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La_Revolución_Sexual_Global_La_destrucción_de_la_libertad_en_nombre

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Gabriele Kuby es autora de varios libros, periodista y
conferenciante internacional. Dice lo que cree que es verdad
sin plegarse a los tabúes postmodernos de la corrección
política. «Como socióloga, puedo observar la evolución de
nuestra sociedad; como madre, estoy comprometida con el
futuro de la próxima generación; como católica, trato de vivir
lo que creo».
La Revolución Sexual Global, nos describe la realidad actual
de nuestra sociedad en el mundo, vista por los diferentes
colectivos y organismos internacionales en materia de
sexualidad y demuestra cómo está afectando al hombre en la
búsqueda de su felicidad. Muestra con crudeza y objetivismo
las opiniones de agrupaciones, religiones, organismos
mundiales y gobiernos cuyas leyes y opiniones en materia de
educación y sexualidad están influyendo de forma negativa en
La destrucción de la libertad en nombre de la libertad.
Gabriele Kuby
La revolución sexual
global
La destrucción de la libertad en nombre de la
libertad
ePub r1.2
Titivillus 18.11.2021
Título original: Die globale sexuelle Revolution: Zerstörung der Freiheit
im Namen der Freiheit
Gabriele Kuby, 2012
Traducción: James Patrick Kirchner
Diseño: María Teresa Millán Fernández
 
Editor digital: Titivillus
ePub base r2.1
Traducción inglesa: The global sexual revolution.
Destruction of freedom in the name of freedom
Trad: James Patrick Kirchner, 2015
NdT: Esta traducción española recoge el texto de la
traducción inglesa actualizada y publicada en 2015. En ella se
suprimieron los textos de estricta aplicación a Alemania.
Asimismo se han introducido todas las actualizaciones
realizadas por la autora (tanto en texto como en notas) para la
6a edición alemana actualizada. Se han insertado algunas
correcciones a erratas encontradas en la traducción inglesa con
ocasión de la traducción italiana.
Hemos incluido en esta edición española algunos epígrafes
referidos tanto a la legislación española como a casos de
persecución religiosa en nuestro país, al igual que sucede en
otros países.
Por último, se ha enriquecido el texto incluyendo el
magisterio del papa Francisco referido a la revolución
antropológica en curso.
Pongo hoy por testigos contra vosotros al cielo y a
la tierra: te pongo delante vida o muerte, bendición
o maldición. Escoge la vida, para que vivas, tú y tu
descendencia.
Dt 30,19
Nadie en todo el mundo es capaz de cambiar la
verdad.
Sólo podemos una cosa: buscarla, encontrarla y
servirla.
SAN MAXIMILIANO Ma KOLBE
Prólogo a la edición española
En España la llamada «revolución sexual» no ha sido
objeto de un gran debate social, ni ha sido, hasta muy recientes
fechas, objeto de un estudio y análisis abierto. Más bien ha
sido una revolución silenciosa que ha ido poco a poco
cambiando las costumbres y las mentes de los españoles. Su
introducción, como ocurre con tantas ideologías, ha sido
propiciada por ciertas corrientes filosóficas, de cuyas
directrices se han hecho eco las universidades, y por el trabajo
de las ONG de carácter internacional que han ido difundiendo
estas mismas directrices de la ONU y del Parlamento Europeo
en los distintos partidos políticos, sindicatos, organizaciones
sociales y medios de comunicación social.
El caldo de cultivo para el éxito de esta revolución en
España fue en un primer momento el cambio de régimen con
el comienzo de la democracia y el «aggiornamento» eclesial
que siguió a la celebración del Concilio Vaticano II. El
llamado «post-concilio» y el nuevo régimen de libertades
crearon un clima favorable para aceptar toda novedad por el
simple hecho de ser «nueva», sin discernir su bondad o
maldad, ni prever sus consecuencias devastadoras. Así se
fueron introduciendo las nuevas leyes del divorcio (1981), la
despenalización del aborto (1985), la ley sobre Técnicas de
Reproducción Asistida (1988), la ley que permite el así
llamado matrimonio civil entre personas del mismo sexo
(2005), la ley del divorcio «exprés» y del «repudio» (2005), la
introducción de la asignatura «Educación para la ciudadanía»
que hacía presente la ideología de género en la escuela (2006),
la ley sobre técnicas de reproducción humana asistida (2006),
la ley Aido sobre la interrupción del embarazo y la salud
sexual y reproductiva (2010), la ley de investigación
biomédica (2011), hasta llegar a las leyes autonómicas sobre
«Identidad y expresión de género e Igualdad social y no
discriminación» (Madrid, 2016), la ley sobre transexualidad
(Valencia, 2017), etc. En estos momentos está presentada una
proposición de Ley nacional sobre no discriminación por
orientación sexual, identidad o expresión de género…
auspiciada por el partido Unidos-Podemos (2017).
Es verdad que en todo este proceso, que ha cambiado el
sistema jurídico español, no ha faltado la voz del episcopado
español que advertía sobre los distintos pasos de la
«revolución sexual», que en realidad es una «revolución
antropológica», y denunciaba la introducción de las nuevas
leyes previniendo las consecuencias funestas. En este sentido
el primer documento de la Conferencia Episcopal Española
(CEE) que introduce una reflexión explícita sobre la
«revolución sexual» es la Instrucción «La familia, santuario
de la vida y esperanza de la sociedad» (2001). Esta
instrucción pastoral fue en su momento muy bien recibida por
el cuerpo eclesial que se veía enriquecido con toda la reflexión
sobre la teología del cuerpo y la antropología adecuada
promovida por el Papa San Juan Pablo II.
El segundo documento de la CEE fue, después de largos
debates, el Directorio de la Pastoral familiar en España
(2003) que cumplía las indicaciones de la Exhortación
postsinodal Familiaris consortio (1981). Este Directorio fue
presentado en plena campaña electoral y sufrió las críticas de
la izquierda política, fundamentalmente del que sería el nuevo
presidente del gobierno, Sr. Rodríguez Zapatero, quien se
centró sobre todo en el epígrafe «los frutos amargos de la
revolución sexual» (Directorio, 11-12).
Además de las distintas notas publicadas por la Comisión
permanente y el Ejecutivo de la CEE, en el año 2012 la
Asamblea Plenaria del episcopado español aprobó el
documento titulado La verdad del amor humano.
Orientaciones sobre el amor conyugal, la ideología de género
y la legislación familiar, respondiendo a la imposición de la
asignatura Educación para la ciudadanía por medio de la cual,
el gobierno socialista introducía la ideología de género en el
curriculum escolar de la enseñanza en España. Con ello, los
obispos españoles ofrecían por primera vez una reflexión
pormenorizada sobre la ideología de género y sus derivaciones
en la teoría «queer» y «cyborg», etc.
La verdad es que el carácter obligatorio de la asignatura
Educación para la ciudadanía motivó una gran movilización
de los padres y colegios que presentaban su objeción de
conciencia ante tal imposición. Más allá de las grandes
movilizaciones sociales a favor de la vida, la Educación para
la ciudadanía y la equiparación de las uniones de personas del
mismo sexo al matrimonio supusieron un salto cualitativo en
la movilización social y en el conocimiento de los verdaderos
propósitos de la «revolución sexual».
También hay que reconocer que la respuesta de los padres
objetores y la respuesta social ante el «tsunami» de leyes que
se aprobaban en contra de la vida humana, del matrimonio
natural y de la familia, por distintas razones, se fue diluyendo
poco a poco y la «revolución sexual» ha ido avanzando con la
normalización de la ideología de género y las leyes
autonómicas sobre la no discriminación por la orientación
sexual y la transexualidad como hemos referido anteriormente.
A pesar de estos avances de la «revolución sexual»,
también podemos afirmar que en el campo eclesial y en una
buena parte de la población se ha tomado una mayor
conciencia de quienes son los aliados de esta revolución,
cuales los métodos seguidos para hacerla avanzar y cuál es el
último propósito que se persigue. A pesar de las diferencias
iniciales hoy queda patente que todos los partidospolíticos
mayoritarios presentes en el Parlamento nacional y la casi
totalidad de los medios de comunicación social participan de
los mismos presupuestos referentes a la antropología, la vida
humana, el matrimonio y la familia. Es más, cada vez se ha
tomado mayor conciencia de que no se trata de una cuestión
española, sino que también son aliados de la «revolución
sexual» el Parlamento Europeo, la ONU y las grandes
multinacionales con sus fundaciones respectivas que
promueven la agenesia, con el título de salud reproductiva y la
deconstrucción de la antropología cristiana, la cultura que
deriva del cristianismo y la disolución del matrimonio y de la
familia.
Los métodos utilizados han sido desde la manipulación del
lenguaje, pasando por la introducción de los nuevos
Estándares para la educación sexual, hasta la formulación de
nuevos derechos que se han visto reflejados en las nuevas
leyes aprobadas con un corto límite de tiempo. Creo que con
todo esto queda claro que el último propósito es acabar con la
civilización cristiana y, en definitiva, doblegar a la Iglesia
católica como ha sucedido con otras confesiones cristianas.
Para esclarecer todo este proceso va a servir de una gran
ayuda el libro de la socióloga alemana Gabriele Kuby.
Participó en la revuelta estudiantil de 1968, formando parte del
movimiento izquierdista («como hija obediente de su padre
izquierdista que en ese momento era un famoso periodista y
escritor en Alemania»). Abandonó Berlín y el movimiento
socialista en 1967 y estudió con el sociólogo progresista Ralph
Dahrendorf. Estudió a Karl Marx pero rechazó desde el primer
momento el feminismo radical porque le parecía obvio que un
movimiento contra la maternidad destruía el futuro.
Su marido la abandonó dejándola con tres hijos. En 1973
tuvo una profunda experiencia de Dios y desde entonces fue
una seria buscadora de la verdad por los caminos equivocados
del esoterismo y la New Age, hasta que finalmente, en 1996,
en el punto más bajo de su vida, una semana después de su
separación matrimonial rezando una novena frente a una
estatua de Buda, el Señor la llamó a su Iglesia alcanzando la
gracia de la conversión a la fe católica de manos de la Virgen
María como ella refiere con su testimonio personal ofrecido en
distintas ocasiones.
