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UNIVERSIDAD NACIONAL DE LA PLATA FACULTAD DE CIENCIAS NATURALES Y MUSEO "NUTRICION Y DIETA DE LAS POBLACIONES ABORIGENES PREHISPANICAS DEL SUDESTE DE LA REGION PAMPEANA" POR GUSTAVO BARRIENTOS DIRECTOR: DR. GUSTAVO G. POLITIS CODIRECTORA: DRA. EVELIA E. OYHENART TRABAJO DE TESIS PARA OPTAR POR EL TITULO DE DOCTOR EN CIENCIAS NATURALES -1997- ÍNDICE AGRADECIMIENTOS INTRODUCCION PARTE 1. MARCO TEORICO Y CONCEPTUAL I. EL ESTUDIO DE LA EVOLUCION Y ADAPTACION DE POBLACIONES HUMANAS PREHISTORICAS DESDE UNA PERSPECTIVA BIOARQUEOLOGICA I.1. Perspectivas evolutivas en arqueología I.2. Adaptación I.3. El rol de los estudios de restos humanos arqueológicos dentro de un marco evolutivo I.4. El registro arqueológico y el registro bioarqueológico: marco conceptual II. SALUD, STRESS Y NUTRICION II.1. Los conceptos de salud y stress en antropología II.2. La influencia de la nutrición sobre el crecimiento y el desarrollo II.3. Malnutrición e infección II.4. El estudio bioarqueológico de la salud y nutrición de poblaciones prehistóricas II.5. La naturaleza de las muestras esqueletarias de poblaciones cazadoras-recolectoras y el alcance de la interpretación bioarqueológica de los patrones de salud y nutrición. III. NUTRICION, MORBILIDAD Y MORTALIDAD EN POBLACIONES CAZADORAS-RECOLECTORAS III.1. Estudios de poblaciones actuales III.2. Estudios bioarqueológicos PARTE 2. EL REGISTRO BIOARQUEOLOGICO DEL SUDESTE DE LA REGION PAMPEANA IV. EL AREA DE ESTUDIO IV.1. Descripción ambiental y paleoambiental IV.2. Antecedentes V. ANALISIS DE LA COMPOSICION, DISTRIBUCION ESPACIAL Y TEMPORAL DE LAS MUESTRAS DE ENTIERROS HUMANOS DEL AREA V.1. Introducción V.2. Materiales y métodos V.3. Resultados V.4. Discusión VI. LOCALIDADES Y SITIOS ARQUEOLOGICOS MUESTREADOS VI.1. Arroyo Seco 2 VI.1.1. Introducción VI.1.2. Antecedentes VI.1.3. Temporadas 1992, 1995 y 1996. Estrategia de excavación y resultados VI.1.4. Estructura sexual y etárea de la muestra VI.1.5. Procesos de modificación post-depositacional de los restos óseos humanos de Arroyo Seco 2 VI.1.6. Cronología de los entierros humanos del sitio Arroyo Seco 2 VI.2. Laguna Los Chilenos VI.2.1. Introducción VI.2.2. Antecedentes VI.2.3. Prospecciones VI.2.4. Sitio LCH1 VI.2.5. Los entierros humanos del sitio LCH1 VI.2.6. Procesos postdepositacionales de formación del registro bioarqueológico VI.3. Laguna Tres Reyes 1 VI.3.1. Introducción VI.3.2. Antecedentes VI.3.3. Temporada de excavación 1994-1995 VI.3.4. Estructura etárea y sexual de la muestra de esqueletos humanos VI.3.5. Procesos de modificación post-depositacional de los entierros humanos VI.4. Laguna La Larga VI.5. Túmulo de Malacara VI.6. Estancia Santa Clara VI.7. Península Testón VI.8. Laguna de Puán VI.9. La Segovia VI.10. Los Huecos VI.11. Napostá VII. INTEGRACION DE LA INFORMACION BIOARQUEOLOGICA Y FORMULACION DE UN MODELO REGIONAL ACERCA DE LA EVOLUCION DE LAS POBLACIONES HUMANAS EN EL SUDESTE DE LA REGION PAMPEANA VII.1. Introducción VII.2. Marco cronológico VII.3. Variabilidad morfológica inter e intramuestral VII.4. Deformación craneana artificial VII.5. Prácticas mortuorias VII.6. El modelo VII.7. Expectativas biológicas PARTE 3. EL ESTUDIO BIOARQUEOLOGICO DE LA SALUD, NUTRICION Y DIETA DE LAS POBLACIONES ABORIGENES DEL SUDESTE DE LA REGION PAMPEANA VIII. HIPOPLASIAS DEL ESMALTE DENTAL VIII.1. Introducción VIII.2. Materiales y Métodos VIII.3. Resultados y Discusión IX. LINEAS DE HARRIS IX.1. Introducción IX.2. Materiales y Métodos IX.3. Resultados y Discusión X. HIPEROSTOSIS POROTICA X. 1. Introducción X.2. Materiales y Métodos X.3. Resultados y Discusión XI. PROCESOS INFECCIOSOS XI.1. Introducción XI.2. Materiales y Métodos XI.3. Resultados y Discusión XII. COMPOSICION ISOTOPICA ( δ13C) DE MUESTRAS HUMANAS, FAUNISTICAS Y VEGETALES: INFERENCIAS PALEODIETARIAS XII.1. Introducción XII.2. Materiales y métodos XII.3. Resultados y Discusión XIII. DISCUSION PARTE 4. CONSIDERACIONES FINALES XIV. EL ESTUDIO ARQUEOLOGICO Y BIOARQUEOLOGICO DEL SUDESTE DE LA REGION PAMPEANA EN PERSPECTIVA BIBLIOGRAFIA CITADA AGRADECIMIENTOS Muchas fueron las personas que, a través de los años, hicieron posible que el trabajo que dió origen a esta tesis pudiera ser realizado. En particular, los Dres. Gustavo Politis y Evelia Oyhenart invirtieron tiempo y esfuerzo en mi formación científica. Su constante estímulo, asesoramiento, apoyo, confianza y dedicacion para corregir mis errores, han sido la base del desarrollo de este trabajo. Con el Lic. Fernando Oliva compartimos, desde el inicio de mi carrera, muchísimas horas de enriquecedora discusión arqueológica, tanto en el campo como en el laboratorio. Sin embargo fueron su amistad y su permanente apoyo quienes más contribuyeron a la realización de esta tesis y a quitar el tedio al trabajo de todos los días. Los Lic. Marcela Leipus, Patricia Madrid, Gustavo Martínez, Cecilia Landini, Marta Roa, María Gutiérrez y Jorge Moirano me brindaron su amistad y discutieron muchos aspectos de este trabajo, efectuando valiosas observaciones. En especial, Marcela sufrió los desvelos de mis primeros años de investigación, por lo cual le estaré siempre agradecido. Sugerencias y observaciones de singular importancia fueron efectuadas por los Dres. Aníbal Figini, Clive Gamble y James Steele durante distintas etapas de la investigación. Esta tesis no podría haber sido terminada sin la inestimable colaboración en los trabajos de campo y gabinete de Ana Carlotto, Florencia Pan, Mariano del Papa, Paola Ponce, Catalina Peña, Iván Pérez, Fabricio Suárez, Marcela Pinto, Andrés Izeta y Martín Vázquez, alumnos de la carrera de Antropología de esta Facultad. Los alumnos del curso 1995 del Taller de Osteología de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires participaron activamente en las tareas de limpieza y catalogación de la muestra del sitio Laguna Tres Reyes 1. Numerosos alumnos de las carreras de Antropología de las Universidades Nacionales de La Plata, Buenos Aires y Rosario participaron en los trabajos de campo realizados en los sitios Arroyo Seco 2, Campo Brochetto, Laguna Tres Reyes 1 y Laguna Los Chilenos 1 y 2. Miembros de diferentes museos y particulares de los partidos correspondientes al área de estudio desempeñaron una función destacada durante las excavaciones, prospecciones y trabajo de laboratorio. Por su activa participacion deben mencionarse la Sra. Marisa Martín, la Srta. Imelda Andrieu y el Sr. Hugo Coronel. La Sra. Patricia Sarmiento, del Servicio de Microscopía Electrónica de esta Facultad, invirtió, con entusiasmo, tiempo y dedicación en la puesta a punto de las técnicas de pretratamiento de las muestras óseas analizadas histológicamente. Las Dras. Adriana Casamayouret y Alejandra Baglivo, del Servicio de Radiología del Hospital Interzonal de Agudos Gral. San Martín de la ciudad de La Plata prestaron inestimable colaboración en la obtención de las muestras radiográficas. El Dr. Gustavo Politis y los Lic. Fernando Oliva, Cristina Bayón y Patricia Madrid me facilitaron gentilmente el acceso a sus datos isotópicos (δ13C) inéditos. Las investigaciones estuvieron financiadas por el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), a través de becas y subsidios, y por subsidios de la Universidad Nacional de La Plata, de la Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires, de la Fundación Antorchas y The British Council. Las municipalidades de los partidos de Saavedra,Tornquist, Puán, Gonzales Chaves y Tres Arroyos prestaron también apoyo económico y logístico durante los trabajos de campo. La Facultad de Ciencias Naturales y Museo de La Plata me facilitó sus instalaciones para poder llevar a cabo este trabajo. En particular, deseo agradecer al Dr. Héctor M. Pucciarelli, Jefe del Departamento Científico de Antropología por acojerme en el departamento a su cargo y brindarme todo su apoyo. Los técnicos del Departamento Científico de Antropología del Museo de La Plata, Sres. Roque Díaz y Héctor Díaz colaboraron gentilmente en diversos aspectos de mi trabajo. A todas estas personas e instituciones deseo expresar mi más profundo agradecimiento; sin su ayuda y aliento no hubiera sido posible la presentación de esta tesis. Al mismo tiempo deseo remarcar que los errores que pudiera contener este trabajo son de mi exclusiva y absoluta responsabilidad. INTRODUCCION El objetivo del presente trabajo es abordar, desde una perspectiva bioarqueológica, el estudio de la salud y la nutrición de las poblaciones cazadoras-recolectoras del Sudeste de la Región Pampeana. Tal investigación se fundamenta en la necesidad de aproximarse, mediante vías alternativas a las tradicionales, al estudio de la organización de las poblaciones aborígenes pampeanas, principalmente a nivel de la subsistencia y uso del espacio. En este sentido, resulta importante resaltar que en esta región, los restos humanos han contribuído escasamente a la comprensión de la adaptación y evolución de las poblaciones prehispánicas, a pesar de constituir una parte importante del registro arqueológico. La idea sustentada en este trabajo es que la información derivada de su estudio, integrada a aquella obtenida del estudio de otros componentes del registro arqueológico (i.e. artefactos, ecofactos, estructuras, etc.), permite la generación de modelos más complejos acerca de la trayectoria evolutiva de las poblaciones humanas bajo diferentes condiciones selectivas. El presente trabajo se organiza del siguiente modo: En la primera parte (capítulos I a III), se proporciona el marco teórico y conceptual dentro del cual se llevó a cabo el estudio de la salud y la nutrición de las poblaciones aborígenes