Logo Studenta

Experiencias Cercanas a la Muerte - Patrick Theill

¡Este material tiene más páginas!

Vista previa del material en texto

PATRICK THEILLER
Experiencias cercanas
a la muerte
Una señal del Cielo que nos abre
a la vida invisible
PALABRA HOY
Título Original: Expériences de mort imminente
© Group Artège, París 2015
© Ediciones Palabra, S. A., 2016
Paseo de la Castellana, 210 – 28046 MADRID (España)
Telf.: (34) 91 350 77 20 – (34) 91 350 77 39
www.palabra.es
epalsa@palabra.es
© Traducción: Almudena Ligero Riaño
Diseño de cubierta: Raúl Ostos
Diseño de ePub: Erick Castillo Avila
ISBN: 978-84-9061-422-8
Todos los derechos reservados
No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni
la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por
fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor.
http://www.palabra.es/
mailto:epalsa@palabra.es
Escribí este libro en compañía de Marian,
«la pequeña árabe», que fue canonizada
por el Papa Francisco el 15 de mayo de 2015,
justo cuando lo terminé. Se lo dedico a ella.
A mis padres, Marc y Liliane, y a mis suegros,
Paul y Colette, vivos al otro lado del velo…
A mis nietos, que están todos muy vivos
aquí y ahora, ¡gracias a Dios!
Jean-Baptiste, Élisabeth, Marie-Liesse,
François, Félicité, Pierre, Edmée, Albert,
Rémi, Philomène, Basile, Grégoire,
Madeleine, Bernadette, Armand, Joséphine,
Louis, Henri, Gabrielle, Geneviève, Aminthe,
Joseph, Marthe, Marie, Augustin, Étienne,
Jacques, los dos que todavía están
en el vientre de sus madres
y los que aún están por venir…
Sufría. Sufría sin que hubiera nada tangible que fuera la causa de aquel
sufrimiento. Ciertas personas poseen el don de vivir sin interrogarse sobre
quiénes son ni sobre el mundo que les rodea. Yo, en cambio, me sentía
devorado por las preguntas y no había nada que pudiera equipararse a mi
frustración, salvo mi sed de entender. En realidad, soñaba con el día en que
lograra convencerme, tarea harto difícil, de que no había nacimiento sin
muerte, ni muerte sin resurrección. Bajo esa doble condición, la vida
tendría un sentido…
Gilbert Sinoué,
La noche de Maritzburgo
He frecuentado la muerte durante años y sin embargo nada sé de ella,
salvo que me ha privado de aquellos a los que más amaba. ¿Me esperarán
en algún lugar? Deseo creer que sí y no tengo miedo. Porque, si no hay
nadie aguardándonos al otro lado del tiempo, si nadie nos recibe, no lo
sabremos ni sufriremos por ello. Pero, si, por el contrario, nos reciben, sin
duda esa será la fiesta más bella que puedan brindarnos. Con la esperanza
de ese reencuentro, voy a prepararme para unas nupcias eternas.
Christian Signol,
Todo el amor de nuestros padres
No, no he de morir, que viviré,
y contaré las obras de Yavé.
Sal 117, 17
«Yo te aseguro: hoy estarás
conmigo en el Paraíso».
Lc 23, 43
«Esta es la vida eterna:
que te conozcan a ti, el único Dios…».
Jn 17, 3
«En verdad, en verdad os digo:
veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios
subir y bajar sobre el Hijo del hombre».
Jn 1, 51
¡No muero, entro en la vida!
Santa Teresa de Lisieux
PRÓLOGO
El doctor P. Theillier es un buen conocedor de la realidad sobrenatural.
Ha trabajado durante diez años en el Departamento de Constataciones
Médicas del Santuario de Lourdes, relatando el carácter inexplicable de las
curaciones obtenidas en dicho lugar y trabajando con médicos no creyentes
sobre estos fenómenos.
En este trabajo explica lo que significan las curaciones y los milagros
desde la perspectiva de la autoridad competente: se nos habla de lo que
significa el amor de Dios en la vida de los hombres para fortalecer la fe del
Pueblo de Dios y somete estas experiencias a la luz de la ciencia para
determinar su objetividad científica, determinando desde las ciencias
antropológicas su compatibilidad con la fe.
Ante lo inexplicable, la grandeza de la razón le conduce al camino de la
fe. La fe, en este sentido, se entiende como la búsqueda insaciable de la
verdad y sin la razón no se podría dar este proceso de búsqueda. San Juan
Pablo II, en la encíclica Fides et Ratio, afirma: «La fe y la razón son como
dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación
de la verdad, Dios ha puesto en el corazón del hombre el deseo de conocer
la verdad y, en definitiva, de conocerle a Él, para que, conociéndolo y
amándolo, pueda alcanzar también la plena verdad sobre sí mismo» (cfr. Ex
33, 18; Sal 27 [26], 8-9; 63 [62], 2-3; Jn 14, 8; 1 Jn 3, 2).
Una afirmación fundamental del Credo de la Iglesia es la fe en la
resurrección y la vida eterna. No se puede decir ser cristiano y no
profesarla, ya que la resurrección es la culminación de la obra redentora de
Cristo. La apologética cristiana trata de mostrar las afirmaciones
fundamentales de la fe cristiana. El Catecismo de la Iglesia Católica (CIC)
nos recuerda:
«Que del mismo modo que Cristo ha resucitado verdaderamente de
entre los muertos, y que vive para siempre, igualmente los justos
después de su muerte vivirán para siempre con Cristo resucitado y que
Él los resucitará en el último día. Como la suya, nuestra resurrección
será obra de la Santísima Trinidad (cfr. Juan 6, 39-40; 1 Tesalonicenses
4, 14; 1 Corintios 6, 14; 2 Corintios 4, 14; Filipenses 3, 10-11)». «La
resurrección de los muertos es la esperanza de los cristianos; somos
cristianos por creer en ella (cfr. 1 Corintios 15, 12-20)». «Se impuso
como una consecuencia específica de la fe en un Dios creador del
hombre todo entero, alma y cuerpo. Es también Aquel que mantiene
fielmente su Alianza con Abraham y su descendencia; esta esperanza
fue revelada progresivamente por Dios a su Pueblo (cfr. 2 Macabeos 7,
9)». «La esperanza cristiana en la resurrección está totalmente marcada
por los encuentros con Cristo resucitado. Nosotros resucitaremos como
Él, con Él, por Él»[1].
El hecho de la resurrección es anunciado por los apóstoles y da sentido
a la existencia humana (cfr. Hch 2, 23-24; 4, 10). Dios no libró a su Hijo
Jesús de la muerte, lo libró más allá de la muerte, proclamando con ello que
Dios no tiene barreras, que la vida en plenitud es posible. Los apóstoles
descubren la plenitud de vida a la que Dios nos invita, ya desde la tierra y
que se manifiesta más allá de la muerte. Desde esta esperanza, el creyente
es injertado en la misma misión de Jesús para que la vida triunfe sobre la
muerte. En la participación en el camino de Jesús, esto es, en la comunión
con Dios, la vida presente de un ser para la muerte se convierte en una
existencia para la vida, una vida en plenitud, una vida eterna.
La muerte es un dato de experiencia cercana y el morir es un suceso
cotidiano que inevitablemente acontece. En el libro del doctor Theillier se
nos narran las experiencias de personas que afrontan el hecho de la muerte
como algo que hay que asumir con la dignidad propia de la persona
humana.
«Nos podríamos preguntar si el hecho del morir supone una
aniquilación; es decir, ¿que el ser desaparece en la nada, que esta vida
presente es lo único que contamos y lo que tenemos? O ¿podría ser un
efecto positivo de una acción de Dios? Esto último no sería creíble,
porque Dios nos ha creado para la vida y, si Dios destruyese al hombre
a quien ha creado como un valor absoluto, se estaría contradiciendo a
Sí mismo.
Otra posibilidad que nos queda y pudiera darse es la acción
aniquiladora del propio sujeto, y sería hablar de la “autoaniquilación”,
como un acto ligado a la libertad y voluntad humana. Este
razonamiento sería bien simple. El hombre es ontológicamente
dependiente de Dios, de quien ha recibido el ser. El que opta por una
vida sin Dios corta el flujo vital que le une a la fuente de vida, y da
lugar a una especie de suicidio metafísico. Sin el sustento del ser, los
seres son succionados por la nada. Estaríamos ante el resultado de la
opción de independencia radical por la que el ser humano se sitúa al
margen y contra el Dios de la vida, alcanzando por su propia voluntad
la verdadera muerte: la desaparición ontológica. El ser humano, que ha
recibido la vida como don: ¿puededisponer tan absolutamente de ella
hasta el punto de podérsela quitar? A menos que pensemos que la
gracia es algo “superfluo” para la vida humana, es difícil pensar que la
apuesta creadora y salvífica de Dios por su criatura pueda ser anulada
simplemente por la decisión de este, como si no estuviera aconteciendo
nada a su naturaleza y destino humano. No parece que la posibilidad
“aniquilación” sea una respuesta válida a la pregunta creyente por el
más allá, ni una alternativa cristiana a la cuestión de la vida eterna, ni
tan siquiera a la muerte eterna»[2].
Para la persona humana, desde la experiencia de fe, la muerte es el paso
definitivo a una realidad profundamente grabada en el corazón humano: el
deseo de bien, de amor, de eternidad, de plenitud sin fin. La esperanza que
suscita en los enfermos la peregrinación a Lourdes es expresión inequívoca
de la respuesta que Dios, por medio de la Virgen María, concede a sus hijos,
en quienes, más allá de las dificultades y limitaciones, el Amor y la Vida
han derrotado definitivamente a la muerte.
+ MONS. MARIO ICETA
Obispo de Bilbao
INTRODUCCIÓN
¿Quién no ha soñado alguna vez
con visitar el más allá
y regresar para fortalecer su esperanza
e iluminar su existencia terrena?
MICHEL AUPETIT
En este siglo, la sociedad occidental ya no quiere oír hablar de la muerte
y elimina todo lo que tiene que ver con ella, incluso en el vocabulario: la
propia palabra «muerte» se ha convertido en un tabú. Se habla de
«desaparición» o de «final de la vida».
Sin embargo, por mucho que nos empeñemos, a pesar de los progresos
de la medicina y de la longevidad humana, sabemos muy bien que seguimos
siendo mortales y que no podemos dejar de plantearnos la pregunta que está
escrita en el corazón de todos los hombres: ¿hay algo después de la
muerte? ¿La muerte es verdaderamente el final de la vida? ¿La vida se
acaba definitivamente con la muerte?
