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MEMORIAS del Marques *» San Basilisco SAN FRANCISCO " THE I-tíTÜRNATIONAI, 1897 NOTA DE LOS EDITORES El viejo dicho latino de que de mortuis nit nisi bonum, es tan ilógico corno absurdo, pues Carlyle dijo que la Penitenciaría de los delincuentes es la Historia, y esta no reco- noce privilegios, ni en los que ahora son ni en los que en un tiempo fueron. The International Publishing Co., editores de las presentes Memorias, han cercenado del manuscrito ciertos pasajes de dudosa morali- dad, dejando intactos solamente aquellos que á nadie dañan y antes por el contrario encierran provechosa á la par que elocuente enseñanza. Menos habrá que culpar al protagonista, pues bien mirado, él no fue más de el producto de una época y no la acción aislada de un temperamento, pues como él y, de su edad y tiempo aún hay muchos, pero que no han salido á la superficie social—ni saldrán gracias á Dios—en virtud de la ¿ gradual transformación que ha sufrido Mé- xico, pasando, del período embrionario y crudo y asaz turbulento, al sereno y avaii?.a- i do de las civilizaciones modernas. Con la publicación de estas Memorias creemos, más que un mal, hacer un bien á cierta clase de la juventud hispano-americaua' en .la que, infortunadamente, ¡os juegos de azar y los matrimonios de conveniencia, más que el amor al trabajo y á la industria, se encuentran muy arraigados. San francisca, /ulio de 1897'> Tke Inlernatioiial Pubiishinsr Co MEMORIAS DEL MARQUES DE SAN BASILISCO. CAPITULO I De Patitas en e! Mundo. Dos ciudades se disputan el privilegio de haberme dado la cuna, "mas como quiera que yo no querría ofender á la una con detrimento de la otra, me hallo dispuesto á admitir que mi padre me engendró en Ures, Sonora, y mi Señora madre se apresuró á echarme al mundo en la bella y poética Culiacan, capital • del Estado de Sinaloa. Llamábase mi padre Luis Camonina y sus amigos le habían dado cariñosamente el apodo de Caramocha, sin dijda porque tenía • inedia quijada hundida de un machetazo. 2 SL MARQUES DE Nací el 8 de Septiembre del afio del Señor de 1830 y se me bautizó en la Parroquia de Culiacan dándoseme el nombre de Jorge, Jorge Camonina para servir á ustedes. El autor de mis días tenía el oficio de carnicero, y yo pasé mi niñez chapoteando con los pies descalzos, en la sangre de los cerdos y las terneras degolladas. Yo aspi- raba, coa infantil deleite, las calientes ema- naciones que se desprendían de la Sangre y de la carne fresca y palpitante. ¡ Cómo gozaba cuando mi padre, con la camisa arremangada y el rostro.colérico, hundía el cuchillo hasta las cachas en la maniatada res! El rojo líquido salía á borbotones de la herida, y en su agonía el animal ponía los ojos en blanco, especialmente los borregos, cuyas boqueadas tienen mucho de humano. A los diez años de edad degollé mi primer camero, y me acuerdo que mi padre, desde la víspera, que era un sábado, nie regaló un cuchillo nuevecito diciéndome: —Vamos, zaragate, veremos si mañana eres digno de llevar el nombre de Camonina. Esa noche no pegué los ojos en toda la SAN BASITJSCO 3 noche: retíreme á la cocina, encendí un candil y me puse á afilar mi instrumento. Y al acostarme lo dejé tan filoso que cortaba la vista con sólo verlo. Alborozado volvíme y revolvíate en la cania—digo en el petate porque en mi niñez nunca supe lo que era un lecho—y cuando los gallos comenzaron á cantar, metí las piernas en mis pantalones de cuero y salí al corral, alegre como una alondra. Por esa época del año 40 el Abasto de Culiacan se encontraba situado en la calle de San Felipe y consistía en una ramada á lo largo de la cual las reses eran degolladas- El lugar olía á almizcle, á estiércol y á grasa. Mi carnero balaba tristemente, pues -sin duda por instinto sabía lo que le iba á suceder. Dos ó tres carniceros saludaron á mi padre ofreciéndole un trago de aguar- diente, y uno de ellos nombrado Gabiíondó, díjome que el oficio de matancero era el mejor y más útil de todos, y que el matar ganado era un placer del que no todos los hombres disfrutaban. -—Bá !—prosiguió Gabiíondó, acariciando 4 El. MARQUES DB los cuernos de un buey preparado para la inmolación—es oficio que hace valientes á los cobardes, y sino que lo diga Don Pioquinto, quien en el mes pasado, y en el Fuerte, mató & puñalada limpia á dos indios pdpagos. Pero la hora del degüello había sonado : á una aefla de nii padre rae aproximé al carnerillo, derríbele, cogíle de las orejas y de una cuchillada furiosa le abrí el pescuezo. I,a muerte fue instantánea, pues faltó poco para que le decapitara. —Caramoclia I—gritó uno de los abasteros —ese muchacho es el mismo diablo ! Y diablillo me sentía yo, de verdad, en aquellos momentos : el corazón latía en mi pecho, la mano convulsiva asía el arma, y todos los objetos en torno mío, animados é inanimados, presentaban tintes de escarlata. Me he detenido en narrar ese episodio de mi infancia para que se vea cómo y cuánto las impresiones recibidas eii la niñez influyen en el carácter del individuo; si aquellas son tiernas, femeninas y delicadas, somos cuando grandes compasivos y piadosos; pero si por SAN BASILISCO 5 el contrario tueron impresiones brutales, groseras y crueles, tenemos por fuerza que ser malos, pues la maldad es una planta que florece eu la mañana de la vida. A los doce aflos de edad yo no sabía leer ni escribir, pues mi padre era enemigo mortal de escuelas y escolares, y decía que el alfabeto había sido inventado por los frailes con el exclusivo objeto de prohibir la carne en los dias de vigilia. El no bebía, pero jugaba hasta la camisa cuando la ocasión se presentaba: una noche perdió al monte sombrero, pantalones y zapatos, y fue nece- sario traerlo á casa atado á una carretilla y cubierto con una manta de arriero. Una tarde que yo volvía de casa del cura Vadivia á donde había ido con unos lomillos de puerco, encontré á dos sujetos, que venían muy de prisa y uno dijo al otro: . —Pues sí, tocayo, acaban de matar á I/uis Caramocha. Imaginaos cómo me quedaría al recibir la funesta noticia: era yo muy niño para discernir las consecuencias de ese hecho, y para hablar con franqueza diré que no tenía 6 fií. MASQUES DTÍ una tema de alecto por mí padre; más aún así la infausta nueva me impresionó desagra- dablemente, y de carrera me dirigí á nuestra casaquilla. Mas al entrar, el cura Valdivia, ' que en esos momentos salía, cogióme de la mano, y llevándome al remolque y dándome palmaditas carifiosas en la cabeza, condújome al Curato, y ya dentro, sentóse en la poltrona y sin soltarme, me atrajo hacia él diciendo : —Jorge, acabas de perder un padre, pero tienes en mí otro. ¿Te gustaría vivir á rni lado? —Quién ha matudo á mi padre, Sr. Cura? —le repliqué evadiendo la pregunta. Miróme con cierta lástima, y asentándose los cabellos blancos me repuso: —Quién? la baraja, esa Biblia de Lucifer. Desde esa fecha existí bajo el techo del buen cura Valdivia, y si no hubiera sido por él, ¡el Marqués de San Basilisco sería hoy un mito y las actuales Memorias nunca habrían sido escritas, de lo que se deduce que lo que ha de suceder escrito está. Allí aprendí los primeros rudimentos de enseñanza; allí, en agüella atmósfera eclesiástica, mi inteligencia SAN BASIIJSCO 7 flexible cual la piel de un felino, adquirió esa jesuítica elasticidad que sabe adaptarse, lo mismo á la tragedia que á la comedia, á la pequefía intriga como al tenebroso drama ; y allí, finalmente, el granuja de carnicería hubo de transformarse en el sumiso mona- guillo. I/as gentes de Iglesia tendrán todas las faltas que se quiera, pero nadie podrá negarles la cualidad positiva del savoir- vivre, y desde el cura más huttiHde hasta el obispo más encopetado saben conducirse, insinuarse y darse á querer, y sus maneras son simplemente irresistibles en el mundo femenino, donde suelen estar en su natural elemento. Por el ojo de la llave, yo obser- vaba al párroco Valdivia cuando venían á visitarle las damas más ricachones y guapas dé Culiacan, y era de verse con lafinura y gracejo coa que él las recibía, ora departiendo con la estirada mamá en voz queda y bien modulada, ora tirando de las encarnadas orejitas á la linda polla, ya soltando un chiste que las hacía reír, ya una frase elocuente y eclesiástica que las hacía ponerse serias. g EI, MAE'QTJES DB Y al despedirse madre é hija le besaban la mano, dejándole un paquetito de chocolate, de dinero, ó bien tina docena de cajetas de leche envueltas en papelillos de china. El Sr. Cura, cuando las visitas se habían ¡do, olía el chocolate, atesoraba el numerario en una gaveta, y después, suspirando y pensativo, calábase los lentes, abría un libro y reclinado en el equipal y cruzándose de piernas, se ponía á leer en silencio. Después de contemplarle por algunos mi- nutos yo me retiraba meditando en el choco- late y en los ojos pardos de la muchacha, y de pensamiento en pensamiento llegaba á la conclusión de que la vida eclesiástica se había hecho .para mí, pues que formaban parte esencial de ella el chocolate, el dinero y las mujeres. Porque en este último ramo mi precocidad ha sido portentosa, pues que en 1843 apenas contaba yo trece años, y no obstante las fantasías eróticas principiaban á atormentarme, fenómeno que más tarde me explicó un especialista de París en estos 'términos: —He notado que los hijos de carniceros, SAN HASir.