pampeanas. En la segunda parte (capítulos IV a VII), se analiza la estructura regional del registro bioarqueológico del SE de la Región Pampeana, detallando las características de las muestras de restos óseos humanos recuperadas en distintos sitios del área, y se propone un modelo acerca de la evolución de las poblaciones prehistóricas pampeanas a partir del cual pueden derivarse expectativas acerca de las pautas de salud y nutrición de las mismas durante el Holoceno. En la tercera parte (capítulos VIII a XIII) se presentan y se discuten los resultados alcanzados a partir del análisis de diferentes indicadores esqueletarios del estado de salud, nutrición y dieta de las poblaciones prehistóricas del área de estudio. Finalmente, en la cuarta parte (capítulo XIV) se discuten las implicancias de este trabajo para el estudio de la evolución y adaptación de las poblaciones aborígenes pampeanas, y se detallan las líneas de investigación que resultaría necesario profundizar en el futuro. PARTE 1. MARCO TEORICO Y CONCEPTUAL I. EL ESTUDIO DE LA EVOLUCION Y ADAPTACION DE POBLACIONES HUMANAS PREHISTORICAS DESDE UNA PERSPECTIVA BIOARQUEOLOGICA I.1. Perspectivas evolutivas en arqueología Si el debate surgido en el seno de la arqueología durante la pasada década y que, en mayor o menor medida, se prolonga hasta el presente (i.e. Binford, 1989; 1994; Hodder, 1982; 1986; Shanks y Tilley, 1987; entre otros) nos ha de dejar alguna enseñanza, ésta reside en la necesidad de reconocer que, no importa cuánto compartamos de las múltiples posturas defendidas en la literatura, no existe una única forma correcta - y por lo tanto verdadera - de hacer arqueología. Esto no implica adoptar una postura relativista extrema que reclama la validez de todo discurso, pues reconocemos la existencia de criterios éticos y científicos - por lo demás en permanente negociación y reformulación - que ponen límites a la variación de ideas, argumentos, teorías y paradigmas aceptables en un momento dado del desarrollo histórico de una disciplina científica. Sin embargo, podemos pensar que existen distintos órdenes de realidad a los cuales, desde nuestra perspectiva particular, valoramos diferencialmente, considerando a algunos más interesantes o más relevantes de ser explorados que otros. El fenómeno humano - de carácter claramente multidimensional - puede, y nos atreveríamos a decir que debe, ser abordado desde múltiples perspectivas. La perspectiva que adoptamos en la presente investigación es evolutiva. En un sentido muy amplio, una perspectiva evolutiva en arqueología implica un intento de vincular la indagación arqueológica acerca de la evolución cultural con el estudio de la evolución orgánica en general, con la finalidad de generar una teoría inclusiva acerca de la historia de todos los organismos vivientes (Jones et al., 1995). En los últimos veinte años, una gran cantidad de arqueólogos han abogado por la aplicación de la teoría evolutiva darwiniana para explicar la variación en el registro arqueológico. En forma creciente, se han publicado manifiestos programáticos, críticas a los modelos evolutivos tradicionales en antropología, y consideraciones acerca de las diversas implicaciones de la teoría evolutiva (i.e. Boyd y Richerson, 1982; 1985; Dunnell, 1978; 1980; 1982; 1989; Leonard y Jones, 1987; O'Brien y Holland, 1992; Rindos, 1984; 1989; Teltser, 1995a; entre otros). En la literatura arqueológica existen por lo menos tres manifestaciones programáticas que sostienen la pertinencia de la teoría evolutiva darwiniana como marco general para el abordaje de los fenómenos arqueológicos. De acuerdo a uno de estos programas, el desarrollado por Robert Dunnell y otros autores (Dunnell, 1980; 1982; 1989; Leonard y Jones, 1987; O'Brien y Holland, 1992; 1995; Ramenofsky, 1990; 1995; Teltser, 1995a), el cambio cultural inferido a partir del registro arqueológico puede ser explicado a través del principio darwiniano de "descendencia con modificación" (Mayr, 1988a). Más específicamente, este programa hace referencia a la acción de la selección natural y de otros procesos evolutivos, sobre la variabilidad fenotípica existente (principalmente a nivel artefactual), de modo que puede dar cuenta en última instancia, de la persistencia diferencial de la variabilidad en el registro (Boone, 1994). Otro programa, desarrollado por R. Boyd y P. Richerson (1982; 1985) y denominado de "herencia dual", parte del reconocimiento de que la mayor parte del comportamiento humano, y por lo tanto la cultura, es el producto del aprendizaje. Sostiene que la cultura debe ser entendida como un sistema de herencia al cual se aplican los requisitos fundamentales de la evolución por selección natural (i.e. poblaciones conformadas por individuos variables, un sistema de transmisión de la información, etc.), pero en el cual los principios que gobiernan la transmisión de la información difieren marcadamente de aquellos que gobiernan la transmisión de los genes (Bettinger, 1991). Finalmente, el tercer programa se basa en la aplicación del cuerpo teórico conocido como ecología del comportamiento o, más comunmente, ecología evolutiva (Boone, 1992; Metcalf y Barlow, 1992; Mithen, 1989; 1990; Smith y Winterhalder, 1992; Winterhalder y Smith, 1981). La ecología evolutiva está interesada en explicar la variabilidad fenotípica entre los humanos debida a la variabilidad en las condiciones ecológicas, partiendo de la base de que los seres humanos, como cualquier otra forma de vida, han evolucionado como resultado de la selecciónactuando sobre la variabilidad. Utilizando como punto de partida la asunción de una historia selectiva para las diversas poblaciones humanas, los ecólogos evolutivos formulan y ponen a prueba modelos formales basados en el individualismo metodológico y en el principo de optimización (Boone, 1994; Foley, 1987; Smith, 1988; Smith y Winterhalder, 1992). De los tres enfoques mencionados, el que ha tenido una difusión y una aplicación arqueológica más restringida, ha sido el segundo (i.e. Aldenderfer, 1993). Los otros dos programas han tenido desarrollos más bien independientes entre sí, lo que se hace evidente al analizar la literatura y comprobar la virtual inexistencia de inter-citas entre los diversos trabajos (O'Connell, 1995; para una excepción, ver Borrero, 1993; Lanata, 1993; Lanata y Borrero, 1994). Según Boone (1994: 2), esto se debería a una tendencia a considerar a un desarrollo como irrelevante desde la perspectiva del otro o, en el peor de los casos, a ambas perspectivas como mutuamente excluyentes y antagónicas. Para este autor, desde un nivel general de análisis y, de algún modo parafraseando a Hutchinson (1965), puede decirse que los "dunnellianos" o "seleccionistas" ponen el énfasis sobre el juego o proceso evolutivo, mientras que los ecólogos evolutivos lo hacen sobre el teatro ecológico (Smith y Winterhalder, 1992: 5- 7). Debido a que ambos focos de interés resultan, en el campo de la biología evolutiva, esenciales para la comprensión de la diversidad de la vida, Boone (1994: 2) concluye que lo mismo debería ser verdad respecto a las explicaciones evolutivas acerca de la diversidad humana. Sin embargo, a nuestro modo de ver, la principal diferencia entre estas aproximaciones reside en la forma en que ambas conciben la relación entre la teoría evolutiva y el registro arqueológico. Para Dunnell y otros adherentes al enfoque seleccionista (i.e. Leonard y Jones, 1987), una consecuencia directa de la adopción de la teoría evolutiva darwiniana en arqueología es la necesidad de adecuar el lenguaje observacional y descriptivo, de forma tal que los términos empleados en la descripción del registro arqueológico sean los mismos empleados en la teoría, si se pretende que la misma "... be able to explain a description" (Dunnell, 1995: 34). Para Dunnell y otros seleccionistas, el objeto de estudio de la arqueología no es en modo alguno el pasado, sino el registro arqueológico mismo. La explicación de la variabilidad del registro arqueológico es el principal objetivo de investigación, siendo el comportamiento humano pasado importante sólo en tanto y en cuanto introduce variabilidad en ese registro. Patrice Teltser claramente expresa: "When the content of explanatory theory and the role of research are stipulated in this way, the subject matter of archaeological explanation is the archaeological record rather than human behavior or motives. This does not necessarily deny a role for human behavior but places it in an explanatory role rather than the role of subject matter" (Teltser, 1995b: 3). La lógica dunnelliana establece que, como el registro arqueológico no provee ningun acceso observacional directo al pasado, éste último no califica como objeto del análisis arqueológico. Dentro de esta perspectiva, prácticamente todo intento de construcción inferencial del pasado resulta, virtualmente, objeto de anatema (Dunnell, 1971; 1978; 1982; 1989). Las aproximaciones que se basan en el uso de la teoría ecológico-evolutiva como marco teórico general, en cambio, no requieren que el registro arqueológico sea descripto y explicado en los mismos términos de esa teoría y, por lo tanto, no reniegan de un pasado inferencialmente construído como objeto del análisis evolutivo. Esto implica que reconocen como necesario el desarrollo de teoría en otro nivel, que trate acerca del registro arqueológico, de su formación y de sus fuentes de variación. En una palabra, aceptan la necesidad de una teoría "de alcance medio" (en el sentido de Binford, 1977; 1981) que vincule de algún modo las observaciones contemporáneas acerca del registro arqueológico con argumentos acerca de la dinámica