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Universidad Nacional Autónoma de México Facultad de Estudios Superiores Iztacala UNAM IZTACALA “El concepto de dolor psíquico como alternativa a la formulación del diagnóstico de depresión en el ejercicio clínico” T E S I N A QUE PARA OBTENER EL TÍTULO DE L I C E N C I A D O E N P S I C O L O G Í A P R E S E N T A J u a n D a n i e l C á r d e n a s S á n c h e z Directora: Mtra. Sofía Saad Dayan Dictaminadores: Dra. Leticia Hernández Valderrama Mtro. Abraham Pliego Aceves Los Reyes Iztacala, Edo. de México 2010 UNAM – Dirección General de Bibliotecas Tesis Digitales Restricciones de uso DERECHOS RESERVADOS © PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN TOTAL O PARCIAL Todo el material contenido en esta tesis esta protegido por la Ley Federal del Derecho de Autor (LFDA) de los Estados Unidos Mexicanos (México). El uso de imágenes, fragmentos de videos, y demás material que sea objeto de protección de los derechos de autor, será exclusivamente para fines educativos e informativos y deberá citar la fuente donde la obtuvo mencionando el autor o autores. Cualquier uso distinto como el lucro, reproducción, edición o modificación, será perseguido y sancionado por el respectivo titular de los Derechos de Autor. A mi hijo: IVAIVAIVAIVAN YOSSI CÁRDENAS PÉREZN YOSSI CÁRDENAS PÉREZN YOSSI CÁRDENAS PÉREZN YOSSI CÁRDENAS PÉREZ Cuya presencia siempre estimula mi motivación para concluir las cosas que empiezo. Índice Página Resumen Introducción 1 1. Sobre el dolor psíquico en el contexto de la subjetividad 1.1 Un punto de vista preliminar sobre la cuestión del sujeto 6 1.1.1 Una consideración acerca de por qué tratar con la singularidad del caso 8 1.2 El dolor psíquico como reacción afectiva ante la lesión del vínculo con el otro 11 1.3 Una aproximación a la cuestión de “lo imaginario”, “lo simbólico” y “lo real” 13 1.4 Algunas consideraciones sobre la dimensión de lo imaginario 17 1.5 El dolor psíquico en el ejercicio clínico de la depresión 21 2. Sobre la depresión, signos y síntomas 2.1 Una noción acerca del afecto de depresión 23 2.2 Acercamiento a la cuestión de los signos y síntomas en la depresión 24 2.2.1 Algunas ideas que nos permiten aproximarnos al afecto de depresión 28 2.3 Un punto de vista acerca de la implicación de los “signos” en la depresión 32 2.4 La formulación del diagnóstico de depresión como posible obstáculo en el ejercicio clínico 35 2.5 Condiciones que podrían estar en relación con la aparición del dolor psíquico y la depresión 39 3. Sobre el narcisismo y el afecto de depresión 3.1 Algunas implicaciones del narcicismo 44 3.1.1 Una noción acerca de la herida narcisista 45 3.1.2 Consideraciones sobre si el narcisista se deprime o si el que se deprime encubre su dolor en el narcisismo 48 3.2 El narcisismo como protección ante el dolor, que puede conducir hacia la depresión 50 3.3 Una posible relación entre el narcisismo y el dolor psíquico 55 Conclusiones 58 Referencias 66 Resumen Es del conocimiento de quienes están implicados en el ambiente de la salud, que uno de los malestares comunes de demanda de atención es el de los casos de personas que “se sienten deprimidas”; es de considerar que aún cuando las personas asisten a consulta por diversas razones, también a veces parecen expresar una sensación de dolor y tristeza. Al respecto nos ha surgido la cuestión de que si bien la depresión puede estar presente en gran parte de la gente que aparenta y dice sentirse así, y que las señales que presenta (signos y síntomas), puedan conducir al diagnóstico de este afecto, hemos considerado también la posibilidad de que el enfoque orientado a la formulación del diagnóstico, puede obstaculizar un acercamiento a algunos de los aspectos subjetivos de quien asiste a consulta. Ante esto, hemos pensado si ¿iniciamos necesariamente el ejercicio clínico a partir del diagnóstico de depresión, o podríamos partir en sí, de la singularidad de quien “dice sentirse deprimido”? Comentaremos al respecto sobre estas posibilidades. Por otra parte, consideramos a la depresión como un afecto interesante y complejo en su estudio: emociones encontradas, frustraciones, creaciones imaginarias conflictivas, culpa, tristeza, desesperanza, etc., en fin, signos y síntomas que bien puede orillarnos a la formulación del diagnóstico, o bien, a un acercamiento hacia algunos aspectos de la subjetividad. Con orientación cualitativa y partiendo de algunas aportaciones teóricas del psicoanálisis sobre el afecto de depresión y el dolor psíquico, nos hemos propuesto el objetivo de aportar un punto de vista alternativo a la formulación del diagnóstico de depresión considerando algunas cuestiones: ¿son suficientes algunas señales en el sujeto, que vuelvan incuestionable la formulación del diagnóstico de depresión? Discutiremos sobre la posibilidad de que el diagnóstico puede estar frecuentemente sustentado en la “apariencia” del sujeto, siendo prejuzgado a partir de signos (llanto, desánimo, aspecto físico, etc.), que nos llevan a ubicarlo en alguna categoría diagnóstica; y opinaremos sobre la posibilidad de que formular el diagnóstico de depresión no es necesariamente relevante para realizar el ejercicio clínico. Por otra parte, considerando que el enfoque del diagnóstico puede excluir aspectos subjetivos, pensamos si ¿puede la formulación del diagnóstico de depresión ser un obstáculo para el trabajo clínico? Aportaremos un punto de vista en el que expondremos que el diagnóstico puede obstaculizar una aproximación a algunos aspectos de la subjetividad, como “lo imaginario”, “lo simbólico” y “lo real” por ejemplo, implicados en los síntomas. En concreto, el presente trabajo constituye un ordenamiento de ideas diseñado en tres apartados: uno, cuya idea expone un punto de vista acerca del dolor psíquico en el contexto de la subjetividad; otro, cuya idea se enfoca en una visión sobre la depresión y las señales relacionadas a este afecto; y un tercero, cuya idea intenta explicar una posible relación entre el narcisismo y la depresión. En base a estas ideas, pretendemos argumentar nuestro objetivo que intenta aportar un punto de vista alternativo a la formulación del diagnóstico de depresión, considerando la singularidad del caso, y la idea de “dolor psíquico” como posibilidad que nos acerque en el ejercicio clínico, hacia algunos otros aspectos en el contexto de la subjetividad. Introducción Quisiéramos de antemano describirbrevemente la razón que nos motivó a realizar el presente proyecto: durante el transcurso escolar llegue a escuchar (a voz de maestros y compañeros), algunos comentarios que de después de realizar mis prácticas profesionales me dejaron algo de duda; algunos maestros en alguna ocasión, mencionaron que el psicólogo puede “diagnosticar” (basándose en el DSM lV o el CIE 10, por ejemplo), es decir, “definir un padecimiento o enfermedad a partir de los signos y síntomas”, esto es algo complicado porque a veces los pacientes no encajan en los estándares ya preestablecidos, y a veces llega a ocurrir que debido a la inexperiencia se intenta hacer encajar al sujeto en algún “trastorno o enfermedad” por las señales que presenta, y cuando no encaja, entonces se vuelve complicado el ejercicio clínico, debido a que no sabemos con qué malestar (categoría) vamos a tratar. Hay ocasiones además, en que la persona casi no habla o no expresa, y no podemos definir o discernir algo sobre ella, y llega el momento en que uno no sabe que hacer; sin embargo, hemos pensando si tal vez, ¿habrá algunas experiencias que se le dificulte poner en palabras, y que estas experiencias sigan teniendo alguna influencia en sus emociones?; ¿será necesario formular el diagnóstico del sujeto para poder llevar a cabo el trabajo clínico? Habrá quien considere el diagnóstico como fundamento de su intervención en el ambiente clínico, sin embargo, nosotros preferimos ver de entrada a los signos y síntomas, como representantes de posibles conflictos que habría que explorar, y así evitar de inicio hacer afirmaciones sobre el sujeto. Continuando con nuestra idea, recuerdo que ante la emoción de estar frente al paciente por primera vez, en la etapa de servicio social, era común escuchar de los compañeros cuestiones como ¿qué paciente te tocó?, ¿qué tiene? ¿cuál es su padecimiento o su problema?; y entonces empezaba todo un despliegue de padecimientos y trastornos en los que hacíamos encajar a las personas que venían en busca de alguna ayuda: “déficit de atención, hiperactividad, conflictos de pareja, ansiedad, fóbico, asertividad, síndrome de Down, discapacidad motora, parálisis cerebral, depresión, etc.”; en alguna ocasión alguien expresó que no sabía que es lo que tenía su paciente (algo relacionado con lo emocional), pero que estaba intentando tratar problemas aislados conforme se iban presentando a partir del discurso de la persona (quizá esta última sea una idea más admisible respecto al diagnóstico apresurado); en general, recuerdo que una vez que encontrábamos un malestar para el sujeto, empezábamos la búsqueda de información y asesoría para tratar con ese malestar específico, y ¡muchas veces funcionaba! porque ciertamente se reducían algunas conflictivas de los pacientes, según referencia de ellos mismos; ¿pero a qué vamos con esto? Primero, no es criticable el que alguien suponga un padecimiento o formule un diagnóstico para luego intentar “curar” ese malestar específico; sólo consideramos la posibilidad de que atender el “malestar designado” nos aleja de algunos aspectos de la subjetividad; así que alternativo al diagnóstico y pensando en la singularidad del caso, consideramos la posibilidad de hacer un acercamiento hacia algunos aspectos subjetivos en el ejercicio clínico, partiendo de la idea de “dolor psíquico”, ya que éste afecto de una u otra forma llega a ser externado por quien asiste a consulta, incluso cuando la misma depresión parece venir encubierta por la indiferencia o la exaltación entre otras. Con esto quizá de inicio en el trato con el sujeto, podamos reducir aquello de las “etiquetas”, las prescripciones médicas, las fórmulas estructuradas para la cura de “males” generalizables que omiten algunos aspectos subjetivos, o aquella idea inconsciente de insinuarnos que las personas están enfermas y que nosotros podemos curarlas porque nosotros estamos “bien”. Respecto a lo anterior, sólo como mención, recuerdo en este momento que alguna maestra nos decía en una ocasión: “No se le dice discapacitado, se le dice persona con discapacidad”; tal vez me falta madurez, pero no le veo mucha diferencia a esta comparación. Ahora bien, ¿qué pretendemos con el recuerdo de esta idea? La respuesta es otra pregunta, ¿cómo vemos a la persona en el ejercicio clínico?, ¿por qué y para qué intentamos apartarla en “enfermedades, trastornos, categorías, etc.”