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CÓMO INTEGRAR TU SOMBRA
 
José Antonio Delgado González
 
 
 
 
 
 
Primera edición, Agosto 2015
 
Copyright © 2015 José Antonio Delgado González
 
Todos los derechos reservados.
 
Editor: José Antonio Delgado González www.joseantoniodelgadoescritor.com
 
Maquetación y diseño de cubierta: José Antonio Delgado González
 
ASIN: B0142KFZ9E
 
No se permite la reproducción parcial o total de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su
transmisión por cualquier forma y en cualquier medio, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u
otro métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor.
 
La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (art. 270 y
siguientes del Código Penal).
 
Diríjase a José Antonio Delgado González si desea fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra. Puede
contactar con José Antonio Delgado González a través de la Web:
www.joseantoniodelgadoescritor.com
ÍNDICE
 
 
 
Introducción
Capítulo 1. Conociendo tu lado oscuro
Capítulo 2. Confrontación con el mal
Capítulo 3. Lucha entre la luz y las tinieblas
Capítulo 4. Apocalisis de San Juan
Capítulo 5. El espítitu de Saturno
Capítulo 6. La noche oscura del alma en el proceso de individuación
Capítulo 7. Saturno en la astrología moderna
Bibliografía
 
 
 
 
 
 
E
INTRODUCCIÓN
 
ste libro trata sobre la oscuridad que habita en cada uno de nosotros, a la que,
inspirado por F. Nietzsche, C. G. Jung denomina sombra, y sobre la
importancia de integrarla en nuestra consciencia en el proceso de convertirnos
en seres completos. Nuestro estudio se apoya en los descubrimientos del psiquiatra
suizo C. G. Jung y en los desarrollos posteriores de la Psicología Analítica, si bien
hemos intentado que el texto no resulte demasiado técnico, con la intención de que sea
lo más divulgativo posible. Para ello, nos hemos servido, entre otros recursos, de
multitud de ejemplos extraídos del análisis de sueños de diferentes personas, de
conflictos culturales y políticos, de las fases de la obra alquímica de transformación del
plomo en oro, así como del camino descrito por místicos como San Juan de la Cruz.
 
Algunos autores postjunguianos han dividido el proceso de integración de la sombra en
varias etapas diferentes, sirviéndose de la clasificación original realizada por la íntima
colaboradora de Jung, la Dra. Marie Louise von Franz. Así, para von Franz (1980
citado en Robertson, 2002, pp. 131-132) la integración de la sombra pasa por las
siguientes fases: a) Fase de identidad inconsciente: en esta etapa tiene lugar la
proyección de la sombra sin que la consciencia tenga la más mínima sospecha. La
persona cree que la idea que tiene de la realidad coincide con la realidad objetiva. b)
Fase de diferenciación: la consciencia comienza a percibir una diferencia entre el
objeto y la proyección o imagen interna. c) Evaluación moral: La consciencia del
individuo se ve forzada a enfrentarse al problema moral que la sombra entraña. d) Fase
de ilusión: La consciencia del individuo es capaz de comprender que la realidad estaba
teñida por las proyecciones de los contenidos de su sombra. e) Fase de reflexión: El
individuo puede reflexionar sobre cómo las experiencias terribles, fascinantes y
percibidas como reales no son otra cosa que un autoengaño.
 
Siguiendo este mismo esquema, Wolfgang Giegerich (1991 citado en Robertson, 2002,
pp. 132-133) divide la integración de la sombra en las siguientes etapas: a) Fase de
cruzada o el enemigo: En esta fase el enemigo se encuentra siempre fuera de nosotros.
Esta fase, según Giegerich (1991), se caracteriza por la presencia de miedos
irracionales ante todo aquello que resulte desconocido (personas, culturas, etc.). b)
Fase de caza de brujas o herética: La proyección de la sombra se ha retirado lo
suficiente y ahora el enemigo se percibe en el círculo de conocidos (familiares
díscolos, enemigos, jefes, etc.). Se asocia con el rechazo y la repulsa. c) Fase
subversiva o de renegado: El individuo es consciente de que la sombra está en todas
partes, también en él, y aparece una actitud cínica. d) Fase de mea culpa: En ella la
consciencia del individuo reconoce la existencia de la sombra en sí mismo y aparece la
culpa. e) Fase de hospitalidad o de integración: La consciencia se percata de la
arrogancia inherente a la etapa anterior, y se produce una diferenciación entre los
contenidos de la sombra y el yo. De ese modo, la persona sabe qué parte de la realidad
que él percibe tiene que ver consigo mismo y qué parte es objetiva.
 
Si bien esta clasificación en etapas puede resultar pedagógica, nosotros adoptamos en
este libro un criterio más cercano al expuesto por C. G. Jung (1994, 1997, 1998a) en
sus obras y preferimos no asumir ninguna de estas clasificaciones en nuestra
exposición. La integración de la sombra no siempre atraviesa esas etapas en el orden
en que los autores mencionados la describen. No obstante, el lector podrá reconocer
dichas fases en la lectura del texto.
 
Pese a la abundante bibliografía anglosajona existente sobre la sombra y sus diferentes
niveles en la psique humana, apenas parece que haya tenido repercusión en la
transformación de la consciencia de la mayoría de las personas. Gran parte de la
población mundial permanece inconsciente de las proyecciones de su propia oscuridad,
y vive convencida de que todo lo desagradable y mal intencionado habita lejos de sí
misma. El hombre común prefiere evitar cualquier consideración que le permita
comprender que dentro de su psiquismo habita todo aquello que él más rechaza,
incluidos los motivos profundos que están presentes en las crisis mundiales que nos
afectan. Tampoco admitirá de buen grado que su juicio sobre la pretendida realidad
puede estar equivocado, o que los defectos que él rechaza en sí mismo, y que proyecta
en los demás, pueden ser constructivos, positivos o de utilidad si los reconoce como
partes suyas. Por estos y otros motivos, me he animado a escribir un trabajo
monográfico sobre la sombra, en un lenguaje divulgativo, con la esperanza de
contribuir a la toma de consciencia de la oscuridad que nos embarga.
 
He incorporado a esta obra la primera parte del texto de mi opera prima, titulada El
retorno al Paraíso Perdido, con las debidas correcciones, ampliaciones y
actualizaciones. Asimismo he reunido todos aquellos artículos, ensayos y conferencias
sobre la sombra que he ido realizando o impartiendo durante los últimos veinte años.
Espero que el lector encuentre en este libro un manual sencillo, de utilidad práctica, y
un revulsivo que le ayude a integrar la cara oscura de su personalidad.
 
 
 
CAPÍTULO 1
 
CONOCIENDO TU LADO OSCURO[1]
 
Y esto aún, aunque las palabras pesen duramente sobre vuestros corazones:
El asesinado no es irresponsable de su propia muerte.
Y el robado no es libre de culpa por ser robado.
El justo no es inocente de los hechos del malvado.
Y el de las manos blancas no está limpio de lo que el Felón hace.
Sí; el reo es, muchas veces, la víctima del injuriado. Y, aún más a menudo, el condenado es el que lleva la
carga del sin culpa.
No podéis separar el justo del injusto, ni el bueno del malvado.
Porque ellos se hallan juntos ante la faz del sol, así como el hilo blanco y el negro están tejidos juntos.
Y, cuando el hilo negro se rompe, el tejedor debe examinar toda la tela y examinar también el telar.
 
El Crimen y el Castigo. El Profeta. Khalil Gibrán.
 
Peligrosas y malas son solo aquellas tristezas que uno arrastra entre la gente para mitigarlas; como
enfermedades tratadas de manera superficial y necia, se retiran un instante para volver a presentarse e
irrumpir de forma mucho más temible; y se acumulan en el interior, y son vida, vida no vivida, vida rechazada
y perdida, por la que se puede morir.
 
Carta Nº 8. Cartas a un joven poeta. Rainer María Rilke.
 
"Mas apenas acababa de irse el mendigo voluntario y volvía Zaratustra a estar solo consigo mismo cuandooyó a su espalda una nueva voz: ésta gritaba «¡Alto! ¡Zaratustra! ¡Espera! ¡Soy yo, oh Zaratustra, yo, tu
sombra!»
 
(...) »¿Quién eres?, preguntó Zaratustra con vehemencia, ¿qué haces aquí? ¿Y por qué te llamas a ti mismo mi
sombra? No me gustas»
 
»(...) Contigo he andado errante por los mundos más lejanos y fríos, semejante a un fantasma que corre
D
voluntariamente sobre tejados invernales y sobre nieve.
 
»Contigo he aspirado a todo lo prohibido, a lo peor, a lo más remoto: y si hay en mí algo que sea virtud, eso es
el no haber tenido miedo de ninguna prohibición.
 
»Contigo he quebrantado aquello que en otro tiempo mi corazón veneró, he derribado todas las piedras
señaladoras de confines y todas las imágenes, he perseguido los deseos más peligrosos, -en verdad, por
encima de todos los crímenes he pasado alguna vez.
 
»Contigo perdí la fe en palabras y valores y en grandes nombres. Cuando el diablo cambia de piel, ¿no se
despoja también de su nombre? El nombre es, en efecto, también piel. El diablo mismo es, tal vez, piel.
 
»(...) ¡Ay, dónde se me han ido todo el bien y toda la vergüenza y toda la fe en los buenos! ¡Ay, dónde se ha ido
aquella mentida inocencia que en otro tiempo yo poseía, la inocencia de los buenos y de sus nobles mentiras!"
 
La sombra. Así Habló Zaratustra. Friedrich Nietzsche.
 
 
edicamos gran parte de nuestra vida a definir quiénes somos en relación con
el mundo y con las demás personas. Durante la infancia consideramos que lo
más importante es sentirnos seguros, amados y protegidos por nuestros
padres, familiares y amigos. Al llegar a la adolescencia, vemos el mundo como algo
desconocido y misterioso, que nos produce un sentimiento contradictorio de miedo y de
curiosidad. Intentamos separarnos de nuestros padres, asumiendo ciertos riesgos, y en
el proceso de descubrir quiénes somos vamos creando nuevas relaciones sociales y
formas diferentes de ver el mundo. Puede que nos equivoquemos en más de una
ocasión, o en muchas, incluso que atravesemos situaciones peligrosas y/o dolorosas,
pero, poco a poco, vamos ganando confianza en nosotros mismos, nos sentimos seguros
de quiénes somos y tenemos claro hacia dónde nos dirigimos.
 