El libro de Gabriele Kuby lleva por título «La revolución
sexual global», al que acompaña el subtítulo «La destrucción
de la libertad en nombre de la libertad». Este libro que,
después de diez años, se presenta para el público de lengua
española, ha sido completado por la autora con la indicación
de los diversos acontecimientos de estos últimos años y con
las referencias específicas para España. Se trata, sin duda, de
un libro que se caracteriza por la clarividencia y conocimiento
minucioso de los datos y procesos seguidos por la «revolución
sexual».
La clarividencia se muestra ya en el título que añade la
palabra «global» a la revolución sexual. La autora es
consciente de que no se trata de un movimiento espontáneo
provocado por unas circunstancias históricas que se localizan
en Alemania o en Francia con la revuelta estudiantil de mayo
de 1968. Es algo que viene de mucho antes y que se ha ido
concretando en una agenda global a la que sirven tanto las
estructuras internacionales (ONU y sus agencias) como las
organizaciones europeas y los parlamentos nacionales y
regionales. Como la misma autora ha indicado en varias
ocasiones, no pretende especular sobre el último responsable
que algunos nombran como mundialismo, Nuevo Orden
Mundial, Gran Dinero, etc. En definitiva se trata de los
poderes que gobiernan el mundo contra el designio de Dios
creador y redentor sobre la persona, el matrimonio y la
familia. La gracia de la conversión le concede la luz necesaria
a Gabriele Kuby para comprender que se trata de destruir la
civilización cristiana asentada sobre la antropología que
confiesa que el hombre, diversificado sexualmente como
varón y como mujer, ha sido creado a imagen de Dios y que en
su sexualidad, lleva la huella de su vocación originaria al amor
y a la lógica del don.
Se comprende así el asalto a la tradición judeo-cristiana y
la voluntad de acabar con el valladar que supone la Iglesia
Católica, para diluirla entre las distintas confesiones cristianas
que no han soportado la presión de esta planificada revolución
sexual. Como nos han recordado los últimos Pontífices
sucesores de Pedro, la llamada «cuestión social» ya no está
referida a la cuestión obrera o a la división pobres-ricos, la paz
o el trabajo, etc. Siendo todas estas cuestiones muy
importantes, lo decisivo de la cuestión social descansa hoy
sobre la imagen del hombre, sobre la antropología adecuada.
Tanto san Juan Pablo II, como Benedicto XVI y el Papa
Francisco han denunciado sucesivamente una conjura contra la
vida humana programada de manera científica y sistemática
(Evangelium vitae 12 y 17), la dictadura del relativismo con la
disolución de la antropología cristiana (Caritas in veritate, 75)
y la colonización del pensamiento cristiano por parte de la
ideología «gender» (Amoris laetitia, 56; Filipinas, 2016;
Polonia, 2016; Laudato Si, 118). En definitiva se trata de la
deconstrucción de la persona humana y de la cultura que
deriva del cristianismo.
Esta deconstrucción de la persona humana no sigue
simplemente las estrategias que se derivan del marxismo o del
liberalismo. Ambos han sido fagocitados y puestos al servicio
del capitalismo tecno-nihilista que culmina su objetivo
superando los límites de la naturaleza de la persona
— haciendo de ella mercancía — y ofrece la tecno-redención
con sus propuestas posthumanistas y transhumanistas. Lo que
está en juego, por tanto, es el futuro del hombre y la familia
que lo sostiene. Como nos recordaba Benedicto XVI «allí
donde la libertad de hacer se convierte en libertad de hacerse
por uno mismo, se llega necesariamente a negar al Creador
mismo y, con ello, también el hombre como criatura de Dios,
como imagen de Dios, queda finalmente degradado en la
esencia de su ser. En la lucha por la familia está en juego el
hombre mismo. Y se hace evidente que, cuando se niega a
Dios, se disuelve también la dignidad del hombre. Quien
defiende a Dios, defiende al hombre» (Benedicto XVI,
Discurso a la Curia romana, 2012).
Siguiendo esta misma lógica, Gabriele Kuby nos advierte
además que, cuando en el enfoque de la sexualidad se
prescinde de toda norma moral y se sigue el proceso de
deconstrucción de la persona que propone la ideología de
género y sus derivaciones, estamos abocados a la anarquía, al
caos, a la imposición del pensamiento único que puede dar
lugar a un nuevo régimen totalitario liderado por el Estado y la
gobernanza global.
El instrumento utilizado para llegar a este término ha sido
la desregularización de las normas morales y la
hipersexualización de la sociedad a través de los medios de
comunicación y de la pseudoeducación sexual escolar
auspiciada por los distintos lobbies procedentes del feminismo
radical y de cuantos pretenden afirmar cualquier orientación
sexual decidida desde la infancia por una libertad que
prescinde por completo de la verdad. La sexualidad ha dejado
de ser contemplada como una dimensión esencial de la
persona, se niega la diferencia sexual y se reduce a un simple
impulso gobernado por una libertad al margen de los
significados del cuerpo y de toda identidad humana. En
definitiva todo es reconducido a una libertad enloquecida sin
el orden de la naturaleza de la persona y sin los bienes y
valores que le son inalienables. Se llega así a la destrucción de
la libertad en nombre de la libertad, o lo que es lo mismo, a la
deconstrucción de la persona en nombre de una ideología más
destructiva que las ideologías del siglo pasado.
Ha sido la luz de la fe católica la que ha proporcionado a
Gabriele Kuby esta clarividencia manifestada en su libro. A
esta clarividencia se añade el conocimiento de los datos y
procesos de la «revolución sexual» que ella comprende por
haber sido militante del feminismo radical yque después ha
profundizado y ampliado hasta ofrecernos en su obra los
detalles más precisos sobre los orígenes, desarrollo y la agenda
global de esta revolución. De todo ello nos propone un
riguroso análisis y, a la vez, un testimonio confesante de las
consecuencias devastadoras de esta revolución sexual.
No hay más que observar lo ocurrido en España en las
últimas décadas para verificar lo propuesto por la autora:
hipersexualización ya desde la infancia, adicción a la
pornografía también entre adolescentes y niños; profusión de
la anticoncepción, del aborto, de las ideologías de género,
«queer», ciborg, propaganda y normativas jurídicas para
aceptar cualquier orientación sexual; destrucción de los
matrimonios y desestructuración de las familias, equiparación
de la unión de las personas del mismo sexo al matrimonio
natural, baja de la tasa de nupcialidad; destrucción de
embriones y algunos condenados al nuevo gulag de los
laboratorios; aumento de la violencia intrafamiliar y de las
tasas de adicción al alcohol y a las drogas; mayores problemas
psíquicos, también en los niños, fracaso escolar, etc.
Como bien dice la autora se trata de una locura que
transformó la sociedad en una masa de individuos
consumidores sexualizados que se pueden manipular para
hacer cualquier cosa. Como no puede ser de otra manera,
siendo coherente con el evangelio, su análisis y estudio no va
nunca contra las personas, ni menos contra las mujeres de las
que, como nos recuerda el papa Francisco, hemos de ser claros
defensores de su dignidad y de su auténtica naturaleza
femenina. Su denuncia como mujer, que ha sido esposa y
madre, va dirigida contra todo un sistema ideológico global
que arranca al ser humano de sus verdaderas raíces con una
clara intención de destruir la base que sustenta la sociedad, la
familia.
Gabriele Kuby ha pagado su claro testimonio en su propia
carne, soportando todo tipo de denuncias, vejaciones, burlas,
manipulación y tergiversación de sus palabras, siempre
calificada con los términos de homofobia, transfobia, etc.,
términos creados por el propio sistema ideológico de la
revolución sexual. Conozco bien esta misma experiencia. Sin
embargo, su respuesta, inspirada por la fe católica, además de
amar a todas las personas, es la de afirmar las razones de la
esperanza. Ella confía en la respuesta de los padres y en las
iniciativas de tantas personas de buena voluntad que ante la
voz de alarma despiertan del sueño ideológico y aprenden a
discernir los signos de los tiempos. Los creyentes sabemos
que, como nos advertía san Pablo, «nuestra lucha no es contra
la carne y la sangre, sino contra los principados, contra las
potestades, contra los que dominan este mundo de tinieblas,
contra los espíritus del mal» (Ef. 6,12). Por eso continuamente
afirmamos que toda nuestra esperanza está puesta en Cristo,
vencedor del pecado y de la muerte, quien nos ha dicho: «En
el mundo encontraréis dificultades y tendréis que sufrir, pero,
tened ánimo, yo he vencido al mundo» (Jn 16,33).
Antes de concluir este prólogo, además de agradecer a la
autora su interés por completar su obra para la edición
española, quiero también manifestar mi gratitud a los
traductores, editores y a cuantos han contribuido para hacer
posible esta publicación. Sé que a todos les impulsa una única
motivación: la humilde propagación de la verdad que hemos
recibido por la fe y la clara defensa de la dignidad de la vida
humana, el carácter sagrado del matrimonio y del bien social
de la familia. Por mi parte me considero honrado al permitirme
escribir estas líneas, convencido también de que no hay
verdadero progreso para el hombre sin el anuncio de la verdad
de la sexualidad humana que hemos conocido con la luz de la
razón, la fe en Cristo y la enseñanza de la Iglesia.
Verdaderamente, como dice el Concilio Vaticano II, es el
Verbo encarnado quien revela al hombre el misterio del
hombre y le descubre la sublimidad de su vocación al amor y
al don de sí mismo a los demás (Cf. Gaudium et spes, 22-23).
