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Historia_de_la_literatura_espanola_5

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Historia 
de la literatura 
española 
5
D.L.Shaw
Ariel
DONAID L. SHA'X
HISTORIA I * LA 
LITERATURA ESPAÑOLA
EL SIGLO XIX
EDICIÓN AUMENTADA Y PUESTA AL DIA
EDITORIAL ARIEL, S. A.
BARCELONA
armauirumque
Ex Libris Armauirumque
Letras e Ideas
Colección dirigida por 
F ra n c is c o R ico
HISTORIA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA 
N ueva edición
A. D . D e y e r m o n d 
LA E D A D M EDIA
R. O . J o n e s
SIG LO D E O R O : PR OSA Y PO ESÍA 
R evisado p o r P edro -M anuel C á ted ra
Ed w a r d M . W i l s o n y D u n c a n M o i r 
SIG LO DE O R O : TEATRO
4 . N i g e l G l e n d i n n i n g 
EL SIGLO XVIII
5. D o n a l d L. S h a w 
EL SIG LO X IX
6 /1 . G e r a l d G . B r o w n
EL SIG LO X X . DEL 98 A LA GU ERR A CIVIL 
R evisado p o r José-C arios M ainer
6 /2 . Sa n t o s Sa n z V i l i a n u e v a
EL SIG LO X X . LA LITERATURA ACTUAL
EL SIGLO XIX
e la bo ra do s u p ro p ia in te rp r e ta c ió n d e las d is t in ta s c u e s tio n e s , 
e n la m e d id a en q u e p o d ía a p o y ar la con b u e n o s a r g u m e n to s y 
s ó lid a e ru d ic ió n .
R. O . Jo n e s
ÍNDICE
Advertencia prelim inar 
A breviaturas . 
In troducción histórica
9
13
15
1. Los prim eros rom ánticos: M artínez de la Rosa y
el duque de R i v a s ............................................. 23
1. El advenimiento del romanticismo, 27. — 2. Mar­
tínez de la Rosa, 30. — 3. Rivas, 32. — 4. D on A l ­
varo, 35.
2. Espronceda y Larra . . . . . . . 40
1. Espronceda, 40. — 2. E l diab lo m u n d o , 45. — 3.
Larra, 47.
3. Culm inación del ro m an tic ism o ............................... 54
1. García Gutiérrez, 54. — 2. Hartzenbusch, 5 6 .—
3. Otros dramaturgos y poetas, 58. — 4. Arólas, 60.
— 5. Tassara, 62. — 6. Avellaneda, 63. — 7. Zorri­
lla, 67.
4 . La prosa posrom ántica. E l costum brism o, Fernán
Caballero y A la r c ó n ............................................. 72
1. La continuación del debate, 73. — 2. La reacción 
antírromántica: Balmes, Donoso Cortés, 76. — 3. La 
novela histórica, 78. — 4. El cuadro de costumbres:
Mesonero Romanos y Estébanez Calderón, 82. — 5.
Fernán Caballero, 88. — 6. Alarcón, 93.
5. La poesía posrom ántica. C am poam or, Núfiez de
Arce y P a l a c i o .................................................... 100
1. Principales corrientes de la poesía, 100. —2. Ruiz 
Aguilera, Querol y Balart, 105. — 3. Campoamor,
110. — 4. Núñez de Arce, 116. — 5. Palacio, 121.
6. E l dram a desde el rom anticism o hasta final de
s i g l o ................................................................... 123
1. Gorostiza y Bretón, 123. — 2. Ventura de la Vega, 
127. — 3. E l estancamiento en las formas dramáti­
cas, 129. — 4. Tamayo y Baus, 133. — 5. López de 
Ayala, 138. — 6. Echegaray, 143. — 7. Galdós, 147.
7. Bécquer, Rosalía de Castro y el p rem odernism o . 
1. La renovación de la poesía lírica, 150. — 2. Béc­
quer, 155. — 3. La prosa de Bécquer, 165. — 4. Ro­
salía de Castro, 168. — 5. E n las orillas d e l Sar, 
173. — 6. Premodernismo: Manuel Reina y Ricardo 
Gil, 177.
8. Pereda, Valera y Palacio Valdés . . . . 
1. Pereda: sus primeras obras, 185. — 2. Pereda y el 
realismo, 190. — 3. La madurez de Pereda, 191 .—
4. Valera: el crítico, 195. — 5. Las novelas de Va- 
lera, 197. — 6. Palacio Valdés, 202.
9. G aldós, C larín y Pardo B a z á n ..............................
1. Galdós, 206. — 2. Los Episodios nacionales, 211.
— 3. Las novelas de la primera época, 214. — 4. Las 
novelas centrales, 217. — 5. Fortunata y Jacin ta , 
221. — 6. Las novelas posteriores, 223. — 7. Clarín: 
el crítico, 226. — 8. El novelista, 228. — 9. Las no­
velas cortas de Clarín, 232. — 10. Realismo e idealis­
mo, 233. — 11. Pardo Bazán y La cuestión pa lp itan ­
te , 235. — 12. Las novelas principales, 239. — 13. 
La última fase, 244-
10. La novela en la generación del 98 .
1. Ganivet, 247. — 2. Azorín, 252. — 3, Baroja, 255.
— 4. Unamuno, 263. — 5. Pérez de Ayala, 267.
11. Ideologías y e r u d i c i ó n .....................................
1. Menéndez Pelayo, 2 7 3 . - 2 . El krausismo: Sanz 
del Río y Giner, 275. — 3. El positivismo, 277. —
4. Otras influencias: La R evis ta C ontem poránea , 278.
La crítica reciente de la litera tu ra española del 
siglo x i x ............................................................
B ib l io g r a f ía ....................................................
Ind ice a lfa b é tic o ....................................................
185
206
245
272
280
291
305
150
ABREVIATURAS
BAE Biblioteca de Autores Españoles
B B M P B o letín de la B ib lio teca M en én de z Pelayo
B H B ulle tin H ispan ique
B H S B ulle tin o f H íspan te S tud ie s
B S S B u lle tin o f Spanish S tu d ies
C H A C uadernos H ispanoam ericanos
CSIC Consejo Superior de Investigaciones Científicas
H isp H ispania
H R H íspante R e v ie w
M L N M odern Language N o tes
M L Q M odern Language Q uarterly
M L R M odern Language R e v ie w
P M L A Publica tions o f th e M odern Language A ssociation o f
A m erica
R H R e vu e H ispan ique
R H M R evista H ispánica M oderna
R L C R e vu e d e L ittéra tu re C om parée
R O R evista d e O ccidente
R R Rom anic R e v ie w
INTRODUCCION HISTORICA
Tres fechas clave jalonan la h istoria de España en el si­
glo x ix : 1834, regreso de los em igrados, a la m uerte de Fernan ­
do V II ; 1868, la G loriosa, revolución que ocasionó la caída 
de la m onarquía borbónica, y 1898, desastre colonial de Cuba. 
Las tres fechas habían de tener, com o verem os, im portantes 
repercusiones en la litera tu ra española.
C uando España en tró en el siglo x ix , continuaba siendo 
en gran p arte una sociedad estática. T res cuartas partes de la 
población vivían en el campo y una proporción aun más am ­
plia de la riqueza y el trabajo seguía concentrada en el sector 
prim ario (agrario) de la economía. Pero la producción agrícola 
no crecía al paso del aum ento de población experim entado por 
el país desde finales del siglo x v m y, al extenderse la guerra 
p o r gran p arte del territo rio , no era difícil p rever tiem pos difí ­
ciles para el campo. P o r o tro lado, sólo en Cataluña se podía 
en trever una em brionaria capacidad industria l, pudiéndose afir­
m ar que en fecha tan avanzada como 1869 la industria espa ­
ñola n i siquiera podía dar cuenta del 5 p o r ciento de las expor ­
taciones. Así pues, el desarrollo industria l era a todas luces 
insuficiente para absorber e l excedente de población. Tam bién 
fue absolutam ente incapaz de form ar una clase m edia laboriosa, 
políticam ente m oderada y suficientem ente am plia e influyente 
para m antener de un m odo consistente el equilibrio en tre el 
conservadurism o reaccionario y el extrem ism o liberal, com eti­
do que iba a recaer inevitablem ente en el ejército.
Sin em bargo, la sem illa del cam bio político-social ya había 
sido sem brada po r las reform as de Carlos I I I en la segunda m i­
tad del x v m , y buena p arte d e la ideología progresista que cons­
titu iría los cim ientos del liberalism o en España había sido fo r ­
16 EL SIGLO XIX
m ulada ya antes de finalizar el siglo. E l aparato de propaganda 
que acom pañó a los ejércitos napoleónicos contribuyó notable ­
m ente al m ism o fin y, de ese m odo, la C onstitución de 1812, 
redactada en Cádiz por la prim era Asam blea C onstituyente du ­
ran te la ocupación francesa, se adelantó m ucho a su tiem po e 
incluso a la opinión popular. Sus ideas alentaron a los liberales 
du ran te décadas, pero sin llegar nunca a triunfar: la historia 
m oderna de España es principalm ente un relato de su fracaso 
político.
La invasión napoleónica galvanizó la conciencia nacional y 
desem bocó en uno de sus m om entos m ás adm irables: el levan ­
tam iento del dos de m ayo de 1808, que hizo esta llar un vasto 
m ovim iento de liberación.P ero el éxito de este en tusiasm o co­
lectivo, respaldado por las victorias de W elling ton , no ocasionó 
ningún cam bio inm ediato en las instituciones n i en los grupos 
de poder. Lo único que se consiguió con esta lucha antifrancesa 
fue intensificar la adhesión de las m asas hacia las llam adas tra ­
diciones castizas del catolicism o, e l nacionalism o y el acata ­
m ien to del a rb itrario poder de la m onarquía que les unía al pa ­
sado im perial de España. E l regreso de F ernando V II en 1814 
de un exilio ignom inioso fue saludado con gritos de «¡V ivan 
las cadenas!», y abrió un período de negra reacción que envió 
al exilio sucesivas oleadas de liberales h asta la m uerte del rey 
en 1833.
D uran te su reinado fue inviable una oposición eficaz. El 
p rim er pronunciam iento de una larga serie, el de Riego en 
1820, dio paso al efím ero «trienio liberal» — que sus enem i­
gos apostillaron los «tres m al llam ados años»— , pero la in ter ­
vención de la Santa Alianza reanudó u n nuevo período de 
absolutism o — la «década om inosa»— . P ero en cuan to Fernan ­
do abandonó la escena, e l conflicto se hizo inevitable. Su hija 
Isabel, aún m uy niña, vio d isputado su derecho al trono por 
su reaccionario tío don Carlos. Los liberales m oderados se alia­
ron ráp idam ente a su causa, representada p o r la regencia de su 
m adre doña M aría Cristina. Estalló la prim era guerra civil 
carlista que iba a d u rar hasta 1839. Luego se im provisó una paz
INTRODUCCIÓN HISTÓRICA 17
que, si b ien no satisfizo a los ex trem istas de ninguno de los dos 
bandos, po r lo m enos sirvió p ara obligar a don Carlos a aban ­
donar m om entáneam ente e l país. C on su m archa el tradiciona ­
lism o extrem ista , falto de poder decisorio y de un program a 
viable, no tuvo m ás rem edio que apartarse progresivam ente de 
las decisiones políticas efectivas. A p a rtir de entonces, los polí ­
ticos de la derecha española quedaron al m argen, observando 
esperanzados el conflicto que había surgido en tre las dos faccio ­
nes de sus oponentes.
