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INTRODUCCIÓN Las infecciones de las vías urinarias (IVU) siguen en frecuencia a las del aparato respiratorio. Se estima que más del 50% de las mujeres sufren al menos un episodio de IVU a lo largo de su vida. En el niño y en el varón adulto joven, tanto la bacteriuria como la infección sintomática son muy raras. A partir de los 50 años, la prevalencia de IVU en los varones aumenta paulatinamente en relación con patología prostática o la práctica de exploraciones urológicas. En la mujer, la prevalencia de IVU pasa del 1% en la edad escolar al 5% a los 20 años, coincidiendo con el inicio de las relaciones sexuales y los embarazos. A partir de esta edad sigue en aumento a razón del 1%-2% por cada década de vida, de modo que a los 70 años el 20% de las mujeres y el 10% de los varones tienen bacteriuria asintomática. En ancianos de ambos sexos afectos de una enfermedad debilitante crónica, ingresados en centros geriátricos u hospitalizados, la prevalencia de bacteriuria supera el 25% de la población. La IVU puede localizarse en la uretra (uretritis), la vejiga (cistitis), la próstata (prostatitis) o el riñón (pielonefritis). La uretritis se describe en el capítulo 311, Infecciones de transmisión sexual. Con independencia de su localización, la IVU se considera com- plicada en presencia de cualquiera de los siguientes factores: clínica de más de 7 días de evolución, embarazo, diabetes, insuficiencia renal, inmunodepresión importante o existencia de una anomalía funcional o anatómica de las vías urinarias. CISTITIS Y PIELONEFRITIS Concepto y patogenia En condiciones normales la orina y las vías urinarias son estériles. Sólo la uretra distal está colonizada por flora cutánea y/o vaginal constituida por Staphylococcus coagulasa-negativa, difteroides, estreptococos del grupo viridans y Lactobacillus. Ocasionalmente, y de forma transitoria, puede encontrarse un escaso número de Escherichia coli o de otras enterobacterias. La mayoría de los episodios de IVU se preceden de la colonización periuretral significativa por estos microorganismos. Varios factores capaces de reducir la población de Lactobacillus de la flora vaginal temporal o permanentemente, tales como el empleo de cremas espermicidas que contienen nonoxinol 9, el tratamiento con antibióticos y la falta de estrógenos en la mujer posmenopáusica, facilitan la aparición de E. coli en la flora vaginal. En el varón, la falta de circuncisión, el coito anal y, ocasionalmente, el coito con una mujer colonizada por una cepa de E. coli uropatógena pueden originar la colonización de la uretra distal. Proteus mirabilis, Klebsiella pneu- moniae y Staphylococcus saprophyticus poseen asimismo mecanismos específicos de fijación al urotelio. A partir del meato urinario los microorganismos pueden ascender a la vejiga. La uretra femenina es corta y el paso de microorganismos al interior de la vejiga es probablemente un fenómeno frecuente, en especial durante el coito. En cambio, en el varón, la mayor longitud de la uretra y la presencia de una sal de cinc con actividad antibacte- riana, secretada por la próstata normal, evita el ascenso espontáneo de microorganismos a través de la uretra. En el varón, la cistitis obedece con frecuencia a la manipulación instrumental de la uretra o a la exis- tencia de una prostatitis crónica o de una anomalía urológica anatómica o funcional. Una vez los microorganismos han alcanzado la vejiga, el pos- terior desarrollo de infección está en relación con la densidad de población bacteriana presente en la orina y los factores de virulencia del microorganismo (especialmente, con su capacidad de adherirse al urotelio). Determinados serogrupos de E. coli (clones uropató- genos) están provistos de prolongaciones de naturaleza proteica conocidas como «fimbrias» o pili. Los pili de tipo 1 median la unión del microorganismo a las uroplaquinas a través de la adhesina FimH situada en el extremo distal de los pili. Las uroplaquinas son gluco- proteínas manosiladas que recubren la superficie luminal de las células en paraguas de la capa superficial del urotelio. Junto con las tigh junctions y un polisacárido sulfatado (glucosaminoglucano) que tapiza el urotelio, mantienen impermeable la pared vesical. Klebsiella, Enterobacter y Citrobacter spp. emplean, asimismo, la adhesina FimH para fijarse al urotelio. La unión de los pili con las uroplaquinas induce el reordenamiento de los filamentos de actina del citoesqueleto y la internalización del microorganismo. Las cepas de E. coli que expresan en su superficie fimbrias de tipo I se observan con mayor frecuencia en pacientes con IVU no complicada que en aquellos con IVU complicada o con bacteriuria asintomática. En el citoplasma de las células uroteliales, E. coli puede adoptar una dinámica de creci- miento semejante a la observada en biopelículas, con aparición de comunidades bacterianas intracelulares que conducen a la apoptosis y descamación celular y, eventualmente, a la formación de reservorios intracelulares quiescentes compuestos de 4 a 10 bacterias que no se replican y pueden permanecer viables durante meses, ocasionando infecciones recurrentes y bacteriuria asintomática. Las fimbrias o pili de tipo P reconocen residuos D-galactosa- D-galactosa que forman parte del complejo antigénico del grupo sanguíneo P de los hematíes. El antígeno P se encuentra sobre todo en la pelvis renal. La mayoría de E. coli uropatógenos que causan pielonefritis expresan fimbrias tanto de tipo 1 como de tipo P. El mecanismo de defensa de la vejiga más eficaz es la dilución de la población bacteriana por efecto del flujo urinario y la eliminación periódica de las bacterias con cada micción. El efecto dilucional del flujo urinario es elevado cuando el volumen de orina vesical es pequeño, pero disminuye rápidamente a medida que este aumenta. En condiciones normales, el vaciado completo de la vejiga con cada micción elimina los microorganismos que han penetrado en ella. Si, por el contrario, después de la micción queda un residuo de orina, la presencia de microorganismos se autoperpetúa, el efecto beneficioso de la dilución disminuye o desaparece y, en pocas horas, la densidad de bacterias en la orina alcanza el umbral crítico, por encima del cual se produce la invasión de la mucosa vesical. El valor de este umbral varía en función de la adherencia de la cepa y de la presencia de otros factores de virulencia como la producción de aerobactina, hemolisina o el factor de necrosis citotóxica, entre otros. Los mecanismos intrínsecos de defensa de la mucosa probablemente desempeñan un papel poco importante. La proteína de Tamm-Hors- fall, por su alto contenido en manosa, fija y elimina bacterias con fimbrias de tipo 1. La glucosuria originada por los inhibidores de la SGLT2 (cotransporte sodio-glucosa 2) aumenta ligeramente el riesgo de padecer infección urinaria. Desde la vejiga los microorganismos pueden alcanzar la pelvis renal vehiculizados por la existencia de reflujo vesicoureteral o por su propia movilidad (Proteus spp.). La endotoxina de los bacilos gramnegativos disminuye el peristaltismo ureteral y favorece la aparición de reflujo. La osmolaridad elevada, el pH ácido, la hiperamoniemia y el escaso flujo sanguíneo característicos de la médula renal dificultan la actividad de los leucocitos y permiten el desarrollo de infección (pielonefritis) con inóculos bacterianos muy bajos. Con menor frecuencia, los microorganismos alcanzan el riñón por vía hematógena. La infección estafilocócica (absceso renal o perirrenal), la tuberculosis, la infección por Salmonella spp. y la mayoría de las infecciones por Candida spp. obedecen a la diseminación hematógena del microorganismo. Durante el embarazo disminuye el peristaltismo de los uréteres, y tanto estos como la pelvis renal sufren una dilatación acentuada que no se normaliza hasta 2 meses después