¿Cómo podemos saberlo? ¿Qué es lo que podría aclarárnoslo?
Los filósofos de la muerte no suelen ser muy convincentes y no saben
enseñarnos a morir… Son las religiones, empezando por el cristianismo, las
que proponen argumentos serios que permiten creer que la existencia
terrena no se acaba con la muerte, que otra vida continúa, que nos
encontraremos con aquellos a los que más amamos en esta vida. Sin
embargo, hace falta tener fe… Por eso preferimos seguir refugiándonos en
la idea de que nadie ha vuelto jamás de la muerte.
No obstante, creamos o no en el cielo, la cuestión nos atormenta: ¿acaso
no tenemos siempre, en el fondo de nuestro ser, ese germen de esperanza
que nos dice que la muerte no agota la vida? Y si, a pesar de todo, lo
tenemos, ¿no sería eso una señal de que la Vida es más fuerte que la
muerte? ¿No sería eso, para cada uno de nosotros, una gran noticia?
Pues bien, en cada época de la historia se producen señales que no
podemos ignorar. En concreto, desde hace cuarenta años hay una
fundamental: se trata de la señal de aquellos que, al parecer, pusieron un pie
en el más allá y regresaron in extremis. ¿Podemos creerlos?
Sabemos que las señales surgen del conocimiento del corazón, que
siempre es libre. Por tanto es necesario examinarlas en profundidad, que es
lo que nos proponemos hacer aquí.
Esta señal procede de aquellas personas –corrientes, como tú y como
yo–, declaradas en estado de muerte clínica, que cuentan que se encontraron
en otro mundo, un mundo magnífico, que tuvieron que abandonar para
volver a la tierra… A partir de entonces, declaran haber vivido una especie
de renacimiento: ya no contemplan la existencia de la misma manera, su
espiritualidad se ve reforzada, sitúan el amor por encima de todas las cosas,
toman conciencia del carácter sagrado de la vida y consideran la muerte
como algo que forma parte de ella. ¡Y ya no vuelven a tener miedo!
Es lo que en inglés se conoce como «NDE», o Near Death Experience,
a partir de la aparición del libro del doctor Raymond Moody, publicado en
1975 y traducido a veintiséis idiomas, con el magnífico título: Life after life
(La vida después de la vida)[3]. A él debemos la popularidad y el carácter
mediático del fenómeno. Actualmente, las NDE se conocen como «ECM» o
«Experiencias Cercanas a la Muerte».
Nosotros, que nunca hemos vivido nada parecido, ¿acaso no solemos
pensar, de manera espontánea, que estos fenómenos son imaginarios, que
son obra de insensatos con una mente frágil o con deseos de hacerse notar?
Toda la problemática consiste en averiguar si verdaderamente somos
capaces de creer en estas experiencias sorprendentes, que cuestionan la
certeza de que nadie puede regresar de la muerte.
Debemos tener en cuenta, sin embargo, que estas manifestaciones
extrañas –en las fronteras de la muerte– parecen haber existido siempre, y
que se han manifestado a lo largo de la historia y en todas las civilizaciones.
Es más, desde hace cuarenta años, gracias a los avances en la reanimación y
a los modernos medios de comunicación, parecen ser cada vez más
frecuentes y conocidas. Incluso podemos llegar a decir que la multitud de
ECM auténticas, que han sido recopiladas y analizadas con distintos
medios, así como la cantidad de obras, estudios, publicaciones y coloquios
científicos que se les consagran, nos impiden dudar sobre su existencia en
este siglo XXI[4]. ¡Pero todavía nos queda analizar lo que representan!
Por insólitas que parezcan, estas experiencias merecen, en efecto, que
nos detengamos y nos tomemos la molestia de juzgarlas de manera objetiva,
al igual que haríamos con otras manifestaciones en principio extrañas. Ese
es el objetivo de este libro.
Por supuesto, no debemos ser ingenuos: si realizamos una búsqueda en
internet, podemos encontrar todo tipo de historias sobre la vuelta a la vida, a
menudo disparatadas, que nos llevan a pensar si no se trata de un nuevo
filón del que algunos se están aprovechando, especialmente la confusa New
Age. Los libros sobre el más allá llenan los estantes de las librerías y se
sitúan en la sección: «Esoterismo y fenómenos paranormales»… En este
mundo irracional, ha habido muchas personas que enseguida se han sumado
a este fenómeno y que utilizan estos hechos sorprendentes para llevar el
agua a su molino y hacernos creer lo que ellos quieren…
¿Debemos, sin embargo, dejar estos fenómenos en manos del mundo
esotérico y encerrarnos únicamente en nuestra tradición, sin buscar más
allá?
Reconozco que no es fácil abordar la realidad de estas manifestaciones
tan complejas, en principio, aisladas, subjetivas, y muy a menudo ignoradas
o mal analizadas, en esta ocasión en nombre de un racionalismo demasiado
radical, tanto en el mundo científico clásico, todavía sumamente
cientificista, como en el mundo religioso, ya sea demasiado conservador
(incapaz de salirse de sus propios esquemas…) o demasiado progresista
(tendente a encerrarse en las ideas científicamente correctas del mundo…).
Es innegable que, en su gran mayoría, los científicos rechazan estas
manifestaciones, que consideran fruto –de una forma u otra– de un proceso
cerebral. Sin embargo, por sorprendente que parezca, veremos que estos
acontecimientos resisten los estudios críticos más serios y además
cuestionan el dogma de la conciencia como un mero producto del cerebro.
Entre los católicos, que profesan la fe en la vida eterna de acuerdo con
el Credo («Creo… en la resurrección de la carne y la vida eterna»),
paradójicamente la tendencia general consiste en dudar también de estos
fenómenos, que suelen considerarse prescindibles y difíciles de integrar. Es
cierto que no son necesarios para la fe, ¿pero no podrían resultar de gran
ayuda en nuestro mundo secularizado, en el que la realidad de las cosas
invisibles plantea tantos problemas? Y más ahora, cuando muchos
cristianos ya no se sienten arraigados en la certidumbre de que existe una
vida después de la muerte y solo la ven como una vaga posibilidad[5]…
Este libro tiene como único objetivo comprender, de la manera más
objetiva posible, las Experiencias Cercanas a la Muerte, de acuerdo con la
ciencia y la fe(la fe católica, la única que conozco en profundidad[6]).
Por tanto, me gustaría consolar tanto a los creyentes como a los no
creyentes –todos lo necesitamos– en la esperanza de que la muerte no tiene
ni mucho menos la última palabra.
Comenzaré exponiendo los hechos a partir de varios escritos y
testimonios de aquellos que los han vivido. A continuación los
examinaremos a la luz de la ciencia y de la religión cristiana, reflexionando
sobre lo que estos aportan tanto a la razón como a la fe, convencido como
estoy de que no hay ningún tipo de oposición entre ambas. Este tema es un
buen ejemplo de ello.
Quiero dejar claro que yo nunca he vivido un fenómeno parecido. Por
tanto es justo preguntarme: ¿qué legitimidad tengo para hablar de ello? He
querido profundizar en este tema tanto como médico como católico, pues
contribuye precisamente al diálogo cada vez más necesario entre razón y fe,
algo que ya he intentado hacer en mis otros libros.
Debo confesar que, cuando era joven, me impresionó mucho el libro del
doctor Moody. En él descubrí por fin a un colega que se atrevía a salirse del
consenso que adoptó el mundo de la medicina respecto a estos temas: que
ante ellos solo cabía hablar de algo «psicosomático». Esto orientó mi
práctica hacia una «medicina de la persona», en el sentido más profundo del
término, y me llevó, cuando terminé la carrera, a ejercer como médico
responsable del Departamento de Constataciones Médicas de Lourdes, con
el objetivo de verificar los testimonios de curaciones que podían ser de
origen milagroso.
He encontrado numerosas similitudes entre estas experiencias cercanas
a la muerte y otros fenómenos extraordinarios, como las curaciones
milagrosas, las apariciones marianas o las experiencias de ciertos místicos
(en algunos casos reconocidas por la Iglesia católica después de largos y
profundos estudios). He dedicado un capítulo a ese tema. Dentro de esa
misma perspectiva, también he intercalado en los capítulos pasajes de las
Escrituras, que en ocasiones se corresponden de manera asombrosa con los
hechos, y he añadido reflexiones o vivencias muy diversas que sirven para
ilustrar el tema.
Que cada uno saque su propia conclusión.
Hermanos, no queremos que estéis en la ignorancia respecto de los
muertos, para que no os entristezcáis como los demás, que no tienen
esperanza.
(1 Ts 4, 13-14)
1.er testimonio:
«¡NO HAY QUE TENER MIEDO
A LA MUERTE!»
Este es el relato de un testimonio
recogido en Lourdes. Advirtamos
que la curación se produce
al mismo tiempo que la ECM,
algo que no es infrecuente
(cfr. Capítulo 7).
MICHEL DURAND nació en 1933 y es el mayor de once hermanos. Casado
y padre de dos hijos, es un hombre con los pies en la tierra, muy
comprometido con diversas asociaciones y teniente de alcalde de su
municipio.
En 2003 sufrió de pronto una crisis aguda de colecistitis (una grave
inflamación de la vesícula biliar), lo que le provocó una perforación en el
conducto colédoco y en el intestino, una septicemia y una infección en la
base de los pulmones. Una pancreatitis terminó de agravar su estado. En
definitiva, solo podía esperarse lo peor. Era necesaria una intervención
urgente de alto riesgo.
En un momento dado sufrió un paro cardiaco: estaba clínicamente
muerto. En aquel entonces, su sobrino más joven, dominico, hijo de su
hermana más pequeña, la número once de la familia, se encontraba en
Lourdes rezando por su tío. Concretamente iba a las piscinas a bañarse por
él. Sorprendentemente, el equipo de reanimación consiguió poner en
marcha su corazón y, a partir del día siguiente, el enfermo pudo levantarse y
su estado de salud empezó a mejorar rápidamente. Cuatro semanas después
pudo regresar a su domicilio. Cuando volvió a encontrarse con su cirujano
siete semanas después, este le recibió exclamando: «¡Aquí tenemos al
hombre que se salvó por un milagro!».