La lucha por el poder hab ía divid ido a los liberales, Cuando 
la regente M aría Cristina se apoyó en ellos para proteger los 
derechos de su hija fren te a don Carlos, una facción del partido 
— los m oderados— aprovechó la oportun idad para aliarse con 
la m onarquía y propiciar una evolución del régim en, Su propó ­
sito a grandes rasgos era convertir el liberalism o en algo respe ­
table, estableciendo alrededor del trono un gobierno seguro, 
fo rm ado p o r una élite de la clase m edia alta, tan opuesta al 
absolutism o clerical de los carlistas com o al cambio social de 
tipo revolucionario. P ero p ro n to se encontraron acosados por 
ambos frentes. La pau ta de los acontecim ientos ocurridos en el 
segundo y tercer cuartos del siglo x ix español estuvo m arcada 
po r sucesivas amenazas carlistas desde las provincias del norte , 
m ientras que al mism o tiem po los exaltados, ala izquierda de 
los liberales, provocaban oleadas de violencia revolucionaría 
que ya se habían extendido p o r el país én 1820 y 1837, y ahora 
provocarán los sucesos de 1848, 1854 y 1868, donde nuevos 
conceptos — republicanism o, socialismo, federalism o— se en ­
trem ezclan a las viejas prédicas del doctrinarism o überal, y 
donde la vieja alianza de las barricadas — burguesía, clase m e­
d ia, pueblo llano— encuentra progresivam ente sus definiciones 
de clase. Los gobiernos que estas algaradas llegaron a alum brar 
fueron efím eros y de no to ria incom petencia adm inistrativa.
P ero el problem a crónico, el económ ico, continuaba sin re ­
solverse. C uando los m oderados subieron al poder, España ca ­
recía de la in fraestructura (las comunicaciones en particular) y 
de la estructura social capaz de sostener el desarrollo industria l.
18 EL SIGLO XIX
H asta alrededor del año 1860, la m isión básica de los responsa ­
bles del gobierno consistió en defenderse de las amenazas de 
la derecha y de la izquierda, evitar la bancarro ta nacional 
■— siem pre al acecho— y preparar el camino para el m odesto 
desarrollo industria l que viviría el país en décadas posterio res. 
E l problem a fundam ental era, no obstante, e l de la tierra . La 
desam ortización de M endizábal en 1836 puso en práctica un 
program a que en el siglo an terio r preocupó a Cam pom anes y 
Jovellanos, p e ro ni afectó a las propiedades de la nobleza n i 
consiguió la creación de una clase social de propietarios m edia ­
nos, ya que prim ó el objetivo político de ganarse para el cons­
titucionalism o a las clases privilegiadas, exclusivas beneficiarías 
de las subastas de bienes desam ortizados. Las nuevas m edidas 
del m in istro M adoz en 1855 — en el m arco de o tro m om ento 
liberal— insistieron en el espíritu de 1836 y, claro está, en sus 
equívocas consecuencias. H asta 1859, sin em bargo, P ío IX no 
sancionó la enajenación de bienes eclesiásticos.
D e este m odo fue como, en un cuarto de siglo, apareció 
una fuerte burguesía terraten ien te que inclinó a su favor la 
balanza del poder dentro de la sociedad española. E n tre 1848 y 
1858 se habían trazado unos 500 km de ferrocarril. D urante 
la década siguiente se construyeron 5 .000 km . E sto significaba 
el fin de las aduanas comarcales y de la industria artesana. Em ­
pezaba a ser factib le el desarrollo. A p a rtir de 1830 las provin ­
cias vascas y Cataluña em pezaron a experim entar una lenta 
revolución industria l. La producción de trigo se increm entó en 
m ás del 30 p o r ciento y la población continuó creciendo alrede ­
d o r de un m illón cada 10 años.
H acia la m itad de los años cincuenta había em pezado a 
desarrollarse un frágil equilibrio de poder en tre el trono , el 
ejército y las figuras políticas de los partidos m oderados. Para ­
dójicam ente, e l b ro te revolucionario de 1848, que fue para la 
h istoria de otros países europeos una línea divisoria tan im ­
po rtan te , en España se pudo reprim ir fácilm ente. M ientras esta 
fecha inauguraba en el extranjero un nuevo período en el pen ­
sam iento de la izquierda radical y producía el nacim iento de
INTRODUCCIÓN HISTÓRICA 19
los m ovim ientos de la clase obrera, en España tales m ovim ien ­
tos no aparecieron basta 1868, y aun entonces tuvieron lim ita ­
da im portancia. La vida política española d isfru tó de un in te r ­
valo de relativa tolerancia y conciliación, sim bolizado en 1854 
p o r el entendim iento de E spartero y O ’D onnell, dos de los 
principales generales políticos, y po r la creación p o r este ú ltim o 
del p artido de la Unión L iberal que se hizo prácticam ente cargo 
del gobierno hasta 1868.
E l partido de la U nión L iberal fue derivando hacia la ten ­
dencia política dom inante en la época: un riguroso pragm atis ­
m o en el que se iba reem plazando -progresivamente el poder 
de la m onarquía y el ideal de estado católico tradicional unido 
a ella, p o r la perspectiva de una naciente plutocracia que creía 
principalm ente en la riqueza y la expansión económica. La nue ­
va oligarquía de intereses comerciales, terratenientes e indus ­
triales ya no gobernaba en nom bre del m ito de la sociedad cris ­
tiana, con la jerarquía de clases ordenadas p o r Dios bajo el 
poder del rey, sino que se basaba en la noción de que el p ro ­
greso m aterial, reservado principalm ente a la burguesía, era 
el pun to de partida necesario para la m archa del hom bre hacia 
la libertad y el progreso m oral colectivo. Protegidos al m ism o 
tiem po de la derecha p o r el fracaso tem poral del carlismo y p o r 
el Concordato de 1851, y de la izquierda p o r la proscripción 
del P artido Dem ocrático (radical y antim onárquico), fundado en 
1849 por los liberales exaltados, los unionistas liberales y sus 
aliados se pudieron dedicar de nuevo a proyectar las bases so­
cioeconómicas de una sociedad m oderna y a m ejorarsu infraes ­
truc tu ra industria l, adm inistrativa, m onetaria y m ercantil. Es 
m uy significativo observar que m ientras los rom ánticos, casi 
todos liberales, se habían dividido con su partido en m oderados 
(M artínez de la Rosa, P asto r Díaz, y la m ayoría) y exaltados 
(Espronceda, L arra — con reservas— y unos pocos más), los 
escritores más im portantes de m itad de siglo (Alarcón, López 
de Ayala, Cam poam or y N úñez de A rce) fueron todos unio ­
n istas liberales. Solam ente Tam ayo fue carlista.
E n los años de hegem onía de la U nión Liberal (la década
20 EL SIGLO XIX
de 1850 y los prim eros años de la siguiente), se consiguió por 
fin c ierto grado de estabilidad política sin excesivo au to ritaris ­
mo. Se duplicó el comercio español con el ex tran jero , se cons­
truyeron am plias extensiones de vías férreas y de carreteras, el 
sistem a bancario español fue m odernizado y afluyó capital ex ­
tranjero. Incluso hubo dinero para financiar aventuras m ilitares 
en el ex terio r, en Cochinchina, Santo D om ingo, M éxico y sobre 
todo en M arruecos, donde O ’D onnell, duque de T etuán , labró 
su reputación m ilitar. Pero los beneficios del agio — especial­
m ente en to rno a las compañías de ferrocarriles— no recayeron 
en toda la sociedad y se abrió una brecha en tre los privilegia ­
dos, agrupados en to rno a la vieja clase m edia alta, y una pe ­
queña burguesía en expansión que se estaba p reparando para 
tom ar la iniciativa política.
D uran te la m ayor parte del siglo x ix , a pesar de las inhu ­
m anas condiciones de la vida rural, no hubo en España una in ­
qu ietud seria en el cam pesinado y, antes de 1909, no hubo ape ­
nas m ovim iento obrero organizado. P or esto los dos principales 
grupos de poder eran burgueses. Como quiera que, durante 
ios años sesenta, la división de sus intereses se fuera acentuan ­
do cada vez m ás, o tro general político, P rim , surgió como líder 
de una coalición izquierdista, form ada p o r progresistas y de ­
m ócratas reform istas, que eludieron los in ten tos de contención 
que llevaron a cabo O ’D onnell y otros políticos de la vieja 
guardia, E n 1867 una crisis de finanzas y subsistencias precipitó 
la revolución del año siguiente. La prim era víctim a fue la reina 
Isabel, quien, al negarse a hacer concesiones políticas a la iz ­
quierda, p recipitó su propia caída. La izquierda, p o r su parte , 
logró resultados im portantes: el sufragio universal (los varones 
solam ente, con efectiv idad a p a rtir de 1875), la libertad reli­
giosa (sin efectiv idad después de 1875), la libertad de prensa 
y asociación, y el derecho a ser juzgado p o r u n tribunal (efec ­
tivo sólo a p a rtir de 1885). Pero bajo e l reinado del italiano 
Am adeo de Saboya, tra ído a España po r el general P rim , el país 
continuó siendo u na m onarquía. E l asesinato de P rim , el fracaso 
de la coalición revolucionaria, la guerra de guerrillas en Cuba y
INTRODUCCIÓN HISTÓRICA 21
una fuerte tendencia hacia el republicanism o en las elecciones 
de 1871, provocaron la abdicación de A m adeo en febrero de 
1873. M ientras tan to , el p retend ien te don C arlos, viendo llegar 
su oportunidad , había convocado una revuelta general contra el 
in truso rey extranjero: comenzaba la tercera guerra carlista.
La república de 1873 tuvo p ro n to que luchar contra dos 
fren tes: los carlistas en el n o rte y las insurrecciones federalis ­
tas — los «cantones» de Cartagena, Alcoy, M álaga, etc .— en 
otras provincias. Los que salvaron la situación fueron un polí ­
tico e — inevitablem ente— un general: Castelar y Pavía. Rea ­
firm ando la auto ridad gubernam ental, ata jaron a los carlistas y 
som etieron por la fuerza a las provincias. A p artir de aquel 
m om ento el camino estaba abierto para que el hijo de Isabel, 
A lfonso X II , de dieciséis años, subiera al trono aupado por 
un nuevo golpe de estado m ilitar (d iciem bre de 1874).
