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M. T. CICERONIS EPISTVLAR VM AD ATTICVM LIBRI SEDECIM , MARCO TULIO CICERON , CARTAS A ATICO XVI LIBROS TOMO I Prólogo, traducción y notas de JUAN ANTONIO AYALA , , UNIVERSIDAD NACIONAL AUTONOMA DE MEXICO 1975 Héctor Armauirumque armarium BIBLIOTHECA SCRIPTOR VM GRAECOR VM ET ROMANOR VM MEXICANA 'j ' INSTITUTO DE INVESTIGACIONES FILOLOGICAS ' CENTRO DE ESTUDIOS CLASICOS Primera edición: 1975 - DR © 1975, Universidad Nacional Autónoma de México Ciudad Universitaria. México 20, D. F. DIRECCIÓN GENERAL DE PUBLICACIONES Impreso ·y hecho en México IOHANNAE PIAE DILECTISSIMAEQVE VXORI GRATO PIOQVE ANIMO D. D. D. IOHANNIS ANTONIVS MCMLXXI /' PROLOGO Verba tantum adfero, quibus abundo Ad Att., XII, 52. Mearum epistolarum nulla est cruvay0yf¡; sed habet Tiro instar septuaginta; et quidem sunt a te quaedam sumendae. Eas ego oportet perspiciam, corrigam. T um denique edentur. Ad Att., XVI, 5. CICERÓN La correspondencia que el lector tiene en sus Y ÁTICO manos, además de ser uno de los más valio- sos documentos históricos que nos han llegado de la antigüedad, constituye, por sí sola, el testimonio más elocuente que puede haber sobre una de las amista des más grandes y profundas que nos ha legado la histo ria; una amistad que, a pesar de sus altibajos y de sus momentos de crisis, se extendió y abarcó la vida comple ta de Cicerón y Ático y penetró en todos los aspectos de la vida: religión, política, finanzas, literatura, filosofía, problemas familiares, menudencias domésticas, chismes y murmuraciones. Las cartas nos revelan, inicialmente, la comunicación ·constante de dos personas que pusie ron la amistad por encima de todo, en una época en que estos val0res espirituales estaban en total decadencia, cuando la desconfianza envenenaba todas las relaciones personales, privadas y públicas, cuando el amigo de hoy era, en potencia, el enemigo de mañana. De todas las cartas que escribió Cicerón -y que mi lagrosamente se nos han conservado- y que son más de ochocientas, más de la mitad están dirigidas a un hombre con el que tenía íntima y profunda amistad. IX PRÓLOGO Él no tenía nada que ocultar a Ático ni tenía que pre sentarse ante él simulando lo que no era. En sus cartas a los otros amigos les recordaba, y no le quedaba más remedio que hacerlo, que él era uno de los romanos. más importantes y que, en todos sus actos, lo único que le impulsaba eran los motivos más altruistas. Desgraciadamente no se ha conservado ninguna de las cartas que le escribió Ático y la biografía de éste que ha llegado hasta nosotros no es más que un elogio sin reservas de ninguna clase. Sin embargo, se sabe -esto es un indicador interesante de su carácter- que mantuvo intacta su riqueza en medio de las convulsio nes políticas de su tiempo y que llegó a una edad avan zada, cosa que en esa época era un verdadero triunfo, una muestra de profunda sabiduría y, también, por medio de la correspondencia de Cicerón sabemos que era un hombre de negocios frío, sereno, cuyos únicos principios eran la experiencia y las ganancias y que no disimulaba esto ante sus verdaderos amigos. "No hay nadie, incluso yo mismo, con quien pueda hablar con tanta libertad como contigo", le dice Cicerón en una carta; es así como, a través de esta correspondencia, podemos conocer los secretos más íntimos del escritor. La a1nistad de M. T. Cicerón y T. Pomponio fue una de esas relaciones que quedan selladas casi en la in fancia y que se prolongan hasta el fin de la vida. Ambos contribuyeron a .ella/con lo mejor y con lo peor de sí mismos, pero lo que más llama la atención es la solidez constante de esa relación que sobrevive momentos peli grosos de crisis y de alteraciones familiares y políticas. Cicerón y Ático se conocieron casi en su infancia; había X PRÓLOGO entre ellos tres años de diferencia, 1 pero según Corne lio Nepote ambos vivieron desde entonces en una rela ción bastante íntima: cuni quo a condiscipulatu vivebat coniunctissinie. 2 Ambos se destacaron en sus estudios y ambos también gozaron, desde la infancia, de una po sición social privilegiada, pues pertenecían a la rica cate goría de los caballeros con ciertas relaciones de tipo aristocrático; la prima de Ático, Anicia, posiblemente pertenecía a una familia consular, pues se había casado con un patricio, Servio Sulpicio Rufo, hermano del tribuno del año 8 8 3 y Cicerón también estaba relacio nado con los Tuberones e incluso con los Marios. Pero, mientras Cicerón pertenecía a la rica burguesía rural de Arpino, Ático era romano, 4 lo cual siempre le dio una superioridad natural en sus relaciones con Cicerón y con otros caballeros de origen rural. Casi desde el principio de estas relaciones, cada uno de ellos eligió distintos caminos y formas de vida; Cicerón se inclinó por la carrera legal y el cursus honorum, mientras Áti co escogió definitivamente el honestum otium, dirigido especialmente a amasar de la manera más expedita una gran fortuna que lo pondría a cubierto de todas las contingencias de la vida política y de la inestabilidad de los últimos días de la República romana, y también a gozar de los numerosos amigos, de la literatura, el arte y los placeres de la vida ateniense. Como afirma Bois-. s1er: 1 Cicerófl nació el 3 de enero del año 106 a. de C. y Ático alrededor del 11 O a. de C. 2 Nept. Att. 5. 3. 3 Ibid., 2. 2. 4 ab· origine ultima stirpis Romanae genitus, Nept. Att. l. 7. XI PRÓLOGO Comprendió que una república en la que el poder era arran cado por la fuerza estaba perdida, y que, al parecer, ame nazaba arrastrar consigo a quienes la hubieran servido. Resolvió, pues, vivir alejado de los negocios, y toda su política consistió en lo sucesivo en crearse una situación segura, fuera de los partidos, al abrigo de los peligros. 5 Ático, sin embargo, no era un caballero romano como los demás, locitples honestusque; era, como Cicerón, un político por naturaleza 6 y puede deducirse esto por toda la correspondencia y lo que en ella, más o menos, se implica. El equilibrio permanente en que vivió la política del no-compromiso, que dominó todas sus acti vidades, demuestra que tenía un verdadero sentido de la política oculta que siempre ha dominado en todos los pueblos y que, en definitiva, es la que rige la vida de las naciones. Oigamos de nuevo a Boissier: Como para poner a prueba su prudencia y habilidad, fue colocado en la época más turbulenta de la historia. Asistió a tres guerras civiles, vio a Roma invadida cuatro veces por distintos amos y renovarse las matanzas a cada nueva victoria. Vivió, no humilde e ignorado, haciéndose olvidar en alguna ciudad lejana, sino en Roma y en lo más visible. Todo contribuía a fijar las miradas en él; era rico, moti vo más que suficiente para ser proscripto; gozaba de gran reputación de hombre de talento; trataba de buen grado a los poderosos, y, por sus relaciones a lo menos, se le consideraba como un personaje. Sin embargo, supo escapar a todos los peligros que le creaban su posición y su ri- 5 Gastan Boissier, Cicerón y sus amigos (Estudio de la Sociedad Romana del tiempo de César), versión castellana de Antonio Sa laz ar, Editorial Diana, México, 1952, p. 104. 6 Cfr. Att. IV. 6. l. XII PRÓLOGO · queza, y hasta encontró medios de engrandecerse en cada una de aquellas revoluciones que parecía debían perderle. Cada cambio de régimen que arrojaba a sus amigos del poder le dejaba más rico y en mejor situación, de modo que, en el último, se vio colocado casi junto al nuevo señor. ¿Por qué maravilla de habilidad, por qué prodigio de combinaciones ingeniosas, consiguió vivir honrado, rico y poderoso en un tiempo en que era tan difícil sólo el vivir? Este problema estaba lleno de dificultades. 7 Hay un aspecto en la vida de Ático que creo es de gran importancia para llegar a una explicación adecua da de su conducta. La clave está en sualejamiento calculado de Roma y en su permanencia en Atenas, ciudad con la que llegó a identificarse plenamente; allí fue donde aceptó la filosofía epicúrea. Según su bió grafo Cornelio Nepote esto le convirtió en una especie de paradigma de virtud en todos los aspectos y activi dades de su vida: el mejor y el más .dedicado de los hijos, el amigo más fiel, el más Íntegro de los hombres y el más interesado de los voraces romanos. La crítica moderna ha rebajado considerablemente estas alaban zas y elogios. En concreto, Tyrrell y Purser han descu bierto en él "a la quintaesencia de la mediocridad", un hombre sin nada de grandeza ni de nobleza, pero reco nocen en él, básicamente, un cariño incondicional hacia Cicerón y un moderador de los impulsos incontenibles de éste. 8 Carcopino en este punto va mucho más ade lante en su crítica, ya que llega a afirmar que "no debe quedar nada de este elogio, pues al asociarse a la publi- 7 G. Boissier, op. cit., p. 104. 8 Tyrrell-Purser, I, pp. 5 3 y 5 4. XIJI PRÓLOGO cación de la correspondencia, Ático traicionó la amis tad a la que debía su gloria". 