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ganzl912 Introducción a la historia de las técnicas Bertrand Gille Prólogo de Santiago Riera i Tuébols Crítica/Marcombo Barcelona ganzl912 Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o pardal de esta obra por cualquier medio o procedimiento*, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler 0 préstamo públicos. Titulo original: PROLÉOOMÉN ES Á UN E H1STOIRF DES TECHN1QUES, de Histoire dea Tecnigues, Gallito ard, París Traducción castellana de JOSÉ MANUEL GARCÍA DE LA MORA Diseño de la colección: Batalló © 1978: Éditions Gallimard © L999 de la traducción castellana para España y América: EDITORIAL CRÍTICA, Barcelona ISBN: 84-7423-942-7 (por Editorial Crítica) ISBN: 84-267-1205-3 (por Marcomba S.A.) Deposito legal: B. 15.999-1999 Impieso en España 1999 -rtUROPE, S.L, Lima, 3 bis, 08030 Barcelona cultura Libre Prólogo Cuando, a mediados de la década de los setenta, leí la obra titulada Tecnología medieval y cambio social de Lynn White,1 se abrió un campo de insospechadas perspectivas en mis estudios e investigaciones históricas. A pesar de que el autor trata diversos temas pertenecientes a la historia de las técnicas, el estudio sobre la llegada del estribo a Europa y su relación con la aparición de un nuevo sistema socioeconómi co, el feudalismo, centró de inmediato mi interés. White empezaba rindiendo un tributo de gratitud a Marc Bloch, «el cerebro más original entre los medievalístas de nuestro siglo», y a Lefebvre des Noéttes por sus estudios so bre la utilización de la energía animal. Dos historiadores cita dos también por Bertrand Gille en los «Prolegómenos», cuya traducción ofrecemos hoy al estudioso, de su excelente obra Histoire des techniques2 1. L. White, Tecnología medieval y cambio social, Paidós, Buenos Aires, 1973. 2. B. Gille, Histoire des techniques, Gallímard, París, 1978, pp. 1-118. 8 Introducción a la historia de las técnicas Pero, lo que más me llamó la atención en la obra de Whi- te fue su conclusión general, extraída después del estudio de la introducción del estribo, la herradura y la silla en Occiden te, conclusión que le hace escribir que «las necesidades de la nueva modalidad de guerra que el estribo hizo posible halla ron expresión en una nueva forma de sociedad europea occi dental, dominada por una aristocracia de guerreros a quienes se concedían tierras para que pudiesen combatir con un esti lo nuevo y altamente especializado». White se mueve en el te rreno del determinismo técnico. No puede negarse que la obra de White es importante; en tre otras cosas porque pone sobre la mesa definitivamente lo que Marc Bloch y Lucien Febvre, con su grandeza y perspec tiva histórica, ya habían hecho en 1935 a través de los inolvi dables Annales: llamar la atención de los historiadores sobre la importancia de la historia de las técnicas. El libro de White venía a decirnos, yendo más allá de la polémica que generó sobre el determinismo, que las técnicas —quizá debiéramos escribir la técnica— se encuentran en el mismo meollo del complejo tejido histórico, al lado de la economía, las ciencias y la política, e immersas en la sociedad. Es decir, sometidas a todas las fuerzas que actúan en su seno, de tal manera que su historia forma parte de la historia de las sociedades. A partir de entonces, la historia de la técnica3 ha venido 3. El lector observará que. a pesar de los matices expresados más adelan te en el texto, usamos preferentemente la expresión «historia de la técnica» o «de las técnicas» sin planteamos la posibilidad de hablar de la historia de la tec nología. Nuestra decisión es debida a que nos hemos querido mantener fieles a la terminología de B. Gille. Creemos interesante añadir que los autores trance- Prólogo 9 siendo objeto de una atención progresiva por parte de técni cos e historiadores. Sin que esto quiera decir que no hubiese habido antes meritorios intentos de adentrarse en este cam po, como por ejemplo lo hizo Mumford con su prodigiosa obra Técnica y civilización, publicada en 1934,4 pero que con serva suficientes valores de actualidad como para poder ser recomendada a quienes aún hoy no la hayan leído. Naturalmente, Bertrand Gille recoge en su obra, entre otros, todos estos antecedentes. Comprende que la Historia, con mayúscula, es un tejido en el que hay urdimbres de dife rente color y tramas de diversos grosores, un tejido en el que el profesional se mueve con dificultad; sin embargo, recono ciéndole tal dificultad, se abstiene de incidir en la historia li neal de causas y efectos, la más sencilla, la que ofreciendo ex plicaciones de todo tergiversa el devenir de las civilizaciones. Ahora bien, si abandonamos la explicación lineal, la sen cilla, si creemos que la historia es un complejo tejido de inte rrelaciones mutuas en el que los acontecimientos son difícil mente interpretables, supuesto que admitan interpretación, entonces el profesional consciente pide, exige, la aplicación de una metodología rigurosa. Gille entendió perfectamente esta necesidad y, apoyándose en los precedentes explícita mente citados en los «Prolegómenos», decidió sentar las ba ses usan preferentemente en sus estudios la palabra technique en lugar de tech- nologie.mientras que en los autores de habla inglesa sucede al revés. Queda cla ro, pues, por estas y otras razones obvias, que en el debate conceptual realizado han tenido un papel relevante los filólogos. 4. L. Mumford, Thecnics and Civilization, Harcourt Braee & World Inc; la traducción castellana data de 1971; Técnica y civilización, Alianza Editorial, (AUn° 11), Madrid, 1934. 8 Introducción a la historia de las técnicas Pero, lo que más me llamó la atención en la obra de Whi- te fue su conclusión general, extraída después del estudio de la introducción del estribo, la herradura y la silla en Occiden te, conclusión que le hace escribir que «las necesidades de la nueva modalidad de guerra que el estribo hizo posible halla ron expresión en una nueva forma de sociedad europea occi dental, dominada por una aristocracia de guerreros a quienes se concedían tierras para que pudiesen combatir con un esti lo nuevo y altamente especializado». White se mueve en el te rreno del determinismo técnico. No puede negarse que la obra de White es importante; en tre otras cosas porque pone sobre la mesa definitivamente lo que Marc Bloch y Lucien Febvre, con su grandeza y perspec tiva histórica, ya habían hecho en 1935 a través de los inolvi dables Annales: llamar la atención de los historiadores sobre la importancia de la historia de las técnicas. El libro de White venía a decimos, yendo más allá de la polémica que generó sobre el determinismo, que las técnicas —quizá debiéramos escribir la técnica— se encuentran en el mismo meollo del complejo tejido histórico, al lado de la economía, las ciencias y la política, e immersas en la sociedad. Es decir, sometidas a todas las fuerzas que actúan en su seno, de tal manera que su historia forma parte de la historia de las sociedades. A partir de entonces, la historia de la técnica3 ha venido 3. El lector observará que, a pesar de Los matices expresados más adelan te *n el texto, usamos preferentemente la expresión «historia de la técnica» o «de las técnicas» sin plantearnos la posibilidad de hablar de la historia de la tec nología. Nuestra decisión es debida a que nos hemos querido mantener fieles a la terminología de B. Gille. Creemos interesante añadir que los autores trance- Prólogo 9 siendo objeto de una atención progresiva por parte de técni cos e historiadores. Sin que esto quiera decir que no hubiese habido antes meritorios intentos de adentrarse en este cam po, como por ejemplo lo hizo Mumford con su prodigiosa obra Técnica y civilización, publicada en 1934,4 pero que conserva suficientes valores de actualidad como para poder ser recomendada a quienes aún hoy no la hayan leído. Naturalmente, Bertrand Gille recoge en su obra, entre otros, todos estos antecedentes. Comprende que la Historia, con mayúscula, es un tejido en el que hay urdimbres de dife rente color y tramas de diversos grosores, un tejido en el que el profesional se mueve con dificultad; sin embargo, recono ciéndole tal dificultad, se abstiene de incidir en la historia li neal de causas y efectos, la más sencilla, la que ofreciendo ex plicaciones de todo tergiversa el devenir de las civilizaciones. Ahora bien, si abandonamos la explicación lineal, la sen cilla, si creemos que la historia es un complejo tejido de inte rrelaciones mutuas en el que los acontecimientos son difícil mente interpretables, supuesto que admitan interpretación, entonces el profesional consciente pide, exige, la aplicación de una metodología rigurosa. Gille entendió perfectamente esta necesidad y, apoyándose en los precedentes explícita mente citados en los «Prolegómenos», decidió sentar las ba ses usan preferentemente en sus estudios la palabra technique en lugar de tech nalogie, mientras que en los autores de habla inglesa sucede al revés. Queda cla ro, pues, por estas y otras razones obvias, que en el debate conceptual realizado han tenido un papel relevante los filólogos. 4. L. Mumford, Thecnics and Civilization, Harcourt Brace & World Inc; la traducción castellana data de 1971: Técnica y civilización, Alianza Editorial, (AU n.“ 11), Madiid, 1934. 