Descarga la aplicación para disfrutar aún más
Vista previa del material en texto
1 PROGRAMA DE LINGÜÍSTICA Y LITERATURA EVALUACIÓN DE TRABAJO DE GRADO ESTUDIANTE: MILAGRO MARGARITA ARNEDO VEGA YORAIDA CHIQUILLO LÓPEZ TÍTULO: DE LA AUTOBIOGRAFÍA A LA AUTOFICCIÓN: LA VIDA COMO MATERIA DE CREACIÓN LITERARIA EN LA NOVELA METAFICCIONAL LO QUE NO APRENDÍ, DE MARGARITA GARCÍA ROBAYO. CALIFICACIÓN APROBADO WILFREDO ESTEBAN VEGA BEDOYA Asesor EMIRO SANTOS GARCIA Jurado Cartagena, 27 de marzo de 2023 2 TABLA DE CONTENIDO Introducción…………………………………………………………………………….3 Capítulo 1. Contexto de la investigación…………………………………………….... 10 Capítulo 2. Las dimensiones teóricas de la autoficción narrativa: una revisión conceptual ………………………………………………………………………………………….18 Capítulo 3. Lo que no aprendí: entre la ingeniería del yo y la retórica del recuerdo……………………………………………………………………………...…30 3.1.1 La ingeniería del Yo más allá de la autoficción………………..……..…………..31 3.1.2 La retórica de la memoria…………………………………….………….…..…..38 3.1.3 La una que es otra. La presencia discursiva del autor……...…… ………………42 Capítulo 4. La auto y metaficción de García Robayo……………………………….…45 4.1. La metaficción y su trascendencia…………………………………………....……50 Conclusión………………………………………………………………….…………..59 Referencias……………………………………………………………..…………...62-65 3 INTRODUCCIÓN Las autoficciones surgen de algún tipo de identificación nominal del autor con el protagonista del relato. Sin embargo, insinúan, de modo confuso o contradictorio, que ese personaje es y no es el autor. Esta identidad ambigua, calculada o espontánea, irónica o autocomplaciente, según los casos, constituye una de las fuentes de fecundidad del género, puesto que, a pesar de que autor y personaje son la misma persona, el texto no postula casi nunca una exégesis autobiográfica explícita, toda vez que lo real se presenta como una simulación novelesca sin camuflaje apenas o con algunos elementos ficticios. Dicho mecanismo ficcional ha sido un elemento fundamental para el campo de las letras latinoamericanas de la segunda mitad del siglo XX, dado que ha permitido que el género de la novela sea enriquecido polifónica y referencialmente por la relación ambivalente entre literatura y vida del autor. En esa medida, autores consagrados como Arcipestre de Hita, Jorge Luis Borges, César Aira y Witold Gombrowicz, por ejemplo, han establecido un precedente histórico y estético para el discurso literario del continente. Cabe advertir que la autoficción y la metaficción no deben ser asumidas como una presunción egotista de tales autores o del autor (en términos generales), sino que han sido una forma de proponer un diálogo más directo y crítico con el hecho artístico, con la historia personal, nacional y universal de las sociedades modernas de occidente; en otras palabras, ha sido una insinuación onto-estética de cómo la literatura está transversalizada epistemológica, ideológica y simbólicamente por la vida, y que es difícil una incisión abrupta o depurada de ambas. El marco de las letras colombianas no ha estado exento de tal mecanismo. En contraposición a la renuncia o la anulación enunciativa del yo narrativo en el discurso literario contemporáneo ‒como ha sido el caso de la escritura y el legado garcíamarquiano en Colombia‒, la autoficción ha sido un redescubrimiento y una toma de consciencia del yo autobiográfico y ficcional para la configuración de discurso. En efecto, la escena de la autoficción, como respuesta a la estética de desaparición del yo en García Márquez, ha sido llevada a cabo por escritores paradigmáticos como Fernando Vallejo; o el lugar de las escritoras colombianas del yo en la escena femenina, como Paola Guevara, Juliana Restrepo y Natalia Mejía, quienes han asumido una propuesta de la mismidad en el discurso narrativo, que retoma del romanticismo alemán idealista el carácter introspectivo sobre el acto creativo, y de los escritores latinoamericanos el aspecto reflexivo y crítico 4 del ser humano moderno frente a la modernidad y las historias nacionales propagadas por los gobiernos. Una escritora como García Robayo asume la autoficción y la metaficción como mecanismos ficcionales que interpelan de modo socio-estético el vínculo epistémico e histórico entre la literatura y la vida/historia nacional. En otras palabras, la metaficción en el discurso de la escritora cartagenera posibilita el ejercicio crítico y artístico de la creación literaria. En efecto, la metaficción y la autoficción se transforman en los primordiales recursos de la literatura posmoderna al revelar el carácter ficcional y provisorio del mundo y el yo presentados; es decir, la condición de “artefacto” de la obra y la manipulación que subyace en la disposición de los recursos de la trama demanda una lectura más atenta y consciente por parte del lector para el caso particular de García Robayo. En esta investigación nos propusimos estudiar la novela Lo que no aprendí, de la escritora colombiana Margarita García Robayo con el fin de explicar cómo la novela de la autora se encuentra sustentada estética y simbólicamente a partir de la autoficción, en tanto principio constructivo que configura espacios, tiempos, personajes y visión de mundo de la novela. Para ello realizamos un análisis actancial del yo narrador para observar cómo sus implicaciones ideológico-históricas pretenden una representación ficcional de la realidad social y cultural en que se inserta el relato, esto con la finalidad de comprender la forma particular de percibir y concretar la creación literaria; esto es, el planteamiento de una voz personal que revisa crítica y estéticamente la historia nacional y la sociedad colombiana de la segunda mitad del siglo XX y principios del XXI; estas implicaciones socio-históricas posibilitan un interrogante epistémico-estético al respecto: ¿de qué manera la autora concreta la creación artística dentro de la novela a partir de hechos y actores sociales de estas épocas marcadas por la liberación social de las mujeres? Para el desarrollo de tales interrogantes resulta necesario, en primer lugar, entender cómo ha sido abordada la obra de la escritora cartagenera en el discurso literario colombiano y latinoamericano, con el propósito de observar cómo se ha construido el universo semántico y epistemológico alrededor de dicha obra narrativa. En ese orden de ideas, la narrativa de García Robayo ha sido comprendida bajo tres grandes principios interpretativos: a) principio socio-histórico; b) principio autorreferencial; y c) principio de escritura nomádica. Para el caso del principio socio-histórico, autores como Marín Lara (2018), Mora (2019) y Sánchez (2019) han comprendido el universo narrativo de García Robayo como 5 un campo político e histórico donde los conceptos “exilio” y “patria” ordenan ética y ficcionalmente el eje de la escritura novelística de la autora. En ese sentido, hay una propuesta crítica sobre el desarraigo y el arraigo constante en el discurso de García Robayo: La escritora colombiana reflexiona sobre la experiencia del desarraigo narrando el declive de una familia originaria de Colombia que reside en una pequeña ciudad de Estados Unidos. En esta novela, García Robayo continúa indagando sobre los problemas existenciales, identitarios y políticos asociados con la migración y el exilio, tal como ya lo había hecho, por ejemplo, en su novela Hasta que pase un huracán (2015) y en algunos textos autobiográficos de Primera persona (2018). (Sánchez, 2019; pág.: 2) Si bien tales estudios identifican las implicaciones ideológicas y sociales de la obra narrativa de la autora, estos estudios no profundizan sobre los ordenamientos estéticos que construyen y posibilitan la comprensión de una visión de mundo del desarraigo y el arraigoen el universo simbólico de la escritura de la narradora cartagenera; no hay estudios sobre las implicaciones estéticas y éticas que conllevan el desarraigo como una forma de despersonalización ontológica y social del ser narrativo de la escritora. Es decir, estas lecturas presentan limitaciones crítico-teóricas sobre los aspectos fundamentales de la ficcionalización de la obra, puesto que son estudios enfocados bajo disciplinas como la sociología o los estudios culturales de la crítica contemporánea latinoamericana y colombiana. Autores como Castillo Rojas (2019) y Amaro Castro (2019), por mencionar dos de los críticos más renombrados en los estudios que versan sobre la escritora cartagenera, afirman que la metaficción no solo son meras formas de identidades del sujeto creador, sino que impulsan una “ficción de autor” donde se busca construir una imagen intelectual, artística y crítica de la autora, cuya finalidad consiste en proponer visiones oblicuas de sí misma que posibiliten, desde el yo, una polifonía que complejice las enunciaciones del discurso y de la creación literaria: Estas obras narradas por una primera persona, testigo de los eventos y partícipe de la experiencia, bien podrían leerse como obras solipsistas, amarradas a la mera existencia del protagonista o la narradora. Sin embargo, este estudio demuestra que están vinculadas al contexto y cultura colombiana, y por ello muestra cómo estas obras ofrecen una reflexión sobre los defectos de la sociedad colombiana a 6 través de una mirada crítica, sin dejar de establecer una visión sobre lo que se espera del país de cara al siglo XXI. (Castillo, 2019; pág.:13) Por su parte, Amaro Castro (2019) afirma que García Robayo “construye una narradora ajena a las costumbres y modos de su medio, una “extraña” o extranjera que entabla una particular relación con el lenguaje y el espacio, una relación que se definirá desde una perspectiva feminista” (pág. 15). Desde esta mirada, se podría decir