† JUAN ANTONIO REIG PLA
OBISPO DE ALCALÁ DE HENARES, 2017
 
Prólogo a la edición italiana
La propuesta cultural hecha por el presente libro de
Gabriele Kuby es una invitación potente a salir de ese sueño
de la razón que nos está llevando a la pérdida de la libertad, es
decir, de nosotros mismos. Y Jesús ya nos había advertido de
que esta es la pérdida más trágica, la pérdida de nosotros
mismos, aunque con ella hubiéramos ganado el mundo entero.
Al leer cada página resonaban dentro de mí las palabras de
aquel que seduce a toda la tierra: «Seréis como Dios,
conociendo el bien y el mal» (Gén 3,5). La persona humana se
ha elevado a sí misma como autoridad moral soberana: soy yo
quien establezco lo que está bien y lo que está mal. Es una
libertad enloquecida. En sentido literal: una libertad sin logos.
Pero si este es el trasfondo, si puedo decirlo así, teorético
de todo el libro, esta libertad pretende la destrucción de la
última realidad que la cuestiona; y el libro muestra cómo una
libertad enloquecida genera gradualmente la más devastadora
de las tiranías. Me explico.
David Hume escribió que los hechos son testarudos:
testarudamente contestan a cualquier ideología. La autora
sostiene, pienso que con razón, que la última barrera que la
libertad enloquecida debe derribar es la naturaleza sexual de la
persona humana en su dualidad de hombre-mujer; en su
razonable institución constituida por el matrimonio
monogámico y la familia. Pues bien, la libertad enloquecida,
está destruyendo hoy la sexualidad natural humana y, por
tanto, el matrimonio y la familia. Las páginas dedicadas a esta
destrucción son de notable profundidad.
Pero hay otro tema que recorre las páginas de este libro: la
acción de la libertad enloquecida tiene una estrategia precisa,
porque tiene una dirección mundial que la guía y gobierna.
¿Qué estrategia? La del Gran Inquisidor de Dostojevski. Él
dice a Cristo: «Tú prometes la libertad; yo les doy el pan. Me
seguirán a mí». La estrategia es clara: dominar al hombre
aliándose con un instinto suyo fundamental. El nuevo Gran
Inquisidor no ha cambiado la estrategia. Él dice con los hechos
a Cristo: «Tú prometes alegría en el ejercicio sabio, justo y
casto de la sexualidad; yo prometo placer sin ninguna
reglamentación. Verás que me seguirán a mí». El nuevo
Inquisidor hace esclavos mediante el espejismo de un placer
sexual completamente privado de toda regla.
Si, como pienso, el análisis de Gabriele Kuby se puede
compartir, la conclusión es una sola. Sucede lo que Platón ya
había previsto: desde la extrema libertad nace la tiranía más
grave y más feroz. No es casualidad que la autora haya hecho
de esta reflexión platónica el lema de apertura en el primer
capítulo. Una especie de clave de lectura de todo el libro.
¿Y los clérigos? No raramente parecen contentarse con ser
los asistentes de esta eutanasia de la libertad. Sin embargo,
como enseña san Pablo, Cristo ha muerto para hacernos
verdaderamente libres.
Espero que este gran libro sea leído sobre todo por quien
tiene responsabilidades públicas; por quien tiene
responsabilidades educativas; por los jóvenes, primeras
víctimas del nuevo Gran Inquisidor.
CARLO CARD. CAFFARRA
ARZOBISPO De BOLONIA, 2017
 
Prólogo a la edición alemana
La mayoría de la gente no conoce el término
«transversalidad de la perspectiva de género». Como
resultado, tampoco saben que durante años, los gobiernos, las
autoridades europeas y parte de los medios de comunicación
han estado sometiéndolos a un programa de reeducación que
las personas enteradas conocen por ese nombre.
Lo que se supone que esta reeducación pretende eliminar
de nuestras cabezas es una costumbre milenaria de la
humanidad: el hábito de distinguir a los hombres de las
mujeres. Esto incluye extinguir la verdad fundamental de que
la mutua atracción sexual entre hombre y mujer forma la base
de la existencia presente y futura. Por lo tanto, se distingue de
todas las demás formas de satisfacer las necesidades de la
gente, está sometidaa ciertas reglas de humanización y tiene el
privilegio que proviene de su institucionalización. Al final, la
reeducación pretende eliminar la hermosa costumbre que
llamamos humanidad y naturaleza humana, que ha sido
establecida desde tiempo inmemorial. Vamos a emanciparnos
de nosotros mismos, de nuestra naturaleza.
La palabra «emancipación» un tiempo significó algo
parecido a la liberación. La emancipación de nuestra
naturaleza sólo puede significar la liberación de nosotros
mismos. El término «libertad política» fue acuñado en la
antigua Grecia e inicialmente significaba ser autorizados para
vivir según la forma usual. Un tirano era alguien que impedía
que la gente lo hiciera, alguien que quería volver a
adoctrinarlos. Este libro trata sobre este tipo de tiranía. Es un
libro de ilustración. Nos ilumina sobre lo que nos está pasando
justo ahora, los métodos que usan los «re-educadores», y qué
represalias les esperan a quienes se oponen a este proyecto. Y
esto incluye no sólo a aquellos que toman partido en el debate,
sino, como muestra este libro, a todos aquellos que siempre
han defendido la libertad de expresar su opinión sobre estos
temas en una discusión abierta.
Durante años, en toda Europa, el debate ha sido
crecientemente suprimido en nombre de la «corrección
política». A alguien que se desvía de la corriente de
incorporación transversal del género no se le muestra con
argumentos por qué está equivocado, sino que, simplemente,
se le dice: «No deberías decir eso». Lo que se esconde detrás
de esto es un relativismo sobre la verdad. Afirmar la verdad es
considerado como intolerancia, aunque la verdad es todo lo
contrario. Afirmar la verdad significa poner a prueba la propia
opinión ante evaluaciones discursivas. Si no hay verdad,
entonces no pueden existir dichas evaluaciones. Por
consiguiente, los debates son sólo poderosas luchas veladas en
las que una opinión no es verdadera o falsa, sino dominante o
anormal, y la última de las dos conlleva el ostracismo.
Naturalmente, la verdad no surge del discurso; sólo es probada
por él. Incluso antes de esta prueba es verdad e intuitivamente
convincente.
Hemos oído que en las guarderías de Londres — y en las
suecas, que se consideran especialmente progresistas — está
prohibido el uso de las palabras «padre» y «madre»; deben ser
sustituidas por las palabras de género neutro. Noticias
similares llegan de las oficinas del gobierno de Austria. Esto
provoca reacciones que van del sacudir la cabeza a la
indignación, principalmente porque la gente no ha autorizado a
sus representantes a que los reeduquen.
¿Cuál es el motivo de estos absurdos? Se ha dicho en voz
alta y clara: los niños a los que se ha impuesto la adopción por
parte de parejas del mismo sexo no deben tener la sensación de
que los demás tienen algo que a ellos les falta. Porque ya no
existe lo anormal, el concepto de lo normal es un tabú y está
bajo sospecha ideológica. No obstante, la normalidad es lo que
constituye a los seres vivientes. En la naturaleza inanimada, es
decir, en física, no hay normalidad, sino sólo leyes estrictas.
Pero allí donde hay vida, las especies tienen como objetivo el
cumplimiento de su naturaleza según sus propias formas; y
esta misma naturaleza, que les impulsa al cumplimiento, puede
errar el objetivo. El instinto de enseñar a cazar a sus cachorros
forma parte de la naturaleza de la leona. Sin él, el cachorro no
sería capaz de sobrevivir y, en consecuencia, no habría leones.
La ausencia de este instinto es, pues, una anomalía.
El concepto de normalidad es indispensable cuando se
trata de los procesos de la vida. Los errores, en este campo,
amenazan la vida de la humanidad. Gabriele Kuby tiene la
valentía de mostrar cómo nuestra libertad está amenazada por
una ideología antihumana. Ella merece nuestro agradecimiento
por habernos iluminado a través de su trabajo. Todas las
personas deberían leer este libro para ser conscientes de lo que
les espera si no se defienden.
Prof. Dr. ROBERT SPAEMANN, 2012
Prefacio
El libro que tienes en tus manos no se puede leer sin que
provoque una reacción. La revolución sexual global nos afecta
a todos: a hombres y mujeres, jóvenes y mayores, a nuestra
existencia personal y al futuro de la sociedad.
Debido a que las personas no son como los animales, casi
programadas por algún instinto, tienen libertad y deben decidir
qué camino seguir. Para ello necesitamos una norma sobre el
bien y el mal. La norma de la sexualidad, que ha obligado
durante siglos, está ahora hecha añicos, o lo estará donde no lo
esté ya.
Se dice que esto es el progreso deseable hacia la libertad,
como si una libertad subjetiva individual para hacer lo que uno
encuentra divertido y placentero fuera el camino rápido para la
felicidad. Pero ¿es eso verdad?
Echemos una rigurosa ojeada a la situación de la sociedad:
a las familias rotas, a las madres o padres que educan solos a
sus hijos, y a los jóvenes con profundas heridas emocionales y
espirituales. Fijémonos también en los adictos a la
pornografía, a los millones de abusadores sexuales de niños, a
los millones de bebés abortados, y a nuestro propio camino
vital. Si preguntamos a maestros, médicos, psiquiatras,
psicólogos, trabajadores sociales y de la juventud, parece que
deberíamos huir de este tipo de felicidad como de una plaga.
Afirmamos que la juventud es la época más feliz de la vida,
pero estamos creando una sociedad en la que hay cada vez
menos niños que sonríen y más ancianos con depresión.
Todo esto es tan claro como el día. Se investigan y
discuten las causas, pero una causa — quizás la más
importante — se oculta detrás de un tabú: la falta de regulación
de las normas sexuales que ahora conforman la sociedad.
Debido a que estas normas forman parte del «sistema
operativo» de la sociedad, cada sociedad protege las normas
sexuales con penas sociales o legales. Mientras que la
monogamia fue en un tiempo el criterio, ahora es la
permisividad del hedonismo y de la promiscuidad sexual lo
que la ley está imponiendo a través de la pancarta de la
igualdad y la no discriminación.
