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Universidad Nacional Autónoma de México 
 
Facultad de Estudios Superiores Iztacala 
 
 
 
 
 
UNAM IZTACALA 
 
 
“El concepto de dolor psíquico como alternativa a la 
formulación del diagnóstico de depresión en el 
ejercicio clínico” 
 
 
 
 
 
 
T E S I N A 
QUE PARA OBTENER EL TÍTULO DE 
L I C E N C I A D O E N P S I C O L O G Í A 
P R E S E N T A 
J u a n D a n i e l C á r d e n a s S á n c h e z 
 
 
 
 
 
 
Directora: Mtra. Sofía Saad Dayan 
Dictaminadores: Dra. Leticia Hernández Valderrama 
Mtro. Abraham Pliego Aceves 
 
 
 
 
 
 
 
Los Reyes Iztacala, Edo. de México 2010 
 
UNAM – Dirección General de Bibliotecas 
Tesis Digitales 
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A mi hijo: 
 
 
 
 
 
 
IVAIVAIVAIVAN YOSSI CÁRDENAS PÉREZN YOSSI CÁRDENAS PÉREZN YOSSI CÁRDENAS PÉREZN YOSSI CÁRDENAS PÉREZ 
Cuya presencia siempre estimula mi motivación para 
concluir las cosas que empiezo. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Índice 
 
 
 Página 
 
Resumen 
 
Introducción 1 
 
1. Sobre el dolor psíquico en el contexto de la subjetividad 
 
1.1 Un punto de vista preliminar sobre la cuestión del sujeto 6 
 
 
1.1.1 Una consideración acerca de por qué tratar con la singularidad 
 del caso 8 
 
 
1.2 El dolor psíquico como reacción afectiva ante la lesión del vínculo 
 con el otro 11 
 
 
1.3 Una aproximación a la cuestión de “lo imaginario”, “lo simbólico” 
 y “lo real” 13 
 
 
1.4 Algunas consideraciones sobre la dimensión de lo imaginario 17 
 
 
1.5 El dolor psíquico en el ejercicio clínico de la depresión 21 
 
 
 
2. Sobre la depresión, signos y síntomas 
 
 
2.1 Una noción acerca del afecto de depresión 23 
 
 
2.2 Acercamiento a la cuestión de los signos y síntomas en la depresión 24 
 
 
2.2.1 Algunas ideas que nos permiten aproximarnos al afecto 
 de depresión 28 
 
 
 
2.3 Un punto de vista acerca de la implicación de los “signos” 
 en la depresión 32 
 
 
2.4 La formulación del diagnóstico de depresión como posible obstáculo 
 en el ejercicio clínico 35 
 
 
2.5 Condiciones que podrían estar en relación con la aparición del dolor 
 psíquico y la depresión 39 
 
 
 
3. Sobre el narcisismo y el afecto de depresión 
 
 
3.1 Algunas implicaciones del narcicismo 44 
 
 
3.1.1 Una noción acerca de la herida narcisista 45 
 
 
3.1.2 Consideraciones sobre si el narcisista se deprime o si el que se 
 deprime encubre su dolor en el narcisismo 48 
 
 
3.2 El narcisismo como protección ante el dolor, que puede conducir 
 hacia la depresión 50 
 
 
3.3 Una posible relación entre el narcisismo y el dolor psíquico 55 
 
 
 
Conclusiones 58 
 
Referencias 66 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Resumen 
 
 
Es del conocimiento de quienes están implicados en el ambiente de la 
salud, que uno de los malestares comunes de demanda de atención es 
el de los casos de personas que “se sienten deprimidas”; es de 
considerar que aún cuando las personas asisten a consulta por diversas 
razones, también a veces parecen expresar una sensación de dolor y 
tristeza. Al respecto nos ha surgido la cuestión de que si bien la 
depresión puede estar presente en gran parte de la gente que aparenta 
y dice sentirse así, y que las señales que presenta (signos y síntomas), 
puedan conducir al diagnóstico de este afecto, hemos considerado 
también la posibilidad de que el enfoque orientado a la formulación del 
diagnóstico, puede obstaculizar un acercamiento a algunos de los 
aspectos subjetivos de quien asiste a consulta. Ante esto, hemos 
pensado si ¿iniciamos necesariamente el ejercicio clínico a partir del 
diagnóstico de depresión, o podríamos partir en sí, de la singularidad de 
quien “dice sentirse deprimido”? Comentaremos al respecto sobre estas 
posibilidades. Por otra parte, consideramos a la depresión como un 
afecto interesante y complejo en su estudio: emociones encontradas, 
frustraciones, creaciones imaginarias conflictivas, culpa, tristeza, 
desesperanza, etc., en fin, signos y síntomas que bien puede orillarnos a 
la formulación del diagnóstico, o bien, a un acercamiento hacia algunos 
aspectos de la subjetividad. 
 
Con orientación cualitativa y partiendo de algunas aportaciones teóricas 
del psicoanálisis sobre el afecto de depresión y el dolor psíquico, nos 
hemos propuesto el objetivo de aportar un punto de vista alternativo a la 
formulación del diagnóstico de depresión considerando algunas 
cuestiones: ¿son suficientes algunas señales en el sujeto, que vuelvan 
incuestionable la formulación del diagnóstico de depresión? 
Discutiremos sobre la posibilidad de que el diagnóstico puede estar 
frecuentemente sustentado en la “apariencia” del sujeto, siendo 
prejuzgado a partir de signos (llanto, desánimo, aspecto físico, etc.), que 
nos llevan a ubicarlo en alguna categoría diagnóstica; y opinaremos 
sobre la posibilidad de que formular el diagnóstico de depresión no es 
necesariamente relevante para realizar el ejercicio clínico. Por otra parte, 
considerando que el enfoque del diagnóstico puede excluir aspectos 
subjetivos, pensamos si ¿puede la formulación del diagnóstico de 
depresión ser un obstáculo para el trabajo clínico? Aportaremos un 
punto de vista en el que expondremos que el diagnóstico puede 
obstaculizar una aproximación a algunos aspectos de la subjetividad, 
como “lo imaginario”, “lo simbólico” y “lo real” por ejemplo, implicados en 
los síntomas. En concreto, el presente trabajo constituye un 
ordenamiento de ideas diseñado en tres apartados: uno, cuya idea 
expone un punto de vista acerca del dolor psíquico en el contexto de la 
subjetividad; otro, cuya idea se enfoca en una visión sobre la depresión y 
las señales relacionadas a este afecto; y un tercero, cuya idea intenta 
explicar una posible relación entre el narcisismo y la depresión. En base 
a estas ideas, pretendemos argumentar nuestro objetivo que intenta 
aportar un punto de vista alternativo a la formulación del diagnóstico de 
depresión, considerando la singularidad del caso, y la idea de “dolor 
psíquico” como posibilidad que nos acerque en el ejercicio clínico, hacia 
algunos otros aspectos en el contexto de la subjetividad. 
 
 
 
 
 
Introducción 
 
Quisiéramos de antemano describirbrevemente la razón que nos motivó a realizar 
el presente proyecto: durante el transcurso escolar llegue a escuchar (a voz de 
maestros y compañeros), algunos comentarios que de después de realizar mis 
prácticas profesionales me dejaron algo de duda; algunos maestros en alguna 
ocasión, mencionaron que el psicólogo puede “diagnosticar” (basándose en el 
DSM lV o el CIE 10, por ejemplo), es decir, “definir un padecimiento o enfermedad 
a partir de los signos y síntomas”, esto es algo complicado porque a veces los 
pacientes no encajan en los estándares ya preestablecidos, y a veces llega a 
ocurrir que debido a la inexperiencia se intenta hacer encajar al sujeto en algún 
“trastorno o enfermedad” por las señales que presenta, y cuando no encaja, 
entonces se vuelve complicado el ejercicio clínico, debido a que no sabemos con 
qué malestar (categoría) vamos a tratar. Hay ocasiones además, en que la 
persona casi no habla o no expresa, y no podemos definir o discernir algo sobre 
ella, y llega el momento en que uno no sabe que hacer; sin embargo, hemos 
pensando si tal vez, ¿habrá algunas experiencias que se le dificulte poner en 
palabras, y que estas experiencias sigan teniendo alguna influencia en sus 
emociones?; ¿será necesario formular el diagnóstico del sujeto para poder llevar 
a cabo el trabajo clínico? Habrá quien considere el diagnóstico como fundamento 
de su intervención en el ambiente clínico, sin embargo, nosotros preferimos ver de 
entrada a los signos y síntomas, como representantes de posibles conflictos que 
habría que explorar, y así evitar de inicio hacer afirmaciones sobre el sujeto. 
 
Continuando con nuestra idea, recuerdo que ante la emoción de estar frente al 
paciente por primera vez, en la etapa de servicio social, era común escuchar de 
los compañeros cuestiones como ¿qué paciente te tocó?, ¿qué tiene? ¿cuál es su 
padecimiento o su problema?; y entonces empezaba todo un despliegue de 
padecimientos y trastornos en los que hacíamos encajar a las personas que 
venían en busca de alguna ayuda: “déficit de atención, hiperactividad, conflictos de 
pareja, ansiedad, fóbico, asertividad, síndrome de Down, discapacidad motora, 
parálisis cerebral, depresión, etc.”; en alguna ocasión alguien expresó que no 
sabía que es lo que tenía su paciente (algo relacionado con lo emocional), pero 
que estaba intentando tratar problemas aislados conforme se iban presentando a 
partir del discurso de la persona (quizá esta última sea una idea más admisible 
respecto al diagnóstico apresurado); en general, recuerdo que una vez que 
encontrábamos un malestar para el sujeto, empezábamos la búsqueda de 
información y asesoría para tratar con ese malestar específico, y ¡muchas veces 
funcionaba! porque ciertamente se reducían algunas conflictivas de los pacientes, 
según referencia de ellos mismos; ¿pero a qué vamos con esto? Primero, no es 
criticable el que alguien suponga un padecimiento o formule un diagnóstico para 
luego intentar “curar” ese malestar específico; sólo consideramos la posibilidad de 
que atender el “malestar designado” nos aleja de algunos aspectos de la 
subjetividad; así que alternativo al diagnóstico y pensando en la singularidad del 
caso, consideramos la posibilidad de hacer un acercamiento hacia algunos 
aspectos subjetivos en el ejercicio clínico, partiendo de la idea de “dolor psíquico”, 
ya que éste afecto de una u otra forma llega a ser externado por quien asiste a 
consulta, incluso cuando la misma depresión parece venir encubierta por la 
indiferencia o la exaltación entre otras. Con esto quizá de inicio en el trato con el 
sujeto, podamos reducir aquello de las “etiquetas”, las prescripciones médicas, las 
fórmulas estructuradas para la cura de “males” generalizables que omiten algunos 
aspectos subjetivos, o aquella idea inconsciente de insinuarnos que las personas 
están enfermas y que nosotros podemos curarlas porque nosotros estamos “bien”. 
 