que tenemos dos puntos de vistas contradictorios, pero que responden, complementariamente, a la complejidad de la creación literaria a partir de la autoficción. No obstante, cabe advertir que el principio de “la escritura nomádica” se encuentra relacionada estrechamente con esta primera constante interpretativa. Así lo señalan autores como Amaro Castro (2019), Aínsa (2010) y Braidotti Rosi (2000), quienes han destacado en la obra de la cartagenera un principio móvil o volátil de la palabra creadora que no encuentra raíces en sus orígenes geográfico-culturales. Esta comprensión estética del discurso narrativo se irradia sobre aspectos importantes del discurso literario de la autora, como lo es la construcción psicológica, morfológica y lingüística de los personajes femeninos, que encuentran una liberación espiritual y un movimiento socio-estético que moldea las cosmovisiones de tales personajes: “el propio cuerpo de la protagonista es aquí un mapa, una geografía móvil, que se va construyendo en una relación de lucha, de dolor y placer. El mar es la gran obertura para el recuerdo de una subjetividad en las orillas, a punto de lanzarse” (Amaro, 2019: pág.: 158). En esa medida, dichas investigaciones profundizan el universo epistémico, semántico y literario de la estética de García Robayo, dado que posibilitan diversas aristas interpretativas acerca de la cosmovisión del papel femenino en la escritura y el funcionamiento epistemológico y cultural del discurso narrativo colombiano y latinoamericano. Una de las aristas que se abren dentro del abanico hermenéutico de los campos semánticos de la obra consiste en el principio interpretativo de autoreferencialidad. Dicho esto, ¿cómo ha sido comprendido el yo autobiográfico, la autoficcionalización y la metaficcionalización en la obra de García Robayo, 7 específicamente en la novela Lo que no aprendí, en tanto principios constructivos que organizan la estructura verbal y la cosmovisión estética de la escritura de la autora? Esta constante interpretativa ha sido una de las más frecuentadas por la crítica literaria, esto responde a que la suma de la obra de García Robayo se encuentra transversalizada por la noción de autoreferencialidad; es decir, el paradigma narrativo por excelencia en dicha obra está enunciada por un yo autobiográfico narrador que teje, casi por completo, el sistema verbal y psicológico del discurso novelesco de la escritora. Señalamos, en esa medida, que la autoficción ha sido entendida como un mecanismo socio-ideológico para la construcción de un pensamiento crítico de la sociedad burguesa de la Colombia de principios del XXI, sociedad dominada por la figura del hombre conservador. Destacamos de este modo los alcances socioculturales de dicha crítica para acercarnos a los campos semánticos de la obra. Sin embargo, quedan caminos interpretativos que se pueden abrir bajo esta constante. En esa medida, podríamos preguntarnos lo siguiente, y sea de paso señalar que en este punto se enmarca el eje del planteamiento del problema en cuestión:¿De qué manera ocurren los vínculos entre la dimensión biográfica y la dimensión ficcional en la novela Lo que no aprendí, de Margarita García Robayo? Para responder esta pregunta problemática es pertinente emplear un marco teórico que tenga en cuenta el eje conceptual del problema: autoficción y metaficción del yo autobiográfico. En efecto, para hablar de estos conceptos, en primer lugar se deben articular nociones como pacto novelesco, de un autor como Lejeune (1994), dado que dicha noción que plantea el autor consiste en el cruce interdisciplinario de géneros, conceptos y discursos que permiten el dialogo reflexivo entre diversas categorías y teorías; para nuestro caso particular, se refiere el diálogo reflexivo entre la autoficción y la metaficción para la creación literaria. En ese orden ideas, la autoficción (Alberca, 2007; Pozo García, 2017; Colonna, 2016), refiere a la incorporación ficcionalizada del autor dentro de la configuración narrativa y simbólica del discurso; en otras palabras, las referencias históricas y culturales del autor son convertidas en valores estéticos o ficcionales que no obedecen a una causa o explicación vivenciales del autor externas de la obra. Ahora bien, la autoficción requiere, para la construcción literaria, el concepto de metaficción (Musitano, 2014; Veres, 2016; Quesada, 2017), dado que hay una reflexión 8 compleja, sistemática y socio-estética sobre el papel creador del autor dentro del discurso; es decir, el autor se torna discurso. En ese sentido, son conceptos mancomunados que intervienen directamente en el proceso creador. Finalmente, tales conceptos también funcionan como mecanismos de ficcionalización que permiten visualizar una concepción del mundo en la novela en cuestión. Desde el mismo momento en que el lector apasionado se hizo a un lado para dar espacio a la curiosidad del crítico, la primera intención de este análisis académico fue (y sigue siendo) establecer la manera en que la autora construye su universo literario sin que los elementos de su historia personal conviertan esta novela en una obra meramente intimista. Así que esta investigación tiene como el objetivo central dar cuenta de la relación socioestética entre la dimensión biográfica y la dimensión autoficcional en Lo que no aprendí, de Margarita García Robayo. Exactamente se refiere 1) Identificar la dimensión sociohistórica que posibilita la construcción ficcional de Lo que no aprendí, de Margarita García Robayo; 2) Determinar los procesos de autoficcionalización de la novela Lo que no aprendí, de Margarita García Robayo. 3) Explicar la importancia de la autoficción/metaficción en Lo que no aprendí, de Margarita García Robayo. Este marco teórico precisa de una metodología hermenéutica de análisis textual que consta de dosniveles de estudio: un nivel descriptivo y un nivel analítico. El primer nivel está enfocado en describir las categorías de análisis a trabajar; tales categorías han sido denominadas de la siguiente manera: categoría “reflexión personal del yo narrador”, y “el yo como constructor de discurso literario”, estas categorías paradigmáticas engloban con mayor alcance analítico el corpus de trabajo. El segundo nivel da cuenta de cómo tales categorías configuran los sistemas psicológicos y lingüísticos de los actantes y del sistema de sentido de la novela. En efecto, esto busca establecer cómo la novela propone una visión de mundo del yo autobiográfico narrativo que vehicula la relación socio- estética entre literatura y vida. Primeramente, los aspectos que se documentarán, en primer lugar, se remontan al carácter supersticioso del autor, que es, quizás, el más documentado de la historia de la literatura hispana. Por ello, la metodología que se utilizará será la división de dos momentos o niveles: uno descriptivo y uno analítico, en categorías como “interdiscursividad” (para establecer la relación textual entre lo socio-histórico y lo literario), “conciencia narrativa” (para analizar los tipos de autoficción llevados a cabo 9 por el narrador), “metatextualidad (para determinar los niveles de autoconciencia narrativa de la novela). Se entiende que ello nos llevará, algunas veces, a integrar lo lingüístico con lo social y lo simbólico. El trabajo se divide en dos grandes partes. La primera, que recoge las evidencias de la presencia autoficcional en la novela estudiada, como elemento base de toda la novela con el fin de identificar implicaciones ideológico-históricas que pretenden una representación ficcional de la realidad social y cultural en que se inserta el relato, esto con la finalidad de comprender la forma particular de percibir y concretar la creación literaria; esto es, el planteamiento de una voz personal que revisa crítica y estéticamente la historia nacional y la sociedad colombiana de la segunda mitad del siglo XX y principios del XXI, donde García Robayo levanta con delicadeza un monumento a la memoria, la nostalgia y, sobre todo, el recuerdo, esa construcción mental que, aunque arranca en el colectivo familiar, se convierte con los años en algo íntimo e intransferible. También aborda el texto y la autora-narradora desde toda la creación del libro, y cómo en este se enmarca constantemente los recuerdos de ella en todas las etapas de su vida, recuerdos que le permiten ver a su familia y la vida misma más allá de lo que son, y es eso lo que le permite darle cuerpo y forma a aquello que quería escribir, pero no sabía por dónde o en qué inspirarse para hacerlo. Teniendo en cuenta que la autoficción se puede considerar como un juego donde se harán borrosos los límites de lo real y lo ficticio y la metaficción una ficción dentro de la ficción o ficción acerca de la ficción. En la segunda parte, se da a conocer como se relacionan estas dos en la novela. Estos recursos se ven reflejado en la forma como la autora da a conocer su experiencia personal con una particular, donde lo principal es la autoconsciencia y cómo ocurre dicho proceso dentro de la obra. Para ello no solo es necesario reflexionar sobre el proceso de escritura sino concebirse como escritora, narradora y autora.En la medida que se relacionan la auto y metaficción en Lo que no aprendí, esto visto desde su individualidad como también en conjunto, los cuales están presentes durante toda la historia narrada o sobre toda esa autobiografía que la hace más atrayente a aquellos escenarios de ficción que vuelven ambivalente el texto. Escribir sobre el propio proceso de escritura o sobre la imposibilidad de la misma, dentro de una novela, hace parte de una de las diversas tendencias de la metaficción. 