del pasado y que sea, al menos en principio, intelectualmente distinta de la teoría general utilizada para explicar ese pasado inferencialmente construído (i.e. Boone, 1994; O'Connell, 1995). Para los seleccionistas, las cuestiones organizacionales - consideradas como meros problemas funcionales - no interesan. Lo único que interesa son las frecuencias empíricas continuamente variables en el tiempo y en el espacio (i.e. artefactuales o "fenotípicas"; Dunnell, 1989; O'Brien y Holland, 1995). Estas frecuencias son consideradas medidas del "fitness", tal y como se manifiestan por su "éxito replicativo" (Dunnell, 1989; Leonard y Jones, 1987; O'Brien y Holland, 1992; 1995). La persistencia diferencial de la variación, que es en definitiva el proceso evolutivo, es considerada como el resultado de la acción de la selección (Dunnel, 1980; 1989; Leonard y Jones, 1987; O'Brien y Holland, 1992). Siguiendo a Binford (1992) podemos decir que, a pesar de las proposiciones de numerosos autores, hasta el presente no existe una teoría evolutiva que explique en forma anticipada y no simplemente de una manera acomodaticia post hoc, los cambios en los productos organizados de la experiencia humana. En términos de la evolución cultural, sabemos que el cambio ocurrió y ocurre, pero no conocemos aun cuál o cuales son los mecanismos de cambio que afectan a los sistemas culturales (cf. Dunnell, 1980; 1989). Así, nuestro desafío reside no meramente en documentar la realidad del cambio o su plausibilidad, sino en explicarlo, como así también en explicar las situaciones en las cuales el cambio no tuvo lugar, produciendo situaciones de estabilidad. En este sentido, Binford sostiene que: "Without a germane theory, one that relates causes and consequences in a predictable fashion, we cannot have explanations. Causes, to my way of thinking, are the relationships between impacted phenomena and impacting forces. This means that one must give consideration in theory building to the character of what is said to be acted upon. A constant set of impacting forces ("selective forces") operating on a population of mice and a population of elephants will have different consequences, depending on the organizational properties (e.g., the "anatomy") of the units said to be acted upon. Organization is important. Evolutionay changes occur with respect to different organizational properties at different tempos and at different rates. Different species are organized differently and hence are subject to selection in different ways" (Binford, 1992: 54; énfasis agregado). El punto central del desarrollo de una verdadera teoría evolutiva está pues, en comprender el mecanismo de selección, y el modo en que impacta diferencialmente sobre estructuras orgánicas de distinto nivel (i.e. unidades organísmicas, en el sentido de Pianka, 1974), que se hallan diferencialmente organizadas. A este respecto, resulta interesante notar que mientras muchos arqueólogos interesados en aplicar la teoría evolutiva neodarwiniana prestan poca atención a las propiedades organizacionales de las poblaciones humanas cuya actividad generó el registro arqueológico, numerosos biólogos evolutivos comienzan a interesarse cada vez más en los procesos de complejización y auto-organización de los sistemas biológicos, y su relación con la selección y el proceso evolutivo (i.e. Kauffman, 1993; Lewin, 1992; Prigogine y Stengers, 1984; Ulanowicz, 1986; Waldrop, 1992; Wicken, 1990). Dentro de la tradición darwiniana, la selección natural fue y es mayoritariamente considerada como la única fuente de orden en la naturaleza (Kauffman, 1993; Lewin, 1992).Sin embargo, la proposición de que la selección es responsable de cada cambio adaptativo, falla en su intento de explicar los problemas impuestos por los sistemas altamente estructurados que poseen sus propias leyes de ensamblaje e interacción. Según Kauffman (1993), la teoría darwiniana debe expandirse para reconocer la existencia de otras fuentes de orden aparte de la selección, basadas en los constreñimientos genéticos y de desarrollo de los organismos, en los límites estructurales y en las posibilidades de las leyes físicas generales. Kauffman retoma uno de los problemas que los evolucionistas han estado evitando por mucho tiempo, es decir, el problema de la evolución de los sistemas complejos y altamente organizados: "The task of enlarging evolutionary theory would be far for complete even if we could show that fundamental aspects of evolution and ontogeny had origins in some measure reflecting self-organizing properties of the underlying systems. The present paradigm is correct in its emphasis on the richness of historical accident, the fact of drift, the many roles of selection, and the uses of design principles in attempts to characterize the possible goals of selection. Rather, the task must be to include self- organizing properties in a broadened framework, asking what the effects of selection and drift will be when operating on systems which have their own rich and robust self-ordered properties. For in such cases, it seems preeminently likely that what we observe reflects the interactions of selection processes and the underlying properties of systems acted upon" (Kauffman, 1993: 22- 23; énfasis en el original). En nuestro campo de estudio, las organizaciones son comunmente sistemas extrasomáticamente integrados, no reductibles a simples organismos individuales. En biología, se asume un isomorfismo entre la unidad de reproducción biológica y la unidad a través de la cual la información es transmitida y expresada en el fenotipo mediante la interacción genético-ambiental. Por el contrario, la transmisión de los tipos de información que afectan a los fenotipos "culturales" puede ocurrir independientemente de la reproducción biológica, magnificando enormemente la variedad de las unidades que pueden estar sujetas a selección (Richerson y Boyd, 1995). Al mismo tiempo, el potencial para la reestructuración organizacional dentro y entre unidades, excede a aquella de su contraparte biológica (Binford, 1992). Por otra parte, los principios de indeterminación (Wicken, 1979; 1985; 1990) sugieren que existirían procesos sistémicos internos que podrían producir rápidos eventos de reorganización, de un modo tal que incluso un completo conocimiento de todas las condiciones iniciales del sistema termodinámico que creó los fenómenos arqueológicos observados (i.e. un sistema social), no permitiría una predicción exacta de la forma que ese sistema podría adoptar en un momento posterior (Binford, 1994). Estas ideas son a su vez compatibles con un cuerpo de teoría que puntualiza sobre la importancia del orden social emergente (i.e. Hayek, 1967; 1983; Touraine, 1977). Por ejemplo, Touraine ha argumentado que la sociedad, antes que nada, es un agente de su propia producción (autopoiesis) y que, inmersas en este proceso, encontramos formaciones sociales espontáneas y no planificadas. En este sentido, debemos considerar las propiedades emergentes latentes en toda organización social como un principio fundamentalmente de auto- organización, dentro de un proceso de causalidad no lineal que implica la capacidad de generar comportamientos emergentes no predecibles (McGlade, 1995: 114). Si tomamos en cuenta que un objetivo fundamental de muchos modelos ecológico-evolutivos es, precisamente, la predicción de comportamientos asumiendo ciertas estabilidades, resulta claro que la existencia de caos determinístico (Prigogine, 1980; Prigogine y Stengers, 1984) interactuando con sistemas no lineales (McGlade, 1995; Walker y Ford, 1969), presenta serios problemas que aún necesitan ser resueltos. Llegados a este punto, y a modo de resumen, podemos decir que el crecimiento de un enfoque evolutivo en arqueología depende fundamentalmente de: • Reconocer que la teoría evolutiva neodarwiniana, en su estado actual de desarrollo, no es directamente aplicable al estudio del registro arqueológico (Dunnell, 1989). • Reconocer que la teoría evolutiva neodarwiniana debe ser expandida, no sólo para incluir nuevos mecanismos de transmisión de la información (Boyd y Richerson, 1985; 1992; Dunnell, 1989; O'Brien y Holland, 1995; Teltser, 1995b), sino para considerar mecanismos generadores de orden en la naturaleza diferentes de la selección natural (Kauffman, 1993). • Comprender el modo en que diversas condiciones selectivas actúan diferencialmente sobre entidades diferencialmente organizadas (Binford, 1992; 1994). • Reconocer que los principios que rigen la organización de las entidades biológicas y sociales responden a un sistema de causalidad no lineal, que implica la capacidad de generar organizaciones y comportamientos emergentes no predecibles (McGlade, 1995). A pesar de las falencias que aún existen en el desarrollo de una teoría evolutiva satisfactoria que tenga como principal referente empírico al registro arqueológico, los recientes y crecientes intentos de explorar la potencialidad de una aproximación evolutiva en arqueología constituyen un importante avance respecto al marco conceptual sustentado por la Nueva Arqueología de los años `60 y `70 y por gran parte de la arqueología procesual de los `80. Al adoptar la idea de Leslie White (1959) de que la cultura es un medio extrasomático de adaptación (Binford, 1962; 1968), la arqueología logró un mayor acercamiento al campo más amplio de la antropología, donde al menos tres importantes escuelas de pensamiento - la ecología cultural (Steward, 1938), el neofuncionalismo (Rappaport, 1968) y el materialismo cultural (Harris, 1968) - propugnaban por la adopción de un modelo funcional y sistémico de la cultura concebido en términos adaptativos (i.e. Kirch, 1980a). Sin embargo, al mismo tiempo, se encerró a sí misma dentro de un marco conceptual no darwiniano en el cual el estudio de la consecuencia del proceso bio-cultural (la adaptación), tomó precedencia sobre el estudio del proceso evolutivo mismo. Y es en este sentido, precisamente, que resulta paradójico que la arqueología procesual nunca haya formalizado una teoría acerca de procesos, sino que más bien haya explorado una, o varias, acerca de sus resultados. I.2. Adaptación El término adaptación, tanto en biología como en ecología evolutiva, se halla asociado a una amplia gama de significados (ver Alland, 1975; Dobzhansky, 1974; Dunbar, 1982; Little, 1982; Mazess, 1978; Medawar, 1951; Stern, 1970; entre otros). De los diferentes significados atribuídos al término adaptación hay tres que consideramos significativos respecto de los objetivos de este trabajo. En primer lugar, la adaptación puede ser entendida como un proceso por el cual un organismo cambia, se ajusta o conforma a las limitaciones o restricciones de su ambiente. En este sentido, la adaptación puede ser el producto de la selección natural operando sobre muchas generaciones de individuos, o puede ser una respuesta conductual, fisiológica o morfológica, adquirida o aprendida durante el transcurso de la vida de un organismo, constituyendo así una parte fundamental de los procesos de intra e intervariación. En segundo lugar, la adaptación puede ser conceptualizada como una medida del grado de conformidad entre un organismo y su ambiente. Esta concepción parte de la premisa que establece la inexistencia de la adaptación perfecta o de absolutos adaptativos, lo que implica que el carácter adaptativo de un rasgo puedeser establecido sólo en un sentido relativo (Lewontin, 1978). Finalmente, la adaptación puede ser considerada como un proceso de resolución de problemas (Maynard Smith, 1978; Dunbar, 1982; Foley, 1987; Foley y Dunbar, 1989; O'Brien y Holland, 1995). Todo ambiente plantea problemas de supervivencia, de valor selectivo, que los organismos deben solucionar. La selección natural opera sobre los caracteres morfológicos, conductuales, fisiológicos y bioquímicos de un organismo, siendo su resultado el éxito reproductivo diferencial. Las potenciales soluciones se encuentran afectadas por factores limitantes (en el sentido de Dawkins, 1982) tales como la variabilidad genética, la impredictibilidad, los constreñimientos históricos, etc, siendo el producto final la adaptación (Foley, 1987). Como puntualizamos en el apartado anterior, en años recientes se ha cuestionado el rol del estudio de la adaptación dentro de un marco evolutivo en antropología y en arqueología. Algunas de las objeciones elevadas contra el uso del concepto de adaptación en estas disciplinas se apoyan en la crítica de Gould y Lewontin (1979) acerca de lo que estos autores denominan "adaptacionismo" o "programa adaptacionista" (i.e. Dunnell, 1989; O'Brien y Holland, 1995). Este consiste, entre otras cosas, en la construcción de explicaciones aparentemente plausibles acerca de las funciones de diferentes rasgos (i.e. conductuales, morfológicos, tecnológicos, etc.), pero de un modo que, en última instancia, no resulta posible de ser probado. La amplia difusión de este tipo de construcciones en antropología y arqueología, básicamente dentro de enfoques neofuncionalistas, condujo a algunos autores a considerar como secundario el rol de la adaptación dentro de la explicación arqueológica (i.e. Borrero, 1993; Dunnell, 1989; Rindos, 1984). Siguiendo a Mayr (1988b: 149), podemos decir que no hay nada inherentemente incorrecto dentro del programa adaptacionista, siempre y cuando éste sea ejecutado de un modo apropiado. Según O'Brien y Holland (1992: 44; 1995: 189), el único modo de escapar a la crítica de Gould y Lewontin es tratar de discriminar entre adaptaciones y no-adaptaciones o maladaptaciones de un modo correcto, y sólo entonces tratar de identificar la función probable de cada adaptación. A diferencia de Gould y Lewontin, Mayr (1988b: 151) y O'Brien y Holland (1995: 189) no pretenden que esto último se logre al primer intento, ya que no existe nada malo en la estrategia de prueba y error consistente en proponer diferentes hipótesis en forma sucesiva cuando la primera, o las subsecuentes, fallan. El único "pecado" consiste, en este contexto, en sentirse cómodo con una conclusión simplemente porque los datos parecen ajustarse bien al argumento propuesto. Sin embargo, hay que tener en cuenta que esta última objeción es válida para cualquier construcción científica, ya sea ésta resultante o no de la operación de un programa adaptacionista. La posición sustentada en este trabajo es que el estudio de la adaptación, entendida como un proceso de resolución de problemas, es importante y debe ocupar un lugar acorde entre los objetivos de nuestra disciplina. La reacción ante los enfoques neofuncionalistas no debe implicar necesariamente el relegamiento del estudio de la adaptación a un segundo plano, tal como ha sido recientemente sugerido por algunos autores (i.e. Borrero, 1993: 15). El desarrollo de marcos conceptuales y metodológicos que permitan el estudio conjunto de la adaptación y del proceso evolutivo que conduce a ella, constituye uno de los desafíos más importantes que la arqueología deberá enfrentar en los próximos años. I.3. El rol de los estudios de restos humanos arqueológicos dentro de un marco evolutivo Las aproximaciones evolutivas mencionadas en el primer apartado, en particular las denominadas seleccionistas, enfatizan en el componente artefactual del registro arqueológico, no especificando el rol que debería cumplir el análisis de restos humanos y de otros restos materiales asociados, en la documentación y explicación de las situaciones de cambio y estabilidad organizacional de las poblaciones del pasado. Borrero (1993) propone que los restos humanos son útiles para evaluar el resultado del proceso evolutivo, es decir, la adaptación. Según él, se puede afirmar que "... la adaptación se mide en huesos humanos, y se discute con estudios de la frecuencia de artefactos y ecofactos, y el efecto que confieren a las poblaciones que los usan" (Borrero, 1993: 21). De este modo artefactos y restos humanos constituirían, al menos en principio, conjuntos de información independientes para evaluar proposiciones acerca del pasado (cf. Borrero, 1994: 60). El valor de los restos humanos como fuente generadora de información acerca del proceso adaptativo de las poblaciones humanas fue comprendido muy tempranamente en el desarrollo de la Nueva Antropología Física (Washburn, 1951) o Antropología Biológica (Pucciarelli, 1989), es decir, cuando la disciplina adoptó como teoría general los enunciados de la síntesis neodarwiniana a comienzos de la década del `50 (Washburn, 1951; 1953). Sin embargo, la exploración más profunda de la potencialidad informativa de este importante componente del registro arqueológico fue bastante más tardía. Sólo en los últimos treinta años se ha desarrollado, como resultado de una significativa convergencia de objetivos programáticos (en el sentido de Lakatos, 1983) entre la antropología biológica y la arqueología de raíz principalmente neofuncionalista, lo que se ha dado en llamar el "enfoque biocultural" (Boyd, 1996; Bush y Zbelevil, 1991; Dressler, 1995). Este enfoque es concebido como una instancia superadora de las aproximaciones tradicionales al estudio de los restos humanos de origen arqueológico, tales como los análisis morfométricos y paleopatológicos, de naturaleza marcadamente descriptiva y con frecuencia abordados sin una perspectiva poblacional. El enfoque biocultural puede ser caracterizado como la elaboración de los conceptos y relaciones desarrolladas en la ecología cultural, aplicados dentro del contexto de la teoría evolutiva. Su principal objetivo es tratar de comprender las relaciones dinámicas existentes entre las poblaciones humanas, la cultura y el ambiente, enfatizando en la necesidad de establecer la condición biológica de las poblaciones humanas y sus consecuencias para la reproducción biológica y cultural de la sociedad, a la vez que considerar los efectos selectivos de la cultura sobre la supervivencia de estas poblaciones (Bush y Zvelebil, 1992; Relethford, 1994). A la luz de este enfoque, se ha ido delimitando con el transcurso del tiempo un nuevo campo de estudio, de carácter inter y, con frecuencia, transdisciplinario, denominado bioarqueología (Buikstra, 1981; Larsen, 1987). Este comprende el estudio de los procesos de formación de las muestras de restos humanos, de la demografía, de las relaciones biológicas, de las pautas de salud, enfermedad, actividad, nutrición, crecimiento y desarrollo, como un medio de lograr una mayor comprensión acerca de la adaptación y de la evolución de las poblaciones humanas del pasado. En el siguiente apartado propondremos una conceptualización del registro bioarqueológico, y proporcionaremos una síntesis del estado actual de los conocimientos acerca de sus principales fuentes de variabilidad y de sus procesos de formación, principalmente en el contexto de sociedades cazadoras- recolectoras. I.4. El registro arqueológico y el registro bioarqueológico: marco conceptual El término registro arqueológico es un término ambiguo, debido a que es usado por diferentes arqueológos de diferentes maneras. Esto ha llevado a algunos autores a afirmar que, hasta el presente, el concepto de registrocarece de rigor como concepto teórico dentro de la disciplina (i.e. Patrik, 1985). En general, el concepto de registro arqueológico es utilizado por los arqueólogos como un modelo de su