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CAMNITZER_L_Arte_y_Pegadogia_articulo (1)

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Luis Camnitzer, artista y académico de la State University of New York, realizó una conferencia el 
lunes 13 de mayo en el Salón de Honor de Casa Central UC, en el marco del Programa de 
Profesores Visitantes de la Escuela de Arte UC.
Compartimos con ustedes el texto de su ponencia.
Arte y Pedagogía
Luis Camnitzer
No sé si es producto de hacer arte durante tantos años, con el consiguiente aburrimiento, o pura 
concientización social y política. Pero es un hecho que cada vez me interesa menos la autoría. 
Quizás sea por su parentesco con la palabra autoridad. Sea lo que sea, cada vez me parece más 
importante concentrarme en el efecto que tienen las cosas que en las cosas mismas.
Aunque uno siempre tiene la esperanza de efectuar cambios por medio de la comunicación, también 
es cierto que lo que se puede lograr masivamente con un público dedicado a la contemplación 
solitaria es bastante limitado. La meta real es cambiar la subjetividad colectiva para lograr un 
esclarecimiento ético en lugar de sentar directivas morales establecidas autoritariamente. Todo esto 
me lleva a afirmar que estoy definitivamente interesado en la pedagogía. Es, por lo tanto, su 
perspectiva la que va a informar todo lo que sigue.
De hecho, estoy interesado en pedagogía desde que fui estudiante y víctima, particularmente en el 
campo descuidado de la pedagogía aplicada al arte. La pedagogía del arte es algo importante para 
mí porque no veo mucha diferencia entre arte y educación, por lo menos no dentro de las 
definiciones que les doy a ambas. Dada la división en disciplinas en la que fragmentamos el 
conocimiento, creo que el orden en que menciono arte primero y educación después, tiene cierta 
importancia. De acuerdo a ese orden se abre la posibilidad para que uno incluya el otro y tengamos 
que elegir cual queremos que absorba a cual. 
El arte siempre se ha dejado un poco de lado en la educación porque se supone que es un 
instrumento emocional, y expresivo, que utiliza una simbología imprecisa cuando no totalmente 
subjetiva. Por lo tanto se supone que no es capaz de “competir” con lo escrito o lo contable, y que 
es incapaz de funcionar como instrumento útil para lo que tenga que ver con el conocimiento. Creo 
que aquí está operando un viejo prejuicio, una especie de ideología técnicamente utilitaria del 
conocimiento. 
Como artista estoy en contra de esta ideología, y siendo un artista imperialista creo, más 
extremadamente, que la educación tiene que ser absorbida por el arte y condicionada por él. 
Considero que el arte es una forma de pensar. Y creo que la educación como se la utiliza hoy es una 
forma de entrenar. Durante la discusión de estos temas voy a tratar de utilizar el sentido común, 
dado que no se trata de expresar mis opiniones, sino de convencer.
Siempre supuse que el sentido común es una cosa buena. Sin embargo, al decir esto ya me estoy 
metiendo en un lío. “Sentido común” es un concepto enrevesado, especialmente en el arte, porque 
es un término ambiguo. En una de sus interpretaciones queremos asegurarnos que haya 
transparencia y elegancia. Queremos evitar digresiones que puedan complicar u obscurecer los 
temas que estamos discutiendo. En otra interpretación entendemos al sentido común precisamente 
como aquello que algunos de nosotros queremos demoler con nuestro arte. En este caso se trata de 
todo aquello que es convencional y aprisiona nuestro pensamiento. Queremos romper esa prisión 
para ser libres. Estamos, por lo tanto, enfrentados a un término que es un homónimo, uno en donde 
una misma palabra se refiere a dos significados distintos.
Los homónimos no tienen nada de malo. Con tanta verborrea por ahí, ofrecen un poco de economía 
bienvenida. Pero la situación es menos satisfactoria cuando el significado cambia de acuerdo a 
quien utiliza la frase y hace que sirva a intereses determinados. Esa multiplicidad de significados 
entonces conduce al mal uso y al engaño.