íSCO 9 quienes desde la niñez ab'sorven !os átomos de la materia animal, son precozmente sen- suales. Mas en usted, Marqués, el fenómeno es sencillamente de temperamento: tiene usted un temperamento mercurial. Mis ocupaciones, en el curato, consistían eti repicar las campanas, ayudar á decir misa, limpiar las lámparas y ensillar la yegua del Sr. Cura, que entre paréntesis era muy mañosa, pajarera y asustadiza. Esa yegua como se verá más adelante, fue uno de los factores inconscientes de mi Avatar intelec" tual y físico, y al consignar á vuela pluma esta reminiscencia, me aferró en la creencia de que no se mueve la hoja sin la voluntad de Dios. La cocina curatil nada dejaba por desear en la línea de comestibles y bebestibles; la leche y el queso abundaban, y nada diré del guisado de gallina, platillo en el que no tienen rival las cocineras sinaloenses. Dofia Ignacia Buelna, prima del Sr. Valdivia, le hacía casa, y tengo el sentimiento de decir que esta buena señora no me quería, y de contirmo echaba indirectas en mi presencia,' 10 EL MAKQUliS OB diciendo que de "tal palo, tal astilla," y que quien á hierro mata á hierro mucre—alu- diendo á mi padre—y que los pecados de los padres pasan á los descendientes hasta la tercera generación. El día 14 de Octubre del mismo año, el Sr, Cura; á instancias de José Retes, de Mocorito, se dirigió á esta población para bendecir una capilla que se habia construido. Yo le acom- pañaba montado en una muía: por desgracia, en las orillas de Culiacan algunos perros salieron á ladrarnos, y la yegua del Sr Valdivia, asustada, se echó á correr. Este no era un mal ginete, mas sucedió que la silla, flojamente cinchada, se deslizara por las ancas, arrastrando en su caída á mi Protector. La caída le quebró el pescuezo dejándole muerto en el mismo sitio. Al saberlo, la Sra. Buelna salió á la calle dando alaridos, acusándome á mí de la muerte - de su primo, pues decía que yo no había cinchado bien la yegua, sin duda por maldad. En un tris estuvo, esa ocasión, que yo me Imbiera quedado en la calle, mas la buena suerte que jamás me ha dejado de su lado, SAN BASILISCO II vino en mi auxilio, y en la forma que yo menos me lo esperaba—en la del sucesor de. Valdivia, que se llamaba Rene Gaxiola. Este párroco Gaxiola, desde el instante que puso ojos en mí, prendóse de mi juvenil talante, .quizás en virtud de esas misteriosas afinidades que existen entre personas del mismo temperamento. El nuevo Presbítero era vtn sonorense, joven, alto, gallardo de apostura, camorrista, mujeriego y hombre de pelo en pecho. De su valor y herctllea fuerza se contaban multitud de anécdotas. Decíase que una noche, y á siete leguas de Ures, él y su mozo de estribo habían sido atacados por una partida de veinte indios bárbaros, y que Gaxiola, con el solo uso de su sable y dos pistolas, había matado la mitad de los apaches, poniendo en ignominiosa fuga á los restantes. En ese encuentro lidió cuerpo á cuerpo con el gandul que hacia veces de cabecilla, y se refiere que se agarró á él, y levantándole de la montura como si fuese pluma, le quebrantó los huesos opri- miéndole con los nervudos brazos. Andaba armado de continuo, con el ancho 12 KI, MASQUES Dlt sombrero caído sobre la oreja izquierda y el puro humeante en la boca. A su amparo, estaba yo como el aguilucho bajo el ala del cóndor. Y desde que tomó posesión del curato, la disciplina fue menos tirante, y yo podía, con entera impunidad, comer carne en el tiempo de cuaresma y no se me compelía á arrodillarme ante el confe- sionario. Ayudaba á la misa, como de antaño, mas el Padre Gaxiola la celebraba con tal prontitud, que con frecuencia yo no tenía la oportunidad de lucir como hubiera querido mi vestimenta de monaguillo, especialmente la que tenía mangas con encajes, y que me había regalado Doña I^eonardita Yzábal, una de las damas más ricas de Culiacan. Y si parda era la moral del párroco novel, sus ideas políticas eran originalísimas y desembozadamente expresadas. —Tú eres muy joven aún—me dijo un día ;. —para entender de política, mas ten presente, cuando llegues á ser hombre, lo que digo .ahora. En política no hay más de dos opiniones: la del que está abajo y grita contra el que está arriba, y la del que está BAsrr.rsco 13 arribs y aplasta al de abajo. No creas en palabrotas de patriotismo y otras zarandejas y la opinión no es más de la fórmula de uno ó muchos egoísmos. Para mí, tan picaro es Santa Ana como Paredes. Sobre religión hablaba de, esta manera: —I^a Religión católica es la más poética y teatral de las religiones, y los ministros de ella tenemos que ser exelentes actores. Es evidente que su dogma fue revelado y sus ritos son los más hermosos; mas esa misma- belleza plástica que tiene su culto, contribuye á paganisar á sus sacerdotes. En el alto clero, Camonina, hay más enconadas rivali- dades que en las esferas del gobierno terrenal, lábrete Dios del odio de un Obispo, y sobre todo, de la enemistad de un canónigo. De la humanidad en general decía : —I,a paz, al menos la paz individual,, es un sofisma filosófico, y el estado de guerra perpetua es el estado natural de la especie humana. El hombre pelea desde que nace hasta que muere, y en toda naturaleza hay un fondo latente de monomanía homicida. i Qué de veces un sujeto no desea, allá para tlj El, MARQUES DE sus adentros, la muerte de sus rivales ó enemigos! I/uego en teoría, ese individuo es un asesino, y tiene que responder al Ser Supremo de ese mal pensamiento. Yo soy un apóstol de paz, mas corno San Pedro, raí espada siempre cae de filo, y no sobre orejas, sino sobre cuellos y corazones. De los bienes mundanos, solía platicar así : —5ío son bienaventurados los que lloran, sino los que gozan, y para gozar: se necesita tener dinero. Heñios alcanzado tiempos de grosero materialismo, y la misma Iglesia no podría subsistir, ni ser respetada, si se hallase en la indigencia. ¿Qué es lo que admírala multitud en nuestras suntuosas catedrales? Los altares cuajados de luces y de resplan- decientes imágenes, la voz sonora del órgano, las casullas cintilando en dorados florones y el aroma del incienso. Suprimid el aparato, y el culto y la creencia se desplomarán como castillos de naipes. El vulgo es como Mon. sieur Jourdan, que pedía la bata de noche para oír mejor la música. Con todos sus defectos, que no eran pocos, el cura Gaxiola poseía cualidades de orden SAN BASILISCO 15 elevado, y una de estas era su inagotable caridad. En Diciembre de 1845, ganó al Coronel Vega, en el juego de brisca, cerca de ocho mil pesos, y al día siguiente distri- buyó ese botín entre las personas necesitadas de Culiacan. El me enseñó los primeros juegosde cartas y hasta hoy no he conocido un hombre más ágil en eso de hacer sortilegios con los naipes, y estoy seguro de que si se hubiera dedicado á la prestidígitacion, hubiera dejado muy atrás al renombrado Herrmann. Coa un pedacillo de cera tamaño como un alfiler, hacía salir las cartas que se le antojaban y retener las que le convenia. Una noche, se sentó á jugar- albures en el curato con dos sonorenses, afamados por su pericia en la baraja, tahúres de profesión, en una palabra, 3' ricos además. Por mandato del Párroco, yo permanecí en la sala para servirles copas de un añejo amontillado que un comerciante de Mazatlan había mandado al Sr. Gaxiola. Et juego me fascinaba, me absorvía, y de pié' tras de los jugadores, observaba los más insignificantes movimientos del tallador; 10 B.L MARQUES IM<; derrepente, y cuando el Sr. Cura tendía las cartas en un albur de á $500, vi que una carta desaparecía en la manga de la sotana, pero con tal sutileza y celeridad, que ninguno de los adversarios lo apercibiera. Bl Párroco ganó la apuesta CAPITULO II Mis Primeras Aventuras. Para que los lectores juzguen mis actos con alguna indulgencia, ya he dicho en otra parte que mi carácter no se presta á los afectos sinceros y amistosos, así es que no debe maravillarles que mi cariño por el Cura Gaxiola hubiera sido superficial y transitorio. Pero ese defecto, si es que lo es, en nada me desdora, pues que uno no es culpable de las peculiaridades de temperamento. Así fui creciendo y desarrollándome hasta llegar á los veinte años, admirado por las beatas que infestaban la Parroquia y mimado por las cocineras del curato, las que se esme- raban eu condimentar para mi estómago l8 El. MARQUES DK pantagruélico, los más sabrosos bocaditos. De estatura mediana y rolliza, ojos cafés y bailadores, cara llena y de tez relumbrosa, ligero bozo sombreando mi labio, mi aspecto era de aquellos que no pasan desapercibidas entre las muchachas. A objeto de asistir á la naturaleza, me dejaba crecer el negro y rizado cabello, algunos de cuyos rizos caían artísticamente sobre la frente. Mi vestido se componía de una blusa, unos pantalones de trabuco con bolsas de oreja de perro, como les llamaban entonces, y zapatos de cuero de becerro. Y mi sombrero? El sombrero sí que era todo un poema, pues del atavío masculino es el artículo que más me ha preocupado y me preocupa todavía. Ese adminículo es la.síntesis individual, el alfa y el omega del carácter, el arma ofensiva y defensiva en las batallas amorosas. Se re- quiere donaire para usarlo y aunque me esté mal en decirlo, confieso que ninguno me aventaja en la manera de llevarlo. Mi som- l>rero del año 50 era de fieltro negro, mitad eclesiástico y mitad seglar, de anchas alas y alta copa. Me lo encasquetaba á la Ruy SAN BASILISCO 19 Blas, es decir, inclinado sobre la oreja izquierda, á semejanza de los perdonavidas de que nos habla tope de Vega en sus cuentos picarescos. Un zarape del Saltillo, terciado garbosamente sobre el hombro, com- pletaba ini pintoresco loui ensemble. —Cuerpo de Baco ! tú harás fortuna, Ca- monina, por la buena ó por la mala, lo Ico eu esos ojos danzadores, en ose labio sarcástico, en la expresión maligna de ese semblante niefistofélico. ¡ Vaya mi pequeño Satanás metido en la pita de agua bendita! Y al pronunciar esa tirada, Don Rene me acercó un espejo, y mi talante, reflejado en la luna, no parecía sino que me hacía muecas, las muecas que hace Mefistófeles cuando pasa con Fausto junto á la cruz. Se acercaban las fiestas de Navidad, y en el curato, por esos días, texto era bullicio y animación: el cura. Gaxiola, para atraerse concurrencia femenina, puso altarcitos de Noche Buena, verdaderas obras maestras de " pastoril miniatura. Después del rosario, que recitaba el Padre Ortíz, servíanse en el comedor refrescos y pastelillos, vinos genero- 20 El, MARQDBS DJÍ sos y chocolate. De esas posadas de Culiaean tendría yo los más gratos recuerdos, sino fuera