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PATRICK THEILLER Experiencias cercanas a la muerte Una señal del Cielo que nos abre a la vida invisible PALABRA HOY Título Original: Expériences de mort imminente © Group Artège, París 2015 © Ediciones Palabra, S. A., 2016 Paseo de la Castellana, 210 – 28046 MADRID (España) Telf.: (34) 91 350 77 20 – (34) 91 350 77 39 www.palabra.es epalsa@palabra.es © Traducción: Almudena Ligero Riaño Diseño de cubierta: Raúl Ostos Diseño de ePub: Erick Castillo Avila ISBN: 978-84-9061-422-8 Todos los derechos reservados No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor. http://www.palabra.es/ mailto:epalsa@palabra.es Escribí este libro en compañía de Marian, «la pequeña árabe», que fue canonizada por el Papa Francisco el 15 de mayo de 2015, justo cuando lo terminé. Se lo dedico a ella. A mis padres, Marc y Liliane, y a mis suegros, Paul y Colette, vivos al otro lado del velo… A mis nietos, que están todos muy vivos aquí y ahora, ¡gracias a Dios! Jean-Baptiste, Élisabeth, Marie-Liesse, François, Félicité, Pierre, Edmée, Albert, Rémi, Philomène, Basile, Grégoire, Madeleine, Bernadette, Armand, Joséphine, Louis, Henri, Gabrielle, Geneviève, Aminthe, Joseph, Marthe, Marie, Augustin, Étienne, Jacques, los dos que todavía están en el vientre de sus madres y los que aún están por venir… Sufría. Sufría sin que hubiera nada tangible que fuera la causa de aquel sufrimiento. Ciertas personas poseen el don de vivir sin interrogarse sobre quiénes son ni sobre el mundo que les rodea. Yo, en cambio, me sentía devorado por las preguntas y no había nada que pudiera equipararse a mi frustración, salvo mi sed de entender. En realidad, soñaba con el día en que lograra convencerme, tarea harto difícil, de que no había nacimiento sin muerte, ni muerte sin resurrección. Bajo esa doble condición, la vida tendría un sentido… Gilbert Sinoué, La noche de Maritzburgo He frecuentado la muerte durante años y sin embargo nada sé de ella, salvo que me ha privado de aquellos a los que más amaba. ¿Me esperarán en algún lugar? Deseo creer que sí y no tengo miedo. Porque, si no hay nadie aguardándonos al otro lado del tiempo, si nadie nos recibe, no lo sabremos ni sufriremos por ello. Pero, si, por el contrario, nos reciben, sin duda esa será la fiesta más bella que puedan brindarnos. Con la esperanza de ese reencuentro, voy a prepararme para unas nupcias eternas. Christian Signol, Todo el amor de nuestros padres No, no he de morir, que viviré, y contaré las obras de Yavé. Sal 117, 17 «Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso». Lc 23, 43 «Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios…». Jn 17, 3 «En verdad, en verdad os digo: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre». Jn 1, 51 ¡No muero, entro en la vida! Santa Teresa de Lisieux PRÓLOGO El doctor P. Theillier es un buen conocedor de la realidad sobrenatural. Ha trabajado durante diez años en el Departamento de Constataciones Médicas del Santuario de Lourdes, relatando el carácter inexplicable de las curaciones obtenidas en dicho lugar y trabajando con médicos no creyentes sobre estos fenómenos. En este trabajo explica lo que significan las curaciones y los milagros desde la perspectiva de la autoridad competente: se nos habla de lo que significa el amor de Dios en la vida de los hombres para fortalecer la fe del Pueblo de Dios y somete estas experiencias a la luz de la ciencia para determinar su objetividad científica, determinando desde las ciencias antropológicas su compatibilidad con la fe. Ante lo inexplicable, la grandeza de la razón le conduce al camino de la fe. La fe, en este sentido, se entiende como la búsqueda insaciable de la verdad y sin la razón no se podría dar este proceso de búsqueda. San Juan Pablo II, en la encíclica Fides et Ratio, afirma: «La fe y la razón son como dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad, Dios ha puesto en el corazón del hombre el deseo de conocer la verdad y, en definitiva, de conocerle a Él, para que, conociéndolo y amándolo, pueda alcanzar también la plena verdad sobre sí mismo» (cfr. Ex 33, 18; Sal 27 [26], 8-9; 63 [62], 2-3; Jn 14, 8; 1 Jn 3, 2). Una afirmación fundamental del Credo de la Iglesia es la fe en la resurrección y la vida eterna. No se puede decir ser cristiano y no profesarla, ya que la resurrección es la culminación de la obra redentora de Cristo. La apologética cristiana trata de mostrar las afirmaciones fundamentales de la fe cristiana. El Catecismo de la Iglesia Católica (CIC) nos recuerda: «Que del mismo modo que Cristo ha resucitado verdaderamente de entre los muertos, y que vive para siempre, igualmente los justos después de su muerte vivirán para siempre con Cristo resucitado y que Él los resucitará en el último día. Como la suya, nuestra resurrección será obra de la Santísima Trinidad (cfr. Juan 6, 39-40; 1 Tesalonicenses 4, 14; 1 Corintios 6, 14; 2 Corintios 4, 14; Filipenses 3, 10-11)». «La resurrección de los muertos es la esperanza de los cristianos; somos cristianos por creer en ella (cfr. 1 Corintios 15, 12-20)». «Se impuso como una consecuencia específica de la fe en un Dios creador del hombre todo entero, alma y cuerpo. Es también Aquel que mantiene fielmente su Alianza con Abraham y su descendencia; esta esperanza fue revelada progresivamente por Dios a su Pueblo (cfr. 2 Macabeos 7, 9)». «La esperanza cristiana en la resurrección está totalmente marcada por los encuentros con Cristo resucitado. Nosotros resucitaremos como Él, con Él, por Él»[1]. El hecho de la resurrección es anunciado por los apóstoles y da sentido a la existencia humana (cfr. Hch 2, 23-24; 4, 10). Dios no libró a su Hijo Jesús de la muerte, lo libró más allá de la muerte, proclamando con ello que Dios no tiene barreras, que la vida en plenitud es posible. Los apóstoles descubren la plenitud de vida a la que Dios nos invita, ya desde la tierra y que se manifiesta más allá de la muerte. Desde esta esperanza, el creyente es injertado en la misma misión de Jesús para que la vida triunfe sobre la muerte. En la participación en el camino de Jesús, esto es, en la comunión con Dios, la vida presente de un ser para la muerte se convierte en una existencia para la vida, una vida en plenitud, una vida eterna. La muerte es un dato de experiencia cercana y el morir es un suceso cotidiano que inevitablemente acontece. En el libro del doctor Theillier se nos narran las experiencias de personas que afrontan el hecho de la muerte como algo que hay que asumir con la dignidad propia de la persona humana. «Nos podríamos preguntar si el hecho del morir supone una aniquilación; es decir, ¿que el ser desaparece en la nada, que esta vida presente es lo único que contamos y lo que tenemos? O ¿podría ser un efecto positivo de una acción de Dios? Esto último no sería creíble, porque Dios nos ha creado para la vida y, si Dios destruyese al hombre a quien ha creado como un valor absoluto, se estaría contradiciendo a Sí mismo. Otra posibilidad que nos queda y pudiera darse es la acción aniquiladora del propio sujeto, y sería hablar de la “autoaniquilación”, como un acto ligado a la libertad y voluntad humana. Este razonamiento sería bien simple. El hombre es ontológicamente dependiente de Dios, de quien ha recibido el ser. El que opta por una vida sin Dios corta el flujo vital que le une a la fuente de vida, y da lugar a una especie de suicidio metafísico. Sin el sustento del ser, los seres son succionados por la nada. Estaríamos ante el resultado de la opción de independencia radical por la que el ser humano se sitúa al margen y contra el Dios de la vida, alcanzando por su propia voluntad la verdadera muerte: la desaparición ontológica. El ser humano, que ha recibido la vida como don: ¿puededisponer tan absolutamente de ella hasta el punto de podérsela quitar? A menos que pensemos que la gracia es algo “superfluo” para la vida humana, es difícil pensar que la apuesta creadora y salvífica de Dios por su criatura pueda ser anulada simplemente por la decisión de este, como si no estuviera aconteciendo nada a su naturaleza y destino humano. No parece que la posibilidad “aniquilación” sea una respuesta válida a la pregunta creyente por el más allá, ni una alternativa cristiana a la cuestión de la vida eterna, ni tan siquiera a la muerte eterna»[2]. Para la persona humana, desde la experiencia de fe, la muerte es el paso definitivo a una realidad profundamente grabada en el corazón humano: el deseo de bien, de amor, de eternidad, de plenitud sin fin. La esperanza que suscita en los enfermos la peregrinación a Lourdes es expresión inequívoca de la respuesta que Dios, por medio de la Virgen María, concede a sus hijos, en quienes, más allá de las dificultades y limitaciones, el Amor y la Vida han derrotado definitivamente a la muerte. + MONS. MARIO ICETA Obispo de Bilbao INTRODUCCIÓN ¿Quién no ha soñado alguna vez con visitar el más allá y regresar para fortalecer su esperanza e iluminar su existencia terrena? MICHEL AUPETIT En este siglo, la sociedad occidental ya no quiere oír hablar de la muerte y elimina todo lo que tiene que ver con ella, incluso en el vocabulario: la propia palabra «muerte» se ha convertido en un tabú. Se habla de «desaparición» o de «final de la vida». Sin embargo, por mucho que nos empeñemos, a pesar de los progresos de la medicina y de la longevidad humana, sabemos muy bien que seguimos siendo mortales y que no podemos dejar de plantearnos la pregunta que está escrita en el corazón de todos los hombres: ¿hay algo después de la muerte? ¿La muerte es verdaderamente el final de la vida? ¿La vida se acaba definitivamente con la muerte? ¿Cómo podemos saberlo? ¿Qué es lo que podría aclarárnoslo? Los filósofos de la muerte no suelen ser muy convincentes y no saben enseñarnos a morir… Son las religiones, empezando por el cristianismo, las que proponen argumentos serios que permiten creer que la existencia terrena no se acaba con la muerte, que otra vida