La palabra “educación” es otro ejemplo de esto. También es un homónimo y también cambia de 
acuerdo a quien la utiliza. Para algunos, especialmente los adictos a las instituciones, educación 
significa amansar a los ciudadanos para que no hagan olas y mantengan el status quo. La 
subjetividad colectiva se fue formando para aceptar los absurdos que benefician a unos pocos 
mientras se logra hacer creer que sirven para el bien de todos. Pero para otros la educación significa 
formar a ciudadanos capaces de pensar críticamente—es decir capaces de cuestionar y de utilizar su 
pensamiento creativamente. Personalmente me encuentro entre estos últimos y pienso que el 
cuestionamiento y el pensamiento creativo son cosas que tienen que ser apoyadas de una manera 
transparente y elegante. Así que esta es mi versión de lo que es el sentido común aplicada a mi 
versión de la educación.
La palabra “arte”, por su parte, no es un homónimo. Por lo menos no en el contexto en el que estoy 
hablando aquí. Pero es una palabra problemática por otros motivos. El significado de la palabra arte 
varía no tanto de acuerdo a quien la utiliza sino según como es utilizada. Especialmente cuando se 
emplea en relación a la colección de arte o a una exposición, la sospecha siempre está en que la 
palabra se refiere restringidamente a objetos—a lo que llamamos obras de arte. El problema que 
presenta la palabra arte en el sentido más amplio es muy parecido al que presenta la palabra Dios. 
Es mucho más fácil explicar que cosas no es, que dar una definición satisfactoria y no polémica. Y 
luego ambas palabras tienen en común que son utilizadas como una excusa para la superstición y el 
fetichismo por un lado, o para generar procesos interesantes con el propósito de organizar el 
universo por otro. 
Mal utilizado, el arte como objeto puede ser comparado con el rai. A veces pierdo el tiempo 
hurgando en trivialidades y así me enteré que el rai es la moneda que la población de la isla Yap en 
la Micronesia utilizaba durante el siglo XIX. Los rais son piedras circulares que pueden llegar a 
tener hasta tres metros de diámetro y pesar cuatro toneladas. Tienen un agujero en el centro para 
meter un eje y facilitar un poco el transporte. De acuerdo al terminado artesanal y a la historia de la 
piedra—como por ejemplo cuanta gente murió tratando de transportarla—la moneda adquiere 
mayor o menor valor para las transacciones comerciales.
Las proyecciones y atribuciones que los yap le daban a esas piedras son muy similares a las que 
normalmente nosotros le damos a las obras de arte y a otros objetos. Me acuerdo que hace algunas 
décadas uno podía comprar piedras recogidas en la playa que bordeaba la propiedad de Jacqueline 
Kennedy en Cape Cod, en Estados Unidos, por un dólar. Más recientemente, el estado de California 
trató de decretar que las basuras abandonadas en la luna por la misión Apolo 11 son “recursos 
históricos”. Entre otras muchas cosas esa basura incluye cuatro bolsas llenas de orina.
La insistencia en adorar piedras, telas pintadas y bolsas de orina impide que pensemos con claridad. 
Si hablamos de sentido común, la costumbre de invertir estas calidades en cosas que no las tienen 
intrínsicamente, está emparentada con las reacciones que tenemos cuando nos lastimamos contra el 
ángulo de una mesa. Nos enojamos con la mesa y le damos una patada por el dolor que nos acaba 
de infligir. O por lo menos así es como yo reacciono. En lugar de analizar el problema contra-ataco 
a mi atacante. La culpa es de los objetos. Similarmente, los altares y las obras de arte exigen que las 
respetemos sin cuestionamientos. Gracias a una mezcla de antropomorfismo y superstición 
aceptamos que son “ellos” los que lo exigen.
