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Pizarro - Concepto de Obligacion

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Título: Reflexiones en torno al concepto de obligación y a su objeto en el nuevo Código Civil y Comercial
Autor: Pizarro, Ramón D.
Publicado en: SJA 30/03/2016, 30/03/2016, 1 -
Cita Online: AR/DOC/4143/2016
Sumario: I. El concepto normativo obligación.— II. Réquiem para la obligación natural.— III. El objeto de la
obligación. Caracterización.— IV. Requisitos del objeto
I. EL CONCEPTO NORMATIVO OBLIGACIÓN (1)
El nuevo Código Civil y Comercial define a la obligación, con claro sentido normativo, en su art. 724:
"La obligación es una relación jurídica en virtud de la cual el acreedor tiene el derecho de exigir del deudor
una prestación determinada a satisfacer un interés lícito y, ante el incumplimiento, a obtener forzadamente la
satisfacción de dicho interés" (2).
La norma pone de manifiesto los rasgos más relevantes de la figura:
a) Trasunta adecuadamente los dos aspectos de la relación jurídica obligatoria, el crédito como derecho
subjetivo y la deuda como deber jurídico, armónicos e integralmente considerados (3).
b) Evidencia cuáles son los elementos esenciales o estructurales internos de la obligación (sujetos, objeto y
vínculo) que sumados a la causa (elemento esencial, pero externo) dan plenitud al fenómeno que nos ocupa.
El sujeto activo es el acreedor, aquél que se encuentra jurídicamente facultado y dotado del poder jurídico
pertinente para exigir cumplimiento de la prestación. El sujeto pasivo es el deudor, sobre quien pesa el deber
jurídico de realizar una conducta determinada que procura satisfacer el interés del acreedor, so riesgo de
soportar, en caso de incumplimiento, el poder de agresión patrimonial que el ordenamiento jurídico reconoce a
este último. El objeto (art. 725), conforme habremos de verlo más adelante, está dado por una conducta humana,
susceptible de apreciación pecuniaria, orientada a satisfacer un interés del acreedor no necesariamente
económico. Ambos componentes, conducta humana proyectada e interés forman el objeto de la obligación. El
vínculo jurídico es el elemento no material que liga, une, enlaza a ambos polos de la relación obligatoria, que
posibilita y justifica los múltiples efectos entre ambos que habremos de analizar a lo largo de esta obra.
A estos tres elementos esenciales y estructurales de la obligación, que son los únicos que ésta debe reflejar
en su definición, se les agrega un cuarto, esencial pero externo (y, por ende, no estructural): la causa fuente (art.
726), el presupuesto de hecho creador de la obligación.
c) Remarca la verdadera estructura institucional de la obligación, en la que armónicamente aparecen el
débito y la responsabilidad como tramos de una misma relación obligatoria (4). El fenómeno de responsabilidad
adquiere plena virtualidad a partir del incumplimiento de la prestación y abre las vías al poder de agresión
patrimonial del acreedor sobre el deudor, en procura de alcanzar la satisfacción de su interés por medio de la
actuación ejecutiva de su derecho sobre el patrimonio del obligado (5). El poder efectivo del acreedor de
constreñir al deudor para que cumpla, y su derecho a ejecutar la prestación, aunque sea exterior a la estructura
de la obligación, hace a la esencia misma del concepto. No es posible, por ende, separar el derecho a la
prestación del elemento coactivo, porque este último es el que le otorga plena juridicidad al primero. La
obligación plasma, de tal modo, el derecho subjetivo del acreedor a la ejecución de una norma de
comportamiento debida por el deudor.
De tal modo, ambos aspectos, débito y responsabilidad, constituyen un fenómeno unitario, que requiere la
mutua integración de uno con el otro (6).
Lo señalado permite explicar la desaparición en el nuevo código civil y comercial de las llamadas
obligaciones naturales, que trasuntaban, en su esencia, una pretendida obligación que no confería al acreedor
derecho de exigir la prestación.
d) No pierde de vista la estrecha relación que existe entre la prestación debida por el deudor y el interés
lícito del acreedor que ella tiende a satisfacer. Deber del deudor y derecho del acreedor son, por ende, dos
facetas, anverso y reverso de una misma relación jurídica, que no pueden ser ponderados aisladamente, aunque
sean motivo de frecuente disección con fines didácticos.
II. RÉQUIEM PARA LA OBLIGACIÓN NATURAL
La definición establecida en el art. 724 tiene profundo sentido normativo y desconoce la existencia de las
llamadas obligaciones naturales, que reglaba el código anterior en sus arts. 515 y ss. (7).
Se entendía por obligación natural aquella fundada solamente en el derecho natural y en la equidad que no
confería acción para exigir su cumplimiento pero que una vez cumplidas por el deudor, autorizan para retener lo
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que se ha dado por razón de ella.