La restauración de la vieja m onarquía produjo un retorno a 
la estabilidad política y un resurgim iento de la prosperidad 
económica que duró hasta los años noventa . E l gobierno ganó 
la tercera guerra carlista a principios de 1876 y dom inó la insu ­
rrección cubana al año siguiente. M ientras tan to Cánovas del 
Castillo, figura dom inante del período de la Restauración, logró 
atraerse a los conservadores católicos m enos extrem istas con ­
sin tiendo a la Iglesia ejercer u n contro l continuado sobre la 
educación. A l m ism o tiem po, aceptó desde 1881 una rotación 
pacífica de gobiernos en tre su p artido y los liberales, capitanea ­
dos por Sagasta; esto aseguraba, p o r u n lado, la consolidación 
de las reform as liberales y, por o tro , e l aislam iento de los libe ­
rales extrem istas que quedaban. La presencia de los caciques, 
jefes políticos oficiosos en sus d istritos po r p arte de cada p ar ­
tido , garantizaba con toda clase de artim añas las previsiones 
electorales del poder. A pesar de la recesión comercial sufrida 
en los últim os años del siglo, España se sentía cada vez más 
segura de sí misma. Las alarmas y agitaciones de las prim eras 
décadas del siglo estaban olvidadas; a Cánovas se le considera ­
b a popularm ente como u n segundo Bísm arck, en un m om ento 
in ternacional de regím enes fuertes y conservadores.
22 EL SIGLO XIX
E l desastre sobrevino en 1898. Tres años antes había esta ­
llado de nuevo la rebelión en C uba. E sta vez in te rv in ieron los 
E stados Unidos. E n dos encuentros navales que costaron a los 
am ericanos solam ente la pérdida de una vida hum ana, las anti ­
cuadas escuadras españolas fueron destruidas en el Pacífico y 
el Caribe. España se vio obligada a firm ar la cesión de Filipi ­
nas, P u erto Rico y Cuba. U n año antes Cánovas había caído 
ante las balas de un anarquista italiano que quiso vengar a sus 
com pañeros torturados en Barcelona. E ste trágico suceso, jun to 
con la pérdida de los últim os restos del im perio , hizo que Espa ­
ña se encontrara, a finales del siglo x ix , en una situación hum i­
llan te y confusa. P ero ya había em pezado a surgir u n nuevo 
grupo de escrito res e intelectuales jóvenes. E ventualm ente to ­
m arían su nom bre del año del desastre: la generación del 98. 
Una de sus principales preocupaciones era la regeneración cul­
tu ral e ideológica de España.
D e la consideración de la historia del siglo x ix español se 
infiere que cualquier cambio político, sin e l correspondiente 
progreso social y económico, está destinado al fracaso. Tres 
im portan tes factores obstacularizaron este progreso. U no fue la 
actitud egoísta y reaccionaria de los grupos en el poder — el 
trono, la iglesia, el ejército y la oligarquía— , expresada en los 
program as de sus políticos; o tro fue el extrem ism o doctrinario 
y la ineficacia m anifiesta de sus oponentes de la izquierda cuan ­
do ocuparon el poder; e l tercero y más im portan te de todos 
fue la pobreza básica de recursos m ateriales de España, que im ­
pid ió el arraigo del progreso m aterial. La perduración de estos 
im pedim entos es el legado más im portan te del siglo x ix a la 
España de nuestros días.
Capítulo 1
LOS PRIMEROS ROMÁNTICOS: 
MARTÍNEZ DE LA ROSA 
Y EL DUQUE DE RIVAS
La palabra rom ántico empezó a usarse en España bastante 
tarde. La prim era vez que aparece es en el periódico m adrileño 
C ró n ica C ie n t ífic a y L ite ra r ia , el 26 de jun io de 1818. Con 
an terio ridad , la palabra que tenía más aceptación era «rom an ­
cesco», pero hasta 1814 no tuvo u n significado m uy preciso: 
equivalía a lo que actualm ente entendem os p o r «extravagan ­
te» , «exagerado» o «exótico».
E n 1814 en tre José Joaquín de M ora (1763-1864), ed ito r de 
C ró n ic a t y Juan Nicolás Bóhl de Faber (1770-1864), erudito 
alem án que vivía en Cádiz, surgió una controversia que inició 
el debate sobre el rom anticism o en España. D ado que Bóhlera un m onárquico de ideas m arcadam ente reaccionarias y re ­
cién convertido al catolicism o y M ora un liberal, la controver ­
sia tuvo, desde el principio , un cariz político. T anto es así que 
en España, en esta época, no había n i obra ni teoría rom ántica 
alguna sobre las que hacer la discusión, ya que las prim eras 
obras españolas que se pueden llam ar rom ánticas, incluso en el 
sentido m ás yago de la palabra, no serían editadas hasta los 
años veinte, en el ex tran jero , p o r el m ism o M ora, Blanco 
W h ite y otros em igrados. D e ahí que el debate resultara obli­
gato riam ente abstracto. Se centró en la defensa de Calderón (y 
de las ideas absolutistas y teocráticas que Bóhl le atribuía) 
fren te al criticism o racionalista y de tendencia neoclásica de 
M ora.
24 EL SIGLO XIX
La im portancia de esta controversia radica en que de ella 
surgió el concepto de rom anticism o español que lia prevalecido 
hasta nuestros días. Sólo en época m uy reciente se ha denun ­
ciado la arb itrariedad de algunos de sus principales presupues ­
tos. Bóhl, bajo la influencia de A . W . Schlegel, identificó el 
rom anticism o con la corriente literaria esencialm ente cristiana, 
p o r oposición a la tradición clásica pagana de G recia y Roma. 
E l «rom anticism o», así entendido, se m anifestó por vez prim e ­
ra en el m arco de la litera tura occidental duran te la E dad 
M edia y a ella perm aneció íntim am ente asociado. A pesar de 
la com ún inspiración cristiana que m antenía unificada esta lite ­
ra tu ra , ya apuntaban, a través de las lenguas vernáculas en que 
estaba escrita , crecientes divergencias que preludiaban los dis­
tin tos caracteres nacionales europeos. E n con traste con las 
obras clásicas que, al ser im itativas, uniform es y racionales, 
podían sujetarse a unas reglas, aquellos escritos no podían ser 
constreñidos de un m odo tan ríg ido y tenían la posib ilidad de 
encontrar su propia form a y estilo. Para Bóhl e l neoclasicismo 
no era más que una in terrupción lam entable y pasajera de esta 
principal corrien te de la literatura europea. Con to ta l confian­
za preveía una vuelta a lo popular, lo heroico, lo m onárquico y 
a Ja tradición cristiana que, según él, había llegado a su p u n to 
culm inante con e l Siglo de O ro y Calderón.
Bóhl tiene dos grandes errores de juicio que perviven toda ­
vía para confusión de los críticos: su in ten to de asociar tan 
ín tim am ente al rom anticism o con el cristianism o y la consi­
guiente visión de este m ovim iento com o una tradición in in te ­
rrum pida desde la E dad M edia hasta su p rop ia época. Sólo 
desde hace m uy poco los estudiosos del rom anticism o han 
em pezado a aceptar la distinción sugerida orig inalm ente p o r 
M enéndez Pelayo, en tre la aproxim ación «histórica» al rom an ­
ticism o encabezada p o r Bohl y lo que ahora se llama rom anti ­
cismo «liberal», «revolucionario» o «actual».
Las principales tendencias de Bóhl fueron seguidas p o r 
M onteggia en octubre de 1823, en su artículo «Rom anticism o» 
publicado en E l E u ro p e o de Barcelona, y en el artículo de
LOS PRIMEROS ROMÁNTICOS 25
López Soler «Análisis de la cuestión agitada en tre rom ánticos y 
clasicistas» publicado en el núm ero de noviem bre. E l concilia ­
torio artículo de M onteggia es particu larm ente m em orable p o r ­
que m arca el triunfo de la palabra «rom ántico» sobre sus 
diversas rivales: «rom ancesco», «rom anesco», «rom ancista», 
etc. López Soler reafirmó con vigor la in terpretación cristiana 
del rom anticism o propuesta po r Bóhl. Fue A gustín D urán 
quien puso fin a la prim era fase de las discusiones críticas 
sobre el rom anticism o con la publicación, en 1828, de su D is ­
c u rso so b re e l in flu jo d e la c r ítica m o d e r n a e n la d eca den cia 
d e l te a tro e s p a ñ o l . .. La Concepción schlegeliana del rom anticis ­
m o transm itida y adaptada p o r Bóhl y López Soler culm ina 
con la adición de u n im petuoso rasgo de nacionalism o cultural: 
la idea de que la época «rom ántica» p a r e x ce lle n ce fue el Siglo 
de O ro español.
Los críticos de la época fernandina, pues, incurrieron en 
varios errores. N o asociaron el rom anticism o con una w e lta n - 
sc h a u u n g específicam ente contem poránea; no dedicaron seria 
atención a las innovaciones rom ánticas en la tem ática y en la 
técnica literarias, y m anifestaron una tendencia m arcadísim a a 
in te rp re ta r el m ovim iento en térm inos de la tradición católica y 
m onárquica absolutista que entonces, du ran te el reinado de 
Fernando V II , predom inaba de nuevo.
Alcalá GaÜano fue la figura de excepción. E n su fam oso, 
pero escasam ente leído prólogo a E l m o r o e x p ó s i to de Rivas, 
escrito en 1833, in ten tó destru ir los argum entos en favor del 
rom anticism o «histórico». G aliano abogaba p o r el reconoci­
m ien to de lo que él llam aba «el rom anticism o actual» adhi­
riéndose, en este sentido, a los ataques que sus colegas libera ­
les (M ora, Blanco W h ite y una trad ición que a través de Q uin ­
tana enlazaba con el debate literario de l siglo x v m ) dirigían 
contra el Siglo de O ro , considerándolo com o un período de 
fanático oscurantism o. E n su prólogo, la tendencia a considerar 
escritores «rom ánticos» a D an te , Shakespeare y Calderón fue 
sustitu ida po r una referencia favorable a Scott, H ugo y sobre 
todo a Byron. E fectivam ente, la aceptación de Byron y, en
26 EL SIGLO XIX
m enor m edida, de H ugo y Dum as se convierte en la p iedra de 
toque de cualquier visión del rom anticism o avanzada p o r sus 
contem poráneos,
La ten ta tiva de Galiano supuso un gran avance en la com ­
prensión del m ovim iento, al p resentar e l rom antic ism o com o 
u n fenóm eno característico de su propia época que reflejaba un 
cam bio d e perspectiva rigurosam ente contem poráneo. A l m is ­
m o tiem po hizo especial referencia a la poesía de tem a filosó­
fico, surgida de la «agitación in terio r» del poeta .