La historia me la contó primero el sobrino, el 6 de octubre de 2004,
durante la peregrinación del Rosario de Lourdes, cuando yo era el médico
responsable del Departamento de Constataciones Médicas. Me encontré con
su tío el día 8 de ese mismo mes y, más tarde, volví a verlo en octubre de
2006. Muy tranquilo, me dijo que prefería no atribuirlo a un milagro y que,
al fin y al cabo, los médicos habían hecho bien su trabajo, lo cual era cierto.
Sin embargo, finalmente reconoció: «Esta curación me la concedió la
Virgen. Y para mí, que le tengo una gran devoción, es una gracia muy
grande». Más tarde, mientras seguíamos hablando, se decidió por fin a
contarme la experiencia de «muerte clínica» que había vivido:
En un momento dado se abrió una puerta y vi una poderosa luz
blanca ante mí. En mi caso no había ningún túnel. Estaba solo en un
espacio claro, tranquilo, relajante, indescriptible. Me dirigía a un lugar
formidable, maravilloso. ¿Cuánto tiempo duró aquello? No lo sé. Ya
no existía el tiempo. En cualquier caso, era algo muy agradable. Una
especie de felicidad, de bienestar, de plenitud. Todo era bello, todo
estaba en calma. ¡Me resulta imposible describir lo bien que me sentí!
Me encontraba en una perfecta beatitud. ¡Lo peor fue cuando tuve que
volver a la triste realidad, otra vez entubado por todas partes!
Todo esto te lleva a pensar. Después, estuve mucho tiempo hablando de
ello. Soy consciente de que estuve en un momento crítico: mi cuerpo se
encontraba en otra parte. Más tarde me dije que debía dar testimonio de
aquella curación inexplicable a aquellos que quisieran escucharme. Decirles
que verdaderamente hay algo después. Ya no vuelves a ver el final en la
tierra de la misma manera. Relativizas y dejas de ver la vida desde la misma
perspectiva. Te sientes feliz de haberla vivido. Te entran ganas de dar las
gracias. Ganas de rezar con un espíritu de alabanza, de agradecimiento, no
de pedir.
Ya no vuelves a estar deprimido. Si eso es la muerte, entonces no hay
que tenerle miedo. El día que se presente, ya no la veré como un fin en sí
misma. Tengo la impresión de haberla vivido ya, tal vez para dar testimonio
de ella a los que me rodean.
* * *
UN CUENTO
Dos gemelos en el vientre de su madre…
—Oye, ¿tú crees que vamos a quedarnos aquí mucho tiempo?
—Nos quedaremos aquí para siempre, eso está claro. ¡Aquí se está
muy a gusto!
—No sé. Yo tengo la impresión de que después hay otra cosa.
—¿Otra cosa?
—Sí, otra vida. Yo creo que estamos aquí para fortalecernos y
prepararnos para lo que nos espera.
—Eso no tiene sentido. No hay un después. Lo que dices es una
estupidez. ¿Por qué va a haber otra cosa? Yo no me imagino una vida más
allá del vientre.
—Pues hay un montón de historias sobre «el otro lado». Dicen que
«allí» hay mucha luz, que hay muchas alegrías y emociones, muchas
cosas por vivir… Dicen, por ejemplo, que «allí» se come con la boca.
—¡Menuda tontería! Ya tenemos el cordón umbilical para
alimentarnos. ¡Todo el mundo lo sabe! ¡Nadie se alimenta por la boca!
Además, nadie ha vuelto jamás de esa «otra vida» en la que tú crees. Todo
eso son cuentos. La vida se termina con el parto. Es así. No queda más
remedio que aceptarlo.
—Perdona, pero no estoy de acuerdo. Desde luego, no sé cómo será
exactamente la vida después del parto y no puedo probarlo. Pero sí que
creo en la vida que viene después: veremos a nuestra mamá y ella nos
querrá y nos cuidará.
—«¿Mamá?». ¿Me estás diciendo que crees en «mamá»? ¡Ja! ¿Y
dónde está?
—En todas partes, ¿no te das cuenta? Está ahí fuera, en todas partes, a
nuestro alrededor. Estamos hechos de ella y gracias a ella existimos. Sin
ella no estaríamos aquí.
—¡Eso es absurdo! Jamás he visto a ninguna «mamá». ¡No existe!
—No estoy de acuerdo. Esa es solo tu opinión. Porque a veces, cuando
todo está en calma, puedes oírla cantar… Puedes sentirla cuando acaricia
nuestro mundo… Estoy seguro de que nuestra verdadera vida empezará
después del parto.
¿Qué es una ECM?
Eliminad lo sobrenatural
y solo os quedará lo antinatural.
G. K. CHESTERTON
Una ECM «clásica»
Cada ECM es única, personal y, aun así, todas presentan similitudes
sorprendentes. En este librose muestran numerosos ejemplos. No obstante,
me parece útil retomar la primera versión, que ofreció el doctor Raymond
Moody en su primer libro, en el que se recogían 150 testimonios:
Un hombre se está muriendo y, cuando llega al momento de mayor
agotamiento o dolor físico, oye que su médico lo declara muerto (…).
Siente que se traslada rápidamente por un túnel largo y oscuro. A
continuación, se encuentra de repente fuera de su cuerpo físico, pero
todavía en su entorno inmediato, y contempla su cuerpo desde fuera,
como un espectador (…). Al rato se sosiega y empieza a
acostumbrarse a su extraña condición. Se da cuenta de que sigue
teniendo un «cuerpo», aunque este es de naturaleza diferente y tiene
unos poderes distintos a los del cuerpo físico que ha dejado atrás.
Enseguida empieza a ocurrir algo. Otros vienen a recibirlo y a
ayudarle. Ve los espíritus de parientes y amigos ya fallecidos y aparece
ante él un espíritu amoroso y cordial que nunca antes había visto –un
ser luminoso–. Este ser, sin utilizar el lenguaje, le pide que evalúe su
vida (…). En determinado momento se aproxima a una especie de
barrera o frontera, que parece representar el límite entre la vida terrena
y la otra. Descubre que debe regresar a la tierra, que el momento de su
muerte aún no ha llegado. Se resiste, pues ha empezado a
acostumbrarse a las experiencias de la otra vida y no quiere regresar
(…). Más tarde trata de hablar de su experiencia con los que le rodean,
pero le resulta problemático hacerlo, ya que no encuentra palabras
humanas adecuadas para describir esos episodios sobrenaturales (…).
No obstante, esta experiencia afecta profundamente su existencia,
sobre todo sus ideas sobre la muerte y su relación con la vida[7].
Las ECM no son fenómenos raros o aislados. En Estados Unidos, según
Kenneth Ring, hay cerca de 8 millones de personas que dicen haber vivido
este tipo de experiencias (un 30 por ciento de personas que han rozado la
muerte)[8]: no se trata, por tanto, de un hecho excepcional. De hecho, se ha
inventado un neologismo para designar a estas personas, tomado
directamente del inglés (experiencer), o traducido: «experimentador».
En 1998 Jeffrey Long, que se califica a sí mismo como un «hombre de
ciencia», crea la Near-Death Experience Research Fondation (Fundación
para la Investigación de las Experiencias Cercanas a la Muerte) y una
página web[9] para recopilar el mayor número posible de testimonios a
partir de un formulario detallado con unas cien preguntas. Más de 1.300
personas contestaron el formulario durante los diez primeros años, de todas
las partes del mundo y de todas las creencias y razas. Como dice J. Long en
el libro que publicó sobre el tema:
Su deseo de dar testimonio dice mucho sobre el impacto que puede
tener una ECM en la vida de una persona. Los participantes
describieron su ECM de distintas formas, calificándola de «indecible»,
«inefable», «inolvidable» e «indescriptible». Más del 95 por ciento la
percibió como algo «completamente real» y el resto la consideró
«probablemente real». Nadie la calificó de «totalmente irreal».
Algunos la describieron como lo mejor que les había pasado en la
vida[10].
Según los estudios epidemiológicos, los testimonios de ECM serían más
frecuentes en el caso de las personas menores de 60 años. Pero las ECM
también se dan en niños, algunos de menos de cuatro años (cfr. el 2.º
testimonio): estos no saben qué es la muerte ni están condicionados desde el
punto de vista cultural ni religioso; y, ciertamente, nunca han oído hablar de
una ECM. ¡Y, aunque hubieran oído hablar, tampoco la entenderían!
Se han descrito numerosas circunstancias en las que se han producido
ECM, entre ellas, paro cardiaco (muerte clínica), choque hemorrágico,
traumatismo cerebral o hemorragia intracerebral, ahogamiento o asfixia.
Pueden producirse experiencias similares en el caso de patologías graves
que no suponen una amenaza inmediata para la vida, en la fase terminal de
una enfermedad, durante un episodio crucial de la existencia (por ejemplo,
cuando un paciente escucha que le han declarado muerto), o cuando la
persona tiene la impresión de encontrarse en una situación peligrosa (por
ejemplo, justo antes de un accidente de coche o escalando una montaña): se
las suele llamar las «visiones de los moribundos».
Solo entre un 20 y un 30 por ciento de las personas que están al borde
de la muerte tienen una ECM. Es imposible predecir quién puede ser
susceptible de vivir una ECM al acercarse a la muerte: no hay forma de
saberlo con antelación. Por otro lado, estas experiencias pueden vivirlas
personas muy diferentes. Dicen haberlas experimentado niños, personas
mayores, científicos, médicos o religiosos. Tampoco se dan más entre los
creyentes que entre los ateos.
Debemos señalar que no se puede vivir una ECM voluntariamente ni
inducirla de manera experimental en un paciente, ni desde el punto de vista
físico ni ético. También hay que mencionar que actualmente se conocen
experiencias similares a las ECM, que han manifestado personas que no
estaban a las puertas de la muerte ni gravemente enfermas. Raymond
Moody habla también de «experiencias de muerte compartida» o de «ECM
empáticas», que se manifiestan en el momento de la muerte de una persona
cercana. Algunas personas viven una ECM en un momento de extrema
angustia por la muerte, como en el caso de Marino Restrepo, prisionero de
las FARC en Colombia, cuya vida quedó completamente transformada por
dicha experiencia[11].
En realidad se trata de experiencias cercanas a las experiencias
carismáticas o místicas, en las que uno se encuentra en un estado límite.
Pero, aunque sean parecidas, no conviene confundirlas.