del parto. Infecciones de las vías urinarias Descargado para Anonymous User(n/a) en National Autonomous University of Mexico de ClinicalKey.es por Elsevier en junio 11, 2020. Para uso personal exclusivamente. No se permiten otros usos sin autorización. Copyright ©2020. Elsevier Inc. Todos los derechos reservados. https://booksmedicos.org S E C C IÓ N V I 883 CAPÍTULO 105 Infecciones de las vías urinarias © E ls ev ie r. Fo to co pi ar s in a ut or iz ac ió n es u n de lit o. Aproximadamente el 5% de las mujeres normales están predis- puestas a sufrir IVU, debido a que durante períodos prolongados tienen colonización del meato urinario por E. coli. La prevalencia de bacteriuria asintomática en este colectivo es de alrededor del 75%. En el curso de 1 año, un tercio de estas mujeres presenta clínica de infección urinaria, otro tercio persiste con bacteriuria asintomática, el tercio restante negativiza el urocultivo y en un número similar de mujeres, inicialmente negativas, el urocultivo se positiviza. Durante el embarazo, la mayoría de las mujeres con bacteriuria intermitente asintomática pasan a tener bacteriuria continua desde los primeros meses. El 30% de estas pacientes sufre pielonefritis aguda, en particular durante el tercer trimestre de gestación. A partir de los 65 años, la prevalencia de la incontinencia urinaria, del cistocele y/o la retención posmiccional explican la elevada tasa de bacteriuria observada a estas edades. Etiología E. coli es el microorganismo causal de más del 80% de las IVU no complicadas. Le siguen en orden de frecuencia otras enterobacterias (Proteus mirabilis y Klebsiella pneumoniae) y S. saprophyticus. P. mirabilis es particularmente frecuente en niños varones no circuncidados, debido a que coloniza el saco prepucial. S. saprophyticus causa cerca del 10% de los episodios de cistitis en mujeres de 15 a 25 años, especialmente durante el verano. Estreptococos del grupo B pueden causar IVU en mujeres embarazadas y en neonatos. La infección urinaria complicada está producida por E. coli en el 50% de los casos. El resto se debe a otras enterobacterias, Pseudomonas aeruginosa o Enterococcus spp. La IVU es polimicrobiana en cerca del 5% de los casos, especialmente en pacientes con vejiga neurógena, sonda vesical o fístula vesicorrectal o vesicovaginal, entre otras causas. Corynebacterium urealyticum y Proteus spp. producen una ureasa que descompone la urea en amonio. La orina se alcaliniza, disminuye la solubilidad de los fosfatos cálcico y magnésico y ambos pueden cris- talizar y originar cálculos de fosfato cálcico (apatita) y fosfato amónico- magnésico (estruvita). La estruvita es el componente predominante de las incrustaciones que se forman en la superficie de la sonda vesical y raramente en la mucosa vesical (cistitis incrustada por C. urealyticum). S. saprophyticus, K. pneumoniae y, en menor grado, Providencia, Mor- ganella y P. aeruginosa pueden producir ureasa. Aunque los virus rara vez causan cistitis, puede observarse viruria asintomática en el curso de muchas infecciones víricas. Ciertos sero- tipos de adenovirus (particularmente el tipo 11) se han implicado en casos de cistitis hemorrágica epidémica en niños y en receptores de un trasplante alogénico de progenitores hematopoyéticos. CMV y poliomavirus BK pueden producir cistitis en pacientes con sida u otros estados de inmunodepresión grave. La presencia de Candida spp. en la orina suele observarse en pacientes diabéticos y/o portadores de una sonda vesical permanente y habitualmente indica colonización simple. La infección ascendente por Candida spp. es excepcional en ausencia de obstrucción. La inva- sión del parénquima renal suele producirse por vía hematógena en el curso de un episodio de candidemia o de infección sistémica. En estos casos, la infección es bilateral y cursa con la formación de múltiples microabscesos. Anatomía patológica La cistitis es, por regla general, una inflamación superficial de la pared vesical, caracterizada por la aparición de un infiltrado inflamatorio, edema e hiperemia de la mucosa. Si la infección progresa, pueden aparecer hemorragias focales o difusas y exudado purulento. En la pielonefritis se observa un infiltrado inflamatorio con predo- minio de leucocitos polimorfonucleares, generalmente localizado en un lóbulo renal. Si existe obstrucción ureteral puede afectarse todo el riñón y, en pocos días, la acción conjunta de infección e hidronefrosis puede originar una lesión irreversible del parénquima renal. En los primeros años de vida, la infección asociada a reflujo vesicoureteral y/o intrarrenal puede originar cicatrices con pérdida de grosor de la corteza renal, deformación de los cálices y deterioro progresivo de la fun- ción renal. Con el nombre de nefritis bacteriana aguda focal se designa una forma de pielonefritis aguda que cursa con una intensa respuesta inflamatoria local, ocasionalmente con formación de microabscesos. Probablemente se trata de una fase flemonosa previa al desarrollo de un absceso intrarrenal. Eventualmente, la rotura de un microabsceso cortical, a través de la cápsula renal, extiende la infección a la grasa de la celda renal y origina un absceso perinefrítico. En pacientes con diabetes, uropatía obstructiva o nefritis intersticial (secundaria al abuso de analgésicos, hipopotasemia, hiperuricemia o enfermedad vascular), la infección puede originar isquemia y necrosis de las papilas renales. Cuadro clínico La cistitis se caracteriza por la aparición de disuria, polaquiuria y micción urgente (síndrome miccional irritativo o síndrome cistítico). Con menor frecuencia se observa incontinencia, tenesmo y dolor suprapúbico, que puede aumentar con la micción (estranguria). La fiebre y otras manifestaciones sistémicas son muy raras. Su aparición indica la existencia de pielonefritis o de prostatitis. La orina puede ser maloliente y turbia y ocasionalmente puede haber hematuria macros- cópica (cistitis hemorrágica). La pielonefritis suele comenzar de forma súbita con fiebre elevada, escalofríos y afección del estado general. La distensión de la cápsula renal origina dolor en la fosa lumbar, a veces con náuseas y vómitos. El dolor puede irradiar al flanco, a la fosa ilíaca del mismo lado o al epigastrio. La percusión de la fosa lumbar y la palpación bimanual suelen ser dolorosas. El cuadro puede acompañarse o ir precedido en 1 o 2 días de un síndrome cistítico. En pacientes ancianos la infec- ción puede cursar con incontinencia urinaria, dolor abdominal vago, confusión, disminución de movilidad, caídas al suelo y deterioro de la función renal. En pacientes con vejiga neurógena por lesión medular o esclerosis múltiple la infección puede debutar con un aumento de la espasticidad muscular. Cerca del 20% de los pacientes con pielonefritis aguda presentan bacteriemia y en torno al 5% sufren shock séptico. En el paciente diabético la pielonefritis puede complicarse con el desarrollo de necrosis papilar o necrosis del parénquima renal y formación de gas (pielone- fritis enfisematosa descrita más adelante). La necrosis de una o varias papilas renales puede causar hematuria, obstrucción ureteral con dolor semejante al de un cólico nefrítico y deterioro de la función renal. Diagnóstico El diagnóstico de cistitis es clínico. Puede confirmarse por la existen- cia de leucocituria. Se dispone de tiras reactivas que revelan la presencia de esterasa leucocitaria y permiten detectar la leucocituria a la cabecera del enfermo con una sensibilidad y especificidad en torno al 90%. En el laboratorio puede realizarse un recuento de leucocitos en una cámara cuentaglóbulos o un examen del sedimento de una muestra de orina. Con la primera técnica, el 95% de las pacientes con cistitis tienen más de 10 leucocitos/mL de orina. El examen del sedimento es una prueba menos precisa pero más fácil de realizar. Se consideran patológicos los recuentos superiores a ocho