10 En cuanto a la estructura, el presente trabajo está organizado en cuatro capítulos. En el capítulo I presentamos un perfil de la novelista Margarita García Robayo. En este explicamos las condiciones históricas, epistemológicas y estéticas que dan cabida al tema de la autoficción narrativa como apertura para el tema-problema de nuestra investigación. Acto seguido, presentamos la tradición de autoficción (nacional/latinoamericana/occidental) con el propósito de conocer cuál es el repertorio experimental o los antecedes epistémicos, históricos y literarios de los nuevos escritores. Finalmente, inspeccionamos los antecedentes investigativos sobre la novela Lo que no aprendí a nivel internacional y nacional para ubicar la contribución epistemológica y socio-estética de la investigación dentro de ese panorama. En el capítulo II se presentan los fundamentos teóricos de este trabajo y en los capítulos III y IV se responden las preguntas problemas; es decir, cómo ocurre la transición socio-estética de la autobiografía hacia la autoficción y qué implicaciones ideológicas, epistémicas y estéticas conlleva una visión de mundo del yo autobiográfico narrativo en las letras contemporáneas del campo nacional y latinoamericano. Por último, se presentan las conclusiones e implicaciones de la investigación. 11 Capítulo I. Contexto de la investigación En este capítulo presentamos un perfil de la novelista Margarita García Robayo. Para ello resulta necesario exponer las condiciones históricas, epistemológicas y estéticas que dan cabida al tema de la autoficción en la narrativa de la escritora como contexto necesario para el tema-problema de nuestra investigación. Luego, presentamos la tradición de autoficción (nacional/latinoamericana/occidental), con el fin de conocer cuáles han sido los antecedentes literarios de los nuevos escritores. Por último, inspeccionamos los antecedentes investigativos sobre la novela Lo que no aprendí, a nivel internacional y nacional, para ubicar la contribución de esta monografía dentro de ese panorama. 1.1. ¿Quién es Margarita García Robayo? Margarita García Robayo, nacida en Cartagena en 1980, es una escritora colombiana radicada en Buenos Aires. Sus libros han sido publicados en países como Argentina, Chile, Colombia, México, Perú, España, Cuba e Italia. Y sus obras han sido traducidas al inglés y al italiano. La escritora cartagenera ha colaborado en diversos periódicos como El Universal (Colombia) y el Clarín (Argentina), solo por mencionar dos periódicos de importancia nacional e internacional. Por distintas circunstancias salió de la casa de sus padres antes de cumplir los 18 años, se mudó de su ciudad natal, Cartagena de Indias, Colombia. Renegó de la educación que recibió en el colegio al que asistió toda su vida, de la congregación religiosa Opus Dei. Aunque siempre le gustó escribir, en su entorno la literatura no era vista como algo más que un pasatiempo. Así, presionada por esta idea, estudió leyes y periodismo. Pero tiempo después, y fiel a su personalidad desafiante, la abogada decidió dedicarse a su verdadera pasión: la escritura. Desde entonces, la colombiana de 39 años ha publicado libros en diversos países de América Latina y el mundo. También ha sido reconocida por algunas de sus obras, como en el año 2014 cuando fue ganadora del Premio Casa de las Américas por el libro "Cosas peores". 1.2. Autoficción en Latinoamérica: antecedentes histórico-literarios 12 Las autoficciones parten de un tipo de identificación onto-nominal del autor con el protagonista del relato, pero insinúan, de manera confusa y contradictoria, que ese personaje es y no es el autor. Esto lo advertía Alfonso Reyes al hablar de la investigación del componente autobiográfico en la obra literaria: “El tomar al pie de la letra cierta declaración en primera persona puede conducir a los peores extremos”. La autoficción se presenta con plena conciencia del carácterficcional del yo, y, por tanto, aunque allí se hable de la existencia del autor, no tiene sentido, al menos no es prioritario, comprobar la veracidad autobiográfica, debido a que el texto propone esta, simultáneamente, como ficticia y real. Es posible que el lector, ya por los datos biográficos que conoce del autor, ya por los que le proporciona el propio texto, tienda a cotejar estos con aquellos y a equivocarse doblemente, puesto que nada menos autoficcional que este tipo de comprobaciones estén orientadas a anular la ambigüedad de algunos de estos relatos. A pesar de esto, no se me oculta la complejidad del fenómeno autoficcional, que afecta al problema de la verdad del texto literario (como se observará más adelante). El modelo de relato autoficcional más frecuente es el biográfico, aunque establezca una mezcla de elementos ficticios y reales, que no siempre el lector es capaz de discriminar (tampoco se trata de eso), pero termina estableciendo una relación extratextual indirecta con la obra y consigo mismo. Con el paso del siglo XX al XXI ‒parecido a lo que solía ocurrir en el pasado con los cambios de los siglos, como lo preveía también Cortázar basándose en la experiencia de los siglos pasados‒, los escritores empezaron a preguntarse sobre el futuro estético de la literatura y de la novela. Aunque en el siglo pasado se anunció muchas veces la muerte de esta, este género tan resistente todavía no ha desaparecido; como consecuencia, de cada crisis ha salido renovado y más decidido a sobrevivir. El límite entre mundo real y ficción se ha derrumbado; no es solo el autor el que entra en el mundo de la ficción, se encuentra también el lector. La novela de inicios del siglo XXI deja de contar solo lo que ocurre en el mundo real (la novela realista del siglo XIX) o en las correspondencias ocultas entre los objetos (el modernismo) o en el interior de los personajes, en la realidad interior de su conciencia (p. ej. Kafka), por el contrario se orienta también hacia el mundo estético de la literatura. El texto literario ya no tiene sus fundamentos exclusivamente en la realidad exterior o en la realidad interior, sino en la realidad estética literaria; es decir, en el mundo narrativo (p. ej. Borges, Vila-Matas). 13 En el mundo occidental está ganando terreno un nuevo género que aborda el problema de la relación entre lo verdadero y lo verosímil. Por su parte, los anglosajones, con su típica inclinación al pragmatismo, empezaron a llamarlo faction (fact + fiction), una nueva forma de novelar en la que lo real aspira a convertirse en ficción. Se trata de la fusión de hecho y ficción, de la mezcla de la relación entre verdad y verosimilitud. Lo verosímil no es una propiedad de objetos o de historias, sino de su construcción artística, como lo definió Aristóteles en su Poética. Este axioma parecía hasta ahora intocable y excluyente, porque lo verdadero era y sigue siendo una categoría de la realidad que carece de valor literario, y la verosimilitud de un relato es lo que le otorga la razón de existencia –la labor principal de un novelista es hacer creíble su relato. Sin embargo, la nueva novela invierte esas relaciones y el nuevo género híbrido amplía la ficción con lo verdadero con intención de que lo verosímil también influya sustancialmente sobre lo verdadero hasta que se borren los límites entre ellos. 1.3 La novela Lo que no aprendí y la tradición colombiana y latinoamericana de autoficción en el discurso literario Quizá debido a este desborde de los cuerpos en la escritura de Margarita García Robayo, aquello de ‘racional’ que puede aparecer en su escritura está ligado a una reflexión en torno al acto de creación literaria, y, específicamente, al de la escritura novelística. Dicha reflexión metaficcional deja en evidencia ciertas estrategias, juega con los límites de lo real y lo irreal, dialoga con una tradición literaria con la que la autora es afín, sin dejar de ironizarla. García Robayo plantea cómo se elabora su discurso: añade varios elementos de ficción, para completar sus recuerdos y, por consiguiente, armar un argumento sólido. En esa medida, la autoficción “se presenta como una novela, que simula o aparenta ser autobiográfica con tanta transparencia y claridad que el lector puede sospechar que se trata de una pseudo-autobiografía, o lo que es lo mismo, que aquel relato tiene «gato encerrado»” (Alberca, 2012, pág. 145). Desde este punto de vista se puede afirmar que la novela es un relato de autoficcion. Por algunas de las novelas del yo colombianas más sugerentes publicadas en Colombia en las últimas décadas habrá que otorgarle a los libros de Vallejo el estatuto de autoficciones y, por ende, el mérito de ser pioneros en su campo; y al autor, el de haber apostado por esta fórmula híbrida entre dos géneros consagrados como la autobiografía y la novela en un periodo en el que muy pocos lo hacían (aunque ello lo haya llevado a 14 pasar prácticamente desapercibido entre la crítica y los lectores durante más de una década). Como hemos podido leer hasta ahora, tras el descubrimiento de la obra de Fernando Vallejo fuera de Colombia a finales del pasado siglos, pocos de estos análisis han subrayado suficientemente otro de los aportes claves de Vallejo a la autoficción y las figuraciones del yo en la literatura en lengua española: la construcción del antioqueño en sus conferencias y discursos (tan ácidos y provocadores como sus libros) de un ethos subversivo, que ha venido a reforzar la identificación por parte de muchos lectores del autor con el yo autoficcional de sus libros, que cuestiona valores sagrados en su país como la heterosexualidad con fines reproductivos, el amor a la madre, el patriotismo, etc. Ciertamente, esta es una de las singularidades de la obra de Vallejo. Por tanto, al carácter pionero de sus autoficciones hay que añadir al haber de su obra