continúa, que nos encontraremos con aquellos a los que más amamos en esta vida. Sin embargo, hace falta tener fe… Por eso preferimos seguir refugiándonos en la idea de que nadie ha vuelto jamás de la muerte. No obstante, creamos o no en el cielo, la cuestión nos atormenta: ¿acaso no tenemos siempre, en el fondo de nuestro ser, ese germen de esperanza que nos dice que la muerte no agota la vida? Y si, a pesar de todo, lo tenemos, ¿no sería eso una señal de que la Vida es más fuerte que la muerte? ¿No sería eso, para cada uno de nosotros, una gran noticia? Pues bien, en cada época de la historia se producen señales que no podemos ignorar. En concreto, desde hace cuarenta años hay una fundamental: se trata de la señal de aquellos que, al parecer, pusieron un pie en el más allá y regresaron in extremis. ¿Podemos creerlos? Sabemos que las señales surgen del conocimiento del corazón, que siempre es libre. Por tanto es necesario examinarlas en profundidad, que es lo que nos proponemos hacer aquí. Esta señal procede de aquellas personas –corrientes, como tú y como yo–, declaradas en estado de muerte clínica, que cuentan que se encontraron en otro mundo, un mundo magnífico, que tuvieron que abandonar para volver a la tierra… A partir de entonces, declaran haber vivido una especie de renacimiento: ya no contemplan la existencia de la misma manera, su espiritualidad se ve reforzada, sitúan el amor por encima de todas las cosas, toman conciencia del carácter sagrado de la vida y consideran la muerte como algo que forma parte de ella. ¡Y ya no vuelven a tener miedo! Es lo que en inglés se conoce como «NDE», o Near Death Experience, a partir de la aparición del libro del doctor Raymond Moody, publicado en 1975 y traducido a veintiséis idiomas, con el magnífico título: Life after life (La vida después de la vida)[3]. A él debemos la popularidad y el carácter mediático del fenómeno. Actualmente, las NDE se conocen como «ECM» o «Experiencias Cercanas a la Muerte». Nosotros, que nunca hemos vivido nada parecido, ¿acaso no solemos pensar, de manera espontánea, que estos fenómenos son imaginarios, que son obra de insensatos con una mente frágil o con deseos de hacerse notar? Toda la problemática consiste en averiguar si verdaderamente somos capaces de creer en estas experiencias sorprendentes, que cuestionan la certeza de que nadie puede regresar de la muerte. Debemos tener en cuenta, sin embargo, que estas manifestaciones extrañas –en las fronteras de la muerte– parecen haber existido siempre, y que se han manifestado a lo largo de la historia y en todas las civilizaciones. Es más, desde hace cuarenta años, gracias a los avances en la reanimación y a los modernos medios de comunicación, parecen ser cada vez más frecuentes y conocidas. Incluso podemos llegar a decir que la multitud de ECM auténticas, que han sido recopiladas y analizadas con distintos medios, así como la cantidad de obras, estudios, publicaciones y coloquios científicos que se les consagran, nos impiden dudar sobre su existencia en este siglo XXI[4]. ¡Pero todavía nos queda analizar lo que representan! Por insólitas que parezcan, estas experiencias merecen, en efecto, que nos detengamos y nos tomemos la molestia de juzgarlas de manera objetiva, al igual que haríamos con otras manifestaciones en principio extrañas. Ese es el objetivo de este libro. Por supuesto, no debemos ser ingenuos: si realizamos una búsqueda en internet, podemos encontrar todo tipo de historias sobre la vuelta a la vida, a menudo disparatadas, que nos llevan a pensar si no se trata de un nuevo filón del que algunos se están aprovechando, especialmente la confusa New Age. Los libros sobre el más allá llenan los estantes de las librerías y se sitúan en la sección: «Esoterismo y fenómenos paranormales»… En este mundo irracional, ha habido muchas personas que enseguida se han sumado a este fenómeno y que utilizan estos hechos sorprendentes para llevar el agua a su molino y hacernos creer lo que ellos quieren… ¿Debemos, sin embargo, dejar estos fenómenos en manos del mundo esotérico y encerrarnos únicamente en nuestra tradición, sin buscar más allá? Reconozco que no es fácil abordar la realidad de estas manifestaciones tan complejas, en principio, aisladas, subjetivas, y muy a menudo ignoradas o mal analizadas, en esta ocasión en nombre de un racionalismo demasiado radical, tanto en el mundo científico clásico, todavía sumamente cientificista, como en el mundo religioso, ya sea demasiado conservador (incapaz de salirse de sus propios esquemas…) o demasiado progresista (tendente a encerrarse en las ideas científicamente correctas del mundo…). Es innegable que, en su gran mayoría, los científicos rechazan estas manifestaciones, que consideran fruto –de una forma u otra– de un proceso cerebral. Sin embargo, por sorprendente que parezca, veremos que estos acontecimientos resisten los estudios críticos más serios y además cuestionan el dogma de la conciencia como un mero producto del cerebro. Entre los católicos, que profesan la fe en la vida eterna de acuerdo con el Credo («Creo… en la resurrección de la carne y la vida eterna»), paradójicamente la tendencia general consiste en dudar también de estos fenómenos, que suelen considerarse prescindibles y difíciles de integrar. Es cierto que no son necesarios para la fe, ¿pero no podrían resultar de gran ayuda en nuestro mundo secularizado, en el que la realidad de las cosas invisibles plantea tantos problemas? Y más ahora, cuando muchos cristianos ya no se sienten arraigados en la certidumbre de que existe una vida después de la muerte y solo la ven como una vaga posibilidad[5]… Este libro tiene como único objetivo comprender, de la manera más objetiva posible, las Experiencias Cercanas a la Muerte, de acuerdo con la ciencia y la fe(la fe católica, la única que conozco en profundidad[6]). Por tanto, me gustaría consolar tanto a los creyentes como a los no creyentes –todos lo necesitamos– en la esperanza de que la muerte no tiene ni mucho menos la última palabra. Comenzaré exponiendo los hechos a partir de varios escritos y testimonios de aquellos que los han vivido. A continuación los examinaremos a la luz de la ciencia y de la religión cristiana, reflexionando sobre lo que estos aportan tanto a la razón como a la fe, convencido como estoy de que no hay ningún tipo de oposición entre ambas. Este tema es un buen ejemplo de ello. Quiero dejar claro que yo nunca he vivido un fenómeno parecido. Por tanto es justo preguntarme: ¿qué legitimidad tengo para hablar de ello? He querido profundizar en este tema tanto como médico como católico, pues contribuye precisamente al diálogo cada vez más necesario entre razón y fe, algo que ya he intentado hacer en mis otros libros. Debo confesar que, cuando era joven, me impresionó mucho el libro del doctor Moody. En él descubrí por fin a un colega que se atrevía a salirse del consenso que adoptó el mundo de la medicina respecto a estos temas: que ante ellos solo cabía hablar de algo «psicosomático». Esto orientó mi práctica hacia una «medicina de la persona», en el sentido más profundo del término, y me llevó, cuando terminé la carrera, a ejercer como médico responsable del Departamento de Constataciones Médicas de Lourdes, con el objetivo de verificar los testimonios de curaciones que podían ser de origen milagroso. He encontrado numerosas similitudes entre estas experiencias cercanas a la muerte y otros fenómenos extraordinarios, como las curaciones milagrosas, las apariciones marianas o las experiencias de ciertos místicos (en algunos casos reconocidas por la Iglesia católica después de largos y profundos estudios). He dedicado un capítulo a ese tema. Dentro de esa misma perspectiva, también he intercalado en los capítulos pasajes de las Escrituras, que en ocasiones se corresponden de manera asombrosa con los hechos, y he añadido reflexiones o vivencias muy diversas que sirven para ilustrar el tema. Que cada uno saque su propia conclusión. Hermanos, no queremos que estéis en la ignorancia respecto de los muertos, para que no os entristezcáis como los demás, que no tienen esperanza. (1 Ts 4, 13-14) 1.er testimonio: «¡NO HAY QUE TENER MIEDO A LA MUERTE!» Este es el relato de un testimonio recogido en Lourdes. Advirtamos que la curación se produce al mismo tiempo que la ECM, algo que no es infrecuente (cfr. Capítulo 7). MICHEL DURAND nació en 1933 y es el mayor de once hermanos. Casado y padre de dos hijos, es un hombre con los pies en la tierra, muy comprometido con diversas asociaciones y teniente de alcalde de su municipio. En 2003 sufrió de pronto una crisis aguda de colecistitis (una grave inflamación de la vesícula biliar), lo que le provocó una perforación en el conducto colédoco y en el intestino, una septicemia y una infección en la base de los pulmones. Una pancreatitis terminó de agravar su estado. En definitiva, solo podía esperarse lo peor. Era necesaria una intervención urgente de alto riesgo. En un momento dado sufrió un paro cardiaco: estaba clínicamente muerto. En aquel entonces, su sobrino más joven, dominico, hijo de su hermana más pequeña, la número once de la familia, se encontraba en Lourdes rezando por su tío. Concretamente iba a las piscinas a bañarse por él. Sorprendentemente, el equipo de reanimación consiguió poner en marcha su corazón y, a partir del día siguiente, el enfermo pudo levantarse y su estado de salud empezó a mejorar rápidamente. Cuatro semanas después pudo regresar a su domicilio. Cuando volvió a encontrarse con su cirujano siete semanas después, este le recibió exclamando: «¡Aquí tenemos al hombre que se salvó por un milagro!». La historia me la contó primero el sobrino, el 6 de octubre de 2004, durante la peregrinación del Rosario de Lourdes, cuando yo era el médico responsable del Departamento de Constataciones Médicas. Me encontré con su tío el día 8 de ese mismo mes y, más tarde, volví a verlo en octubre de 2006. Muy tranquilo, me dijo que prefería no