9 Sin embargo, el mismo Carcopino tan poco sospechoso de complicidad con el honor de Cicerón, reconoce que las concesiones que tuvo que hacer Ático en la publicación de las cartas de su amigo no le desacreditó en su época en lo más mínimo. t-0 ' ' Sin embargo, para entender completamente a Ático y su actuación en la turbulenta vida romana del siglo I a. de C. hay que tener en cuenta otro punto impor tante: el papel que jugó el epicureísmo en un tempe ramento ya preparado para esta filosofía y el signifi cado de la abstención como un imperativo que le per mitió conservar su prestigio y su independencia en las circunstancias más difíciles y comprometedoras. Cuando en el año 89 a. de C. al morir su padre, ad quirió de golpe toda la fortuna familiar, Ático ya se había dado perfecta cuenta de cuál iba a ser su papel en la vida política romana y lo que ésta, a pesar. de sus riquezas, le reservaba para el futuro en su calidad de caballero romano. Muy pronto vio qué dirección to maban los asuntos en Roma; como Cicerón, presenció horrorizado las brutalidades de la marcha de Sila sobre Roma y muy pronto se convenció de que no tendría seguridad en la ciudad. De aquí su decisión de abando nar Roma e Italia y vivir apartado de la incertidumbre política. ¿Qué significado tuvo esta decisión en un joven _de 9 J. Carcopino, Les secrets de la Correspondance de Cicéron, L'Artisan du Livre, Paris, 1957, vol. II, p. 251. 10 !bid., pp. 251-252. XIV PRÓLO·Go -veintiún años como Ático? Carcopino da la siguiente explicación que, hasta cierto punto, me parece total mente válida: Su decisión no era la de un emigrado en el sentido en que hoy entenderíamos esa palabra; pues, libre de todo com promiso político, estaba libre para actuar como quisiera o de ir adonde inejor le pareciera. Además no daba la im presión de ser una huida. Ático era un calculador; esto no e>¡:a una cobardía y, en medio de los desórdenes y las luchas que diezmaban a los romanos, él organizó su par tida con la sangre fría y el método que lo caracteri zaban. 11 Por eso, en el año 8 5 a. de C. se embarcó para Atenas llevándose consigo gran parte de su fortuna. 12 Allí permanecería durante veinte años y sólo volvió a Ro ma cuando su apartamiento de la vida política era ya totalmente definitivo. "Entretanto, su creencia confir mada en la verdad del epicureísmo, la había fundado en la razón y ya era irrevocable." 13 Ático abrazó el epicureísmo con el fervor y la in transigencia de un neófito y aplicó sus principios a todas sus actividades personales, públicas y privadas. Cornelio Nepote nos cuenta su reacción y su conducta en .el momento de la muerte de su madre. 14 Carcopino, una vez más, ha penetrado hondamente en este fenó- 11 Ibid., p. 255. 12 Nept., Att. II, 3: ... magnam partem fortunarum traiecit suaru1n. 13 Carcopino, vol. II, p. 256. 1~ Nept., Att., XVIII, 1-2. XV PRÓLOGO meno de la mentalidad de Ático y de las consecuencias permanentes que tuvo para su vida. Porque Ático se había apropíado de la filosofía de sus maestros no para hacer ostentación de ella sino para for marse una norma de conducta de toda su vida. 15 Nepote que había publicado su obra en dos partes, la una antes y la otra después de la muerte de Ático en el año 32, no se atreve a nombrar a estos maestros, porque, junto a Octavio que como triunviro promovía una respetuosa solicitud por los cultos tradicionales y. era ya un anuncio de la restauración religiosa que llevaría a cabo como Empera dor, el epicureísmo, que relegaba a los dioses inactivos a la soledad helada de los entremundos, no era popular; y el biógrafo de Ático, en vez de inscribir a su héroe entre los adeptos de una secta en adelante sospechosa, prefirió dejar en suspenso la escuela en la que había formado su con ciencia. l'6 Las convicciones epicúreas de Ático eran profundas y sabía bien, como dijo su amigo Cicerón, "que la vida no es vida, si no se puede descansar en el cariño de un amigo". 17 Gastón Boissier señala certeramente el ori gen de estas convicciones: Aquella abstención sistemática de Ático no era una idea romana: la había tomado de los griegos. En las repúblicas diminutas e ingobernables de Grecia, en las que era des- . 15 Nept., Att., 3: Neque id fecit natura solum sed etiam doctri na; nam Principum philosophorum ita percepta habuit, ut #s ad vitam agendam, non ad ostentatíonem uteretur. 16 Carcopino, op. cit., vol. Il, p. 257. 17 Cic. de Amicitia, 6: Cui potes/ esse vita vitalis, uf ait Ennius, qui non in amici mutua benevolentia conquiescat? XVI PRÓLOGO conocido el reposo, y que pasaban sin tregua y sin motivo de la tiranía más dura a la licencia más desenfrenada, se comprende que los hombres tranquilos y estudiosos acaba ran por cansarse de todas aquellas agitaciones estériles. Por eso dejaron de codiciar dignidades que sólo se obtenían adulando a una muchedumbre caprichosa, y que se con servaban a condición de obedecerla ... Al mismo tiempo que el cansancio y el disgusto alejaban a los hombres hon rados de aquellas luchas mezquinas, la filosofía, cada vez más estudiada, iba comunicando a sus adeptos una especie de orgullo que los llevaba al mismo resultado. Hombres que pasaban el tiempo ocupándose de Dios y del mundo, y que trataban de comprender las leyes que rigen al uni verso, no se dignaban descender de aquellas alturas para gobernar Estados de algunas leguas cuadradas. Por esta causa era una cuestión muy debatida en las escuelas saber si convenía o no ocuparse en las cosas públicas, si el hombre sensato debe solicitar honores, y cuál valía más, si la vida contemplativa o la vida en acción. Algunos fi lósofos daban tímidamente la preferencia a la vida activa, el mayor número sostenía la opinión contraria, y, a favor de aquellas discusiones, muchas personas se habían creído autorizadas a formarse una especie de ocio elegante, en re tiros voluptuosos, embellecidos por las letras y las artes, donde vivían felices, mientras que Grecia perecía. Ático siguió su éjemplo. is No es mi intención detenerme detalladamente a ex plicar todas las implicaciones del epicureísmo de Ático y las consecuencias que tuvo en sus relaciones con Ci cerón y, sobre todo, con los problemas que se presen taron al publicarse la correspondencia bajo Augusto. El IS Gaston Boissier, op. cit., p. 123. XVII PRÓLOGO lector puede recurrir a la extraordinaria exposición de Carcopino en eL volumen segundo de su obra, donde estudia extensiva y profundamente este tema en todas sus ramificaciones y consecuencias. Uno de los puntos en que más insiste Cornelio Ne pote en su biografía es en los amplios intereses de Ático, su buen sentido y un humor vivo que le hicieron ga narse muchas amistades, así como en su capacidad de adaptarse, en sus relaciones personales,con toda clase de gente, especialmente con Pompeyo que no era un carácter fácil de tratar y con muchos de los amigos de éste como Varrón, Terencio Culleón, Teófanes y De metrio, aunque sin embargo hay muy pocos indicios de que tuviera una buena amistad con César. 19 Como dice Shackleton Bailey: naturalmente tuvo amplias relaciones dentro de s,u propia clase (los caballeros) y entre. los senadores menos eleva dos. Pero su especialidad era la amistad con la aristocracia de los optimates, la más íntima de todas con Q. Hortensia Hortalo (cónsul en el año 70 a. de C.), cuyas controla das relaciones con Cicerón, un rival en la amistad de Ático como en el liderato del Foro Romano, él se dedicó cons tante a &uavizar. 2º Sin embargo, su política de complacencias no se vio libre de pasiones y partidarismos; por las cartas de Ci cerón se ve que sabía manifestarlas clara y enérgica mente a sus amigos. Pero "cuando había que obrar, en- . 19 Nept., Att., 16. l. adulescens idem seni Sullae fuit iucun dissimus, senex adulescenti M. Bruto; Att., IV. 18. 2, nema enim in terris est mihi tam consentientibus sensibus. 2-0 S. Bailey" vol. I, p. 7. XVIII / PRÓLOGO tonces empezaba su reserva. Jamás consintió en tornar parte en la lucha; pero si no participaba en sus peli gros, por lo menos, sentía todas sus emociones". 21 La relación epistolar entre Ático y Cicerón fue cons tante y cubrió literalmente todos los aspectos de la vida de ambos, llenando una inmensa gama de asuntos, desde los más triviales hasta aquellos más graves y trascen dentales. Hacer una lista de todos los asuntos que se intercambiaron entre ambos sería totalmente imposible y hasta tedioso; sin embargo· hay puntos importantes que nos pueden ayudar a .dilucidar aspectos históricos y, sobre todo, humanos y personales, en la vida de Cicerón. En cierta ocasión le dice a Ático que su yerno ha. sido nombrado heredero por una dama; tiene que com partir una tercera parte de la herencia con otros dos' herederos, pero con la condición de que cambie sru nombre: Es un punto interesante -comenta Cicerón graciosamen te- si es correcto que un noble cambie de nombre ·en virtud del testamento de una mujer- pero podremos de cidir esto más precisamente cuando sepamos a c-uánto as ciende ese tercio. Ante Ático no. tiene nada que disimular y expresa con completa sinceridad lo que muchos podían haber sentido pero que no se atrevían a decir en público: Cuando te escribo alabándote a alguno de tus amigos quisiera que se lo hicieras saber. últimamente te he men cionado en una carta la gentileza de Varrón y me has .. 