Logo Studenta

Crecer con Padres Separados Consejos Prácticos para Educar a los Hijos Cuando los Padres NO Viven Juntos Paulino Castells

¡Este material tiene más páginas!

Vista previa del material en texto

Crecer con padres 
separados
Paulino Castells
2
Primera edición en esta colección: septiembre de 2014
© Paulino Castells, 2014
© del prólogo, Gustavo Girard, 2014
© de la presente edición: Plataforma Editorial, 2014
Plataforma Editorial
c/ Muntaner, 269, entlo. 1ª – 08021 Barcelona
Tel.: (+34) 93 494 79 99 – Fax: (+34) 93 419 23 14
www.plataformaeditorial.com
info@plataformaeditorial.com
Depósito legal: B.17101-2014
ISBN: 978-84-16096-69-5
Realización de cubierta y fotocomposición:
Grafime
Reservados todos los derechos. Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares
del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por
cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la
distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos. Si necesita fotocopiar o
reproducir algún fragmento de esta obra, diríjase al editor o a CEDRO (www.cedro.org).
3
http://www.plataformaeditorial.com
mailto:info@plataformaeditorial.com
http://www.cedro.org
«El fracaso de la pareja conyugal no tiene por qué obstaculizar el triunfo de la pareja parental».
GÉRARD POUSSIN y ANNE LAMY, 
en la introducción de Custodia compartida (2004)
«Al niño que sueña con ilusión la reconciliación de sus padres y al despertar les perdona que sigan
separados».
PAULINO CASTELLS, 
en la dedicatoria de Separación y divorcio (1993)
4
Índice
1. 
1. Prólogo del Dr. Gustavo Girard
2. Introducción del autor
2. 
1. 1. ¿Cómo fue su separación?
1. Nuestra relación estaba muerta
2. El divorcio estaba servido
3. ¿Quién tomó la decisión de separarse?
4. Significado íntimo de la separación y el divorcio
5. ¿Cumplieron las normas aconsejables para separarse bien?
6. Hubo que rebajar el grado de virulencia
7. ¿Fueron a terapia?
8. ¿Evitaron cortocircuitos?
9. Tipos de separación y predicción de resultados
2. 2. Hay que decírselo a los hijos
1. El difícil papel de dar la noticia
2. Cómo justificar ante el niño la separación de los padres
3. ¿Y qué les decimos sobre el motivo de separarnos?
4. Aclaremos sus dudas
5. ¿Hay que contarles las razones (íntimas) de la separación?
6. Poner palabras al conflicto
7. Prevención de las repercusiones en los hijos
8. Resaltando los aspectos positivos de la separación
3. 3. Conozcamos sus reacciones
1. ¿Qué es lo primero que siente el niño?
2. Un intenso sentimiento de pérdida
3. Tristeza y lástima
4. Preocupados por sus padres, inventan historias
5. Sentimientos de culpa
6. Cuando los padres parecen ser menos padres
7. La amarga soledad
8. Baja el rendimiento escolar
9. El valioso soporte de la escuela
5
10. Padres ausentes y maestros que hacen de padres
4. 4. Sus respuestas según la edad y el sexo
1. ¿Cómo responden?
2. Menores de tres años
3. De tres a cinco años
4. Se hacen más pequeños
5. Siguen fantaseando
6. De seis a ocho años
7. La difícil identificación con los padres
8. Mayores de nueve hasta doce años
9. Jóvenes de trece a dieciocho años
10. A las niñas les afecta menos que a los niños
5. 5. Cambios en los padres por la separación
1. Cuando un cónyuge se siente traicionado
2. Progenitores rencorosos y agresivos
3. ¿Secuestros, asesinatos…?
4. Coléricos y caóticos amargados
5. Negando la realidad
6. Vuelta al hogar paterno o a la habitación de alquiler
7. Hogares monoparentales y unipersonales
8. El bolsillo se resiente
9. Surgen nuevas amistades
10. ¿Cuándo informar al hijo de que tenemos una nueva pareja?
11. Los padres, aun siendo los mismos, ahora son distintos
12. Al pie del cañón o padres tránsfugas
13. Lo que representa ser ex
6. 6. También cambian los hijos
1. Sus nuevos papeles
2. Continuas demandas y exigencias
3. ¡Qué difícil es imponer disciplina!
4. ¿Cómo afectan a los hijos las peleas entre los padres?
5. Excesivos obsequios y caprichos
6. De la alianza con un padre al hijo tirano hay un paso
7. Hacen de padres y hermanos de sus progenitores
8. Ocupando la plaza del esposo ausente
9. En el papel del padre todopoderoso
10. El hijo no es un intermediario
6
11. Surge el conflicto de lealtades
7. 7. Juicios, custodias y visitas
1. Alguien quiere ser el ganador
2. El ansiado trofeo: quedarse con los hijos
3. ¿A quién damos la custodia?
4. ¿Custodia individual…?
5. ¿… o compartida?
6. Ventajas de la custodia compartida para el hijo y sus familiares
7. Argumentos en pro y en contra de la custodia compartida
8. Otras consideraciones que han de tenerse en cuenta
9. Consolidar el régimen de visitas (en la custodia individual)
10. Cómo hacer bien las visitas
11. Vuelta del niño de estar con el otro padre
12. Cuando las visitas se vuelven conflictivas
13. Alguien pone obstáculos y hace sabotajes
14. Visitas que languidecen y acaban terminándose
15. Síndrome de alienación parental (SAP)
16. De la alienación parental a la confusión filial
17. Síndrome de indefensión parental (SIP)
8. 8. Nuevas parejas y nuevas familias
1. ¿Vale la pena casarse de nuevo?
2. Que sea lo mejor para los hijos
3. El cambio de familia no es fácil
4. Cómo hacer una integración armoniosa
5. Los padrastros, ¿nuevas figuras de identificación para el niño?
6. La falsa mala prensa de la madrastra
7. El difícil ejercicio de padrastro
8. Evitemos enfrentamientos entre padres y padrastros
9. Y llegan los hermanastros
10. Problemas que pueden plantear las familias reconstituidas
11. Intríngulis en la convivencia de estas nuevas familias
12. El mito de la familia instantánea
9. 9. Conclusiones terapéuticas
1. El resentimiento tiene fecha de caducidad
2. La eficaz terapia del perdón
3. Características de la acción de perdonar
4. Lo saludable que es para uno perdonar
7
5. Reconozca que la nueva pareja de él (o de ella) es estupenda
6. Los abuelos han de seguir viendo a sus nietos
7. Contemos con otros parientes y con buenos amigos
8. Fue bonito mientras duró, ¿verdad?
9. Hablando bien del otro
10. Demos ejemplo
11. Me gusta que te parezcas a tu padre (o a tu madre)
12. Ayudar a buscar pareja y elogiar la que se encuentre
13. Al fin y al cabo, todos somos padres adoptivos
8
Prólogo
En una sociedad cada vez más cambiante, y que a diario nos presenta nuevos desafíos, el
divorcio, la separación o la ruptura de la pareja parental, si bien no es un hecho nuevo,
representa un sistema complejo que requiere de una atención especial.
Aunque los divorcios y las separaciones siempre han existido, alcanzan en la
actualidad una frecuencia tal que requieren de un estudio detallado. Esto lo plantea con
toda claridad el doctor Paulino Castells al comienzo de su libro.
Si todos estamos de acuerdo en la necesidad de estar preparados para el parto, el
ejercicio responsable de la sexualidad, la educación de los hijos, la prevención de un
abuso indebido de drogas y otras adicciones, qué mejor que una obra de esta naturaleza
para ayudar a los padres y a las familias que atraviesan la situación de ruptura del
vínculo matrimonial.
Dado que no hay dos divorcios iguales, quienes estén involucrados en este proceso
deben ser conscientes –que es más que darse cuenta– de que requieren una particular
atención de todos los pasos y acciones que emprendan.
Esta toma de conciencia debe ser seguida de un importante trabajo interior en el que
se reconozcan las dificultades e imponderables de este proceso. Para aquellas personas
que están pasando por dicho proceso, esta obra de lectura fácil, pero también profunda,
puede convertirse en una herramienta de indudable valor. El pensar en los hijos como eje
exige sin duda un cierto sacrificio por parte de los padres, pero nunca una inmolación,
que no solo sería injusta para ellos, sino también totalmente contraproducente para los
hijos.
El doctor Paulino Castells, con su amplia experiencia profesional, nos presenta la
complejidad de esta situación con claridad y simpleza, lo cual no implica en absoluto
superficialidad. Evita asimismo caer en fáciles generalizaciones y pone especial cuidado
en no realizar enjuiciamientos temerarios, sin porello banalizar la importancia que tiene
la ruptura de un matrimonio.
9
Debido a su gran experiencia, el autor coloca acertadamente el límite entre lo general
y lo particular. Son muy pocas las veces que formula con claridad y fuerza consejos
vigorosos y determinantes, y cuando lo hace no cabe duda del camino que se ha de
seguir. No obstante, en la mayoría de los casos se abstiene de dar consejos y va
orientando con maestría a todos los involucrados en esta compleja situación con el fin de
encontrar per se las respuestas adecuadas. Se genera de esta manera un ejercicio docente
que podría calificar de magistral. El sinnúmero de variables puestas en juego es
identificado y enumerado, sin por ello perder la razón de ser de esta obra: pensar en los
hijos.
GUSTAVO GIRARD
Buenos Aires, febrero de 2014
10
Introducción
Estamos ante un espectacular empate sin precedentes en España: por cada relación de
pareja que se crea, otra se rompe (tendencia desde 2010).
Se calcula que en Europa se rompe un matrimonio cada treinta segundos. Un poco
más lentos vamos en España: se produce una ruptura cada 3,5 minutos. Aquí, en 2012, se
rompieron 127.362, lo que venía a ser casi 350 rupturas diarias. Se repartieron entre
120.056 divorcios (el 94% de las rupturas), 7.142 separaciones (ya solo representan el
6% de todas las rupturas, porque el divorcio exprés tiene más atractivo) y 164 nulidades
(las que otorga la Iglesia no llegan al 1%).
