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(Serge Hutin) - La alquimia

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SERGE HUTIN 
 
 
LA ALQUIMIA 
 
 
 
 
 
 
EUDEBA 
EDITORIAL UNIVERSITARIA DE BUENOS AIRES 
 
 
 
INTRODUCCION 
 
 
Nada más fácil, en apariencia, que definir la alquimia. Es, se dice corrientemente, el arte 
de la transmutación de los metales, seudociencia de la Edad Media, cuyo fin era la 
fabricación del oro. Y muchos completan esta definición con una condena desdeñosa y 
categórica exclamando con el químico Fourcroy: "La alquimia ha ocupado a muchos 
locos, ha arruinado a una multitud de codiciosos e insensatos y embaucado a otra 
multitud aún más grande de crédulos1." 
Sin embargo, al estudiar la cuestión con menos ligereza, se observa que tras el 
término alquimia se oculta una realidad histórica extremadamente compleja. 
"La historia de la alquimia -escribe Berthelot- es muy oscura. Es una ciencia sin raíz 
aparente, que se manifiesta de pronto en el momento de la caída del Imperio Romano y 
que se desarrolla durante toda la Edad Media, entre misterios y símbolos, sin salir del 
estado de doctrina oculta y perseguida; en ella los sabios y los filósofos se mezclan y 
confunden con los alucinados, los magos y los charlatanes y, a veces, hasta con 
malvados, estafadores, envenenadores y falsificadores de moneda." 
El problema dista mucho de estar claro y, si numerosos trabajos eruditos han sido 
consagrados a la Alquimia, ésta no permanece menos profundamente desacreditada a los 
ojos de la mayoría del gran público, que habitualmente no hace diferencias entre 
"alquimista", "hechicero" y "charlatán". La alquimia habría sido una especie de arte más 
o menos mágico, consistente en la ingeniosa combinación de pases mágicos, retortas e 
invocaciones al Diablo, con el fin de obtener oro, o simular su obtención ante los ojos de 
papanatas maravillados... 
Si la alquimia no hubiera sido nada más que eso durante todo el largo período que fue 
cultivada, no merecería, por cierto, haber sido estudiada por tantos sabios e historiadores 
modernos, en primer término el gran químico Berthelot. Pero, cuando se sabe diferenciar 
a los verdaderos alquimistas de los estafadores y charlatanes que pretenden ser adeptos 
del arte sagrado se observa que la alquimia, lejos de reducirse a la simple fabricación de 
oro, era en realidad algo más noble y complejo. Así, un estudio imparcial aunque rápido 
de la antigua "ciencia de Hermes" es del más alto interés. Es una exploración 
verdaderamente apasionante de los tiempos pasados, a la cual invitamos al lector. 
 
 
 
 
 
 
 
 
1 ROGER BACON, Espejo de la alquimia (en latín; hay trad. francesa por A. Poisson). 
 
 
CAPÍTULO I 
 
¿QUÉ ES LA ALQUIMIA? 
Volvamos a la definición corriente de la alquimia: "El arte de hacer oro". 
El alquimista era un "hacedor de oro", alguien que procuraba enriquecerse al menor 
costo posible y, muy a menudo, a expensas ajenas... Sin embargo, este prejuicio es un 
grave error. Las tentativas experimentales de los verdaderos alquimistas para transmutar 
los metales eran emprendidas no para enriquecerse sino con el propósito de aportar una 
prueba material a su sistema "en interés de la ciencia", como se diría hoy. De ahí, las 
múltiples precauciones empleadas por los adeptos para ocultar sus secretos a los ojos de 
los profanos; de ahí su desdén por aquellos a quienes llaman "sopladores", es decir, 
simples fabricantes de oro, los que buscaban empíricamente la Piedra filosofal y que, 
ignorantes de las teorías iniciales ensayaban al azar los procedimientos más heteróclitos 
y concluían a veces su carrera como estafadores o monederos falsos. 
ETIMOLOGIA. Pero ¿qué era entonces la alquimia propiamente dicha? Interroguemos 
primero a la etimología de la palabra. Esta es árabe en su forma (el-Kimyâ), pero griega 
en su raíz. Kimyâ deriva, sin duda, de Khem ("el país negro"), nombre que designaba a 
Egipto en la antigüedad. La palabra misma, nos aporta útiles informes en cuanto a la 
patria de origen, real o simbólica, del arte sacro. (cf. más adelante, cap. III) 
CARACTERES GENERALES. En lo relativo a su fisonomía general, la alquimia 
presenta todas las características de un arte oculto, escondido, reservado a ciertos 
iniciados, y que no debe ser comunicado al vulgo. Es en esto donde desde el principio 
difiere fundamentalmente de la ciencia moderna. La alquimia se trasmite 
por tradición oral o escrita; en secreto, de maestro a discípulo. Se basa en las 
revelaciones y en los viejos secretos trasmitidos por una literatura emblemática. El 
alquimista nada tiene que descubrir; sólo reencontrar un secreto. Por eso la alquimia ha 
permanecido tan semejante a sí misma durante largos siglos: si su simbolismo y algunos 
de sus desarrollos pudieron exhibir variadas formas durante la Edad Media y hasta el 
siglo XVI, sus teorías básicas sobre la constitución de la materia no cambiaron. La 
alquimia es un arte oculto, decíamos; también un arte maldito, condenado por teólogos (y 
antes que ellos, por el Derecho Romano tardío), y que se desarrolló al margen de los 
cánones oficiales del saber y a veces contra ellos (cf. cap. II). Necesitamos considerar 
ahora la alquimia tal como la definían los mismos alquimistas. 
LA FILOSOFIA HERMETICA. Los alquimistas se adjudicaban de buen grado el título 
de filósofos, y lo eran en efecto en un género particular, toda vez que se consideraban 
depositarios de la Ciencia por excelencia, constituida por los principios de todas las 
demás, que explica la naturaleza, el origen y la razón de ser de todo lo que existe, que 
narra el origen y el destino del universo entero. Esta doctrina secreta era la madre de 
todas las ciencias, la más antigua, la que estudiaba el mundo y su historia y que, según la 
tradición, había sido revelada a los hombres por el dios Hermes (el Thoth egipcio), 
 
 
origen del nombre de filosofía hermética dado a esta doctrina (ver caps. III y IV). 
Pero es abusiva la confusión de esta doctrina y las operaciones propiamente dichas. La 
alquimia fue ante todo una práctica y, por lo tanto, la aplicación de la filosofía 
hermética. 
LAS TEORIAS ALQUIMICAS. La alquimia en el sentido estricto del término era un 
arte práctico, una técnica, pero como tal se apoyaba sobre un conjunto 
de teorías relativas a la constitución de la materia, a la formación de las sustancias 
inanimadas y vivas, etc., teorías que constituían los postulados de donde partía el 
alquimista (ver cap. VI). 
LA ALQUIMIA PRÁCTICA; SUS FINES. La alquimia práctica, aplicación directa de la 
alquimia teórica, era la búsqueda de la Piedra filosofal. Presentaba dos aspectos 
principales complementarios: la transmutación de los metales, que era la Gran Obra en 
el sentido estricto del término, y la Medicina universal. Eran éstos los dos poderes 
esenciales de la Piedra (cf. cap. VII). 
Los alquimistas suponían que los metales eran vivos y que en estado de pureza debían 
presentarse con la forma del oro, metal perfecto. De ahí la definición más corriente de la 
alquimia. "La alquimia es la ciencia que enseña a preparar cierta medicina o elixir que al 
ser proyectado sobre los metales imperfectos les comunica la perfección en ese mismo 
momento2". 
Pero licuando la Piedra se obtenía el elixir de larga vida, que debía asegurar a su 
poseedor la prolongación de la vida hasta la casi perpetuidad de la existencia, y a la vez 
la Panacea, remedio milagroso que restauraba la fuerza y la salud del organismo. Tal era 
la Medicina universal: se procuraba encontrar lo que hoy se llamaría un "regenerador 
celular". 
La Piedra filosofal debía igualmente comunicar a su poseedor toda clase de poderes 
maravillosos: volverse invisible, mandar a las potencias celestes, desplazarse a voluntad 
en el espacio, etcétera. Pero esos poderes mágicos serán mencionados sobre todo en la 
literatura alquímica solamente al fin de la Edad Media, lo mismo que los otros problemasque hasta el Renacimiento vinieron a injertarse en el de la Piedra: el alkaest (descubrir un 
"disolvente universal", capaz de desintegrar todos los cuerpos), el homunculus (fabricar 
artificialmente un hombre), etcétera. 
LA ALQUIMIA MISTICA. Es una muy distinta concepción de la alquimia; según 
algunos autores, y en particular los pensadores de la francmasonería, la alquimia era 
una Mística. La terminología alquímica tenía, en realidad, un sentido figurado y 
significaba el oro espiritual. El propósito del alquimista no era la búsqueda del oro 
material: era la purificación del alma, las metamorfosis progresivas del espíritu. Los 
"metales viles" eran los deseos y las pasiones terrenales, todo lo que entorpece el 
desarrollo del ser humano auténtico. La Piedra filosofal era el hombre transformado por 
 
