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LA HUELLA DE LA REVOLUCIÓN FRANCESA
RAQUEL MARAÑÓN GÓMEZ (*)
(*) Letrada de las Cortes Generales.
«Tres palabras latinas mataron a la monarquía:
Déficit, Veto y Unigenitus»
Andre Maurois
¡Oh Libertad, cuántos delitos se cometen en tu nombre!
Mme de Roland (1)
1. INTRODUCCIÓN
La Revolución Francesa marca la llegada a la historia de Francia de
la sociedad burguesa y capitalista. Desde aquellos días de Julio ya nada
sería igual ni en Francia ni en el resto de los países europeos. Su dimen-
sión de hecho universal es indudable y su trascendencia se hace visible
no solamente en el cambio de estructuras que trajo consigo en los
momentos inmediatamente posteriores a los sucesos que lo precipita-
ron, sino que su herencia está todavía muy presente en la instituciones
jurídicas y políticas en las que dejaron una huella perenne los hombres
y mujeres de la revolución.
Si es siempre recomendable el estudio de la historia, y especial-
mente de los acontecimientos jurídico-políticos, existen episodios que
son especialmente recomendables porque concentran un alto grado de
(1) Expresión que pronuncia la girondina Mme. De Roland antes de ser guillotinada
en la actual Plaza de la Concordia el 8 de Noviembre de 1793.
enseñanzas que son extrapolables a cualquier tiempo y lugar. La Revo-
lución Francesa es sin duda uno de eso momentos que han forjado el
perfil del hombre contemporáneo.
A la Revolución le debe Francia el hecho de haber logrado la uni-
dad nacional del país mediante la destrucción del régimen señorial y de
los órdenes feudales privilegiados. Es además sin duda, el modelo clá-
sico de revolución burguesa.
Para comprender los acontecimientos que desembocaron en la revo-
lución y por lo tanto en la ruptura con el pasado debemos de analizar la
situación de Francia en tres órdenes: el social, el económico y el polí-
tico. Tras este análisis nos adentraremos en la exposición de los suce-
sos revolucionarios y con posterioridad pondremos nuestra atención en
el armazón ideológico que gestó la revolución y en las instituciones
jurídicas que surgieron de la misma.
2. SITUACIÓN SOCIAL Y ECONOMÍA DE LA FRANCIA PRERREVOLUCIONARIA
A finales del siglo XVIII la estructura social de Francia seguía sien-
do esencialmente aristocrática: conservaba el carácter de su origen, de
la época en que la tierra constituía la principal forma de riqueza y que
daba un poder a los que la poseían sobre los que la cultivaban. Pero una
nueva clase en ascenso se estaba forjando, la burguesía, por lo que el
modelo fisiócrata debía ser modificado. En fechas muy tempranas y
antes de que Marx llevase a cabo la tesis de la conexión entre el sistema
de producción y la superestructura, Barnave en su obra «Introductión à
la Revolution Française» escrita en 1792 después de sentar el principio
de que la propiedad influye sobre las instituciones, apunta que las ins-
tituciones creadas por la aristocracia terrateniente entorno al feudalis-
mo han devenido obsoletas y se convierten en un obstáculo para el
advenimiento de una nueva sociedad. Tras afirmar la necesaria corres-
pondencia entre las instituciones políticas y el movimiento de la eco-
nomía, Barnave añade el necesario movimiento de las mentes, pero lo
cierto es que este ya había empezado antes con la Ilustración.
Como es sabido, la sociedad del Antiguo Régimen era una socie-
dad jerarquizada en estamentos que correspondían a la nobleza, al
LA HUELLA DE LA REVOLUCIÓN FRANCESA 195
clero y al pueblo que fue bautizado por la pluma de Sieyés como el Ter-
cer Estado.
Al estamento de la nobleza no se le puede calificar de homogéneo,
si tenían algo en común era el privilegio, es decir, la ausencia de debe-
res frente a la plenitud de derechos. La evolución histórica había intro-
ducido diferenciaciones en el seno del estamento nobiliario en el que
convivían la nobleza de espada, con la de toga al que pertenecían hom-
bres como Montesquieu que además vendió, en una práctica habitual,
su cargo de Juez-Auditor para dedicarse al noble oficio de las letras.
Pero sin duda, también en el siglo XVIII el dinero se imponía a la
nobleza, como a la burguesía. El noble, incluso el de espada no era nada
si era pobre. En las capas superiores la aristocracia se veía reducida a
una minoría en la que la posesión de dinero, el espíritu de empresa, las
costumbres y las ideas les acercaban a la burguesía. No obstante la
masa de la nobleza permaneció al margen de esta renovación, obstina-
damente aferrada a sus privilegios y a su mentalidad tradicional.