El nuevo código señala como rasgo distintivo de la obligación el derecho del acreedor, ante el
incumplimiento del deudor, de obtener forzadamente la satisfacción de su interés. Con lo cual, no puede ser
conceptuada como obligación jurídica una relación carente de exigibilidad (8).
Aprobamos el criterio seguido por el legislador, que niega la pretendida juridicidad de la obligación natural
y que encuentra en ella una mera causa de atribución patrimonial, fruto del cumplimiento de un deber moral,
social o de conciencia (art. 728).
De manera coherente con el concepto de obligación que hemos sustentado, afirmamos que la obligación
acuerda al acreedor derecho subjetivo para exigir al deudor el cumplimiento de una conducta orientada a
satisfacer un interés lícito y, ante el incumplimiento, le otorga la potestad de obtener forzosamente la
satisfacción de dicho interés, sea en especie o por equivalente. Ella está integrada por dos tramos institucionales
—la deuda y la responsabilidad— que aparecen amalgamados inescindiblemente a la hora de configurarla.
Rechazamos, entonces, que pueda hablarse de deuda sin responsabilidad o de responsabilidad sin deuda.
En la llamada obligación natural no existe vínculo jurídico: el acreedor no tiene poder para exigir el
cumplimiento de la prestación y, nos parece, consecuentemente, no pesa sobre el deudor un deber jurídico
calificado de cumplirla, propio de una relación obligatoria.
La falta de acción que caracteriza a la llamada obligación natural constituye un factor que impide que ella
pueda ser considerada como obligación. La obligación, como especie cualificada de relación jurídica
patrimonial, requiere institucionalmente de dicha acción, sin la cual conserva de tal solamente su nombre.
En la obligación natural no existe derecho subjetivo del acreedor y tampoco deber jurídico del deudor.
Obvio es decir que sin ellos no es posible hablar de una obligación.
El acreedor carece totalmente de derecho subjetivo desde una perspectiva sustancial. No tiene poder sobre la
conducta del deudor, ni acción para exigirla ante los organismos jurisdiccionales del Estado, ni para alcanzar un
equivalente.
Tampoco existe estrictamente un deber jurídico en la denominada obligación natural. "¿Qué carácter
jurídico puede concederse a un deber cuando la omisión de su cumplimiento no provoca reacción alguna del
ordenamiento? Lo característico del deber es precisamente esto: que su incumplimiento constituye siempre un
acto jurídico, una infracción del orden que sea, pero infracción al cabo. El ordenamiento reacciona ante la
infracción de alguna manera. Por esto, un deber cuya infracción no produce alteración del orden jurídico, un
deber que impunemente puede dejar de cumplirse, no es un verdadero deber jurídico"(9).
Advertimos, sin embargo, algunas inconsecuencias en el nuevo código, fruto, quizás, de la premura con que
fue sancionado, que para algunos podrían evidenciar resabios de la obligación natural.
En materia de cláusula penal, el art. 803 del nuevo Código reproduce, casi literalmente, el texto del art. 666
del código anterior, y dispone: "Obligación no exigible. La cláusula penal tiene efecto, aunque sea puesta para
asegurar el cumplimientode una obligación que al tiempo de concertar la accesoria no podía exigirse
judicialmente, siempre que no sea reprobada por la ley".
En el régimen anterior se consideraba como hipótesis de aplicación de esta norma, entre otros supuestos, el
de la obligación natural que era reforzada con una cláusula penal.
Nosotros creemos que la norma sólo permite que la cláusula penal garantice el cumplimiento de una
obligación, entendida esta última en los términos del art. 724. Por lo tanto, debe tratarse de una verdadera
obligación. Ello supone que aun no siendo exigible en el momento de contraerse, pueda llegar a serlo en algún
momento, tal lo que sucede con una obligación sujeta a plazo suspensivo o a condición suspensiva. Aunque
ellas no sean exigibles judicialmente al tiempo de contraerse la obligación, pueden ser garantizadas con una
cláusula penal.
En materia de prescripción liberatoria, el art. 2538 dispone que el pago espontáneo de una deuda prescripta
no es repetible.
La norma tiene una redacción equivocada, pues una deuda que está prescripta, queda extinguida (10). Por lo
tanto, quien espontáneamente "paga" la misma, después de operada la prescripción, en verdad no está pagando
obligación alguna (porque ya no hay obligación, esta se ha extinguido). Simplemente cumple con un deber
moral o de conciencia, que sirve de causa final a un acto de atribución patrimonial legítimo, que deviene, por
ende, irrepetible por aplicación del art. 728 (11). Es conclusión lógica del principio de irrepetibilidad de las
liberalidades cuando han sido realizadas conforme a derecho.