porque ellas dieron origen á una tragedia, pues no parece sino que rui exis- tencia, como la de Mecléa, está intimamente asociada con elementos trágicos. Entre las damas culiacánas que frecuenta- ban asiduamente esas posadas, se hallaba la Sra. Z ***, sinaloense bellísima, alta y mages- tuosa como una Juno, de ojos zarcos y rasgados y cutis de alabastro. Mi patrón Don Rene bebía los vientos por ella, y yo notaba que cuando los contertulios estaban más entretenidos, tanto la beldad como el sacerdote desaparecían, reapareciendo al cabo \ de una hora, ella, con las mejillas encendidas, ¿jf él, con una sombra de melancolía en el semblante. Terminadas las fiestas de Navidad y en los primeros dias del 51, el Sr. Gaxiola, una tarde, dióme una carta para la Sra. Z *** ..ordenándome que la entregara á ella en propia mano. r-Cuidado con una torpeza, me entiendes? Fuítne «n derechura á la residencia de la SAN BASIWBCO 21 dama, cuyo marido, más tarde lo supe, gozaba faina de ser un Fierabrás. I,lamé tímida- mente á la puerta, saliendo á abrirla, casi al momento, una criadita de no malos bigotes. Condújome al anchuroso patio, en el centro del cual había una fuente con un Grifo de mármol arrojando chorros de cristalina agua. Mas no bien la sirvienta se hubo alejado, cuando so presentó delante de mi un hom- brazo, de faz carnosa y barbuda, preguntán- dome con voz altanera qué es lo que yo quería. Ya podéis suponeros lo desconcertado que me quedaría ante ese encuentro inesperado: mi' lengua me ha salvado en más de una crisis análoga, pero esa vez sentí la lengua hecha plomo y mis piernas comenzaron á temblar. Por fin, viendo que no había escapatoria y queriendo salir cuanto antes del atolladero, entregúele la misiva dispo- niéndome á huir. Peto el bruto me había cogido de la mano, y arrastrándome, se encerró conmigo en un cuarto donde estaban las sillas de montar. Allí leyó la carta muy despacio, la volvió A leer, y á medida que S2 EI< MARQUES DB lela, manetas lívidas aparecían en la siniestra fisonomía. Luego, cogiendo un chicote de esos que se llaman ufía de gato dióme una azotaina furibunda, y ya no sentía tanto lo recio cuanto lo tupido, hasta que mis gritos dieron tregua a los azotes. Salí de esa casa inhos- pitalaria como alma que se lleva el diablo, y no paré hasta llegar al curato, refiriendo la historia de mi desventara, corregida y au- mentada, al amartelado Don Rene. Al escucharme y durante el curso de mi narración, el Presbítero ni siquiera pestañeó, mas cuando hube concluido, asióme fiera- mente de los hombros, y empujándome hacia la puerta y sin decir una palabra, echóme fuera de un puntapié. Cuando volví en sí de la sorpresa hálleme en la calle, sin un flaco en el bolsillo, huérfano y sin amigos. ¿ Hacia qué rumbo orientarme si yo, pobre rata de sacristía, ignoraba lo que son las luchas por la existencia? —Jorge! Jorgillo ! Doña Josefa Dávila, el ama del cura, me llamaba desde el postigo, y cuando me SAN BASILISCO 23 acerqué á hablarle, díjoine que al oscurecer el día fuese á verla sin falta. Como todas las sinaloenses, esta señora tenía un corazón de ángel y había hecho para conmigo las veces de madre : ella me remendaba la ropa, procuraba que mis sábanas estuvieran limpias, y el día que yo comulgaba, planchábame la camisa con maternal cuidado. ¡ Pobre José- fita! cinco años después tuvo en Guaymas una muerte desastrada! Teníame preparado, la excelente mujer, una canasta con bastimento, ropa limpia y algunas otras fruslerías. —Merengue—me dijo ella con la vista anublada por las lágrimas (Merengue tae llamaba cuando se enternecía) lo mejor que debes hacer es salir de Culiacan. Voy á darte un consejo, y como el que da el consejo da el dinero, aquí tienes quince pesos. Compra con ellos una caja de mercillero, y vendiendo de ranchería en ranchería, podrás ir muy lejos. Eres económico 'y astuto, tienes la lengua suelta y los ojos bonitos, y si llegas á Mazatlan, podrás encontrar allí un empleo. 24 RI, M A R Q U T v S Dlt Besóme enternecida y diómc como amuleto de buena fortuna,una muela de Santa Lucia. A la madrugada del siguiente día, que era el 7 de Knero de 1851, sacudí de las sandalias el polvo de Culiacan, encaminándome rumbo al Norte. Mi caja de buhonero, que cargaba en la espalda con el aire marcial con que un soldado lleva la mochila, iba surtida de todas esas baratijas que son el encanto de las inozuelas lugareñas. Un vientecillo de in- vierno soplaba de las montañas, y el camino, polvoroso y escueto, se prolongaba á mi vista en azulados horizontes. Mi objeto no era Mazatlan, sino Ures, en el Estado de Sonora. Allí tenía un hermano la Sra. Uávila, y yo traía para él una carta cíe recomendación. La primera ranchería donde pernocté distaba ocho leguas de Culiacan: en ella vendí, con un 50 por ciento de utilidad, una cuarta parte de mi ancheta. Se alojaba en ese mesón un mayordomo de muías nombrado Don Gaspar Iturria, de camino para Culiacan. Trabé amistad con él, nos pusimos á jugar, y á las diez de la noche, le había yo ganado, á los SAN BASILISCO 25 albures, doscientos pesos. La educación del Cura Gaxiola principiaba á hacer madurar sus frutos. Mas sucedió que el Sr. Iturria no quería desprenderse del dinero, y después de una acalorada discusión, propúsome en pago, y yo acepté, tina muía ensillada y enfrenada. Así montado y equipado, el cielo me pareció más límpido, la aridez del paisaje menos ingrata, y aun los mismos zopilotes, que de trcclio en trecho distinguía en el entumo devorando á picoln/,os animales muer- tos ó moribundos, se me figuraban cisnes de negro plumage. Hasta entonces sospeché, además, el partido que podía sacar de mi gallarda presencia: las ranclieritas y labriegas se ruborizaban cuando les dirigía la palabra, y no topé con ninguna que dejara de comprarme, ya dedales ó madejas de seda, ya espejitos, peines ó listones, al extremo de que al llegar á la frontera de Sonora, mi ancheta varilleresca había desaparecido. La llama atrae á las mariposas, la serpiente fascina al pájaro, el rayo áe: luz absorve los 26 Bf, MARQIJKS Mí átomos;—¿por qué atraigo yo á las mucha- chas, cuál es la fuerza que las precipita en mis brazos, es fuerza espiritual ó puramente fisiológica ? Crucé á Sonora tres días después de la acción librada entre los indios bárbaros capitaneados por el cabecilla Mangas Colora- das y los voluntarios sonorcnses al mando de Don Ignacio Pesqueira. Iva ciudad de Arizpe, á donde llegué por la tarde, presentaba un aspecto de gala, pues casi á la misma hora entraba en ella Pesquiera y su puñado de valientes. Una guapa arizpefia, creyendo que yo era uno de estos, arrojóme flores al pasar, y más adelante una familia entera me interceptó el paso, y las muchachas, quieras que no, me coronaron de rosas, Mas no supongan ustedes que paró allí la equivocación, pues al ir calle arriba, la esposa de un rico comerciante y sus hijos se rodearon • á mi muía, obligándome á que entrara á la casa y la honrará con mi hospedaje. Bien pronto esta se llenó de vecinos, ansiosos por saber los pormenores del combate, y Dios sabe lo que tuve que inventar para quitar- //UJAHÍ» v SAN BASILISCO FV- . . ' . - 2^ melos de encima. Un enfa.nl terrible me puso en aprietos, al estar sentados á la mesa, con cuestiones indiscretas como estas: —Por qué no tiene usted sangre en la camisa como los demás? —Oh ! le respondí con desparpajo—es que la corriente de un rio me arrastró.laván- dome las manchas. —Y cómo es qne usted no está mojado? —Niño, es que el sol me secó la ropa. —Pero si hoy estuvo nublado ! Para no responderle, rae puse á beber un vaso cíe leche. Pero esa superchería fue la causa de que yo saliera mas que de prisa de Arizpe antes de que me chillara el cochino; y á:la mañana siguiente y muy temprano, encaminé mis pasos hacia Ures, medroso de encontrar apaches y reflexionando en mi última aventura. ¡ Quien diría que habiendo salido de Culia- can de un puntapié entraría á Arizpe en triunfo y coronado de llores ! Negareis ahora ¡olí! filósofos de pacotilla! 28 EL J I A R O U J ' S l - : í que hay hombres que nacen con estrella y otros estrellados ? *** .Decía el difunto mi padre que lo que cantando viene bailando se va: al llegar á Ures paré en el Mesón del Águila de Oro y me hice de amistad con Félix Mouteverde, un aventurero de la peor calaña. Me puse á jugar albures con él, y á la media noche, mi muía y los cien pesos que habla reunido pasaron á ser de su propiedad. Pero Monte- verde tenía el corazón en su lugar, pues antes de separarnos me dijo : —Es usted u u joven de mucho porvenir, pero no hará su fortuna en el juego. Tiene usted manos diestras y ojo certero, pero le falta nervio. Ahora, voy á enseñarle de la manera que gané cinco mil pesos en Hermo- sillo sin arriesgar un solo peso. ¡ Atención ! Esa noche recibí mi titulo de bachiller en la ciencia de Birjan. El Sr. Dávila, á quien fui á ver más tarde, recibióme cotí los brax.os abiertos y los bolsillos cerrados : era éste una de esas per- sonas que á primera vista ofrecen á usted el SAN BASILISCO 29 oro y el moro, pero que á fin de cuentas concluyen por negarle un vaso de agua, Con él sí que no me valieron, -ni mis lisonjas^ ni las maneras insinuantes que á otros lian cautivado. Cerraba la noche y yo no tenía albergue ni mi estómago lastre, y las calles de la población, desiertas y tenebrosas, causában- me pavura y desaliento.. Por dicha mi tem- peramento está constituido para la acción y antes de que el cansancio y el hambre hicieran presa de ini, me resolví á obrar, venga lo que viniere, sin perder un solo instante. Pesqueira, el vencedor de los indios en el combate de Pozo Hediondo, hallábase á la sazón en tires y yo determiné verle del momento, haciéndome pasar por uno de los voluntarios que habían peleado bajo su mando. Si me pedía informes, yo se los daría, pues para entonces ya tenía acopiados, por testigos oculares, los datos más minuciosos. Pregunté por la morada donde vivía y á poco me encontraba llamando á la puerta : una muchacha salió á la puerta, y dándole.