Cuando, por fin, tras mucho empeño y con grandes dosis de esfuerzo, hemos logrado
todo aquello que habíamos deseado, embelesados por el éxito -profesional, familiar,
social, etc.-, las cosas se empiezan a torcer, y tenemos la impresión de que todo
conspira para que, justo aquellas metas que nos habíamos propuesto y que
considerábamos de la mayor importancia para nuestra vida, se nos escapen sin remedio.
Es entonces cuando el lado oscuro de nuestra personalidad hace acto de presencia. La
sombra está constituida, por tanto, por todo aquello que hemos rechazado, reprimido o
suprimido para adaptarnos a las expectativas de las personas que han tenido un papel
determinante en nuestro desarrollo. Los contenidos rechazados por nuestra consciencia
suelen ser aquellos que no están bien vistos por la sociedad en la que vivimos:
pensamientos, sentimientos, ideas, aptitudes, percepciones, emociones u ocurrencias
que pueden ser mal acogidas en nuestro entorno inmediato (Monbourquette, 1999). En
este sentido, me viene a la memoria la situación de un joven estudiante de medicina. La
madre era médico de profesión y quería que su hijo siguiese el mismo camino
profesional que ella, porque de ese modo "tendría un futuro provechoso y seguro". Sin
embargo, el joven detestaba la medicina y lo que realmente le gustaba era la historia.
Así que, para adaptarse a las expectativas de su familia, reprimió sus opiniones, deseos
y aptitudes relacionadas con la historia hasta que la situación se hizo insoportable y el
conflicto emergió mediante un sabotaje a su voluntad consciente. No lograba aprobar
una asignatura, por más que se esforzara en estudiar, y los padres empezaron a
preocuparse por la situación. Cuando vino a hablar conmigo, me expresó que nunca le
había pasado algo semejante, que él no carecía de las capacidades para estudiar pero
que no se explicaba cómo se le había atravesado aquella asignatura. Durante nuestra
conversación surgió el auténtico conflicto y, una vez reconocido conscientemente (la
sombra), pudo tomar una decisión más acorde a sus deseos y aptitudes. Así, pese a las
resistencias por parte de sus padres, el joven decidió dejar la carrera de medicina y
comenzar los estudios de historia, dando así un giro radical a su vida.
 
Como vemos en el ejemplo del joven estudiante, la sombra nos enfrenta a un auténtico
conflicto. Nos confronta a un adversario que, las más de las veces, se nos aparece como
entidad externa. Quizás adopte la forma de un padre oponente, un hermano desquiciado,
un agente tributario, un cliente, un contrincante, un profesor autoritario, un compañero
de trabajo, o, tal vez, se nos presente como una situación inesperada, cual un rapto
inconcebible, una pérdida de trabajo, una ruptura de pareja o un hecho "imposible". Sea
como fuere, ese otro que nos confronta a las mayores de las penalidades es nuestro
hermano gemelo. Toda tentativa de controlar y expulsar nuestra sombra está abocada al
fracaso, pues hará que ésta se muestre de mil y una forma distintas, cada vez más
renovada y con un exultante y revitalizado vigor. Los intentos por mantener la sombra o
lado oscuro en las tinieblas del psiquismo terminan por escindir nuestra personalidad
en dos. Una escena cinematográfica que ejemplifica este conflicto la encontramos en la
película Gladiator, cuando el gladiador Máximus, quien había pasado por las mayores
calamidades a causa de su sombra o adversario, se enfrenta a ella, al emperador de
Roma, al final de la película. El héroe es herido en un costado, justo antes del combate,
lo que es propio del adversario, y, finalmente, ingresa en los Campos Elíseos, tras su
muerte en la arena. Es decir, en esa lucha tiene lugar una muerte para con el mundo de
la manifestación, y un renacimiento en los Campos Elíseos, lo que es símbolo de una
muerte de aquello con lo que nuestro yo se identifica y, por lo tanto, de lo que creemos
ser y conocer, y un renacimiento y entrada de la consciencia en el desconocido mundo
de lo inconsciente, el goethiano reino de "las Madres".
 
El principal error que se comete, cuando uno entra en contacto con su sombra, es el
pretender su inexistencia, y tratar de escapar a la tensión que genera su admisión.
Sostener la tensión de opuestos y mantenerse firme en ella, cual Sansón bajo los pilares
del templo, es un acto difícil de soportar. Dado que la solución a esta oposición no
puede alcanzarse por una vía racional, sino, más bien, a través de una entidad superior,
que engloba a ambos opuestos y realiza una síntesis a-racional, no es de extrañar que,
en los momentos de máxima tensión, lo inconsciente genere una imagen circular, que en
oriente se denomina mandala. Tanto en sueños, cuanto en expresiones artísticas o en
manifestaciones de toda índole, aparece esta figura. O la unión de opuestos en la forma
de una hierogamia divina o boda mística. Esto significa que, tras la confrontación con
nuestra sombra, la personalidad se amplía y adquirimos una nueva identidad que no
coincide ni con la persona que una vez creímos ser, ni con los aspectos y contenidos de
la sombra. La nueva identidad se compondrá de una fusión de nuestro previo
autoconcepto y de aquellas cualidades de la sombra que antes permanecían ocultas,
desconocidas e irrealizadas pero que nos hacen falta para el desarrollo pleno de
nuestra personalidad.
 
La sombra es la inevitable oposición que conlleva, implícita, toda génesis de un centro
de luz al que denominamos yo. El desarrollo de una conciencia del yo o
autoconsciencia, desde la originaria identificación objeto-sujeto, que tiene lugar
durante los primeros años de existencia del infante, hasta la conciencia de un yo
separado, autónomo e independiente del resto de objetos (personas, situaciones,
circunstancias, etc.), sucede a través de las delimitaciones, así como de las limitacionesimpuestas por el entorno.
 
Inicialmente, como hemos mencionado, existe una ausencia completa de distinción entre
el bebé y su madre. Es decir, el bebé no es capaz de diferenciar entre el cuerpo de la
madre y el suyo propio, como no distingue entre sus propias necesidades y las de su
madre. Desde luego, aventurarse en estos parajes primigenios, es una empresa dejada
en manos de la imaginación y la especulación. Y poco más, con certeza empírica, se
puede decir de este pre-nacimiento del yo, que
de su pervivencia después de la muerte: realmente casi nada. Solo con cierta
probabilidad podemos conjeturar que, en este albor filogenético, la conciencia se
encuentra inmersa en el magma primigenio, en una especie de época del sueño, donde
el feto y, al poco, el recién nacido, quizás buceen en las aguas madre de su psiquismo
arquetípico, ajenos al mundo objetal (de los objetos)-objetivo (independiente del sujeto
que conoce), en el sentido en el cual lo reconocen en futuras etapas evolutivas. Estaría
como en una cápsula psíquica que, para lo que después resulta la aprehensión del
mundo externo, sería una situación muy parecida a un autismo. Posiblemente, el mundo
externo, en esta etapa primitiva, sea una representación de preformas arquetípicas. Un
mundo vivido como vive después el adulto los sueños, siendo el nacimiento el primer
despertar, aún durante un tiempo más sostenido en duermevela, desde ese océano
primordial a la superficie de la conciencia, que empieza a apoyarse en la orilla seca.
 
El ámbito junguiano, bastante influenciado por Freud en este punto, así como
psicólogos transpersonales como Stanislav Grof (1988) o el filósofo creador del
modelo integral de psicología, Ken Wilber (1996), describen un estado “pleromático”
del bebé, desde el que, poco a poco, a través de un estadio que Wilber (1996)
denomina “prepersonal”, se produce una frontera entre un yo propio y una especie de yo
ajeno. Es necesario distinguir la enorme diferencia base que supone esta etapa
primitiva pleromático-autista de la indeterminación de fronteras yoicas, lo que tiene
lugar después a través de los naturales y universales mecanismos de proyección–
introyección. Pues sería absurdo hablar de fusión y confusión con ningún objeto
externo, léase por antonomasia la madre, en tanto en cuanto las cualidades de ese objeto
no pueden ser introyectadas, sencillamente porque aún no son más que tenuemente
percibidas.
 
Es solo después de atravesar este estadio original, que el niño comienza a dividir la
realidad originaria en tres partes de creciente diferenciación: el mundo externo, el
mundo interno y el yo. En los niños más extravertidos, el mundo inte-rior se irá
escondiendo poco a poco detrás de las conspicuas figuras objetales de su entorno, que
aprenderán a reconocer con más interés "objetivo" que sus contrapartes los
introvertidos. Para éstos últimos, los contenidos de la edad del sueño les serán cada
vez más diferenciados del entorno concreto, sin dejar de serles fundamentalmente
atractivos.
 
De esta manera, la línea de desarrollo evolutivo hacia el complejo del yo y la
conciencia, atraviesa su primera etapa de indistinción entre sujeto y objeto, por
imposición de lo subjetivo sobre lo objetivo; hacia un, cada vez más diferenciado,
reconocimiento del entorno y de sí mismo, a partir de lo cual se establecerá,
seguidamente, la tensión entre el auto-concepto y el autoconocimiento y la alienación en
las relaciones objetales, por un lado, y la posesión por el mundo arquetípico, por otro.
A los primeros momentos de estos estadios pre-diferenciados los llamó Erich Neuman
(2009) ambiente urobórico.
 
