Logo Studenta

Nutricion_y_Dieta_de_las_Poblaciones_Abo

¡Este material tiene más páginas!

Vista previa del material en texto

UNIVERSIDAD NACIONAL DE LA PLATA 
FACULTAD DE CIENCIAS NATURALES Y MUSEO 
 
 
 
 
 
 
"NUTRICION Y DIETA DE LAS POBLACIONES ABORIGENES 
PREHISPANICAS DEL SUDESTE DE LA REGION PAMPEANA" 
 
 
POR 
 
GUSTAVO BARRIENTOS 
 
 
 
DIRECTOR: DR. GUSTAVO G. POLITIS 
 
CODIRECTORA: DRA. EVELIA E. OYHENART 
 
 
 
 
TRABAJO DE TESIS PARA OPTAR POR EL TITULO DE 
DOCTOR EN CIENCIAS NATURALES 
 
-1997- 
ÍNDICE 
 
AGRADECIMIENTOS 
INTRODUCCION 
PARTE 1. MARCO TEORICO Y CONCEPTUAL 
I. EL ESTUDIO DE LA EVOLUCION Y ADAPTACION DE POBLACIONES 
HUMANAS PREHISTORICAS DESDE UNA PERSPECTIVA 
BIOARQUEOLOGICA 
I.1. Perspectivas evolutivas en arqueología 
I.2. Adaptación 
I.3. El rol de los estudios de restos humanos arqueológicos dentro de un 
marco evolutivo 
I.4. El registro arqueológico y el registro bioarqueológico: marco 
conceptual 
II. SALUD, STRESS Y NUTRICION 
II.1. Los conceptos de salud y stress en antropología 
II.2. La influencia de la nutrición sobre el crecimiento y el desarrollo 
II.3. Malnutrición e infección 
II.4. El estudio bioarqueológico de la salud y nutrición de poblaciones 
prehistóricas 
II.5. La naturaleza de las muestras esqueletarias de poblaciones 
cazadoras-recolectoras y el alcance de la interpretación bioarqueológica 
de los patrones de salud y nutrición. 
III. NUTRICION, MORBILIDAD Y MORTALIDAD EN POBLACIONES 
CAZADORAS-RECOLECTORAS 
III.1. Estudios de poblaciones actuales 
III.2. Estudios bioarqueológicos 
PARTE 2. EL REGISTRO BIOARQUEOLOGICO DEL SUDESTE DE LA 
REGION PAMPEANA 
IV. EL AREA DE ESTUDIO 
IV.1. Descripción ambiental y paleoambiental 
IV.2. Antecedentes 
V. ANALISIS DE LA COMPOSICION, DISTRIBUCION ESPACIAL Y 
TEMPORAL DE LAS MUESTRAS DE ENTIERROS HUMANOS DEL AREA 
V.1. Introducción 
V.2. Materiales y métodos 
V.3. Resultados 
V.4. Discusión 
VI. LOCALIDADES Y SITIOS ARQUEOLOGICOS MUESTREADOS 
VI.1. Arroyo Seco 2 
VI.1.1. Introducción 
VI.1.2. Antecedentes 
VI.1.3. Temporadas 1992, 1995 y 1996. Estrategia de excavación y 
resultados 
VI.1.4. Estructura sexual y etárea de la muestra 
VI.1.5. Procesos de modificación post-depositacional de los restos óseos 
humanos de Arroyo Seco 2 
VI.1.6. Cronología de los entierros humanos del sitio Arroyo Seco 2 
VI.2. Laguna Los Chilenos 
VI.2.1. Introducción 
VI.2.2. Antecedentes 
VI.2.3. Prospecciones 
VI.2.4. Sitio LCH1 
VI.2.5. Los entierros humanos del sitio LCH1 
VI.2.6. Procesos postdepositacionales de formación del registro 
bioarqueológico 
VI.3. Laguna Tres Reyes 1 
VI.3.1. Introducción 
VI.3.2. Antecedentes 
VI.3.3. Temporada de excavación 1994-1995 
VI.3.4. Estructura etárea y sexual de la muestra de esqueletos humanos 
VI.3.5. Procesos de modificación post-depositacional de los entierros 
humanos 
VI.4. Laguna La Larga 
VI.5. Túmulo de Malacara 
VI.6. Estancia Santa Clara 
VI.7. Península Testón 
VI.8. Laguna de Puán 
VI.9. La Segovia 
VI.10. Los Huecos 
VI.11. Napostá 
VII. INTEGRACION DE LA INFORMACION BIOARQUEOLOGICA Y 
FORMULACION DE UN MODELO REGIONAL ACERCA DE LA EVOLUCION 
DE LAS POBLACIONES HUMANAS EN EL SUDESTE DE LA REGION 
PAMPEANA 
VII.1. Introducción 
VII.2. Marco cronológico 
VII.3. Variabilidad morfológica inter e intramuestral 
VII.4. Deformación craneana artificial 
VII.5. Prácticas mortuorias 
VII.6. El modelo 
VII.7. Expectativas biológicas 
PARTE 3. EL ESTUDIO BIOARQUEOLOGICO DE LA SALUD, NUTRICION Y 
DIETA DE LAS POBLACIONES ABORIGENES DEL SUDESTE DE LA REGION 
PAMPEANA 
VIII. HIPOPLASIAS DEL ESMALTE DENTAL 
VIII.1. Introducción 
VIII.2. Materiales y Métodos 
VIII.3. Resultados y Discusión 
IX. LINEAS DE HARRIS 
IX.1. Introducción 
IX.2. Materiales y Métodos 
IX.3. Resultados y Discusión 
X. HIPEROSTOSIS POROTICA 
X. 1. Introducción 
X.2. Materiales y Métodos 
X.3. Resultados y Discusión 
XI. PROCESOS INFECCIOSOS 
XI.1. Introducción 
XI.2. Materiales y Métodos 
XI.3. Resultados y Discusión 
XII. COMPOSICION ISOTOPICA ( δ13C) DE MUESTRAS HUMANAS, 
FAUNISTICAS Y VEGETALES: INFERENCIAS PALEODIETARIAS 
XII.1. Introducción 
XII.2. Materiales y métodos 
XII.3. Resultados y Discusión 
XIII. DISCUSION 
PARTE 4. CONSIDERACIONES FINALES 
XIV. EL ESTUDIO ARQUEOLOGICO Y BIOARQUEOLOGICO DEL 
SUDESTE DE LA REGION PAMPEANA EN PERSPECTIVA 
BIBLIOGRAFIA CITADA 
AGRADECIMIENTOS 
 
 Muchas fueron las personas que, a través de los años, hicieron posible 
que el trabajo que dió origen a esta tesis pudiera ser realizado. 
 En particular, los Dres. Gustavo Politis y Evelia Oyhenart invirtieron 
tiempo y esfuerzo en mi formación científica. Su constante estímulo, 
asesoramiento, apoyo, confianza y dedicacion para corregir mis errores, han 
sido la base del desarrollo de este trabajo. 
 Con el Lic. Fernando Oliva compartimos, desde el inicio de mi carrera, 
muchísimas horas de enriquecedora discusión arqueológica, tanto en el 
campo como en el laboratorio. Sin embargo fueron su amistad y su 
permanente apoyo quienes más contribuyeron a la realización de esta tesis y 
a quitar el tedio al trabajo de todos los días. 
 Los Lic. Marcela Leipus, Patricia Madrid, Gustavo Martínez, Cecilia 
Landini, Marta Roa, María Gutiérrez y Jorge Moirano me brindaron su 
amistad y discutieron muchos aspectos de este trabajo, efectuando valiosas 
observaciones. En especial, Marcela sufrió los desvelos de mis primeros años 
de investigación, por lo cual le estaré siempre agradecido. 
 Sugerencias y observaciones de singular importancia fueron efectuadas 
por los Dres. Aníbal Figini, Clive Gamble y James Steele durante distintas 
etapas de la investigación. 
 Esta tesis no podría haber sido terminada sin la inestimable colaboración 
en los trabajos de campo y gabinete de Ana Carlotto, Florencia Pan, Mariano 
del Papa, Paola Ponce, Catalina Peña, Iván Pérez, Fabricio Suárez, Marcela 
Pinto, Andrés Izeta y Martín Vázquez, alumnos de la carrera de Antropología 
de esta Facultad. 
 Los alumnos del curso 1995 del Taller de Osteología de la Facultad de 
Ciencias Sociales de la Universidad Nacional del Centro de la Provincia de 
Buenos Aires participaron activamente en las tareas de limpieza y 
catalogación de la muestra del sitio Laguna Tres Reyes 1. 
 Numerosos alumnos de las carreras de Antropología de las Universidades 
Nacionales de La Plata, Buenos Aires y Rosario participaron en los trabajos 
de campo realizados en los sitios Arroyo Seco 2, Campo Brochetto, Laguna 
Tres Reyes 1 y Laguna Los Chilenos 1 y 2. 
 Miembros de diferentes museos y particulares de los partidos 
correspondientes al área de estudio desempeñaron una función destacada 
durante las excavaciones, prospecciones y trabajo de laboratorio. Por su 
activa participacion deben mencionarse la Sra. Marisa Martín, la Srta. 
Imelda Andrieu y el Sr. Hugo Coronel. 
 La Sra. Patricia Sarmiento, del Servicio de Microscopía Electrónica de 
esta Facultad, invirtió, con entusiasmo, tiempo y dedicación en la puesta a 
punto de las técnicas de pretratamiento de las muestras óseas analizadas 
histológicamente. 
 Las Dras. Adriana Casamayouret y Alejandra Baglivo, del Servicio de 
Radiología del Hospital Interzonal de Agudos Gral. San Martín de la ciudad 
de La Plata prestaron inestimable colaboración en la obtención de las 
muestras radiográficas. 
 El Dr. Gustavo Politis y los Lic. Fernando Oliva, Cristina Bayón y Patricia 
Madrid me facilitaron gentilmente el acceso a sus datos isotópicos (δ13C) 
inéditos. 
 Las investigaciones estuvieron financiadas por el Consejo Nacional de 
Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), a través de becas y 
subsidios, y por subsidios de la Universidad Nacional de La Plata, de la 
Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires, de la 
Fundación Antorchas y The British Council. Las municipalidades de los 
partidos de Saavedra,Tornquist, Puán, Gonzales Chaves y Tres Arroyos 
prestaron también apoyo económico y logístico durante los trabajos de 
campo. 
 La Facultad de Ciencias Naturales y Museo de La Plata me facilitó sus 
instalaciones para poder llevar a cabo este trabajo. En particular, deseo 
agradecer al Dr. Héctor M. Pucciarelli, Jefe del Departamento Científico de 
Antropología por acojerme en el departamento a su cargo y brindarme todo 
su apoyo. 
 Los técnicos del Departamento Científico de Antropología del Museo de La 
Plata, Sres. Roque Díaz y Héctor Díaz colaboraron gentilmente en diversos 
aspectos de mi trabajo. 
 A todas estas personas e instituciones deseo expresar mi más profundo 
agradecimiento; sin su ayuda y aliento no hubiera sido posible la 
presentación de esta tesis. Al mismo tiempo deseo remarcar que los errores 
que pudiera contener este trabajo son de mi exclusiva y absoluta 
responsabilidad. 
 