? Opinaremos sobre estas cuestiones. De inicio entonces, podríamos considerar la idea de Ann Juranville (1994), acerca de que la depresión es una “enfermedad de lo imaginario” (no nos referimos a que el sujeto esté enfermo, sino a lo que le está causando dolor); “enfermedad” quizá sea un término extremo y polémico en este ambiente clínico, sin embargo, podríamos entender que el sujeto ante una separación o ante la lesión del vínculo con el otro como dice Juan David Nasio (1998), puede crear toda una forma de conflictos imaginarios experimentando cada uno de ellos como una tragedia irremediable en su vida, situación que puede hundirlo en el desánimo y la desesperación. Entonces, pensando en un sentido metafórico, podríamos pensar que el imaginario del sujeto está enfermo, debido a que es creador de fantasías y representaciones hostiles que le causan dolor, un dolor psíquico que es un dolor de amar; padece de pena o de amor. Entendamos que esta idea de Nasio sobre el “dolor”, no se refiere a que el sujeto esté deprimido, sino a la posibilidad de que el dolor psíquico que sufre, pueda llevarlo a deprimirse; diferente al caso de Juranville, quien propone que la depresión es enfermedad de lo imaginario. Consideramos para este proyecto que la depresión es una compleja respuesta emocional que suele estar precedida por una pérdida o una separación que se ha experimentado como traumática; al respecto suponemos que el rompimiento de un fuerte lazo afectivo puede ser el factor que desencadena un acto imaginario conflictivo en el sujeto, que a su vez, le produce dolor; aunque pensando también en otra posibilidad ¿podríamos considerar que las señales relacionadas con éste afecto puedan emerger ante un factor de menor relevancia, debido a una acumulación de experiencias penosas sentidas como fracasos o frustraciones, que generan tensión? Opinaremos sobre esta cuestión y trataremos de discutir sobre esta posibilidad. En tanto, otras cuestiones que planteamos son: ¿qué nos hace “concluir” que una persona está deprimida?, ¿es necesaria la formulación del diagnóstico para tratar al sujeto?, ¿qué otra posibilidad podríamos pensar como alternativa al diagnóstico de depresión? Primero, trataremos de describir lo que entendemos por depresión y las señales que se relacionan comúnmente con este malestar según algunas propuestas teóricas; después, intentaremos explicar por qué consideramos que la formulación del diagnóstico de depresión puede obstaculizar una aproximación a algunos aspectos de la subjetividad; y como posibilidad alternativa al diagnóstico, daremos un punto de vista acerca de un enfoque orientado más bien hacia la singularidad del caso, y ver en el dolor psíquico una vía que nos aproxime hacia algunos otros aspectos en el contexto de la subjetividad; en este sentido se intenta hacer un acercamiento al sujeto sobre el que se discute o con quien se lleva a cabo el trabajo clínico, y no hacia la categoría diagnóstica en la cual se le incluye. Ahora bien, por otra parte, quisiéramos aclarar que pretender abordar las instancias “imaginario”, “simbólico” y “real”, no implica una profundización en cuestiones teóricas ni filosóficas que pudieran hacer complicado y embrolloso el desarrollo del presente proyecto, sin embargo, trataremos de explicar en términos sencillos, la manera en que entendemos cada una de estas tres instancias para abordar la cuestión subjetiva. Finalmente quisiéramosexpresar ¿por qué nos interesamos en abordar las señales (signos y síntomas) relacionadas con el afecto de depresión? y ¿por qué desde algunas ideas del psicoanálisis? Consideramos que el psicoanálisis es una teoría que se aproxima a la exploración de la subjetividad, y de las causas morales y afectivas que pueden estar relacionadas con los conflictos psíquicos y el dolor de un sujeto; tomando en cuenta que intentamos hacer un acercamiento a aspectos subjetivos, y no a la formulación del diagnóstico médico (o psicológico), pensamos que esta teoría nos puede aclarar algunas ideas. En cuanto al afecto de depresión, surgió la inquietud de tratar este tema porque al ser muchas las señales que se relacionan con este afecto, a veces surge aquella idea extraña de hacer encajar al sujeto en algún estándar de acuerdo con los signos y síntomas que presenta; a partir de lo cual entonces, nos han surgido las cuestiones: ¿son suficientes algunas señales en el sujeto, que vuelvan incuestionable la formulación del diagnóstico de depresión?, ¿podríamos considerar a los signos y síntomas como posibles representantes de conflictos que habría que explorar? Consideramos que signos y síntomas indican algo inquietante que quizá no ha sido puesto en palabras, son algo que quiere hablar y ser escuchado. Pensamos también respecto a la primera cuestión, que los indicadores relacionados con la depresión son a veces tan irrelevantes, que incluso se llega a pensar en una “depresión leve” sobre el paciente; diagnóstico que nos parece cuestionable. Quizá a final de cuentas sea innecesario suponer o designar un malestar para quien asiste a consulta por cuestiones afectivas, simplemente habría que verlo como sujeto en sí y escuchar aquella historia singular que en parte lo constituye, y que implica la enunciación de la realidad que es como a él le parece que la ha vivido; y quizá con esto, alejarnos un poco de aquel ideal del cual nos habla Levin (2007), acerca de que cuando un sujeto no encaja en los parámetros estandarizados que la sociedad considere lógicos, será designado como fracasado e incompetente, nosotros añadiríamos que se le considere “enfermo”, susceptible a los medicamentos que suprimen la palabra y la posibilidad de ser escuchados. Pensamos al respecto que si acaso los signos y síntomas pudieran estar representando conflictos que no han sido puestos en palabras, indicando que se dificulta solucionar algo, o aparecer como respuesta ante vivencias traumáticas que nos dejan sin palabras, entre otras, ¿por qué ver la enfermedad en el otro a partir de sus señales, cuando podríamos ver su dolor como un aspecto singular que guarda una historia; esperando que el sujeto mismo pueda descubrir nuevas formas de significar sus experiencias e inclusive reconocer el goce en ellas como una vía posible para acceder a asumir su síntoma? Partiendo entonces de la idea sobre si el trabajo clínico con el sujeto inicia necesariamente a partir del diagnóstico de depresión, o podríamos partir en sí, de la singularidad de quien “dice sentirse deprimido”, iniciaremos nuestro proyecto tomando en cuenta la siguiente pregunta de investigación: ¿son suficientes algunas señales en el sujeto, que vuelvan incuestionable la formulación del diagnóstico de depresión?; con esta cuestión en mente, intentaremos desarrollar un conjunto de ideas con el cual pretendemos argumentar nuestro objetivo, que pretende “aportar un punto de vista alternativo a la formulación del diagnóstico de depresión”, cuya vía sería ver al concepto de “dolor psíquico” como idea que nos oriente en el ejercicio clínico hacia un acercamiento a la subjetividad. 