atribuirlo a un milagro y que, al fin y al cabo, los médicos habían hecho bien su trabajo, lo cual era cierto. Sin embargo, finalmente reconoció: «Esta curación me la concedió la Virgen. Y para mí, que le tengo una gran devoción, es una gracia muy grande». Más tarde, mientras seguíamos hablando, se decidió por fin a contarme la experiencia de «muerte clínica» que había vivido: En un momento dado se abrió una puerta y vi una poderosa luz blanca ante mí. En mi caso no había ningún túnel. Estaba solo en un espacio claro, tranquilo, relajante, indescriptible. Me dirigía a un lugar formidable, maravilloso. ¿Cuánto tiempo duró aquello? No lo sé. Ya no existía el tiempo. En cualquier caso, era algo muy agradable. Una especie de felicidad, de bienestar, de plenitud. Todo era bello, todo estaba en calma. ¡Me resulta imposible describir lo bien que me sentí! Me encontraba en una perfecta beatitud. ¡Lo peor fue cuando tuve que volver a la triste realidad, otra vez entubado por todas partes! Todo esto te lleva a pensar. Después, estuve mucho tiempo hablando de ello. Soy consciente de que estuve en un momento crítico: mi cuerpo se encontraba en otra parte. Más tarde me dije que debía dar testimonio de aquella curación inexplicable a aquellos que quisieran escucharme. Decirles que verdaderamente hay algo después. Ya no vuelves a ver el final en la tierra de la misma manera. Relativizas y dejas de ver la vida desde la misma perspectiva. Te sientes feliz de haberla vivido. Te entran ganas de dar las gracias. Ganas de rezar con un espíritu de alabanza, de agradecimiento, no de pedir. Ya no vuelves a estar deprimido. Si eso es la muerte, entonces no hay que tenerle miedo. El día que se presente, ya no la veré como un fin en sí misma. Tengo la impresión de haberla vivido ya, tal vez para dar testimonio de ella a los que me rodean. * * * UN CUENTO Dos gemelos en el vientre de su madre… —Oye, ¿tú crees que vamos a quedarnos aquí mucho tiempo? —Nos quedaremos aquí para siempre, eso está claro. ¡Aquí se está muy a gusto! —No sé. Yo tengo la impresión de que después hay otra cosa. —¿Otra cosa? —Sí, otra vida. Yo creo que estamos aquí para fortalecernos y prepararnos para lo que nos espera. —Eso no tiene sentido. No hay un después. Lo que dices es una estupidez. ¿Por qué va a haber otra cosa? Yo no me imagino una vida más allá del vientre. —Pues hay un montón de historias sobre «el otro lado». Dicen que «allí» hay mucha luz, que hay muchas alegrías y emociones, muchas cosas por vivir… Dicen, por ejemplo, que «allí» se come con la boca. —¡Menuda tontería! Ya tenemos el cordón umbilical para alimentarnos. ¡Todo el mundo lo sabe! ¡Nadie se alimenta por la boca! Además, nadie ha vuelto jamás de esa «otra vida» en la que tú crees. Todo eso son cuentos. La vida se termina con el parto. Es así. No queda más remedio que aceptarlo. —Perdona, pero no estoy de acuerdo. Desde luego, no sé cómo será exactamente la vida después del parto y no puedo probarlo. Pero sí que creo en la vida que viene después: veremos a nuestra mamá y ella nos querrá y nos cuidará. —«¿Mamá?». ¿Me estás diciendo que crees en «mamá»? ¡Ja! ¿Y dónde está? —En todas partes, ¿no te das cuenta? Está ahí fuera, en todas partes, a nuestro alrededor. Estamos hechos de ella y gracias a ella existimos. Sin ella no estaríamos aquí. —¡Eso es absurdo! Jamás he visto a ninguna «mamá». ¡No existe! —No estoy de acuerdo. Esa es solo tu opinión. Porque a veces, cuando todo está en calma, puedes oírla cantar… Puedes sentirla cuando acaricia nuestro mundo… Estoy seguro de que nuestra verdadera vida empezará después del parto. ¿Qué es una ECM? Eliminad lo sobrenatural y solo os quedará lo antinatural. G. K. CHESTERTON Una ECM «clásica» Cada ECM es única, personal y, aun así, todas presentan similitudes sorprendentes. En este librose muestran numerosos ejemplos. No obstante, me parece útil retomar la primera versión, que ofreció el doctor Raymond Moody en su primer libro, en el que se recogían 150 testimonios: Un hombre se está muriendo y, cuando llega al momento de mayor agotamiento o dolor físico, oye que su médico lo declara muerto (…). Siente que se traslada rápidamente por un túnel largo y oscuro. A continuación, se encuentra de repente fuera de su cuerpo físico, pero todavía en su entorno inmediato, y contempla su cuerpo desde fuera, como un espectador (…). Al rato se sosiega y empieza a acostumbrarse a su extraña condición. Se da cuenta de que sigue teniendo un «cuerpo», aunque este es de naturaleza diferente y tiene unos poderes distintos a los del cuerpo físico que ha dejado atrás. Enseguida empieza a ocurrir algo. Otros vienen a recibirlo y a ayudarle. Ve los espíritus de parientes y amigos ya fallecidos y aparece ante él un espíritu amoroso y cordial que nunca antes había visto –un ser luminoso–. Este ser, sin utilizar el lenguaje, le pide que evalúe su vida (…). En determinado momento se aproxima a una especie de barrera o frontera, que parece representar el límite entre la vida terrena y la otra. Descubre que debe regresar a la tierra, que el momento de su muerte aún no ha llegado. Se resiste, pues ha empezado a acostumbrarse a las experiencias de la otra vida y no quiere regresar (…). Más tarde trata de hablar de su experiencia con los que le rodean, pero le resulta problemático hacerlo, ya que no encuentra palabras humanas adecuadas para describir esos episodios sobrenaturales (…). No obstante, esta experiencia afecta profundamente su existencia, sobre todo sus ideas sobre la muerte y su relación con la vida[7]. Las ECM no son fenómenos raros o aislados. En Estados Unidos, según Kenneth Ring, hay cerca de 8 millones de personas que dicen haber vivido este tipo de experiencias (un 30 por ciento de personas que han rozado la muerte)[8]: no se trata, por tanto, de un hecho excepcional. De hecho, se ha inventado un neologismo para designar a estas personas, tomado directamente del inglés (experiencer), o traducido: «experimentador». En 1998 Jeffrey Long, que se califica a sí mismo como un «hombre de ciencia», crea la Near-Death Experience Research Fondation (Fundación para la Investigación de las Experiencias Cercanas a la Muerte) y una página web[9] para recopilar el mayor número posible de testimonios a partir de un formulario detallado con unas cien preguntas. Más de 1.300 personas contestaron el formulario durante los diez primeros años, de todas las partes del mundo y de todas las creencias y razas. Como dice J. Long en el libro que publicó sobre el tema: Su deseo de dar testimonio dice mucho sobre el impacto que puede tener una ECM en la vida de una persona. Los participantes describieron su ECM de distintas formas, calificándola de «indecible», «inefable», «inolvidable» e «indescriptible». Más del 95 por ciento la percibió como algo «completamente real» y el resto la consideró «probablemente real». Nadie la calificó de «totalmente irreal». Algunos la describieron como lo mejor que les había pasado en la vida[10]. Según los estudios epidemiológicos, los testimonios de ECM serían más frecuentes en el caso de las personas menores de 60 años. Pero las ECM también se dan en niños, algunos de menos de cuatro años (cfr. el 2.º testimonio): estos no saben qué es la muerte ni están condicionados desde el punto de vista cultural ni religioso; y, ciertamente, nunca han oído hablar de una ECM. ¡Y, aunque hubieran oído hablar, tampoco la entenderían! Se han descrito numerosas circunstancias en las que se han producido ECM, entre ellas, paro cardiaco (muerte clínica), choque hemorrágico, traumatismo cerebral o hemorragia intracerebral, ahogamiento o asfixia. Pueden producirse experiencias similares en el caso de patologías graves que no suponen una amenaza inmediata para la vida, en la fase terminal de una enfermedad, durante un episodio crucial de la existencia (por ejemplo, cuando un paciente escucha que le han declarado muerto), o cuando la persona tiene la impresión de encontrarse en una situación peligrosa (por ejemplo, justo antes de un accidente de coche o escalando una montaña): se las suele llamar las «visiones de los moribundos». Solo entre un 20 y un 30 por ciento de las personas que están al borde de la muerte tienen una ECM. Es imposible predecir quién puede ser susceptible de vivir una ECM al acercarse a la muerte: no hay forma de saberlo con antelación. Por otro lado, estas experiencias pueden vivirlas personas muy diferentes. Dicen haberlas experimentado niños, personas mayores, científicos, médicos o religiosos. Tampoco se dan más entre los creyentes que entre los ateos. Debemos señalar que no se puede vivir una ECM voluntariamente ni inducirla de manera experimental en un paciente, ni desde el punto de vista físico ni ético. También hay que mencionar que actualmente se conocen experiencias similares a las ECM, que han manifestado personas que no estaban a las puertas de la muerte ni gravemente enfermas. Raymond Moody habla también de «experiencias de muerte compartida» o de «ECM empáticas», que se manifiestan en el momento de la muerte de una persona cercana. Algunas personas viven una ECM en un momento de extrema angustia por la muerte, como en el caso de Marino Restrepo, prisionero de las FARC en Colombia, cuya vida quedó completamente transformada por dicha experiencia[11]. En realidad se trata de experiencias cercanas a las experiencias carismáticas o místicas, en las que uno se encuentra en un estado límite. Pero, aunque sean parecidas, no conviene confundirlas. Las diferentes fases Vamos a analizar las diferentes fases –posibles, aunque no obligatorias y no necesariamente en este orden–, que volveremos a retomar en cualquier momento para aclarar ciertos aspectos, tanto en el plano científico como en el religioso. Yo he registrado nueve[12]: 1. La «descorporeización» o salida del cuerpo. 2. El cambio de estado del «cuerpo». 3. El paso por un «túnel». 4. El contacto con otras «personas espirituales». 5. El encuentro con un «ser de luz». 