Según datos del Consejo General del Poder Judicial, en España, en 2012, a pesar de la
crisis económica –que en un principio parecía que iba a frenar los divorcios– y de la
reducción del número de personas que accede a matrimoniar, el número de rupturas
familiares ha crecido en más de 2.660 con respecto a 2011. Y el problema añadido a
estas situaciones de disolución de la vida en común es que cuatro de cada diez se hacen
sin acuerdo (hay quien lo atribuye a la consecuencia negativa del divorcio exprés). El
pasado 2012, por ejemplo, las separaciones conflictivas representaron el 41% del total.
A lo largo de mi ejercicio profesional –que ya supera las cuatro décadas– como
médico psiquiatra atendiendo a niños y a sus familias, me he encontrado con multitud de
casos de separaciones. Las he visto de todos los colores. Desde las muy civilizadas hasta
las muy turbulentas. He sido testigo de miradas brutales de odio entre adultos que,
seguramente, unos años antes se cogían tiernamente las manos y se miraban
embelesados. He oído tremendas sentencias de muerte en boca de cónyuges que se
sentían traicionados y deseaban lo peor para la que otrora fue su admirada pareja. He
visto rostros de pánico en niños con solo mencionar la posibilidad de que se excluyera a
un padre de su vida… Y a todo esto me gustaría ponerle remedio o, como mínimo,
mitigar estos peliagudos acontecimientos. ¿Es eso posible? Puedo contestarle con un
contundente y categórico: sí.
11
La capacidad de comprender las situaciones, por escabrosas que sean, de ver las cosas
con otras perspectivas no tan negativas, de saber perdonar –aunque la persona
depositaria de este perdón no lo merezca–, de saber gestionar adecuadamente el tiempo
con los hijos…, todo ello es factible si se les sabe explicar a los padres cómo hacerlo y
hay una buena disposición por su parte de escuchar, porque quieren educar bien a sus
hijos.
Solo hay un requisito que considero fundamental para llevar las cosas a buen término:
la sincera voluntad de ambos padres de evitar todo daño posible a sus hijos, o si se puede
que no sufran ninguno. Pues ya lo sabe. Y si usted no está plenamente convencido,
porque tiene otras ideas en mente o está obcecado con otras prioridades, créame:
devuelva este libro a la estantería donde lo encontró o pida que le devuelvan su importe.
Ahora no va a sacarle partido.
Pero si está decidido a salir de la tormenta de preocupaciones en que se encuentra
como coprotagonista de esta turbulenta situación de ruptura –que quizá usted mismo ha
provocado, o ha iniciado, o se la ha encontrado servida–, y además se ve con ganas de no
pensar reiterativamente solo en sí mismo (o en el otro cónyuge) y en lo desgraciado que
es uno (o en lo culpable que es el otro), para así poder dedicar su potencial mental y
emocional a intentar educar bien a sus hijos, probablemente este es el libro que usted
necesita.
Por último, quiero agradecer la colaboración de mi buen amigo Gustavo Girard, eficaz
pediatra argentino, exprofesor de la primera cátedra de Pediatría de la Universidad de
Buenos Aires, gran especialista en adolescencia y que conoce muy de cerca la
problemática de los padres separados, que ha tenido la amabilidad de prologar este libro.
El autor
12
NOTA: Aunque sé que lo políticamente correcto es personalizar en el texto hombre,
mujer, esposo, esposa, padre, madre, hijo, hija, etc., a lo largo del libro, para agilizar la
lectura, he decidido utilizar únicamente el género masculino –tómese aquí como neutro–,
de tal manera que cuando escribo él/ellos, niño/s, hijo/s, padre/s o esposo/s, me estoy
refiriendo a los dos sexos; cuando quiera especificar alguna característica diferencial con
relación al sexo, escribiré claramente ella o él, ellos o ellas, hijas o madres, esposa o
esposo, etcétera.
13
1.
¿Cómo fue su separación?
«La relación matrimonial, que tiene un ritual de comienzo, no tiene ritual de finalización».
EVAN IMBER-BLACK
14
Nuestra relación estaba muerta
Permítame darle a la manivela del tiempo y rebobinar su relación de pareja para
situarnos en los momentos previos a su separación. ¿Que por qué lo hago? Pues porque
en los prolegómenos de su decisión de ruptura pueden estar las claves explicatorias de la
situación actual en que usted se encuentra.
Siempre me gusta recurrir a una analogía cinematográfica para explicar los intríngulis
de una separación. Con ello lo que pretendo decirle es que la ruptura de una relación es
como la escena cumbre de una película, la que tiene el máximo clímax (y, si usted
quiere, el máximo suspense), pero no deja de ser nada más que una imagen impactante,
unos pocos fotogramas, nada más. Porque la película hace tiempo que empezó –con los
prolegómenos, los antecedentes previos a la ruptura– y nos ha ido informando para que
podamos entender cómo se produce el desenlace –en nuestro caso, el momento de la
separación–; luego aún queda bastante rato de proyección, un buen largometraje, para
explicarnos las consecuencias del día después –que tanto para mí como para usted tiene
que ser la parte más interesante de la cinta: cómo quedan las cosas después de la
separación–.
Cierto que agua pasada no mueve molino y, por tanto, no podemos cambiar los
acontecimientos que se sucedieron en el momento de la separación (¡ay, si pudiéramos!),
pero sí podemos reflexionar sobre ellos, mesurando desapasionadamente si nuestros
actos en aquellas delicadas circunstancias estuvieron acertados o no, y ver si podemos
ahora, de alguna manera, remediar sus consecuencias negativas, si las hubiese, o mejorar
algunos flecos que hubiesen quedado sueltos. Repasemos lo que sucedió.
Usted (o los dos a la vez) consideró que su relación de pareja ya no daba para más y
solo quedaba extender el certificado de defunción y proporcionar un entierro lo más
digno posible al matrimonio que se había muerto.
Ustedes creyeron que habían llegado a un punto de no retorno. Uno de ustedes (o
ambos) tenía la fuerte convicción de que las cosas no podían mejorar. ¡Había que poner
punto final como fuese! Ya habían luchado bastante para mantener a flote su precaria
relación. En su momento, podría ser que uno de ustedes se expresase con desgarrado
dolor ante el desenlace inevitable, mientras que el otro, quizá, mostrara indiferencia y
15
apatía, como si fuera una situación ya muy distante, que no fuese con él. Pero para
ambos la decisión estaba tomada y era irrevocable.
Llegados a este punto, le sugiero una reflexión. Estará de acuerdo en que, quien más
quien menos, la mayoría de nosotros tiene en el desván de los recuerdos instantessublimes de intimidad amorosa, cenas, viajes, fiestas familiares, nacimientos,
crecimiento de los hijos…, alegrías y también penas que han compartido plenamente en
su vida de pareja. Pero, curiosamente, este bagaje memorístico, con gran carga
emocional y vivencial, queda lejano y casi relegado al olvido cuando deciden separarse.
Es como si un prejuicio negativo lo envolviera todo y ocultara a los ojos de los cónyuges
las partes buenas de su biografía en común. Solo la cruda realidad tiene vigencia y se ve
con diáfana claridad.
Ciertamente, no existe ninguna actividad o empresa humana que se inicie con tan
tremendas esperanzas y expectativas y fracase tan a menudo como el amor.
16
El divorcio estaba servido
«Vale más un buen divorcio que un mal matrimonio», aconsejan algunos. Incluso hay
quien dice que en este momento de la historia, en que la mayoría aún considera la
familia nuclear como el paradigma de convivencia social, deberíamos dejar de
obsesionarnos por mantener la «normalidad» de la familia intacta y reconocer el cambio
como algo a menudo inevitable –aunque, obviamente, no sea deseable– y emprender la
tarea de ayudar a las familias durante el frágil período de transición, es decir, antes,
durante y después de la separación o el divorcio.
Separarse o divorciarse solo puede equipararse con el fracaso de una o ambas personas
que en su día comenzaron una relación de convivencia –quizá también de conveniencia–
con un propósito de continuidad, ya que es muy raro que se inicie una relación
estableciendo de entrada una fecha de caducidad. «Los matrimonios no fracasan; son los
hombres quienes lo hacen», sentenciaba la actriz Ginger Rogers. (En términos de
equidad podríamos añadir que también fracasan las mujeres.)
Lo que nadie pone en duda es que fue una relación íntima que durante un tiempo más
o menos largo –¿días, semanas, meses, años?– fue placentera para uno o ambos
miembros de la pareja.
Es evidente que los tiempos que corren no son los más propicios para constatar la
perpetuidad de las relaciones matrimoniales. Con todo, la mayoría estará de acuerdo en
que, estando así de movediza la situación relacional, hay que dejar bien claros los
conceptos y las ideas y llamar a cada cosa por su nombre, tocando el suelo con los pies,
afrontando la realidad que tenemos entre manos y comportándonos de una manera
sumamente práctica.
Cuando una relación se ha roto y no es posible repararla aunque se hayan puesto todos
los medios para ello, entonces cada uno, dentro de sus posibilidades y responsabilidades,
ha de procurar que uno o ambos miembros de la pareja salgan lo más pronto posible del
proceso de duelo y reinicien cada uno por su lado una nueva vida. No es práctico ni
aconsejable abandonarse al infortunio, dejándose llevar por una profunda depresión, de
la cual se puede salir muy mal parado (se lo dice un psiquiatra).
Animo a los consortes separados a que acepten sus experiencias pasadas como válidas
y enriquecedoras –que seguramente lo han sido en múltiples ocasiones– y a que vean la
17
presente configuración constituida por la separación como un distanciamiento necesario
y convenido que aún conserva un compromiso cooperativo y amistoso entre los
exesposos; compromiso que debe continuar en el cumplimiento de las funciones
parentales.