1. SOBRE EL DOLOR PSÍQUICO EN EL CONTEXTO DE LA SUBJETIVIDAD 1.1 Un punto de vista preliminar sobre la cuestión del sujeto. Sin intención de profundizar en cuestiones teóricas, quisiéramos señalar primeramente que cuando hacemos referencia al “sujeto”, hablamos de alguien social que en su discurso tiene una manera singular de referir lo que las cosas son para sí, cosas que nadie más puede decir por él, sino sólo él, de acuerdo al sentido que ha dado a sus experiencias y que por ello enuncia la realidad como a él le parece, y que sin embargo, en su palabra vienen involucrados sus vínculos y relaciones con los demás; es decir, el sujeto tiene una forma singular de referir su realidad, en donde los demás vienen implicados; quizá ésta última idea nos permite pensar en algo de la subjetividad, en la cual existe un enlace social en donde el sujeto está en mutua modificación con los demás. Al respecto Vargas, (citado en Jaidar, Vargas, Fernández, Perrés y Baz, 1998), señala que la subjetividad no es algo preexistente, sino que se hace en el acto discursivo, en una narración de sí mismo, del otro y del mundo, de su pasado, presente y futuro en el aquí y ahora de la palabra, en las narrativas de los otros; por otra parte Isabel Jaidar (en Jaidar, et al. 1998), señala que “desde su perspectiva”, la subjetividad es constituida socialmente, responde a una manera de leer la realidad y de constituir la realidad humana, dentro de una determinada cultura que de esta manera la procrea y la continúa; también señala que desde una descripción teórica sobre la subjetividad, se la puede tomar como el despliegue de las infinitas relaciones sujeto-objeto, en las que el objeto significa la realidad, lo colectivo, lo social y el sujeto mismo; a la vez que la subjetividad constituye nuestro yo más singular, construye las redes simbólicas que nos ponen en comunicación y nos integran a lo social. Así entonces, el mundo subjetivo, al igual que el lenguaje, tiene una dimensión singular, entendiendo siempre la dimensión colectiva y social en todo lo singular del sujeto. Pensando en la cuestión del sujeto para este proyecto, podríamos tener en cuenta una idea de Isabel Jaidar, quien señala que la cualidad de lo subjetivo aparece en el discurso del sujeto que registra en un nivel simbólico su historia personal, sus imaginarios y significados de la realidad que construye, y que lo constituye; de igual manera, tomamos en cuenta la idea de Esther Vargas, acerca de que la subjetividad se hace en el acto discursivo, en una narración de sí mismo, del otro y del mundo; de su pasado, presente y futuro en el aquí y ahora de la palabra; en las narrativas de los otros. Por supuesto tenemos presente que habrá diferentes puntos de vista respecto a la cuestión del sujeto y la subjetividad, y qué haría falta estudio, investigación y trabajo para poder acercarnos a una noción sobre éstos conceptos, ya que como señala Perrés (citado en Jaidar, et al. 1998), no se puede hablar en nuestra contemporaneidad de un psicoanálisis sino de los psicoanálisis, y en este sentido resulta por demás evidente que cada una de las grandes corrientes psicoanalíticas contemporáneas (y subcorrientes, escuelas, asociaciones, grupos, y aún autores particulares dentro de éstas) posee su propia concepción de subjetividad. Porque cada una de ellas tiene en realidad su forma de pensar al sujeto. Vale decir, su propia teoría del sujeto ya que resulta difícil pensar la subjetividad si no se lo hace a partir de una teoría del sujeto. Pese a lo que señala Perrés, sin embargo, y para poder abordar el presente proyecto, nos parece conveniente apoyarnos en algunas de las ideas antes descritas: sujeto y sus vínculos, historia personal, imaginarios, narración de sí mismo, del otro y del mundo, de su presente, pasado y futuro en el aquí y ahora de la palabra, singularidad, etc., puesto que estamos de acuerdo con estas concepciones que parecen ser común distinguirlas en el ejercicio clínico. Ahora bien, entrando entonces al tema que nos ocupa, hemos tomado en cuenta la posibilidad de que el sujeto que muestra señales relacionadas con el afecto de depresión, si bien habría de desenvolverseen el campo del lenguaje, de la enunciación de su realidad como a él le parece, también tenemos presente que aquellas cosas (experiencias), que nos resultan penosas, dolorosas y que quisiéramos no recordar, pueden volverse realmente difíciles de hablar, de hecho existen experiencias singulares penetrantes (separaciones, muertes, situaciones que generan culpa, etc.), que realmente nos dejan sin palabras, o como dice Julia Kristeva, nada qué decir como manifestación ultima del dolor. Entonces, ¿cómo poner en palabras una experiencia dolorosa, que a veces más bien conduce al silencio?, ¿qué es aquello que se dificulta poner en palabras?, ¿qué posible verdad se encuentra detrás de la facha del signo?, ¿qué nos quiere decir el síntoma?, ¿por qué se desencadenó el acto imaginario en un sentido de tragedia y desesperanza?, ¿qué le hace sentir dolor al sujeto? Tal vez alguien experto en el tema podría relacionar síntomas con orígenes, pero esto no deja de ser un supuesto, ya que cada historia es singular y tendrá sus propias cualidades. Por otra parte, respecto a lo singular, y retomando una de las cuestiones planteadas en nuestro objetivo sobre la formulación del diagnóstico de depresión, planteamos la siguiente cuestión: ¿por qué optamos en pensar sobre la idea de la singularidad, en lugar del diagnóstico que puede ser generalizable? Tratemos este tema en una sección aparte. 1.1.1 Una consideración acerca de por que tratar con la singularidad del caso. Además de que se pretende un intento por organizar ideas, cuyo enfoque se orientaría en hacer un acercamiento a la subjetividad en el ejercicio clínico, hay también otra consideración que hemos tomado en cuenta acerca por qué tratar con la singularidad del caso: hemos pensado, que cuando se trabaja con un enfoque orientado hacia la formulación del diagnóstico de depresión, puede suceder a veces, que lleguemos a cometer errores cuando determinamos a un sujeto dentro de este afecto, sea que le demos un diagnóstico directamente, que se lo insinuemos, o simplemente que lo formulemos, parecería como si en ese momento estuviéramos intentando apartarlo dentro de alguna categoría (enfermo, trastornado, bipolar, etc.), para poder ubicarlo; es decir, ubicarlo como el sujeto de la enfermedad o del trastorno y no como sujeto en sí. Consideramos que tales categorías más que ayudar, pueden influir en la forma en que sentimos acerca de ellos y en la manera en que ellos sienten y fantasean consigo mismos a partir de la insinuación o designación que hacemos sobre ellos con tales categorizaciones. Por supuesto no dudamos que quienes realizan el diagnóstico de depresión tengan fundamentos y parámetros base, que les permitan desde su perspectiva llegar a la formulación de tales designaciones o categorías diagnósticas en las cuales insertan al sujeto; sólo consideramos que éste enfoque, puede omitir aspectos relevantes de la subjetividad, ya que en las categorías de diagnóstico pueden caber todas las personas que comparten síntomas similares, a la vez que reciben un trato parecido; mientras que en nuestra idea, es sólo el sujeto y la enunciación de su historia singular. Tal historia implica aspectos subjetivos como el dolor, lo imaginario, la lesión del vínculo con el otro, etc. Descartando entonces para este proyecto la idea concebir al sujeto dentro de alguna categoría diagnóstica (bipolar, maniaco-depresivo, depresión leve, depresión mayor, depresión endógena, etc.), creemos además que a algunas personas quizá les incomode que se les rotule de determinada manera, cuando a veces ni siquiera se acercan en busca de un diagnóstico; decía una mujer que una vez escuche hablar en tono muy molesto en una clínica: “… me dijo el Doctor que tengo que pasar primero con el psicólogo para que pueda atenderme… no la pueden ver a una un poco triste o cansada porque ya le están diciendo que está deprimida, o insinuando que una está loca… creen que una se inventa las enfermedades, si no estoy aquí por gusto…”. (“inventar enfermedades”, a veces pasa…). Quisiéramos aprovechar éste ejemplo para tomar en cuenta un caso citado por los autores Taylor y Bogdan, en donde un paciente que tiene dificultades para mover sus piernas, quien haciendo referencia a ciertas “pruebas de inteligencia y psicomotricidad”, dice lo siguiente: “Si usted va a hacer algo con la vida de una persona no necesita gastar todo ese dinero administrándole tests. Yo no tenía otro lugar a donde ir. Quiero decir aquí estoy yo, más o menos inteligente, y aquí están seis psicólogos sometiéndome a tests y enviándome a la escuela estadual (para ‘retardados mentales’). ¿Cómo se sentiría usted si fuera examinado por todas esas personas y terminara como terminé yo? Se supone que los psicólogos nos ayudan... yo nunca pensé de mi mismo que era un individuo retardado… uno sabe lo que ‘es’ en lo profundo dentro de sí pero quienes lo rodean reflejan y devuelven una imagen negativa; la gente que nos rodea nos comunica una sensación, ellos tratan de ocultarla pero sus intenciones son inútiles. Ellos dicen que harán esto y aquello, tratan de protegerlo, pero uno siente una especie de culpa. Uno tiene la sensación de que lo están mirando desde arriba… Algunas personas creen que se puede decir si una persona es retardada con solo mirarla. Quien piensa así no le concede a la gente el beneficio de la duda. Juzga a una persona por lo que parece, o por la forma en que habla, o por lo que muestran los tests, pero nunca puede realmente decir qué hay dentro de la persona…” (Citado en Taylor y Bogdan, 1986, páginas 192, 197,198). Los anteriores casos los hemos tomado en cuenta porque describen una idea de lo que nos referimos cuando hablamos de singularidad y de subjetividad, y por supuesto del efecto que la formulación o insinuación de un diagnóstico puede tener en algunos casos, en el sentir del sujeto. En relación a esta idea por ejemplo, éstos mismos autores señalan que un vocabulario desvalorizador cuando nos referimos a otros, incluye las palabras “enfermedad”, “discapacidad”, “desviación”, “retardado”, entre otros, y que estas categorías de que se dispone para ubicar a los individuos no ayudan pero influyen sobre el modo en que nosotros sentimos acerca de ellos y en que ellos sienten acerca de sí mismos, y que cuando presentamos sujetos como números o como categorías diagnósticas, no creamos en otros un sentimiento de respeto o de aproximación a las personas sobre las que se discute, pues esta perspectiva, omite los aspectos subjetivos (Taylor y Bogdan, 1986). Retomando una idea del caso citado arriba, el paciente dice que uno sabe lo que es, y quienes te rodean, incluidos médicos y psicólogos, podrán juzgarte por lo que pareces, reflejando y devolviendo una imagen negativa sobre ti, pero nunca pueden decir realmente que hay dentro de uno. Por supuesto consideramos la posibilidad de que ni terapeuta ni paciente puedan conocer qué es lo que realmente existe en lo interno, pero es aquí precisamente, en donde aparece la intención de un acercamiento hacia el sujeto del discurso (nos referimos a quien narra su historia singular), hacia algo de la subjetividad. Consideramos entonces al respecto de este tema, que cada persona tienen una imagen de sí misma, una representación singular de sus experiencias, y una percepción única de su realidad; y ésta forma de percibir puede diferir de la que tienen los profesionales, quizá por ser en parte fantaseadas, engañosas, trágicas en extremo, etc., pero no por esto dejan de ser reales para quien las experimenta; y ¿por qué las experimenta así? Esto podría ser una cuestión subjetiva que quizá en parte, podría verse revelada en la enunciación de sus experiencias de acuerdo con los significados que ha constituido al vincularse en sus diversos contextos. 