T ras la polém ica con Bóhl que hem os m encionado antes, 
M ora continuó dirig iendo periódicos progresistas en M adrid , 
hasta que la invasión francesa de 1823 le obligó a exiliarse. 
D uran te los vein te años siguientes vivió en e l ex tran jero , vol­
v iendo a sus actividades literarias en M adrid cuando ya la m a ­
rea del rom anticism o había retrocedido. A parte de publicar 
sus propios poem as, que com prendían una colección de L e y e n ­
d a s e sp a ñ o la s (1840), d e las que las m ás tem pranas figuran 
en tre las prim eras m anifestaciones de la leyenda en verso de 
n u estra lengua, p restó dos valiosos servicios a la litera tu ra es ­
pañola: en 1844 recogió y publicó los ensayos críticos de L ista 
y en 1849 tradu jo del francés y publicó L a g a v io ta de F ernán 
Caballero.
E l sacerdote A lberto Lista (1775-1848) había sido en su 
juven tud un liberal avanzado, afrancesado y m asón. M ás ta r ­
de, después de cuatro años de exilio en Francia, transigió 
m oderadam ente con el régim en de Fernando V II y se le per ­
m itió abrir un colegio, e l colegio de San M ateo , que contó 
en tre sus alum nos a Espronceda, V en tu ra de la V ega, Ochoa, 
Patricio de la Escosura, Roca de Togores y otros fu tu ros es ­
critores, soldados y estadistas. Tam bién D uran fue alum no de 
L ista quien duran te el período rom ántico fue, sin lugar a d u ­
das, el crítico m ás inteligente y valioso del m om ento .
T an to M ora com o Lista representaban un p u n to de vista 
m oderado aunque a distin tos niveles. Am bos son m uy signifi­
cativos p o r el m odo en que ilustran la transición del neocla ­
sicismo ilustrado a un rom anticism o m uy lim itado. M ora, sin
LOS PRIMEROS ROMÁNTICOS 27
apartarse de su básico optim ism o y de su deísm o racionalista y 
hum anitario , admiró a Shakespeare, tradujo a Scott y abogó 
p or el estudio de la poesía inglesa, así como la de los clásicos. 
A la vez que rechazaba «las incongruencias de los autores ro ­
m ánticos» y criticaba la rígida adhesión a las «reglas» neoclá ­
sicas, aceptó el color local y e l nacionalism o en la literatura 
para term inar modificando considerablem ente sus diatribas con ­
tra la com edia del Siglo de O ro y la poesía m edieval. Lista 
tam bién buscó un punto de equilibrio: al defender las.«reglas» 
com o m odelos útiles, y la «im itación» fren te a lá «creación», 
atacó a los rom ánticos po rq u e creían en el genio, la inspira ­
c ión y la espontaneidad, recalcando la necesidad de «el gusto 
ejercitado y perfeccionado». Fue el p rim er crítico español m o ­
derno que ofreció un estudio am plio y sistem ático del dram a 
del Siglo de O ro. P artidario sobre todo de la litera tu ra de ins ­
piración m oral y cristiana, se adhirió, en su más amplio sen ­
tido , al p u n to de vista del rom anticism o «histórico» y atacó 
lo que él consideraba la inm oralidad subversiva del rom anticis ­
m o actual.
1 . E l a d v e n im i e n t o d e l r o m a n t i c i s m o
Una sim ple ojeada al estado de la litera tu ra española bajo 
el reinado de Fernando V I I , evidencia una tris te situación. 
E n tre 1814 y 1820 Q uin tana, Gallego, M artínez de la Rosa 
y otros m uchos escritores e in telectuales estuvieron en la cár­
cel. M oratín , M eléndez V aldés,1 L ista y Reinoso en el exilio. 
E n el país, la censura era aplastante y especialm ente duros los 
ataques contra la prosa novelesca, considerada com únm ente in ­
m oral y, en cualquier caso, com o ram a inferior de la literatu ra. 
E n 1799 el gobierno había in ten tado suprim ir la publicación 
de todo tipo de novelas e incluso las traducciones de Scott
1. Sobre Q u in tana , M oratín y M eléndez V aldés, véase N igel G lend in n ing , 
H is to r ia d e la lite ra tu ra e sp a ño la . 4: E l s ig lo X V I I I , A riel, Barcelona, 1973.
28 EL SIGLO XIX
fueron prohib idas oficialmente basta 1829. Sin em bargo, la 
Colección de Novelas, im portan te serie de novel-as europeas con ­
tem poráneas traducidas y publicadas a p a rtir de 1816 p o r Ca ­
b rerizo en Valencia, empezó realm ente a p reparar el gusto del 
público para la obra de los novelistas españoles. Su precursor 
fue R. H um ara Salam anca con R a m iro , c o n d e d e L u c e n a (1823), 
la prim era novela histórica nativa, y le siguió López Soler con 
L o s b a n d o s d e C a stilla (1830), cuyo prólogo, m erecidam ente 
recordado, es un in teresante m anifiesto rom ántico.
M eléndez Valdés seguía ejerciendo una influencia prim or ­
dial sobre la lírica, a pesar de que la edición de su poesía de 
1820 fue censurada. T an to L ista com o M ora y M-artínez de la 
Rosa fechaban con su aparición una nueva época en la poesía 
española; Q uin tana , que com partía con este ú ltim o la estim a 
del público, era su discípulo y biógrafo. E l equipo redacto r de 
E l E u r o p e o (1823-1824), bastan te representativo de los escri­
to res más jóvenes, dividía su adm iración e n tre M eléndez y Q uin ­
tana, a la vez que difundía con entusiasm o traducciones de 
Schiller, O ssian, G essner, Klopstock, C hateaubriand y otros 
poetas rom ánticos europeos.
E n el teatro , a pesar del vivo ataque de G arcía Suelto con ­
tra el dram a neoclásico en «Reflexiones sobre el estado actual 
de nuestro teatro» (1805) y de la aparición en e l m ism o año de 
P e la y o , tragedia patrió tica de Q uintana q u e anunciaba las p ri ­
m eras obras dram áticas de M artínez de la Rosa y Rivas, Mora- 
tín seguía siendo el genio indiscutible si b ien a causa de la cen ­
sura L a m o jig a ta y E l s í d e las n iñ a s no pud ieron volver a re ­
p resentarse hasta 1834. Su influencia continuaría m ás allá del 
rom anticism o. P o r lo demás, el tea tro había m arcado el paso. 
Las absurdas m onstruosidades que M oratín había satirizado en 
L a c o m e d ia n u e v a se m antenían todavía en escena. E l gran éxito 
de la época fue L a p a ta d e cabra de G rim aldi, una com edia de 
m agia adaptada del francés de la que se h icieron 125 represen ­
taciones, de 1829 a 1833. (Com párese con E l tr o v a d o r de Gar* 
cía G utiérrez , la obra rom ántica de más éxito, con veinticinco 
representaciones.) Las comedias del Siglo de O ro (la m ayoría
LOS PRIMEROS ROMÁNTICOS 29
refundidas) siguieron siendo populares hasta m ediados los años 
tre in ta para declinar después. T am bién florecieron superviven ­
cias neoclásicas, como las obras de M oratín , al lado de dram as 
sentim entales burgueses, ópera y, sobre todo, traducciones del 
francés.
Los emigrados habían experim entado de cerca, y algunas 
veces durante m uchos años, los grandes cambios que se habían 
operado en el gusto y las ideas europeas, Rivas estuvo diez 
años en el extranjero, Espronceda, siete. Los románticos que 
estaban fuera, extrem istas (al principio) en política, estaban 
naturalm ente abiertos a las influencias más extrem as en lo que 
al pensam iento y a la expresión literaria se refiere. Su retorno 
coincidió con una liberalización de la censura que perm itió 
repentinam ente el libre juego de estas influencias en la propia 
España. Los resultados, que iban m ucho más lejos de lo que 
los críticos «fernandinos» habían esperado, llevaron a E , A. 
Peers a hacer la desorientadora distinción en tre la «renovación» 
rom ántica y la «revuelta» rom ántica. Para com prender lo que 
realm ente sucedió es necesario recordar un hecho al que Peers 
nunca se enfrentó directam ente: un cambio im portante en las 
form as literarias siem pre ocurre en relación con algo más p ro ­
fundo: un cambio de sensibilidad, un cambio de actitud frente 
a la condición hum ana, una nueva visión de la vida.
Sí no fuera así, el rom anticism o, considerado como fenó ­
m eno puram ente literario , podría haber aparecido en cualquier 
m om ento después de que se hubiera extendido la insatisfacción 
respecto a los m odelos neoclásicos. Lo que sucedió específica­
m ente en 1833 fue que la base ideológica del rom anticism o p ro ­
p iam ente dicho, el cambio en e l clima de las ideas, que sobre ­
v ino principalm ente como resu ltado de la crisis religiosa y 
filosófica de finales del siglo x v m , fortalecida por las transfor ­
m aciones sociales, políticas y económicas de la Revolución fran ­
cesa y las guerras napoleónicas, no podía contenerse por más 
tiem po en la frontera de España, A hora era posible poner en 
cuestión todas las norm as absolutas de la religión, la m oral y 
la tradición nacional de las que hasta entonces se venía pen ­
30 EL SIGLO XIX
sando que dependían el bienestar del indiv iduo y la coheren ­
cia de la sociedad. Los que aprovecharon la oportun idad fueron 
m inoría. P ro fundam ente nostálgicos de la seguridad an terior, 
confundidos y a veces angustiados por su nueva visión, su obra 
a m enudo es am bivalente. La hostilidad que provocó su actitud 
ha oscurecido desde entonces la perspectiva crítica. P ero hay 
un hecho que está claro: su rom anticism o es el que ha sobre ­
vivido. H ay una in in terrum pida continuidad desde e l criticism o 
escéptico de estos rom ánticos, por más lim itado y esporádico 
que sea, a la generación del 98 y a nuestros días.
E sto no nos hace olvidar las contradicciones e inconsisten ­
cias inherentes al m ovim iento rom ántico. H u b o liberales que 
no fueron rom ánticos (por ejem plo, M ora) y hubo rom ánticos 
que n o fueron liberales (por ejem plo, Z orrilla). L ista y luego 
R ivas, a m enudo parece que m iren en am bas direcciones. Del 
m ism o m odo, no todos los que dieron expresión literaria a la 
visión angustiada o percibieron en ella el sello del m ovim iento , 
lo hicieron con firmeza. Rivas cambió de tendencia tan to en 
litera tu ra com o en política; tam bién lo hizo P asto r D íaz. E l 
problem a se vuelvemás agudo por el hecho de que todos los 
rom ánticos estaban unidos por su nacionalism o, la hostilidad 
hacia el neoclasicism o y la atracción por el Siglo de O ro ; com ­
partían idénticas innovaciones en la dicción y los m ism os tóp i ­
cos. P ero en realidad, lo que separa a Z orrilla , p o r ejem plo, de 
Espronceda es más esencial que lo que les unió.