Por último, le propongo a usted otro punto de reflexión. Al margen de la idea que cada
cual tenga de la relación de pareja, el matrimonio y la estructura familiar, no me gusta
que se presenten como sistemas antagónicos los matrimonios unidos y los matrimonios
separados, las «parejas buenas» y las «parejas malas», enfrentando «familia intacta» a
«familia fracturada», ni que al resultado de la separación y el divorcio se le siga
llamando «hogar roto», aunque semánticamente pueda parecer correcto como traducción
literal de la pionera expresión broken home.
Todos estaremos de acuerdo en que cada vez tiene más cancha de diálogo abierto el
tema de las separaciones. Antaño, los escasísimos casos que se producían eran
comentados con la boca pequeña, en círculos muy íntimos, prácticamente clandestinos.
El tema era tabú. Ahora, es habitual que en triviales conversaciones cotidianas de
sobremesa, a veces entre personas casi desconocidas, salgan a relucir rupturas
matrimoniales del entorno de los eventuales contertulios, y quien más quien menos tenga
una historia que relatar. «¿Sabes quién se ha separado?» ya se ha convertido en una frase
hecha en boca de cualquiera. Vaya, que es tema de habladuría en los habituales corrillos
de veraneo.
«Cuando estás embarazada, hablas con embarazadas, y cuando estás separada, hablas
con separadas», explica con toda naturalidad una mujer separada.
18
¿Quién tomó la decisión de separarse?
Es obvio que la gente opta por separarse por motivos complejos, algunos de los cuales
tienen muy poco que ver con una auténtica incompatibilidad matrimonial, pero cuyo
peso específico para quien los vive determina dar al traste con la relación. Ya lo intuía el
gran investigador, matemático, físico y filósofo francés Blaise Pascal, allá por el siglo
XVII, cuando decía: «El corazón tiene razones que no comprende la razón».
Lo curioso es que así como la decisión de casarse o de vivir en pareja acostumbra a
ser un acuerdo unitario –hoy en día se dice «por consenso»–, la decisión de separarse
raramente se toma de mutuo acuerdo, sobre todo en familias con hijos.
Habitualmente, lo que veo en la consulta es que un miembro de la pareja quiere dejar
el matrimonio con mayor énfasis que el otro. A menudo, también, solo un cónyuge desea
ardientemente marcharse cuanto antes y pone todo su empeño en ello. Otras veces son
los dos quienes aparentan querer dejarlo al unísono. «De común acuerdo, doctor»,
certifican puntualmente, para que no haya dudas.
Las estadísticas demuestran fehacientemente que las mujeres deciden terminar su vida
en pareja en las tres cuartas partes de los casos, mientras que cerca de la mitad de los
maridos se oponen enérgicamente a su decisión. En general, los hombres suelen sentirse
más contentos en sus matrimonios con el paso del tiempo, mientras que para las mujeres
es todo lo contrario. Quizá algo de razón tenga la contundente sentencia del periodista
escandinavo Kjell Hansson: «El hombre se separa cuando encuentra a otra mujer,
mientras que la mujer se separa cuando se encuentra a sí misma».
Las causas frecuentes que motivan la ruptura marital o que, al menos, se alegan como
tales van desde la falta de comunicación entre los cónyuges –la más mencionada–,
pasando por la ausencia de amor o el enamoramiento de otra persona, hasta llegar al
maltrato físico de la pareja. Se las enumero:
Causas que se alegan en la ruptura de la relación
Dificultad de comunicación entre los cónyuges.
Cambio de estilo de vida y de valores de uno de los miembros.
Falta de amor.
Abusos verbales.
19
Maltrato psicoemocional.
Expresión continua de aburrimiento.
Dificultades en la relación sexual.
Expresión de estar molesto por todo, regañando y siendo insolente.
Estar enamorado de otra persona.
Problemas económicos.
Deslealtad e infidelidad.
Despreocupación por los hijos.
Abuso sexual de los hijos.
Sentirse atrapado en el trabajo.
Ser suspicaz y celoso.
Ser descuidado en las atenciones del hogar.
Problemas con la justicia.
Bebedor habitual y alcoholizado.
Abuso de drogas.
Maltrato físico del cónyuge.
(Como colofón a esta lista, permítame una pincelada de humor, ya que, por encima de
todas estas causas, el genial Groucho Marx ironizaba que «el matrimonio es la principal
causa de divorcio».)
En general, llegada la decisión definitiva de la separación, de lo que estoy muy seguro
es de que esta no fue tomada a la ligera. Habitualmente se trata de una decisión muy
meditada, que no es fruto de la improvisación. Sobre todo cuando hay niños por medio,
los esposos-padres se preocupan de la situación e incluso condicionan la decisión de
romper su vínculo matrimonial a que alguien les confirme que es el momento más
indicado, en función de la edad de los críos,sus características madurativas, etcétera.
–Doctor, hemos venido para que usted nos diga cuándo hemos de separarnos –me
explica al unísono y con toda parsimonia una pareja en la consulta.
–¿Que yo tengo que decirles cuándo han de separarse ustedes? –exclamo, poniendo
cara de sorpresa y de total incredulidad–. Yo no puedo tomar esta decisión; son ustedes
los que…
–Tiene razón, doctor. Quizá nos hemos expresado mal –puntualizan–. Lo que
queremos es que usted nos diga cuál es el mejor momento para que a los hijos no les
afecte…
–¡Ah! Esto es otra cosa –respondo con un suspiro de alivio.
20
La decisión de separarse acostumbra a tomarse con gran seriedad –no incluyo aquí los
casos aislados de personas inmaduras que rompen su relación por un nimio
contratiempo–. Otra cosa bien distinta son las explicaciones que se dan a las personas
ajenas a la situación de la pareja, que a menudo resultan fáciles e insulsas, para salir del
paso. Como bien sabe cualquier persona que haya vivido de cerca el problema, suele
haber mucho más detrás de explicaciones tales como: «Se ha ido con la secretaria» o «Se
ha largado con un compañero del trabajo», que se dan entre conocidos a modo de
comunicado oficial.
Abundan los chismes públicos sobre gente separada, pero pocos hacen justicia a la
infelicidad que sienten aquellas personas que quieren solucionar los problemas derivados
de una relación de pareja insatisfactoria.
No, no es una decisión frívola, como quieren hacernos creer algunas revistas y
programas del mundillo del corazón, pretendiendo que comulguemos con un estado de
opinión que ellos mismos alimentan con chismes y habladurías, queriéndonos convencer
de que cambiar de pareja es lo más natural del mundo –quizá algunas parejas ya pactaron
la exclusiva para el día de la boda… y para el día de la ruptura–.
21
Significado íntimo de la separación y el divorcio
Siempre hay alguien que sale mal parado en los procesos de separación o de divorcio.
Independientemente de las motivaciones que conducen a las parejas a separarse, dudo
que existan separaciones amistosas. (Me quedo, como mucho, con el adjetivo de
«civilizadas», y así y todo, lo cojo con pinzas.) No hay que darle muchas vueltas: la
ruptura de la pareja es una de las experiencias más amargas que pueden sufrir las
personas.
Entre las numerosas crisis o sucesos traumáticos de la vida, la ruptura del matrimonio
ocupa el segundo lugar en la lista de las causas de mayor sufrimiento y estrés –lo que los
anglosajones denominan life events, eventos vitales–. Solo la muerte del compañero en
una pareja feliz es superior en tormento a la ruptura.
Lo mismo que ante la muerte de un ser querido, las parejas que se rompen pasan por
un período de duelo, o luto emocional, antes de sentirse liberadas y poder abordar otras
relaciones con posibilidades de éxito. (En psiquiatría entendemos por «período de duelo
normal» el tiempo que debe pasar una persona para terminar de asumir adecuadamente
su dolor y por «duelo patológico» el proceso luctuoso que sobrepasa en tiempo de
duración y en intensidad de sus manifestaciones.)
La separación y el divorcio, ciertamente, son beneficiosos para la mayoría de adultos
que recurren a estas rupturas, pero ¿y los hijos? Aquí, a menudo, la agenda de los padres
entra en conflicto con los deseos de los niños que, como es sabido, necesitan de un hogar
estable mientras crecen. Así sucede que, a diferencia de otras cuestiones sociales como,
por ejemplo, la solidaridad con los pobres del barrio o la necesidad de acabar con la
violencia en la escuela, en donde acostumbran a converger los intereses de padres e
hijos, en el caso de la separación matrimonial puede, al mismo tiempo, beneficiar a los
adultos y ser perjudicial para las necesidades de los niños.
Hay quien los llama «hijos del divorcio», porque esta circunstancia les confiere una
especie de identidad permanente, como el ser hijo adoptado o hijo único. Yo no estoy de
acuerdo en prodigar estas etiquetas, a veces escudadas tras un barniz supuestamente
clínico, porque aun sin quererlo pueden marcar de por vida a un crío.
Lo interesante, desde mi punto de vista de psiquiatra dedicado a temas de familia, es
ver cómo la sociedad se involucra en estos acontecimientos rupturistas de las relaciones
22
de pareja. Porque, si echamos un vistazo a nuestro entorno, nos encontraremos con unos
conciudadanos que se dedican a dictar leyes para poner un poco de orden (legal) a estas
relaciones que se rompen. Otros se limitan a tomar puntual nota sociológica de lo que
está pasando y a elaborar gráficas y estadísticas lo más neutras posible, para que sean
políticamente correctas. También hay quienes asumen estas situaciones de fractura
matrimonial con gozo y alborozo, como una muestra de liberación personal, de ejercicio
de libertad y de gran conquista social, mientras que otros se estremecen y se echan las
manos a la cabeza porque ven en estos hechos el hundimiento de la cultura familiar
imperante.
Por encima de todo, lo que es cierto es que en la historia de la humanidad no ha
habido una época (de paz) con tantas rupturas de pareja como la que estamos viviendo.
Antaño, las rupturas matrimoniales eran habitualmente por defunción de uno de los
contrayentes, bien fuera por baja en combate en las cruzadas o aniquilado en epidemias
medievales, mientras que otras rupturas más cercanas en el tiempo lo han sido por las
guerras civiles o mundiales.