leucocitos por campo. La presencia de cilindros leucocitarios indica que lainfección se localiza en el parénquima renal. La leucocituria no es específica de IVU, puede observarse en la nefritis intersticial, la necrosis papilar, la poliquistosis renal, la urolitiasis, los tumores del urotelio, la tuberculosis renal, la cis- titis no bacteriana (cistitis intersticial, por radioterapia o ciclofosfamida o por presencia de un cuerpo extraño) y la esquistosomiasis, entre otros procesos. La contaminación de la orina con exudado procedente de una vaginitis, cervicitis, uretritis o balanitis produce un falso incremento del número de leucocitos en orina. La ausencia de leucocituria hace improbable el diagnóstico de infección urinaria, aunque no lo excluye. La infección en el paciente con neutropenia u obstrucción ureteral completa, la infección de un quiste renal y el absceso renal o perine- frítico de origen hematógeno pueden cursar sin leucocituria. En orina que se ha mantenido refrigerada durante varias horas, especialmente si es alcalina, los leucocitos pueden dañarse y el recuento (pero no la esterasa leucocitaria) puede alterarse. Existen tiras reactivas que revelan la existencia de bacteriuria mediante la detección de la presencia de nitritos en la orina. La mayo- ría de los patógenos urinarios, con excepción de Enterococcus spp., S. saprophyticus, P. aeruginosa y Candida spp., reducen los nitratos de los Descargado para Anonymous User (n/a) en National Autonomous University of Mexico de ClinicalKey.es por Elsevier en junio 11, 2020. Para uso personal exclusivamente. No se permiten otros usos sin autorización. Copyright ©2020. Elsevier Inc. Todos los derechos reservados. https://booksmedicos.org 884 SECCIÓN VI Nefrología alimentos a nitritos. Para que el resultado sea positivo es necesario que la orina haya permanecido más de 2 h en presencia de un número mayor a 104 unidades formadoras de colonias (UFC)/mL del microorganismo. La prueba es específica (superior al 90%), pero poco sensible (50%), especialmente si la densidad de microorganismos es baja o el tiempo de permanencia de la orina en la vejiga ha sido corto. Eventualmente puede resultar de utilidad la determinación del pH de una muestra de orina recién emitida. Un valor igual o mayor de 7 sugiere que el microor- ganismo presente en la orina es uno de los agentes productores de ureasa. El urocultivo permite identificar el microorganismo causal y practicar un antibiograma. Durante la micción, la orina puede con- taminarse con microorganismos de la uretra distal. Para minimizar la contaminación, el urocultivo se realiza con una muestra de orina de la segunda mitad de la micción. La orina es un buen medio de cultivo para la mayoría de las enterobacterias y a temperatura ambiente el número puede doblarse cada 30 min. Si no es posible realizar la siembra en el curso de las 2 h siguientes a la micción, la orina debe mantenerse refrigerada a unos 4 °C (temperatura a la que puede permanecer 24 h sin que el número de bacterias se modifique signi- ficativamente). El resultado del cultivo se expresa como el número de UFC por mL de orina. Cada colonia corresponde a una bacteria de la orina original. En pacientes con síndrome cistítico y leucoci- turia se considera significativo el hallazgo de un microorganismo en cultivo puro en recuentos iguales o superiores a 103 UFC/mL. En la pielonefritis, el microorganismo causal se aísla en recuentos iguales o superiores a 105 UFC/mL en más del 80% de los casos. En el paciente asintomático, el urocultivo se realiza con una muestra de orina de la primera micción de la mañana. En estas condiciones, un recuento igual o superior a 105 UFC/mL en la mujer corresponde, en el 80% de los casos, a una bacteriuria verdadera o significativa. El aislamiento del mismo microorganismo en un segundo cultivo eleva a un 95% la probabilidad de bacteriuria significativa. En el varón es menos probable que la orina se contamine durante la micción y un recuento único igual o superior a 104 UFC/mL debe considerarse significativo. El aislamiento de más de un microorganismo, incluso con recuentos iguales o superiores a 105 UFC/mL, suele indicar contaminación, en particular si la paciente está asintomática, no tiene leucocituria o no lleva una sonda vesical. Si la muestra de orina se obtiene por punción suprapúbica o por sondaje vesical, un recuento igual o superior a 102 UFC/mL se considera indicativo de bacteriuria. No es necesario practicar urocultivo ante un episodio aislado de cistitis no complicada. El urocultivo está indicado en caso de persis- tencia o recurrencia de la clínica, en la cistitis complicada y en toda pielonefritis, sea complicada o no. En caso de pielonefritis complicada deben practicarse hemocultivos y análisis generales que incluyan hemo- grama y determinaciones de creatinina sérica y proteína C reactiva o procalcitonina. En el paciente con pielonefritis aguda, la existencia de criterios de sepsis o shock séptico, la aparición de hematuria macroscópica, la presencia de una masa renal a la exploración física y la persistencia del dolor o la fiebre al tercer o cuarto día de tratamiento antibiótico apropiado indican la práctica de una ecografía renal o de una uro-TC, con objeto de descartar la existencia de obstrucción, necrosis papilar, pielonefritis enfisematosa o absceso intrarrenal o perinefrítico. La TC con contraste es más sensible que la ecografía para identificar abs- cesos menores de 2 cm de diámetro y para el diagnóstico de la nefritis bacteriana aguda focal. La RM no ofrece ventajas a la TC excepto si se desea evitar la administración de contraste. La sospecha de litiasis y la infección en el paciente diabético son asimismo indicación de estudio radiológico (radiografía simple o TC) o ecográfico renal. A partir de las 6-8 semanas de un episodio de IVU complicada, recurrente, en el varón o causada por microorganismos productores de ureasa, ha de considerarse el estudio de la vía urinaria mediante eco- grafía renovesical o uro-TC y eventualmente con una cistografía retró- grada, para descartar la existencia de retención posmiccional, reflujo vesicoureteral, malformaciones congénitas, litiasis o cicatrices renales. Diagnóstico diferencial Si la paciente presenta urgencia miccional, incontinencia y polaquiuria, es muy probable que tenga una cistitis. El problema diagnóstico se plantea cuando el síntoma principal o único es la disuria con leuco- cituria. En el varón, el diagnóstico diferencial debe incluir la uretritis y la prostatitis. La presencia de descarga uretral sugiere el diagnóstico de uretritis. Las pruebas para confirmar el diagnóstico de prostatitis se describen en el apartado dedicado a esta entidad. La disuria en la mujer puede proceder de una cistitis, una uretritis o cervicitis (gonocócica por Chlamydia trachomatis, Mycoplasma genitalium o herpesvirus) o una vulvovaginitis (por Candida, Trichomonas o vaginosis bacteriana). Debe considerarse el diagnóstico de uretritis si se trata de una paciente joven con disuria de aparición solapada o de más de 1 semana de duración y si existe el antecedente de cambio reciente de pareja sexual o esta sufrió uretritis. Las pacientes con vaginitis suelen presentar flujo, dis- pareunia y escozor en los labios. El diagnóstico se confirma mediante un examen ginecológico. El diagnóstico de pielonefritis aguda no plantea dificultades si la paciente presenta fiebre, dolor en la fosa lumbar y síndrome cistítico. El problema surge, especialmente en el paciente anciano, cuando faltan uno o más de estos datos o el dolor irradia o predomina en epigastrio, hipocondrio o fosa ilíaca. La pielonefritis del riñón derecho puede confundirse con una colecistitis o una apendicitis y la del izquierdo, con una diverticulitis. Cuando el síntoma predominante es el dolor lumbar y la fiebre falta o es poco importante, el cuadro puede confundirse con un cólico