Descarga la aplicación para disfrutar aún más
Vista previa del material en texto
Esta obra está bajo licencia 2.5 de Creative Commons Argentina. Atribución-No comercial-Sin obras derivadas 2.5 Hoya, Manuela Controversias en torno a la crisis del sistema educativo en el neoliberalismo: De la conformación del problema público a la sanción de la Ley Federal de Educación Tesis para la obtención del grado de Licenciada en Sociología Director: Legarralde, Martín Roberto Cita sugerida: Hoya, M. (2016) Controversias en torno a la crisis del sistema educativo en el neoliberalismo: De la conformación del problema público a la sanción de la Ley Federal de Educación. Trabajo final de grado. Universidad Nacional de La Plata. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación. En Memoria Académica. Disponible en: http://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/tesis/te.1200/te.1200.pdf Documento disponible para su consulta y descarga en Memoria Académica, repositorio institucional de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación (FaHCE) de la Universidad Nacional de La Plata. Gestionado por Bibhuma, biblioteca de la FaHCE. Para más información consulte los sitios: http://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar http://www.bibhuma.fahce.unlp.edu.ar http://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/ http://www.bibhuma.fahce.unlp.edu.ar/ UNIVERSIDAD NACIONAL DE LA PLATA FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN DEPARTAMENTO DE SOCIOLOGÍA LICENCIATURA EN SOCIOLOGÍA TESINA Controversias en torno a la crisis del sistema educativo en el neoliberalismo. De la conformación del problema público a la sanción de la Ley Federal de Educación. Alumna: Hoya, Manuela Legajo: 92885/0 Correo electrónico: manuelahoya@gmail.com Director: Legarralde, Martín Roberto Co-director: Stefoni, Jorge Andrés Fecha: 17 de diciembre de 2015 Índice Introducción.........................................................................................................................................2 Estudiar controversias..........................................................................................................................8 El escenario........................................................................................................................................18 Los ejes y los actores que participaron en la construcción de la controversia...................................32 Capítulo 1. La transferencia: federalización, provincialización y privatización...............................35 Capítulo 2. El salario ¿inversión o gasto tangencial del sistema educativo?.....................................87 Capítulo 3. La emergencia educativa y las significaciones de la crisis...........................................137 Capítulo 4. La ley para superar la crisis..........................................................................................164 Consideraciones finales...................................................................................................................209 Bibliografía y fuentes consultadas...................................................................................................231 Resumen Esta investigación se propuso rastrear analíticamente las posiciones y los movimientos de los actores políticos, sindicales, mediáticos y expertos durante los años que transcurrieron entre la asunción presidencial de Carlos Saúl Menem, en julio de 1989, hasta la sanción de la Ley Federal de Educación en abril de 1993, con la hipótesis principal de que la educación se constituyó en un problema público que cobró notoriedad y abrió un debate en el que el diagnóstico y la política educativa impulsada por el Gobierno Nacional lograron imponerse ante las demás propuestas. En la década de 1990 la educación fue definida como una situación problemática que adquirió notoriedad, promoviendo la participación de diferentes actores -con sus propias claves interpretativas y líneas de acción práctica- en una polémica en la que la categoría crisis fue el eje ordenador. Así, el propósito de este estudio fue indagar en la construcción de esta controversia a partir del análisis de los posicionamientos, enunciaciones y movimientos de los actores que lograron agenciarse y tener injerencia en el debate de esos años. Para trazar la cartografía de esta polémica, se consultaron distintas fuentes que permitieron conocer el entrecruzamiento en la arena pública de las distintas posiciones y atender a las particularidades de este complejo proceso que implicó la composición y reconfiguración de los actores y sus registros de acción. Así, se relevaron las publicaciones del diario Clarín, los discursos de los funcionarios nacionales y los comunicados de la Confederación de Trabajadores de la Educación de la República Argentina (CTERA) y la Federación de Trabajadores Nacionales de la Educación (FeTEN) que circularon en el periódico analizado entre julio de 1989 y abril de 1993. Términos clave: EDUCACIÓN, CRISIS, CONTROVERSIA, CARTOGRAFÍA, PROBLEMA PÚBLICO, NEOLIBERALISMO Introducción Dado que la relevancia de un informe arriesgado podría aparecer mucho más tarde, también tienen que ser documentados los rastros que deja a su paso. Bruno Latour; Reensamblar lo social (2007: 196). Este trabajo es el producto final de un largo camino que se inició en el año 2010 cuando mi formación académica confluyó con mis primeras experiencias en la investigación educativa para el Gobierno de la Provincia de Buenos Aires. Desde entonces, me orienté a conocer el vasto campo de la sociología y la ciencia de la educación, pero el primer rastro que ahora se torna visible para reconstruir el mapa de este estudio fue la formulación de un interrogante que derivó de la contradicción que se generaba entre mis actividades cotidianas, académicas y laborales. En la lectura de ciertos artículos periodísticos y en las conversaciones con compañeros de trabajo, familiares, conocidos o personas con las que simplemente compartí una sala de espera o la cola en el banco, encontraba, tarde o temprano, la misma idea: «la educación en este país es un desastre». También encontré en muchos trabajos académicos que la categoría de crisis tenía centralidad para definir el estado del sistema educativo argentino desde la década de 1960 en adelante. Y como para ese entonces había comenzado a trabajar en la Secretaría del Consejo Federal de Educación, sentí la urgencia de poder formular algún tipo de respuesta a estas sentencias. Sin desconocer las cuentas pendientes en materia educativa, cada vez que escuchaba, la labor que se desarrollaba en el Palacio Pizzurno se esfumaba y mis viajes diarios a la Capital Federal parecían en vano. Fue entonces cuando enuncié la pregunta que disparó este estudio: ¿por qué siempre el sistema educativo está en crisis a pesar de las diferencias entre las etapas políticas, sociales, económicas y culturales? En algún pasillo alguien me dijo «ahí tenés el tema de investigación para tu tesina». En ese momento germinal, el objetivo que me tracé fue identificar las continuidades y rupturas, habilitando una comparación, entre el proyecto educativo neoliberal, plasmado en la Ley N° 24.095, y el posneoliberal sintetizado en la Ley N° 26.206. Sin embargo, a medida que fui avanzando en este sentido tomé real dimensión del trabajo que implicaba una investigación tan ambiciosa y resolví indagar sólo en el período anterior a la sanción de la Ley Federal de Educación de 1993. Proseguí con mi propósito y esa pregunta inicial fue mutando lentamente a partir de un doble desplazamiento: el recorrido por la bibliografía específica sobre la educación argentina en los albores de la década de 1990 y la definición sobre cómo abordaría la temática. La síntesis entre estos dos movimientos fue el segundo rastro que hoy me permite reconstruir el camino de esta elaboración y se produjo con la lectura de una entrevista a InésDussel realizada por Mario Figueroa (2011). En ese intercambio, la investigadora señaló que el libro Más allá de la crisis1 (2007) había sido elaborado junto con Andrea Brito y Pedro Núñez a partir del convencimiento de que la categoría de crisis ya no decía mucho. La pérdida de valor analítico de este concepto se vinculaba con dos cuestiones. Por un lado, con la importancia de fortalecer la institución escolar en lugar de atacarla con discursos catastróficos. Por el otro, con el amplio uso del término para describir el estado de la educación argentina en distintos momentos de la historia nacional, sin considerar las diferencias ostensibles entre las políticas implementadas. Es decir que el interrogante original de mi estudio ya había sido pensado. Estaba en problemas, hasta que advertí que los autores partían de la crisis, como un hecho que no sería revisado, para indagar en las interpretaciones que alumnos y 1 En esta investigación, publicada en 2007, el objetivo de los autores era partir del diagnóstico de crisis, sin revisar la noción, e indagar en la visión y las apreciaciones que docentes y alumnos tenían sobre la escuela secundaria para establecer nuevas interpretaciones sobre los cambios que promovió la Ley Nacional de Educación sancionada en 2006. docentes tenían de la escuela. Fue entonces cuando reformulé la pregunta de investigación al concebir que era posible sostener que la noción de crisis había revestido diversos significados en cada etapa histórica y que allí residía la riqueza de su análisis. Centrada en el estado crítico, el problema era conocer qué sentidos se le habían asignado a esa noción para formular posibles salidas. La tercera prueba