1.2 El dolor psíquico comoreacción afectiva ante la lesión del vínculo con el otro. Consideraremos que el dolor psíquico (a diferencia de un dolor físico) no proviene de un órgano lesionado, sino de la experiencia misma de vivir en las relaciones afectivas. El dolor psíquico de acuerdo con Nasio (2007), es un afecto que expresa el agotamiento de un yo completamente ocupado en atesorar desesperadamente el recuerdo de un ser amado perdido; sin embargo, lo que hace sufrir no es la pérdida de un ser amado, sino continuar amándolo más que nunca, ahora que sabemos que lo hemos perdido irremediablemente. El dolor psíquico es un afecto que aparece como respuesta o reacción ante la pérdida física o la separación de un objeto amado, ya que el “yo” en compensación, caracteriza intensamente la imagen psíquica de ese objeto perdido a través de la representación o recuerdo, y esa sobreinvestidura afectiva de la imagen genera dolor, en parte, por considerársele objeto de amor inaccesible. Nasio (1998; 2007), describe en concreto el dolor psíquico de la siguiente manera: El dolor psíquico es un dolor de amar, una lesión del vínculo con el otro; es un amor demasiado grande en nuestro interior para un ser que ya no existe en el exterior. Es la certidumbre de un mal ya acontecido, en el cual el sujeto cree que su pérdida es irremediable, y por la cual se siente herido. Es una reacción a la pérdida del amado, a la pérdida de su amor e incluso a la pérdida de la integridad de mi imagen (narcisista). De acuerdo con éste autor, la herida que causa el dolor psíquico se sitúa en tres planos diferentes, (y aquí hacemos un primer acercamiento a aquellas Instancias de la subjetividad, de las cuales antes hicimos mención –real, imaginario, simbólico–): El de la sensibilidad (el otro es una parte de mi todo sensible); el de lo imaginario (la imagen de la ausencia del otro cambia la imagen de mi cuerpo); y el de lo simbólico (el orden psíquico pierde una de su principales referencias, como es la integridad del propio cuerpo). Consideramos entonces al dolor psíquico como un afecto que aparece como reacción ante la pérdida física o ante la separación de alguien a quien se ama; es decir, de la lesión del vínculo con el otro. Consideramos al respecto, que el dolor psíquico puede ser una tensión interna que podría describirse como sensación: de estar herido, de sentirse incompleto ante la separación, de angustia, de culpa, de tristeza, de soledad, de haber perdido algo que se juzgaba indispensable, etc.; y creemos que el dolor también puede apreciarse externamente en la inactividad, los rasgos caídos, el desánimo, el llanto, el silencio, etc. Es como una lesión de lo sensible causada por una ruptura del vínculo que nos une al otro. Aunque seguramente existen diferentes causas por las que una persona pueda sentir dolor (psíquico), consideramos que el rompimiento de un fuerte lazo afectivo que une a un ser con otro, es una de las principales causas que lo puedan hacer surgir; por ejemplo, es muy común saber de casos de personas que “se sienten deprimidas” tras el rompimiento de un lazo afectivo con determinada persona (novio, esposo, pareja, padres, hijos, etc.), o cuando alguien apreciado muere; ante tales situaciones es posible notar o conocer que algunas personas llegan a sufrir un desequilibrio en su vida común, sea reducción del apetito, llanto inconsolable, tristeza persistente, malestares físicos, aislamiento, dificultad para dormir, etc., en fin, el sujeto parece ya no funcionar en su vida cotidiana de similar manera como lo hacía cuando estaba unida al otro amado. Todas estas señales que suelen aparecer ante una separación y que sugieren un sufrimiento, en efecto podrían estar indicando que el sujeto experimenta dolor psíquico; y es a partir de este concepto que vemos una opción alternativa a la formulación del diagnóstico de depresión en el ejercicio clínico; no como una opción que nos acerque a ver la enfermedad o el trastorno en el sujeto, sino una vía que nos permita un acercamiento al sujeto en sí, con quien se realiza el trabajo clínico. 1.3 Una aproximación a la cuestión de “lo imaginario”, “lo simbólico” y “lo real”. Antes de abordar el tema que corresponde ahora, cabría recordar en este momento que no pretendemos ir necesariamente contra el diagnóstico cuando se realiza el ejercicio clínico, sino que nuestro objetivo intenta orientarse en exponer un punto de vista alternativo a la formulación del diagnóstico de depresión, intentando un acercamiento más bien hacia el contexto de la subjetividad a partir de la idea del dolor psíquico; teniendo en cuenta en este aspecto, como ya hicimos mención, que el diagnóstico puede estar en parte sustentado en lo que el sujeto “parece” desde el punto de vista de quien observa y juzga; desde ésta idea podría suceder que quien formula el diagnóstico, distinguiera en una tristeza, desánimo ocasional o aspecto físico, a una “depresión leve” (término médico y psicológico) por ejemplo; y aún tomando en cuenta que existen ciertos parámetros base sobre los cuales se pueden sustentar tales diagnósticos, desde nuestro punto de vista, también podría ser que el sujeto que muestra ciertas señales relacionadas con este afecto, no necesariamente es un sujeto con “depresión leve” o “moderada”, sino un sujeto que bien podría estar en camino hacia la depresión, o simplemente, un sujeto que muestra algunas señales relacionadas con la depresión, descartando de esta manera la necesidad de ubicarlo en algún trastorno o enfermedad. Además, como ya mencionamos también, el enfoque del diagnóstico puede excluir aspectos subjetivos, algunos de los cuales hemos considerado para éste proyecto, y de los cuales expondremos un punto de vista: Consideramos la cuestión de lo “imaginario”, “simbólico” y “real”, como instancias en el contexto de la subjetividad, que podrían ser aspectos a tomar en cuenta en el ejercicio clínico. Respecto a ello, intentaremos exponer en términos sencillos una idea preliminar sobre la concepción de éstas instancias; y para abordarlo, nos apoyaremos de entrada en la noción de Juan David Nasio (1998; 2007; páginas 132 y 120 respectivamente), acerca de que la herida que causa el dolor (“físico”), se sitúa en tres planos diferentes parecidos a los que definen la pérdida del ser amado (dolor “psíquico”): El de la sensibilidad (la pierna es una parte de mi todo sensible); el de lo imaginario (la imagen de la ausencia de la pierna cambia la imagen de mi cuerpo); y el de lo simbólico (el orden psíquico pierde una de su principales referencias, como es la integridad del propio cuerpo). Continuando con la analogía entre dolor físico y dolor psíquico, Nasio (1998), señala que en una palabra, el dolor de la lesión entraña tres aspectos: real, simbólico e imaginario. Real: percepción somático-sensorial de una excitación violenta relativa a los tejidos orgánicos; Simbólico: formación súbita de una representación mental y consciente del lugar del cuerpo donde se ha producido la lesión; Imaginario: al ser el cuerpo vivido en la periferia, toda lesión será vivida como periférica. La sensación dolorosa, referida imaginariamente a la sede de la lesión, parece no emanar sino de la herida, y la herida parece instituirse como un segundo cuerpo. Así que en la lesión del vínculo con el otro, de acuerdo con Nasio (2007), y ya refiriéndonos en especial a la idea del dolor psíquico, lo que verdaderamente perdemos cuando el otro desaparece (ante la separación), es la satisfacción de poseerlo y la idea (aparente), de que el otro estaba disponible para satisfacer nuestros deseos, nuestras exigencias; porque el otro, señala éste autor, no es solamente una persona viva y exterior, sino también una fantasía construida con su imagen, espejo de nuestras imágenes (imaginaria), penetrada por la fuerza del deseo(real), enmarcada por el ritmo de esa fuerza (simbólica) y apuntalada por su cuerpo vivo (también real), fuente de excitación de nuestro deseo y objeto de nuestras proyecciones imaginarias. Con base en las anteriores ideas, podríamos referir para éste proyecto, lo real como aquella experiencia subjetiva que al ocurrir en la vida de un sujeto, crea una reacción en forma de experiencia sensible (de goce o de dolor), causada por las excitaciones que vienen del vínculo con el otro. Ahora bien, tomando en cuenta que lo real puede hacer referencia a la percepción sensible de una excitación ante la experiencia del vínculo con el otro (teniendo en cuenta que estamos hablando de dolor