2 ROGER BACON, Espejo de la alquimia (en latín; hay trad. francesa por A. Poisson). 
 
 
la transmutación mística. 
La transmutación del plomo en oro era la elevación del individuo hacia lo Bello, la 
Verdad, el Bien, la realización del arquetipo que cada ser humano lleva dentro de sí. El 
hombre era la materia misma de la Gran Obra, y así se explica este pasaje de los Siete 
capítulos de Hermes. "La Obra está contigo y reside en ti de tal modo que, al hallarla en 
ti mismo donde está siempre, la tienes constantemente, cualquiera fuere el lugar donde te 
hallares, en la tierra o en el mar." (Ver cap. VIII) 
EL "ARS MAGNA". Pero la concepción más grandiosa de la alquimia es el Ars 
magna ("Gran Arte"), llamada a veces arte regia: en Europa se la encuentra 
principalmente desarrollada entre los autores del siglo XV y posteriores. He aquí la 
definición que le da uno de sus intérpretes modernos, A. Savoret: "La alquimia 
verdadera, la alquimia tradicional, es el conocimiento de las leyes de la vida en el 
hombre y en la naturaleza, y la reconstrucción del proceso mediante el cual esta vida, 
adulterada aquí abajo por la caída de Adán, ha perdido y puede recobrar su pureza, su 
esplendor, su plenitud y sus prerrogativas primordiales: lo que en el hombre moral se 
llama redención o regeneración, perennidad en el hombre físico, purificación y 
perfección en la naturaleza; en fin, en el reino mineral propiamente dicho, refinamiento 
[el problema de la quintaesencia consistía en extraer de cada cuerpo sus propiedades más 
activas] y transmutación”. 
El fin de la alquimia se apoyaba así en la comprobación de una caída, de una decadencia, 
de una degradación de los seres de la naturaleza. La suprema Gran Obra (Obra Mística, 
Vía del Absoluto, Obra del Fénix) era la reintegración al hombre de su dignidad 
primordial. La Piedra filosofal daba al adepto la excelencia iluminativa física y moral, la 
felicidad perfecta, la influencia sin límites sobre el universo, la comunión con la Causa 
Primera. Encontrar la Piedra filosofal era descubrir lo Absoluto, la verdadera razón de 
ser de todas las existencias, poseer el Conocimiento perfecto (gnosis). La ascesis y la 
práctica se asocian estrechamente en esta alquimia trascendente: “Capaz de inventar, 
entre los órdenes diversos del ser, correspondencias fantásticas -escribe A.-M. Schmidt-, 
impone a sus sectarios una ascesis sujeta a reglas precisas. Mientras en el Huevo 
filosófico, globo de cristal cuidadosamente cerrado, vigilan la cocción y la metamorfosis 
del compost, mezcla secreta de la cual, como de un embrión prisionero del útero, nacerá 
la Piedra filosofal, deben pasar por las gradaciones lentas de un proceso de purificación. 
Profesan la creencia de que para realizar la Gran Obra, regeneración de la materia, deben 
procurar la regeneración de su alma... Así como, en su vaso sellado, la materia muere y 
resucita perfecta, de igual modo ellos anhelan que su alma, al caer en la muerte mística, 
renazca para llevar en Dios una existencia extasiada. Se jactan de ceñirse en todo al 
ejemplo de Cristo que, para vencerla, hubo de sufrir o, más bien, aceptar el golpe de la 
muerte. Así, para ellos, la imitación de Cristo es no solamente un método de vida 
espiritual, sino hasta un medio de regular el curso de las operaciones materiales de las 
cuales provendrá el Magisterio." 
El adepto resulta así capaz de realizar la Obra física, la regeneración del cosmos. La 
 
 
transmutación, después de operarse en el secreto del alma humana, debe manifestarse en 
el mundo material. 
La Piedra filosofal, materia animada más perfecta que todos los seres, semejante a la 
materia prima de la Creación cuando el Caos hubo sido animado por el Fuego divino (ver 
cap. V), extiende su acción a todos los reinos: animal, vegetal y mineral. El alquimista, 
en conocimiento de las leyes que según él han presidido la formación de los seres, puede 
reproducir los cuerpos que tenemos a la vista: "Lo que la naturaleza hizo al principio, 
decían los alquimistas, podemos hacerlo remontando el procedimiento que ella ha 
seguido; lo que ella quizás hace todavía, con ayuda de los siglos, en sus soledades 
subterráneas, podemos hacérselo terminar en un instante ayudándola y poniéndola en 
mejores circunstancias" (Hoefer). 
Pero el adepto busca también el descubrimiento y la fijación de un fermento misterioso, 
que es precisamente la Piedra, y que no sólo permite retardar casi indefinidamente la 
desintegración de los cuerpos, sino también asegura el progreso rápido de los seres hacia 
el estado superior, regenerando todos los seres imperfectos, cambiando los metales 
"leprosos" en oro y devolviendo la salud a los enfermos. El alquimista se transforma en 
un verdadero superhombre, regenerador del mundo (ver cap. IX). 
Resulta, así, mucho más difícil dar una respuesta precisa a la pregunta: ¿qué es la 
alquimia? Esa palabra abarca diferentes dominios, que pueden ser agrupados en cinco 
aspectos principales: 
1. Una doctrina secreta, la filosofía hermética. 
2. Teorías que se podrían calificar de "científicas" sobre la constitución de la materia. 
3. Un arte práctico cuyos fines principales son la transmutación de los metales y la 
medicina universal. 
4. Una mística. 
5. El Ars Magna, curiosa alianza de misticismo, aspiraciones religiosas, teosofía y 
procedimientos prácticos, especie de síntesis de los aspectos precedentes. 
Hubo tantos alquimistas como categorías precedentemente distinguidas: unos interesados 
casi exclusivamente en la transmutación de metales en oro (crisopea) o en plata 
(argiropea), otros en la medicina; unos, ante todo prácticos; otros, especulativos que 
trataban de disimular sus doctrinas heterodoxas tras el velo de alegorías y de símbolos; 
algunos fueron sobre todo místicos. Pero los maestros del "arte regia"3 han cultivado 
simultáneamente todos los aspectos posibles. 
Exteriormente la alquimia ha evolucionado mucho a través del tiempo; en Occidente no 
 
3 Observemos que la expresión arte regia designaba también, en el lenguaje de las corporaciones 
medievales, a la arquitectura. 
 
 
adquiere su fisonomía definitiva hasta la Edad Media y a veces hasta el siglo XVI (ver 
caps. III y IV). 
El estudio de la alquimia no es, pues, tan fácil como algunos podrían creer, tanto más 
cuanto que es difícil, hasta para un historiador sensato, abandonar el punto de vista de la 
ciencia contemporánea para buscar, detrás de un lenguaje especial de extraño porte, 
conceptos que a primera vista parecen insólitos y extravagantes al hombre moderno. 
Hemos pensado, por lo tanto, que una obra precisa y objetiva sobre este tema abstruso 
pero atrayente sería por su naturaleza interesante para los lectores. Encararemos 
sucesivamente los cinco puntos de vista considerados en este dominio, que permiten una 
aproximación cómoda y metódica al tema; pero primero trataremos de familiarizar al 
lector con la atmósfera de la alquimia europea medieval ysu curioso simbolismo, 
después de lo cual deberemos estudiar sumariamente los orígenes de la alquimia y luego 
las líneas generales de su evolución (caps. III y IV). 
 
CAPÍTULO II 
LOS ALQUIMISTAS Y SU SIMBOLISMO 
 
I. LOS ALQUIMISTAS 
 
LOS ALQUIMISTAS EN LA SOCIEDAD MEDIEVAL. Era un medio curioso y 
bastante heterogéneo el de los alquimistas, verdaderos o falsos. Había nobles y hombres 
de pueblo, religiosos y laicos, cristianos y judíos, sabios e iletrados, hombres y mujeres, 
eruditos y simples artesanos, médicos y “hechiceros”, en resumen; todas las clases 
sociales. Alemania, Francia, Inglaterra e Italia eran recorridas por una multitud de 
alquimistas ambulantes. Esos adeptos, cuya existencia era vagabunda y errante, 
cambiaban a menudo de nombre y viajaban a través de toda Europa. Dejaban la ciudad 
en que vivían en cuanto realizaban una transmutación, sin omitir precauciones para 
permanecer desconocidos. Verdaderos “ciudadanos del mundo”, los alquimistas 
mantenían entre sí estrechas relaciones por medio de sociedades secretas análogas a las 
cofradías, con sus signos de identificación y contraseñas para los iniciados. Así se 
explica la posibilidad de esos viajes prolongados en cuyo transcurso el adepto estaba 
siempre seguro de ser bien acogido dondequiera que fuese (por lo demás, en aquel 
tiempo era muy fácil viajar con poco gasto). Los alquimistas se mezclaban con los 
peregrinos y así se aseguraban alojamiento y comida. Siempre nómades, mezclados a 
veces con los gitanos, los alquimistas estaban verdaderamente en todas partes. Ciudades 
como París o Praga tenían calles especiales enteras, cuyas casas servían de laboratorios o 
de centros de reunión. 
Rodeados de un prestigio mezclado de temor, introducidos hasta en el clero y en las 
 
 
corporaciones de constructores de catedrales, protegidos a veces por los soberanos, 
formaban una verdadera fuerza secreta que era menester tomar en cuenta. 
Considerada por los sabios de entonces como una ciencia de la naturaleza, suscitando 
una verdadera admiración por la experimentación, la alquimia servía eventualmente 
también de vehículo a todas las doctrinas más o menos “heréticas”, obligadas a 
disimularse a los ojos de las autoridades eclesiásticas. 
LA IGLESIA Y LA ALQUIMIA. Los teólogos católicos no quedaron inactivos frente a 
ese desarrollo inquietante. El Papado condenó al arte de Hermes. Así fue como Juan 
XXII, Papa desde 1316 hasta 1334, expidió una bula de excomunión contra todos los que 
cultivaban el arte alquímico (hecho curioso: una tradición pretende, por el contrario, que 
Juan XXII fue su protector), y la Inquisición quemó a cierto número de alquimistas, 
mientras los tribunales seglares condenaban a otros a ser ahorcados. Sin embargo, y a 
pesar de las persecuciones –muy intermitentes por otra parte- la alquimia no dejó de 
prosperar, y algunos adeptos aislados desempeñaron funciones políticas importantes, 
como Jacques Coeur, el “gran platero” del Rey Carlos VII, que había encontrado, dícese, 
la Piedra filosofal. 
LA FORMACIÓN PROFESIONAL DEL ALQUIMISTA. ¿Cómo se llegaba a ser 
alquimista? Los adeptos tenían una idea elevadísima de su profesión: “Quien tenga su 
espalda encorvada sobre nuestros libros –declara la obra conocida con el nombre de 
Turba Philosophorum- y, fiel a nuestro arte, no se deje desviar por pensamientos 
frívolos, quien que se haya confiado a Dios, encontrará un reino que no perderá sino con 
la muerte”. Pero, decían los alquimistas, se necesita tener grandes cualidades y aún gozar 
de un verdadero socorro divino por revelación interior. Esta tendencia se exalta entre los 
cultores del arte regia, que aluden al episodio evangélico (Mateo, XXII) del invitado que 
no vestía ropas de boda, es decir, que no se había purificado moralmente antes de 
emprender la Obra: 
“Examínate a ti mismo. 
Si no te has purificado asiduamente 
las bodas te harán daño. 
Desventurado quien se entretenga por ahí; 
que se abstenga el que sea demasiado liviano”4 
“Lo que caracterizaba en más alto grado al alquimista era la paciencia –escribe Hoefer. 
No se dejaba abatir jamás por los fracasos. El operador arrebatado a sus trabajos por una 
muerte prematura a menudo dejaba en herencia a su hijo una experiencia comenzada, y 
no era raro que éste, a su vez, legara en su testamento los secretos de la experiencia 
inconclusa heredada de su padre”. El aspirante debía seguir el adagio: Lege, lege, relege, 
ora, labora, et invenies” (“Lee, lee, relee, ora, trabaja, y hallarás”). Era necesario leer 
mucho y, sin embargo, desconfiar, de la ciencia puramente libresca. 
 