se produjo con la lectura de un pasaje del libro Sociología de la educación (2001) de Emilio Tenti Fanfani, obra que encontré desinteresadamente mientras revisaba las publicaciones que se ofrecían en una feria de libros y revistas que había organizado la Universidad Nacional de Quilmes. En ese texto, el autor propone que los patrones de reproducción y cambio de los sistemas educativos «depende de la estructura de relaciones entre los principales actores que los componen» y que las disposiciones estatales para el sector resultan de complejas interacciones entre los mismos (2001: 30). Así, estimé que resultaría conveniente pensar en rastrear esos procesos entre los agentes educativos. En ese entonces Andrés Stefoni, que ofició de co-director de esta investigación, me acercó el libro Reensamblar lo social (2007) de Bruno Latour y me propuso que revisara la Teoría del Actor-Red. Con esa lectura dejé detrás la cuarta huella al encontrar que la sociología pragmática me ofrecía una caja de herramientas útiles para rastrear la controversia sobre el sistema educativo, volver sobre los pasos de los actores que habían formado parte de esa polémica e indagar cómo habían intervenido en la configuración de sentido de la noción de crisis educativa al iniciarse la década de 1990: cómo entendían la situación educativa, qué ejes problemáticos ponderaban, qué demandas o proyectos expresaban y cómo esto tenía influencia sobre las soluciones que proponían. Asimismo, establecí que seguiría estos movimientos en un escenario público en el que se expresaran los intercambios entre los actores y por ello determiné que relevaría diferentes publicaciones periodísticas. Aquí volvió a jugar mi ambición de principiante, ya que estipulé que recurriría a tres diarios: La Nación, Clarín y Página 12. Sin embargo, en las primeras jornadas en la hemeroteca del Senado de la Provincia de Buenos Aires pude reconocer que lo que me había propuesto demandaba más tiempo del que tenía. También comprobé que el diario Clarín, por ser de tirada nacional y masiva, así como por tener frondosas secciones dedicadas a los asuntos educativos, me permitiría tener un buen cuadro de la época. Aún con cierta inexperiencia en los trucos del oficio (Becker, 2009) me adelanté a definir que consideraría a los actores políticos, mediáticos y expertos. Con todo este material, aún me faltaba algo fundamental: elegir un director. Fue entonces cuando decidí contactar a Martín Legarralde para contarle lo que estaba pensando estudiar y proponerle que me acompañara con su guía. En el primer encuentro que tuvimos se hizo visible el quinto rastro en este camino. Si pretendía estudiar el sistema educativo no podía excluir de mi análisis a los docentes. Volví a redefinir. Avanzaría sobre los actores políticos, mediáticos, expertos y sindicales en un medio de comunicación que sería escenario y actor al mismo tiempo. Entonces, lo que aquí se presenta es el resultado de un largo proceso de trabajo que pasó por muchos tamices analíticos y metodológicos. Sin más preámbulos, esta investigación se propone rastrear analíticamente las posiciones y los movimientos de estos actores durante los años que transcurrieron entre la asunción presidencial de Carlos Saúl Menem, en julio de 1989, hasta la sanción de la Ley Federal de Educación en abril de 1993, con la hipótesis principal de que la educación se constituyó en un problema público que cobró notoriedad y abrió un debate en el que el diagnóstico y la política educativa impulsada por el Gobierno Nacional logró imponerse ante las demás posiciones. Para reconstruir esta controversia se consultaron distintas fuentes con el propósito de cartografiarla, de conocer el entrecruzamiento en la arena pública de las distintas posiciones, y atender a las particularidades de este complejo proceso que implicó la composición y reconfiguración de los actores y sus registros de acción. Así, se relevaron las publicaciones del diario Clarín entre julio de 1989 y abril de 1993, y este rastrillaje permitió entender cómo los actores debatieron en torno a la situación educativa y las medidas que se debían implementar, sin perder de vista el orden que impuso su editorialización. No obstante, teniendo en cuenta que los medios de comunicación son, justamente, mediadores (Latour, 2007) que transforman al interpretar la información, se recurrió a algunos discursos de los funcionarios nacionales para conocer de primera mano las posturas de los actores políticos. Asimismo se ponderaron los comunicados de la Confederación de Trabajadores de la Educación de la República Argentina (CTERA) y la Federación de Trabajadores Nacionales de la Educación (FeTEN), por ser los gremios con presencia a nivel nacional en estos años, que circularon en el periódico. Resta hacer dos señalamientos sobre la revisión del vasto material consultado. En primer lugar, se notó que la controversia -y por lo tanto este informe- se estructuró en torno a cuatro ejes principales: 1) la polémica en torno a la descentralización educativa a partir de la pretensión gubernamental de transferir las instituciones escolares desde la órbita del Estado Nacional hacia los Estados Provinciales; 2) la discusión por el salario docente que derivó en una pulseada, fundamentalmente, entre los sindicatos del sector y el Gobierno Nacional por la definición del financiamiento educativo; 3) las declaraciones de la emergencia educativa y la significación disputada de la crisis del sistema educativo y, por ende, de las medidas para paliarla en el ámbito escolar; 4) el impulso de la sanción de una nueva ley y la polémica por definir la estructura, la obligatoriedad, el financiamiento y el órgano de gobierno para resolver los problemas del sistema educativo. En segundo lugar, se observó que los cuatro grupos de actores que se incluyeron en la formulación del tema de investigación -políticos, mediáticos, expertos y sindicales- fueron los que tuvieron más injerencia y lograron visibilizarse como relevantes en el debate educativo, aunque no intervinieron de la mismaforma en todos los ejes estudiados en este informe. Además, en la última polémica analizada se incluyó a los representes de las entidades privadas y/o religiosas por el protagonismo que cobraron en ese debate puntualmente. Sobre este punto es importante volver a señalar que, aunque la elección de los actores pudo haber sido otra, el trabajo con las fuentes determinó este recorte en tanto que éstos y no otros se constituyeron en protagonistas de la discusión en esos años.2 2 En el período analizado, los representantes de la Iglesia Católica y de las instituciones educativas privadas, los directivos o docentes de las escuelas técnicas, los rectores de las universidades nacionales, los lectores y algunas organizaciones de padres y alumnos se manifestaron, y en algunos casos se movilizaron, en relación al debate educativo no universitario. Sin embargo, sus intervenciones no fueron sistemáticamente editorializadas por el diario Clarín. Estudiar controversias Nosotros también deberíamos encontrar nuestra tierra firme: sobre arenas movedizas. Bruno, Latour; Reensamblar lo social (2007: 44). En la introducción indiqué que el objetivo de este estudio es desarrollar un análisis sobre cómo la educación se fue construyendo en un problema público a partir de las posiciones y movimientos de los actores políticos, mediáticos, expertos y sindicales, para conocer las variaciones en el significado de la noción de crisis educativa y las consiguientes formulaciones para salir de la misma. También, señalé que esta problemática sería abordaba desde la perspectiva epistemológica, metodológica y analítica de la Teoría del Actor- Red. Por ser mi primera ejercitación de la sociología pragmática, en este punto resulta insoslayable presentar las categorías fundamentales que atraviesan este informe. Gabriel Nardacchione, en un trabajo orientado a presentar los ejes conceptuales de la sociología pragmática, explica que Bruno Latour es uno de los padres fundadores de esta corriente que «apunta a profundizar la simetría entre el conocimiento científico y el saber práctico u ordinario» (Nardacchione, 2011: 171). Su obra se inscribe entre las posiciones teóricas que surgieron en la postrimería del siglo XX en Francia ante el asombro y la preocupación derivada de las grandes transformaciones sociales, políticas y económicas que estaban reconfigurando el orden institucional. El declive de las instituciones del Estado Liberal y de la modernidad capitalista representó un llamado a indagar en las formas en que los hombres construían los lazos sociales. Así, en su perspectiva, lo social no es algo dado ni una explicación, sino más bien aquello sobre lo que debe indagarse y explicarse (Marmissolle, 2012). En ese sentido es que, en su libro Reensamblar lo social (2007), Latour argumenta que el término social ha perdido precisión en tanto que ha sido empleado para explicar la causalidad entre un estado de cosas estabilizado y otro fenómeno, así como para definir el material constitutivo de lo que ya está ensamblado, cuando el proyecto general de un nosotros y el sentido de pertenencia han sido puestos en duda. Para registrar esta sensación de crisis y seguir las nuevas conexiones es necesario establecer una nueva noción de social: «como un fluido visible sólo cuando se están creando nuevas asociaciones» (Latour, 2007: 117). Es decir que se puede rastrear lo social cuando está experimentando modificaciones, en el momento en el que los actores se encaminan a re- ensamblarlo. Ese proceso es una controversia, una situación que se inicia en cuanto los actores no pueden ignorar sus