10 Introducción a la historia de las técnicas ses metodológicas necesarias y esperadas. Elaboró así el con cepto de «sistema técnico» y, por extensión, de sistema eco nómico, científico, social, político, etc., sistemas que, al rela cionarse e influirse mutuamente, configuran un estado histó rico concreto: se trata del sistema total o, quizás con más humildad, global. Ciertamente la noción de sistema técnico, al que nos refe riremos en particular, no es sencilla, e incluso me atrevería a decir que, en algunos puntos, es oscura. El mismo autor lo re conoce. Pero es lo bastante sugestiva como para construir, sobre sus cimientos, una metodología que Gille no duda en y aplicar, con éxito, a algunos casos concretos. El creía que la suya era una metodología capaz de atraer la atención y el in terés de otros historiadores. No fue así del todo, y aún hoy disponemos de pocas armas más que las que él nos propor cionó. ( No es este el lugar apropiado para precisar las ideas de Bertrand Gille, que, por otra parte, el lector encontrará en las páginas que siguen a este prólogo; pero sí conviene dejar constancia de que dondequiera que se ha aplicado la meto dología de Gille, ha dado fructíferos resultados. Sin ir más le jos, nosotros la hemos aplicado en el estudio de la construc ción de máquinas de vapor marinas y en el de las locomotoras de vapor fabricadas por la importante empresa catalana La Maquinista Terrestre y Marítima, y nos ha sido de gran utili dad.5 Puede que tal metodología no sea apropiada para cons- 5. Referente a las máquinas de vapor marinas, véase S. Riera i Tuébols, Deis velen ais vapors, Associació d’Enginyers Industriáis de Catalunya, Barce- Prólogo 11 truir la historia total de que hablaban Bloch y Febvre en los Annales, una historia que acaso no sea más que una utopía, pero sí que es útil para descubrir las interrelaciones a que an tes nos referíamos, las que constituyen el meollo de la histo ria; o, por lo menos, algunas de ellas. En la actualidad, la situación ha cambiado. El progreso es siempre cambio; sin cambio no hay historia; lo que fue válido hace cincuenta años hoy es, en el mejor de los casos, discuti ble. Nos explicaremos. Desde la Antigüedad hasta el siglo xix cabe hablar de techne, de técnicas, ciencia aplicada y tecnología. En cuanto a la ciencia moderna, desde su aparición en los siglos xvi y xvn —nos referimos a la ciencia experimental, que llevará poste riormente al positivismo decimonónico—, después de sufrir el desgajamiento de la ciencia aplicada, que tiene lugar con la aparición de los laboratorios industriales en Alemania, se cir cunscribe al ámbito de la ciencia pura o básica. Mas, al con cluirse ahora el milenio, nos encontramos con que la evolu ción que nos ocupa ha llegado a un extremo impensable décadas antes; hoy se hace difícil hablar de ciencia y/o de tec nología como conceptos diferenciados: se prefiere usar la de nominación de «tecnociencia» para evidenciar el hecho de su fusión. Por otra parte, cuando podía hablarse de ciencia, téc nica y tecnología, el cambio (técnico, científico o tecnológico) era medible; hoy, en la actual coyuntura, realizada la unión de lona, 1993; por lo que hace a las locomotoras: & Riera iTuébols, Qmn el vapor movía els trens, Associació d’Enginyers Industriáis de Catalunya, Barcelona, 1998. 12 Introducción a la historia de las técnicas que hablábamos, el cambio es tan rápido que no sólo afecta a la percepción de la realidad, sino que condiciona la reacción de la sociedad. Se trata de la diferencia entre la discontinui dad y la continuidad. Nada tiene, pues, de extraño que, actualmente, el concep to de «sistema técnico» de B. Gille genere dudas y suscite in terrogantes. Así pues, nos preguntamos: ¿admite el concepto en cues tión un cambio tan trepidante como el que vivimos? ¿Puede existir, en las condiciones actuales, una respuesta suficiente mente rápida para crear un nuevo sistema como réplica al cambio? ¿Hay que admitir que la metodología de Gille per mite hablar de sistemas técnicos en continua sustitución? ¿No supondría ello una contradicción al concepto mismo de «sis tema técnico»? Veamos un ejemplo: el ferrocarril. Basado éste en la ener gía del carbón, forma indiscutiblemente parte del sistema téc nico que corresponde a la primera fase de la Revolución in dustrial. En el sistema técnico de la segunda fase, las nuevas fuentes energéticas son la electricidad y los motores de com bustión interna. Se presentan, además, alternativas al ferroca rril: el transporte por carretera, usando los motores de com bustión interna, y el aéreo, que encuentra, por fin, el motor ligero adecuado. Durante un tiempo se prevé la muerte del ferrocarril; pero este sistema de transporte se adapta a las fuentes energéticas nuevas (aparecen las locomotoras eléctri cas y diésel), y no sólo persiste, sino que, a las puertas del si glo xxi podemos constatar que está ganando terreno a sus ri vales en el sector del transporte. Prólogo 13 No es ajeno a tal adaptación el que irrumpa en el escena rio un factor de importancia hoy tan decisiva como es el de la protección del medio ambiente. En fin, nuestra pregunta es la siguiente: a partir de la re volución tecnocientífica de las últimas décadas ¿constituirán la adaptación al cambio y la diversidad (o la adaptación a la diversidad) la esencia del progreso? O bien ¿podremos seguir hablando de «sistemas técnicos» como antaño? Nuestras dudas en ningún modo pretenden marcar nue vos caminos en la metodología de la historia de la técnica. Simplemente, si antes hemos puesto de realce la intención de Bertrand Gille, la de requerir la atención de los historiadores de este campo sobre la necesidad de perfeccionar la metodo logía al uso, ahora se trata de dar con una metodología que sea útil y factible para el estudio de la actual evolución tec nocientífica. La de Gille lo ha sido hasta la actualidad. ¿Sigue siéndolo a partir de hoy? En caso negativo, ¿qué tipo de mo dificaciones requiere? Considero oportuno recordar un caso que puede ser ilus trativo: el de la arqueología industrial, temática nueva naci da en Europa en la segunda mitad de siglo y llegada a Espa ña a comienzos de la década de los ochenta. Hoy día se ha convertido en una especie de pozo denominado «Patrimo nio», donde se encuentra de todo: desde actuaciones políticas destinadas a la caza de votos,hasta torpes reconstrucciones cuyo fin es la atracción de turistas incultos. Pero la posibilidad de convertir la arqueología industrial en una materia científi ca se perdió en el momento mismo en que se excluyó el im prescindible debate metodológico: sin metodología y centra- 14 Introducción a la historia de las técnicas da en inconexas actuaciones particulares al vaivén de los aza res de la política, la arqueología industrial perdió su oportu nidad. Pero volvamos al tema principal de este prólogo. El planteamiento metodológico que Gille establece a par tir del concepto de «sistema técnico» nos presenta a los his toriadores muchos interrogantes, entre los cuales no es el me nor el del determinismo tecnológico. Es decir: ¿existe, entre los sistemas que configuran el llamado sistema global (cons tituido por los sistemas económico, técnico, social, político, científico, etc.), uno que se imponga al resto, en el sentido de que su evolución influya directa e irremediablemente en la de los demás? Dicho de otra manera: ¿existe algún determinis mo concreto en la historia? Puede ser útil centrar la discusión en tom o al determinis mo tecnológico e intentar extraer de ella alguna conclusión general. Incluso entre los historiadores partidarios de aceptar el determinismo tecnológico duro, según el cual es la tecnología la que marca la pauta del desarrollo histórico, encontramos siempre algún reparo. Pocos son quienes lo aceptan sin más. Hemos visto un caso paradigmático, el de Lynn White. Pero hasta Robert Heilbroner, el historiador de la economía que defiende un tipo de determinismo económico concreto, lo hace con reservas, y aunque acepta que «el cambio tecnológi co impone ciertas características sociales y políticas en la so ciedad en que se encuentra», no niega que existe una influen cia real de las fuerzas sociopolíticas sobre la tecnología. Thomas P. Hughes, que también se siente muy atraído por la Prólogo 15 polémica determinista, centra su punto de vista sobre un nue vo concepto, el de impulso económico, que sitúa «entre los extremos del determinismo tecnológico y el constructivismo social». Además muestra que los sistemas más jóvenes, en el sentido de hallarse immersos en las etapas iniciales de la industrialización, son más sensibles a las influencias de los factores socioeconómicos y políticos que los sistemas más avanzados, los cuales responden más acusadamente al reque rimiento del impulso tecnológico/’ En realidad, las posiciones de los historiadores pueden si tuarse a lo largo de un segmento cuyos extremos son el de terminismo tecnológico (a la derecha) y el constructivismo social (a la izquierda); el centro correspondería a lo que lla mamos determinismo blando: se trata de la posición que con sidera la historia como un tejido, como una intcrrelación mutua: la tecnología influye sobre, y es influida por. los com plejos sociales, económicos, políticos, científicos, etc.6 7 Es un tema, el del determinismo. poco considerado aún y exiguamente estudiado, que en los últimos tiempos ha gene rado consideraciones escasamente reflexionadas y que mere cería de suyo una atención preferente de los sociólogos, eco nomistas e historiadores, en especial de los de las técnicas, que atendiesen casos particulares y estudiasen países concre tos antes de enunciar teorías (que la mayor parte de las veces se nos antojan postulados) precipitadas. 6, i: P Hugue.s. «El impulso tecnológico», en M. R. Smith v L. Marx. His toria >• determinismo tecnológico. Alianza Editorial. Madrid. 1996. 7. Véase M. R. Smith y L. Marx. op. at.. pavsim. 