La separación y el divorcio como causas de ruptura de una relación prácticamente no
se contemplaban hace cuatro o cinco décadas. En conclusión, y sin ánimo de ser
catastrofista, quiero dejar constancia de que la magnitud de lo que está sucediendo ahora
a escala mundial nos afecta a todos de una manera que aún no hemos comprendido
plenamente. Todavía nos falta una mayor perspectiva para hacer un balance ecuánime de
la situación.
Con todo, que nadie se confunda, ya que estas rupturas de pareja no significan la
muerte del amor ni el derrumbamiento del hogar, sino más bien la ilusión de
encontrarlos de nuevo. Reflejan cambio, pero también continuidad. Un final y un
principio, con un túnel de por medio.
23
¿Cumplieron las normas aconsejables para separarse bien?
Ya que estamos en proceso de reflexión de cómo ha sido nuestra actitud durante la
separación, no está de más observar unas normas prácticas y sencillas que la experiencia
me demuestra que son muy eficaces como guía de las actuaciones que hay que tener en
cada una de las etapas (preseparación, separación y postseparación) de la ruptura de
pareja.
Normas para que los esposos se separen con el menor trauma filial
Etapa de preseparación:
Procurar no pelearse delante de los hijos.
No monopolizar al hijo en contra del otro progenitor.
Limitar la intervención de familiares y amigos.
Buscar asesoramiento de profesionales cualificados: médico de cabecera, psicólogo, psiquiatra, religioso,
pedagogo, etc.
Informar a los hijos de la situación: cómo dar la noticia de la separación (véase ¿Hay que contarles las
razones (íntimas) de la separación?).
Momento de la separación:
Actuar sin deserción inesperada del hogar.
Despedida amigable entre los padres (si es posible) y afectuosa con los hijos.
Etapa de postseparación:
No cambiar radicalmente la forma de vida de los hijos: vivienda, escuela, etc.
Hablar sin apasionamiento del padre ausente (sin resaltar los rasgos negativos).
Comprender los trastornos emocionales que pueda presentar el niño, según su edad.
Intentar la custodia compartida y, a falta de ella, pactar las visitas lo más elásticas posible, aunque siempre
previo aviso de la visita.
Procurar no «comprar» el amor del hijo (con caprichos y excesivos regalos).
Cuidado con las muestras de afecto con las nuevas amistades delante de los hijos.
Si se produce un nuevo matrimonio, no forzar al niño a rechazar a su padre biológico.
Procurar establecer una red de soporte alrededor del niño: amigos, clubes, etc.
Facilitarle figuras parentales sustitutorias: abuelos, tíos, etc.
El niño ha de tener la seguridad deque sus padres, por encima de sus desavenencias, le siguen queriendo.
24
Esta última norma –el niño ha de tener la seguridad de que sus padres, por encima de sus
desavenencias, le siguen queriendo– es la regla de oro que engloba a todas las de este
recuadro. (En los siguientes apartados iré ampliando estas normas que ahora he expuesto
escuetamente.)
25
Hubo que rebajar el grado de virulencia
Cuando el asunto de la separación está que arde, cualquier intromisión en la pareja en
vías de descomposición es peligrosa, aunque siempre hay excepciones puntuales y
necesarias. Pero, en general, por más buena voluntad que le anime a uno –bien sea un
amigo, un pariente o un profesional–, por más ganas que uno tenga de mejorar o suavizar
la situación tirante, tiene que andarse con pies de plomo para no meter la pata y, como se
dice vulgarmente, salir trasquilado.
Es triste comprobar lo difícil que es penetrar, aunque sea de puntillas, en el entramado
dialéctico de los cónyuges, a menudo enzarzados en una discusión continua que no
permite la intromisión de ningún fonema extraño a su léxico despectivo y descalificador.
Son tales la ofuscación y la vorágine destructiva que dominan a cada uno de ellos,
pendientes únicamente de infligir el mayor daño posible a su excónyuge-contrincante,
que no pueden atender ningún otro comentario que se aparte de su línea demoledora.
Van a piñón fijo.
Llegados a este punto de confrontación, me gustaría hacer una advertencia importante
a las parejas en litigio. Si las dos muletas que aguantan un matrimonio son el amor y el
respeto, cuando se esfuma el amor, por favor, que quede el respeto. Porque cuando se
falta al respeto, cuando se descalifican el uno al otro y reparten por doquier improperios
e insultos, recomponer luego un entente mínimamente cordial entre los excónyuges es
prácticamente imposible.
«Nos hemos dicho cosas demasiado gordas, doctor. Lamentablemente, no podemos
seguir como amigos ahora que nos hemos separado», relataban unos exesposos.
Estadísticamente se ha comprobado que la mayoría de las parejas en conflicto son
inaccesibles los dos primeros años de la separación. Incluso recuerdo que, en los inicios
de la terapia de pareja, se recomendaba no intervenir terapéuticamente en estas parejas
en plena vorágine de enfrentamientos hasta que las turbulentas aguas se remansasen, ya
que las prescripciones que se les puedan hacer en las sesiones de terapia tienen una
mínima o nula eficacia durante este período conflictivo. Ahora ya no somos tan
escrupulosos y no esperamos que se calme la turbulencia relacional para intervenir.
Aunque es cierto que nuestra única posibilidad de entendimiento con los pacientes radica
en hacerles comprender que deben aparcar sus diferencias, aunque sea solo en momentos
26
puntuales (por ejemplo, durante las entrevistas profesionales de terapia de pareja), para
atender otros puntos de vista e incorporar los mensajes terapéuticos, ya que para ellos
también es la única posibilidad de rebajar el grado de virulencia en que están atrapados.
Las rupturas de matrimonio engendran a menudo un rencor tan profundo y alienante
que los mismos protagonistas llegan a cuestionarse si no habrán enloquecido. Resulta
verdaderamente asombroso el asco, el desprecio y la repulsión que algunos cónyuges en
proceso de ruptura sienten hacia su pareja, y el grado de envilecimiento, de crueldad y de
revanchismo que están dispuestos a aplicar el uno contra el otro.
–Mi exmarido es alcohólico, drogadicto, estafador, embustero empedernido,
maltratador, violador de los hijos… –enumera con todo detalle una exesposa.
–¡Señora, usted se casó con un auténtico monstruo! –me atrevo a cortarla ante la
retahíla de epítetos descalificadores que lanza contra el ex.
–Bueno…, quizá no tanto, pero… –rebaja un poco los cargos que estaba colgándole a
la pareja ausente.
–Mire, señora, quizá sería mejor que su exmarido viniese a hablar conmigo y así yo
podría confrontar lo que usted me ha contado de él. ¿No le parece? –le digo a modo de
colofón de la entrevista.
27
¿Fueron a terapia?
Las parejas en conflicto no tienen por qué apañárselas por sí mismas y sacarse sin ayuda
las castañas del fuego. A veces no pueden, por más que lo intenten. Y en la mayoría de
los casos es aconsejable una visión objetiva, independiente, que esté fuera de la
subjetividad que embarga a los miembros de la que ahora ya es una expareja.
Hay situaciones de ruptura en las cuales cualquier profesional cercano a la familia
(pediatra, enfermero, psicólogo, psiquiatra, religioso, pedagogo) está en condiciones de
intervenir. Por ejemplo, en casos de extrema virulencia familiar, aconsejando, si se
tercia, un cambio de hogar para los hijos, por ejemplo, que podrían irse a vivir con los
abuelos u otro familiar.
Cuándo ha de intervenir un profesional
Cuando los padres deseen asesoramiento.
Cuando haya excesiva turbulencia familiar.
Cuando el hijo se ha convertido en cabeza de turco de las desavenencias matrimoniales.
Cuando los parientes o los amigos se entrometen demasiado y de manera partidista.
Cuando se establece una alianza patológica del hijo con un determinado padre, en contra del otro.
Cuando los abogados de una de las partes quieren manipular al hijo con el fin de conseguir beneficios para
su cliente.
¿Cuándo decide la pareja iniciar una terapia? Habitualmente resuelven de común
acuerdo que ellos solos no pueden salir del atolladero en que se encuentran. Temen por
su propia integridad, psíquica y también física. Aunque no es necesario que se trate de
parejas en situación de enfrentamiento; de hecho, las parejas que deciden separarse de
mutuo acuerdo suelen acudir a terapia para que algún profesional (psiquiatra, psicólogo,
mediador) las oriente en los pasos más convenientes que han de seguir.
Han buscado un facultativo que no fuese conocido de uno de los cónyuges o de la
familia de uno de ellos, ya que, por supuesto, se impone la imparcialidad más objetiva. Y
si lo fuese, este profesional ha de dejar bien claro que no admitirá intromisiones ni
interferencias de nadie ajeno a la pareja.
28
Quizá incluso ya han probado a manejarse en una separación temporal (o por tiempo
parcial, como también se llama), guiados por un terapeuta y previo contrato firmado por
ambas partes con todos los requisitos que debían cumplir (días para verse los cónyuges,
visitas a los hijos, sesiones de terapia, etc.), para así ver qué tal se manejaban el uno sin
el otro y si se echaban en falta, pero no funcionó.
Por otro lado, soy bien consciente de que no es fácil tomar la decisión de exponer las
interioridades de uno a un extraño.
«No sé qué hago aquí, doctor. Ni sé por dónde empezar. Incluso no sé ni cómo me he
atrevido a llegar a su consulta. Me da mucho apuro explicarle mi vida, mis cosas, las de
mi exmarido. Sinceramente, no sé si podré…». (Confesión de una mujer azorada en la
primera entrevista.)
En estas circunstancias de transición y recriminaciones mutuas, las parejas suelen
mostrarse reticentes a aceptar una terapia, porque les suena a enfermedad o a algo
patológico. La pareja ya ha sufrido bastante, en algunos casos está muy quemada. El
proceso que culmina con la separación emocional y legal de un matrimonio implica una
gran tensión para todos los miembros de la familia. También puede ser que ya hayan
pasado por diversos profesionales, sin el resultado apetecido. Es lógico, pues, que
vengan desconfiados, a la defensiva, enseñando las uñas.