21GB .. p ·¡ 4 . 01ss1er, o . et., pp. 12 -125. XIX PRÓLOGO respondido que te agradaba saberlo. Sin embargo, hubiera preferido que le <lijeras a él que estoy haciendo precisa mente lo que quiere que haga. Cuando Cicerón habla con otros sobre sus recursos oratorios ("resultado maduro de mi talento, producto acabado de mi inteligencia") mantiene cierta dignidad y se elogia constantemente; pero cuando habla con Áti co lo convierte en un chiste agradable: "Tú conoces los colores que tengo en mi paleta, ¡por los dioses, cómo los he mostrado en esta ocasión! Tú bien sabes cómo puedo tronar. Esta vez lo he hecho con tanta fuerza que me podrías haber oído desde ahí". En otra ocasión cuando tiene que llegar a un compromiso con César, a quien odiaba y a quien denunció constante" mente como el destructor de todo lo bueno que había en la República, encuentra bellas palabras para descu brir sus motivos a otros amigos; pero con Ático no tiene que ocultar nada y se expresa en una forma com pletamente distinta: Respecto a la carta 'de César, ¿qué otro punto de vista, debería de haber tomado excepto el que él quería? ¿Qué otro objeto tenia mi carta sino arrodillarme ante él? ¿Aca so te imaginas que me hubieran faltado las palabras si hubiese querido decirle lo que realmente pensaba? Y en otra ocasión le dice: ¿Qué es lo que dicen los conservadores? ¿que he sido co rrÓmpido para cambiar mis opiniones? ¿qué dirá la historia <le mí dentro de seiscientos años? Temo mucho más esto que todas las murmuraciones del presente. Quizá me dirás: "¡Deja de lado la dignidad!" ¡Eso es cosa del pasado! XX l'RÓLOGO Mira por tu seguridad. ¿Por qué no estás aquí? Quizá me ciega la pasión por los altos ideales. Cuando su conducta invade el dominio de las Obli gaciones morales (escribió un tratado sobre este tema) habla con Ático con una confianza extraordinaria, sin ocultar para nada los motivos y los medios que emplea como político para manipular a los votantes. Su yerno, Dolabela, había llegado a ser políticamente importante y Cicerón le escribe una carta en la que le elogia sin reservas: Aunque tengo un gran placer en la gloria que has logrado, te confieso que la corona de mi alegría· es que, en la opi nión pública, mi nombre está asociado con el tuyo. Lucio César me ha dicho: Mi querido Cicerón, te felicito por la influencia que tienes en Dolabela. Después de ti es el pri mer cónsul que verdaderamente puede llamarse cónsul. ¿Para qué te voy a exhortar y ponerte ejemplos ilustres? No hay nadie más distinguido que tú. --Cicerón le envía una copia de esta carta a Ático y le comenta- ¡Qué sin vergüenza es Dolabela! Ha perdido tu amistad por la misma razón que se ha enemistado profundamente con migo. En otra ocasión, Marco Antonio le escribe pidiéndole un favor y Cicerón le envía una respuesta encantadora: Tu amistosa carta me da la impresión de que estoy reci biendo un favor y no haciéndotelo. Naturalmente, te con cedo lo que me pides, mi querido Antonio. Quisiera que me lo hubieras pedido personalm¡mte, así te hubiera mos trado el afecto que siento por ti. Inmediatamente Ático recibe copia de ambas cartas, con esta observación: Lo que Antonio pide es tan falto de principios, tan desgraciado y XXI PRÓLOGO tan fuera de lugar, que uno casi desearía que César estu viera aquí de nuevo. El tono de su conversación con Ático y de su estilo epistolar es también algo interesante. Ocasionalmente, aunque no muchas veces, mezcla su estilo ático con una forma grandilocuente: Se han derrumbado dos de mis tiendas. La gente dice que es una desgracia, pero yo ni siquiera me he molestado. ¡Oh Sócrates, jamás estaré suficientemente agradecido con tigo! ¡Dioses, qué insignificantes me parecen estas cosas! Sin embargo tengo un plan para reconstruir que va a con vertir mi pérdida en ganancia. Un aspecto muy interesante de la correspondencia con Ático es el económico; Cicerón encontró en Ático al agente e intermediario ideal en sus complicados y siempre difíciles asuntos financieros. Para Cicerón no fue fácil el encontrarse en una posición económica sol vente en toda su vida política; al entrar en la impla cable competencia de la vida pública, en un sistema do minado por los intereses económicos de clase, Cicerón no tuvo más remedio que embarcarse en una política económica suicida que lo tuvo permanentemente al bor de de la quiebra. Como intelectual e idealista no fue exactamente lo que pudiera llamarse un hombre prác tico en el manejo del dinero; fue más bien un derro chador impenitente que no sabía medir sus fuerzas y que ni siquiera se imaginaba la posibilidad de un presu puesto personal balanceado. Carcopino ha señalado, quizá con excesiva y malicio sa exageración, esta incapacidad de Cicerón para el ma- J>XII PRÓLOGO nejo del dinero y el papel tan importante que Ático desempeñó en la organización de sus finanzas, en cali dad de banquero y consejero. El hecho de que Cicerón se enriqueciera rápidamente en pocos, años con la prác tica de su profesión no lo puso al abrigo de las fl uctua ciones económicas ni le dio una seguridad para el resto de su vida. Se enriqueció como se enriquecía todo ca ballero o noble romano en esta época y,. si no lo hubiese hecho, hubiera sido una excepción notable; las acusa ciones de Carcopino,bien documentadas en su corres pondencia, no revelan en realidad nada nuevo sobre Cicerón y la forma en que se enriqueció. Sin embargo, creo que en su caso concreto como en el de muchos de sus contemporáneos, lo importante no es ·cómo se enri quecieron (más escandaloso que el caso de Cicerón fue el de Craso) siµo cómo supieron administrar sólidamen te sus fortunas. En comparación con muchos nuevos ricos romanos Cicerón fue un hombr.e básicamente ho nesto, aunque defendiera en el Senado la política de extorsión y pillaje que practicaban los caballeros en con nivencia con . los nobles, en las provincias romanas. Su propio proconsulado en Asia fue un modelo de hones- . tidad, aun cuando sufrió fuertes presiones incluso de su amigo Ático para cobrar algunas sumas que se le debían y lo mismo por parte de Bruto, que no quería aceptar el tipo de interés que Cicerón había fijado en su edicto. Lo importante, sin embargo, es que Cicerón encontró en Ático al fiel administrador de sus finanzas y al con ·fidente de sus asuntos personales. Es cierto que el mismo Ático se beneficiaba personalmente de los favores que prestaba no sólo a Cicerón sino también a la multitud xxm PRÓLOGO de amigos que se fue ganando con sus favores. Dice Boissier: Era rico, jamás tenía pleitos, no solicitaba las dignidades, de suerte que un amigo resuelto a demostrar su gratitud por los servicios recibidos casi no podía hallar una situa ción propicia para ello. Se quedaba obligado a él y la deuda iba en aumento constante, pues jamás se cansaba de ser -útil. 21 Cicerón encontró en él al administrador ideal ya que se encargó de asegurar sus bienes, de controlar las rentas de las numerosas propiedades urbanas y rurales del ora dor y también de pagar sus deudas, a veces ingentes. Sus numerosas relaciones con los grandes banqueros de su tiempo lograban préstamos en los momentos de apu ro en que Cicerón estaba casi en total estado de insol vencia y si el crédito no era bueno en esos momento, era él quien aportaba generosamente el dinero. En el apetito insaciable de Cicerón por adquirir bienes raices o en su fiebre de construir, era también Ático quien le acon sejaba el mejor trato. Si se tratab~ de edificar en él alguna quinta elegante -dice Boissier- Ático le proporcionaba su arquitecto, corregía los planos y vigilaba las obras. Construida la casa, era pre ciso decorarla. Ático mandaba traer estatuas de Grecia. Era excelente para escoger bien y Cicerón no se cansó nunca de elogiarle por las H ermatenas de mármol penté lico que le proporcionó. 22 Hay demasiados testimonios en la correspondencia sobre este punto que demuestran claramente el papel 21 !bid., p. 113. 22 Ibid., p. 117. XXIV PRÓLOGO que Ático jugó y cómo gracias a él Cicerón pudo salir a flote en las grandes crisis por las que atravesó. Otro aspecto importante de esta relación es la pro funda influencia que Ático ejerció como consejero per sonal de Cicerón en sus problemas domésticos que se le plantearon en su vida familiar. Le refiere las violencias de su hermano y las locuras de su sobrino; le consultaba también sobre los disgustos que le causaban su mujer y su hijo. Cuando Tulia estuvo en edad de casarse, Áti co le busca marido. Cuando ésta muere, acaso de dis gusto y de pena, Ático va a visitar la casa de la nodriza del hijo que dejó y cuida de que no le falte absoluta mente nada. Ático es consultado también en el. asunto de su divorcio de Terencia y después hace las gestiones necesarias para que ésta haga testamento a su favor. También Ático recibe el desagradable encargo de des pedir a la segunda esposa, Publilia, cuando pretende volver a entrar por la fuerza en la casa de su marido, que no quería ni verla. 