El exclusivismo nobiliario no es propio del siglo XVIII pero se vio
reforzado en los últimos años de la revolución, lo que contribuyó a
aumentar el descontento de la burguesía. Así hemos de destacar la
Ordenanza de 1781 del Ejército, o la de 1789 de la Iglesia por la que
todos los obispos eran nobles o cómo la alta administración se cerró a
los plebeyos.
El Tercer Estado o Estado Llano incluía confundidos en sus filas a
todos los plebeyos, según Sièyes al 96% de la nación. No obstante tam-
poco se puede decir que este grupo fuese homogéneo. En este esta-
mento deben ser incluidos no sólo la burguesía comercial, que sin duda
fue el motor del cambio, sino también los pequeños y medianos artesa-
nos. En este núcleo reinaba una enorme diversidad en cuanto a la con-
dición jurídica y al nivel social.
A estas categorías populares propiamente dichas les faltaba el espí-
ritu de clase. Frecuentemente mal diferenciados del campesinado, los
asalariados, así como los artesanos, no eran capaces de concebir solu-
ciones para escapar de su miseria y la debilidad de los gremios era una
buena muestra.
196 REVISTA DE LAS CORTES GENERALES
Por todo ello la victoria de las clases populares no podía ser otra que
una victoria burguesa y la burguesía aceptó la alianza popular contra la
aristocracia porque las masas le permanecieron subordinadas.
Los campesinos jugaron sin duda también un papel muy destacado.
La mayoría de ellos eran hombres libres pues la servidumbre sólo sub-
sistía en algunas regiones sobre todo en el Neversado y en el Franco
Condado. No obstante, las relaciones de producción feudales domina-
ban los campos como demostraban los cánones señoriales y los diez-
mos eclesiásticos.
El diezmo, alejado en la mayoría de las veces de su objetivo primi-
tivo y con los inconvenientes de un impuesto en especie, se hacía más
insoportable cuando el alza de los precios había aumentado. Su benefi-
cio y su pago se hacía a expensas de la alimentación del campesinado.
Los derechos feudales resultaban de los contratos de feudo. La
jerarquía de los feudos se mantenía como da fe de ello el permiso y el
censo o un canon especial que subsistía en el Midi, conocido como
feudo alodial. Los derechos señoriales hallaban su principio en la sobe-
ranía ejercida en la Edad Media por los señores. De la autoridad seño-
rial subsistía la justicia privada y unas prerrogativas honoríficas símbo-
lo de la superioridad social del señor y unos monopolios señoriales
personales y o reales.
La situación económica puede ser diferenciada en virtud del monar-
ca reinante y así se habla del esplendor de Luis XV, cuyo apogeo marcó
desde la década de 1760 a principios de 1770. Después de 1778 comen-
zó la decadencia de Luis XVI, que tuvo su punto culmen en 1787.
El coste de la vida para las clases populares se vio gravemente afec-
tado por el alza del precio de productos básicos como los cereales, ingre-
diente básico para la elaboración del pan. La crisis agrícola produjo la cri-
sis industrial y la parte importante que la compra del pan suponía en el
presupuesto familiar arrastró al resto de productos hacia el stock.
El salario real y por lo tanto el nivel adquisitivo se había visto redu-
cido en una cuarta parte entre 1726 y 1741 y en más de la mitad entre
1785 y 1789.
LA HUELLA DE LA REVOLUCIÓN FRANCESA 197
El aumento demográfico contribuyó a romper el frágil equilibrio
entre población y subsistencias.
Con este panorama es fácilmente imaginable la miseria de las cla-
ses popularesy el hambre se convirtió en la chispa revolucionaria.
Especialmente duro resultaba al pueblo llano el conocimiento del
despilfarro que en Versalles se hacia de alimentos y vestidos en las fre-
cuentes fiestas y el descontento se dirigió hacia la figura de la sobera-
na María Antonieta.
La crisis financiera se remonta a la guerra de América sostenida por
Necker a base de préstamos, y que fue el método utilizado por su suce-
sor Calonne, por lo que la Compte Rendu presentada al rey en Marzo
de 1788 arrojaba un déficit del 20%.
Al haber disminuido el poder adquisitivo de las masas, el impuesto
y sobre todo el directo, no podía rendir mucho. No olvidemos que la
progresividad del impuesto era un concepto desconocido en la Francia
absolutista. El recurso obvio para salir de la crisis era la igualdad fiscal
y el ministro Calonne se arriesgó a proponer la Subvención territorial
que gravaría a los propietarios de las tierras sin excepción, borrando así
el privilegio fiscal. El Consejo de Notables no estaba dispuesto a renun-
ciar a ninguno de los privilegios de la aristocracia y rechazó el proyec-
to el 22 de Febrero de 1787, lo que llevó aparejado el cese de Calonne
un par de meses más tarde.
Su sustituto, Brienne, sin posibilidad de suscribir empréstito alguno
y así poder remontar la crisis, capituló.