La terapia de pareja –en mi caso me decanto por la terapia de familia de base
sistémica, aunque otros colegas pueden manejarse muy bien con otro tipo de terapia:
psicoanalítica, cognitiva, conductual, etc.– trata de ayudar a los cónyuges a superar su
situación de enfrentamiento, que repercute inexorablemente en los hijos, buscando
soluciones funcionales, justas y aceptables para todos. En el trabajo del profesional
terapeuta (psicólogo o psiquiatra) es muy conveniente que participen ambos cónyuges.
–Oye, he pedido hora de visita para los dos con el psiquiatra,para ver si puede
orientarnos de cómo actuar con los hijos –le dice la exesposa por teléfono a su exmarido.
–¡Ni hablar! Ve tú, que estás mal de la cabeza. ¡Tú sí que tienes que ir al psiquiatra! –
responde iracundo el exmarido, colgando el teléfono. (Contestación habitual de uno que
manda al psiquiatra al otro.)
Aparentemente, el tratamiento es más difícil cuando no es posible trabajar con ambas
partes. De hecho, hay quien considera la intervención con un solo miembro como
disgregadora de la situación, y que abordar unilateralmente el problema, escogiendo a un
29
miembro como paciente e ignorando al otro o aludiendo a él de manera indirecta, puede
ser un grave error táctico.
Personalmente, pienso que nunca hay que dejar de atender a un cónyuge que solicite
ayuda, aunque sea en solitario porque la otra parte no quiera secundarle. Es entonces
cuando el profesional tiene que demostrar toda su habilidad terapéutica centrada en una
sola persona. Otra cuestión, de orden práctico, para conseguir la mejor operatividad en
las sesiones de terapia de pareja es la decisión del terapeuta de que concurran por
separado, cada uno con su propia sesión, lo cual es muy aconsejable cuando el grado de
hostilidad entre los cónyuges es tal que se pasan la sesión agrediéndose verbalmente, sin
hacer caso al desgañitado terapeuta que intenta poner orden.
Vamos a terapia, sí, pero con voluntad de sacar provecho de las sesiones. De lo
contrario, es mejor abstenerse. El tiempo de los pacientes puede ser muy valioso, pero
tanto o más lo es el del profesional.
30
¿Evitaron cortocircuitos?
Antes de entrar de lleno en la manera de llevar bien la separación para que repercuta
favorablemente en la educación de los hijos –que es el propósito fundamental de este
libro–, voy a hablarle de una cuestión previa muy importante: la comunicación entre los
miembros de la expareja. Pero para ello tengo que retroceder a los orígenes de esta
comunicación que se genera en el seno de cualquier familia. Preste atención a lo que voy
a exponerle, porque la comprensión de lo que le diga es esencial para entender la
dinámica familiar que acontece cuando se separa una pareja.
Por si no se había dado cuenta, el nacimiento de su primer hijo fue una potente
explosión nuclear. «¡Qué me dice, doctor! ¡Una explosión nuclear!» Pues sí: una
auténtica explosión nuclear; pero, claro está, benigna y muy festiva.
¿Sabe por qué se produjo? Simplemente, porque el núcleo familiar original constituido
por una solitaria pareja conyugal explotó y se transformó en algo diferente. Surgió en la
escena un nuevo elemento, el hijo, y dio lugar a la aparición de una nueva figura en la
estructura familiar: la pareja parental, es decir, los dos adultos ejercitándose en funcionar
como padres.
Así, con esta «explosión nuclear» se produjeron dos nacimientos en la familia. El ser
que acababa de nacer necesitó que la pareja conyugal le hiciese un sitio y también hubo
que encontrar un nuevo espacio para la pareja parental que también acababa de nacer.
Asimismo, a partir del nacimiento del hijo, entre los miembros de la pareja se
establecieron dos vínculos: el conyugal –que ya existía– y el coparental –este, recién
estrenado, es la cooperación al alimón de ambos progenitores–. Le explicaré esta
situación como hago con mis alumnos de la carrera de Psicología en la Universidad Abat
Oliba CEU, de Barcelona, aprovechando un símil más propio de un electricista, pero que
ilumina –viene aquí perfecta la expresión– la situación.
Los dos vínculos son como los dos hilos de alambre de un cable eléctrico, por los
cuales circulará la comunicación de la pareja. La comunicación conyugal (entre la
pareja) irá por el «hilo conyugal» y la comunicación coparental (entre los dos padres)
por el «hilo parental». Los dos hilos estarán muy próximos uno de otro, como lo están en
el interior de cualquier cable eléctrico, aunque cada uno de ellos esté bien protegido por
31
su envoltorio plástico aislante. Pero si la comunicación no se hace por el hilo
correspondiente, ¡se producirán cortocircuitos!
Mientras todo marcha sobre ruedas en la vida familiar, el fluido eléctrico funciona de
maravilla y los dos miembros de la pareja se comunican la mar de bien, ahora por el hilo
conyugal y otrora por el hilo parental, según sean los temas que se vayan a tratar. Hasta
que se tuercen las cosas y llega un momento en que la comunicación conyugal (el hilo
conyugal) empieza a soltar chispas, a oler a chamusquina, y acaba rompiéndose, dejando
de funcionar. La pareja ha decidido separarse.
En el cable eléctrico ya solo queda un solo alambre: el hilo parental. Indemne por el
momento, bien envuelto por su cubierta aislante. ¿Se producirá otro cortocircuito?
Dependerá en gran medida de que los integrantes de la pareja, ahora ya separados, sepan
comunicarse fluidamente como padres, utilizando únicamente el hilo parental. El
conyugal, deshilachado e inservible, está fuera de servicio. Los padres no pueden
utilizarlo porque, si lo hacen, se encontrarán con multitud de interferencias (broncas,
chascos, denuncias, etc.) totalmente ajenas a la función que como padres querían
transmitir.
Y aquí está el error en que pueden incurrir los miembros de la expareja: que se
empeñen en comunicarse como padres por el obsoleto hilo conyugal. Este hilo no
permite una comunicación fluida que los ayude a comportarse como progenitores
responsables de su prole.
Con lo dicho, lo que quería explicarle es que, por desgracia, se involucran demasiado
las cuestiones personales de los excónyuges –que en estos momentos pueden ser más
perentorias– para que pueda mantenerse impoluta la comunicación parental. Esto es lo
que sucede habitualmente en los primeros tiempos turbulentos de la separación. Luego,
quizá, algún manitas habilidoso (o dos manitas habilidosos, quién sabe) puede empalmar
el deteriorado hilo conyugal –ahora ya exconyugal– y hacerlo otra vez servible, lo cual a
la larga sería muy deseable, como veremos más adelante. Sin embargo, insisto: no
recomiendo que sea por este hilo conyugal reconstituido por donde los padres se
comuniquen sus funciones parentales. Para ello está el indemne hilo parental. Es por este
alambre por donde han de comunicarse y así seguir ejerciendo como padres
responsables, procurando que los avatares del divorcio no consigan erosionar este único
hilo que les queda.
32
Tipos de separación y predicción de resultados
La práctica me enseña que conociendo la clase de separación que ha sufrido una pareja
es posible determinar con bastante exactitud la intensidad del impacto emocional que
han sufrido los miembros y predecir con cierta fiabilidad cómo será la evolución en los
años venideros. Parafraseando un dicho popular, viene a ser algo así como «dime cómo
te separas y te diré cómo seguirás».
Por ejemplo, la separación por infidelidad suele ser la más traumática, la separación
por deterioro de la convivencia acaba siendo un alivio para todos y la separación por las
características especiales de uno de los cónyuges (trastorno severo de personalidad,
enfermedad mental grave, alcoholismo, drogadicción, etc.) también se agradece. Esta
última suele ser una separación temprana, a la que se llega habitualmente después de la
luna de miel –hay quien la llama en estas circunstancias, con mucha razón, «luna de
hiel»–, momento en que se descubre la clase de persona con quien uno se ha casado.
Obviamente, produce cierto alivio cortar por lo sano, sobre todo para que pueda salvarse
el miembro «sano».
Respecto al impacto que puede acusar la descendencia, llamo «hijos del suspiro» a los
niños a quienes se les escapa un profundo suspiro de alivio cuando se les pregunta cómo
están en casa después de que se hayan separado sus padres. Son los hijos del conflicto en
su más alto grado de virulencia. A quienes el dulce hogar se les convirtió en un
espantoso infierno. Con esta expresión no verbal, con este espontáneo suspiro, te lo
dicen todo. «¡Uffff!, ahora es una balsa de aceite, doctor», exhalan.
También existen determinadascircunstancias que se asocian con lo que será una
separación traumática de la pareja y otras que, por el contrario, auguran cierto ajuste
armónico postseparación. Vea qué síntomas afloran en la separación cuando apuntan un
futuro traumático:
Síntomas de una separación que devendrá traumática
Existencia de un vínculo emocional muy intenso con el otro cónyuge: seguir profundamente enamorado.
Sentimientos ambivalentes ante el hecho de la separación: un quiero y no quiero.
Desaprobación personal de la separación y el divorcio.
Sentirse discriminado como consecuencia de la separación.
33
Experimentar desaprobación por parte de personas significativas en la vida de uno.
Haber iniciado uno de los cónyuges el proceso de separación sin mencionar nada al otro.
Ardientes deseos de castigar al otro cónyuge.
Por otro lado, tenemos algunas señales de que las cosas pueden salir bastante bien:
Síntomas de una separación que devendrá correcta
Existencia de cierta estabilidad económica en cada uno de los miembros de la pareja.
Tener la oportunidad de desarrollar nuevas relaciones a través del trabajo y de otras actividades sociales.
Tener la convicción de que con la separación no termina todo.