INTRODUCCION 
 
 El objetivo del presente trabajo es abordar, desde una perspectiva 
bioarqueológica, el estudio de la salud y la nutrición de las poblaciones 
cazadoras-recolectoras del Sudeste de la Región Pampeana. Tal 
investigación se fundamenta en la necesidad de aproximarse, mediante vías 
alternativas a las tradicionales, al estudio de la organización de las 
poblaciones aborígenes pampeanas, principalmente a nivel de la 
subsistencia y uso del espacio. En este sentido, resulta importante resaltar 
que en esta región, los restos humanos han contribuído escasamente a la 
comprensión de la adaptación y evolución de las poblaciones prehispánicas, 
a pesar de constituir una parte importante del registro arqueológico. La idea 
sustentada en este trabajo es que la información derivada de su estudio, 
integrada a aquella obtenida del estudio de otros componentes del registro 
arqueológico (i.e. artefactos, ecofactos, estructuras, etc.), permite la 
generación de modelos más complejos acerca de la trayectoria evolutiva de 
las poblaciones humanas bajo diferentes condiciones selectivas. 
El presente trabajo se organiza del siguiente modo: En la primera parte 
(capítulos I a III), se proporciona el marco teórico y conceptual dentro del 
cual se llevó a cabo el estudio de la salud y la nutrición de las poblaciones 
aborígenes pampeanas. En la segunda parte (capítulos IV a VII), se analiza 
la estructura regional del registro bioarqueológico del SE de la Región 
Pampeana, detallando las características de las muestras de restos óseos 
humanos recuperadas en distintos sitios del área, y se propone un modelo 
acerca de la evolución de las poblaciones prehistóricas pampeanas a partir 
del cual pueden derivarse expectativas acerca de las pautas de salud y 
nutrición de las mismas durante el Holoceno. En la tercera parte (capítulos 
VIII a XIII) se presentan y se discuten los resultados alcanzados a partir del 
análisis de diferentes indicadores esqueletarios del estado de salud, 
nutrición y dieta de las poblaciones prehistóricas del área de estudio. 
Finalmente, en la cuarta parte (capítulo XIV) se discuten las implicancias de 
este trabajo para el estudio de la evolución y adaptación de las poblaciones 
aborígenes pampeanas, y se detallan las líneas de investigación que 
resultaría necesario profundizar en el futuro. 
 
PARTE 1. MARCO TEORICO Y CONCEPTUAL 
 
I. EL ESTUDIO DE LA EVOLUCION Y ADAPTACION DE POBLACIONES 
HUMANAS PREHISTORICAS DESDE UNA PERSPECTIVA 
BIOARQUEOLOGICA 
 
I.1. Perspectivas evolutivas en arqueología 
 Si el debate surgido en el seno de la arqueología durante la pasada década 
y que, en mayor o menor medida, se prolonga hasta el presente (i.e. Binford, 
1989; 1994; Hodder, 1982; 1986; Shanks y Tilley, 1987; entre otros) nos ha 
de dejar alguna enseñanza, ésta reside en la necesidad de reconocer que, no 
importa cuánto compartamos de las múltiples posturas defendidas en la 
literatura, no existe una única forma correcta - y por lo tanto verdadera - de 
hacer arqueología. Esto no implica adoptar una postura relativista extrema 
que reclama la validez de todo discurso, pues reconocemos la existencia de 
criterios éticos y científicos - por lo demás en permanente negociación y 
reformulación - que ponen límites a la variación de ideas, argumentos, 
teorías y paradigmas aceptables en un momento dado del desarrollo 
histórico de una disciplina científica. Sin embargo, podemos pensar que 
existen distintos órdenes de realidad a los cuales, desde nuestra perspectiva 
particular, valoramos diferencialmente, considerando a algunos más 
interesantes o más relevantes de ser explorados que otros. El fenómeno 
humano - de carácter claramente multidimensional - puede, y nos 
atreveríamos a decir que debe, ser abordado desde múltiples perspectivas. 
 La perspectiva que adoptamos en la presente investigación es evolutiva. 
En un sentido muy amplio, una perspectiva evolutiva en arqueología implica 
un intento de vincular la indagación arqueológica acerca de la evolución 
cultural con el estudio de la evolución orgánica en general, con la finalidad 
de generar una teoría inclusiva acerca de la historia de todos los organismos 
vivientes (Jones et al., 1995). 
 En los últimos veinte años, una gran cantidad de arqueólogos han 
abogado por la aplicación de la teoría evolutiva darwiniana para explicar la 
variación en el registro arqueológico. En forma creciente, se han publicado 
manifiestos programáticos, críticas a los modelos evolutivos tradicionales en 
antropología, y consideraciones acerca de las diversas implicaciones de la 
teoría evolutiva (i.e. Boyd y Richerson, 1982; 1985; Dunnell, 1978; 1980; 
1982; 1989; Leonard y Jones, 1987; O'Brien y Holland, 1992; Rindos, 1984; 
1989; Teltser, 1995a; entre otros). 
 En la literatura arqueológica existen por lo menos tres manifestaciones 
programáticas que sostienen la pertinencia de la teoría evolutiva darwiniana 
como marco general para el abordaje de los fenómenos arqueológicos. De 
acuerdo a uno de estos programas, el desarrollado por Robert Dunnell y 
otros autores (Dunnell, 1980; 1982; 1989; Leonard y Jones, 1987; O'Brien y 
Holland, 1992; 1995; Ramenofsky, 1990; 1995; Teltser, 1995a), el cambio 
cultural inferido a partir del registro arqueológico puede ser explicado a 
través del principio darwiniano de "descendencia con modificación" (Mayr, 
1988a). Más específicamente, este programa hace referencia a la acción de la 
selección natural y de otros procesos evolutivos, sobre la variabilidad 
fenotípica existente (principalmente a nivel artefactual), de modo que puede 
dar cuenta en última instancia, de la persistencia diferencial de la 
variabilidad en el registro (Boone, 1994). Otro programa, desarrollado por R. 
Boyd y P. Richerson (1982; 1985) y denominado de "herencia dual", parte del 
reconocimiento de que la mayor parte del comportamiento humano, y por lo 
tanto la cultura, es el producto del aprendizaje. Sostiene que la cultura debe 
ser entendida como un sistema de herencia al cual se aplican los requisitos 
fundamentales de la evolución por selección natural (i.e. poblaciones 
conformadas por individuos variables, un sistema de transmisión de la 
información, etc.), pero en el cual los principios que gobiernan la 
transmisión de la información difieren marcadamente de aquellos que 
gobiernan la transmisión de los genes (Bettinger, 1991). Finalmente, el 
tercer programa se basa en la aplicación del cuerpo teórico conocido como 
ecología del comportamiento o, más comunmente, ecología evolutiva (Boone, 
1992; Metcalf y Barlow, 1992; Mithen, 1989; 1990; Smith y Winterhalder, 
1992; Winterhalder y Smith, 1981). La ecología evolutiva está interesada en 
explicar la variabilidad fenotípica entre los humanos debida a la variabilidad 
en las condiciones ecológicas, partiendo de la base de que los seres 
humanos, como cualquier otra forma de vida, han evolucionado como 
resultado de la selecciónactuando sobre la variabilidad. Utilizando como 
punto de partida la asunción de una historia selectiva para las diversas 
poblaciones humanas, los ecólogos evolutivos formulan y ponen a prueba 
modelos formales basados en el individualismo metodológico y en el principo 
de optimización (Boone, 1994; Foley, 1987; Smith, 1988; Smith y 
Winterhalder, 1992). 
 De los tres enfoques mencionados, el que ha tenido una difusión y una 
aplicación arqueológica más restringida, ha sido el segundo (i.e. Aldenderfer, 
1993). Los otros dos programas han tenido desarrollos más bien 
independientes entre sí, lo que se hace evidente al analizar la literatura y 
comprobar la virtual inexistencia de inter-citas entre los diversos trabajos 
(O'Connell, 1995; para una excepción, ver Borrero, 1993; Lanata, 1993; 
Lanata y Borrero, 1994). Según Boone (1994: 2), esto se debería a una 
tendencia a considerar a un desarrollo como irrelevante desde la perspectiva 
del otro o, en el peor de los casos, a ambas perspectivas como mutuamente 
excluyentes y antagónicas. Para este autor, desde un nivel general de 
análisis y, de algún modo parafraseando a Hutchinson (1965), puede decirse 
que los "dunnellianos" o "seleccionistas" ponen el énfasis sobre el juego o 
proceso evolutivo, mientras que los ecólogos evolutivos lo hacen sobre el 
teatro ecológico (Smith y Winterhalder, 1992: 5- 7). Debido a que ambos 
focos de interés resultan, en el campo de la biología evolutiva, esenciales 
para la comprensión de la diversidad de la vida, Boone (1994: 2) concluye 
que lo mismo debería ser verdad respecto a las explicaciones evolutivas 
acerca de la diversidad humana. 
 Sin embargo, a nuestro modo de ver, la principal diferencia entre estas 
aproximaciones reside en la forma en que ambas conciben la relación entre 
la teoría evolutiva y el registro arqueológico. Para Dunnell y otros 
adherentes al enfoque seleccionista (i.e. Leonard y Jones, 1987), una 
consecuencia directa de la adopción de la teoría evolutiva darwiniana en 
arqueología es la necesidad de adecuar el lenguaje observacional y 
descriptivo, de forma tal que los términos empleados en la descripción del 
registro arqueológico sean los mismos empleados en la teoría, si se pretende 
que la misma "... be able to explain a description" (Dunnell, 1995: 34). Para 
Dunnell y otros seleccionistas, el objeto de estudio de la arqueología no es en 
modo alguno el pasado, sino el registro arqueológico mismo. La explicación 
de la variabilidad del registro arqueológico es el principal objetivo de 
investigación, siendo el comportamiento humano pasado importante sólo en 
tanto y en cuanto introduce variabilidad en ese registro. Patrice Teltser 
claramente expresa: 
 
 "When the content of explanatory theory and the role of 
research are stipulated in this way, the subject matter of 
archaeological explanation is the archaeological record 
rather than human behavior or motives. This does not 
necessarily deny a role for human behavior but places it 
in an explanatory role rather than the role of subject 
matter" (Teltser, 1995b: 3). 
 
