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UNIVERSIDAD NACIONAL DE TUCUMAN FACULTAD DE PSICOLOGÍA 
CATEDRA DEONTOLOGÍA Y ETICA PROFESIONAL 
LA CONSTRUCCIÓN DE LA ETICA PROFESIONAL Y LO NORMATIVO COMO PUNTO DE PARTIDA 
La inclusión progresiva de los profesionales psicólogos al sistema público de trabajo, las ONG; el aumento de volumen de egresados y sobre todo, la apertura del campo que incluye al psicólogo en áreas cada vez más sistematizadas (programas comunitarios, intervenciones en crisis, entre otros), como así también sus aportes en la solución de dilemas éticos de otras ciencias; exigen la revisión e investigación del marco epistémico y metodológico al que recurre el profesional. 
Y es desde aquí que la discusión y reflexión acerca del quehacer profesional y su implicancia ética, reviste desde las últimas décadas un carácter protagónico; convergente con los cambios y transformaciones sociales, políticas, económicas que trajeron consigo una serie de problemáticas que exigen del profesional de la salud mental, un alto nivel de compromiso, competencia y responsabilidad en su práctica. 
Por ello y en reflejo a los contextos sociales es que en los espacios universitarios puede observarse el avance creciente de la formación reflexiva y sistemática de la ética, que hacen eco en los curriculum de las facultades o departamentos de psicología de diferentes universidades como así también en una vasta promulgación de leyes. 
Y es a partir de la construcción colectiva en los espacios universitarios como proceso de enseñanza-aprendizaje, de la lectura y análisis de la Ley Nacional de Salud Mental de la República Argentina, Ley de Educación Superior, conjuntamente a los códigos deontológicos vigentes, que avizoramos la relevancia de incluir en la formación académica, un cuerpo de conocimientos relativos a las normativas que regulan y orientan la práctica profesional. Sin embargo, hablar de formación en ética profesional va más allá de recetas o medidas tranquilizadoras; invita a la reflexión sobre la práctica y a profundizar los lineamientos que permitan concientizar al psicólogo en formación sobre la importancia que tiene su orientación ética en su futura praxis. 
 Prof. Anabel Nayle Murhell 
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Apuntando a la revalorización de un posicionamiento crítico, reflexivo y activo del estudiante (futuro profesional psicólogo) en relación al marco deontológico que regula la práctica. Instancia donde se centraliza el concepto mismo de deontología, su dimensión normativa y de allí la actitud que asume el profesional ante dicha dimensión; es decir su ética puesta de su quehacer profesional. 
Ahora bien, a qué nos referimos cuando hablamos de Deontología; muchos autores (entre ellos Adela Cortina, filósofa española, contemporánea) la definen como “ética aplicada a una disciplina o profesión”. 
Etimológicamente el término deontología equivale a “tratado” o “ciencia del deber”, ya que está constituido por dos palabras griegas: “deonto”, genitivo de “deón”, que significa deber, y “logos”, discurso o tratado. Es decir, "ciencia de los deberes" o "teoría de las normas morales", específicas a cada profesión / profesional; conjunto de normas, de deberes que rigen el campo de acción de una profesión en particular. Así también podemos remitirla al verbo (déi), del latín que remite a lo que conviene; e incluso, el mismo verbo pero conjugado de manera diferente (déo) que significa "atar", es decir que entra en el terreno de la obligación, pero no impuesta desde fuera, sino asumida por uno mismo, en tanto es lo conveniente; hacer lo que conviene pero no lo que me conviene a mí porque así lo decido, sino porque seguirá conveniéndome cuando lo hagan los demás. 
En la actualidad, tal como lo expresan López Guzmán y Aparisi Millares, “cuando se habla de deontología, se piensa en los deberes que impone a los profesionales el ejercicio de su actividad particular, (...) así se conforman las diferentes deontologías entendidas como los tratados encaminados a dar normas precisas desde el punto de vista moral, para el comportamiento de un determinado profesional ( en este caso, el profesional psicólogo) en relación con la sociedad en la que desarrolla su actividad”. 