desacuerdos y que finaliza cuando logran alcanzar compromisos sólidos para vivir juntos (Venturini, 2009). Para Ernesto Laclau, esta constitución de lo social se da en el terreno del discurso, que incluye al lenguaje -escrito o hablado- así como a toda acción portadora de sentido (Laclau, 2002) en tanto que son actos del habla que performativamente producen eventos (Nardacchione, 2011). La centralidad que reviste el concepto de discurso, que desde la perspectiva pragmática supone la materialidad de las acciones, impulsa al analista a seguir a los actores en sus controversias, intentando no restringirse a una única teoría o metodología, considerando tantos puntos de vista como sea posible y recuperando las voces de los actores más que sus propias intuiciones (Venturini, 2009). En ese sentido es que Nardacchione afirma que «su metodología de análisis de lo social debe alimentarse de controversias y tratarlas simétricamente, es decir despojándolas de todo presupuesto sobre cada una de las intervenciones de sus participantes» (Nardacchione, 2011: 176). Aquí, el concepto de prueba cumple una importante función ya que se desplaza la importancia del cálculo estratégico o la referencia normativa (ambos referidos a una intención del agente) y se prioriza el ajuste a la situación (en tanto adaptación a ciertas condiciones de la acción). Así, la prueba siempre incluye una dimensión material y «es la muestra de un acto que puede estar (o no) ajustado a la exigencia de una situación» (Nardacchione, 2011: 178- 179). Además, el autor agrega que la sociología pragmática pone el acento en las pruebas en situación y que en ese marco se da «preeminencia a las competencias prácticas de los actantes3 por sobre las competencias cognitivas del observador», quien debe enfocarse a «analizar cómo los actantes saben habituarse “cada vez” durante la acción y cuál es el producto de ello» (Nardacchione, 2011:180-181). Así, se deberá dejar en manos de los actores mismos la tarea de definir y ordenar lo social, hasta que en algún momento sean ellos los que logren cerrar las controversias y superar las incertidumbres, dejando tras de sí huellas que el investigador seguirá (Latour, 2007). Para ello es necesario tomar nota de cada movimiento e ir configurando una cartografía de controversias en la que quede plasmada el trabajo colectivo. Esta estrategia de observación sociológica, que les permite a los actores desplegar la gama de controversias en la que están inmersos, resulta fundamental porque sólo así se conoce cómo se establece lo social. En ese sentido es que Pierre Tripier reseña que «Latour esgrime una versión aplanada del mundo colectivo, donde lo que importa son los ensamblajes (o agregaciones) y los recorridos de las personas, labradas por los mediadores que se encuentran en su camino» (2009: 90). Asimismo, Latour indica que en las controversias participan y se relacionan todo tipo de actores: humanos individuales y grupales, así como no-humanos entendiendo que «cualquier cosa que modifica con su incidencia un estado de cosas es un actor o, si no tiene figuración aún, un actante» (Latour, 2007:106). Agrega que para conocer los vínculos se debe «aceptar que la continuidad de cualquier curso de acción rara vez consistirá de conexiones entre humanos o conexiones entre objetos, sino que probablemente irá en zigzag de unas a otras» (Latour, 2007:112). Más aún, debe considerarse que la acción no es 3 Con la noción de actante se hace referencia a los actores humanos y no humanos que modifican el curso de una acción. trasparente ni se realiza bajo el pleno control de la conciencia: es «un nodo, un nudo y un conglomerado de muchos conjuntos sorprendentes de agencias y que tienen que ser desenmarañados lentamente» (Latour, 2007: 70). De allí, la propuesta de pensarla en términos de red en tanto que un actor «no es la fuente de una acción sino el blanco móvil de una enorme cantidad de entidades que convergen hacia él». Este término implica que «nunca está claro quién y qué está actuando cuando actuamos, dado que un actor en el escenario nunca está solo en su actuación» (Latour,2007: 73). Además, este cuerpo teórico describe al mundo como una cadena de mediadores, de medios que conducen y transforman la acción, y que actúan plenamente en cada punto tiñéndola de incertidumbre. De modo que hay que abordar los conflictos entre los actores sin caer en simplificaciones, atendiendo a las posibles sorpresas y a lo que los actores mismos sostienen respecto de su acción, incluso si implican embrollos e incertezas. Es en ese sentido que Tomasso Venturini agrega que para entender cómo se construyen los fenómenos sociales no basta con observar a los actores ni las redes sociales estabilizadas, sino que «lo que debe ser observado son las actor-redes es decir, las configuraciones efímeras donde los actores están renegociando los lazos de viejas redes y la aparición de nuevas redes están redefiniendo la identidad de los actores» (Venturini, 2009: 18). Como la controversia es desplegada para cartografiarla en el espacio público, resulta pertinente pasar a definir este escenario. Daniel Cefaï en un trabajo en el que analiza las arenas públicas, establece cuáles son las características principales de estos espacios de interacción y sostiene que allí «las experiencias y las actividades se inscriben en el horizonte de un “bien vivir en conjunto”» (Cefaï, 2003:6), donde los intereses y deseos tienen implicancias que exceden a los actores directamente involucrados. Esos agentes se relacionan entre sí, de manera directa o indirecta, sobre una serie de reglas comunes y de posturas compartidas que surgen y se estabilizan en sus intercambios. Además, se enfrentan adoptando estrategias de cooperación, de competición, de alianza y de conflicto, y en todos los casos estas acciones se dirigen a terceros, a auditorios. En este punto, es importante introducir la «hipótesis de continuidad» propuesta por Gabriel Nardacchione (2011: 172) que señala que en estas controversias se da una generalización de lo que se concibe como problemático con el objetivo de «desingularizarse para lograr un status general que vuelva legítima su denuncia» (2011: 172) ante el público. Asimismo, en estas arenas está en juego lo que es considerado como un bien público y los actores resultan así en portadores de desafíos generales, al tiempo que forman un tejido de formas de pensar, de sentir, de juzgar y creer dando lugar a «un “universo pluralista” donde la multiplicidad de costumbres y opiniones, de estilos de vida, de juegos de lenguaje y de puntos de vista coexisten, diferenciándose y relacionándose unos con otros» (Cefaï, 2003:8). También señala que todas las actividades que se dan en estas escenas públicas obedecen a restricciones de pertinencia y de corrección que pueden estar codificadas por normas de derecho, incorporadas dentro de dispositivos institucionales, operando dentro de repertorios de argumentación o fijadas por una gramática de usos (Cefaï, 2003). Tras definir las características principales de una arena pública, Cefaï sostiene que la investigación sociológica deberá orientarse «hacia situaciones de prueba, de emergencia o de crisis, de litigio o de disputa, de juicio o de controversia, para divisar esta dinámica donde se establecen los marcos de equivalencia y las escalas de medida y donde se elaboran las herramientas de categorización, de calificación y de cuantificación, donde se estabilizan versiones más o menos aceptables para las partes y donde se perfilan posturas de conflicto y puntos de controversia, donde emergen culpables y víctimas al lado de defensores y reparadores». Entonces, plantea que el análisis no debe dar por sentado un orden institucional o un orden simbólico, sino atender a los actores que se encuentran en una situación que perciben como problemática y que se esfuerzan por resolver colectivamente a través de actividades de definición, de organización, de cooperación y de justificación (Cefaï, 2003: 10-11). Así, el punto de partida debe ser una situación problemática, un desorden inicialmente indefinido que se irá constituyendo en un problema público en tanto sea identificado, reconocido, categorizado y estabilizado como parte de un trabajo colectivo. En este proceso adquiere estatus de publicidad y se configuran los actores relevantes por su legitimidad por derecho, como los funcionarios, o porque adquieren representatividad a través de su propia acción. Además, estos agentes individuales u organizacionales «se comprometen en un esfuerzo colectivo de definición y de control de la situación percibida como problemática». Se expresan, discuten, rastrean problemas, lanzan señales de alertas, polemizan, entran en controversias y configuran posturas de conflictos, resuelven crisis y cumplen con los compromisos. Así, «la cosa pública no es más el monopolio del Estado» (Cefaï, 2003: 3) y los actores influyentes que intervienen en el debate lo hacen porque expresan argumentos y se ubican en posiciones que son representativas de otros que se mantienen en silencio. Sobre esto, Michel Callon indica que el investigador deberá resolver si esos portavoces son representativos y establecer quién habla en nombre de quién, ya que en una controversia sólo participan unos pocos individuos que hablan en nombre de los demás. El autor explica que «en un caso, los epistemólogos hablan de inducción; en el otro, los politólogos usan la noción de portavoz. La pregunta, empero, es la misma. ¿Seguirán las masas a sus representantes?» (Callon, 1986:19-21). Según la Teoría del Actor- Red en las controversias se observan alianzas novedosas y fracturas