Supongo que los yaps nunca cuestionaron su predicamento económico, ni siquiera un poco. Si 
hubieran estudiado el problemaque estaban solucionando con las rocas podrían haber salteado el 
concepto de moneda y haber inventado la tarjeta de crédito..
En otras palabras, las obras de arte entraron en nuestras culturas como un juego inexplicable y 
exigente de milagros, o de mesas para ser pateadas, o de enormes rocas utilizadas para el 
intercambio de bienes. Pero todas estas cosas, incluyendo las obras de arte, fueron creadas como 
soluciones a problemas específicos o como respuestas a determinadas preguntas. Ignorar estos 
hechos y continuar con la proyección de valores sobre los objetos, no constituye una afirmación del 
arte sino su negación.
Paradójicamente, son estos factores irracionales los que informan lo que se denomina la 
“apreciación del arte”. Señalan el presunto resultado de una investigación mientras esconden la 
investigación que los produjo. Es como pedirnos que admiremos al mago solamente durante el 
período en que éste no comparte sus trucos. Pero por otro lado, cuando admiramos a un científico, 
lo hacemos porque el problema propuesto resulta esclarecedor y porque nos presenta con algo que 
no se nos hubiera ocurrido a nosotros. O, si se nos hubiera ocurrido no sabríamos como resolverlo. 
Diría entonces que los científicos logran un grado de magia mucho mayor que los magos. No 
necesitan subterfugios, no esconden los trucos, y exigen una apreciación madura de su obra.
No creo que uno necesite oscurantismo para admirar la magia. Esto puede sonar como que acá estoy 
negando la fantasía, la habilidad de maravillarse, y la poesía. Pero no estoy tan seguro de eso. Creo 
que lo único que estoy sugiriendo es una aplicación de criterios más exigentes. El pensamiento 
lógico no es el único modo de pensar. Pensar es una actividad mucho más compleja en la cual el 
mal uso y abuso de la lógica oculta o entorpece las posibilidades de especulación. Aquí se trata de 
utilizar el pensamiento racional para aprovechar todas las posibilidades al máximo, incluso las 
irracionales. Y para eso no se necesita el obscurantismo.
La pregunta siguiente entonces sería si una muestra o una colección de arte, en su relación a la 
educación es algo cerrado en si mismo, o nos ofrece una serie de posibles respuestas a problemas 
interesantes que pueden ser utilizados para generar otras respuestas y otros problemas interesantes. 
Y aquí es donde se aclara que no hay ninguna razón para excluir la fantasía y la poesía y todas esas 
cosas. Éstas pueden, e incluso tienen, que estar presentes, pero con la condición que la distancia 
crítica y el pensamiento activo se mantengan y queden aseguradas. 
Con esto aclarado tenemos entonces el tema del papel que el arte juega en el cuadro de la 
educación. Deliberadamente no estoy enfatizando aquí la educación artística, sino que me estoy 
dirigiendo a la educación en general. Últimamente muchas escuelas de arte ya entienden que hoy en 
día el arte es más de lo que era antes, que es un campo más amplio. Pero el sistema educacional 
general todavía no lo ha entendido.
La conjunción de arte y educación—la noción que el arte tiene que ser una parte del proceso 
educacional—siempre fue considerada como una posición iluminada y progresista. Cualquiera con 
un centímetro de frente lamenta el papel secundario que se le asigna a las artes en las escuelas. Las 
artes son las primeras víctimas cuando se efectúan cortes presupuestales, y son las últimas que se 
reinstituyen en los momentos de prosperidad. Pero a pesar de compartir las quejas por los 
problemas presupuestales, me gustaría proponer que la frase “arte en la educación”—como también 
su pariente popularizado por Herbert Read a mediados del siglo veinte, “educación a través del 
arte”—no son progresistas sino reaccionarias.
Al mantener al arte como una sub-categoría, ambas frases representan una forma de pensar 
esquemática y compartimentalizada. Son frases que se utilizan como una coartada para aparentar la 
promoción de unas cualidades humanistas que en realidad no están ahí. Pedagógicamente hablando, 
lestas frases no solucionan nada y mantienen la situación en el mismo basurero en el cual ya está 
puesto.
