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inflacion structural y politica financiera

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Mayo - agosto 2012 146 
 
Inflación estructural y política financiera1 
 
Dr. Julio H. G. Olivera 
I 
El proceso de inflación que, con extraordinaria persistencia e 
intensidad, se desarrolla desde hace años en varios países de 
América Latina, ha dado origen a una controversia especial sobre 
 
1 Versión taquigráfica de la conferencia pronunciada el 12 de mayo de 1965, en el acto de su incorporación 
a la Academia Nacional de Ciencias Económicas. Se publicó en ANALES DE LA ACADEMIA 
NACIONAL DE CIENCIAS ECONÓMICAS, Serie 3ª –VOL. X (1965), Buenos Aires, AVENIDA 
ALVEAR N° 1970,1965. A continuación se reproducen los agradecimientos de manera integra. 
Agradezco las bondadosas expresiones, gentilmente leídas por el señor Secretario de la Academia, doctor 
Baiocco, con que la cordialidad del doctor Barrau ha querido presentarme, y que valoro en especial por 
proceder de fuente tan selecta y calificada. 
Constituye para mí un motivo de alta satisfacción, sin dejar por ello de tener en cuenta el deber que 
comporta, la dignidad conferida en mi persona a la generación a que pertenezco, al incorporarme en esta 
Academia, de la que forman parte prestigiosas personalidades, cuyos nombres figuran con honor y con 
lustre en la historia de las ideas, de la enseñanza y de la política económica argentina. No es menos honroso 
para mí que se me haya asignado el sitial académico que ocupo en vida el doctor José González Galé, 
renombrado maestro de estas disciplinas, a cuya memoria séame permitido rendir mi respetuoso homenaje. 
Profesor y cofundador de la Facultad de Ciencias Económicas, en la que tuvo larga y ejemplar actuación 
docente, director del Instituto de Biometría, representante del país en reuniones científicas internacionales, 
el doctor González Galé dejo obras de reconocido valor en el campo de las matemáticas financieras y de la 
seguridad social. Entre sus libros pueden recordarse “Algebra financiera”, “Matemáticas financieras y 
actuariales”, “Cálculo rápido”, “El seguro en caso de enfermedad”, “El seguro de vida y la hipoteca”, 
“Apuntes sobre el cálculo de probabilidades”, “Las reservas de las compañías de seguros sobre la vida” y 
“El problema nacional de jubilaciones y pensiones”. 
Me complace recordar en esta ocasión el interés del doctor González Galé, fuera de la especialidad que 
cultivó principalmente, por los adelantos científicos en el terreno de la economía matemática. A iniciativa 
suya se tradujo en castellano el libro “Teoría racional de los sistemas económicos” del economista 
brasileño Nogueira de Paula, perteneciente a la escuela fundada en Europa por Walras y Pareto. Del 
prólogo que escribió con tal motivo González Galé –prólogo breve pero meduloso_ se me permitirá extraer 
este párrafo: 
“La ciencia moderna tiende, más y más cada día a la especialización… Ello tiene la ventaja de poder 
intensificar el trozo de jardín que le ha tocado en suerte a cada cual, pero presenta el inconveniente de hacer 
que se pierdan de vista afinidades y vinculaciones que obligan al investigador a recordar la unidad de la 
ciencia” 
Y concluía con la siguiente observación, que considero extensible a toda disciplina científica: 
“El fijar la atención en un punto cualquiera no significa –ni mucho menos- ignorar que ese punto sólo 
adquiere real y verdadera significación cuando forma parte integrante de un sistema”. 
Desearía, señoras y señores, poner bajo la inspiración de estos orientadores conceptos el tratamiento del 
tema en el cual, con la venia del señor presidente, me ocuparé a continuación. Transcrita por Rosita 
Hernández y corregida por Patricia Rodríguez 
 
 
147 Clásicos No.12No.12No.12No.12 
 
 
sus causas y sus posibles remedios. Las posiciones fundamentales 
en esa discusión se distinguen, frecuentemente, con los nombres de 
“monetarismo” y “estructuralismo”. Los puntos de vista que me 
propongo exponer en esta oportunidad se relacionan con el objeto 
y carácter de la controversia mencionada. Estimo que puede ser 
útil, a esta altura de las cosas, tratar de definir con la mayor 
objetividad posible las dos concepciones rivales, hacer un balance 
de su capacidad relativa para explicar los hechos y, sobre todo, 
extraer algunas consecuencias con vistas a la política económica. 
Aunque mi nombre suele citarse en trabajos que se dedican a esta 
cuestión vinculándolo con una de las dos orientaciones (y aunque 
reconozco haber contribuido a una de ellas en el aspecto analítico) 
espero que no se me considere inhibido por esa circunstancia para 
intentar hoy un examen general del tema con espíritu abierto e 
imparcial. 
 