2 . M a r t í n e z d e l a R o s a
Dos figuras que surgieron en la fase inicial del m ovim iento, 
am bos b astan te m ayores que el resto de los rom ánticos im por ­
tantes, son Francisco M artínez de la Rosa (1787-1862) y Ángel 
Saavedra (1791-1865), que luego sería duque de Rivas. A lum ­
no de M ora, y joven profesor de filosofía en la universidad de 
G ranada, M artínez de la Rosa fue un m iem bro influyente del 
ala u ltra liberal de las Cortes de 1813 y bajo e l reinado de Fer-
LOS PRIMEROS ROMÁNTICOS 31
nando V II estuvo en la cárcel d u ran te casi seis años. Su prim er 
grupo de escritos pertenece a este período . Com prende L o q u e 
p u e d e u n e m p le o (1812), atrevida sátira anticlerical contra sus 
oponentes políticos tradicionalistas, seguida en el mismo año 
p o r L a v iu d a d e P a d illa , tragedia heroica en verso, en cinco 
actos, lenta y reiterativa, basada en Alfieri. Su tem a era el tó ­
pico de la libertad o la m uerte. L a n iñ a e n casa y la m a d re en 
la m áscara (1821) ilustra el persisten te predom inio del estilo 
m oratin iano en la comedia. M o ra y m a (1818), o tra tragedia he ­
roica, es demasiado parecida a la prim era. La últim a obra del 
grupo es todavía com pletam ente neoclásica: una elegante tra ­
ducción de la E p ís to la a d P iso n e s (1819) de Horacio.
E n tre tan to , las ideas políticas de M artínez de la Rosa se 
habían vuelto más m oderadas. C uando, tras ser liberado, llegó 
a prim er m inistro du ran te unos pocos m eses en 1822, el ala 
izquierda se le opuso y finalm ente se vio obligado a exiliarse 
a Francia (1823-1831). D uran te el exilio, M artínez de la Rosa 
escribió la m ayoría de sus obras más conocidas. A parte de la 
P o étic a (1822) están: A b e n H u m e y a , dram a m orisco sobre el 
tem a de la libertad; E d ip o , adaptación de la tragedia clásica; 
y sobre todo, L a c o n ju ra ció n d e V e necia; tres obras que no 
se pueden fechar exactam ente pero que probablem ente fueron 
escritas en este orden, en tre 1827 y 1830. E l apéndice de la 
P o é tic a m anifiesta un patrió tico deseo de hacer la m ejor defen ­
sa posible de la litera tu ra española desde una posición neocla- 
sicista que todavía tra ta de som eter e l gusto a las reglas. E sto 
ya ofrece un ejem plo de la posición antidogm ática de M artínez 
de la Rosa. No sorprende que en el prólogo a sus poemas escri­
ba de los clásicos y los rom ánticos: «tengo como cosa asentada 
que unos y otros llevan razón» — ¡siem pre que ambos eviten los 
extrem os!— . Igualm ente en la com posición de A b e n H u m e y a 
su norm a fue «olvidar todos los sistem as y seguir como única 
regla [ . . . ] el código del buen gusto».
Las prim eras tragedias heroicas de M artínez de la Rosa 
contienen varios efectos rom ánticos: color local incluyendo m ú ­
sica y coros, de los que él fue el p rim er in troducto r y defensor
32 EL SIGLO XIX
en España; escenas m ultitudinarias; escenarios m edievales es­
pañoles y m oriscos; efectos espectaculares, com o el fuego en 
A b e n H u m e y a ; ideales libertarios; e incluso cierto grado de 
violencia y h o rro r en la escena. Pero les falta un auténtico 
sentido del incontenib le destino adverso, la em oción concomi­
tan te y cualquier form ulación del ideal de am or rom ántico. L a 
c o n ju ra c ió n d e V e n e c ia se acerca más a este m odelo y en Ru- 
giero percibim os ligeram ente rasgos del héroe rom ántico. Su 
origen m isterioso, su m elancolía, su tendencia a relacionar la 
vida m ism a con el am or, y su sujeción a la fata lidad hostil, 
m uestra a M artínez de la Rosa en busca de una nueva figura 
típica. Pero L a c o n ju ra ció n d e V e n e c ia , aunque m arca el prim er 
in ten to real de expresar la nueva sensibilidad en térm inos dra ­
m áticos, no lo logró plenam ente. R ugiero, joven, herm oso y 
afortunado, está retratado como profundam ente infeliz sólo 
porque es hijo ilegítim o. Incluso esto es sim plem ente un re ­
curso para que pueda tener lugar la escena final del reconoci ­
m iento . El nudo del dram a es más la conspiración que el tem a 
del am or y el destino. M artínez de la Rosa, a pesar de percibir 
vagam ente «lo que había en el aire», no logró form ularlo ade ­
cuadam ente.
E l resto de la obra de M artínez de la Rosa com prende una 
novela histórica hiperdocum entada, I s a b e l d e S o l ís (publicada 
p o r partes , 1837-1846) y tres obras de tea tro de m enor im por ­
tancia: L o s c e lo s in fu n d a d o s (1833), L a b o d a y e l d u e lo (1839) 
y E l e sp a ñ o l e n V e n e c ia (1840).
3. Ri vas
La carrera literaria de Ángel d e Saavedra, duque de Rivas, 
tiene pun tos en com ún con la de M artínez de la Rosa, Com o él, 
Rivas empezó escribiendo rom ances cortos pastoriles en la tra ­
dición de M eléndez, entrem ezclados con odas patrió ticas decla­
m atorias («A la victoria de Bailén», 1808; « A la victoria de 
A rapiles», 1812), antes de evolucionar hacia el rom anticism o.
LOS PRIMEROS ROMÁNTICOS 33
Rivas, igual que M artínez de la Rosa, fue uno de los escrito ­
res presentes en Cádiz en 1812 y siguió siendo un liberal exal­
tado durante algunos años después. D esde 1823 a 1834 vivió 
sucesivam ente en Ing laterra , M alta y Francia, se casó, tuvo 
hijos, y durante algún tiem po se ganó la vida enseñando a p in ­
tar. D uran te su estancia en M alta d isfru tó de la am istad de 
sir John H ookham Frere, a quien , en la dedicatoria de E l m o ro 
e x p ó s i to , le agradeció reconocido el haberle alentado a in tere ­
sarse, ya entonces, p o r la litera tu ra española m edieval y del 
Siglo de O ro. Su tendencia hacia el rom anticism o en la edad 
m adura lo llevó, con D o n A lv a r o , al centro m ism o del m ovi­
m iento y ocasionalm ente a su liderazgo. Esto hace que sea 
tan to más sorprendente la insignificancia de sus obras posterio ­
res y su recaída en la superficialidad de las leyendas en los 
años cincuenta.
Los poemas líricos cortos de Rivas, aunque de inspiración 
más fresca que los de M artínez de la Rosa, son sin em bargo, con 
pocas excepciones, de un convencionalism o decepcionante tan ­
to en tem a como en estilo. E n su principal colección de poe ­
m as de amor, a la m isteriosa O lim pia, pocas veces se oye una 
no ta de pasión verdadera po r encim a del tono de queja here ­
dado de un siglo que identificaba la poesía con una suave em o ­
ción sentim ental. Sólo hay dos tem as que inspiran a Rivas 
poesías con brío ; uno de ellos es el exilio y el espectáculo de 
su país postrado bajo la bo ta de Fernando V IL En «El des ­
terrado» y en su poem a lírico más fam oso, «E l faro de M alta», 
Rivas consigue al fin expresar con nobleza un sentim iento au ­
téntico. Pero aunque e l tem a, el tono y el estilo de «El deste ­
rrado» apuntan hacia el rom anticism o, Rivas estaba todavía al 
filo de la sensibilidad rom ántica y así se evidencia cuando com ­
para , en el o tro poem a, el faro de M alta con la luz de la razón 
en m edio de las tu rbulen tas pasiones, com paración que se apro ­
xim a más a la perspectiva de la Ilustración que a la de la joven 
generación.
E l o tro tema im portante de los poem as cortos de Rivas es 
el del inexorable paso del tiem po. «E l tiem po», «Brevedad de
34 EL SIGLO XIX
la vida», «E l otoño» y «El sol ponien te» son los poemas de 
Rivas que se acercan más a esa poesía de «sesgo m etafísico» 
que Alcalá Galiano, M artínez de la Rosa y otros consideraban 
específicamente característica del rom anticism o.Pero como Me- 
léndez, de quien recibió el tema, Rivas retrocedió an te sus im ­
plicaciones más profundas. D e la contem plación de la fugacidad 
de la vida y la ínevitabilidad de la m uerte, que le acercaba a 
esa conciencia de la condición hum ana tan paten te en E spron ­
ceda, se refugió en la resignación a la vo luntad de Dios.
Los poem as narrativos largos de Rivas: E l p a so h o n ro so 
(1812), F lo r in d a (1826) y E l m o r o e x p ó s i to (1834) jun to con 
los R o m a n c e s h is tó r ic o s (reunidos p o r prim era vez en una edi­
ción de 1841) pertenecen al tipo de poesía concebida de acuer­
do con las ideas de Bóhl de Faber. D e inspiración esencial­
m ente nacionalista, está enm arcada preferen tem ente en la Edad 
M edia o en el Siglo de O ro , y glorifica los valores tradicionales 
españoles (con todo lo que im plican). E n efecto, en el prólogo 
a los R o m a n c e s h is tó r ic o s , Rivas adoptó el enfoque de los dos 
escritores m encionados.
N i E l p a so h o n ro so ni F lo r in d a p resentan el conflicto en tre 
el am or y el destino que es uno de los tem as m ás básicos del 
rom anticism o; en ambos poemas el enfren tam iento físico es 
más im portan te que el conflicto em ocional. Con E l m o r o e x ­
p ó s ito , escrito entre 1829 y 1833, en rom ances reales y pu ­
blicado en 1834, la orientación cambia de un m odo m uy m ar­
cado. M ientras el poem a en general cae dentro de los lím ites 
del rom anticism o «histórico», el am or ocupa ahora un lugar 
central. El destino adverso (al contrario del destino m erecido 
p o r Rodrigo en F lo r in d a ) es paten te cuando M udarra, como 
después D on Alvaro, m ata inadvertidam ente al padre de su 
•amada, y tam bién cuando en el canto I I I el joven Gonzalo 
G ustios lo prom ueve sin darse cuenta contra su fam ilia, en el 
banquete . E n el últim o caso es no table el triunfo de la fata ­
lidad sobre la protección divina, sim bolizada por la reliquia de 
la V era Cruz entregada a Gonzalo. Estos dos rasgos indican 
hacia dónde se estaba orientando Rivas.