 La lógica dunnelliana establece que, como el registro arqueológico no 
provee ningun acceso observacional directo al pasado, éste último no califica 
como objeto del análisis arqueológico. Dentro de esta perspectiva, 
prácticamente todo intento de construcción inferencial del pasado resulta, 
virtualmente, objeto de anatema (Dunnell, 1971; 1978; 1982; 1989). 
 Las aproximaciones que se basan en el uso de la teoría ecológico-evolutiva 
como marco teórico general, en cambio, no requieren que el registro 
arqueológico sea descripto y explicado en los mismos términos de esa teoría 
y, por lo tanto, no reniegan de un pasado inferencialmente construído como 
objeto del análisis evolutivo. Esto implica que reconocen como necesario el 
desarrollo de teoría en otro nivel, que trate acerca del registro arqueológico, 
de su formación y de sus fuentes de variación. En una palabra, aceptan la 
necesidad de una teoría "de alcance medio" (en el sentido de Binford, 1977; 
1981) que vincule de algún modo las observaciones contemporáneas acerca 
del registro arqueológico con argumentos acerca de la dinámica del pasado y 
que sea, al menos en principio, intelectualmente distinta de la teoría general 
utilizada para explicar ese pasado inferencialmente construído (i.e. Boone, 
1994; O'Connell, 1995). 
 Para los seleccionistas, las cuestiones organizacionales - consideradas 
como meros problemas funcionales - no interesan. Lo único que interesa son 
las frecuencias empíricas continuamente variables en el tiempo y en el 
espacio (i.e. artefactuales o "fenotípicas"; Dunnell, 1989; O'Brien y Holland, 
1995). Estas frecuencias son consideradas medidas del "fitness", tal y como 
se manifiestan por su "éxito replicativo" (Dunnell, 1989; Leonard y Jones, 
1987; O'Brien y Holland, 1992; 1995). La persistencia diferencial de la 
variación, que es en definitiva el proceso evolutivo, es considerada como el 
resultado de la acción de la selección (Dunnel, 1980; 1989; Leonard y Jones, 
1987; O'Brien y Holland, 1992). 
 Siguiendo a Binford (1992) podemos decir que, a pesar de las 
proposiciones de numerosos autores, hasta el presente no existe una teoría 
evolutiva que explique en forma anticipada y no simplemente de una manera 
acomodaticia post hoc, los cambios en los productos organizados de la 
experiencia humana. En términos de la evolución cultural, sabemos que el 
cambio ocurrió y ocurre, pero no conocemos aun cuál o cuales son los 
mecanismos de cambio que afectan a los sistemas culturales (cf. Dunnell, 
1980; 1989). Así, nuestro desafío reside no meramente en documentar la 
realidad del cambio o su plausibilidad, sino en explicarlo, como así también 
en explicar las situaciones en las cuales el cambio no tuvo lugar, 
produciendo situaciones de estabilidad. En este sentido, Binford sostiene 
que: 
 
 "Without a germane theory, one that relates causes and 
consequences in a predictable fashion, we cannot have 
explanations. Causes, to my way of thinking, are the 
relationships between impacted phenomena and 
impacting forces. This means that one must give 
consideration in theory building to the character of what 
is said to be acted upon. A constant set of impacting 
forces ("selective forces") operating on a population of mice 
and a population of elephants will have different 
consequences, depending on the organizational properties 
(e.g., the "anatomy") of the units said to be acted upon. 
 Organization is important. Evolutionay changes occur 
with respect to different organizational properties at 
different tempos and at different rates. Different species 
are organized differently and hence are subject to 
selection in different ways" (Binford, 1992: 54; énfasis 
agregado). 
 
 El punto central del desarrollo de una verdadera teoría evolutiva está 
pues, en comprender el mecanismo de selección, y el modo en que impacta 
diferencialmente sobre estructuras orgánicas de distinto nivel (i.e. unidades 
organísmicas, en el sentido de Pianka, 1974), que se hallan diferencialmente 
organizadas. A este respecto, resulta interesante notar que mientras 
muchos arqueólogos interesados en aplicar la teoría evolutiva neodarwiniana 
prestan poca atención a las propiedades organizacionales de las poblaciones 
humanas cuya actividad generó el registro arqueológico, numerosos biólogos 
evolutivos comienzan a interesarse cada vez más en los procesos de 
complejización y auto-organización de los sistemas biológicos, y su relación 
con la selección y el proceso evolutivo (i.e. Kauffman, 1993; Lewin, 1992; 
Prigogine y Stengers, 1984; Ulanowicz, 1986; Waldrop, 1992; Wicken, 1990). 
 Dentro de la tradición darwiniana, la selección natural fue y es 
mayoritariamente considerada como la única fuente de orden en la 
naturaleza (Kauffman, 1993; Lewin, 1992).Sin embargo, la proposición de 
que la selección es responsable de cada cambio adaptativo, falla en su 
intento de explicar los problemas impuestos por los sistemas altamente 
estructurados que poseen sus propias leyes de ensamblaje e interacción. 
Según Kauffman (1993), la teoría darwiniana debe expandirse para 
reconocer la existencia de otras fuentes de orden aparte de la selección, 
basadas en los constreñimientos genéticos y de desarrollo de los organismos, 
en los límites estructurales y en las posibilidades de las leyes físicas 
generales. Kauffman retoma uno de los problemas que los evolucionistas 
han estado evitando por mucho tiempo, es decir, el problema de la evolución 
de los sistemas complejos y altamente organizados: 
 
 "The task of enlarging evolutionary theory would be far 
for complete even if we could show that fundamental 
aspects of evolution and ontogeny had origins in some 
measure reflecting self-organizing properties of the 
underlying systems. The present paradigm is correct in its 
emphasis on the richness of historical accident, the fact 
of drift, the many roles of selection, and the uses of design 
principles in attempts to characterize the possible goals of 
selection. Rather, the task must be to include self-
organizing properties in a broadened framework, asking 
what the effects of selection and drift will be when 
operating on systems which have their own rich and 
robust self-ordered properties. For in such cases, it seems 
preeminently likely that what we observe reflects the 
interactions of selection processes and the underlying 
properties of systems acted upon" (Kauffman, 1993: 22-
23; énfasis en el original). 
 
 En nuestro campo de estudio, las organizaciones son comunmente 
sistemas extrasomáticamente integrados, no reductibles a simples 
organismos individuales. En biología, se asume un isomorfismo entre la 
unidad de reproducción biológica y la unidad a través de la cual la 
información es transmitida y expresada en el fenotipo mediante la 
interacción genético-ambiental. Por el contrario, la transmisión de los tipos 
de información que afectan a los fenotipos "culturales" puede ocurrir 
independientemente de la reproducción biológica, magnificando 
enormemente la variedad de las unidades que pueden estar sujetas a 
selección (Richerson y Boyd, 1995). Al mismo tiempo, el potencial para la 
reestructuración organizacional dentro y entre unidades, excede a aquella de 
su contraparte biológica (Binford, 1992). Por otra parte, los principios de 
indeterminación (Wicken, 1979; 1985; 1990) sugieren que existirían 
procesos sistémicos internos que podrían producir rápidos eventos de 
reorganización, de un modo tal que incluso un completo conocimiento de 
todas las condiciones iniciales del sistema termodinámico que creó los 
fenómenos arqueológicos observados (i.e. un sistema social), no permitiría 
una predicción exacta de la forma que ese sistema podría adoptar en un 
momento posterior (Binford, 1994). Estas ideas son a su vez compatibles con 
un cuerpo de teoría que puntualiza sobre la importancia del orden social 
emergente (i.e. Hayek, 1967; 1983; Touraine, 1977). Por ejemplo, Touraine 
ha argumentado que la sociedad, antes que nada, es un agente de su propia 
producción (autopoiesis) y que, inmersas en este proceso, encontramos 
formaciones sociales espontáneas y no planificadas. En este sentido, 
debemos considerar las propiedades emergentes latentes en toda 
organización social como un principio fundamentalmente de auto-
organización, dentro de un proceso de causalidad no lineal que implica la 
capacidad de generar comportamientos emergentes no predecibles (McGlade, 
1995: 114). Si tomamos en cuenta que un objetivo fundamental de muchos 
modelos ecológico-evolutivos es, precisamente, la predicción de 
comportamientos asumiendo ciertas estabilidades, resulta claro que la 
existencia de caos determinístico (Prigogine, 1980; Prigogine y Stengers, 
1984) interactuando con sistemas no lineales (McGlade, 1995; Walker y 
Ford, 1969), presenta serios problemas que aún necesitan ser resueltos. 
 Llegados a este punto, y a modo de resumen, podemos decir que el 
crecimiento de un enfoque evolutivo en arqueología depende 
fundamentalmente de: 
• Reconocer que la teoría evolutiva neodarwiniana, en su estado actual de 
desarrollo, no es directamente aplicable al estudio del registro 
arqueológico (Dunnell, 1989). 
• Reconocer que la teoría evolutiva neodarwiniana debe ser expandida, no 
sólo para incluir nuevos mecanismos de transmisión de la información 
(Boyd y Richerson, 1985; 1992; Dunnell, 1989; O'Brien y Holland, 1995; 
Teltser, 1995b), sino para considerar mecanismos generadores de orden 
en la naturaleza diferentes de la selección natural (Kauffman, 1993). 
• Comprender el modo en que diversas condiciones selectivas actúan 
diferencialmente sobre entidades diferencialmente organizadas (Binford, 
1992; 1994). 
• Reconocer que los principios que rigen la organización de las entidades 
biológicas y sociales responden a un sistema de causalidad no lineal, que 
implica la capacidad de generar organizaciones y comportamientos 
emergentes no predecibles (McGlade, 1995). 
 A pesar de las falencias que aún existen en el desarrollo de una teoría 
evolutiva satisfactoria que tenga como principal referente empírico al registro 
arqueológico, los recientes y crecientes intentos de explorar la potencialidad 
de una aproximación evolutiva en arqueología constituyen un importante 
avance respecto al marco conceptual sustentado por la Nueva Arqueología de 
los años `60 y `70 y por gran parte de la arqueología procesual de los `80. Al 
adoptar la idea de Leslie White (1959) de que la cultura es un medio 
extrasomático de adaptación (Binford, 1962; 1968), la arqueología logró un 
mayor acercamiento al campo más amplio de la antropología, donde al 
menos tres importantes escuelas de pensamiento - la ecología cultural 
(Steward, 1938), el neofuncionalismo (Rappaport, 1968) y el materialismo 
cultural (Harris, 1968) - propugnaban por la adopción de un modelo 
funcional y sistémico de la cultura concebido en términos adaptativos (i.e. 
Kirch, 1980a). Sin embargo, al mismo tiempo, se encerró a sí misma dentro 
de un marco conceptual no darwiniano en el cual el estudio de la 
consecuencia del proceso bio-cultural (la adaptación), tomó precedencia 
sobre el estudio del proceso evolutivo mismo. Y es en este sentido, 
precisamente, que resulta paradójico que la arqueología procesual nunca 
haya formalizado una teoría acerca de procesos, sino que más bien haya 
explorado una, o varias, acerca de sus resultados. 
 