16 Introducción a la historia de las técnicas Por lo que toca al tema de la herencia schumpeteriana de los conceptos de invención, innovación y difusión, ya Rosen- berg nos advertía en 19768 9 que Schumpeter incidía en exceso sobre la etapa de la innovación, con menoscabo de la inven ción y de la difusión; de esta manera, Rosenberg se adelanta ba a muchos en el convencimiento de que las relaciones en tre las tres etapas, en especial la existente entre las dos primeras, la invención y la innovación, son extremadamente sutiles. Sobre este punto hay que reconocer que los análisis de Bertrand Gille son muy finos. Considera él las nociones de progreso científico y crecimiento económico y establece dos series: progreso científico-invención-innovación, y, por otro lado, invención-innovación-crecimiento económico. En el primer caso existe una racionalidad (científica) en el proceso, aunque sólo esté presente en el ambiente: es el caso de la máquina de vapor, tradicionalmente considerada ajena a la ciencia. En esto Gille concuerda con Alian Ihom p- son,y creemos que muy acertadamente.10 Sin desarrollo cien- 8. N. Rosenberg, Tecnología y Economía, Gustavo Gilí, Barcelona, 1979. Por lo que hace referencia a la herencia schumpeteriana, pp. 79 ss. Este libro, ex celente, foima parte de una colección titulada «Tecnología y Sociedad» que pastí por las librerías sin pena ni gloria: un notable esfuerzo editorial que no tuvo el final que merecía, 9. A, Thompson, La dinámica de la Revolución industrial. Oikos-tau. Bar celona, 1976. En este excelente libro, 'Ihompson nos habla de las bases estable cidas por la ciencia, útiles en el desarrollo de la Revolución industrial; del esta blecimiento del método científico, aprovechable en el dominio de la técnica, y del ambiente científico que reinaba en Inglaterra a finales del siglo xvm. En el casq de la máquina de vapor, el autor nos relata los encuentros de J. Watt con el profesor Black, que a la sazón estudiaba los cambios de estado del agua, 10. Véase S. Riera, Deis velen ais vapors, cap. II. Prólogo 17 tífico, no puede haber progreso. Se trata de una situación ca racterística en la aparición de cualquier sistema técnico, como ocurría, por ejemplo, en los inicios de la Revolución indus trial. En estos momentos, dice Gille, la técnica actúa de mo tor. En el segundo caso, es decir, en la secuencia invención-in novación-crecimiento económico, la presión se origina en las necesidades que genera la economía, siendo un caso caracte rístico de las etapas de consolidación y desarrollo de los sis temas técnicos. Por lo tanto, viene a decirnos Gille, tejido, sí; interrelacio nes, sí; pero, añade, cabe distinguir, según la coyuntura, qué e s . lo que funciona como motor. Y nos explica que la técnica y la economía se relevan en este liderazgo. Ello explicaría, en parte, que algunos historiadores de la economía, olvidando la complejidad inherente al momento histórico, sometan, no sólo el devenir tecnológico, sino tam bién otras actividades de las sociedades, al exclusivo dominio de la economía. Claro está, y hay que dejar constancia de ello, que otros historiadores del crecimiento económico saben co locar en su debido lugar la materia en que son maestros, como hace, por ejemplo, en su excelente obra, Joel Mokyr.11 Las consideraciones anteriores nos traen a colación otros temas también tratados —cómo no— por Gille: ¿quién ha de escribir la historia de la técnica? y, si tanto hablamos de in vención, ¿cuáles son las características del inventor? 11. J. Mokyr, La palanca de la riqueza. Creatividad tecnológica y progreso económico, Alianza Editorial, Madrid, 1993. 18 Introducción a la historia de las técnicas Empecemos por la primera. Hoy día se da por supuesto, en el contexto de la especialización de todas las ciencias, in cluidas las sociales, que la situación perfecta es la que corres ponde al trabajo pluridisciplinar coordinado. Ninguna obje ción, si no fuera porque la experiencia nos demuestra la dificultad de tales colaboraciones; con demasiada frecuencia el estudio se convierte en un agregado de diferentes visiones del tema tratado. El trabajo en equipo, como también pode mos denominarlo, exige una formación previa, difícilmente detectable hoy día. Sería necesaria, por lo menos en nuestro país, la aparición de una pedagogía específicaque nos aden trara en los dominios de la interdisciplinariedad proporcio nándonos no sólo las herramientas adecuadas sino también la mentalidad precisa. No hay que olvidar que la técnica, como la ciencia, exige especialización y saberes concretos, algunos de los cuales no son asequibles a la mayoría de los mortales, entre otras razo nes porque hasta hace bien poco nunca se había insistido en que la adquisición de conocimientos científicos y técnicos es indispensable para cualquier ciudadano del siglo xx. Con lo cual no queremos decir sino lo que apuntaba Febvre: ¿quién ha de hacer la historia de la técnica, si para ello se ne cesitan saberes especializados? Dejando la pluridisciplinarie- dad como una esperanza para tiempos futuros, no se nos an tojan más que dos soluciones: el técnico profesional y/o el historiador. Si la historia que nos concierne la escribe el técnico pro fesional, se obtendrá entonces una historia intemalista, apta sólo para técnicos. Si la escribe el historiador formado en una Prólogo 19 universidad de humanidades, dicho historiador podrá decir algo sobre el devenir histórico de la técnica siempre que —y sólo cuando— haya tenido la precaución de acercarse técni camente al tema. En este segundo supuesto, escribirá una his toria externalista. En cualquiera de los casos, se hace difícil profundizar en los temas. Claro está que existe una solución ideal: que el historiador reúna las dos formaciones, la técnica y la humanística; pero esto es difícil, laborioso, caro, y exige una dedicación al estudio excesivamente prolongada para la mayoría. En suma, estamos ante el enigmático problema, plantea do por Snow, de las dos culturas. Un problema con total vi gencia en el momento de cambiar de siglo y de milenio, y al cual se han aplicado hasta ahora remedios insuficientes. (Nuestra solución, aunque de difícil aplicación y en el decir de algunos utópica,12 se decantaría por la opción de un saber integral científico y humanístico.) En definitiva, se trata de un reto que Lucien Febvre ya había intuido: La historia se hace con documentos escritos, sin duda. Cuando existen. Pero se puede hacer, debe hacerse, sin docu mentos escritos si no existen. ... Con palabras. Con signos. Con paisajes y tejas. Con las formas de los campos y las malas hierbas. Con los eclipses de luna y la manera de uncir los bue- 12. C. P. Snow. Las dos culturas y un segundo enfoque, Afianza Editorial, Madrid, 1977. S. Riera i TUébols. Mis enllá de la cultura tecnocientífica, Edicions 62, Barcelona, 1994, en especial el capitulo 4, donde se pone de manifiesto la di ficultad de encontrar una salida a esta difícil situación y se apuntan algunas so luciones y experiencias. 20 Introducción a la historia de las técnicas yes. Con el examen de las piedras por los geólogos y el análi sis de las espadas de metal por los químicos.13 El otro tema, al que aludíamos más arriba y al que quere mos dedicar algunas líneas, es el que hace referencia al acto de la invención y a los inventores. Durante mucho tiempo, las pocas historias de la técnica existentes se limitaban a enumerar series de inventores a los que un buen día se les había encendido una lucecita —sin sa berse cómo ni quién la había alumbrado—, cuyas vidas se re lataban minuciosamente y en donde la historia, la leyenda y la fantasía se mezclaban sin reglas ni distinción. En contra partida, los estudios actuales tienden a hacer hincapié en una continuidad que sorprendería enormemente a los autores de las hagiografías a que nos acabamos de referir. Ello es debi do sin duda al descubrimiento de la repetidamente citada in terrelación entre sistemas; pero, también, a que recientemen te ha aparecido en el panorama histórico una corriente que sostiene la tesis evolucionista de la historia de las técnicas, una evolución parecida —salvadas las distancias— a la evolu ción biológica. Dicho de otro modo: la historia de las técnicas se asemejaría a un árbol con numerosas ramas, de algunas de las cuales salen otras que presentan —o no— nuevos brotes. En última instancia, ¿significa este modelo evolutivo que los brotes nacen al azar? ¿O son las presiones sociales o de la economía, la ciencia, la política, e incluso religiosas o psíqui cas, las que gobiernan este «azar»? 13. L. Febvre, Combáis pour l'Histoire.A. Colín, París, 1953, p. 428. Prólogo 21 He aquí un nuevo tema de estudio que, sin ninguna duda, la obra de Gille puede iluminar. Y añadiría: aunque no solu cionar. Porque un interés concreto subyace en la totalidad de este prólogo: mostrar que la finalidad de la obra que el lector tiene entre manos no es otra que inducir al estudio, a la re flexión. Muy acertadamente huye Gille de soluciones concre tas, de recetas exhaustivas; sin embargo nos dice, con gran lu cidez, eso sí, que la historia de la técnica, esta rama olvidada de la historia, merece, exige, el estudio científico y metodoló gico que ha de colocarla donde la misma historia la reclama. Y que el camino para conseguirlo es arduo. Cuando, en la década de los ochenta, proponíamos la tra ducción de la Histoire des techniques, pensábamos inicialmen te en la totalidad de la obra. No obstante, una obra tan ex tensa (más de 1.600 páginas en la edición francesa) suponía evidentes riesgos editoriales. Recientemente, el Institut de Tecnoética y las editoriales Crítica y Marcombo creyeron que, si bien no era aconsejable traducir la obra entera, sí que era factible presentar a los lectores de habla castellana los «Prolegómenos», puesto que es ahí donde el autor expone los principios metodológicos que luego aplica en su prolija histo ria. Fue entonces, tomada la decisión, cuando me pidieron que prologase este libro como importante fracción del con junto de la obra original. Acepté, agradeciendo por supuesto el ofrecimiento, convencido de que, al cabo de veinte años de haber sido editada la obra de Gille, los citados «Prolegóme nos», que hoy se publican con el titulo de Introducción a la Jiistoria de las