á ella, un recado urgente para Pesqueira, en 30 W- MARODBS DE menos tiempo de que canta un gallo platicaba con él amigablemente, y tan simpática le fue mi presencia, que esa noche dormí bajo su techo, y al cabo de una semana, por medios que no es del caso referir en estas páginas, rae encontraba en Nácori como mayordomo ^de una hacienda del Sr. Gándara. Allí rae sorprendió la invasión filibustera del Conde Rousset de Boulbon, y fui despe- dido del empleo por haber regalado á este un caballo que no rne pertenecía. Por gusto á la vida nómade más que por necesidad, torné á recorrer las poblaciones con mi ancheta de varillero, y así pasé los aflos de 53 y 54. Bu 1855 regresé á Ures, que como capital del Estado (entonces depar- tamento) contenía una población flotante compuesta de militares y empicados. Ura Comandante Militar de Sonora Don Pedro Espejo, y un hermano de este llamado Braulio, tenía abierto un garito ó casa de juego, donde se desplumaba á los pichones más gordos. Don Braulio habiendo descu- bierto en mí habilidades poco comunes, empleóme como tallador de banca, y si no SAN RAS IUSCO 31. hubiera sido por la malhadada revolución de Ayutla, que estalló en Marzo del mismo año, y por el asesinato de IJspejo, que acaeció en Abril, tal vez yo habría dejado mis huesos en el cementerio de Tires, pues para vivir entre los señoreases de aquella época se necesitaba tener un corazón de apache. La muerte de mi amigo ocurrió de esta manera: Espejo hacía trampas en el juego, pero nadie había podido descubrir en que consistían ni de que manera las ejecutaba. Mas yo, con mi sagacidad habitual, había dado en su modus operandi. Consistía este en un enorme diamante, de tal suerte cortado y montado, que las cartas, al extender la mano, se reflejaban en sus facetas. Una noche entró á jugar Don Teófilo Basozábal, un acaudalado comerciante de Hermosillo: apuntóse á los albures de cincuenta á cíen pesos, y cerca de las once había perdido más de cuatro mil. Sonriéndose y sin dejar el asiento, exclamó,dirigiéndose al banquero. —Hermoso diamante ese, Don Braulio, me permite usted verlo ? Don Braulio vaciló por un instante, mas en 32 ET, M/YRQUIÍS m! seguida quitóse el anillo, pasándoselo á Baso/.ábal con uu uiovimieiiLo de disgusto é impaciencia. liste se lo puso, extendió la palma de la mano, tornóla de derecha á izquierda, luego se paró, y arrojando el anillo en la mesa, amartilló la pistola disparando á quema ropa sobre el infortunado Don Braulio, quien cayó muerto en los brazos de un oficial llamado Aragón. *** I<a casa fue cerrada por orden del Gobierno y heme ahí plantado de nuevo Á media calle, contemplando las estrellas y chiflando la canción del chinaco, aire muy popular desde el pronunciamiento de Ayutla. Por dicha mía y desdicha- de mis enemigos la miseria produce en mi cerebro el mismo efecto que un tónico en un organismo debilitado: veo los objetos con más claridad y estudio á los hombres con mayor htcidéz. A principios de 1856 Sonora e.ra un campo de Agramante,'y su capital, Uros, un semillero de intrigas é intrigantes. Don Manuel María Gándara, déspota de la vieja y clásica escuela, conspi- SAN BASILISCO 33 nibr. sin ivsar por imponen' en el Ifotado la supremacía do las ideas conservadoras; y Aguüar y Don Ignacio Pesqueira, contra- conspiraban para cimentar los principios liberales en el mismo. Consulté mi concien- cia y noté con alarma que mis simpatías estaban del lado del Sr, Gándara; y digo con alarma, porque no hablaba dentro de mí Camomila el buhonero, sino Camonina el monaguillo de ünliacan. Por recomendación de Doña Estefanía Gándara, pariente de Don Manuel, entré al servicio de este como agente secreto, y mi primera misión, que fue la de llevar pliegos cerrados al comandante González situado en lícrmosillo, desenapcfíéla con celo y diligencia. Cierta ocasión y á tres leguas de Guayaras, estuve á punto de ser ahorcado por unos guerrilleros de las fuerzas de Pesqueira, que me detuvieron en el camino registrando mi caja de varillero, en busca de los despachos que yo conducía. Pero á cada insolente amenaza de los bandidos, yo replicaba : , —Peines, dedales, alfileres, espejitos? • , Por fin, ellos se fueron echando zapos y . 34 EL MARQUES DB culebras, y yo seguí inocentemente mi camino. ¡ Caramba! si se les hubiera puesto en la cabeza el registrar el papelito de alfileres, que yo les metía por la nariz gritándoles: alfileres, á real el papelito de alfileres ! Bien me decía el Cura Gaxiola :—"Jorgillo, cuando quieras ocultar bien una cosa, ponía á la vista, que lo que salta á los ojos suele ser lo más escondido 1" CAPITULO III Mi Primer Amor y mi Primer Cartucho. "Quien ama el peligro en él perece"-—me había dicho sentenciosamente Don Rene allá en rni niñez, sentencia que acudió á mi memoria después de la malandanza de las cercanías de Guaynias. Y no es que yo amara el peligro, pues üi alguna cosa abo- rrezco son las situaciones peliagudas en las cuales se suele dejar el pellejo, y aún me atrevo á opinar que los grandes héroes no son más de pequeños monomaniacos ; pero yo tenia que vivir, y si era factible, pescar en el rio revuelto. Mi talento, además, fue creado para la intriga, y yo quería exhibir á los sonorenses esa cualidad, con el misino 36 EX, MARQUES DJ5 donaire con que la guacamaya de sus florestas ostenta su verde é iriscente plumagc. EJmpéro Gándara y yo no pudimos enten- dernos, no obstante que entre los dos existían singulares afinidades de carácter: él era tacaño, voluntarioso, arbitrario y porfiado. El primer defecto, sobre lodo, es imperdonable en un conspirador, pues está demostrado que el oro es el mejor elemento de corrupción. De consiguiente, yo decliné ulteriores comi- siones de espionaje, y en la expectativa de oportunidades nías bonancibles, dirigíme sosegadamente camino del pueblo de Nácori, pié á tierra y con un surtido completo de varillería. A cinco leguas de Ures júnteseme un individuo llamado Tito Rosas, juglar itinerante- y que yo había conocido en Sahuaripa como payaso en una compañía de saltimbanquis y acróbatas. —Jorge ! vengan esos cinco ! Un trago de mezcal de Sásabe? Diantre, corno has en- gordado, Camonina, y mientras más te miro más te pareces al cura de Arizpe. Vengan otra vez esos cinco! Kstrechéle dos veces la mano—que por SAN BASTUSCO 37 cierto estaba muy ; ; inlor: : , - : \ —y por el camino pxisome al corriente de los sucesos del día. Yo hice alusión para sondearlo, de Gándara y su partido, de lo cual Tito se rió estrepito- samente, arrojando su sombrero al aire y capeándolo entre los dientes. —Camonina, el sol que nace es el que más calienta, y Gándara es un sol que muere. Si yo oo tuviera profesión—que gracias á Dios la tengo y uní y honrosa -yo iría tras de Pesqueira y le diría golpeándome el pecho: "Nacho, aquí tiene usted á Tito Rosas, que para los frailes es Tito Espinas y para las muchachas sonorenses es Tito Flores." Pes- queira, Camonina, es el astro naciente y quien á buen palo se arrima Al medio día buscamos el abrigo de una pitallayera y bajo su sombra almorzamos; mi amigo el payaso, en vez de dormir la siesta, procedió á hacer suertes con mi cuchillería, tragando y vomitando puñales y haciendo desaparecer y reaparecer otros objetos con mágica presteza. Después, desdoblando el zarape, sentóse á la turca y sacando del ceñidor uua baraja, invitóme á jugar ana 38 EL MARQUÍS DE brisca de á tostón la apuesta. Resultado neto : al pardear la tarde había yo perdido mi ancheta, mi dinero, mi zarape del Saltillo y unas pantaloneras con botonadura de plata que yo había ganado ea la Feria de Sa- huaripa. Tito Rosas se echó á espaldas la caja de mercillería, dio un salto mortal, luego una maroma y se alejó cantando : Santa Ana tiene una pata De palo y platal *** I,a noche había cerrado, estrellada y silenciosa, y á un lado y otro del camino se extendía una de esas terribles nopaleras de Sonora, de un verde ceniciento, bajo cuya espesura se desliza cautelosa las viboras de cascabel y la crótalo, la venenosa tarántula y el temible vinagrillo. Eli esas desoladas campiñas la brisa raras veces sopla, y no parece sino que la atmósfera se halla impreg- nada de átomos impalpables y sofocantes próximos á determinar una espontánea combustión. Por supuesto que mis pensamientos se SAN BASILISCO 39 hallaban en perfecta armonía con el siniestro paisage :—"Heme aquí—me iba diciendo— bregando en estos arenales como un coyote ó un indio ópata, joven, robusto é inteligente, cuando en mi derredor se mueven gentes que valen menos que yo, montados en buenos caballos, galanteando herniosas mujeres y comiendo á grandes manteles. Pero en Sonora como en Sinaloa el nombre es todo, la inteligencia casi nada; aquí, para ser alguien, necesita uno llamarse Gándara ó Pesqueira. ¿ Qué culpa tengo yo de que mi padre se llamara Camouina en vez de nombrarse Monteverde que es más bonito ? Bá ! que el diablo me lleve si antes de espichar no ilustro el plebeyo nombre de Camonina, y con relieves tan brillantes que estos señorones de provincia se ofusquen al solo pronunciarlo." Mas tengo de bueno en mi privilegiado temperamento el que nunca dejo al sentido práctico subordinado á la exhuberancia ima- ginativa ; así es que, sacudiendo de mi mente esas quimeras, desviéme del camino de Nácori orientándome para el de Hermosillo. Un joven de tai apostura y de mis talentos 40 SL MARQUES DK fue hecho para vivir en las ciudades y no en tos despoblados como yo había vivido basta ^entonces llevando una existencia de gitano; |fen aq'uellas, poseyendo facultades do cotnpe- r'netracion uno se puede adaptar, no á las circunstancias, sino á los individuos. Estos, en una ciudad provincial ;;e dividen eu dos porciones : la de los que mandan, que son los pocos, y la de los imbéciles, que son los muchos. Kl trabajo de observación, corno se vé, queda simplificado r si son seis tipos los que gobiernan y desgobiernan, habrá que estudiar esos tipos, adaptándose al ego sus pequeñas