la creación de una “postura de autor”, postura subversiva construida en sus libros (que podría emparentarse con la de los poetas malditos franceses de la segunda mitad del siglo XIX y con la de otros escritores como Céline, y que ha saltado de las páginas de sus textos literarios a sus discursos, declaraciones públicas y artículos periodísticos, fundamentalmente a partir de 1998. Ha sido este último aspecto, su reconocimiento en Europa y por parte de la crítica académica colombiana (ya en el siglo XXI), el autor, convertido en estrella literaria, es lo que ha convertido a Vallejo en un personaje público odiado y admirado por igual en su país: las diatribas lanzadas por su yo autoficcional (yo que en su caso ha traspasado las fronteras de sus libros encarnándose en el personaje público) han sido objeto de debate nacional. A la hora de realizar un balance final de la situación actual de las novelas del yo y de la narración en primera persona en la narrativa colombiana, cabe decir que desde la publicación de Los días azules en el año 1985 hasta nuestros días, esta ha vivido un cambio radical. En muy pocos años la autoficción ha pasado de una posición periférica a una importante. Si hace tres lustros Luz Mary Giraldo señaló la definitiva superación del macondismo y la aparición de una novela urbana como las principales claves del escritor colombiano de finales de siglo (1995, pág.: 11), hoy habría que añadir a las mismas el uso de la primera persona. Desde luego, en esto ha tenido mucho que ver el reconocimiento crítico otorgado a las autoficciones de Fernando Vallejo, oficializado con la concesión del premio Rómulo Gallegos a El desbarrancadero en 2003, pero también la publicación de un sinfín de 15 buenas novelas donde coinciden narrador y personaje. Además, la primera persona está omnipresente en las novelas de los escritores colombianos más premiados en la actualidad como Juan Gabriel Vásquez (premioAlfaguara de novela 2011 por El ruido de las cosas al caer) o William Ospina (ganador del Rómulo Gallegos en 2009 por El país de la canela). Y no parece que nos hallemos ante una moda pasajera, público y autores parecen decididos a seguir leyendo y narrando a Colombia desde y con el yo. 1.4 La novela Lo que no aprendí y el contexto socio-estético en el que se inscribe La protagonista de Lo que no aprendí es una niña de 11 años, con una familia en apariencia normal, como tantas otras, pero en detalle, también como casi todas, extraordinaria. Valga el adjetivo como algo positivo y negativo a la vez. Sus dos hermanas mayores, en plena adolescencia, se mueven en coordenadas ya opuestas a sus sentimientos y curiosidades, aún infantiles. La desprecian por pequeña. Su hermano menor lo es demasiado como para ofrecerle respuestas. Su madre es una histérica y arisca esposa, obsesivamente pendiente de su apariencia social. Su padre es la gran figura que le fascina, un pro-hombre admirado por la comunidad que sufre trances y emplea las ciencias ocultas. La novela se divide en dos partes con dos voces de la misma niña. La primera es la más extensa, en esta se relatan las interrogantes y los misterios de la infancia, y una segunda, perturbadora y más breve, en la que habla esa misma niña ya convertida en adulta. Con todo lo que no se dice, todo lo que se queda en los márgenes, se construye una doliente historia personal y sentimental que llega hasta el presente. También hay un trasfondo político en el contexto político de la Colombia de comienzos de los años 90, un conflicto que apenas atisbamos a través de los ojos de Catalina, la niña. También relaciones familiares que sospechamos, sugerencias que quedan casi por completo fuera de la atención de una niña empeñada en ese ejercicio agotador que es descifrar el mundo. 1.5. Antecedentes investigativos sobre la novela Lo que no aprendí Tras la búsqueda de antecedentes en los que el presente estudio pudiera apoyar sus alcances críticos, tan sólo dos trabajos se asoman como estudios críticos, el resto, sólo notas periodísticas o publicitarias, entrevistas o ejercicios críticos de muy reducida 16 extensión y, por tanto, también de muy reducida profundidad. Esos dos trabajos son los siguientes: A nivel internacional, sobresalen los trabajos de Gasparini (2015), quien menciona en su investigación Autofiction. Une aventure du langag donde se define que, la autoficción constituye un subgénero híbrido o intermedio que comparte características de la autobiografía y de la novela tomando como punto de partida lo descrito por García. Por su parte, Sanz (2014) afirma que la literatura de la autora conserva ese misterio que la convierte en única. Partiendo de un talento en las letras, focalización en un personaje interesante, sin dejar de lado al resto de los participantes del contexto en donde se desarrolla la historia. El Portal Escritoras de América Latina (2014), en su reseña “Literatura escrita por mujeres” afirma que es una novela que lleva al lector a la reflexión continua sobre las etapas de su infancia y de sus repercusiones en su vida actual. El desarrollo de la misma deja ver lo complejo que puede llegar a ser la etapa de la vida para las personas a manera general. En el mismo sentido se califica como una de las mejores obras del año en Argentina. Camilo Castillo Rojo, en Lo que no aprendí: el arte de tejer una ficción de autora (Ejercicio fictocrítico #3), texto crítico publicado en la revista La Palabra en enero del año 2017 (número 30, pp. 115 – 129), desarrolla una revisión de los elementos que hacen de la novela de García Robayo una obra representativa de la autoficción en la literatura de Colombia, tras lo cual, Castillo Rojo concluye que la obra Lo que no aprendí contiene innegables elementos formales que permiten catalogarla como una obra de ese género (subgénero). A través de su propia autoficción, que muestra las preocupaciones criticas de un académico que prepara un estudio crítico sobre la obra de la escritora colombiana mientras vuela hacia algún destino junto a su esposa, y luego lo discute con esta en una habitación de hotel.El autor hace uso de un método de análisis que consiste en ir comparando aspectos y hechos de la vida de la autora con los de las dos narradoras de la novela para concluir que habría identidad entre personajes y autor, uno de los requisitos señalados por Alberca para aceptar la presencia de autoficción. Este trabajo supuso la primera certeza de lo que es un texto autoficticio y dio luces para el abordaje del presente estudio. No obstante, deja de lado un aspecto que, para 17 entonces, ya se asomaba como más importante que el hecho de la coincidencia entre vida de los personajes y vida del autor: la conciencia que la autora muestra en toda la segunda parte del relato acerca de la elaboración de un relato literario, eje central de nuestro estudio. Otro estudio crítico dedicado a la obra de García Robayo, de la autoría de Castillo Rojo, tesis con la que optó al título de Doctor en Filosofía de Estudios hispánicos de la Universidad de British Columbia (en Vancouver, Canadá), titulado “Tres escrituras del yo: aproximaciones a las narrativas de Margarita García Robayo, Paola y Andrés Felipe Solano”, analiza los procedimientos narrativos y la construcción de discursos críticos de estos autores en sus respectivas obras (Lo que no aprendí, 2014, Virus Tropical, 2011, y Corea: apuntes desde la cuerda floja, 2016), que él llama literaturas del yo. Cuando es turno de analizar la novela de García Robayo, Castillo Rojo destaca en esta la discursividad y la particular forma de García de construir autoficción. Otro elemento que destaca, aunque no lo desarrolle hasta el final (porque no tenía relación con sus propósitos interpretativos), es el de la metaficción, elaboración por la que la autora, señala Castillo, reflexiona sobre el oficio de escribir y construye para sí su imagen como autora de narración literaria. Y es precisamente este último aspecto el que rescatamos como contribución valiosa para el desarrollo del presente estudio sobre la novela Lo que no aprendí. Por otro lado, Castillo (2017), en su artículo, toma como punto de partida la obra de García para evaluar el punto social y cultural que se encuentra implícito en la historia desarrollada y la capacidad que tiene para influir en el diario vivir de las juventudes. De igual forma, se analiza el dialogo de los personajes para poder observar aspectos relevantes de los países en vía de desarrollo y la forma particular de la autora de ver el mundo. Ya a nivel nacional, Solano (2015), en el Periódico El País afirma que esta obra invita al lector a reevaluar los descubrimientos, asombros y experiencias de la niñez en cuanto al plano de su sexualidad y la transición entre las etapas del ciclo vital. De igual manera, se deja ver la percepción subjetiva de la autora con relación a las historias familiares en función de un patrón cultural. 