técnicas, seguían teniendo un interés indiscuti- 22 Introducción a la historia de las técnicas ble, mientras que otras secciones de la Histoire habían perdi do parte, sólo parte, de su atractivo inicial, en especial si se considera lo lentamente que, en su día, se preparó la edición francesa (durante más de diez años según confiesa el mismo Gille en el prefacio), así como la aparición de estudios, artícu los y libros sobre la historia de la técnica, la cual, con lentitud pero con seguridad, y en gran parte debido a Gille, entre otros, iba ocupando el lugar que le corresponde en el gran li bro de la historia. Sin embargo, ni habría que decirlo, con esta decisión se pierde la ocasión de ofrecer a los lectores interesados y a los estudiosos la aplicación de la metodología a las diversas eta pas de la historia de las técnicas realizada por el mismo autor. Quizás algún día podamos leer en castellano la segunda par te de la Histoire, centrada de modo específico en el desarro llo de la técnica, titulada «Técnicas y civilizaciones». De mo mento, el lector o bien deberá acceder a la obra original o bien efectuar él mismo las aplicaciones de los conceptos leí dos en esta versión castellana, parcial, que tiene entre manos. En cambio, la tercera parte de la Histoire des techniques, «Técnicas y ciencias», no tenía tanto interés y, además, adole cía de un envejecimiento mayor. Por una parte, hay que dejar constancia de que, al considerar las relaciones de la técnica con la economía, la geografía, la ciencia, la lengua, la socie dad, el derecho y la política, así como al disertar sobre el con cepto de conocimiento técnico, Gille, ante la imposibilidad de tratar personalmente todos estos aspectos, buscó la colabora ción de otros autores; Jean Parent, André Fel, Franqois Russo y Bernard Quemada, con lo que la obra, si bien gana en di Prólogo 23 versidad de enfoques, pierde homogeneidad (un hecho im portantesi se atiende a la esencia de la Histoire y a la perso nalidad de su autor). A ello hay que añadir, que se trata de temas que, por su interés no sólo técnico sino también socio lógico y esencialmente histórico, han sido objeto de atención, en los últimos años, por parte de las ciencias sociales, que han aportado gran variedad de nuevos y originales planteamien tos y han enriquecido notablemente la visión global. Quisiera, de paso, protestar contra la inercia de nuestro ambiente cultural, que no se decide a abordar, más que al cabo de veinte años, la traducción de obras como la de Gille, que habría convenido hacer antes asequibles a una mayor masa de lectores que la que pueda leerla en el idioma origi nal. En tan dilatado lapso de tiempo, es indudable, como ya hemos apuntado anteriormente, que nuevas aportaciones han restado parte de interés a la obra. Con todo, debemos con gratularnos de que, por fin, se corrija una situación que sólo podía proporcionamos desprestigio. Los «Prolegómenos», esta Introducción a la historia de las técnicas, y con ellos el concepto de sistema técnico, son ahora realidad y están al al cance de todos los estudiosos e interesados gracias a la deci sión tomada per el Instituí de Tecnoética y las editoriales arri ba citadas. También queremos celebrar, con este libro que el lector tiene en sus manos, el inicio de una colección destina da a llenar algunos de los numerosos huecos existentes en la bibliografía tecnicocientífica de nuestro país. Cerremos este prólogo recordando que otras obras de Bertrand Gille han merecido diversa suerte. Les mécaniciens grecs fue traducida en 1985 con el título La cultura técnica en Grecia;u pero una obra tan fundamental como Les ingénieurs de la Renaissance15 no tiene aún, que sepamos, traducción cas tellana. En definitiva, esperamos que con este volumen, que inau gura una colección en la que se han puesto muchas esperan zas, nazca el interés por este autor francés, B. Gille, al que no dudo en considerar uno de los colosos contemporáneos una historia tan injustamente olvidada como es la historia la técnica. 24 Introducción a ¡a historia de las técnicas Sa n tia g o R ie r a i T u e b o i^ Barcelona, enero de 1999 14. B. Gille, Les mécaniciens grecs, Éditions du Scuil, París, 1980; la tra ducción castellana cambia el título: La cultura técnica en Grecia, Ediciones Juan Granica, Barcelona, 1965. 15. B. Gille, Les ingénieurs de la Renaissance, Hermann, París, 1964. 8* 8“ Introducción a la historia de las técnicas Todavía en 1935pudo Lucien Febvre escribir:«la Historia de las técnicas es una de esas muchas disciplinas que es tán del todo por crear, o poco menos». Algunos años antes se había publicado una obra que marcó fecha: planteaba un pro blema particular, el del atalaje y el caballo de montar, y lo re lacionaba con uno de los grandes cambios históricos, la desa parición de la esclavitud. Por muy discutidas que fuesen luego las ideas del comandante Lefebvre des Noéttes, su libro pare cía haber abierto una vía nueva, perspectivas y explicaciones inéditas. Si, de pronto, en 1935, los Armales de L. Febvre y M. Bloch parecían no ya haber descubierto la historia de las técnicas, sino hacer notar a la vez su interés y lo poco que atraía la atención de los historiadores, sin embargo, no se ha de creer que hubiese sido completamente descuidada hasta entonces. Pero, por su propia naturaleza, la historia de las técnicas se si tuaba fuera de las grandes corrientes históricas. Tan difícil le ha resultado a la historia como a las técnicas mismas inte 28 Introducción a la historia de las técnicas grarse en la teoría económica general, para no poner más que un ejemplo. Lucien Febvre advertía muy bien que había aquí, en cierto modo, un conflicto de competencias. «Historia téc nica de las técnicas, obra de técnicos necesariamente, so pena de errores graves, de forzadas confusiones, de total descono cimiento de las condiciones generales de una fabricación.» Pero añadía inmediatamente estas precisiones: «mas obra de técnicos que no se encierren ni en su época ni en su territorio y que sean, por tanto, capaces no sólo de comprender y de describir, sino también de reconstruir un utillaje antiguo como arqueólogos exactos e ingeniosos y de interpretar tex tos como historiadores sagaces». Seguramente ahí estaba el quid de la cuestión: aliar diversos tipos de conocimientos, uti lizar metodologías diferentes. No es, pues, de extrañar que los historiadores tuviesen al gún temor a meterse en un campo que desconocían casi del todo. Los técnicos, por su parte, se interesaban poco por unas técnicas ya desaparecidas, y, cuando las abordaban, lo hacían con una mentalidad que a menudo sólo tenía lejanas relacio nes con la historia. En consecuencia, unos escribieron una his toria de la que las técnicas estaban completamente ausentes, y los otros se dedicaron a investigaciones puramente técnicas en las que la historia no era más que simple cronología. «La actividad técnica no puede aislarse de las demás actividades humanas», advertía también Lucien Febvre. La síntesis era menos necesaria que la concordancia. En una explicación his tórica global era indispensable hacer intervenir a las técnicas. Es curioso constatar que, cuando lo económico empiece a aparecer en esas explicaciones globales de las que había esta- Introducción a la historia de las técnicas 29 do tanto tiempo ausente, las técnicas seguirán manteniéndo se aparte, por el hecho mismo de aquella lenta y difícil inte gración de las técnicas a la teoría económica general que se ñalamos hace un momento. Muchas eran las dificultades. Ante todo, en el seno mismo de la historia de las técnicas. Había que evitar una parcela ción necesaria al comienzo, cuando se trataba de exponer los hechos, pero que podría llevar en seguida a que cada historia de una determinada técnica se cerrase sobre sí misma. Era in dispensable, después, reintegrar esta historia de las técnicas en un conjunto histórico, muy abierto ya éste a la economía, a la demografía, a la historia de las ciencias o de las ideas, como también a la historia de los sucesos, cuyos efectos dis tan mucho de ser menospreciables. Y he aquí ya esbozado nuestro plan. Pero antes de ir al núcleo de nuestro asunto, y dado que la tentativa es sin duda relativamente inédita, con viene tomar algunas precauciones. Son precisamente tales precauciones las que van a constituir la esencia misma de esta larga introducción. No es inútil, creemos, bosquejar un rápido cuadro de la historia de las técnicas. Veremos así desarrollarse, con sus ri quezas pero sobre todo con sus lagunas, una disciplina que ac tualmente ha adquirido ya derecho de ciudadanía. La obra más antigua de historia de las técnicas es, a buen seguro, la del alemán Beckmann, Beitrage zur Geschichte der Erfindungen, publicada en Leipzig entre 1780 y 1805. Como lo indica claramente su título, se trata de una historia de los inventos, es decir, de una de aquellas parcelaciones históricas a que aludimos arriba. Lo mismo ocurre, más o menos, con la 30 Introducción a la historia de las técnicas obra casi contemporánea de J. H. M. Poppe, Geschichte der Technologie seit der Wiederherstellung der Wissenschaften bis an das Ende des 18° Jahrhunderts, cuyos tres volúmenes se publicaron en Góttingen entre 1807 y 1811. Pero esta última obra tenía no obstante en cuenta, por un lado, una noción to davía poco clara de sistema técnico y, por otro, algunos gran des hechos históricos. Hay que esperar a mediados del siglo xix para ver cómo la historia de las técnicas cobra cierto impulso y se va inte grando, con dificultad aún, en otras investigaciones. Es el mo mento en que las técnicas se imponen a la atención de todos, aproximadamente durante la época del Segundo Imperio. Adóptanse por entonces varias actitudes. La primera es tratar de responder precisamente al interés que mucha genteem pieza a mostrar por las técnicas. Era necesario, por