La decisión dictada en consecuencia fue la de la convocatoria de los
Estados Generales que tiene lugar el 5 de Julio de 1788 y que fue con-
firmada por una orden del Consejo de 8 de agosto, fijándose su apertu-
ra para el primero de mayo de 1798. La explicación a lo espaciado entre
convocatoria y reunión se encuentra en la dificultad de reunir a todos
los delegados designados al efecto.
198 REVISTA DE LAS CORTES GENERALES
3. SUCESOS REVOLUCIONARIOS
La convocatoria de los Estados Generales supuso una gran emoción
para el pueblo y muy especialmente entre la burguesía, pero estas espe-
ranzas se vieron rápidamente defraudadas y estalló abiertamente el
conflicto entre órdenes: El Tercer Estado reclamó la verificación en
común, lo que implicaba el voto por cabeza y no por orden. Su habili-
dad táctica y la división del clero le dieron la victoria (2). No vamos a
exponer en detalle todos los sucesos revolucionarios, que aunque apa-
sionantes, nuestro objeto es otro, el estudio de las consecuencias que en
el campo jurídico y político tuvieron.
El 17 de Junio tomó el nombre de Asamblea Nacional, esto impli-
caba la afirmación de la unidad y la soberanía y sobre ésta se encuen-
tra la verdadera revolución en clave política y jurídica.
El día 20 de Junio el Tercer Estado con el Juramento de Jeu de
Paume confirmó la voluntad reformadora (3).
La Asamblea Nacional se proclamó constituyente el 9 de julio de
1789, dando acta de nacimiento a una nueva forma de entender el Estado.
La esperanza surgida de esa primera victoria moral sobre los privi-
legiados rápidamente se acompañó del miedo y la balanza se inclinó
hacia la revolución. La desconfianza entre los distintos estamentos y
aún más entre los distintos grupos que los componían, convirtió la posi-
bilidad de un compromiso entre éstos en algo imposible y destruyó toda
moderación. Los campesinos movidos por el hambre y por el deseo de
(2) Los programas eran elaborados por el electorado en forma de Cuadernos de Que-
jas o Agravios, denominados Cahiers de Doleances. Maurois dice: Las quejas y agravios
eran aproximadamente los mismos en toda Francia. Los campesinos se quejaban de la tai-
lle, de la gabela de las palomas, de los conejos y de los impuestos; los burgueses reclama-
ban una Constitución, una Asamblea Representativa o por lo menos una reunión periódi-
ca de los Estados Generales. Todos deseaban la supresión de los privilegios y de los
derechos feudales; el derecho a votar los impuestos y de controlar su empleo y la abolición
de la censura».
(3) El cuadro del mismo nombre de Jacques-Louis David, recoge plásticamente la
emoción del momento.
LA HUELLA DE LA REVOLUCIÓN FRANCESA 199
abolir los derechos feudales veían al señor como un ser irreconciliable.
La burguesía a su vez, tenía esa misma visión sobre la aristocracia.
Ambas clases trabajadoras identificaban la ociosidad de los nobles
como un elemento perverso en la sociedad. Así pensaban en los prime-
ros momentos de la Revolución que el rey era bueno pero su entorno
era malo. El avance de los acontecimientos modificarían también esta
idea como sabemos. La burguesía constituyente buscó en estos prime-
ros compases una alianza con la aristocracia que se hizo imposible por 
la obstinación de la baja nobleza en la defensa de sus privilegios y por la
actitud irreconciliable de los campesinos que antes hemos expuesto.
Autores como Mounier eran partidarios de una cámara alta al estilo de
la inglesa y propiciar un sistema de monarquía constitucional, como
pretendía igualmente Lafayette, pero mientras, se concebía la idea de
que la vuelta de la monarquía absolutista llevaría aparejada el retorno
de sus derechos
El movimiento de las ideas, asociados en clubs contribuyó a la pro-
pagación de las ideas revolucionarias. De todos los surgidos sin duda el
más importante fue el de la Societé des Amis de la Constitution que se
reunían en el Convento de los Jacobinos de la Rue Saint Honoré y del
que tomaron su nombre.
El cese de Necker se produjo el día 11 de julio y al día siguiente era
conocido por el pueblo, que lo entendió como un intento de golpe de
estado de los elementos más conservadores de la corte. Empezaron las
revueltas entre el pueblo y la Guardia del Rey (4). Las protestas se
extendieron exigiendo la rebaja en el precio del pan y los saqueos se
sucedieron. Una multitud se dirigió a los Inválidos donde se guardaban
armas y se dirigieron a la prisión de la Bastilla. El asalto o toma de la
Bastilla se convirtió en todo un símbolo de la lucha contra la tiranía real
(5). La cabeza del Bernard-René de Launay, director de la prisión, se
exhibía clavada en una pica por las calles de Paris.