4 J.V. Andreae, Las nupcias químicas de Christian Rosencreutz (en alemán; trad. Francesa de Auriger y P. Chacornac, 
París, 1928). 
 
 
El adepto, por lo demás, construía personalmente sus aparatos (hornos, retortas, 
alambiques, etc.). 
Pero la enseñanza alquímica es principalmente oral. El novicio se somete a la dirección 
de un maestro. Para encontrar tal maestro el aspirante no vacilaba en emprender largos 
viajes (era, por otra parte, común en muchos estudiantes frecuentar las universidades más 
distantes de su país de origen, con el fin de tomar contacto con los profesores más 
renombrados). 
La enseñanza propiamente dicha consistía a veces en el estudio de uno o varios 
manuscritos, aunque, con más frecuencia, se impartía en forma de preguntas y respuestas 
que era necesario aprender de memoria. 
LOS “GRANDES INICIADOS”. Los adeptos del Arte magna llegan a una concepción 
sobrehumana de la iniciación: así es como, para el rosacruz Robert Fludd, los grandes 
adeptos forman la Iglesia oculta de los elegidos, que se manifiesta en diversos períodos 
de la historia en diferentes formas. Esos “Invisibles”, esos “Inmortales” desconocidos del 
vulgo y dotados de poderes divinos, son los depositarios y guardianes de la Tradición (cf. 
el cap. IX y el apéndice III). Esta doctrina tendrá, por otra parte, una fortuna singular: en 
el siglo XVIII el Conde de Saint-Germain y Cagliostro se prestigiarán como tales, y esta 
concepción se expresa todavía en muchas obras esotéricas de la época actual. 
 
II. II. LA LITERATURA ALQUÍMICA 
EL ESOTERISMO. Los alquimistas se han esforzado por sustraer a los profanos el 
secreto de la Gran Obra, como también, por lo demás, su filosofía secreta. ¿Por qué? Se 
ha dicho con frecuencia que era por razones de seguridad, pero en realidad ese 
esoterismo es deliberado y tiende a ocultar al vulgo secretos que no debe conocer: 
“Revelado el secreto –escribe Roger Bacon en su Opus tertium- se debilita su fuerza. El 
pueblo nada de ello puede comprender. Haría de él un uso vulgar y le quitaría todo valor. 
Es locura dar al asno lechuga cuando se conforma con cardos. Y si los malvados 
conociesen el secreto lo aplicarían mal y convulsionarían el mundo. Yo no debo ir contra 
la voluntad de Dios ni contra el interés de la Ciencia, y por ello no escribiré el secreto de 
modo que cualquiera pueda comprenderlo”. Todo será dispuesto para desanimar a los 
curiosos: “Debe haber siempre, a la puerta del laboratorio, un centinela armado con una 
espada flamígera para examinar a todos los visitantes, y rechazar a los que no merezcan 
ser admitidos.5 Muy pocos, dicen los adeptos, son dignos de entrar en el “Palacio cerrado 
del Rey”, según expresión del Filaletes. Es menester también ocultar el objetivo detrás de 
misteriosos símbolos, cosa que los alquimistas han logrado acabadamente: es 
absolutamente imposible comprender cualquier tratado de alquimia si no se posee, en 
apoyo del conocimiento de las teorías alquímicas, la clave de los principales símbolos 
(ver más adelante § 3). 
 
5 MADATHANUS, Aureum seculum redicicum. 
 
 
 
 
Haremos ahora una especie de inventario de la literatura alquímica medieval, pero 
tambiénde la moderna, pues hasta el final del siglo XVIII y mucho más tarde inclusive, 
ha sido editada gran cantidad de obras de este género. 
LAS OBRAS ESCRITAS. Los tratados europeos de alquimia que nos han llegado son 
abundantísimos y llenarían fácilmente una inmensa biblioteca. Con esta abundante 
producción se pueden constituir dos grupos: primero las traducciones latinas de 
escritores árabes, aparecidas en Occidente hacia el siglo XI, obras confusas, llenas de 
frases y hasta de páginas tomadas literalmente de los alquimistas griegos (cf. Cap. IV, § 
3); luego las obras originales de los alquimistas de Occidente, publicadas en latín, 
después en lengua vulgar, que se multiplican a partir del siglo XIII. Esos escritos están 
en prosa o, con frecuencia, en verso. La influencia de la filosofía hermética en la poesía 
ha sido, por otra parte, considerable. 
A pesar de la cantidad de obras desaparecidas, lo que queda basta ampliamente para 
hacernos conocer la alquimia. Algunos eruditos (Manget, Salmon, Ashmole, etc.) se 
esforzaron otrora en recopilar las obras que juzgaron más representativas. Queda también 
una cantidad grande de manuscritos inéditos en todas las bibliotecas de Europa; sólo muy 
pocos han sido editados. 
Esas obras, aún las más prolijas, intentan salvaguardar el esoterismo multiplicando los 
símbolos extraños y las frases misteriosas, de este género: “Toma, hijo mío, para 
comenzar, la piedra que tú sabes para el Remedio”6. Muy a menudo las operaciones son 
expuestas en un orden cualquiera para hacer el trabajo más inextricable todavía. Y, 
además, la mayor parte de las obras no se limita a la práctica, sino que trata todas las 
doctrinas herméticas y se inicia, de hecho, con una invocación a la Divinidad, como este 
pasaje de Arnaldo de Vilanova al comienzo de su Rosario de los filósofos: “Nuestro 
corazón permanecerá en la inquietud hasta que hayamos retornado a Él, porque la 
esencia superior de los elementos asciende hacia ese Fuego que está por encima de las 
estrellas. Y nosotros, salidos de Él, aspiramos legítimamente a retornar hacia Él, fuente 
única de todas las cosas” (citado por Ganzanmüller). La ilustración acude en apoyo del 
texto. Junto con muy preciosos aparatos, en las obras alquímicas abundan signos como el 
hermafrodita, que representa la unión del principio masculino con el femenino. A partir 
del siglo XV estas figuras se vuelven cada vez más frecuentes y también más 
complicadas; llegan a ser verdaderos pentaclos7, que resumen en sí toda una teoría 
aglomerando en una misma imagen los elementos más variados. Estos curiosos grabados, 
que ayudan a comprender el texto y tienen a veces un real valor artístico, son 
particularmente abundantes en las Doce Claves de Basilio Valentino, en Amphitheatrum 
Sapientiae aeternae de H. Khunrath, en las obras de Maier y Fludd, etc. 
 
6 GÉBER, Summa. 
7 Estrellas de cinco puntas (N. del T.). 
 
 
LAS FIGURAS ALEGÓRICAS. Algunas obras se componen únicamente de imágenes 
simbólicas. Tales son: el Mutus Liber (“Libro mudo”), que expone las diferentes fases de 
la Gran Obra en una serie de planchas sin una palabra escrita; las Figuras de Abraham el 
Judío, comentadas por Nicolás Flamel; el “Gran Rosario” (Rosarius Magnus), etc. 
En esta categoría se puede también incluir el célebre Tarot de los Bohemios, uno de los 
más curiosos objetos esotéricos de Occidente. 
EL TAROT. A fines del siglo XIV se fija en general la llegada de los bohemios (o 
gitanos) a Europa occidental. El esoterismo gitano trajo aportes muy variados (técnicas 
de adivinación, de clarividencia, de magia, poemas místicos tal vez de origen hindú, 
etc.). Mas parece también haberse incorporado la tradición hermética, condensada en un 
“libro” simbólico y emblemático, esto es, el tarot, llamado también “libro de Toth”, que 
no es solamente filosofía hermética. El Tarot comprende setenta y ocho “hojas” 
(constituidas por veintidós láminas “mayores” y cincuenta y seis láminas “menores”), 
cuyas figuras quizás hayan sido dibujadas en el siglo XV. Dispuestas en un orden 
determinado, las veintidós láminas mayores ofrecen toda la cosmogonía hermética (ver 
cap. V, § 2); el Caos, el Fuego creador, la división de la materia única y primordial en 
cuatro elementos, etc. Se vuelve a encontrar, del mismo modo, la teología solar, el 
conocimiento por iluminación (simbolizado por la “Papisa”), la simpatía y la antipatía, el 
dualismo sensual, el mal y la caída. En esas curiosas figuras, cuyo origen es sumamente 
misterioso, es posible encontrar las diferentes fases de la Gran Obra, si hemos de creer a 
algunos esoteristas. 
LAS ESCULTURAS ALQUÍMICAS. Por último, los alquimistas han utilizado las artes 
plásticas para exponer sus doctrinas y sus procedimientos (ver ante todo las obras de 
Fulcanelli citadas en la bibliografía). Algunas viviendas medievales –o renacentistas- 
(como la casa de Jacques Coeur en Bourges), ciertos edificios religiosos (Portal de Saint 
Marcel, de Notre Dame de París; la torre de Saint Jacques, edificada por Nicolás Flamel 
…) son ricos en esculturas simbólicas. 
 
 
III. EL SIMBOLISMO ALQUÍMICO 
Los adeptos, para ocultar al vulgo sus arcanos, constituyeron durante la Edad Media toda 
una simbólica que los alquimistas ulteriores no han dejado de usar hasta comienzos de la 
época contemporánea. Pese a los prejuicios corrientes, este simbolismo dista mucho de 
ser arbitrario: ha permanecido constante por espacio de siglos. Daremos de ello un 
resumen rápido. 
SIGNOS. Los signos propiamente dichos, que parecen jeroglíficos estilizados, eran ya 
conocidos de los alquimistas griegos y así pasaron a los adeptos medievales y a sus 
sucesores más modernos. 
 
 
 
 
 
 
He aquí algunos ejemplos: 
 
 
“Azufre” 
“Mercurio” Tres principios (ver cap. VI) 
“Sal” 
 Oro; Sol 
 Hierro; Marte 
 Alambique 
Figura 1 
Algunos tratados, como la Confessio de chao physico chimicorum de Khunrath, están 
escritos casi exclusivamente en signos. John Dee intentó en su Mónada jeroglífica, 
edificar toda una metafísica mediante esos signos alquímicos: el signo del Sol, por 
ejemplo, representa la Mónada configurada por el punto alrededor del cual el círculo 
simboliza al mundo. 
SÍMBOLOS. Los símbolos que utilizaron los adeptos eran muchos y muy variados. He 
aquí algunos de los más usuales. 
Águila . . . . . . . . . . . . . . . . Volatilización; ácidos empleados en la Obra; aire. 
Águila que devora a un león: volatilización de lo fijo por lo 
volátil. 
Animales . . . . . . . . . . . . . . 
 