tanto, em prender una tarea de divulgación. Divulgar las técnicas exis tentes, sí, pero también hacer ver la amplitud de los progresos logrados. A este propósito han de mencionarse en concreto los volúmenes de L. Figuier, Les Merveilles de ['industrie, pa ralelamente a Les Merveilles de la Science, obras que, hoy to davía, no deben ser despreciadas. La exposición se hace en ellas sector por sector; pero los datos no están completamen te separados de un cierto contexto histórico. La segunda actitud respondía al deseo de ciertos técnicos de conocer la historia de su propia técnica. Algunos autores de manuales técnicos no temieron dedicar unas cuantas pági nas a la historia de tal o cual técnica. Citemos el grueso Ma nual de metalurgia, del inglés Percy, que no sólo proporciona indicaciones sobre la historia de las técnicas metalúrgicas de Introducción a la historia de las técnicas 31 Occidente, sino también sobre las técnicas de varios países exóticos. La tercera actitud representa ya una atención más pro piamente histórica. Reúnense arqueólogos y técnicos para re construir algunas técnicas antiguas. En medio de una búsque da que va adquiriendo cierta amplitud, pueden distinguirse dos tipos de trabajos: el primero es el de los relativos a la re construcción de las técnicas militares antiguas. Se sabe que su instigador fue, probablemente, Napoleón III en persona: ¿no comenzó él estas investigaciones con anterioridad a 1848, mientras estuvo prisionero en el castillo de Ham? Luego, a demanda del emperador, el coronel Favé emprendió varios trabajos sobre la historia de la artillería y reconstruyó ciertas armas que sirvieron para realizar ensayos. Así se elaboraba un método que después, aunque con algún retraso, se ha vuel to a seguir eficazmente. El segundo tipo de trabajos tuvo su origen en una necesidad. Desde que se inició la restauración a gran escala de monumentos históricos, convenía mucho dar de nuevo con las técnicas antiguas, únicas capaces de devol ver a aquellos monumentos su aspecto genuino. Conocidos son de todo el mundo los esfuerzos realizados a este respec to por Viollet-le-Duc, cuyos diccionarios de arquitectura o de mobiliario constituyen todavía hoy una fuente interesante para los historiadores de las técnicas. La última actitud apuntaba más lejos aún. De lo que en realidad se trataba era de integrar las técnicas en unas expli caciones globales. Sabida es la especial atención que ha pres tado Marx a las técnicas como importante elemento de su teoría; así, no es de extrañar que para la parte histórica de sus 32 Introducción a la historia de las técnicas trabajos recurriese a la historia de las técnicas tal como podía hallarla escrita en su tiempo. Por lo demás, en aquella época, algunos economistas estaban empezando igualmente a hacer intervenir el progreso técnico en su teoría general. Desde entonces, la historia de las técnicas estuvo ya en cierto modo lanzada. Desde los últimos decenios del siglo xix aparecen obras de las que nos servimos todavía hoy. Versan en general sobre técnicas particulares. Citemos el libro de L. Beck sobre las técnicas siderúrgicas, el de Thurston sobre la historia de la máquina de vapor, el de Th. Beck sobre la cons trucción de las máquinas Paralelamente son estudiados, pu blicados, traducidos los autores de tratados técnicos, sobre todo los de la Antigüedad: las investigaciones de Berthelot sobre los alquimistas y sobre ciertos técnicos, así como los tra bajos, ya numerosos antes del final del siglo, sobre los mecá nicos griegos de la escuela de Alejandría, son, entre otros mu chos, buena prueba de lo que venimos diciendo. Los estudios de Th. H. Martin sobre la vida y las obras de Herón de Ale jandría datan, por lo demás, de 1854. En algunos dominios se llega, inclusive, a hacer exposiciones más generales: así, en 1897, A. Espinas publicaba su libro sobre Les Origines de la technologie El movimiento se fortalece en los primeros años del si glo xx. Es entonces cuando se cae en la cuenta del inesti mable valor que tienen los objetos antiguos y las recons trucciones. Se crean, no sin cierto chovinismo, los primeros «museos de historia de las técnicas. El Science Museum había sido creado en Londres, en 1857, para gloria de la ciencia y la técnica británicas. El Deutsches Museum de Munich se Introducción a la historia de las técnicas 33 constituye en 1906. La tradicional historia de las técnicas, por sectores, a menudo también historia de los inventos, pro sigue su carrera. Se publican los primeros diccionarios his tóricos de las técnicas, como son el de Blümner en lo con cerniente a las técnicas de la Antigüedad clásica y el de Feldhaus para las técnicas de la Antigüedad, de la Edad Me dia y del período moderno. El hecho de mayor importancia es, sin duda, una primera forma de integrarse la historia de las técnicas en una explica ción histórica general. La publicación, en 1906, de la tesis de Mantoux sobre la Revolución industrial inglesa del siglo xviii señala ciertamente un giro importante en la historia de las técnicas. Deberían seguirle las investigaciones de Ballot sobre la introducción del maquinismo en la industria francesa, trá gicamente interrumpidas durante la Gran Guerra y que no verían la luz pública hasta 1922. Las técnicas de la época clá sica iban a ser patrimonio de los investigadores franceses e in gleses, mientras los alemanes penetraban en el campo de las técnicas antiguas y medievales. Después de la primera guerra mundial, la historia de las técnicas parece haberse abandonado a un cierta lasitud. Sólo en los años treinta recobra su vigor. La obra de Usher sobre los inventos mecánicos, publicada en 1929, y la del coman dante Lefebvre des Noéttes sobre el atalaje y el caballo de montar, volvieron a dar a la vez un lustre y una amplitud in negables a la historia de las técnicas. En 1935, los Annales de M. Bloch y L. Febvre, dedicando todo un número a la historia de las técnicas, evidenciaron el mucho interés que debía pres társele. Precisando los objetivos y esbozando las dimensiones 34 Introducción a la historia de las técnicas de la temática por estudiar, los Annales animaban a los histo riadores a seguir una senda ya bastante abierta. Antes de la segunda guerra mundial, la historia de las técnicas presenta ba ya el aspecto que continúa teniendo hoy. La historia de la máquina de vapor, del inglés Dickinson, publicada en 1939, y la historia de la construcción en madera en Ruán, del coman dante Quenedey, son dos buenos ejemplos de metodología, diferentes el uno del otro, adaptado cada uno a su dominio. Por el mismo tiempo, se iban fundando nuevos museos y sur gían centros de investigación, como el de Viena, en 1931, y el de la Universidad de París, en 1932. Conviene, con todo, hacer notar lo desorganizado de aquellas investigaciones, su carácter parcial y sus tendencias a menudo de escasos vuelos. Cierto que algunos técnicos dan prueba de un auténtico sentido histórico, pero en cambio los historiadores se preocupan poco de ponerse a estudiar las técnicas, temiendo abordar unos problemas en los que se sienten un tanto perdidos. Los nexos entre las competencias se realizan mal o no se realizan en absoluto. Después de la segunda guerra mundial, la historia de las técnicas está ya definitivamente constituida como disciplina. Sin embargo, aún no ha alcanzado un equilibrio perfecto: sub sisten divergencias en cuanto al modo de concebirla. Aquí es de rigor una primera constatación: los museos y los centros en que se estudia la historia de las técnicas se han multiplicado, a veces hasta con una cierta exuberancia. La historia de las técnicas permanece aislada. Todavía es más bien cosa de «científicos». No ha logrado introducirse en los congresos internacionales de historia, ni siquiera en Introducción a la historia de las técnicas 35 los recientes congresosinternacionales de historia económi ca. Pero es sintomático que, en el seno del Comité francés de los trabajos históricos y científicos, las diversas secciones de este organismo hayan constituido una comisión común de historia de las ciencias y de las técnicas. Una reciente obra húngara sobre la metalurgia está firmada por un inge niero, un metalógrafo, un arqueólogo y un historiador. No parece que sea imposible hacer pasar al plano institucional ensayos parecidos. Las últimas obras generales de historia de las técnicas muestran otras lagunas que, por lo demás, ya hemos señalado. Pero a este respecto se plantea un problema difícil de resol ver. Es indudable que nos falta, ante todo, una historia técni ca de las técnicas, como decía Lucien Febvre. Y no puede ne garse el interés de las monografías, de esas monografías técnicas que exponen los detalles de un procedimiento, la gé nesis de un invento. De la acumulación de tales trabajos na cerá un verdadero conocimiento de la historia de las técnicas. Sólo que este conocimiento habría que ampliarlo. En primer lugar, dentro inclusive del mundo técnico. En la génesis del invento debe hacerse intervenir igualmente a la personalidad del inventor y la génesis de la idea. Al logro de un invento le han precedido muchas veces, por una parte, esperanzas, que suponen un inventario de las posibilidades puramente técni cas, y, por otra parte, y volveremos sobre ello, una necesidad que puede adoptar diversas formas. Trátase, luego, de com prender el momento en que aparece el invento y de com prender también a la persona que lo hace realidad. Yendo más lejos aún, el éxito del invento, es decir, la innovación 36 Introducción a la historia de las técnicas —pues ¿en qué consiste la auténtica técnica si no es en su aplicación concreta?