I.2. Adaptación 
 El término adaptación, tanto en biología como en ecología evolutiva, se 
halla asociado a una amplia gama de significados (ver Alland, 1975; 
Dobzhansky, 1974; Dunbar, 1982; Little, 1982; Mazess, 1978; Medawar, 
1951; Stern, 1970; entre otros). De los diferentes significados atribuídos al 
término adaptación hay tres que consideramos significativos respecto de los 
objetivos de este trabajo. En primer lugar, la adaptación puede ser entendida 
como un proceso por el cual un organismo cambia, se ajusta o conforma a 
las limitaciones o restricciones de su ambiente. En este sentido, la 
adaptación puede ser el producto de la selección natural operando sobre 
muchas generaciones de individuos, o puede ser una respuesta conductual, 
fisiológica o morfológica, adquirida o aprendida durante el transcurso de la 
vida de un organismo, constituyendo así una parte fundamental de los 
procesos de intra e intervariación. 
 En segundo lugar, la adaptación puede ser conceptualizada como una 
medida del grado de conformidad entre un organismo y su ambiente. Esta 
concepción parte de la premisa que establece la inexistencia de la 
adaptación perfecta o de absolutos adaptativos, lo que implica que el 
carácter adaptativo de un rasgo puedeser establecido sólo en un sentido 
relativo (Lewontin, 1978). 
 Finalmente, la adaptación puede ser considerada como un proceso de 
resolución de problemas (Maynard Smith, 1978; Dunbar, 1982; Foley, 1987; 
Foley y Dunbar, 1989; O'Brien y Holland, 1995). Todo ambiente plantea 
problemas de supervivencia, de valor selectivo, que los organismos deben 
solucionar. La selección natural opera sobre los caracteres morfológicos, 
conductuales, fisiológicos y bioquímicos de un organismo, siendo su 
resultado el éxito reproductivo diferencial. Las potenciales soluciones se 
encuentran afectadas por factores limitantes (en el sentido de Dawkins, 
1982) tales como la variabilidad genética, la impredictibilidad, los 
constreñimientos históricos, etc, siendo el producto final la adaptación 
(Foley, 1987). 
 Como puntualizamos en el apartado anterior, en años recientes se ha 
cuestionado el rol del estudio de la adaptación dentro de un marco evolutivo 
en antropología y en arqueología. Algunas de las objeciones elevadas contra 
el uso del concepto de adaptación en estas disciplinas se apoyan en la crítica 
de Gould y Lewontin (1979) acerca de lo que estos autores denominan 
"adaptacionismo" o "programa adaptacionista" (i.e. Dunnell, 1989; O'Brien y 
Holland, 1995). Este consiste, entre otras cosas, en la construcción de 
explicaciones aparentemente plausibles acerca de las funciones de diferentes 
rasgos (i.e. conductuales, morfológicos, tecnológicos, etc.), pero de un modo 
que, en última instancia, no resulta posible de ser probado. La amplia 
difusión de este tipo de construcciones en antropología y arqueología, 
básicamente dentro de enfoques neofuncionalistas, condujo a algunos 
autores a considerar como secundario el rol de la adaptación dentro de la 
explicación arqueológica (i.e. Borrero, 1993; Dunnell, 1989; Rindos, 1984). 
Siguiendo a Mayr (1988b: 149), podemos decir que no hay nada 
inherentemente incorrecto dentro del programa adaptacionista, siempre y 
cuando éste sea ejecutado de un modo apropiado. Según O'Brien y Holland 
(1992: 44; 1995: 189), el único modo de escapar a la crítica de Gould y 
Lewontin es tratar de discriminar entre adaptaciones y no-adaptaciones o 
maladaptaciones de un modo correcto, y sólo entonces tratar de identificar la 
función probable de cada adaptación. A diferencia de Gould y Lewontin, 
Mayr (1988b: 151) y O'Brien y Holland (1995: 189) no pretenden que esto 
último se logre al primer intento, ya que no existe nada malo en la estrategia 
de prueba y error consistente en proponer diferentes hipótesis en forma 
sucesiva cuando la primera, o las subsecuentes, fallan. El único "pecado" 
consiste, en este contexto, en sentirse cómodo con una conclusión 
simplemente porque los datos parecen ajustarse bien al argumento 
propuesto. Sin embargo, hay que tener en cuenta que esta última objeción 
es válida para cualquier construcción científica, ya sea ésta resultante o no 
de la operación de un programa adaptacionista. 
 La posición sustentada en este trabajo es que el estudio de la adaptación, 
entendida como un proceso de resolución de problemas, es importante y 
debe ocupar un lugar acorde entre los objetivos de nuestra disciplina. La 
reacción ante los enfoques neofuncionalistas no debe implicar 
necesariamente el relegamiento del estudio de la adaptación a un segundo 
plano, tal como ha sido recientemente sugerido por algunos autores (i.e. 
Borrero, 1993: 15). El desarrollo de marcos conceptuales y metodológicos 
que permitan el estudio conjunto de la adaptación y del proceso evolutivo 
que conduce a ella, constituye uno de los desafíos más importantes que la 
arqueología deberá enfrentar en los próximos años. 
 
I.3. El rol de los estudios de restos humanos arqueológicos dentro de un 
marco evolutivo 
 Las aproximaciones evolutivas mencionadas en el primer apartado, en 
particular las denominadas seleccionistas, enfatizan en el componente 
artefactual del registro arqueológico, no especificando el rol que debería 
cumplir el análisis de restos humanos y de otros restos materiales 
asociados, en la documentación y explicación de las situaciones de cambio y 
estabilidad organizacional de las poblaciones del pasado. 
 Borrero (1993) propone que los restos humanos son útiles para evaluar el 
resultado del proceso evolutivo, es decir, la adaptación. Según él, se puede 
afirmar que "... la adaptación se mide en huesos humanos, y se discute con 
estudios de la frecuencia de artefactos y ecofactos, y el efecto que confieren a 
las poblaciones que los usan" (Borrero, 1993: 21). De este modo artefactos y 
restos humanos constituirían, al menos en principio, conjuntos de 
información independientes para evaluar proposiciones acerca del pasado 
(cf. Borrero, 1994: 60). 
 El valor de los restos humanos como fuente generadora de información 
acerca del proceso adaptativo de las poblaciones humanas fue comprendido 
muy tempranamente en el desarrollo de la Nueva Antropología Física 
(Washburn, 1951) o Antropología Biológica (Pucciarelli, 1989), es decir, 
cuando la disciplina adoptó como teoría general los enunciados de la síntesis 
neodarwiniana a comienzos de la década del `50 (Washburn, 1951; 1953). 
Sin embargo, la exploración más profunda de la potencialidad informativa de 
este importante componente del registro arqueológico fue bastante más 
tardía. Sólo en los últimos treinta años se ha desarrollado, como resultado 
de una significativa convergencia de objetivos programáticos (en el sentido 
de Lakatos, 1983) entre la antropología biológica y la arqueología de raíz 
principalmente neofuncionalista, lo que se ha dado en llamar el "enfoque 
biocultural" (Boyd, 1996; Bush y Zbelevil, 1991; Dressler, 1995). Este 
enfoque es concebido como una instancia superadora de las aproximaciones 
tradicionales al estudio de los restos humanos de origen arqueológico, tales 
como los análisis morfométricos y paleopatológicos, de naturaleza 
marcadamente descriptiva y con frecuencia abordados sin una perspectiva 
poblacional. El enfoque biocultural puede ser caracterizado como la 
elaboración de los conceptos y relaciones desarrolladas en la ecología 
cultural, aplicados dentro del contexto de la teoría evolutiva. Su principal 
objetivo es tratar de comprender las relaciones dinámicas existentes entre 
las poblaciones humanas, la cultura y el ambiente, enfatizando en la 
necesidad de establecer la condición biológica de las poblaciones humanas y 
sus consecuencias para la reproducción biológica y cultural de la sociedad, a 
la vez que considerar los efectos selectivos de la cultura sobre la 
supervivencia de estas poblaciones (Bush y Zvelebil, 1992; Relethford, 1994). 
A la luz de este enfoque, se ha ido delimitando con el transcurso del tiempo 
un nuevo campo de estudio, de carácter inter y, con frecuencia, 
transdisciplinario, denominado bioarqueología (Buikstra, 1981; Larsen, 
1987). Este comprende el estudio de los procesos de formación de las 
muestras de restos humanos, de la demografía, de las relaciones biológicas, 
de las pautas de salud, enfermedad, actividad, nutrición, crecimiento y 
desarrollo, como un medio de lograr una mayor comprensión acerca de la 
adaptación y de la evolución de las poblaciones humanas del pasado. 
 En el siguiente apartado propondremos una conceptualización del 
registro bioarqueológico, y proporcionaremos una síntesis del estado actual 
de los conocimientos acerca de sus principales fuentes de variabilidad y de 
sus procesos de formación, principalmente en el contexto de sociedades 
cazadoras- recolectoras. 
 