Un estadio esencial en esta etapa del proceso es aquel en el que se produce la
dialéctica entre el recién adquirido yo consciente y las relaciones con las
figuras parentales, lo que resulta ser una
fase necesaria, si bien transitoria. La escuela freudiana pone el acento en una de las
claves de este proceso, la interiorización de estas figuras, posterior a su
reconocimiento, pero, lo cierto es que la imago paterna (al igual que la materna) ya está
pre-figurada, como posibilidad de representación, en lo inconsciente. Y es así, cómo,
no todos los niños perciben al padre y a la madre de la misma manera. Lo que es
traumático para unos, puede ser hasta gratificante para otros. De modo que, la figura
del padre exterior, acaba por configurar la imagen interna.
 
En un determinado período del proceso de evolución de la conciencia, nos convertimos
en personas que exhiben determinados comportamientos y no exteriorizan otros. La
costumbre y la repetición de los modelos de comportamiento ajustados a las
expectativas parentales y sociales producen un ordenamiento mental eficiente. Mucho
más eficiente que si tenemos que debatirnos en las posibilidades de decisión ante un
problema o inconveniente.
 
Cuando afirmamos lo que somos, implícitamente estamos diciendo lo que no somos. El
crecimiento y la evolución de la conciencia implican un choque entre nuestras
necesidades y las demandas provenientes del medio ambiente. Las limitaciones y las 
prohibiciones impuestas por el entorno físico, familiar y social van creando y
estructurando un núcleo de conciencia al que denominamos yo.
 
De pequeños aprendemos que ciertas conductas son reprobadas por nuestros padres,
mientras que otras son elogiadas. Según enseña la experiencia y el análisis conductual
aplicado, los niños necesitan del elogio y la amonestación por parte de sus padres para
recordar (y aprender) qué comportamientos son correctos, socialmente adecuados y
adaptados y cuáles no lo son. Después de un tiempo, el niño deja de necesitar ya el
recordatorio de sus padres y termina por introyectarlos o escucharlos en su interior. Se
ha formado el superyó freudiano. No es nada insólito observar cómo los niños, al
realizar alguna travesura, se dicen a sí mismos, en voz alta: “niño/a malo/a”. No
obstante, no debemos olvidar la existencia de una prefiguración inconsciente o imagen
del padre en el niño. Por lo tanto, la interiorización, en realidad, ya posee un molde
arquetípico originario.
 
Lo que de niños nos sucede, es decir, aquella posibilidad que se nos aparecía entre
comportarnos bien (de acuerdo a las expectativas del ambiente) o mal (en contra de lo
que se espera de nosotros) acaba por desaparecer. Se va forjando, con el desarrollo del
yo, una máscara[2] a través de la cual nos relacionamos con el mundo y logramos una
adaptación al ambiente social.
 
Pero aquí se genera un problema mayor y más grave. Si la persona en la que nos hemos
convertido se desvía demasiado de nuestro ser esencial o nuclear, del Sí-mismo o
personalidad total, aparece entonces una figura compensatoria en lo inconsciente, a la
que Jung (1999) denominó sombra. Toda vida no vivida, nuestras pautas de conducta
reprimidas, negadas, juzgadas impropias y sojuzgadas se congregan en torno a un
núcleo arquetípico. Todo lo que consideremos como que no nos pertenece se acumula
alrededor de ese centro.
 
Esta figura aparece en sueños durante los procesos de análisis, normalmente como ente
del mismo sexo que el soñador. Sin embargo, las tempranas figuras de la sombra están
poco definidas y con frecuencia adoptan formas no humanas. Pues cuanto más alejado
de la conciencia esté el complejo o núcleo afectivo y los contenidos que giran en torno
suyo, tanto más inusual, grotesco, poderoso, endemoniado, posesivo y numinoso es su
símbolo.
 
Películas como Alien, el Hombre lobo o Drácula son claros ejemplos del estado de la
sombra del ser humano en la actual sociedad occidental. Máxime el índice elevado de
audiencia del que disponen. En este sentido, Robertson (2002, pp. 46-49) afirma que en
nuestra era espacial los extraterrestres constituyen una de las formas en las que se
expresa la sombra en sueños y en películas de ciencia-ficción. Así, mientras que las
primeras películas sobre OVNIS, como Encuentros en la tercera fase, representaban al
arquetipo del Sí-mismo (el núcleo o el eje central de la personalidad, alrededor del
cual girala vida de los individuos), en los últimos años se ha producido un giro y, en su
lugar, aparecen monstruos o engendros malvados que torturan, poseen o aniquilan a los
hombres que abducen. Veamos varios ejemplos de cómo se presenta el Sí-mismo y la
sombra en sueños con extraterrestres o seres teriomórficos (con forma animal):
 
"Un hombre sueña que un extraterrestre le hace una visita. El extraterrestre,
sin embargo, tiene aspecto humano y conduce una nave espacial con una
tecnología muy avanzada. El hombre extraterrestre le pregunta al soñante
por un lugar en el que poder "aparcar" su nave, un sitio en el que hubiese
más naves como la suya. La nave es circular. El soñante le dice al
extraterrestre que la puede dejar en la azotea de un rascacielos, pensando
en que sería el lugar más apropiado para dejar su nave voladora. El
extraterrestre se marcha agradeciéndole sus indicaciones. Sin embargo, muy
poco tiempo después, regresa con su nave y le dice al soñante que no había
visto ningún vehículo parecido al suyo, que todos eran muy primitivos.
Después, el extraterrestre le cuenta que la Tierra está muy cambiada desde
la última vez que la vio, que le parecía que el mundo había retrocedido
algunos siglos desde que él estuvo allí por última vez. Le cuenta al soñante
que había salido a realizar un viaje interestelar para llevar a cabo una
misión muy importante y que, tras haber concluido dicha misión, había
regresado de nuevo a la Tierra. Pero que estaba muy sorprendido por la
involución de los hombres y del propio planeta desde que él se marchó.
»Después de decirle eso, le permitió al soñante subir a la nave espacial y
recorrieron con ella una gran ciudad, que el soñante no reconoció, para ver
si encontraban algún lugar en el que pudiera dejar la nave sin que llamara
la atención. Encuentran un lugar apartado, a las afueras de la ciudad, y allí
aterrizan."
 
Este sueño se produjo en un momento de la vida del soñante en el que comenzaba un
proceso de individuación. La nave espacial avanzada, con su forma circular, es un
símbolo de la totalidad, del Sí-mismo o del daimon interior del soñador. El hombre
extraterrestre representa la sabiduría del Sí-mismo. El sueño muestra una potencial
encarnación de un principio trascendente en el soñador (aterrizaje de la nave circular
en las afueras de la ciudad). El analizando tomó consciencia de la situación involutiva
en la que se encuentra la civilización occidental, es decir, de la grave crisis de valores
que afecta al mundo, así como del estado de regresión moral del hombre moderno, algo
que tenía que ver también con él. Pues el hombre que ha perdido el contacto con la
realidad trascendente (extra-terrestre) es un hombre desarraigado, un zombi que se
comporta como un bárbaro e inmoral, destruyendo la Naturaleza, tanto exterior como
interior (el alma). Por cierto que, el aterrizaje de la nave tiene lugar en un lugar
apartado -recordemos, en este mismo sentido, el motivo mitológico del nacimiento de
Jesucristo en un pesebre-, lo que representa que el renacimiento de la divinidad
acontece en lo inconsciente, alejado de la consciencia colectiva, es decir, en el alma.
Además, observamos en el sueño que el personaje extraterrestre ya había estado antes
en la Tierra, es decir, desde un punto de vista psicológico alude a la etapa de la
evolución de la consciencia del niño, cuando no ha-bía distinción entre el alma y la
consciencia, pues esta aún no había nacido. Por lo tanto, y resumiento, el sueño parece
decirle al soñador que pronto tendrá lugar un acontecimiento extraordinario en su vida,
representado por el aterrizaje de la nave espacial extraterrestre en la realidad
manifiesta (la Tierra); que dicha encarnación de un principio trascendente como lo es el
Sí-Mismo, arquetipo rector del destino del soñador desde el momento en que tome
cuerpo en su vida, sucede, no en el ámbito de la consciencia, no en lo alto de un
rascacielos, ni en un lugar público, sino en lo más profundo de su alma; que dicho
acontecimiento, por lo tanto, pasará desapercibido para su entorno inmediato y para la
sociedad, pero que tendrá una importancia fundamental en su destino; además, que esa
encarnación de la divinidad no solo le afecta al soñador, como individuo, sino que tiene
una repercusión a nivel colectivo. Y, por último, que la encarnación del Sí-mismo
requiere de la participación de la consciencia en el proceso, pues de lo contrario la
nave extraterrestre no podría tomar tierra.
 
Una mujer soñó con unos alienígenas que se introducían en su cuerpo y la poseían, pese
a sus esfuerzos por expulsarlos. Se despertó con una sensación de terror. Al profundizar
en el análisis se pudo observar que esta mujer había reprimido ciertos comportamientos
reprobables, proyectán-dolos en las personas de su entorno. El autoengaño era tal y su
actitud frente a sus propios complejos inconscientes le alejaban tanto de sí misma, que
el sueño reprodujo, en la escena de los alienígenas, la parte de sombra que se negaba a
ver. Como suele suceder, la persistencia en mantener nuestras oscuridades fuera del
foco de luz de la conciencia acaba por provocar situaciones que generan conflictos y,
de ese modo, se emponzoñan las relaciones interpersonales. Ese esfuerzo por evadirse,
tapar u ocultar los verdaderos motivos de un determinado comportamiento se produce
por la angustia y el miedo que genera enfrentarse a ellos. Pero al mantenerlos en la
sombra, estos cobran fuerza, son investidos por un poder inconsciente que los hace
apoderarse (posesión) de la conciencia.
 