— supone una estructura social, econó mica, institucional y política, sin la cual es casi imposible com prenderlo. En mi opinión, todas esas obras recientes se con centran, con miras demasiado estrechas, en la exclusiva consideración de su objeto propio. Ciertamente no son inúti les, pero sí incompletas. Tal era nuestro proyecto. No se trataba de recuperar en sus detalles una historia verdaderamente técnica de las técni cas, lo que a los historiadores les gustaría sin duda hacer por lo atractiva que resulta toda investigación un poco esotérica. Lo que en esencia hemos querido realizar nosotros es esa in serción del mundo técnico en la historia general. Las impor tantes lagunas de nuestros conocimientos y la existencia de una historia más contada que explicada constituían unos obs táculos. Nos ha parecido oportuno construir, muy modesta mente, lo que los economistas llaman un «modelo», que no sotros nos inclinaríamos a definir más bien como un esquema explicativo. Para ello, había que precisar unos cuantos con ceptos sobre los cuales seria indispensable ponerse de acuer do, y hacer que interviniesen todas las variables de las que es difícil decir, a fin de cuentas, si son exógenas o endógenas, y, en fin, había que tomar conciencia de los nexos y alianzas que se crean en todo este conjunto. De allí que se halle, a conti nuación, un detenido estudio sobre tal esquema explicativo. Ni que decir tiene que es sólo provisional y que en modo al- guno pretende ser inmutable. En la medida en que el problema había sido abordado de otros modos, nos ha parecido útil dedicar algunas páginas a Introducción a la historia de las técnicas 37 las fuentes de que disponemos, a la manera de presentarse las mismas y a la crítica de 1 a que debían ser objeto. Al final una bibliografía muy general, simplificada, sólo orientadora, nos permitirá no ir repitiendo aquí los títulos de las obras de re ferencia. Conceptos y metodología inguna ciencia ni disciplina merecerían estos nombres si no dispusiesen de los medios conceptuales y metodoló gicos necesarios para todo análisis. No le extrañe, pues, al lec tor que una parte importante de nuestra larga introducción esté dedicada a tales aspectos del problema. Conviene analizar las técnicas como objeto de ciencia. Apenas sería posible hacerlo, ni siquiera y sobre todo de una forma global, si no se contara previamente, no sólo con un lenguaje apropiado, sino también con unos modelos basados en conceptos precisos. Estos modelos procuran responder a una realidad simultáneamente en el plano estático, el de las estructuras y los sistemas, y en un plano dinámico al que lla mamos «progreso técnico». Es lo que nosotros vamos a tratar de hacer, después de muchos otros, cada uno de los cuales ha aportado su piedra para construir el edificio. Parece un tanto inútil repasar aquí las nociones de siste ma y de estructura, siendo tan abundante la literatura relati va a ellas. Ciertamente subsisten aún bastantes incertidum- 40 Introducción a la historia de las técnicas bres sobre el contenido de estas dos nociones, que se aplican a dominios muy diferentes unos de otros. Hemos creído, sin embargo, interesante insistir un poco sobre ellas en un domi nio acerca del cual no se ha hecho ningún estudio de conjun to con este enfoque. Según se ha dicho a propósito de la eco nomía política, su introducción «parece ser el único medio que la ciencia ha encontrado hasta ahora para echar un puen te entre dos clases de investigaciones demasiado a menudo separadas, cuales son la investigación histórica y el análisis teórico». Y este paso parece tanto más deseable darlo aquí cuanto que, al ser la historia de las técnicas una disciplina to davía joven, es indispensable proveerla desde el comienzo de unos conceptos bien definidos, algunos de los cuales son ya, por lo demás, objeto de controversias, y dotarla también de un riguroso método de investigación. Precisemos, con todo, que, a falta de estudios en profundidad, nos veremos obligados a mantenernos al nivel de las grandes líneas direc trices y a no adornar nuestro discurso sino con muy raros ejemplos. La tarea se presenta difícil ya desde el comienzo. Nótese que el término mismo de técnica es empleado lo más fre cuentemente en plural: hay técnicas textiles como las hay si derúrgicas. Hasta en los casos más sencillos, como por ejem plo en la técnica del fabricante de zuecos, se advierte en seguida que esta técnica consta de cierto número de opera ciones que requieren el empleo de distintos útiles. ¿Qué decir entonces de «la» técnica del cerrajero tal como nos la descri ben Mathurin Jousse a principios del siglo x v i i o Duhamel du Monceau a mediados del xvm? Estas dudas manifiestan a las Conceptos y metodología 41 claras lo casi imposible que es comprender de un modo sim ple el objeto de nuestra investigación. Es, en efecto, muy raro que una técnica se reduzca a una acción unitaria. E incluso en este caso entra forzosamente en juego la pareja materia-ener gía, cuyos dos elementos están vinculados entre sí precisa mente por el acto técnico, el cual casi siempre necesita un so porte. En la fase más elemental, y aun tratándose de las técnicas más primitivas, se da una combinación técnica, lo que, en las técnicas más complejas, podrá llamarse un conjun to técnico. El soporte es, en la fase más simple, un útil o un procedimiento. A batir un árbol supone la materia prima, la materia apropiada para el uso que de ella se quiera hacer —finalidad del acto técnico—, una energía y lo que se ha con venido en llamar instrumento o instrumentos, el hacha, la sie rra, cordeles, cuñas y mazos, etc. A partir de estas pocas observaciones, nos es ya posible discernir varias nociones importantes. Y es que, de hecho, las combinaciones técnicas son de diversa naturaleza y pueden, por tanto, ser estudiadas según varios puntos de vista. Así, en la parte inferior de la escala podríamos hablar de estructuras, aunque este término sea bastante ambiguo. Tráta se de una combinación unitaria. Y cabe distinguir entre es tructuras elementales, como las del útil, y estructuras de mon taje,como las de la máquina. Pongamos, para explicarnos mejor, algunos ejemplos. A. Leroi-Gourhan ha hecho ver que, aun en los actos ele mentales, se pueden distinguir unas estructuras. Ocurre así en el acto de cortar por percusión. En él pueden darse tres vías o procedimientos diferentes: 42 Introducción a la historia de las técnicas a) Rajar la madera apretando contra ella el cuchillo; el resultado será un corte preciso pero poco enérgico. b) Golpearla a bote suelto: como el de la podadera, el del hacha del leñador, el de la azuela del carpintero. Resulta do: corte impreciso, pero enérgico. c) Golpear la madera accionando con un percutor com puesto, como puede serlo el escoplo con el martillo o el mazo, que reúne las ventajas de los otros dos procedimientos, lo que llamó Bachelard la «fuerza administrada». Habría que añadir el trabajo con la sierra, algo diferente de la tercera de las modalidades que acabamos de distinguir, pues se trata de un instrumento mucho más complejo, consis tente en una serie de cuchillas dispuestas de tal forma que el corte logrado con ellas sea preciso y la fuerza utilizada pueda ser de una cierta potencia, superior a la del simple cuchillo. Se ha dado también el nombre de estructuras a otros com plejos que, a pesar de esta complejidad, no representan más que un acto técnico unitario. Tomemos el ejemplo que pone J.-L. Maunoury: «Los rasgos definitorios de los motores tér micos se pueden dividir en dos niveles. En tanto que motores, tienen en común una función, que es la de crear trabajo; en tanto que máquinas térmicas, tienen en común el principio de funcionamiento, que es utilizar el calor proveniente de la combustión de determinados cuerpos». Partiendo de esta de finición, Maunoury trata de hacer evidentes las correspon dientes estructuras elementales «cuya combinación explica los distintos tipos de motores térmicos». Distingue primero dos series de estructuras: «estructuras trabajo» y «estructuras Conceptos y metodología 43 calor». Todo se resume en el cuadro 1, que lo hará más com prensible que un largo discurso: C u a d r o 1 Grupo Subgrupo Tipoestructural estructural Modo de trabajo Acción Trabajo del fluido motor Reacción Rotativo Movimiento creado Alternativo Modo de obtención Combustión Calor del calor Fisión Lugar de obtención Interno del calor Externo F u e n t e : Maunoury, La Genése des innovations, París, 1968. Es el ejemplo perfecto de una estructura de montaje. El autor que acabamos de citar ha llegado a la conclusión que hay que distinguir unos grupos y unos subgrupos estructura- 44 Introducción a la historia de las técnicas les. Ciertamente cabría perfeccionar el modelo que se nos propone: la naturaleza del combustible y sus condiciones de empleo, que llevan a la necesidad de elementos anejos (car burador, chispa eléctrica). Cabe igualmente explicitar ciertas fórmulas y considerar la estructura misma del convertidor de energía: cilindro y pistón que, por medio de un sistema biela- manivela, puede proporcionar un movimiento rotatorio, rue das con aletas, etc. Mucho habría que decir aún sobre las estructuras de los útiles, según el gesto técnico en que participen, según la ma teria sobre la que hayan de actuar, según el material de que estén hechos, según incluso las tradiciones de su forma y di mensiones. No pondremos más que dos ejemplos de ello, a la escala más simple. Hace poco, Charles Frémont, en un estudio sobre la sie rra, hizo patente toda la variedad de sus tipos. Pasemos por alto la distinción entre sierras de bronce y sierras de hierro o de acero, que es evidente de por sí. Este autor había distin guido entre: a) la sierra en forma de cuchillo o serrucho; b) la sierra larga y de doble mango para que dos serradores la muevan de lado a lado;c) la sierra en arco; d) la sierra en cua dro; e) la sierra circular o de disco;/) la sierra de cinta. Reproducimos aquí (figura 1) algunos de los dibujos de podadera que figuran en el catálogo de un fabricante de este instrumento. En dicho catálogo, y para este solo utensi lio, hay 106 modelos de podadera con nombres de naturale za toponímica; esto, naturalmente, sólo para Francia. Tales variedades corresponden a la vez, claro está, a las distintas tradiciones locales y a los diferentes modos de usarse el Conceptos y metodología 45 K 5 ? Q oji I 2 ■aXJ S.