El cuento de «El traje nuevo del Emperador» es una
ingeniosa metáfora sobre el tabú que impide la percepción de
la realidad tal como es verdaderamente. El tabú existe porque
hablar de la verdad pondría en peligro la estructura de poder,
que tarde o temprano debe colapsar debido a su negación de la
realidad.
Unos estafadores convencen al emperador de que pueden
tejer con «la tela más bella» que tiene la impresionante
cualidad de que la ropa hecha con ella es invisible a quien «no
es apto para su oficio o es imperdonablemente estúpido».
Afirmar lo obvio — que algo que no existe realmente no
existe — puede ser delicado. El emperador no quiere perder su
posición ni revelar su estupidez, y así es como los estafadores
le engañan.
Todo el mundo se deja enredar en una maraña de mentiras
y todos dicen que ven algo que no existe. El emperador se
mete en un aprieto en el que todos saben que está vestido de
mentira, y no de verdad. Pero sólo un niño se atreve a gritar:
«¡El emperador está desnudo!». El niño no tiene ni trabajo ni
reputación que perder.
En este libro, asumo los ojos de un niño cuando hablo de la
corrupción del poder político. Es una corrupción en un doble
significado: al bien se le llama mal y al mal se le llama bien,
arrebatando la orientación y la valentía a la gente para que siga
la vocación del amor.
Describo la revolución sexual mundial, iniciada por los
pioneros intelectuales de la Revolución Francesa, hasta la
ideología posmoderna de género de Judith Butler, que implica:
La destrucción de los sistemas de valores heredados de
todas las culturas y religiones.
Apoyo al programa revolucionario por parte de las élites
políticas internacionales.
Iniciativas totalitarias, como se ve en el programa
establecido en los Principios de Yogyakarta.
Imposición concreta de la ideología de género en la
sociedad hasta el punto de cambios en el lenguaje
políticamente motivados.
La epidemia de la pornografía, de la quelos niños y
jóvenes ya no pueden ser protegidos.
El movimiento homosexual como maquinaria activista
que impulsa esta revolución.
Aunque algunos aspectos importantes de este movimiento
ya no pueden discutirse sin sufrir un severo ataque personal,
todo este capítulo presenta una investigación científica sobre
la realidad de la vida homosexual y las contradicciones
internas del plan secreto homosexual.
Un capítulo especial se ocupa de la posición cristiana sobre
la homosexualidad y la forma en que la Iglesia lidia con las
exigencias del movimiento.
El capítulo titulado «Educación sexual desde la educación
infantil hasta bachillerato», detalla cómo la educación sexual
en la escuela obligatoria inicia activamente a los niños y
adolescentes en una sexualidad hedonista, de modo que no se
enseñan los valores que hacen posible el matrimonio y la
paternidad.
En «Intolerancia y discriminación», doy ejemplos de cómo
la revolución sexual termina en un ataque a las libertades
democráticas básicas y va dirigida especialmente contra los
cristianos.
Pero hay esperanza. En el penúltimo capítulo describo la
creciente resistencia contra la revolución cultural que desde
2013 se está dando en todas partes y que ya no se podrá
acallar: manifestaciones masivas en contra del «matrimonio»
homosexual en Francia (La Manif pour tous), España, Italia,
México; los cambios constitucionales en defensa del
matrimonio en gran número de países de Europa del este; la
resistencia de los padres contra de sexualización de los niños
impuesta en la enseñanza pública, entre otros lugares en
Polonia, Lituania y Alemania.
Todo esto nos lleva al capítulo final y a la preocupación
real de la obra: advertir contra un nuevo totalitarismo que está
destruyendo la libertad en nombre de la libertad.
Somos contemporáneos de una revolución cultural que
alcanza a todo hogar y corazón. No existe territorio neutral al
que podamos escapar. Esta revolución aumenta su velocidad y
la fiereza de su ataque a las libertades democráticas de un día
para otro. Su actual coronamiento lo ha alcanzado en la
decisión Obergefell v. Hodges del Tribunal Supremo de los
Estados Unidos que obliga a la existencia del «matrimonio»
homosexual en los Estados Unidos y más allá. Este libro,
publicado originalmente en septiembre de 2012, ha exigido
actualización para cada nueva edición y traducción. Para la
edición española publicada por Didaskalos se ha actualizado y
revisado sustancialmente la edición americana de 2015.
Ha sido verdaderamente milagroso ver este libro publicado
en polaco, húngaro, croata, eslovaco, checo, inglés, alemán y
español en 2017, y chino, ucraniano y ruso próximamente en
2018. Agradezco a tantos corazones humanos que han hecho
esto posible.
Tú, querido lector, tienes derecho a saber la postura de la
autora. Como socióloga, observo las tendencias de desarrollo
de la sociedad. Como madre de tres hijos, me dedico al futuro
de la próxima generación. Y como católica (desde 1997), me
esfuerzo por vivir lo que creo. Esto incluye la buena voluntad
hacia la gente, aunque no comparta sus convicciones y no
compartan las mías.
Que ahora pueda aparecer esta traducción española, se lo
debo a varias personas que surgieron de la nada para abrir las
puertas a un libro que consideraron importante: mi amigo
Miguel Gabián, cuya generosidad ha hecho posible la edición,
encontró en Pablo Cervera al traductor y gestor de la edición.
Mi agradecimiento también a Ángela Pérez García por la
revisión estilística de la traducción. A la editorial Didaskalos
un especial agradecimiento por no ahorrar esfuerzos de cara a
la publicación y por estar conmigo en contra de la marea.
GABRIELE KUBY, RIMSTING,
Octubre de 2017.
I.
La destrucción de la libertad
en nombre de la libertad
El exceso de libertad, ya sea en los Estados o
en los individuos, parece que sólo da paso a
un exceso de esclavitud. Y, de esta manera,
surge naturalmente, de la democracia, la
tiranía, y la forma más agravada de tiranía y
esclavitud surge de la forma más extrema de
libertad.
PLATÓN[1]
El desmantelamiento de la sexualidad
Estamos en medio de un asombroso proceso. Los criterios
fundamentales del comportamiento humano que eran
considerados válidos hasta hace pocas décadas se han
convertido en algo obsoleto. Lo que era bueno entonces ahora
se considera malo. Estas normas afectan a la propagación de la
humanidad y a la institución universal para su realización: la
familia. En 1948, los países devastados por la Segunda Guerra
Mundial elaboraron la Declaración Universal de los Derechos
Humanos, que afirma: «La familia es la unidad básica natural
y fundamental de la sociedad y tiene derecho a protección por
parte de la sociedad y del estado» (art. 16). La familia resulta
del matrimonio de un hombre y una mujer que se
comprometen a compartir sus vidas mutuamente y están
dispuestos a tener hijos y educarlos. La familia requiere la
monogamia: fidelidad sexual entre los esposos. Si se abandona
la monogamia como orientación moral, se rompe la unidad
familiar. Los ideales que nos guían, las costumbres y las leyes
cimientan esta alta norma moral en la forma en que las
personas viven sus vidas.
Pero en los últimos 40 años, estos ideales, costumbres y
leyes han sido desmantelados. En las culturas occidentales esto
comenzó con las rebeliones estudiantiles. Ahora es el
programa cultural revolucionario de las élites del poder
mundial. Desde la década de 1960, con la ayuda de las
Naciones Unidas (ONU), la Unión Europea (UE) y los medios
de comunicación, un poderoso lobby ha estado luchando para
cambiar el sistema de valores. El objetivo es la libertad
absoluta, sin ninguna restricción de limitaciones naturales o
morales. Ve al ser humano como un mero individuo
«desnudo». Para alcanzar dicha libertad absoluta que desea
liberarse de la «tiranía de la naturaleza», cualquier precepto
natural es un obstáculo que debe ser eliminado. Cuando la
libertad se entiende de este modo, no hay «bien» ni «mal», ni
ningún sistema de normas. Las armas concretas en esta guerra
incluyen la deconstrucción de la sexualidad masculina y
femenina, la alteración de las normas y actitudes sociales de la
población (especialmente entre los jóvenes), la total
equivalencia legal de la relación homosexual con el
matrimonio, e incluso el ostracismo social y la criminalización
legal de toda oposición a estas nuevas «normas».
El proceso es asombroso, porque este intento de crear un
nuevo ser humano, y la consiguiente disolución de cualquier
sistema de normas, tiene un tratamiento prioritario en las
actividades de la ONU, la UE y muchos países, aunque esta
estrategia de revolución cultural no contribuye a la solución de
los grandes problemas de nuestro tiempo. ¡Al contrario! El
cambio demográfico de esta época sólo hará descarrilar la
estructura social. En los últimos 40 años, la mayoría de los
países europeos se han hundido muy por debajo de los niveles
de remplazo. Al intentar cubrir el déficit mediante la
inmigración, van en detrimento de su propio tronco cultural.
La política orientada hacia el bien público debería hacer que
las familias fuertes fueran una prioridad de la política social.
Sin embargo, las normas sexuales se han liberalizado al
servicio de las pequeñas minorías, arrebatando así a la familia
los valores que la hacen posible.
Este proceso también es sorprendente porque destruye las
condiciones que dieron a luz a la elevada cultura europea, un
modelo de perfección para todo el mundo. Hasta hace pocos
siglos, esta cultura tuvo un fundamento cristiano. El
cristianismo proporcionó la moralidad básica que se transmitía
de generación en generación. La esencia de esta cultura son las
decisiones de nuestros antepasados en aras de lo bueno y
verdadero, decisiones que siempre exigieron la renuncia y el
sacrificio por parte del individuo. Los violentos dirigentes
hambrientos de poder, las guerras, los líderes corruptos de la
Iglesia e incluso los horribles sistemas ateístas de terror del
siglo XX no pudieron erradicar la culturacristiana. No sólo
sucedió que las familias hicieron posible la supervivencia en
medio del hambre, sino que transmitieron esta cultura en las
circunstancias más adversas. Después de cada catástrofe, el
crecimiento del cristianismo brotó de nuevo, y con el tiempo
llegó la unificación de Europa sobre la roca de los más altos
valores de sus fundadores cristianos.