Otra mujer, de mediana edad, soñó que una foca blanca, con la que ella se identificaba,
ascendía a la superficie del océano y era dañada por un espectro negro. La foca es un
animal huidizo, aceitoso, encerado, inaprensible, ágil en el mar o en el océano y torpe
en la tierra. Simboliza la virginidad lo que, junto al color blanco, enfatiza este aspecto
y, al tiempo, el bien o la bondad. En este sentido, se relaciona con su actitud,
identificada con el bien, evitando el mal a toda costa. Esta mujer se obligaba a realizar
el bien, a ser nutricia, amante y a darse a los demás, pero lo hacía por temor al
desamor. Su actitud era la que ha caracterizado al cristianismo, en tanto que se
identificaba con el bien y evitaba el mal. Para ella, el mal era la privatio boni, es decir,
la privación o ausencia de todo bien. Por eso siempre tenía que hacer el bien, y evitar
el mal a toda costa. Pero, lo cierto es que, la figura de la sombra se ocultaba tras esa
compulsión y estaba dañando la expresión de su personalidad total. El hecho de que la
figura de la sombra aparezca como un espectro es indicativo de lo lejana que ésta
estaba de su conciencia. El animal acuático, ágil en el agua y torpe en la tierra, era una
representación de ella misma. Su intuición introvertida, que le ligaba a las imágenes
primigenias, presidía el trono de la conciencia, seguida muy de cerca por un
sentimiento extravertido. Pero la función de la sensación extravertida y su pensamiento
introvertido le hacían moverse torpemente por el ámbito terrestre. Su actitud de virgen
inmaculada era contrarrestada por una sombra espectral, el elemento opuesto,
precisamente el mal simbolizado por la figura de una ninfa. De hecho, el término
ninfomanía es una palabra compuesta por dos elementos: ninfa y manía. Parece que el
furor orgiástico femenino al que hace alusión esta palabra podría tener su origen en la
superstición acerca de las ninfas. En este sentido Mircea Eliade (2000, p. 316) nos
explica cómo apareció “ la superstición de que un delirio vaticinador se apodera de
quien ve salir una forma del agua. (...) La “fascinación” de las ninfas trae pareja la
locura, la abolición de la personalidad”.
 
Asimismo, la foca es un animal capaz de metamorfosearse, pues, como nos dice
Chevalier (1995), las ninfas perseguidas por los dioses se transforman en focas según
las leyendas griegas. Y su capacidad de transformación era dañada por su propia
sombra, que resultaba ser su incapacidad para moverse por elmundo terrestre y la
continua inmersión en las aguas de lo colectivo. De la negativa influencia que su actitud
maternal y excesivamente bondadosa reportaba a las personas más cercanas, era ella
completamente inconsciente.
 
El simbolismo de las ninfas, aquellas divinidades de las aguas claras y de los límpidos
manantiales, expresan el terror que acecha tras su candidez. Las ninfas crían y
engendran a los héroes, preparándolos para sus futuras hazañas en el periplo de su vida.
En este sentido, Mircea Eliade (2000) nos dice de las ninfas que son madres de los
héroes locales. Estas divinidades griegas eran bien conocidas por los hombres, quienes
las veneraban y ofrecían tributos. Según nos relata Eliade (2000, p. 316):
 
“Las más famosas son las hermanas de Tetis, las Nereidas, o como las
llama todavía Hesíodo, las Oceánidas, ninfas neptúnicas por excelencia.
(...) Las ninfas, una vez personificadas, intervienen en la vida del hombre.
Son divinidades del nacimiento (agua=fertilidad) y kourotrophoi, educan a
los niños, les enseñan a hacerse héroes. Casi todos los héroes griegos han
sido educados por ninfas o centauros, es decir, por seres sobrehumanos que
participan de las fuerzas de la naturaleza y las controlan. Las iniciaciones
heroicas no son nunca “familiares”; en general, ni siquiera son “cívicas”,
no se hacen en la ciudad, sino en el bosque, entre la maleza.”
 
Pero viven en cavernas, lugares oscuros y húmedos, lo que les confiere un aspecto
ctónico y temible. Eliade (2000, pp. 316-317) dice a este respecto que la gruta de las
ninfas es la forma más profana, es decir, la más alejada del sentido religioso
originario, del conjunto agua-gruta cósmica, beatitud, fertilidad y sabiduría. Están,
pues, relacionadas con el nacimiento y, recíprocamente, con la muerte. Son las
propiciadoras de la muerte-renacimiento. Pues la inmersión en sus cavernas y límpidas
aguas representa la muerte del héroe para con el mundo de la manifestación. La
atracción que ellas suponen para el héroe, no deja lugar a dudas del peligro que acecha
tras una fachada de bondad y belleza excedidas. He ahí el peligro que una actitud
bondadosa, atrayente y succionadora, supone para los demás, en especial para las
personas más allegadas. De hecho, la reputación que las ninfas tienen de ladronas de
niños, representa, en un lenguaje psicológico, los peligros que entraña una actitud
“ninfoléptica” en la educación. Pues no permite que el niño que cada cual alberga en su
interior, es decir, su personalidad total, se despliegue y se manifieste. Y es que este
despliegue implica una necesaria lejanía, una ruptura de esa atracción fatal que se
apodera del joven héroe en su proceso de emancipación. Sin embargo, si bien el héroe
se aleja de la madre real, de carne y hueso, en su viaje acaba adentrándose en los
dominios de la Gran Madre, precisamente en la caverna de las ninfas, de la cual habrá
de salir renovado.
 
A medida que el proceso analítico progresa y, por ende, que el individuo toma contacto
con su otro yo, su alter yo, su hermano gemelo, las formas simbólicas de la sombra se
van antropomorfizando y pasan de ser animales o figuras subhumanas o teriomorfas
(como vampiros, hombres-lobo, alienígenas, toros, etc.) a personajes de piel oscura (o
de piel clara, en el caso de los negros), considerados por la cultura del soñante como
primitivos o moralmente inferiores (negros, indios, árabes, etc.).
 
Las siguientes escenas oníricas pertenecen a un joven analizando, con dotes poéticas, y
se relacionan con el inicio del período de análisis tera-péutico, en el que comenzaba a
concienciar los contenidos de su sombra. Rezan así:
 
Viaje al mundo del olvido
vehículo desconocido
butaca desplazada
a la lóbrega morada
 
Espectral panorámica
Enigmática visión onírica
De una joven conocida
a quien amar
De un primitivo de tez oscura
al que criticar.
 
Impúdica escena presenciar:
Sobre las fuscas columnas descansar
Las prietas y móviles posaderas columpiar
De la joven concubina al fornicar.
 
¡Qué vergüenza!
¡Qué inmundicia!
¡Qué obscenidad!
¡Qué carnalidad!
 
Apresurado me dirijo a la puerta
Del vestusto mundo de floresta.
Sorprendióme del primitivo la reacción
En mi intento de evasión;
Retome a duelo por mi desprecio
Con beligerante aprecio.
Y lucha sin cuartel surgida
En la angosta oquedad constreñida.
 
Próximo a la salida estaba
Y la lucha se consumaba.
Resurgir victorioso el mío
Del conflicto belicoso
 
Conflicto que amenazaba con inmolar
Mi tentativa de soslayar
Aquella escena
de impudicia sin par.
 
Este joven vio cómo todo un cúmulo de barbaridades se iban agolpando y emergiendo
al ámbito de su conciencia. Su carencia de perspectiva y el desconocimiento de su
propia naturaleza le impedían ver cómo fue que llegó a una situación en la que todo
cuanto hacía resultaba ser incorrecto y erróneo para su propia esencia.
 
El sueño comienza mostrando cómo se ha visto el soñador transportado al mundo de lo
inconsciente. Desconocía cómo llegó hasta allí, pues fueron las circunstancias las que
le compelieron a tomar conciencia de la sombra. Fue una situación insostenible la que
le llevó a darse cuenta de que su actitud, ajustada a las expectativas de su familia y de
la sociedad, le conducía a un destino trágico. De hecho, el vehículo del sueño era un
autobús, tal como resaltó en el período de contextualización. Y el autobús es un
vehículo colectivo, lo que simboliza que su vida era conducida por las demandas de su
familia y de la sociedad.
En el interior del vehículo, el soñador encuentra a una mujer haciendo el acto sexual
con un negro, con un primitivo. La mujer disfrutaba del acto sexual. Esto simboliza que
su anima y su sombra estaban realizando un acto de connivencia. Su feminidad estaba
más en consonancia con su sombra que con su actitud consciente, estrecha, limitada y
colectiva. Este joven no solo había reprimido cualidades negativas, a favor de la tan
codiciada adaptación al ambiente, sino que, la mayor parte de sus cualidades y
aptitudes positivas, no actualizadas, residían en la sombra. De ahí que su anima
estuviera realizando un acto sexual placentero con su sombra.
 
Sin embargo, la sombra se manifiesta ya en forma humana, lo que significa que el
proceso analítico estaba en una fase avanzada. Pero, tal y como se muestra en el sueño,
el joven pretendía evitar tomar conciencia de su sombra. Y, de hecho, su actitud era
más bien de rechazo hacia sus posibilidades de expresión, aún inconscientes y en un
estado indiferenciado De modo que su sombra se enfrenta a él. De ahí que irrumpieran
contenidos relacionados con su lado oscuro, con su sombra. Cuanto más nos
esforzamos en negar nuestra sombra, más fuerza adquiere esta en nosotros. Si la
negación es completa, y el individuo evita reconocer aquellas facetas de su
personalidad que se encuentran en conflicto con su autoimagen, puede invertirse la
posición moral y la situación en la que nos encontramos, y convertirnos en aquello que
rechazamos. Si, por ejemplo, rechazamos una posible tendencia egoísta y materialista
que reside en nosotros y la proyectamos en los políticos, los banqueros o los
sindicalistas, a quienes consideramos unos corruptos, con independencia de que haya
algo de verdad en ello, lo más probable es que, cuando las circunstancias sean
propicias, y dispongamos de una situación de poder o deseemos hacer un buen negocio,
nuestra sombra se inmiscuirá y realizaremos aquello que tanto criticamos en los demás.
Como vemos en el sueño, la sombra reta al soñador, obligándole a que cambie de
actitud para con ella. Pues el primitivo negro que lleva dentro no está de acuerdo con el
modo en que se dirige a él y se enfurece por su actitud despreciativa. Lo lleva a una
oquedad, entre la puerta trasera del vehículo y las escaleras, y le pone "entre la espada
y la pared". De ese modo, el sueño simboliza que su actitud era, a todas luces,
equivocada, y le compele a tomar conciencia de todos aquellos contenidos que había
reprimido, en favor de su adaptación al ambiente.Gran parte de los potenciales del soñador habían sido ahogados por el ambiente
familiar y, la sociedad, después, le presionó para que llevase una vida extravertida,
opuesta a su natural tendencia introvertida y meditativa. Finalmente, pese a la
resistencia de su yo consciente, tuvo que aceptar que se había convertido en su propio
enemigo, y que esa actitud era rechazada por su ser interior. Este demandaba una toma
de conciencia y una asimilación de la sombra.
 