nefrítico, con un infarto renal o con una hemorragia intraquística en el paciente con poliquistosis renal. En elvarón la pros- tatitis es la causa más frecuente de infección urinaria con fiebre. En la figura 105-1 se ofrece un esquema del diagnóstico y tratamiento del paciente con disuria y/o síndrome miccional irritativo. Tratamiento Cistitis El antibiótico de elección para el tratamiento empírico de la cistitis debe ser activo frente a E. coli y ha de eliminarse en forma activa por la orina. En España la tasa de resistencias de las cepas de E. coli aisladas en muestras de orina es del 40% frente a amoxicilina y cotrimoxazol, del 30% para las fluoroquinolonas y del 20% frente a cefalosporinas de primera y segunda generación. Cerca del 10% de las cepas de E. coli y hasta un 20% de K. pneumoniae inactivan las cefalosporinas de tercera generación mediante la producción de β-lactamasas de espec- tro extendido (BLEE) o de cefamicinasas. A menudo estas cepas son además resistentes a cotrimoxazol, quinolonas y aminoglucósidos debido a la presencia de plásmidos que codifican otros mecanismos de resistencia. La prevalencia de cepas productoras de BLEE es significati- vamente mayor en pacientes que han recibido tratamiento antibiótico o han estado ingresados en un hospital en los últimos 3 meses y en los procedentes de una residencia geriátrica. Fosfomicina, nitrofurantoína y colistina son activas frente > 95% de las cepas de E. coli, incluyendo las resistentes a cefalosporinas de tercera generación. Nitrofurantoína no es activa frente a Proteus spp. ni P. aeruginosa. La actividad de fos- fomicina frente a S. saprophyticus, estreptococos y especialmente frente a Enterococcus spp. es variable y tanto fosfomicina como nitrofuran- toína muestran tasas de resistencia en Klebsiella spp. cercanas al 30%. Sin embargo, en el tratamiento de la cistitis, las tasas de resistencia in vitro no se corresponden necesariamente con porcentajes similares de fracasos terapéuticos, entre otras razones porque la concentración en orina de la mayoría de los antibióticos puede superar la CIM de las bacterias consideradas resistentes. El tratamiento empírico inicial de un episodio de cistitis no com- plicada puede hacerse con: fosfomicina trometamol 3 g en dosis única o nitrofurantoína 100 mg/12 h durante 5 días. Si la paciente no ha reci- bido tratamiento antibiótico en los últimos 3 meses, puede emplearse una cefalosporina oral de tercera generación (cefixima o cefditoreno 200 mg/12-24 h) o una fluoroquinolona (ciprofloxacino 500 mg/12 h o levofloxacino 500 mg/24 h) durante 3-5 días. No es aconsejable el empleo de amoxicilina-clavulánico en la mujer porque aumenta el riesgo de reinfección, probablemente debido a su actividad frente a Lac- tobacillus de la flora vaginal. En cistitis complicadas puede emplearse el mismo tratamiento antibiótico empírico inicial, ajustándolo después al resultado del urocultivo/antibiograma y manteniéndolo durante 7 días. Si la evolución es favorable, la sintomatología desaparece en 24-48 h. En caso de persistencia de la disuria, debe practicarse un Descargado para Anonymous User (n/a) en National Autonomous University of Mexico de ClinicalKey.es por Elsevier en junio 11, 2020. Para uso personal exclusivamente. No se permiten otros usos sin autorización. Copyright ©2020. Elsevier Inc. Todos los derechos reservados. https://booksmedicos.org S E C C IÓ N V I 885 CAPÍTULO 105 Infecciones de las vías urinarias © E ls ev ie r. Fo to co pi ar s in a ut or iz ac ió n es u n de lit o. urocultivo con antibiograma y, en la mujer sexualmente activa, ha de considerarse la práctica de pruebas de amplificación de ácidos nucleicos para detección de N. gonorrhoeae, C. trachomatis o M. genitalium en una muestra de orina del inicio de la micción o en un frotis cervical. En espera de los resultados puede prescribirse tratamiento sintomático con fenazopiridina 200 mg/12 h o un AINE. En caso de disuria y piuria persistentes, con cultivos negativos, hay que considerar la práctica de una cistoscopia y el cultivo de varias muestras de orina en medio para aislamiento de micobacterias. Bacteriuria asintomática La mayoría de pacientes con bacteriuria asintomática no requieren tratamiento, salvo en caso de niños menores de 5 años con reflujo vesicoureteral, mujeres embarazadas, pacientes neutropénicos y pacien- tes a los que se ha de realizar litotripsia extracorpórea o una explora- ción endoscópica o quirúrgica de la vía urinaria. La bacteriuria por microorganismos productores de ureasa (Proteus spp., C. urealyticum) comporta cierto riesgo de desarrollo de litiasis, por lo que es necesario vigilar su evolución y, en su caso, tratarla. El tratamiento antibiótico se elige de acuerdo con la sensibilidad del microorganismo causal y se mantiene durante 7 días. En el primer trimestre de embarazo debe evitarse el uso de nitrofurantoína y cotrimoxazol. Puede emplearse un β-lactámico o fosfomicina. Finalizado el tratamiento han de realizarse controles mensuales hasta el parto y, si la bacteriuria recurre en más de una ocasión, puede optarse por una pauta de profilaxis con cefalexina o nitrofurantoína. En litotripsia y en la endoscopia o cirugía de la vía urinaria, con riesgo de sangrado de la mucosa, la profilaxis puede iniciarse 12 h antes del procedimiento. Pielonefritis La pielonefritis no complicada puede tratarse en régimen domiciliario con una cefalosporina de tercera generación administrada por vía oral (cefixima o cefditoreno 200-400 mg/12 h). Sin embargo, es aconsejable administrar la primera dosis de cefalosporina por vía parenteral (cef- triaxona 1 g i.v.). En pacientes alérgicas a los β-lactámicos, el trata- miento puede iniciarse con un aminoglucósido administrado en dosis única diaria durante 2-3 días, seguido de una fluoroquinolona o de cotrimoxazol administrados por vía oral, si el urocultivo confirma la sensibilidad a estos antimicrobianos. En nuestro medio no es acon- sejable el empleo de fluoroquinolonas como pauta de tratamiento empírico de la pielonefritis, por la elevada tasa de resistencia en E. coli. La infección complicada debe tratarse en el hospital, al menos durante las primeras 24-72 h, hasta disponer del resultado del urocultivo y confirmar que la evolución es favorable. El tratamiento puede hacerse con una cefalosporina de tercera generación administrada por vía parenteral (ceftriaxona o cefotaxima), un aminoglucósido o aztreonam (ambos de elección en caso de alergia anafiláctica a los β-lactámicos). En presencia de factores de riesgo de infección por enterobacterias productoras de BLEE mencionados antes, la cefalosporina puede sustituirse por ertapenem 1 g/24 h i.v. u otro carbapenem. En caso de sepsis grave o shock séptico el tratamiento empírico debe iniciarse con un carbapenem (imipenem o meropenem) o con ceftazidima- avibactam, en monoterapia o preferiblemente asociados a amikacina. Si la evolución es favorable, en el plazo de 3-5 días se normaliza la temperatura y la proteína C reactiva desciende a menos de la mitad del valor inicial. Cuando se dispone del resultado del urocultivo, el tratamiento puede seguirse por vía oral hasta completar 7-10 días con un antibiótico elegido de acuerdo con el resultado del antibiograma. Puede emplearse una cefalosporina, una fluoroquinolona (ciproflo- xacino 500 mg/12 h o levofloxacino 500 mg/24 h) o cotrimoxazol (160-800 mg/12 h) por vía oral. La persistencia de la fiebre a las 72 h de tratamiento o la agravación clínica en cualquier momento antes, puede deberse a: a) infección por un microorganismo resistente al antibiótico administrado; b) existencia de una colección supurada (absceso, quiste infectado u obstrucción ureteral con pionefrosis); c) existencia de necrosis del parénquima Figura - Algoritmo diagnóstico y tratamiento propuesto en el paciente con disuria y/o síndrome miccional irritativo. 1Dolor lumbar o dolor perineal y/o próstata dolorosa al tacto. 