Precisamente, allí radica su dimensión normativa en tanto las normas deontológicas se presentan a “prima facie” como un deber de conciencia; poseen un carácter eminentemente ético. 
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Por lo tanto, podemos decir que ética y moral son las bases, la columna vertebral que da los cimientos para el actuar responsable del profesional psicólogo. Recordemos que el concepto de ETICA procede del griego Ethos, que en un principio significó una morada o lugar que habito, modos de ser; posteriormente, desde la ética aristotélica, el término se personalizó para señalar el lugar íntimo, el sitio donde se refugia la persona, como también lo que hay allí dentro, la actitud interior. En este sentido, Maliandi, un filósofo argentino, contemporáneo, va a decir que la ética es una de las formas en que el hombre se autoobserva, la mirada interior de sus conductas. 
Por su parte, el término MORAL, viene del latín mos o mores que alude a costumbre, modos de ser. Así, ethicos y moralis, confluyen etimológicamente en un significado idéntico; hacen hincapié a un modo de conducta que no responde a una disposición natural sino que es adquirido o conquistado por el hombre, mediante la costumbre o el hábito. 
Sin embargo, la filosofía diferencia estos términos refiriéndose a la ética como parte de la filosofía que se dedica a la reflexión sobre la moral. Mientras que la moral, remite a un significado de tipo normativo, estrechamente conectado con la regulación de las relaciones interpersonales; sistema normativo que responde a cierta contingencia, a cierto consenso de partes mientras que a lo ético se le confiere un carácter universal en tanto hace a la condición misma y exclusiva de la especie humana. Fariña va a decir que “(...) la pauta moral se corresponde con los sistemas particulares, culturales, histórico, de grupo, mientras que el horizonte ético (...), siempre los excede”. Para que quede claro, podemos decir que la pregunta moral sería “¿Qué debemos hacer?” Mientras que la cuestión central de la ética sería más bien ¿qué hago? “¿Qué argumentos avalan y sostienen el código moral que estamos aceptando como guía de conducta?”. 
Es decir que la ética se refiere a una decisión singular, interna y libre que no representa una simple aceptación de lo que otros piensan, dicen y hacen. En palabras de Maliandi, remitiría al êthos, es decir a la estructuración unitaria y concreta de los hábitos de cada persona, de cada singularidad; conjunto de actitudes, convicciones, creencias, tradiciones sociales, familiares, etc que intervienen en mi actuar, lo determinan y le dan 
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el marco de referencia. Es decir que ese êthos, remite a determinados códigos normativos o sistemas de valores o a ciertas concepciones de lo que se cree o no como moralmente bueno o moralmente malo. Conjunto que va modificándose a través del tiempo conforme a cada sociedad; hablar de moral implica hablar del hombre como ser social, como un sujeto ‘sujetado’ a normas, leyes, tendientes a regular la vida en sociedad. 
A partir de este recorrido podemos dar cuenta de cómo se anudan los conceptos de ética y moral en el concepto de Deontología, constituyéndose en pilares de ésta; y definiéndola como ética profesional. La dimensión normativa de la deontología, hunde sus raíces en la moral en cuanto tal, en cuanto sistema prescriptivo ata al hombre con la obligatoriedad que reviste la ley moral, sin embargo, no se acatan de manera mecánica. Es decir que el sujeto moral/el profesional presenta una manera única y singular de relacionarse con ese sistema normativo; en este punto me gustaría citar a Foucault, en Historia de la Sexualidad 2 (1.998). 
Allí el autor hace referencia a la construcción del sujeto moral, a la relación que establece el sujeto con la norma y se comporta conforme a esa relación. Extendiendo esta idea al plano de la relación del profesional con la dimensión normativa de su práctica, podemos decir que existe un margen de variación e incluso de transgresión de los profesionales (sujeto moral) en relación a ese sistema prescriptivo. 
En este sentido, la ética profesional excede los límites de la dimensión estrictamente normativa, particularista y contingente; enfrenta al profesional consigo mismo, con su soledad. Sin embargo, la deontología ha estado tan estrechamente ligada a la existencia y trayectoria de los códigos deontológicos que incluso ha llegado a identificarse con ella. 