sorprendentes de unidades sociales que parecían estables, dando cuenta del dinamismo de lo social. Latour sostiene que en lugar de buscar estabilizarlo conviene prestar atención a su movimiento: más que grupos, hay formación de grupos y estar relacionado con uno u otro es un «proceso continuo hecho de vínculos inciertos, frágiles, controversiales y, sin embargo, permanente» (Latour, 2007:48). Ahora bien, para atender a esta incansable actividad siempre hay rastros como la presencia de voceros y cohesionadores, así como la definición de un antigrupo. Esta oposición es analizada por Benjamín Arditi en un artículo en el que recupera el desarrollo teórico de Carl Schmitt sobre lo propiamente político de los fenómenos. Entendido como un estado metaestable, lo político se distingue por el enfrentamiento amigo-enemigo de carácter colectivo y público. Así, cada grupo representa un obstáculo para la consecución de los objetivos del otro, al tiempo que esta oposición principal no excluye a otras (ya que hay múltiples grupos y, por ende, múltiples oposiciones amigo-enemigo). Es «un magma de voluntades contrapuestas» (Arditi, 1995:343) y puede ser pensado como una estructura cuaternaria que implica a los dos polos del enfrentamiento, algo que está en juego y el contexto en el que ocurre. Más aún, lo político se caracteriza porque el debate y el conflicto se pueden reabrir incluso cuando parecían estar resueltos (Arditi, 1995). Esta idea resulta interesante para pensar que el hecho de que los actores influyentes cierren la controversia en la que se han involucrado no implica su clausura. Gabriel Nardacchione sostiene que esta es una sociología del presente en la que está en juego la indeterminación, la imposibilidad de garantizar el conocimiento del mundo, en la que deben darse las «potenciales intervenciones práctico interpretativas de los actantes» (Nardacchione, 2011:179). En la misma línea Benjamín Arditi explica, retomando a Schmitt, que la posibilidad de una comprensión correcta y, por ende, de la capacidad de intervenir y decidir está dada por la participación. Además, agrega que no se puede tener un dominio total sobre una situación y que se debe aceptarel inevitable grado de incertidumbre acerca del desenlace de algo. Sin embargo, estima que para tomar una decisión no se requiere un dominio absoluto, sino sólo aceptar un cierto riesgo. En ese sentido, indica que «quien se halla involucrado en una situación ya ha tomado una decisión y, por ende, también asumido el riesgo de equivocarse o fracasar. La involucración introduce la pasión y la voluntad necesarias para suspender (nunca para abolir) la indeterminación propia de la existencia en un mundo relativizado en el que toda perspectiva u opción política es igualmente válida, al menos en principio. Ese es, para Arditi, el momento de tomar partido y de distinguir entre aliados y adversarios (Arditi, 1995: 351). Más aún, desde la perspectiva pragmática el analista debe hacer foco en la gestación del hecho público y en el simultáneo proceso de producción de actores individuales y colectivos. En ese sentido, Andrés Stefoni (2013) sostiene que si se evita caer en definiciones ostensivas de los actores y sus propiedades, y «si se lo aborda desde la performatividad que implica la controversia, entendiendo que se constituyen en los distintos modos en que se dice que existe (Latour, 2008 a y b)», se podrá dar cuenta de cómo esa referencia pone en juego diferentes sentidos sobre, en nuestro caso, la crisis educativa (2013:391). Daniel Cefaï agrega que deben encontrarse las herramientas para describir y reflexionar sobre las practicas cívicas concretas que se encuentran controladas por una pluralidad de regímenes de compromisos en situaciones (Cefaï, 2003). Así, los agentes sumergidos en el trastorno de las cosas tendrán que darle sentido acomodándose a «redes en cadenas humanas y no-humanas que producen sus economías cognitivas y afectivas, que trasportan stocks de memorias sedimentadas y lenguajes de descripción, calificación y evaluación, y que los comprometen en dispositivos híbridos, indisociablemente científicos y jurídicos, técnicos y políticos, que transforman los tiempos de su acción y juzgamiento». Por ello Cefaï formula que los agentes «no son ejecutivos de su propia vida, sujetos racionales nadando en su egoísmo, ni tampoco buenos e íntegros ciudadanos» y propone concebirlos como «actores pragmáticos, que emergen en el curso de sus acciones, para quien los problemas del ser y del deber, siendo predeterminados por fórmulas típicas disponibles en reservas de experiencias disponibles, giran alrededor de la definición y la resolución de las situaciones problemáticas». Además, se dividen en varios mundos que componen y entre las cuales conmutan con «la necesidad a veces de traductores y pasadores, mediadores y referís para entenderse y coordinarse». Para los agentes, orientarse en una arena pública a través de procesos de ajustes a situaciones y gestión de sus interacciones, es hacer prueba de su inteligencia (Cefaï, 200: 16-17). Por todo esto, para Cefaï la pregunta que debe guiar al observador, y que resulta pertinente para estructurar este trabajo, es la siguiente: «¿cuáles son los procesos para darle forma y poner en escena las causas públicas, que informan la razón pública, movilizan los actores colectivos y los poderes públicos, y que encuentran a veces una traducción en las nuevas reglamentaciones públicas y políticas públicas?» (Cefaï, 2003:4). Por último, para analizar el proceso por el cual un tema se constituye en problema público resulta pertinente recuperar los aportes de Mariana Heredia quien explica que la distinción entre una polémica pública (definida como aquella en la que los actores confrontaron valores, juicios e intereses en los medios de comunicación habilitando la movilización de distintas representaciones sociales) y una controversia especializada (caracterizada por la que intervención de científicos o especialistas que oponen teorías y pruebas para comprobar o refutar hipótesis) fue cuestionada durante el tratamiento de los asuntos económicos en los primeros años de la década de 1990, debido a «la dilución de las distinciones entre ciencia y política» (Heredia, 2008: 5). Esta definición resulta pertinente para analizar la conformación de distintos problemas públicos y las salidas a los mismos en varias áreas de gobierno, especialmente por el gran avance que tuvieron las voces expertas en la conducción política a lo largo de estos años. En el apartado que sigue se presentan las líneas generales del escenario en el que se dio la controversia que ocupa a este estudio, para pasar a los ejes que la estructuraron al rastrear los movimientos de los agentes. La tarea será desplegar actores como redes de mediadores que transforman lo que transportan, para que al final de este informe «la cantidad de actores puede verse aumentada; la gama de agentes que hacen actuar a los actores podría expandirse; la cantidad de objetos que actúan para estabilizar grupos y agencias puede multiplicarse y las controversias respecto de cuestiones de interés pueden ser relevadas» (Latour, 2007:199). El escenario Para que cualquier forma de pensamiento se convierta en dominante, tiene que presentarse un aparato conceptual que sea sugerente para nuestras intuiciones, nuestros instintos, nuestros valores y nuestros deseos así como también para las posibilidades inherentes al mundo social que habitamos. Si esto se logra, este aparato conceptual se injerta de tal modo en el sentido común que pasa a ser asumido como algo dado y no cuestionable. Los fundadores del pensamiento neoliberal tomaron el ideal político de la dignidad y de la libertad individual, como pilar fundamental que consideraron “los valores centrales de la civilización”. Realizaron una sensata elección ya que efectivamente se trata de ideales convincentes y sugestivos. En su opinión, estos valores se venían amenazados no sólo por el fascismo, las dictaduras y el comunismo, sino por todas las formas de intervención estatal que sustituían con valoraciones colectivas la libertad de elección de los individuos. Harvey, David. Breve Historia del neoliberalismo (2007: 11). Con el objetivo de reconstruir el escenario en el que los actores comenzaron a percibir la situación educativa como problemática, orientando sus esfuerzos a resolverla (Cefaï, 2003), se intentará historizar la constitución de los marcos de acción, las reglas de juego y los dispositivos, así como la conformación de los grupos de actores que lograron enrolarse en la polémica que aquí nos ocupa. Por ello, resulta pertinente revisar los antecedentes políticos y económicos del gobierno de Carlos Saúl Menem, así como las transformaciones que se promovieron en el sistema educativo, para conocer cuál era el orden que se tambaleaba y que llamaba a definir uno nuevo. La experiencia neoliberal en la Argentina comenzó a construirse durante la última dictadura cívico militar (Ferrer, 2012) en la que se inaugura la desalarización y el retiro masivo del Estado social (Merklen, 2005). Estas tendencias de desmantelamiento del aparato estatal, de promoción del desarrollo de la iniciativa privada y de transferencia de los servicios y empleados públicos hacia las jurisdicciones subnacionales (Sosa, 2010) se consumaron desde la década de 1990 hasta la crisis de diciembre de 2001. Asimismo, Carla Del Cueto y Mariana Luzzi (2008) indican que el proyecto neoliberal, iniciado a mediados de la década de 1970, se proponía acabar con el modelo «de crecimiento hacia adentro» a partir de la apertura y centralidad de la actividad financiera, la