La razón para esta miopía proviene de algo que está detrás de la educación y del arte. Proviene 
parcialmente de la mala utilización de las ideas que tenemos con respecto a la democracia y también 
de las ideas que asociamos con ella. Esto se manifiesta en las afirmaciones siguientes que son 
falsas, o por lo menos muy discutibles:
a) Si el arte es elitista (que lo es), solucionamos ese problema haciendo que su apreciación sea más 
accesible.
b) Cuanto más arte vea la gente, más educada será.
c) Dado que los artistas nacen y no se hacen, lo único que podemos enseñar es como hacer las cosas 
consideradas artísticas. Esto, a su vez, ayudará en la apreciación del arte.
d) Cuanto antes empecemos el proceso de la apreciación del arte y de los conocimiento técnicos 
artísticos, más culto será el ciudadano, más gente visitará los museos, y el consumo del arte formará 
parte de la vida normal. Se conseguirá así que el arte deje de ser el lujo de una minoría.
Estas creencias y muchas más, son consecuencia de la separación que existe entre arte y educación 
y su mantenimiento como dos actividades independientes. La pedagogía progresista trató de poner 
una al lado de la otra y con ello declaró un matrimonio forzado. Sin una verdadera integración, el 
matrimonio no tuvo otra posibilidad que fallar y terminar en una formalidad sin consumación. 
Incluso el Papa permitiría su anulación.
Es quizás en este punto en donde habría que reintroducir la fantasía y la poesía que aparentemente 
están ausentes en el proceso educacional. No hace mucho me di cuenta que mi educación personal 
fracasó desde el momento en que empezaron a enseñarme el nombre de las cosas conocidas. Este 
proceso seguramente comenzó mucho antes de yo entrar en el jardín de infantes. Acepto que toda 
mi educación fue hecha con la mejor de las intenciones. Pero siento que habría sido mucho más 
importante si me hubieran enseñado a buscar cosas sin nombre para que yo las pudiera bautizar. 
Viajaría entonces por una aventura, exploraría territorios desconocidos, y me embarcaría en una 
búsqueda de tesoros y de verdaderos descubrimientos.
En su lugar aprendí a leer y a escribir como si éstas fueran actividades distintas a mirar y dibujar. 
Me llenaron con respuestas para preguntas que ya habían sido preguntadas por otros en lugar de 
permitirme preguntar mis propias preguntas. Así aprendí que las cosas están organizadas dentro de 
un orden. Pero nadie me supo o quiso explicar por qué las cosas estaban ordenadas, o quienes 
fabricaron ese orden, o quien les dio el derecho de hacerlo. 
En otras palabras, al separar el arte de la educación, al postergar la conceptualización y el 
cuestionamiento, al embretar mi imaginación, me arruinaron la cabeza y me hicieron perder una 
cantidad de tiempo. Me vi forzado, mucho más tarde, a inventar la fantasía por mis propios medios.
No quiero discutir aquí cual es la edad apropiada para que los niños aprendan a conceptualizar, si es 
que no lo hacen por sus propios medios. No soy un especialista en estas cosas y no quiero serlo. 
Dentro de mis limitaciones entiendo que para calcular la estática de un rascacielos uno necesita 
saber más de lo que se aprende en la escuela primaria. Pero apilar un montón de basura para hacer 
una torre lo más alta posible es algo que cualquier criatura puede hacer. Haciendo esa pila ayuda a 
entender que cosa es un centro de gravedad, como funciona el equilibrio, y por qué uno no se cae 
cuando camina. Como sub-producto, también sirve para entender por qué en la escultura clásica el 
mentón del señor que está ahí parado desnudo se alinea en una vertical con el interior del tobillo del 
pie que aguanta su peso. Pero lo que se resuelve aquí no es un problemaartístico sino uno de 
equilibrio y de estabilidad. Es un problema que se presenta en una gran cantidad de situaciones, 
artísticas y no artísticas. 