2Véase el diagnóstico diferencial clínico en el texto. 3Los nitritos son negativosen caso de: a) bacteriuria por microorganismos que no reducen los nitratos (Enterococcus, S. saprophyticus, Pseudomonas o Candida); b) bacteriuria por una enterobacteria con densidad de población < 104 UFC/mL y/o tiempo de permanencia de la orina en la vejiga < 2 h; c) orina estéril en una cistitis intersticial, rádica o por ciclofosfamida, y d) uretritis o cervicitis por ETS. ETS: enfermedad de transmisión sexual; PCR: proteína C reactiva; PCT: procalcitonina; PSA: antígeno prostático específico. Descargado para Anonymous User (n/a) en National Autonomous University of Mexico de ClinicalKey.es por Elsevier en junio 11, 2020. Para uso personal exclusivamente. No se permiten otros usos sin autorización. Copyright ©2020. Elsevier Inc. Todos los derechos reservados. https://booksmedicos.org 886 SECCIÓN VI Nefrología renal con aparición de gas (pielonefritis enfisematosa), y d) entidades como la necrosis papilar y la nefritis bacteriana aguda focal que a menudo responden lentamente al tratamiento antibiótico apropiado. El tratamiento de la pionefrosis requiere la colocación inmediata de un tubo de nefrostomía y/o la desobstrucción mediante la colocación de un catéter ureteral de doble J. El tratamiento del absceso y de la pielonefritis enfisematosa se describe más adelante. La candiduria asintomática no requiere tratamiento salvo en el paciente neutropénico o cuando ha de realizarse endoscopia u otra intervención sobre la vía urinaria. Si es posible debe retirarse la son- da vesical. La cistitis puede tratarse con fluconazol 200 mg/día y la pielonefritis, con 200 mg/12 h. En caso de infección por C. glabrata resistente a fluconazol puede emplearse flucitosina 100 mg/día para tratamiento de la cistitis y una equinocandina o una formulación lipídica de anfotericina B, en caso de pielonefritis. La existencia de una pelota de hongos en la pelvis renal requiere la extracción quirúrgica o endoscópica bajo tratamiento con fluconazol 400 mg/día. Pronóstico y profilaxis Si la evolución es favorable, no es necesario realizar un urocultivo para confirmar la desaparición de la bacteriuria después de un episodio de IVU no complicada. La recurrencia de una infección urinaria puede deberse a una reci- diva o a una reinfección. Las recidivas son la causa del 10% de las recu- rrencias. Por lo general ocurren en el curso de las 2 semanas siguientes a la aparente curación y se producen a partir de microorganismos que han persistido desde el primer episodio, porque el antibiótico o la duración del tratamiento no fueron adecuados o porque se encuen- tran en el seno de una biopelícula (sobre una cicatriz renal, litiasis o prostatitis crónica) o en el citoplasma de células del urotelio vesical (reservorios intracelulares quiescentes). Cerca del 90% de las recurrencias se deben a reinfecciones produci- das por el mismo o por un nuevo microorganismo. La reinfección es más frecuente en la mujer y es fácil de reconocer cuando el microor- ganismo es distinto del inicial. En la mujer joven y sana, la mayoría de las reinfecciones se deben a la persistencia de colonización periuretral por una cepa de E. coli uropatógeno y no pueden diferenciarse de una recidiva. En cambio, en la mujer posmenopáusica, la reinfección obedece a menudo a la existencia de obstrucción uretral asociada a prolapso vesicouterino, a la existencia de incontinencia urinaria o, raramente, a la presencia de reflujo vesicoureteral o de un divertículo de gran tamaño. El denominador común de varios de estos procesos es la retención de orina posmiccional. La ecografía y el sondaje vesical realizados después de una micción espontánea permiten detectar y cuantificar la importancia de la retención. El tratamiento de las recurrencias se hace con un antibiótico elegido de acuerdo con el resultado del antibiograma, dando preferencia a las fluoroquinolonas y al cotrimoxazol, por su espectro antibacteria- no selectivo frente a bacilos gramnegativos y mayor eficacia sobre la población bacteriana que crece en biopelículas. En caso de recidiva, el tratamiento debe prolongarse 2 semanas en la mujer y hasta 4 semanas en el varón, por la posible existencia de un reservorio prostático. Las reinfecciones se tratan como un episodio agudo. Si el número de reinfecciones sintomáticas es superior a tres al año o existe riesgo de infección grave (diabetes con antecedentes de pielone- fritis enfisematosa, inmunodepresión importante, trasplante renal reciente) o riesgo de deterioro de la función renal (obstrucción ureteral, nefropatía intersticial, reflujo vesicoureteral en el niño) debe conside- rarse la prescripción de profilaxis antibiótica. Puede indicarse la toma diaria, antes de acostarse, de cualquiera de las siguientes pautas: 250 mg de cefalexina, medio comprimido de cotrimoxazol (40 mg de trimeto- prim con 200 de sulfametoxazol), 100 mg de trimetoprim, 200 mg de norfloxacino o fosfomicina-trometamol de 3 g cada 7-10 días, durante períodos de 6-8 meses o durante tiempo indefinido en caso de vejiga neurógena o anomalía anatómica no corregible. Si las reinfecciones tienen relación con la actividad sexual, puede recomendarse la toma, después del coito, de una dosis de cualquiera de los antimicrobianos mencionados. En la paciente embarazada puede utilizarse cefalexina o fosfomicina. Si la tasa de reinfecciones es baja (hasta 3 episodios al año) puede recomendarse el autotratamiento precoz. Es razonable aconsejar a la mujer con infección urinaria recurrente que orine a menudo (la ingesta abundante de líquidos asegura una micción frecuente), también después del coito, aunque no se ha confirmado que estos hábitos influyan de forma significativa en la tasa de reinfecciones. El pH ácido confiere a la orina actividad antibacteriana al aumentar la fracción no ionizada de diversos ácidos orgánicos. Entre estos se encuentra el ácido hipúrico y la metenamina. Las sales de metenamina, a un pH urinario de 5,5, se hidrolizan y tienen efecto bacteriostático. Pueden ser la única alternativa en pautas de profilaxis de la infección por microor- ganismos con resistencia a múltiples antibióticos. La ingesta de zumo de arándanos puede elevar la concentración urinaria de ácido hipúrico. Además, los arándanos contienen fructosa y proantocianidina. La fructosa puede recubrir las fimbrias de tipo 1 y la proantocianidina las fimbrias de tipo P de E. coli, para reducir la adherencia a los correspondientes receptores. Los resultados de los estudios clínicos publicados no son concluyentes respecto a la eficacia profiláctica de la ingesta diaria de zumo o de extractos de arándanos. En la mujer posmenopáusica con signos de atrofia urogenital, la aplicación tópica intravaginal de estradiol disminuye la frecuencia de recurrencias. La paciente con infección recurrente debe evitar el empleo de cremas espermicidas como método anticonceptivo. INFECCIÓN URINARIA EN SITUACIONES ESPECIALES Infección urinaria en el paciente con sonda vesical permanente La incidencia de bacteriuria después de un sondaje vesical oscila entre menos del 1% en mujeres jóvenes y sanas y el 20% en gestantes en el últi- mo trimestre del embarazo. Si se utiliza una sonda permanente, conectada a un sistema cerrado, la incidencia de bacteriuria aumenta en cerca del 5% por día de sondaje, de forma que, a la segunda o la tercera semana de sondaje permanente, prácticamente todos los pacientes tienen bacteriuria producida por microorganismos que suelen hallarse incluidos en una biopelícula que recubre tanto la luz como la superficie externa de la sonda. Los microorganismos aislados con mayor frecuencia son enterobacterias, bacilos gramnegativos no fermentadores (especialmente P. aeruginosa), Enterococcus spp. y Candida spp. La aparición de fiebre, hipotensión, deterioro del estado general y/o desorientación, con aumento