idiosincracias. El oráculo de Hertuosillo, á finesde 58, era el subprefecto político y respondía al nombre de H. M. Su voluntad era ley, y su ley era la arbi- trariedad. Sin pérdida de un minuto yo me puse á estudiar, á mi llegada, ese curioso documento humano. Y saqué en limpio lo siguiente: Temperamento: sanguíneo y afrodisíaco. Carácter: extraordinariamente vanidoso, y su monomanía favorita consiste en coatar y SAN BASILISCO 41 recontar á sus amigos el gran número de apaches que lia matado. Hábitos: parsimoniosos; quien le pide un peso prestado se lo echa de enemigo. No tardé en descubrir las guaridas que él frecuentaba, siendo su predilecta ia fonda de la Paloma, situada en la Plaza principal. Doña Tomasa Aguayo, la fondera, mujer frondosa y de cuarenta unos, de pié tras del mostrador y con monumental peineta rema- tando el peinado, presidía con un ojo las labores culinarias, y con el otro dominaba el comedor y los comensales con mirada de águila. Junto al mostrador se instalaba, invariable- mente, el apoplético subprefecto. Yo acudí antes de que éste llegara, y cuando se hubo sentado, me levanté negligentemente, y acer. candóme á Doña Tomasa, díjele respetuosa- mente, cu idando de levantar la voz: —Señora : permita usted que un forastero la congratule por su espléndida comida y créame si le digo que no hay en Sonora tina fonda como la Paloma. Qué puchero, Mada- ma, y qué frijoles blancos, y que pescado del 42 RI* MARQUES DIÍ Río Yaqui! lílla se puso radiante, y emocionada, se llevaba la carnosa mano al collar de cuentas de ámbar, y de éste á los zarcillos de coral, los que semejaban gotas de sangre cayendo de las orejas de un elefante. Por último, replicó, ruborizada y sonriente: —Es usted sinaloense, señor? —-De Culiacan, si señora, ¿y sabe usted lo que me trajo á Sonora ? Pues dos cosas: la primera pelear contra los bárbaros, y la segunda conocer á ese famoso matador de apaches llamado H. M. de quien se refieren en Sinaloa actos de valor inaudito. Excuso decir qtte levanté la voz al pronun- ciar esas palabras, teniendo buen cuidado de dar la espalda, como al descuido, al auditor que más me interesaba que óyese. El efecto fue instantáneo: la Sra. Aguayo se puso más encendida mirando á hurtadillas al subprefecto, mientras que este tosía y tosía, procurando hacer conocida su presencia. Por último el aludido, no pudiendo más contenerse, y acercándose al mostrador como si nada hubiera escuchado, preguntó á la SAN BASIT.ISC 43 fondera con finjida indiferencia: —-De qué se trata Totnasita ? ¿•!.sta elevó los brazos al cielo y luego respondió: —Oh! Don-M. imagínese usted que este joven ha venido desde Culiacan con el solo objeto de conocer á usted. Kl subprefecto dio un paso hacia adelante, hinchó las venas del cuello, esponjó el pecho, irgnióse y exclamó: —'-Joven, joven, venir desde tan lejos para ver un pobre viejo que no tiene más méritos que haber cumplido con su deber! Pero así . es la juventud ; cuando yo tenía veinticinco • años anduve cuarenta leguas para ir á dar un beso á mi novia y á lancear de paso y por mero divertimiento media docena de indios bárbaros. Mas perdone usted, ¿con quién tengo el honor de hablar? :, Llegó mi tumo de erguirme y estirarme y respondí: —Con Jorge Camonina, de la casa Catnorn- na y Compañía de Culiacan. Para abreviar la historia, diré que cuando salimos de la Paloma, el subprefecto y yo 44 KL MARQUES BU íbamos del bracero, pues él se empeñó en conducirme á su morada. Mostróme sus trofeos de guerra conquistados en sus campa- ñas contra los apaches. Kn una salita donde liabía un estante de libros, recuerdo que á lo largo de la pared pendían como \7eintc cabelleras de indios salvajes, y cada una tenía al pié un nombre y «lia fecha. —Vea usted—me decía alumbrando con la bugía—aquí está la cabellefu del feroz Tacón, á quien corté la cabeza de un solo tajo ; ahí la del capitancillo Teiioclvi, á quien antes de despachar, me derribó dos caballos á flecha- zos ; allá, esa cabellera cerdosa, perteneció al aguerrido Maizi, que vina vez entró al Altar al frente de doscientos bárbaros. Yo le maté de una lanzada. Terminada esa lúgubre exhibición, brindó- me con una copa da jerez, y antes de despedirme le dije: —General, quiero pedir á usted un favor? Al oir la frase su semblante se endureció, pues sin duda supuso que iba yo á pedirle dinero; así es que repuso, un tanto cuanto amoscado. SAN BASILISCO 45 —V es ? —Qué me dé usted nú abrazo ! I,a nube se disipó de la faz y vino liada mi con los brazos abiertos. En la puerta, insistió en que yo volviera á su casa al día siguiente para comer y presen- tarme con su familia. Me alejé riendo de la vanidad y credulidad humanas, y ya en el mesón donde me alojaba interrogué al mesonero con respecto á los lúgubres trofeos que acababa de ver. El mesonero, que era un hombre chato y "-:' socarrón, se echó á reir y repuso : —Son puras patrañas, pues él compra las.v¿í cabelleras á cinco pesos y yo le!lie vendido ,:;. algunas. ; \'"* *** ' ' • / ' • ">:£ Puse á requisición el único espejo que.: i' había en el Mesón del Turco—donde yo me • hospedaba—y cuádreme militarmente frente á él. ¡ Pardié/ ! cómo me regocijé al verme ! Mis ojos alumbraban, por decirlo asi, un rostro bronceado por el sol, sirviéndome de marco una mata de cabellos negros, abundo- sos y rizados. Mi bigotito negro comenzaba 46 5SL M.VRQUES 01? á formar espirales serpentinas, dejando aso- mar mis dientes blancos, firmes y cortantes. Vestía una chaqueta de paño de un color verde botella, banda encarnada, calzoneras de gamuza y sombrero jarano. De conjunto, yo presentaba la audaz catadxtra de un Frá Diávolo, más aún cuando una sarcástica sonrisa vagaba en mis sensuales labios. Sobre mi camisa de pechera encarrujada vacié nada menos que medio pomo de patcliouli, y cuando sonaron las once de la mañana en el reloj de la Parroquia, dirigíme á la morada del subprefecto, dejando tras de mí una estela de perfume. —Marta, te presento al joven sinaloense Don Jorge Camonina, de quien te hablé anoche. Tal era el nombre de la hija del Sr. M. y desde el instante en que la vi quiso el destino que me enamorara perdidamente de ella. En lo humano hay seres que tienen algo de divino en su naturaleza, y ni el pincel puede retratarlos ni la pluma describirlos: el pintor refleja las facciones, los contornos, los suaves toaos de luz y de sombra, pero en su paleta SAN BASILISCO 47 tío cabe esa aureola de espiritualidad de las vírgenes del Ticiano, sin duda porque esas vírgenes fueron fantaseadas en el ideal y no en lo tangible. Y si el pincel es impotente, lo es todavía más la pluma, y una pluma como la mía, torpe, masculina y con resabios de vulgar. Alta, blanca, escultural, con senos de Juno ; ojos grandes, negros y luminosos—he ahí la primera visión que de mi Marta tuve. Las sonrosadas carnes se traslucían al través de la tenue y álbea gasa, y al acercarse á ella uno aspiraba emanaciones voluptuosas tras- mitidas eii una corriente de magnetismo animal. Antes de sentarme á la mesa me sentía cotí el hambre de un coyote sonorense; mas teniéndola á ella delante, abrasados mis ojos en el fulgor de sus pupilas, mi corazón, ensanchándose llenó el estómago y se me quería salir por el pecho, con el ímpetu con que el chorro de candente lava se escapa del cráter del volcan. A semejanza del pavo real que en el mes de Mayo hace la rueda á la pava favorita, 48 BI. MARQUES DE así yo desplegué, cuando nos retiramos á la sala, mi chillante y viril pluinage. En mi existencia vagabunda y errante, yo liabía aprendido á pulsar la guitarra, tenía voz de barítono y cantaba con el gracejo de un gitano, y más de una vez me gané la cena, en mis andurriales, cantando y tocando en los fonduchos y posadas del camino. Por desgracia, mi repertorio musical coleccionado entre arrieros y titiriteros, tenía coplas arriesgadas y leperunas, indignas de ser escuchadas en un estrado de señoras; pero inspirado por el lucero de mi alma, que estaba cerca de mí, improvisé con el fuego sacro de un Paganini, sustituyendolas partes escabrosas con las más sentidas y ternísimas endechas. En la canción del corneta, que entonces hacía furor en Hermosillo, los hechiceros ojos de Marta se arrasaron en lágrimas, sobre todo cuando yo entoné los perversos que á la letra copio : Mi novio murió en la guerra Con el acero en la mano; Y al levantarlo del campo SAN BASILISCO 49 Y sepultarlo en la tierra,, Dejóme sola, en el llano Deshecha- en amargo llanto. *** "Hacer el amor con la barriga llena, es un acto naturalísimo, y la gracia consiste ea hacerlo cuando se encuentra vacía; y si los duelos con pan son menos, los amores saben mejor á platos llenos." De esa manera me hablaba el Chato Rodrigue/,, dueño del mesón del Turco, un mes después de mi primera visita á la casa del subprefecto. Porque yo, en rni aislamiento, habíale hecho confidente de mis clandestinos . amores, refiriéndole cómo me amaba la Seño- rita Marta M., las entrevistas que teníamos á las rejas de sus ventanas, los juramentos que uno y otro nos decíamos, los besos tronados con que mutuamente nos regalábamos y los ardorosos suspiros que se perdían en alas de la nocturna brisa. ' El Chato Rodríguez llegó á quererme como un hijo, y me daba en el Turco cama j comida; gratis; no gratis precisamente, pues que yo tenía que darle lecciones en la ciencia dé 50 'Sií,. MARQUES DJ5 Birjan, y fregar de cnaado en cuando los platos, los dias en que se emborachaba la posadera. Mi amigo el subprefecto, que al principio me festejaba y mimaba, diórae con la puerta en los hocicos, desde el momento en que supo mis relaciones con Marta; y conocedor de que su hija y yo nos veíamos á hurtadillas, declaróme una guerra sin cuartel, más cuando alguien le informó como yo había sido espía de Don Manuel María Gándara. Una noche de Noviembre, embozado en mi zarape y con el sombrero de lado, acudí á una cita de mi adorada: hállela tras de la ventana, cubriéndose del sereno con un blanco abrigo. —Jorge! —Cielito mió! Y enlazados de las manos, nos prodigába- mos besos y caricias, caricias y besos sin cesar. I Pobre Marta! ella me amó contra todo viento y marea, en la miseria y en la opulen- cia, en la patria ó fuera de la patria, infa- mante ó infamado, mendigo ó marqués! SAN BASILISCO 5! De súbito, Marta dio un grito, al snÍMiio tiempo que clos individuos se echaban á palos sobre mí ; pero si la agresión había sido abrupta, int escapatoria no lo fue menos. De un salto tne planté á inedia calle, y cuando mis asaltantes volvieron á la carga, yo llegaba jadeante bajo el techo hospitalario del Turco, brincando sobre dos viejas que se encontraban sentadas á la puerta. El Chato, que jugaba á la malilla con tinos arrieros, salió á recibirme, y enterándose de mi cuita, se expresó de este modo, una vez que estuvimos solos: —La cosa es seria, Jorgillo, y lo malo es que ese bellaco del subprefecto tiene el palo y el mando. En estos pueblos el mandón es la piedra y nosotros somos los cántaros. ¡ Cáspita! él es hombre que no se anda por las ramas, y corno todos los cobardes, tiene la valentía del crimen. Malo, malísimo negocio —prosiguió el mesonero despabilando la vela y mirándome de los pies á la cabeza—y lo peor del cuento es que yo me lo voy á echar de enemigo. —De enemigo ?