6. Un examen de la propia vida. 7. El sentimiento de paz y tranquilidad. 8. El regreso. 9. Las repercusiones en la conducta vital. Para ilustrar este capítulo, para cada fase retomaré algunos fragmentos de un libro publicado en 1992 que guardo como un tesoro en mi biblioteca. Se llama He visto la luz[13]. Su autora, Betty J. Eadie, de madre india y de padre de raíces irlandesas y escocesas, sufrió todos los dramas de una infancia rota: divorcio de los padres, estancia en un orfelinato, separación de sus hermanos y hermanas, fracaso de un primer matrimonio… Casada en segundas nupcias con Joe, con el que tuvo ocho hijos, se quedó viuda en 2011. Tiene quince nietos y siete bisnietos. Recibió una educación católica desafortunada y terriblemente estricta. Después se convirtió a la Iglesia de los Santos de los Últimos Días (los mormones), donde después de su ECM asumió responsabilidades. «Muerta» el 18 de noviembre de 1973 a los treinta y un años, a consecuencia de una intervención quirúrgica (extirpación parcial del útero, que le provocó una hemorragia cataclísmica), y después vuelta a la vida, Betty ofreció de su aventura en el más allá un relato extremadamente detallado y particularmente interesante. Necesitó diecinueve años y muchos ánimos (que recibió en las numerosas conferencias que dio sobre el tema) para escribir su libro. No todo lo que escribió debe tomarse al pie de la letra puesto que, con el tiempo, hay mucha tendencia a embellecer e idealizar los momentos agradables que hemos vivido en el pasado[14]. Pero no se puede dudar de su testimonio. ¡Es evidente que no se lo inventó! Solo voy a retomar lo que se corresponde a las diferentes fases. Por otro lado, me ha parecido interesante relacionar las diferentes etapas con distintos pasajes de las Escrituras, así como con otras señales. 1) La «descorporeización» La descorporeización,que los anglosajones llaman Out of body experience (OBE) (salida del cuerpo), es la experiencia –subjetiva– del ser humano de salir de su propio cuerpo. Suele constituir la primera etapa de las ECM (aproximadamente en el 45 por ciento de los casos). Los testimonios coinciden: la mayoría de las veces, la persona suele encontrarse en el techo de la sala de reanimación, desde donde observa, con la más absoluta serenidad, a los médicos y a las enfermeras atareados en torno a su cuerpo, cambiando las bolsas de suero y ocupándose de diversas tareas. Más tarde pueden verificar la exactitud de los comportamientos y las palabras percibidas. Veamos cómo lo cuenta Betty en el capítulo 4 de su libro: Oí un leve zumbido en la cabeza y me hundí cada vez más, hasta que sentí mi cuerpo inmóvil y sin vida. Luego, una oleada de energía me recorrió. Era como si experimentara una descarga o un desprendimiento en mi interior. De pronto mi alma salió del pecho y se elevó hacia lo alto, como atraída por un enorme imán. Mi primera impresión fue de libertad. No había nada antinatural en la experiencia. Me encontraba encima de la cama, suspendida cerca del techo. La sensación de libertad no tenía límites y parecía como si siempre hubiera estado así. Giré y vi un cuerpo que yacía sobre la cama. Sentí curiosidad por saber quién era e, inmediatamente, empecé a descender hacia él. Debido a mi experiencia como enfermera, estaba familiarizada con el aspecto de los cuerpos muertos y, al acercarme a su rostro, enseguida me di cuenta de que estaba sin vida. ¡Luego supe que era el mío! Aquel cuerpo sobre la cama era el mío. No me sorprendí, ni me asusté; solo sentí cierta simpatía por él. Parecía más joven y bello de lo que recordaba y ahora estaba inerte. Era como si me hubiese quitado una prenda usada y la hubiese abandonado para siempre: una decisión equivocada, porque todavía tenía buen aspecto. Hasta entonces nunca me había contemplado en tres dimensiones. Solo me había mirado en espejos y superficies planas. Pero los ojos del alma ven más dimensiones que los ojos del cuerpo mortal. Contemplé mi cuerpo desde todos los ángulos a la vez: por delante, por detrás y por los lados. Vi aspectos de mis facciones hasta entonces desconocidos (…). Tal vez por eso no me reconocí en un principio[15]. El doctor Jeffrey Long señala: Hemos recibido numerosas ECM en las que la conciencia sale del cuerpo y se aleja de él. Por ejemplo, un paciente sufre un paro cardiaco y su conciencia abandona el quirófano y viaja a la cafetería, donde se encuentra con su familia. Puede ver y escuchar su conversación. Y más tarde se verifica todo; todo lo que ha dicho es exacto. Es extraordinario, pero tenemos numerosos ejemplos así. Y casi nunca se trata de algo impreciso. Me sorprendería mucho que tuviéramos a alguien que hubiera manifestado observaciones falsas. El escaso porcentaje de observaciones inexactas se refieren a un detalle o dos. Las observaciones realizadas fuera del cuerpo, la realidad de lo que ven estas personas cuando están inconscientes, en estado de muerte clínica, y la realidad de lo que ven cuando están alejadas de su cuerpo, son una de las pruebas más poderosas que tenemos de la autenticidad de las ECM[16]. La ciencia clásica ni siquiera logra imaginar un hecho parecido. En lo que se refiere a la teología, lo abordaremos desde el punto de vista antropológico, citando el capítulo 12 de la segunda carta a los corintios: Sé de un hombre en Cristo, el cual hace catorce años –si en el cuerpo o fuera del cuerpo no lo sé, Dios lo sabe– fue arrebatado hasta el tercer cielo. Y sé que este hombre –en el cuerpo o fuera del cuerpo no lo sé, Dios lo sabe– fue arrebatado al paraíso y oyó palabras inefables… (2 Co 12, 2-4) 2) El cambio de estado del «cuerpo» La conciencia y la lucidez se refuerzan con emociones o sentimientos intensos y generalmente positivos. Mi cuerpo actual era ingrávido y extremadamente móvil, y aquel estado tan distinto me fascinaba. A pesar de que unos momentos antes aún sentía el dolor de la operación, ahora no experimentaba incomodidad alguna. ¡Me encontraba perfectamente! Y pensé: «Así es como soy en realidad»[17]. En ese momento, Betty se acuerda de su familia y se da cuenta de que puede abandonar su habitación atravesando las paredes, ser propulsada, según ella, «a una velocidad sorprendente», observar a su familia sin que se den cuenta y volver en un instante a su habitación del hospital. «Vi mi cuerpo que todavía yacía en la cama, a unos setenta y cinco centímetros por debajo de mí y ligeramente ladeado hacia la izquierda (…)». El experimentador, por tanto, ya no tiene un cuerpo material y opaco, pero aun así sigue teniendo un cuerpo. ¿Cómo llamarlo? ¿Cuerpo «místico», cuerpo «espiritual», cuerpo «glorioso»? En el mundo esotérico se habla de «cuerpo sutil» o de «cuerpo astral», intermediario entre el cuerpo físico y el espíritu, de naturaleza energética, ondulante, capaz de liberarse del cuerpo físico, de viajar –se habla de «viaje astral»– y de entrar en contacto con otras «entidades». En cualquier caso, lo que está claro es que la ciencia clásica no está abierta en absoluto a este tipo de fenómenos. ¿Podría la física cuántica plantearse esta posibilidad? Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos. (Jn 20, 19) 3) El paso por un «túnel» Consiste (en un tercio de los casos) en el paso a gran velocidad por un túnel, que conduce a un territorio desconocido del que solo se sabe que «no es terrestre», puesto que no se parece a nada conocido sobre la tierra. El cuadro de El Bosco llamado Ascensión al Empíreo es un bello ejemplo. Aquellos que lo han vivido declaran: «¡Es exactamente así!». Normalmente (aproximadamente, en dos tercios de los casos), al final del túnel brilla una luz blanca, seductora, tan resplandeciente «como un millón de soles», pero en absoluto cegadora. Retomemos el testimonio de Betty (capítulo 5: «El túnel»): Betty cuenta que se halló «en presencia de una energía inmensa» y que, aunque dicha energía era terrible, se sintió «invadida por una sensación placentera, casi hipnótica». Se estaba produciendo un proceso de curación: «Aquel torbellino estaba lleno de amor, y yo me hundí en la profundidad de su negrura y su calor y gocé de su paz y su seguridad. Pensé: “Debe de ser aquí donde se encuentra el valle de la sombra de la muerte”. Jamás había sentido tal serenidad». Las personas se encuentran en un lugar en el que el espacio y el tiempo son diferentes. Se tiene la impresión de entrar en otro mundo, de tener acceso a un conocimiento especial del universo, de descubrir reinos celestes, espirituales. Noche ya no habrá; no tienen necesidad de luz de lámpara ni de luz del sol, porque el Señor Dios los alumbrará y reinarán por los siglos de los siglos. (Ap 22, 5) 4) El descubrimiento de otras «personas» Las personas que viven una ECM declaran haberse encontrado con seres queridos, fallecidos antes que ellos, casi siempre parientes cercanos, que conocían o que no conocían de antes, o con figuras espirituales. ¿Debería hablarse de «personas», de «seres místicos» o de «espíritus»? En cualquier caso, no se trata de simples espíritus: resultan reconocibles, hablan, etc. Todos los testimonios coinciden. En aquel lugar vi a personas que sabía muertas. Nadie pronunció una palabra, pero era como si supiera lo que estaban pensando al mismo tiempo que ellas. Sabía que conocían todos mis pensamientos. Sentía una paz que desafiaba todo entendimiento. Se trataba de un sentimiento maravilloso. Estaba en plena euforia y tenía la impresión de ser una con todo lo que me rodeaba[18]. Sucedió, pues, que murió el pobre y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. Murió también el rico y fue sepultado. Estando en el Hades entre tormentos, levantó los ojos y vio a lo lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno. (Lc 16, 22-23) 5) El encuentro con un «Serde luz» El encuentro con un Ser de luz del que emana un amor infinito, incondicional, es una experiencia inefable. Se repiten sin cesar las mismas expresiones: Imaginad una luz hecha de una absoluta comprensión y de un perfecto