23 Además -y me refiero sólo de pasada a este punto- Ático se convirtió en una especie de agente literario y editor de las obras de Cicerón. Era él quien tenía los medios -esclavos y dinero-- para montar, en grande, un negocio .editorial que le produjo jugosas ganancias; no sólo era el editor, sino también el confidente que sabía, antes que nadie, qué era lo que Cicerón planeaba escribir, lo que estaba escribiendo y la naturaleza de la obra o las obras que traía entre manos; era él quien se encargaba de la publicación de las nuevas obras y 23 !bid., p. 118. XXV ' PROLOGO quien reunía a su alrededor a las figuras más impor tantes de su época para comentar sus escritos. Sin embargo, después de leer estas Cartas a Ático, se cierra el volumen con cierta especie de desilusión y des encanto. Edith Hamilton dice que estas cartas íntimas, escritas en uno de los momentos más interesantes de la historia, sobre una de las naciones de la antigüedad que más nos interesan, son casi siempre muy aburridas. Es cierto, propiamente no son historia en el verdadero sen tido de la palabra, son la vida diaria, llena de muchas cosas sin importancia y d.e repeticiones a veces tediosas; con frecuencia hasta cuesta decir que son verdaderas cartas; son más bien memoranda, escritos rápidamente, .o el diario de un hombre ocupado y casi siempre, tam bién, están llenas de preocupaciones e intereses perso nales. La gran ciudad de Roma en la que se estaba volcando el mundo civilizado y el mundo bárbaro, se convierte, en las cartas, en el pequeño escenario de Cicerón y en él monopoliza su pequeño drama. No le interesa ninguna otra cosa: un pequeño asunto político que se debe decidir, o comprar una casa, o escoger marido para Tulia, o conseguir dinero para Terencia. La cuestión que le interesa es que Ático conteste cuanto antes dando su consejo o proporcionando el dinero para alguna empresa. Casi en un noventa por ciento de los casos ésta es la forma en que están escritas las cartas. Elevación, dignidad, poder, distinción, gloria, elegancia en la redacción, proyección de una política, eso se reser vaba para los discursos o los diálogos. Podía escribir desde Atenas (y allí se hospedaba nada menos que en la Acrópolis) o desde Delos, la "isla maravillosa" o XXVI PRÓLOGO desde ciudades extrañas o solitarios campamentos en las montañas del Este misterioso y desconocido, pero lo que dice en sus cartas lo podía haber escrito desde su casa del Palatino o desde su finca en Túsculo. Nunca ex presa el más leve interés en lo que le rodea; siempre anda de prisa y detrás del tiempo: hay que enviar cuanto antes al mensajero y él tiene que ponerse a trabajar. Sin embargo, a través de todo este conjunto de detalles y minucias sin orden alguno, surge un retrato bastante convincente del escritor y del político;- en medio de las aburridas trivialidades aparece, aquí y allá, un comen tario acertado, una historia, una descripción, la cari catura de un enemigo político que, r, pentinamente, vitalizan a esa ciudad lejana o a ese campamento desde donde escribe. Cicerón era esencialmente un perfecto "animal político" y los intereses de la política anulan de tal m~era lo social que sólo una frase, aquí y allá, arroja una débil luz .sobre la vida romana de su época. Se percibe fácilmente en las cartas el tipo de vida que le gustaba a Cicerón y los lujos que se dispensaba para llevar una vida regalada y en competencia con algunos de sus ricos rivales en la política. Paga una suma elevada por unas estatuas de "mármol de Megara", por consejo de Ático y también le pide que "le envíe las estatuas de Hermes en mármol pentélico con cabezas de bronce, sobre las que me has· escrito, para el gimnasio y la columnata. No dudes. Mi bolsillo es suficientemente grande". A veces, a través de esta correspondencia, tenemos un vislumbre del vasto mundo de esclavos que hacían XXVII PRÓLOGO todo el trabajo y que proporcionaban todas las distrae-. c1ones. Envíame dos de tus esclavos bibliotecarios -le escribe. a Atico-- para que peguen las páginas y diles también que traigan una cantidad considerable de pergamino para los tejuelos. Te digo que me has proporcionadoun estupendo grupo de gladiadores. He sabido que luchan magnífica mente. Si te has preocupado de alquilarlos, habrás cubierto los gastos de estas dos exhibiciones. Basta de esto pero, así como me amas, acuérdate de los bibliotecarios .. Sobre las exhibiciones de los gladiadores, Cicerón sólo habla una vez detalladamente, en un pasaje citado con mucha frecuencia: Los juegos fueron naturalmente estupendos, pero estoy seguro de que no te habrían gustado. Deduzco esto por mis propios sentimientos. Porque no fueron tan atractivos como suelen ser los juegos aun en una escala más moderada. ¿Qué placer puede haber al ver seiscientas mwas en Cly temnestra o tres mil cuencos en el Caballo de Troya? Dos cacerías de fieras salvajes diarias durante cinco días -mag nífico, naturalmente. ¿Pero qué placer puede sentir un hombre culto cuando un ser humano insignificante es des trozado por una bestia poderosa o una bestia espléndida es atravesada por una lanza?, y aun en el caso de que esto sea un verdadero espectáculo, ya lo has visto con dema siada frecuencia y no hay nada de nuevo en lo que he visto. El último día vinieron los elefantes -impresionante todo . ello-- pero la multitud no gozó absolutamente nada. Naturalmente, hubo una especie de compasión -un sen timiento de que las enormes criaturas tenían cierta especie de compañerismo con los seres humanos. Cicerón se inclinaba hacia las luchas de gladiadores más bien por consideraciones morales. "La gente las XXVIll PRÓLOGO llama crueles -dice- y quizá lo son tal como se prac tican en nuestros días. Pero en realidad, los espectadores reciben un entrenamiento incomparable para despreciar el sufrimiento y la muerte." Por otro lado, en 1a correspondencia con Ático, sólo se puede encontrar una versión muy limitada y mode rada de la "crónica escandalosa" sobre la vida romana. Sorprende, a primera vista, la decencia de las cartas escritas en un momento determinado y en el centro de la vida mundana de los romanos. Sin embargo, en todas sus cartas no hay nada que pueda parecer impropio. Un ejemplo de esto -y no hay más. de media docena en total en toda la correspondencia- es una historia que le cuenta a Ático sobre un desgraciado caballero a quien se le registró su equipaje y entre sus pertenencias "se encontraron cinco bustos pequeños de damas romanas -¡casadas todas ellas!- uno era de la hermana de Bruto, otro de la esposa de Lépido". Hasta aquí es hasta donde iba Cicerón al contar cuentos o sucesos escabrosos y, sin embargo, escribió en una época en que Roma estaba llena de los vicios más bajos y de la murmuración más profunda; en una época destacada por su indecen cia y por la depravación de las costumbres, Cicerón se mantuvo al margen y, en general, se puede decir de él que era un hombre de mente limpia; los cuentos y chis mes escandalosos pasaban por él sin dejar huella. "Me gusta la decencia al hablar --escribió en una ocasión los estoicos dicen que no hay nada vergonzoso u obsceno en las palabras. Los sabios pueden llamar espada a la espada. Bien, yo me mantendré como siempre me he mantenido." Los banquetes y actos sociales aparecen XXIX PRÓLOGO ampliamente en las cartas. En una ocasión, Cicerón se encuentra en' una compañía muy dudosa; ·Le escribe a Ático en la forma siguiente: A mi lado estaba reclinada Cytherias . (las mujeres respe tables se sentaban en los banquetes junto con los hombres). Y dirás ¿en ese banquete estaba Cicerón? ¡Por los dioses, jamás pensé que iba a estar allí! Sin embargo, si cuando aún estaba joven no me tentó nada de esa clase, mucho · menos ahora que estoy viejo. Sin embargo, me gustan mucho los banquetes donde se pueda hablar de algo e in cluso de todo -y en otro lugar añade- me gusta la buena comida y de calidad delicada, pero si insistes en que coma lo que ofrece tu madre, no me negaré a aceptarla. Su propia vida privada figura muy poco en la corres pondencia con Ático. Se divorció de· su mujer a los sesenta años de edad, cuando su hija ya se había casado tres veces; sin embargo, nunca se refiere al divorcio o a lo que lo llevó a él. Nos han quedado muchas cartas a Terencia que están llenas de afecto y cariño. En una ocasión le dice: Pensar que tú, que eras la mujer más noble, fiel, generosa y honrada, hayas caído. en una miseria tan grande por culpa mía. No he querido a nadie como te he querido a ti (en estos momentos Cicerón estaba en el destierro). -Y en otra ocasión- Tulio envía su más profundo amor a su esposa Terencia y a su dulcísima hija Tulia, las dos ama.das de su corazón. Esta frase es muy frecuente en sus cartas, pero gra dualmente el tono se va haciendo más frío y la última carta que le escribe a Terencia da la impresión de ser XXX PRÓLOGO una orden y no una