Respecto a lo anterior, sólo como mención, recuerdo en este momento que alguna 
maestra nos decía en una ocasión: “No se le dice discapacitado, se le dice 
persona con discapacidad”; tal vez me falta madurez, pero no le veo mucha 
diferencia a esta comparación. Ahora bien, ¿qué pretendemos con el recuerdo de 
esta idea? La respuesta es otra pregunta, ¿cómo vemos a la persona en el 
ejercicio clínico?, ¿por qué y para qué intentamos apartarla en “enfermedades, 
trastornos, categorías, etc.”? Opinaremos sobre estas cuestiones. 
 
De inicio entonces, podríamos considerar la idea de Ann Juranville (1994), acerca 
de que la depresión es una “enfermedad de lo imaginario” (no nos referimos a que 
el sujeto esté enfermo, sino a lo que le está causando dolor); “enfermedad” quizá 
sea un término extremo y polémico en este ambiente clínico, sin embargo, 
podríamos entender que el sujeto ante una separación o ante la lesión del vínculo 
con el otro como dice Juan David Nasio (1998), puede crear toda una forma de 
conflictos imaginarios experimentando cada uno de ellos como una tragedia 
irremediable en su vida, situación que puede hundirlo en el desánimo y la 
desesperación. Entonces, pensando en un sentido metafórico, podríamos pensar 
que el imaginario del sujeto está enfermo, debido a que es creador de fantasías y 
representaciones hostiles que le causan dolor, un dolor psíquico que es un dolor 
de amar; padece de pena o de amor. Entendamos que esta idea de Nasio sobre el 
“dolor”, no se refiere a que el sujeto esté deprimido, sino a la posibilidad de que el 
dolor psíquico que sufre, pueda llevarlo a deprimirse; diferente al caso de 
Juranville, quien propone que la depresión es enfermedad de lo imaginario. 
 
Consideramos para este proyecto que la depresión es una compleja respuesta 
emocional que suele estar precedida por una pérdida o una separación que se ha 
experimentado como traumática; al respecto suponemos que el rompimiento de un 
fuerte lazo afectivo puede ser el factor que desencadena un acto imaginario 
conflictivo en el sujeto, que a su vez, le produce dolor; aunque pensando también 
en otra posibilidad ¿podríamos considerar que las señales relacionadas con éste 
afecto puedan emerger ante un factor de menor relevancia, debido a una 
acumulación de experiencias penosas sentidas como fracasos o frustraciones, que 
generan tensión? Opinaremos sobre esta cuestión y trataremos de discutir sobre 
esta posibilidad. En tanto, otras cuestiones que planteamos son: ¿qué nos hace 
“concluir” que una persona está deprimida?, ¿es necesaria la formulación del 
diagnóstico para tratar al sujeto?, ¿qué otra posibilidad podríamos pensar como 
alternativa al diagnóstico de depresión? Primero, trataremos de describir lo que 
entendemos por depresión y las señales que se relacionan comúnmente con este 
malestar según algunas propuestas teóricas; después, intentaremos explicar por 
qué consideramos que la formulación del diagnóstico de depresión puede 
obstaculizar una aproximación a algunos aspectos de la subjetividad; y como 
posibilidad alternativa al diagnóstico, daremos un punto de vista acerca de un 
enfoque orientado más bien hacia la singularidad del caso, y ver en el dolor 
psíquico una vía que nos aproxime hacia algunos otros aspectos en el contexto de 
la subjetividad; en este sentido se intenta hacer un acercamiento al sujeto sobre el 
que se discute o con quien se lleva a cabo el trabajo clínico, y no hacia la 
categoría diagnóstica en la cual se le incluye. Ahora bien, por otra parte, 
quisiéramos aclarar que pretender abordar las instancias “imaginario”, “simbólico” 
y “real”, no implica una profundización en cuestiones teóricas ni filosóficas que 
pudieran hacer complicado y embrolloso el desarrollo del presente proyecto, sin 
embargo, trataremos de explicar en términos sencillos, la manera en que 
entendemos cada una de estas tres instancias para abordar la cuestión subjetiva. 
 
Finalmente quisiéramosexpresar ¿por qué nos interesamos en abordar las 
señales (signos y síntomas) relacionadas con el afecto de depresión? y ¿por qué 
desde algunas ideas del psicoanálisis? Consideramos que el psicoanálisis es una 
teoría que se aproxima a la exploración de la subjetividad, y de las causas morales 
y afectivas que pueden estar relacionadas con los conflictos psíquicos y el dolor 
de un sujeto; tomando en cuenta que intentamos hacer un acercamiento a 
aspectos subjetivos, y no a la formulación del diagnóstico médico (o psicológico), 
pensamos que esta teoría nos puede aclarar algunas ideas. En cuanto al afecto de 
depresión, surgió la inquietud de tratar este tema porque al ser muchas las 
señales que se relacionan con este afecto, a veces surge aquella idea extraña de 
hacer encajar al sujeto en algún estándar de acuerdo con los signos y síntomas 
que presenta; a partir de lo cual entonces, nos han surgido las cuestiones: ¿son 
suficientes algunas señales en el sujeto, que vuelvan incuestionable la formulación 
del diagnóstico de depresión?, ¿podríamos considerar a los signos y síntomas 
como posibles representantes de conflictos que habría que explorar? 
Consideramos que signos y síntomas indican algo inquietante que quizá no ha 
sido puesto en palabras, son algo que quiere hablar y ser escuchado. Pensamos 
también respecto a la primera cuestión, que los indicadores relacionados con la 
depresión son a veces tan irrelevantes, que incluso se llega a pensar en una 
“depresión leve” sobre el paciente; diagnóstico que nos parece cuestionable. 
Quizá a final de cuentas sea innecesario suponer o designar un malestar para 
quien asiste a consulta por cuestiones afectivas, simplemente habría que verlo 
como sujeto en sí y escuchar aquella historia singular que en parte lo constituye, y 
que implica la enunciación de la realidad que es como a él le parece que la ha 
vivido; y quizá con esto, alejarnos un poco de aquel ideal del cual nos habla Levin 
(2007), acerca de que cuando un sujeto no encaja en los parámetros 
estandarizados que la sociedad considere lógicos, será designado como 
fracasado e incompetente, nosotros añadiríamos que se le considere “enfermo”, 
susceptible a los medicamentos que suprimen la palabra y la posibilidad de ser 
escuchados. Pensamos al respecto que si acaso los signos y síntomas pudieran 
estar representando conflictos que no han sido puestos en palabras, indicando 
que se dificulta solucionar algo, o aparecer como respuesta ante vivencias 
traumáticas que nos dejan sin palabras, entre otras, ¿por qué ver la enfermedad 
en el otro a partir de sus señales, cuando podríamos ver su dolor como un aspecto 
singular que guarda una historia; esperando que el sujeto mismo pueda descubrir 
nuevas formas de significar sus experiencias e inclusive reconocer el goce en ellas 
como una vía posible para acceder a asumir su síntoma? 
 
Partiendo entonces de la idea sobre si el trabajo clínico con el sujeto inicia 
necesariamente a partir del diagnóstico de depresión, o podríamos partir en sí, de 
la singularidad de quien “dice sentirse deprimido”, iniciaremos nuestro proyecto 
tomando en cuenta la siguiente pregunta de investigación: ¿son suficientes 
algunas señales en el sujeto, que vuelvan incuestionable la formulación del 
diagnóstico de depresión?; con esta cuestión en mente, intentaremos desarrollar 
un conjunto de ideas con el cual pretendemos argumentar nuestro objetivo, que 
pretende “aportar un punto de vista alternativo a la formulación del diagnóstico de 
depresión”, cuya vía sería ver al concepto de “dolor psíquico” como idea que nos 
oriente en el ejercicio clínico hacia un acercamiento a la subjetividad. 
1. SOBRE EL DOLOR PSÍQUICO EN EL CONTEXTO DE LA 
SUBJETIVIDAD 
 