1) Animales de la misma especie y de sexo diferente (león-leona, 
perro-perra, etc.): Azufre y Mercurio preparados para la Obra; 
fijo y volátil (macho = el Azufre, principio fijo; hembra = el 
Mercurio, principio volátil). Estos animales, unidos, expresan 
conjunción; si luchan representan fijación de lo volátil o 
volatilización de lo fijo. 
2) Animal terrestre-animal aéreo: fijo y volátil. 
Apolo . . . . . . . . . . . . . . . . . Ver “Sol”. 
Árboles . . . . . . . . . . . . . . . 1) Árbol con lunas: magisterio menor; 
2) Árboles con Soles: magisterio mayor. 
Baco . . . . . . . . . . . . . . . . . Materia de la Piedra. 
Baño . . . . . . . . . . . . . . . . . 1) Disolución del oro y de la plata. 
2) Purificación de esos dos metales. 
Cámara . . . . . . . . . . . . . . . Huevo Filosófico. 
Caos . . . . . . . . . . . . . . . . . Materia prima no diferenciada. 
Circunferencia . . . . . . . . . Unidad de la materia. 
Cisne . . . . . . . . . . . . . . . . . Albura. 
Corona . . . . . . . . . . . . . . . . Perfección metálica (metal transmutado en oro). 
Cristo . . . . . . . . . . . . . . . . . Piedra filosofal. 
 
 
Cuadrado . . . . . . . . . . . . . . Cuatro elementos. 
Cuervo . . . . . . . . . . . . . .. . Color negro que adquiere primero la materia de la Obra cuando se 
la calienta. 
Diana . . . . . . . . . . . . . . . . Ver “Luna”. 
Dragón . . . . . . . . . . . . . . . Dragón en las llamas: fuego 
Dragones en lucha: putrefacción. 
Dragones de Flamel: sin alas (= fijo), alado (= principio volátil). 
Encina hueca . . . . . . . . . . Atanor (horno). 
Espada; hoz . . . . . . . . . . . Fuego. 
Fénix . . . . . . . . . . . . . . . . Color rojo de la Piedra. 
Flores . . . . . . . . . . . . . . . . Colores de la Gran Obra. 
Fuente . . . . . . . . . . . . . . . . Ver “Baño”. 
Grano . . . . . . . . . . . . . . . . Materia de la Piedra filosofal. 
Hermafrodita . . . . . . . . . . Azufre y Mercurio después de la conjunción. 
 
Hombre y Mujer . . . . . . . . 
Azufre y Mercurio. 
En nupcias = conjunción. 
Encerrados en un sepulcro = Azufre y Mercurio en el Huevo 
filosófico. 
Júpiter . . . . . . . . . . . . . . . . Estaño. 
León verde . . . . . . . . . . . . Vitriolo verde. 
Lobo . . . . . . . . . . . . . . . . . Antimonio. 
Luna . . . . . . . . . . . . . . . . . Principio hembra: volátil; plata preparada para la Obra. 
Marte . . . . . . . . . . . . . . . . . Hierro. 
Matrimonio . . . . . . . . . . . Conjunción Azufre-Mercurio. 
Neptuno . . . . . . . . . . . . . . . Agua. 
Niño . . . . . . . . . . . . . . . . . Revestido de púrpura real o coronado: Piedra filosofal. 
Pájaros . . . . . . . . . . . . . . . En vuelo ascendente: volatilización, sublimación. 
En vuelo descendente: precipitación, condensación. 
En oposición a animales terrestres: Aire. 
Pelícano . . . . . . . . . . . . . . . Piedra filosofal. 
 
Perro . . . . . . . . . . . . . . . . . 
Azufre; oro. 
Perro devorado por un lobo: purificación del lobo por el 
antimonio. 
Perro-perra: fijo-volátil. 
Prisión . . . . . . . . . . . . . . . . Huevo filosófico. 
Rebis . . . . . . . . . . . . . . . . . Sinónimo de “hermafrodita”. 
Rey y Reina . . . . . . . . . . . . Ver “Hombre y Mujer”. 
Rosa . . . . . . . . . . . . . . . . . Color rojo. 
Salamandra . . . . . . . . . . . . Fuego. 
Saturno . . . . . . . . . . . . . . . Plomo. 
Sepulcro . . . . . . . . . . . . . . . Huevo filosófico. 
 Tres serpientes: los tres principios. 
 
 
Serpiente . . . . . . . . . . . . . . Serpiente alada: principio volátil, - sin alas: principio fijo. 
Serpiente crucificada: fijación de lo volátil. 
Serpiente que se muerde la cola (Uróboro): unidad de la materia. 
Sol . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Oro preparado para la Obra. 
Venus . . . . . . . . . . . . . . . . Cobre. 
Los alquimistas, para disimular mejor las nociones, utilizan el anagrama, el enigma y el 
acróstico. Así, la Piedra filosofal está designada por la palabra Azoth, formada por la 
letra inicial común a todos los alfabetos (A) y seguida de la última letra de los alfabetos 
latino, griego y hebreo, lo que significa que la Piedra es principio y fin de todos los 
cuerpos. 
ALEGORÍAS Y MITOS. Para disimular las operaciones, los adeptos recurren a las 
fábulas mitológicas. (Se ha llegado a admitir hasta la recíproca, y algunos autores 
hicieron interpretaciones alquímicas de Homero, de Ovidio o de Virgilio). Un mito muy 
difundido es la leyenda del Fénix que renace de sus cenizas. Pero los alquimistas no han 
titubeado en crear alegorías. Veamos una, extraída de una obra alemana, El cofrecillo del 
paisanito8, que simboliza los colores tomados por la materia durante la Gran Obra: “y, 
habiéndome ido de viaje, me encontré entre dos montañas donde admiré a un hombre de 
campo, grave y modesto en su porte, vestido de un manto gris, con un cordón negro en el 
sombrero, envuelto en una bufanda blanca, ceñido por una correa amarilla y calzado con 
botas rojas”. (Subrayado nuestro). 
CRIPTOGRAFÍA. Los alquimistas han empleado con frecuencia la criptografía 
utilizando letras (Raimundo Lulio), letras mezcladas con cifras, escritura invertida, 
alfabetos enteros compuestos de signos extraños (Tritheim). Algunos autores han 
recurrido a la música, han procurado relacionar los sonidos con las reacciones de la 
materia, particularmente el adepto rosacruz Michael Maier (tentativa repetida por Cyrano 
de Bergerac en su Histoire comique des Etats et Empires de la Lune). 
ALQUIMIA Y RELIGIÓN. Los adeptos han hecho múltiples analogías religiosas y han 
hallado una especie de culto de la naturaleza: “La Naturaleza –decía Lulio en su Teoría- 
ha fijado un tiempo para la concepción, la gravidez y el alumbramiento. Así el 
alquimista, después de haber fecundado la materia prima, debe esperar el término del 
nacimiento. Cuando ha nacido la Piedra, debe nutrirla como a un niño hasta que ella 
pueda soportar un gran fuego”. Los alquimistas han comentado extensamente la palabra 
evangélica si el grano no muere no puede dar frutos, que interpretan diciendo que, así 
como el trigo que debe corromperse en el seno de la tierra, la materia de la Piedra debe 
pasar por una fase de putrefacción. De este modo la alquimia se ha anexado el dominio 
religioso; autores como Ripley o Nurysement han llegado a interpretar alquímicamente 
las Escrituras. Así es como George Ripley dice en su Libro de las doce puertas: “El 
mundo y la Piedra provienen de una masa informe. 
La caída de Lucifer, como el pecado original, simboliza la corrupción de los metales 
viles”. Los adeptos cristianos han tratado de hacer de su arte una especie de religión 
 
8 Citado por Poisson, Théories et symboles des alchimistes págs.. 46-47. 
 
 
esotérica, superior al cristianismo ordinario: no vacilan en comparar a Cristo con la 
Piedra filosofal, pues la Piedra, asimilada a la causa final que puede reproducirse por sí 
misma, se fecunda y engendra como el Verbo de Dios. 
El Ars magna, por las múltiples comparaciones tomadas de la Pasión del Salvador, 
resulta un verdadero gnosticismo (ver cap. IX). 
Terminamos este breve paseo por entre los adeptos en la Edad Media y su posteridad en 
el Renacimiento y el Gran Siglo, con esta síntesis del simbolismo alquímico, que 
merecería un volumen entero para ser convenientemente tratado, aunque solo fuera en lo 
que concierne a la antigüedad de esos curiosos símbolos, tales como el Uróboro 
gnóstico, la Serpiente que se muerde la cola encerrando en su centro la fórmula “hèn tò 
pân” (uno el Todo”), símbolo, a un tiempo, de la unidad cósmica y de la Obra, que no 
tiene principio ni fin … Mas ahora debemos hacer un poco de historia, estudiar los 
orígenes y las grandes etapas de la alquimia. 
 
CAPÍTULO III 
LOS ORIGENES DE LA ALQUIMIA 
I. LAS FUENTES LEGENDARIAS 
EL ARTE MALDITA. Los adeptos aceptaban de buen grado atribuir a su arte un origen 
maldito. Uno de los más célebres alquimistas griegos, Zósimo de Panópolis (ver cap. IV, 
§ 1), escribía las siguientes líneas, citadas a menudo por los discípulos de Hermes: “Las 
antiguas y santas Escrituras dicen que algunos ángeles, enamorados de las mujeres, 
descendieron a la Tierra y les enseñaron las obras de la naturaleza; y por ello fueron 
arrojados del cielo y condenados a perpetuo exilio. De ese comercio nació la raza de los 
gigantes. El libro en el cual enseñaron las artes se llama Khêma. Allí tiene su origen el 
nombre de khêma, aplicado al arte por excelencia”. (Se encuentra también esta leyenda 
en el Libro de Enoc, inspirado tal vez en este pasaje del capítulo V del Génesis: “Los 
hijos de Dios, al ver que las hijas de los hombres eran bellas, escogieron mujeres entre 
ellas”). Hay en esta concepción de la ciencia, encarada como impía y maldita, un eco del 
viejo mito bíblico del Árbol de la Ciencia cuyo fruto perdió a la humanidad (recordar el 
carácter mágico atribuido entre los primitivos y por todos los antiguos a los que se 
ocupan en la extracción y trabajo de los metales). 
Zósimo continúa su relato y nos dice como el arte sagrada, conocida primero solo por 
los sacerdotesegipcios, fue inmediatamente después revelada a los judíos 
fraudulentamente, y como éstos la hicieron conocer al resto del mundo. 
HERMES TRISMEGISTO. Los alquimistas preferían a menudo un patronazgo divino, el 
de Hermes Trismegisto, “el tres veces grande”, a quien se suponía inventor de las 
ciencias y de las artes. (La alquimia ha debido su nombre de arte hermético a este 
patronazgo asignado a Hermes). El dios egipcio Thoth, que los griegos asimilaron a 
 