El ejercicio de la Psicología como profesión supone un control que el Estado delega en el Colegio de Psicólogos con el fin de garantizar a la sociedad la idoneidad de los colegiados, las sanciones respectivas si incurrieran en falta y el marco protector tanto al profesional como al paciente. Por ello, las regulaciones deontológicas son necesarias.
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Si fijamos la mirada en los lineamientos curriculares de nivel nacional e internacional, constatamos en líneas generales que la referencia a los contenidos relativos a la ética profesional, no sólo se limitan a la dimensión normativa de la ética profesional explícita en los códigos deontológicos, Leyes de Ejercicio Profesional, Declaración de Principios para psicólogas y Psicólogos, así como en Leyes del Derecho Positivo como por ejemplo, la nueva Ley de Salud Mental (Nº 26657, promulgada en diciembre de 2010), la Ley de los Derechos del Paciente en su relación con los profesionales e instituciones de la Salud( Nº 26529, promulgada en noviembre de 2009), la Ley de protección Integral de los derechos de las niñas, niños y adolescentes ( Nº 26061, abril de 2006), entre otros. 
Y desde aquí es indiscutible la importancia que adquiere el conocimiento de lo deontológico en la formación del estudiante de psicología como una de las competencias específicas para su formación; sin embargo, resulta limitado para remitirnos a la formación ética que se exige de éste en su práctica profesional. 
Tarragos, en Ética y Psicoética (1996), va a decir que un código de ética profesional es una organización sistemática del "ethos profesional", es decir de las responsabilidades morales que provienen del rol social del profesional y de las expectativas que las personas tienen derecho a exigir en la relación con el psicólogo. Representa un esfuerzo por garantizar y fomentar el ethos de la profesión frente a la sociedad. Es una base mínima de consenso a partir de la cual se clarifican los valores éticos que deben respetarse durante la relación psicológica. Resulta ser un valioso instrumento en la medida que expresa, de forma exhaustiva y explícita, los principios y normas que emergen del rol profesional y social del psicólogo. En ese sentido es un medio muy útil para promover la confianza mutua entre un profesional y una persona o institución. 
Los códigos deontológicos establecen una normativa que hace posible juzgar la acción del profesional psicólogo, nos permite juzgar si su acción individual, si su práctica profesional es realizada conforme a lo pautado por consenso o si por el contrario se infringe alguna de las mismas. Se presentan como una guía de normas precisas para el profesional que tiene como finalidad facilitar y orientar el buen cumplimiento de las 
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normas morales que impone una determinada profesión. Los códigos deontológicos, poseen un carácter fundamentalmente promocional, no represivo. Así, se ha sostenido que el Código, más que mandar, deberá recomendar, promocionar determinadas pautas de comportamiento, e intentar disuadir de la realización de otras. Desde este punto de vista, podría pensarse que el cumplimiento de los códigos se hallaría en manos de la decisión de los profesionales y por ello su existencia estaría poco justificada. Sin embargo, no parece del todo correcto mantener esta postura. El código posee una función primaria en tanto representa y condiciona de alguna manera el actuar de los miembros de un colectivo profesional en un sentido concreto, inclinar a los profesionales a actuar siguiendo un determinado modelo. Pero a la vez, no todo está resuelto, ni dicho en la letra de los códigos de ética profesional o códigos deontológicos; queda entre las normas prescriptas y la acción del profesional un espacio a partir del cual, y desde el cual, se pone en juego y se presentifica el ethos profesional. Entre el profesional y los códigos existe una relación de interacción, un espacio de reflexión donde se pone en juego el ser del sujeto moral, la singularidad ética del profesional. 
Llegados a este punto podemos plantearnos de dónde surge el deber de acatar un código deontológico, cuál es la razón de fondo que obliga a un profesional a actuar en un determinado sentido; en definitiva: ¿por qué debe valer para mí lo que otros han acordado? 