 
1.1 Un punto de vista preliminar sobre la cuestión del sujeto. 
 
Sin intención de profundizar en cuestiones teóricas, quisiéramos señalar 
primeramente que cuando hacemos referencia al “sujeto”, hablamos de alguien 
social que en su discurso tiene una manera singular de referir lo que las cosas son 
para sí, cosas que nadie más puede decir por él, sino sólo él, de acuerdo al 
sentido que ha dado a sus experiencias y que por ello enuncia la realidad como a 
él le parece, y que sin embargo, en su palabra vienen involucrados sus vínculos y 
relaciones con los demás; es decir, el sujeto tiene una forma singular de referir su 
realidad, en donde los demás vienen implicados; quizá ésta última idea nos 
permite pensar en algo de la subjetividad, en la cual existe un enlace social en 
donde el sujeto está en mutua modificación con los demás. Al respecto Vargas, 
(citado en Jaidar, Vargas, Fernández, Perrés y Baz, 1998), señala que la 
subjetividad no es algo preexistente, sino que se hace en el acto discursivo, en 
una narración de sí mismo, del otro y del mundo, de su pasado, presente y futuro 
en el aquí y ahora de la palabra, en las narrativas de los otros; por otra parte 
Isabel Jaidar (en Jaidar, et al. 1998), señala que “desde su perspectiva”, la 
subjetividad es constituida socialmente, responde a una manera de leer la realidad 
y de constituir la realidad humana, dentro de una determinada cultura que de esta 
manera la procrea y la continúa; también señala que desde una descripción 
teórica sobre la subjetividad, se la puede tomar como el despliegue de las infinitas 
relaciones sujeto-objeto, en las que el objeto significa la realidad, lo colectivo, lo 
social y el sujeto mismo; a la vez que la subjetividad constituye nuestro yo más 
singular, construye las redes simbólicas que nos ponen en comunicación y nos 
integran a lo social. Así entonces, el mundo subjetivo, al igual que el lenguaje, 
tiene una dimensión singular, entendiendo siempre la dimensión colectiva y social 
en todo lo singular del sujeto. 
Pensando en la cuestión del sujeto para este proyecto, podríamos tener en cuenta 
una idea de Isabel Jaidar, quien señala que la cualidad de lo subjetivo aparece en 
el discurso del sujeto que registra en un nivel simbólico su historia personal, sus 
imaginarios y significados de la realidad que construye, y que lo constituye; de 
igual manera, tomamos en cuenta la idea de Esther Vargas, acerca de que la 
subjetividad se hace en el acto discursivo, en una narración de sí mismo, del otro y 
del mundo; de su pasado, presente y futuro en el aquí y ahora de la palabra; en 
las narrativas de los otros. Por supuesto tenemos presente que habrá diferentes 
puntos de vista respecto a la cuestión del sujeto y la subjetividad, y qué haría falta 
estudio, investigación y trabajo para poder acercarnos a una noción sobre éstos 
conceptos, ya que como señala Perrés (citado en Jaidar, et al. 1998), no se puede 
hablar en nuestra contemporaneidad de un psicoanálisis sino de los psicoanálisis, 
y en este sentido resulta por demás evidente que cada una de las grandes 
corrientes psicoanalíticas contemporáneas (y subcorrientes, escuelas, 
asociaciones, grupos, y aún autores particulares dentro de éstas) posee su propia 
concepción de subjetividad. Porque cada una de ellas tiene en realidad su forma 
de pensar al sujeto. Vale decir, su propia teoría del sujeto ya que resulta difícil 
pensar la subjetividad si no se lo hace a partir de una teoría del sujeto. 
 
Pese a lo que señala Perrés, sin embargo, y para poder abordar el presente 
proyecto, nos parece conveniente apoyarnos en algunas de las ideas antes 
descritas: sujeto y sus vínculos, historia personal, imaginarios, narración de sí 
mismo, del otro y del mundo, de su presente, pasado y futuro en el aquí y ahora 
de la palabra, singularidad, etc., puesto que estamos de acuerdo con estas 
concepciones que parecen ser común distinguirlas en el ejercicio clínico. Ahora 
bien, entrando entonces al tema que nos ocupa, hemos tomado en cuenta la 
posibilidad de que el sujeto que muestra señales relacionadas con el afecto de 
depresión, si bien habría de desenvolverseen el campo del lenguaje, de la 
enunciación de su realidad como a él le parece, también tenemos presente que 
aquellas cosas (experiencias), que nos resultan penosas, dolorosas y que 
quisiéramos no recordar, pueden volverse realmente difíciles de hablar, de hecho 
existen experiencias singulares penetrantes (separaciones, muertes, situaciones 
que generan culpa, etc.), que realmente nos dejan sin palabras, o como dice Julia 
Kristeva, nada qué decir como manifestación ultima del dolor. Entonces, ¿cómo 
poner en palabras una experiencia dolorosa, que a veces más bien conduce al 
silencio?, ¿qué es aquello que se dificulta poner en palabras?, ¿qué posible 
verdad se encuentra detrás de la facha del signo?, ¿qué nos quiere decir el 
síntoma?, ¿por qué se desencadenó el acto imaginario en un sentido de tragedia y 
desesperanza?, ¿qué le hace sentir dolor al sujeto? Tal vez alguien experto en el 
tema podría relacionar síntomas con orígenes, pero esto no deja de ser un 
supuesto, ya que cada historia es singular y tendrá sus propias cualidades. Por 
otra parte, respecto a lo singular, y retomando una de las cuestiones planteadas 
en nuestro objetivo sobre la formulación del diagnóstico de depresión, planteamos 
la siguiente cuestión: ¿por qué optamos en pensar sobre la idea de la 
singularidad, en lugar del diagnóstico que puede ser generalizable? Tratemos este 
tema en una sección aparte. 
 
 
1.1.1 Una consideración acerca de por que tratar con la singularidad del 
caso. 
 
Además de que se pretende un intento por organizar ideas, cuyo enfoque se 
orientaría en hacer un acercamiento a la subjetividad en el ejercicio clínico, hay 
también otra consideración que hemos tomado en cuenta acerca por qué tratar 
con la singularidad del caso: hemos pensado, que cuando se trabaja con un 
enfoque orientado hacia la formulación del diagnóstico de depresión, puede 
suceder a veces, que lleguemos a cometer errores cuando determinamos a un 
sujeto dentro de este afecto, sea que le demos un diagnóstico directamente, que 
se lo insinuemos, o simplemente que lo formulemos, parecería como si en ese 
momento estuviéramos intentando apartarlo dentro de alguna categoría (enfermo, 
trastornado, bipolar, etc.), para poder ubicarlo; es decir, ubicarlo como el sujeto de 
la enfermedad o del trastorno y no como sujeto en sí. Consideramos que tales 
categorías más que ayudar, pueden influir en la forma en que sentimos acerca de 
ellos y en la manera en que ellos sienten y fantasean consigo mismos a partir de 
la insinuación o designación que hacemos sobre ellos con tales categorizaciones. 
Por supuesto no dudamos que quienes realizan el diagnóstico de depresión 
tengan fundamentos y parámetros base, que les permitan desde su perspectiva 
llegar a la formulación de tales designaciones o categorías diagnósticas en las 
cuales insertan al sujeto; sólo consideramos que éste enfoque, puede omitir 
aspectos relevantes de la subjetividad, ya que en las categorías de diagnóstico 
pueden caber todas las personas que comparten síntomas similares, a la vez que 
reciben un trato parecido; mientras que en nuestra idea, es sólo el sujeto y la 
enunciación de su historia singular. Tal historia implica aspectos subjetivos como 
el dolor, lo imaginario, la lesión del vínculo con el otro, etc. 
 
Descartando entonces para este proyecto la idea concebir al sujeto dentro de 
alguna categoría diagnóstica (bipolar, maniaco-depresivo, depresión leve, 
depresión mayor, depresión endógena, etc.), creemos además que a algunas 
personas quizá les incomode que se les rotule de determinada manera, cuando a 
veces ni siquiera se acercan en busca de un diagnóstico; decía una mujer que una 
vez escuche hablar en tono muy molesto en una clínica: “… me dijo el Doctor que 
tengo que pasar primero con el psicólogo para que pueda atenderme… no la 
pueden ver a una un poco triste o cansada porque ya le están diciendo que está 
deprimida, o insinuando que una está loca… creen que una se inventa las 
enfermedades, si no estoy aquí por gusto…”. (“inventar enfermedades”, a veces 
pasa…). Quisiéramos aprovechar éste ejemplo para tomar en cuenta un caso 
citado por los autores Taylor y Bogdan, en donde un paciente que tiene 
dificultades para mover sus piernas, quien haciendo referencia a ciertas “pruebas 
de inteligencia y psicomotricidad”, dice lo siguiente: “Si usted va a hacer algo con 
la vida de una persona no necesita gastar todo ese dinero administrándole tests. 
Yo no tenía otro lugar a donde ir. Quiero decir aquí estoy yo, más o menos 
inteligente, y aquí están seis psicólogos sometiéndome a tests y enviándome a la 
escuela estadual (para ‘retardados mentales’). ¿Cómo se sentiría usted si fuera 
examinado por todas esas personas y terminara como terminé yo? Se supone que 
los psicólogos nos ayudan... yo nunca pensé de mi mismo que era un individuo 
retardado… uno sabe lo que ‘es’ en lo profundo dentro de sí pero quienes lo 
rodean reflejan y devuelven una imagen negativa; la gente que nos rodea nos 
comunica una sensación, ellos tratan de ocultarla pero sus intenciones son 
inútiles. Ellos dicen que harán esto y aquello, tratan de protegerlo, pero uno siente 
una especie de culpa. Uno tiene la sensación de que lo están mirando desde 
arriba… Algunas personas creen que se puede decir si una persona es retardada 
con solo mirarla. Quien piensa así no le concede a la gente el beneficio de la 
duda. Juzga a una persona por lo que parece, o por la forma en que habla, o por 
lo que muestran los tests, pero nunca puede realmente decir qué hay dentro de la 
persona…” (Citado en Taylor y Bogdan, 1986, páginas 192, 197,198). 
 
Los anteriores casos los hemos tomado en cuenta porque describen una idea de 
lo que nos referimos cuando hablamos de singularidad y de subjetividad, y por 
supuesto del efecto que la formulación o insinuación de un diagnóstico puede 
tener en algunos casos, en el sentir del sujeto. En relación a esta idea por 
ejemplo, éstos mismos autores señalan que un vocabulario desvalorizador cuando 
nos referimos a otros, incluye las palabras “enfermedad”, “discapacidad”, 
“desviación”, “retardado”, entre otros, y que estas categorías de que se dispone 
para ubicar a los individuos no ayudan pero influyen sobre el modo en que 
nosotros sentimos acerca de ellos y en que ellos sienten acerca de sí mismos, y 
que cuando presentamos sujetos como números o como categorías diagnósticas, 
no creamos en otros un sentimiento de respeto o de aproximación a las personas 
sobre las que se discute, pues esta perspectiva, omite los aspectos subjetivos 
(Taylor y Bogdan, 1986). 
 