III. EL OBJETO DE LA OBLIGACIÓN. CARACTERIZACIÓN
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Diferentes líneas de pensamiento dividen hoy a los autores: por un lado quienes propician que el objeto de la
obligación está dado por el comportamiento debido por el deudor, o sea por la prestación; por otro, aquellos
que, con distintas variantes, buscan emplazarlo en el bien debido, en las cosas que se deben entregar, en las
obligaciones de dar, o en los servicios, en las de hacer. Encontraremos, finalmente, ciertas posturas revisionistas
que, con matices diferenciales, procuran llevar la cuestión a planos más equilibrados y realistas, aglutinando
ambos componentes, aunque con alcances y denominaciones variables.
a) La doctrina del comportamiento debido por el deudor
Conforme a ella el objeto de la obligación es la prestación, o sea conducta humana comprometida por el
deudor de dar, hacer o no hacer, orientada a satisfacer el interés del acreedor (12). Esta concepción clásica
guarda evidente relación con las doctrinas subjetivas de la obligación.
¿Qué papel desempeña la cosa que se entrega en las obligaciones de dar o la utilidad del servicio en las de
hacer?
Para algunos no tendría ninguno relevante: el objeto lo constituiría sólo el comportamiento del deudor. Para
otros, representaría, a lo sumo, el objeto de la prestación; o sea, el objeto del objeto de la obligación. Están
quienes, con similares ideas y distinta terminología, prefieren hablar de un objeto inmediato (la prestación) y de
un objeto mediato (la cosa); o de un objeto invariable (prestación), común a todo tipo de obligaciones, y de otro
variable (la cosa) que sólo estaría presente en las obligaciones de dar (13).
b) Las teorías patrimoniales
Para otra doctrina, el objeto de la obligación no está dado por el comportamiento debido, por cuanto dicha
conducta es por sí misma incoercible e insusceptible de ser materia idónea para que el acreedor ejercite su poder
o señorío. Quienes adhieren a estas ideas procuran emplazar la cuestión en torno al crédito y al poder del
acreedor, relegando a un segundo plano a la situación de deuda. La esencia de la relación obligatoria pasa por el
polo activo y por el poder de ejecución forzada que tiene el acreedor sobre el patrimonio del deudor. Sobre esa
premisa se trazan las directivas para buscar el objeto.
Dentro de esta línea de pensamiento existen criterios no coincidentes en torno al objeto de la obligación.
Para algunos, el objeto de la obligación es la utilidad procurada por el acreedor; para otros, en cambio, el
objeto de la obligación es el bien debido (14).
Se le ha observado a esta doctrina que su formulación, llevada a las últimas consecuencias, elimina la
posibilidad de distinguir el derecho real de la obligación, en cuanto los identifica en un punto esencial: las cosas
como objeto de una y otra clase de relación patrimonial. La crítica, sin embargo, no parece decisiva pues las
cosas que, según esta corriente, tanto en uno como en otro supuesto constituyen el objeto, aparecen emplazadas
en posiciones diferentes. En tanto los derechos reales recaen en forma directa e inmediata sobre ellas, en las
obligaciones el derecho del acreedor sobre la cosa es puramente mediato y sólo se realiza a través de la conducta
del obligado.
Se le ha objetado, también, que no brinda una respuesta coherente cuando se trata de obligaciones de hacer y
de no hacer, donde la idea de cosa aparece insustentable. Los defensores de ideas objetivistas han replicado que
en tales obligaciones el objeto está dado por los servicios, abarcando en tan amplia expresión a todo aquello que
integrando el objeto de la obligación no son cosas.
c) Las teorías revisionistas. La distinción entre objeto y contenido de la obligación
Para otra corriente muy importante, el objeto de la obligación está dado por el bien o entidad que permite
satisfacer el interés del acreedor, asignándose a la conducta humana comprometida por el deudor (prestación) el
valor de mero contenido de aquella (15). El fin fundamental de la obligación consiste en conseguir el bien
debido, a cuyos efectos es indiferente que éste se obtenga a través de la actividad del deudor (prestación) o de
un sucedáneo (ejecución forzosa, cumplimiento de terceros).
A diferencia de las doctrinas objetivas antes analizadas, también asigna relevancia a la conducta humana,
aunque sacándola del campo del objeto y emplazándola en un plano distinto, al que denominan contenido.
La prestación constituye el contenido de la relación jurídica obligatoria e importa "un actuar del deudor
como medio para procurar al acreedor el bien o utilidad que constituye el objeto de la obligación"(16). El
acreedor, de tal modo, no satisface su interés con la conducta debida por el deudor (que podría, en caso de
incumplimiento ser sustituida por otros poderes de actuar que hacen al contenido de la obligación, v.gr.,
ejecución forzosa o por un tercero) sino con el bien o utilidad que constituye su interés.
Si bien esta corriente —al igual que la que nosotros defendemos— pondera, con distinta relevancia y
emplazamiento formal en la estructura obligacional, ambos aspectos —conducta humana e interés, llamando a
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la primera contenido y al segundo objeto—, es pasible de objeciones.