Este conflicto interior fue exteriorizado en conflictos con compañeros y amigos, así
como con los vecinos de la comunidad en la que residía. Fue, de hecho, la situación de
violencia insostenible para con todos, la que le obligó a modificar su actitud. Pues al no
resolver el conflicto que él tenía consigo mismo, éste se exteriorizó por doquier,
emponzoñando todos los ámbitos de su vida.
 
Resumiendo, si tenemos, pues, presente que la figura del negro representa la sombra
del soñador y, por ende, todo el intrincado entramado de contenidos biográficos que
permanecen y/o han permanecido fuera del ámbito de la conciencia; considerando, al
tiempo, que la figura de la mujer es un símbolo del anima, aquella imagen que
simboliza lo inconsciente colectivo y sus constituyentes, los arquetipos, imagen que,
una vez concienciada, se convierte en función relacional para con los contenidos de lo
inconsciente colectivo y del centro nuclear de la personalidad o Sí-mismo, la
significación del sueño se hace más transparente.
 
La sombra tiene una relación íntima con lo inconsciente colectivo, en tanto que bajo los
dominios de los contenidos personales de lo inconsciente personal (el subconsciente
freudiano) encontramos los residuos vitales y dinámicos de lo inconsciente colectivo
(los arquetipos). Dado que, la actitud del soñador y su definición de lo que es correcto,
de lo que él cree ser, frente a lo que cree no ser, resulta restringida, limitada y estrecha,
más bien ajustada a las demandas familiares, primero, y sociales, después, alrededor
del arquetipo de la sombra (en la imagen del sueño) se hallan multitud de posibilidades
de expresión que han sido reprimidas, encontrándose en un estado deplorable.
 
Pero no solo eso. Su neurosis hundía sus raíces en una actitud extravertida, obligada
por el ambiente familiar y las circunstancias concomitantes a aquel, que había violado
su verdadera naturaleza introvertida, más afín al mundo de la imaginación y de la
fantasía que al estéril y enfermo mundo social al que no le había quedado otro remedio
que adaptarse... Muy a su pesar.
 
De ese modo, su feminidad inconsciente reclamaba la posesión por la sombra, es decir,
precisaba de una relación con los contenidos inconscientes, que giraban en torno al
arquetipo de la sombra, en tanto que constituían los gérmenes de futuras
manifestaciones o expresiones potenciales. Y su naturaleza íntima demandaba la toma
de conciencia de esas posibilidades, para llevarlas al terreno de la manifestación, de la
actualización y de la ulterior concreción.
 
Por tanto, en este sueño encontramos los siguientes motivos:
 
1. Anima poseída en connivencia por la Sombra.
2. Actitud yoica opuesta y por completo alejada de su naturaleza íntima.
3. Anima reclamando la concienciación y manifestación de posibilidades de
expresión, segadas por el ambiente y las circunstancias concomitantes.
4. Exteriorización de una actitud extravertida en un individuo
constitucionalmente introvertido.
 
Ese sueño constituye, en sí mismo, un claro ejemplo de lo que sucede cuando nuestra
actitud se opone y se aleja por completo de las necesidades más íntimas de un
individuo. Todos, en mayor o en menor medida, hemos reprimido o negado partes de
nosotros mismos a lo largo del desarrollo de nuestro yo. Sin embargo, no todas las
personas se alejan tanto de su centro como para verse obligadas, por el estallido de un
trastorno mental, a tomar conciencia de ese alejamiento. Son aquellas personalidades
más sensibles a la problemática situación del hombre occidental moderno, más
sensibles a su enfermedad, las que se ven ante la necesidad vital de enfrentarse a su
persona, a aquella máscara que se han forjado con el fin de adaptarse a las expectativas
de una sociedad cada vez más psicótica, comenzando a partir de ese instante el camino
que les conduce hacia sí mismos. Raúl Ortega (s.f.), en su magnífico trabajo titulado De
nuevo Edipo: la actualidad de una ilusión, afirma:
 
“El hombre masa ingresa en el mundo adulto colectivo colocándose una
máscara, con una pose, que imita a la vocación y escala de valores de un
auténtico Yo. Se encorseta unos slogans, y se integra en el mundo y la vida
como todos los demás que mira, cuando mira al exterior. Este proceso de
integración (en el mundo) por una parte es necesario; adiestra la
impulsividad caótica y la canaliza en el sentido de responsabilidad,
utilidad y construcción. Implica una separación del mundo, muchas veces
narcisista y autista, infantil, en fomento de la adaptación e integración
yoica, social y adulta. Pero (...) esta separación, normalmente, es tal que lo
distancia, en mucho, de su auténtica identidad, sita en su mundo interior. La
máscara crea un puente al mundo colectivo exterior, pero una barrera para
la identidad interior.”
 
Más aún, cuando la tela de araña tejida por las proyecciones se cierra sobre sí misma,
englobando en su interior al individuo, éste termina por relacionarse con el mundo a
través de un velo que lo cubre y lo incapacita para ver lo que se encuentra detrás de él.
En una palabra, el mundo que él ve no es sino el mundo de sus propias ilusiones, lo que
en lenguaje cinematográfico viene representado por Matrix. Una metáfora bastante
acertada, de cómo se produce el fenómeno de la proyección de la sombra en la realidad
exterior, sería considerar a la conciencia de un individuo que desconoce los contenidos
de su sombra como a un espectador que está mirando en la butaca de un cine las
imágenes que se proyectan en la pantalla. La imágenes proceden de lo inconsciente, de
la parte oscura y desconocida de su personalidad, que es el proyector que se encuentra
a sus espaldas, pero su consciencia ni siquiera lo sospecha. Él piensa, con ingenuidad,
que las imágenes que observa en la pantalla (es decir, en la realidad en la que vive)
realmente están ahí y no se percata de que, lo que hay allí fuera dista mucho de lo que él
cree ver y conocer.
 
Según mis investigaciones, los casos de máximo alejamiento de uno mismo parecen
presentarse, con mayor frecuencia, en aquellos individuos cuya constitución psíquica
defiere, en gran medida, de la de sus familiares. Así sucede cuando un niño introvertido
nace en el seno de una familia cuyos padres son extravertidos o viceversa. El ambiente
familiar obliga, en cierto modo, al niño a adaptarse a él, esgrimiendo un carácter que no
le es connatural. Cuando esta actitud se perpetúa y se enfrenta a las expectativas de una
sociedad enferma, como la nuestra, el trastorno mental se agrava y acaba por irrumpir
de un modo violento, tal vez en una psicosis o en un encuentro terrible con lo
inconsciente.
 
De todos es conocido que, muchos de los criminales más peligrosos han sido víctimas
de un ambiente hostil, que les ha obligado a violar su naturaleza, inicialmente más
sensible, y, a la postre, han exteriorizado esa violación de su propia naturaleza en actos
criminales. No es extraño que estos casos representen lo que en lenguaje común se
denomina “oveja negra” de la familia. Esa sensibilidad mayor les hace captar la
sombra de todo el conjunto familiar, de modo que acaban por personificar el arquetipo
del chivo expiatorio. Recuerdo el caso de un varón en cuyas sesiones iniciales había
exteriorizado un cúmulo de contenidos inconscientes que pertenecían a toda su familia.
Su actitud hacia los miembros de su entorno familiar era insostenible y, por supuesto,
también con la sociedad. Su violencia había adquirido proporciones descomunales, de
modo que se enfrentó a su padre hasta el punto de que éste temía por su integridadfísica. Su madre temía ser golpeada también por las tremendas irrupciones de violencia
que exteriorizaba contra todos los que le rodeaban. Su novia había sido víctima de
malos tratos psíquicos y físicos. Al avanzar en la terapia se esclarecieron estas
actitudes antisociales y vandálicas. En este mismo sentido, Jerry Fyerkenstad (1993, p.
336-337), en ¿Quiénes son los criminales?, sostiene:
 
“Si prestamos atención, metafórica y literalmente hablando, al mundo del
crimen, descubriremos que necesitamos a los “delincuentes” para atacar,
violar y asesinar a nuestro yo habitual, al as pautas conceptuales y
emocionales que corrompen nuestra alma y nos empujan a tomar decisiones
y llevar a cabo acciones dañinas para el cuerpo social y para los objetos y
criaturas del mundo. Sin embargo, aunque este crimen sea inevitable
también debemos apresar al delincuente, mirarle a la cara y aclarar las
cosas. Debemos escuchar las razones que arguye para justificar su agresión,
cosa que no lograremos, en cambio, si nos limitamos a encerrarlo y tirar
luego la llave, o desterrarlo o simplemente ejecutarlo. Aunque
sacrificáramos a toda la humanidad con ello no haríamos más que perder la
oportunidad de hacernos más humanos y desaprovecharíamos la ocasión de
profundizar nuestra comprensión, tanto de los aspectos oscuros como de los
luminosos de todo el espectro de la humanidad.”
Casos como éste cada vez son más frecuentes en nuestra sociedad. Las noticias de los
actos vandálicos de jóvenes y de agresiones en el seno de la familia aparecen casi a
diario en los medios de comunicación. Y las reacciones que provocan en el colectivo,
con la ingenuidad que lo caracteriza, dejan traslucir la incandescencia de la sombra en
el alma de los integrantes de nuestra sociedad.
Recuerdo el caso de un hombre, cercano a mi lugar de residencia, que era conocido por
haber vivido una infancia en el ambiente familiar paterno. Sus abuelos, sus tíos y
primos vivían en un mismo recinto, donde las viviendas eran contiguas. De modo que
las relaciones con todos ellos fueron asiduas. Un día, este hombre me dijo que su
abuelo maltrataba violentamente a su mujer, con quien mantenía relaciones sexuales tras
golpearla y arrastrarla. Estas escenas eran bien conocidas por sus hijos, pero las
mantenían ocultas a los ojos de la sociedad en connivencia con su padre. El miedo y la
vergüenza les convertían en cómplices indirectos de estos maltratos. Su abuelo
mantenía una reputación social y un prestigio intachables, de modo que sus amigos y
clientes desconocían por completo su faceta de déspota, violento y sádico para con los
suyos.
 