psíquico), suponemos que esto real no habría forma de tocarlo, ya que es una experiencia en la cual sólo el sujeto percibe su vivencia a su manera, por lo tanto, parece que no es posible abordarlo directamente. Por otra parte sin embargo, aunque lo real pierde su esencia cuando es mediado por el campo del lenguaje, llevándonos al encuentro con una palabra engañosa, podría ocurrir no obstante, que esa misma palabra engañosa y fantaseada ponga en juego algo de la verdad, y ésta verdad mínima, puede ser un camino que nos acerque de igual manera, a algo de lo real. Lo imaginario por su parte, podríamos referirlo como fantasía, invención, ilusión; lo que se piensa acerca de las cosas, lo que se supone acerca de algo; pueden ser ideas, formas de percibir, de interpretar, y en especial quizá (suponiendo que gran parte de nuestros sufrimientos surgen a partir de la relación con otros seres humanos), podríamos pensar que es el reino de la identificación de la propia imagen diferenciada del otro, pero formada a través de lo que es el otro y de lo que el otro nos devuelve, es decir, lo imaginario podría hacer referencia a la “identificación” que se ha formado en relación con el otro, porque ese otro tiene un valor representativo: de amor, de estima, de espejo –que devuelve la imagen de nuestra belleza–, etc.; un ejemplo muy sencillo que nos permite comprender esta cuestión de la “imagen” y la “identificación”, sería el hecho de “sentirnos” (imaginariamente), “fuertes”, “atractivos”, “motivados”, “satisfechos”, “reconocidos”, “valorados”, etc., cuando compartimos un vínculo afectivo con algún otro ser, que a su vez, nos devuelve un mensaje de aceptación y de valor, ayudando con su aprobación a que nos formemos una imagen de nosotros mismos; por el contrario, si este lazo afectivo se rompiera, existiendo una separación del uno con el otro, ocurriría que la “imagen” (del que sigue amando), se percibiría como incompleta o degradada, debido a que ya no tiene el soporte que le devolvía un reflejo de la imagen de su “ser” (yo soy…), así que todo aquello grato que quizá para satisfacción narcisista le hacía sentir algún goce al sujeto, se convierte en impotencia y frustración que puede encaminar hacia el dolor, desencadenando de manera hostil el acto imaginario: “Me siento feo”, “ soy despreciable”, “me siento sola”, “no valgo nada”, etc., (tal vez esta forma de pensamiento adversa podría estar siendo facilitada por una consciencia moral severa, es decir, que el sujeto es demasiado severo consigo mismo ante decepciones, fracasos, entr otras experiencias desafortunadas. De manera que somos uno cuando amamos y somos amados, y somos otro cuando perdemos al amado o a su amor; por supuesto, esto lo consideramos materia de lo imaginario. En cuanto a lo simbólico, podríamos relacionarlo con la función que al sujeto le permite organizar y articular su relación con los demás en el campo del lenguaje, las representaciones y los significados. Consideramos finalmente, que habrá diferentes puntos de vista o pensamientos más amplios respecto a lo simbólico, lo imaginario y lo real, y que quizá habría que profundizar más en el estudio de éstos conceptos para poder tener una noción más amplia sobre ellos, sin embargo, creemos que esta primera apreciación nos permite tener una idea acerca del enlace que éstos conceptos tienen en el contexto de la subjetividad; y son desde nuestro punto de vista, aspectos susceptibles de tomar en cuenta en el ejercicio clínico de la depresión; por ejemplo: debido a la fantasía que se construye con la imagen del objeto amado (imaginario); a las representaciones conscientes que hacen referencia al otro, o al lugar donde se ha producido la lesión (simbólico); y de la percepción sensible –como el dolor– de las excitaciones generadas por el objeto (real). 1.4 Algunas consideraciones sobre la dimensión de lo imaginario Retomando una idea de Ann Juranville (1994), pensamos que la depresión es enfermedad de “lo imaginario” (no nos referimos a que el sujeto esté enfermo, sino al dolor que aparece en parte, a causa de la “herida de la estima” y por el acto imaginario que toma un sentido trágico). Este imaginario son fantasmas, fábulas, mitos, ensoñaciones, fantasías y representaciones del mundo según nos señala Juranville; imaginario que además puede atormentar al individuo con la cuestión de su valor (“no valgo sin alguien que fortalezca la belleza de mi imagen”), y de la estima que se tiene para sí (“me siento despreciable”). ¿Por qué el imaginario atormenta al individuo causándole dolor? Trataremos de hacer un acercamiento a esta cuestión: Arca (1998), señala que el imaginario se constituye sobre el doble vínculo inherente a la palabra “identidad” (identificación); cuando esta identidad es incompleta (por la lesión del vínculo con el otro por ejemplo), el ciclo de vida queda bloqueado y el conflicto neurótico aflora, y la fantasía omnipotente de llegar a ser reconocido y admirado (para satisfacción narcisista), se ve impregnada de un sentimiento de frustración e impotencia, y de un sentimiento de minusvalía que se formaliza paulatinamente en el sujeto. Al respecto Nasio (2007), señala que el yo funciona como un espejo psíquico compuesto por una miríada de imágenes, cada una de las cuales refleja una parte de nuestro cuerpo o un aspecto de los seres o de las cosas a las cuales estamos apegados afectivamente, y cuando se pierde físicamente algo querido, el yo en compensación, caracteriza excesiva e intensamente la imagen psíquica de ese objeto perdido a través de la representación o recuerdo, dando lugar a esa presencia imaginaria del objeto amado; imagen que tiene la particularidad de hacer surgir sentimientos. Nasio entre otros autores, nos señala que el dolor y el sufrimiento más intensos, provienen desde los vínculos con otros seres humanos (esto lo consideramos un aspecto de la subjetividad), del rompimiento de un poderoso lazo afectivo que nos une al otro, y cuya imagen del objeto ausente se caracteriza intensamente en compensación a la pérdida. Si bien tenemos presente que la lesión del vínculo con el otro puede ser una de las condiciones principales que hagan emerger el dolor psíquico, e incluso conducir al sujeto a sentirse deprimido, no quisiéramos dejar de tomar en cuenta que no es únicamente la muerte o la separación, los escenarios que pueden hacer surgir tales afectos; consideramos que muchas otras experiencias concebidas como desfavorables en la vida singular, tales como el infortunio económico, alguna amputación o desfiguración física, el encarcelamiento, e incluso experiencias desafortunadas menores (debido a una acumulación de tensión), pueden desencadenar el acto imaginario en un sentido de tragedia y desesperanza, haciendo florecer sentimientos que alimentan el dolor. Ya bien lo dice Nasio (1998), que un trauma psíquico puede producirse por el choque brutal de la pérdida del ser amado o de su amor, o bien, por algún acontecimiento cualquiera (banal), que viene a añadirse a una larga serie de microtraumas no sentidos por el sujeto. Cada uno de estos traumas puntuales provoca un imperceptibledolor del que el sujeto no tiene consciencia. La acumulación progresiva de estos múltiples dolores crea tal estado de tensión que la menor chispa de un acontecimiento anodino (insignificante), basta para liberar el dolor hasta ese momento contenido y verlo estallar en forma consciente. Tal recuerdo o tal sueño insignificante, puede aparecer en circunstancias tan precisas que libere un flujo salvaje de excitaciones internas que desbordan y hieren al yo. Este estado es entonces vivido bajo la forma de un dolor traumático. Volviendo a la cuestión de la imagen, lo imaginario y el rompimiento de un lazo afectivo, la cuestión ahora sería: ¿podría guardar el sujeto alguna relación significativa entre lo que cree que es y lo que deja de ser, cuando se lesiona el vínculo afectivo con el otro a quien se ama?, ¿ante una separación súbita y una sensación de quedar privado de reconocimiento, será posible que la “imagen” que representa la ausencia, cambie la percepción que se tiene de la imagen del propio cuerpo? En un acercamiento a estas cuestiones, Schatzman (2006), explica que todo el mundo, parte del tiempo, y alguna gente casi todo el tiempo, experimentan reiteradamente en y con sus cuerpos los significados literales de ciertas palabras frecuentemente escuchadas, retraduciéndolas en experiencias físicas (pensamos en signos o síntomas). Schatzman habla de palabras, y a consideración nuestra, para el tema que estamos tratando, estas palabras son internas, pero vienen instituyéndose en identificación con el otro (real) que las estimula en el plano de lo imaginario. Tomando en cuenta esta idea, hemos supuesto que el sujeto se forma una imagen de lo que cree que es cuando el otro le corresponde, haciéndolo sentir de determinada manera (placentera para satisfacción propia), así que cuando ese poderoso vínculo afectivo se rompe, el sujeto deja de ser lo que creía que era, porque el otro ha dejado de corresponderle; de modo que en este caso, el sujeto forma su imagen de una manera subjetiva por lo que siente, cree o sabe que el otro le devuelve, y esta misma imagen se torna incompleta y degradada, cuando el otro se vuelve inaccesible a la satisfacción de sus pretensiones (de sentirse amado, reconocido, valorado, etc.). Cabe aclarar que este tipo de palabras a las que nos referimos, con las cuales el sujeto forma su imagen en relación con el otro, no son palabras habladas, sino palabras pensadas, sentidas, fantaseadas, asimiladas y envanecidas, que ayudan