1.6. Ficcionalización de la historia nacional y autoficción de autora- narradora 18 Si bien es cierto la historia aporta situaciones, hechos y actores reales; la ficción, posibles y verosímiles circunstancias, personajes y acciones, en el contexto de la época o situación histórica ficcionalizada, y desde los procedimientos metaficcionales, se revelan los artificios de la creación o se enuncia una serie de reflexiones acerca del proceso de escritura, o bien se juega con los datos históricos y las evidencias documentales para problematizarlos y confrontarlos. Esta configuración tripartita de la diégesis bien puede ilustrarse en la novela contemporánea colombiana con autores como Juan Gabriel Vásquez, Octavio Escobar Giraldo y Ricardo Silva Romero, para citar solo algunos de los escritores cuyas publicaciones de la primera décadadel siglo XXI desarrollan una historia en la que concursan hechos históricos, ficcionales y procedimientos metaficcionales. Teniendo en cuenta lo anterior en Lo que no aprendí de Margarita García Robayo. También se evidencian hechos históricos de nuestra historia nacional. Esta novela está dividida en dos partes, la parte inicial, es narrada en primera persona por una niña cartagenera de once años, Catalina, quien relata sus vacaciones entre junio y julio de 1991. Con un estilo sencillo, directo y con diálogos punzantes. retrata a su familia costeña arribista, como una clase media que desea ser gringa. Asimismo, con gran sutileza, la narradora permite entrever una época clave de nuestro país: se escribe la Constitución Nacional y Pablo Escobar se entrega para pasar una corta temporada en la mal llamada cárcel "La Catedral". Bajo ese fondo político y social, la historia devela la presencia de tres figuras que marcan el fin de la infancia de Catalina. La primera es la de Aníbal, un jipi mariguanero vende manillas, quien surge como una presencia seductora, intensa, y con quien Catalina tendrá un breve episodio confuso, entre romántico y abusivo. La segunda es la de la madre, mujer cantaletosa, súper arribista, de un dramatismo atroz y quien regaña, cuestiona y teme por su hija. La tercera es la figura de su padre, un hombre mayor, abogado pensionado y alejado de las cuitas cotidianas, sumergido en sus tareas benefactoras, sus búsquedas esotéricas y en sus lecturas. La segunda parte, escrita en un estilo menos parco y mucho más reflexivo, funciona como un enclave para releer y completar la primera parte. En esta, una mujer cartagenera, radicada en Buenos Aires, y quien se empieza a labrar una carrera como escritora, cuenta la muerte de su padre, abogado pensionado y sumergido en sus búsquedas espirituales, 19 igual al papá de Catalina, en la primera parte. Esa muerte hunde a la escritora en un arduo proceso emocional que se arremolina al extremo con la visita de su madre, una mujer cantaletosa e imponente, la madre de la primera parte, y ante ese sisma familiar, la mujer decide escribir sobre su infancia, sobre la figura de su padre y su relación con él. La escritora, además, desnuda cómo se elabora su escrito: añade varios elementos de ficción (se intuye que se trata de la historia de Aníbal) para completar sus recuerdos y así armar un argumento sólido. Por supuesto, esta segunda parte se trata del proceso de escritura de la primera parte de Lo que no aprendí. Es decir que esta segunda sección, deconstruye y analiza la primera parte, esa aparente novela tradicional, de orden meramente ficcional sobre el tema de la memoria relatada desde la infancia, y redefine la novela con un carácter metaficcional. La autoficción puede considerarse como un relato cuyo autor narrador y protagonista comparten la misma identidad nominal, pero si nos referimos a la novela Lo que no aprendí la narradora y la autora no se llaman Catalina como la protagonista ,pero si hay coincidencias entre ellas ,ya que las tres son cartageneras. De forma similar a la narradora de la segunda parte, Margarita García escribió esta novela debido a la necesidad de entender y elaborar la muerte de su padre , igual que esa misma narradora, García Robayo se fue a Argentina a labrarse una propia vida como escritora; al igual que la niña de la primera parte, tenía once años cuando se firmó la constitución del 91. Se pueden rastrear varias coincidencias, tantas que es posible identificar la obra como autoficción. Se puede afirmar que las estrategias narrativas y discursivas de metaficción historiográfica, instauran puentes de contacto con la realidad empírica se caracteriza por identificar los diferentes tipos de materiales históricos que participan de la trama y La autoconciencia se caracteriza por la presencia manifiesta del narrador o del autor implícito en la obra, a través de comentarios explícitos y directos. Estas intrusiones rompen el flujo narrativo y pausan la historia, con el propósito de insertar información biográfica acerca del autor, o introducir acotaciones y digresiones sobre cómo se piensa y se ejerce el oficio de escritor y, en fin, una variedad de asuntos que tienen como centro la experiencia de mundo. En este sentido la novela Lo que no aprendí demuestra o presenta el salto cualitativo metaficcional y la autoconciencia escritural del contexto biográfico como visión de mundo, desde la autoficción presenta una serie de acontecimientos escriturales en la forma como la autora ve el mundo a su alrededor ,se refleja lo que ve y ,lo que 20 siente y piensa en la búsqueda de los comportamientos humanos que conforman las relaciones, el comportamiento humano y su misterio, y su aproximación a él. La escritora cuenta la vida, el mundo inmerso en lo cotidiano en la forma cómo se relacionó con su padre y su familia, en lo corriente, en lo que vive mucha gente en nuestra sociedad. En lo que muchos no le prestan atención de manera consciente. Capítulo II. Las dimensiones teóricas de la autoficción narrativa: una revisión conceptual Los ejes teóricos que fundamentan este trabajo son los conceptos de pacto novelesco (Lejeune, 2013). Para Lejeune (2013), el concepto de autoficción se caracteriza por tener una apariencia autobiográfica, ratificada por la identidad nominal de autor, narrador y personaje. Es precisamente este cruce de géneros lo que configura un espacio narrativo de perfiles contradictorios, puesto que transgrede o al menos contraviene por igual el principio de distanciamiento de autor y personaje que rige el pacto novelesco y el principio de veracidad del pacto autobiográfico. Teniendo en cuenta el concepto de autofición, Alberca, (2005) procura rasgar los esquemas receptivos del lector (o por lo menos hacerle dudar), al plantearle un tipo de lectura con ambigüedades: si por una sección parece anunciarle un acuerdo novelesco, por otra parte, la identidad del creador, narrador y personaje le indica una lectura autobiográfica. Podemos considerar las autoficciones hijas o hermanas menores de las novelas autobiográficas, pero en ningún caso debemos confundirlas, dado que en las segundas, el autor se encarna total o parcialmente en un personaje novelesco, se oculta tras un disfraz ficticio o aprovecha para la trama novelesca su experiencia vital debidamente distanciada mediante una identidad nominal distinta a la suya. Colonna (1988) menciona que la autoficción genera una personalidad y una existencia, conservando la identidad personal, bajo un verdadero nombre. En este sentido, al tomar su identidad y transformarla en ficción de una experiencia vivida o imaginada, el autor se adhiere de manera a un personaje de ficción que responde a su mismo nombre, (Negrete, 2015). Así la autoficción es el paso de la frontera de la ficción por parte de la autobiografía sin que la primera haya logrado completar el proceso del todo como proceso literario, pero abonando nuevas formas de abordar las reflexiones sobre la identidad. El Diccionario Español de términos literarios internacionales define autoficción como un “Relato cuya particularidad radica en que el narrador, intradiegético y 21 homodiegético, se identifica de forma explícita (en la mayoría de los casos, recurriendo al nombre propio) con el autor, reproduciendo la identidad entre autor, narrador y personaje, propia de las autobiografías” (p. 1), definición que puede completarse con palabras de Pozo García (2017), quien cree que, “Cuando nos referimos a la autoficción atendemos a un tipo de literatura que reúne los conceptos de autobiografía, realidad y ficción” (p. 3). podemos hallar en la autobiografía, o “retrato retrospectivo en prosa que una persona real hace de su propia existencia, poniendo énfasis en su vida individual y, en particular,en la historia de su personalidad” (Lejeune; 1986: 50), que tuvo un gran auge durante gran parte del siglo XX, como legado de las biografías históricas que proliferaron en los dos siglos anteriores con el principal objeto de ser representación de una identidad nacional, al resaltar la vida y la obra de un personaje que encarnaba valores morales y políticos colectivos (Gómez-Navarro1). También es necesario que señalemos que, a pesar de la aparente relación formal entre autoficción y autobiografía, en su trabajo sobre la autobiografía como género, Lejeune (1986) descarta la posibilidad de que exista un tipo de narración de ficción literaria en la que autor, narrador y personaje principal guarden una misma identidad. La metaficción es una táctica narrativa que permite darle muestra a los elementos que hacen posible la ficción, es por ello que se dice que esta es una ficción dentro de la ficción o ficción acerca de la ficción, y en ella se desarrolla un metalenguaje que parte desde la ficción hacia lograr una reflexión sobre sí misma. Para Quesada, 2020“decimos de la metanovela que deja al descubierto la condición artificiosa de la novela, esto es, crea una ficción y a la vez da testimonio del proceso de creación de la ficción” de ello se puede entender que esta conceptualización va solo dirigida para textos novelescos, y no para cualquiera que sea escrito y tenga en sí mismo apartes de ficción que se desencadenen en lo metaficcional de la escritura.). 