evidencia, reconociendo que éste implica algo acerca de esa evidencia que no es directamente observable (Sullivan, 1978). El registro arqueológico pues, se construye inferencialmente a partir de la evidencia o conjunto de datos generados a través de distintos procedimientos metodológicos. En el modelo de registro sustentado por la arqueología procesual, la fuente primaria de datos y evidencia está constituída por cosas físicas y estáticas (Patrik, 1985), que son los efectos causales de lo que ellos registran (Binford, 1981). En este sentido, es importante señalar que evidencia arqueológica y registro arqueológico no son términos intercambiables (Yacobaccio, 1988). La evidencia arqueológica es el conjunto de datos obtenidos a partir del análisis de ítems materiales, sean estos artefactos, estructuras, ecofactos, huesos humanos, etc., que el arqueólogo dispone luego de su recuperación en el trabajo de campo o de cualquier otro modo posible. El registro arqueológico, en cambio, es el modelo teórico de la evidencia, inferencialmente construído (cf. Yacobaccio, 1988). El registro arqueológico, como conjunto de enunciados de distinto nivel, posee pues un referente empírico que es actual, es decir, que existe en el presente. Llegados a este punto, podemos conceptualizar al registro bioarqueológico como la parte del registro arqueológico que modela las relaciones entre referentes empíricos tales como: a) restos humanos, b) otros restos materiales o rasgos (i.e. marcadores de tumba, mobiliario y ajuar funerario, etc.), y c) diversos elementos del paisaje (en el sentido de Forman y Godron, 1986). A través del tiempo, el registro bioarqueológico ha sido utilizado para discutir una amplia variedad de tópicos. Estos incluyen, entre otros: • taxonomía o clasificación de poblaciones humanas (Biasutti, 1912; Imbelloni, 1938; Sergi, 1911; von Eickstedt, 1934); • variación biológica y proceso microevolutivo (Konigsberg y Buikstra, 1995; Neves y Pucciarelli, 1991; Pardoe, 1994; Steele y Powell, 1992); • rango y diferenciación social (Binford, 1971; O'Shea, 1984; Pearson et al., 1989; Tainter, 1977; 1978); • salud y nutrición (Buikstra y Williams, 1991; Goodman et al., 1984; Huss-Ashmore et al., 1982; Martin et al., 1985); • anatomía funcional y stress ocupacional (Merbs, 1983; Stirland, 1991); • paleodemografía (Buikstra y Konigsberg, 1985; Cook, 1981; Horowitz et al., 1988; Van Gerven y Armelagos, 1983); • guerra, tensión social y canibalismo (Milner, 1995; Turner, 1983; Turner y Turner, 1992; White, 1992). El registro bioarqueológico ha sido utilizado para explicar diversas características de las poblaciones humanas y de los sistemas socioculturales, el modo en que éstos varían a través del tiempo y del espacio, y el mecanismo por el cual se modifican o pasan de un estado a otro. En una palabra, se lo ha utilizado para abordar cuestiones referidas a las propiedades dinámicas de las poblaciones y sistemas socioculturales del pasado. Sin embargo, una de sus principales propiedades - compartida con los demás componentes del registro arqueológico - es su carácter estático y actual (Binford, 1981; O'Shea, 1984). Como arqueólogos o bioantropólogos, lo que analizamos no son poblaciones, ni aún muestras de poblaciones - que en sí representan un concepto dinámico - sino muestras de conjuntos óseos y otros restos materiales asociados, preservados y recuperados en sitios particulares. Sin embargo, hasta el presente no se posee una clara comprensión acerca de la naturaleza de los vínculos existentes entre las propiedades del registro y las propiedades dinámicas de las poblaciones humanas de las cuales deriva. A este respecto, es importante destacar que en la actualidad permanecen aún controvertidos algunos aspectos que resultan cruciales para la comprensión de los mecanismos de formación del registro bioarqueológico, tales como: • la contribución de la variabilidad biológica a la supervivencia y/o mortalidad diferencial de los individuos dentro de las poblaciones humanas (Wood et al., 1992; cf. Goodman, 1993; Jackes, 1993); • el modo en que las muestras esqueletarias, que frecuentemente cubren lapsos más o menos largos de tiempo, se ven afectadas por factores tales como los cambios, a corto y largo plazo, en los parámetros demográficos (Cadient et al., 1976; Wood et al., 1992; cf. Buikstra y Mielke, 1985); • las implicancias sociales y conductuales de los perfiles de mortalidad de muestras arqueológicas (Buikstra y Mielke, 1985; Lovejoy et al., 1977; cf. Howell, 1982); • los sesgos tafonómicos y conductuales que contribuyen a la estructuración por sexo y edad de las muestras esqueletarias (Charles y Buikstra, 1983; Walker et al., 1988); • el grado en el cual las prácticas mortuorias están determinadas de un modo diferencial por factores sociales, filosófico- religiosos, circunstanciales y ecológicos (Binford, 1971; Brown, 1971; Carr, 1995; Hodder, 1982; Kirch, 1980b; Pearson et al., 1989, Saxe y Gall, 1977; Tainter; 1977; 1978). En particular, el modo en que se forma y se estructura el registro bioarqueológico de cazadores-recolectores ha permanecido en gran medida inexplorado, a pesar de constituir una parte importante del registro arqueológico de este tipo de sociedades. Es por ello que la interpretación y explicación de los patrones observados - en términos de comportamiento y/o biología -, resulta actualmente difícil de realizar en ausencia de una teoría coherente y de una sólida metodología para evaluar la relevancia de, y dar sentido a, nuestras observaciones acerca del registro. El registro bioarqueológico, al igual que otros componentes del registro arqueológico, durante su proceso de formación atraviesa por una serie de estadíos análogos a los descriptos por diversos autores para el registro arqueofaunístico (i.e. Clark y Kietze, 1967; Klein y Cruz-Uribe, 1984; Meadow, 1980; Stiner, 1994) (Figura I.1). En tanto modelo teórico de nuestra evidencia, el registro bioarqueológico se constituye a partir de la interacción de distintos factores relacionados con: a) la dinámica demográfica de las poblaciones humanas (i.e. fertilidad, mortalidad y supervivencia diferencial, heterogeneidad en el riesgo de morbilidad y mortalidad, etc.), b) organización social, económica y tecnológica, patrones de racionalidad, ideología y creencias (i.e. movilidad, sistema de asentamiento, prácticas mortuorias, construcción social y uso del espacio), c) procesos tafonómicos y postdepositacionales (i.e. química de los suelos, agentes biológicos), d) diseño de investigación arqueológica (i.e. muestreo, excavación y análisis), y e) marco teórico, concepción paradigmática y factores de naturaleza extracientífica que influyen sobre la generación y uso del conocimiento. En los últimos años se han producido notables avances en la comprensión de varios de los aspectos involucrados en la formación del registro, tales como los procesos tafonómicos y postdepositacionales, técnicas de muestreo, excavación y análisis, vías y perspectivas alternativas de conocer, construir y dar significado al pasado. Sin embargo, entre los aspectos más desconocidos se hallan aquellos que condicionan en forma determinante la formación del registro y cuya comprensión es de fundamental importancia para su interpretación. Ellos son: a) los procesos que intervienen en la formación - a corto y largo plazo - del conjunto muerto o "población muerta" (ver Waldron, 1994), en especial la incidencia de la mortalidad y supervivencia selectiva y de los cambios demográficos a través del tiempo (Cadient et al., 1976; Wood et al., 1992); y b)los procesos que intervienen en la distribución espacial de los muertos de una población, en particular, la influencia de las distintas estrategias y tácticas de uso del espacio (i.e. grado y tipo de movilidad, ocupación redundante, etc.). A pesar de la virtual ausencia de investigaciones etnoarqueológicas centradas en el estudio de las prácticas mortuorias, y al hecho de que las fuentes etnográficas tradicionales contienen información insuficiente acerca de la localización de las areas de entierro y de los factores que gobiernan la elección de su emplazamiento (ver Chapman y Randsborg, 1981), numerosa evidencia etnográfica sugiere que el principal factor influyente en la distribución espacial de los cadáveres a nivel regional en poblaciones cazadoras-recolectoras es la movilidad. Un reciente estudio transcultural llevado a cabo por Carr (1995), dirigido a establecer los principales determinantes de las practicas mortuorias, muestra que los denominados determinantes circunstanciales y físicos - entre los cuales puede ser incluída la movilidad -, tienden a ser más importantes para las sociedades de nivel jerárquico y de bandas, y sistemáticamente menos importantes para las sociedades de nivel sociopolítico intermedio, tales como los cazadores- recolectores "complejos" y los horticultores (Carr, 1995: 171). Sin embargo, ningún estudio fue dirigido a establecer las relaciones entre las distintas formas de movilidad - un fenómeno multidimensional (Kelly, 1992) - y los diferentes tipos de distribuciones de entierros resultantes. Podría hipotetizarse que: a) el número de sitios que son utilizados para enterrar a los muertos de una población tiende a variar en forma directa con el número de movimientos residenciales anuales; y b) el número de individuos enterrados en un lugar particular tiende a estar correlacionado en forma negativa con el número de movimientos residenciales anuales. Dicho en otras palabras, estas dos hipótesis predicen que, a medida que aumenta el número de movimientos residenciales por año, tiende a haber un mayor número de sitios destinados al entierro de