Creemos que la conducta debida y el interés se encuentran, in obligatione, indisolublemente ligados, sin que
esto impida que, en caso de mediar incumplimiento, pueda la satisfacción del interés alcanzarse por otras vías.
Cuando opera el incumplimiento y se alcanza la satisfacción del interés del acreedor a través de la ejecución
forzosa en especie (directa) o por terceros, la satisfacción del interés del acreedor se procura por vías
subrogadas, cuya entidad, aptitud y relevancia sólo es posible concebir a través de una valoración armónica de
ambos componentes: la conducta humana comprometida —que aparece, en buena media, subrogada por otra
que emana del poder judicial o de un tercero— y el interés. Y que cuando agotadas las vías de ejecución en
especie, el acreedor persiga el id quod interest, a través de una ejecución forzosa indirecta, en procura de una
suma de dinero que repare el perjuicio (art. 730 inc. c]), lo que se busca no es otra cosa que la satisfacción del
mismo interés que componía la obligación incumplida, aunque por una vía equivalente. Ese interés ha
permanecido invariable a lo largo de todavida de la obligación, desde su nacimiento mismo hasta su extinción.
d) Nuestra opinión
Nosotros pensamos que el objeto de la obligación está dado por el comportamiento debido por el deudor
(prestación) y por el interés perseguido por el acreedor que debe ser satisfecho a través de aquella. Ambos
componentes —conducta e interés— forman el objeto de la obligación, por lo que no es posible prescindir de
ninguno de ellos.
El objeto de la obligación consiste, de tal modo, en un plan o proyecto de conducta futura del deudor para
satisfacer un interés del acreedor (17) .
La prestación es mucho más que la mera conducta del obligado. Esa conducta debe satisfacer el interés del
acreedor, que constituye, en esta materia, un elemento esencial, tanto en la estructura como en el
funcionamiento de la obligación.
El interés, por su parte, es un elemento objetivo e invariable; en cambio, la conducta humana, es un
elemento subjetivo, que debe estar presente a la hora de concebir estructuralmente a la obligación, pero del que
puede prescindirse funcionalmente en ciertos supuestos de incumplimiento: cuando la prestación es fungible o
cuando se ingresa en la etapa de la responsabilidad.
Dentro de este orden de ideas, admitimos que desde una perspectiva cualitativa, el interés desempeña un
papel más importante —jurídica y económicamente— que la conducta humana orientada a satisfacerlo. Su
presencia permanece en buena medida inalterada a lo largo de la vida de la relación obligatoria y su satisfacción
puede, en algunos supuestos, alcanzarse aun en ausencia de la conducta del obligado, particularmente en los
supuestos de ejecución indirecta o por terceros. Sin embargo, ello no parece suficiente para desconocer el valor
de la conducta humana como elemento de la obligación, emplazado dentro del objeto y no fuera del mismo, a
nivel de mero contenido. Conducta e interés se integran armónica y equilibradamente a la hora de configurar el
objeto de la obligación.
e) La buena fe como elemento integrador del objeto de la obligación (18)
Dispone el art. 729 que "Deudor y acreedor deben obrar con cuidado, previsión y según las exigencias de la
buena fe".
La norma guarda armonía con lo dispuesto en los arts. 9º, 961, 1902 y concs. y pone en evidencia la enorme
importancia del principio de la buena fe, en la temática que nos ocupa.
La buena fe, como cláusula general, es reglada como un principio aplicable al ejercicio de todo derecho,
patrimonial o extrapatrimonial. Se incluye tanto la buena fe subjetiva (convicción interna de que se está
actuando correctamente, conforme a derecho), como la objetiva, caracterizada por el comportamiento correcto
del sujeto que es percibido por la contraparte o por los demás (buena fe lealtad, probidad, confianza o
comportamiento). Repárese que no se trata de dos clases de buena fe, sino de dos facetas de un mismo concepto.
El principio de la buena fe presenta tres vías fundamentales de concreción:
1) Como parámetro hermenéutico en la interpretación, y conduce a una medida de lo razonablemente justo.
Importa un límite a la discrecionalidad del intérprete.
3) Como criterio al cual debe someterse el ejercicio de los derechos subjetivos.
3) Como estándar o criterio de conducta con arreglo al cual se determina y modula el objeto de la obligación
y su cumplimiento. La norma que nos ocupa pone énfasis en este aspecto.
En nuestra opinión, la buena fe está dentro del concepto mismo de obligación, pues constituye un elemento
de vital importancia para calibrar y modular el objeto de esta última. Ella integra el contenido de la prestación
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debida y se erige en un instrumento de fundamental importancia para calibrar la ejecución prestacional, el
cumplimiento y, en su caso, el incumplimiento.
f) El interés como elemento constitutivo del objeto de la obligación
El interés del acreedor, junto al comportamiento del deudor, ocupa un lugar relevante en la estructura interna
del objeto obligacional. Su importancia se proyecta desde lo estructural hacia lo funcional, donde este
componente asume una dimensión superlativa, que pone en evidencia, una vez más, la estrecha e inescindible
relación que, funcionalmente, existe entre la obligación y su causa generadora, particularmente cuando ésta es
un contrato.