de reactantes de fase aguda, en un paciente portador de sonda vesical permanente, sugiere la posibilidad de infección relacionada conla sonda. Puede tratarse de una pielonefritis, una prostatitis, un episodio de bacteriemia aislada originada por el decúbito o el roce de la sonda en la uretra o, más rara- mente, de un absceso uretral. El tratamiento antibiótico empírico inicial debe ser activo frente a enterobacterias, P. aeruginosa y Enterococcus spp. Según la gravedad del caso y los antibióticos que el paciente haya recibido previamente, puede utilizarse piperacilina-tazobactam o la asociación de meropenem o ceftazidima-avibactam con un glucopéptido, linezolid o daptomicina. Tras el inicio del tratamiento antibiótico debe procederse al cambio de la sonda. El síndrome de la bolsa de la orina púrpura es un proceso benigno, que se observa raramente en pacientes sondados, particularmente en mujeres con estreñimiento. La flora colónica convierte el triptófano en indol que se absorbe y se elimina con la orina en forma de indoxil sulfato. Bacterias como Proteus, Providencia y Klebsiella pueden pro- ducir enzimas que a partir del indoxil originan índigo e indirrubina, azul y rojo respectivamente y tiñen la orina. La profilaxis de la IVU en pacientes con sonda vesical permanente incluye: a) la colocación de un equipo estéril con la máxima asepsia posible; b) el lavado de las manos cada vez que deba manipularse la sonda; c) mantener el drenaje cerrado y la sonda permeable; d) fijar el catéter para evitar traumatismos del cuello vesical o la uretra originados por la tracción del balón o la sonda; e) evitar las irrigaciones a través de la sonda; f ) mantener siempre la bolsa de drenaje por debajo del nivel de la vejiga; g) no cambiar la sonda, excepto en caso de obstruc- ción, y h) mantener una ingesta abundante de líquidos. Si el paciente vacía espontáneamente la vejiga, es preferible sustituir la sonda por un colector. La administración de un antibiótico con fines profilácticos en pacientes con sonda vesical permanente no evita la aparición de bacte- Descargado para Anonymous User (n/a) en National Autonomous University of Mexico de ClinicalKey.es por Elsevier en junio 11, 2020. Para uso personal exclusivamente. No se permiten otros usos sin autorización. Copyright ©2020. Elsevier Inc. Todos los derechos reservados. https://booksmedicos.org S E C C IÓ N V I 887 CAPÍTULO 105 Infecciones de las vías urinarias © E ls ev ie r. Fo to co pi ar s in a ut or iz ac ió n es u n de lit o. riuria. La profilaxis con antibióticos puede considerarse en las siguientes circunstancias: a) cuando se prevé un sondaje breve (de menos de 7-10 días) y el desarrollo de bacteriuria entrañe algún riesgo; b) cuando se procede a cambiar la sonda del paciente con sondaje permanente que sufre inmunodepresión importante, y c) cuando la bacteriuria persiste en el paciente a las 48 h de haber retirado una sonda vesical. Infección urinaria en la poliquistosis renal La IVU es frecuente en pacientes con poliquistosis renal. Puede producirse incluso en fases avanzadas, después del trasplante renal, sobre un riñón no funcionante. Puede tratarse de una pielonefritis o de la infección de un quiste, primaria o secundaria a la pielonefritis. El diagnóstico de infección de un quiste y la identificación del quiste infectado es a menudo difícil. La ecografía, la TC o la RM no son concluyentes en la distinción entre infección y hemorragia intraquística. La gammagrafía con galio o indio y la PET-TC identifican mejor la presencia de inflamación. Generalmente, los quistes mayores de 2 cm no se hallan en comunicación con la vía urinaria y en ausencia de pielonefritis el urocultivo suele ser negativo. El tratamiento de la infección de quistes mayores de 3-5 cm requiere el empleo de antibióticos con baja fijación proteica, administrados por vía i.v. a dosis altas. El tratamiento antibiótico se mantiene 2 semanas en caso de pielonefritis y entre 4 y 6 semanas en caso de infección de un quiste. Si la fiebre persiste a pesar del tratamiento, el microorganismo es sensible al antibiótico utilizado y se ha descartado la existencia de obstrucción, ha de plantearse el drenaje quirúrgico o por punción percutánea. Cistitis y pielonefritis enfisematosas Eventualmente, la infección de las vías urinarias puede cursar con la aparición de gas en la vejiga (cistitis enfisematosa), la pelvis renal (pielitis enfisematosa) o el parénquima renal con posible extensión al tejido perirrenal (pielonefritis enfisematosa). La infección enfisematosa suele observarse en pacientes diabéticos mal controlados, especialmente en mujeres mayores de 60 años, y a menudo coexiste con la presencia de litiasis renal y/o necrosis papilar. El microorganismo causal es E. coli u otras enterobacterias y raramente Candida spp. Se trata de microor- ganismos anaerobios facultativos que, en presencia de concentraciones elevadas de glucosa y/o cierto grado de isquemia, crecen en un entorno de bajo potencial redox tisular, incompatible con la vida celular. El resultado es la aparición de gas (CO2, H) y la necrosis del parénquima renal. La presentación clínica corresponde a una pielonefritis grave. El diagnóstico se establece al observar la presencia de gas en una placa simple o una TC abdominal. El tratamiento de la cistitis y la pielitis enfisematosa se limita al empleo de antibióticos. El tratamiento de la pielonefritis incluye el desbridamiento o drenaje del tejido necrótico. Si la necrosis renal está localizada puede considerarse el drenaje por punción percutánea con un tubo de nefrostomía. El tratamiento anti- biótico se mantiene un tiempo mínimo de 4 semanas. La necrosis renal extensa, la presencia de gas en la celda renal y la falta de respuesta al drenaje por punción, son indicación de nefrectomía urgente. Pielonefritis xantogranulomatosa Se trata de una forma rara de pielonefritis, de evolución crónica y de etiología infecciosa, en la que el parénquima renal es reemplazado por microabscesos y granulomas con macrófagos cargados de lípidos que les confieren aspecto espumoso. Probablemente se debe a la existencia de un defecto de la actividad de los macrófagos para eliminar bacterias. Suele ser unilateral y puede afectar a parte o la totalidad del riñón e invadir la grasa perirrenal con formación de trayectos fistulosos. Se observa con mayor frecuencia en mujeres de mediana edad. Las manifestaciones clínicas incluyen: afección del estado general, con ano- rexia, astenia, pérdida de peso, fiebre, generalmente moderada y de curso irregular y molestias en la fosa lumbar de varios meses de evolución. Menos de la mitad de los pacientes tienen o han tenido episodios recu- rrentes de cistitis. Puede palparse una masa sensible en la fosa lumbar. La VSG está muy acelerada y puede existir anemia, leucocitosis, colestasis disociada y leucocituria. En el examen citológico de la orina pueden observarse células con aspecto espumoso que contienen lípi- dos. El urocultivo suele ser positivo. E. coli y Proteus mirabilis son los microorganismos aislados con mayor frecuencia. La radiografía simple de abdomen muestra imágenes de litiasis en el 80% de los pacientes, generalmente de aspecto coraliforme. La ecografía y la TC o la RM abdominales orientan el diagnóstico, aunque a veces, la imagen no puede diferenciarse de la originada por un tumor. El tratamiento consiste en la administración de antibióticos y la nefrectomía total o parcial. Malacoplaquia Se denomina malacoplaquia a una reacción inflamatoria crónica, carac- terizada por la aparición de grandes histiocitos con pequeñas esférulas intra- y extracitoplasmáticas, PAS positivas, conocidas como cuerpos de Michaelis-Gutmann, que probablemente se deben a la existencia de algún defecto en la actividad antibacteriana de los macrófagos. La lesión afecta a las vías urinarias, especialmente a la vejiga, pero puede encon- trarse en otros