Las diferentes fases
Vamos a analizar las diferentes fases –posibles, aunque no obligatorias y
no necesariamente en este orden–, que volveremos a retomar en cualquier
momento para aclarar ciertos aspectos, tanto en el plano científico como en
el religioso.
Yo he registrado nueve[12]:
1. La «descorporeización» o salida del cuerpo.
2. El cambio de estado del «cuerpo».
3. El paso por un «túnel».
4. El contacto con otras «personas espirituales».
5. El encuentro con un «ser de luz».
6. Un examen de la propia vida.
7. El sentimiento de paz y tranquilidad.
8. El regreso.
9. Las repercusiones en la conducta vital.
Para ilustrar este capítulo, para cada fase retomaré algunos fragmentos
de un libro publicado en 1992 que guardo como un tesoro en mi biblioteca.
Se llama He visto la luz[13]. Su autora, Betty J. Eadie, de madre india y de
padre de raíces irlandesas y escocesas, sufrió todos los dramas de una
infancia rota: divorcio de los padres, estancia en un orfelinato, separación
de sus hermanos y hermanas, fracaso de un primer matrimonio… Casada en
segundas nupcias con Joe, con el que tuvo ocho hijos, se quedó viuda en
2011. Tiene quince nietos y siete bisnietos.
Recibió una educación católica desafortunada y terriblemente estricta.
Después se convirtió a la Iglesia de los Santos de los Últimos Días (los
mormones), donde después de su ECM asumió responsabilidades.
«Muerta» el 18 de noviembre de 1973 a los treinta y un años, a
consecuencia de una intervención quirúrgica (extirpación parcial del útero,
que le provocó una hemorragia cataclísmica), y después vuelta a la vida,
Betty ofreció de su aventura en el más allá un relato extremadamente
detallado y particularmente interesante. Necesitó diecinueve años y muchos
ánimos (que recibió en las numerosas conferencias que dio sobre el tema)
para escribir su libro. No todo lo que escribió debe tomarse al pie de la letra
puesto que, con el tiempo, hay mucha tendencia a embellecer e idealizar los
momentos agradables que hemos vivido en el pasado[14]. Pero no se puede
dudar de su testimonio. ¡Es evidente que no se lo inventó! Solo voy a
retomar lo que se corresponde a las diferentes fases.
Por otro lado, me ha parecido interesante relacionar las diferentes etapas
con distintos pasajes de las Escrituras, así como con otras señales.
1) La «descorporeización»
La descorporeización,que los anglosajones llaman Out of body
experience (OBE) (salida del cuerpo), es la experiencia –subjetiva– del ser
humano de salir de su propio cuerpo. Suele constituir la primera etapa de
las ECM (aproximadamente en el 45 por ciento de los casos). Los
testimonios coinciden: la mayoría de las veces, la persona suele encontrarse
en el techo de la sala de reanimación, desde donde observa, con la más
absoluta serenidad, a los médicos y a las enfermeras atareados en torno a su
cuerpo, cambiando las bolsas de suero y ocupándose de diversas tareas.
Más tarde pueden verificar la exactitud de los comportamientos y las
palabras percibidas.
Veamos cómo lo cuenta Betty en el capítulo 4 de su libro:
Oí un leve zumbido en la cabeza y me hundí cada vez más, hasta
que sentí mi cuerpo inmóvil y sin vida. Luego, una oleada de energía
me recorrió. Era como si experimentara una descarga o un
desprendimiento en mi interior. De pronto mi alma salió del pecho y se
elevó hacia lo alto, como atraída por un enorme imán. Mi primera
impresión fue de libertad. No había nada antinatural en la experiencia.
Me encontraba encima de la cama, suspendida cerca del techo. La
sensación de libertad no tenía límites y parecía como si siempre
hubiera estado así. Giré y vi un cuerpo que yacía sobre la cama. Sentí
curiosidad por saber quién era e, inmediatamente, empecé a descender
hacia él. Debido a mi experiencia como enfermera, estaba
familiarizada con el aspecto de los cuerpos muertos y, al acercarme a
su rostro, enseguida me di cuenta de que estaba sin vida. ¡Luego supe
que era el mío! Aquel cuerpo sobre la cama era el mío. No me
sorprendí, ni me asusté; solo sentí cierta simpatía por él. Parecía más
joven y bello de lo que recordaba y ahora estaba inerte. Era como si
me hubiese quitado una prenda usada y la hubiese abandonado para
siempre: una decisión equivocada, porque todavía tenía buen aspecto.
Hasta entonces nunca me había contemplado en tres dimensiones. Solo
me había mirado en espejos y superficies planas. Pero los ojos del
alma ven más dimensiones que los ojos del cuerpo mortal. Contemplé
mi cuerpo desde todos los ángulos a la vez: por delante, por detrás y
por los lados. Vi aspectos de mis facciones hasta entonces
desconocidos (…). Tal vez por eso no me reconocí en un principio[15].
El doctor Jeffrey Long señala:
Hemos recibido numerosas ECM en las que la conciencia sale del
cuerpo y se aleja de él. Por ejemplo, un paciente sufre un paro cardiaco
y su conciencia abandona el quirófano y viaja a la cafetería, donde se
encuentra con su familia. Puede ver y escuchar su conversación. Y más
tarde se verifica todo; todo lo que ha dicho es exacto. Es
extraordinario, pero tenemos numerosos ejemplos así. Y casi nunca se
trata de algo impreciso. Me sorprendería mucho que tuviéramos a
alguien que hubiera manifestado observaciones falsas. El escaso
porcentaje de observaciones inexactas se refieren a un detalle o dos.
Las observaciones realizadas fuera del cuerpo, la realidad de lo que
ven estas personas cuando están inconscientes, en estado de muerte
clínica, y la realidad de lo que ven cuando están alejadas de su cuerpo,
son una de las pruebas más poderosas que tenemos de la autenticidad
de las ECM[16].
La ciencia clásica ni siquiera logra imaginar un hecho parecido. En lo
que se refiere a la teología, lo abordaremos desde el punto de vista
antropológico, citando el capítulo 12 de la segunda carta a los corintios:
Sé de un hombre en Cristo, el cual hace catorce años –si en el
cuerpo o fuera del cuerpo no lo sé, Dios lo sabe– fue arrebatado
hasta el tercer cielo. Y sé que este hombre –en el cuerpo o fuera del
cuerpo no lo sé, Dios lo sabe– fue arrebatado al paraíso y oyó
palabras inefables…
(2 Co 12, 2-4)
2) El cambio de estado del «cuerpo»
La conciencia y la lucidez se refuerzan con emociones o sentimientos
intensos y generalmente positivos.
Mi cuerpo actual era ingrávido y extremadamente móvil, y aquel
estado tan distinto me fascinaba. A pesar de que unos momentos antes
aún sentía el dolor de la operación, ahora no experimentaba
incomodidad alguna. ¡Me encontraba perfectamente! Y pensé: «Así es
como soy en realidad»[17].
En ese momento, Betty se acuerda de su familia y se da cuenta de que
puede abandonar su habitación atravesando las paredes, ser propulsada,
según ella, «a una velocidad sorprendente», observar a su familia sin que se
den cuenta y volver en un instante a su habitación del hospital. «Vi mi
cuerpo que todavía yacía en la cama, a unos setenta y cinco centímetros por
debajo de mí y ligeramente ladeado hacia la izquierda (…)».
El experimentador, por tanto, ya no tiene un cuerpo material y opaco,
pero aun así sigue teniendo un cuerpo. ¿Cómo llamarlo? ¿Cuerpo
«místico», cuerpo «espiritual», cuerpo «glorioso»?
En el mundo esotérico se habla de «cuerpo sutil» o de «cuerpo astral»,
intermediario entre el cuerpo físico y el espíritu, de naturaleza energética,
ondulante, capaz de liberarse del cuerpo físico, de viajar –se habla de «viaje
astral»– y de entrar en contacto con otras «entidades».
En cualquier caso, lo que está claro es que la ciencia clásica no está
abierta en absoluto a este tipo de fenómenos. ¿Podría la física cuántica
plantearse esta posibilidad?
Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando
cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se
encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos.
(Jn 20, 19)
3) El paso por un «túnel»
Consiste (en un tercio de los casos) en el paso a gran velocidad por un
túnel, que conduce a un territorio desconocido del que solo se sabe que «no
es terrestre», puesto que no se parece a nada conocido sobre la tierra.
El cuadro de El Bosco llamado Ascensión al Empíreo es un bello
ejemplo. Aquellos que lo han vivido declaran: «¡Es exactamente así!».
Normalmente (aproximadamente, en dos tercios de los casos), al final
del túnel brilla una luz blanca, seductora, tan resplandeciente «como un
millón de soles», pero en absoluto cegadora. Retomemos el testimonio de
Betty (capítulo 5: «El túnel»):
Betty cuenta que se halló «en presencia de una energía inmensa» y
que, aunque dicha energía era terrible, se sintió «invadida por una
sensación placentera, casi hipnótica».
Se estaba produciendo un proceso de curación: «Aquel torbellino estaba
lleno de amor, y yo me hundí en la profundidad de su negrura y su calor y
gocé de su paz y su seguridad. Pensé: “Debe de ser aquí donde se encuentra
el valle de la sombra de la muerte”. Jamás había sentido tal serenidad».
Las personas se encuentran en un lugar en el que el espacio y el tiempo
son diferentes. Se tiene la impresión de entrar en otro mundo, de tener
acceso a un conocimiento especial del universo, de descubrir reinos
celestes, espirituales.
Noche ya no habrá; no tienen necesidad de luz de lámpara ni de
luz del sol, porque el Señor Dios los alumbrará y reinarán por los
siglos de los siglos.
(Ap 22, 5)
4) El descubrimiento de otras «personas»
Las personas que viven una ECM declaran haberse encontrado con
seres queridos, fallecidos antes que ellos, casi siempre parientes cercanos,
que conocían o que no conocían de antes, o con figuras espirituales.
¿Debería hablarse de «personas», de «seres místicos» o de «espíritus»? En
cualquier caso, no se trata de simples espíritus: resultan reconocibles,
hablan, etc. Todos los testimonios coinciden.
En aquel lugar vi a personas que sabía muertas. Nadie pronunció una
palabra, pero era como si supiera lo que estaban pensando al mismo tiempo
que ellas. Sabía que conocían todos mis pensamientos. Sentía una paz que
desafiaba todo entendimiento. Se trataba de un sentimiento maravilloso.