Entendemos por interés una necesidad objetivamente valorable de bienes o de servicios que la prestación
conducta del deudor debe satisfacer.
El interés puede ser patrimonial o extrapatrimonial; dentro de esta última categoría se incluyen relevantes
aspectos que hacen a la existencia humana, cuya consecución puede procurarse a través de relaciones
obligatorias (intereses culturales, religiosos, deportivos, artísticos, morales, etc.).
¿Cómo se determina el interés del acreedor?
Una primera aproximación, demasiado amplia e inaceptable, sería considerar que el interés del acreedor
comprende todos aquellos posibles finalidades o intenciones perseguidas por éste a través de la prestación.
Tal solución es insostenible por cuanto se prestaría a la mayor vaguedad, dando lugar a delicados problemas
interpretativos y generaría, al mismo tiempo, una marcada situación de incertidumbre respecto de los alcances
de los derechos y deberes de ambas partes. La obligación perdería su certidumbre jurídica si debiere depender
de un elemento exclusivamente atinente a la esfera interna del acreedor, de muy difícil valoración.
Por tal motivo, prevalece la idea que el interés del acreedor debe ser buscado, principalmente, dentro del
propio título generador de la obligación. La causa fuente generadora de la obligación se erige en un elemento
objetivo revelador del interés del acreedor. También pueden computarse las circunstancias del caso cuando, por
su entidad y exteriorización permitan determinar con suficiente grado de certidumbre la existencia de otros
intereses, igualmente relevantes para el acreedor, que razonablemente deberían ser alcanzados y satisfechos por
la prestación. El principio de la buena fe está llamado a jugar un rol preponderante en este proceso selectivo.
Dentro de este contexto, particularmente en obligaciones que nacen de actos jurídicos y, sobre todo, en
materia contractual, la causa final de dicho acto jurídico (art. 281) juega un rol determinante para precisar cuál
es el interés del acreedor. Cuando una obligación nace de fuente contractual, el interés del acreedor forma parte
integrante de la causa final del contrato (arts. 281, 1012 a 1014), desde el mismo momento en que es uno de los
componentes relevantes que permiten identificar la finalidad perseguida.
El interés no solamente tiene importancia en la estructura de la obligación como componente del objeto de
la obligación. Su correcta valoración presenta también significativa relevancia en la propia dinámica funcional
de la relación obligatoria, a punto que nociones tan delicadas como el cumplimiento e incumplimiento
obligacional, o la resolución contractual, pasarán necesariamente por la ponderación de dicho aspecto.
Es que el interés lícito del acreedor no solamente debe estar presente al gestarse la obligación, como
condición de validez, sino que debe también razonablemente mantenerse a lo largo de su existencia hasta el
momento mismo en que opere la extinción.
De tal modo:
1) La extinción de ese interés puede, frecuentemente, devenir en causa extintiva de relaciones jurídicas y, en
ciertos casos, abrir las puertas a delicados problemas de responsabilidad civil.
2) La subsistencia o no de ese interés es la pauta que determina que el acreedor, ante el incumplimiento del
deudor, opte por la vía del cumplimiento forzado o por otras alternativas idóneas para satisfacerlo o, ante su
frustración, acuda a las vías resolutorias que la normativa le reconoce.
3) El interés del acreedor es el que da sustento a la idea de prestaciones fungibles y no fungibles.
4) A veces, la ponderación del interés del acreedor puede ser decisivo para la propia determinación de la
prestación. Tal lo que sucedecuando aquello que no se ha especificado en el título generador puede ser inferido,
de buena fe, como un componente adecuado para satisfacer el interés que razonablemente persigue el acreedor.
Las circunstancias del caso concreto, debidamente exteriorizadas, pueden jugar, a la luz de parámetros de
diligencia y de buena fe, un rol preponderante en esta materia.
5) En materia resarcitoria, el interés del acreedor es el que determina si la reparación del daño opera in
natura (cuando ésta es posible material y jurídicamente) o en forma dineraria (art. 1740).
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6) El interés frustrado del acreedor es determinante para la configuración del daño patrimonial y moral que
pueda derivar del incumplimiento obligacional.
7) Los límites de legitimidad del ejercicio de los derechos del acreedor y de la tutela normativa están
estrechamente asociados al interés en el crédito. El ejercicio del derecho que no corresponda a un interés
concretamente apreciable de su titular nos coloca en las puertas del abuso del derecho (art. 10).
8) El interés es el parámetro para determinar, muchas veces, si determinadas relaciones se han cumplido
v.gr., en contratos por tiempo indeterminado.