Es allí donde se asienta la Ética Profesional en sí misma, en la singularidad del profesional que se pone en acto y ante cual debe responder al Otro y hacerse cargo de su intervención. El acto profesional en tanto acto moral, es indisociable de la singularidad en que se presenta en cada sujeto el sistema de valores, reglas y prescripciones. Se anudan aquí dos aspectos esenciales. Por un lado un modo de subjetivación y por otro los códigos normativos. No se trata de lo que está permitido o prohibido simplemente entre lo que uno desea y los actos que se realizan, sino de una instancia de reflexión, de prudencia, de cálculo, en la forma en que se distribuyen y controlan esos actos. M. Foucault, expresa que las reglas morales a los que los sujetos se someten no pueden constituir una sujeción a un código estrictamente definido; se 
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trata más bien de un ajuste que va variando y en el que deben tenerse en cuenta diferentes elementos: el de la necesidad, el de la oportunidad (en cuanta condición temporal circunstancial) y las referidas al propio sujeto. En este sentido, el autor continúa diciendo que en realidad es imposible sujetar a todos los individuos de la misma manera bajo una ley universal. Todo será cuestión de ajuste, de circunstancias, de la singularidad que se pone en acto. Por lo tanto, este sistema normativo (códigos deontólogicos junto a todo el marco legal vigente), no se trata de un texto único que a modo de ley suprema y universal indica de manera imperativa y cerrada qué se debe hacer sino de una práctica que va tomando en consideración los principios generales, que guiarán la acción conforme su momento, su contexto y sus fines. No es universalizando la regla de acción que el individuo se constituye como sujeto ético; al contrario, es mediante una actitud y una búsqueda que singularizan su acción, la modulan pudiendo así actuar como sujetos morales. 
Así por ejemplo, entre las normas nodales de nuestra profesión encontramos el secreto profesional y consentimiento válido y muchas otras que especifican el accionar en distintas áreas del quehacer psicológico. Las mismas, se sostienen en principios básicos que sirven de horizonte, de “faro” dirá Tarragos que ilumina nuestra práctica profesional dirigiéndola a rescatar y resaltar el valor ético último: la dignidad de la persona humana; su autonomía y libertad. 
De hecho,la obligatoriedad de los códigos deontológicos que apunta a considerarlos como guía, marco de referencia de la conducta profesional, responde a que estos, van a ser resultantes de un consenso, de un pacto social en tanto ese código ético delimita las conductas esperables, del profesional en relación a la comunidad del profesional como el mismo cuerpo profesional de si mismo. Esta obligación no se corresponde con una acción de tipo coactiva; sino que esta dimensión, estrictamente normativa, que va a constituir el Ethos, necesita de la interpretación que apunta a elegir, a actuar de la manera más conveniente. En este sentido se ata esta interpretación, o toma sentido, con la etimología del término deontología, este genitivo deon, tomado del latín implica o corresponde a “atar” y este mismo verbo en latín “deo” aquello que me conviene, en tanto y en cuanto, cuando lo elijan los otros no me vea afectado. 
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En tal sentido, nuestra mirada no se reduce a la dimensión estrictamente normativa de la ética profesional. 
De hecho, un código de ética profesional constituye una sistematización ordenada de los principios, valores y normas éticas específicas a una profesión que emergen del rol social del profesional. Es una base mínima de consenso a partir de la cual se clarifican los deberes y derechos para el profesional y para los consultantes de su servicio; en el tiempo que dure la relación psicológica. Sin embargo, la relación del profesional con los mismos, es de tipo activa, crítica y reflexiva. La existencia de los códigos de ética profesional, no es lo que determina la decisión del profesional a actuar correctamente sino más bien, su ethos. Puede entendérselo como el conjunto de actitudes morales que un profesional tiene para con las tareas y deberes propios de su profesión y estilo de vida que orientan las acciones profesionales concretas. De esta manera, lo que se pone en juego en la toma de decisión, es la singularidad de cada profesional y con ello su implicación y responsabilidad ante la acción y consecuencias de su práctica. No se trataría de un deber ser sino de una aspiración a los valores o principios máximos de la práctica psicológica. 