Estaba en plena euforia y tenía la impresión de ser una con todo lo que me
rodeaba[18].
Sucedió, pues, que murió el pobre y fue llevado por los ángeles
al seno de Abraham. Murió también el rico y fue sepultado. Estando
en el Hades entre tormentos, levantó los ojos y vio a lo lejos a
Abraham, y a Lázaro en su seno.
(Lc 16, 22-23)
5) El encuentro con un «Serde luz»
El encuentro con un Ser de luz del que emana un amor infinito,
incondicional, es una experiencia inefable. Se repiten sin cesar las mismas
expresiones:
Imaginad una luz hecha de una absoluta comprensión y de un
perfecto amor; el amor que emanaba de la luz era inimaginable,
indescriptible.
Fabienne, una mujer de cincuenta años que sufrió un coma diabético
con doce años y a la que dieron por muerta, puesto que llegaron a enviar su
cuerpo al depósito, no ha olvidado jamás esta experiencia y afirma:
Me encontré con una Luz que no era nada más que Amor.
Un joven soldado americano, George Ritchie, presa de la fiebre durante
un entrenamiento demasiado intenso y dado por muerto, cuenta su
descubrimiento de la fuente luminosa[19]:
Era Él. Era demasiado brillante para mirarlo de frente. Entonces vi
que no se trataba de una luz, sino de un Hombre que había entrado en
la habitación o, mejor dicho, de un Hombre hecho de luz… Me
incorporé y, mientras me levantaba, tuve una absoluta certeza: «Estás
en presencia del Hijo de Dios (…)». Y por encima de todo, con la
misma y misteriosa certeza interior, supe que aquel Hombre me
amaba. Más que poder, lo que emanaba de su presencia era un amor
incondicional. Un amor asombroso. Un amor que iba más allá de mis
sueños más insensatos…
Este encuentro con el Ser de luz es lo que parece transformar por
completo a las personas que viven esta experiencia.
Es cierto que podría tratarse de un ángel, pero la mayoría de los
testimonios coinciden en que en realidad se trata de una presencia divina. El
doctor Moody ofrece un gran número de testimonios sobre la luz en sus dos
obras:
Lo característico es que, en su primera aparición, la luz es débil,
pero rápidamente se va haciendo más brillante, hasta que alcanza un
resplandor sobrenatural (…). A pesar de la inusual manifestación de
luz –prosigue el doctor Moody–, nadie parece dudar de que se trata de
un ser, un ser luminoso. Todos afirman que es un ser personal, que
tiene una personalidad bien definida. El amor y la calidez que emanan
de él hacia el moribundo no pueden expresarse con palabras[20].
Un testimonio recogido en su libro señala:
Trataba de llegar a aquella luz, pues sentía que era Cristo. No era
una experiencia aterradora. Al contrario, resultaba hasta cierto punto
agradable. Enseguida relacioné la luz con Cristo, quien dijo: «Yo soy
la luz del mundo». Me dije a mí misma: «Si es así, si voy a morir, ya
sé lo que me espera al morir: esa luz».
En otro de sus libros, Más allá la luz[21], un experimentador explica lo
siguiente:
Me quedé en la Luz largo rato. Sentía que todos los seres que
estaban allí me amaban. Todo el mundo era feliz. Me di cuenta de que
la luz era Dios.
En lo que se refiere a Betty, esto es lo que cuenta en el capítulo 6,
llamado «En brazos de la luz»:
Vi un puntito de luz en la distancia. La masa negra que me rodeaba
empezó a adquirir la forma de un túnel. Yo lo atravesaba a una
velocidad aún mayor y me precipitaba hacia la luz. Me sentía
instintivamente atraída hacia ella (…). Al acercarme percibí en su
centro la figura de un hombre de pie, que irradiaba luz a su alrededor.
A menor distancia, la luz se hizo más brillante –con un brillo ajeno a
toda descripción; más brillante que el sol– y supe que los ojos
humanos no podrían contemplar aquella luz sin abrasarse. Solo los
ojos espirituales eran capaces de soportarla y apreciarla. A medida que
me aproximaba a ella, comencé a adoptar una posición erguida. Vi que
la luz de su entorno inmediato era dorada, como si su cuerpo entero
tuviera un halo dorado a su alrededor, y podía discernir que el halo
dorado brillaba en todas las direcciones y se abría en una magnífica y
resplandeciente blancura que se extendía a bastante distancia. Sentí
que su luz se fundía literalmente con la mía y que mi luz era atraída
por la suya. Era como si hubiese dos lámparas en una habitación,
ambas encendidas, y su luz se fundiera en una. Resultaba difícil
distinguir dónde terminaba una y dónde empezaba la otra.
Sencillamente eran una. Aunque su luz era mucho más brillante que la
mía, yo sabía que también mi luz nos iluminaba. Cuando nuestras
luces se fundieron, sentí como si me hubiese unido a su semblante y
experimenté una inmensa explosión de amor. Era el amor más
incondicional que había sentido nunca y, al verle abrir los brazos para
recibirme, me dirigí a él y recibí un gran abrazo. Repetía una y otra
vez: «Estoy en casa. Estoy en casa. Por fin estoy en casa». Sentí su
espíritu infinito y supe que siempre había formado parte de Él, que en
realidad nunca me había alejado de Él (…). No cabía duda de quién
era. Era mi Salvador, mi amigo y mi Dios. Era Jesucristo, que me
había amado siempre, incluso cuando creía que me odiaba. Era la
misma Vida, el mismísimo Amor, y su Amor me llenaba de alegría
hasta desbordarme.
Seis días después, toma Jesús consigo a Pedro, a Santiago y a su
hermano Juan, y los lleva aparte, a un monte alto. Y se transfiguró
delante de ellos: su rostro se puso brillante como el sol y sus
vestidos se volvieron blancos como la luz.
(Mt 17, 1-2)
6) Un examen de la propia vida[22]
Generalmente, consiste en que el moribundo contempla la película de su
vida (o fragmentos de su existencia), que pasa ante él en un instante. El Ser
de luz parece saberlo todo sobre él y normalmente le formula la siguiente
pregunta: «¿Qué has hecho con tu vida?». Y lo hace con mucha ternura, sin
censuras ni reproches pero, al mismo tiempo, con toda la exigencia del
amor.
La propia Fabienne, «fallecida» a los doce años, sostiene que hizo un
examen sobre todos los actos de su corta existencia, y que sintió alegría y
tristeza por las personas con las que vivió y se interrelacionó. Betty habla
del momento en el que se encuentra con el Ser de luz, al que ella considera
su Señor:
Sabía que Él conocía todas mis faltas y pecados, pero que, en aquel
momento, todo eso carecía de importancia. Él solo quería abrazarme y
compartir su amor conmigo, al igual que yo quería compartir mi amor
con Él.
En el superventas de Moody se dice:
Cuando apareció el Ser de luz, lo primero que me dijo fue:
«Muéstrame qué has hecho con tu vida», o algo parecido. En ese
momento comenzaron las visiones del pasado (…). No estaba tratando
de informarse de lo que había hecho –lo sabía perfectamente–, sino
que elegía determinados momentos de mi vida y los ponía ante mí para
recordármelos. Durante todo aquel tiempo, no perdió ocasión de
subrayar la importancia del amor (…). Otra de las cosas que le
interesaba mucho era el conocimiento (…). Me dijo que es una
necesidad permanente, por lo que tuve la sensación de que este debe
continuar después de la muerte. Yo creo que su objetivo al hacerme ver
aquellas escenas era enseñarme.
En un libro de Kenneth Ring se explica lo siguiente[23]:
Al instante, mi vida entera quedó al desnudo y se abrió a aquella
Presencia maravillosa, «Dios». Sentí su perdón por todo lo que me
avergonzaba en mi vida, como si todo aquello careciera de
importancia. Me preguntó –aunque no intercambiamos una sola
palabra; se trataba de una comunicación directa, mental, instantánea–
«qué había hecho para ayudar y hacer progresar la especie humana».
Al mismo tiempo, toda mi vida se presentó al instante ante mí y él me
enseñó y me hizo entender qué era lo importante. No quiero ir más
allá, pero creedme cuando digo que todo lo que yo consideraba poco
importante fue lo que me salvó; lo que creía importante carecía de
valor.
Vosotros juzgáis según la carne; yo no juzgo a nadie; y, si juzgo,
mi juicio es verdadero.
(Jn 8, 15-16)
7) El sentimiento de paz y tranquilidad
Se trata de algo profundo, que supera cualquier experiencia que pueda
existir en la vida cotidiana, con una conciencia y una lucidez intensificadas.
Sin saber cómo, me invadió una paz inesperada. Me encontré
flotando encima de mi cama y debajo vi mi cuerpo inconsciente.
Apenas tuve tiempo de darme cuenta de la extrañeza de la situación –
que estaba fuera de mi cuerpo–. Enseguida se me unió un ser radiante,bañado de una luz blanca y brillante. Al igual que yo, aquel ser volaba,
pero no tenía alas. Sentí un temor reverencial cuando me volví hacia
él; no se trataba de un ángel común ni de un espíritu, pero me lo
habían enviado para liberarme. De aquel ser emanaban tanto amor y
tanta bondad, que sentí que estaba en presencia del Mesías[24].
Os dejo la paz, mi paz os doy; no os la doy como la da el
mundo. No se turbe vuestro corazón ni se acobarde.
(Jn 14, 27)
8) El regreso
Puede ser voluntario o involuntario, pero siempre es difícil. Las
personas dudan a la hora de volver «a la tierra», ¡porque se está tan bien
donde están! Después de esta experiencia, generalmente descrita como
maravillosa y luminosa, ¡el regreso al «mundo de los vivos» se acepta a
regañadientes!
Vi a Cristo, pero la luz que surgía de Él era tan brillante que en
circunstancias normales me habría cegado. Tenía la impresión de que
quería quedarme allí para siempre, pero alguien, que debía de ser mi
ángel de la guarda, me dijo: «Debes regresar al lugar de donde viniste,
porque todavía no te ha llegado la hora». A continuación sentí una
especie de vibración y me encontré otra vez donde estaba[25].
Betty cuenta en el capítulo 18, titulado «Mi regreso»:
No hubo lugar para el adiós; sencillamente me encontré de nuevo en la
habitación del hospital. La puerta seguía abierta, la luz estaba encendida en
el lavabo y mi cuerpo yacía bajo las mantas (…). Sufrí una serie de
convulsiones, como si me atravesara una corriente eléctrica. Sentí de nuevo
el dolor y el malestar de mi cuerpo y me inundó un profundo sentimiento de
tristeza. Después de haber gozado la libertad espiritual, volvía a ser
prisionera de la carne.