carta: "Creo que llegaré a mi casa de campo de Túsculo el día 7. Procura que todo esté listo, pues puedo llevar a varios amigos conmigo. Si no hay palangana para el baño, busca una y todo lo demás que se necesita. Adiós." Terencia no era una mujer su misa y, poco tiempo después vino el divorcio. Pocos meses después Cicerón se casó con una joven que estaba bajo su tutela, rica, pero pocas semanas después ya estaba arrepentido amargamente. Le dice a Ático: Publilia me escribe que su madre viene a verme y que, si se lo permito, también vendrá ella. Me lo pide humilde mente y me dice que le responda inmediatamente. Y a ves qué fastidio es todo esto. Le he respondido que estoy mu cho peor que cuando le dije que quería estar solo y que no planee venir. Creí que si no se lo decía, vendría de todos modos. No creo que ahora venga. Pero quiero que averigües cuánto tiempo puedo estar aquí sin que me sorprendan. Naturalmente en una Roma en que el divorcio era tan fácil, el matrimonio no duró mucho. La razón que tenía Cicerón para querer estar solo era que su queridísima hija acababa de morir. Sólo tuvo dos hijos: Tulia y Marco y éste nunca le produjo muchas satisfacciones. Pero Tulia era algo que siempre consi deró con predilección y afecto extraordinarios y le con sagró su amor más delicado. Cuando murió, unos dos años antes que él, se encontró totalmente desolado. "Mientras vivía_-le escribió a un amigo- siempre tuve un santuario donde refugiarme, un cielo de paz. Tenía a una persona cuya dulce conversación podía ayudarme a quitar todo el peso de mis ansiedades y preocupaciones." Durante meses enteros sus cartas a Ático nos revelan XXXI PRÓLOGO a un hombre con el corazón deshecho: "No hablo con nadie. Por la mañana me oculto en el bosque, donde está más denso, y no regreso hasta la tarde. Aparte de ti, no tengo mejor amigo que la soledad. Lucho contra las lágrimas como puedo ... " A través de las cartas --especialmente las dirigidas a Ático- pasan permanentemente las grandes figuras de la historia de la Roma republicana. Marco Antonio es "un miserable subordinado, totalmente insignificante, de César", "el capitán de juguete" lo llama en otra ocasión, "que lleva de viaje con él a esa actriz Cyhteris (¿la dama del banquete?) y en una litera abierta". Y añade: Naturalmente, tiene consigo siete literas llenas de sus viles criaturas, tanto hombres como mujeres. Pompeyo también aparece con frecuencia, pero contradice en una página lo que ha dicho en la anterior: unas veces es el gran estadista y el extraordinario general que ha sido el gran líder de Roma por muchos años; pero, cuando se enfrentó con César para ver quién de los dos iba a regir el mundo, no se muestra ni como estadista ni como general, un hombre totalmente privado de resolución, audacia y sentido común. En conjunto, en las relaciones personales entre Cice rón y Ático podemos apreciar claramente el nexo indi soluble que se creó entre ambos personajes a través de toda la correspondencia y las relaciones personales man tenidas sin interrupción. Sin embargo queda una duda que ha sido sugerida por Boissier y que nos la confirma Carcopinohasta cierto punto. Si es cierto, como este último quiere demostrar, que la correspondencia fue censurada para servir a los propósitos políticos de XXXII PRÓLOGO Augusto, ¿cuál fue, entonces, el papel que el mismo Ático desempeñó en esa censura? ¿Hasta qué punto la correspondencia censurada nos presenta sólo un lado, el de Cicerón, sin que nos demos cuenta del de Ático? No podremos dar nunca una respuesta definitiva a estas preguntas; sin embargo, siguiendo a Bossier sí podemos presentar algunas conjeturas. A estas alturas se puede cuestionar seriamente algunos de los aspectos de esta amistad y de los propósitos que la guiaron. Ático, natu ralmente, tenía como norma de conducta no crearse problemas de ninguna clase y "no se creía obligado a compartir los peligros que sus amigos pudieran correr por ocuparse de ellos. Les dejaba por completo sus ries gos y sus honores. Afectuoso, servicial, fiel para ellos en .el curso ordinario de la vida, al sobrevenir una grave crisis política que los comprometía, se apartaba, deján dolos exponerse solos". Éste fue el secreto de su vida y como pudo sobrevivir a los peligros que le rodearon: sabía eclipsarse en el momento oportuno y romper sus relaciones personales para crearse nuevas amistades que lo ayudaran a mantenerse en pie y salvar sus negocios. Viene a confirmar este punto un rasgo de su carácter sobre el que realmente se ha insistido poco y que nos revela, hasta cierto punto, su verdadera forma de ser: su abstención total de la vida pública y el alejamiento sistemático que se impuso para no llegar a ningún com promiso con nadie. Esto, en la vida política romana, representaba una anomalía incomprensible para una sociedad en que la política era el campo único donde un personaje distinguido podía desarrollar sus activida des. Este retraimiento de Ático -retraimiento total y XXXIII , PROLOGO sin componendas- nos revela un rasgo muy peculiar de su carácter y que puede explicarnos, al mismo tiem po, cómo manejó a sus amistades para lograr lo que se había propuesto. Boissier señala ampliamente que esta norma de conducta no era una idea romana -ya lo señalamos más arriba- sino griega, y cómo la adaptó pragmáticamente a todas las situaciones peligrosas que se le presentaron en el curso de su vida, sobre todo a partir del consulado de su amigo Cicerón, en el momen - to en que César cruza el Rubicón, cuando éste es asesi nado y en la forma en que se niega a ayudar a su amigo Bruto y también cómo se mostró indiferente en las luchas finales en que se estranguló y liquidó la Repú blica romana. En privado -y lo sabemos por numerosos testimo nios- tenía fuertes puntos de vista sobre lo que estaba ocurriendo en la escena romana. A los demás les acon sejaba que actuaran, pero él permanecía alejado, silen cioso, sin decir nada que le· comprometiera. "Cuando había que obrar -dice Boissier-, entonces empezaba su reserva. Jamás consistió en tomar parte en la lucha; pero si no coparticipaba de sus . peligros, sentía por lo menos todas sus emociones." 24 Verdaderamente, esta conducta de Ático, motivada por principios filosóficos ajenos a la mente romana, ha dado pie a muchos críticos e historiadores para calificarla de hipócrita y doble. Sin llegar a una conclusión tan radical -y tratándose del caso de Cicerón- no podemos aceptar la idílica narra ción de su vida y forma de actuar que nos presenta su biógrafo Cornelio Nepote, que no escatima elogios a la 24 lb'd ' ., p. 125. XXXIV PRÓLOGO política de sobrevivencia que desarrolló su héroe. Acep to, como tal, el juicio que esa conducta le merece a Boissier: "El único elogio que merece por completo, es el que su biógrafo le concede con tanto gusto, de' haber sido el hombre más hábil de su época; pero sabido es que hay otras alabanzas que valen mucho más que ésa." 25 ' CICERON Y LA ' OLIGARQUIA ROMANA U no de los extraordinarios va lores históricos de las Cartas a Ático es que se proyectan cons tantemente sobre el fondo turbulento de la política republicana de Roma en los momentos de la decadencia y autodestrucción, en la que Cicerón fue uno de los actores, quizá mucho menos importante de lo que él mismo se creía. La profunda tragedia de la República romana es que no cayó destruida por la fuerza de sus enemigos exteriores, ni, como señala Cowell, "había sido debilitada permanentemente por largas guerras contra poderosos adversarios". 26 Los factores que se pueden mencionar son muchos y su impacto en el proceso cons titucional fue decisivo, si se tiene en cuenta una visión general de la vida romana en el siglo r a. de C.: defectos de la vida política (que señalo más adelante), una maquinaria imperfecta en el gobierno, un sistema eco nómico totalmente equivocado que no ponía ningún énfasis en la producción en suelo italiano, un sistema 25 Ibid., p. 129. 26 F. R. Cowell, Cícero and the Raman Republic, Penguin Books, 19 5 6, p. xvii. XXXV ) ' , PROLOGO legal en parte injusto y formalista que produjo descon tento y resentimiento profundos, una relación total mente artificial entre las diferentes clases, entre ricos y pobres, entre las viejas familias y las nuevas y el hombre común, entre los ciudadanos libres y los escla vos, entre romanos, italianos y provinciales, y, también quizá, finalmente, el fracaso de las viejas religiones y de las creencias morales y la decadencia de los hábitos tradicionales que, hasta cierto punto, habían sido la auténtica fuente de vitalidad del Estado y de sus fun ciones. Éstas y otras muchas pudieron haber sido las fuerzas internas combinadas que destruyeron a la Repú blica desde adentro. Sin embargo, yo creo que el factor determinante de esta autodestrucción reside básicamente en la estructura clasista de la oligarquía romana, en la lucha injusta que ésta mantuvo para conservar sus pri vilegios y en la miopía de las clases dirigentes que no quisieron adaptarse a un orden social que estaba cam . biando, condicionado por la expansión repentina del Imperio. La posición de Cicerón como ho1no novus frente a los prejuicios e intereses de la oligarquía romana, puede ayudarnos a penetrar más hondan1ente en este largo y doloroso proceso de descomposición que comenzó casi inmediatamente después de la caída de la monarquía y con la instauración de una ficticia república oligár-. qu1ca. La caída de la monarquía se debió principalmente a la acción directa de los nobles y hay indicios, aunque muy velados, de que el proletariado romano mantuvo una acción totalmente pasiva en el cambio de régimen. XXXVI PRÓLOGO Los patricios tuvieron mucho cuidado de retener en sus manos el poder real a través de los dos cónsules anuales -una ficción democrática que funcionó durante más de doscientos años- y algunas familias privilegiadas como los Valerios, Fabios y los Cornelios monopolizaron el consulado en una forma casi dinástica. 