Jean Claude Filloux nos dice que la conciencia ética no es solo consecuencia de una instrucción para alcanzar un conocimiento dado, o un conjunto de valores pre existentes respecto de las situaciones, sino más bien, se trata de una formación que posibilite el deseo de cuestionarse, de cuestionar al otro, de hacer posible el deseo de plantearse la pregunta de como hacer, del cómo decir. Este deseo, este posicionamiento, se elabora sobre la base de valores, deberes, derechos ya adquiridos, se construye y se forma a lo largo de toda la vida, lo cuál va a permitir situar al sujeto en la toma de conciencia de su elección. Toma de conciencia que se plantea como el resultado de la relación que establece el profesional consigo mismo, la comunidad de pertenencia y con el marco social y político. Precisamente, la interrogación ética surge a partir de un “sujeto ético” en relación con el otro en cuanto tal; surge en cuanto el sujeto es interpelado por este otro ante lo cuál debe salirse de sí mismo y confrontar con la extranjeridad de este otro al que está obligado a responder. Allí radica la responsabilidad del profesional en la práctica.
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En este sentido, el profesional será el intérprete de las normas explícitas en los códigos deontológicos y responsable de su puesta en acto. La formación ética profesional implica por un lado, una instrucción de un conjunto de normas, valores y principios éticos - deontológicos preexistentes y por otro, una relación con el otro que a su vez recae en la relación con el colectivo al que pertenece. 
El psicólogo capaz de posicionarse de este modo siempre sabrá que los códigos constituyen guías para la práctica, pero que nunca podrán sustituir el discernimiento del profesional que se encuentra en la situación y, por lo mismo, nunca reemplazarán su responsabilidad en la toma de decisión. En este sentido, ética profesional y responsabilidad se encuentran anudadas en cada acto de su práctica profesional. No hay práctica profesional sin una ética de la responsabilidad, del compromiso, del consenso. 
De ello se deduce que la existencia de los códigos deontológicos y con ellos, la existencia de las normas del mismo tipo, no es lo que determina la decisión del profesional a actuar correctamente sino más bien, el ethos profesional, entendido como el conjunto de actitudes morales que un profesional tiene para con las tareas y deberes propios de su profesión y estilo de vida; es decir, que apunta al conjunto de actitudes morales que orientan las acciones profesionales concretas. Al momento de tomar una decisión en el desarrollo de su práctica, el profesional se encuentra, indefectiblemente, ante un cuerpo de conocimientos relativo a lo ético y deontológico que regula el campo de la práctica; así como, ante su propia soledad, ante su propio acto que constituye una producción singular. 
Fariña, dirá que.”Un acto ético se realiza siempre en soledad (…). Se trata del sujeto y el sentido singular de su acto cuya constitución no reside en una fórmula genérica. De allí que el acto ético revista un carácter suplementario o lo que es lo mismo, que ningún sistema moral pueda colmar el horizonte ético. (…) En tanto horizonte de deseabilidad del accionar humano, la dimensión ética no debe ser confundida con las contingencias históricas en que encarna sus fantasmas” (Fariña, 90-91). E
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En tal sentido, pensar acerca de la formación de psicólogos en esta área, implica no sólo la transmisión de códigos deontológicos sino facilitar el camino para que pueda explayarse la dimensión singular de este profesional/sujeto que se pone en acto en cada intervención profesional; enfatizando el valor de su autonomía, responsabilidad y compromiso profesional para consigo mismo, para con su consultante y para con la comunidad profesional y sociedad en general. 
Para un psicólogo como profesional de la salud, es importante incorporar principios éticos universales para su quehacer en distintos ámbitos, entendiendo así la implicancia e interacción de él con los cuerpos normativos que orientan el ejercicio de su profesión, rescatando la importancia que como psicólogo tiene el deber, el compromiso y la responsabilizar de utilizar su conocimiento y tecnología al servicio de la comunidad, en el desarrollo personal y social de cada una de los sujetos, en el marco de una relación profesional profunda. 
Pero no olvidando que en todo quehacer profesional esta proyectada la manera en que cada uno concibe y percibe al mundo y a cada ser humano; y en ella se plasman una jerarquía de valores que van más allá de los cuerpos normativos que gobiernen su práctica, sino más bien que el comportamiento ético que asume un psicólogo trascienden su profesión hacia su vida cotidiana y viceversa. 
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