Betty explica muy bien las dificultades que sufren los experimentadores
a la hora de hablar de las ECM:
En las horas siguientes, los médicos y las enfermeras estuvieron
entrando y saliendo de la habitación continuamente para comprobar mi
estado. Estaban mucho más pendientes de mí que la noche anterior, pero ni
Joe ni yo les contamos nada de mi experiencia. A la mañana siguiente, uno
de los médicos me dijo: «Anoche lo pasaste muy mal. Me gustaría saber
qué sentiste». Fui incapaz de desvelarle la verdad, así que le dije que había
sufrido unas terribles pesadillas. Advertí que me resultaba difícil hablar de
mi viaje al más allá y enseguida me di cuenta de que no quería compartirlo
ni siquiera con Joe. Parecía como si las palabras desvirtuasen mi vivencia.
Aquella experiencia era sagrada. Unas semanas después, les conté algo más
a Joe y a mis hijos mayores. No dudaron en apoyarme y disiparon mi temor
ante la idea de explicar lo sucedido a mi familia. La vida me ofreció
numerosas ocasiones de aprender y progresar. De hecho, los años siguientes
fueron los más difíciles de mi vida.
En el capítulo 19, titulado «Mi recuperación», Betty explica:
Me sumí en una profunda depresión. No podía olvidar las escenas de
belleza y de paz del mundo espiritual y solo pensaba en volver. La vida
seguía su curso, pero yo empecé a temerla, y en ocasiones a odiarla. En mis
oraciones pedía morir. Le suplicaba a Dios que me llevara junto a Él, que
por favor me librara de esta vida y esta misión desconocida. Me volví
agorafóbica y me daba miedo salir de casa. Me acuerdo de una época en la
que, con la nariz pegada a la ventana, miraba el buzón del correo y deseaba
reunir el valor para acercarme y abrirlo. Estaba encerrada en mí misma,
muriendo poco a poco, y, aunque Joe y los niños me apoyaban plenamente,
me iba alejando de ellos cada vez más. Al final fue el amor por mi familia
lo que me salvó (…). No ocurrió de la noche a la mañana, pero poco a poco
volví a recuperar el gusto por la vida. Aunque mi corazón nunca abandonó
el mundo espiritual, recuperó el amor por este mundo y este se fortaleció
más que nunca.
Cristo será glorificado en mi cuerpo, por mi vida o por mi
muerte, pues para mí la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia.
Pero, si el vivir en la carne significa para mí trabajo fecundo, no sé
qué escoger… Me siento apremiado por las dos partes: por una
parte, deseo partir y estar con Cristo, lo cual, ciertamente, es con
mucho lo mejor; mas, por otra parte, quedarme en la carne es más
necesario para vosotros.
(Flp 1, 20-24)
9) Las repercusiones en la conducta vital
¡Es evidente que nadie sale indemne de una experiencia parecida! Hay
que volver a adaptarse a la vida normal. A veces surge un sentimiento de
culpabilidad (que en ocasiones requiere una terapia psicológica) por el
hecho de haberse planteado seriamente abandonar a los seres queridos. Lo
que indica, no obstante, que no se trata de un planteamiento premeditado.
En cualquier caso, aquellos que se encuentran con el Ser de luz quedan
transformados y marcados profundamente: sea cual sea su religión, sus
creencias o su filosofía, una experiencia así aporta un gusto nuevo o
renovado por los asuntos espirituales. A partir de entonces, estas personas
tienen una relación muy distinta con la muerte, anteponen el amor al
prójimo, aseguran a quien quiera escucharlos que la vida no se acaba con la
muerte y que es maravillosa.
Hay que tener en cuenta un aspecto que manifiestan los testimonios
recogidos en internet por Jeffrey Long: las ECM poseen, a su manera, un
poder curativo en casi todos los que las viven.
Pero la vida continúa… Estas personas no se convierten forzosamente
en santos ni en maestros espirituales a causa de esta experiencia. Para ellas
hay un antes y un después, exactamente igual que para las personas que he
conocido que han vivido un milagro en Lourdes: experimentan un
acontecimiento tan grande que ya no pueden ver la vida de la misma
manera[26]. Pero no se jactan de ello. Permanecen humildes y no presumen
de su vivencia.
La constante es que aquellos que regresan de una ECM dejan de tener
miedo a la muerte. Ciertamente tampoco la buscan, pues sienten aversión
hacia el suicidio. Es posible que teman el proceso de morir, pero no la
muerte en sí misma, puesto que saben que es el comienzo de algo
maravilloso. Se vuelven mucho menos materialistas y más «creyentes» en
Dios. En lo que se refiere a las relaciones con los demás, se aferran
principalmente a valores fundados en el amor. Esto marca una diferencia
enorme en su vida:
Desde que tuve esta experiencia no temo la muerte. Aquellos
sentimientos desaparecieron. En los entierros ya no me siento mal. Al
contrario, siento una especie de alegría, pues sé dónde se encuentra la
persona fallecida[27].
Se puede tardar un tiempo en asumir el hecho de haber conocido la
fusión o el amor. ¡Haber vivido este tipo de experiencia no acaba con las
neurosis como por arte de magia! La persona conserva un psiquismo
humano, frágil. No obstante, y por lo general, la vida gana en profundidad.
Las personas prestan mayor atención a su conciencia, a su espíritu, se
comprometen a una vida más «religiosa».
Antes de vivir aquella experiencia, supongo que era como la
mayoría de la gente: me esforzaba en tener una imagen mejor de mí
misma. Pero experimenté hasta qué punto era apreciada y amada por
Dios –la Luz– y luego lo recordaba constantemente en mi vida
cotidiana.
Prácticamente todos los testimonios destacan el amor al prójimo, único
y profundo:
Ahora he descubierto que amo a cada una de las personas que
conozco. Es raro que conozca a alguien al que no ame. Y eso se debe a
que acepto a las personas desde el principio, a que las amo… No las
juzgo. Y ellas responden de la misma manera. Yo creo que se dan
cuenta. Muchas veces pienso: «Si Él me valoró tanto (eso fue lo que
sentí aquel día de enero), entonces no importa la mala opinión que yo
tenga de mí mismo. Es evidente que soy una persona valiosa. Se
acabaron las dudas al respecto»[28].
Hay una constatación general indudable: ¡casi todos los
experimentadores dejan de considerarse ateos después de su experiencia!
Les resulta imposible no creer en la otra vida…
Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas tres. Pero
la mayor de todas ellas es la caridad.
(1 Co 13, 13)
Las ECMaterradoras
Para terminar, conviene tener en cuenta que también existen ECM
aterradoras que plantean interrogantes.
Resulta difícil conocer el porcentaje[29], en primer lugar, porque
aquellos que las experimentan evitan hablar de ello y prefieren esconderlas.
Se trata de algo comprensible. Por otro lado, resulta más fácil y gratificante
ignorarlas que tomarlas en serio y centrarse ante todo en las ECM
agradables, que siguen siendo mayoritarias (y da la impresión de que eso es
lo que han hecho muchos autores…).
El cardiólogo Maurice Rawlings fue el primero en contar que en una
ocasión reanimó a un paciente que aseguró haber estado en el infierno antes
de recuperar la conciencia[30]. Hoy en día sí que se tienen en cuenta estos
casos especiales, aunque solo sea para ayudar a estas personas. Como
señala Penny Sartori[31], ante todo es conveniente ayudar a los pacientes
que las viven y recomendarles terapias adecuadas, puesto que las personas
que las sufren muchas veces no saben a quién acudir. Actualmente el Centro
Noésis, con sede en Ginebra, proporciona un apoyo psicoterapéutico a las
personas que han vivido estos momentos dolorosos[32].
Los distintos estudios realizados no han logrado determinar las razones
de estas experiencias aterradoras. Las hipótesis propuestas para
comprenderlas son muy variadas y dependen más de los observadores que
de los experimentadores… Lo que se ha comprobado es que no son
solamente las «malas personas» las que declaran haber vivido este tipo de
experiencias… Es posible, ¿pero quién conoce el corazón del hombre? ¿Se
puede juzgar exteriormente a las «buenas» o a las «malas personas»?
Los distintos testimonios demuestran que la vida en el más allá no es
necesariamente de color de rosa, que depende de la que hemos vivido en la
tierra, de acuerdo con la experiencia y la enseñanza de la Iglesia.
Aportaremos un ejemplo clarificador en el 5º testimonio, protagonizado por
Gloria Polo: «¡He estado a las puertas del infierno!». Por otro lado, ¿no
estaremos descartando demasiado rápido un posible origen espiritual?
Resulta acertado llamar a estas ECM «aterradoras» en vez de
«negativas» porque, a pesar de su naturaleza terrorífica y traumatizante,
estas experiencias son una especie de advertencia del más allá: los
individuos regresan convencidos de que deben cambiar sus prioridades para
no vivir la misma experiencia después de la muerte.
Porque, donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón.
(Mt 6, 21)
2º testimonio:
«¡EL CIELO EXISTE!»
Este es el título de un breve libro en el que un pastor protestante de
Nebraska (Estados Unidos) cuenta la ECM de su hijo, llamado COLTON. Este
«fue y regresó del cielo» durante una apendicectomía que se complicó y de
la que, milagrosamente, salió con vida. La originalidad del caso consiste en
que el niño aún no había cumplido los cuatro años en el momento de los
hechos y fue contando la historia a sus padres en pequeños fragmentos. Los
testimonios de ECM protagonizados por niños son los más conmovedores,
puesto que podría decirse que son los menos «contaminados», los más
«verdaderos» y los más «vírgenes».
El doctor Melvin Morse, pediatra y director de un grupo de
investigación sobre las experiencias en las fronteras de la muerte de la
Universidad de Washington, subraya[33]:
En el caso de los niños, las experiencias en el umbral de la muerte
son sencillas y puras, no enturbiadas por expectativas religiosas o
culturales. No reprimen su experiencia como suelen hacer los adultos,
ni les resulta difícil aceptar las implicaciones espirituales del hecho de
haber visto a Dios. Nunca olvidaré a una niña de cinco años que me
dijo tímidamente: «Hablé con Jesús y era muy amable. Me dijo que
aún no me había llegado la hora». Los niños recuerdan sus vivencias
en el umbral de la muerte mucho más que los adultos y, gracias a ellas,
parece resultarles más fácil aceptar y comprender su propia
espiritualidad cuando se hacen mayores. Si más tarde vuelven a tener
una experiencia parecida, esta suele ser excepcionalmente poderosa y
plena (…). Una niña me confesó un día que en el momento de su
muerte comprendió que había «otra vida». Me dijo que había oído
hablar del Paraíso en el Catecismo, pero que en realidad no creía en él.