Al margen de esta tipología que le he expuesto, hay que contar asimismo con la
personalidad de cada uno de los cónyuges y su capacidad de reacción y de sobreponerse
a esos avatares. Así, las personas que tienen más posibilidades de superar sus divorcios
son las que tienden a aceptar lo que les ocurre, toman decisiones constructivas y
aprenden de todo lo que les ha sucedido para seguir adelante, mientras que aquellas que
viven la situación divorcista como una agresión inmerecida tienden a ver las pérdidas y
no las nuevas oportunidades que se les ofrecen, eligen estrategias de virulento
enfrentamiento y están, en general, abocadas al fracaso.
Para terminar este apartado, le expongo unos indicadores de cómo irán las cosas,
aunque sea adelantándonos a las circunstancias que nos deparará el futuro, cuando ya
estemos en plena etapa postseparación.
Factores que apuntan a un buen resultado
Continuidad en la buena relación del hijo con ambos progenitores.
No hay excesiva fricción entre los padres y las visitas se hacen puntualmente (cuando el régimen es de
custodia individual).
Buena relación mutua del hijo con el progenitor custodio.
Hay una eficaz red de soporte con un buen entorno familiar: parientes, amigos, pedagogos, sanitarios, etc.
Factores que apuntan a un pobre o un mal resultado
34
Mala relación del hijo con ambos progenitores.
Hay fricción entre los padres y las visitas son inconstantes (cuando el régimen es de custodia individual).
Mala relación mutua del hijo con el progenitor custodio.
No hay red de soporte.
35
2.
Hay que decírselo a los hijos
«¡Qué pocos son los adultos que reconocen que una de sus primerísimas obligaciones es hablar,
sencillamente hablar, con sus hijos!».
JOSÉ LUIS MARTÍN DESCALZO
36
El difícil papel de dar la noticia
Cuando hay hijos en casa se debe contar siempre con ellos. Ningún progenitor que se
separe tiene que avergonzarse de contárselo a los hijos. La decisión entre adultos está
tomada y hay que seguir adelante; pero los niños tienen derecho a ser informados
puntualmente acerca de lo que va a ser su vida futura sin la actual estructura familiar.
Se dice que «un divorcio es tan honorable como un matrimonio», en el sentido de que
es un acontecimiento frecuente en la relación de pareja, del cual hay que hablar a los
hijos con claridad. De lo contrario, el silencio que se produce alrededor de este
acontecimiento lo convierte a ojos de los niños en una cosa sucia, una cochinada.
Muchos adultos actúan así con el socorrido pretexto de que la situación que han vivido
los hijos ha estado acompañada de sufrimiento. Sin embargo, a estos padres silenciosos
se les puede argumentar que quien se fractura una pierna, por ejemplo, también sufre, y
no por ello lo oculta a los demás como si fuese una cosa fea.
No me canso de repetir a padres que se separan que expliquen a la prole, con la mayor
claridad posible, que se divorcian entre ellos, no de los hijos.
Los adultos responsables han de ser capaces de explicarles a los hijos la diferencia
entre los compromisos recíprocos del marido y de la esposa, y aquellos de los padres con
respecto a sus hijos (el cable eléctrico, recuerde). Dos funciones que son simultáneas,
pero diferentes, dentro de un mismo hogar estable: vida de pareja de los padres y
parentalidad en activo de los progenitores. Ahora, una de estas dos funciones (¡los dos
hilos!) se ha deteriorado. En este caso es la función de comunicación de la vida conyugal
la que ha quedado obsoleta por la separación de los participantes. Pero el hijo ha de tener
bien presente que la función parental, es decir, la de ser padres y actuar como tales,
seguirá funcionando.
«Ahora que mis padres se han separado porque no pueden vivir juntos, porque sus
caracteres son incompatibles, según me dicen, ¿quién me asegura a mí que algún día
ellos, también, no prescindan de mí porque mi carácter les resulte molesto?»
(Preocupación de un niño de diez años con padres separados.)
Un desacuerdo, una separación o un divorcio no exime del compromiso adquirido
respecto al cuidado de los hijos. Eso ha de quedar muy claro en la mente de los niños.
Pues, de lo contrario, creen que ya que los padres quieren anular el compromiso
37
adquirido entre ellos porque lo lamentan todo, anulan no solo sus recuerdos recíprocos
como pareja, sino también el amor que sienten por ellos. Un hijo necesita seguir
queriendo a sus dos padres, por lo que si no se le explica nada, se produce una incómoda
situación que trastorna su equilibrio emocional más profundo.
«Si papá se fue una noche de casa y no ha vuelto, también mamá se puede ir una
noche, y entonces me quedaré solo.» (Comentario de un niño de cinco años con
insomnio persistente, que se levanta por la noche para comprobar si mamá sigue en su
cama.)
Para una buena operatividad de los padres es muy importante que la información de
que se separan sea comunicada al hijo por ambas partes, tanto por la madre como por el
padre, y conjuntamente, no por separado; es decir, en una reunión en la que estén
presentes todos los miembros de la familia. Hay que evitar en lo posible que sea una
comunicación dual padre-hijo o madre-hijo, cada progenitor por su lado, con la versión
particular que tiene cada uno de los hechos. También, como insistiré más adelante, si las
circunstancias lo permiten y hay cierto entendimiento entre los padres, es deseable que
ambos hayan pactado previamente el guion de lo que van a contarles a los hijos.
Es importante, además de buscar el mejor momento para darles esta información,
escoger dónde lo haremos. Habrá que encontrar el lugar idóneo para hacerlo; un lugar
neutral que permita hablar sin interrupciones. Por ejemplo, el salón de casa,
descolgando, eso sí, los teléfonos.
Tampoco es necesario decirles todo en un día; puede hacerse en varios encuentros,
para que así el impacto no sea tan brusco. De hecho, si ambos padres planifican varias
conversaciones, tendrán la posibilidad de elaborar con mayor cuidado la información que
quieren transmitir a sus hijos, y también les permitirá a ellos una mayor holgura en su
turno de preguntas, además de darles más tiempo para adaptarse a la nueva situación.
38
Cómo justificar ante el niño la separación de los padres
Alguien dijo, bien contundente, que «todas las justificaciones del divorcio son falsas
justificaciones».
Sin embargo, a un hijo es posible explicarle –y así empieza a entender la complejidad
de la vida del adulto– que sus padres han asumido sus respectivas responsabilidades,
incluso cuando las intenciones de cada uno son diferentes, como, por ejemplo, en el caso
de que uno quiera separarse y el otro no. El que quiere separarse, pues, ha asumido su
cuota de responsabilidad, ya que como adulto responsable no ve más solución que tomar
esta decisión. De la misma forma, el niño, a quien noes posible engañar, percibe con
toda claridad que uno de sus progenitores no quiere separarse y acepta sus razones.
En la práctica profesional aconsejo a las parejas que se separan que no crean en la
candidez del niño («el niño no se entera de nada», suponen algunos ingenuamente), y así
no llamarán a engaño. Pues por más que quieran edulcorar la fractura matrimonial,
maquillar la tensa situación, y que algún que otro adulto en el papel de lobo intente
ponerse por encima pieles de cordero, el niño coloca a cada progenitor en su sitio, y
luego, con el tiempo, pasa la factura correspondiente.
Sin ánimo de ser alarmista, pero siendo realista, también hago mención a los adultos
que deshacen su compromiso matrimonial que tengan en cuenta que los hijos, asimismo,
pueden ver que ya no son los padres los que imponen las normas, ¡sino quienes las
rompen!, lo cual puede traducirse en rebeldías importantes a la hora de obedecer pautas
de conducta y asumir normas morales que intenten imponer los progenitores,
especialmente cuando se trata de hijos en edad adolescente. También los padres que se
separan pueden dejar de ser un punto de referencia y un apoyo para la prole,
convirtiéndose, paradójicamente, en quienes los niños han de comprender y ayudar. (Veo
con frecuencia el triste papel que han asumido hijos que se han visto obligados a
convertirse en padres de sus propios padres, pobres progenitores que se han quedado
hundidos después de la separación. Insistiré sobre este asunto más adelante, en Hacen de
padres y hermanos de sus progenitores)
Si me apuran, también habría que advertirles a los padres de una cuestión moral de
fondo que a menudo no se contempla en toda su dimensión o se prefiere obviar. Porque,
de alguna manera, estos niños se educarán desde pequeños en la idea de que el amor
39
viene y va, de que no hay que sacrificarse por nada ni por nadie, que lo que prima en esta
vida es ser plenamente feliz, aun a costa del sufrimiento de los demás… La cuestión
trascendente que deriva de esto es: ¿pondrán ellos en práctica estos aprendizajes en su
vida adulta?
Por si alguien se encuentra en esta tesitura de clarificarle al hijo su situación personal
en plena ruptura de la relación de pareja, la secuencia lógica que debe contarle –
amoldando la explicación a la comprensión y a la edad de cada niño– es la siguiente: si
sus padres se amaron, si cuando él fue concebido y cuando nació se deseaban, no por
negar el amor que en un momento dado se tuvieron recíprocamente habrán de negar el
que tuvieron por él. Así, el niño queda confortado.
40
¿Y qué les decimos sobre el motivo de separarnos?
Es importante tener bien claro lo que vamos a transmitir a los hijos. Como ya he dicho
con anterioridad, lo más deseable sería que ambos progenitores hubiesen establecido
previamente y de mutuo acuerdo el guion con las ideas fundamentales que traspasar a los
retoños, pero esto a menudo es difícil de poner en práctica cuando la comunicación
interparental está en horas bajas. A pesar de todo, hay que intentarlo, y lo más
desapasionadamente posible. Lo que sí considero esencial, insisto, es que en el momento
de contárselo a los hijos, ambos cónyuges, padre y madre, estén juntos. No es bueno
hacer declaraciones por separado. Luego puede haber malas interpretaciones, tanto por
parte de los exesposos como de los hijos –ya se sabe: «Donde dije digo, ahora digo
Diego»–.
Entre las actitudes que hay que tener en cuenta en el momento de la revelación de la
ruptura, destacaría las siguientes:
Aspectos que han de tenerse en cuenta al dar la noticia de la separación
Comunicarles con claridad que se producirán unos cambios en su manera de vivir.
Aclararles cómo sucederá todo y en qué consistirá su nueva rutina: lo que harán cada día, dónde dormirán,
cuándo verán a sus padres, etc.