Tener una visión interdisciplinaria claramente enriquece y aumenta el repertorio disponible para 
entender los elementos básicos de un problema. Ayuda a encontrar soluciones, tanto las viejas 
conocidas por otros, como otras nuevas. Con esto no quisiera, en un acto de homeopatía, disolver el 
arte hasta que se convierta en nada. Solamente estoy diciendo que el arte no es una disciplina creada 
para fabricar objetos o una artesanía, sino que es un medio para organizar y expandir el 
conocimiento. Aun más, es el medio que permite especular sobre conexiones que son consideradas 
inaceptables, ilegales, o inconcebibles en otras metodologías que también tratan con el 
conocimiento. En lugar de hablar de “tabula rasa” me gustaría hablar de “tabula arte”. El arte es una 
forma de cuestionar los sistemas de orden establecidos, y de construir órdenes alternativos. A lo 
mejor y después de todo, es posible que sea más fácil definir al arte que definir a Dios.
Posiblemente sea aquí en donde está la clave del por qué de la separación y postergación de la 
educación artística que históricamente se mantiene en la escuela. Posiblemente también sea éste el 
motivo para esa superchería que se refiere a quien tiene o no tiene el derecho de ser artista. Pensar 
en arte es incómodo porque en nuestra cultura el cuestionar los órdenes establecidos y construir 
órdenes alternativos ayudan a cuestionar el poder. Por lo tanto y hasta cierto punto, aun si no es 
totalmente así en la realidad, el arte ayuda también a asumir el poder.
Esta clase de aproximación al poder es algo que en la vida real se llamaría subversión. 
Normalmente la subversión no es muy bien vista. Y es probable que aquellos que se oponen a la 
subversión tengan razón. En la vida real la subversión es una actividad tardía. Es el producto, no 
solamente de un resentimiento causado por la injusticia, sino que también es la consecuencia de la 
realización que se ha perdido el tiempo. Frustrante, eso a su vez lleva a que la subversión termine en 
actos vengativos, fanáticos, agresivos, e incluso violentos. Es algo que decididamente no es bueno 
para el orden establecido. Además, la subversión tiene el problema que no siempre es empleada por 
gente que me gusta. Aunque en los casos de discrepancia yo no la llamaría subversión sino 
violencia ciega y sin sentido.
Llegado a mi presunto nivel de madurez, hoy prefiero usar “pensamiento crítico” en lugar de 
subversión. Pedagógicamente hablando, el pensamiento crítico es una subversión que se ubica en el 
momento y lugar correctos para que, en lugar de promover una venganza violenta, comience y 
permanezca como una actividad constructiva. El pensamiento crítico permite la comparación y la 
elección de ideas en lugar de su derrocamiento, o por lo menos de su derrocamiento inmediato.
Si aceptamos que el arte es una forma compleja de pensar, de especular y de hacer conexiones, la 
pregunta que se nos plantea nuevamente es: ¿debiera el arte formar parte de la educación o la 
educación formar parte del arte? Estoy refiriéndome a una integración completa, así que la pregunta 
es sobre quien debería informar o condicionar a quien. 
En caso de estar de acuerdo con que la educación tiene que formar parte del arte en su 
interpretación más amplia, las preguntas siguientes serían:
1. ¿Cómo, partiendo del arte, podemos lograr una educación liberadora que empodere al estudiante 
desde el comienzo mismo del proceso educacional?
2. ¿Cómo podemos lograr la asunción y desarrollo de la creatividad del estudiante sin encerrarlo en 
disciplinas opresivas?
3. ¿Cómo podemos integrar inseparablemente el pensamiento crítico en el proceso pedagógico?