 
Hermes, era escriba de los dioses y divinidad de la sabiduría. Thoth-Hermes era el 
custodio y transmisor de la tradición, “la representación misma del antiguo sacerdocio 
egipcio o, mejor, del principio de la inspiración suprahumana cuya autoridad tenía y en 
cuyo nombre formulaba y comunicaba el conocimiento iniciático” (R. Guénon). 
Es menester, también, observar que los alquimistas consideraban a veces a Hermes como 
un personaje humano, un viejo rey, inventor de las ciencias y del alfabeto, el primer 
sabio. 
II. LAS FUENTES PSICOLÓGICAS 
La alquimia, como toda doctrina esotérica, responde a determinadas aspiraciones, a 
ciertos deseos, a tendencias eternas del espíritu humano; responde a una estructura dada 
–tradicional- del pensamiento; de ahí la posibilidad de un estudio psicológico del 
simbolismo alquímico. 
El dualismo sexual, herencia de mitos religiosos milenarios, está sumamente 
desarrollado en la literatura alquímica, donde encontramos cuadros de este género: 
Macho Hembra 
Esperma Menstruo 
Activo Pasivo 
Forma Materia 
Alma Cuerpo 
Fuego Agua 
Cálido-seco Frío-húmedo 
Azufre Mercurio 
Oro Plata 
Sol Luna 
Levadura Pasta no leudada 
 
Todas las oposiciones se ordenan en función de la oposición fundamental masculino-
femenino: la Gran Obra es la unión del elemento masculino, el Azufre, y el elemento 
femenino, el Mercurio. Y todos los autores multiplican las comparaciones tomadas del 
lenguaje de la unión y de la generación (cf. Caps. V y VI). 
Pero sería una interpretación demasiado simplista vincular la alquimia, como todas las 
concepciones de este género, con la irrupción de una sexualidad exacerbada. Todos estos 
antiguos símbolos lo mismo que el del fuego, que desempeña una función tan importante 
entre nuestros adeptos (cf. la expresión philosophus per ignem, “filósofo por el fuego”, 
empleada para designar al alquimista, son de origen tradicional: de ahí la posibilidad, 
sobre todo en lo referente al Ars magna, de hallar el significado profundo del 
simbolismo, de hacer una especie de fenomenología de la iconografía alquímica. Esto 
fue intentado por C. G. Jung en su obra Psicología y Alquimia (1944), en la que brinda 
 
 
cantidad de ilustraciones extraídas de antiguos tratados alquímicos y muestra sus 
analogías asombrosas con las visiones y los sueños. La alquimia es encarada como una 
técnica de salvación que procura liberar la chispa de la luz eterna caída en las tinieblas 
de la materia. 
“El opus cristiano era un operari de los que tenían necesidad de ser liberados, en honor 
del Dios salvador; mientras que el opus alquímico era el esfuerzo del hombre salvador 
que se consagraba al Alma universal divina, adormecida en la materia, en espera de la 
liberación9. Reencontramos el fin último del Ars magna y la ambición desmedida del 
adepto, que se constituye en salvador de la propia Divinidad (ver caps. I y IX). 
 
III. LOS ORÍGENES HISTÓRICOS 
LA ALQUIMIA ORIENTAL Y LA ALQUIMIA GRIEGA. El Oriente conoció la 
alquimia y allí encontramos, en un lenguaje a veces muy diferente, la misma aspiración 
de liberación extracósmica. 
Según la leyenda, los chinos habrían practicado la alquimia desde 4.500 años a.C. Pero 
es el taoísmo, doctrina atribuida a Lao-tse (hacia 600 a.C.) el que, a partir sobre todo del 
siglo III de nuestra era, originó este tipo de investigaciones. El taoísmo distingue dos 
principios complementarios: el yang, principio masculino que es la luz, el calor, la 
actividad y que tiene su sede principal en el Sol; y el yin, principio femenino que es la 
oscuridad, el frío, la pasividad y que radica en la Tierra. Todo se explica por la lucha y la 
reunión de ambos principios. Primero aparece el k’i, especie de espíritu vital aeriforme, 
sutil, al cual todo lo que vive debe su existencia. Luego las interacciones del yin y del 
yang engendran cinco elementos (el agua, el fuego, la madera, los metales, la tierra) que 
forman todos los seres de la naturaleza. De estas premisas los alquimistas chinos 
derivaban toda una práctica muy compleja tendiente a la obtención de la Piedra filosofal 
y de la Inmortalidad, para llevar los seres a su máxima perfección10. 
La India también supo de investigaciones alquímicas, que constituyen una de las 
disciplinas ocultas del tantrismo (hindú y budista). 
Todavía no se conocen bien la interpretación histórica de esas alquimias orientales y de 
la que nos es más familiar. Será la alquimia occidental, exclusivamente, la que nos ocupe 
aquí, porque ésta ha cumplido, en la historia del pensamiento europeo, una misión muy 
importante, y porque es también más accesible al especialista. 
Fue en Egipto, durante los primeros siglos de nuestra era, y más particularmente en 
Alejandría, donde se manifestó la alquimia por influencia del sincretismo filosófico-
religioso de la época helenística combinado con los conocimientos prácticos debidos a 
médicos y metalúrgicos. De allí pasó a los bizantinos y después a los árabes. 
 
9 Obra cit. (Hay trad. Española, Buenos Aires, 1960) 
10 Cf. F. DE MÉLY, “L’Alchimie chez les Chinois et l’Alchimie grecque”, Journal des Savants, París, 1895, y los 
trabajos de F. Maspero. 
 
 
El estudio de los orígenes remotos de la alquimia griega es difícil, en gran parte por la 
escasez de testimonios probatorios anteriores al fin del Imperio Romano. La primera 
mención oficial de la alquimia aparece durante Diocleciano, quien por un edicto ordenó 
destruir todos los libros egipcios alusivos a la fabricación del oro y de la plata. 
Sin embargo, el estudio de los textos permite, en cierta medida, llegar más atrás del siglo 
IV de nuestra era y realizar un censo de las influencias formativas. 
EGIPTO. El Egipto era considerado por la unanimidad de los alquimistas europeos como 
la patria de origen del arte sagrada y, sin duda, los conocimientos esotéricos de los 
sacerdotes egipcios no dejaron de desempeñar un gran papel. 
Encontramos en los alquimistas de Alejandría algunos rasgos característicos de las 
doctrinas religiosas del Egipto antiguo. Esta influencia es, sin embargo, bastante difícil 
de aislar, ahogada, como parece haber estado, por la masa de ideas helenísticas. 
CALDEA E IRÁN. Babilonia ha desempeñado un papel de primera categoría en todo lo 
que se relacione, de cerca o de lejos, con las ciencias ocultas. Nada mejor podríamos 
hacer que citar estas líneas de René Berthelot, en su libro La pensé de l’Asie et 
l’Astrobiologie11 : “La primera ciencia humana nació con las primeras industrias 
metalúrgicas, especialmente con las primeras aleaciones en proporciones definidas (en 
particular el bronce), los primeros esmaltes y el teñido de los géneros, así como por el 
uso de la balanza. Pero los caldeos asociaron estos procedimientos a teorías astrológicas 
sobre la fecha de las operaciones químicas (es decir, sobre la situación de los astros 
definida por esta fecha) … No es casualidad que más tarde, en el Imperio Romano, la 
palabra mathematici resultara sinónima de astrólogos, como tampoco es accidental que 
la alquimia y la astrología fueran interrelacionadas constantemente desde esta época, ni 
que estuvieran vinculadas, una y otra, con la idea de una correspondencia entre lo que los 
griegos llamaban microcosmo y macrocosmo, es decir, entre el organismo individual y el 
universo, organismo universal que forman el Cielo y la Tierra”. 
La alquimia debe al Irán lareformulación de varios mitos y leyendas relativos al Hombre 
primordial12, cuya muerte y desmembramiento originaron los diferentes metales. 
FUENTES HEBRAICAS Y GRIEGAS. En las obras alquímicas aparecen cantidad de 
leyendas hebreas (cf. el libro de Enoc y los otros Apocalipsis judíos). En lo que 
concierne a las doctrinas puramente helénicas, los alquimistas se han servido de todas las 
filosofías griegas (presocráticos, estoicismo, etc.), en gran parte, destaquémoslo, por 
medio de los neoplatónicos de Alejandría y los herméticos. 
GNOSIS PAGANAS Y CRISTIANAS. La alquimia griega parece formada en el siglo III 
d.C., en ese período confuso y atrayente donde todas las doctrinas aspiran a la vez a la 
salvación, la pureza y al conocimiento por iluminación (gnosis), impregnadas de las 
mismas tendencias fundamentales de la sensibilidad de la época, caracterizadas así por 
 