200 REVISTA DE LAS CORTES GENERALES
(4) Los escritos de estos días del Diario del Rey nos dan una buena muestra de la des-
conexión entre el pueblo y su monarca. En las anotaciones del día 13 de Julio, cuando la
revuelta se había iniciado escribe Luis XVI «rien»(nada).
(5) Es un símbolo porque en el momento del asalto se custodiaban exclusivamente
siete prisioneros.
4. LIBERTAD, IGUALDAD Y FRATERNIDAD
Los tres ideales surgidos de la revolución nos permiten profundizar
en los sustentos ideológicos que llevaron a la síntesis de la tríada revo-
lucionaria y que todavía hoy resuenan con fuerza.
La libertad debe reconducirse en todo momento hacia el liberalismo.
La idea de la libertad está indisolublemente asociada a la burguesía.
Su concepción es eminentemente económica y se concreta en la
ausencia de reglamentación comercial y de producción bajo la máxima
de laissez faire, laissez passer (dejar hacer, dejar pasar) respuesta que
los comerciantes dieron a Necker cuando éste preguntó que podía hace
por ellos.
El establecimiento de la libertad económica se realizó a través de la
Ley de Allarde de 2 de marzo de 1791 sobre libertad de producción,
también con la abolición de aduanas interiores y de peajes y en el ámbi-
to de la reglamentación del trabajo y dirigida de manera particular a los
gremios, se materializó en la Ley Le Chapelier de 14 de Junio de 1791
y que recoge el odio a los cuerpos intermedios extraído del pensamien-
to de Rosseau.
Pero como ya avanzábamos en la introducción, lo económico no
puede entenderse sin el factor político y rápidamente se traslado la idea
de libertad al sector público.
El artículo segundo de la Declaración de Derechos del Hombre y
del Ciudadano de 26 de agosto de 1789 se ocupa de la libertad que con-
cibe como una doble dimensión interna y externa, ésta entendida como
la limitación de la libertad del otro.
Como sabemos esta formulación de la libertad y toda la Declara-
ción de Derechos del Hombre y del Ciudadano sirvió a la polémica res-
pecto a la originalidad de la Declaraciónde Derechos del Hombre y del
Ciudadano y la Declaración de Derechos de Virginia servida entre
Jellinek y Boutmy, apasionante desde el punto de vista doctrinal pero
insustancial si entendemos que los trascendente es su formulación.
LA HUELLA DE LA REVOLUCIÓN FRANCESA 201
Bobbio ha reconducido los valores superiores del ordenamiento jurí-
dico al binomio libertad-igualdad. Si la libertad es la bandera de la bur-
guesía la idea de igualdad se encuentra igualmente en los cimientos revo-
lucionarios pero su presencia ha de ser necesariamente matizada (6).
La igualdad que reclaman era una igualdad civil. Las distinciones
sociales ya sólo están basadas en la utilidad común, decía el artículo
primero, en las virtudes y en los talentos. También se introducía la
idea de igualdad en el tratamiento fiscal y por lo tanto todos deberían
contribuir al sostenimiento de las arcas del estado como rezaba el 
artículo 13.
No obstante no podemos olvidar el componente meramente decla-
rativo que formulaciones como estas tienen en una sociedad jerarqui-
zada e inmóvil como la francesa de aquel tiempo. Era necesario por
tanto romper las barreras. Así por ejemplo el deseo napoleónico de una
administración abierta a todos los talentos no se empezó a vislumbrar
hasta el Estatuto de Cretet y además eran frecuente las dinastías facili-
tadas por lo que se ha venido en llamar la educación por ósmosis. Pode-
mos destacar a los Portalis en el Consejo de Estado o a los DuPont en
la Prefectura de la Policía.
La igualdad de este período es una igualdad que podríamos deno-
minar formal, la ausencia de la dimensión material es denunciada por
Babeuf y otros autores como Buonarroti en la llama Conspiración de
los Iguales, que toma su nombre del Manifiesto de los Iguales, redacta-
do por Sylvain de Marechal y que considera la igualdad formal como la
bella y estéril ficción de la ley. El babuvismo, movimiento al que da
nombre, se convierte en un eslabón en el desarrollo del pensamiento
comunista.
La fraternidad es sin duda el valor que en esta tríada tuvo menos
desarrollo. El concepto de fraternidad debe ser sustituido moderna-
mente por el de solidaridad y será desarrollado con posterioridad en el
pensamiento social de la Iglesia y en el pensamiento socialista.
202 REVISTA DE LAS CORTES GENERALES
(6) BOBBIO, N., Igualdad y Libertad. Paidós.