II 
La posición monetarista puede sintetizarse en tres proposiciones o 
tesis. La primera atañe a la causa de la inflación. De acuerdo con la 
doctrina monetarista la inflación es ocasionada por un exceso 
general de demanda en los mercados de productos y servicios, que 
refleja a su vez una expansión demasiado rápida de la cantidad de 
dinero con respecto a las necesidades reales de los negocios. Se 
trata pues de un desajuste global entre la oferta y la demanda 
monetaria. Esta manera de interpretar la inflación puede derivarse 
como un corolario de la teoría cuantitativa clásica, pero también es 
compatible con el método de análisis keynesiano cuando el sistema 
se encuentra en plena ocupación o próximo a ella. 
 
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La segunda tesis concierne a los objetivos de la política económica, 
y se refiere a las relaciones entre la estabilidad de precios y el 
crecimiento del producto real. La posición monetarista no sólo 
condena la inflación como perjudicial para el crecimiento 
económico, sino que llega a presentar el crecimiento económico 
como una consecuencia normal de la estabilidad del nivel de 
precios. Eliminada la inflación, la capacidad de ahorro de los 
consumidores puede desarrollarse en forma natural, sin estar 
cohibida por la previsión de que los ahorros acumulados se 
volatilicen en poder adquisitivo a causa de la desvalorización 
continua del dinero. Desaparece por otra parte el estimulo principal 
de las inversiones especulativas, de tal modo que la colocación de 
los ahorros puede encauzarse hacia los campos de inversión de 
mayor interés general. El aumento de la corriente de ahorros 
genuinos y la transformación de las oportunidades de inversión 
abren paso a un crecimiento económico regular y estable. Así pues, 
logrado el equilibrio monetario, las fuerzas de expansión real 
inmanentes al sistema económico pueden manifestarse plenamente. 
La tercera tesis del monetarismo versa sobre los medios de la 
política económica. Los monetaristas consideran que la política 
monetaria, entendida esencialmente como el control de la cantidad 
de dinero, es el instrumento apto para alcanzar y mantener la 
estabilidad. Pero debe tenerse en cuenta que no sólo se alude aquí a 
las medidas de banca central destinadas a regular las operaciones 
de los bancos comerciales. Desde luego, una emisión monetaria 
excesiva puede originarse también en la situación del mercado 
cambiario o en el estado corriente del presupuesto, para citar dos 
causas que compiten a menudo con la política de crédito en los 
anales del emisionismo. La política monetaria incluye, pues, en ese 
contexto, además de las acciones de banca central, las medidas 
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gubernamentales relacionadas con los gastos públicos, los ingresos 
fiscales, la administración de la deuda pública, el ajuste del balance 
de pagos y, en general, las diversas vías a través de las cuales el 
Estado influye sobre la oferta monetaria. 
 
III 
La doctrina estructuralista constituyó una reacción intelectual 
frente a los planes de estabilización puestos en práctica en diversos 
países de América Latina, especialmente durante el último decenio, 
y que representaron de una manera más o menos completa o fueron 
interpretados como una realización de las ideas monetaristas. A 
causa de esteorigen polémico, el estructuralismo puede describirse 
sustancialmente mediante tres proposiciones o tesis que son 
antitéticas de las que caracterizan al monetarismo. 
En primer lugar, según ese punto de vista, la verdadera causa de la 
inflación no debe buscarse en un desequilibrio global entre la 
oferta y la demanda, sino en desajustes sectoriales que afectan a 
productos determinados. La insuficiencia de la oferta de tales 
productos se traduce por alzas de precios individuales, que luego 
se generalizan por su influencia sobre el costo de producción de 
otros bienes o por su relación con el costo del nivel de vida y con 
la tasa real de salarios. Por ejemplo, si la oferta de productos 
agropecuarios es altamente inelástica, como ocurre en la mayoría 
de los países latinoamericanos, el aumento de la población se verá 
acompañado por una presión ascendente de naturaleza crónica 
sobre los precios de aquellos productos. Puesto que se trata en gran 
parte de artículos de subsistencia, el aumento de su precio 
determina a su vez ajustes correspondientes en las tasas de salarios 
nominales, que ocasionan nuevas alzas del nivel de precios. Este 
 