I.4. El registro arqueológico y el registro bioarqueológico: marco 
conceptual 
 El término registro arqueológico es un término ambiguo, debido a que es 
usado por diferentes arqueológos de diferentes maneras. Esto ha llevado a 
algunos autores a afirmar que, hasta el presente, el concepto de registrocarece de rigor como concepto teórico dentro de la disciplina (i.e. Patrik, 
1985). En general, el concepto de registro arqueológico es utilizado por los 
arqueólogos como un modelo de su evidencia, reconociendo que éste implica 
algo acerca de esa evidencia que no es directamente observable (Sullivan, 
1978). El registro arqueológico pues, se construye inferencialmente a partir 
de la evidencia o conjunto de datos generados a través de distintos 
procedimientos metodológicos. En el modelo de registro sustentado por la 
arqueología procesual, la fuente primaria de datos y evidencia está 
constituída por cosas físicas y estáticas (Patrik, 1985), que son los efectos 
causales de lo que ellos registran (Binford, 1981). En este sentido, es 
importante señalar que evidencia arqueológica y registro arqueológico no son 
términos intercambiables (Yacobaccio, 1988). La evidencia arqueológica es el 
conjunto de datos obtenidos a partir del análisis de ítems materiales, sean 
estos artefactos, estructuras, ecofactos, huesos humanos, etc., que el 
arqueólogo dispone luego de su recuperación en el trabajo de campo o de 
cualquier otro modo posible. El registro arqueológico, en cambio, es el 
modelo teórico de la evidencia, inferencialmente construído (cf. Yacobaccio, 
1988). El registro arqueológico, como conjunto de enunciados de distinto 
nivel, posee pues un referente empírico que es actual, es decir, que existe en 
el presente. 
 Llegados a este punto, podemos conceptualizar al registro bioarqueológico 
como la parte del registro arqueológico que modela las relaciones entre 
referentes empíricos tales como: a) restos humanos, b) otros restos 
materiales o rasgos (i.e. marcadores de tumba, mobiliario y ajuar funerario, 
etc.), y c) diversos elementos del paisaje (en el sentido de Forman y Godron, 
1986). 
 A través del tiempo, el registro bioarqueológico ha sido utilizado para 
discutir una amplia variedad de tópicos. Estos incluyen, entre otros: 
• taxonomía o clasificación de poblaciones humanas (Biasutti, 1912; 
Imbelloni, 1938; Sergi, 1911; von Eickstedt, 1934); 
• variación biológica y proceso microevolutivo (Konigsberg y Buikstra, 
1995; Neves y Pucciarelli, 1991; Pardoe, 1994; Steele y Powell, 1992); 
• rango y diferenciación social (Binford, 1971; O'Shea, 1984; Pearson et al., 
1989; Tainter, 1977; 1978); 
• salud y nutrición (Buikstra y Williams, 1991; Goodman et al., 1984; 
Huss-Ashmore et al., 1982; Martin et al., 1985); 
• anatomía funcional y stress ocupacional (Merbs, 1983; Stirland, 1991); 
• paleodemografía (Buikstra y Konigsberg, 1985; Cook, 1981; Horowitz et 
al., 1988; Van Gerven y Armelagos, 1983); 
• guerra, tensión social y canibalismo (Milner, 1995; Turner, 1983; Turner 
y Turner, 1992; White, 1992). 
 El registro bioarqueológico ha sido utilizado para explicar diversas 
características de las poblaciones humanas y de los sistemas 
socioculturales, el modo en que éstos varían a través del tiempo y del 
espacio, y el mecanismo por el cual se modifican o pasan de un estado a 
otro. En una palabra, se lo ha utilizado para abordar cuestiones referidas a 
las propiedades dinámicas de las poblaciones y sistemas socioculturales del 
pasado. Sin embargo, una de sus principales propiedades - compartida con 
los demás componentes del registro arqueológico - es su carácter estático y 
actual (Binford, 1981; O'Shea, 1984). 
 Como arqueólogos o bioantropólogos, lo que analizamos no son 
poblaciones, ni aún muestras de poblaciones - que en sí representan un 
concepto dinámico - sino muestras de conjuntos óseos y otros restos 
materiales asociados, preservados y recuperados en sitios particulares. Sin 
embargo, hasta el presente no se posee una clara comprensión acerca de la 
naturaleza de los vínculos existentes entre las propiedades del registro y las 
propiedades dinámicas de las poblaciones humanas de las cuales deriva. A 
este respecto, es importante destacar que en la actualidad permanecen aún 
controvertidos algunos aspectos que resultan cruciales para la comprensión 
de los mecanismos de formación del registro bioarqueológico, tales como: 
• la contribución de la variabilidad biológica a la supervivencia y/o 
mortalidad diferencial de los individuos dentro de las poblaciones 
humanas (Wood et al., 1992; cf. Goodman, 1993; Jackes, 1993); 
• el modo en que las muestras esqueletarias, que frecuentemente cubren 
lapsos más o menos largos de tiempo, se ven afectadas por factores tales 
como los cambios, a corto y largo plazo, en los parámetros demográficos 
(Cadient et al., 1976; Wood et al., 1992; cf. Buikstra y Mielke, 1985); 
• las implicancias sociales y conductuales de los perfiles de mortalidad de 
muestras arqueológicas (Buikstra y Mielke, 1985; Lovejoy et al., 1977; cf. 
Howell, 1982); 
• los sesgos tafonómicos y conductuales que contribuyen a la 
estructuración por sexo y edad de las muestras esqueletarias (Charles y 
Buikstra, 1983; Walker et al., 1988); 
• el grado en el cual las prácticas mortuorias están determinadas de un 
modo diferencial por factores sociales, filosófico- religiosos, 
circunstanciales y ecológicos (Binford, 1971; Brown, 1971; Carr, 1995; 
Hodder, 1982; Kirch, 1980b; Pearson et al., 1989, Saxe y Gall, 1977; 
Tainter; 1977; 1978). 
 En particular, el modo en que se forma y se estructura el registro 
bioarqueológico de cazadores-recolectores ha permanecido en gran medida 
inexplorado, a pesar de constituir una parte importante del registro 
arqueológico de este tipo de sociedades. Es por ello que la interpretación y 
explicación de los patrones observados - en términos de comportamiento y/o 
biología -, resulta actualmente difícil de realizar en ausencia de una teoría 
coherente y de una sólida metodología para evaluar la relevancia de, y dar 
sentido a, nuestras observaciones acerca del registro. El registro 
bioarqueológico, al igual que otros componentes del registro arqueológico, 
durante su proceso de formación atraviesa por una serie de estadíos 
análogos a los descriptos por diversos autores para el registro 
arqueofaunístico (i.e. Clark y Kietze, 1967; Klein y Cruz-Uribe, 1984; 
Meadow, 1980; Stiner, 1994) (Figura I.1). En tanto modelo teórico de nuestra 
evidencia, el registro bioarqueológico se constituye a partir de la interacción 
de distintos factores relacionados con: a) la dinámica demográfica de las 
poblaciones humanas (i.e. fertilidad, mortalidad y supervivencia diferencial, 
heterogeneidad en el riesgo de morbilidad y mortalidad, etc.), b) organización 
social, económica y tecnológica, patrones de racionalidad, ideología y 
creencias (i.e. movilidad, sistema de asentamiento, prácticas mortuorias, 
construcción social y uso del espacio), c) procesos tafonómicos y 
postdepositacionales (i.e. química de los suelos, agentes biológicos), d) 
diseño de investigación arqueológica (i.e. muestreo, excavación y análisis), y 
e) marco teórico, concepción paradigmática y factores de naturaleza 
extracientífica que influyen sobre la generación y uso del conocimiento. 
 En los últimos años se han producido notables avances en la comprensión 
de varios de los aspectos involucrados en la formación del registro, tales 
como los procesos tafonómicos y postdepositacionales, técnicas de muestreo, 
excavación y análisis, vías y perspectivas alternativas de conocer, construir y 
dar significado al pasado. Sin embargo, entre los aspectos más desconocidos 
se hallan aquellos que condicionan en forma determinante la formación del 
registro y cuya comprensión es de fundamental importancia para su 
interpretación. Ellos son: a) los procesos que intervienen en la formación - a 
corto y largo plazo - del conjunto muerto o "población muerta" (ver Waldron, 
1994), en especial la incidencia de la mortalidad y supervivencia selectiva y 
de los cambios demográficos a través del tiempo (Cadient et al., 1976; Wood 
et al., 1992); y b)los procesos que intervienen en la distribución espacial de 
los muertos de una población, en particular, la influencia de las distintas 
estrategias y tácticas de uso del espacio (i.e. grado y tipo de movilidad, 
ocupación redundante, etc.). 
 A pesar de la virtual ausencia de investigaciones etnoarqueológicas 
centradas en el estudio de las prácticas mortuorias, y al hecho de que las 
fuentes etnográficas tradicionales contienen información insuficiente acerca 
de la localización de las areas de entierro y de los factores que gobiernan la 
elección de su emplazamiento (ver Chapman y Randsborg, 1981), numerosa 
evidencia etnográfica sugiere que el principal factor influyente en la 
distribución espacial de los cadáveres a nivel regional en poblaciones 
cazadoras-recolectoras es la movilidad. Un reciente estudio transcultural 
llevado a cabo por Carr (1995), dirigido a establecer los principales 
determinantes de las practicas mortuorias, muestra que los denominados 
determinantes circunstanciales y físicos - entre los cuales puede ser incluída 
la movilidad -, tienden a ser más importantes para las sociedades de nivel 
jerárquico y de bandas, y sistemáticamente menos importantes para las 
sociedades de nivel sociopolítico intermedio, tales como los cazadores-
recolectores "complejos" y los horticultores (Carr, 1995: 171). Sin embargo, 
ningún estudio fue dirigido a establecer las relaciones entre las distintas 
formas de movilidad - un fenómeno multidimensional (Kelly, 1992) - y los 
diferentes tipos de distribuciones de entierros resultantes. 
 Podría hipotetizarse que: a) el número de sitios que son utilizados para 
enterrar a los muertos de una población tiende a variar en forma directa con 
el número de movimientos residenciales anuales; y b) el número de 