5. IDEAS POLÍTICAS
La Revolución Francesa se genera inicialmente en el mundo de las
ideas, el siglo XVIII, el llamado siglo de las luces y el movimiento de
la ilustración sirve el sustento teórico a los hechos revolucionarios. La
influencia de los filósofos es muy notable. Los hábitos de lectura se
habían incrementado en Francia y los ejemplares de las obras de Rosseau,
el «Contrato Social», y de Montesquieu, el «Espíritu de las Leyes» se
repartieron entre la incipiente burguesía que los leía con curiosidad y
apasionamiento, convirtiéndolos en sus libros de cabecera. Es necesario
también mencionar el papel de la Enciclopedia que contribuyó a divul-
gar entre el pueblo el conocimiento de conceptos clave como soberanía,
leyes, representación. Es honesto decir que pese a la popularidad de la
Enciclopedia de los ilustrados franceses, la idea es genuinamente britá-
nica y proviene de la Ciclopedia británica de Efraim Chambers (7).
Como traza Sabine (8), existen unas influencias que son protago-
nistas de cada período concreto. Así en los primeros compases revolu-
cionarios, las ideas que reinan provienen de los filósofos de la Ilustra-
ción. En el ámbito político es destacable la obra de Sièyes que sienta el
principio de la soberanía de la nación: La nación existe ante todo y es
el origen de todo. Su voluntad es siempre legal, es la ley misma. Con
estas palabras lapidarias traduce al ámbito práctico las teorías de Rous-
seau y Montesquieu. De la formulación de la soberanía nacional, pro-
piciada por la previa unidad nacional que se escenifica en la batalla de
Valmy (9) al grito de ¡Viva la Nación!, se extrae la soberanía de la ley
cuya formulación principial se establece en los artículos 5 y 6 de la
Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano. El gobierno de
(7) WATSON, P., Ideas, Historia Intelectual de la Humanidad.
(8) SABINE, G.H., Historia de la Teoría Política. México, F.C.E, 1986.
(9) La batalla de Valmy se desarrollo próxima a esta localidad francesa el 20 de Abril
de 1792 y enfrentó a los partidarios de la Revolución con tropas prusianas y con los emi-
grés. Es una batalla decisiva en el triunfo revolucionario. Cuatro días después del inició de
la guerra, el 24 de Abril, ante las noticia de la misma el capitán Rouget de Lisle compone
en la ciudad de Estrasburgo una marcha militar titulada Chant de Guerre pour l’armée du
Rhin. Se hace popular entre los militares y un grupo de voluntarios provenientes de Mar-
sella entra en Paris el 30 de Julio de 1792 entonando lo que será el himno de Francia y que
se conoce desde entonces como la Marsellesa.
LA HUELLA DE LA REVOLUCIÓN FRANCESA 203
la ley, el rule of law se formula así: La ley sólo tiene derecho a prohi-
bir los actos perjudiciales para la sociedad. Nada que no esté prohibi-
do por la ley puede ser impedido, y nadie puede ser constreñido a hacer
algo que ésta no ordene. Por su parte el artículo 6 se inicia con la expre-
sión de la soberanía de la ley la ley es la expresión de la voluntad popu-
lar y sigue así: Todos los ciudadanos tienen derecho a contribuir a su
elaboración, personalmente o por medio de sus representantes. Debe
ser la misma para todos, ya sea que proteja o que sancione. Como
todos los ciudadanos son iguales ante ella, todos son igualmente admi-
sibles en toda dignidad, cargo o empleo público, según sus capacida-
des y sin otra distinción que la de sus virtudes y sus talentos.
La influencia de Sièyes fue ingente, dos ensayos le dieron una enor-
me popularidad, «Ensayo sobre los Privilegios» y «¿Qué es el Tercer
Estado?» Su papel en la llamada revolución jurídica fue enorme.
Talleyrand considera que Francia debe a Sièyes tres cosas: la abolición
de los órdenes, la organización de la guardia nacional y la división de
Francia en departamentos. Consideraba que dos cosas necesita Francia,
una cabeza y un sable. El sable era Napoleón y esto se propició tras el
golpe del 18 de brumario, la cabeza sería sin duda él, pero Napoleón no
precisaba de nadie, como rápidamente demostró. Esta visión de la polí-
tica recuerda a la sentencia del escritor Emile Zolà de que existen dos
maneras de servir a Francia con la espada y con la pluma.
Volviendo al momento histórico del periplo de las ideas, en este
período inicial son clave los principios revolucionarios de la conocida
liberté, egalité et fraternité que han sido analizados en el apartado ante-
rior y que desarrolla en mayor o en menor medida el texto clave del
momento: La Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano.
La igualdad en el artículo primero es una igualdad de origen y supone
la destrucción de la consideración del privilegio por nacimiento: los
hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos. Esta igual-
dad, como hemos visto se va extendiendo a los diferentes campos de
actuación, el fiscal, el judicial, la carrera, etc... pero la igualdad social
es sin duda la asignatura pendiente de la Declaración de Derechos del
Hombre y del Ciudadano y de ahí la crítica a esta formulación forma-
lista de la igualdad carente de contenido material.