11 RENÉ BERTHELOT, La pensé de l’Asie et l’Astrobiologie, París, Payot, 1938. 
12 Es el Adam Kadmón de los cabalistas. 
 
 
A.-D. Nock: “deseo de incertidumbre y de revelación, gusto por el esoterismo, 
propensión a las abstracciones, cuidado del alma y de su salvación, tendencia a 
considerar el mundo en relación con la suerte del alma y a ésta en relación con el mundo. 
El hombre veía oscuramente en un espejo, se veía y tenía clara conciencia de distinguirse 
de la mayor parte de los hombres, que no se veían a sí mismos”. 
El hermetismo propiamente dicho, forma especial de gnosis pagana, comprendía una 
literatura muy ramificada, consagrada a temas diversos (astrología y otras ciencias 
ocultas, doctrinas filosóficas, religiosas, etc.), presentadas siempre como revelaciones y 
no como descubrimientos. “Cuando las creencias de Egipto entraron en el marco de la 
cultura griega –escribe Nock- y sufrieron su influencia, Thoth conservó su función 
tradicional y una nueva literatura en griego se desarrolló con su nombre”. Desde el 
segundo siglo, los textos herméticos se multiplicaron y la cantidad de escritos atribuidos 
a Hermes era, al decir del neoplatónico Jámblico (en su libro De los misterios), superior 
a veinte mil volúmenes. Entre los escritos consagrados a las artes de adivinación que nos 
han llegado, se destaca la serie de obras filosófico-religiosas compiladas en el Corpus 
Hermeticum. Es una sucesión de diálogos entre personajes divinos (Hermes, Isis, Horus, 
etc.) que apunta a la naturaleza de Dios, el origen del mundo, a la creación y caída del 
hombre, a la iluminación divina como único medio de liberación. Esas obras, en 
particular el Poimandres, no cesaron de ser comentadas hasta el siglo XVII. En este 
sentido se plantea el problema de la conexión de esta literatura con la filosofía hermética 
de la Edad Media y del Renacimiento (ver cap. IV. § 3 y cap. V). 
El neoplatonismo, doctrina de la Escuela de Alejandría, ejerció igualmente una 
importante influencia en la formación de la alquimia. El neoplatonismo tardío, influido 
por el hermetismo y las religiones mistéricas, se parecía más, por otra parte, a la gnosis 
pagana que a la filosofía propiamente dicha. 
En cuanto al gnosticismo cristiano que proliferaba en Alejandría, desempeñó un papel 
preponderante. Por lo demás, la alquimia tomó el estilo complicado de la gnosis, que 
mediante imágenes a la vez grandiosas y confusas intentaba iniciar a sus fieles en los 
secretos del cosmos, de la esencia y de los fines del universo, de las manifestaciones de 
la Divinidad y de la lucha eterna entre los principios del bien y del mal. Hay profunda 
analogía entre la gnosis, que enseña el sentido verdadero de teorías filosóficas y 
religiosas, disimulado tras el velo de símbolos y alegorías, y la alquimia, que en cuanto 
doctrina busca el conocimiento de las propiedades ocultas de la materia y las representa 
por símbolos. Los alquimistas utilizaron copiosamente los símbolos gnósticos, en 
particular el famoso Uróboro, que se encuentra grabado en las gemas y talismanes que 
posee la Biblioteca Nacional de París (cf. las sectas conocidas con el nombre de naasenos 
u ofitas, que veneraban la serpiente como símbolo del Alma del mundo, la que envuelve 
todo lo que existe, encerrando el universo creado). 
La alquimia griega se manifestó en un período de intenso fervor espiritual; muestra la 
colaboración de influencias y tendencias bastante diversas, aunque de inspiración 
análoga, y se presenta como un vasto sincretismo que une el arte práctico de los egipcios 
con la filosofía griega, las doctrinas orientales con el misticismo alejandrino; como una 
 
 
prestigiosa mezcla de elementos orientales, griegos, judíos, cristianos: según lo observa 
A. Ouy, la alquimia era “en cierto modo la imagen de la población de Alejandría”. 
 
 
CAPÍTULO IV 
LAS GRANDES ETAPAS DE LA ALQUIMIA 
 
I. ALEJANDRÍA Y BIZANCIO 
LA LITERATURA ALQUÍMICA GRIEGA. La alquimia, según hemos visto, parece 
nacida en Alejandría de un complejo constituido por especulaciones y prácticas 
helénicas, caldeas, egipcias y judías. El arte sagrada tomó, en el siglo IV 
principalmente, gran extensión en Egipto y en las provincias romanas vecinas. 
Toda la literatura alquímica de este período está en idioma griego. Los manuscritos 
forman una colección de textos, de los cuales los más viejos no trasponen el siglo III y 
los más recientes pertenecen al período bizantino. Se pueden dividir estos textos en 
cuatro categorías: 
1°. Escritos atribuidos a personajes divinos: Hermes, Isis, Agatodemon, etc. 
2°. Escritos atribuidos a soberanos célebres: Kheops, Alejandro, Heraclio, etc. 
3°. Escritos atribuidos a sabios ilustres: Platón, Aristóteles, Tales, Heráclito, Zoroastro, 
Pitágoras, Moisés, etc. 
4°. Y, por último, las obras cuyos autores reales son conocidos: Zósimo, Olimpiodoro, 
Sinesio, etc. 
ALQUIMISTAS ALEJANDRINOS. La edad de oro de la alquimia alejandrina va desde 
el fin del siglo III hasta el comienzo del siglo V. Desde el principio fue verdaderamente 
un arte sagrada que debía mantenerse al margen de la muchedumbre, y el esoterismo 
inherente no dejó de acentuarse también a medida que las autoridades eclesiásticas de la 
ciudad se volvían más y más intolerantes, sobre todo a partir de fines del siglo IV. 
Los alquimistas de Alejandría pertenecían a diversas religiones (cristianismo, judaísmo, 
paganismo), aunque de hecho profesaban el mismo iluminismo exaltado de doctrinas 
teosóficas análogas. Señalemos el gran papel desempeñado por las mujeres durante este 
período. 
Zósimo (comienzos del siglo IV), oriundo de Panópolis, aunque vivió en Alejandría, fue 
el más célebre alquimista griego, apodado “corona de filósofos”. Fue autor de gran 
 
 
cantidad de obras, muchas de las cuales han sido conservadas. 
María la Judía. Vivió, sin duda, en el transcurso del siglo IV. Inventó el kerotakis, vaso 
cerrado en el que delgadas láminas de cobre y de otros metales podían ser expuestas a la 
acción de diversos vapores, y el procedimiento designado aún hoy por el nombre de 
“baño de María”. En la metrópoli egipcia hubo otras mujeres alquimistas; la más célebre 
de las cuales fueron Cleopatra la Copta y Teosebia, “hermana hermética” de Zósimo. 
Sinesio (fin del siglo IV), era quizás el mismo famoso obispo de Ptolomea en Cirenaica, 
discípulo de la neoplatónica Hipatía, asesinada en 415 por el populacho cristiano de 
Alejandría. 
Oliompodoro vivió al comienzo del siglo V. Era un historiador y un filósofo que enseñó 
en la escuela de Alejandría y que, según la tradición, fue enviado como embajador ante 
Atila (412). 
BALANCE DE LA ALQUIMIA GRIEGA. Desde un punto de vista fundamental, las 
obras de esos alquimistas alejandrinos aparecen como una amalgama curiosa, donde 
encontramos teorías que asumen aspecto gnóstico mezcladas con visiones extáticas, 
descripciones detalladas de aparatos y experiencias, unidas a múltiples exhortaciones al 
lector deguardar el secreto del Arte. El alquimista intenta realizar la Gran Obra por 
medio de tres clases de operaciones distintas aunque simultáneas: 
La transmutación de metales en oro (crisopea) o en plata (argiropea) mediante el 
descubrimiento de la Piedra filosofal. 
El descubrimiento de la Panacea y la prolongación indefinida de la vida humana. 
La Felicidad perfecta en el seno de la Divinidad, la identificación con el Alma del mundo 
y la relación con los Espíritus celestes. 
Así se nos presenta la alquimia alejandrina, cuyos desarrollos ulteriores solo debían, en 
resumen, diversificar en extremo estas tendencias fundamentales. 
LOS BIZANTINOS. De Alejandría, la alquimia pasa a los bizantinos, y hombres como 
Estéfano o Eneas de Gaza (siglo VI) la cultivaron asiduamente. El arte hermética se 
benefició con el apoyo oficial durante el reinado del emperador Heraclio. Más tarde la 
alquimia fue más o menos perseguida, aunque no fue desterrada de Bizancio; en el siglo 
XI el filósofo platónico Miguel PSELLOS llegó hasta a intentar la apuesta de realizar de 
ella un arte positivo y racional, despojado de todo esoterismo. 
La alquimia bizantina tuvo notable proyección exterior pero fue sobre todo por los árabes 
como llegó al Occidente cristiano. 
 
II. LOS ÁRABES 
 
 
LA ALQUIMIA ÁRABE. Los árabes tuvieron un papel preponderante en la alquimia, 
como, por otra parte, lo demuestra la gran cantidad de palabras árabes empleadas por los 
adeptos e incorporadas al lenguaje corriente: “alquimia”, “alcohol”, “alambique”, 
“elixir”, etc. 
 
La alquimia se difundió muy temprano en el mundo islámico, y poseemos gran cantidad 
de obras herméticas escritas en árabe. Según la leyenda, el príncipe omeya Jalid ib 
Kjazid (Calid), que reinó en Egipto en la primera mitad del siglo VII, habría aprendido el 
arte sagrada por intermedio de un ermitaño oriundo de Roma aunque residente de 
Alejandría, Moriano, discípulo a su vez de un filósofo cristiano llamado Ádfar. De 
hecho, el papel esencial en la trasmisión de escritos griegos al árabe fue desempeñado 
por los sabios coptos de Egipto, impregnados de cultura alejandrina. La alquimia fue 
cultivada principalmente entre las comunidades místicas del Islam, poderosamente 
influidas por las gnosis y el neoplatonismo; y, a pesar de los defensores de la estricta 
observancia coránica, las doctrinas y los trabajos griegos fueron rápidamente difundidos 
en el mundo árabe. 
ALGUNOS ALQUIMISTAS MUSULMANES. Djábir ibn Hayyán, a quien los 
occidentales llaman GÉBER, vivió hacia 720-800. Nacido en Kufa, junto al Éufrates, 
perteneció a una cofradía de sufíes. Fue un gran sabio que intentó aplicar las matemáticas 
al estudio del cosmos y descubrió una cantidad de cuerpos químicos nuevos, como el 
ácido sulfúrico, el ácido nítrico y el agua regia. De su obra más importante, Summa 
perfectionis magisterii, solo se conoce la traducción latina. 
Razes, derivado de su verdadero nombre ar-Razí, muerto alrededor del año 930, ensayó 
preferentemente aplicar la alquimia a la medicina. Ibn Sina, más conocido con el nombre 
occidentalizado de AVICENA (980-1036), cultivó todas las ramas del saber y hasta 
presintió algunos descubrimientos de la geología. Personalmente consideró las 
transmutaciones como cambios en el aspecto y no en la naturaleza de los cuerpos. 
Otros autores, como el Artephius de los adeptos medievales, idéntico sin duda al poeta 
at-Tugraí, ejecutado alrededor de 1120, se orientan decididamente hacia el iluminismo, 
fundando el arte alquímico en la revelación y en la iniciación. Algunos místicos del 
Islam, como al-Gazali o Algacel (muerto alrededor del año 1111) rechazaron totalmente 
las operaciones materiales y no admitieron más que una alquimia interior y espiritual 
(Kimyá as-saada, “alquimia de la felicidad”), análoga a la concepción masónica del Arte 
de Hermes (ver cap. VIII). 
 
III. LA ALQUIMIA EUROPEA 
PASO DE LOS ÁRABES A OCCIDENTE. La alquimia pasó de Oriente a Occidente 
gracias a los árabes. ¿Cómo se operó este pasaje? 
 