—le pregunté con inquietud J2 SI. MARQUES DE al ver el sesgo que iba tomando su razona- miento. —Es claro! Donde se alberga Camonina ? En el Turco. De quien es el Turco? Del Chato Rodríguez. Luego el Chato, por carambola, es enemigo del subprefecto. Más claro no lo cauta un loro del rio Yaqui. Además, tenemos la circunstancia agravante pe que Jorge no paga por su hospedaje, í?¡ Diantre! El posadero dejó la silla y sentándose en un ángulo de la mesa, comenzó á balancear las piernas, y así permaneció durante quince minutos fumando cigarro tras de cigarro, paseando la vista de la techumbre al suelo, y del suelo á las paredes, que se hallaban cubiertas de sartas de cebollas, chorizos y ajos. —Camonina !—exclamó de repente el Cha- to, poniéndose de pié y encarándoseme—la mujer es como el hierro, y debe manejarse cuando está candente, y una vez enfriada, no la derriten todas las fraguas de Vtilcano. Ahora es tiempo de machacar. No me inte- rrumpas ! Tú tienes que salir de Hermosillo, SAN BASILISCO 53 por voluntad 6 por fuerza: si te ausentas, Marta te olvida ; si te quedas, su padre te mata. Busquemos ahora !a manera de que te vayas siii que te ausentes de ella. Calló por un segundo y con voz más queda continuó: —La muchacha es rica, tiene alhajas y sabe donde están las platitas del subprefecto. Supongamos—mera suposición, se entiende —que yo proporciono dos caballos para la fuga, que tá te la robas, y que ella, por distracción, se apodera de dos mil pesos que el padre guarda ocultos ea cierto baúl que yo conozco Y cuando ya todo esté listo para la marcha presumamos que mi amigo y protegido Camoni.ua se me acerca, me abraza, y al despedirse me obsequia con la mitad del dinero, no en pago del servicio—oh! no— sino simplemente para dejarme un recuerdo. —Señor Rodríguez, que está usted di- cieudo ? Sentíme ofendido y humillado, pues en mi vida gitanesca y de piedra rodadora, no había habido hasta entonces ni la sospecha de ua crimen; truhanerías y. picardihuelas 54 EL MARQUES DB no escaseaban, pero delitos y maldades, como el sugerido por el Chato, eso nunca jamás. Jamás ? Pillo redomado y de muy aguda penetra- ción, el posadero cambió al momento de táctica, ordenándome que saliera del Turco al instante. Mi equipage consistía en un bordón y un lío de ropa sucia; cogí éste y empuñando aquél, me dispuse á salir. Mas ya en la puerta, miré hacia la solitaria callejuela, y distinguí, acechándome, á los dos rufianes que me habían agredido dos horas antes. Reentré al mesón apresuradamente, y diri- giéndome al mesonero, que no había perdido de vista uno solo de mis movimientos, le dije: —Estoy dispuesto á jugar el todo por el todo. —1,0 esperaba! respondió lacónicamente el Chato mostrando dos hileras de amarillos dientes. —Pero querrá ella fugarse ? insistí yo. —¡Sopla! esa muchacha es una bola de fuego y quien la encendió tendrá que apagarla. SAN BASILISCO 55 *** •—[ A caballo! gritó el Chato, poniendo el pié en el estribo. Y en silenciosa cabalgata salimos por la - garita Sur de Hermosillo, un yaqui á la vanguardia y el mesonero á la retaguardia. Marta montaba una yegua negra y pasilarga, yo un rocín braceador y el Chato un garañón retinto de los criaderos del Opato. A las tres de la mañana ya nos habíamos alejado de la población como dos leguas, y al volver la cabeza su blanco caserío habla desaparecido en esas delicadas brumas que preceden á la alborada. Mi adorada tiró de la rienda de su yegua, y secándose una lágrima con el blanco pañuelo, lanzó un beso de despedida á Hermosillo, beso que debieron llevar en sus alas las brisas matinales. —Al galope que ya se oye el chirrar de la calandria !—y esto diciendo, Rodríguez metió espuelas tomando la delantera. El mismo día llegamos á San Javier hos- pedándonos en el mesón del Chinó, cuyo propietario, el Tuerto Aragón, tenía cercano parentesco con nuestro amigo el Chato. 56 El, MARQÜKS DJ? Después de la cena éste recibió sus mil pesos, y al concluir de contar y morder una por una las monedas, hablóme como sigue en presencia de mi dulce tormento. •—Sin aceite, Camonsna, no anda la carreta, pero tu tienes ya la rueda bien untada, pues con dinero baila el perro y cauta el ganso. Como quedamos tu te iras derechamente para Alamos, y la Señorita Marta, que es amiga de Don Ignacio Pesqucira, obtendrá para tí una plaza de oficial en las tropas de Pesqueira. El General sonorense cruzará la frontera de Sinaloa en niéuos de quince días, y si su campaña contra los mochos tiene éxito, á principios de 1859 se hallará á las puertas de Mazatlan. No tengas miedo á las balas ni te desmaye el olor de la pólvora : procura ser de los últimos en entrar en acción y de los primeros en gritar victoria. Si llueven tirites, échate boca abajo y hazte del muerto,3ue vale más un zorro con vida que un león iescuartizado. lía! valiente Camonina, un ibrazo y an'dando, que yo regreso esta misma loche para Hermosillo! Si me pusiera á narrar las aventuras que Esta página no está disponible Este mensaje se intercala en los documentos digitales donde el documento original en papel no contenía esta página por algún error de edición del documento. Al momento los creadores de este documento no han localizado esta página. Preguntas frecuentes: ¿Qué puedo hacer? Ten por seguro que hemos informado al creador original del documento y estamos intentando reemplazar esta página. ¿Quién convierte estos documentos a formato digital? Esta tarea se realiza por un grupo de personas que laboran en el proyecto de Biblioteca Digital. Nos esforzamos por convertir documentos originales a una versión digital fidedigna y comunicar a los creadores del documento original de estos problemas para solucionarlos. Puedes contactarnos visitando nuestra página principal en: http://biblioteca.itesm.mx 5§ TÍL M A R Q U E S I)JÍ trágico que había tenido mi mentor el cura Gaxiola; que frente á Cósala oí silbar la primera bala y quemé mi.primer cartucho; que en los alrededores de Concordia, vi reventar una granada á media legua de distancia; y qué, finalmente, el 3 de Abril de 1859 tomamos por asalto la plaza de Mazatlati, que ae hallaba defendida por los C5-enerales Pérez Gómez y Gándara. Siento decir que mi caballo se desbocó á la hora del asalto llevándome muy lejos y para atrás, del campo de acción; pero yo dije á Pesqueira, cuando me reprendió, que mi rociu no comprendía nada de disciplina. Es que el Chato le había enseñado esas malas mañas. CAPITULO TV A Salto de Hata. La guerra tiene su lado negro y su laclo blanco : su lado negro es el de la pólvora, su lado blanco el de la plata. Porque para ganar platita no liay como una buena revolu- ción, siempre, por supuesto, que uno sea revolucionario de oficio y sepa tocar la guitarra, barajar los naipes y zapatear de cuando en cuando un jarabe. Y esto lo digo por experiencia, pues desde que me incorporé á las fuerzas de Pesqueira, siento que mi cinturon de cuero pesa más de lo que pesaba al salir de Sonora—;como que traigo en él trescientos grullos ! Lo dicho; la guerra parece que fue inven- 6o ' EJ< MAiiouris BR tada para beneficio mió, pero para sacar provecho de ella, se necesita también agili- dad para torear las balas ó saberlas capotear, : como decía el capitán Rivera al referirme la acción de los Guásimas. En efecto, las balas son la tínica parte desagradable en la vida del soldado, y si el plomo y el acero fueran eliminados de la campaña, sospecho que llegaría á ceñirme la banda de General. *'• Pero andando con Pesqueira uno tenia que andar en tiroteos y tirites, así es que resolví abandonar á mi Jefe, y si era preciso, á Sonora y Sinaloa. Entre mis compañeros de armas venía un alférez de nú mismo temple llamado Nicanor Empavan, originario de Noria de Valles, á quien liablé de mis deseos por un cambio de aires, qtie serian convenientes á mi salud y á mi bolsillo. —Cainonina—replicó Empatan torciendo un cigarrillo—pájaros de una misma pluma vuelan juntos. Precisamente estaba pensan- do ayer en lo que ahora me dices, y si tú no me hubieras hablado, yo te lo hubiera SAN BASILISCO 61 propuesto. ¿ Qué dirías si nos dirigiéramos á la Sierra de Alica á incorporarnos con el Gral. Coronado ? Con él si que estaremos á las anchas, y me informan que los chinacos de su brigada son tan ricos que el más pobreton usa espuelas de plata. —Y se juega? —¡Vaya si se juega! Son tan jugadores esos chinacates, que algunos se sientan á tallar albures cuando el combate está más reñido. JBn la acción de las barrancas dos soldados se sentaron á jugar, y cuando el humo de la pólvora se disipó, los encontraron descabezados, pero los dos con baraja en .. mano, y uno de ellos en el acto de tender, un tres de copas. Una de las cabezas cayó sobre las rodillas del