204 REVISTA DE LAS CORTES GENERALES
La libertad se recoge como derecho y como principio. Como Sabi-
ne nos dice es una concepción esencialmente negativa, la libertad con-
siste en poder hacer todo lo que no dañe a los demás. En este punto
debemos recordar la doble vertiente de la libertad negativa y positiva
tratada por filósofos como I. Berlin en «Dos conceptos sobre la Liber-
tad» o por Bobbio en su obra «Igualdad y Libertad».
Pero si junto a la tríada principal existe otro eje sobre el que pivote
la Declaración, éste es sin duda la propiedad que en artículo 17 se for-
mula como inviolable y sagrada.Esta concepción esencialmente bur-
guesa lega a la posteridad la idea de que nadie puede ser privado de la
misma a no ser que la necesidad pública, legalmente constituida, lo
exija con toda evidencia y bajo la condición de una ajustada y previa
indemnización, lo que no es si no la causa expropiandi y la necesaria
indemnización. Previamente en el artículo segundo de la Declaración
de Derechos del Hombre y Ciudadano proclama a la propiedad derecho
natural e imprescriptible.
El nuevo orden social se ve reforzado por dos reformas íntimamen-
te relacionadas. El 2 de noviembre de 1789 los bienes del clero son
puestos a «disposición de la nación» y el 12 de julio de 1790 era vota-
da la Constitución Civil del Clero. La Iglesia de Francia se convertía en
una Iglesia Nacional. Los vínculos con el papado se aflojaban y aunque
conservaba el primado espiritual perdía toda jurisdicción. El siguiente
paso fue la exigencia de la constituyente a que los sacerdotes prestasen
el juramento de fidelidad a la constitución civil. Así el clero se dividió
en juramentados o constitucionales y refractarios o no juramentados.
Estos momentos son decisivos para la imposible vuelta atrás de la
Revolución. La burguesía constituyente se dedicó a buscar un compromi-
so político con la aristocracia a imagen de la revolución inglesa de 1688.
Aquí es notable el intento de Mounier y de los monárquicos o
anglómanos, partidarios de una cámara alta y del veto real absoluto,
con un sistema calificado de preorleanista. El destino de estos hombres
fue principalmente la emigración que se produjo en dos oleadas, la pri-
mera en 1789 y la segunda entre 1792-1797 convirtiéndose como dice
Godechot en agentes de la expansión francesa en el extranjero.
LA HUELLA DE LA REVOLUCIÓN FRANCESA 205
Devenido imposible un compromiso el conflicto revolucionario se
va radicalizando y surgen nuevos actores políticos en torno a 1793.
Estos son los Girondinos (10) que son los portavoces de la burguesía
negociante y que pretende defender la propiedad y la libertad económi-
ca contra las limitaciones que buscaban los sans-culottes.
Partidarios de un gobierno mixto, consideraban como el propio
Brissot dijo que los desorganizadores son aquellos que quieren nivelar-
lo todo.
Lamartine en su obra «Histoire des Girondins» recoge las ideas
políticas de hombres como Brissot, anteriormente mencionado, Buzot
o Louvet.
Los girondinos se inclinaban por el compromiso con la aristocracia
por lo que el proceso y muerte del rey le fue restando progresivamente
protagonismo al tiempo que la Convención vivía su tiempo político.
El protagonismo lo asume el grupo de los jacobinos. Este grupo que
como hemos dicho en líneas anteriores nace como club, elabora una
doctrina de la patria en peligro, de la salvación pública. Así el gobierno
revolucionario es un gobierno en guerra que se articula a través de dos
Comités, el de Salvación Pública y el Comité de Seguridad General.
Los jacobinos son tratados en la obra de Lucien Jaume, «Jacobinis-
mo y Estado Moderno» (11).
La época de Sant Just, Danton y el incorruptible Robespierre es la
época de la guillotinomanía, de la llamada misa roja, de los devotos del
patíbulo. El propio Danton afirmó que «el sena en vez de agua lleva
sangre». Marat desde su tribuna privilegiada del periódico que fundó,
206 REVISTA DE LAS CORTES GENERALES
(10) Es Lamartine en su Histoire des Girondins quién populariza este término pero
también eran conocidos como Brissontins o Rolandistes, en atención a dos de sus destaca-
dos miembros, Birssot y Mmme. De Roland.
(11) JAUME, L., Jacobinismo y Estado Moderno, Madrid, Instituto de España, Espasa
Calpe, 1990.
L’Ami du peuple, señalaba a los enemigos de la Revolución que serían
conducidos al cadalso (12).
Resulta irónico que la guillotina fuese precisamente el instrumento
del terror cuando su inventor, un médico llamado Guillotin, que le da
nombre, la concibió con fines humanitarios ante la rapidez e indolora
muerte que producía.