9) El interés es el que preside en materia de teoría de la imprevisión (art. 1091) y de lesión subjetiva (art.
332) la acción a ejercitar por el afectado (resolución y reajuste, en el primer supuesto; nulidad o reajuste, en el
segundo).
IV. REQUISITOS DEL OBJETO
La prestación, que constituye el objeto de la obligación, debe reunir los siguientes requisitos: ser material y
jurídicamente posible, lícito, determinado o determinable, susceptible de valoración económica y corresponder a
un interés patrimonial o extrapatrimonial del acreedor. Así lo dispone expresamente el art. 725 (19).
a) Posibilidad
La prestación debe ser de realización posible, tanto material como jurídicamente.
Es materialmente imposible cuando contraría las leyes de la naturaleza o de la física (v.gr., cruzar el océano
a nado); la imposibilidad es jurídica, cuando a ella se opone un obstáculo legal (v.gr., prendar un bien inmueble,
ya que dicha garantía está reservada exclusivamente para bienes muebles; o vender una cosa que se encuentra
fuera del comercio).
La imposibilidad debe ser originaria y no sobrevenida. El momento oportuno para valorar la posibilidad e
imposibilidad de la prestación coincide con el de la génesis obligacional. Cuando la imposibilidad es
sobreviniente, la obligación nace como tal, aunque puede devenir ineficaz sea por causas imputables a alguna de
las partes o por circunstancias fortuitas (arts. 955, 1732, 1733 y concs.).
La imposibilidad debe ser absoluta. Debe impedir de manera definitiva, irreversible, que la prestación pueda
ser objeto de la obligación. No se da tal situación cuando opera una mera dificultad de hecho, transitoria o
superable.
Es preciso, además, que la imposibilidad sea objetiva, es decir que se produzca con total prescindencia de
las condiciones particulares del obligado. Por el contrario, cuando es meramente subjetiva no afecta la
existencia de la obligación.
En suma, para que afecte el objeto de la obligación, impidiendo que ésta nazca, la imposibilidad debe ser
originaria, absoluta y objetiva.
b) Licitud
El objeto de la obligación debe ser lícito, esto es conforme con el ordenamiento jurídico integralmente
considerado, con el orden público de protección, la moral y las buenas costumbres (arts. 9º, 10,12, 279, 725,
1003, 1004 y concs.).
No pueden, por ende, ser objeto de una obligación las prestaciones que tengan por objeto la entrega de una
cosa que se encuentra fuera del comercio, o la realización de hechos ilícitos, o reñidos con la moral, las buenas
costumbres, la libertad personal o de conciencia, o que tengan por finalidad perjudicar a terceros.
La invocación y prueba de la ilegitimidad del objeto pesa sobre el deudor que la alega.
c) Determinación
La prestación debe estar determinada al momento de nacer la obligación o, al menos, ser susceptible de
determinación ulterior. Es nula la obligación que tenga un objeto absolutamente indeterminado.
La determinación de las obligaciones de dar cosas ciertas, de hacer y de género es plena en su origen mismo;
en cambio, encontramos otras prestaciones que sólo están relativamente determinadas, por lo que es preciso
alcanzar la individualización plena del objeto en un momento posterior que reconoce al de pago como límite,
más allá del cual no es posible transitar (arts. 725, 1005, 1006 y concs.). Así, por ejemplo, las obligaciones
alternativas, facultativas, de género y de dar dinero.
d) Patrimonialidad e interés
La prestación debe tener un valor patrimonial y ser, por ende, susceptible de apreciación pecuniaria.
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Una posición tradicional, que encontró su más caracterizado exponente en Savigny, proclamó la necesidad
de patrimonialidad de la prestación e, inclusive, del interés del acreedor
Esta interpretación encontraba sustento en ciertos textos del Digesto, que determinaban la conversión de la
obligación en dinero (aestimatio) para que opere su exigibilidad judicial.
Dicha concepción fue impugnada por Ihering y Windscheid (20), quienes interpretando de modo diverso
aquellos textos, negaron que la patrimonialidad de la prestación y del interés fuesen requisito indispensable de
la obligación, afirmando que el derecho protege también intereses morales, afectivos, culturales, y no sólo
aquellos necesariamente económicos (21).
Con posterioridad Scialoja (22) puso las cosas en su sitio, distinguido claramente entre el interés de la
prestación y la prestación en sí misma considerada. El interés de la prestación puede ser patrimonial o
extrapatrimonial y dar cabida en su seno a intereses morales, artísticos, humanitarios, deportivos, religiosos,
científicos, etc. La prestación, en cambio, debe necesariamente tener contenido patrimonial y ser susceptible de
apreciación económica, pues de lo contrario no sería posible la ejecución forzosa sobre el patrimonio del
deudor.