otro, y aprovechando la opor- ' tunidad, echó el úhimo vistazo á las cartas de su contrario. —Canario ! qué buena ley de pollos ! Ka esos momentos pasó á caballo y cerca de nosotros el Gral. Pesqueira, y saludán- donos se alejó al trote de su brioso retinto. Cuando se hubo perdido de vista, Empáran exclamó: 62 BI, MARQUES D8 —Muy valiente, pero es una lástima que no conozca los naipes. Es el único defecto que tiene el General, pero en la vida militar es un defecto grave. —Pero cómo hacemos para incorporarnbs con Coronado ? pregunté al amigo Empáran deteniéndole, pues que ya se preparaba á partir. Este meditó por un instante y luego me dijo: —I,o más sencillo: pedimos se nos dé reti- rada á dispersos, montamos á caballo y luego á paso de carga para la Sierra de Alica. —Pero si los lozadeños nos matan? —¡ Matar á dos oficiales sonorenses que han peleado cuerpo á cuerpo con los apaches ! Cámonina, acuérdate bien de lo que te digo : los indios lozadeflos, en vez de balearnos, nos besarán las manos. Pesqueira, más que de prisa, nos concedió el retiro é dispersos, apresuramiento que me apenó, pues yo creía que el Gral. mi paisano, se opondría á deshacerse de mí, más aún cuando me dijo al despedirme, no sin cierta sorna: SAN BASILISCO 63 —Allá tras de las montañas del Nayarit, que desde aquí se divisan, un hombre de la viveza de usted valdrá en oro lo que pesa en carne y hueso. Cántaro que no baja al pozo no saca agua. Empáran y yo feriamos nuestros cabajlos por muías de grande alzada y cascos seguros, y habiendo dejado instalada á mi Marta en una casa de Mazatlan, nos preparamos á la jornada. Muy de mañana ensillaba yo mi muía, cuando de pronto se presentó á mi vista un cura limpio de cara y con negra sotana, de abierta sonrisa y quisquilloso ojo. Al verme no pude menos de quedar sorprendido, é iba ya á besarle la mano cuando de súbito soltó la carcajada diciendo : —Alabado sea Dios! ¿no me conoces Jorgillo ? ¿Y quién piensan ustedes que era mi carita? pues nada menos que mi amigo Bmpáran, dispuesto para la marcha. —¿ Pero qué significa esto ? le pregunté asombrado. —Poca cosa; desde este instante, yo soy el Sr. Cura Amparan y tu mi mozo Camonina. 64 JÍL MARQUES DB Es la manera más segura de viajar entre los indios. V* esto dicho metió pié en el estribo y yo le seguí más y más admirado. Y cuando los rayes del sol naciente iluminaban las crestas del Nayarit, ya habíamos dejado muy atrás las palmeras que circundan á Mazarían, siguiendo el polvoroso camino de Concordia. Bl pillastre de Rinpáran caminaba por delante, ginete en muía baya cabos negros, y su silueta eclesiástica, al perfilarse en el claro del paisaje, me recordaba al cura Gaxiola, y por primera vez sentí la nostalgia de la patria. De trecho en trecho encontrábamos arrieros, los que al percibir á mi compañero, quitábanse apresuradamente los sombreros, y algunos se echaban pié á tierra solicitando la bendición, la que Empáran les concedía de muy buena voluntad, despidiéndolos con un ademán y un latinajo. En Concordia, nos hospedamos en la casa de un ranchero nombrado Arellano, y de allí seguimos para Acaponeta, faldeando la Sierra en dirección á Tepic, pero s% alejarnos SAN" BASILISCO 65 m u c h o de la Costa. Yn cerca de Acaponeta, comenzamos á pasar en el camino cuadrillas de indios armados con fusiles, arcos de flecha, lanzas y palos, indios de aspecto facineroso, y hasta entonces comprendí, estimándolo en todo su valor, la sabiduría de mi compañero en disfrazarse de clérigo. —Son lozadeños! me dijo Empéran al distinguir un grupo que se preparaba á tendemos una emboscada. —Volvámonos—le respondí—antes de que nos corten la retirada. Mi amigo se sonrió desdeñosamente, y siguió andando tan tranquilo cual si se hallase en las calles de Ures distribuyendo saludos á las muchachas. I,as piernas me temblaban de miedo y las espuelas repicaban con el temblor, pero obe- deciendo á una seña de mi compañero, seguíle quieras que no. De repente uno de losindios gritó; —Alto ! Y cuando volví la vista, más de cien mosquetes nos apuntaban á derecha é izquierda, y ojos diabólicos centelleaban tras 66 MARQUBS de las breñas. Ernpáran se detuvo, y quitándose el sombrero, para que mejor se viera la tonsura, principió á prodigar bendiciones á un lado y otro, elevando los ojos al cielo y murmurando palabras en latin que estoy seguro ni él mismo entendía. El efecto fue mágico é instantáneo: los lozadeflos, tirando las armas, salieron atrope- lladamente de la emboscada, comenzaron á besar los pies, las manos y los pantalones de Empáran, posternándose como niños de escuela en el espinozo polvo del camino. Imperturbable, el ficticio cura prosiguió ech- ando bendiciones, y hasta tuvo la audacia de improvisar un sermón al aire libre, ser- món que los indígenas escucharon de rodillas. Al proseguir nuestro camino, el cacique de la gavilla, seguido de una veintena de gue- rreros, se empeñó en escoltarnos hasta el pueblo vecino, y en éste nos recibieron con una murga, cohetes y una especie de tama- lada. De aquí para adelante, puede decirse que caminamos en una procesión no interrumpida. SAN BASILISCO 6? Empáran colmado de besos y de regalos, y los dos tratados á cuerpo de rey, comiendo pechugas de gallina y lomillos de ternera. Y así llegamos hasta Acaponeta, donde nos pasó una aventura que por poco nos cuesta el pellejo. Sucedió que la procesión de indios que nos servía de columna de ho- nor, nos llevó á alojarnos derechamente al curato del pueblo. Allí vivía un cura verda- dero y amigo de T.ozada, y el tal curilla no tardó en descubrir la superchería. « Así es que, cuando después de la cena nos retiramos á la habitación que nos habían pre- parado, Amparan cerró la puerta]y en secreto me dijo: —Ese zorro del cura me ha visto el cobre y juraría que en estos momentos se dirige á ver al Alcalde para que nos aprehendan y luego nos fusilen. Al oírlo sentí que las quijadas se me caían, pero tuve aliento para preguntarle: —Por Dios, ¿qué hacemos? —Chist! apaga la vela y vamos á la caba- lleriza, que al entrar vi pastando dos buenos caballos. 68 SL MARQUES DIS —¿Pero donde están las caballerizas? le interrogué con ansiedad. —Hombre, pues tiene gracia la pregunta: debes saber que en estos tiempos de revuelta lo primero que hay quehacer, al entrar á tina casa, es echar Tin vistazo á las caballerizas. En nuestra profesión, la mejor arma es un caballo. Sigúeme! Hacía una bonita lana, y en el corral vi- mos dos magníficos corceles y nuestras dos muías, estas se habían apoderado del pesebre á fuerza de patas. Bmpáran lazó uno y yo otro, y en menos de que salta una pulga los habíamos ensilla- do y nos hallábamos en sus poderosos lomos. Calladamente salimos á la calle, y, aún no lle- gábamos á la esquina, cuando vimos venir al Sr. Cura seguido de más de cincuenta indios armados hasta los dientes. IvOS indios nos divisaron, el cura dio un grito, sonó luego una descarga cerrada, y he- nos allí camino de Tepic en furiosa carrera. —Ja, ja, ja! ¿qué te parece Camonina? tengo ó no buenas narices para oler el peli- gro? Pero moderemos el paso, pues estoy SAK BASILISCO 69 seguro que estos son los únicos caballos que hay en Acaponeta. Que había, quise decir— concluyó riéndose. *** A los ocho días llegamos á las cercanías de Tepic, pero es el caso que el Gral. Coronado había evacuado la plaza, acampando á cinco leguas de distancia. Al anochecer y guiados por las hogueras del vivac, avanzamos resueltamente hacia el campamento. —Quién vive? preguntó un centinela con voz somnolienta. —¡Patria y libertad! respondió Empáran golpeándose el pecho. De seguida, un sargento y cuatro soldados líos condujeron á presencia del Gral. en jefe, al que hallamos bajo una tienda hecha de mantas de arriería. Una raja de ocote ardía fuera de la tienda, y á su resplandor pude ob- servar las facciones de Coronado. Represen- taba tener entonces algo así corno cuarenta años, alto, bien hecho y fornido, de ojos salto- nes, grande nariz y barba negra y poblada/ Cerca de sí tenía dos pistolas dragonas, y la 70 BL MAUQUES DS empufíadura de su espada, colocada entre las piernas, le llegaba hasta medio pecho. Ape- nas si se movió cuando entramos, y un ayu- dante se adelantó á recibirnos. Ese frío recibimiento me pareció de muy mal agüero, más aún cuando no vi en la tienda, por más que busqué, una baraja, para mí el mejor símbolo de fraternidad. Pero mi amigo no se acortó, y saludando al Gral. con marcial gra- cejo, le entregó las cartas de introducción que nos había dado Pesqueira. Coronado las leyó detenidamente, y des- pués, mirándonos con fijeza, se dirigió á mí diciendo: —Con que ustedes desean pelear á mi lado contra los lozadeños? —Hasta morir ó vencer! se apresuró á re- plicar Empárau que se había cuadrado correc- tamente cual si estuviera en formación. Miróle á su turno el Gral., y sonriéndose imperceptiblemente continuó: —Como soldados de caballería y de arma blanca no hay como los sonorenses, y para que ustedes se distingan en esta guerra de Alica, voy á ordenar se les dé de alta en el SAN BASILISCO 71 escuadrón "Lanceros de Tanmulipas," que siempre pelea á la vanguardia. Guardó silencio por un momento, volvió á mirarnos á hurtadillas, y luego se puso á es- cribir con lápiz unas cuantas líneas, y al con- cluirlas dióle el papel al ayudante con estas palabras: —Mire, Echeverría, conduzca á estos jóve- nes al campamento del Coronel Linares, y de paso dé orden para que se apaguen las ho- gueras. Y tornándose de un lado y arropándose en un gran capote militar, se dispuso á dormir. *** ¡Pobre Coronel Linares! dos días después sucumbía acribillado á balazos en la acción de Barranca Honda. Ese sí que era un hombre de pelo en pecho, buen mozo, trigueño y bas- tante joven. Esa misma noche le ganamos al monte quinientos durillos, y á la mañana siguiente desplumamos á la oficialidad del escuadrón del último real. Y cuando á la hora del rancho y á la sombra de un sauz llorón contamos nuestras ganancias, notamos con alborozo que