Retomando una idea del caso citado arriba, el paciente dice que uno sabe lo que 
es, y quienes te rodean, incluidos médicos y psicólogos, podrán juzgarte por lo 
que pareces, reflejando y devolviendo una imagen negativa sobre ti, pero nunca 
pueden decir realmente que hay dentro de uno. Por supuesto consideramos la 
posibilidad de que ni terapeuta ni paciente puedan conocer qué es lo que 
realmente existe en lo interno, pero es aquí precisamente, en donde aparece la 
intención de un acercamiento hacia el sujeto del discurso (nos referimos a quien 
narra su historia singular), hacia algo de la subjetividad. Consideramos entonces al 
respecto de este tema, que cada persona tienen una imagen de sí misma, una 
representación singular de sus experiencias, y una percepción única de su 
realidad; y ésta forma de percibir puede diferir de la que tienen los profesionales, 
quizá por ser en parte fantaseadas, engañosas, trágicas en extremo, etc., pero no 
por esto dejan de ser reales para quien las experimenta; y ¿por qué las 
experimenta así? Esto podría ser una cuestión subjetiva que quizá en parte, 
podría verse revelada en la enunciación de sus experiencias de acuerdo con los 
significados que ha constituido al vincularse en sus diversos contextos. 
 
 
1.2 El dolor psíquico comoreacción afectiva ante la lesión del vínculo con el 
otro. 
 
Consideraremos que el dolor psíquico (a diferencia de un dolor físico) no proviene 
de un órgano lesionado, sino de la experiencia misma de vivir en las relaciones 
afectivas. El dolor psíquico de acuerdo con Nasio (2007), es un afecto que 
expresa el agotamiento de un yo completamente ocupado en atesorar 
desesperadamente el recuerdo de un ser amado perdido; sin embargo, lo que 
hace sufrir no es la pérdida de un ser amado, sino continuar amándolo más que 
nunca, ahora que sabemos que lo hemos perdido irremediablemente. El dolor 
psíquico es un afecto que aparece como respuesta o reacción ante la pérdida 
física o la separación de un objeto amado, ya que el “yo” en compensación, 
caracteriza intensamente la imagen psíquica de ese objeto perdido a través de la 
representación o recuerdo, y esa sobreinvestidura afectiva de la imagen genera 
dolor, en parte, por considerársele objeto de amor inaccesible. 
 
Nasio (1998; 2007), describe en concreto el dolor psíquico de la siguiente manera: 
El dolor psíquico es un dolor de amar, una lesión del vínculo con el otro; es un 
amor demasiado grande en nuestro interior para un ser que ya no existe en el 
exterior. Es la certidumbre de un mal ya acontecido, en el cual el sujeto cree que 
su pérdida es irremediable, y por la cual se siente herido. Es una reacción a la 
pérdida del amado, a la pérdida de su amor e incluso a la pérdida de la integridad 
de mi imagen (narcisista). De acuerdo con éste autor, la herida que causa el dolor 
psíquico se sitúa en tres planos diferentes, (y aquí hacemos un primer 
acercamiento a aquellas Instancias de la subjetividad, de las cuales antes hicimos 
mención –real, imaginario, simbólico–): El de la sensibilidad (el otro es una parte 
de mi todo sensible); el de lo imaginario (la imagen de la ausencia del otro cambia 
la imagen de mi cuerpo); y el de lo simbólico (el orden psíquico pierde una de su 
principales referencias, como es la integridad del propio cuerpo). 
 
Consideramos entonces al dolor psíquico como un afecto que aparece como 
reacción ante la pérdida física o ante la separación de alguien a quien se ama; es 
decir, de la lesión del vínculo con el otro. Consideramos al respecto, que el dolor 
psíquico puede ser una tensión interna que podría describirse como sensación: de 
estar herido, de sentirse incompleto ante la separación, de angustia, de culpa, de 
tristeza, de soledad, de haber perdido algo que se juzgaba indispensable, etc.; y 
creemos que el dolor también puede apreciarse externamente en la inactividad, 
los rasgos caídos, el desánimo, el llanto, el silencio, etc. Es como una lesión de lo 
sensible causada por una ruptura del vínculo que nos une al otro. Aunque 
seguramente existen diferentes causas por las que una persona pueda sentir dolor 
(psíquico), consideramos que el rompimiento de un fuerte lazo afectivo que une a 
un ser con otro, es una de las principales causas que lo puedan hacer surgir; por 
ejemplo, es muy común saber de casos de personas que “se sienten deprimidas” 
tras el rompimiento de un lazo afectivo con determinada persona (novio, esposo, 
pareja, padres, hijos, etc.), o cuando alguien apreciado muere; ante tales 
situaciones es posible notar o conocer que algunas personas llegan a sufrir un 
desequilibrio en su vida común, sea reducción del apetito, llanto inconsolable, 
tristeza persistente, malestares físicos, aislamiento, dificultad para dormir, etc., en 
fin, el sujeto parece ya no funcionar en su vida cotidiana de similar manera como 
lo hacía cuando estaba unida al otro amado. Todas estas señales que suelen 
aparecer ante una separación y que sugieren un sufrimiento, en efecto podrían 
estar indicando que el sujeto experimenta dolor psíquico; y es a partir de este 
concepto que vemos una opción alternativa a la formulación del diagnóstico de 
depresión en el ejercicio clínico; no como una opción que nos acerque a ver la 
enfermedad o el trastorno en el sujeto, sino una vía que nos permita un 
acercamiento al sujeto en sí, con quien se realiza el trabajo clínico. 
 
 
1.3 Una aproximación a la cuestión de “lo imaginario”, “lo simbólico” y “lo 
real”. 
 
Antes de abordar el tema que corresponde ahora, cabría recordar en este 
momento que no pretendemos ir necesariamente contra el diagnóstico cuando se 
realiza el ejercicio clínico, sino que nuestro objetivo intenta orientarse en exponer 
un punto de vista alternativo a la formulación del diagnóstico de depresión, 
intentando un acercamiento más bien hacia el contexto de la subjetividad a partir 
de la idea del dolor psíquico; teniendo en cuenta en este aspecto, como ya 
hicimos mención, que el diagnóstico puede estar en parte sustentado en lo que el 
sujeto “parece” desde el punto de vista de quien observa y juzga; desde ésta idea 
podría suceder que quien formula el diagnóstico, distinguiera en una tristeza, 
desánimo ocasional o aspecto físico, a una “depresión leve” (término médico y 
psicológico) por ejemplo; y aún tomando en cuenta que existen ciertos parámetros 
base sobre los cuales se pueden sustentar tales diagnósticos, desde nuestro 
punto de vista, también podría ser que el sujeto que muestra ciertas señales 
relacionadas con este afecto, no necesariamente es un sujeto con “depresión leve” 
o “moderada”, sino un sujeto que bien podría estar en camino hacia la depresión, 
o simplemente, un sujeto que muestra algunas señales relacionadas con la 
depresión, descartando de esta manera la necesidad de ubicarlo en algún 
trastorno o enfermedad. Además, como ya mencionamos también, el enfoque del 
diagnóstico puede excluir aspectos subjetivos, algunos de los cuales hemos 
considerado para éste proyecto, y de los cuales expondremos un punto de vista: 
 
Consideramos la cuestión de lo “imaginario”, “simbólico” y “real”, como instancias 
en el contexto de la subjetividad, que podrían ser aspectos a tomar en cuenta en 
el ejercicio clínico. Respecto a ello, intentaremos exponer en términos sencillos 
una idea preliminar sobre la concepción de éstas instancias; y para abordarlo, nos 
apoyaremos de entrada en la noción de Juan David Nasio (1998; 2007; páginas 
132 y 120 respectivamente), acerca de que la herida que causa el dolor (“físico”), 
se sitúa en tres planos diferentes parecidos a los que definen la pérdida del ser 
amado (dolor “psíquico”): El de la sensibilidad (la pierna es una parte de mi todo 
sensible); el de lo imaginario (la imagen de la ausencia de la pierna cambia la 
imagen de mi cuerpo); y el de lo simbólico (el orden psíquico pierde una de su 
principales referencias, como es la integridad del propio cuerpo). Continuando con 
la analogía entre dolor físico y dolor psíquico, Nasio (1998), señala que en una 
palabra, el dolor de la lesión entraña tres aspectos: real, simbólico e imaginario. 
Real: percepción somático-sensorial de una excitación violenta relativa a los 
tejidos orgánicos; Simbólico: formación súbita de una representación mental y 
consciente del lugar del cuerpo donde se ha producido la lesión; Imaginario: al ser 
el cuerpo vivido en la periferia, toda lesión será vivida como periférica. La 
sensación dolorosa, referida imaginariamente a la sede de la lesión, parece no 
emanar sino de la herida, y la herida parece instituirse como un segundo cuerpo. 
 
Así que en la lesión del vínculo con el otro, de acuerdo con Nasio (2007), y ya 
refiriéndonos en especial a la idea del dolor psíquico, lo que verdaderamente 
perdemos cuando el otro desaparece (ante la separación), es la satisfacción de 
poseerlo y la idea (aparente), de que el otro estaba disponible para satisfacer 
nuestros deseos, nuestras exigencias; porque el otro, señala éste autor, no es 
solamente una persona viva y exterior, sino también una fantasía construida con 
su imagen, espejo de nuestras imágenes (imaginaria), penetrada por la fuerza del 
deseo(real), enmarcada por el ritmo de esa fuerza (simbólica) y apuntalada por su 
cuerpo vivo (también real), fuente de excitación de nuestro deseo y objeto de 
nuestras proyecciones imaginarias. 
 