 
1°. La influencia árabe penetró en Occidente primero por España: el califato de Córdoba 
alcanzó su apogeo durante los reinados de Abderramán II (912-961) y de al-Hákam II 
(961-976). Se crearon escuelas públicas y bibliotecas que atrajeron a estudiantes de todo 
el mundo mediterráneo. Según la tradición, el monje Gerbert, más tarde Papa con el 
nombre de Silvestre II (999-1003), fue el primer europeo que conoció las obras 
alquímicas escritas por árabes; aunque personalmente fuera sobre todo teólogo y 
matemático. 
2°. Pero fueron principalmente las Cruzadas las que pusieron al Occidente en relación 
con la civilización árabe y despertaron vivo interés por la ciencia oriental. Observemos 
también que Sicilia constituye un nexo entre Oriente e Italia: el astrólogo Miguel Escoto 
dedicó su De Secretis (1209), obra en la cual las teorías alquimistas estaban 
extensamente desarrolladas, a su maestro el emperador Federico II de Hohenstaufen. 
La alquimia comenzó a ponerse de moda en Occidente a mediados del siglo XII, época 
en que fue traducida del árabe al latín la obra conocida con el nombre de Turba 
philosophorum (“La turba de filósofos”). Es ésta una obra anónima, caótica y oscura, que 
relata una especie de concilio celebrado por los filósofos para fijar los términos del 
vocabulario hermético; los interlocutores son: Anaxímenes, Empédocles, Sócrates, 
Jenófanes y otros grandes pensadores de Grecia curiosamente “arabizados” en Ixidimus, 
Pandolfus, Frictes, Acsabofen … Las traducciones del árabe aumentaron 
progresivamente y suscitaron, en el siglo décimo-tercero una extraordinaria boga literaria 
de la alquimia. 
EL HERMETISMO MEDIEVAL. La Tabla de Esmeralda. A partir del siglo XII 
apareció en Occidente toda una serie de obras atribuidas a Hermes13, de las cuales la más 
conocida es la célebre Tabla de Esmeralda (en latín Tabula Smaragdina) que ningún 
alquimista ha omitido comentar desde la Edad Media. Es un texto muy corto, y ésta es su 
traducción14: 
“El Sol es el padre, la Luna es la madre, el viento la ha llevado en su vientre, la Tierra es 
su nodriza, el Telesma (“perfección”) de todo el mundo está aquí. 
“Su poder no tiene límites sobre la Tierra. 
“Tú separarás la Tierra del Fuego, lo sutil de lo espeso, suavemente, con mucha destreza. 
“Él sube de la Tierra al Cielo y enseguida baja nuevamente a la Tierra, y recoge la fuerza 
de las cosas superiores e inferiores. Tendrás así toda la gloria del mundo porque toda 
oscuridad se alejará de ti 
“Es la fuerza fuerte de toda fuerza, pues vencerá todo lo sutil y penetrará todo lo sólido. 
“Así el mundo ha sido creado. 
 
13 CF. L. THORNDIKE, A History of Magic …, t. II, Nueva York, cap. XLV. 
14 En POISSON, Cinq traités d’Alchimie, págs.. 2-3. 
 
 
“He aquí la fuente de las admirables adaptaciones indicadas aquí. 
“Por eso he sido llamado Hermes Trismegisto, poseedor de las tres partes de la Filosofía 
universal. 
Lo que he dicho de la operación del Sol es completo”. 
 
Todo es misterioso en este texto, verdaderamente “hermético” en el sentido corriente de 
la palabra. Lo son su fecha y su origen: los alquimistas le atribuían un origen fabuloso; la 
Tabula habría sido, según ellos, grabada por el propio Hermes sobre una esmeralda 
(origen de su nombre) y encontrada en la tumba de aquél (escenario clásico de la 
literatura esotérica: pensemos en el descubrimiento de la tumba de Rosenkreutz relatado 
en el manifiesto rosacruz titulado Fama Fraternitatis Roseae Crucis). Los historiadores 
se han esforzado por fechar ese texto, cuyo tenor ha sido conservado fielmente en 
manuscrito desde el siglo XIII. La Tabla de Esmeralda parece la versión de un texto 
árabe (siglo X?) traducido a su vez de un original griego más antiguo (siglo IV?). 
también es misterioso el propio tema que se trata: a primera vista ese textoextraño puede 
parecer verbalismo y delirio. Mas, para quien está al corriente de la doctrina hermética y 
de la alquimia, esta obra rara está en realidad plena de sentido; en ella encontramos la 
doctrina de la unidad cósmica, la de la analogía y correspondencia entre todas las partes 
de la Creación, como entre la Creación y la Gran Obra: es un discurso pronunciado por el 
Mercurio de los Sabios sobre cómo se elabora la Obra filosofal (cf. los caps. V y VIII). 
Entre las otras obras atribuidas a Hermes, cabe mencionar el Libro de los XXIV 
Filósofos, apócrifo del siglo XII, donde se halla la definición célebre de Dios, “círculo 
cuyo centro está en todas partes y cuya circunferencia, en ninguna”. 
LOS ALQUIMISTAS DEL SIGLO XIII. En el siglo XIII la alquimia alcanza en 
Occidente gran difusión. Suelen advertirse entre los autores de este período 
preocupaciones de orden científico ligadas al sincero afán de salvaguardar la ortodoxia 
católica. 
San Alberto el Grande (1193-1280) se interesa por la alquimia desde un punto de vista 
científico, experimental, y sus obras describen con precisión cantidad de hechos 
positivos. Su discípulo, santo Tomás de Aquino (1226-1274), contrariamente a la 
leyenda, no cultivó el arte sagrada. Empero, consideraba la alquimia como una ciencia 
perfectamente lícita mientras no entrara en los dominios de la magia15. 
Roger Bacon (121|4-1294) fue uno de los más grandes sabios de la época y se interesó 
mucho por las investigaciones experimentales sobre la transmutación de los metales. 
Con el médico Arnaldo de Vilanova (1245-1313), amigo del Papa de Aviñon Clemente 
V, la alquimia se revela más filosófica: desarrolla la noción, tomada quizás de la Cábala, 
 
15 Cf. Suma teológica, II, q. LXXVII, art. 2. 
 
 
del spiritus, que constituye el vehículo de la influencia de los astros en el universo y, por 
analogía, el mediador entre el alma y el cuerpo en el microcosmo humano16. La tradición 
considera discípulo suyo a Raimundo Lulio (1235-1313), el “Doctor iluminado”. Este 
extraño personaje, nacido en Palma de Mallorca, persiguió durante toda su vida el gran 
proyecto de convertir a los infieles mediante su apostolado. De acuerdo con historiadores 
modernos, todos sus tratados alquímicos serían apócrifos. 
 
Durante el siglo XIII la alquimia había tomado en suma, la apariencia de una ciencia de 
la naturaleza perfectamente compatible con las enseñanzas corrientes de la Iglesia. Pero 
el iluminismo, que no había dejado de bullir durante este período, no tardaría en invadir 
los tratados de los adeptos. 
EL SIGLO XIV. El siglo XIV presenció un gran desarrollo de las obras escritas y la 
aparición, cada vez más intensa, de inclinaciones teosóficas. Ya el Roman de la Rose, 
verdadera obra maestra de la poesía hermética, cuyos autores eran GUILLERMO DE 
LOBRIS y JUAN DE MEUNG, exaltaba en forma simbólica la Gran Obra mística, 
paralela al descubrimiento de la Piedra filosofal, por la cual el alma humana alcanza la 
serenidad perfecta de la iniciación a través de pruebas múltiples, en tanto que la Rosa 
representaba a la vez la Gracia Divina y la Piedra. Idénticas tendencias cristianas 
esotéricas se encuentran en la Divina Comedia de Dante17. 
Los alquimistas más notables de este período fueron Petrus Bonus (de Ferrara); el 
hermano menor de Juan de Roquetaillade; Martín Ortholain (Ortulanus), que vivió en 
Francia a mediados del siglo; John Cremer (1327-1377), abate de Westminster … y 
sobre todo el célebre Nicolás Flamel. 
NICOLÁS FLAMEL Y EL ARTE REGIA. Flamel (1330-1418), oriundo de Pontoise, 
establecido en París como escribano público y luego como bibliotecario de la 
universidad, se consagró más tarde a la arquitectura: la iglesia Saint-Jacques-de-la-
Boucherie (de la que sólo queda hoy el campanario) fue construida por él. Después de 
andar a tientas durante veinticuatro años, ayudado por su mujer Pernelle, descubrió el 
manuscrito de un tal Abraham el Judío que representaba la Gran Obra en una serie de 
figuras cuyo secreto habría de descubrir Flamel después de un largo viaje por España18. 
Nicolás Flamel fue verdaderamente un maestro del arte regia que debía expandirse 
plenamente durante el siglo XV, uno de los períodos más complejos y menos conocido 
que encierra la Edad Media propiamente dicha. 
EL SIGLO XV. En este siglo la alquimia se revela francamente como gran doctrina 
iluminista: en esta época confusa en que las herejías abundan, cuando las doctrinas 
teosóficas y mágicas se extienden a través de toda Europa, la alquimia se resuelve en 
doctrina secreta disimulada tras las normas alegóricas y misteriosas, y cuya inspiración 
 
16 Cf. M. HAVEN, Arnauld de Villeneuve, París, 1898. 
17 Cf. E. Aroux, Dante hérétique …, París, 1939. 
18 Ver A. POISSON, Nicolás Flamel, París, 1893. 
 
 
parece muy distante de las devociones populares corrientes. Muchas obras de este 
período son anónimas. Sin embargo, algunos personajes atraen la atención: Juan de la 
Fonteine, preboste de la ciudad de Valenciennes, Isaac el Holandés; Bernardo, conde de 
Trevisan (1406-1490); Eck de Sulzbach; los ingleses George Ripley (1450-1490) y 
Thomas Norton … 
 