Creo que aquí hay varios pasos que nos pueden ayudar en esto. Aunque pueda parecer una 
contradicción, me gustaría empezar por eliminar la palabra “arte”, aunque sea por un ratito. No me 
refiero realmente a la palabra estrictamente, pero a la interpretación que ve al arte no solamente 
como una forma de producción sino, más concretamente, como una actividad separada de otras 
formas de producción. Esta eliminación de la palabra arte la haremos durar hasta que encontremos 
un acuerdo colectivo con respecto a que cosa es el arte. Hasta ese momento bastante utópico, creo 
que es más útil considerar ese objeto que nos presentan como artístico nada más que como una 
posible solución a un problema. Con esto liberamos al arte de sus fronteras físicas para entender 
mejor como funciona con la educación. Y tendremos como otro beneficio el que ya no nos 
importará si ese objeto nos gusta o no. 
Aunque es el instrumento que usamos más frecuentemente en la apreciación del arte, el gusto es 
uno de los obstáculos más grandes para lograr un verdadero contacto con el proceso artístico. Al 
eliminarlo, lo que va a importar de ahí en adelante es si la obra se refiere o no a un problema 
interesante, y si la solución presentada es la mejor posible.
La ventaja de esta forma de ver el asunto es que, primero, esta “cosa” que hasta este momento 
habíamos llamado arte, ahora queda fuera del mundo del fetichismo y de los caprichos del mercado. 
En su lugar la estamos reubicando dentro del campo de las indagaciones intelectuales y por lo tanto 
podemos someterla a un examen riguroso.
Segundo, con esto estamos destruyendo el pérfido monopolio que las Musas estuvieron controlando 
durante tantos siglos. Podemos afirmar que no es la voluntad divina la que determina si somos o no 
somos artistas. Y por las dudas quiero advertir, además, que las Musas no existen.
Tercero, pondremos a la artesanía en el lugar secundario que le corresponde. La artesanía trata del 
envoltorio de las obras, eso que se ocupa de los aspectos más superficiales que corresponden a la 
presentación. Esto es importante en la medida que el envoltorio anuncia lo que envuelve y ayuda en 
su comunicación. Pero la artesanía no tiene importancia como un fin en sí mismo. Es un 
instrumento para formalizar y dar un terminado. Este lugar secundario no significa que no tenga 
importancia. La artesanía retroalimenta información como lo hace la experimentación en la ciencia. 
El microbiólogo Rene Dubos describió el experimento científico como: “Permite la observación de 
nuevos hechos no sospechados hasta el momento o no bien definidos, y determina si la hipótesis 
encaja en el mundo de los hechos observables.” Pero al llevar a la artesanía a un segundo plano 
también desnudamos algunas afirmaciones muy comunes pero que esencialmente son retrógradas y 
retardadas. El caso más clásico: “Yo no sirvo para el arte porque no soy capaz de dibujar una línea 
recta”. 
En términos de pensamiento crítico, al exigir que el productor artístico solucione un problema 
evitamos que caiga en la autoindulgencia. En lugar de trabajar para su placer individual y 
posiblemente su terapia, lo llevamos a mirar su entorno social y enfocar en la comunicación. Lo 
guiamos para que vaya directamente a temas más importantes como ser los órdenes alternativos y la 
expansión del conocimiento. Volviendo al arte, el espacio de exposición es equivalente a un salón 
de clase. Hay que pensar en lo que se hace en términos de información y pensar en su relación con 
ella. Es lo que también tiene que pensar el educador. Cómo profesores, ¿cuál es nuestra relación con 
la información? ¿Estamos en el salón de clase para dar información a los estudiantes, o estamos 
buscando información junto con los estudiantes? ¿Qué es lo que compartimos con ellos, 
conocimientos o ignorancia?