teníamos en limpio un haber de 72 SI, MARQUES DB $I.2OO. —Así es como entiendo yo la guerra-—dijo Bmpáran rellenando su víbora de cuero con onzas de oro, pesos y tostones. ¡Infortunado amigo! quien diría que en meaos de cuarenta y oclio horas yo iba á. ser heredero de tu botín por decreto inescrutable de la Providencia! Al pardear de ese día fuimos atacados por una columna de tres mil indios comandados por el Tigre de Alica en persona, y si no me valgo de una estratagema es casi seguro que .habría dejado mi pellejo estacado en estos breñales. Cuando se tocó á bota silla, mi Coronel Linares me asignó un puesto en el ala dere- cha'del escuadrón, es decir fuera del grueso de la caballería. Esto me dio en qué pensar y puse mi pensamiento en ejecución. Fue el siguiente: al sonar,las notas del maldito cla- rín ordenando la carga, el escuadrón se preci- pitó como un torrente, lanza en ristre, sobre los lozadeños. Yo desenvainé mi espada, pero tuve cuidado de cortar el cincho de mi caballo resultando lo que yo más deseaba: la SAN BASILISCO 73 silla se deslizó por las ancas, yo caí con la silla á un lado del camino, fingiéndo- me el muerto. Nadie se detuvo á levantarme, pues el enemigo estaba ya trabado eii comba- te con los lanceros y estos dentro de las líneas enemigas. Detonaban tiros por todas partes, oíanse gritos, juramentos y estridente choque de aceradas armas, corceles sin ginete pasaban galopando cerca de mí, y laiíceros heridos y moribundos aquí y allá pidiendo agua por amor de Dios. Las heroicas soldaderas, sin cuidarse de las balas que silbaban en todas direcciones, iban de un lado para otro dando de beber á los infelices que habían mordido el polvo, y los bules de agua pasaban de mano en mano, y una de las galletas, al estar dando de beber á un herido, una bala le echó fuera los sesos. —Madrecita, te han matado! dijo el mori- bundo soldado, arrodillándose junto á ella. En esto, las soldaderas comenzaron á gri- tar: —Vivala chinaca! los indios corren! Ya era tiempo de levantarme y en volver en sí, pero cómo dar cuenta de mis acciones 74 EL MAKQUBS nB al Coronel? —¡Ea, Camonina, y ancha es Castilla! Fuime hacia un muerto, y abrazándole, tne revolqué en su sangre, y así convertido en un Jesús de Nazareno, me dirigí para el cuartel general, regando la sangre agena á cada paso Todo el mundo, soldaderas y chinacos, se volvían á verme, y hasta el mismo viento de la sierra parecía susurrar: Era torva su fas: de la matanza. Ostentaba su pecho rojas señas. El Oral. Coronado, que á la sazón recorría el campo de batalla, se detuvo y me estrechó la mano, elogiando mi bizarría. Luego, diri- giéndose al cirujano Herrerías le dijo: —Vea usted Doctor, parece que el capitán Camonina está herido de gravedad. —Oh! no es nada!—repliqué apresurada- mente—algunos flechazos entre cuero y carne. Y antes de que el Doctor se bajará á exa- minirme, saludé militarmente y me alejé á paso de carga, y á la distancia escuché al Oral, que decía; SAN BASILISCO 75 —Ese joven es un valiente, Sr. Herrerías. Seguí andando y á poco trecho, el mismo ayudante de Coronado que nos había recibido en la tienda, corrió hacia mí exclamando: —Malas noticias, Amparan est¿ muy mai herido y ha preguntado por usted. Si quiere usted verlo dése prisa. Tendido sobre unos sudaderos de montar, en el repecho de un peñasco, hallábase mí amigo Efflpáran, herido y desencajado; un joven corneta le humedecía la cara con «na hilacha empapada en aguardiente. Al verme hizo un esfuerzo por sonreír, mas sólo consi- guió hacer dolorosa mueca. Pidió que nos de- jaran á solas, y cuando nadie nos escuchaba díjoine, con voz entrecortada por los estertores de la agonía: —Catnonina, el médico me ha dicho que no me quedan más de algunas horas de vida. Acércate y desabrocha mi cinturón; hay en él setecientos pesos, paga mi entierro y qué- date con lo demás. Dame agua, por Dios, agua fria! Calmada la sed devoradora y más animado, continuó: 76 EI< MARQUES DB —Opino que al ingresar en las fuerzas de Coronado nos teñios equivocado de medio á medio; aquí se juega mucho, pero se pelea más. I/)s indios sou muchos y pelean como fieras, y si el General se descuida, pueden acabarlo de un día á otro. Si yo estuviera en tu lugar, Camonina, pondría pies en pol- vorosa sin perder un minuto. —Pero á donde nie marcho, de qué manera? —Márchate á Jalisco é incorpórate á las tropas de Uraga. TJraga es un cobardón y no le gusta andar á salto de mata como este tes- tarudo de Coronado, que es capaz de embes- tir al mismo diablo. Deserta, compra un buen caballo y pica espuelas.... Media hora más -tarde el infortunado IJm- páran fallecía, y me cabe el consuelo de ha- berle dado cristiana sepultura. Y antes de ji, que brillara la luna en los riscos del Nayarit, me deslicé del campamento, y en una ran- chería no lejana, compré á fuerza de oro un potro de alzada y á las once de la noche trotaba por entre desfiladeros coa rumbo á Jalisco. ¡Noche de espectros y zozobras fue esa no- SAN BASIUSCO 77 che! Bl camino culebreaba interminable á mi frente, viniéronme ganas de llorar, y para librarme de tristezas indignas de un soldado de Pesqueira, azoté rni corcel y púseine á cantar: Me voy de las playas do blando se mece El candido lirio al soplo del viento. CAPITULO V La Guerra a Vuelo de Halcón. j Te miro al fin Guadalajara! Así exclamé parodiando á un poeta cíense muy de voga en aquella época, al entrar en la ciudad tapatía por la garita de Zapópan, una hermosa tarde del Estío. El sol poniente doraba con sus rayos de oro un panorama de cúpulas y al parecer minaretes, y las torres de aguja de la catedral, remata- das con una cruz de reluciente bronce, cortaban la luminosa atmósfera cual dos flechas de diamante en el acto de ser disparadas por un Dios pagano caído del Olimpo. Desde luego y al penetrar por las calles SAN BASILISCO 79 más populosas, llamóme la atención el garbo con que andan las mujeres, y el aire despa- bilado de los hombres. Aquellas, al pasar salariándose, me lanzaban miradas retreche- ras, á las que yo correspondía empinándome en los estribos y retorciéndome el bigote. —Párate, alma mía, ¿quieres un vaso de agua de pifia ? ^Tiré de la rienda y sorprendido vi que una docena de individuos, en camisas de mujer y calzoncillos de hombre, peinaditos y olorosos, planchaban ropa y charlaban con la volubi- lidad femenina de comadres. Uno me brindó con un refresco, otro me limpió el polvo de la cara con un pañuelo de seda, y el más cercano, al inclinarme á beber, me dio un bespr tronado, . , . Y si no hubiera sido por dos vecinos que contemplaban de cerca la escena riendo á mandíbula batiente, juro que mi espada no habría vuelto á la vaina ni yo comido á manteles hasta no haber castigado la afrenta. Y cuando, dos horas después, contaba al Gral. Uraga esa aventura, él tuvo la amabili- dad de ponerme al corriente de las acechan- gO Sí MASQUES DB zas que en ciertos barrios de la ciudad asediaban á los buenos mozos como yo, particularmente si llevan espada al cinto y entorchados. El Gral. concluyó la entrevista amonestándome para que no pasara por el Puente de San Juan de Dios, y evitara comer pollo frito y enchiladas. ; Mala impresión tuve de Uraga desde la primera entrevista, pues era uno de esos (¡hombres que no juegan, ni beben, ni enamo- ran, sin corazón y sin cerebro, y que siguen la carrera militar porque no tienen aptitudes para abrazar otra cualquiera. Tieso en las maneras, escrupuloso en el vestir, insípido en la conversación y puntilloso en la disci- plina, de hábitos sedentarios y glotones además, era evidente que no podíamos ave- nirnos ni mucho menos congeniar. Dióme de alta en su Estadp Mayor, pero por más que hice, insinué y exhibí diferentes naipes, ninguno de los oficiales aventuró un real en el juego—simplemente porque no tenían ni para comer. Había tenientes que andaban con los dedos de los pies al aire libre, y coroneles que se sentaban eii el cuarto de SAN BASIUSCO 8l banderas á remendar los pantalones. Había ocasiones, y estas demasiado frecuentes, en las que yo habilitaba cotí un tostón ó una peseta á comandantes y capitanes para que no se pasaran sin comer, resultando que el que había venido por lana, iba siendo trasquilado á gran prisa. N"o digo lo anterior por elogiarme, que bien sé que el elogio en boca propia es vituperio; mas si no he callado mis f . - i l lns , ¿por qué había de omitir la «infesten de mis pocas virtudes í Cosa que no deja, dejarla : yo siempre lie tenido en horror á la miseria ; la pobreza no se adapta á mi temperamento, y en Guadala- jara y en aquel periodo, la miseria aparecía bajo mil formas, y no obstante haber en la población una Casa de Moneda, yo nunca vi el cufio de un peso tapatío. Al cabo de un mes obtuve de Uraga el pasar á Michoacan y alistarme en las guerri- llas del Gral. Epitacio Huerta, quien gozaba fama de ser 11110 de los Jefes liberales nías desprendidas. —¡A caballo otra vez, Camonina, que 82 El, MARQUES DB piedra que no rueda se enmohece! *** Me dirigí por Ocotlán y la Barca, costeando la laguna de Chápala hasta entrar á Pénja- mo, en Michoacan. Allí supe que Huerta se encontraba en Patzcuaro, y para allá me encaminé en pequeñas jornadas de seis leguas. Bandas de salteadores y guerrilleros infestaban los despoblados, y no se recorría el espacio de media legua, sin ver racimos de horca colgados de la arboleda. Mi caballo, de suyo brioso y espantadizo, enderezaba las orejas y corbeteaba y retrocedía cuando un ahorcado pendía demasiado bajo de las ramas, mas los ajusticiados eran tantos, que el animal hubo de familiarizarse con esos pén- dulos siniestros. I<os zopilotes, hartos de carne humana y podrida, con los buches repletos de podredumbre, hacían la digestión, entorpecidos, en las cercas de piedra, mien- tras que otro volaban raudos allá á lo lejos, ó se abatían de súbito sobre un grupo de árboles. A dos leguas de Patzcuaro y de las ramas de un fresno copudo y umbroso, colgaba
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