Asimismo, había vivido escenas de violencia y peleas continuas entre sus padres, e
incluso un intento de asesinato del padre a su hijo. Todas estas escenas, junto al
ambiente sumamente incestuoso y a las tendencias parafílicas inconscientes de varios
miembros de su familia, fueron el caldo de cultivo de una sombra cada vez más
engrandecida.
 
Introduzco estos casos aquí porque son sumamente representativos. En una sociedad en
la cual la violencia y, su exteriorización en forma de agresividad compulsiva, se ha
convertido en práctica común; donde la sexualidad se ha transformado en una obsesión,
las prácticas sexuales aberrantes son moneda común. Julius Évola (2005) ha sintetizado
muy bien la exaltación morbosa del sexo y la mujer. Así, afirma que:
 
“Hoy el sexo más bien ha impregnado la esfera psíquica, produciendo en
ella una gravitación insistente y constante alrededor de la mujer y el amor.
Se tiene así, como tono de fondo en el plano mental, un erotismo que
presenta dos grandes características: en primer lugar una excitación difusa
y crónica, prácticamente independiente de toda satisfacción física concreta,
porque dura como excitación psíquica; en segundo lugar, y en parte como
consecuencia de ello, este erotismo puede llegar a coexistir con la castidad
aparente.”
 
Pero, no solo eso, sino que las formas corruptas de sexualidad, cuales son las prácticas
sadomasoquistas y otras parafilias, formas incestuosas extremas, son una muestra
plausible de cómo se pueden exteriorizar las energías procedentes de la sombra. De
acuerdo con Adolf Guggenbülhl-Craig (1993, p. 172), en El aspecto demoníaco de la
sexualidad:
 
“Hoy en día la sexualidad sigue portando consigo el estigma del
demonio. Todos los intentos realizados para convertirla en algo
inofensivo y “natural” han terminado fracasando. Para el hombre (ser
humano) moderno la sexualidad sigue siendo diabólica y siniestra.”
 
Dice Évola que la edad oscura (Kali-yuga), según la formulación tántrica, se
caracteriza por el total despertar de la diosa Kali, hasta el extremo de que domina toda
una época. Y los principales rasgos de esta diosa son la destrucción, el deseo y el sexo
compulsivos. Pero, como enseña la propia doctrina tántrica, es necesario conocer el
antídoto que transforme el veneno en remedio. En el plano psicológico, iluminando las
oscuridades, concienciando las energías que yacen en lo inconsciente, para asimilarlas
y darles un cauce positivo, se llega a la consecución de esa transformación que
demandan las corrientes del inconsciente colectivo.
 
El caso de un empresario que, al igual que su padre, desconocía por completo su
sombra y se identificaba con su imagen de respetable comerciante, nos mostrará la
sombra que subyace en muchos comerciantes y empresarios. Se trataba de un hombre
de negocios que se había elevado por encima de sus orígenes humildes. Este éxito le
condujo a una situación de inflación, y en ese estado tuvo sueños en los que se veía
volando. En una época en la que su hybris lo llevaba a creer que podía con todo y con
todos, esos sueños simbolizaban la posibilidad de caer desde esas alturas. Y el golpe
es tanto mayor, cuanto más alto uno se eleve. Así, los engaños y los negocios sucios
comenzaron a enturbiar el buen funcionamiento de la empresa. Eran pocas las veces que
estaba exento de juicios que lo enfrentaban a su sombra, justo aquello contra lo que
luchaba y de lo que culpaba y responsabilizaba a los demás. Los negocios turbios y la
evasión de impuestos son típicos de aquellos empresarios incapaces de mirar cara a
cara a su propia sombra. Pues lo que se encuentra detrás de aquellos juicios, que
parecen amenazar con la estabilidad y el control del negocio es, precisamente, lo que el
empresario no acepta de sí mismo. Al ser proyectados al exterior, éstos aparecen como
destino. Y es así cómo algunos empresarios no dejan de enfrentarse a juicios por la
turbiedad de sus negociaciones. Y cuanto más se niegue un empresario a ver que, detrás
de esas aparentes injusticias que tratan de mancillar su buena reputación, se encuentra
un factor inconsciente proyectado, tanto más virulentas y peligrosas serán las
situaciones que se le presenten. Como afirman Connie Zweig y Jeremiah Abrams (1993,
p. 14 y ss.) en el libro Encuentro con la sombra, en un determinado momento podemos
sentirnos volando por las nubes para encontrarnos, al instante siguiente, hundidos en lo
más profundo . Hasta el punto de que, como en el ejemplo del empresario del que nos
ocupamos, lleguen a arruinarse, teniendo que enfrentarse a un futuro impredecible, del
que la cárcel no está demasiado lejos.
 
Lo más problemático de estos casos es que, como en nuestro ejemplo, lo cual sucede en
no pocas ocasiones como podemos ver a diario en los medios de comunicación, la
sombra del padre puede acabar englobando en su ámbito a los miembros más cercanos
de la familia, salpicando a diestro y siniestro. Así, son los propios hijos los que
terminan portando la sombra que el padre no quiso reconocer, y reproducen en su vida
aquellos aspectos no vividos por aquél.
 
Así, por ejemplo, los casos de violencia contra la mujer son, en cierto modo, la
exteriorización de una sombra familiar de miembros que, por su parte, están peleados
con su propio inconsciente femenino, permaneciendo éste en el ámbito de la sombra y
viendo a la mujer como a una adversaria, como a una lamia. Dado que padres,tíos y
primos, cual sucede con el caso del joven del sueño anterior, acaban por pertrechar un
acto de connivencia al mantener ocultas esas actitudes violentas y hostiles con la mujer,
finalmente incorporan en su sombra esos contenidos inconscientes. Y, como dicen los
autores Zweig y Abrams (1993), en el mentado libro sobre la sombra, que los
ambientes tensos nos obligan a establecer compromisos que tienen un enorme coste
personal. 
 
Daniel Goleman (1998, p. 415-416), en El punto ciego, describe sucintamente una de
las causas más factibles por las que se produce esa connivencia entre miembros
familiares al afirmar que:
 
“Cuando los miembros de una relación comparten las mismas
vulnerabilidades, pueden tratar de sortear el peligro acordando tácitamente
desviar su atención de las zonas problemáticas. De este modo, la distorsión
de la atención mutua y sincronizada termina creando una laguna compartida.
Y, así, toda relación puede llegar a convertirse en un conjunto de mentiras
compartidas.”
 
Y continúa diciendo:
 
“Debido a que son las necesidades psicológicas primordiales las que crean
estos puntos ciegos, resulta absolutamente necesario que la confabulación
impida que la atención perciba qué es lo que realmente está ocurriendo.
Descorrer los velos que restringen nuestra atención equivaldría a dejar al
descubierto nuestras necesidades personales más profundas (...) Pero bajo
la superficie de esa embarazosa alianza de inatención suele bullir el
caldero de la ira, el resentimiento y el daño inexpresado, cuando no
completamente inadvertido.”
 
Esto es lo que le sucedió al varón de cuyas escenas oníricas nos hemos ocupado. La
sombra colectiva compartida por los miembros de su familia estaba expresándola de un
modo violento. No solo reproducía la vida no vivida por sus familiares, sino que, como
se pudo comprobar con posterioridad, los esquemas de sus padres y la vida que éstos
no habían expresado lo conducían por un destino del todo desalineado con su núcleo
más íntimo. De este modo, irrumpió la neurosis, destapándose lo que bullía en su
interior. De niño, sintió que jamás cumplía las expectativas de sus familiares, lo que se
perpetuó hasta el estallido de la neurosis. Comenzó a desplegar una actitud vandálica,
antisocial, para, finalmente, convertirse en el chivo expiatorio, portador de las
proyecciones de la sombra familiar. Su madre lo llamaba criminal y despotricaba
contra él la barbarie que se hallaba, en verdad, en el interior de ella. En este sentido,
los autores Zweig y Abrams (1993) afirman que, el hogar familiar es el escenario
natural en el que tiene lugar la creación de un yo y de una máscara con la que uno se
identifica. Un proceso en el que la sombra de los distintos miembros familiares
influyen poderosamente en la configuración de la sombra individual, especialmente en
casos como el que nos atañe, cuyos miembros son ajenos a los contenidos oscuros de su
inconsciente, tratando de ocultarlos, sobre todo en el miembro más sensible a la misma.
 
Individuos como los de nuestro ejemplo han ido generando un cúmulo creciente de
contenidos y energías potenciales de expresión insatisfechas, en torno a una sombra
cada vez más crecida. La falta de un lugar donde trabajar con esos contenidos,
arraigados en lo más primitivo de lo inconsciente colectivo y, una estructura yoica y
moral inestable y débil, acaban por convertir al individuo en el espectáculo aterrador
del poseído por las fuerzas del lado oscuro, para usar el lenguaje de la instructiva
película La Guerra de las Galaxias. En definitiva, lo que subyace a todo acto atroz es
el ser arrastrados por las energías de lo inconsciente que, primero, el individuo
desconoce que le son consustanciales y, después, por ende, no tiene idea de cómo
encauzarlas de un modo positivo y acorde a su naturaleza o personalidad total.
 