Después de morir y volver a la vida, dejó de tener miedo a la muerte,
porque ahora tenía la sensación de saber algo más. No deseaba volver
a morir, porque había aprendido que «la vida es para vivirla y la luz es
para más tarde». Le pregunté hasta qué punto le había transformado su
experiencia y ella me respondió, tras un largo silencio: «Es bueno ser
buena».
A continuación incluyo un resumen de la experiencia que contó Colton
en el libro Heaven is for real (El cielo es real)[34].
Cuatro meses después de su operación, al pasar en coche cerca del
hospital donde le habían intervenido y respondiendo a su madre, que le
preguntó de manera inocente si se acordaba, Colton le contestó
rápidamente, con voz neutra y sin el menor asomo de duda: «Sí, mami, me
acuerdo. Allí fue donde los ángeles me cantaron una canción». Y luego
añadió, con una expresión seria: «Jesús les pidió a los ángeles que me
cantaran porque yo estaba muy asustado. Después me sentí mejor».
Estupefacto, su padre le pregunta: «¿Quieres decir que Jesús estaba allí?».
Respuesta del niño después de asentir con la cabeza («con la misma
naturalidad con la que afirmaría haber visto una mariposa en el jardín»):
«Sí, Jesús estaba allí». Su padre le pregunta: «¿Pero dónde?». Y el niño
responde: «Yo estaba sentado en su regazo».
Como es lógico, los padres se preguntan si lo que dice es realmente
cierto. El pequeño Colton, por su parte, les revela que abandonó su cuerpo
durante la intervención, una confesión que quedó verificada cuando
describió con total exactitud lo que estaban haciendo sus padres en otra
parte del hospital mientras a él le operaban.
Con una inocencia desarmante y una sinceridad atrevida, propia de un
niño, Colton seguirá contando poco a poco lo que vivió, según él, «durante
tan solo tres minutos…». Cuenta historias que le transmitieron personas que
encontró allí y a las que no conocía; también dice haber conocido a
miembros de su familia fallecidos hace mucho tiempo (en concreto, a su
abuelo, al que reconoció en una foto de cuando era joven).
Sorprendentemente habla de una hermana pequeña, a la que su madre
perdió en un aborto natural sin llegar a conocer su sexo, la cual se acercó a
él y le dijo que carecía de nombre porque no se lo pusieron…
Sorprende a sus padres cuando describe el cielo con detalles
desconocidos que se corresponden precisamente con la Biblia; habla de
Dios como de un ser «muy muy grande» que nos ama enormemente y
asegura que es Jesús el que nos recibe en el cielo.
Su manera de expresar que ya no tiene miedo a la muerte consistirá en
responder a su padre, cuando este le advierte que puede morir si cruza la
carretera corriendo: «¡Mejor, así puedo volver al cielo!».
Más tarde, siempre responderá con la misma sencillez a las preguntas
que se le planteen. Sí, vio animales en el cielo, vio a la Virgen María
arrodillada ante el trono de Dios y otras veces abrazando a Jesús: «Todavía
le quiere como a un hijo», precisará.
Fue Colton el que puso título al libro que escribió su padre, Todd Burpo,
seis años después de los hechos.
También hay una película que cuenta esta experiencia, que en Estados
Unidos se tituló Heaven is for real y que se tradujo como El cielo es real
(2014).
* * *
Una vivencia
Me transmitieron esta vivencia en Lourdes el 11 de febrero de 2014, con
ocasión de la Jornada Mundial del Enfermo, instaurada por Juan Pablo II en
1992, en la fiesta de Nuestra Señora de Lourdes, y me autorizaron a
reproducirla tal cual. Es cierto que no se trata de una ECM, pero aun así es
una experiencia similar, que incluye una visión del cielo durante lo que
podría llamarse un sueño, hecho que encontramos a menudo en las
Escrituras:
El Señor me dio dos hijos magníficos. Uno nació en 1974 (y
falleció en 1994) y el otro en 1977. Tambiénquiso darme otro hijo.
Entonces yo tenía 33 años. Sin embargo, por distintas razones (de las
que me arrepiento…), desgraciadamente no quise asumir aquel
embarazo. Por tanto, me practicaron un aborto en diciembre de 1982.
En aquella época, yo no tenía conciencia de que se trataba
verdaderamente de un niño. Mis razones para abortar eran tan fuertes,
que el hecho de llevar una vida en mi seno ni siquiera se me pasaba
por la mente. Para mí, aquel niño no existía. En mi interior solo había
un vacío. Además, el aborto era legal, así que… Diez años más tarde,
cuando ya ni siquiera pensaba en ello, el Señor, en su bondad, me
mostró aquel niño en una visión nocturna. ¡Cuál no sería mi sorpresa!
Así es como ocurrió. Tuve la sensación de elevarme por los aires,
muy alto. Allí me encontré con un niño muy tranquilo (que se parecía
un poco a mi segundo hijo) ¡y que me dijo que era mío y que se
llamaba Camille! Tenía el aspecto de un niño de diez años, la edad que
tendría en la tierra. A su lado había otro niño que le preguntó: «¿No
estás enfadado por lo que te hizo?». Camille respondió: «No, la
perdono». En aquel momento me quedé atónita. Yo, que no había
pedido nada, me había enterado de pronto de que tenía otro hijo que
estaba en el «cielo», que se llamaba Camille, ¡y que me había
perdonado gratuitamente, generosamente, el haberle matado! Gracias,
Señor. ¡Qué gracia más grande! Por eso, hoy quiero dar testimonio de
que un niño es un niño desde el momento de su concepción, que el
aborto es la muerte de un niño, que provoca numerosos sufrimientos
en la madre (y tal vez en el niño), y que debemos tomar absoluta
conciencia de ello. Pero el Señor, en su enorme bondad, no abandona a
ninguno de sus hijos, que son felices en su Corazón de Padre. ¡Mil
gracias, Señor! ¡Qué bueno es el Señor!
* * *
Historia y actualidad
Las ECM son uno de los fenómenos
más importantes de la vida humana,
que en el futuro tal vez nos permitan
comprender de manera racional lo que es
la vida después de la muerte.
RAYMOND MOODY
Resumen histórico
Los testimonios sobre las «señales de vida» del más allá son universales
y pertenecen a todas las tradiciones religiosas. ¡Las ECM no son un invento
de la New Age para conseguir publicidad! Parece que es cierto que han
existido en todas las épocas y que además suelen manifestarse con mayor
frecuencia en la literatura cristiana, en textos que muestran numerosas
coincidencias con las ECM actuales.
Así, en el siglo VI, Gregorio de Tours, historiador franco, recoge el
testimonio de un tal Salvi que, tras creerse muerto, se despierta y exclama:
Oh, Señor misericordioso, ¿qué me has hecho al permitirme
regresar a este lugar tenebroso que sirve de habitáculo del mundo,
cuando tu misericordia en el cielo era para mí preferible a la vida
detestable de este mundo? (…). Cuando hace cuatro días me viste
inerte en la celda que temblaba, dos ángeles me tomaron y me llevaron
a las alturas de los cielos, de manera que me parecía tener bajo los pies
no solamente este mundo del siglo espantoso, sino también el cielo, las
nubes y las estrellas. Después, por una puerta más brillante que esta
luz inefable, una extensión indescriptible. Una multitud de ambos
sexos la cubría, de manera que resultaba absolutamente imposible
darse cuenta de la profundidad de aquella muchedumbre… Y escuché
una voz que decía: «Que este hombre regrese al siglo, porque es
necesario para nuestras iglesias». Solo se oía la voz, porque aquel que
hablaba era absolutamente imposible discernirlo (…). Después de
haber pronunciado aquellas palabras ante el estupor de los presentes, el
santo de Dios volvió a hablar con lágrimas en los ojos: «Desdichado
de mí, que he osado revelar tal misterio…»[35].
En su libro[36], Michel Aupetit retoma varias ECM del siglo VIII
(escritas por el monje e historiador san Beda el Venerable) y del siglo XII
(de Gilberto de Nogent), que relatan hechos coincidentes con las ECM
actuales: salida del cuerpo, acompañamiento por uno o varios ángeles,
encuentro con parientes fallecidos, visión y percepción de las consecuencias
de los actos, visiones de lugares floridos y deliciosos, una luz inefable,
promesa de deleites y pesar por verse obligado a regresar a la tierra.
A finales de la Edad Media, en torno al 1500, El Bosco pintó un cuadro
llamado La ascensión del hombre bendito al Empíreo o al paraíso
celeste[37], que muestra que, o bien se encontraba en un estado de
inspiración al pintarlo, o bien él mismo vivió esta experiencia, debido a lo
mucho que se corresponde esta pintura con los hechos reales.
Muchos místicos han vivido experiencias análogas a lo largo de los
siglos. Los más conocidos son Catalina de Siena (1347-1380), Teresa de
Jesús (1515-1582), Ana Catalina Emmerich (1774-1824) y otros.
El primer estudio conocido sobre este fenómeno lo realizó en 1892 un
geólogo y montañero suizo muy respetado, el profesor Albert Heim, que
vivió esta experiencia durante una caída en la que estuvo a punto de perder
la vida. Recopiló y publicó las sensaciones de una treintena de alpinistas
que habían vivido el mismo tipo de accidente y la misma experiencia.
Cuando Raymond Moody empezó a hablar de estos «fenómenos de
ECM»[38], era profesor de Filosofía y estudiante de Medicina. Moody
cuenta que no tuvo una educación religiosa, pero que manifestó un interés
muy temprano por la filosofía. En 1962, durante su primer año en la
Universidad de Virginia, leyó La República de Platón, donde se cuenta la
historia de un soldado llamado Er, que fue declarado muerto en el campo de
batalla pero que «resucitó» de manera espontánea. El libro de Moody dio
mucho que hablar. En Estados Unidos solo recibió críticas de los
fundamentalistas cristianos.