& íj c5 ■ 2■3 ■b .a o *2 S w dJi 1 nS I 1 -o oCn cq t»; oCu tí C . 2 ’S 1 £■¥ 2 2 4í ■8-3 ■s ao .D. bj ■ji o S £ 3X ci«3̂ U a* o_5> 'o 1 1o E 3 2 w "2 o 2 e a Si tí 5 i/ 46 Introducción a la historia de las técnicas utensilio, según el tipo de trabajo y según la vegetación do minante. Habría que hacer estudios sistemáticos acerca de todos los útiles para conseguir unos análisis lo más finos posible. El mismo catálogo que acabamos de citar contiene análogas imágenes de hachas, de hoces y hasta de los perfiles de las ho jas de hoces y guadañas. Unos repertorios de utillajes serían ciertamente bienvenidos, como lo son las colecciones de catá logos antiguos y los inventarios de utensilios conservados en los museos. Se han hecho ya algunos estudios, en el más pri mitivo estadio técnico, concretamente por A. Leroi-Gourhan, sobre los tipos de útiles o de instrumentos utilizados para una operación dada. La segunda noción que quisiéramos establecer es la de «conjunto técnico». Aquí pasamos a una fase diferente. En efecto, hay técnicas complejas que requieren no lo que podría llamarse una técnica unitaria, sino técnicas confluyentes cuyo conjunto o combinación concurre a que se dé un acto técnico bien definido. Hemos tomado como ejemplo la fabricación de la fundición, de la que el esquema adjunto muestra toda la complejidad: problemas de energía, problema de los compo nentes —mineral, combustible, insuflado de aire—, problema del instrumental mismo: el alto homo y sus propios elemen tos constitutivos (armazón, capas refractarias, formas). Tráta se aquí de un conjunto cada parte del cual es indispensable para que se obtenga el resultado pretendido (véase la ñgura 3 en p. 49). Fácil sería aducir otros ejemplos en la industria quí mica, según combinaciones de diferente tipo. Los conjuntos técnicos son, en general, mejor conocidos Conceptos y metodología 47 9 r 2. Las diferentes fases de la fabricación de un zueco en Cusa (Doubs). porque la investigación tecnológica se ha interesado mucho más por ellos. Todos los manuales de tecnología nos propor cionan esquemas de los mismos muy aprovechables para el historiador. La última noción podría ser la de «fila» o línea técnica. Las líneas técnicas las constituyen series de conjuntos técnicos destinados a proporcionar el producto deseado, cuya fabrica ción se realiza, a menudo, en varias etapas sucesivas. El primer ejemplo, uno de los más sencillos, lo tenemos en la fabricación del zueco de madera, tal cual ha sido analizada por los investigadores que trabajan para el Museo de Artes y Tradiciones Populares (figura 2). La imagen que damos de 48 Introducción a la historia de las técnicas ella no representa más que una parte de esta fabricación: pue den verse ahí seis operaciones sucesivas, en las que se utilizan tres útiles o herramientas diferentes. Es, como bien se ve, una serie. Para el moldeado inicial, que antes se hacía a golpe de hacha, se utiliza ahora un ins trumento, el martinete hidráulico, a cuyos martillo y yunque se les ha ido adaptando, con empalmes sistemáticos, diferen tes útiles. Se puede complicar este esquema tomando un producto más elaborado (figura 3). De la fundición se puede ir bajando al hierro o al acero, y de ahí a la fuerza destinada a dar a la pieza su forma definiti va. Hay, pues, todo un escalonamiento de las más diversas téc nicas que concurren a que funcione debidamente el comple jo técnico que es la línea o «fila». Así sucede, por ejemplo, en la industria textil, en la que pueden distinguirse: a) produc ción de la materiaprima (de origen animal, vegetal o sintéti co); b) preparación de esa materia para hacerla utilizable (la vaje, enfriamiento, desengrasado); c) hilatura; d) tejido; e) sucesivos aprestos, susceptibles por lo demás de integrarse a diferentes niveles de la fabricación (batanado, tundido, tinte, blanqueamiento, etc.). El estudio que acabamos de hacer sigue, salvo en el caso de los complejos o conjuntos, una línea vertical. Pero tam bién puede concebirse que se haga siguiendo líneas horizon tales. Es decir, que una misma estructura técnica puede servir para varias líneas distintas. Así ocurre, por ejemplo, tratándose de los útiles, y nosotros hemos observado que entonces un útil, de estructura dada, puede ir tomando for- Conceptos y metodología 49 APORTACIÓN de c o m b u s t ib l e Hulla Calidad Cantidad APORTACIÓN DE FUNDENTE APORTACIÓN DE MINERAL Extracción 3, Un complejo técnico: el alto homo. mas, o, más en general, aspectos diversos. Es lo que sucede, para poner ejemplos simples, con el (o los) martillo(s) y con la (o las) tenaza(s). A un nivel más complejo pasa lo mismo. La estructura cilindro-pistón, que se utiliza, ya lo hemos dicho, en los motores térmicos, es utilizada también en las 50 Introducción a la his toria de las técnicas bombas aspirantes e impelentes y hasta en el más humilde mechero. Un conjunto técnico, una línea técnica, no pueden funcio nar normalmente á no cumplen cierto número de condicio nes. A grandes rasgos, estas condiciones, en la medida en que se limita uno estrictamente al dominio técnico —ya volvere mos en seguida sobre esta restricción—, atañen necesaria mente a cualidades y cantidades. Las interferencias entre cua lidades y cantidades son, por lo demás, muy numerosas. Ante todo entre las cualidades: el trabajar con una materia dada re quiere útiles de una cualidad igualmente determinada. Pero la producción de determinadas cantidades puede, asimismo, exigir unas cualidades precisas de los medios de producción. Menos marcada, la influencia de la cantidad en la cualidad es sin embargo notoria en gran número de casos. Yendo más adelante, llegamos al momento en que se es tablecen vínculos o alianzas, no sólo siguiendo un proceso li neal, sino también con retornos o al sesgo. Entonces, cada uno de los componentes de un conjunto técnico tiene necesidad, para su propio funcionamiento, de uno o de unos cuantos productos del conjunto. Esta relación es evidente en el ámbi to de los materiales: si la siderurgia utiliza la máquina de va por, ésta necesita un metal cada vez más resistente para so portar las altas presiones además del recalentamiento. Esta relación se da, aunque no tan evidente, en muchos otros do minios. En el esquema de producción de hierro fundido, que acabamos de dar, se ve en seguida que la fundición y el hie rro son necesarios en cada uno de los subconjuntos. Se po drían multiplicar los ejemplos, complicar los esquemas, intro- Conceptos y metodología 51 (luciendo, pongamos por caso, las técnicas del transporte y evocando, como acabamos de hacerlo líneas atrás, el proble ma de la energía. Hay casos en los que son muy estrechas las recíprocas relaciones de los subconjuntos entre sí y con el conjunto global: citemos el de la industria química. Hay otros en los que esas relaciones son mucho más vagas, más impre cisas, y, en definitiva, relativamente escasas: citemos el caso de la industria textil. Equivale ello a decir que, en el límite y por lo general, to das las técnicas son, en diferentes grados, dependientes unas de otras, y que entre ellas ha de haber necesariamente una cierta coherencia: el conjunto de todas las coherencias que a distintos niveles se dan entre todas las estructuras de todos los conjuntos y de todas las líneas compone lo que se puede llamar un «sistema técnico» (figura 4). Y las uniones o ligazo nes internas, que aseguran la vida de estos sistemas técnicos, son cada vez más numerosas a medida que se avanza en el tiempo, a medida que las técnicas se van haciendo más y más complejas. Tales vinculaciones sólo se pueden establecer y re sultar eficaces cuando el conjunto de las técnicas ha alcanza do un común nivel, aunque también, marginalmente, si el ni vel de algunas de ellas, más independientes respecto a las otras, permanece por debajo o por encima del nivel general, siendo naturalmente la segunda de estas dos hipótesis más fa vorable que la primera. Obtenido el equilibrio, es viable el sistema técnico. Los aficionados a los jalonamientos cronológicos pueden, pues, definir así bastantes sistemas técnicos que se han ido suce diendo en el transcurso de los siglos, y analizarlos, esto es, ir 52 Introducción a b historia de las técnicas Transportes marfo'mos Transportes terrestres a vapor 1736-1772 en hierro 1787 jó Máquina de vapor . 