amor; el amor que emanaba de la luz era inimaginable, indescriptible. Fabienne, una mujer de cincuenta años que sufrió un coma diabético con doce años y a la que dieron por muerta, puesto que llegaron a enviar su cuerpo al depósito, no ha olvidado jamás esta experiencia y afirma: Me encontré con una Luz que no era nada más que Amor. Un joven soldado americano, George Ritchie, presa de la fiebre durante un entrenamiento demasiado intenso y dado por muerto, cuenta su descubrimiento de la fuente luminosa[19]: Era Él. Era demasiado brillante para mirarlo de frente. Entonces vi que no se trataba de una luz, sino de un Hombre que había entrado en la habitación o, mejor dicho, de un Hombre hecho de luz… Me incorporé y, mientras me levantaba, tuve una absoluta certeza: «Estás en presencia del Hijo de Dios (…)». Y por encima de todo, con la misma y misteriosa certeza interior, supe que aquel Hombre me amaba. Más que poder, lo que emanaba de su presencia era un amor incondicional. Un amor asombroso. Un amor que iba más allá de mis sueños más insensatos… Este encuentro con el Ser de luz es lo que parece transformar por completo a las personas que viven esta experiencia. Es cierto que podría tratarse de un ángel, pero la mayoría de los testimonios coinciden en que en realidad se trata de una presencia divina. El doctor Moody ofrece un gran número de testimonios sobre la luz en sus dos obras: Lo característico es que, en su primera aparición, la luz es débil, pero rápidamente se va haciendo más brillante, hasta que alcanza un resplandor sobrenatural (…). A pesar de la inusual manifestación de luz –prosigue el doctor Moody–, nadie parece dudar de que se trata de un ser, un ser luminoso. Todos afirman que es un ser personal, que tiene una personalidad bien definida. El amor y la calidez que emanan de él hacia el moribundo no pueden expresarse con palabras[20]. Un testimonio recogido en su libro señala: Trataba de llegar a aquella luz, pues sentía que era Cristo. No era una experiencia aterradora. Al contrario, resultaba hasta cierto punto agradable. Enseguida relacioné la luz con Cristo, quien dijo: «Yo soy la luz del mundo». Me dije a mí misma: «Si es así, si voy a morir, ya sé lo que me espera al morir: esa luz». En otro de sus libros, Más allá la luz[21], un experimentador explica lo siguiente: Me quedé en la Luz largo rato. Sentía que todos los seres que estaban allí me amaban. Todo el mundo era feliz. Me di cuenta de que la luz era Dios. En lo que se refiere a Betty, esto es lo que cuenta en el capítulo 6, llamado «En brazos de la luz»: Vi un puntito de luz en la distancia. La masa negra que me rodeaba empezó a adquirir la forma de un túnel. Yo lo atravesaba a una velocidad aún mayor y me precipitaba hacia la luz. Me sentía instintivamente atraída hacia ella (…). Al acercarme percibí en su centro la figura de un hombre de pie, que irradiaba luz a su alrededor. A menor distancia, la luz se hizo más brillante –con un brillo ajeno a toda descripción; más brillante que el sol– y supe que los ojos humanos no podrían contemplar aquella luz sin abrasarse. Solo los ojos espirituales eran capaces de soportarla y apreciarla. A medida que me aproximaba a ella, comencé a adoptar una posición erguida. Vi que la luz de su entorno inmediato era dorada, como si su cuerpo entero tuviera un halo dorado a su alrededor, y podía discernir que el halo dorado brillaba en todas las direcciones y se abría en una magnífica y resplandeciente blancura que se extendía a bastante distancia. Sentí que su luz se fundía literalmente con la mía y que mi luz era atraída por la suya. Era como si hubiese dos lámparas en una habitación, ambas encendidas, y su luz se fundiera en una. Resultaba difícil distinguir dónde terminaba una y dónde empezaba la otra. Sencillamente eran una. Aunque su luz era mucho más brillante que la mía, yo sabía que también mi luz nos iluminaba. Cuando nuestras luces se fundieron, sentí como si me hubiese unido a su semblante y experimenté una inmensa explosión de amor. Era el amor más incondicional que había sentido nunca y, al verle abrir los brazos para recibirme, me dirigí a él y recibí un gran abrazo. Repetía una y otra vez: «Estoy en casa. Estoy en casa. Por fin estoy en casa». Sentí su espíritu infinito y supe que siempre había formado parte de Él, que en realidad nunca me había alejado de Él (…). No cabía duda de quién era. Era mi Salvador, mi amigo y mi Dios. Era Jesucristo, que me había amado siempre, incluso cuando creía que me odiaba. Era la misma Vida, el mismísimo Amor, y su Amor me llenaba de alegría hasta desbordarme. Seis días después, toma Jesús consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los lleva aparte, a un monte alto. Y se transfiguró delante de ellos: su rostro se puso brillante como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. (Mt 17, 1-2) 6) Un examen de la propia vida[22] Generalmente, consiste en que el moribundo contempla la película de su vida (o fragmentos de su existencia), que pasa ante él en un instante. El Ser de luz parece saberlo todo sobre él y normalmente le formula la siguiente pregunta: «¿Qué has hecho con tu vida?». Y lo hace con mucha ternura, sin censuras ni reproches pero, al mismo tiempo, con toda la exigencia del amor. La propia Fabienne, «fallecida» a los doce años, sostiene que hizo un examen sobre todos los actos de su corta existencia, y que sintió alegría y tristeza por las personas con las que vivió y se interrelacionó. Betty habla del momento en el que se encuentra con el Ser de luz, al que ella considera su Señor: Sabía que Él conocía todas mis faltas y pecados, pero que, en aquel momento, todo eso carecía de importancia. Él solo quería abrazarme y compartir su amor conmigo, al igual que yo quería compartir mi amor con Él. En el superventas de Moody se dice: Cuando apareció el Ser de luz, lo primero que me dijo fue: «Muéstrame qué has hecho con tu vida», o algo parecido. En ese momento comenzaron las visiones del pasado (…). No estaba tratando de informarse de lo que había hecho –lo sabía perfectamente–, sino que elegía determinados momentos de mi vida y los ponía ante mí para recordármelos. Durante todo aquel tiempo, no perdió ocasión de subrayar la importancia del amor (…). Otra de las cosas que le interesaba mucho era el conocimiento (…). Me dijo que es una necesidad permanente, por lo que tuve la sensación de que este debe continuar después de la muerte. Yo creo que su objetivo al hacerme ver aquellas escenas era enseñarme. En un libro de Kenneth Ring se explica lo siguiente[23]: Al instante, mi vida entera quedó al desnudo y se abrió a aquella Presencia maravillosa, «Dios». Sentí su perdón por todo lo que me avergonzaba en mi vida, como si todo aquello careciera de importancia. Me preguntó –aunque no intercambiamos una sola palabra; se trataba de una comunicación directa, mental, instantánea– «qué había hecho para ayudar y hacer progresar la especie humana». Al mismo tiempo, toda mi vida se presentó al instante ante mí y él me enseñó y me hizo entender qué era lo importante. No quiero ir más allá, pero creedme cuando digo que todo lo que yo consideraba poco importante fue lo que me salvó; lo que creía importante carecía de valor. Vosotros juzgáis según la carne; yo no juzgo a nadie; y, si juzgo, mi juicio es verdadero. (Jn 8, 15-16) 7) El sentimiento de paz y tranquilidad Se trata de algo profundo, que supera cualquier experiencia que pueda existir en la vida cotidiana, con una conciencia y una lucidez intensificadas. Sin saber cómo, me invadió una paz inesperada. Me encontré flotando encima de mi cama y debajo vi mi cuerpo inconsciente. Apenas tuve tiempo de darme cuenta de la extrañeza de la situación – que estaba fuera de mi cuerpo–. Enseguida se me unió un ser radiante,bañado de una luz blanca y brillante. Al igual que yo, aquel ser volaba, pero no tenía alas. Sentí un temor reverencial cuando me volví hacia él; no se trataba de un ángel común ni de un espíritu, pero me lo habían enviado para liberarme. De aquel ser emanaban tanto amor y tanta bondad, que sentí que estaba en presencia del Mesías[24]. Os dejo la paz, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo. No se turbe vuestro corazón ni se acobarde. (Jn 14, 27) 8) El regreso Puede ser voluntario o involuntario, pero siempre es difícil. Las personas dudan a la hora de volver «a la tierra», ¡porque se está tan bien donde están! Después de esta experiencia, generalmente descrita como maravillosa y luminosa, ¡el regreso al «mundo de los vivos» se acepta a regañadientes! Vi a Cristo, pero la luz que surgía de Él era tan brillante que en circunstancias normales me habría cegado. Tenía la impresión de que quería quedarme allí para siempre, pero alguien, que debía de ser mi ángel de la guarda, me dijo: «Debes regresar al lugar de donde viniste, porque todavía no te ha llegado la hora». A continuación sentí una especie de vibración y me encontré otra vez donde estaba[25]. Betty cuenta en el capítulo 18, titulado «Mi regreso»: No hubo lugar para el adiós; sencillamente me encontré de nuevo en la habitación del hospital. La puerta seguía abierta, la luz estaba encendida en el lavabo y mi cuerpo yacía bajo las mantas (…). Sufrí una serie de convulsiones, como si me atravesara una corriente eléctrica. Sentí de nuevo el dolor y el malestar de mi cuerpo y me inundó un profundo sentimiento de tristeza. Después de haber gozado la libertad espiritual, volvía a ser prisionera de la carne. Betty explica muy bien las dificultades que sufren los experimentadores a la hora de hablar de las ECM: En las horas siguientes, los médicos y las enfermeras estuvieron entrando y saliendo de la habitación continuamente para comprobar mi estado. Estaban mucho más pendientes de mí que la noche anterior, pero ni Joe ni yo les contamos nada de mi experiencia. A la mañana siguiente, uno de los médicos me dijo: «Anoche lo pasaste muy mal. Me gustaría saber qué sentiste». Fui incapaz de desvelarle la verdad, así