27 El mismo Senado, desde sus comienzos, fue el reducto de los patri cios y su historia es, en gran parte, la larga historia de un ejercicio de la frustración de los derechos del pueblo y de la asamblea popular. El consulado creaba un privilegio vitalicio y ennoble cía a una familia para siempre y aun dentro del Senado se creó una casta especial que dominó los intereses de la vida política romana. Dentro del Senado, una oligarquía en sí mismo, un círculo cerrado, especialmente los nobiles, o sea los descendientes de las familias consulares, ya fueran originalmente patri cios o plebeyos, consideraban a la suprema magistratura como una prerrogativa de nacimiento y el premio de la ambición. 28 El sentido cerrado de clase y de casta de los patricios dominó toda la vida política de la República; incluso siendo una minoría dominaron a los nobiles mayores en número. Pero, en la última . generación del Estado libre, después de las reformas del dictador Sila, hubo muchos senadores cuyos padres sólo habían desempe-27 Junto con los Claudios, Emilios y Manlios eran una aristo cracia dentro de la aristocracia y se les conocía como gentes maiores. Cfr, Mommsen, Romische F orschungen, 1. 2S Ronald Syme, The Roman Revolution, Oxford University Press, 1962, p. 1 O. XXXVII PRÓLOGO ñado las magistraturas más bajas o que incluso eran "nuevos'', hijos de caballeros romanos. Pero- esto sólo ocurrió al final de la República, cuando ya el sistema estaba totalmente corrompido por las clases privilegia das y la constitución era totalmente inoperante. Los nobiles levantaron toda clase de pretextos y barre ras para negar el acceso no sólo al Senado sino incluso al consulado a todos aquellos que no pertenecieran a la casta aristocrática. El consulado era su prerrogativa y nunca estuvieron dispuestos a conceder el acceso a esta magistratura a quien no perteneciera a su clase. Tene mos el testimonio de Salustio quien dice: etiam tum alios magistratus plebs, consulatum nobilitas ínter se per manus tradebat. Novus nemo tam clarns neque tam egregiis factis eral, quin indignus iUo honore et is quasi pollutus haberetur. 29 A esto también se añade que los mismos electores se sentían más atraídos a votar por un hombre cuyo nombre había sido conocido por siglos como parte de la historia de la República; pero aun en esto se refleja también el impacto que, en las ·masas rurales y urbanas, producía constantemente la propa ganda de los nobles con sus recordatorios permanentes en discursos, monumentos, inscripciones, fechas histó ricas, juegos, etcétera, órganos directos, en aquella épo ca, de la maquinaria publicitaria, perfeccionada hoy por los medios tecnológicos del Estado moderno, pero no superada como instrumento psicológico de indoctri-. ' . nac1on masiva. Por esta razón, el homo novus era un fenómeno bas tante raro en Roma; su principal tarea era convencer 29 Sal!. BJ, 63. 6. XXXVIII PRÓLOGO al pueblo de la magnitud e importancia de sus acciones y de cómo, gracias a ellas, había abierto una brecha en la fortaleza de los nobles; aunque, en realidad, nunca podría presentarse con la misma seguridad ante el Sena do. Y éste fue, principalmente, uno de los grandes pro blemas de Cicerón y uno de los factores psicológicos más importantes que determinaron los errores y equivo caciones en su vida pública: la inseguridad, social y política, del homo novus ante el bloque despectivo de los nobles y patricios que siempre lo iban a considerar como un advenedizo. "Cicerón -afirma Syme- hubie ra preservado tanto la dignidad como la paz mental si la ambición y la vanidad no lo hubiesen cegado respecto a. las verdaderas causas de su elevación." 30 Considero que es peligroso, por ser inexacto, el querer concebir la política romana y su evolución, en términos modernos y el hacer paralelos descarriados entre su fun cionamiento e ideales con los del sistema parlamentario moderno. No es posible la comparación pues tendríamos como resultado una distorsión completa y total. El ver dadero carácter de la vida política de la República romana consistió, a secas, en una lucha despiadada y ciega por el poder, la riqueza y la gloria; no hubo en ella verdaderos programas políticos ni auténticos parti dos con una plataforma distintiva. Los nobiles eran los únicos participantes; luchaban entre ellos como indivi duos o en grupos, abiertamente o en intrigas secretas, de acuerdo con el interés inmediato y sin ninguna pro yección total de sentido cívico o político. La verdad 30 Syme, op. cit., p. 11. El documento más aleccionador a este respecto es el Commentariolum petitionis de su hermano Quinto. XXXIX ' PROLOGO descarnada es que el Senatus Populusque Romanus era nada más un nombre, una especie de cortina de humo que bastaba para engañar a las masas y dar la aparien cia de una democracia inexistente. La República romana fue, hora es ya de decirlo, un sistema feudal que sobre vivió en una ciudad-Estado y que gobernó, con esta estrechez de miras, todo un imperio. Fue, en una pala bra, la proyección local y universal de la ambición de unas cuantas familias que, oportunamente, se crearon una leyenda cívico-religiosa y la explotaron en provecho propio hasta la saciedad, la injusticia y la corrupción más revulsiva. Esta falta de programas políticos y de verdaderos partidos es quizá uno de los aspectos más importantes que se debe considerar al estudiar el funcionamiento de la República. Tenney Frank lo ha señalado clara mente cuando dice: Al hablar de las afiliaciones políticas de Cicerón debemos recordar que los partidos políticos eran relativamente amorfos en Roma, puesto que todos los ciudadanos podían votar directamente en las asambleas legislativas sin valerse de representantes elegidos por medio de una bien organi zada maquinaria de partido, puesto que el trabajo, limi tado en gran medida a los esclavos, no tenía voz en la política y, por último, el comercio y la industria -que habitualmente son poderosos factores en la legislación nunca llegaron a ser lo bastante fuertes en Roma para formular un programa efectivo. En el siglo IV a. de C. los plebeyos habían pugnado por ser políticamente iguales a los patricios. En el siglo II reinaba cierta armonía gene- . ral, de la que Polibio sólo captó una bieJJ. equilibrada coordiJJ.ación dentro de la mutua rivalidad, entre las fun- XL PRÓLOGO ciones del poder ejecutivo, el Senado y la asamblea popular; después de los Gracos, los conflictos partidarios, una vez que se hacían agudos, podían generalmente formularse desde el punto de vista de si la asamblea era soberana o de si el Senado aristocrático tenía el derecho de dirigir o fiscalizar las operaciones de aquélla. Las cuestiones espe ciales que se plantearon durante ese periodo y que deter minaban frecuentes cambios en las adhesiones partidarias fueron numerosas, como por ejemplo la manera de dis poner de las tierras públicas, la constitución de tribunales, los derechos políticos de los aliados, las ambiciones perso nales de hombres como Mario, Sila, César y Pompeyo, el poder del tribunado y la legalidad del senatus consultum ultimum. Durante este periodo, los caballeros, que cons tituían la clase media poseedora de propiedades, general mente figuraban en el bando democrático, porque podían conseguir más fácilmente lo que deseaban medi~nte esa coalición; pero cada vez que la plebe mostraba tendencias que amenazaban los derechos de la propiedad, los caballeros se desplazaban rápidamente al campo de los senadores. 31 Con el objeto de llegar al control completo del Es tado y de todos sus recursos, los nobftes echaron mano de todos los medios posibles a su alcance. Familia, di nero y alianzas políticas fueron los medios principales que les ayudaron a lograr su propósito. Las familias nobles romanas tenían amplias ramificaciones que eran utilizadas para progresar en la carrera política; los ma trimonios entre los nobles eran actos de pura política y conveniencia (como en el caso de Pompeyo y César para citar alguno), una alianza de poderes mayor que 31 Tenney Frank, Vida y Literatura en la República Romana, Editorial Universitaria de Buenos Aires, 1957, p. 236. XLI PRÓLOGO cualquier magistratura. Incluso las mujeres de la no bleza tenían un poder político sin paralelo en la época moderna. Las hijas de las grandes casas tenían una influencia polí tica por su lado y ejercían un poder mayor que el de muchos senadores. La más destacada de todas las fuerzas, detrás de las frases y de la fachada del gobierno constitu cional, fue Servilia, la hijastra de Catón, madre de Bruto. y amante de César. 