a constituir una imagen. Podríamos pensar sin alejarnos mucho de la anterior idea, que la imagen del propio cuerpo, es en cierta manera el principal soporte de todo símbolo que lo ha trabajado desde las diversas relaciones con los otros. Así que esta imagen formada en correspondencia con ese otro, le facilitaría al sujeto distinguir un juicio especial sobre sí mismo: “me siento satisfecha”, “me veo radiante”, “estando a tu lado siento que nada me falta”, “me siento joven y atractiva”, o en su forma hostil: “soy feo”, “estoy calvo”, “estoy gorda”, “estoy vieja”, “me siento despreciable”, etc.; hemos pensado en la posibilidad de que estas formas de pensamiento sobre nuestra imagen (fantaseada), se generan a partir de lo que uno cree que es, y lo que deja de ser, en tanto nos sentimos reconocidos y amados por una parte, y por otra, cuando se lesiona el vínculo con el otro. En concreto consideramos que nuestra imagen a veces tiene una forma (imaginaria), cuando hemos creado un fuerte lazo afectivo que es correspondido; y asume otra forma (imaginaria), cuando ese vínculo afectivo se rompe. Estas formas imaginarias representativas del goce y del dolor, pensamos que no solamente tienen un efecto en el plano sensible del sujeto, sino que además, ese “sentir” puede verse reflejado efectivamente en el cuerpo, en el aspecto físico; ya sea que mostremos un aspecto “radiante” o un aspecto “abatido”, parece inevitable que nuestro semblante tenga que “aparentar” algo sobre nosotros; pero también en ocasiones, la misma apariencia puede ser una pantalla que encubre otras realidades. Por otra parte, sin alejarnos de la cuestión de lo imaginario, Slimobich, Cruz, Duro, y Levy (2004), señalan que cada vez que alguien dice “yo”, a nivel de la clínica, hay que escuchar qué se entiende por eso, ya que hay quien tiene un concepto del yo muy amplio y hay quien tiene un concepto del yo muy estrecho, el “yo” es fundamentalmente, una imagen. Es la imagen que portamos poniendo en el otro, reflejada en el otro. Siempre es “yo” entre otros y el yo no funciona solo. Así mismo Braunstein (2006), señala que la mayoría de las imágenes que el sujeto se forma sobre sí, sobre sus contextos, sobre las cosas y sobre su futuro, brotan a partir de la existencia de un mundo producido y estructurado por lo “simbólico” que habilita tales producciones imaginarias, tales representaciones, en torno de un real imposible de recuperar, en donde un objeto se representa como la meta absoluta e insatisfecha del deseo. Al respecto Arca (1998), nos señala que el individuo establece la relación de sí mismo con el mundo, sin experimentar lo real, sino lo imaginario, y se somete por ello a una doble disfunción entre lo que piensa que es, y entre lo que verdaderamente es según los otros del medio social donde se desarrolla. Pareciera entonces, hablando de subjetividad (de la lesión del vínculo con el otro), como si el sujeto renunciara a ser, para parecer, y parecer justamente lo que no es por lo que no tiene o dejó de tener; es como si parte de la energía que mueve al sujeto a vivir su vida, estuviera siendo mantenida en equilibrio por ese otro que corresponde a la satisfacción de su deseo, y pareciera también, como si ante la separación (rompimiento del vínculo), el sujeto concentrara esa cantidad de energía en la imagen de aquello amado que se le ha vuelto inaccesible; es como si a partir de la separación (experimentada como traumática), viniera como consecuencia el llamado “hundimiento sobre sí mismo”, que en relación con el dolor psíquico, provendrían de la sensación de una herida en el plano de lo sensible; de saber que el otro ya no corresponderá a nuestro deseo. Quisiéramos concluir ésta sección recordando algunas frases comúnmente escuchadas o pensadas, que en lo cotidiano parecen frecuentes: “me dejó, me siento solo”, “estoy cansado de todo”, “no tengo ganas de nada”, “nadie me quiere”, “soy pobre”, “no vale la pena”, “es mi culpa”, “no puedo olvidarlo”, “ya no es lo mismo sin ti”, “son puros problemas”, etc.; formas imaginarias que construyen la escena de posibles conflictos psíquicos, y que representan quizá parte de la identificación, el vínculo o el deseo que tiene el sujeto ante aquello que le causa dolor. Dejamos una cuestión final sobre estos ejemplos: ¿podría suceder que el sujeto quede ciertamente fijado en esa percepción de su realidad, que de tanto negar, pensar o creer, se haga afirmación? 1.5 El dolor psíquico en el ejercicio clínico de la depresión. Si consideramos que un sujeto que solicita atención, de inicio deja percibir ciertas señales relacionadas con su estado emocional, sea llanto, sea culpa, sea desesperanza, juicios de valor, autocríticas, etc., ¿podría considerarse que el efecto de algunas experiencias se ha fijado en dolor? No se trata tampoco por supuesto de buscar, encontrar y confirmar un dolor en el otro para que por medio de éste afecto, nos acerquemos a la exploración de sus conflictos, sino que tal vez ese dolor, inevitablemente es percibido por quien escucha al paciente; y este es un sentir singular, no lo definimos nosotros, sino que se entiende que el sujeto dice “yo siento” o “yo soy” (ideas que concluyen en el espacio colectivo, ya que los otros casi siempre vienen implicados en nuestros malestares), y este sentir externado en el dolor y en palabra, es unaposibilidad que podría permitirnos hacer un acercamiento a algunos aspectos de la subjetividad, en donde la narración de tal realidad singular, refiere los ideales, los apegos, los deseos, los vínculos, las fantasías, etc., que influyen en plano de lo sensible. Éste es un dolor que en la vida del sujeto puede surgir ante diversas circunstancias, reales y fantaseadas, que quizá en algunos casos, después de consumarse en depresión, puede conllevar a la pérdida de deseo y de sentido por la propia vida. Consideramos la posibilidad respecto de éste tema, que la mayoría de las personas que se acercan a solicitar alguna atención, bajo la inquietud de que están o pueden estar deprimidas (o por otras razones que causen pena; incluso si es una depresión encubierta), externen de cierta manera algunos indicadores que señalan que se está sufriendo por algo que causa dolor; digamos por ejemplo en el llanto, en la mirada al vacío, en los rasgos caídos, en el sentirse culpables, y quien sabe, tal vez en la aparente calma, la indiferencia y el silencio, pero es un dolor perceptible. Ahora bien, hemos hecho referencia al dolor psíquico como opción alternativa a la formulación del diagnóstico de depresión, pero ¿hacia donde nos orientaría el dolor que ha sido externado por el sujeto? Creemos que de inicio, hacia un conocimiento general del contexto (pérdida, separación, acumulación de sensaciones penosas que provocan tensión, etc.), que enmarca la enunciación de los posibles conflictos reales que aquejan al sujeto, lo cual implicaría sensaciones, frustraciones, decepciones, insatisfacciones, etc., que en la palabra de su discurso, el sujeto tendría la ilusión de referir lo que las cosas son como a él le parece que son, de acuerdo con una realidad singular que construye y que lo constituye, y la cual estaría implicada a su vez en la constitución del malestar actual que en algún momento se podría volver desesperante. Así, es posible que el dolor psíquico (que de alguna manera es externado por el sujeto), represente situaciones singulares que como premisa, nos da la idea de que ciertas experiencias significativas han dejado “huellas” en la vida del sujeto y que estas huellas tienen alguna influencia o efecto en su plano sensible, en su imaginario, en su consciencia moral, en su narcisismo, en la manera de percibirse, de percibir a los otros y de percibir la realidad; esto en el contexto de una narración que el sujeto hace de sí mismo, del otro y del mundo, de su pasado, presente y futuro en el aquí y ahora de la palabra como señala Esther Vargas (citado en Jaidar, et al. 1998). 2. SOBRE LA DEPRESIÓN, SIGNOS Y SÍNTOMAS 2.1 Una noción acerca del afecto de depresión. Consideramos a la depresión como una compleja respuesta emocional que suele estar relacionada con una pérdida, sea la pérdida física de algún ser amado o por el rompimiento del lazo afectivo que vincula a un ser con otro. En este caso, cuando se rompe el vínculo de un poderoso lazo afectivo, tal como señala Nasio (1998), se genera el dolor llamado psíquico, que en algunos casos puede llevar a la depresión. Es posible que además del rompimiento de un lazo afectivo, las señales relacionadas con este afecto también puedan aparecer por causa de un conflicto menor y como consecuencia de la acumulación de sensaciones penosas experimentadas como fracasos, frustraciones, decepciones, culpa, etc., que pueden ir generando tensión. Aunque la depresión la entendemos como un afecto, no es una emoción en concreto producto de la pena, realmente es una combinación de emociones que surgen como efecto de deseos o fantasías que se construyen con la imagen del objeto ausente; en este contexto el amor y el odio se encuentran y la tristeza sería el afecto fundamental cuando la sensación de insatisfacción y soledad habitan al sujeto. La depresión, tal como su nombre lo indica, es un hundimiento sobre sí mismo que suele ocurrir cuando el sujeto ha sufrido experiencias penosas que lo dejan con una herida ante la pérdida. Podría entenderse en este sentido que el sujeto deprimido tiene dificultad para hacer el duelo que generalmente corresponde a una pérdida, o no acepta perder ante situaciones frustrantes o decepcionantes. Así, ante la mezcla de pesimismo, tristeza, apatía, desesperanza y culto de sí mismo, para la persona deprimida, tal como señala Lazarus (2000), el mundo puede parecer hostil y feo, y reaccionar dramáticamente a las experiencias desfavorables, como si fueran trágicas e irremediables. 