órganos. Se manifiesta por la aparición de un síndrome cistítico, hematuria y bacteriuria generalmente con E. coli. Por cistos- copia pueden observarsenódulos o placas de aspecto amarillento en la mucosa vesical. Si las lesiones progresan, pueden obstruir el uréter. En los exámenes radiológicos, la afección del parénquima renal puede simular una tumoración. Debe instaurarse tratamiento antibiótico prolongado y si la lesión es extensa y no mejora, es necesaria la extirpación quirúrgica. Absceso intrarrenal y perinefrítico El desarrollo de un absceso intrarrenal o perinefrítico es una com- plicación poco frecuente de la pielonefritis aguda que se observa espe- cialmente en el paciente con diabetes, litiasis o poliquistosis renal. Otra posibilidad es el origen metastásico por diseminación hematógena. En el primer caso, el microorganismo causal suele ser E. coli u otra enterobacteria y el absceso puede localizarse tanto en la corteza como en la médula renal, y en el segundo, el microorganismo más frecuente es S. aureus y el absceso suele localizarse en la corteza renal. Desde el punto de vista clínico el absceso puede manifestarse como una pielonefritis aguda que no responde al tratamiento antibiótico o como un síndrome febril de varias semanas de evolución con escasa clíni- ca local, debido a su localización profunda. Eventualmente, la aparición de una masa dolorosa en la región lumbar o de una psoítis sugiere el diagnóstico. Cuando el absceso es de origen hematógeno, a menudo no existe leucocituria y el urocultivo es negativo porque no hay comunica- ción con la vía urinaria. El diagnóstico se establece con una uro-TC o una ecografía abdominal. El tratamiento incluye el drenaje, quirúrgico o percutáneo, si el absceso es mayor de 3-5 cm. Las colecciones menores de 3 cm pueden resolverse con tratamiento antibiótico sin drenaje. BIBLIOGRAFÍA ESPECIAL de Cueto M, Aliaga L, Alós Jl, Canut A, Los-Arcos I, Martínez JA, et al. Exe- cutive summary of the diagnosis and treatment of urinary tract infection: Guidelines of the Spanish Society of Clinical Microbiology and Infectious Diseases (SEIMC). Enferm Infecc Microbiol Clin 2017;35:314-20. Gupta K, Grigoryan L, Trautner B. Urinary Tract Infection. Ann Intern Med 2017;167:ITC49-ITC64. Gupta K, Hooton TM, Naber KG, Wullt B, Colgan R, Miller LG, et al. International Clinical Practice Guidelines for the Treatment of Acute Uncomplicated Cystitis and Pyelonephritis in Women: A 2010 Update by the Infectious Diseases Society of America and the European Society for Microbiology and Infectious Diseases. Clin Infect Dis 2011;52: 103-20. Johnson JR, Russo TA. Acute Pyelonephritis in Adults. N Engl J Med 2018;378:48-59. Wise GJ, Schlegel PN. Sterile Pyuria. N Engl J Med 2015;372:1048-54. PROSTATITIS Concepto La inflamación de la glándula prostática o prostatitis se clasifica en tres categorías de acuerdo con la forma de presentación clínica y la etiología del proceso: a) prostatitis aguda bacteriana; b) prostatitis crónica bacteriana, y c) síndrome de dolor pélvico crónico (o prostati- tis crónica no bacteriana). La prostatitis aguda bacteriana representa en Descargado para Anonymous User (n/a) en National Autonomous University of Mexico de ClinicalKey.es por Elsevier en junio 11, 2020. Para uso personal exclusivamente. No se permiten otros usos sin autorización. Copyright ©2020. Elsevier Inc. Todos los derechos reservados. https://booksmedicos.org 888 SECCIÓN VI Nefrología torno al 1% de los casos de prostatitis, la forma crónica entre un 5% y un 10% y el 90% restante corresponde a casos de dolor pélvico crónico. Etiopatogenia La prostatitis bacteriana, tanto aguda como crónica, suele deberse a infección por bacilos gramnegativos (BGN), en particular por E. coli, seguido en orden de frecuencia por otras enterobacterias (Klebsiella spp., Proteus spp.) y por Pseudomonas aeruginosa. Enterococcus y S. aureus causan menos del 10% de los casos. Excepcionalmente la infección se debe a N. gonorrhoeae, T. vaginalis, C. trachomatis, U. urealyticum, M. genitalium, M. tuberculosis, Cryptococcus (especialmente en pacientes con sida) o parásitos (Schistosomas). Los microorganismos pueden alcanzar la próstata con el reflujo de orina infectada a través de los conductos pros- táticos. Puede tratarse de un reflujo primario, o secundario a la presen- cia de una sonda vesical u otra manipulación urológica. Las cepas de E. coli que causan prostatitis poseen fimbrias de tipo P, tienen factores de virulencia y la capacidad de formar biopelícula, con mayor frecuencia que las cepas de la flora colónica. Otra posibilidad es el acceso por vía hematógena, en caso de infección por S. aureus, o por contaminación con flora fecal durante la práctica de una biopsia prostática transrectal, especialmente si el paciente no ha recibido profilaxis antibiótica o esta no es activa frente a E. coli productor de BLEE. En la prostatitis aguda los microorganismos invaden el parénquima prostático; en cambio, en la forma crónica se localizan en la luz de los ácinos y a partir de aquí originan infección recurrente de la vía urinaria. Se desconoce la causa del síndrome de dolor pélvico crónico. Se ha espe- culado sobre la posibilidad de que se trate de un proceso autoinmune, de una reacción inflamatoria originada por el reflujo intraprostático de ácido úrico, de un problema funcional (hipertonía del esfínter externo o disfunción del vaciado vesical) o de una infección por nanobacterias. Algunos datos sugieren la posible participación de microorganismos como Staphylococcus epidermidis y corinebacterias, que pueden crecer y formar biopelículas en la superficie luminal de los conductillos pros- táticos, sobre los cuerpos amiláceos o sobre microlitiasis. Cuadro clínico La prostatitis aguda bacteriana cursa con fiebre elevada, a menudo de comienzo súbito, con escalofríos y afección del estado general. Puede acompañarse de un síndrome miccional irritativo (disuria, polaquiuria, urgencia miccional), síntomas de obstrucción uretral (dificultad al inicio de la micción, pérdida de fuerza del chorro miccional, micción en dos tiempos) y dolor o molestias en la región perineal o suprapúbica, en general discretos. Puede cursar con bacteriemia y, ocasionalmente, con el desarrollo de shock séptico. Al tacto rectal la próstata puede estar aumentada de tamaño y ser dolorosa y más consistente de lo normal. En el examen del sedimento de orina existe leucocituria. El antígeno prostático específico (PSA) aumenta en la mayoría de los casos y persiste elevado durante varias semanas. La prostatitis crónica bacteriana se manifiesta por el desarrollo de infecciones recurrentes de la vía urinaria (cistitis y/o pielonefritis) producidas por el mismo microorganismo. El episodio inicial puede estar relacionado con un sondaje vesical u otro tipo de manipulación urológica. Pocas veces la forma crónica sigue a un episodio de prostatitis aguda. Entre los episodios de infección urinaria, el paciente puede estar asintomático, con o sin bacteriuria, o presentar molestias imprecisas en la pelvis o en la región perineal con cierto grado de disuria. La próstata es normal al tacto y el PSA no suele elevarse. El síndrome de dolor pélvico crónico se observa con mayor frecuen- cia en adultos jóvenes. Cursa con molestias o dolor en la región perineal que puede irradiar hacia el recto, el sacro, los genitales externos o la zona suprapúbica. A menudo existe un síndrome miccional irritativo u obstructivo discretos y, ocasionalmente, hematospermia o molestias con la eyaculación. El paciente permanece asintomático durante largos períodos con fluctuaciones de agravamiento de los síntomas. La prós- tata suele ser normal al tacto y el PSA no se eleva. Diagnóstico El diagnóstico de prostatitis aguda bacteriana debe considerarse ante toda infección urinaria febril en un varón. La detección de leucocituria y la presencia de nitritos en orina tiene