Cuando alguien no es capaz de admitir sus propios conflictos interiores, estos acaban
proyectándose al exterior y se reproducen en las situaciones más variopintas. Todos
esos conflictos terminan por organizarse de una forma activa y se personifican en una
figura que los represente. De ese modo, a la conciencia le resulta aceptable admitirlos,
pues es otro el portador de sus oscuridades. Sin embargo, es bien conocido para el
psicólogo que todas las figuras y símbolos oníricos pertenecen al soñador. Pero es más
probable que éste sea capaz de reconocer que existen primitivos que participan en
orgías sexuales salvajes, de tipo incestuoso, o que ciertos grupos satánicos realizan
prácticas sexuales aberrantes, que aceptar esos instintos en ellos mismos, por poner
algunos ejemplos actuales.
 
Esa imagen resulta más tolerable para la conciencia, pues en realidad está lejos de la
imagen que uno tiene de sí mismo. Cuando el soñante se compromete conscientemente
con la figura del sueño, entonces empieza la lucha por la resolución del problema. En el
caso de nuestro ejemplo, el soñante era capaz de observar la escena, es decir, podía ver
sus oscuridades. Pero su actitud era de desprecio hacia ella, y no se comprometía, lo
cual equivale a un desprecio y una falta de compromiso para consigo mismo. De modo
que es la sombra la que le obliga a hacerle frente. Así, todos sus conflictos irresueltos,
sus deseos reprimidos y sus posibilidades de expresión ahogadas por su ambiente,
estaban aflorando a la superficie, encarnándose en una situación y en unas
circunstancias constringentes.
 
Esos conflictos y problemas provienen, de ordinario, de muy atrás, es decir, tienen sus
raíces en el temprano ambiente familiar. Pues no olvidemos que la sombra es la
representante de lo inconsciente personal y, por ende, los contenidos que giran en
derredor suyo tienen carácter biográfico.
 
El siguiente sueño, que tuvo el mismo individuo poco tiempo después del precedente,
nos muestra cómo, al entrar en conflicto con su alter yo, comienzan a aflorar contenidos
provenientes de la infancia y cómo estos están enraizados en lo inconsciente colectivo.
La escena onírica es la siguiente:
 
Pretérito resurgir
a la infancia converger
escenas oníricas varias
a idéntica transformación referidas;
 
Inicio en las antípodas
Del submundo conferidas.
 
Magrear las torres
Irrumpir en voces.
Acción impúdica
Reacción atípica:
 
Conversión escénica:
La tía comenta,
La madre completa
 
Mi falla con aquella (tía)
Ensombrecida queda
Con la falta
De la hermandad pertrechada:
 
Mi hermano acostado
En el lecho Sagrado
¡Quedó profanado!
¡Qué altercado!”
 
Ofrenda de grana
Afrenta consumada
Libido cercana
Del efebo procurada.
 
En el Príapo insinuada;
Contumelia probada
Contumacia censurada.
 
De los mitos vuelta
La imagen primigenia,
De un singular animal
Híbrido teriomorfo sin igual.
 
¿Trátese de un ratón?
¿Quizás de un cobayo?
¿Acaso de un humano
trasmutado en gazapo?
 
¡No!
La relea al completo
Que del pasado ha tornado
Y en monstruo se ha trocado.
 
Atacáronme con violencia
Mordiéronme con insistencia
Y en embates continuados
Mis extremos compungidos
Quedaron extenuados.
La lucha se prolongaba
Mi vigor se esfumaba
Y, con el último bramido,
La escena se hubo desvanecido.
 
Como podemos ver, la escena comienza con una regresión al ambiente infantil. Y, al
igual que en el sueño anterior, presencia una escena de acto sexual entre su anima y su
sombra. El retorno a la infancia es una inmersión en lo inconsciente personal,
inicialmente, lo que el autor denomina submundo.
 
Pero el sueño cambia repentinamente y aparecen varias escenas incestuosas.
Posteriormente, el sueño pasa a relatar la aparición de un ser híbrido, símbolo por
antonomasia de lo inconsciente colectivo. Pero lo que es significativo es la asociación
final que aparece en la escena. Se trata de la irrupción de todos los familiares que se
han transformado en un monstruo, que lo ataca con violencia. Semejante a lo que sucede
con la ballena en el cuento de Pinocho, donde el héroe es tragado por el animal y
encuentra a sus familiares. Se trata, pues, de la irrupción del espíritu de losfamiliares,
que se han transformado en un monstruo que lo ataca con violencia. Aquí comienza la
irrupción de material de lo inconsciente colectivo. Detrás del primitivo negro,
personificación de la sombra, se halla una región mucho más oscura y tenebrosa, de la
que surge un animal mitológico. Y ese animal es el representante del estrato más
primitivo de la psique, lo inconsciente colectivo. Al igual que sucede en todos los
descensus ad inferos, lo que es símbolo de una profundización de la conciencia en el
ámbito de lo inconsciente, aparecen figuras de antepasados.
 
Nos movemos en un ámbito incestuoso, el ámbito de la Gran Madre, del “lecho
Sagrado”, del anima como figura de lo inconsciente colectivo. El soñador ingresó en
ese ámbito y tomó conciencia de muchos de los sucesos ocurridos en su infancia. Los
deseos incestuosos de su madre, que al no encontrar sino rechazo por parte del soñador,
le inyectó el veneno del odio y la hostilidad por rechazar el ser incorporado de nuevo
por ella. Y, en cambio, como aparece en el sueño, favoreció a su hermano, con quién
llegó a mantener un vínculo incestuoso durante toda su infancia, abriendo un abismo
entre ambos hermanos. El soñador, en cambio, tuvo deseos sexuales por una de sus tías.
 
Hay madres que acaban por odiar a sus hijos por su rebeldía, desterrándolos del 
ámbito materno, destilando, al tiempo, hostilidad y frialdad. En otros casos, por el
contrario, y muy a pesar del hijo, cuando se produce una alianza inconsciente con ella
esta lo adula y lo convierte en su hijo-amante, lo que es sinónimo de inutilización como
ser independiente y autónomo. Robert Stein (1993, pp. 109-110), en El rechazo y la
traición, afirma a este respecto lo siguiente:
 
“Si la madre se identifica con el arquetipo de la Madre positiva, la Madre
negativa debe ser desterrada a la profundidad del inconsciente. (...) Del
mismo modo que la Madre Positiva acepta y estima a su hijo con todas sus
flaquezas e imperfecciones, la Madre Negativa, por su parte, le rechaza y le
exige superarlas. Este rechazo –que tiene lugar a un nivel muy colectivo-
equivale a un rechazo de todos los elementos únicos e individuales del niño
que no concuerdan con la imagen que la madre tiene de cómo debe ser su
hijo. Es por ello que el niño debe ocultar o reprimir su singularidad, con lo
cual todas sus peculiaridades terminan engrosando las filas de la sombra.
Pero dado que el contenido de la sombra frecuentemente está repleto de
elementos desagradables, inaceptables y destructivos para los demás y para
la sociedad, la combinación entre la individualidad y la sombra suele
resultar desastrosa. De este modo el individuo termina equiparando su alma
a su sombra disminuyendo entonces drásticamente las posibilidades de
establecer un contacto humano profundo con los demás.”
 
Y continúa diciendo refiriéndose a las posibilidades que se le ofrecen al joven con
respecto a su madre que:
 
“Lamenta (el joven) tener que salir de la situación arquetípica madre-hijo
positiva pero, al mismo tiempo, el impulso a la individuación le obliga a
dar ese paso. Entonces no le quedan más que dos opciones extremas (que se
corresponden con el extremismo de la madre): o seguir siendo un niño (toda
su vida) o despertar el rechazo y la ira absolutos de la absorbente Madre
Negativa.”
 
Después de profundizar en todo ello, el joven de nuestro ejemplo ingresó en los lares
de lo inconsciente colectivo. Allí encontró al espíritu de sus familiares, es decir, todo
aquello que las circunstancias no habían permitido que desplegara, así como los
conflictos irresueltos de sus padres, tíos y abuelos. Pudo comprender que todas las
situaciones incestuosas que había vivido, sus malas relaciones con la madre, en
definitiva, su complejo materno negativo radicaba en él. Pues como muestra el sueño,
existía una tendencia en él que lo llevaba a ingresar en el ámbito de la Gran Madre, en
lo inconsciente colectivo, y este es un acto incestuoso.
 
Su lucha por la toma de conciencia lo condujo a extremos tales que las fuerzas iban
menguando. De hecho, correlativamente, comenzó a hacer ré-gimen y a limitar la
ingesta de alimentos, lo que le ayudó a entrar en un período de introversión profunda.
Este sueño es un claro ejemplo de que tras la existencia del arquetipo de la sombra, se
abre paso un territorio virgen, inexplorado aún por la conciencia del soñador. Un
terreno ajeno a su biografía, que es precisamente la matriz de toda forma de
experiencia. Asimismo, muestra cómo el primer contacto con ese sustrato profundo, que
constituye la roca madre de los estratos más superficiales de lo inconsciente, se
experimenta, por lo general, como aterrador, violento y, en cierto modo, negativo. Por
ese motivo se representa como un animal mitológico que ataca al soñador. Para la
conciencia el emerger de los contenidos de lo inconsciente colectivo es una experiencia
peligrosa. Se trata de los peligros del alma de los que habla el hombre primitivo. Es
una experiencia que amenaza la supervivencia del mundo de lo manifestado, es decir,
de la conciencia. La oscuridad amenaza con anegar el ámbito de la luz. Sin embargo, lo
que muere en esos momentos es el yo antiguo, pues se vincula a un ámbito mucho más
extenso y desaparece la anterior sensación de aislamiento y separación. El centro
rector, después de la transmutación, se traslada a un núcleo al que Jung (1999)
denominó Sí-mismo.
 