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fenómeno tiende a repetirse indefinidamente en tanto persista el 
desequilibrio fundamental que lo impulsa. En procesos de esta 
índole los factores esenciales de causación resultan en parte de la 
rigidez de la estructura productiva y en parte de la imperfección de 
los mercados. Son ajenos a las decisiones de las autoridades 
monetarias. 
En segundo lugar, mientras los monetaristas creen que la 
estabilidad es la mejor garantía del crecimiento, los estructuralistas 
señalan que el crecimiento y la estabilidad son fundamentalmente 
incompatibles entre sí. El crecimiento de la producción y del 
ingreso real trae consigo desajustes parciales más o menos 
extensos en diversos puntos del sistema económico. Esos 
desajustes originan alzas de precios directas e indirectas, que 
tienden a propagarse de una manera general. Este efecto 
inflacionario es tanto mayor cuanto menos la plasticidad de la 
estructura productiva y la eficiencia de organización del sistema 
económico. Pero sea cual fuere la intensidad de este efecto, que 
varía ampliamente según las características de cada país, el 
crecimiento económico entraña siempre, en mayor o menor grado, 
una tendencia ascendente del nivel de precios. Crecimiento y 
estabilidad son pues inconciliables. Una posición extrema dentro 
del estructuralismo (aunque no privativa de él) considera que la 
inflación no sólo es un efecto necesario del crecimiento económico 
sino que resulta además favorable al crecimiento. En una economía 
de empresa privada el estímulo a la producción es mayor con un 
nivel de precios ascendente, que reduce el peso real de las deudas 
de los empresarios, que con un nivel de precios constante o 
descendente. Por el contrario, una posición estructuralista 
moderada sostiene que el crecimiento es incompatible con la 
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estabilidad si no se realizan las transformaciones institucionales 
necesarias para dar flexibilidad al sistema productivo. 
Por último, la antítesis es también completa en punto a política 
monetaria. Frente a la doctrina monetarista, según la cual la 
política monetaria es el instrumento idóneo para alcanzar y 
preservar la estabilidad del nivel de precios, el estructuralismo 
juzga que la política monetaria es impotente como medio para la 
estabilización. A su entender, en efecto, la política monetaria 
carece de fuerza contra los factores no monetarios que impulsan la 
inflación estructural. Más aún, en cuanto política de control de la 
cantidad de dinero, la política monetaria desaparece en el esquema 
estructuralista como elemento diferenciado de política económica. 
Se disuelve en sus componentes: la política cambiaria, la política 
crediticia y la política fiscal, cada una de las cuales tiene un papel 
que cumplir en la promoción del crecimiento y en la realización de 
las transformaciones que deben acompañarlo. 
 
IV 
Definidas en tal forma las dos posiciones alternativas podemos 
ahora analizar el valor de la controversia. No voy a tratar la 
cuestión desde el punto de vista teórico, aspecto en el que me he 
ocupado en diversas publicaciones, sino desde el punto de vista de 
los hechos. A mi entender la experiencia acumulada en esta 
materia es suficientemente clara, para quien esté dispuesto a 
registrarla sin prejuicios, como para permitir conclusiones que 
signifiquen algo más que meras posibilidades lógicas. Sin embargo 
no es tarea fácil someter aquellas teorías a la prueba de hechos, 
debido a una circunstancia especial que mencionaremos a 
continuación. 
 