un valor predictivo positivo superior al 90%. Si la puño-percusión renal es negativa, es muy proba- ble que el paciente sufra una prostatitis. El tacto prostático, el aumento del PSAy eventualmente una ecografía transrectal pueden confirmar el diagnóstico. La ecografía transrectal puede mostrar una próstata aumentada de tamaño, con zonas heterogéneas. Habitualmente, no existe indicación de practicar una ecografía salvo en caso de que se sos- peche la existencia de un absceso prostático. El microorganismo causal puede identificarse mediante la práctica de urocultivo y hemocultivos. La existencia de una prostatitis crónica bacteriana debe sospecharse en el varón de mediana edad con historia de infección urinaria reci- divante producida por el mismo microorganismo, sin otra anomalía urológica que la justifique. De hecho, la prostatitis crónica es la causa más frecuente de infección urinaria recidivante en el varón adulto. Fuera del episodio agudo, el diagnóstico de localización prostática de la infección puede establecerse mediante la práctica de dos urocultivos, el primero realizado con una muestra del chorro medio de la micción y el segundo, obtenido inmediatamente después, tras haber practicado un masaje prostático durante 1 min, ejerciendo presión sobre la glándula desde la periferia hacia el centro. Otra posibilidad es sustituir el masaje prostático por un cultivo de semen o de orina obtenida inmediatamente después de la obtención del semen. Se considera que el microorganismo aislado procede de la próstata si la densidad de bacterias en la segunda muestra es al menos 10 veces superior a la de la primera. En la práctica, la mayoría de los pacientes pueden tratarse sin realizar esta prueba. La ecografía permite descartar la existencia de retención posmiccional como posible causa de infección urinaria recurrente. En caso de síndrome de dolor pélvico crónico cabe diferenciar dos subcategorías de pacientes según tengan o no inflamación prostática, definida por la presencia de leucocitos en el semen, en la secreción prostática o en la orina obtenida tras el masaje prostático. El urocultivo es repetidamente negativo. Eventualmente puede ser útil la práctica de una ecografía, una flujometría, un estudio urodinámico o una citología de orina, con objeto de excluir otras patologías. Tratamiento El tratamiento empírico inicial de un episodio de prostatitis aguda, si el paciente no tiene criterios de sepsis ni factores de riesgo de infección por bacilos gramnegativos multirresistentes, puede realizarse con una cefalosporina de tercera generación (ceftriaxona o cefotaxima) o, en caso de alergia anafiláctica a la penicilina, con aztreonam o con un aminoglucósido administrado en dosis única diaria. Las siguientes situaciones se asocian con un riesgo significativo de colonización/ infección por bacilos gramnegativos multirresistentes: a) adquisición de la infección en el hospital; b) antecedente de manipulación uro- lógica reciente; c) paciente portador de sonda vesical permanente; d) haber recibido tratamiento antibiótico en los últimos tres meses, y e) antecedente de colonización o infección por una enterobacteria productora de β-lactamasas de espectro extendido. En cualquiera de estas circunstancias el tratamiento puede hacerse con ertapenem o meropenem y, si la infección no es grave, con piperacilina-tazobactam. En caso de sepsis o shock séptico, es necesario emplear meropenem o ceftazidima-avibactam, preferiblemente asociados con un antibiótico activo frente a Enterococcus spp., como daptomicina, linezolid, teico- planina o vancomicina. Si la evolución es favorable, el tratamiento puede seguirse por vía oral con un antibiótico elegido de acuerdo con el resultado del antibiograma, dando preferencia a una fluoroquinolona (ciprofloxacino o levofloxacino) o a cotrimoxazol. Se recomienda man- tener el tratamiento durante 2-4 semanas. Si se produce obstrucción uretral debe colocarse un catéter suprapúbico. En caso de persistencia de la fiebre a pesar de la administración de un antibiótico apropiado, debe descartarse la existencia de un absceso, mediante la práctica de una ecografía o una TC. El absceso intraprostático puede drenarse mediante punción transrectal guiada por ecografía. Finalizado el tratamiento, es recomendable confirmar la erradicación del microorganismo mediante la práctica de urocultivos al cabo de 15 y 30 días. En la prostatitis crónica bacteriana, la elección del antibiótico se realiza de acuerdo con la sensibilidad del microorganismo aislado en el urocultivo y la capacidad de difusión del antibiótico a la secreción pros- tática. Trimetoprim, fluoroquinolonas, doxiciclina, minociclina y fos- Descargado para Anonymous User (n/a) en National Autonomous University of Mexico de ClinicalKey.es por Elsevier en junio 11, 2020. Para uso personal exclusivamente. No se permiten otros usos sin autorización. Copyright ©2020. Elsevier Inc. Todos los derechos reservados. https://booksmedicos.org 889 CAPÍTULO 106 Nefropatía obstructiva y nefropatía del reflujo fomicina, se incluyen entre los antibióticos que penetran mejor al ácino prostático. No obstante, la dificultad para erradicar el microorganismo de la próstata en infecciones crónicas probablemente no depende tan- to de la dificultad de penetración del antibiótico en la secreción como del elevado nivel de resistencia que exhiben las bacterias cuando crecen en el seno de una biopelícula. El tratamiento ha de prolongarse entre 4 y 6 semanas si se prescribe una fluoroquinolona y de 6 a 8 semanas si se utiliza cotrimoxazol. En caso de infección por una enterobacteria resistente a fluoroquinolonas y a cotrimoxazol, si esta es sensible a fos- fomicina con CIM ≤ 4 mg/L, se han obtenido resultados favorables con el empleo de fosfomicina trometamol 3 g/día durante una semana, seguido de 3 g a días alternos durante 6 semanas. Si el tratamiento fracasa, puede optarse por una pauta de antibio- ticoterapia supresiva de larga duración, que puede realizarse con la administración diaria de un comprimido de cotrimoxazol (400/80 mg) o 250 mg de cefalexina o de ciprofloxacino. El tratamiento del síndrome de dolor pélvico crónico debe indi- vidualizarse en función de las molestias predominantes. Inicialmente puede recomendarse un curso de tratamiento antibiótico, preferi- blemente con una fluoroquinolona (levofloxacino o ciprofloxacino) durante 2-4 semanas. Si no se observa mejoría, no está indicado insistir con la administración de nuevos antibióticos. Si existen síntomas obstructivos con residuo posmiccional o un flujo urinario menor de 15 mL/s, puede indicarse un α-bloqueante con objeto de relajar la uretra proximal y evitar el reflujo intraprostático. Los inhibidores de la 5-α-reductasa (finasteride y dutasteride) y los extractos de la planta serenoa repens, administrados durante varios meses, pueden ser útiles en pacientes ancianos con hiperplasia pros- tática benigna. Agentes neuromoduladores como los antidepresivos tricíclicos (amitriptilina), gabapentina y pregabalina y los AINE han obtenido algún beneficio en pacientes en los que predomina la clínica de dolor pélvico. BIBLIOGRAFÍA ESPECIAL Coker TJ, Dierfeldt DM. Acute Bacterial Prostatitis: Diagnosis and Manage- ment. Am Fam Physician 2016;93:114-20. Gill BC, Shoskes DA. Bacterial prostatitis. Curr Opin Infect Dis 2016;29: 86-91. Karaiskos I, Galani L, Sakka V, Gkoufa A, Sopilidis O, Chalikopoulos D, et al. Oral fosfomycin for the treatment of chronic bacterial prostatitis. J Antimicrob Chemother 2019;5:1430-7. Nickel JC, Shoskes DA. Phenotypic approach to the management of the chronic prostatitis/chronic pelvic pain syndrome. BJU Int 2010;106:1252-63. Wagenlehner F, Weidner W, Pilatz A, Naber K. Urinary tract infections and bacterial prostatitis in men. Curr Opin Infect Dis 2014;27:97-101. https://booksmedicos.org Push Button0:
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