que le dije que había sufrido unas terribles pesadillas. Advertí que me resultaba difícil hablar de mi viaje al más allá y enseguida me di cuenta de que no quería compartirlo ni siquiera con Joe. Parecía como si las palabras desvirtuasen mi vivencia. Aquella experiencia era sagrada. Unas semanas después, les conté algo más a Joe y a mis hijos mayores. No dudaron en apoyarme y disiparon mi temor ante la idea de explicar lo sucedido a mi familia. La vida me ofreció numerosas ocasiones de aprender y progresar. De hecho, los años siguientes fueron los más difíciles de mi vida. En el capítulo 19, titulado «Mi recuperación», Betty explica: Me sumí en una profunda depresión. No podía olvidar las escenas de belleza y de paz del mundo espiritual y solo pensaba en volver. La vida seguía su curso, pero yo empecé a temerla, y en ocasiones a odiarla. En mis oraciones pedía morir. Le suplicaba a Dios que me llevara junto a Él, que por favor me librara de esta vida y esta misión desconocida. Me volví agorafóbica y me daba miedo salir de casa. Me acuerdo de una época en la que, con la nariz pegada a la ventana, miraba el buzón del correo y deseaba reunir el valor para acercarme y abrirlo. Estaba encerrada en mí misma, muriendo poco a poco, y, aunque Joe y los niños me apoyaban plenamente, me iba alejando de ellos cada vez más. Al final fue el amor por mi familia lo que me salvó (…). No ocurrió de la noche a la mañana, pero poco a poco volví a recuperar el gusto por la vida. Aunque mi corazón nunca abandonó el mundo espiritual, recuperó el amor por este mundo y este se fortaleció más que nunca. Cristo será glorificado en mi cuerpo, por mi vida o por mi muerte, pues para mí la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia. Pero, si el vivir en la carne significa para mí trabajo fecundo, no sé qué escoger… Me siento apremiado por las dos partes: por una parte, deseo partir y estar con Cristo, lo cual, ciertamente, es con mucho lo mejor; mas, por otra parte, quedarme en la carne es más necesario para vosotros. (Flp 1, 20-24) 9) Las repercusiones en la conducta vital ¡Es evidente que nadie sale indemne de una experiencia parecida! Hay que volver a adaptarse a la vida normal. A veces surge un sentimiento de culpabilidad (que en ocasiones requiere una terapia psicológica) por el hecho de haberse planteado seriamente abandonar a los seres queridos. Lo que indica, no obstante, que no se trata de un planteamiento premeditado. En cualquier caso, aquellos que se encuentran con el Ser de luz quedan transformados y marcados profundamente: sea cual sea su religión, sus creencias o su filosofía, una experiencia así aporta un gusto nuevo o renovado por los asuntos espirituales. A partir de entonces, estas personas tienen una relación muy distinta con la muerte, anteponen el amor al prójimo, aseguran a quien quiera escucharlos que la vida no se acaba con la muerte y que es maravillosa. Hay que tener en cuenta un aspecto que manifiestan los testimonios recogidos en internet por Jeffrey Long: las ECM poseen, a su manera, un poder curativo en casi todos los que las viven. Pero la vida continúa… Estas personas no se convierten forzosamente en santos ni en maestros espirituales a causa de esta experiencia. Para ellas hay un antes y un después, exactamente igual que para las personas que he conocido que han vivido un milagro en Lourdes: experimentan un acontecimiento tan grande que ya no pueden ver la vida de la misma manera[26]. Pero no se jactan de ello. Permanecen humildes y no presumen de su vivencia. La constante es que aquellos que regresan de una ECM dejan de tener miedo a la muerte. Ciertamente tampoco la buscan, pues sienten aversión hacia el suicidio. Es posible que teman el proceso de morir, pero no la muerte en sí misma, puesto que saben que es el comienzo de algo maravilloso. Se vuelven mucho menos materialistas y más «creyentes» en Dios. En lo que se refiere a las relaciones con los demás, se aferran principalmente a valores fundados en el amor. Esto marca una diferencia enorme en su vida: Desde que tuve esta experiencia no temo la muerte. Aquellos sentimientos desaparecieron. En los entierros ya no me siento mal. Al contrario, siento una especie de alegría, pues sé dónde se encuentra la persona fallecida[27]. Se puede tardar un tiempo en asumir el hecho de haber conocido la fusión o el amor. ¡Haber vivido este tipo de experiencia no acaba con las neurosis como por arte de magia! La persona conserva un psiquismo humano, frágil. No obstante, y por lo general, la vida gana en profundidad. Las personas prestan mayor atención a su conciencia, a su espíritu, se comprometen a una vida más «religiosa». Antes de vivir aquella experiencia, supongo que era como la mayoría de la gente: me esforzaba en tener una imagen mejor de mí misma. Pero experimenté hasta qué punto era apreciada y amada por Dios –la Luz– y luego lo recordaba constantemente en mi vida cotidiana. Prácticamente todos los testimonios destacan el amor al prójimo, único y profundo: Ahora he descubierto que amo a cada una de las personas que conozco. Es raro que conozca a alguien al que no ame. Y eso se debe a que acepto a las personas desde el principio, a que las amo… No las juzgo. Y ellas responden de la misma manera. Yo creo que se dan cuenta. Muchas veces pienso: «Si Él me valoró tanto (eso fue lo que sentí aquel día de enero), entonces no importa la mala opinión que yo tenga de mí mismo. Es evidente que soy una persona valiosa. Se acabaron las dudas al respecto»[28]. Hay una constatación general indudable: ¡casi todos los experimentadores dejan de considerarse ateos después de su experiencia! Les resulta imposible no creer en la otra vida… Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas tres. Pero la mayor de todas ellas es la caridad. (1 Co 13, 13) Las ECMaterradoras Para terminar, conviene tener en cuenta que también existen ECM aterradoras que plantean interrogantes. Resulta difícil conocer el porcentaje[29], en primer lugar, porque aquellos que las experimentan evitan hablar de ello y prefieren esconderlas. Se trata de algo comprensible. Por otro lado, resulta más fácil y gratificante ignorarlas que tomarlas en serio y centrarse ante todo en las ECM agradables, que siguen siendo mayoritarias (y da la impresión de que eso es lo que han hecho muchos autores…). El cardiólogo Maurice Rawlings fue el primero en contar que en una ocasión reanimó a un paciente que aseguró haber estado en el infierno antes de recuperar la conciencia[30]. Hoy en día sí que se tienen en cuenta estos casos especiales, aunque solo sea para ayudar a estas personas. Como señala Penny Sartori[31], ante todo es conveniente ayudar a los pacientes que las viven y recomendarles terapias adecuadas, puesto que las personas que las sufren muchas veces no saben a quién acudir. Actualmente el Centro Noésis, con sede en Ginebra, proporciona un apoyo psicoterapéutico a las personas que han vivido estos momentos dolorosos[32]. Los distintos estudios realizados no han logrado determinar las razones de estas experiencias aterradoras. Las hipótesis propuestas para comprenderlas son muy variadas y dependen más de los observadores que de los experimentadores… Lo que se ha comprobado es que no son solamente las «malas personas» las que declaran haber vivido este tipo de experiencias… Es posible, ¿pero quién conoce el corazón del hombre? ¿Se puede juzgar exteriormente a las «buenas» o a las «malas personas»? Los distintos testimonios demuestran que la vida en el más allá no es necesariamente de color de rosa, que depende de la que hemos vivido en la tierra, de acuerdo con la experiencia y la enseñanza de la Iglesia. Aportaremos un ejemplo clarificador en el 5º testimonio, protagonizado por Gloria Polo: «¡He estado a las puertas del infierno!». Por otro lado, ¿no estaremos descartando demasiado rápido un posible origen espiritual? Resulta acertado llamar a estas ECM «aterradoras» en vez de «negativas» porque, a pesar de su naturaleza terrorífica y traumatizante, estas experiencias son una especie de advertencia del más allá: los individuos regresan convencidos de que deben cambiar sus prioridades para no vivir la misma experiencia después de la muerte. Porque, donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón. (Mt 6, 21) 2º testimonio: «¡EL CIELO EXISTE!» Este es el título de un breve libro en el que un pastor protestante de Nebraska (Estados Unidos) cuenta la ECM de su hijo, llamado COLTON. Este «fue y regresó del cielo» durante una apendicectomía que se complicó y de la que, milagrosamente, salió con vida. La originalidad del caso consiste en que el niño aún no había cumplido los cuatro años en el momento de los hechos y fue contando la historia a sus padres en pequeños fragmentos. Los testimonios de ECM protagonizados por niños son los más conmovedores, puesto que podría decirse que son los menos «contaminados», los más «verdaderos» y los más «vírgenes». El doctor Melvin Morse, pediatra y director de un grupo de investigación sobre las experiencias en las fronteras de la muerte de la Universidad de Washington, subraya[33]: En el caso de los niños, las experiencias en el umbral de la muerte son sencillas y puras, no enturbiadas por expectativas religiosas o culturales. No reprimen su experiencia como suelen hacer los adultos, ni les resulta difícil aceptar las implicaciones espirituales del hecho de haber visto a Dios. Nunca olvidaré a una niña de cinco años que me dijo tímidamente: «Hablé con Jesús y era muy amable. Me dijo que aún no me había llegado la hora». Los niños recuerdan sus vivencias en el umbral de la muerte mucho más que los adultos y, gracias a ellas, parece resultarles más fácil aceptar y comprender su propia espiritualidad cuando se hacen mayores. Si más tarde vuelven a tener una experiencia parecida, esta suele ser excepcionalmente poderosa y plena (…). Una niña me confesó un día que en el momento de su muerte comprendió que había «otra vida». Me dijo