Transmitirles calma y control de la situación: los padres son responsables del proceso.
Dejarles bien claro que la culpa no es de nadie en concreto (si acaso, es de ambos padres), y menos de los
hijos.
Que mantendrán sus actividades, hábitos, normas de vida, y no habrá cambios bruscos (por ejemplo, de
escuela).
Asegurarles que ambas figuras, padre y madre, seguirán cerca de ellos y a su total disposición.
Ayudarles a exteriorizar sus miedos y sus opiniones.
Hacerles ver que su familia no se destruye con la separación.
Vea algunos consejos prácticos o fórmulas sencillas para comunicar la situación que he
visto que funcionan y pueden sacar del atolladero a más de un progenitor azorado.
En el caso de que los hijos sean muy pequeños se les puede decir: «Papá y mamá ya
no son novios, pero siempre serán amigos y los dos estarán siempre a tu lado».
41
Si se trata de niños pequeños, pongamos entre cinco y ocho años, es correcto y muy
convincente decirles algo así: «Mira, cariño, los papás a partir de ahora ya no vivirán
juntos. Es la mejor manera de que papá y mamá sigan siendo amigos y no los veas
discutir ni pelear. Y así nosotros podremos seguirte queriendo como siempre».
En todo caso, tiene que quedar claro que es mejor que los papás sean buenos amigos
viviendo separados que vivan juntos y peleando continuamente.
42
Aclaremos sus dudas
Cuando ambos progenitores están muy seguros de que la ruptura es definitiva, hay que
comunicarles con naturalidad que no existirá reconciliación. Para que, de este modo, los
hijos (especialmente si tienen entre seis y nueve años) no se instalen en una fantasía de
reconciliación (por otro lado, muy frecuente) que altere su equilibrio emocional cuando
posteriormente perciban que sus padres en apariencia se entienden bien. Decirles la
verdad de forma adecuada no consiste en transmitir nuestros sentimientos, sino tan solo
en explicar la situación. Supone ayudarles a asumir las circunstancias, no engañarles
diciéndoles que algún día habrá una reconciliación o que sus padres siguen queriéndose.
Tome nota de qué actitudes conviene evitar.
Actitudes que hay que evitar al comunicar la separación a los hijos
Utilizar el momento del encuentro para hacer demandas materiales o de otro tipo al otro cónyuge.
Hacer partícipes a los hijos de nuestros problemas y vivencias emocionales: lamentarse, sollozar, culpar o
amenazar al otro delante de ellos.
Llenarles de caprichos y ser muy permisivos para ganárselos o acallar nuestros sentimientos de
culpabilidad.
No hacer caso a las preguntas de los hijos y no dejarles opinar.
Dramatizar, cambiar drásticamente sus hábitos de vida y hacerles sentirse víctimas.
Es muy importante que el niño entienda que no es un bicho raro por lo que ha ocurrido
en su familia y, por tanto, se le puede contar:
«Tus padres no son unos monstruos, sino personas normales y corrientes, e incluso
encantadoras, que en su día vivieron muy enamoradas, y de este amor naciste tú, su
querido hijo. Pero ahora tus padres han dejado de amarse; y así como es difícil vivir
separado de alguien a quien se quiere, también es muy complicado vivir con alguien con
quien no se congenia».
Para terminar, hay que decirle al niño que hay tres cosas primordiales que no debe
hacer:
43
«No debes cometer el error de pensar que tus padres no te quieren por el hecho de
haberse separado».
«No pienses que la separación de tus padres es culpa tuya».
«No eches la culpa a uno solo de tus padres, porque cuando dos personas se separan,
siempre es asunto de los dos».
44
¿Hay que contarles las razones (íntimas) de la separación?
Se sabe que tanto las agrias discusiones como culpar y menospreciar al otro cónyuge
afectan muy negativamente al equilibrio emocional de los hijos. Jugar a buenos y malos
es una actitud pueril e injusta en las relaciones adultas –por más que el problema de la
ruptura haya sido la inmadurez de una de las partes– y crea una gran confusión e
infelicidad en el espíritu infantil. En esto que digo estaremos todos de acuerdo; pero, una
vez tomada la decisión irrevocable de separarse, ¿hay que explicarles el porqué con
detalle?
Considero que si la edad del niño y su capacidad de comprensión lo permiten, los
padresdeben explicarle el motivo de la separación. Aunque en ningún caso se han de dar
detalles escabrosos, con pelos y señales, ni interpretaciones partidistas sobre las causas
de la ruptura que podrían modificar los lazos de afecto que unen a los hijos y a los
padres. Pero ¡algo habrá que decirles! Porque si no se les explica la separación, cuanto
más tarde descubran que se les ha mentido o inculcado animadversión hacia uno de
ellos, más traicionados se sentirán. Si se les oculta la realidad, los hijos harán su propia
interpretación de los hechos y más tarde les será difícil desembarazarse de las ideas
ficticias que se hayan ido forjando.
Hay autores que defienden la idea de no contarles a los críos las razones de la
separación. Esgrimen que el niño debe conocer los hechos, pero no tiene por qué conocer
los motivos, aduciendo que a ningún niño le importa si sus padres se han sido infieles, ya
que lo que necesitan saber es que no van a vivir juntos y lo otro no tiene nada que ver
con ellos, y argumentando que cuando uno de los progenitores comenta que su hijo tiene
que «saber toda la verdad sobre lo que ha ocurrido», lo habitual es que se esté refiriendo
a su verdad, y si le preguntáramos al otro, seguramente también podría aportar su otra
verdad. Aunque algo de razón haya en ello, tengo que hacer una matización.
Obviamente, siempre dependerá de la capacidad de comprensión y de la entereza
emocional del niño que ha de recibir la explicación del porqué de la separación y, por
tanto, cada caso merecerá particularizarse en la decisión que se va a tomar. Sin embargo,
cuando los hijos son mayores o ya están en plena adolescencia y siempre ha habido una
comunicación familiar fluida, me inclinaría a que se informara a los hijos poniendo más
énfasis en las consecuencias del hecho que ha motivado la ruptura que en el hecho en sí.
45
Por ejemplo, en el caso concreto de una separación que se produce por infidelidad de
uno de los padres, se puede explicar –sin necesidad de precisar el porqué, el cómo, quién
ha cometido la infidelidad ni con quién– que se ha roto la confianza que los padres se
tenían.
Es obvio que las personas que se han querido y dejan de quererse lo hacen por alguna
razón, y esta debe conocerse. No podemos dejar en el limbo del desconocimiento a unos
niños que hasta hace poco veían a sus seres queridos en buena armonía y amoroso trato y
que, de pronto, son testigos de cómo todo se desvanece, cómo surgen fuertes
desavenencias entre ellos que terminan en la ruptura de su relación. A los actos de esta
trascendencia hay que ponerles palabras inteligibles. Porque verbalizar estas situaciones
nos humaniza y nos permite asimilar mejor lo que está pasando, mientras que el silenciar
estos comportamientos no conduce a otra cosa que a la desorientación y a la confusión
en la mente de los menores.
46
Poner palabras al conflicto
Cuando la separación ha sido muy traumática, con escenas de terroríficos
enfrentamientos entre los padres que han quedado grabadas en la retina de los niños,
algo habrá que hacer para intentar borrarlas de su recuerdo.
Voy a darle una somera explicación sobre los mecanismos de la memoria que puede
ayudarle a entender los efectos perjudiciales de los dolorosos recuerdos infantiles de la
separación de los padres y cómo mitigarlos.
Todos mantenemos desde la infancia dos memorias independientes, una verbal y otra
emocional. La memoria verbal es el método habitual de almacenar y evocar los
acontecimientos que forman el guion de nuestra vida. El contenido de esta memoria lo
expresamos con palabras. Por su parte, la memoria emocional se encarga únicamente de
guardar las imágenes de horror y las sensaciones corporales vinculadas a experiencias de
terror. Los recuerdos acumulados en la memoria emocional no están ligados a palabras;
los evocamos reviviendo las escenas aterradoras y las sensaciones físicas del miedo.
Resulta que, mientras las experiencias que almacenamos en la memoria verbal van
perdiendo poco a poco su intensidad afectiva original, los sucesos guardados en la
memoria emocional no cambian con el paso del tiempo, a no ser que los nombremos.
Así pues, el quid de la cuestión, amigo lector, está en que pongamos palabras a estas
situaciones tan traumáticas que impactan emocionalmente en la mente infantil.
Hemos de animar al niño a que verbalice sus recuerdos, a que se desahogue
explicándonos qué ha sentido en los conflictos que ha presenciado entre los padres, en
los que él era un pasivo y aterrado espectador. De esta manera lograremos que estas
dolorosas vivencias no queden encapsuladas –en la perniciosa memoria emocional– y, al
mismo tiempo, los adultos hemos de verbalizar –nombrar, es decir, explicárselo
hablando– los acontecimientos que a ellos les cuesta tanto entender. Solo así
conseguiremos que el penoso bagaje del recuerdo se vaya desvaneciendo paulatinamente
de sus frágiles mentes.
Aquí tienen un papel importante las sesiones de psicoterapia o de terapia familiar, en
las que animamos al menor a contar sus cosas a su manera, y luego los profesionales
traducimos sus sentimientos en palabras. Y si se trata de un crío pequeño, a través de sus
juegos o dibujos interpretamos lo que siente y no acierta a expresar verbalmente.
47
No perdamos nunca de vista que ningún niño está preparado emocionalmente para
afrontar la separación de sus padres.
48
Prevención de las repercusiones en los hijos
Siempre será recomendable establecer un diálogo abierto entre padres e hijos ante la
inminente separación de la pareja. Eviten sorpresas de última hora que no benefician a
nadie. Opten por escuchar la opinión de los hijos ante la situación de ruptura
matrimonial –una vez que esta ha sido revelada–. No olvide que para un niño la falta de
respuestas es tan descorazonadora como abandonarlo en un lugar desconocido sin más
compañía que sus miedos y fantasías. No busque tampoco remedios mágicos para que
sus hijos no se sientan mal al conocer la noticia de la separación, porque estos no
existen.
