la recopilación y la exploración de la temática abordada 
se derivó de la carencia de instrumentos de consulta de la abundante documentación registrada en el 
Archivo Histórico de la UNAM, dentro del Fondo Instituto de Geología, que solo tiene índices 
generales. Para el caso del Archivo Histórico del Instituto de Geología situado en el Museo de Geología, 
su catalogación estuvo en proceso durante la elaboración de esta tesis. Estos hechos obligaron a delimitar 
el tema propuesto ya que cada una de las diferentes esferas de competencia de la Secretaría de Fomento 
o los departamentos o secciones de investigación en que se dividió el Instituto implicarían varios estudios 
aparte. 
Finalmente, como todo trabajo es colectivo quiero indicar que muchas de las ideas de esta 
investigación se las debo a mis asesores. José Omar Moncada con su erudición me ha orientado no sólo 
en mi doctorado, sino desde el comienzo de mis estudios en licenciatura brindándome su tiempo, su 
conocimiento y aliento y transmitiéndome su pasión por el oficio de historiar. Inés Herrera me mostró 
las relaciones de las ciencias geológicas con la actividad minera e hizo patente una vez más el rescate de la 
memoria documental con la catalogación del Archivo Histórico del Instituto de Geología de la UNAM, 
lo que me permitió consultar expedientes inéditos y vivir la experiencia en la ordenación y catalogación 
de los repositorios. Silvestre Villegas me mostró las conexiones políticas con la cultura científica y nutrió 
este trabajo con sus charlas en su cubículo o aquellas breves mientras se disponía hacer sus habituales 
paseos matutinos. Leonor Ludlow me guió en la historia institucional y en la internacionalización de las 
	
   23	
  
ciencias geológicas, mientras

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