Lo que está sucediendo ahora es más profundo. No se trata
de la dictadura del proletariado o el dominio de una raza
superior. Los regímenes de terror son reconocibles como
opresores y pudieron eliminarse tras 12 o 60 años, según el
caso. Ahora el ataque apunta a la estructura moral íntima de la
persona, la que le capacita para ser libre. El hacha se dirige
ahora a la raíz.
Este libro parte de la premisa básica de que el hermoso
regalo de la sexualidad requiere ser cultivado si queremos que
la gente tenga relaciones logradas y una vida lograda. De lo
contrario, la actuación grosera de todos los deseos
distorsionará a la persona y a la cultura. A una persona
sexualizada desde la infancia se le enseña: «Es correcto hacer
realidad todos tus instintos sin reflexionar. Es malo para ti que
establezcas límites para ellos». Esta persona usa su propio
cuerpo y los cuerpos de otras personas para satisfacer su
apetito sexual, y no para expresar el amor personal. El impulso
sexual es poderoso porque tiene la tarea de garantizar la
supervivencia de la humanidad. La persona que no aprende a
cultivarlo para expresar el amor y la creación de una nueva
vida es dominada por él. Una persona impulsada de este modo
pierde su libertad. Ya no oye la voz de su conciencia. Pierde la
capacidad de amar y la capacidad para vincularse. Pierde el
deseo de dar a los hijos el don de la vida. Se hace incapaz de
un logro cultural. Llega a enfermar física y mentalmente.
Pierde el deseo y la capacidad de mantener su propia cultura,
predisponiéndola así a ser dominada por una más pujante.
La idea cristiana de que los seres humanos son creados a
imagen y semejanza de Dios fue la base de la dignidad
inviolable de toda persona y llevó a la formación del Estado y
de la sociedad sobre el principio de la libertad. La elevada
cultura configurada por el cristianismo, con su compromiso
con la razón y la verdad, permitió la investigación abierta
sobre la realidad, dando lugar a un desarrollo científico y
tecnológico único. Pero el reconocimiento de Dios creador, la
inviolabilidad de la dignidad humana, la validez de valores
morales universales y la búsqueda no ideológica de la verdad
se han visto bajo presión.
Los resultados son terribles. Muchas personas ya no
quieren transmitir la vida que han recibido. Las familias se
están desintegrando. El funcionamiento de la próxima
generación está en decadencia: el 20 % de los jóvenes de 15
años son analfabetos funcionales[2] Cada vez más niños y
adolescentes sufren desórdenes psicológicos[3]. El derecho a la
vida de los niños no nacidos, de los discapacitados y de los
ancianos ya no está protegido. La libertad de religión, de
expresión, de ciencia y el criterio de los padres en la educación
de los hijos han sido socavados.
Todo esto está sucediendo en nombre de una ideología que
niega que exista el individuo como hombre o mujer, que la
polaridad configure su identidad y que se requiera para la
propagación de la humanidad. (Las anomalías psicológicas y
físicas no alteran este hecho). Nunca antes hubo una ideología
que pretendiera destruir la identidad de género del hombre y
de la mujer y todo criterio ético de comportamiento sexual.
Esta ideología se llama transversalidad de la perspectiva de
género.
Hay muchos otros factores que cambian drásticamente en
nuestro tiempo — desde el punto de vista ecológico,
económico, tecnológico y científico —, pero ninguno de estos
factores está estratégicamente dirigido a la misma esencia del
ser humano — su identidad como hombre o mujer — como
individuo que es entregado cada vez más a un impulso sexual
despojado de todos los criterios morales.
Anteriormente estaba reservado a los varones el desarrollo
de sistemas ideológicos que dejaron tras de sí una escandalosa
estela de destrucción y que costaron la vida a innumerables
millones de personas. La ideología de género fue forjada por
mujeres feministas radicales, y su aplicación ha tenido
consecuencias inimaginables. Muchas culturas han perecido
por la degeneración moral. Pero que tal degeneración moral
venga impuesta a los pueblos por los gobernantes de este
mundo es una novedad.
Elevada cultura y elevada moralidad
Toda cultura penaliza la violación de sus normas sexuales.
Mientras que antes la gente pensaba que era un rasgo de las
sociedades primitivas tener prohibiciones castigadas por todos
con el ostracismo social o incluso la pena de muerte, hoy
encontramos que se aplican nuevos tabúes. Adquieren validez
a través de la exclusión social y la penalización progresiva,
específicamente en el ámbito que todas las culturas protegen
con normas estrictas: el ámbito de la sexualidad. Se ha
producido una inversión. Hoy la disolución de los criterios
morales está siendo impuesta y la oposición a ella está siendo
castigada con la exclusión y las sanciones legales.
En una amplia investigación científica, el antropólogo
J. D. Unwin analizó la relación entre sexualidad y cultura[4]. A
principios de la década de 1930 quiso probar la tesis de
Sigmund Freud de que la cultura se basa en la «sublimación
del impulso sexual».
Los resultados, en resumen, son: cuanto mayores son las
restricciones sexuales, mayor es el nivel cultural; cuanto
menores son las restricciones sexuales, menor es el nivel
cultural[5]. Si uno observa el desarrollo de nuestra sociedad,
parece que este principio se confirma una vez más.
¿Un nuevo totalitarismo suave?
Puede parecer que nuestras condiciones actuales están a
años luz de los sistemas de terror del nazismo y el comunismo.
Sin embargo, podemos ver que nuestra libertad está cada vez
más restringida. La gente que primero se da cuenta de esto es
aquella, a saber, los cristianos, cuyos valores se interponen en
el camino de las estrategias de los poderosos.
No podemos identificar ningún sistema de gobierno que
visiblemente luche por dominar el mundo, pero existen redes
mundiales que siguen un programa común.
Parece que no hay una ideología impuesta por el estado,
pero es una falsa ilusión: la nueva ideología de género está
firmemente establecida en la política y en las universidades,
aunque actúe detrás del telón. Aunque la gente común no
conoce el término todavía, toda la sociedad está siendo
«sometida al género». Como toda ideología utópica, esta trata
de crear un nuevo ser humano al que diseña de acuerdo con
sus propios deseos.
Los grupos étnicos desaprobados no han sido erradicados
(completamente) en Europa hasta ahora, pero cada año, en
todo el mundo, más de 40 millones de niños son asesinados en
el vientre materno antes de que puedan nacer.
Hay un orden democrático fundamental, pero hay poderes
incontrolables que ejercen su voluntad sobre los votantes y sus
representantes elegidos: los medios de comunicación y la
oligarquía financiera.
No hay un sistema de partido único, pero una porción
creciente de la opinión pública ya no se siente representada
por los partidos que están en el poder. Esto se traduce en la
desafección política y en una continua disminución de
votantes.
No hay un ministerio de propaganda, pero hay una
creciente uniformidad en los medios de comunicación, que
está empujando hacia el desmantelamiento de las normas
sexuales.
No hay ningún comité de censura estatal, pero hay
políticas de gobierno y discursos académicos: reglas de la
«neo-lengua» que deben seguirse para que uno no llegue a ser
conspicuo y sufrir las consecuencias.
No hay una policía que haga uso de la fuerza ni un servicio
secreto, pero gracias al sistema de almacenamiento de datos
digitales, todos vivimos en casas de cristal, donde no hay
rincón ni rendija privados. Este es un requisito previo para
imponer formas completamente nuevas devigilancia y control
totalitarios.
No hay movimientos de masas, deslumbradas y
manipuladas por un líder, pero hay masas atomizadas y sin
raíces que son mantenidas en calma por programas de
gobierno: su potencialidad para la radicalización en una
emergencia económica es incalculable.
No existe ninguna prohibición contra el culto religioso,
pero en nombre de la lucha contra la discriminación, la
libertad religiosa está siendo insidiosamente restringida, y las
condiciones sociales para transmitir la fe a la siguiente
generación están siendo socavadas[6].
El totalitarismo ha cambiado de chaqueta y ahora aparece
con el manto de la libertad, la tolerancia, la justicia, la
igualdad, la no discriminación y diversidad: trasfondos
ideológicos que prueban que son términos amputados y
distorsionados.
Estos procesos son globales, y son impulsados por
influyentes lobbies en instituciones internacionales. El núcleo
de esta revolución cultural global es el desmantelamiento de
las normas sexuales. La supresión de limitaciones morales
sobre la sexualidad parece aumentar la libertad de las
personas, pero da lugar al individuo desenraizado, conduce a
la disolución de la estructura social de apoyo, y origina el caos
social.
Hoy en día, cualquiera en la esfera política, académica, de
los medios de comunicación, o incluso del ámbito eclesiástico,
que dé razones por las cuales el acto sexual pertenece
exclusivamente a la relación matrimonial entre un hombre y
una mujer, y que debería estar abierto a la procreación, se pone
en situación de riesgo. Cualquiera que analice científicamente
los riesgos y las consecuencias del comportamiento no-
heterosexual, o se oponga sin rodeos a la liberalización sexual,
se expone a convertirse en un paria social. Puede ser excluido
del discurso público, estigmatizado entre insultos, perder su
posición profesional, ser hostigado en muchos sentidos por
grupos de interés, o ser discriminado. En Alemania, las
manifestaciones en favor de los valores de la familia necesitan
fuerte protección policial. La criminalización a través de leyes
anti-discriminación y nuevos delitos punibles como
«homofobia» y «discurso del odio» es ya una realidad en
algunos países y está siendo promovida en todo el mundo.
Aquellos que se consideran firmemente del lado del bien
— que hoy con tanta valentía combaten el terror de estado de
un siglo ya pasado — ¿tienen la voluntad de oponerse a la
creciente restricción de la libertad en nuestra época? La línea
divisoria entre estar a favor de la libertad y renunciar a la
libertad implica estar dispuesto a pagar el precio hoy para no
nadar con los tiburones.