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Cuando se examinan las tesis enfrentadas en la controversia, puede 
advertirse que la diferencia entre ellas no reside esencialmente en 
los hechos que relacionan sino más bien en la dirección que 
atribuyen a las relaciones causales. Los hechos que los 
monetaristas señalan como causa son considerados como efecto 
por los estructuralistas y viceversa. Esto es perceptible de manera 
singularmente nítida en la forma como las dos escuelas de 
pensamiento interpretan el aumento de la cantidad de dinero 
durante el proceso de inflación. Para los monetaristas la expansión 
de la oferta monetaria es la causa determinante de las alzas 
generales de precios. Los estructuralistas no desconocen (¿quién 
podría negarlo?) que la inflación de los precios va casi siempre 
acompañada por emisiones de dinero, pero arguyen que la 
expansión monetaria es consecuencia, y no causa, de la inflación. 
Según su método de análisis, efectivamente, los aumentos 
estructurales de precios se traducen por aumentos en el costo de 
producción de los bienes, que a su vez se reflejan por una mayor 
demanda de crédito bancario. En tales circunstancias el aumento de 
la cantidad de dinero por el sistema bancario se limita a cubrir, en 
todo o en parte, la necesidad adicional de medios de pago creada 
por el aumento de los precios y costos de producción. No configura 
un hecho autónomo con respecto a las alzas de precios sino que es 
inducido por ellas. 
Por su lado los monetaristas no niegan la existencia de rigideses en 
la estructura productiva y de insuficiencias o “embotellamientos” 
de oferta, pero creen que tales fenómenos no tienen el papel 
independiente que les asignan los estructuralistas sino que son 
resultado de la inflación. La necesidad de defenderse contra la 
desvalorización monetaria o el deseo de lucrar con el alza de los 
precios aminora las inversiones en los sectores básicos y orienta 
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los recursos de capital hacia colocaciones especulativas. Esta 
desviación de las inversiones impide el crecimiento normal de la 
capacidad de producción y engendra las conocidas dificultades 
para la adaptación flexible de la oferta a los cambios de la 
demanda. Los “embotellamientos” de oferta a que se refiere el 
estructuralismo no son pues autónomos con respecto a las alzas de 
precios sino que resultan, en realidad, inducidos por ellas. El 
fenómeno se agrava cuando el Estado limita el aumento de los 
precios de los artículos de subsistencia, porque entonces determina 
artificialmente un descenso de los precios relativos de tales 
productos y obsta a que los factores productivos afluyan hacia esas 
industrias en la cantidad indispensable. La rigidez de la oferta 
agropecuaria observada en nuestros países sería consecuencia, de 
acuerdo con la interpretación monetarista, de los controles de 
precios y tipos de cambio impuestos en la vana tentativa de 
atemperar los efectos de la inflación sin atacar sus causas. 
Otro caso ilustrativo es el denominado “embotellamiento del 
comercio exterior”, que el estructuralismo señala frecuentemente 
como una de las insuficiencias de oferta responsables de los 
aumentos de precios. En la generalidad de los países 
latinoamericanos, según los autoresestructuralistas, el crecimiento 
del producto nacional real no va unido a un aumento 
correspondiente de las exportaciones. A su vez la elasticidad de las 
importaciones con respecto al ingreso real es mayor que uno, de tal 
modo que ellas tienden a crecer más que proporcionalmente en 
relación al ingreso y el producto nacional. De esto resulta un 
desequilibrio en el sector externo del sistema económico, que trae 
consigo repetidas devaluaciones y aumentos de precios. Para los 
monetaristas, en cambio, las dificultades crónicas de balance de 
 
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pagos que experimentan esos países son una consecuencia y no una 
causa de la inflación. El aumento de los precios internos hace que 
resulte más ventajoso vender en el país y comprar en el exterior, 
pues los controles de cambios impiden (al menos a corto plazo) 
que las tasas cambiarias se ajusten totalmente a la desvalorización 
interna del dinero. La inflación misma reduce así las exportaciones 
y eleva la propensión a importar, de donde se origina el 
desequilibrio externo al que se refiere el estructuralismo. 
 
V 
Aunque parezca extraño, la circunstancia de que el estructuralismo 
sea la perfecta antítesis del monetarismo constituye un factor de 
oscuridad cuando se someten estas teorías a la prueba de los 
hechos. Esto suena a paradoja pero no es un caso único. En 
econometría se conoce ampliamente el arduo problema de 
identificar por medios estadísticos ecuaciones que incluyen 
exactamente las mismas variables. Pero quizá el ejemplo más 
significativo que pueda traerse a colación, aun cuando pertenece a 
otro campo del conocimiento, sea el del centro de nuestro sistema 
planetario. Aun hoy es dable sostener intelectualmente que la tierra 
es el centro del sistema solar, si bien esa antigua teoría requiere 
hipótesis más complicadas que la prevaleciente para explicar el 
movimiento de los planetas. Según nos aseguran los especialistas, 
ninguna de las dos teorías es de suyo incompatible con los hechos 
observados. Este ejemplo viene particularmente a propósito para 
aclarar el género de dificultad con que se tropieza en nuestra 
materia, pues el estructuralismo equivale en realidad a una suerte 
de “inversión copernicana” aplicada a la idea monetarista sobre la 
relación entre el dinero y los precios. 
155 Clásicos No.12No.12No.12No.12 
 