1712 • 1769 - 1Z8Z P / Hierro - material Fundidor al coque 1735 Acero 1750 Hierro pudelado y laminado 1783 Railes y puntales \ <s Cugnot 1769 Trevithick 1792 locomotoras Ferrocarriles Huía Combustible Construcción Puentes 1772 Pilares 1780 Armazones 1786 Máquina herramientas 1772 • 1799 <Trñ Texies Kay 1733 Hargreaves 1765 Arkwrigtvt 1767 Crompton 1782 Caitwright1789 4. Esquema simplificado del sistema técnico de la primera mitad del si glo xix. Conceptos y metodología 53 más allá de las monografías particulares sobre cada técnica, precisar los nexos entre técnicas, su naturaleza y las exigen cias que suponen. De hecho, las investigaciones con este enfoque son aún muy incompletas e inseguras y la mayoría de los cuadros que han sido presentados nos parecen especialmente insuficien tes. En su obra Técnica y civilización, Lewis Mumford, si guiendo a otros autores, había no ya esbozado bien una des cripción de los sistemas técnicos, sino presentado unos grandes períodos definidos con bastante confusión: fase eotécnica, fase paleotécnica y fase neotécnica. «Si cada una de estas fa ses representa a grandes rasgos un período de la historia hu mana, caracterízase más aún por el hecho de que forma un complejo tecnológico.» El problema estaba así certeramente captado. «Cada fase tiene sus orígenes en ciertas regiones bien delimitadas y tiende a emplear determinados recursos y materias primas especiales; cada una tiene sus medios especí ficos de generar y de utilizar la energía, y sus formas particu lares de producción. Casi cada parte de un complejo técnico (término empleado aquí en un sentido diferente del que le hemos dado nosotros más arriba) tiende a hacer resaltar y a simbolizar, en el interior mismo del complejo, series enteras de relaciones.» Y, para distinguir estas diversas fases, evocaba Mumford las que se podría llamar técnicas dominantes que, precisamente por su universal importancia, ejercerían un efecto de atracción o arrastre sobre las demás. «La fase eo técnica es un complejo formado por el agua y la madera, la fase paleotécnica un complejo formado por el carbón y el hie rro, la fase neotécnica un complejo formado por la electrici- 54 Introducción a la historia de las técnicas dad y las aleaciones.» La idea era, ciertamente, interesante, pero esta enumeración de los que aquí llamamos sistemas técnicos nos parece muy insuficiente, y la definición de cada uno de ellos bastante imprecisa y arbitraria, por más que el autor haya matizado su pensamiento aludiendo a los inevita bles encabalgamientos entre los sistemas. Un análisis más preciso y la toma en consideración de ele mentos más numerosos permitirían establecer una cronología más ajustada, sin limitarse a esas tres grandes divisiones de la historia de las técnicas. Lo cual es tanto más necesario cuan to que no hay que aislar a las técnicas de las demás activida des humanas, sin las que aquéllas resultarían incomprensibles. Parece, por lo tanto, indispensable que confrontemos ahora los sistemas técnicos y los sistemas de otra especie y que di señemos, a grandes líneas,un esbozo de los nexos que los unen. Es natural que los economistas, en la medida en que se preocupaban, dentro de su propio campo, por los sistemas y las estructuras —volveremos varias veces sobre ello—, se ha yan interesado por este problema. Sin embargo, no parece que hayan hecho avanzar gran cosa la investigación. A. Mar- chal, siguiendo en parte The Theory o f Economic Growth de A. Lewis, distingue las fases de la evolución técnica no tanto con visión estrictamente técnica como a través de la idea que en diferentes épocas se ha ido teniendo de la técnica. La ver dad es que era este un rodeo fácil para introducir la técnica en el pensamiento económico. Se halla ahí, pues, una mezcla de diversas nociones, no de concepciones generales por las que pueda llegarse a definir un sistema técnico. En las socie- Conceptos y metodología 55 dades analfabetas, las realizaciones técnicas se situarían poco más o menos al mismo nivel: «Los mismos instrumentos, las mismas técnicas de talla y pulimentación de la piedra, los mis mos procedimientos metalúrgicos, los mismos métodos de cultivo y de irrigación, las mismas astucias para la caza, se vuelven a encontrar en poblaciones separadas por continen tes y por milenios». Después, el conocimiento de la escritura y, con ella, el de sarrollo de las matemáticas y la acumulación del saber serían «lo que distingue a las sociedades técnicamente arcaicas de las sociedades técnicamente primitivas». Marcha! pone toda vía a la Edad Media entre las sociedades técnicamente arcai cas. «[La E. M.] se distingue de la sociedad moderna en el sentido de que un pequeño grupo de hombres privilegiados gozan allí del tiempo libre o del asueto necesario para dedi carse al pensamiento abstracto e incluso a la experimenta ción, pero sin miras prácticas. Las realizaciones técnicas son obra entonces de artesanos hábiles pero casi del todo iletra dos, que van mejorando sus métodos a base de tanteos empí ricos.» Del Renacimiento dice simplemente que marcó la lle gada de la curiosidad y del espíritu experimental, así como su propagación por las otras capas sociales. Desde el siglo x v i i a los comienzos del xix, muchos de los inventos revolucionarios se habrían debido a hombres de oficio, que sucedieron con frecuencia a los sabios aficionados. «El siglo xx, por el con trario, señala el paso a la concepción del especialista y del téc nico profesionales y de plena dedicación, que trabajan en equipo, en ocasiones por cuenta de grandes empresas pero más a menudo a cargo del gobierno.» Aquí también lo insufi- 56 Introducción a la historia de las técnicas dente del análisis, los viejos tópicos históricos caros a los eco nomistas y las lamentables confusiones impiden que, pese a la aparición de algunas buenas ideas, aceptemos esta manera de dividir la historia. Realmente el análisis económico, por muy estructural que sea, neutraliza casi por completo el hecho técnico o no lo aborda sino en ciertos aspectos, como lo hiciera Adam Smith con la división del trabajo. El único autor que le ha otorgado un lugar de preferencia quizá sea Marx, que le daba con ra zón mucha importancia y le dedicó largos desarrollos. Sólo al nivel de la dinámica de los sistemas y de las estructuras ha ha bido que insertar en él una «variable» técnica. Aunque los fundadores de la escuela clásica inglesa, incluido Marx, tuvie ran la intuición de esas relaciones recíprocas entre los diver sos sistemas y de su coherencia y su compatibilidad, ha sido durante mucho tiempo difícil y sigue siéndolo todavía el inte grar la técnica en una explicación económica global, o, para decirlo mejor, más que integrar, aproximar los dos órdenes de actividades. Si la finalidad esencial de cada disciplina es hacer girar el mundo alrededor de ella, la economía política debe ría tener el cuidado de no despreciar la técnica. Lo mismo que el historiador de las técnicas tiene el deber de no despre ciar las «fuerzas» vecinas. Por consiguiente, todos los economistas hacen alusión, si bien en general de la manera más discreta posible, a las es tructuras técnicas. Marchal escribe, con cierta flojedad, que «el sistema económico se caracteriza por un particular arre glo de diversos tipos de estructuras», entre ellas naturalmen te las estructuras técnicas. Para Fran^ois Perroux, ya más pre- Conceptos y metodología 57 ciso, «el sistema económico es la combinación de un aparato técnico, un aparato de relaciones jurídico-sociales y un móvil económico fundamental». La importancia de las estructuras técnicas le parecía, por ende, un elemento fundamental, esen cial, del «sistema económico». Lo que aún no se ha tratado nunca de establecer de ma nera detallada y completa es el sistema de las relaciones que se dan entre técnica y economía, versando preferentemente las investigaciones actuales sobre la dinámica de estos dos ti pos de sistemas. Acciones recíprocas, por descontado. Johan Ackermann comprendía bien la técnica al enumerarla entre las «fuerzas autónomas» o «motrices», y aunque sus sucesores redujeron el número de ellas, mantuvieron no obstante a la técnica entre esas «fuerzas dominantes» que provocan la evo lución de los sistemas. La época actual abunda en muestras de lo mucho que in fluyen los sistemas técnicos en los sistemas económicos. Pero no nos engañemos. La expresión «fuerzas autónomas» em pleada por Ackermann tal vez permita ver mejor en qué con siste el problema. Es evidente que hay interacción entre los dos órdenes de sistemas, que nunca hay ahí unas fuerzas per fectamente autónomas o unas fuerzas perfectamente induci das. Dimensión de las empresas, costes de producción e in versiones dependen estrechamente del nivel técnico. Dicho de otro modo, trátase de determinar, lo que es más importan te que los sentidos de dominación, unas reglas de la coheren cia entre sistema económico y sistema técnico, aun sin que se pueda determinar de antemano si hay o no unas vías obliga torias. Sería en efecto útil, para las diversas épocas, comparar 58 Introducción a la historia de las técnicas los dos mundos de la economía y de la técnica. Machine á va- peur et capitalisme se titula la reciente obra de Payen, en la que sigue a muchos otros autores que hacen de la máquina de vapor el símbolo del capitalismo moderno, pues ha habido diferentes formas de capitalismo. Si la imagen no es total mente representativa de la realidad, tuvo por lo menos la ventaja de orientar a las mentes hacia el camino, apenas se guido todavía, de una profunda y fecunda investigación. Sería menester analizar las recíprocas exigencias de los sistemas técnicos y los sistemas económicos respecto a sí mismos. No deja de haber quienes piensan que los sistemas técnicos fue ron siempre más exigentes y apremiantes que los sistemas económicos. Inversamente, una técnica debe insertarse en un sistema de precios, en una organización de la producción, a falta de lo cual carecerá de interés económico, siendo esta su finalidad propia. Sabido es, inclusive, que, en el límite, las técnicas arte sanales han podido subsistir gracias a una demanda especial. Donde la técnica se impone o se ve rechazada es en el mer cado y en el cálculo de los márgenes de beneficio. En el ám bito mundial o, al menos, en el de un cierto internacionalismo, algunas medidas autoritarias pueden contribuir al manteni miento de técnicas que caducarían en un mercado libre. En realidad, la cuestión se plantea sobre todo en una perspectiva dinámica; en la medida en que se impone una evolución, es cosa admitida, para emplear expresiones mo dernas, que no hay más que una sola modalidad de desarro llo. En la medida en que el sistema técnico impone al sistema económico una evolución que éste no es, momentáneamente Conceptos y metodología 59 o no, capaz de soportar, sí que puede haber otras soluciones. Al capitalismo liberal, modelo del Occidente europeo, puede sustituirle un capitalismo de estado,
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