tendencia desindustrializadora, la redistribución del ingreso en perjuicio de los asalariados, un fuerte deterioro de los salarios reales y la consiguiente concentración delcapital. Es pertinente agregar que esta avanzada del capital sobre el trabajo se implementó «a sangre y fuego» con la feroz actividad represiva y clandestina en manos del Estado Nacional (Azpiazu & Schorr, 2010: 19). Este proyecto económico, dirigido por José Martínez de Hoz, originó un bloque de poder conformado por los acreedores externos y por los grupos económicos nacionales y extranjeros que comenzaron a tener injerencia en la política económica, en detrimento de los intereses de las clases subalternas (Forcinito & Tolón Estarelles, 2009). En cuanto a la política educativa, el autoproclamado Proceso de Reorganización Nacional se caracterizó por la inestabilidad (Southwell, 2001; Tedesco, Braslavsky & Carciofi, 1983) ya que a lo largo de los seis años hubo seis ministros (Bruera, Catalán, Llerena Amadeo, Burundarena, Licciardo) que ejecutaron diferentes medidas en esta cartera. Esta inconstancia influenció en los objetivos pedagógicos que se estructuraron contradictoriamente en torno a los valores individuales del nacionalismo católico y la pretensión de orden (Southwell, 2001). Es en ese sentido que Juan Carlos Tedesco, Cecilia Braslavsky y Ricardo Carciofi sostienen que «el eje del acuerdo estuvo más en aquello que era preciso destruir que en la definición, con sentido positivo, de un nuevo modelo curricular» (1983: 26). Más aún, Juan Carlos Tedesco indica que la mayor parte de los cambios curriculares que se operaron partieron de concebir al sistema educativo como un aparato ideológico, como «una agencia subversiva» (1983: 25). Es por ello que centraron el esfuerzo en la formación docente para constituirlos en agentes de reproducción de los principios del proyecto militar (Southwell, 2001). Así, la represión también alcanzó a la Confederación de los Trabajadores de la Educación de la República Argentina (CTERA) que se había conformado tres años antes del golpe de Estado, en 1973, con la intención de unificar a las organizaciones gremiales provinciales. Desde su fundación, adoptó posiciones cercanas al sindicalismo combativo y durante la dictadura cívico-militar fue afectada por la ofensiva que se practicó hacia todas las entidades gremiales y algunos de sus dirigentes fueron secuestrados o asesinados (Perazza & Legarralde, 2008). Además, Sandra Carli (2001) explica desde las décadas de 1960 y 1970 los diagnósticos sobre la crisis de la educación invadieron los informes internacionales. Myriam Southwell (2007) agrega que el régimen dictatorial fue un punto de inflexión en tanto que basó su acción en los problemas que venía presentando el sistema educativo desde entonces4 para discutir los principios que habían regido a la organización educativa durante un siglo: la primacía del Estado educador y su responsabilidad en la cobertura nacional, así como el laicismo y el lugar secundario de la iniciativa privada. Es en ese sentido que Southwell describe a este proceso como de desmantelamiento del proyecto educacional civilizatorio-estatal, de dislocación de «la tradicional cadena de equivalencias (…) que articulaba las nociones de Estado moderno, civilización, Estado educador, progreso, educación para todos, homogeneización» (2001:7) dejando en estado de 4 La autora indica que en «los años sesenta la red escolar recibió una explosión de demandas en todos los niveles y modalidades» y que las reformas que se implementaron no lograron formular una respuesta a los múltiples cambios sociales y se hizo evidente la necesidad de transformar y ampliar el sistema educativo (Southwell, 2007: 4). indefensión a amplios sectores de la población, especialmente, a aquellos para los que la escuela era la única forma de acceder al conocimiento socialmente valido y, con él, al mundo del trabajo y del consumo (Southwell, 2001). La concepción educativa estatal fue alterada al reconocer el papel de la familia y la Iglesia católica como agentes educativos, haciendo «subsidiario» al rol del Estado (Tedesco, Braslavsky & Carciofi, 1983: 32). Desde entonces, «la influencia educacional de la Iglesia Católica fue creciendo y se consolidó como un poderoso sector empresario de la educación» (Southwell, 2001:6). Juan Carlos Tedesco, Cecilia Braslavsky y Ricardo Carciofi analizaron este periodo partiendo de las evidentes «intenciones excluyentes en términos de acceso y del deterioro progresivo en las condiciones materiales de vida de gran parte de la población, contribuyendo a disminuir las posibilidades de permanencia en el sistema escolar» (1983: 15). Los autores agregan que esta situación, al revisar los datos estadísticos, no fue tan dramática y explican que eso pudo deberse a «las resistencias de la población a abandonar un espacio social ya conquistado» (1983:14). Sin embargo, los sectores populares tuvieron un estrecho margen para permanecer en el sistema y, aunque pudieron conservar ese lugar, el deterioro se expresó, fundamentalmente, en la calidad de la educación recibida. Este aspecto señala la creciente segmentación interna del sistema educativo y el vaciamiento de los contenidos socialmente significativos (Tedesco, Braslavsky, Carciofi, 1983). Este problema se relaciona con una de las directrices de la política educativa del periodo: la transferencia de las escuelas primarias nacionales a las provincias. Juan Carlos Tedesco (1983) explica que esta decisión fue justificada en términos político-administrativos y curriculares con el objetivo de romper la homogeneidad de los contenidos y una mayor adecuación de los mismos a la diversidad socio-cultural. Con la transición democrática, el gobierno radical se propuso llevar adelante un programa orientado a reactivar la industria, enjuiciar a los responsables de la represión desarrollada durante la dictadura cívico-militar, restablecer el pleno Estado de Derecho y diferenciar la deuda externa legítima e ilegítima (Galasso, 2005). Sin embargo, Raúl Ricardo Alfonsín había asumido la conducción política de un país que estaba profundamente lastimado y aterrorizado, cuando aún se sentían con fuerza las presiones de las Fuerzas Armadas. Más aún, se comenzaban a sufrir las consecuencias materiales de la inflación que el gobierno militar no había sabido controlar y el condicionamiento de la fracción empresaria local que se había fortalecido a la par que el patrón de acumulación regresivo y excluyente que había construido José Martínez de Hoz (Castellani, 2007; Forcinito & Tolón Esterelles, 2009). La expansión del capital financiero, que se había articulado con la represión y la política socioeconómica regresiva del autoproclamado Proceso de Reorganización Nacional, condicionó fuertemente al gobierno constitucional (Forcinito & Tolón Estarelles, 2009). Su primer Ministro de Economía, Bernardo Grispun, buscó enfrentar los desafíos económicos con distintas medidas orientadas a ejercer un control monetario y presupuestario que fracasaron sin superar los desequilibrios estructurales de la economía. Intentó sostener un acuerdo de precios y salarios que al no ser respetado por los formadores de precios, que venían ejerciendo gran influencia gracias al proceso de concentración del capital propiciado entre 1976 y 1983, generó una fuerte oposición del sindicalismo. De hecho, este periodo estuvo marcado por una alta tasa de conflictividad laboral -717 paros obreros en 1984 (Forcinito & Tolón Estarelles, 2009)- que continuó durante todo el gobierno radical y que puede ser explicada, también, por la fallida tentativa radical de reordenar al sindicalismo eliminando la CGT única y estableciendo la participación de las minorías en las conducciones gremiales. Además, Grispun buscó confrontar con la banca acreedora y consideró la posibilidadde suspender los pagos y auditar la deuda, pero no encontró apoyos. De esta forma, como sostiene Norberto Galasso (2005), la confluencia de los poderosos grupos económicos y financieros internos y externos determinó el final de su gestión. Tras el fracaso de su estrategia, en 1985 asumió Juan Vital Sourrouille y se produjo un viraje hacia una «economía de guerra» (Galasso, 2005: 6) sin mejoras en el nivel de vida, con aumentos impositivos, la reducción del gasto público y la afluencia de inversiones extranjeras. Durante su gestión se implementó el Plan Austral, mediante un Decreto de Necesidad y Urgencia, con el objetivo de estabilizar los precios. Así, se remplazó el peso argentino por el austral, se congelaron los precios, los salarios y las tarifas públicas y se aumentaron los impuestos a las exportaciones primarias. Karina Forcinito y Gaspar Tolón Estarelles (2009) explican que aunque inicialmente la inflación fue controlada, la racionalización de la oferta de productos para inducir un aumento de precios, los paros generales y la caída de los precios internacionales hizo tambalear al programa económico. Los autores señalan que en 1986 se flexibilizaron algunas de las condiciones y que esto dio lugar a la reaparición de la inflación, el déficit fiscal y el desequilibrio de la balanza de pagos. Entonces se ensayaron salidas ortodoxas que partían de entender al Estado como un factor distorsivo sobre el mercado: se intentó privatizar algunas empresas estatales, se fomentaron los comportamientos especulativos y se estimó que la autarquía de la economía nacional era excesiva. Por ello los autores consideran que Sourrouille fue un adelanto de lo que sucedería en la década de 1990. En un nuevo intento por controlar los precios, en 1988 el Ministro de Economía lanzó el Plan