que había oído hablar del Paraíso en el Catecismo, pero que en realidad no creía en él. Después de morir y volver a la vida, dejó de tener miedo a la muerte, porque ahora tenía la sensación de saber algo más. No deseaba volver a morir, porque había aprendido que «la vida es para vivirla y la luz es para más tarde». Le pregunté hasta qué punto le había transformado su experiencia y ella me respondió, tras un largo silencio: «Es bueno ser buena». A continuación incluyo un resumen de la experiencia que contó Colton en el libro Heaven is for real (El cielo es real)[34]. Cuatro meses después de su operación, al pasar en coche cerca del hospital donde le habían intervenido y respondiendo a su madre, que le preguntó de manera inocente si se acordaba, Colton le contestó rápidamente, con voz neutra y sin el menor asomo de duda: «Sí, mami, me acuerdo. Allí fue donde los ángeles me cantaron una canción». Y luego añadió, con una expresión seria: «Jesús les pidió a los ángeles que me cantaran porque yo estaba muy asustado. Después me sentí mejor». Estupefacto, su padre le pregunta: «¿Quieres decir que Jesús estaba allí?». Respuesta del niño después de asentir con la cabeza («con la misma naturalidad con la que afirmaría haber visto una mariposa en el jardín»): «Sí, Jesús estaba allí». Su padre le pregunta: «¿Pero dónde?». Y el niño responde: «Yo estaba sentado en su regazo». Como es lógico, los padres se preguntan si lo que dice es realmente cierto. El pequeño Colton, por su parte, les revela que abandonó su cuerpo durante la intervención, una confesión que quedó verificada cuando describió con total exactitud lo que estaban haciendo sus padres en otra parte del hospital mientras a él le operaban. Con una inocencia desarmante y una sinceridad atrevida, propia de un niño, Colton seguirá contando poco a poco lo que vivió, según él, «durante tan solo tres minutos…». Cuenta historias que le transmitieron personas que encontró allí y a las que no conocía; también dice haber conocido a miembros de su familia fallecidos hace mucho tiempo (en concreto, a su abuelo, al que reconoció en una foto de cuando era joven). Sorprendentemente habla de una hermana pequeña, a la que su madre perdió en un aborto natural sin llegar a conocer su sexo, la cual se acercó a él y le dijo que carecía de nombre porque no se lo pusieron… Sorprende a sus padres cuando describe el cielo con detalles desconocidos que se corresponden precisamente con la Biblia; habla de Dios como de un ser «muy muy grande» que nos ama enormemente y asegura que es Jesús el que nos recibe en el cielo. Su manera de expresar que ya no tiene miedo a la muerte consistirá en responder a su padre, cuando este le advierte que puede morir si cruza la carretera corriendo: «¡Mejor, así puedo volver al cielo!». Más tarde, siempre responderá con la misma sencillez a las preguntas que se le planteen. Sí, vio animales en el cielo, vio a la Virgen María arrodillada ante el trono de Dios y otras veces abrazando a Jesús: «Todavía le quiere como a un hijo», precisará. Fue Colton el que puso título al libro que escribió su padre, Todd Burpo, seis años después de los hechos. También hay una película que cuenta esta experiencia, que en Estados Unidos se tituló Heaven is for real y que se tradujo como El cielo es real (2014). * * * Una vivencia Me transmitieron esta vivencia en Lourdes el 11 de febrero de 2014, con ocasión de la Jornada Mundial del Enfermo, instaurada por Juan Pablo II en 1992, en la fiesta de Nuestra Señora de Lourdes, y me autorizaron a reproducirla tal cual. Es cierto que no se trata de una ECM, pero aun así es una experiencia similar, que incluye una visión del cielo durante lo que podría llamarse un sueño, hecho que encontramos a menudo en las Escrituras: El Señor me dio dos hijos magníficos. Uno nació en 1974 (y falleció en 1994) y el otro en 1977. Tambiénquiso darme otro hijo. Entonces yo tenía 33 años. Sin embargo, por distintas razones (de las que me arrepiento…), desgraciadamente no quise asumir aquel embarazo. Por tanto, me practicaron un aborto en diciembre de 1982. En aquella época, yo no tenía conciencia de que se trataba verdaderamente de un niño. Mis razones para abortar eran tan fuertes, que el hecho de llevar una vida en mi seno ni siquiera se me pasaba por la mente. Para mí, aquel niño no existía. En mi interior solo había un vacío. Además, el aborto era legal, así que… Diez años más tarde, cuando ya ni siquiera pensaba en ello, el Señor, en su bondad, me mostró aquel niño en una visión nocturna. ¡Cuál no sería mi sorpresa! Así es como ocurrió. Tuve la sensación de elevarme por los aires, muy alto. Allí me encontré con un niño muy tranquilo (que se parecía un poco a mi segundo hijo) ¡y que me dijo que era mío y que se llamaba Camille! Tenía el aspecto de un niño de diez años, la edad que tendría en la tierra. A su lado había otro niño que le preguntó: «¿No estás enfadado por lo que te hizo?». Camille respondió: «No, la perdono». En aquel momento me quedé atónita. Yo, que no había pedido nada, me había enterado de pronto de que tenía otro hijo que estaba en el «cielo», que se llamaba Camille, ¡y que me había perdonado gratuitamente, generosamente, el haberle matado! Gracias, Señor. ¡Qué gracia más grande! Por eso, hoy quiero dar testimonio de que un niño es un niño desde el momento de su concepción, que el aborto es la muerte de un niño, que provoca numerosos sufrimientos en la madre (y tal vez en el niño), y que debemos tomar absoluta conciencia de ello. Pero el Señor, en su enorme bondad, no abandona a ninguno de sus hijos, que son felices en su Corazón de Padre. ¡Mil gracias, Señor! ¡Qué bueno es el Señor! * * * Historia y actualidad Las ECM son uno de los fenómenos más importantes de la vida humana, que en el futuro tal vez nos permitan comprender de manera racional lo que es la vida después de la muerte. RAYMOND MOODY Resumen histórico Los testimonios sobre las «señales de vida» del más allá son universales y pertenecen a todas las tradiciones religiosas. ¡Las ECM no son un invento de la New Age para conseguir publicidad! Parece que es cierto que han existido en todas las épocas y que además suelen manifestarse con mayor frecuencia en la literatura cristiana, en textos que muestran numerosas coincidencias con las ECM actuales. Así, en el siglo VI, Gregorio de Tours, historiador franco, recoge el testimonio de un tal Salvi que, tras creerse muerto, se despierta y exclama: Oh, Señor misericordioso, ¿qué me has hecho al permitirme regresar a este lugar tenebroso que sirve de habitáculo del mundo, cuando tu misericordia en el cielo era para mí preferible a la vida detestable de este mundo? (…). Cuando hace cuatro días me viste inerte en la celda que temblaba, dos ángeles me tomaron y me llevaron a las alturas de los cielos, de manera que me parecía tener bajo los pies no solamente este mundo del siglo espantoso, sino también el cielo, las nubes y las estrellas. Después, por una puerta más brillante que esta luz inefable, una extensión indescriptible. Una multitud de ambos sexos la cubría, de manera que resultaba absolutamente imposible darse cuenta de la profundidad de aquella muchedumbre… Y escuché una voz que decía: «Que este hombre regrese al siglo, porque es necesario para nuestras iglesias». Solo se oía la voz, porque aquel que hablaba era absolutamente imposible discernirlo (…). Después de haber pronunciado aquellas palabras ante el estupor de los presentes, el santo de Dios volvió a hablar con lágrimas en los ojos: «Desdichado de mí, que he osado revelar tal misterio…»[35]. En su libro[36], Michel Aupetit retoma varias ECM del siglo VIII (escritas por el monje e historiador san Beda el Venerable) y del siglo XII (de Gilberto de Nogent), que relatan hechos coincidentes con las ECM actuales: salida del cuerpo, acompañamiento por uno o varios ángeles, encuentro con parientes fallecidos, visión y percepción de las consecuencias de los actos, visiones de lugares floridos y deliciosos, una luz inefable, promesa de deleites y pesar por verse obligado a regresar a la tierra. A finales de la Edad Media, en torno al 1500, El Bosco pintó un cuadro llamado La ascensión del hombre bendito al Empíreo o al paraíso celeste[37], que muestra que, o bien se encontraba en un estado de inspiración al pintarlo, o bien él mismo vivió esta experiencia, debido a lo mucho que se corresponde esta pintura con los hechos reales. Muchos místicos han vivido experiencias análogas a lo largo de los siglos. Los más conocidos son Catalina de Siena (1347-1380), Teresa de Jesús (1515-1582), Ana Catalina Emmerich (1774-1824) y otros. El primer estudio conocido sobre este fenómeno lo realizó en 1892 un geólogo y montañero suizo muy respetado, el profesor Albert Heim, que vivió esta experiencia durante una caída en la que estuvo a punto de perder la vida. Recopiló y publicó las sensaciones de una treintena de alpinistas que habían vivido el mismo tipo de accidente y la misma experiencia. Cuando Raymond Moody empezó a hablar de estos «fenómenos de ECM»[38], era profesor de Filosofía y estudiante de Medicina. Moody cuenta que no tuvo una educación religiosa, pero que manifestó un interés muy temprano por la filosofía. En 1962, durante su primer año en la Universidad de Virginia, leyó La República de Platón, donde se cuenta la historia de un soldado llamado Er, que fue declarado muerto en el campo de batalla pero que «resucitó» de manera espontánea. El libro de Moody dio mucho que hablar. En Estados Unidos solo recibió críticas de los fundamentalistas cristianos. Conviene decir que Moody también se sintió sensibilizado por los estudios sobre los moribundos de la doctora Elisabeth Kübler-Ross, la primera que abordó este tema de manera científica en los años sesenta. «Para ayudar al ser humano correctamente –decía–, conviene hacerlo desde una dimensión holística: física, emocional, intelectual y espiritual». Y no cesará de repetir: «Mi tarea verdadera (…) consiste en decir a los