LOS PRIMEROS ROMÁNTICOS 35
E n la ú ltim a parte de E l m o r o e x p ó s i to Hay muchas cosas 
que anuncian a D o n A lv a r o . Pero com parada con ésta, la con ­
cepción básica del poem a aparece confusa e insatisfactoria. E l 
destino hostil arb itrario juega un papel im portan te en los in ­
fortunios de Gonzalo G ustios y de su hijo M udarra, y ese m is ­
m o destino es e l que acosa im placablem ente a D on Alvaro. Pero 
al final de E l m o ro e x p ó s i to la providencia triunfa sobre él y se 
m anifiesta repetidam ente com o instrum ento en favor de la ven ­
ganza de M udarra. Ruy Velázquez, el agente de la fatalidad, 
es una figura de m aldad satánica pero en su carácter no hay 
ningún elem ento de rebelión cósmica; por el contrarío, en el 
rom ance X in ten ta desesperadam ente reconciliarse con el cielo 
y, por últim o, cuando el principio del am or al fin triunfa, se 
subord ina repentinam ente a las creencias religiosas, cuando Ke- 
rim a, en el m ism o a lta r donde va a casarse, decide dram ática ­
m ente tom ar el hábito . E n todos estos rasgos percibim os un 
elem ento de vacilación q u e es fundam entalm ente lo que quita 
a E l m o r o e x p ó s i to una significación realm ente hum ana.
Lo que le falta en realidad a la poesía de Rivas, y de hecho 
a toda su obra en conjunto, es esa conciencia del enigm a de la 
vida, esa preocupación a m enudo desesperada por el destino 
hum ano en un universo que ya no está regido po r una provi ­
dencia benevolente y que es p a rte del legado que los rom ánticos 
han dejado a nuestra época,
4. «Do n Al v a r o»
D o n A lv a ro (1835) es la excepción en la obra d e Rivas. 
Cronológicam ente sigue a un respetable núm ero de obras dra ­
m áticas, m uy inferiores, que e l au to r más tarde no creyó con­
veniente incluir en la prim era edición de sus O b ra s c o m p le ta s 
(1854). Estas obras com prendían A ta ú l fo (1814) que fue prohi ­
b ida p o r la censura y no h a sobrevivido com pleta; A lia ta r 
(1816); D o ñ a B lan ca (1817), cuyo único m anuscrito fue des ­
tru ido en 1823; E l d u q u e d e A q u i ta n ia (1817); M a le k -A d h e l
36 EL SIGLO XIX
(1818); L a n u z a ( 1822); A r ia s G o n za lo (1826 o 1827); y T a n to 
v a les c u a n to tie n e s (escrita en M alta en 1828 pero no publi ­
cada hasta 1840). Todas m erecen el m ism o juicio queTas obras 
de M artínez de la Rosa, hecha excepción de L a c o n ju ra c ió n de 
V enecia-, incorporan ciertos rasgos sem irrom ánticos (como es ­
cenarios m edievales y m oriscos, pasión y violencia, soflamas) 
pero no tienen un espíritu au ténticam ente rom ántico. E sto no 
es así con D o n A lv a ro . Es un caso aislado, enigm ático, en m edio 
de la obra de Rivas, d istin to en estilo y perspectiva a todo lo 
que escribió antes y después. Su tem a, el triunfo del destino 
sobre el am or, es el tem a básico de todos los grandes dramas 
rom ánticos españoles.
T al in terpretación está confirm ada p o r las reflexiones sobre 
la vida en el famoso soliloquio (acto I I I , escena m ) :
¡Qué carga tan insufrible 
es el ambiente vital 
para el mezquino mortal 
que nace en signo terrible!
reflexiones que evidencian la incipiente com prensión de que 
el m ism o am or no es sino una artim aña del destino adverso:
Así, en la cárcel sombría 
mete una luz el sayón, 
con la tirana intención 
de que un punto el preso vea 
el horror que lo rodea 
en su espantosa mansión.
Es curioso consta tar cuán poco se ha escrito sobre la técni­
ca dram ática de la más famosa obra del tea tro rom ántico espa ­
ñol, Q uizá la explicación se halla en esto : hasta la m agistral 
in terp retación de Cardwell, aceptada tam bién p o r Navas Ruiz 
y A lborg, no existía una base firme en que sen tar un análisis 
de la estruc tu ra de la pieza. A hora resu lta claro q u e la evolu ­
ción de don Alvaro com prende una fase de a m o r (el prim er
LOS PRIMEROS ROMÁNTICOS 37
acto), una fase de acción (los actos tercero y cuarto) y una fase 
re lig io sa (el quinto acto). E l segundo acto, que parece marcar 
una pausa, en realidad p repara la dim ensión religiosa de la con ­
clusión. E n el acto tercero, el eje de la tragedia, subraya doble ­
m ente la ironía que dom ina toda la obra, D on Alvaro y don 
Carlos se salvan la vida uno a o tro , pero sólo para iniciar en 
seguida un duelo m ortal. M uerto don Carlos, don Alvaro es ­
capa a la justicia hum ana, para encontrarse más tarde bajo el 
yugo de la injusticia divina.
E n la obra, las coincidencias, que A zorín encontró tan poco 
convincentes, están destinadas a ilu stra r cada vez más clara ­
m ente el efecto de la fuerza m aligna que lleva a D on Alvaro 
inexorablem ente al suicidio, suicidio que, lejos de ser inexpli ­
cable, como afirma N . González Ruiz,2 es el clímax natural de 
la acción: el héroe rom ántico rechaza una vida a la que, con la 
m uerte de Leonor, han arrancado el ú ltim o soporte existencial. 
«E l cadáver rom ántico», en palabras de Casalduero, «es un 
testim onio de la fálta de sentido de la v ida».3
P o r lo demás, D o n A lv a r o en su mezcla de verso y prosa; 
en la utilización del color local (las escenas del aguaducho, la 
posada, y la sopa que abren los actos I , I I y V); y en el sor ­
p rendente uso del contraste (el trágico clím ax del acto I , segui­
do de la ruidosa alegría de la posada y éste, a su vez, de la 
exaltación em ocional po r la renuncia al m undo de Leonor), 
representa el ejem plo m ás notable de técnica escénica rom ántica. 
Especialm ente digna de atención es la b rillan te utilización de 
las tres escenas d e color local com o previa exposición reiterada 
y destinada a inform ar convenientem ente al público para la 
perfecta com prensión de los incidentes posteriores.
H ay dos nuevos rasgosque m erecen una breve atención: la 
cárcel y el m onasterio-convento como sím bolos rom ánticos. Casi 
todos los héroes rom ánticos españoles, desde el Rugiero de L a 
c o n ju ra c ió n d e V e n e c ia al A dán de E l d ia b lo m u n d o pasan una
2. N . González R uiz, E l d u q u e d e R iv a s , M adrid , 1944, pág. 13.
3. J . Casalduero, F o rm a y v is ió n d e « E l d ia b lo m u n d o » d e E sp ro n c e d a , 
M adrid , 1951, pág. 29.
38 EL SIGLO XIX
tem porada en la cárcel. E n el soliloquio de D o n Alvaro la re ­
ferencia a
este mundo 
¡qué calabozo profundo...!
explica suficientem ente la atracción que la cárcel ejercía sobre 
los escritores rom ánticos. Es el sím bolo de la existencia hum a ­
na. E ncontram os ecos incluso en las V id a s s o m b r ía s de Baroja, 
en «E l am o de la jaula». E n E l t r o v a d o r y en otras obras ro ­
m ánticas en tra r en un convento o en un m onasterio simboliza 
la vuelta hacia la vieja serenidad y seguridad de la creencia 
religiosa fren te a la conciencia de la m oderna condición hum a ­
na, cuya expresión dram ática hem os visto reflejada en térm inos 
de un destino hostil, Pero como aquí, en D o n A lv a r o , el m un ­
do que se in tuye, el principio antiv ital, siem pre irrum pe de 
nuevo. E l re tiro al m onasterio es para los rom ánticos una reac ­
ción desesperada, no una solución. Indica solam ente la nostalgia 
que sin tieron po r los tiem pos en que esto todavía ofrecía una 
salida de sus problem as.
D espués de D o n A lv a r o , que' al principio no fue un .éxito 
de taquilla, Rivas volvió a su estilo creador de antes y en 1840 
publicó la prim era edición de sus R o m a n c e s h is tó r ic o s . Ya se 
ha hecho referencia a su im portan te prólogo que defiende las 
antiguas form as m étricas fren te al m enosprecio de H erm osilla. 
Los dieciocho rom ances parece que fueron escritos principal ­
m ente en tre 1833 y 1839, aunque la fecha de la -mayoría de 
ellos es incierta. C onstituyen la contribución m ás conocida de 
Rivas a la co m en te de poesía rom ántica dedicada a tem as tra ­
dicionales y patrió ticos y preludian las le y e n d a s de Zorrilla que 
p ro n to iban a aparecer. E l rom ance típico de Rivas describe en 
térm inos sorprendentem ente vivos, o b ien una anécdota carac ­
terística de la h istoria de España: el asesinato de don E nrique 
p o r su herm ano el rey Pedro I ; la m uerte de Villam ediana; el 
castizo gesto del conde de Benavente («U n castellano leal») o 
b ien u n triunfo nacional m em orable («La victoria de Pavía»,
LOS PRIMEROS ROMÁNTICOS 39
«Bailén»). E n cualquier caso, las dotes de Rivas para la presen ­
tación pin toresca y la expresión dram ática, ahora plenam ente 
desarrolladas, se ponen de m anifiesto de m odo muy acusado, 
aunque en general son m ucho m ejores los rom ances más cortos 
que tra tan de u n solo incidente, condensado en unas pocas es ­
cenas visualm ente efectivas y que se suceden con rapidez.
Lo m ucho que se apartó luego Rivas del extrem o rom anti ­
cismo de D o n A lv a r o lo confirm a su posterio r comedia de m a ­
gia: E l d e se n g a ñ o en u n su e ñ o (1 8 4 2 ), su discurso a la Acade ­
m ia (1860) y su prólogo a L a fa m ilia d e A lv a re d a (1861) de 
Fernán Caballero. E n el personaje central de ¿El d e sen g a ñ o e n 
u n s u e ñ o , Lisardo, m onstruo tom ado de la comedia del Siglo de 
O ro , percibim os rasgos que sugieren que Rivas pensaba tam ­
b ién atacar el satanism o y la rebelión cósmica que acusan diver ­
sas figuras rom ánticas. E l discurso a la Academ ia y el prólogo a 
L a fa m ilia d e A lv a r e d a confirm an el alcance del cambio de acti­
tud de Rivas. E n el p rim ero ataca las «doctrinas disolventes, 
im pías y corruptoras» que la litera tu ra y especialm ente las no ­
velas estaban difundiendo. E n el segundo alaba a Fernán Ca ­
ballero po r com batirlas. D esgraciadam ente él no fue el único 
en tom ar este pun to de vista reaccionario , como verem os en 
un fu tu ro capítulo.