1 Durante largos siglos, para los historiadores, los actores fundamentales fueron los grandes hombres, a los que se atribuía una gran libertad de acción y en cuyas biografías se podían encontrar respuestas a los problemas históricos. A partir de finales del siglo XVII. Y decididamente en el siglo xix los sujetos colectivos empiezan a constituir para los historiadores los actores últimos del acontecer histórico: primero, la humanidad en su conjunto con el concepto de «Progreso de las Luces», después, ya en el siglo xix, la Nación y, más tarde, el pueblo. Todos estos actores colectivos tenían un carácter moral y se situaban en el registro político. Los historiadores siguieron estudiando a los grandes políticos, ahora como representantes de dichos actores colectivos y como encarnaciones del principio general del que eran agentes ejecutores (José Luis Gómez-Navarro Historia Y Política, núm. 13 págs. 7-26; pp. 9-10). 22 2.1. La literatura y la autoficción En un texto titulado Realidad y ficción: literatura y sociedad, Brahiman Saganogo (2007) llama la atención sobre un hecho que, consideramos, es una verdad en la literatura de hoy: “todo lo que es literario no es absolutamente ficcional y (…) toda ficción no es literaria” (p. 54). Tal afirmación se hace más cierta en el caso de dos de los productos editoriales de mayor éxito en el mercado actual: los comics y los relatos de autoficción. Este último, uno de los más recientes formatos literarios, también, uno de los que más “afiliaciones” han ganado de parte de los nuevos autores. Si a principios del siglo XX la tarea de analizar las creaciones literarias ya resultaba problemático, la consolidación de la autoficción como subgénero narrativo a principios de este siglo viene a problematizar aún más la escena literaria, nutrida, durante casi cien años, de una inmensa cantidad de “experimentos” creativos con que se redefinió, una y otra vez, la idea que se tenía acerca de lo que era –o debía ser- la literatura. La vieja discusión teórica acerca de si la literatura es imitación o creación vino a ser sustituida por el convencimiento de que la literatura, como el arte en general, busca, cada vez más, la hiperrealidad, la hiperreferencia, es decir, la coincidencia plena entre los hechos relatados y la vida que rodea al autor: la estricta correspondencia con la realidad concreta o histórica (Sanagogo, 2007). En el actual panorama de la literatura, la autorreferencia se consolida como principal fuente de los relatos literarios contemporáneos, y la autoficción se pavonea exitosa en librerías, ferias y tertulias literarias –principalmente, en Estados Unidos e Hispanoamérica- con su cínica aceptación de que la mayor parte de los hechos que el lector encontrará entre las páginas de los relatos pertenece a una realidad verificable en la vida cotidiana. El Diccionario Español de términos literarios internacionales define autoficción como un “Relato cuya particularidad radica en que el narrador, intradiegético y homodiegético, se identifica de forma explícita (en la mayoría de los casos, recurriendo al nombre propio) con el autor, reproduciendo la identidad entre autor, narrador y personaje, propia de las autobiografías” (p. 1), definición que puede completarse con palabras de Pozo García (2017), quien cree que, “Cuando nos referimos a la autoficción atendemos a un tipo de literatura que reúne los conceptos de autobiografía, realidad y 23 ficción” (p. 3), y ello se debe al hecho de que “se encuentra a camino entre la novela y autobiografía” (Alberca22005: 5). El término autoficción se debe al escritor Serge Doubrovsky, quien lo introduce en una de las escenas de su obra Fils (1977): En una escena que pasa en el automóvil del narrador luego de su sesión de psicoanálisis, este piensa que a partir de sus sueños podría escribir una ficción y que podría hacerlo allí mismo al volante de su auto, y entonces dice: “Si escribo en mi automóvil, mi autobiografía será mi AUTO-FICCION”. (Blanco, 2016) A través del episodio, el autor francés no solo revela el procedimiento de creación de su obra, sino que, además, pone en expresa evidencia una forma de hacer literatura muy poco extendida aún, pero que terminaría por hacer parte del repertorio experimental de muchos de los nuevos escritores3 que entrarían en escena en los años posteriores. Y desde que se acuñara, el término autoficción ha venido gozando de una creciente popularidad, tanto entre los autores contemporáneos, que cada vez más tienden a hacer uso de este “raro y novedoso” artefacto literario, como entre los teóricos, cuyos trabajos de valoración crítica a las obras de esos autores atestan las páginas de revistas especializadas y congregan el interés del público en encuentros de literatura a lo largo de la geografía mundial. Hay que señalar que el origen más inmediato de los relatos de autoficción lo podemos hallar en la autobiografía, o “retrato retrospectivo en prosa que una persona real hace de su propia existencia, poniendo énfasis en su vida individual y, en particular, en la historia de su personalidad” (Lejeune; 1986: 50), que tuvo un gran auge durante gran parte del siglo XX, como legado de las biografías históricas que proliferaron en los dos siglos anteriores con el principal objeto de ser representación de una identidad nacional, 2 De la autoficción, dice Alberca que es un “territorio narrativo relativamente nuevo y casi inédito para la historia y crítica de la literatura hispanoamericana” (p. 5). 3 En esta lista incluimos no sólo a narradores, también están poetas líricos y ensayistas, de éstos últimos, un número importante de autores dirigió su creación a lo que se conoce con el nombre de fictocriticismo, especie de híbrido entre teoría, historia, imaginación, deconstrucción y creación activa (García-Sánchez, 2012). 24 al resaltar la vida y la obra de un personaje que encarnaba valores morales y políticos colectivos (Gómez-Navarro4). Resulta necesario que señalemos que, a pesar de la aparente relación formal entre autoficción y autobiografía, en su trabajo sobre la autobiografía como género, Lejeune (1986) descarta la posibilidad de que exista un tipo de narración de ficción literaria en la que autor, narrador y personaje principal guarden una mismaidentidad. Precisamente, en su famoso cuadro en que clasifica todos los casos posibles de una relación entre el nombre del autor y el nombre del personaje, hay un faltante: para él, la identidad entre nombre del autor y del personaje no existe dentro de los límites de lo ficticio. Para él, la única posibilidad de una realidad ficcionada o novelada es aquella por la que se origina un pacto entre autor y lector, el pacto novelesco, en virtud del cual, “la naturaleza ficticia del libro queda indicada en la página del título” (Lejeune, 1986: 67), detalle con que se advierte al lector sobre qué esperar de la narración. Por lo que, en su ya mencionado cuadro, no hay ejemplos para obra de ficción alguna cuyo narrador guarde una identidad con el autor y el personaje principal, debido a que un ejemplo tal “...excluye la posibilidad de la ficción” (68). Con ello, Lejeune niega para sí la oportunidad de haber sido el primero en definir este subgénero narrativo. Poco después, en 1989, Colonna (1989) controvierte la posición de Lejeune, al definir la autoficción como “una obra literaria por la cual un escritor se inventa una personalidad y una existencia, sin abandonar su identidad real (su nombre verdadero)”, (Blanco, 2016 citando a Colonna, 1989: 13). Los posteriores estudios sobre la naturaleza de la autoficción se centrarán no en su definición, sino en la naturaleza no definida ni definible más allá del pacto del que habla Alberca. Por ejemplo, Julia Musitano (2016) considera que el tipo de pacto 4 Durante largos siglos, para los historiadores, los actores fundamentales fueron los grandes hombres, a los que se atribuía una gran libertad de acción y en cuyas biografías se podían encontrar respuestas a los problemas históricos. A partir de finales del siglo XVII. Y decididamente en el siglo xix los sujetos colectivos empiezan a constituir para los historiadores los actores últimos del acontecer histórico: primero, la humanidad en su conjunto con el concepto de “Progreso de las Luces”, después, ya en el siglo xix, la Nación y, más tarde, el pueblo. Todos estos actores colectivos tenían un carácter moral y se situaban en el registro político. Los historiadores siguieron estudiando a los grandes políticos, ahora como representantes de dichos actores colectivos y como encarnaciones del principio general del que eran agentes ejecutores (José Luis Gómez-Navarro: HISTORIA Y POLÍTICA, núm. 13 págs. 7-26; pp. 9-10). 25 propuesto en los relatos de autoficción deriva en un retorno a la complicación para asumir la creación literaria, ya que la “indecisión” de los relatos autoficticios 5 No nos permite como lectores discernir entre verdad o invención– viene a registrar una paradoja contemporánea: la espectacularización de la intimidad, la imbricación de los espacios, los límites laxos entre lo público y lo privado, entre la realidad y la ficción (p. 104). El término de autoficción se trata de un “pacto oximorónico” o contradictorio asociando dos tipos de narraciones opuestas: la autobiografía que, sin embargo, es ficción. Hay quien le dice también “novela personal”. Estamos hablando de una mezcla entre la vida real del autor y el relato de una historia ficticia. Es posible que los nombres de los personajes estén cambiados y el autor tiende a tomarse licencias creativas en cuanto a lo verídico de lo ocurrido. Particularidad acorde con el actual estado cultural en Occidente y la conciencia contemporánea. De allí que a Sergio Blanco (2016) esto le parezca perfectamente entendible, dado que considera que la aparición y el auge de la autoficción como subgénero una consecuencia “natural” de “la mutación de toda una serie de valores y comportamientos en Occidente”, que derivó en la caída de grandes relatos y la aparición de nuevas ideas sobre el mundo que propiciaban luchas de emancipación y reivindicación de grupos y colectividades antes adheridos a una idea de libertad más homogénea. La imprecisión, según Blanco (2016), puede ser interpretada como la apuesta a la ruptura con cualquier asomo de homogenización tanto en la forma como en el sentido, por lo que, “en adelante, los grandes relatos heroicos serán reemplazados por los relatos de sí mismo” (Blanco, 2016); y para eso, la autoficción sí que es una excelente herramienta de deconstrucción. Ya Alberca (2005) había abordado este aspecto de los relatos de autoficción, al señalar que esta “está en consonancia además con el individualismo de los creadores actuales” (p. 5). Y antes de ello, opinaba que la autoficción "contraviene por igual el principio de distanciamiento de autor y personaje que rige el pacto novelesco y el 5 Sobre esta circunstancia, Alberca (2005) opina que “…la vacilación interpretativa no puede ser infinita, pues al lector le gusta resolver finalmente esa indeterminación de leerlo como novela o como autobiografía, es decir, como un relato ficticio o un relato real” (pp. 6-7). 