individuos a nivel regional, cada uno de ellos con un número progresivamente menor de entierros. Sin embargo, diversos factores pueden influir en el hecho de que estos dos enunciados no se cumplan en todas las situaciones. Entre los mismos pueden mencionarse el tamaño de la región o "territorio" (en el sentido de Binford, 1981) que es explotada por una población, y el grado y tipo de redundancia en la ocupación de determinados puntos del espacio. Puede esperarse que estas hipótesis tiendan a verificarse en forma positiva en situaciones en las cuales el tamaño de los rangos anuales y el tamaño total de la región o territorio explotados sea grande, y el grado de redundancia entre las sucesivas ocupaciones de un mismo espacio sea bajo. Por otro lado, estas hipótesis presuponen una congruencia relativamente alta entre el lugar de muerte y el lugar de entierro, una situación que puede no darse, y de hecho no se dá en todos los casos. Los individuos tenderían a ser enterrados en lugares cercanos al lugar de muerte, cuando los costos de transportar los restos a otro lugar - medidos en términos del tiempo y los recursos invertidos - fueran mayores que los beneficios. La disposición de los cadáveres es una actividad social que utiliza recursos y que, al igual que actividades tales como la búsqueda de parejas, la adquisición de alimentos, etc., sustrae tiempo al individuo para la realización de otras tareas de valor adaptativo. La toma de decisiones que involucra, resulta susceptible entonces de ser abordada en términos analíticos por estudios basados en la teoría ecológico evolutiva, tales como los denominados de "asignación de tiempo" ("time allocation studies", sensu Hames, 1992). Esta es una línea de investigacion que aún no ha sido explorada, pero que resulta relevante para analizar algunos problemas vinculados a las prácticas funerarias. No obstante las objeciones expresadas precedentemente, una gran cantidad de evidencia etnográfica indica que grupos móviles tales como los Hadza, los Mbuti, los Baka, los !Kung (Woodburn, 1982); los Pintupi (Myers, 1991), los Gununa Kena (Bórmida y Casamiquela, 1958/1959), y los Nukak (Politis, 1996a), con frecuencia entierran a los muertos en áreas cercanas a los lugares utilizados para la realización de otras actividades (i.e. campamentos), invierten poco tiempo y recursos en las actividades funerarias, y tienden a no señalizar el lugar del entierro mediante la construcción de estructuras conspicuas y/o permanentes. Por otro lado, evidencia etnográfica igualmente numerosa, sugiere la existencia de una correlación entre el decrecimiento en la movilidad y el surgimiento de áreas formales de entierro o "cementerios". Siguiendo la definición operativa proporcionada por Pardoe (1988), un área formal de entierro o cementerio, en el contexto de sociedades cazadoras-recolectoras, se caracterizaría por ser un área funcionalmente específica y exclusiva destinada al entierro de un número significativo de individuos (del orden de decenas o centenas), distribuídos dentro de límites acotados y con un alto grado de contigüidad espacial. Un estudio comparativo transcultural realizado por Goldstein (1976) sobre una muestra de treinta sociedades, apoya la hipótesis adelantada por Saxe (1970; 1971) acerca de la asociación existente entre la aparición de áreas formales de entierro o cementerios, y el surgimiento de grupos corporativos de descendencia lineal (i.e. linajes), que ejercen el control sobre el acceso y uso de determinados recursos críticos. El ejercicio del control sobre el acceso y uso de determinados recursos define una conducta territorial. Dyson-Hudson y Smith (1978; cf. Cashdan, 1983; Layton, 1986), discutiendo el fenómeno de la territorialidad humana en términos ecológicos y funcionales (Chapman, 1995), han propuesto que, cuando la distribución espacio-temporal de los recursos es densa y predecible y consecuentemente su defendibilidad económica es alta (sensu Brown, 1964), existen mayores probabilidades de que se establezca un sistema territorial de uso del espacio. Este sistema, según Ambrose (1984; citado en Brandt, 1988), estaría caracterizado por un incremento en la densidad de población y el tamaño de los grupos (Yellen y Harpending, 1972), una estrategia de asentamiento más sedentaria, con un patrón de movilidad logístico (Binford, 1980; Kelly, 1983), un decrecimiento en el intercambio regional de información (Hayden, 1982) y hábitats delineados y controlados a través de la defensa y/o de la advertencia (Brandt, 1988). Los correlatos arqueológicos del modelo propuesto por Ambrose incluirían cambios a través del tiempo en la organización del sistema de asentamiento a nivel regional e intra-sitio, cambios en las fuentes de materias primas, función y/o estilo de los artefactos, dieta y prácticas mortuorias (ver Brandt, 1988). La disposición de los cadáveres en áreas formales de entierro, y/o la construcción de monumentos funerarios, tendrían la función de actuar como demarcadores territoriales. En este sentido, el reclamo permanente de uso y control de los recursos críticos estaría establecido y justificado por la presencia de los ancestros (Brandt, 1988; Chapman, 1981; Charles y Buikstra, 1983; Hall, 1976; Pardoe, 1988; Renfrew, 1976; cf. Carr, 1995: 183). Si bien las hipótesis derivadas de este modelo aún no han sido puestas a prueba en forma extensiva, datos etnográficos referidos a los Elmolo del Lago Turkana (Scherrer, 1976, citado en Brandt, 1988), los Temuan de Malasia (Saxe y Gall, 1977), los Mundas de la India (Chattopadhyaya, 1996), y aborígenes australianos del norte de la Tierra de Arnhem (Berndt y Johnston, 1942; Hamilton, 1982), parecensustentarlo. Sin embargo, más allá de su contrastación empírica, su principal valor es heurístico, al llamar la atención acerca de la posible vinculación entre determinadas prácticas culturales, tales como la disposición de los cadáveres, con variables paleoecológicas relevantes tales como la territorialidad, la estructura regional de los recursos, etc. Las distintas formas de disponer los cuerpos - a través del entierro primario, del entierro secundario, de la cremación, etc. - tampoco parecen variar independientemente de la organización de cada sociedad. Numerosa evidencia etnográfica (i.e. Bushnell, 1920; Hamilton, 1982; Peterson, 1972) indica que la práctica del entierro secundario - que implica un tratamiento complejo de los cadáveres, una cantidad variable de tiempo entre la muerte del individuo y la depositación final de los restos y, usualmente, el transporte de los mismos -, tiende a covariar positivamente con la creciente complejización de la sociedad (en el sentido de Burch y Ellanna, 1994), con un reforzamiento de la territorialidad y con una mayor competencia entre y dentro de los grupos. De acuerdo con Goldstein (1989; 1995), el entierro secundario de los restos puede deberse ya sea a factores circunstanciales (i.e. cuando la muerte ocurre en un lugar alejado del campamento o de las áreas de entierro habituales, o cuando se produce la reutilización de un área de entierro), o a la afiliación social particular del individuo. En el segundo caso, la aparición en una región de entierros secundarios puede implicar un cambio en la actitud hacia los muertos, involucrando un gran despliegue de labor creativa destinada a conmemorar al difunto, junto con la realización de ceremonias funerarias más elaboradas (i.e. Hamilton, 1982). Al mismo tiempo, la doble disposición de los restos tiende a estar correlacionada con una mayor fijación de los asentamientos a determinados puntos del paisaje (Goldstein, 1995), y al surgimiento de áreas formales de entierro o cementerios (ver ejemplos en Goldstein, 1980; Hamilton, 1972; O'Shea, 1984). Dentro de este contexto, los costos de la actividad funeraria (i.e. descarne de los cuerpos, transporte, construcción de estructuras, etc.) podrían ser menores que los beneficios, al proporcionar los medios de ejercer un control territorial de relativamente bajo costo mediante el recurso de la advertencia (ver Cashdan, 1992). De lo expuesto, se sigue que la variación temporal y espacial en las prácticas funerarias puede ser considerada una función de las variaciones en el grado de diferenciación y especialización interna de los componentes de un sistema sociocultural. Como tal, pueden constituirse en indicadores sensibles para evaluar el estado y propiedades organizacionales de un sistema en un momento determinado de su trayectoria a través del tiempo (Binford, 1994). Sin embargo, las correlaciones empíricas observadas entre la formación de cementerios, la práctica del entierro secundario, niveles relativamente altos de complejidad organizacional, territorialidad, reducción de la movilidad y aumento demográfico en sociedades cazadoras-recolectoras contemporáneas o etnográficamente documentadas, no deben ser utilizadas como convenciones a priori para la interpretación de casos arqueológicos específicos. No debe perderse de vista el hecho de que las correlaciones no son necesariamente informativas acerca de las causas de un determinado proceso, sino sólo pruebas acerca de la operación de fenómenos sistémicos. Lejos de ser explicaciones en sí mismas, constituyen aquello que necesita ser explicado (Binford, 1990). Ello no obstante, deben ser tenidas en cuenta, pues fuerzan a la realización de preguntas relevantes, a estudiar la variabilidad del registro bioarqueológico desde una perspectiva ecológica y a orientar, o reorientar, la investigación. II. SALUD, STRESS Y NUTRICION II.1. Los conceptos de salud y stress en antropología El enfoque biocultural en bioarqueología considera a los restos humanos