 
Esa dificultad –que podemos llamar, por analogía, problema de 
identificación- no ha sido resuelta hasta ahora satisfactoriamente. 
En mi opinión no se trata de un problema insoluble; pero a fin de 
hallar el camino de la solución es preciso especificar estas teorías 
de un modo que permita compararlas significativamente con los 
hechos de la experiencia. En primer lugar debemos relacionarlas, 
con los hechos, no como dos teorías completas sobre la inflación, 
sino como las teorías de dos tipos de inflación posibles en la 
práctica. Con esto no se dice solamente que según las 
características de la organización económica puede darse uno u 
otro tipo, sino que además, y de acuerdo con las circunstancias, 
puede desarrollarse uno y otro proceso dentro de la misma 
organización económica. Esta hipótesis, que no afecta 
esencialmente los modelos teóricos referidos, extiende en grado 
apreciable la posibilidad de su comprobación empírica. 
Otro paso necesario, a nuestro juicio, para resolver el problema de 
la identificación consiste en tomar en cuenta más sistemáticamente 
el factor tiempo. El proceso de inflación puede contemplarse, 
desde el ángulo teórico, como una serie de equilibrios sucesivos 
que envuelven el dinero, los precios y otras variables. Pero si 
empleamos este método de aproximación no hay más diferencia 
entre el monetarismo y el estructuralismo que la forma de clasificar 
tales variables en exógenas y endógenas, y sus cambios de una 
posición de equilibrio a otra en autónomos e inducidos. Como ésta 
es sólo una diferencia de interpretación de los mismos hechos, la 
identificación resulta entonces imposible. Alternativamente, sin 
embargo, podemos examinar la inflación como un fenómeno 
dinámico en el cual los ajustes llevan tiempo. Si adoptamos este 
punto de vista la posibilidad de identificación surge 
 
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inmediatamente, pues aunque el estado final de las variables sea el 
mismo en una y otra teoría, sus configuraciones intermedias 
difieren considerablemente según la dirección del proceso causal. 
Estas configuraciones intermedias pueden utilizarse como indicios 
o síntomas para distinguir de hecho entre las dos clases de 
inflación. En términos más especializados, la versión estrictamente 
dinámica de esas teorías abre la posibilidad de identificarlas por 
medio del respectivo sendero de ajuste. 
No vamos a proseguir ahora en el análisis de este punto, que nos 
llevaría fuera de los límites de la presente disertación, pero se me 
permitirá que mencione uno de sus resultados más directos. Tanto 
en la Argentina como en otros países de Latinoamérica con 
procesos de inflación persistentes se ha dado, una y otra vez desde 
la última guerra mundial, cierta alternación más o menos periódica 
de los conjuntos de síntomas correspondientes a los dos tipos de 
inflación referidos. Estas alternaciones recurrentes guardan además 
un alto grado de correlación con las fluctuaciones económicas 
generales en los respectivos países. Sobre la base de este hecho 
podría pensarse en ciclos inflacionarios consecutivos compuestos 
por una fase de inflación monetaria seguida por una fase de 
inflación estructural, en lugar del ciclo tradicional con una fase de 
inflación y otra de deflación. Sin embargo, puesto que las causas 
no monetarias a las que pueden imputarse las alzas estructurales 
del nivel de precios en todo los casos considerados no son de 
carácter cíclico, sino que han operado con cierta continuidad a lo 
largo del proceso, debe concluirse más bien que en los periodos de 
expansión económica la inflación monetaria se agregó a los 
aumentos de precios de origen estructural. En los periodos de 
recesión económica, al contrario, y por obra de políticas 
157 Clásicos No.12No.12No.12No.12 
 
 
monetarias restrictivas, quedaron aislados y al descubierto los 
efectos típicos de la inflación estructural subyacente. 
 