Con base en las anteriores ideas, podríamos referir para éste proyecto, lo real 
como aquella experiencia subjetiva que al ocurrir en la vida de un sujeto, crea una 
reacción en forma de experiencia sensible (de goce o de dolor), causada por las 
excitaciones que vienen del vínculo con el otro. Ahora bien, tomando en cuenta 
que lo real puede hacer referencia a la percepción sensible de una excitación ante 
la experiencia del vínculo con el otro (teniendo en cuenta que estamos hablando 
de dolor psíquico), suponemos que esto real no habría forma de tocarlo, ya que es 
una experiencia en la cual sólo el sujeto percibe su vivencia a su manera, por lo 
tanto, parece que no es posible abordarlo directamente. Por otra parte sin 
embargo, aunque lo real pierde su esencia cuando es mediado por el campo del 
lenguaje, llevándonos al encuentro con una palabra engañosa, podría ocurrir no 
obstante, que esa misma palabra engañosa y fantaseada ponga en juego algo de 
la verdad, y ésta verdad mínima, puede ser un camino que nos acerque de igual 
manera, a algo de lo real. 
 
Lo imaginario por su parte, podríamos referirlo como fantasía, invención, ilusión; lo 
que se piensa acerca de las cosas, lo que se supone acerca de algo; pueden ser 
ideas, formas de percibir, de interpretar, y en especial quizá (suponiendo que gran 
parte de nuestros sufrimientos surgen a partir de la relación con otros seres 
humanos), podríamos pensar que es el reino de la identificación de la propia 
imagen diferenciada del otro, pero formada a través de lo que es el otro y de lo 
que el otro nos devuelve, es decir, lo imaginario podría hacer referencia a la 
“identificación” que se ha formado en relación con el otro, porque ese otro tiene un 
valor representativo: de amor, de estima, de espejo –que devuelve la imagen de 
nuestra belleza–, etc.; un ejemplo muy sencillo que nos permite comprender esta 
cuestión de la “imagen” y la “identificación”, sería el hecho de “sentirnos” 
(imaginariamente), “fuertes”, “atractivos”, “motivados”, “satisfechos”, “reconocidos”, 
“valorados”, etc., cuando compartimos un vínculo afectivo con algún otro ser, que 
a su vez, nos devuelve un mensaje de aceptación y de valor, ayudando con su 
aprobación a que nos formemos una imagen de nosotros mismos; por el contrario, 
si este lazo afectivo se rompiera, existiendo una separación del uno con el otro, 
ocurriría que la “imagen” (del que sigue amando), se percibiría como incompleta o 
degradada, debido a que ya no tiene el soporte que le devolvía un reflejo de la 
imagen de su “ser” (yo soy…), así que todo aquello grato que quizá para 
satisfacción narcisista le hacía sentir algún goce al sujeto, se convierte en 
impotencia y frustración que puede encaminar hacia el dolor, desencadenando de 
manera hostil el acto imaginario: “Me siento feo”, “ soy despreciable”, “me siento 
sola”, “no valgo nada”, etc., (tal vez esta forma de pensamiento adversa podría 
estar siendo facilitada por una consciencia moral severa, es decir, que el sujeto es 
demasiado severo consigo mismo ante decepciones, fracasos, entr otras 
experiencias desafortunadas. De manera que somos uno cuando amamos y 
somos amados, y somos otro cuando perdemos al amado o a su amor; por 
supuesto, esto lo consideramos materia de lo imaginario. En cuanto a lo 
simbólico, podríamos relacionarlo con la función que al sujeto le permite organizar 
y articular su relación con los demás en el campo del lenguaje, las 
representaciones y los significados. 
 
Consideramos finalmente, que habrá diferentes puntos de vista o pensamientos 
más amplios respecto a lo simbólico, lo imaginario y lo real, y que quizá habría que 
profundizar más en el estudio de éstos conceptos para poder tener una noción 
más amplia sobre ellos, sin embargo, creemos que esta primera apreciación nos 
permite tener una idea acerca del enlace que éstos conceptos tienen en el 
contexto de la subjetividad; y son desde nuestro punto de vista, aspectos 
susceptibles de tomar en cuenta en el ejercicio clínico de la depresión; por 
ejemplo: debido a la fantasía que se construye con la imagen del objeto amado 
(imaginario); a las representaciones conscientes que hacen referencia al otro, o al 
lugar donde se ha producido la lesión (simbólico); y de la percepción sensible 
–como el dolor– de las excitaciones generadas por el objeto (real). 
1.4 Algunas consideraciones sobre la dimensión de lo imaginario 
 
Retomando una idea de Ann Juranville (1994), pensamos que la depresión es 
enfermedad de “lo imaginario” (no nos referimos a que el sujeto esté enfermo, sino 
al dolor que aparece en parte, a causa de la “herida de la estima” y por el acto 
imaginario que toma un sentido trágico). Este imaginario son fantasmas, fábulas, 
mitos, ensoñaciones, fantasías y representaciones del mundo según nos señala 
Juranville; imaginario que además puede atormentar al individuo con la cuestión 
de su valor (“no valgo sin alguien que fortalezca la belleza de mi imagen”), y de la 
estima que se tiene para sí (“me siento despreciable”). ¿Por qué el imaginario 
atormenta al individuo causándole dolor? Trataremos de hacer un acercamiento a 
esta cuestión: Arca (1998), señala que el imaginario se constituye sobre el doble 
vínculo inherente a la palabra “identidad” (identificación); cuando esta identidad es 
incompleta (por la lesión del vínculo con el otro por ejemplo), el ciclo de vida 
queda bloqueado y el conflicto neurótico aflora, y la fantasía omnipotente de llegar 
a ser reconocido y admirado (para satisfacción narcisista), se ve impregnada de 
un sentimiento de frustración e impotencia, y de un sentimiento de minusvalía que 
se formaliza paulatinamente en el sujeto. Al respecto Nasio (2007), señala que el 
yo funciona como un espejo psíquico compuesto por una miríada de imágenes, 
cada una de las cuales refleja una parte de nuestro cuerpo o un aspecto de los 
seres o de las cosas a las cuales estamos apegados afectivamente, y cuando se 
pierde físicamente algo querido, el yo en compensación, caracteriza excesiva e 
intensamente la imagen psíquica de ese objeto perdido a través de la 
representación o recuerdo, dando lugar a esa presencia imaginaria del objeto 
amado; imagen que tiene la particularidad de hacer surgir sentimientos. 
 
Nasio entre otros autores, nos señala que el dolor y el sufrimiento más intensos, 
provienen desde los vínculos con otros seres humanos (esto lo consideramos un 
aspecto de la subjetividad), del rompimiento de un poderoso lazo afectivo que nos 
une al otro, y cuya imagen del objeto ausente se caracteriza intensamente en 
compensación a la pérdida. Si bien tenemos presente que la lesión del vínculo con 
el otro puede ser una de las condiciones principales que hagan emerger el dolor 
psíquico, e incluso conducir al sujeto a sentirse deprimido, no quisiéramos dejar de 
tomar en cuenta que no es únicamente la muerte o la separación, los escenarios 
que pueden hacer surgir tales afectos; consideramos que muchas otras 
experiencias concebidas como desfavorables en la vida singular, tales como el 
infortunio económico, alguna amputación o desfiguración física, el 
encarcelamiento, e incluso experiencias desafortunadas menores (debido a una 
acumulación de tensión), pueden desencadenar el acto imaginario en un sentido 
de tragedia y desesperanza, haciendo florecer sentimientos que alimentan el 
dolor. Ya bien lo dice Nasio (1998), que un trauma psíquico puede producirse por 
el choque brutal de la pérdida del ser amado o de su amor, o bien, por algún 
acontecimiento cualquiera (banal), que viene a añadirse a una larga serie de 
microtraumas no sentidos por el sujeto. Cada uno de estos traumas puntuales 
provoca un imperceptibledolor del que el sujeto no tiene consciencia. La 
acumulación progresiva de estos múltiples dolores crea tal estado de tensión que 
la menor chispa de un acontecimiento anodino (insignificante), basta para liberar el 
dolor hasta ese momento contenido y verlo estallar en forma consciente. Tal 
recuerdo o tal sueño insignificante, puede aparecer en circunstancias tan precisas 
que libere un flujo salvaje de excitaciones internas que desbordan y hieren al yo. 
Este estado es entonces vivido bajo la forma de un dolor traumático. 
 
Volviendo a la cuestión de la imagen, lo imaginario y el rompimiento de un lazo 
afectivo, la cuestión ahora sería: ¿podría guardar el sujeto alguna relación 
significativa entre lo que cree que es y lo que deja de ser, cuando se lesiona el 
vínculo afectivo con el otro a quien se ama?, ¿ante una separación súbita y una 
sensación de quedar privado de reconocimiento, será posible que la “imagen” que 
representa la ausencia, cambie la percepción que se tiene de la imagen del propio 
cuerpo? En un acercamiento a estas cuestiones, Schatzman (2006), explica que 
todo el mundo, parte del tiempo, y alguna gente casi todo el tiempo, experimentan 
reiteradamente en y con sus cuerpos los significados literales de ciertas palabras 
frecuentemente escuchadas, retraduciéndolas en experiencias físicas (pensamos 
en signos o síntomas). Schatzman habla de palabras, y a consideración nuestra, 
para el tema que estamos tratando, estas palabras son internas, pero vienen 
instituyéndose en identificación con el otro (real) que las estimula en el plano de lo 
imaginario. Tomando en cuenta esta idea, hemos supuesto que el sujeto se forma 
una imagen de lo que cree que es cuando el otro le corresponde, haciéndolo sentir 
de determinada manera (placentera para satisfacción propia), así que cuando ese 
poderoso vínculo afectivo se rompe, el sujeto deja de ser lo que creía que era, 
porque el otro ha dejado de corresponderle; de modo que en este caso, el sujeto 
forma su imagen de una manera subjetiva por lo que siente, cree o sabe que el 
otro le devuelve, y esta misma imagen se torna incompleta y degradada, cuando el 
otro se vuelve inaccesible a la satisfacción de sus pretensiones (de sentirse 
amado, reconocido, valorado, etc.). Cabe aclarar que este tipo de palabras a las 
que nos referimos, con las cuales el sujeto forma su imagen en relación con el 
otro, no son palabras habladas, sino palabras pensadas, sentidas, fantaseadas, 
asimiladas y envanecidas, que ayudan a constituir una imagen. 
 