Al compartir conocimientos, tanto artistas como educadores inevitablemente nos ponemos en la 
posición de ser utilizados como referencia y, por lo tanto, en una situaciónde autoridad. Como 
profesores generalmente es ésta la razón por la cual conseguimos nuestros empleos: se supone que 
somos autoridades en la materia que enseñamos. En muchas instituciones las publicaciones y las 
exposiciones prueban nuestra autoridad más persuasivamente que nuestra manera y efectividad en 
la enseñanza. Las instituciones, particularmente las privadas, tienden a dar mayor prioridad al 
reconocimiento público que proviene de fuera de la institución que al reconocimiento recibido en el 
salón de clase. 
La parte más negativa de esto es que luego también tratamos de mantener esa autoridad 
distorsionada dentro del salón de clase. Por lo tanto sugiero que tratemos de compartir nuestra 
ignorancia y no nuestro conocimiento. No digo esto de la ignorancia de manera frívola ni tampoco 
para citar a Ranciere, que no tiene nada que ver aquí. Y, definitivamente, tampoco se trata de crear 
generaciones de gente ignorante. Ya otros lo están haciendo y lo están haciendo muy bien. Nuestra 
misión es otra. Se trata de ayudar a pensar y no de adoctrinar. 
El asunto es que si en el salón de clase compartimos lo que sabemos, nos ponemos en la posición de 
otorgar propiedades. Dicho mejor: “Yo tengo y tú no, y yo te doy una parte de lo que tengo porque 
soy generoso. Pero siempre tendré más que tú.” Esto es lo que Paulo Freire llamaba “educación 
bancaria”. Compartir nuestra ignorancia significa llevar al estudiante a al nivel de ignorancia que 
tenemos como educadores. Esto significa comprender los límites de nuestro conocimiento para 
poder estimular la especulación y con ella trascender estos límites junto con el educando. Con un 
lenguaje un poco más sentimental uno podría decir: “llegar a maravillarse juntos.”
Diría entonces que el maestro no es un poseedor de información. Es nada más que un intermediario 
entre el estudiante y la información. Está llenando un hueco desafortunado con sus acciones, en 
forma similar a las de un comisionista ávido de lucro. Solamente que aquí no se trata de continuar la 
actividad por el lucro sino de lograr ser prescindible para la independencia del estudiante. 
El estudiante tiene que llegar a ser capaz de alcanzar la información sin ayuda ajena. Esto, por 
supuesto, es una exigencia imposible cuando estamos al comienzo del proceso educativo. Esta 
imposibilidad tiene la ventaja de garantizar los empleos para los maestros, pero esto no significa 
que haya que afirmarla. La posición mental, la actitud frente a todo esto, tiene que ser la otra. El 
motivo para la existencia del maestro no debe ser la falta de información que tiene el estudiante sino 
la falta de acceso a esa información.
En el buen arte la situación es muy similar. La razón de existir del artista no es la falta de arte sino 
la falta de acceso por parte del público a las condiciones que generan el arte. De manera que ambos, 
maestros y artistas son, o debieran ser, intermediarios con el mismo deseo de auto-eliminación. La 
señal del éxito de ambos recién se revela cuando dejan de ser necesarios, cuando no hay posibilidad 
de ejercer el poder por el placer de ejercerlo. Esto quiere decir que ni uno ni otro debieran estar en 
el negocio de intercambiar información. La misión es generar conocimientos y facilitar la 
generación de conocimientos. Para esto, el artista tiene que estar educando con su arte y el maestro 
tiene que ser creativo en su manera de enseñar. Es por ello que las diferencias entre artista y maestro 
tiene que desaparecer.
Se podría decir que en el fondo de todo esto lo que hay realmente es una discusión ética sobre el 
poder. Los artistas y los educadores ¿debieran acumular poder o debieran empoderar? Los artistas y 
educadores ¿funcionan desde un trono o deberían unirse a equipos formados por sus audiencias para 
investigar y crear? Tradicionalmente tanto las audiencias como los estudiantes son vistos como 
recipientes pasivos y vacíos que están allí para ser llenados. Se los llena con conocimientos 
predigeridos o con lo que yo llamo arte-valium, una especie de opio cultural. En la realidad, sin 
embargo, tanto los estudiantes como el público son colegas y no recipientes. Son colegas 
preparados mal o incompletamente, lo cual requiere una pedagogía muy distinta a la transferencia 
de datos. Significa compartir el poder y equipar a los colegas para poder usarlo correctamente.