Primavera que establecía el incremento de las tarifas públicas y el congelamiento de los salarios de la administración pública. Sin embargo, el gobierno se encontraba fuertemente presionado por el Fondo Monetario Internacional (que interrumpió el otorgamiento de créditos) y los grandes grupos económicos que, consolidados entre 1976 y 1983, siguieron tensando los hilos del poder a favor de sus intereses; por la oposición sindical liderada por el dirigente cervecero Saúl Ubaldini; por los levantamientos del grupo de oficiales carapintadas y la intención de terminar con el procesamiento de los responsables de los crímenes de lesa humanidad; por el crecimiento de la deuda externa y la imposibilidad de controlar la inflación. En materia educativa, Myriam Southwell (2013a) explica que el radicalismo centró su intervención en relación a tres ejes. En primer lugar, atendiendo a la recuperación del sistema preexistente, en la ampliación de su cobertura y en la promoción de instancias de participación de la comunidad en las instituciones escolares. También, se orientó a reabrir, normalizar y ampliar el acceso a las universidades. Y por último, buscó promover un debate con definiciones sobre el futuro de la educación con la apertura del Congreso Pedagógico Nacional (CPN). Southwell sostiene que la convocatoria se fundaba en la idea de que era necesario un proceso similar al que había antecedido a la Ley 1.420, cuyas regulaciones ordenaban el sistema desde el siglo XIX. Las actividades comenzaron en abril de 1986, pero pronto se hizo evidente que el gobierno no conducía el debate en el que había puesto la expectativa para recrear el sistema educacional: «cuando el Congreso terminó, sin haber obtenido más que declaraciones de mayoría y de minoría para todos los temas centrales, prácticamente también terminaba el gobierno de Alfonsín» (2013a: 1-2). En marzo de 1988, el CPN dejó de sesionar y, según la autora, esto pareció marcar el fin de una forma de discutir la política educativa. Por ello argumenta que la gestión alfonsinista intentó «reestablecer el canon clásico del sistema educacional, más que generar uno nuevo» (2007:5) y que esa incapacidad para desarrollar un nuevo proyecto creó las condiciones para que la administración siguiente diera por cerrados estos debates. De esta forma «la gestión de Menem tuvo condiciones para “barajar y dar de nuevo” acerca de los modos de debate y las lógicas del discurso educacional» (2007:9). Así, se asumió que ese proceso de consulta abierta era una experiencia lograda y cerrada sobre la cual no había que volver (2007: 13). Resulta interesante en este punto señalar lo propiamente político de este proceso tal como lo describe Arditi (1995): el debate en torno al sistema educativo sí se reabrió incluso cuando parecía estar resuelto –por lo menos en relación a algunos temas- en el Congreso Pedagógico Nacional. Sin embargo, como veremos, la recuperación de esa polémica partió de un diagnóstico que definió nuevos ejes de la controversia y que dio lugar a nuevas formulaciones sobre las dificultades y los mecanismos para superarlas. En el mismo momento en que finalizaban las actividades del congreso, la Confederación de Trabajadores de la Educación de la República Argentina (CTERA) inició una huelga que se extendió por dos meses en reclamo por los bajos salarios y que fue incorporando otras definiciones que excedían lo estrictamente remunerativo y educativo, tales como la defensa de la democracia, la independencia de las presiones extranjeras, la distribución del ingreso y el rechazo a las prácticas autoritarias. Esta estrategia de generalización de las demandas (Nardacchione, 2011), haciéndolas extensivas a otros asuntos más allá de lo gremial y del sector, fue recurrente a fines de la década de 1980 y durante la siguiente. Asimismo, esta lucha le permitió a la entidad gremial instalar el debate sobre la identidad docente, cuestionando la construcción social que vinculaba a la docencia con la actividad misionera y que implicaba subordinar sus derechos a sus obligaciones. La huelga fue presentada como una acción desarrollada por los trabajadores de la educación y contó con el apoyo de la Confederación General del Trabajo (CGT) conducida por Saúl Ubaldini (Southwell, 2007:10-11; Tenti Fanfani, 2001). En ese sentido es que Roxana Perazza y Martín Legarralde (2008) sostienen que con la vuelta de la democracia, la CTERA se conformó en un actor relevante de la política educativa y en interlocutor reconocido por el Estado nacional en las negociaciones salariales y las demandas por condiciones de trabajo. Pero en este escenario marcado por la crisis económica y la deslegitimación política, el gobierno radical no accionó para enfrentar estas medidas de fuerza gremiales ni sus demandas (Southwell, 2013b: 1). A principios de 1989 hubo una fuerte especulación contra el austral con la compra y fuga masiva de dólares, generando un vaciamiento de las arcas del Banco Central y la suspensión de los créditos externos en marzo (Forcinito & Tolón Estarelles, 2009). Sourrouille fue remplazado por Juan C. Pugliese. Con muy poco margen de acción, un rebrote inflacionario dio lugar a una ola de saqueos que el gobierno intentó controlar declarando el estado de sitio y promoviendo un nuevo cambio en la conducción económica. Cuando asumió Jesús Rodríguez como Ministro de Economía el deterioro de las condiciones económicas y políticas era evidente. El estallido de la crisis hiperinflacionaria -la inflación era del 3000% (Nahón, 2010)- mostraba la incapacidad del gobierno para controlar la situación, como síntoma de la profundización del debilitamiento del Estado frente a los grupos económicos nacionales y extranjeros. El 14 de mayo de 1989 se realizaron las elecciones presidenciales y la fórmula integrada por Carlos Saúl Menem y Eduardo Luis Duhalde triunfó con la propuestade llevar adelante una revolución productiva y un «salariazo» (Galasso, 2005: 13). Aunque el traspaso del poder estaba programado para diciembre de ese mismo año, ante la caótica situación económico-social Raúl Alfonsín adelantó siete meses la entrega de poder y renunció el 8 de julio de 1989. En este inestable escenario, el ex gobernador de la Provincia de La Rioja dio un enfático discurso inaugural centrado en la crisis que azotaba al país. Entre las fuertes sentencias que formuló, sostuvo que la Argentina estaba rota, que recibía «una brasa ardiendo entre las manos» y que toda la ciudadanía estaba al tanto de que el país atravesaba «una crisis dolorosa y larga. La peor. La más profunda. La más terminal. La más terrible de todas las crisis de las cuales tengamos memoria. Por eso, esta crisis no es una excusa. Esta crisis es una oportunidad. Esta crisis es un desafío» (Menem, 1989: 18-20). Karina Forcinito y Gaspar Tolón Estarelles (2009) sostienen que la crítica situación en la que se encontraba el país le permitió a Carlos Menem condicionar la asunción anticipada del poder al apoyo legislativo de la Unión Cívica Radical y así contar con la mayoría necesaria para profundizar la reforma neoliberal. En el mismo sentido, Sabina Frederic (2004) explica que la década de 1990 se abrió con una percepción generalizada de la crisis y que ante la continuidad de esta amenaza el gobierno entrante «desplegó una evaluación que justificaría moralmente reformas abruptas de la economía, la política, el Partido Peronista y de la sociedad» (2004:57). Una vez en la Casa Rosada, los primeros pasos del gobierno entrante fueron la sanción de dos leyes fundamentales para la creación del marco jurídico de las transformaciones que se buscaban impulsar: la Ley de Reforma del Estado, que habilitaba la privatización de empresas públicas a partir de los Decretos de Necesidad y Urgencia, y la Ley de Emergencia Económica, que determinaba la suspensión de los subsidios, subvenciones y del «compre nacional», así como la liberalización de las inversiones extranjeras (Galasso, 2005; 15-16). Cecila Nahón (2010) advierte que ambas normas fueron aprobadas en el Congreso de la Nación por la Unión Cívica Radical y el Partido Justicialista, las dos fuerzas mayoritarias de la época. Sobre este sorpresivo giro hacia un programa político-económico en sintonía con los intereses imperialistas y atento a los imperativos del Consenso de Washington, las autoras Carla Del Cueto y Mariana Luzzi señalan que «la hiperinflación representó un episodio traumático que dio origen a fuertes demandas de estabilidad, a la vez que posibilitó en buena medida la existencia de una mayor disposición por parte de la ciudadanía para aceptar medidas drásticas para resolver la crisis» (Del Cueto & Luzzi, 2008: 22). Asimismo, Marcelo Gómez, en un estudio sobre la crisis y la respuesta estatal a la acción colectiva, sostiene que al iniciarse la gestión de Carlos Saúl Menem «los costos en términos de recesión y empobrecimiento fueron imputados a la crisis del modelo “estatista inflacionario” anterior, reforzando el consenso sobre la urgencia, necesidad y profundidad de las reformas» (Gómez, 2006: 94). Es importante señalar que las privatizaciones de empresas públicas -y el recorte de personal previo para volverlas más atractivas para su venta- generaron una recomposición de los ingresos públicos y el ingreso de divisas, dos condiciones necesarias para implementar la Ley de Convertibilidad. Esta normativa, también sancionada por el Congreso de la Nación en abril de 1991, estableció la paridad entre el dólar y el peso argentino, respaldada por las reservas del Banco Central de la República Argentina. En poco tiempo se logró estabilizar los precios y la inflación pasó del 2300% al 