«¡Soy demasiado pequeño para que os separéis!», exclama llorando un niño de ocho
años cuando los padres le comunican que van a separarse.
Hay que dejarles muy claro a los hijos que ellos no son responsables de la separación
de los padres, ni tampoco de volver a juntarlos, puntualizando que se trata de una
relación entre adultos y que solo a estos concierne. Las explicaciones pertinentes
dependerán de la edad y del nivel de desarrollo del niño. Al niño pequeño se le puede
informar en función de lo que ven sus ojos y oyen sus oídos sobre lo que sucede en casa
entre sus padres, mientras que con el niño mayor y el adolescente se ha de ir al fondo del
asunto, pues tienen derecho a saber por qué el matrimonio va a romperse.
Una buena medida, especialmente para aquellos padres que trabajan la mayor parte del
día, es establecer una hora fija para escuchar y dialogar desapasionadamente con los
hijos y así aclarar sus dudas. Pero recuerde que la hora pactada para el diálogo
paternofilial es sagrada: no puede cancelarse para atender otro compromiso, por muy
importante que este sea.
En otro orden de cosas, soy de la opinión de que la fragilidad psicológica del niño en
estas situaciones de fractura matrimonial no proviene de la separación en sí, sino de la
inmadurez de la persona o de las personas responsables de la educación del niño. Es la
mentira que concierne a las discusiones de los progenitores lo que arrebata la seguridad y
confiere fragilidad al menor, como lo hace el silencio referente a la separación y a la
ausencia de uno de los progenitores del hogar. Así, las parejas que no se comunican son
patógenas, generadoras de enfermedades en los hijos, mientras que cuando se habla
claramente delante de ellos hay menos peligro que cuando los conflictos son silenciados.
49
En esa línea hay numerosos autores, entre los cuales me cuento, que opinamos que el
fracaso relacional de la pareja previo a la separación sería la causa de la fragilidad
emocional del niño, pero no la separación en sí–salvo que esta añada un plus puntual de
ferocidad–. Se puede afirmar, pues, que el hijo del divorcio no existe; lo que existe es el
hijo del conflicto.
«Mamá, si tú te enfadas con papá cuando él está en casa y en cambio a mí me gusta
que él esté en casa, ¿por qué no ponéis dos puertas distintas para entrar en casa, una para
papá y otra para ti?» (Pregunta ingenua de un niño de cinco años que quiere tener a su
padre viviendo en casa.)
La pareja que toma la decisión de separarse debe tener lo más claro posible o prever
los cambios que probablemente van a acontecer en la dinámica familiar. El problema, a
grandes rasgos, acostumbra a ser doble: por un lado, los hijos sufrirán el impacto de
perder a uno de sus progenitores, en lo que se refiere a la presencia física y continuada
en el hogar; por otro, el progenitor que se quede en casa (padre custodio) tardará cierto
tiempo en aprender a ejercer el papel que asumía el otro miembro de la pareja que ya no
está en casa.
Habrá, pues, un proceso de rodaje para incorporar en una sola persona las tareas
domésticas que antes se repartían entre dos. A este cónyuge solitario le costará
desempeñarlas de la misma forma que lo hacía su pareja y es previsible que nunca llegue
a hacerlo igual, lo que en algunos casos puede ser lo más deseable para el buen gobierno
de la familia, ya que los hijos tal vez agradezcan un giro total en las pautas parentales,
con ese oportuno cambio de mano.
Insisto: la regla de oro para prevenir traumas infantiles en la separación es que el niño
tenga la seguridad de que sus padres, por encima de las desavenencias que tengan entre
ellos, le seguirán queriendo.
Tengo bien comprobado que si ambos progenitores saben separar sus trifulcas de
pareja desenamorada de su papel de padres amantísimos de sus hijos, ¡el niño está
salvado!
50
Resaltando los aspectos positivos de la separación
No vaya a creer, amigo lector, que en este apartado voy a enumerarle las virtudes que
conlleva la separación matrimonial. Dejemos las cosas claras: la separación implica el
fracaso de la relación de pareja. Otra cosa bien distinta es que luego las cosas resulten
beneficiosas para uno, varios o todos los miembros de la familia. Pero como se trata de
resaltar los aspectos positivos que pueden obtener los hijos de una situación que ellos no
han buscado, veamos qué podemos decirles para endulzar, si cabe, lo que les va a tocar
vivir a partir de este momento.
Aunque siempre es difícil sacar provecho de las malas noticias, los progenitores deben
esforzarse en transmitir a sus hijos, dejando de lado sus desavenencias, un sentimiento
realista de la separación, recordándoles los buenos momentos que han vivido con sus
padres, la importancia de tener ilusiones y esperanza en el futuro y la conveniencia de
aceptar el azar de la vida.
Lo que expondré a continuación puede contarse a los hijos en la misma reunión
familiar en que se revele la separación estando ambos padres presentes o, dadas las
circunstancias particulares de cada situación, posponer las explicaciones de los aspectos
positivos para más adelante o hacerlo cada progenitor por su cuenta. (En esta explicación
es mejor que no estén juntos ambos padres, para no herir sus sensibilidades.)
Los padres pueden empezar haciendo referencia a la cantidad de parejas que se
separan y señalar a familiares y amigos conocidos de los hijos. Se les puede decir, por
ejemplo, que diariamente más de cien mil personas deciden que serían más felices
viviendo separadas que viviendo juntas. Así pues, en un día se separa más gente que la
que cabe en un estadio de fútbol.
De una manera general, se le puede decir al niño que, con el tiempo, descubrirá que
vivir con un padre o una madre feliz es mejor que vivir con dos padres desgraciados.
Resaltando al niño los aspectos positivos de vivir con cada progenitor
Podrás intimar mucho más por separado con cada uno de tus padres.
Cuando te toque estar con papá o con mamá, cada uno de ellos estará pendiente exclusivamente de ti.
Vivirás en dos casas distintas, a cual más bonita (salvo en los casos de custodia compartida en que el hijo
permanezca en el domicilio original, ¿… o compartida?).
51
Tendrás la oportunidad de disfrutar de dos estilos de vida, de dos maneras distintas de vivir.
Podrás beneficiarte de las distintas aficiones de tus padres y participar en ellas.
Conocerás a los amigos y las amigas de tu madre, y lo mismo sucederá con los de tu padre, con lo cual
ampliarás tu círculo de amistades adultas.
Si estos nuevos conocidos tienen hijos, podrás pasarlo la mar de bien en su compañía.
Es importante hacerle hincapié en estas nuevas y agradables situaciones que tarde o
temprano va a experimentar. Se le puede explicar de la siguiente manera: «Cuando pasas
un rato con tu madre y tu padre por separado, ocurre una cosa curiosa: empiezas a verlos
como personas más que como padres, y ellos también comienzan a valorarte como
persona, y no solo como su hijo o hija. Como ya no han de ocuparse el uno del otro,
pueden pasar más rato hablando contigo, escuchándote y conociéndote mejor: es como si
hicieras dos nuevos amigos con los que sabes que vas a entenderte durante mucho
tiempo».
Asimismo, ya se le habrá dicho que podrá beneficiarse de las distintas aficiones de sus
padres y participar en ellas, como, por ejemplo, ir a ver un partido de fútbol, acampar en
la montaña, jugar juntos a los videojuegos, coleccionar sellos, ir de excursión en bici,
etc. Aficiones que quizá no pudieron manifestar sus padres durante el tiempo que
estuvieron juntos, porque cuando eran pareja no compartían los mismos gustos.
«Ahora puedo ir en bici con mi padre, antes no podía porque a mi madre le daba
pánico que tuviese un accidente. También ahora puedo ir tranquilo al cine con mi madre,
porque a ella le encanta y a mí también, mientras que mi padre nunca iba porque decía
que era perder el tiempo y que yo tenía que hacer deporte», contaba un chico de doce
años.
En líneas generales, una manera de que los críos no se sientan «diferentes» en su
condición de hijos de padres separados puede ser que compartan el tiempo libre con
otras familias monoparentales (en el caso de custodia individual), o bien utilizar la
exposición de cuentos o películas que reflejen esta realidad con naturalidad.
Concluyo esta serie de consejos en positivo que le brindo –y a partir de aquí que cada
progenitor ponga de su cosecha y de su imaginación– con uno fundamental: el niño debe
saber que él puede ser de gran ayuda para sus padres. Y no solo por la compañía y el
apoyo moral que les brinda en los momentos de desánimo o tristeza, sino porque a partir
de ahora cada uno de ellos tendrá que hacer en solitario las tareas que antes se repartían.
52
Y este será un buen momento para que el hijo ayude a sus padres colaborando en las
tareas domésticas. Para terminar, recomiendo a los padres separados que le transmitan al
niño este mensaje gratificante: «Después de todo, no es frecuente que gente de tu edad
sea capaz de echar una mano a gente de la nuestra».
53
3.
Conozcamos sus reacciones
«La experiencia del niño sorprendería a ambos padres… si la conocieran».
JUDITH S. WALLERSTEIN
54
¿Qué es lo primero que siente el niño?
«De pronto, todo se vino abajo. Todo se rompió, doctor.» (Conclusión de una niña de
ocho años después de relatar detalladamente sus vivencias de la separación de sus
padres.)
«Todo se rompió.» Este es realmente el núcleo vivencial que, en mayor o menor
grado, surge en la mente infantil cuando sus progenitores se separan. Se rompe
bruscamente, se fragmenta en mil pedazos el armazón de seguridad que el niño ha ido
forjándose día a día a base de percibir cotidianas muestras –pequeñas o grandes, no
importa– de que sus progenitores, sus cuidadores habituales, estaban pendientes de él y
de su protección.
Se rompe en el menor la confianza en los adultos; al menos, en la continuidad de la
familia como institución protectora. El mundo circundante del pequeño, hasta el
momento reconfortante, representado por

Continuar navegando

Otros materiales