Tal cosmovisión aparece claramente consagrada en el art. 725 del CCiv.yCom.
¿Cuándo la prestación tiene contenido patrimonial?
Nosotros pensamos que la patrimonialidad debe ser ponderada como un requisito objetivo de la prestación
emanado del ambiente jurídico y social. No es una simple consecuencia de haber previsto la sanción pecuniaria
para el eventual incumplimiento de un deber jurídico que no tiene valor económico objetivo. Dicho carácter no
se adquiere como correlato de la presencia de una contraprestación o de una cláusula penal. Por el contrario, es
objetivo y depende del grado de reconocimiento que en ese momento se le asigne en el medio jurídico y social.
Esa valoración puede, por cierto, variar en función de circunstancias históricas, culturales, políticas, jurídicas,
económicas y filosóficas. Una prueba de ello la encontramos con la actividad artística y literaria fue considerada
durante siglos extra patrimonial y, por ende, insusceptible de ser objeto de obligación, en clara diferencia a lo
que ocurre en nuestro tiempo.
La patrimonialidad de la prestación es, de tal modo, un presupuesto necesario en orden a la responsabilidad
del deudor respecto del valor de la prestación traducido en dinero (id quod interest, art. 730 inc. c]). Si la
prestación es patrimonial, siempre se producirá como un efecto anormal, la consecuencia prevista por dicha
norma.
La exigencia normativa de patrimonialidad de la prestación no significa privar de valor jurídico a aquellos
deberes no patrimoniales. Ellos gozan de tutela normativa y son aptos para merecer la protección del
ordenamiento jurídico, que en muchos supuestos será análoga a la que el código brinda en materia de
obligaciones (art. 2º). Pero no pueden ni deben ser asimilados a la obligación y a la tutela específica para ella
prevista sin una peligrosa distorsión del sistema.
En suma: el objeto de la obligación debe ser siempre susceptible de estimacióneconómica. El interés del
acreedor que se procura satisfacer a través del mismo, en cambio, puede ser patrimonial o extrapatrimonial.
(1) La bibliografía sobre el tema es inagotable. Puede consultarse con provecho, Agoglia, María M. -
Boragina, Juan C. — Meza, Jorge A., Responsabilidad por incumplimiento contractual, Hammurabi, Buenos
Aires, 1993; Bueres, Alberto J., Objeto del negocio jurídico, 2ª ed., Hammurabi, Buenos Aires, 1998; Cristóbal
Montes, Ángel, La estructura y los sujetos de la obligación, Civitas, Madrid, 1990; De Los Mozos, José Luis,
Concepto de obligación, en Revista de Derecho Privado, Madrid, Octubre, 1980; Forest, Grégoire, Essai sur la
notion d'obligation en droit privé, Dalloz, 2012; Gagliardo, Mariano, Tratado de obligaciones, Zavalía, Buenos
Aires, 2015; Giorgianni, Michele, La obligación. La parte general de las obligaciones, traducción de Evelio
Verdera y Tuells, Bosch, Barcelona, 1958; Hinestrosa, Fernando, Tratado de las obligaciones, t. I, Universidad
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D. — Vallespinos, Carlos G., Instituciones de derecho privado. Obligaciones, t. I, Hammurabi, Buenos Aires,
1999; nro. 3, p. 50; Zannoni, Eduardo A., Elementos de la obligación, Astrea, Buenos Aires, 1996.
(2) El Código anterior, al igual que la mayoría de los códigos modernos, no define a la obligación. En la
nota al art. 495, Vélez expresó: "Nos abstenemos de definir, porque como dice Freitas, las definiciones son
impropias de un código de leyes". El nuevo cuerpo normativo, en cambio, opta por definirla y lo hace con un
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claro sentido normativo, que merece elogio por su precisión y proyecciones teóricas y prácticas.
(3) Bianca, Massimo, Diritto Civile. L'Obbligazione, Giufrè, 1991, t. 4, ps. 3 12/21; Pizarro, Ramón Daniel,
Acerca de la obligación, el crédito y la deuda, en Homenaje a Dalmacio Vélez Sarsfield, t. II, Academia
Nacional de Derecho y Ciencias Sociales de Córdoba, Córdoba, 2000, ps. 299 y ss.
(4) Díez-Picazo, Luis, Fundamentos del derecho civil patrimonial, 4ª ed., Civitas, Madrid, 1993, ps. 61/62;
Cristóbal Montes, Ángel, La estructura y los sujetos de la obligación, ps. 68 y ss.; Breccia, Le obbligazioni,
Milano, Giuffrè, 1991, p. 68; Bueres, Objeto del negocio jurídico, ps. 32/38.