25%, inundando la economía de dólares (Nahón, 2010). Al año siguiente, Argentina firmó el Plan Brady para regularizar los pasivos externos que estaban en default. La conjunción de estos dos planes habilitaron «el inicio del muy pronunciado endeudamiento externo durante la década de 1990» (Nahón, 2010: 122). Estas directivas gubernamentales tuvieron un alto grado de articulación (Nahón, 2010) y fueron conceptualizadas por Hugo Nochteff en términos de «“shock” institucional neoliberal» (Nochteff, 2001: 1). Al analizar el paquete de medidas económicas y político- institucionales implementadas en la década de 1990 indica, en primer lugar, que las directivas económicas establecieron el régimen de paridad cambiaria fija, la liberalización del comercio y de los flujos de capital, la desregulación total o parcial de la mayor parte de los mercados y sectores de actividad para dar lugar a una economía de libre mercado. Aunque el equipo económico logró controlar la inflación recién en 1991, la tendencia del crecimiento fue cada vez menor, la dependencia del sector externo fue en aumento y la tasa de desempleo y subempleo escalaron varios puntos. Más aún, aquellas personas que lograron conservar su trabajo, lo hicieron en condiciones precarias. Asimismo empeoró la distribución del ingreso y la pobreza trepó hasta alcanzar al 27% de la población. También se observó un crecimiento del 136% de la deuda externa, una fuerte re-primarización de la estructura productiva y del comercio exterior, en estrecha relación con el sesgo importador de la política comercial. En segundo lugar, Nochteff considera que se dio un proceso de concentración jerárquica en el Poder Ejecutivo Nacional y un debilitamiento de los mecanismos de control a partir de la recurrencia a los Decretos de Necesidad y Urgencia, a la mayoría con aliados en el Poder Legislativo Nacional, a la subordinación de la Corte Suprema de Justicia y a la sanción de las ya mencionadas leyes de emergencia.5 En la misma línea que Hugo Nochteff, Fabián Bosoer y Santiago Leiras (1999) sostienen que las presidencias de Carlos Menem (Argentina, 19891999), Boris Yeltsin (Rusia, 19912000) y Alberto Fujimori (Perú, 19902000) comparten el mismo modelo político ejecutivista cuya legitimidad es democrática y surgida en situaciones de derrumbe, convertida en argumento de salvataje y refundación del Estado. Estas experiencias políticas modificaron la Constitución para que contuviera «la nueva razón de Estado» . Asimismo, reforzaron los poderes presidenciales a partir del principal uso de los decretos de necesidad y urgencia, avasallaron a sus parlamentos y descalificaron a otras expresiones del pluralismo político, establecieron la reelección presidencial y no lograron resolver el problema de la sucesión (1999: 2). Esta interpretación del menemismo como un proyecto caracterizado por su presidencialismo y concentración del poder político en el ejecutivo, será revisada a lo largo de esta investigación atendiendo a lo relevado en las publicaciones del diario Clarín sobre las estrategias que se emplearon para tomar las decisiones en materia educativa en estos años. Estas profundas transformaciones impulsadas por el Gobierno Nacional encontraron un gran apoyo de la fuerza sindical nucleada en la CGT San Martín, 5 Hugo Nochteff señala un tercer elemento referido a la reducción de la protección del individuo frente al Estado con correlato en la fragmentación social y la pobreza, la potestad policial para detener ante una supuesta actitud sospechosa, la supresión de la proporcionalidad de las penas y la reducción de los derechos sociales. conformada por menemistas y dialoguistas (Gómez, 2009). Sin embargo, también generaron fuertes resistencias y con aquellos sectores que se posicionaban en contra del modelo como los restos del ubaldinismo «que habían jaqueado al gobierno radical, principalmente los docentes, los transportistas,parte de los estatales y los sindicatos de las primeras empresas estatales a privatizar- se practicó un nítido no reconocimiento activo, evitando caer en formas represivas o persecutorias manifiestas» (Gómez, 2006: 95). Sobre esto Julián Gindin señala que «la ofensiva de Menem contra la propia base social del Partido Justicialista, por el que había sido electo, provoca la primera escisión de la CGT ante un gobierno peronista». La CGT Azopardo se constituyó en el sector confrontador y a su interior la CTERA fue de los sindicatos más combativos. Sin embargo, el autor señala que esta CGT no tuvo larga vida y que los sindicatos más moderados se encaminaron a la reunificación de la confederación de trabajadores (Gindin, 2008; Gómez, 2009). Resta mencionar que en estos años «la CTERA se posicionó políticamente como un sindicato fuertemente opositor» aunque en el plano estrictamente gremial «mantuvo negociaciones con la gestión ministerial, acordando el desarrollo de políticas específicas y obteniendo el control (o parte de él) sobre recursos reclamados por la organización» (Perazza & Legarralde, 2008: 16 y 18). Sobre esto, es pertinente resaltar que la negociación es constitutiva de la lógica gremial y que aún acordando en ciertos puntos es posible conformarse en un sindicato opositor. Además, en este trabajo se priorizarán las definiciones contextuales de los actores y la dinámica de sus comportamientos en este escenario más que las lecturas posteriores sobre la acción gremial. A lo largo de los diez años del gobierno de Carlos Saúl Menem, su «revolución conservadora» (Wainfeld, 2013) logró que el neoliberalismo se impusiera en todas las esferas de la sociedad y lo público cayó bajo la crítica demoledora del pensamiento único (Thwaites Rey, 2010) dando lugar a transformaciones institucionales, económicas, sociales y culturales. El sistema educativo nacional no fue la excepción (Morduchowicz, 2006). Esta investigación es un intento por atender al proceso por el cual «este ciclo de reestructuración de la economía y del sector público implicó un cambio significativo de las relaciones de poder entre los distintos actores sociales y sus representaciones colectivas» (Fischer-Bollin, 2008:5) y que dio lugar a una modificación sustantiva del sistema educativo (Southwell, 2013a). Hasta aquí se ha repasado la bibliografía académica sobre la situación política, económica y educativa durante la dictadura cívico-militar, el alfonsinismo y los primeros años del menemismo, con el propósito de acercarse a conocer los antecedentes y algunos análisis sobre el escenario en el que se desarrolló la controversia que esta investigación se propone estudiar, así como la intervención de algunos de los actores que tuvieron injerencia en la misma. Para reconstruir el mapa de la polémica en torno al sistema educativo en los años previos a la sanción de la Ley Federal de Educación N° 24.195, se presenta a continuación el desenlace del debate siguiendo los movimientos de los actores políticos, mediáticos, expertos y sindicales quienes actuaron y disputaron con argumentos, valoraciones, reflexiones y preocupaciones sobre la educación. Respetando sus discursos y acciones, se intentará complejizar el análisis retomando, matizando o discutiendo con una selección de las investigaciones sobresalientes sobre este período. Es importante advertir que algunos de estos trabajos fueron desarrollados por reconocidos expertos en educación que, además, intervinieron en el debate educativo que aquí nos ocupa como funcionarios públicos en ejercicio. En todos los casos, esto estará explicitado en el cuerpo del trabajo.6 Los ejes y los actores que participaron en la construcción de la controversia 6 Como se verá a lo largo el informe, María Inés de Vollmer, Inés Aguerrondo, Susana Decibe y Norberto Fernández Lamarra se desempeñaron en estos años como funcionarios públicos y en simultáneo o posteriormente publicaron análisis académicos sobre este período que también fueron recuperados en esta investigación. El interrogante que se planteó esta investigación refiere a cómo se fue construyendo y qué significados tuvo, en los albores de la década de 1990, la idea de crisis educativa. Para acercarse a resolver este interrogante se relevó un escenario público específico en el que circularon las voces y se visibilizaron los movimientos de los actores políticos, mediáticos, expertos y sindicales: las publicaciones del diario Clarín. También se recurrió a los discursos inaugurales del Presidente y el Ministro de Educación de la Nación y a los comunicados de las dos entidades gremiales con alcance nacional. Al rastrear esta controversia principal en las ediciones del periódico, para ver los entrecruzamientos en un espacio de la arena pública, se notó que el debate por la situación educativa se estructuró en relación a varios ejes. Sin embargo, se ponderaron cuatro de estas polémicas como dimensiones analíticas de este estudio por la centralidad que tuvieron en los discursos y en las acciones de los actores influyentes y, por lo tanto, como canales para aproximarse a conocer la antesala de la reforma educativa de 1993. En otros términos, lo que se abordará a continuación refiere a qué se debatió y con qué argumentos, para cartografiar cómo esta polémica derivó en la sanción de una norma orientada a transformar el sistema educativo y que superara la crisis que éste padecía. El primer elemento se instaló al conocerse la pretensión del Gobierno Nacional de llevar adelante la descentralización del sistema educativo a través de la transferencia de los servicios escolares nacionales hacia las provincias. Esta iniciativa generó gran polémica por sus posibles implicancias sobre las jerarquías y los salarios docentes, así