26 principio de veracidad del pacto autobiográfico promulgado por Lejeune (Alberca, 1999: 58-60). El teórico español se refiere al intento de Lejeune por distinguir los relatos de ficción de las biografías que abundaron en Europa, éstas últimas, que terminaron por confundirse con relatos que cada vez más cautivaban al público lector y que aparecieron de manera espontánea hasta dar paso hacia a algo que, si bien no podía catalogarse como conscientes ejercicios de autoficción, sí marca el nacimiento de este subgénero: La presencia de este tipo de literatura había empezado a notarse incluso antes, y a partir de los años setenta y ochenta solamente se acrecienta la escritura personal, bajo la forma de diferentes géneros autorreferenciales (autobiografías, memorias, diarios y epistolarios) y “la intrusión de lo autobiográfico en la novela”, dándose una “infinidad de modos para revelar y ocultar a la vez la identidad del sujeto literario” (Faix, 2014: 129). En coincidencia con tal afirmación, además, puede incluirse, entre los ejemplos del siglo XX que validan tal afirmación, al Borges de Borges y yo. "Borges" se describe en la obra como la figura a quien el mundo conoce, mientras el "yo" es un ser desconocido que mira a Borges desde una perspectiva ajena a pesar de compartir el mismo cuerpo. Estos dos seres, aunque diferentes en su perspectiva y función dentro del ser de Jorge Luis, representan dos lados conflictivos de la misma persona y se pueden interpretar de varias formas. La forma quizás más sencilla en que la obra se puede interpretar es por identificar al Yo como la sombra de Borges. También se puede interpretar una lucha interna que refleja este autor en su obra. En ese sentido, hay una ontología y una estética del yo autobiográfico en Borges. Dentro de los géneros autorreferenciales cabe mencionar a Juliana Restrepo y su obra La corriente, son relatos en forma de cuentos donde narran acontecimientos vividos y nos pasean por las tensiones de clase, por las visiones del país desde la distancia, por la profundidad de lo femenino, por la amistad entre mujeres, por la sexualidad y el crecimiento, por la vejez y el olvido. Las suyas son unas narraciones fluidas y tumultuosas. En contraste, de lo anterior podemos inferir que cada uno de estos autores presentan una categoría de mundos imaginarios donde se mezcla la realidad con la 27 ficción. Esta forma de narrar donde el autor, la imaginación, el sueño y la alucinación están inmersos conlleva a la ficcionalización del yo. En este sentido, cabe mencionar que estos autores están en una posición donde en algunos de sus escritos o narraciones tienen una mirada autobiográfica y autoficcional. A raíz de esto surgen interrogantes que proponen una visión estética del yo autoficcional: ¿De qué manera ocurren los vínculos entre ladimensión biográfica y la dimensión ficcional en la novela Lo que no aprendí, de Margarita García Robayo? Alberca (2007) llama al subgénero de autoficción "un híbrido elaborado a partir de elementos autobiográficos y ficticios" (p. 159). Desde este punto de vista cabe decir que la novela Lo que no aprendí, de Margarita García Robayo, apunta a la autoficción, dado que es una novela que se divide en dos, en la primera parte se recrea sucesos perturbadores y acontecimientos conflictivos de una realidad características que hacen parte de una narración autoficcional. Adicionalmente, en atención a la opinión de José Amícola (2009), creemos que también deben ser agregados César Aira y Witold Gombrowicz. Siendo más audaces, se podría opinar que la aparición de relatos de tipo autoficticio data de antes del siglo XX y aquí se puede incluir al Arcipreste de Hita con su Libro de Buen Amor. Por su parte, Sergio Blanco va todavía más lejos al afirmar que: Este juego ambiguo, difuso y equívoco que propone toda autoficción entre el uno y el otro, entre el yo y la alteridad (…) deriva y es heredero de toda una corriente literaria [que] (…) está fundada por dos grandes pensamientos: el socrático y el paulista. Para él, aquella conocida frase de Sócrates, “Conócete a ti mismo”, es la chispa en la que se inicia “toda esta corriente que va a fundar esta utilización del yo como materia prima de trabajo”, y en donde palpita, en germen, la autoficción literaria. Un germen que, en el siglo I, sigue brotando en el pensamiento de San Pablo, quien va a fundar la complejidad de ese yo que, según el autor, hay que desentrañar porque es más complejo de lo que pensábamos, tal como lo atestigua su famosa afirmación: “No hay más judío, ni griego, ni hombre, ni mujer, ni esclavo, ni hombre libre” (…) nacimiento del sujeto moderno en toda su complicación (…). En cierta forma San Pablo es quien inventa el yo moderno como entidad equívoca y ambigua que hay que dilucidar. Aquí es donde la opinión de Genette sobre el tema viene 28 a encajar: para él, la autoficción radicaba en el hecho de inventarse una vida y una personalidad que no le eran exactamente propias al autor que así procedía. Y esta apreciación vendría a ver en la autoficción no un espontáneo ejercicio de construcción de la narración llevada a cabo por el yo, sino la reinvención del yo por la narración literaria, para la narración literaria. Ello supone una ingeniería de la mismidad por la que cualquier prevalencia del rasgo autobiográfico ha de dar paso a la construcción significativa del relato, en tanto en él subyace la reflexión sobre la existencia humana, sobre los asuntos del hombre, el homo sapiens. Este estudio se concentra en tres aspectos que, a nuestro parecer, identifican la obra narrativa de García Robayo, todas ellas relacionadas con las técnicas narrativas contemporáneas y que hasta ahora no han sido estudiadas exhaustivamente en la obra de la colombiana: la hiperreferencia a elementos de una realidad concreta, la autoficción y la reflexión sobre el oficio de la ficción. Aspectos que se documentarán a lo largo del estudio, se documentará el carácter supersticioso del autor, que es, quizás, el más documentado de la historia de la literatura hispana. 2.2. Autoficción: del personaje a la personalización de la literatura El paso de una literatura “definitiva” y “verosímil” hacia una de sentidos ambiguos -como en la actualidad creemos que corresponde al campo de lo literario- vino de la mano de la absoluta desaparición de las fronteras entre los géneros y sus formatos, redefiniéndose, con ello, las características que permitían una distinción inequívoca entre uno y otro. Esto aplica mucho más para el relato de autoficción, tipo de narración a través de la cual se propone un ambiguo juego en que narrador y autor se confunden en uno o tocan sus lugares para hacerse ahora uno, ahora el otro. Un juego “difuso y equívoco que propone toda autoficción entre el uno y el otro, entre el yo y la alteridad” (Amanda Nettlebeck) en que el yo mismo se hace materia prima en la búsqueda del otro. De ese modo, la pretendida verosimilitud (apariencia de real) no es ya un requisito que el autor debe cumplir al lector, al menos, no debe el primero cumplir ese pacto novelesco que, según Alberca, solía tener con el último. Sin embargo, para Musitano (2016), esta “falta de compromiso” es también una apariencia tras la que se esconde la intención del autor por dar a su lector lo que este exige de él (p. 115) ¿Que le mienta? 29 Podría ser. Al fin y al cabo, las cartas están todas sobre la mesa y ya es sabido que este fingidor que es el narrador seguirá tejiendo sus relatos de maneras diversas, esperando que aquello que finge sea creído, como aquella mujer que hacía creer a Ulises que ella tejía mientras él viajaba y no que él viajaba mientras ella tejía. A esto hay que añadir que, en esta particular forma de hacer el ejercicio de relato literario, el procedimiento no es construir una ficción desde una experiencia real para que sea similar a esa “realidad” aludida, sino que, se construye una ficción desde una experiencia -real o ficticia- para que funcione como ficción. En este ejercicio, la memoria, con su carga de caos e imprecisión, es una buena fuente, pero nunca para instaurar decididamente en el lugar de lo real los hechos evocados o para agazaparse en el espacio destinado a lo ficticio. Podría decirse que el lugar de ésta ‒la memoria‒ en el ejercicio de la autoficción es el que le atribuye Musitano (2016), para quien: La memoria (…) se encarga de transformar la vida en relato, de ordenar, de dar sentido a una historia (…) permite que el relato de una vida se transforme en un encadenamiento verosímil de momentos verdaderos, presenta la temporalidad como sucesión de presentes. (p. 114) Al hablar entonces de autoficción, se alude a aquella combinación literaria lograda entre la autobiografía de quien sea que fuese la persona detrás de lo escrito y la ficción impregnada en el texto, sin embargo, el que esta corresponda a la unión de la autobiografía y la ficción no quiere decir que ambas partes se hallen en los textos de forma equitativa, dado que puede primar lo real (autobiográfico) más que lo ficcional y viceversa, y aun así, aquello no le restaría validez para ser considerado un texto autoficcional. En cuanto a la metaficción, Martínez (2003), la define como una ficción en la ficción, en otros términos, de un plan narrativo que de manera autorreflexiva y autoconsciente llama la atención sobre la naturaleza ficcional de la obra literaria, problematizando de esta forma la interacción entre realidad y ficción (que se vuelve incomprensible, distorsionada), y convirtiendo al escrito en un relacionado de sí mismo, lo que involucra la colaboración activa del lector. Así mismo, “la literatura metaficcional requiere de una participación intensa de los lectores, pero al involucrarlos estos no solo contemplan a la obra ensimismada, sino que se hacen acreedores a una serie de preguntas elaboradas por el propio texto y que permanecen sin resolver” (Buenfil, 2013). 