Un mundo feliz
A veces los autores pueden ver más allá de las fronteras
del presente. En su novela de 1930, Un mundo feliz, Aldous
Huxley describió lo que ocurre cuando la diversión se
convierte en el sentido de la vida y el sexo se convierte en el
placer cotidiano de jóvenes y mayores. En su prólogo a la
edición de 1949, escribió: «La revolución realmente
revolucionaria se logra, no en el mundo externo, sino en las
almas y en la carne de los seres humanos».
Así, en Un mundo feliz, las personas quieren hacer lo que
se espera de ellas, y toman su esclavitud como libertad.
En su prólogo Huxley continúa:
En la medida en que la libertad política y económica
disminuyen, la libertad sexual tiende en compensación a
aumentar. Y el dictador… hará bien en alentar esa libertad.
Junto con la libertad para soñar despierto bajo la influencia
de las drogas, las películas y la radio, ayudará a conciliar
sus sujetos a la servidumbre que es su sino…
Considerando todas las cosas, parece como si la Utopía
estuviera mucho más cerca de nosotros de lo que nadie,
hace sólo quince años, se podría haber imaginado.
Entonces, la proyectaba 600 años hacia el futuro. Hoy
parece muy posible que el horror pueda estar ante nosotros
en sólo un siglo[7].
Aldous Huxley escribió esto cuando todavía no existía la
inseminación artificial, la selección prenatal, los bancos de
esperma y ovarios, la maternidad subrogada, «Progenitor 1» y
«Progenitor 2», guardería, instrucción sobre juegos sexuales
en el jardín de infancia, enseñanza sexual obligatoria en la
escuela, consumo incontrolado de drogas o pornografía como
entretenimiento de masas; y cuando no había televisión en
cada habitación, ni Internet, ni teléfonos inteligentes.
La gente acababa de superar la II Guerra Mundial, y
pusieron sus esperanzas en una nueva organización
denominada Naciones Unidas, que aprobó en 1948 la
Declaración Universal de los Derechos Humanos. Iba a ser un
baluarte contra el horror indecible que envió a millones y
millones de personas a la muerte. Habían sido degradadas,
privadas de sus derechos, desposeídas, atormentadas,
torturadas y asesinadas por personas cegadas por la ideología y
deshumanizadas por la corrupción del poder. Medio siglo más
tarde, en estas mismas Naciones Unidas es donde se está
librando la batalla para elevar el asesinato de niños en el seno
de la madre a un derecho humano, y para que las naciones del
mundo den a las relaciones entre personas del mismo sexo el
estatus legal del matrimonio.
Como previó Huxley, el núcleo de este ataque a los valores
fundamentales es la sexualidad humana. La lucha para abolir
las normas sexuales ha comenzado una memorable marcha
victoriosa. Al mismo tiempo, asistimos a una decadencia
cultural en el actual mundo occidental. Lo que fue elogiado
por Platón y Aristóteles como verdad, belleza y bien ha caído
en descrédito. No se puede hacer una gran fortuna a partir de
la verdad, la belleza y el bien, pero las mentiras, la maldad y la
fealdad la atraen en abundancia: miles de millones sólo a
través del horror y la pornografía.
Nacemos con capacidad para la libertad, pero la capacidad
de usar nuestra libertad para el bien requiere formación y
trabajo personal. La virtud es condición previa para la cultura.
Debemos aprender las virtudes cardinales que permiten que
florezca nuestra humanidad: prudencia, justicia, fortaleza y
templanza. Cuando una cultura deja de valorar la virtud, y deja
de transmitir a la siguiente generación lo que es apropiado,
probado, verdadero y precioso — por ejemplo, la crianza y la
educación —, está cavando su propia tumba. Todavía hay
libertad, y aún no es demasiado tarde para defenderla. Pero
uno debe saber quién la está limitando en beneficio de sus
propios intereses egoístas. De esto trata el libro.
II.
Pioneros de la revolución sexual
desde la Revolución francesa hasta hoy
De los pensamientos de hoy depende lo que se
viva en las plazas y calles de mañana.
JOSÉ ORTEGA Y GASSET[1]
Los pioneros
La Revolución francesa elevó la razón autónoma al nivel
de una diosa, una militante feminista que se había liberado de
Dios y de sus imperativos. La gente fue seducida con bellas
palabras que apelaban a los anhelos que todos albergan:
Liberté, Egalité, Fraternité (libertad, igualdad, fraternidad).
Pero la gente no se daba cuenta de que la libertad sólo puede
ser ampliada a costa de la igualdad, que la igualdad sólo
aumenta a costa de la libertad, y que la fraternidad se queda en
el camino donde no hay justicia.
Desde una celda bien provista en la prisión de la Bastilla,
el Marqués de Sade escribió lo que significaba la libertad en la
esfera sexual. Encarcelado allí al final del Ancien Régime,
tenía mucho tiempo para escribir todas las perversiones
imaginables. Su nombre está unido para siempre a ellas en su
terrible variante sadomasoquista. Su novela de 1791 Justine
contribuyó como ninguna otra cosa a la politización del sexo y
a la sexualización de la política. Sade mostró el camino a la
revolución: desde la libertad sexual al sadismo y a la muerte.
Bastaron sólo cuatro años a las promesas iniciales de la
Revolución francesa para dar paso al terror, con cabezas
rodando en la guillotina al minuto. El grito de batalla de
Voltaire, «¡Aplastad a la infame!». (¡Aplastad a la vil, a la
Iglesia!), provocó la muerte de miles de sacerdotes y
religiosos.
Con la abdicación de Napoleón en abrilde 1814, el regreso
del rey Luis XVIII, y la rehabilitación de los jesuitas por parte
del papa Pío VII (la Orden había sido prohibida por el papa
Clemente XIV en 1773), la primera revolución sexual pasó
algún tiempo sepultada bajo las cenizas de la restauración
política. Sin embargo, allí permanecería humeando lentamente
durante 200 años para convertirse en una conflagración
mundial enardecida por la estrategia de la revolución sexual
global de hoy.
Muchas grandes mentes, altamente instruidas y
devotamente veneradas, han aportado ideas filosóficas y
psicológicas, habilidades culturales revolucionarias, y obras de
cultura amañadas a este esfuerzo. Juan Jacobo Rousseau,
Augusto Comte, Henri de Saint-Simon, Charles Fourier,
Friedrich Nietzsche, Sigmund Freud, C. G. Jung, John Watson,
Wilhelm Reich, Alfred Kinsey y Jack Kerouac son sólo unos
pocos de los más notables. Todos ellos tenían una cosa en
común: el rechazo, cuando no un odio absoluto, a la Iglesia
católica, porque esta Iglesia no deja nunca de predicar el
mensaje de Cristo: «Si me amáis, guardaréis mis
mandamientos» (Jn 14,15).
No cumplieron estos mandamientos, no quisieron
guardarlos, y dedicaron sus vidas y su considerable energía
creativa para justificar esta situación y recrear una humanidad
a su propia imagen. Tanto entonces como ahora, la Iglesia se
ha mantenido siempre en su camino, predicando el mensaje
inmutable de Dios en un mundo en cambio permanente.
Friedrich Nietzsche lo expresó de esta manera: «El
cristianismo hasta ahora ha sido siempre atacado de modo
equivocado. Mientras uno no percibe la moral cristiana como
un crimen capital contra la vida, sus defensores siempre
tendrán un juego fácil. La cuestión de la verdad del
cristianismo… es algo totalmente secundario mientras no se
afronte la cuestión del valor de la moral cristiana[2]».
Nietzsche dijo que el cristianismo promulgaba una «moral
esclava» para los débiles, que sólo pueden ser despreciados
por la raza superior neo-pagana.
En su obra Libido Dominandi: sexual liberation and
political control[3], el autor americano E. Michael Jones los
describe prendiendo la cerilla intelectual a la gasolina. Jones
muestra que viven en el caos sexual y en relaciones rotas;
descuidan a sus hijos, son dependientes de las drogas y el
alcohol, y terminan en la desesperación, la locura, el ocultismo
y el suicidio. Sus historias se hacen eco de un proverbio
bávaro: El diablo ayuda a su gente, y luego los arrebata.
Aquellos que se han convertido en esclavos de sus
impulsos, y tienen el poder de forjarlos en herramientas
políticas e ideológicas para la creación de un pueblo autónomo
y sexualizado, abren el camino al caos social y personal a sus
contemporáneos. Por otro lado, las personas logran la libertad
interior cuando aprenden a cultivar sus deseos a través del
vínculo voluntario del amor. Pero cuando las personas caen en
la mentira de que la satisfacción desenfrenada de sus impulsos
es la libertad, o conduce a la libertad, se subordinan a esos
impulsos. Otra palabra para esto es adicción. Como dice
Jones:
Este fue el genio de la ilustración política, que, en
realidad, no es otra cosa que una física del vicio: incita la
pasión; controla al hombre. Esta es la doctrina esotérica de
la Ilustración, que ha sido perfeccionada durante más de
200 años a través de una trayectoria que abarca todo, desde
el psicoanálisis a la publicidad, a la pornografía y al papel
que desempeña en la Kulturkampf[4].
Observa además cómo «ese descubrimiento fue tan
ingenioso porque el vicio como forma de control social es
prácticamente invisible. Aquellos que son esclavos de sus
pasiones sólo ven lo que desean y no la esclavitud que esos
deseos infligen sobre ellos[5]».
Los 200 años de guerra cultural para crear personas
autónomas, manipulables y controlables han tenido varios
impulsores que la desarrollaron en poderosas coaliciones de
intereses:
Malthusianismo, encaminado a reducir la población
mundial, porque la población fue creciendo
supuestamente con más rapidez que la producción de
alimentos.
El movimiento eugenésico, que apunta a incrementar la
calidad de la gente y reducir su cantidad.