Capítulo 2
ESPRONCEDA Y LARRA
1. E s p r o n c e d a
Los dos escritores relacionados con e l tipo de rom anticism o 
más desesperado y rebelde (según la perspectiva de la época, el 
m ás subversivo) son Espronceda y L arra.
José de Espronceda y Delgado (1808-1842) fue al principio 
alum no de Lista, pero p ron to se im pacientó an te el p ruden te 
liberalism o de su m aestro y con las reservas que éste m anifesta ­
ba hacia las doctrinas literarias rom ánticas. D espués de un rim ­
bom bante in ten to , en la adolescencia, p o r fundar una sociedad 
secreta revolucionaria para vengar la m uerte de Riego, fue des ­
te rrado a u n m onasterio, en donde, alen tado p o r L ista , em pe ­
zó a escrib ir P e la y o , poem a épico sobre el tem a de la conquista 
m usulm ana de España que, afortunadam ente , dejó sin term inar. 
E n 1827 creyó p ruden te em igrar. V uelto del exilio en 1833, 
continuó su activ idad política en la conspiradora ex trem a iz­
quierda del partido liberal y en 1840 llegó a ser m iem bro fun ­
dador del Partido Republicano. M urió repentinam ente , al pare ­
cer de una infección de garganta, en m ayo de 1842, poco des ­
pués de en tra r en el Parlam ento. Para todos los aspectos b io ­
gráficos relacionados con su obra es indispensable el lib ro docu ­
m entadísim o de M arrast.
Poco hay en P e la y o (escrito en rígidas octavas reales como 
el poem a sim ilar de Rivas, F lo r in d a ) que pueda sugerir la fu tu ra 
evolución de Espronceda. D e hecho, n o se perciben signos de 
su fu tu ra perspectiva hasta que Espronceda p robó fo rtuna en
ESPRONCEDA Y LARRA 41
la ficción con una divagante y m ediocre novela histórica, S a n c h o 
S a ld a ña (1834). La esencia del carácter de Sancho es la fórm ula 
rom ántica del «vacío del alm a» en com binación con un p rofun ­
do deseo de recuperar la fe en algún principio duradero , que 
desem boca en la desesperación cuando el am or se revela im po ­
ten te para proporcionárselo. L a desdicha de Sancho, como la 
de R ugiero en L a co n ju ra c ió n d e V e n e c ia , es absolutam ente ar ­
b itra ria y no tiene relación con su situación real, Las repetidas 
exclamaciones de horro r an te la perspectiva de su existencia u l ­
te rio r sólo se pueden in te rp re ta r ten iendo en cuenta la creciente 
desazón espiritual e in te lectual del p ropio Espronceda.
E l desarrollo de esta visión pesim ista se puede seguir en 
su poesía. Se destacan tres grupos de poesía lírica. E l prim ero 
es el de los poem as políticos, patrió ticos y libertarios que em ­
pieza con «A la patria» (1829) que, com o el poem a más popu ­
la r de Rivas, «E l desterrado», ataca e l despotism o reinante en 
España y lam enta la suerte de los exiliados. Le siguió el soneto 
a la m uerte de Torrijos, m ucho más agresivo, y el lam ento por 
Joaquín de Pablo en cuyo fú til p ronunciam iento había tom ado 
parte el p rop io Espronceda en 1830. F inalm ente, en 1835, es ­
cribió un llam am iento a las arm as con tra los carlistas, que sólo 
es una incitante apelación a las masas al derram am iento de san ­
gre y la violencia:
¡Al arma, al arma! ¡Mueran los carlistas!
Y al mar se lancen con bramido horrendo
de la infiel sangre caudalosos ríos
y atónito contemple el Océano
sus olas combatidas
con la traidora sangre enrojecidas.
E l tono desm edido y exaltado de este poem a y el del «D os.de 
M ayo» (1840), en un m om ento en q u e poetas de más edad, 
com o M artínez de la Rosa y Rivas, se estaban retractando de 
sus anterio res principios, basta para señalar el abism o que se­
p ara las dos generaciones rom ánticas.
42 EL SIGLO XIX
U n segundo grupo de poesía lírica com prende « E l canto 
del cosaco», «La canción del p ira ta» , «E l m endigo», «E l reo de 
m uerte» y «El verdugo». Estos poem as ilu stran , de diferentesm aneras, la hostilidad de los rom ánticos hacia las trabas y con ­
venciones sociales y su aspiración a una lib e rtad indiv idual ab ­
solu ta. «E l m endigo» en particu lar, con su rencoroso tono de 
p ro testa , m arca el principio de la poesía social española. Pero 
los poem as realm ente im portan tes son « E l reo d e m uerte» y 
«El verdugo». E n el prim ero notam os la to ta l ausencia de cual­
qu ier referencia al crim en o al rem ord im ien to del prisionero 
condenado a m uerte. É ste no m aldice sus propias acciones sino 
al destino, m ientras el final del poem a, con su énfasis en la 
ilusión que es frustrada p o r la am arga realidad (tem a favorito 
de Espronceda), pone de relieve nuevam ente su significado fun ­
dam ental. Estam os todos en la cárcel de la vida, condenados 
p o r el destino a u n a m uerte inexorable: el reo de m uerte es 
cada uno de nosotros. E n el poem a «E l verdugo», m ás explíci­
tam ente sim bólico, el p rotagonista , en e l clím ax de la obra, se 
identifica con una fuerza del m al e terna, creada por u n dios 
cruel contra el que lucha en vano e l hom bre.
ín tim am en te conectados con estos poem as están los del ter ­
cer grupo que com prende «A Jarifa en una orgía», «A una 
estrella» , y sobre todo el «H im no al sol». E ste ú ltim o ocupa 
un lugar especial en tre los m ás cortos poem as de Espronceda 
po r ser el ún ico exclusivam ente filosófico. E n el cuerpo del 
poem a, una serie cuidadosam ente organizada de contrastes con 
la m utabilidad del tiem po, pone al sol com o sím bolo de cuanto 
es e terno y perdurable . Sin em bargo, ya en el clímax, este m o ­
delo de seguridad absoluta se rom pe b ru ta lm en te :
¿Y habrás de ser eterno , inextinguible, 
sin que nunca jam ás tu inmensa hoguera 
pierda su resplandor, siem pre incansable 
[ . . . ] y solo, eterno} perenal, sublime 
monarca poderoso, dominando?
No; [ . . . ]
ESPRONCEDA Y LARRA 43
N ada se puede concebir que sea e terno : no sólo el am or, la glo­
ría y la felicidad sino tam bién la verdad y la certeza. E l sím bolo 
del sol nos recuerda que los ideales y las creencias no tienen 
ana existencia absoluta que desafíe al tiem po.
A este respecto es en exceso superficial relacionar el pesi­
m ism o escéptico de Espronceda sim plem ente con su desgracia ­
da relación am orosa con Teresa M ancha. Teresa, como m ujer 
de carne y hueso, era m ucho m enos im portan te que lo que ella 
representaba: el in ten to de llenar con el am or hum ano el vacío 
dejado por la desaparición de la fe en la religión o en la razón. 
Casalduero acierta p lenam ente cuando afirma: «N o debemos 
p a rtir de Teresa para llegar al sen tim iento de la vida de Es- 
proncesa, sino que partiendo del sen tim iento que de la vida 
tiene el poeta debemos llegar a ver la form a que debía adquirir 
su am or».1
E l e s tu d ia n te d e S a la m a n c a , del que aparecieron fragm entos 
en 1836, 1837 y 1839 antes de su publicación en 1840, es uno 
de los prim eros y m ejores ejem plos de la leyenda, género favo ­
r ito de los rom ánticos españoles que lo cu ltivaron tan to en ver ­
so como en prosa. C uenta la h isto ria de Félix de M ontem ar, 
joven noble, arrogante y corrom pido que, después de m atar al 
herm ano de su am ante abandonada, es conducido por un espec­
tro a un castigo m acabro, llegando a tropezar p o r el camino con 
su propio entierro . Algo más largo que algunos de los R o m a n c e s 
h is tó r ic o s que Rivas estaba ya escribiendo p o r entonces, si no 
tiene su brillan te utilización de efectos visuales tiene, en cam ­
b io , toda su vivacidad y suspense. Sin em bargo difiere de los 
R o m a n c e s p o r ser ésta una obra to ta lm ente im aginativa, de 
audaz diversidad de m etros y sobre todo p o r los caracteres de 
D on Félix y E lvira. I lu stra la concepción rom ántica del am or 
com o ilusión po r un lado y com o único ideal v ita l por o tro . U na 
vez m uerta la ilusión, desaparecen las ganas de vivir. Como en 
el caso de los protagonistas de L o s a m a n te s d e T e ru e l, de H art-
1. J . Casalduero, F o rm a y v is ió n d e «E l d ia b lo m u n d o » d e E sp r o n c e d a , 
M adrid , 1951, pág. 129.
44 EL SIGLO XIX
zenbusch, donde el sim bolismo es idéntico , ella m uere sim ple ­
m ente de dolor. A prim era vista, D on Félix es cualquier cosa 
m enos una figura rom ántica. E l elem ento de pensam iento gené ­
rico que (p o r ejem plo, en el soliloquio de D o n A lvaro) perm ite 
ocasionalm ente al héroe rom ántico expresar la visión m ás pro ­
funda que el au to r tiene de la vida, está por com pleto ausente 
de su caracterización. Pero Espronceda no puede resistir la ten ­
tación de convertirlo , sin previo aviso, en una figura de rebelión 
cósmica:
[ ..J a lm a rebelde que el temor no espanta,
hollada, sí, pero jamás vencida;
el hombre, en fin, que en su ansiedad quebranta
su límite a la cárcel de la vida,
y a Dios llama ante él a darle cuenta,
y descubrir su inmensidad intenta.
La víctim a prisionera ya no se queja y, haciendo resonar las 
rejas de la celda, sólo llama a su in justo carcelero para pedirle 
cuentas. La crítica reciente sobre E l e s tu d ia n te d e S a lam anca 
(Vassari y Sebold en particular) insiste en la filiación directa de 
E l d ia b lo m u n d o con el poem a anterio r. Incluso llega Vassari 
a llam ar a Adán «otro don Félix». Sebold, p o r su parte , afirma: 
«E l titan ism o de M ontem ar depende, no solam ente de su fuerza 
física, sino de la m agnitud del enigm a esp iritual que deliberada ­
m ente se m antiene en torno a él». La rebelión cósm ica, todavía 
algo bravucona, de don Félix, que sugiere a Sebold el tem a del 
an ticristo , ya prefigura la rebelión m ás fría y lúcida del E sp íritu 
del H om bre en E l d ia b lo m u n d o . Sin dem asiada conexión con 
la h istoria , el gemido del fantasm a, en m edio del poem a, vuelve 
a sim bolizar las quejas del poeta an te la am arga realidad que 
oculta el m undo de las apariencias y fren te a la irreparable pér­
dida de la ilusión protectora.