individuos enterrados en un lugar particular tiende a estar correlacionado en 
forma negativa con el número de movimientos residenciales anuales. Dicho 
en otras palabras, estas dos hipótesis predicen que, a medida que aumenta 
el número de movimientos residenciales por año, tiende a haber un mayor 
número de sitios destinados al entierro de individuos a nivel regional, cada 
uno de ellos con un número progresivamente menor de entierros. Sin 
embargo, diversos factores pueden influir en el hecho de que estos dos 
enunciados no se cumplan en todas las situaciones. Entre los mismos 
pueden mencionarse el tamaño de la región o "territorio" (en el sentido de 
Binford, 1981) que es explotada por una población, y el grado y tipo de 
redundancia en la ocupación de determinados puntos del espacio. Puede 
esperarse que estas hipótesis tiendan a verificarse en forma positiva en 
situaciones en las cuales el tamaño de los rangos anuales y el tamaño total 
de la región o territorio explotados sea grande, y el grado de redundancia 
entre las sucesivas ocupaciones de un mismo espacio sea bajo. Por otro 
lado, estas hipótesis presuponen una congruencia relativamente alta entre el 
lugar de muerte y el lugar de entierro, una situación que puede no darse, y 
de hecho no se dá en todos los casos. Los individuos tenderían a ser 
enterrados en lugares cercanos al lugar de muerte, cuando los costos de 
transportar los restos a otro lugar - medidos en términos del tiempo y los 
recursos invertidos - fueran mayores que los beneficios. La disposición de 
los cadáveres es una actividad social que utiliza recursos y que, al igual que 
actividades tales como la búsqueda de parejas, la adquisición de alimentos, 
etc., sustrae tiempo al individuo para la realización de otras tareas de valor 
adaptativo. La toma de decisiones que involucra, resulta susceptible 
entonces de ser abordada en términos analíticos por estudios basados en la 
teoría ecológico evolutiva, tales como los denominados de "asignación de 
tiempo" ("time allocation studies", sensu Hames, 1992). Esta es una línea de 
investigacion que aún no ha sido explorada, pero que resulta relevante para 
analizar algunos problemas vinculados a las prácticas funerarias. 
 No obstante las objeciones expresadas precedentemente, una gran 
cantidad de evidencia etnográfica indica que grupos móviles tales como los 
Hadza, los Mbuti, los Baka, los !Kung (Woodburn, 1982); los Pintupi (Myers, 
1991), los Gununa Kena (Bórmida y Casamiquela, 1958/1959), y los Nukak 
(Politis, 1996a), con frecuencia entierran a los muertos en áreas cercanas a 
los lugares utilizados para la realización de otras actividades (i.e. 
campamentos), invierten poco tiempo y recursos en las actividades 
funerarias, y tienden a no señalizar el lugar del entierro mediante la 
construcción de estructuras conspicuas y/o permanentes. Por otro lado, 
evidencia etnográfica igualmente numerosa, sugiere la existencia de una 
correlación entre el decrecimiento en la movilidad y el surgimiento de áreas 
formales de entierro o "cementerios". Siguiendo la definición operativa 
proporcionada por Pardoe (1988), un área formal de entierro o cementerio, 
en el contexto de sociedades cazadoras-recolectoras, se caracterizaría por ser 
un área funcionalmente específica y exclusiva destinada al entierro de un 
número significativo de individuos (del orden de decenas o centenas), 
distribuídos dentro de límites acotados y con un alto grado de contigüidad 
espacial. 
 Un estudio comparativo transcultural realizado por Goldstein (1976) 
sobre una muestra de treinta sociedades, apoya la hipótesis adelantada por 
Saxe (1970; 1971) acerca de la asociación existente entre la aparición de 
áreas formales de entierro o cementerios, y el surgimiento de grupos 
corporativos de descendencia lineal (i.e. linajes), que ejercen el control sobre 
el acceso y uso de determinados recursos críticos. 
 El ejercicio del control sobre el acceso y uso de determinados recursos 
define una conducta territorial. Dyson-Hudson y Smith (1978; cf. Cashdan, 
1983; Layton, 1986), discutiendo el fenómeno de la territorialidad humana 
en términos ecológicos y funcionales (Chapman, 1995), han propuesto que, 
cuando la distribución espacio-temporal de los recursos es densa y 
predecible y consecuentemente su defendibilidad económica es alta (sensu 
Brown, 1964), existen mayores probabilidades de que se establezca un 
sistema territorial de uso del espacio. Este sistema, según Ambrose (1984; 
citado en Brandt, 1988), estaría caracterizado por un incremento en la 
densidad de población y el tamaño de los grupos (Yellen y Harpending, 
1972), una estrategia de asentamiento más sedentaria, con un patrón de 
movilidad logístico (Binford, 1980; Kelly, 1983), un decrecimiento en el 
intercambio regional de información (Hayden, 1982) y hábitats delineados y 
controlados a través de la defensa y/o de la advertencia (Brandt, 1988). Los 
correlatos arqueológicos del modelo propuesto por Ambrose incluirían 
cambios a través del tiempo en la organización del sistema de asentamiento 
a nivel regional e intra-sitio, cambios en las fuentes de materias primas, 
función y/o estilo de los artefactos, dieta y prácticas mortuorias (ver Brandt, 
1988). La disposición de los cadáveres en áreas formales de entierro, y/o la 
construcción de monumentos funerarios, tendrían la función de actuar como 
demarcadores territoriales. En este sentido, el reclamo permanente de uso y 
control de los recursos críticos estaría establecido y justificado por la 
presencia de los ancestros (Brandt, 1988; Chapman, 1981; Charles y 
Buikstra, 1983; Hall, 1976; Pardoe, 1988; Renfrew, 1976; cf. Carr, 1995: 
183). Si bien las hipótesis derivadas de este modelo aún no han sido puestas 
a prueba en forma extensiva, datos etnográficos referidos a los Elmolo del 
Lago Turkana (Scherrer, 1976, citado en Brandt, 1988), los Temuan de 
Malasia (Saxe y Gall, 1977), los Mundas de la India (Chattopadhyaya, 1996), 
y aborígenes australianos del norte de la Tierra de Arnhem (Berndt y 
Johnston, 1942; Hamilton, 1982), parecensustentarlo. Sin embargo, más 
allá de su contrastación empírica, su principal valor es heurístico, al llamar 
la atención acerca de la posible vinculación entre determinadas prácticas 
culturales, tales como la disposición de los cadáveres, con variables 
paleoecológicas relevantes tales como la territorialidad, la estructura regional 
de los recursos, etc. 
 Las distintas formas de disponer los cuerpos - a través del entierro 
primario, del entierro secundario, de la cremación, etc. - tampoco parecen 
variar independientemente de la organización de cada sociedad. Numerosa 
evidencia etnográfica (i.e. Bushnell, 1920; Hamilton, 1982; Peterson, 1972) 
indica que la práctica del entierro secundario - que implica un tratamiento 
complejo de los cadáveres, una cantidad variable de tiempo entre la muerte 
del individuo y la depositación final de los restos y, usualmente, el 
transporte de los mismos -, tiende a covariar positivamente con la creciente 
complejización de la sociedad (en el sentido de Burch y Ellanna, 1994), con 
un reforzamiento de la territorialidad y con una mayor competencia entre y 
dentro de los grupos. De acuerdo con Goldstein (1989; 1995), el entierro 
secundario de los restos puede deberse ya sea a factores circunstanciales 
(i.e. cuando la muerte ocurre en un lugar alejado del campamento o de las 
áreas de entierro habituales, o cuando se produce la reutilización de un 
área de entierro), o a la afiliación social particular del individuo. En el 
segundo caso, la aparición en una región de entierros secundarios puede 
implicar un cambio en la actitud hacia los muertos, involucrando un gran 
despliegue de labor creativa destinada a conmemorar al difunto, junto con la 
realización de ceremonias funerarias más elaboradas (i.e. Hamilton, 1982). 
Al mismo tiempo, la doble disposición de los restos tiende a estar 
correlacionada con una mayor fijación de los asentamientos a determinados 
puntos del paisaje (Goldstein, 1995), y al surgimiento de áreas formales de 
entierro o cementerios (ver ejemplos en Goldstein, 1980; Hamilton, 1972; 
O'Shea, 1984). Dentro de este contexto, los costos de la actividad funeraria 
(i.e. descarne de los cuerpos, transporte, construcción de estructuras, etc.) 
podrían ser menores que los beneficios, al proporcionar los medios de ejercer 
un control territorial de relativamente bajo costo mediante el recurso de la 
advertencia (ver Cashdan, 1992). 
 De lo expuesto, se sigue que la variación temporal y espacial en las 
prácticas funerarias puede ser considerada una función de las variaciones 
en el grado de diferenciación y especialización interna de los componentes de 
un sistema sociocultural. Como tal, pueden constituirse en indicadores 
sensibles para evaluar el estado y propiedades organizacionales de un 
sistema en un momento determinado de su trayectoria a través del tiempo 
(Binford, 1994). Sin embargo, las correlaciones empíricas observadas entre 
la formación de cementerios, la práctica del entierro secundario, niveles 
relativamente altos de complejidad organizacional, territorialidad, reducción 
de la movilidad y aumento demográfico en sociedades cazadoras-recolectoras 
contemporáneas o etnográficamente documentadas, no deben ser utilizadas 
como convenciones a priori para la interpretación de casos arqueológicos 
específicos. No debe perderse de vista el hecho de que las correlaciones no 
son necesariamente informativas acerca de las causas de un determinado 
proceso, sino sólo pruebas acerca de la operación de fenómenos sistémicos. 
Lejos de ser explicaciones en sí mismas, constituyen aquello que necesita ser 
explicado (Binford, 1990). Ello no obstante, deben ser tenidas en cuenta, 
pues fuerzan a la realización de preguntas relevantes, a estudiar la 
variabilidad del registro bioarqueológico desde una perspectiva ecológica y a 
orientar, o reorientar, la investigación. 
II. SALUD, STRESS Y NUTRICION 
 