Podríamos pensar sin alejarnos mucho de la anterior idea, que la imagen del 
propio cuerpo, es en cierta manera el principal soporte de todo símbolo que lo ha 
trabajado desde las diversas relaciones con los otros. Así que esta imagen 
formada en correspondencia con ese otro, le facilitaría al sujeto distinguir un juicio 
especial sobre sí mismo: “me siento satisfecha”, “me veo radiante”, “estando a tu 
lado siento que nada me falta”, “me siento joven y atractiva”, o en su forma hostil: 
“soy feo”, “estoy calvo”, “estoy gorda”, “estoy vieja”, “me siento despreciable”, etc.; 
hemos pensado en la posibilidad de que estas formas de pensamiento sobre 
nuestra imagen (fantaseada), se generan a partir de lo que uno cree que es, y lo 
que deja de ser, en tanto nos sentimos reconocidos y amados por una parte, y por 
otra, cuando se lesiona el vínculo con el otro. En concreto consideramos que 
nuestra imagen a veces tiene una forma (imaginaria), cuando hemos creado un 
fuerte lazo afectivo que es correspondido; y asume otra forma (imaginaria), 
cuando ese vínculo afectivo se rompe. Estas formas imaginarias representativas 
del goce y del dolor, pensamos que no solamente tienen un efecto en el plano 
sensible del sujeto, sino que además, ese “sentir” puede verse reflejado 
efectivamente en el cuerpo, en el aspecto físico; ya sea que mostremos un 
aspecto “radiante” o un aspecto “abatido”, parece inevitable que nuestro 
semblante tenga que “aparentar” algo sobre nosotros; pero también en ocasiones, 
la misma apariencia puede ser una pantalla que encubre otras realidades. 
 
Por otra parte, sin alejarnos de la cuestión de lo imaginario, Slimobich, Cruz, Duro, 
y Levy (2004), señalan que cada vez que alguien dice “yo”, a nivel de la clínica, 
hay que escuchar qué se entiende por eso, ya que hay quien tiene un concepto 
del yo muy amplio y hay quien tiene un concepto del yo muy estrecho, el “yo” es 
fundamentalmente, una imagen. Es la imagen que portamos poniendo en el otro, 
reflejada en el otro. Siempre es “yo” entre otros y el yo no funciona solo. Así 
mismo Braunstein (2006), señala que la mayoría de las imágenes que el sujeto se 
forma sobre sí, sobre sus contextos, sobre las cosas y sobre su futuro, brotan a 
partir de la existencia de un mundo producido y estructurado por lo “simbólico” que 
habilita tales producciones imaginarias, tales representaciones, en torno de un real 
imposible de recuperar, en donde un objeto se representa como la meta absoluta 
e insatisfecha del deseo. Al respecto Arca (1998), nos señala que el individuo 
establece la relación de sí mismo con el mundo, sin experimentar lo real, sino lo 
imaginario, y se somete por ello a una doble disfunción entre lo que piensa que es, 
y entre lo que verdaderamente es según los otros del medio social donde se 
desarrolla. Pareciera entonces, hablando de subjetividad (de la lesión del vínculo 
con el otro), como si el sujeto renunciara a ser, para parecer, y parecer justamente 
lo que no es por lo que no tiene o dejó de tener; es como si parte de la energía 
que mueve al sujeto a vivir su vida, estuviera siendo mantenida en equilibrio por 
ese otro que corresponde a la satisfacción de su deseo, y pareciera también, 
como si ante la separación (rompimiento del vínculo), el sujeto concentrara esa 
cantidad de energía en la imagen de aquello amado que se le ha vuelto 
inaccesible; es como si a partir de la separación (experimentada como traumática), 
viniera como consecuencia el llamado “hundimiento sobre sí mismo”, que en 
relación con el dolor psíquico, provendrían de la sensación de una herida en el 
plano de lo sensible; de saber que el otro ya no corresponderá a nuestro deseo. 
 
Quisiéramos concluir ésta sección recordando algunas frases comúnmente 
escuchadas o pensadas, que en lo cotidiano parecen frecuentes: “me dejó, me 
siento solo”, “estoy cansado de todo”, “no tengo ganas de nada”, “nadie me 
quiere”, “soy pobre”, “no vale la pena”, “es mi culpa”, “no puedo olvidarlo”, “ya no 
es lo mismo sin ti”, “son puros problemas”, etc.; formas imaginarias que 
construyen la escena de posibles conflictos psíquicos, y que representan quizá 
parte de la identificación, el vínculo o el deseo que tiene el sujeto ante aquello que 
le causa dolor. Dejamos una cuestión final sobre estos ejemplos: ¿podría suceder 
que el sujeto quede ciertamente fijado en esa percepción de su realidad, que de 
tanto negar, pensar o creer, se haga afirmación? 
 
1.5 El dolor psíquico en el ejercicio clínico de la depresión. 
Si consideramos que un sujeto que solicita atención, de inicio deja percibir ciertas 
señales relacionadas con su estado emocional, sea llanto, sea culpa, sea 
desesperanza, juicios de valor, autocríticas, etc., ¿podría considerarse que el 
efecto de algunas experiencias se ha fijado en dolor? No se trata tampoco por 
supuesto de buscar, encontrar y confirmar un dolor en el otro para que por medio 
de éste afecto, nos acerquemos a la exploración de sus conflictos, sino que tal vez 
ese dolor, inevitablemente es percibido por quien escucha al paciente; y este es 
un sentir singular, no lo definimos nosotros, sino que se entiende que el sujeto 
dice “yo siento” o “yo soy” (ideas que concluyen en el espacio colectivo, ya que los 
otros casi siempre vienen implicados en nuestros malestares), y este sentir 
externado en el dolor y en palabra, es unaposibilidad que podría permitirnos hacer 
un acercamiento a algunos aspectos de la subjetividad, en donde la narración de 
tal realidad singular, refiere los ideales, los apegos, los deseos, los vínculos, las 
fantasías, etc., que influyen en plano de lo sensible. Éste es un dolor que en la 
vida del sujeto puede surgir ante diversas circunstancias, reales y fantaseadas, 
que quizá en algunos casos, después de consumarse en depresión, puede 
conllevar a la pérdida de deseo y de sentido por la propia vida. Consideramos la 
posibilidad respecto de éste tema, que la mayoría de las personas que se acercan 
a solicitar alguna atención, bajo la inquietud de que están o pueden estar 
deprimidas (o por otras razones que causen pena; incluso si es una depresión 
encubierta), externen de cierta manera algunos indicadores que señalan que se 
está sufriendo por algo que causa dolor; digamos por ejemplo en el llanto, en la 
mirada al vacío, en los rasgos caídos, en el sentirse culpables, y quien sabe, tal 
vez en la aparente calma, la indiferencia y el silencio, pero es un dolor perceptible. 
Ahora bien, hemos hecho referencia al dolor psíquico como opción alternativa a la 
formulación del diagnóstico de depresión, pero ¿hacia donde nos orientaría el 
dolor que ha sido externado por el sujeto? Creemos que de inicio, hacia un 
conocimiento general del contexto (pérdida, separación, acumulación de 
sensaciones penosas que provocan tensión, etc.), que enmarca la enunciación de 
los posibles conflictos reales que aquejan al sujeto, lo cual implicaría sensaciones, 
frustraciones, decepciones, insatisfacciones, etc., que en la palabra de su 
discurso, el sujeto tendría la ilusión de referir lo que las cosas son como a él le 
parece que son, de acuerdo con una realidad singular que construye y que lo 
constituye, y la cual estaría implicada a su vez en la constitución del malestar 
actual que en algún momento se podría volver desesperante. 
Así, es posible que el dolor psíquico (que de alguna manera es externado por el 
sujeto), represente situaciones singulares que como premisa, nos da la idea de 
que ciertas experiencias significativas han dejado “huellas” en la vida del sujeto y 
que estas huellas tienen alguna influencia o efecto en su plano sensible, en su 
imaginario, en su consciencia moral, en su narcisismo, en la manera de percibirse, 
de percibir a los otros y de percibir la realidad; esto en el contexto de una 
narración que el sujeto hace de sí mismo, del otro y del mundo, de su pasado, 
presente y futuro en el aquí y ahora de la palabra como señala Esther Vargas 
(citado en Jaidar, et al. 1998). 
2. SOBRE LA DEPRESIÓN, SIGNOS Y SÍNTOMAS 
 
2.1 Una noción acerca del afecto de depresión. 
 
Consideramos a la depresión como una compleja respuesta emocional que suele 
estar relacionada con una pérdida, sea la pérdida física de algún ser amado o por 
el rompimiento del lazo afectivo que vincula a un ser con otro. En este caso, 
cuando se rompe el vínculo de un poderoso lazo afectivo, tal como señala Nasio 
(1998), se genera el dolor llamado psíquico, que en algunos casos puede llevar a 
la depresión. Es posible que además del rompimiento de un lazo afectivo, las 
señales relacionadas con este afecto también puedan aparecer por causa de un 
conflicto menor y como consecuencia de la acumulación de sensaciones penosas 
experimentadas como fracasos, frustraciones, decepciones, culpa, etc., que 
pueden ir generando tensión. 
 
Aunque la depresión la entendemos como un afecto, no es una emoción en 
concreto producto de la pena, realmente es una combinación de emociones que 
surgen como efecto de deseos o fantasías que se construyen con la imagen del 
objeto ausente; en este contexto el amor y el odio se encuentran y la tristeza sería 
el afecto fundamental cuando la sensación de insatisfacción y soledad habitan al 
sujeto. La depresión, tal como su nombre lo indica, es un hundimiento sobre sí 
mismo que suele ocurrir cuando el sujeto ha sufrido experiencias penosas que lo 
dejan con una herida ante la pérdida. Podría entenderse en este sentido que el 
sujeto deprimido tiene dificultad para hacer el duelo que generalmente 
corresponde a una pérdida, o no acepta perder ante situaciones frustrantes o 
decepcionantes. Así, ante la mezcla de pesimismo, tristeza, apatía, desesperanza 
y culto de sí mismo, para la persona deprimida, tal como señala Lazarus (2000), el 
mundo puede parecer hostil y feo, y reaccionar dramáticamente a las experiencias 
desfavorables, como si fueran trágicas e irremediables. 
 