32 Otra de las causas principales que contribuyeron a la corrupción de la República fue la posición especial que ocupaba la nobleza respecto a la riqueza. El prestigio conferido por la· tradición al propietario rural era parte del arsenal de la nobleza para su dominio del poder político. Aparte del control queejercían sobre las tribus rurales, la posesión de la tierra, ya fuera mini o lati fundio, daba un prestigio extraordinario a los nobles; ésta era una de las razones por las cuales no deseaban vender sus propiedades, pero al necesitar dinero para sostener su tren de vida, para comprar votos y jurados, para ganarse amigos y aliados domésticos y, extranjeros, no les quedaba más remedio que recurrir a la corrup ción, a las deudas, a la extorsión y venalidad en las provincias. Los testimonios históricos son demasiado co- nocidos como para detenerse en ellos. 33 · Sin embargo, la competencia de los nobles entre ellos mismos no admitía descanso y no bastaban ni los nexos familiares ni el dinero. La ambición, el deseo de segu- 32 Syme, op. cit., p. 12. 33 Cic., de officiis, I. 25; Plinio, NH. 3 3, 134; Plutarco, Crassus, 2. XLII PRÓLOGO ridad y la necesidad de contar con fuertes alianzas en momentos de peligro los llevó a emplear la amistad como arma política; no era la amistad basada ·en un sentimiento de interrelación personal, como pudiera creerse por el diálogo ciceroniano y por su amistad es pecial con Ático. Los cambios más revolucionarios en la historia romana están condicionados profundamente por este concepto de amistad entre individuos y familias: alrededor de los Gracos, de Mario, de Sila, de César y de Pompeyo actuaron las fuerzas de la amistad desnu damente pragmática y, en el fondo, el realineamiento de fuerzas precipitó la guerra y la revolución que des- . truyó a la República. Este falso concepto de la amistad polarizó, también, las fuerzas políticas hacia otro extre mo: el de la enemistad como instrumento de acción re volucionaria. "El pretexto de la seguridad y de auto defensa contra la agresión fue invocado con frecuencia por un político cuando se embarcaba en un acto anti constitucional." 34 Es indudable que la nobleza romana no hubiera po dido mantenerse en el poder indefinidamente ni hubiera logrado monopolizar al Estado y las riquezas del Im perio en provecho propio, si no hubiese contado con aliados entre las otras clases, sobre todo entre la plebe. "La segunda parte del Estado romano, el pueblo (populus romanus), jamás llegó a ser la fuerza polí tica unida que el Senado, con sus miembros bien defi nidos y su cuerpo de experiencia común, había llegado a ser en el periodo inicial de la República." 35 Sin em- 34 Syme, op. cit., p. 13. 35 Cowell, op. cit., p. 144 . • XLIII ' PROLOGO bargo, a pesar de su falta de unidad y de un liderato efectivo, la plebe daba sus favores a quienes ella quería (cfr. Cicerón, Pro Sestio, 137, donde elabora amplia mente los conceptos de inditstria ac virtus, básicos para lograr la elección a una magistratura) y, por tanto, la popularidad era completamente esencial. El noble ro mano, tan celoso de los privilegios de su casta, no tenía ningún escrúpulo en recurrir a los servicios de interme diarios de las clases inferiores para ganarse los favores de la plebe. A través de ellos compraba el resultado de las elecciones, intimidaba a sus enemigos o incitaba a las revueltas callejeras que ensangrentaron los últimos días de la República. Ordinariamente los nobles recu rrieron, para manipular a la plebe a su placer, a la se gunda clase social más importante: los caballerog roma nos, sin darse cuenta de que estaban armando a una fuerza poderosa que, en un momento determinado, los suplantaría definitivamente en la autocracia creada por César. Los equites pertenecían a la misma clase social que una gran mayoría de senadores; la diferencia re sidía sólo en rango y prestigio. La fuerza social repre sentada por ellos a veces pudo ser sustancial, pero, en definitiva, ellos siempre aceptaron, a regañadientes, la autoridad de sus superiores en clase, social. Originaria mente fue una casta militar, compuesta de hombres su ficientemente ricos que podían poseer un caballo, pero que comenzaron a aparecer como una fuerza separada en la vida política, social y económica de Roma en la mitad del siglo n a. de C. Y a en la época de Cicerón, el viejo carácter militar de la clase había desaparecido por completo. Ellos, sin embargo, preferían la como- XLIV PRÓLOGO didad, el poder secreto y un provecho sólido en el campo de los negocios, a las preocupaciones, los peligros y las extravagancias de la vida de los senadores. Cicerón, hijo de un caballero, una excepción dentro de su misma clase, sucumbió a su propio talento y ambición, cosa que no le ocurrió, como hemos visto, a su amigo y corres ponsal Ático. A los caballeros, .en el fondo, no les importaba el desprecio y la burla que de ellos podían hacer los sena dores nobles; illa quies et otium cum libertate quae multi probi potius quam laborem cu1n honoribus capes sebant, exclama Cicerón. 36 Sin embargo, lentamente fueron apoderándose de puntos clave en la vida finan ciera del Imperio y también se convirtieron en elemen tos indispensables para el ejercicio de la oligarquía. Al extenderse territorialmente el Imperio, muchos de ellos se fueron convirtiendo en publicani, y se encargaron de cobrar los impuestos en las provincias y de fundar socie dades bancarias que dominaban las finanzas, el comer cio y la producción. Los publicani, para Cicerón siempre fueron la flor del orden ecuestre y sus elogios hacia ellos nos pueden parecer exagerados aunque sí reflejan la importancia política que habían adquirido en su tiem po: Flos enim equitum Romanoruni, ornamentum civi tatis, firmamentum rei publicae publicanorum ordine continetur (Pro Plancio, 2 3). El desarrollo de fuertes intereses financieros en la vida romana tuvo sus profundas repercusiones en la po lítica y en el juego de la oligarquía para mantenerse en el poder y conservar sus privilegios. Aunque los ae Cic., pro Cluentio, 15 3; pro Rabirio Postumo, 13 . . XLV PRÓLOGO equites y especialmente los publicani no aspiraban a los cargos políticos, su importancia en la sociedad les ase guró el acceso a aquéllos en cuyas manos estaba el poder político. Por esta razón, muchos senadores nobles eran socios, aliados o partidarios suyos. La concordia y una firme alianza entre el Senado y los caballeros pararía el peligro de una revolución --e incluso de una reforma-, porque estos hombres no podrían jamás estar interesados personalmente en redistribuir la propie dad o cambiar el valor del dinero. Los firiancieros eran suficientemente poderosos para arruinar a cualquier polí tico o general que intentara lograr un trato justo para los provinciales o una reforma en el Estado por medio del reestablecimiento del campesino. Entre las víctimas de su enemistad están Luculo, Catilina y Gabinio. 37 Es por esto que los caballeros nunca estuvieron iden tificados con la política progresiva y auténticamente democrática en la República romana. Los líderes de la revolución en Roma fueron, en muchas ocasiones, nobles empobrecidos (y con notables excepciones, nobles idea listas como los Gracos) que no encontraron ningún apoyo entre los rangos más bajos de la aristocracia, es decir, entre los caballeros. 38 Éstos estaban más intere sados en oponerse a que los italianos gozaran de una 37 Syme, op. cit., pp. 14-15. 38 "Es muy fácil acusar a la nobleza romana de la última épo ca de corrupción, oscurantismo y opresión. Los caballeros no pue den •escapar de la acusación. Entre los viejos nobles persistía una tradición de servicio al Estado que podría trascender los intereses materiales y combinar la lealtad de su clase con alto nivel ideal de patriotismo romano y de responsabilidad imperial. No ocurría lo mismo entre los financieros." Syme, op. cit., p. 15. XLVI • PROLOGO participación mayor en los privilegios de la ciudadanía y en el gobierno y administración de la República, po siblemente porque no querían que ellos entraran en la administración de los contratos públicos, en las tierras de dominio común o en los cargos oficiales.Fue tam bién el egoísmo y su sentido de exclusividad lo que llevó a las feroces represalias de la desastrosa Guerra Social (90-88 a. de C.) La influencia económica en política, por consiguiente, pudo producir algunos resultados siniestros. En conjunto, a pesar de la tendencia en años recientes a ver las fuerzas económicas como los únicos medios móviles de la política, de la sociedad y de casi todo lo demás, parece claro que, en ningún momento, los líderes financieros y eco1:1ómi cos de Roma fueron ni hábiles ni pudieron tomar el lugar de los líderes políticos. 