¡Ay! el que descubre por fin la m entira;
¡Ay! el que la triste realidad palpó; [ . . . ]
ESPRONCEDA Y LARRA 43
Po r tan to el poem a tam bién se puede leer como una especie de 
alegoría, en la que el poeta expresa la aspiración hum ana a per ­
seguir la belleza y la felicidad y el desencanto que sobreviene al 
revelársele la verdadera faz de la existencia, fría , repugnante y 
dom inada por la m uerte.
2 . « É L D IABLO M UNDO »
Estas líneas podrían servir de epígrafe para el ú ltim o y 
más ambicioso poem a de Esproncesa, E l d ia b lo m u n d o , que se 
em pezó a publicar en 1840 y en el m om ento de su m uerte 
estaba todavía sin term inar. Es una alegoría de la existencia en 
la que A dán, representan te del hom bre, puede escoger en tre la 
m uerte (y Ja com prensión de la verdad últim a) o la vida eterna. 
Escoge inevitablem ente esta ú ltim a y el poem a relata cómo 
va descubriendo las amargas consecuencias de su elección. M u ­
chos de los elem entos principales de la perspectiva final de 
Espronceda están contenidos en el pró logo al poem a. E l coro 
de voces expresa sus dudas y su desengaño; el E spíritu del 
H om bre, su rebelión contra un D ios m aligno que quizá no es 
m ás que una hipótesis. E n el cuerpo del poem a, Adán, como 
el hom bre, aparece en el m undo desnudo e inocente sólo para 
encontrarse, siguiendo el precepto rom ántico, inm ediatam ente 
encerrado (en sentido literal y figurado) en la cárcel. Aquí em ­
pieza su amarga introducción en la realidad. P ero aún posee la 
fuen te de la ilusión, la juven tud y en contacto con el am or se 
rom pen sus cadenas. H asta aquí el poem a está elaborado con 
detalle . A p artir de este m om ento sobrevienen dificultades de 
in terpretación a causa del estado inacabado del poem a y sólo 
queda claroque a continuación sobreviene el desengaño de 
A dán. Dos nuevas fases están esbozadas: la frustración del 
ideal de am or del pro tagonista y su naciente visión trágica. 
Ju n to al cadáver de Lucía, niña inocente, que deja de existir 
de m odo arbitrario , A dán se da cuen ta de los problem as plan ­
teados po r un destino tan inm erecido. Con la voz y el lenguaje
46 EL SIGLO XIX
del luciferíno E spíritu del H om bre del prólogo, in terroga de ­
safiante:
El Dios ese [ . . . ]
que inunda a veces de alegría,
Y otras veces, cruel, con mano impía 
Llena de angustia y de dolor el suelo
y bruscam ente tom a conciencia de «L a perpetua ansiedad que 
en él se esconde»: o sea la búsqueda rom ántica (y m oderna) 
de una respuesta satisfactoria al enigm a de la vida. A quí el 
poem a se in terrum pe. Pero , aunque su clím ax no llegó a escri­
b irse, apenas podem os dudar de su naturaleza puesto que la 
severa advertencia del E spíritu de la V ida en el canto I ya 
anuncia que, sí alguna vez A dán llegara a lam entar su decisión, 
tendría que recordar que la responsabilidad de ésta era úni ­
cam ente suya.
Lo que m enos ha com prendido la crítica es la am bigüedad 
esencial del tono de Espronceda en el poem a, si exceptuam os 
el Canto a Teresa. Sobre todo esa am bigüedad radica en la 
auto-presentación del poeta m ism o, ya com o artista-filósofo-vi­
den te rom ántico, portavoz del espíritu hum ano que se esfuerza 
p o r expresar una visión trágica de la vida, ya com o narrador 
irónico en reacción to ta l contra esa im agen grandilocuente de 
sí m ism o. La segunda voz del poeta , hum orística y auto-satírica 
cuestiona la validez y la sinceridad de sus actitudes rebeldes y 
angustiadas. La coexistencia de estos dos tonos en el poem a 
constituye el aspecto m ás m oderno y significativo de la obra 
entera. M arca la plena m adurez in telectual de Espronceda, así 
como el m odo en que lo expresa m arca su m adurez artística. E n 
E l d ia b lo m u n d o Espronceda alcanzó la capacidad de contem plar 
hasta su propia visión trágica de la vida con irónico desasim ien ­
to , lo que le herm ana directam ente con Larra.
Las obras de tea tro de Espronceda y los artículos con que 
colaboró en varios periódicos son decepcionantes. T enía m uy 
poca habilidad para presentar un conflicto y confundía los efec ­
ESPRONCEDA Y LARRA 47
tos terroríficos con los dram áticos. A sem ejanza de tantos otros 
creadores, como crítico era pobre y actualm ente sólo se recuer ­
da un breve y d ivertido artículo: «E l p as to r clasiquino», donde 
satiriza la tradición de poesía bucólica neoclásica.
3. La r r a
A m ediados de los años tre in ta , el principal lugar de reunión 
de los rom ánticos en M adrid era e l café del T eatro del P rín ­
cipe (ahora Español). A llí ed itores como Carnerero y Delgado 
y el em presario del m ismo Príncipe conocieron a Espronceda, 
M esonero, B retón, García G utiérrez y a sus colegas rom ánticos. 
E sta tertu lia se denom inó el Parnasillo. E n 1838 el citado gru ­
po form ó el Liceo A rtístico y L iterario , de corta duración, que 
d isputó , po r corto plazo, al A teneo (fundado en 1820) el m o ­
nopolio de la vida literaria m adrileña, organizando debates, 
lecturas de poesía, conferencias y demás actos sim ilares. A parte 
de Espronceda, la figura más sobresaliente del Parnasillo fue 
M ariano José de Larra (1809-1837) . E n 1828, se rebeló contra 
el m edio fam iliar, abandonó sus estudios y fundó su prim er 
periódico, E l D u e n d e S a tír ico d e l D ía . Sólo aparecieron cinco 
núm eros, pero lo m ejor d e ellos ya revela, en un m uchacho 
de diecinueve años, u n extraord inario poder de observación y 
u n hum or particularm ente m ordaz. A l año siguiente, fren te a 
la oposición paterna, se casó con P ep ita W eto re t. E l m atri ­
m onio, sobre el que se pueden ver sus reflexiones en «El ca­
sarse pron to y m al», fue un fracaso desastroso y la pareja, que 
tuvo tres hijos, concluyó po r separarse en 1834. Fue, irónica ­
m ente, el año del dram a de L arra , M a cía s , con su exaltada 
visión del ideal de am or. E n tan to , fundó un periódico satírico 
E l P o b re c ito H a b la d o r (1832-1833), tam bién de corta vida, y 
tradu jo del francés unas cuantas obras de tea tro , principalm ente 
de Scribe. E strenó además su propia obra larga N o m á s m o s tr a ­
d o r (1831), basada en una com posición dram ática, en un acto, 
de u n au to r francés. H u b o o tra obra original de Larra, E l c o n d e 
F ern á n G o n zá le z , que nunca se llegó a representar.
48 EL SIGLO XIX
M a clas está considerado como un tem prano m onum ento a 
la pasión rom ántica en España. Puede decirse que con él Larra 
inventa la gran fórm ula rom ántica para el dram a: el am or con ­
trariado p o r el destino que conduce a la m uerte. Una y otra 
vez M acías afirma que la vida sin am or es un torm ento sin 
sentido y, en el clímax lírico del acto I I I , proclam a explícita ­
m ente su ideal amoroso:
Los amantes son solos los esposos, 
su lazo es el amor. ¿Cuál hay más santo?
[ . . . ] ¿Qué otro asilo 
Pretendes más seguro que mis brazos?
Los tuyos bastaránme, y si en la tierra 
asilo no encontramos, juntos ambos 
moriremos de amor. ¡Quién más dichoso 
que aquél que amando vive y muere amado!
E l dram a M a cías revela una técnica curiosam ente híbrida, 
pues in ten ta , torpem ente, observar las un idades y a la vez se­
guir la m oda de im itar la comedia del Siglo de O ro .2 La im ita ­
ción tiene sin duda algunos retoques. Es significativo que no 
haya gracioso ni intriga secundaria y, especialm ente el final 
con sus clam orosos acentos rom ánticos, contrasta p o r com pleto 
con la sensibilidad del Siglo de O ro . E l dram a en conjunto 
falla a la vez com o obra de arte y com o obra de técnica dram á ­
tica, La versificación es rígida y la im itación del estilo clásico 
excesivam ente afectada. La concepción del p ro tagonista M acías, 
a pesar de su exaltación, peca de superficialidad y, más aún, la 
pasión no está suficientem ente expresada en la acción. Sin em ­
bargo su influencia sobre obras posterio res, E l tr o v a d o r de 
G utiérrez y L o s a m a n te s d e T e r u e l de H artzenbusch en particu ­
lar, nos obliga a tenerlo en cuenta como obra precursora.
A parte de M a clas y de una novela h istórica, E l d o n c e l d e 
d o n E n r iq u e e l D o lie n te (1834), los principales escritos de Larra
2. Véase E d w ard M . W ilson y D im ean M oir, H is to r ia d e la lite ra tu ra es ­
p a ñ o la . 3: S ig lo d e O ro : T e a tro , A riel, Barcelona, 1973.
ESPRONCEDA Y LARRA 49
son artículos de crítica tea tra l, de sátira literaria y política, y 
los cuadros de costum bres que publicó en sus dos periódicos 
y en m edia docena de otros. Le descubren como el más intelec ­
tualm ente analítico de los rom ánticos españoles y tam bién como 
el más desventurado. Luchaba por creer en el triunfo de la ver ­
dad sobre el error, en el inevitable progreso de la hum anidad y, 
en su propia frase, «la regeneración de España». Pero la p e r ­
m anente traición de las ideas liberales por los sucesivos m inis ­
terios liberales en los años tre in ta , que ya desengañó a Rivas y 
exasperó a Espronceda, produjo en L arra una fría y amarga 
desesperación. T odo esto jun to con su propio escepticism o más 
abstracto , su fracasada en trada en el Parlam ento y el rom pim ien ­
to con su am ante, Dolores A rm ijo, le llevó inevitablem ente al 
suicidio.
Los artículos de L arra en E l D u e n d e son muy desiguales. 
Escobar, quien ha sido el único crítico capaz de situar los orí ­
genes de la obra periodística de L arra en su contexto, dem ues ­
tra que el contenido de estos prim eros artículos en gran parte 
consiste en una reelaboración de m ateriales literarios proceden ­
tes de la época anterior. M erece tenerse en cuenta

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