VI 
Debemos ponderar ahora otros elementos del problema. El análisis 
de los hechos nos permite superar la primera antinomia entre el 
estructuralismo y el monetarismo, es decir, la relativa a la causa de 
la inflación. La segunda, como se recordará, se refiere a la relación 
entre la estabilidad y el crecimiento. A pesar de las ideas definidas 
que sustentan en esta materia tanto el estructuralismo como el 
monetarismo, lo cierto es que la relación entre la estabilidad y el 
crecimiento no es simple ni inequívoca. Desde el punto de vista 
teórico podemos construir toda clase de modelos que nos den los 
resultados más disímiles acerca de esa cuestión; desde el punto de 
vista empírico podemos citar toda suerte de casos en apoyo de las 
conclusiones más dispares. Los cuidadosos análisis estadísticos de 
correlación entre la tasa de variación de los últimos años por 
organismos internacionales, tanto con respecto a los países 
desarrollados como en relación con las economías en proceso de 
desarrollo, indican que no existe en general ninguna correlación 
significativa entre esas variables. No revelan la correlación positiva 
que sostiene el estructuralismo, pero tampoco evidencian la 
correlación negativa que se deduce del monetarismo. El coeficiente 
de correlación entre las dos variables no difiere significativamente 
de cero. Dejamos pues esta cuestión, para aludir brevemente al 
tercer punto de la controversia. 
 
VII 
 
Mayo - agosto 2012 158 
 
Creo necesario señalar aquí un sofisma que suele llevar en esta 
materia a posiciones indebidamente unilaterales. Muchos 
estructuralistas parecen creer que, siendo la inflación estructural de 
origen no financiero, su eliminación o atenuación (en la medida enque es concebible) debe procurarse por medios no financieros. 
Algo similar puede observarse al respecto al monetarismo y a su 
receta para la inflación monetaria. Sin embargo, esa 
correspondencia entre las causas y los remedios no es un principio 
de necesidad lógica. Si se comprobara que las fluctuaciones 
económicas se deben a los cambios en las manchas solares, como 
algunas autorizadas opiniones han sostenido, no se seguiría de 
esto, claro está, que la única posibilidad de la política de 
estabilización consistiera en hallar la forma de inmovilizar las 
manchas solares. 
Se me permitirá pues que ponga de relieve los efectos cruzados, 
por llamarlos así, de esas dos especies de política económica. En 
primer lugar, es bien sabido que una adecuada política de 
inversiones en capital básico eleva la tasa de crecimiento 
compatible con cualquier volumen total de inversiones. Al mismo 
tiempo que mejora la flexibilidad estructural y la capacidad de 
ajuste del sistema económico, reduce en alguna medida, para cada 
tasa de crecimiento, el exceso de inversiones sobre la suma de los 
ahorros voluntarios. De tal modo, aparte de su efecto sobre los 
factores no monetarios de inflación, coopera con la política 
monetaria en lo que se refiere al equilibrio global entre demanda y 
oferta. 
Las posibilidades de la política monetaria en el caso de la inflación 
estructural resultan menos obvias, pero, a nuestro entender, son 
igualmente importantes, y de gran interés práctico. No es difícil 
demostrar que la inflación estructural resultan menos obvias, pero, 
159 Clásicos No.12No.12No.12No.12 
 
 
a nuestro entender, son igualmente importantes y de gran interés 
práctico. No es difícil demostrar que la inflación estructural 
depende de la “inflexibilidad descendente” de los precios, como se 
denomina al hecho de que los precios respondan con mayor 
facilidad y prontitud a un exceso que a una insuficiencia de 
demanda. Pero el grado de flexibilidad de los precios, en la medida 
en que refleja la política de precios de las unidades de producción, 
no es extraña a la situación de liquidez en que se hayan 
acostumbrado a operar. Por otra parte, la movilidad del capital 
líquido puede compensar ampliamente la falta de movilidad de 
otros factores de producción en el ajuste de la oferta. Este es un 
punto que merece señalarse con especial atención, pues la 
movilidad del capital es particularmente sensible a la influencia de 
la política financiera. Por consiguiente, aun a corto plazo, y además 
del papel que le corresponde frente al tipo tradicional de inflación, 
esta clase de política puede ser un auxiliar necesario y valioso de 
otras providencias contra las causas de la inflación estructural. 
Pero es tiempo de cerrar este balance de la controversia. A pesar de 
los errores o las exageraciones que puedan reconocerse 
imparcialmente en las dos teorías, creo fuera de duda que el debate 
entre ellas ha sido útil para esclarecer de modo más completo la 
naturaleza y causa del fenómeno inflacionario. Esta mejor 
comprensión no debe llevarnos a una actitud conformista. 
Debemos sentirnos mejor equipados intelectualmente para luchar 
con eficacia contra la inflación, una de las mayores fuentes de 
injusticia e inmoralidad en las relaciones económicas, y más 
dispuestos a promover, para el bienestar de todos, el crecimiento 
del producto social con el mínimo de perturbaciones de precios.

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