II.1. Los conceptos de salud y stress en antropología 
 El enfoque biocultural en bioarqueología considera a los restos humanos 
esqueletales como remanentes de un sistema, el individuo, que estuvo en 
interacción con el ambiente natural y social (Bush, 1991). El análisis de la 
salud de las poblaciones del pasado permite evaluar dicha interacción, 
debido a que el estado de salud influye significativamente sobre 
características tales como la esperanza de vida, el potencial reproductivo y la 
capacidad de trabajo y de aprendizaje. 
 La definición ecológica de salud, que concibe a los estados de salud y 
enfermedad como intentos respectivamente exitosos y no exitosos de 
adaptarse al stress producido por factores tanto del medio interno como del 
externo, subyace al análisis de restos óseos humanos desde una perspectiva 
biocultural. Esta definición enfatiza la naturaleza dinámica de esta 
condición, específicamente la noción de ajuste a, o recuperación de, 
influencias ambientales desfavorables (Audy, 1971; Dubos, 1965; Goodman, 
1991; Wylie, 1970). Desde esta perspectiva, la salud es considerada como 
parte de un continuum o de un espectro que incluye también a la 
enfermedad. Según Dubos, 
 
"States of health or disease are the expression of the 
succsess or failure experienced by the organism in its 
efforts to respond adaptively to environmental challenges" 
(1965: xvii). 
 
 El vínculo que conecta el concepto ecológico de salud con su 
reconocimiento y evaluación en restos esqueletales de poblaciones 
extinguidas es la evidencia física de la respuesta adaptativa del organismo. 
Esta evidencia está integrada por los denominados, en términos genéricos, 
indicadores de stress (i.e. Huss-Ashmore et al., 1982; Martin et al., 1985). 
 El término stress presenta, tanto desde un punto de vista clínico como 
antropológico, dificultades para ser definido (Bush, 1991; Hinkle, 1961; 
Mason, 1975). Según Selye (1950; 1956; 1957; 1973), una situación de 
stress es aquella capaz de provocar cualquier tipo de disrrupción en el 
funcionamiento normal y en la homeostasis de un organismo. Ante una 
situación de stress, se ponen en funcionamiento un conjunto de respuestas 
conductuales y fisiológicas orientadas a restaurar las funciones biológicas 
esenciales, en un intento de recuperar los niveles previos al estímulo 
(Síndrome General de Adaptación, en el sentido de Selye, 1950). Los efectos 
inmediatos y mediatos del fracaso en rectificar esta disrrupción abarcan un 
amplio rango, que va desde el mínimo deterioro de una función, hasta el 
costo más alto de la maladaptación al stress, es decir, la muerte del 
organismo (Goodman y Armelagos, 1989; Powell, 1988). Entre las 
principales fuentes de stress fisiológico figuran la malnutrición y las 
condiciones patológicas, siendo los factores psicológicos y mecánicos, según 
Dubos (1965) y Selye (1956), sólo fuentes secundarias (ver sin embargo 
Bush, 1991 y Widowson, 1951). 
 El stress puede ser clasificado en agudo o crónico, de acuerdo con su 
duración. El primero es experimentado por el organismo durante un período 
relativamente corto y bien definido, como en el caso de un síndrome febril 
breve (Dobyns, 1983). El stress crónico, en cambio, se manifiesta durante 
períodos más largos de tiempo, sin una clara demarcación de su comienzo o 
finalización, como en el caso de una nutrición subóptima resultante de un 
déficit proteico (Garn 1972; Scrimshaw et al., 1968). 
 
II.2. La influencia de la nutrición sobre el crecimiento y el desarrollo 
 Uno de los resultados biológicos más significativos de una situación de 
stress es la alteración del crecimiento normal, que puede ir desde una 
detención momentánea del mismo, hasta una modificación del ritmo de 
crecimiento. Niños con inanición aguda pueden tener crecimiento 
compensatorio, en virtud de su capacidad reguladora (Waddington, 1957). 
Esto depende, entre otros factores, de la intensidad y duración delstress y 
de la etapa de crecimiento en que éste actúa (Beck et al., 1983; Widowson y 
McCance, 1960). Si el stress se transforma en crónico, el crecimiento tiende 
a retardarse para mantener niveles funcionales aceptables. La mayoría de 
los miembros de algunas poblaciones, y algunos de todas las poblaciones, 
alcanzan de adultos una estatura inferior a la que debieran haber logrado a 
causa de desnutrición crónica durante su niñez (Tanner, 1986). 
 Es necesario distinguir los efectos de la nutrición sobre el ritmo de 
crecimiento, la estatura final, la configuración corporal y la composición de 
los tejidos. El ritmo parece ser la primera variable afectada. El niño 
subnutrido puede crecer con lentitud, en espera de mejores condiciones. 
Este rasgo es una característica común a todos los mamíferos, lo que 
indicaría el valor altamente selectivo de la oferta ambiental de recursos sobre 
la capacidad de autorregulación del proceso de crecimiento. La estatura del 
adulto parece ser afectada por un nivel de subnutrición menos severo que la 
forma corporal adulta (Tanner, 1986). Sin embargo, se ha demostrado que 
existe una relacion exponencial - alométrica - entre el crecimiento de los 
distintos segmentos corporales, que provoca una dinámica de cambios 
característicos en las proporciones corporales durante la infancia. Esta 
dinámica puede ser alterada por desnutrición, por lo que las proporciones 
corporales han sido frecuentemente utilizadas en estudios de crecimiento y 
en la evaluacion del estado nutricional (Guimarey et al., 1993). En muchas 
poblaciones, el período en que el niño se encuentra en mayor riesgo de 
subnutrición, frecuentemente combinada con algún proceso infeccioso o de 
parasitación, es el que va desde el nacimiento hasta los 5 años de edad. El 
mantenimiento de un nivel nutricional adecuado resulta crítico para el 
desarrollo fetal, no sólo durante el embarazo, sino también durante el 
crecimiento y desarrollo de la futura madre (Newman, 1975). A este respecto, 
se ha demostrado que existe una correlación entre el retardo del crecimiento 
de las mujeres y el bajo peso de sus hijos al nacer (Mello et al., 1987). Por 
ejemplo, la talla materna inferior a 145 cm aumenta el riesgo de 
complicaciones obstétricas y de nacimientos de individuos de bajo peso 
(Gopalan, 1987). Estudios de seguimiento han demostrado que los niños 
nacidos a término pero pequeños para su edad gestacional (PEG), nunca 
llegan a recuperarse de esta desventaja inicial (Gopalan, 1987). Sin embargo, 
diversos estudios sugieren que la desnutrición durante el período gestacional 
posee efectos más débiles que aquella actuante durante el período 
lactacional (i.e. Barnes et al., 1973; Smart et al., 1973). Srebnick y Budd 
(1981) encontraron, después de aplicar una desnutrición materna durante la 
gestación, una restitución del peso corporal durante la lactancia y 
postlactancia (cf. Widowson y McCance, 1960; Williams et al., 1974; Toews y 
Lee, 1975). 
 El mantenimiento nutricional normal necesita de una ingesta y 
metabolización adecuadas, en cuanto a cantidad, calidad y proporción, de 
los nutrientes esenciales (i.e. calorías, proteínas, lípidos, vitaminas y 
minerales). Las cantidades y proporciones de nutrientes requeridas 
dependen de numerosos factores de naturaleza hereditaria, ambiental y 
fisiológica (Wing y Brown, 1979). Debido a ello, en el estudio de poblaciones 
extinguidas la adopción de estándares nutricionales elaborados para 
poblaciones actuales resulta altamente especulativo, ya que existen pocas 
bases para evaluar la existencia o no de adaptaciones nutricionales 
específicas, o la posibilidad de cambio a través del tiempo de las necesidades 
dietarias de las poblaciones humanas (Leone y Palkovich, 1985; Stinson, 
1992). 
 