2.2 Acercamiento a la cuestión de los signos y síntomas en la depresión. 
 
¿A qué consideramos signos y síntomas en la depresión? Consideramos a los 
signos y síntomas como “señales” que llevan la carga de algún significado, que 
comunican un malestar, que pueden indicar que algo está ocurriendo en la vida 
psíquica del sujeto, que pueden ser indicios de un padecer mayor y que pueden 
ser representantes de los posibles vínculos que en la vida del sujeto han quedado 
lesionados. Los signos por una parte, pueden representar externamente un sentir, 
es decir que lo que percibimos en el sujeto (su apariencia y actos), podría tener 
alguna relación con el estado de ánimo del momento, permitiendo apreciar una 
apariencia particular que lo caracteriza; por ejemplo, algunos de estos signos 
podrían ser: palidez, rasgos caídos, llanto, disculpas constantes, etc. El signo 
desde nuestro punto de vista, puede aparecer en representación de una pena que 
causa dolor, y cumplir también una función de “apariencia”, es decir, “lo que 
parece que es por lo que se aprecia” pero que no nos lleva a una aseveración. En 
el caso del síntoma por otra parte, éste sentir del sujeto sería más bien descrito 
por él mismo, por ejemplo, el sentimiento de culpa, el dolor, sus sensaciones, etc. 
Cabe confirmar sin embargo, que para este proyecto no diferenciamos lo que 
reconocemos como síntoma y lo que reconocemos como signo, sino que los 
vemos como posibles “señales” características relacionadas con el afecto de 
depresión, que pueden estar representando posibles conflictos en el sujeto. 
 
¿Cuáles son los signos y síntomas que nos hacen pensar en su posible relación 
con el afecto de depresión? De acuerdo con lo que más o menos se conoce sobre 
este afecto, algunas de las señales que consideramos podrían surgir ante un 
desencadenante como la lesión del vínculo con el otro (pérdida, separación, 
rechazo, etc.), o quizá ante la acumulación de experiencias vividas como 
desafortunadas y decepcionantes que generan tensión, podrían ser los siguientes: 
sentimiento severo de culpa, tristeza profunda y persistente, sensación de 
soledad, aburrimiento constante, desesperanza, conflicto entre amor y odio, 
insomnio, fatiga, llanto frecuente, etc. Tales señales las consideramos una 
posibilidad en su relación con el afecto de depresión, conforme a lo que más o 
menos en sentido general se sabe de este afecto. Decimos en sentido general, 
porque desde diferentes perspectivas se tiene una idea más o menos compartida 
de las señales que se asocian al afecto de la depresión, por ejemplo, en el 
ambiente médico, en el DSM-lV se dice que en la depresión “mayor”, los síntomas 
pueden ser: ánimo depresivo (triste o vacío), irritabilidad, disminución de interés en 
actividades, pérdida de apetito, insomnio, enlentecimiento psicomotor, fatiga, 
sentimiento de culpa, disminución de la capacidad para concentrarse, 
pensamientos de muerte o ideación suicida (Michael, Frances, Pincus, 2005, 
página 209); En la “psicología conductual” se habla de síntomas como: pérdida de 
interés, pérdida de apetito, trastornos del sueño, pérdida de energía, sentimiento 
de culpa, pensamientos suicidas, tristeza, autocríticas (Méndez y Macía, 1997, 
página 110, 111); y entre otras, Arca (1998), menciona que las señales que 
pueden acceder ante un shock emocional(infidelidad de la pareja, sentimiento de 
abandono, muerte de un familiar, problemas económicos o sociales, conflictos 
familiares, situaciones de frustración, etc.), serían las siguientes: 
 
- Sensación de que algo se ha 
perdido 
- Vivir un deseo como inalcanzable 
o irrealizable 
- Tristeza, soledad, desesperanza 
- Irritación, fácil enojo 
- Lloro fácil, culpabilidad 
- Intentos suicidas 
- Sentimientos de inutilidad 
- Insatisfacción, impotencia 
- Insomnio 
- Aislamiento 
- Fatiga física y mental 
- Sensación de que la vida ha 
perdido significado 
- Ideas egocéntricas extremas y 
lenguaje victimista 
- Percepción de la realidad social 
como llena de obstáculos 
- El ámbito de sus intereses queda 
reducido 
- Aburrimiento 
- Baja motivación y de autoestima, 
etc. 
 
¿Podríamos pensar que en determinado momento muchos de nosotros 
experimentáramos algunas de estas “señales”, sin que esto nos lleve 
necesariamente a la idea de que estamos deprimidos? Consideramos que son 
inevitables las emociones que podamos sentir ante diversas situaciones percibidas 
como desfavorables en nuestra vida, sin embargo, también pensamos en la 
posibilidad de que sentirse triste, desesperado, desanimado, agobiado, etc., o 
“vernos” de esta forma, no es razón suficiente como para considerar que somos 
personas con depresión, o que algunas de estas señales sean consideradas razón 
incuestionable que nos orillen hacia la formulación del diagnóstico de depresión. 
Por el contrario, sí podríamos respetar en el trabajo clínico la idea del sujeto 
cuando “dice sentirse deprimido”; por supuesto podemos diferir de su creencia, 
pero no por ello habríamos de debatir si el paciente está deprimido o no lo está, 
sino que esta idea es a fin de cuentas una ilusión que representa algún malestar 
en el sujeto, y es a partir de ello, de ese aparente dolor, que vemos una vía de 
acercamiento a los aspectos subjetivos en el ejercicio clínico. 
 
Quisiéramos ejemplificar tal situación de las “señales” con una experiencia en la 
que tuvimos la oportunidad de estar frente a un paciente que mostraba algunos 
signos y síntomas relacionados con el afecto de depresión: éste sujeto, de 
profesión contador, 35 años, casado desde hace diez años y padre de dos hijas, 
nos relataba que había asistido a consulta porque se sentía deprimido; al 
cuestionarle esta idea, nos explicó de entrada que tenía “problemas en la relación 
con su esposa”, “se sentía triste y sin ganas de hacer nada cada vez que su 
esposa iniciaba riñas con él (en especial por creencias de infidelidad)”, “se sentía 
culpable por desquitar su enojo con sus hijas –las regañaba y en ocasiones las 
llegó a golpear bajo alguna excusa–“, “le preocupaba su gastritis y su vista –sus 
ojos se irritaban con facilidad–”, “la pérdida acelerada de su cabello le hacía 
sentirse incompetente y feo”, etc.; entre otros signos, se apreciaba fatigado, sus 
ojos irritados por el insomnio, cabizbajo y encorvado mientras relata, voz 
entrecortada, etc., aparece entonces el llanto mientras relata, y después de 
disculparse por haber llorado, concluye que: “son demasiados problemas, 
problemas con su esposa, problemas con sus hijas en la escuela, problemas 
económicos, la pérdida acelerada de su cabello que le hace sentirse feo, el 
insomnio, la presión en el trabajo; demasiados problemas que a veces ya ni ganas 
le dan de regresar a su casa”. 
Como podemos apreciar, en el caso anterior existen algunas señales que pudieran 
estar relacionadas con el afecto de depresión, sin embargo, pensemos lo 
siguiente, ¿estamos tratando con una persona que tiene depresión, o con una 
persona que dice sentirse deprimida? Pareciera un dilema; pero suponemos al 
respecto, para fines de este proyecto, que la primera idea nos acerca más a la 
confirmación de un diagnóstico médico, y aún psicológico, mientras que la 
segunda nos acerca más bien a un enfoque que hace referencia a la singularidad, 
considerando que el sujeto dice “yo siento” o “yo soy”; veámoslo de la siguiente 
manera: si decimos que el sujeto tiene depresión, pareciera que estamos 
confirmando un diagnóstico, lo cual desde nuestra idea no ayuda en nada, en 
cambio, si consideramos que tratamos con una persona que dice sentirse 
deprimida, estamos hablando de algo que concierne a una cuestión singular; no 
definimos al sujeto, sino que el sujeto refiere lo que a él le parece que son las 
cosas. De hecho, no sabemos si el sujeto está deprimido o no lo está, y sin 
descartar ésta posibilidad, tampoco intentamos acercarnos a la formulación del 
diagnóstico en base a las “señales” que presenta, más bien, el punto de vista 
estaría enfocado en un acercamiento hacia el discurso del sujeto, quien tendría la 
ilusión de referir la realidad como a él le parece que es, y que en parte lo 
constituye. Después de todo, parece que la mayoría de quienes asisten a consulta 
sienten la necesidad de hablar sus inquietudes y de que alguien les escuche; y no 
necesariamente se acercan en busca de un medicamento o un diagnóstico. 
 
Hemos considerado por otra parte, respecto al objetivo que planteamos en el 
presente proyecto, la posibilidad de que la “apariencia” puede llegar a formar parte 
de la base sobre la que se sustenta el diagnóstico; si bien como ya mencionamos 
anteriormente, respetamos los parámetros base sobre los cuales el profesional 
sustenta la formulación del diagnóstico de depresión, también por otra parte y 
desde nuestro punto de vista, nos parece cuestionable por ejemplo, aquello de la 
“depresión leve”, “la enfermedad”, “lo bipolar”, etc.; categorías diagnósticas en las 
que se intenta insertar al sujeto. Si se piensa en una “depresión leve” por ejemplo, 
porqué no pensar de manera alternativa, que el sujeto simplemente pasa por un 
momento (temporal), de tristeza y desolación; no sin dejar de tomar en cuenta por 
supuesto, que efectivamente puede estar en ese camino que conduce a la 
depresión. La cuestión aquí es: ¿está realmente deprimido el sujeto que muestra 
algunas señales relacionadas con este afecto?, o ¿quizá el profesional inserta al 
sujeto en alguna categoría de acuerdo con las señales encontradas porque desde 
ese punto se puede trabajar en base al malestar del sujeto? No estamos seguros 
de dar una respuesta a estas cuestiones, pero las hemos tomado en cuenta 
porque refieren más o menos un enfoque que va encaminado a la búsqueda de 
señales que sustenten la formulación del diagnóstico de depresión; y es que en 
este caso parece que no hay nada que perder, por que si el sujeto no está 
deprimido, pero parece triste y en su palabra expresa desolación o pena, etc., por 
lo menos podemos decir que tenía “depresión leve” y así librarnos de la duda; el 
asunto es que en este sentido estaríamos fantaseando, y en parte, excluyendo 
aspectos subjetivos que sin duda tendrán que ver con la constitución del malestar 
que aqueja al sujeto. 
 