Las imágenes de la sombra, que lo inconsciente produce en sueños, reflejan con gran
exactitud el problema al que se enfrenta la persona; en ellos encontramos el campo de
trabajo más feraz para resolver los problemas con la sombra. Si en lugar de trabajar
con esos problemas en el proceso analítico, la sombra es proyectada al exterior,
entonces el mundo, y esos conflictos, son vistos y reproducidos en personas, situaciones
y circunstancias exteriores. En una ocasión conocí a un neurótico de mediana edad que
no hacía sino criticar a los políticos y al resto de personas de nacionalidad española.
Al Estado le había conferido la capacidad de resolver todos los problemas del país (y
del mundo), proyectando en él el arquetipo del Sí-mismo. Se trataba de un argentino que
había viajado a España para trabajar y ganar un dinero que pudiera luego utilizar en su
país, como consecuencia de la situación de profunda crisis que atravesaba Argentina.
Solía hablar de los españoles de un modo despectivo, llamándolos “gallegos de
mierda”. Cada vez que le sucedía algún contratiempo, proyectaba en los otros su propia
incompetencia para resolver los problemas o realizar las oportunas gestiones. Su mal
carácter y su arrogancia inconsciente, disimulaba mal un sentimiento de inferioridad y
una inconsciencia de sus estados afectivos, saboteaban sus intentos de conseguir cuanto
se proponía. Al tratar a los otros como un déspota, estos no hacían ningún esfuerzo por
ayudarle a conseguir sus objetivos. De igual modo, era muy común que tratara con
desdén y desprecio a las personas acaudaladas. Sus propios deseos inconscientes de
obtener dinero y su sentimiento de incapacidad, junto con su frustración por no haber
realizado nada de lo que hubiera deseado para sí, llegando a ser un individuo
importante, eran proyectados en la figura del “otro”.
 
Por lo general, no todo el mundo es capaz de reunir la suficiente energía emocional
como para enfrentarse a su sombra exclusivamente en los sueños. Lo más común es que
este proceso de asimilación de contenidos inconscientes tenga lugar en ambos bandos:
trabajando con la figura que aparece en sueños o en imaginación activa[3] y retirando
las proyecciones que tienen lugar en el mundo externo, mediante la interacción y el
enfrentamiento con el medio circundante.
 
Lo importante en el proceso de integración de la sombra reside en la toma de
conciencia de nuestros deseos reprimidos, de lo que imputamos a los demás, dándonos
cuenta de que todo eso pertenece, sobre todo, a nosotros. Pues tras la variedad
caleidoscópica que adopta la sombra en los individuos, el factor arquetípicoes
siempre el mismo. Somos nosotros los que tenemos esos deseos, tendencias y
pensamientos.
 
Aquí el problema reside en reconocer que esos deseos nos pertenecen. Lo cual requiere
de un esfuerzo moral y de un coraje sobresalientes. Bajo los ropajes de las miríadas de
figuras que aparecen en los sueños, hallamos un factor arquetípico invariable,
inmemorial. Por tanto, la integración de la sombra supone asimilar las experiencias y
conflictos que rodean a esta eterna imagen primordial, alrededor de la cual confluyen.
Cuanto menos encarnados estén estos contenidos en nuestra conciencia, tanto más
trágica resulta nuestra vida. En su libro AION, Contribuciones a los simbolismos del
sí-mismo, Jung (1998a, p. 24) afirma:
 
“A menudo resulta trágico ver qué aguda penetración pone una persona en
estropear su propia vida y la de los demás, sin poder percibir por nada del
mundo cómo toda esa tragedia proviene de ella misma, y ella misma la
realimenta y mantiene de modo continuo. Su conciencia por cierto no lo
hace, pues se lamenta y maldice de un mundo traicionero, que se le retira a
una distancia cada vez más lejana. Más bien es un factor inconsciente el que
teje esas ilusiones que se velan a sí mismas, y velan el mundo. Este tejido
termina de hecho en un capullo donde el sujeto queda finalmente
encerrado.”
 
La sombra aparece cuando el yo consciente ha aceptado una visión de sí mismo y del
mundo muy limitada y estrecha. Tal como vimos en sueños anteriores, la sombra estaba
integrada por factores negativos, es decir, por lo que de más bajo, feble y pueril hay en
la psique de la persona, y por factores positivos, esto es, aquellas posibilidades de
expresión, a menudo virtudes potenciales, no desarrolladas o diferenciadas, como
consecuencia de un ambiente restrictivo. La sombra se manifestó e incluso obligó al
soñador a enfrentarse a ella, no meramente a observarla, lo que parece denotar que en
la psique existe un mecanismo homeostático o regulador, que tiende hacia la expresión
de uno mismo, pujando por la manifestación de nuestro potencial.
 
El origen y, al tiempo, el destino del individuo reside en un centro regulador, que
resulta ser la medida o punto de referencia hacia el cual tiende el desarrollo o
evolución de la conciencia: el Sí-mismo. Si el yo consciente se desvía demasiado del
plan inherente o Sí-mismo, se activan mecanismos de regulación compensatorios, como
es la aparición de la sombra. Hasta que la sombra, o mejor, los contenidos personales
que envisten al arquetipo de la sombra no han sido integrados, el mundo se nos aparece
como peligroso, en el que prima la lucha por la supervivencia del más fuerte, lleno de
enemigos y, por ende, se percibe como hostil. La red de telaraña que crea las
proyecciones de los contenidos de la sombra aísla al individuo del mundo y de sí
mismo. En esa situación la persona vive en un mundo ilusorio, creado por sus propias
fantasías inconscientes y reproduce sus conflictos allí donde va, de modo que con
persistencia se dedica a destruir su propia vida y la de aquellos que le rodean.
 
Sin embargo, cuando se logra reunir el suficiente valor y fuerza moral para
confrontarla, permitimos que se amplíe nuestro campo de visión cons-ciente, el yo se
expande y se hace permeable al "otro". Pues lo que antes rechazábamos como no
perteneciente a nuestra personalidad, ahora es parte integrante de nuestro potencial. Se
reconocen esos instintos y tendencias no expresadas y en un estado deplorable, propio
de la carencia de una canalización conveniente. Semejante a lo que sucede con un
reservorio de agua estancada, las energías no canalizadas comienzan su proceso de
descomposición, emitiendo gases putrefactos que contaminan el ambiente más próximo.
Y, en el caso de la sombra, son contaminados el propio individuo y todo aquello que lo
circunda. Esa amplitud de conciencia permite, a su vez, adoptar una actitud más flexible
y abierta a la aceptación de otras partes de nuestra personalidad. Esta aceptación acaba
con la identificación pertinaz de nuestro yo consciente con la persona o máscara,
aquella personalidad que creíamos ser y que ha sido desarrollada de acuerdo con las
expectativas del núcleo familiar, primero, y de la sociedad después (el espíritu de la
época).
 
De igual modo, la aceptación e integración de la sombra genera, también, un mayor
número de posibilidades y de dilemas morales. En cierto modo, nos encontramos en una
situación semejante a cuando éramos niños. En tanto que comenzamos a ser conscientes
de las posibilidades entre el bien y el mal. Resulta por demás importante comprender la
relatividad paradójica de estas dos categorías morales. La toma de conciencia de los
contenidos de la sombra nos permite acceder a la comprensión de la cantidad de
vilezas de las que uno es capaz de hacer. Al mismo tiempo, se nos abren las
posibilidades de elegir el mal, si la situación así lo requiere. El peligro de caer en
cualquiera de los opuestos siempre está presente, por lo que se hace necesario ser en
todo momento conscientes de la posibilidad de elección. No solo el mal es generador
de atrocidades, sino que la identificación con el bien como valor absoluto acaba por
conducir, por la ley de la enantiodromía (movimiento pendular) o ley de contrarios, al
mal que se desea evitar a toda costa. En esos casos es precisamente el mal el que cae
en la sombra, al tratar de reprimirlo o evitarlo siempre y en todo momento.
 
El siguiente ejemplo aclarará lo que tratamos de explicar. Se trata de una mujer de
mediana edad que se había identificado con el arquetipo de la madre bondadosa,
nutricia y protectora. Siempre trataba de hacer el bien y de dar a sus hijos (y a los
demás) todo cuanto ellos requerían. Sin embargo, era incapaz de darse cuenta del
increíble daño que eso producía en la personalidad de sus hijos, pues les impedía
llegar a ser ellos mismos. Así como el rechazo que terminaba por provocar en las
personas con las que se relacionaba. Los sobrealimentaba y sobreprotegía tanto que los
estaba inutilizando, impidiéndoles valerse por sí mismos y creando una dependencia
extraordinaria. Esta actitud y sus consecuencias quedaban muy bien ilustradas en las
labores de jardinería que esta mujer llevaba a cabo. Plantaba con esmero píceas y otras
coníferas, así como flores de varios tipos. Una vez plantadas, las regaba en exceso y
vertía en la tierra el doble o el triple de fertilizante que aparecía en las indicaciones. Al
cabo de varios días los árboles comenzaban a secarse. Primero las ramas más bajas,
perdiendo sus acículas. A continuación, comenzaban a desfoliarse las plantas de hoja
caduca. Entonces, esta mujer, cortaba las ramas secas y eliminaba las hojas. Pero, en
lugar de darse cuenta de que la costra de fertilizante que se había formado en el suelo
era la causante de que los árboles y el resto de plantas se secaran, es decir, el exceso
de alimentación y de agua era lo que estaba destruyendo la vida de aquellas plantas,
aquella mujer continuaba introduciendo más fertilizante y más agua hasta que morían.
Después de lo cual, comenzaba a despotricar en contra de aquellos árboles, así como
de los viveros que le habían vendido lo que ella misma había elegido ¡los árboles eran
débiles y los dueños de los viveros unos incompetentes! Entonces, una vez realizado
esto, arrancaba todos los ejemplares que no se adecuaran a la imagen estética que ella
tenía de cómo debían estar (después de haber quemado sus raíces con el exceso de
fertilizante químico) y los tiraba sin ninguna consideración, pese a que, en muchos
casos, aquellas plantas aún no estuvieran muertas. Una vez llevado a cabo esto,
plantaba otras especies de árboles (dado que las especies anteriores no eran buenas) y
repetía la misma pauta de conducta. Esto que hacía con las plantas de su jardín, lo
reproducía con sus hijos y, en general, con todos los que se relacionaba. Y así, después
de sobrealimentar a sus hijos, y de permitirles toda clase de caprichos, los criticaba
duramente por comportamientos que pertene-cían a

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