Es necesario destacar un rasgo de estos hombres, y este es la consi-
deración del honor y la virtud al estilo de los antiguos y la impasibili-
dad con la que asumían su fatal destino. Así Danton cuando iba a ser
ejecutado dijo con humor negro a su verdugo «enseñarás mi cabeza al
pueblo, bien vale la pena».
En la época del temor y además con la desaparición de Danton o de
Hébert, pasados por la guillotina, Robespierre se convirtió en el hom-
bre fuerte y olvidó toda mesura. Uno de sus grandes errores fue la Ley
22 pradial de 1794 en la que privaba a los Diputados de su inmunidad
parlamentaria y que contribuyó a precipitar su caída que sucedió así:
Tallien, un convencional influyente quería salvar a la española Teresa
Cabarrús, ex marquesa de Fontenay, su amante, que iba a comparecer
ante el Tribunal Revolucionario. Saint – Just leía un discurso hábil, casi
imparcial donde pedía reformas para que el gobierno sin perder todo su
nervio revolucionario, evitase inclinarse por lo arbitrario.
Desde la fila 13ª Tallien gritó «yo pido que se descorra la cortina»,
éste fue acogido con aplausos de los convencionales que le acompaña-
ron al grito de «Arresto por votación». Robespierre desorientado gritó:
«Yo pido la pena de muerte» a lo que le contestaron: «Tú te la has mere-
cido mil veces».
Y así fue con el incorruptible fue conducido al Hotel de Ville y gui-
llotinado al día siguiente ante el clamor popular (13).
(12) El episodio de la muerte de Marat sirvió para engrandecer su figura entre los
sans-culottes que rindieron homenaje a sus cenizas. La imagen de su muerte quedó retrata-
da en una obra del mismo nombre por el pintor de la revolución, Jacques-Louis David.
(13) MAUROIS, A., Historia de Francia, Surco, Madrid, 1973, pp. 326 y ss.
LA HUELLA DE LA REVOLUCIÓN FRANCESA 207
Se abre así el período del Directorio y la etapa de los Termidoria-
nos por un lado, bajo la doctrina del orden y del ralliemnt. Sus prota-
gonistas son Benjamin Constant y Mme de Stäel.
En el otro polo se encuentran los babuvistas con su Manifiesto de
los Iguales que en pro de la igualdad material constituye una doctrina
comunista.
El estudio de las ideas políticas de Napoleón podía ser incluido en
un apartado como este porque Napoleón es sin duda un hombre de la
revolución, pero su entidad reclama que sea objeto de un tratamiento en
exclusiva que exigiría una dimensión mayor que el presente artículo.
Sujeto a profundas contradicciones ha llegado a afirmar «Yo soy la
revolución» y «la revolución termina hoy», vulnerando así toda regla
lógica del tercero excluso.
Bonaparte es un hombre genial al que Francia por su actitud refor-
mista le debe buena parte de su ordenamiento jurídico, su organización
administrativa y muchas de sus notas características como Estado.
La irrupción política de Napoleón tiene lugar tras el golpe de Esta-
do del 18 brumario en el que se instituye un consulado de tres hombres
Ducós, Bonaparte y Sièyes y que se verán arrollados por la fuerza de
Napoleón.
6. INSTITUCIONES POLÍTICAS Y JURÍDICAS
Primeramente hemos de decir que con la revolución la noción
misma de la política cambió. Se pasa de ser una actividad reservada a
la clase privilegiada, a la generalidad del pueblo. Crece el interés por la
misma y se extiende su campo de actuación.
En el Antiguo Régimen la política comprendía lo sectores clásicos
del mantenimiento del orden, la defensa, la justicia y la diplomacia y la
Revolución Francesa extiende el actuar político a sectores característi-
cos de la iniciativa privada y eso se traduce en un cambio en la con-
cepción de la propia actuación administrativa y en su tripartición.
208 REVISTA DE LAS CORTES GENERALES
Esta idea de la interconexión entre la revolución y la administración
contemporánea la traza magistralmente García de Enterría en «Revolu-
ción Francesa y Administración Contemporánea».
La obra cumbre fue sin duda borrar el privilegio con la formulación
de la igualdad. De la arbitrariedad se pasa a la soberanía de la ley y aun-
que como hemos apuntado,la realización material y plena de la igual-
dad social es en ese momento una quimera, si se provoca un punto de
no retorno a las concepciones absolutistas del Antiguo Régimen basa-
das en el privilegio y en el estamento.
La Revolución Francesa contribuyó decisivamente a la unidad de
Francia. Desde la organización administrativa reforzó el centralismo que
tiene en los jacobinos unos acérrimos defensores y que fue diseñado por
Napoleón posteriormente en la reorganización departamental francesa.