hombres que la muerte no existe»[39]. En 1977, el libro de Moody atravesó el Atlántico gracias al célebre compositor Paul Mizraki, que se encargó de su traducción. Otras personas se interesaron por el libro y continuaron su labor, como el cardiólogo norteamericano Michael Sabom. En 1980, el periodista Patrice van Eersel viajó a Estados Unidos para realizar una investigación por encargo de la revista Actuel, lo que dio lugar a una sección llamada La fuente negra[40]. Diez años después escribió Volver a familiarizarse con la muerte[41], donde muestra hasta qué punto se ha ocultado la noción de ECM en Francia, debido sobre todo a la influencia de los ardientes defensores de la eutanasia (mientras que, en los países anglosajones, se desarrollaban los cuidados paliativos…). Su libro dio a conocer la filial francesa de la Asociación Internacional para el Estudio de los Estados Cercanos a la Muerte, IANDS Francia. Dicha filial fue creada en 1987 por Evelyne-Sarah Mercier, que reconoce pertenecer al movimiento de la New Age, movimiento globalizador que se presenta como el sumum de la evolución espiritual de la humanidad[42]… En Francia, el doctor Jean-Pierre Jourdan, responsable de las investigaciones médicas de IANDS Francia, publicó Las pruebas científicas de la vida después de la vida[43] y el doctor Jean-Jacques Charbonnier, médico anestesista y reanimador en Toulouse, La otra vida existe[44]. El tema fue objeto de un coloquio fundamental en Martigues en 2006, que reunió a más de dos mil personas: La Experiencia Cercana a la Muerte. Primer encuentro internacional. Actas del Coloquio. Martigues, 17 de junio de 2006[45], impulsado y organizado por una joven increíblemente apasionada por este problema, Sonia Barkallah, que confiesa con absoluta sinceridad que el descubrimiento del libro del doctor Moody le salvó la vida en una época en la que se sentía atraída por el suicidio.Cuatro años antes había dirigido un documental sobre el tema, Una nueva visión de la muerte, en el que mostraba que se estaban realizando numerosos trabajos e investigaciones en todo el mundo desde disciplinas científicas completamente distintas[46]. Finalmente, en 2013 aparece el libro de Jeffrey Long La vida después de la muerte, que recopila más de 1.300 testimonios recogidos en el mundo entero –de todas las creencias, todas las edades y todos los orígenes–. Ha sido la página web, que no existía antes, la que ha permitido esta recopilación, en una época en la que, como ya he mencionado, las reanimaciones, que se han vuelto muy frecuentes, provocan cada vez más ECM. Obviamente, los hechos se basan únicamente en los testimonios individuales, ¡y ya se sabe lo frágiles que estos pueden llegar a ser! Pero lo que resulta fascinante es que ante todo se trata de una experiencia universal, que trasciende todas las épocas y todas las civilizaciones. Los testimonios son similares, sea cual sea el origen del individuo, la época en la que vivió, su edad, su clase social, su nivel intelectual, su religión o su ausencia de fe, que viva en Occidente o no. Pero nunca son completamente idénticos. Cada uno lo vive a su manera y lo transcribe con sus propias palabras, en función de su cultura, su carácter, su psicología y su memoria. ¡No hay ningún «corta y pega»! El que ha vivido una ECM conserva un recuerdo absolutamente personal de las impresiones que experimentó en ese estado alterado de la conciencia. También hay que mencionar –algo que resulta sorprendente– que los experimentadores conservan una enorme sensibilidad en lo que se refiere a la espiritualidad (algunos se inclinan por el sacerdocio o la vida religiosa después de su experiencia). Los especialistas, que consideran muy difícil distinguir lo que procede de las creencias o de la realidad, han intentado establecer un índice o una escala para cuantificar la «calidad» de las ECM[47]. Se trata de algo bastante controvertido, puesto que en la práctica se utiliza poco y está muy condicionado por una cultura determinada. De hecho, con un poco de experiencia y sensibilidad, resulta bastante fácil distinguir a las personas serias, que se limitan a contar lo que han vivido, de aquellas que se lo inventan o que añaden otros hechos sacados de aquí o de allá. En cualquier caso, a priori no se puede dudar sistemáticamente de todos los testimonios, ¡porque eso supondría no confiar en absoluto en el ser humano[48]! Un testimonio verdadero conmueve a la persona en lo más profundo, tanto a la que lo manifiesta (su vida ya no vuelve a ser la misma), como a la que lo recibe (yo mismo lo he experimentado en Lourdes con las declaraciones de las personas curadas). Pero hay preguntas que permanecen sin respuesta: ¿por qué viven estas personas esta «falsa partida», por qué a algunas personas todavía no les ha llegado la hora, por qué se les da una segunda oportunidad? No hay una respuesta unánime[49]. El momento de la muerte no depende de nosotros, ¡afortunadamente! En cualquier caso, ¡el que regresa sabe por qué ha regresado! De nuevo, la respuesta es completamente personal, pero coincide con la de muchos otros. ¿Y actualmente? Hay algunos científicos, lo bastante valientes como para afrontar las críticas de sus colegas, que intentan comprender estos fenómenos extraños, negados durante tanto tiempo, cuando no rechazados por la ciencia, con la esperanza de comprender mejor el origen y los mecanismos de la conciencia. Armados de aparatos de resonancia cerebral, exploran el cerebro, experimentan sin prejuicios, dispuestos tanto a admitir que se trata de un fenómeno relacionado con un simple desarreglo neuronal, como a reconocer la existencia de un sexto sentido, siempre que la demostración se realice de manera rigurosa. Es el caso del canadiense Mario Beauregard, investigador de las neurociencias, que ha instalado cámaras de vídeo en la unidad coronaria de un hospital de Montreal para estudiar los fenómenos de ECM que pudieran ocurrir. También es el caso del neurólogo suizo Olaf Blanke, que analiza minuciosamente el fenómeno de la descorporeización. O el de Eric Dutoit, doctor en Psicología clínica y psicopatólogo, responsable de la Unidad de Cuidados e Investigación del Espíritu (USRE) del Hospital Universitario de Timone, en Marsella. La fundación internacional para la investigación de las experiencias cercanas a la muerte (NDERF) trabaja junto a equipos de investigadores sobre las ECM o los fenómenos de descorporeización en Suiza, Canadá, Estados Unidos… «Las experiencias cercanas a la muerte son totalmente reales –sostiene el fundador de la NDERF, el doctor Jeffrey Long–. Testimonios de todas las edades, todas las nacionalidades y todas las religiones suelen contar que han vivido o escuchado cosas cuando estaban inconscientes o alejados de su cuerpo y no hay ninguna explicación psicológica que logre resolver este misterio». Estas experiencias son asimismo objeto de estudios de «parapsicología científica». Así, la Parapsychological Association (Asociación de Parapsicología), que agrupa a científicos y universitarios que estudian fenómenos como la telepatía o la psicoquinesia, ha sido admitida en la reputada American Association for the Advancement of Science (AAAS) (Asociación Americana para el Avance de la Ciencia); se ha creado un departamento para el estudio de la percepción en la Universidad de Virginia, en Estados Unidos; se ha abierto un centro para el estudio de los procesos psicológicos anormales en la Universidad de Northampton, Inglaterra (que cuenta ya con ocho establecimientos universitarios que integran disciplinas parapsicológicas); o el centro de investigación de la conciencia y la psicología anormal de la Universidad de Lund, en Suecia, o el departamento de psicología y parapsicología de la Universidad de Andhra, en la India… En Francia, desde hace algunos años, la Universidad Católica de Lyon ofrece a los estudiantes una asignatura llamada «Ciencias, sociedad y fenómenos llamados paranormales»[50]. También en Francia, el centro de estudio de las ECM de París, dirigido por el profesor de Filosofía y Psicología Marc-Alain Descamps, recopila testimonios. Sonia Barkallah, que fundó junto al doctor Jean-Pierre Postel el Centro Nacional de Estudio, Investigación e Información de la Conciencia (CNERIC), sigue trabajando en este tema. Al contrario de lo que podría imaginarse, la ciencia se toma muy en serio las ECM y los fenómenos similares, aunque, como señala Sonia Barkallah, «muchos médicos e investigadores siguen optando por no implicarse, por temor a que sus colegas los tomen, en el mejor de los casos, por locos; en el peor, por charlatanes». Ya hemos hablado del Centro Noésis de Ginebra, o ISNOE (Instituto Suizo de Ciencias Noéticas), creado en 1998, fundación de reconocida utilidad pública, «consagrada al estudio de la conciencia a través de los Estados Alterados de la Conciencia (EAC) no ordinarios», fundada por Sylvie Dethiollaz, directora de investigación, y Claude Charles Fourrier, psicoterapeuta. Finalmente, debemos mencionar el II Coloquio Internacional organizado en Marsella por Sonia, en marzo de 2013, como siempre con la presencia del doctor Moody, que aportó nuevos puntos de vista sobre las ECM[51]. He aquí el resumen del mismo que ofreció Jocelin Morrison: En el primer encuentro, celebrado en Martigues en 2006, se realizó un balance de los resultados de treinta años de investigación y reflexión sobre las ECM. Este segundo encuentro ha mostrado el desarrollo de esta investigación a pesar de las dificultades y hasta qué punto se enriquece la reflexión con una nueva perspectiva, en la que sin duda ha influido el estado de crisis aguda de nuestras sociedades, además de una cierta sensación de «fin del mundo» que surgió en 2012. Ciertamente, es necesario encontrar alternativas radicales, y la nueva visión del hombre a la que nos invita e incita el estudio de las ECM nos permite reinventar –o simplemente inventar– la convivencia,
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