como por la unidad del sistema y la capacidad de los Estados Provinciales para financiar a las instituciones y los cargos docentes. En segundo lugar, en un escenario marcado por la inflación, la inestabilidad económica, el ajuste fiscal y el programa de reforma del Estado, la discusión salarial ocupó a los actores en un conflicto marcado por una doble tensión: las medidas de fuerza para reclamar por la actualización de las remuneraciones y el cumplimiento de los 180 días de clases. Asimismo, este asunto resulta central porque derivó en un debate sobre el monto, la distribución y la composición de la inversión educativa. El tercer eje que estructuró la controversia principal se vinculó con las urgencias en materia económica y social que llevaron al Gobierno Nacional y al Gobierno de la Provincia de Buenos, entre otros, a declarar el estado de emergencia educativa. En este punto, la distancia entre las disposiciones nacionales y las de la provincia echa luz sobre los ejes precedentes y permiten visibilizar con claridad cuál era la perspectiva educativa del equipo nacional. Por último, la implementación de una profunda transformación del sistema educativo anunciada desde el inicio de la gestión menemista generó gran polémica y promovió la intervención de diversos actores para definir los alcances y el contenido de la nueva ley de educación. En este informe, la sanción de esta norma es concebida como el cierre parcial de la controversia principal estudiada porque hacia ella se encaminaba la política gubernamental como estrategia para paliar la crisis y porque logró movilizar a los demás actores en el mismo sentido. A continuación se desarrollan estos cuatro ejes que ordenaron el debate y las posiciones de los actores con injerencia en el mismo, con el objetivo de cartografiar cómo la situación de la educación adquirió relevancia, así como identificar las interpretaciones de esta problemática y las propuestas para reordenar el sistema.Resta mencionar que en los cuatro capítulos se optó por establecer agrupamientos meramente analíticos de los posicionamientos de quienes intervinieron en el debate educativo con el propósito de presentar con claridad la cronología de los movimientos y los pormenores de la polémica. Esto no significa que durante el debate se hayan formado alianzas o que se hayan constituido grupos entre quienes forman parte de estas divisiones para el análisis. Capítulo 1. La transferencia: federalización, provincialización y privatización En este apartado se presentarán los argumentos y acciones desarrolladas por los actores políticos, mediáticos, expertos y sindicales desde julio de 1989 en adelante, sobre la transferencia de los servicios educativos desde la órbita del Estado Nacional hacia los Estados Provinciales. Antes de iniciar el despliegue de esta controversia, resulta pertinente describir algunas características del sistema educativo nacional, las reglas y los dispositivos que conformaron los marcos de la acción de quienes intervinieron en este debate. Alejandra Candia (2004) indica que el ordenamiento del sistema político influye en la configuración del sistema educativo. Así, en un país federal coexisten las áreas de competencia del Estado Nacional y de los Estados Provinciales que lo componen. En el caso argentino, «las bases legales que rigen la educación nacional están determinadas en la Constitución Nacional y en las provinciales, en las leyes nacionales y provinciales, así como en los decretos y resoluciones de uno u otro nivel» (Candia, 2004: 182). En el mismo sentido, Silvia Novick de Senén González (2001) afirma que el sistema educativo argentino ha sido desde la organización del Estado Nacional una responsabilidad conjunta de ambos niveles. Esta doble concurrencia de competencias y facultades aseguró la extensión de cobertura del servicio educativo, pero generó dificultades tales como una ineficiencia al momento de distribuir los recursos económicos, la aplicación de diversos modos de gestionar escuelas similares e importantes diferencias salariales entre los docentes que ejercían los mismos cargos (Morduchowicz, 2006). En la década de 1960, estos inconvenientes se combinaron con una explosión de la demanda que recibió la red escolar en todos los niveles y modalidades y con la incapacidad de las reformas implementadas para responder a los múltiples cambios sociales (Southwell, 2007). Entonces, se hizo evidente la necesidad de transformar el sistema educativo y se promovieron varios intentos de descentralización del sistema educativo (Braslavsky, 1981; Álvarez, 2010). En un trabajo sobre la experiencia nacional, Daniel Filmus (1997) sostiene que el resultado del proceso de descentralización en función de mejorar la calidad de los servicios educativos depende, entre otros, de dos factores principales: la lógica política que prevalezca en los procesos y la capacidad del Estado nacional, de las jurisdicciones y de las instituciones escolares de asumir los nuevos roles que este proceso demanda. Atendiendo al primero de estos factores, indica que las lógicas pueden ser economicistas -que enfatizan en la necesidad de la reducción del gasto público-, tecnocráticas -para controlar y hacer más eficiente el proceso de toma de decisiones eliminando las burocracias intermedias-, pedagógicas -orientadas a mejorar la calidad adaptando el proceso de enseñanza aprendizaje a la realidad local- y democrático-participativas -para dar mayor autonomía de decisión y recursos a las jurisdicciones menores con la idea de que con más cuotas de poder, se comprometerá más a la comunidad-. En relación al segundo eje considerado por Daniel Filmus resulta conveniente recuperar lo que establece Alejandro Morduchowicz (2002) para aquellos países que parten de escenarios marcados por las diferencias regionales. El autor señala que este tipo de medidas pueden acentuar esas desigualdades entre las zonas más avanzadas y las más rezagadas, ya que las capacidades tributarias dispares podrían determinar diferentes prestaciones de recursos para el sector. Agrega que la provisión local de la educación ha sido extensamente debatida en distintas disciplinas y que, en términos económicos, el eje problemático es el conflicto que se suscita entre la eficiencia y la equidad. El autor señala que si la centralización educativa se sustenta en su capacidad de imprimir mayor equidad, la descentralización educativa lo hace sobre su capacidad de imprimir mayor eficiencia (Morduchowicz, 2002). En definitiva, la definición de la estructura centralizada o no de las funciones y responsabilidades de los distintos niveles gubernamentales en la prestación del servicio educativo dependerá, principalmente, de los problemas que se busquen resolver cuya selección «conlleva la elaboración explícita o implícita de un diagnóstico de la crisis educativa, de una determinada función social de la educación y de un concepto del papel del Estado respecto del proceso educativo» (Filmus, 1997:18). Es por ello que a continuación se intentará presentar qué definiciones y, por ende, qué salidas promovieron los actores que se agenciaron en este debate en torno a la descentralización del sistema educativo en los albores de la década de 1990. Los lineamientos Para iniciar este recorrido se optó por retomar algunos pasajes del discurso inaugural del presidente Carlos Saúl Menem pronunciado ante la Honorable Asamblea Legislativa el día 8 de julio de 1989, por su carácter de hecho político en el que se fijaron las líneas de acción del nuevo gobierno. En esa oportunidad, el nuevo mandatario sostuvo que su gestión se conduciría por la causa de la justicia social y del federalismo, y que por ello consideraba fundamental iniciar la descentralización administrativa. Así, expresó que «todo aquello que puedan hacer por sí solos los particulares no lo hará el Estado nacional. Todo aquello que puedan hacer las provincias autónomamente no lo hará el Estado nacional» (Menem, 1989:18). Bajo esta premisa general, el 2 de agosto de ese mismo año ante los miembros del Consejo Federal de Educación, el entrante Ministro de Educación y Justicia, Antonio Francisco Salonia, definió puntillosamente en qué estado recibía al sistema educativo y cuáles eran las principales directivas para abordar los asuntos de esta cartera. Con la presencia de los ministros provinciales y del municipio de la Ciudad de Buenos Aires, sostuvo que ante un sistema en agonía la principal tarea era reconocer «las culpas del inveterado centralismo y de la burocracia ineficiente». Además sentenció que los distintos sectores políticos y sociales aceptaban el grave estado en el que se encontraba la educación nacional como «consecuencia de la aguda y prolongada crisis global que vive la Nación (…) agravada por razones estructurales que le son propias, por cuanto surgen del mismo modelo educativo que le sirve de base, agotado desde hace varias décadas» (Salonia, 1989: 29-30). Asimismo, Antonio Salonia realizó una serie de señalamientos sobre el estado de situación de la educación. En primer lugar, mencionó que la desconexión entre las jurisdicciones, los niveles y las modalidades de enseñanza habían conducido a un accionar contradictorio del sistema. También, formuló que el funcionamiento de la educación se regía, principalmente, con criterios y requerimientos burocráticos, y no tanto por las necesidades del proceso de enseñanza-aprendizaje o por las aspiraciones de sus agentes. En tercer lugar expresó que era notoria la ausencia de políticas dirigidas hacia el sector más vulnerable de la población, dando lugar a una profundización de la desigualdad de oportunidades
Compartir