II.3. Malnutrición e infección 
 La influencia de las enfermedades infecciosas sobre las poblaciones 
humanas depende de la interacción dinámica de tres conjuntos de variables: 
a) suceptibilidad y resistencia del huésped; b) presencia de organismos 
patógenos; y c) el ambiente en el cual éstos interactúan (Alland, 1970: 
Lilienfield y Lilienfield; 1980; Powell, 1988). La mera asociación física de los 
húespedes y de los agentes patógenos crea las condiciones mínimas 
necesarias pero no resulta inevitablemente en el desarrollo de síntomas de 
enfermedad (Dubos, 1965; Scrimshaw, 1975). La resistencia a la enfermedad 
del organismo se encuentra determinada por factores específicos e 
inespecíficos (Youmans et al., 1980). Los factores específicos incluyen 
aquellas respuestas proporcionadas por el huésped ante patógenos 
particulares, con posterioridad a la infección (Hoeprich, 1977). Ejemplo de 
ello es la formación de anticuerpos y el desarrollo de inmunidad celular. Los 
factores inespecíficos, por el contrario, son aquellos que se hallan presentes 
y en estado operativo en el momento del nacimiento, o inmediatamente 
después. El tipo de resistencia proporcionado por los factores inespecíficos 
es efectivo contra muchos tipos de patógenos, y es compartida por todos los 
individuos de una especie (Hoeprich, 1977). Entre los factores inespecíficos 
más importantes pueden mencionarse factores genéticos, niveles 
hormonales, sindromes febriles, fagocitosis, inflamación y nutrición 
(Hoeprich, 1977; Powell, 1988). 
 Numerosa evidencia indica que el proceso de crecimiento resulta 
particularmente susceptible a la interacción sinérgica entre estados de 
malnutrición e infección. Deo (1978) desarrolló un modelo acerca de los 
efectos de la malnutrición proteico-calórica sobre la resistencia a la 
infección. Los individuos con este tipo de malnutrición, cuya manifestación 
extrema es el marasmo, son especialmente susceptibles a contraer 
infecciones accidentales de variadas etiologías. Esto se debe a un amplio 
rango de respuestas físicas de carácter inespecífico y específico: reducción 
en la producción de macrófagos, lo que disminuye la capacidad de 
fagocitosis, alteración de la respuesta inflamatoria, y compromiso de la 
competencia inmunológica a nivel celular, lo que deriva en una respuesta 
inmune deficiente. Al mismo tiempo, un desarrollo prolongado de este tipo 
de malnutrición provoca alteraciones en las defensas mecánicas del huésped 
(i.e. alteraciones cutáneas), lo que favorece la invasión de organismos 
patógenos, como así también disfunciones a nivel del tracto gastrointestinal 
(i.e. reducción de la motilidad intestinal), que disminuyen la tasa de 
evacuación de micoorganismos. El rol de la nutrición en el 
desencadenamiento de toda la serie de alteraciones descriptas, se pone de 
manifiesto en el hecho de que la competencia inmune tiende a retornar a 
niveles normales cuando se produce la rehabilitación nutricional. 
 Del mismo modo en que la malnutrición puede reducir la resistencia 
efectiva contra las enfermedades infecciosas, estas últimas pueden afectar el 
estado nutricional del huésped. Con frecuencia, el efecto combinado 
resultante es más severo que el producido por una sóla de ambas 
condiciones (Powell, 1988). Esto se debe a la clara interacción sinérgica de 
estos dos factores de stress. 
 Los requerimientos de distintos nutrientes se elevan durante la 
enfermedad debido al incremento de la tasa metabólica, la concentración de 
nutrientes bajo formas no disponibles por el organismo (i.e. el hierro en el 
hígado), y su derivación respecto a sus vías metabólicas normales, como en 
el caso de una mayor necesidad de producción de fagocitos. La mayoría de 
las enfermedades acompañadas por síndromes febriles, se caracterizan por 
incrementar la excreción de nitrógeno, al igual que ciertas infecciones 
subclínicas. En individuos subnutridos, estados de anemia pueden ser 
inducidos por enfermedades infecciosas a través del mecanismo de secuestro 
o captura de hierro. La invasión bacteriana y protozoariaestimula este 
mecanismo, que constituye una respuesta protectora que inhibe la 
proliferación de los organismos invasores, que necesitan del hierro para su 
reproducción (Scrimshaw, 1992). Esta reducción en el hierro disponible 
conduce, a su vez, a un decrecimiento en la efectividad fagocítica debido a 
niveles inferiores en la secreción de peroxidasa, disminuyendo así la 
capacidad inmunitaria. 
 
II.4. El estudio bioarqueológico de la salud y nutrición de poblaciones 
prehistóricas 
 Como expresáramos al comienzo de este capítulo, el vínculo que conecta 
el concepto ecológico de salud con su reconocimiento y evaluación en restos 
esqueletales de poblaciones prehistóricas, son los rastros físicos de la 
respuesta adaptativa del organismo denominados, en términos genéricos, 
indicadores de stress. La comprensión del modo en que responde el sistema 
esqueletario a diversos estímulos ambientales resulta crucial para el análisis 
de la salud y nutrición de poblaciones extinguidas a partir de restos óseos. 
 El esqueleto puede ser conceptualizado como un sistema orgánico en 
constante comunicación y cooperación con otros sistemas. Las principales 
funciones del esqueleto son brindar sostén a los demás sistemas del 
organismo, posibilitar la locomoción, participar en el almacenamiento y 
regulación de minerales, proteger al sistema nervioso central y producir 
glóbulos rojos. El hueso cambia constantemente a través del ciclo vital, 
siendo más susceptible a la influencia ambiental durante los períodos 
críticos del proceso de crecimiento y desarrollo. El crecimiento óseo se halla 
determinado principalmente por la interacción de dos procesos: la 
depositación de hueso por la acción de los osteoblastos, y la remoción 
selectiva de hueso por parte de los osteoclastos. Estos procesos pueden ser 
alterados por desbalances fisiológicos y por la carencia o el exceso de 
nutrientes. Debido a la mayor resistencia al stress que posee el sistema 
óseo, enfermedades leves o deficiencias nutricionales leves o moderadas 
pueden no manifestarse a nivel del esqueleto. Por el contrario, cuando son 
observadas alteraciones de diversa magnitud en la morfología y estructura 
del hueso, éstas pueden indicar que la situación de stress fue lo 
suficientemente severa o prolongada como para agotar las respuestas 
potenciales de otros sistemas orgánicos. Del mismo modo en que la 
determinación de la intensidad de un factor estresante no siempre es 
inferible a partir de la evaluación de los diversos indicadores óseos, su origen 
puede resultar difícil e incluso imposible de dilucidar. Esto se explica por el 
hecho de que varios factores, actuando sobre un mismo proceso, pueden 
producir resultados similares (Huss-Ashmore et al., 1982), y porque el tejido 
óseo posee una capacidad limitada de respuestas potenciales ante distintos 
estímulos ambientales (Cohen, 1989; Goodman y Armelagos, 1989). Esta 
propiedad del hueso permite clasificar a las lesiones óseas en: a) específicas; 
y b) inespecíficas. Las lesiones específicas son aquellas que pueden ser 
atribuídas a un sólo factor o entidad patológica (i.e. mieloma múltiple), 
mientras que las lesiones inespecíficas pueden ser inducidas por una amplia 
variedad de estados de enfermedad, es decir, que poseen un origen 
multicausal (i.e. líneas de Harris, hipoplasias del esmalte dental, 
osteoporosis juvenil, hiperostosis porótica) (Mensforth, 1991). La etiología de 
una lesión específica puede ser establecida usualmente con un alto grado de 
confianza, y puede brindarnos importante información acerca del estado de 
salud de un individuo particular. Debido a esto, las lesiones específicas nos 
proporcionan un escaso conocimiento acerca de los principales factores de 
morbilidad y mortalidad de poblaciones prehistóricas, por lo que su utilidad 
paleoepidemiológica se halla marcadamente restringida. Por el contrario, las 
lesiones esqueletarias inespecíficas, si bien de naturaleza multicausal, son lo 
suficientemente frecuentes como para proporcionar información 
paleoepidemiológica sobre una base poblacional (Mensforth, 1991). 
 En bioarqueología, un importante avance en el estudio de la salud y 
nutrición de poblaciones prehistóricas residió en el abandono de enfoques 
basados en el uso de indicadores de stress únicos y aislados, tanto de 
naturaleza específica como inespecífica, y en la adopción de aproximaciones 
que utilizan múltiples indicadores analizados de un modo sistemático 
(Buikstra y Cook, 1980; Huss-Ashmore et al., 1982; Martin et al., 1985; 
Larsen, 1987; Saunders y Katzemberg, 1992). Este tipo de estrategia ha 
demostrado ser muy útil para proveer conocimiento acerca del patrón 
general de morbilidad y nutrición a nivel poblacional (Cohen, 1989; 
Goodman y Armelagos, 1989). 
 
II.5. La naturaleza de las muestras esqueletarias de poblaciones 
cazadoras-recolectoras y el alcance de la interpretación bioarqueológica 
de los patrones de salud y nutrición. 
 Históricamente, los estudios acerca de las pautas de salud y nutrición de 
poblaciones prehistóricas se han centrado principalmente en el análisis de 
muestras numéricamente importantes, derivadas de poblaciones agrícolas o 
cazadoras- recolectoras tardías, éstas últimas frecuentemente en transición 
hacia economías productoras de alimentos. El principal obstáculo que ha 
impedido la construcción de una base de datos más amplia correspondiente 
a cazadores-recolectores móviles ha residido en la naturaleza del registro 
bioarqueológico generado por este tipo de poblaciones. Este se halla 
caracterizado, en la mayoría de los casos, por hallazgos aislados y a menudo 
fragmentarios. En particular, este registro presentó dificultades para ser 
abordado desde la perspectiva reconstruccionista adoptada por la mayor 
parte de los estudios paleodemográficos y paleonutricionales hasta los 
primeros años de la década de 1990 (i.e. Buikstra y Mielke, 1985: 410). 
 Como expresamos en el apartado I.3., es posible diferenciar tres grandes 
fuentes de variabilidad en la conformación del registro bioarqueológico: a) el 
tamaño, estructura y dinámica de las poblaciones humanas, b) los procesos 
postdepositacionales operantes a nivel local y regional, y c) las técnicas de 
prospección, excavación y análisis de muestras esqueletarias. 
 Las poblaciones de cazadores-recolectores móviles son, en la gran mayoría 
de los casos, de pequeño tamaño. La estructura etárea y sexual y los 
patrones de morbi-mortalidad de poblaciones pequeñas se hallan sujetos a 
procesos de variación de naturaleza estocástica, cuyo impacto resulta 
inversamente proporcional al tamaño de la población (Paine y Harpending, 
1996). Debido a la dispersión espacial y temporal de los restos de cazadores 
recolectores con un grado moderado o alto de movilidad residencial y a 
sesgos tafonómicos y de muestreo, las muestras disponibles para análisis 
son con frecuencia pequeñas. A menudo también, éstas se hallan 
compuestas por restos provenientes de un conjunto de sitios cuya 
interrelación posee, en la mayoría de los casos, un alto grado de 
incertidumbre. Puede decirse que todas las muestras esqueletarias, pero 
especialmente las de cazadores-recolectores, manifiestan el llamado efecto de 
"linaje" (Cadient et al., 1976). Esto es consecuencia de la acumulación, en 
sitios o regiones particulares, de individuos a través de varias generaciones 
bajo regímenes demográficos variables y con tasas de depositación 
igualmente variables pero, por lo general, bajas (Steele y Olive, 1989). Se ha 
argumentado que, en períodos suficientemente largos de tiempo, tales 
muestras pueden promediarse para producir el efecto de poblaciones 
estables, especialmente en ausencia de evidencia independiente acerca de la 
posible expansión o declinación poblacional (Settenspiel y Harpending, 1983; 
Trinkaus, 1995). Sin embargo, resulta aún incierto

Continuar navegando

Otros materiales