Los intereses dominantes de los ricos y poderosos de los
Estados Unidos, generalmente protestantes blancos
anglosajones (WASPs), que percibían el peligro de la
«fertilidad diferencial». Temían que la baja tasa de
natalidad de la clase alta y la alta tasa de natalidad de la
clase baja, especialmente los negros en los Estados
Unidos y los países pobres del Tercer Mundo, les
causaría la pérdida del poder político y económico.
Las personas destacadas que aportan ideas y métodos
filosóficos, políticos y psicológicos para transformar la
realidad social.
Los comunistas revolucionarios que destruyeron la
familia y la religión y deseaban transformar el Estado en
una sociedad utópica sin clases.
El movimiento feminista, encaminado a liberar a las
mujeres de la «esclavitud del matrimonio y la
maternidad». (Simone de Beauvoir).
El movimiento homosexual, que quiere abolir la
«heterosexualidad obligatoria».
Todos estos grupos de interés se superponen; la afiliación
de sus protagonistas puede ser variada y abarcar más de un
grupo.
Malthusianismo
Mientras ocupaba una cátedra de «economía política», en
1798 Thomas Robert Malthus (1766-1834) escribió el Ensayo
sobre el principio de población, en el que formuló su «Ley de
hierro de la población». Afirmaba que las hambrunas
catastróficas eran inevitables, ya que la población crecería
geométricamente (2-4-8-16, etc.), mientras que la producción
de alimentos aumentaría sólo aritméticamente (1-2-3-4, etc.).
Para prevenir esto tenía que reducirse la tasa de natalidad.
Hasta el día de hoy, la teoría ha influido en el destino de
las personas y las naciones de todo el mundo. Malthus quería
eliminar el exceso de bocas en el «gran festín de la
naturaleza». Lo expresaba de esta manera:
Un hombre que nace en un mundo ya ocupado, si no
puede conseguir la subsistencia de sus padres sobre
quienes ejerce una justa demanda, y si la sociedad no
quiere su trabajo, no puede exigir el derecho a la más
mínima ración de comida, y, de hecho, está de sobra en la
tierra. En el gran festín de la naturaleza no se le han puesto
cubiertos. La naturaleza le dice que se vaya, y ejecutará
rápidamente sus propias órdenes… [mediante]
enfermedades, miseria y muerte[6].
Y, podríamos agregar, esta reducción en la población
podría ser también efectuada por los esfuerzos mundiales de
los controladores de la población, para quienes no basta la
destrucción natural. Malthus veía pueblos cuyas cifras
amenazaban la riqueza y el poder de las clases dominantes
como consumidores innecesarios que debían ser eliminados,
en lugar de ver pueblos cuyo espíritu creativo y trabajo
podrían crear prosperidad.
En el caso real de escasez de alimentos, como sucede en
muchos países del mundo, hay dos opciones: aumentar la
producción de alimentos y distribuirlos justamente, o reducir
la población. Según la FAO (Organización para la
alimentación y la agricultura, de la ONU), la producción de
alimentos per cápita — la cantidad de alimentos disponibles
para cada persona en el mundo si se reparte con equidad —
creció el 30 % desde 1951 a 1992[7].
La ONU espera que la población mundial supere los 8900
millones en 2050 y luego disminuya. Por primera vez, la ONU
asume que la fecundidad en la mayoría de los países en
desarrollo descenderá por debajo de 2,1 hijos por mujer en el
siglo XXI. Se espera que descienda por debajo del nivel de
reemplazo en tres de cada cuatro países en 2050. Esta es la
estimación de la División de Población de las Naciones Unidas
en su revisión del año 2002 de las proyecciones demográficas
oficiales de las Naciones Unidas (ONU, 2002)[8].
El temor a una explosión demográfica fue agitado por
primera vez a mediados del siglo XX. Paul Ehrlich empezaba
su famoso libro La bomba de la población con las palabras:
«La batalla para alimentar a toda la humanidad. En los años
1970 y 1980, cientos de millones de personas moriránde
hambre a pesar de las medidas de choque acometidas
ahora[9]». En un tono de infalible autoridad científica, en 1972
el Club de Roma publicó Los límites del crecimiento,
prediciendo que en torno al año 2000 los recursos minerales y
yacimientos de petróleo del mundo estarían en gran medida
agotados. El motivo principal sería presuntamente la explosión
demográfica. El objetivo del Club de Roma era «construir una
sociedad global en el siglo XXI».
¿Puede lograrse? La Fundación Rockefeller invierte miles
de millones para orientar el progreso de la sociedad hacia sus
propios intereses, y ha apostado por el control de la natalidad.
El siglo XX aportó posibilidades técnicas mejoradas y
completamente nuevas: la píldora anticonceptiva en 1960, y la
gradual legalización del aborto.
Hasta hoy, la reducción de la población mundial es una
prioridad de los Estados Unidos y las organizaciones
internacionales (cf. cap. 4). Esto podría explicar por qué las
élites de poder promueven los movimientos feministas y
homosexualistas y apoyan a las organizaciones abortistas que
actúan en todo el mundo.
Margaret Sanger y el movimiento eugenésico
Margaret Sanger (1879/1883-1966) desempeñó un papel
decisivo en el control de la población. Hizo de la misión de su
vida eliminar supuestamente los elementos indeseables de
población mediante la contracepción, la esterilización y el
aborto. En los Estados Unidos, el clima propiciaba la ideología
eugenésica. La «higiene racial» no fue inventada por los
alemanes. Tal como Jeremy Rifkin comenta, Theodore
Roosevelt, 26o presidente de los Estados Unidos (de 1901 a
1909), enarboló la bandera a favor de ello:
Algún día nos daremos cuenta de que el primer deber,
el deber ineludible del ciudadano de tipo correcto y de bien
es dejar su sangre en el mundo; y que no tenemos ningún
derecho a permitir la perpetuación de ciudadanos del tipo
incorrecto. El gran problema de la civilización es
garantizar un aumento relativo de lo valioso frente a lo
menos valioso o a los elementos nocivos en la población…
El problema no puede ser afrontado a menos que demos
plena importancia a la inmensa influencia de la herencia…
Desearía que a la gente incorrecta se le impidiera la
reproducción; y cuando fuera suficientemente evidente la
naturaleza nociva de esas personas, esto es lo que se
debería hacer. Los criminales deberían ser esterilizados y a
los débiles mentales se les debería prohibir dejar
descendencia… Se debería hacer hincapié en que la gente
deseable fuera la que engendrara[10].
La original feminista de orientación comunista, Margaret
Sanger, pudo ser utilizada para este objetivo por parte de los
poderosos que le abrieron las puertas. Ella practicaba la
sexualidad libre que predicaba y tuvo numerosas aventuras
con influyentes contemporáneos. Abandonó a su primer
marido y sus tres hijos para casarse con el magnate del
petróleo James H. Noah Slee, que financió sus actividades
eugenésicas. La temprana muerte de su hija discapacitada la
obsesionó durante toda su vida. En sesiones de espiritismo
intentó una y otra vez ponerse en contacto con ella.
Sanger no rehuyó violar la ley en aras de su misión
eugenésica, ni ser encerrada por ello. Cruzó América de un
lado a otro, y más tarde Europa y Asia, para luchar por la
legalización del control de la natalidad y para convencer a las
mujeres para que redujeran su fertilidad.
En 1921, Sanger fundó la Liga Americana de Control de la
Natalidad, que abogó abiertamente por la eugenesia con fines
racistas. Al mismo tiempo, Marie Stopes abrió una clínica de
control de la natalidad en Londres, en 1921. Hoy, Marie
Stopes International es una de las mayores organizaciones
abortistas del mundo.
En la década de 1930, los Rockefeller comenzaron a
respaldar la presión de Margaret Sanger a favor del control de
la natalidad como solución para la pobreza masiva en la época
de la Gran Depresión. En una audiencia del Congreso, Sanger
hizo un llamamiento a favor de «más niños aptos y menos
incapacitados». Pero encontró un fuerte oponente en el teólogo
moralista católico Mons. John Ryan. Lo que dijo sobre la Liga
Americana del Control de la Natalidad se podría aplicar, no en
menor medida, a las políticas actuales de los Estados Unidos:
Defender la anticoncepción, como un método para
mejorar la condición de los pobres y desempleados, es
desviar la atención de las clases influyentes de la búsqueda
de la justicia social y liberarlos de toda responsabilidad por
nuestra mala distribución y otros desajustes sociales.
Sencillamente quienes creemos lo que yo creo no podemos
suscribir la idea de que hay que hacer responsables a los
pobres de su situación; en lugar de obtener justicia del
gobierno y un orden social más racional, se les pide que
reduzcan el número de sus miembros[11].
Ryan venció a Sanger en la audiencia del Congreso, con el
resultado de que John D. Rockefeller III se comprometió
personalmente en la cruzada de la contracepción el resto de su
vida. Para muchos americanos la contracepción, el aborto y la
esterilización eran y son todavía la respuesta a la cantidad de
mil millones de personas que sufren hambre en la tierra y a los
cerca de 9 millones que mueren por ello cada año.
En 1942, la Liga del Control de la Natalidad cambió su
nombre por el de Internacional de planificación familiar,
porque los intentos de limpieza étnica nazi habían dado a la
eugenesia mala fama. Diez años más tarde, la sucursal
alemana fue fundada bajo el nombre de Pro Familia. Este
nombre lleva incluso más lejos la apariencia de amabilidad
hacia la familia. La organización «apoya» a la familia
realizando el 77 % de todos los abortos en Alemania[12].
Antes de morir a la edad de 86 años, Margaret Sanger
había dejado una larga estela de logros. Impulsó en 1927 el
Congreso Mundial de Control de la Población en Ginebra y
puso en marcha el movimiento de masas en favor de la
«sexualidad libre». Financió la investigación de la píldora para
el control de la natalidad y luchó con increíble tenacidad en
favor de los cambios de la ley hasta que finalmente, en 1965,
el Tribunal Supremo de los Estados Unidos declaró
inconstitucionales las leyes contra el control de la natalidad,
con la resolución Griswold v. Connecticut. Había alcanzado
los objetivos de su vida.