(5) La nota de exigibilidad que emerge del art. 724 requiere de algunas precisiones. Ella se satisface cuando
la obligación es susceptible de ser exigida judicialmente (por ejemplo, una obligación pura y simple vencida),
como en aquellos casos en los cuáles no lo es inicialmente, pero puede llegar a serlo al vencimiento de un plazo
suspensivo o en caso de cumplirse con una condición suspensiva. Aunque en uno y otro supuesto, el
cumplimiento no pueda ser inicialmente exigido (por falta de vencimiento de plazo o de cumplimiento de la
condición), el requisito de exigibilidad que emerge del art. 724 se encuentra satisfecho, pues una vez cumplido
el plazo o la condición suspensiva, podrá reclamarse el cumplimiento en sede judicial.
(6) Ver, Trigo Represas, Félix A., en Alterini, Jorge H. (Dir.) — Alterini, I. (Coord.), Código Civil y
Comercial comentado, t. IV, La Ley, Buenos Aires, 2015, comentario al art. 724, ps. 3 y ss., quien considera
que la definición contenida en dicho artículo es acertada.
(7) Nos ocupamos del tema en Pizarro-Vallespinos, Instituciones de derecho privado. Obligaciones, t. I,
nro. 73, ps. 210 y ss.
(8) En contra, López Mesa, Derecho de obligaciones, t. I, ps. 825 y ss., quien considera que se ha querido
denominar de otro modo a las obligaciones naturales, "buscando no llamarlas obligaciones y reemplazarlas por
un deber moral". El prestigioso jurista considera que las obligaciones naturales subsisten en el nuevo código,
"aunque muy menoscabadas". Por las razones expresadas en texto, nos permitimos discrepar. La definición
normativa del art. 724 cierra toda posibilidad a la existencia de pretendidas obligaciones que no dan derecho a
exigir su cumplimiento.
(9) Díez-Picazo, Fundamentos del derecho civil patrimonial, t. II, nro. 20, p. 76; Zannoni, Eduardo A., La
obligación (concepto, contenido y objeto de la relación jurídica obligatoria), San Isidro, Buenos Aires, 1984, ps.
54 y ss.
(10) Es lamentable que un código tan propenso a definir, con sentido normativo, no haya reproducido en
materia de prescripción extintiva normas como el art. 4017 del Código anterior.
(11) En contra: Alterini, Jorge y Alterini, I. E., en la obra dirigida y coordinada por dichos autores, Código
Civil y Comercial anotado, t. IV, p. 46.
(12) Por todos, Giorgiani, La obligación, ps. 35 y ss.; Cazeaux, Pedro N., en Cazeaux — Trigo Represas,
Derecho de las obligaciones, t. I, 4ª ed., La Ley, Buenos Aires, 2010, ps. 89/90, nro. 56.
(13) Hernández Gil, Antonio, Derecho de obligaciones, Ceura, Madrid, 1983, nro. 28, p. 101.
(14) Carnelutti, Francesco, Derecho y proceso en la teoría de la obligación, en Estudios de derecho
procesal, vol. 1, Ejea, Buenos Aires, 1952, ps. 401 y ss.
(15) Por todos, Alterini, Atilio — Ameal, Oscar — López Cabana, Roberto M., Derecho de obligaciones
civiles y comerciales, 4ª ed., Abeledo-Perrot, Buenos Aires, 2008, nro. 90 a 94 bis, ps. 53 y ss.; Zannoni, La
obligación, nro. III; p. 46 y IV, p. 80.
(16) Zannoni, La obligación, III, nro. 19, p. 47.
(17) Díez-Picazo, Fundamentos, cit., t. II, ps. 236 y ss. Bueres, Objeto del negocio jurídico, nro. 23 y ss., ps.
165 y ss.
(18) Bibliografía especial: Espinoza Espinoza, Juan, Introducción al derecho privado, 4ª ed., Instituto
Pacífico, Lima, 2015; Diez Picazo, Luis, Fundamentos del Derecho Civil Patrimonial, I, Introducción, Teoría
del Contrato, 5ª ed., Madrid, 1996; De Los Mozos, José Luis, voz Buena fe en Alterini, A. A. — López Cabana,
R. M., Enciclopedia de la responsabilidad civil, t. I A-B, Abeledo Perrrot, Buenos Aires, 1996, p. 789.
(19) Sobre el tema, López Mesa, Marcelo J., Derecho de las obligaciones, B de F, Montevideo — Buenos
Aires, 2015, ps. 103 y ss.; Trigo Represas, en Alterini (Dir.) — Alterini (Coord.), Código Civil y Comercial
comentado, t. IV, art. 725, ps. 20 y ss.
(20) Ihering, Del interés en los contratos y la pretendida necesidad de valor patrimonial en las relaciones
obligatorias, en Tres estudios Jurídicos, Omeba, p. 987; Windscheid, Diritto delle pandette, t. II, p. 86.
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(21) Hernández Gil, Derecho de Obligaciones, nros. 33 y 34, ps. 111 y ss.
(22) Scialoja, Diritto delle obbligazione, p. 45.
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