2.2 Acercamiento a la cuestión de los signos y síntomas en la depresión. ¿A qué consideramos signos y síntomas en la depresión? Consideramos a los signos y síntomas como “señales” que llevan la carga de algún significado, que comunican un malestar, que pueden indicar que algo está ocurriendo en la vida psíquica del sujeto, que pueden ser indicios de un padecer mayor y que pueden ser representantes de los posibles vínculos que en la vida del sujeto han quedado lesionados. Los signos por una parte, pueden representar externamente un sentir, es decir que lo que percibimos en el sujeto (su apariencia y actos), podría tener alguna relación con el estado de ánimo del momento, permitiendo apreciar una apariencia particular que lo caracteriza; por ejemplo, algunos de estos signos podrían ser: palidez, rasgos caídos, llanto, disculpas constantes, etc. El signo desde nuestro punto de vista, puede aparecer en representación de una pena que causa dolor, y cumplir también una función de “apariencia”, es decir, “lo que parece que es por lo que se aprecia” pero que no nos lleva a una aseveración. En el caso del síntoma por otra parte, éste sentir del sujeto sería más bien descrito por él mismo, por ejemplo, el sentimiento de culpa, el dolor, sus sensaciones, etc. Cabe confirmar sin embargo, que para este proyecto no diferenciamos lo que reconocemos como síntoma y lo que reconocemos como signo, sino que los vemos como posibles “señales” características relacionadas con el afecto de depresión, que pueden estar representando posibles conflictos en el sujeto. ¿Cuáles son los signos y síntomas que nos hacen pensar en su posible relación con el afecto de depresión? De acuerdo con lo que más o menos se conoce sobre este afecto, algunas de las señales que consideramos podrían surgir ante un desencadenante como la lesión del vínculo con el otro (pérdida, separación, rechazo, etc.), o quizá ante la acumulación de experiencias vividas como desafortunadas y decepcionantes que generan tensión, podrían ser los siguientes: sentimiento severo de culpa, tristeza profunda y persistente, sensación de soledad, aburrimiento constante, desesperanza, conflicto entre amor y odio, insomnio, fatiga, llanto frecuente, etc. Tales señales las consideramos una posibilidad en su relación con el afecto de depresión, conforme a lo que más o menos en sentido general se sabe de este afecto. Decimos en sentido general, porque desde diferentes perspectivas se tiene una idea más o menos compartida de las señales que se asocian al afecto de la depresión, por ejemplo, en el ambiente médico, en el DSM-lV se dice que en la depresión “mayor”, los síntomas pueden ser: ánimo depresivo (triste o vacío), irritabilidad, disminución de interés en actividades, pérdida de apetito, insomnio, enlentecimiento psicomotor, fatiga, sentimiento de culpa, disminución de la capacidad para concentrarse, pensamientos de muerte o ideación suicida (Michael, Frances, Pincus, 2005, página 209); En la “psicología conductual” se habla de síntomas como: pérdida de interés, pérdida de apetito, trastornos del sueño, pérdida de energía, sentimiento de culpa, pensamientos suicidas, tristeza, autocríticas (Méndez y Macía, 1997, página 110, 111); y entre otras, Arca (1998), menciona que las señales que pueden acceder ante un shock emocional(infidelidad de la pareja, sentimiento de abandono, muerte de un familiar, problemas económicos o sociales, conflictos familiares, situaciones de frustración, etc.), serían las siguientes: - Sensación de que algo se ha perdido - Vivir un deseo como inalcanzable o irrealizable - Tristeza, soledad, desesperanza - Irritación, fácil enojo - Lloro fácil, culpabilidad - Intentos suicidas - Sentimientos de inutilidad - Insatisfacción, impotencia - Insomnio - Aislamiento - Fatiga física y mental - Sensación de que la vida ha perdido significado - Ideas egocéntricas extremas y lenguaje victimista - Percepción de la realidad social como llena de obstáculos - El ámbito de sus intereses queda reducido - Aburrimiento - Baja motivación y de autoestima, etc. ¿Podríamos pensar que en determinado momento muchos de nosotros experimentáramos algunas de estas “señales”, sin que esto nos lleve necesariamente a la idea de que estamos deprimidos? Consideramos que son inevitables las emociones que podamos sentir ante diversas situaciones percibidas como desfavorables en nuestra vida, sin embargo, también pensamos en la posibilidad de que sentirse triste, desesperado, desanimado, agobiado, etc., o “vernos” de esta forma, no es razón suficiente como para considerar que somos personas con depresión, o que algunas de estas señales sean consideradas razón incuestionable que nos orillen hacia la formulación del diagnóstico de depresión. Por el contrario, sí podríamos respetar en el trabajo clínico la idea del sujeto cuando “dice sentirse deprimido”; por supuesto podemos diferir de su creencia, pero no por ello habríamos de debatir si el paciente está deprimido o no lo está, sino que esta idea es a fin de cuentas una ilusión que representa algún malestar en el sujeto, y es a partir de ello, de ese aparente dolor, que vemos una vía de acercamiento a los aspectos subjetivos en el ejercicio clínico. Quisiéramos ejemplificar tal situación de las “señales” con una experiencia en la que tuvimos la oportunidad de estar frente a un paciente que mostraba algunos signos y síntomas relacionados con el afecto de depresión: éste sujeto, de profesión contador, 35 años, casado desde hace diez años y padre de dos hijas, nos relataba que había asistido a consulta porque se sentía deprimido; al cuestionarle esta idea, nos explicó de entrada que tenía “problemas en la relación con su esposa”, “se sentía triste y sin ganas de hacer nada cada vez que su esposa iniciaba riñas con él (en especial por creencias de infidelidad)”, “se sentía culpable por desquitar su enojo con sus hijas –las regañaba y en ocasiones las llegó a golpear bajo alguna excusa–“, “le preocupaba su gastritis y su vista –sus ojos se irritaban con facilidad–”, “la pérdida acelerada de su cabello le hacía sentirse incompetente y feo”, etc.; entre otros signos, se apreciaba fatigado, sus ojos irritados por el insomnio, cabizbajo y encorvado mientras relata, voz entrecortada, etc., aparece entonces el llanto mientras relata, y después de disculparse por haber llorado, concluye que: “son demasiados problemas, problemas con su esposa, problemas con sus hijas en la escuela, problemas económicos, la pérdida acelerada de su cabello que le hace sentirse feo, el insomnio, la presión en el trabajo; demasiados problemas que a veces ya ni ganas le dan de regresar a su casa”. Como podemos apreciar, en el caso anterior existen algunas señales que pudieran estar relacionadas con el afecto de depresión, sin embargo, pensemos lo siguiente, ¿estamos tratando con una persona que tiene depresión, o con una persona que dice sentirse deprimida? Pareciera un dilema; pero suponemos al respecto, para fines de este proyecto, que la primera idea nos acerca más a la confirmación de un diagnóstico médico, y aún psicológico, mientras que la segunda nos acerca más bien a un enfoque que hace referencia a la singularidad, considerando que el sujeto dice “yo siento” o “yo soy”; veámoslo de la siguiente manera: si decimos que el sujeto tiene depresión, pareciera que estamos confirmando un diagnóstico, lo cual desde nuestra idea no ayuda en nada, en cambio, si consideramos que tratamos con una persona que dice sentirse deprimida, estamos hablando de algo que concierne a una cuestión singular; no definimos al sujeto, sino que el sujeto refiere lo que a él le parece que son las cosas. De hecho, no sabemos si el sujeto está deprimido o no lo está, y sin descartar ésta posibilidad, tampoco intentamos acercarnos a la formulación del diagnóstico en base a las “señales” que presenta, más bien, el punto de vista estaría enfocado en un acercamiento hacia el discurso del sujeto, quien tendría la ilusión de referir la realidad como a él le parece que es, y que en parte lo constituye. Después de todo, parece que la mayoría de quienes asisten a consulta sienten la necesidad de hablar sus inquietudes y de que alguien les escuche; y no necesariamente se acercan en busca de un medicamento o un diagnóstico. Hemos considerado por otra parte, respecto al objetivo que planteamos en el presente proyecto, la posibilidad de que la “apariencia” puede llegar a formar parte de la base sobre la que se sustenta el diagnóstico; si bien como ya mencionamos anteriormente, respetamos los parámetros base sobre los cuales el profesional sustenta la formulación del diagnóstico de depresión, también por otra parte y desde nuestro punto de vista, nos parece cuestionable por ejemplo, aquello de la “depresión leve”, “la enfermedad”, “lo bipolar”, etc.; categorías diagnósticas en las que se intenta insertar al sujeto. Si se piensa en una “depresión leve” por ejemplo, porqué no pensar de manera alternativa, que el sujeto simplemente pasa por un momento (temporal), de tristeza y desolación; no sin dejar de tomar en cuenta por supuesto, que efectivamente puede estar en ese camino que conduce a la depresión. La cuestión aquí es: ¿está realmente deprimido el sujeto que muestra algunas señales relacionadas con este afecto?, o ¿quizá el profesional inserta al sujeto en alguna categoría de acuerdo con las señales encontradas porque desde ese punto se puede trabajar en base al malestar del sujeto? No estamos seguros de dar una respuesta a estas cuestiones, pero las hemos tomado en cuenta porque refieren más o menos un enfoque que va encaminado a la búsqueda de señales que sustenten la formulación del diagnóstico de depresión; y es que en este caso parece que no hay nada que perder, por que si el sujeto no está deprimido, pero parece triste y en su palabra expresa desolación o pena, etc., por lo menos podemos decir que tenía “depresión leve” y así librarnos de la duda; el asunto es que en este sentido estaríamos fantaseando, y en parte, excluyendo aspectos subjetivos que sin duda tendrán que ver con la constitución del malestar que aqueja al sujeto. 