Los revolucionarios sentaron las bases para el estado laico y avan-
zaron profundamente en la secularización de la sociedad europea.
Soboul resume todas estas mejoras en la consideración de que la
Revolución francesa rompió el armazón del Antiguo Régimen hacien-
do posible la implantación del estado moderno que respondía a los inte-
reses y exigencias de la burguesía.
Pero en el ámbito de las categorías políticas surgieron importantes
conceptos ya sea exclusivamente terminológicos, como la propia con-
sideración de derecha o izquierda que da nombre a las diferentes opcio-
nes según se sentaban en la Convención (14), o la propia articulación
de la representación que abandona su concepción jurídica surgiendo la
representación de tipo político.
Esta idea va íntimamente asociada a la soberanía nacional que ade-
más se despersonaliza, contribuyendo así a la forja del concepto de per-
sonalidad jurídica del estado.
En el ámbito jurídico son variados los textos de la revolución. El
primero de los documentos cronológicamente y en importancia es la
(14) Los Girondinos se situaban a la derecha y los montañeses o jacobinos en la parte
superior izquierda.
LA HUELLA DE LA REVOLUCIÓN FRANCESA 209
Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano que sirvió de
cabecera a la primera Constitución revolucionaria, de 3 de septiembre de
1791, acogiendo así la diferenciación entre parte dogmática y orgánica.
Con clara inspiración iusnaturalista se deja sentir en la Declaración
la influencia de Rousseau y sirvió para imponer límites a la actuación
del Estado.
Es una constitución representativa que acoge plenamente el princi-
pio de despersonalización de la soberanía por lo que unido a sus rasgos
de escrita y por la clara diferenciación entre poder constituyente y cons-
tituido, nos permite calificarla como modelo clásico del concepto racio-
nal-normativo.
La Declaración nos lega además la vara de medición del Estado
Constitucional al afirmar que en el célebre artículo 16 que «Toda socie-
dad en la cual no esté establecida la garantía de los derechos, ni deter-
minada la separación de poderes, carece de Constitución»
Se trata además de una constitución de tipo rígido. Esta rigidez era
una garantía del no retorno al Antiguo Régimen. Así ha dicho Maurice
Deslandres que su finalidad era impedir la propia reforma.
Es todavía una constitución monárquica pero el rey es concebido
como un delegado de la nación.
El otro principio decisivo es la soberanía de la ley y la afirmación
del Estado de Derecho. La destrucción de la arbitrariedad es el objeti-
vo a perseguir. Esa arbitrariedad, que había tenido una de sus manifes-
taciones principales en las llamadas letrres de cachet.
Con la desaparición de la monarquía (15) se da entrada a la Consti-
tución de 1793 que recoge el pensamiento jacobino. En este caso se
210 REVISTA DE LAS CORTES GENERALES
(15) La ejecución del rey tuvo lugar el 21 de Enero de 1793. La pérdida de confianza
del pueblo en su soberano estuvo propiciado por sucesivos errores de la corte, entre ellos
es destacable el llamado Manifiesto de Brunswick de 25 de Julio de 1792, en el que parti-
darios de la monarquía amenazaban con la toma militar de Paris y que contribuyó decisi-
vamente a la fractura entre el rey y los franceses.
abandona la soberanía nacional por la soberanía popular y desde el
punto de vista orgánico es destacable la organización de la Convención
en los Comités de Salud Pública y el de Seguridad General.
La caída de Robespierre trae un nuevo cambio constitucional, la
Constitución de 1795 o Constitución del año III. El poder ejecutivo se
atribuye a un Directorio de cinco miembros elegidos por los Consejos
y por primera vez tiene lugar la fragmentación del poder legislativo,
fruto del pensamiento moderado de los termidorianos y que reforzará
Napoleón. El legislativo se fracciona en el Consejo de los Quinientos y
el Consejo de los Ancianos.
Los documentos constitucionales del período napoleónico, las
constituciones del Imperio, Constitución del año VIII, El Senado-Con-
sulto de 1802 y el de 1804 se caracterizan como indica García-Pelayo
por tres notas:
Todas ellas tratan de asegurar el poder personal de Napoleón, son
manifestaciones del cesarismo de Bonaparte. El poder pertenece al pue-
blo pero se confía a un solo hombre y por último se basan todas ellas
en el principio de Sièyes de que la confianza viene de abajo pero la
autoridad de arriba.
En resumen el derecho y la política tal y como la concebimos hoy
son deudoras de la Revolución Francesa.
Período apasionante, dramático en muchos casos, desconcertante
como toda revolución y decisivo en la forja del estado contemporáneo
pero como decía otro ilustre revolucionario, Jefferson: «El árbol de la
libertad debe ser regado frecuentemente con la sangre de patriotas y
tiranos».
BIBLIOGRAFÍA
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212 REVISTA DE LAS CORTES GENERALES

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