 
2.2.1 Algunas ideas que nos permiten aproximarnos al afecto de depresión. 
 
Quisiéramos puntualizar que aunque no pretendemos ver al paciente como el 
sujeto de la “enfermedad” o del “diagnóstico”, nos parece conveniente tener una 
idea acerca de cómo más o menos, estaríamos cerca de referirnos a un sujeto que 
sufre de este afecto, de manera que podamos argumentar el “tema” central del 
presente proyecto que hace referencia al afecto de depresión: Además de los 
signos y síntomas mencionados en la sección anterior, consideramos que a veces 
este afecto puede estar precedido por una sensación inicial de que perdimos algo, 
y no es la persona o la cosa material en sí, sino las excitaciones que para 
satisfacción (e insatisfacción), personal, aquellos objetos o su imagen generan en 
nosotros; quizá también pueda percibirse una sensación de que quisimos realizar 
algo en nuestra vida y no pudimos lograrlo, o que deseamos algo y no obtuvimos 
eso en especial, generándose entonces la sensaciónde fracaso y decepción que 
con el tiempo habría de ir acumulando tensión; y entre otras, podría percibirse una 
sensación de estar privados de algo (afecto, reconocimiento, aceptación, etc.), o 
sea, parece que algo falta y que es imprescindible para sentirnos satisfechos. Ya 
mencionamos que la lesión del vínculo con el otro pude ser un factor relevante que 
haga surgir el dolor psíquico, y que en algunos casos este dolor puede conducir al 
sujeto a deprimirse; tomemos ahora en cuenta el siguiente fragmento de Julia 
Kristeva, quien haciendo referencia al afecto de depresión señala lo siguiente: 
 
“El desencanto cruel que sufro aquí y ahora, parece convertirse en eco de 
antiguos traumas que percibo y cuyo duelo nunca supe cumplir. Puedo encontrar 
los antecedentes de mi hundimiento actual en una pérdida, una muerte o un duelo, 
de alguien o de alguna cosa que en otro tiempo amé. La desaparición de ese ser 
indispensable continúa privándome de la parte más valiosa de mí misma: la vivo 
como una herida o como una privación para descubrir, inclusive, que mi dolor no 
es sino la postergación del odio o del deseo de venganza que alimento por aquel o 
aquella que me traicionó o abandonó. Mi depresión me indica que no se perder” 
(Kristeva, 1997, página 10). Esta idea nos permite conocer que puede existir de 
inicio una sensación de que hemos quedado privados de algo, esa privación viene 
de una pérdida que se ha experimentado como traumática, dado que en parte, se 
le consideraba imprescindible para la vida propia. Ésta separación se vive como 
una herida, y causa un dolor que excita el odio y el deseo de venganza contra 
aquel que consideramos nos ha traicionado o abandonado. Quizá estas palabras 
están próximas a cómo apreciaríamos a un sujeto con depresión, en donde el 
amor y el odio coinciden, y la tristeza sería el afecto fundamental. 
 
Ahora, por otra parte, tomando en cuenta nuestra pretensión de aportar un punto 
de vista alternativo a la formulación del diagnóstico de depresión, consideremos 
aquella prescripción médica que leemos en algunos libros o artículos, acerca de 
que para poder definir una depresión, el sujeto debe cumplir ciertos 
requerimientos: “presentar 5 o más síntomas (ya mencionados) durante un periodo 
de al menos dos semanas continuas”; dividiéndose la misma en “depresión leve”, 
“depresión moderada”, “depresión grave” y “depresión no específica” (Michael, et 
al. 2005, página 209); esto último nos hace pensar que si en un momento 
determinado el sujeto no se sentía enfermo, ahora se sentirá, aunque sea 
ligeramente, pero parece inevitable el tener que insertarle algo en su persona. 
Ahora bien, hemos considerado esta idea pensando en la siguiente cuestión: 
¿serán incuestionables aquellos criterios que nos dan el poder de decidir si 
alguien está deprimido o no lo está y en que momento, y además en qué “grado” 
de depresión se encuentra el sujeto? Consideramos la posibilidad de que cada 
quien sabe lo que siente, cual es el peso que le da al significado de sus 
experiencias, y la manera en que se percibe a sí mismo, a los otros y al mundo. 
 
Sí estamos de acuerdo, en que las señales que comúnmente se relacionan con 
éste malestar, pueden indicarnos que el sujeto quizá sufra de este afecto o que va 
en camino hacia la depresión, sin embargo, en la alternativa que pretendemos, no 
buscamos las señales con intenciones de ver o no ver la depresión o la 
enfermedad en el sujeto; por supuesto que puede pensarse que el sujeto está 
deprimido o no lo está, pero desde nuestro punto de vista esto no es 
necesariamente relevante en el trabajo clínico; no ayuda en nada y puede influir 
en la forma en que el sujeto siente acerca de sí mismo. Más bien lo que podría 
interesarnos en parte, es lo que signos y síntomas pudieran estar representando; 
habría que ver la posibilidad entonces de que el sujeto en lugar de ser insertado 
en alguna categoría donde caben todos quienes comparten síntomas similares, 
refiriera aquella historia singular que subjetivamente lo ha constituido; después de 
todo, seguramente un antidepresivo no le resolverá sus conflictos, ni el saberse 
enfermo le ayudará a curarse. 
 
Tomando en cuenta entonces al dolor psíquico como idea que puede acercarnos a 
una exploración de la realidad del sujeto y a algunos aspectos subjetivos en el 
ejercicio clínico de la depresión, hemos pensado en dos posibilidades que nos 
hacen considerar éste acercamiento: en una, el sujeto podría estar deprimido, 
pero no pretende insinuarlo, mencionarlo o considerarlo abiertamente, quizá sólo 
describe algunas sensaciones que le inquietan y le hacen sentir abrumado, pero 
no se acerca en busca de un diagnóstico ni pretende hacer saber que se siente 
deprimido, y tal vez incluso, se acerque por razones diferentes a sentirse 
deprimida aún si lo está; en relación con esto, Julia Kristeva refiriéndose a una 
madre soltera, señala lo siguiente: “El orgullo de la deprimida es inconmensurable 
y no es posible dejar de tomarlo en cuenta. Ésta mujer está más dispuesta a 
cargar con todo el trabajo, las preocupaciones, las tareas, las molestias y hasta 
los defectos –si a alguien se le ocurre uno–, que dispuesta a hablar de su 
sufrimiento” (Kristeva, 1997, página 82). 
 
En otra posibilidad, el sujeto podría o no estar deprimido, pero cuando solicita 
atención, podría hacerlo bajo ésta idea o bajo la inquietud de que pudiera estarlo; 
no sabemos si la persona está deprimida o no lo está, sólo conocemos que “se 
siente deprimida” o que cree que podría estarlo, de acuerdo con su perspectiva y 
los argumentos que más o menos, ella puede relacionar con este afecto. En 
ambos casos entonces, parece razonable hacer un acercamiento a la exploración 
singular del caso, después de todo, la palabra suele ser engañosa, y la apariencia, 
es sólo eso, pero el dolor puede percibirse, y éste parece indicar, también aún en 
apariencia, que algo conflictivo podría estar ocurriendo en la vida psíquica del 
sujeto; habría que explorar entonces en el espacio de la simbolización, para que el 
sujeto mismo pueda ir descubriendo (por medio de su palabra), aquello real que le 
inquieta, y quizá posiblemente, ir articulando partes de aquellas cosas o 
situaciones que parecían no tener sentido, y de aquellas experiencias que se 
tornan inaceptables, para intentar reposicionarse frente a ellas. 
 
Considerando la idea que hemos planteado en ésta sección, pensamos finalmente 
si ¿será relevante formular el diagnóstico de depresión en el ambiente clínico? 
Consideramos que la formulación del diagnóstico puede ser relevante para quien 
lo usa como fundamento de su intervención, ya sea para recetar algún 
antidepresivo, ya sea para que el paciente lleve a cabo determinado protocolo 
para su cuidado, o ya sea para que el profesional lleve a cabo su intervención 
habitual sobre este malestar; y por otra parte, pensamos que confirmar la idea de 
la depresión en el sujeto, no tendría mayor relevancia para quien ve al dolor 
psíquico como un medio inicial de acercamiento hacia los vínculos que en la vida 
del sujeto han dejado huella, y los cuales le causan dolor, entre otras sensaciones. 
 
 
2.3 Un punto de vista acerca de la implicación de los “signos” en la 
depresión. 
 
Sabemos de antemano que los síntomas son imprescindibles señales al momento 
de definir o suponer algún “padecer”, “enfermedad”, “trastorno”, etc., ya que los 
síntomas parecen revelar algo del sujeto como resultado de sus conflictos. Por 
una parte, podríamos suponer que el síntoma no miente y que además es 
potencialmente descifrable, es decir, sacar a la consciencia la razón que lo causa 
para intentar solucionar el conflicto. Si bien el síntoma parece no mentir, la 
situación cambia cuando hacemos referencia a los signos perceptibles, (llanto, 
palabra, silencio, aspecto, etc.); de hecho, en este caso, no sabemos qué historia

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