2.2.1 Algunas ideas que nos permiten aproximarnos al afecto de depresión. Quisiéramos puntualizar que aunque no pretendemos ver al paciente como el sujeto de la “enfermedad” o del “diagnóstico”, nos parece conveniente tener una idea acerca de cómo más o menos, estaríamos cerca de referirnos a un sujeto que sufre de este afecto, de manera que podamos argumentar el “tema” central del presente proyecto que hace referencia al afecto de depresión: Además de los signos y síntomas mencionados en la sección anterior, consideramos que a veces este afecto puede estar precedido por una sensación inicial de que perdimos algo, y no es la persona o la cosa material en sí, sino las excitaciones que para satisfacción (e insatisfacción), personal, aquellos objetos o su imagen generan en nosotros; quizá también pueda percibirse una sensación de que quisimos realizar algo en nuestra vida y no pudimos lograrlo, o que deseamos algo y no obtuvimos eso en especial, generándose entonces la sensaciónde fracaso y decepción que con el tiempo habría de ir acumulando tensión; y entre otras, podría percibirse una sensación de estar privados de algo (afecto, reconocimiento, aceptación, etc.), o sea, parece que algo falta y que es imprescindible para sentirnos satisfechos. Ya mencionamos que la lesión del vínculo con el otro pude ser un factor relevante que haga surgir el dolor psíquico, y que en algunos casos este dolor puede conducir al sujeto a deprimirse; tomemos ahora en cuenta el siguiente fragmento de Julia Kristeva, quien haciendo referencia al afecto de depresión señala lo siguiente: “El desencanto cruel que sufro aquí y ahora, parece convertirse en eco de antiguos traumas que percibo y cuyo duelo nunca supe cumplir. Puedo encontrar los antecedentes de mi hundimiento actual en una pérdida, una muerte o un duelo, de alguien o de alguna cosa que en otro tiempo amé. La desaparición de ese ser indispensable continúa privándome de la parte más valiosa de mí misma: la vivo como una herida o como una privación para descubrir, inclusive, que mi dolor no es sino la postergación del odio o del deseo de venganza que alimento por aquel o aquella que me traicionó o abandonó. Mi depresión me indica que no se perder” (Kristeva, 1997, página 10). Esta idea nos permite conocer que puede existir de inicio una sensación de que hemos quedado privados de algo, esa privación viene de una pérdida que se ha experimentado como traumática, dado que en parte, se le consideraba imprescindible para la vida propia. Ésta separación se vive como una herida, y causa un dolor que excita el odio y el deseo de venganza contra aquel que consideramos nos ha traicionado o abandonado. Quizá estas palabras están próximas a cómo apreciaríamos a un sujeto con depresión, en donde el amor y el odio coinciden, y la tristeza sería el afecto fundamental. Ahora, por otra parte, tomando en cuenta nuestra pretensión de aportar un punto de vista alternativo a la formulación del diagnóstico de depresión, consideremos aquella prescripción médica que leemos en algunos libros o artículos, acerca de que para poder definir una depresión, el sujeto debe cumplir ciertos requerimientos: “presentar 5 o más síntomas (ya mencionados) durante un periodo de al menos dos semanas continuas”; dividiéndose la misma en “depresión leve”, “depresión moderada”, “depresión grave” y “depresión no específica” (Michael, et al. 2005, página 209); esto último nos hace pensar que si en un momento determinado el sujeto no se sentía enfermo, ahora se sentirá, aunque sea ligeramente, pero parece inevitable el tener que insertarle algo en su persona. Ahora bien, hemos considerado esta idea pensando en la siguiente cuestión: ¿serán incuestionables aquellos criterios que nos dan el poder de decidir si alguien está deprimido o no lo está y en que momento, y además en qué “grado” de depresión se encuentra el sujeto? Consideramos la posibilidad de que cada quien sabe lo que siente, cual es el peso que le da al significado de sus experiencias, y la manera en que se percibe a sí mismo, a los otros y al mundo. Sí estamos de acuerdo, en que las señales que comúnmente se relacionan con éste malestar, pueden indicarnos que el sujeto quizá sufra de este afecto o que va en camino hacia la depresión, sin embargo, en la alternativa que pretendemos, no buscamos las señales con intenciones de ver o no ver la depresión o la enfermedad en el sujeto; por supuesto que puede pensarse que el sujeto está deprimido o no lo está, pero desde nuestro punto de vista esto no es necesariamente relevante en el trabajo clínico; no ayuda en nada y puede influir en la forma en que el sujeto siente acerca de sí mismo. Más bien lo que podría interesarnos en parte, es lo que signos y síntomas pudieran estar representando; habría que ver la posibilidad entonces de que el sujeto en lugar de ser insertado en alguna categoría donde caben todos quienes comparten síntomas similares, refiriera aquella historia singular que subjetivamente lo ha constituido; después de todo, seguramente un antidepresivo no le resolverá sus conflictos, ni el saberse enfermo le ayudará a curarse. Tomando en cuenta entonces al dolor psíquico como idea que puede acercarnos a una exploración de la realidad del sujeto y a algunos aspectos subjetivos en el ejercicio clínico de la depresión, hemos pensado en dos posibilidades que nos hacen considerar éste acercamiento: en una, el sujeto podría estar deprimido, pero no pretende insinuarlo, mencionarlo o considerarlo abiertamente, quizá sólo describe algunas sensaciones que le inquietan y le hacen sentir abrumado, pero no se acerca en busca de un diagnóstico ni pretende hacer saber que se siente deprimido, y tal vez incluso, se acerque por razones diferentes a sentirse deprimida aún si lo está; en relación con esto, Julia Kristeva refiriéndose a una madre soltera, señala lo siguiente: “El orgullo de la deprimida es inconmensurable y no es posible dejar de tomarlo en cuenta. Ésta mujer está más dispuesta a cargar con todo el trabajo, las preocupaciones, las tareas, las molestias y hasta los defectos –si a alguien se le ocurre uno–, que dispuesta a hablar de su sufrimiento” (Kristeva, 1997, página 82). En otra posibilidad, el sujeto podría o no estar deprimido, pero cuando solicita atención, podría hacerlo bajo ésta idea o bajo la inquietud de que pudiera estarlo; no sabemos si la persona está deprimida o no lo está, sólo conocemos que “se siente deprimida” o que cree que podría estarlo, de acuerdo con su perspectiva y los argumentos que más o menos, ella puede relacionar con este afecto. En ambos casos entonces, parece razonable hacer un acercamiento a la exploración singular del caso, después de todo, la palabra suele ser engañosa, y la apariencia, es sólo eso, pero el dolor puede percibirse, y éste parece indicar, también aún en apariencia, que algo conflictivo podría estar ocurriendo en la vida psíquica del sujeto; habría que explorar entonces en el espacio de la simbolización, para que el sujeto mismo pueda ir descubriendo (por medio de su palabra), aquello real que le inquieta, y quizá posiblemente, ir articulando partes de aquellas cosas o situaciones que parecían no tener sentido, y de aquellas experiencias que se tornan inaceptables, para intentar reposicionarse frente a ellas. Considerando la idea que hemos planteado en ésta sección, pensamos finalmente si ¿será relevante formular el diagnóstico de depresión en el ambiente clínico? Consideramos que la formulación del diagnóstico puede ser relevante para quien lo usa como fundamento de su intervención, ya sea para recetar algún antidepresivo, ya sea para que el paciente lleve a cabo determinado protocolo para su cuidado, o ya sea para que el profesional lleve a cabo su intervención habitual sobre este malestar; y por otra parte, pensamos que confirmar la idea de la depresión en el sujeto, no tendría mayor relevancia para quien ve al dolor psíquico como un medio inicial de acercamiento hacia los vínculos que en la vida del sujeto han dejado huella, y los cuales le causan dolor, entre otras sensaciones. 2.3 Un punto de vista acerca de la implicación de los “signos” en la depresión. Sabemos de antemano que los síntomas son imprescindibles señales al momento de definir o suponer algún “padecer”, “enfermedad”, “trastorno”, etc., ya que los síntomas parecen revelar algo del sujeto como resultado de sus conflictos. Por una parte, podríamos suponer que el síntoma no miente y que además es potencialmente descifrable, es decir, sacar a la consciencia la razón que lo causa para intentar solucionar el conflicto. Si bien el síntoma parece no mentir, la situación cambia cuando hacemos referencia a los signos perceptibles, (llanto, palabra, silencio, aspecto, etc.); de hecho, en este caso, no sabemos qué historia
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