 
BASILIO VALENTINO. Debe asignarse lugar aparte a Basilio Valentino, que habría 
vivido en un convento de benedictinos, en Erfurt, hacia 1413. Sus manuscritos, 
encontrados, según la leyenda, en la iglesia de Erfurt después que un rayo hubiera 
quebrado una columna, no fueron impresos hasta 1602. Muchos historiadores también lo 
consideran un personaje mítico y sus obras, a veces, se juzgan posteriores a las de 
Paracelso. Sea como fuere, esas obras son del más alto interés, en ellas se expresa en 
toda su amplitud, la concepción más gnóstica de la alquimia. También se halla en ella la 
descripción de cuerpos químicos nuevos, como el antimonio, y la utilización de muchos 
procedimientos, como el del anillo adivinatorio para descubrir metales ocultos en el seno 
de la tierra. Las obras de Basilio Valentino, singularmente sus célebres Doce Claves, 
están ilustradas con curiosas planchas simbólicas. 
EL RENACIMIENTO. Desde el siglo XVI comienzan ya a aparecer obras químicas en 
el sentido moderno de la palabra. Jorge Agrícola (1494-1555) redacta uno de los 
primeros tratados de mineralogía científica, el De Re Metallica (Basilea, 1530). Sin 
embargo, la alquimia propiamente dicha alcanza su apogeo, y se asocia cada vez más a la 
Cábala, la magia y a la teosofía, que aparecen a plena luz; neo-platonismo de Marsilio 
Ficino, neo-pitagorismo de Nicolás de Cusa, cabalismo cristiano de Reuchlin y de Pico 
della Mirandola … La naturaleza constituye un inmenso laboratorio donde la materia, 
siempre en fermentación, es revestida de mil formas por “artistas” invisibles dirigidos 
por un Maestro supremo. Cada ser tiene su principio particular de organización, lo que 
Paracelso denominará archéus. 
El mundo es el dominio de acciones y de interacciones mutuas. En cuanto al hombre, 
imagen de Dios y resumen de toda la creación, es verdaderamente el centro del universo 
… Los alquimistas, herederos de todo ese esoterismo tradicional, son cada vez más. La 
invención de la imprenta permite una difusión considerable de escritos de los adeptos. Y 
las sociedades secretas brotan como hongos: la síntesis de esas aspiraciones será 
realizada por el movimiento de los Hermanos de la Rosa Cruz que se extenderá con más 
amplitud en el siglo siguiente (ver más adelante). 
Entre los muchos adeptos del siglo XVI citemos en Italia, J. Augurelli (1454-1537), 
autor de un poema célebre, la Crisopea; en Francia, Blaise de Vigenaire, Jacques 
Gohory, Denis Zachaire …; en Inglaterra, Samuel Norton (1548-1604), el célebre John 
Dee (1527-1608) y su amigo Edward Kelley; en países de habla alemana, el abate Johann 
Tritheim (1462-1516), el misteriosoSalomón Trismosin y, sobre todo, Paracelso. 
 
 
PARACELSO. Su verdadero nombre es Teofrastus Bombast Von Hohenheim. Paracelso 
nació en Einsiedeln en 1493. Su existencia es una verdadera novela de aventuras: durante 
diez años, terminados sus estudios médicos, llevó una vida vagabunda a través de toda 
Europa. Y, nuevamente en su país natal en 1526, obtuvo una cátedra en la Universidad 
de Basilea. Por haberse atraído la hostilidad de sus colegas debió dejar la ciudad y 
recomenzar su existencia errante, en el curso de la cual operó curas maravillosas. 
Murió en Salzburgo en circunstancias quizás sospechosas (1541) a la edad de cuarenta y 
ocho años19. 
Es ante todo un médico; para él la medicina no puede separarse de la alquimia, de la 
filosofía y ni siquiera de la religión. Quiere conocer todas las fuerzas misteriosas que 
obran en la naturaleza y en el hombre. El centro de la doctrina es la diferenciación del 
macrocosmo y el microcosmo, es decir, del universo y del hombre, que forman dos 
términos perfectamente semejantes; reproduce y repite exactamente lo que pasa en el 
otro. La vida del ser humano es inseparable de la del universo. Allí reaparecen los tres 
principios alquímicos (la sal, el azufre y el mercurio), que se presentan con la forma del 
espíritu, del alma y del cuerpo cuando se trata del ser humano. En cuanto a Dios, “centro 
y circunferencia del Todo”, envuelve toda la Creación; por lo demás, todo emana de Él 
por un vasto proceso cosmogónico (cf. cap. V, § 2). El hombre es triple: pertenece al 
mundo divino por su alma; al mundo visible, por su cuerpo, y al mundo angélico por el 
fluido vital, el “espíritu”, que se interpone entre el alma y el cuerpo como una especie de 
vehículo. El universo es un perpetuo flujo y reflujo de Vida, que pasa por el hombre para 
de Dios a las cosas y de las cosas a Dios. El alma humana posee en sí todas las ciencias, 
pero en estado latente. Conocer es reconocerse, reencontrar en sí la Ciencia por el 
recogimiento del alma que se considera a la claridad de la iluminación divina y, dice 
Paracelso: “quien se conoce, conoce implícitamente a Dios”20. 
A ese sistema teosófico, Paracelso unía múltiples aplicaciones prácticas; principalmente, 
mucho contribuyó a orientar la alquimia hacia la fabricación de remedios químicos. 
La influencia de Paracelso fue considerable, tanto desde el punto de vista práctico (por 
ejemplo en Libavius, 1560-1616, y en muchos médicos) como desde un ángulo 
especulativo. Los rosacruces del siglo XVII deben las líneas generales de sus doctrinas a 
las ideas de Paracelso. 
EL PRIMER TERCIO DEL SIGLO XVII. LOS “HERMANOS DE LA ROSA-CRUZ”. 
El comienzo del siglo XVII vio una gran expansión de la alquimia en todas sus formas. 
Los adeptos no cesaban de recorrer Europa en todo sentido. Fue así como el escocés 
Alejandro Sethon, después de haber recorrido toda Alemania de oeste a este, arrestado en 
Dresde, fue torturado para que revelara el secreto del polvo de proyección; liberado por 
el polaco Migues Sedainvoj, más conocido por el nombre de Sendivogius (1566-1646), 
murió poco después a consecuencia de sus numerosas heridas (1604). Más felices fueron 
 
19 Excelente biografía de Paracelso en la obra del Dr. R. ALLENDY, Paracelse, le médecin maudit, París, Gallimard, 
1937. 
20 Para una exposición detallada de la filosofía de Paracelso, ver F. HARTMANN, Grundriss der Lehren des 
Paracelsus, Leipzig, 1898. 
 
 
los alquimistas que rodeaban al emperador Rodolfo II (1562-1612): “Todos los 
alquimistas –escribe Figuier-, cualquiera que fuese su nacionalidad o rango, estaban 
seguros de ser bien acogidos en la corte de Rodolfo. Después de haber reconocido, por 
un examen, que poseían la ciencia requerida, se los introducía cerca del príncipe, que 
jamás dejaba de recompensarlos dignamente cuando sabían hacerlo testigo de alguna 
experiencia interesante”. 
En toda la Europa occidental florecía la alquimia cultivada por hombres como el 
presidente d’Espagnet (Arcanum hermeticae philosophiae, 1623) y Hesteau de 
Nuysement en Francia. Hasta la literatura está influida entonces por las doctrinas 
herméticas: citemos las curiosas obras de Cyrano de Bergerac (1620-1655). Es un 
hombre de primera línea el médico belga Juan Bautista van Helmont (1577-1664), quien 
asocia en una vasta síntesis las teorías alquímicas, el hermetismo religioso y los 
resultados experimentales21. 
Pero la alquimia de principios del Gran Siglo está representada sobre todo por el 
movimiento iniciático de los Hermanos de la Rosa Cruz que se desarrolla principalmente 
en Alemania, aunque extiende sus ramificaciones a toda Europa occidental. Las teorías 
rosacruces tienen antiguas raíces en tierra germánica; pero sus orígenes inmediatos 
pueden ser hallados en el movimiento oculto desarrollado por algunos discípulos de 
Paracelso tales como el médico Khunrath (1560-1588), autor de la curiosa obra titulada 
Amphitheatrum Sapientiae aeternae (El anfiteatro de la sabiduría eterna), movimiento 
cuyo fin era alcanzar por iluminación el Conocimiento total y universal (Pansofía). Al 
principio del siglo XVII, la tendencia alcanza su apogeo con la manifestación de un 
movimiento rosacruz, cuyos miembros más notorios fueron: en Alemania, Juan Valentín 
Andreae (1586-1654), autor de las Bodas químicas, obra extraña que, en forma de un 
cuento alegórico, es a la vez un tratado de alquimia y un ritual de iniciación de los 
hermanos; Hadrian von Mynsicht, llamado Madathanus; y Michael Maier (1568-1622), 
médico y consejero de Estado de Rodolfo de Habsburgo y autor de muchas obras donde 
la imagen y hasta la música acuden en apoyo del texto; y en Inglaterra el médico Robert 
Fludd (1574-1637), que sistematizó las doctrinas rosacruces en un vasto conjunto … 
Todos estos autores imaginan una síntesis universal que, al combinar el éxtasis y la 
observación, los métodos a priori y la experimentación, permitiría entrar en contacto 
íntimo con la Realidad que explica los fenómenos. 
Supuestos depositarios de la filosofía secreta conservada fielmente por los “grandes 
iniciados” desde los tiempos primitivos, se consagran preferentemente a la búsqueda de 
la “medicina universal”. Solamente el adepto puede descifrar el Libro de la Naturaleza, 
que, aunque abierto a todas las miradas, sólo puede ser leído y comprendido por algunos. 
Todas las viejas aspiraciones iluministas, mágicas y teosóficas, mezcladas con 
investigaciones experimentales y con un tremendo apetito de revolución social, 
desembocan en las teorías rosacruces que constituyen como el apogeo y la coronación 
del ars magna22 (cf. cap. IX y op. 3). Este movimiento influyó en el célebre zapatero 
 
21 Ver P. NÉVE DE MEVERGNIES, J.B. Van Helmont, Lieja y París, 1935. 
22 Ver SÉDIR, Les Rose-Croix, París, 1953; W. E. PEUCKERT, Jena, 1928; A.E. WAITE, The Brotherhood of the 
Rosy Cross, Londres, 1924. 
 
 
Jaco Boehme (1575-1624), que utilizó la simbólica y la imaginería de los alquimistas 
para exponer su amplio sistema teosófico, cuya influencia debía ser tan considerable en 
Alemania como en Inglaterra23. 
 
IV. DECADENCIA HISTÓRICA DE LA ALQUIMIA 
EL FIN DEL SIGLO XVII. En la segunda mitad del XVII empieza el descrédito oficial 
de la alquimia y demás ciencias ocultas. El triunfo de la filosofía de Descartes provoca 
un verdadero hundimiento de las teorías alquímicas. Muchos sabios se niegan entonces a 
admitir que una sustancia cualquiera que ocupe un lugar sea más perfecta que todas las 
otras sustancias. Los metales fueron creados por Dios para permanecer tal cual son, y el 
mundo entero, dicen los cartesianos, queda constantemente semejante a lo que era en el 
momento de la Creación, sin embargo, hay todavía alquimistas, de los cuales, muchos 
como J. R. Glauber (1603-1688) se encastillan en el

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