30 Sin duda, la intención de quien escribe, es hacerle creer al lector que todo aquello que lee es real, lo que logra de alguna manera, una zona de confort en él mismo, sin este llegar a dimensionar que dicha zona será invadida por un hecho ficticio, que trae consigo de ahí en adelante, una alianza entre escritora y lectora de mantener la credibilidad hasta el final del texto, más allá de seguir apareciendo escenarios irreales. Que, a decir verdad, solo se sabrá si en definitiva lo son, cuando la persona detrás de cada una de esas palabras, decida confirmarlo o negarlo. Capítulo III. Lo que no aprendí: entre la ingeniería del yo y la retórica del recuerdo. La historia de Lo que no aprendí son, en realidad,dos historias: la primera parte es contada desde la visión de una niña cartagenera de once años llamada Catalina, que flota entre la indiferencia de su familia hacia ella y el intento por entender las misteriosas actividades espirituales de su padre, un juez retirado que goza del respeto del círculo en que se mueve. Envuelta en ese dilema, “sólo le queda la triste alternativa de pasear su desconcierto durante largas horas de bicicleta” (Castillo, 2017), en su barrio de clase media en Turbaco. La segunda parte tiene como narradora a una mujer radicada en Argentina, a donde se fue, aparentemente, para alejarse de su familia. Se ve empujada a confrontar directamente su pasado cuando regresa a su ciudad para despedir a su padre muerto y, poco después, cuando su mamá viaja hasta Buenos Aires para visitarla. De esa mujer, no sabemos cómo se llama puesto que no dice su nombre. Lo que sí nos hace pensar el relato es que su historia pasada es similar a la de Catalina; y en las charlas con su amigo se nos revela que tiene un proyecto literario: una novela posiblemente inspirada en sus recuerdos y que tendrá como personaje a una niña de once años de nombre Catalina: Vos dame un nombre, que yo te doy la historia, me dijo. ¿Qué nombre? Cualquiera, un nombre que te guste. Alcé los hombros: no me gusta ningún nombre. Bufó. El nombre de una persona que te guste, que quieras mucho en la vida, insistió. Le dije: mi hermana Catalina es la persona que más me gusta en la vida. (pág. 174) Y ya veremos que es en este fragmento donde el relato aparentemente unitario se divide y nos revela una segunda historia. División que no es un detalle menor sino, por el contrario, el punto a partir del cual el relato empieza a superar lo puramente anecdótico 31 de la autoficción para hacerse representación plenamente literaria que le alcanza hasta para establecer una reflexión sobre el oficio mismo de escribir. Lo que la autora instala en esta novela, por cuenta de dicha reflexión, es nada menos que metaficción, un aspecto que también Castillo percibió en su análisis pero que dejó un tanto de lado para dedicarse a describir la manera en que la cartagenera elaboró la autoficción de la obra. El foco de este capítulo es, precisamente, el análisis sobre la construcción de la metaficción contenida en Lo que no aprendí; en este aspecto convergen dos de los tres apartes que le componen, apartes que responden, a su vez, a los tres objetivos que se han trazado para el desarrollo del presente trabajo. El primero de esos objetivos se cumple con el primer aparte, en el que el análisis se ocupa de explicar la coincidencia de esta novela con las características atribuidas a las obras de autoficción y la manera en que esas características son enriquecidas por la elaborada y significativa construcción del yo por parte de la autora. En los apartes restantes, se analizará, primero, la estética resultante de la experimentación de García Robayo con la metaficción, con lo que el rasgo autoficción perceptible en la obra no sería más que forma a través de la que se despliega el sentido de la misma. Posteriormente, se profundizará más en el análisis para dar cuenta de dos posturas distinguibles en el discurso insertado en el relato: el de la narradora y el de la autora. Con ello, quedarían cumplidos cada uno de los tres objetivos trazados al inicio del trabajo. 3.1.1 La ingeniería del yo más allá de la autoficción El carácter autoficcional de la novela de García Robayo es, a primera vista, su más evidente rasgo, como parece haberlo probado Castillo Rojo (2017) en su estudio. Y decir “que parece” no significa que su apreciación no sea cierta puesto que sí lo es. Bueno, desde el punto de vista del presente estudio, lo es a medias. En el análisis ficto crítico hecho a la novela, su sospecha de encontrarse frente a una obra de autoficción queda confirmada al identificar la presencia de elementos autobiográficos en la historia, sus protagonistas y los personajes de esta. Para el crítico, es bastante obvio que la novela de García Robayo aparenta ser autobiográfica con tanta transparencia, que se cumple la máxima de Alberca (Alberca, 2012) acerca del pacto 32 ambiguo por el que el lector puede llegar a sospechar que una obra posea rasgos de pseudo-autobiografía (p. 145) de la autora. En la demostración de la similitud entre los dos planos de la realidad que ofrece la novela, Castillo lleva a cabo una valoración bastante certera sobre los elementos de autoficción presentes en la historia, haciendo acompañar sus explicaciones de argumentos teóricos que le facilitan el ejercicio. Entre los detalles que usa para demostrar la coincidencia entre los hechos de la vida de Margarita García Robayo y los contados por el personaje Catalina y la narradora de la segunda parte de la historia están: En primer lugar, todas son cartageneras, segundo, al igual que la narradora de la segunda parte, Margarita García escribió esta novela debido a la necesidad de entender y elaborar la muerte de su padre; tercero, igual que esa misma narradora, García Robayo se fue a Argentina a labrarse una propia vida como escritora; cuarto, al igual que la niña de la primera parte, tenía once años. (p. 3) Sin embargo, tras la marca autobiográfica, el interesante ejercicio de narración que Lo que no aprendí guarda en sí exige de nosotros, ya seamos lectores o críticos, algo más que la simple comparación de sus hechos con las autorreferencias que la autora introdujo en su estructura narrativa. En la valoración de la obra, junto al carácter autoficción de la misma, un elemento se muestra como central para develar la estética propuesta por la autora: la ambientación. La cual no está dada solamente por la escogencia de Cartagena como escenario y de 1991 como el momento de referencia para la primera parte, contada por Catalina. Los hechos ocurren en Turbaco, municipio cercano a Cartagena, pero sabemos que su familia y ella son cartageneros porque Catalina nos relata que llegaron al vecino municipio atraídos por un proyecto residencial que no resultó como esperaban: mi mamá decía que era gente de otra camada, que la primera camada del barrio era una gente de la que sí éramos amigos y que con el tiempo se había ido, malvendiendo sus casas en obra porque el proyecto inmobiliario no funcionó. Por eso en el barrio había muchos terrenos vacíos. Mi papá y mi mamá no se fueron porque ya habían terminado la casa, y si vendían en ese momento iban a perder la inversión. (p. 17) Por tanto, se hacen constantes referencias a Cartagena, tanto del pasado como del presente, que hacen suponer la conexión de la familia de Catalina con la ciudad; por 33 ejemplo: las visitas a la abuela en el Pie de la Popa y a los Piñeres en el barrio Manga, las idas de la familia al mercado Bazurto, las actividades sociales de las hermanas de Catalina en los barrios Bocagrande y Castillogrande, lo mismo que la aventura esotérica de esta con su padre en una casa de playa en el barrio Crespo. Para la narración de su historia, García Robayo, además, crea un escenario en el que la convulsionada vida nacional de la época sirve como marco o historia que se mueve de manera paralela a la intimidad del relato personal de Catalina. Vemos, sobre todo, como al fondo se desarrolla la Constitución del 91, desde la instalación de la Asamblea Constituyente hasta el lanzamiento de la carta magna “El 11 de julio de 1991” (p. 149); personajes y hechos de fondo son también: César Gaviria, Pablo Escobar, sus amenazas, su captura y posterior escape, así como su muerte a manos de un comando policial; la muerte de Álvaro Gómez Hurtado. Se incluyen en el relato de Catalina menciones al hecho de que en su barrio hay unas casas cuyos dueños son traquetos (narcotraficantes), llamadas por ellas con el genérico “la cuadra de los mafiosos”, lo
Compartir