esqueletales como remanentes de un sistema, el individuo, que estuvo en interacción con el ambiente natural y social (Bush, 1991). El análisis de la salud de las poblaciones del pasado permite evaluar dicha interacción, debido a que el estado de salud influye significativamente sobre características tales como la esperanza de vida, el potencial reproductivo y la capacidad de trabajo y de aprendizaje. La definición ecológica de salud, que concibe a los estados de salud y enfermedad como intentos respectivamente exitosos y no exitosos de adaptarse al stress producido por factores tanto del medio interno como del externo, subyace al análisis de restos óseos humanos desde una perspectiva biocultural. Esta definición enfatiza la naturaleza dinámica de esta condición, específicamente la noción de ajuste a, o recuperación de, influencias ambientales desfavorables (Audy, 1971; Dubos, 1965; Goodman, 1991; Wylie, 1970). Desde esta perspectiva, la salud es considerada como parte de un continuum o de un espectro que incluye también a la enfermedad. Según Dubos, "States of health or disease are the expression of the succsess or failure experienced by the organism in its efforts to respond adaptively to environmental challenges" (1965: xvii). El vínculo que conecta el concepto ecológico de salud con su reconocimiento y evaluación en restos esqueletales de poblaciones extinguidas es la evidencia física de la respuesta adaptativa del organismo. Esta evidencia está integrada por los denominados, en términos genéricos, indicadores de stress (i.e. Huss-Ashmore et al., 1982; Martin et al., 1985). El término stress presenta, tanto desde un punto de vista clínico como antropológico, dificultades para ser definido (Bush, 1991; Hinkle, 1961; Mason, 1975). Según Selye (1950; 1956; 1957; 1973), una situación de stress es aquella capaz de provocar cualquier tipo de disrrupción en el funcionamiento normal y en la homeostasis de un organismo. Ante una situación de stress, se ponen en funcionamiento un conjunto de respuestas conductuales y fisiológicas orientadas a restaurar las funciones biológicas esenciales, en un intento de recuperar los niveles previos al estímulo (Síndrome General de Adaptación, en el sentido de Selye, 1950). Los efectos inmediatos y mediatos del fracaso en rectificar esta disrrupción abarcan un amplio rango, que va desde el mínimo deterioro de una función, hasta el costo más alto de la maladaptación al stress, es decir, la muerte del organismo (Goodman y Armelagos, 1989; Powell, 1988). Entre las principales fuentes de stress fisiológico figuran la malnutrición y las condiciones patológicas, siendo los factores psicológicos y mecánicos, según Dubos (1965) y Selye (1956), sólo fuentes secundarias (ver sin embargo Bush, 1991 y Widowson, 1951). El stress puede ser clasificado en agudo o crónico, de acuerdo con su duración. El primero es experimentado por el organismo durante un período relativamente corto y bien definido, como en el caso de un síndrome febril breve (Dobyns, 1983). El stress crónico, en cambio, se manifiesta durante períodos más largos de tiempo, sin una clara demarcación de su comienzo o finalización, como en el caso de una nutrición subóptima resultante de un déficit proteico (Garn 1972; Scrimshaw et al., 1968). II.2. La influencia de la nutrición sobre el crecimiento y el desarrollo Uno de los resultados biológicos más significativos de una situación de stress es la alteración del crecimiento normal, que puede ir desde una detención momentánea del mismo, hasta una modificación del ritmo de crecimiento. Niños con inanición aguda pueden tener crecimiento compensatorio, en virtud de su capacidad reguladora (Waddington, 1957). Esto depende, entre otros factores, de la intensidad y duración delstress y de la etapa de crecimiento en que éste actúa (Beck et al., 1983; Widowson y McCance, 1960). Si el stress se transforma en crónico, el crecimiento tiende a retardarse para mantener niveles funcionales aceptables. La mayoría de los miembros de algunas poblaciones, y algunos de todas las poblaciones, alcanzan de adultos una estatura inferior a la que debieran haber logrado a causa de desnutrición crónica durante su niñez (Tanner, 1986). Es necesario distinguir los efectos de la nutrición sobre el ritmo de crecimiento, la estatura final, la configuración corporal y la composición de los tejidos. El ritmo parece ser la primera variable afectada. El niño subnutrido puede crecer con lentitud, en espera de mejores condiciones. Este rasgo es una característica común a todos los mamíferos, lo que indicaría el valor altamente selectivo de la oferta ambiental de recursos sobre la capacidad de autorregulación del proceso de crecimiento. La estatura del adulto parece ser afectada por un nivel de subnutrición menos severo que la forma corporal adulta (Tanner, 1986). Sin embargo, se ha demostrado que existe una relacion exponencial - alométrica - entre el crecimiento de los distintos segmentos corporales, que provoca una dinámica de cambios característicos en las proporciones corporales durante la infancia. Esta dinámica puede ser alterada por desnutrición, por lo que las proporciones corporales han sido frecuentemente utilizadas en estudios de crecimiento y en la evaluacion del estado nutricional (Guimarey et al., 1993). En muchas poblaciones, el período en que el niño se encuentra en mayor riesgo de subnutrición, frecuentemente combinada con algún proceso infeccioso o de parasitación, es el que va desde el nacimiento hasta los 5 años de edad. El mantenimiento de un nivel nutricional adecuado resulta crítico para el desarrollo fetal, no sólo durante el embarazo, sino también durante el crecimiento y desarrollo de la futura madre (Newman, 1975). A este respecto, se ha demostrado que existe una correlación entre el retardo del crecimiento de las mujeres y el bajo peso de sus hijos al nacer (Mello et al., 1987). Por ejemplo, la talla materna inferior a 145 cm aumenta el riesgo de complicaciones obstétricas y de nacimientos de individuos de bajo peso (Gopalan, 1987). Estudios de seguimiento han demostrado que los niños nacidos a término pero pequeños para su edad gestacional (PEG), nunca llegan a recuperarse de esta desventaja inicial (Gopalan, 1987). Sin embargo, diversos estudios sugieren que la desnutrición durante el período gestacional posee efectos más débiles que aquella actuante durante el período lactacional (i.e. Barnes et al., 1973; Smart et al., 1973). Srebnick y Budd (1981) encontraron, después de aplicar una desnutrición materna durante la gestación, una restitución del peso corporal durante la lactancia y postlactancia (cf. Widowson y McCance, 1960; Williams et al., 1974; Toews y Lee, 1975). El mantenimiento nutricional normal necesita de una ingesta y metabolización adecuadas, en cuanto a cantidad, calidad y proporción, de los nutrientes esenciales (i.e. calorías, proteínas, lípidos, vitaminas y minerales). Las cantidades y proporciones de nutrientes requeridas dependen de numerosos factores de naturaleza hereditaria, ambiental y fisiológica (Wing y Brown, 1979). Debido a ello, en el estudio de poblaciones extinguidas la adopción de estándares nutricionales elaborados para poblaciones actuales resulta altamente especulativo, ya que existen pocas bases para evaluar la existencia o no de adaptaciones nutricionales específicas, o la posibilidad de cambio a través del tiempo de las necesidades dietarias de las poblaciones humanas (Leone y Palkovich, 1985; Stinson, 1992). II.3. Malnutrición e infección La influencia de las enfermedades infecciosas sobre las poblaciones humanas depende de la interacción dinámica de tres conjuntos de variables: a) suceptibilidad y resistencia del huésped; b) presencia de organismos patógenos; y c) el ambiente en el cual éstos interactúan (Alland, 1970: Lilienfield y Lilienfield; 1980; Powell, 1988). La mera asociación física de los húespedes y de los agentes patógenos crea las condiciones mínimas necesarias pero no resulta inevitablemente en el desarrollo de síntomas de enfermedad (Dubos, 1965; Scrimshaw, 1975). La resistencia a la enfermedad del organismo se encuentra determinada por factores específicos e inespecíficos (Youmans et al., 1980). Los factores específicos incluyen aquellas respuestas proporcionadas por el huésped ante patógenos particulares, con posterioridad a la infección (Hoeprich, 1977). Ejemplo de ello es la formación de anticuerpos y el desarrollo de inmunidad celular. Los factores inespecíficos, por el contrario, son aquellos que se hallan presentes y en estado operativo en el momento del nacimiento, o inmediatamente después. El tipo de resistencia proporcionado por los factores inespecíficos es efectivo contra muchos tipos de patógenos, y es compartida por todos los individuos de una especie (Hoeprich, 1977). Entre los factores inespecíficos más importantes pueden mencionarse factores genéticos, niveles hormonales, sindromes febriles, fagocitosis, inflamación y nutrición (Hoeprich, 1977; Powell, 1988). Numerosa evidencia indica que el proceso de crecimiento resulta particularmente susceptible a la interacción sinérgica entre estados de malnutrición e infección. Deo (1978) desarrolló un modelo acerca de los efectos de la malnutrición proteico-calórica sobre la resistencia a la infección. Los individuos con este tipo de malnutrición, cuya manifestación extrema es el marasmo, son especialmente susceptibles a contraer infecciones accidentales de variadas etiologías. Esto se debe a un amplio rango de respuestas físicas de carácter inespecífico y específico: reducción en la producción de macrófagos, lo que disminuye la capacidad de fagocitosis, alteración de la