La conclusión entonces es que todas las metodologías de enseñanza tienen que cambiar 
radicalmente. Obviamente no todos los colegas son iguales. Al margen de la calidad de la 
preparación, siempre hay colegas por ahí que son unos cretinos mentalmente desnutridos. Este 
estado no es algo reservado para los estudiantes o los consumidores de arte. Sucede igualmente en 
el profesorado y en el campo de los artistas reconocidos. Pero ese cretinismo no impide que los que 
lo tienen se consideren colegas o que sean colegas. De manera que no es tan difícil expandir el 
término “colega”, y pedagógicamente esta expansión solamente puede ayudar a mejorar el proceso 
de la educación.
Ayudaría mucho en esto si también prohibiéramos la palabra “enseñar” y en su lugar utilizáramos 
exclusivamente la palabra “aprender”. Entonces, claramente, maestros y estudiantes aprenderían 
juntos y compartirían los riesgos con los que uno se enfrenta cuando explora áreas nuevas. Una 
consecuencia inesperada del programa de “una computadora para cada niño” que está siendo 
implementado en las economías emergentes es el cambio de la relación que existe entre maestros y 
estudiantes. Los maestros sin entrenamiento están aprendiendo junto con sus estudiantes, o incluso 
de sus estudiantes. 
En otras palabras, tanto en arte como en educación estamos viviendo una situación autoritaria 
basada en el consumo pasivo de los productos artísticos y pedagógicos. Es una situación 
disfuncional que pretende mantener órdenes preestablecidos y caducos en lugar de facilitar su 
cuestionamiento y la búsqueda de órdenes nuevos que sirvan para lidiar con un mundo cada vez 
más complejo.
Durante el siglo pasado, la administración del orden cotidiano se basaba fundamentalmente en 
ideologías. Crudamente, uno puede decir que había una forma derechista y un forma izquierdista de 
administrar el orden. Es una descripción simplista ya que todo aparece en blanco y negro, y de 
hecho el color del progresismo era el gris. La salud mental política no estaba representada por los 
Estados Unidos o por la Unión Soviética, sino por los países no-alineados que luchaban por una 
equidistancia. Hoy esa simplicidad presentada por las tres posiciones ha desaparecido. Estamos 
viviendo un caos ideológico con hiper-fundamentalismos regresivos que están en guerra, y con un 
hiper-capitalismo saturando a todo el mundo y evolucionando hacia un neo-feudalismo.
Es en este contexto que el cuestionamiento y la exploración individuales de los órdenes existentes 
hoy son más importantes que nunca. La educación disciplinaria ubica a la gente en pequeños 
cajones ya ordenados y sirve al interés de otros. Las cosas se deciden por nosotros y las decisiones 
quedan tan interiorizadas que la conciencia de la resignación desaparece y creemos sinceramente 
que somos nosotros los que estamos decidiendo por nosotros mismos. 
En tanto no caigamos en la adoración de las obras de arte, en la adoración de las cosas, o en la 
adoración y punto, es el terreno reservado tradicionalmente para el arte el que mejor sirve para esta 
investigación y para recuperar nuestra conciencia. Gracias a ese potencial de activación y de des-
orden, los artistas siempre fueron clasificados como excéntricos—como ubicados fuera del centro o 
de lo normal. Para contener el peligro de la subversión, el arte fue encerrado en una especie de 
corralito de juegos de la sociedad. Mientras aceptemos permanecer encerrados enél y vivir la 
ilusión de ser libres sin serlo, estamos desmereciendo nuestro potencial como artistas a favor del 
servilismo. Si la educación se fusionara dentro del arte quizás lograríamos una libertad verdadera, 
tanto para nosotros como para los demás.

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