Karl Marx y Friedrich Engels
A principios del siglo XIX, Karl Marx y Friedrich Engels
desarrollaron la filosofía del materialismo dialéctico y su
utopía de la sociedad sin clases. En su núcleo, era una batalla
contra Dios, la fe y la Iglesia. Marx y Engels habían sido
cristianos en su juventud, igual que el sátrapa soviético José
Stalin fue incluso seminarista durante varios semestres.
Cayeron lejos de la fe y se elevaron a sí mismos y su
enseñanza a la condición de último principio, dando un
potencial sobrehumano a la violencia, trayendo el terror
sanguinario y la destrucción sobre una amplia porción de la
tierra. Cuando Marx y Engels estaban elaborando esta
ideología a mediados del siglo XIX, ¿quién habría podido
imaginar que estaban escribiendo la historia de la humanidad?
En un poema escrito en su juventud, Karl Marx revelaba
sus oscuros objetivos:
En una oración de desesperación me edificaré un
trono.
Frío y grandeza serán su cumbre,
su baluarte será horror sobrehumano,
¡y su mariscal será sombría agonía![13]
En el Manifiesto del Partido Comunista de 1848 podemos
leer todavía:
El comunismo suprime las verdades eternas, suprime
toda religión y moral, en lugar de constituirlas sobre una
nueva base; por lo tanto, actúa en contradicción con toda la
experiencia histórica anterior… [Los comunistas] declaran
abiertamente que sus fines se pueden obtener solamente
mediante el enérgico derrocamiento de todas las
condiciones sociales existentes.
La vida privada de Marx era un desastre. Sus dos hijas y su
yerno se suicidaron. Él vivía de la ayuda económica de
Friedrich Engels y de la búsqueda de herencias. Por ejemplo,
decía de su tío: «Si el perro se muere ahora, saldré de este
aprieto[14]». No sólo se había roto su familia, sinoque la
familia como institución debía hacerse añicos; y para Marx, en
el fondo, en el fondo siempre se trataba de una batalla contra
Dios: «El secreto de la Sagrada Familia es la familia terrena.
Para hacer desaparecer la antigua, esta debe ser destruida, en
la teoría y en la práctica[15]». Marx y Engels reinterpretaron la
cuestión de la mujer como una cuestión de clase.
En su obra de 1884, El origen de la familia, la propiedad
privada y el estado, Engels escribió: «El primer antagonismo
de clases que aparece en la historia coincide con el desarrollo
del antagonismo del hombre y la mujer en la monogamia y la
primera opresión de clase con la de la fémina por parte del
sexo masculino[16]». Vio la integración de las mujeres en el
proceso de producción como condición necesaria para su
liberación. Para los revolucionarios comunistas, la «moral
burguesa» impide el logro de la sociedad sin clases, porque en
el matrimonio surgió el primer antagonismo de clase.
Todos los revolucionarios sexuales del siglo XX tienen sus
raíces espirituales en el marxismo. A los intelectuales de
izquierdas no les molestó nada que los ejecutores de esta
ideología subyugaran a pueblos enteros a través del terror de
Estado y mataran a millones de personas que obstaculizaban el
paso a su «Utopía». Al parecer, no toda ideología queda
desacreditada por el asesinato masivo que ha traído.
Alexandra Kollontai
Durante la revolución rusa, Alexandra Kollontai fue no
solamente la primera mujer en el Consejo Revolucionario de
San Petersburgo, sino también comisaria para el bienestar
público bajo Lenin. Ella fue también la que legalizó el
divorcio y el aborto, fundó casas comunales y promovió el
amor libre para liberar a la mujer de «la elección entre el
matrimonio y la prostitución». Los bolcheviques querían
controlar la educación de los hijos con el fin de que
obedecieran a los comunistas. Las mujeres debían trabajar en
las fábricas y ya no para sus maridos e hijos en el hogar.
Kollontai hizo lo que pudo para convertir su sueño en
realidad: «El fuego del hogar se está apagando en todas las
clases y estratos de la población, y por supuesto no habrá
medidas artificiales que aviven su llama mortecina[17]». Sin
embargo, los excesos mortales de la revolución arrojaron a la
sociedad rusa a un caos tal que hubo una reacción. Esto
exasperó a Wilhelm Reich — revolucionario sexual
proveniente de Alemania — porque Rusia ya no podía ser
modelo de una verdadera utopía[18]. El lamento de Reich sobre
la «reacción sexual» en la Unión Soviética a principios de la
década de 1930 es interesante porque todas las medidas
revolucionarias bolcheviques — que efectivamente ellos
reinstauraron tras una corta fase experimental — están en la
agenda de las clases políticas dominantes de hoy. Con tristeza,
Reich se quejaba de que:
Las restricciones a la homosexualidad se habían
reinstaurado.
«La interrupción del embarazo» se había vuelto más
difícil.
La libertad sexual de la juventud soviética y «la
ilustración sexual racional» de los niños y adolescentes
estaban siendo socavadas por una «ideología de
ascetismo».
La «familia obligatoria» estaba siendo apoyada
nuevamente, y la ley de disolución del matrimonio de
1918 había sido derogada.
La colectivización de la educación se paralizó y la
responsabilidad se devolvió a los padres.
«La destrucción de la escolarización autoritaria» a través
de la autonomía de los niños volvió a la situación
anterior.
Reich sabía que esto estaba amenazando la revolución,
porque él había reconocido que «el proceso sexual de la
sociedad siempre ha sido el núcleo de su proceso cultural[19]».
Wilhelm Reich
En la época de la República de Weimar, Wilhelm Reich fue
uno de los revolucionarios sexuales más eficaces. A Reich le
afectó severamente el suicidio de su madre cuando tenía 14
años y la muerte de su depresivo padre pocos años después.
Como estudiante de medicina, ya se estaba haciendo un
nombre en la Sociedad Psicoanalítica de Viena, fundada por
Sigmund Freud en 1908.
Sin haber completado las prácticas de análisis, ya estaba
trabajando como psicoanalista a la edad de 23 años. La teoría
del orgasmo de Reich creció a partir de la teoría de la libido de
Freud y — para simplificar —, decía que las personas necesitan
tres orgasmos a la semana para estar sanas y construir la
sociedad sin clases como ciudadanos de la revolución. No
importaba cómo se llegaba a ellos. Podía ser mediante la
propia mano, alternando con la pareja, o con cualquier sexo.
Por este motivo, «el matrimonio obligatorio» y la «familia
obligatoria» como herramientas de la educación de los niños
tenían que ser destruidos. El medio para hacerlo era la
sexualización de las masas, especialmente de los niños. En su
obra La revolución sexual, Reich afirma que «la familia
patriarcal es el caldo de cultivo ideológico y estructural de
todos los órdenes sociales basados en el principio autoritario».
Continúa diciendo: «No discutimos la existencia o no
existencia de Dios: simplemente eliminamos las represiones
sexuales infantiles y disolvemos los vínculos con los
padres[20]». El resto de los objetivos subversivos se procuran
luego por sí mismos, a través de la dinámica puesta en
movimiento.
¿Cuál es la base del principio autoritario? La relación de
cada uno con Dios, con la Iglesia, con la tradición, con los
padres — especialmente con el padre — y con los maestros.
Reich hizo evidente que la sexualización era el vehículo para
destruir todas estas relaciones y, por consiguiente, el orden
estructural de la sociedad en su conjunto.
Para este programa construyó una enorme superestructura
teórica con pretensiones científicas. El marxismo entró en
escena como ciencia infalible y objetiva y Reich la
complementó con la «ciencia» del psicoanálisis apenas
inventada. Como con cualquier ideología, Reich utilizó un
enorme constructo intelectual para vender su destructivo
programa como objetivo y bueno.
Según su teoría, la guerra, la explotación del proletariado,
el «misticismo religioso» y el fascismo[21] tienen la misma
causa: los 6000 años de «represión sexual» que han hecho
enfermar a la humanidad en todo el mundo[22]. Todos los
flagelos de la vida humana desaparecerían para siempre si la
gente satisficiera sus deseos sexuales sin ningún tipo de
limitaciones.
Por esto luchó Reich, y por esta razón se unió al Partido
Comunista, del que fue expulsado en 1933. Fundó el
movimiento Sex-Pol, que organizaba manifestaciones
proletarias masivas en el Berlín de la preguerra. El programa:
«La afirmación sexual como núcleo de una política cultural de
afirmación de la vida sobre la base de la economía socialista
planificada». En resumidas cuentas: satisface tus instintos
sexuales y crearás el paraíso en la tierra. Fue un temprano
precursor del lema hippie más afortunado: «Haz el amor y no
la guerra[23]».
Los niños y los jóvenes eran cruciales en la estrategia de
Reich. Los niños sexualmente activos son revolucionarios
naturales que se rebelan contra cualquier autoridad. Reich
quería abolir la «atmósfera de negación del sexo y la
estructura de la familia» utilizando la sexualización para
liberar a los niños y jóvenes de sus lazos familiares: «La
juventud revolucionaria es hostil y destructora de la
familia[24]». Reich promovió la masturbación, como «una
forma de salir del daño de la abstinencia», y las relaciones
sexuales a partir de la pubertad, porque «la represión [de la
sexualidad juvenil] es esencial para mantener el matrimonio
obligatorio y la familia, así como para producir ciudadanos
sumisos[25]».
Wilhelm Reich era consciente de que la sexualización total
de la cultura significaría el exterminio de las iglesias y del
estado tradicional, y este era su objetivo. E. Michael Jones
apuntó lo que una sociedad en transición desde un modelo
cristiano a uno hedonista se niega a distinguir: «El estado debe
sostenerse con sus dos pies a cada lado: tanto en el imperio de
la razón y el autocontrol como en el imperio de la revolución
sexual… El estado clásico debe fomentar la virtud; el

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