respuesta inflamatoria, y compromiso de la competencia inmunológica a nivel celular, lo que deriva en una respuesta inmune deficiente. Al mismo tiempo, un desarrollo prolongado de este tipo de malnutrición provoca alteraciones en las defensas mecánicas del huésped (i.e. alteraciones cutáneas), lo que favorece la invasión de organismos patógenos, como así también disfunciones a nivel del tracto gastrointestinal (i.e. reducción de la motilidad intestinal), que disminuyen la tasa de evacuación de micoorganismos. El rol de la nutrición en el desencadenamiento de toda la serie de alteraciones descriptas, se pone de manifiesto en el hecho de que la competencia inmune tiende a retornar a niveles normales cuando se produce la rehabilitación nutricional. Del mismo modo en que la malnutrición puede reducir la resistencia efectiva contra las enfermedades infecciosas, estas últimas pueden afectar el estado nutricional del huésped. Con frecuencia, el efecto combinado resultante es más severo que el producido por una sóla de ambas condiciones (Powell, 1988). Esto se debe a la clara interacción sinérgica de estos dos factores de stress. Los requerimientos de distintos nutrientes se elevan durante la enfermedad debido al incremento de la tasa metabólica, la concentración de nutrientes bajo formas no disponibles por el organismo (i.e. el hierro en el hígado), y su derivación respecto a sus vías metabólicas normales, como en el caso de una mayor necesidad de producción de fagocitos. La mayoría de las enfermedades acompañadas por síndromes febriles, se caracterizan por incrementar la excreción de nitrógeno, al igual que ciertas infecciones subclínicas. En individuos subnutridos, estados de anemia pueden ser inducidos por enfermedades infecciosas a través del mecanismo de secuestro o captura de hierro. La invasión bacteriana y protozoariaestimula este mecanismo, que constituye una respuesta protectora que inhibe la proliferación de los organismos invasores, que necesitan del hierro para su reproducción (Scrimshaw, 1992). Esta reducción en el hierro disponible conduce, a su vez, a un decrecimiento en la efectividad fagocítica debido a niveles inferiores en la secreción de peroxidasa, disminuyendo así la capacidad inmunitaria. II.4. El estudio bioarqueológico de la salud y nutrición de poblaciones prehistóricas Como expresáramos al comienzo de este capítulo, el vínculo que conecta el concepto ecológico de salud con su reconocimiento y evaluación en restos esqueletales de poblaciones prehistóricas, son los rastros físicos de la respuesta adaptativa del organismo denominados, en términos genéricos, indicadores de stress. La comprensión del modo en que responde el sistema esqueletario a diversos estímulos ambientales resulta crucial para el análisis de la salud y nutrición de poblaciones extinguidas a partir de restos óseos. El esqueleto puede ser conceptualizado como un sistema orgánico en constante comunicación y cooperación con otros sistemas. Las principales funciones del esqueleto son brindar sostén a los demás sistemas del organismo, posibilitar la locomoción, participar en el almacenamiento y regulación de minerales, proteger al sistema nervioso central y producir glóbulos rojos. El hueso cambia constantemente a través del ciclo vital, siendo más susceptible a la influencia ambiental durante los períodos críticos del proceso de crecimiento y desarrollo. El crecimiento óseo se halla determinado principalmente por la interacción de dos procesos: la depositación de hueso por la acción de los osteoblastos, y la remoción selectiva de hueso por parte de los osteoclastos. Estos procesos pueden ser alterados por desbalances fisiológicos y por la carencia o el exceso de nutrientes. Debido a la mayor resistencia al stress que posee el sistema óseo, enfermedades leves o deficiencias nutricionales leves o moderadas pueden no manifestarse a nivel del esqueleto. Por el contrario, cuando son observadas alteraciones de diversa magnitud en la morfología y estructura del hueso, éstas pueden indicar que la situación de stress fue lo suficientemente severa o prolongada como para agotar las respuestas potenciales de otros sistemas orgánicos. Del mismo modo en que la determinación de la intensidad de un factor estresante no siempre es inferible a partir de la evaluación de los diversos indicadores óseos, su origen puede resultar difícil e incluso imposible de dilucidar. Esto se explica por el hecho de que varios factores, actuando sobre un mismo proceso, pueden producir resultados similares (Huss-Ashmore et al., 1982), y porque el tejido óseo posee una capacidad limitada de respuestas potenciales ante distintos estímulos ambientales (Cohen, 1989; Goodman y Armelagos, 1989). Esta propiedad del hueso permite clasificar a las lesiones óseas en: a) específicas; y b) inespecíficas. Las lesiones específicas son aquellas que pueden ser atribuídas a un sólo factor o entidad patológica (i.e. mieloma múltiple), mientras que las lesiones inespecíficas pueden ser inducidas por una amplia variedad de estados de enfermedad, es decir, que poseen un origen multicausal (i.e. líneas de Harris, hipoplasias del esmalte dental, osteoporosis juvenil, hiperostosis porótica) (Mensforth, 1991). La etiología de una lesión específica puede ser establecida usualmente con un alto grado de confianza, y puede brindarnos importante información acerca del estado de salud de un individuo particular. Debido a esto, las lesiones específicas nos proporcionan un escaso conocimiento acerca de los principales factores de morbilidad y mortalidad de poblaciones prehistóricas, por lo que su utilidad paleoepidemiológica se halla marcadamente restringida. Por el contrario, las lesiones esqueletarias inespecíficas, si bien de naturaleza multicausal, son lo suficientemente frecuentes como para proporcionar información paleoepidemiológica sobre una base poblacional (Mensforth, 1991). En bioarqueología, un importante avance en el estudio de la salud y nutrición de poblaciones prehistóricas residió en el abandono de enfoques basados en el uso de indicadores de stress únicos y aislados, tanto de naturaleza específica como inespecífica, y en la adopción de aproximaciones que utilizan múltiples indicadores analizados de un modo sistemático (Buikstra y Cook, 1980; Huss-Ashmore et al., 1982; Martin et al., 1985; Larsen, 1987; Saunders y Katzemberg, 1992). Este tipo de estrategia ha demostrado ser muy útil para proveer conocimiento acerca del patrón general de morbilidad y nutrición a nivel poblacional (Cohen, 1989; Goodman y Armelagos, 1989). II.5. La naturaleza de las muestras esqueletarias de poblaciones cazadoras-recolectoras y el alcance de la interpretación bioarqueológica de los patrones de salud y nutrición. Históricamente, los estudios acerca de las pautas de salud y nutrición de poblaciones prehistóricas se han centrado principalmente en el análisis de muestras numéricamente importantes, derivadas de poblaciones agrícolas o cazadoras- recolectoras tardías, éstas últimas frecuentemente en transición hacia economías productoras de alimentos. El principal obstáculo que ha impedido la construcción de una base de datos más amplia correspondiente a cazadores-recolectores móviles ha residido en la naturaleza del registro bioarqueológico generado por este tipo de poblaciones. Este se halla caracterizado, en la mayoría de los casos, por hallazgos aislados y a menudo fragmentarios. En particular, este registro presentó dificultades para ser abordado desde la perspectiva reconstruccionista adoptada por la mayor parte de los estudios paleodemográficos y paleonutricionales hasta los primeros años de la década de 1990 (i.e. Buikstra y Mielke, 1985: 410). Como expresamos en el apartado I.3., es posible diferenciar tres grandes fuentes de variabilidad en la conformación del registro bioarqueológico: a) el tamaño, estructura y dinámica de las poblaciones humanas, b) los procesos postdepositacionales operantes a nivel local y regional, y c) las técnicas de prospección, excavación y análisis de muestras esqueletarias. Las poblaciones de cazadores-recolectores móviles son, en la gran mayoría de los casos, de pequeño tamaño. La estructura etárea y sexual y los patrones de morbi-mortalidad de poblaciones pequeñas se hallan sujetos a procesos de variación de naturaleza estocástica, cuyo impacto resulta inversamente proporcional al tamaño de la población (Paine y Harpending, 1996). Debido a la dispersión espacial y temporal de los restos de cazadores recolectores con un grado moderado o alto de movilidad residencial y a sesgos tafonómicos y de muestreo, las muestras disponibles para análisis son con frecuencia pequeñas. A menudo también, éstas se hallan compuestas por restos provenientes de un conjunto de sitios cuya interrelación posee, en la mayoría de los casos, un alto grado de incertidumbre. Puede decirse que todas las muestras esqueletarias, pero especialmente las de cazadores-recolectores, manifiestan el llamado efecto de "linaje" (Cadient et al., 1976). Esto es consecuencia de la acumulación, en sitios o regiones particulares, de individuos a través de varias generaciones bajo regímenes demográficos variables y con tasas de depositación igualmente variables pero, por lo general, bajas (Steele y Olive, 1989). Se ha argumentado que, en períodos suficientemente largos de tiempo, tales muestras pueden promediarse para producir el efecto de poblaciones estables, especialmente en ausencia de evidencia independiente acerca de la posible expansión o declinación poblacional (Settenspiel y Harpending, 1983; Trinkaus, 1995). Sin embargo, resulta aún incierto
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