Conviene decir que Moody también se sintió sensibilizado por los
estudios sobre los moribundos de la doctora Elisabeth Kübler-Ross, la
primera que abordó este tema de manera científica en los años sesenta.
«Para ayudar al ser humano correctamente –decía–, conviene hacerlo desde
una dimensión holística: física, emocional, intelectual y espiritual». Y no
cesará de repetir: «Mi tarea verdadera (…) consiste en decir a los hombres
que la muerte no existe»[39]. En 1977, el libro de Moody atravesó el
Atlántico gracias al célebre compositor Paul Mizraki, que se encargó de su
traducción. Otras personas se interesaron por el libro y continuaron su labor,
como el cardiólogo norteamericano Michael Sabom.
En 1980, el periodista Patrice van Eersel viajó a Estados Unidos para
realizar una investigación por encargo de la revista Actuel, lo que dio lugar
a una sección llamada La fuente negra[40]. Diez años después escribió
Volver a familiarizarse con la muerte[41], donde muestra hasta qué punto
se ha ocultado la noción de ECM en Francia, debido sobre todo a la
influencia de los ardientes defensores de la eutanasia (mientras que, en los
países anglosajones, se desarrollaban los cuidados paliativos…). Su libro
dio a conocer la filial francesa de la Asociación Internacional para el
Estudio de los Estados Cercanos a la Muerte, IANDS Francia. Dicha filial
fue creada en 1987 por Evelyne-Sarah Mercier, que reconoce pertenecer al
movimiento de la New Age, movimiento globalizador que se presenta como
el sumum de la evolución espiritual de la humanidad[42]…
En Francia, el doctor Jean-Pierre Jourdan, responsable de las
investigaciones médicas de IANDS Francia, publicó Las pruebas científicas
de la vida después de la vida[43] y el doctor Jean-Jacques Charbonnier,
médico anestesista y reanimador en Toulouse, La otra vida existe[44]. El
tema fue objeto de un coloquio fundamental en Martigues en 2006, que
reunió a más de dos mil personas: La Experiencia Cercana a la Muerte.
Primer encuentro internacional. Actas del Coloquio. Martigues, 17 de junio
de 2006[45], impulsado y organizado por una joven increíblemente
apasionada por este problema, Sonia Barkallah, que confiesa con absoluta
sinceridad que el descubrimiento del libro del doctor Moody le salvó la vida
en una época en la que se sentía atraída por el suicidio.Cuatro años antes
había dirigido un documental sobre el tema, Una nueva visión de la muerte,
en el que mostraba que se estaban realizando numerosos trabajos e
investigaciones en todo el mundo desde disciplinas científicas
completamente distintas[46].
Finalmente, en 2013 aparece el libro de Jeffrey Long La vida después
de la muerte, que recopila más de 1.300 testimonios recogidos en el mundo
entero –de todas las creencias, todas las edades y todos los orígenes–. Ha
sido la página web, que no existía antes, la que ha permitido esta
recopilación, en una época en la que, como ya he mencionado, las
reanimaciones, que se han vuelto muy frecuentes, provocan cada vez más
ECM.
Obviamente, los hechos se basan únicamente en los testimonios
individuales, ¡y ya se sabe lo frágiles que estos pueden llegar a ser! Pero lo
que resulta fascinante es que ante todo se trata de una experiencia universal,
que trasciende todas las épocas y todas las civilizaciones. Los testimonios
son similares, sea cual sea el origen del individuo, la época en la que vivió,
su edad, su clase social, su nivel intelectual, su religión o su ausencia de fe,
que viva en Occidente o no. Pero nunca son completamente idénticos. Cada
uno lo vive a su manera y lo transcribe con sus propias palabras, en función
de su cultura, su carácter, su psicología y su memoria. ¡No hay ningún
«corta y pega»! El que ha vivido una ECM conserva un recuerdo
absolutamente personal de las impresiones que experimentó en ese estado
alterado de la conciencia.
También hay que mencionar –algo que resulta sorprendente– que los
experimentadores conservan una enorme sensibilidad en lo que se refiere a
la espiritualidad (algunos se inclinan por el sacerdocio o la vida religiosa
después de su experiencia). Los especialistas, que consideran muy difícil
distinguir lo que procede de las creencias o de la realidad, han intentado
establecer un índice o una escala para cuantificar la «calidad» de las
ECM[47]. Se trata de algo bastante controvertido, puesto que en la práctica
se utiliza poco y está muy condicionado por una cultura determinada. De
hecho, con un poco de experiencia y sensibilidad, resulta bastante fácil
distinguir a las personas serias, que se limitan a contar lo que han vivido, de
aquellas que se lo inventan o que añaden otros hechos sacados de aquí o de
allá. En cualquier caso, a priori no se puede dudar sistemáticamente de
todos los testimonios, ¡porque eso supondría no confiar en absoluto en el
ser humano[48]! Un testimonio verdadero conmueve a la persona en lo más
profundo, tanto a la que lo manifiesta (su vida ya no vuelve a ser la misma),
como a la que lo recibe (yo mismo lo he experimentado en Lourdes con las
declaraciones de las personas curadas).
Pero hay preguntas que permanecen sin respuesta: ¿por qué viven estas
personas esta «falsa partida», por qué a algunas personas todavía no les ha
llegado la hora, por qué se les da una segunda oportunidad? No hay una
respuesta unánime[49]. El momento de la muerte no depende de nosotros,
¡afortunadamente! En cualquier caso, ¡el que regresa sabe por qué ha
regresado! De nuevo, la respuesta es completamente personal, pero coincide
con la de muchos otros.
¿Y actualmente?
Hay algunos científicos, lo bastante valientes como para afrontar las
críticas de sus colegas, que intentan comprender estos fenómenos extraños,
negados durante tanto tiempo, cuando no rechazados por la ciencia, con la
esperanza de comprender mejor el origen y los mecanismos de la
conciencia. Armados de aparatos de resonancia cerebral, exploran el
cerebro, experimentan sin prejuicios, dispuestos tanto a admitir que se trata
de un fenómeno relacionado con un simple desarreglo neuronal, como a
reconocer la existencia de un sexto sentido, siempre que la demostración se
realice de manera rigurosa. Es el caso del canadiense Mario Beauregard,
investigador de las neurociencias, que ha instalado cámaras de vídeo en la
unidad coronaria de un hospital de Montreal para estudiar los fenómenos de
ECM que pudieran ocurrir. También es el caso del neurólogo suizo Olaf
Blanke, que analiza minuciosamente el fenómeno de la descorporeización.
O el de Eric Dutoit, doctor en Psicología clínica y psicopatólogo,
responsable de la Unidad de Cuidados e Investigación del Espíritu (USRE)
del Hospital Universitario de Timone, en Marsella.
La fundación internacional para la investigación de las experiencias
cercanas a la muerte (NDERF) trabaja junto a equipos de investigadores
sobre las ECM o los fenómenos de descorporeización en Suiza, Canadá,
Estados Unidos… «Las experiencias cercanas a la muerte son totalmente
reales –sostiene el fundador de la NDERF, el doctor Jeffrey Long–.
Testimonios de todas las edades, todas las nacionalidades y todas las
religiones suelen contar que han vivido o escuchado cosas cuando estaban
inconscientes o alejados de su cuerpo y no hay ninguna explicación
psicológica que logre resolver este misterio».
Estas experiencias son asimismo objeto de estudios de «parapsicología
científica». Así, la Parapsychological Association (Asociación de
Parapsicología), que agrupa a científicos y universitarios que estudian
fenómenos como la telepatía o la psicoquinesia, ha sido admitida en la
reputada American Association for the Advancement of Science (AAAS)
(Asociación Americana para el Avance de la Ciencia); se ha creado un
departamento para el estudio de la percepción en la Universidad de
Virginia, en Estados Unidos; se ha abierto un centro para el estudio de los
procesos psicológicos anormales en la Universidad de Northampton,
Inglaterra (que cuenta ya con ocho establecimientos universitarios que
integran disciplinas parapsicológicas); o el centro de investigación de la
conciencia y la psicología anormal de la Universidad de Lund, en Suecia, o
el departamento de psicología y parapsicología de la Universidad de
Andhra, en la India…
En Francia, desde hace algunos años, la Universidad Católica de Lyon
ofrece a los estudiantes una asignatura llamada «Ciencias, sociedad y
fenómenos llamados paranormales»[50].
También en Francia, el centro de estudio de las ECM de París, dirigido
por el profesor de Filosofía y Psicología Marc-Alain Descamps, recopila
testimonios. Sonia Barkallah, que fundó junto al doctor Jean-Pierre Postel
el Centro Nacional de Estudio, Investigación e Información de la
Conciencia (CNERIC), sigue trabajando en este tema.
Al contrario de lo que podría imaginarse, la ciencia se toma muy en
serio las ECM y los fenómenos similares, aunque, como señala Sonia
Barkallah, «muchos médicos e investigadores siguen optando por no
implicarse, por temor a que sus colegas los tomen, en el mejor de los casos,
por locos; en el peor, por charlatanes».
Ya hemos hablado del Centro Noésis de Ginebra, o ISNOE (Instituto
Suizo de Ciencias Noéticas), creado en 1998, fundación de reconocida
utilidad pública, «consagrada al estudio de la conciencia a través de los
Estados Alterados de la Conciencia (EAC) no ordinarios», fundada por
Sylvie Dethiollaz, directora de investigación, y Claude Charles Fourrier,
psicoterapeuta.
Finalmente, debemos mencionar el II Coloquio Internacional
organizado en Marsella por Sonia, en marzo de 2013, como siempre con la
presencia del doctor Moody, que aportó nuevos puntos de vista sobre las
ECM[51]. He aquí el resumen del mismo que ofreció Jocelin Morrison:
En el primer encuentro, celebrado en Martigues en 2006, se realizó
un balance de los resultados de treinta años de investigación y
reflexión sobre las ECM. Este segundo encuentro ha mostrado el
desarrollo de esta investigación a pesar de las dificultades y hasta qué
punto se enriquece la reflexión con una nueva perspectiva, en la que
sin duda ha influido el estado de crisis aguda de nuestras sociedades,
además de una cierta sensación de «fin del mundo» que surgió en
2012. Ciertamente, es necesario encontrar alternativas radicales, y la
nueva visión del hombre a la que nos invita e incita el estudio de las
ECM nos permite reinventar –o simplemente inventar– la convivencia,

Continuar navegando

Otros materiales