39 Craso puede simbolizar muy bien el fracaso de los financieros cuando quieren ser algo más que financie ros: líderes políticos. Otro factor que también contribuyó a la consolida ción de los intereses de la oligarquía fue la progresiva importancia que fue tomando, en los últimos años de la República, el poder militar y la estabilización del Im perio por medio de un ejército profesional que transfi rió fácilmente su fidelidad del Estado a la persona de su general. A un que esta tendencia se inició en la época de Mario y Sila, se agudizó hasta el extremo en la últi ma guerra civil. Los soldados se reclutaban entre las clases más pobres de Italia y, como ya he dicho, dejaron 39 Cowell, op. cit., p. 115. XLVIl PRÓLOGO de profesar su fidelidad a la Constitución y al Estado cuando vierpn que n:i éste ni aquélla les proporciona ban un bienestar y una seguridad económica y social. La mentalidad roma.na no veía en el ejército una pro fesión, sino exclusivamente una forma de ganarse la vida, y no una parte natural y normal de los deberes de un ciudadano. La expansión repentina del Imperio y las ambiciones de los generales llevaron naturalmente a la creación de grandes complejos militares en las pro vincias. Todo general tenía que ser un político por necesidad, y, al mismo tiempo también era un noble. Los soldados eran para él una especie de equivalente de la clientela civil de Roma y éstos esperaban de su jefe una parte en el botín de la guerra y tierras en Italia al finalizar las campañas. No sólo los soldados se agrupaban alrededor del general: éste contaba con una clientela de subalternos personales que lo habían acompañado en sus campañas, de ciudades, regiones, provincias, naciones, tetrarcas, reyes, como ocurrió en el caso de Pompeyo en sus campañas asiáticas y con César en la Galia. Éstas fueron la fuerzas principales que utilizó la oli garquía romana para monopolizar el ejercicio del poder y para aprovecharse completamente de los recursos del Estado y de las riquezas que proporcionó la expansión imperial. El problema fundamental de Cicerón fue que como hamo novus, al llegar al ejercicio del consulado, no estaba dentro del juego tácito y seer.etc de la oli garquía y, si llegó a comprender cómo actuaban estas fuerzas ocultas y sutiles, no tuvo a mano los recursos para desenvolverse en un círculo que no era el suyo y al que jamás tendría acceso. Cicerón se imaginó que XLVTII PRÓLOGO sólo le bastaba la oratoria y las intrigas de orden menor; a través de los años y con la experiencia acumulada desarrolló un programa que, hasta cierto punto, era ne gativo, pero que no es despreciable en ningún sentido. Su concordia ordinuni representa un esfuerzo, para "combatir las fuerzas de la disolución representadas por los comandantes militares y sus agentes políticos". 40 El desarrollo y la formulación de este programa tomó forma durante su consulado al querer unir en la con cordia ordinum al Senado y a los caballeros contra los i1nprobi; hasta aquí sólo se trataba de conciliar los in tereses de la oligarquía contra los que representaban ciertos ideales de reforma agraria, remanente de los mo vimientos de los Gracos. Más tarde, y sobre todo du rante las duras jornadas del destierro y de la guerra civil, lo amplió al consensus omnium bonoru1n y com prendía a todos los ciudadanos de Italia y no sólo a los elementos oligárquicos de la ciudad. Sin embargo, lo que Cicerón quería era más bien un ideal, no un pro grama en el verdadero sentido de la palabra, y aquí es donde se han equivocado muchos de sus críticos. He señalado más arriba que en la política romana no exis tieron nunca partidos políticos en el auténtico sentido de la palabra y esto fue precisamente lo que hizo de la democracia romana una ficción. Tampoco existió un partido ciceroniano. "Cicerón se quedó corto en este punto tanto cuando fue cónsul como cuando fue con sular o estadista ya anciano, por falta de conexiones -de familia y una clientela." 41 40 Syme, op. cit., p. 16. 41 Jbid., p. 16-17. XLIX , PROLOGO He dejado, a propósito, fuera de este cuadro de fuer zas con que operaba la· oligarquía al "tribunado del pueblo romano". Es una realidad que la masa del pue blo común de Roma jamás se convirtió en una fuerza de presión que diera sentido real a la democracia, si por esta palabra se quiere indicar que sus opiniones -y claro, sus conveniencias- fueran la influencia más im portante en modelar el destino de su país. "Sería anti histórico y falso creer que el pueblo romano estaba luchando por desarrollar una forma democrática de go bierno tal como se la imaginaron los teóricos políticos del siglo xrx." 42 La creación del tribunado de la plebe data de los comienzos del siglo v a. de C., como resul tado de una serie de luchas por parte de los plebeyos para salvaguardar sus intereses: teóricamente el tribu nado o los tribunos del pueblo eran los encargados de proteger al hombre común de Roma contra la opresión. Sin embargo, el tribuno no era un magistrado ejecutivo responsable de una acción política; era, más bien, den tro del proceso político, ·una fuerza negativa pues go zaba del derecho de veto casi irrestricto. El tribunado era en el siglo r a. de C. casi una anomalía histórica, pero fue revitalizado por el partido de los Gracos y se convirtió en un medio de acción política directa, pues además de conservar el derecho del veto adquirió el de poder introducir nuevas leyes. El uso de esta arma en intereses de reforma o de ambición personal se convirtió en un arma de los políticos que se daban a sí mismos el nombre de populares -muchas veces siniestros y fraudulentos, no meJOres que sus rivales, los '12 Cowell, op. cit., p. 149. L PRÓLOGO hombres en el poder, que naturalmente invocaban la espe ciosa y venerable autoridad del Senado . . • Sin embargo, el tribunado podía ser empleado para fines conservadores por demagogos aristocráticos. 43 El tribunado del pueblo, a la larga, fue hábilmente corrompido por la oligarquía para sus propósitos de dominio. Incluso los nobles encontraron la forma legal de tener acceso a esta magistratura originalmente reser vada a los plebeyos. La adopción era el medio más so corrido, como ocurrió en el caso de Clodio. La última parte de la República, sobre todo a partir de los Gracos, la oligarquía, debido a su propia ceguera y a sus innobles manipulaciones, entró en el largo ca mino de una agonía social y política cuyos estertores ya no pudo dominar en forma alguna. Con los Gracos se inaugura un siglo de revolución y son éstos los días en que Cicerón, engañado en principios fundamentales, se estrellará ciegamente contra los nobles y sus aliados. Las luchas tradicionales entre las familias se complicaron profundamente y se entrecruzaron con los intereses eco nómicos, las clases sociales y, sobre todo, los jefes mili tares. Los acontecimientos se precipitaron. El tribuno Livio Druso incita el movimiento popular contra la oli garquía y su movimiento envuelve a toda Italia como una ola gigantesca. De aquí es donde estalla la Guerra italiana o social y los populares -Mario, Cina, Carb0- son vencidos. Llega la dictadura de Sila e inicia una fuerte represión contra los elementos revolucionarios e incluso contra aquellas magistraturas que se prestaron a una acción revolucionaria: diezmó a los caballeros,43 Syme, op. cit., p. 16. LI PRÓLOGO amordazó a los tribunos e incluso limitó el poder de los cónsules. Su acción y su influencia duró aproximada mente unos veinte años después de su muerte, pero la vieja oligarquía siguió jugando un papel importante en la acelerada descomposición del Estado. Es indudable que Lucio Cornelio Sila jugó un papel trascendental en la vida o más bien en la agonía de la República. A pesar de sus extraordinarias virtudes, sin embargo, creo que muchos historiadores han pasado por alto su relación profundísima con las fuerzas de la oli garquía y su oposición cerrada, casi cerril, a cualquier mejoramiento democrático dentro de la sociedad roma na del siglo I a. de C. Es el tipo de autócrata fanático, hombre de una sola idea, amante de la "ley y el orden" que tiene tantos paralelos con los dictadores contempo ráneos. Aparte de sus profundos defectos humanos: in diferencia ante el valor de la vida, menosprecio total de la ley constitucional, carácter doble y engañoso, vi cioso y supersticioso hasta el salvajismo y, añadido a esto, el vicio supremo del político ambicioso: la pobreza. Pero me interesa destacar aquí el rasgo más impor tante de su carácter y que fue un fac-tor de total im portancia en el desarrollo de la política republicana. Ante todo, Sila era un aristócrata: Odiaba a la muchedumbre urbana y sus a.cciones, y cuando se presentó como candidato a las elecciones de cuestores en el año 107 a. de C. era un estricto optimate. No sabe mos ·cómo un joven pobre y desconocido obtuvo la magis tratura . . . Es difícil concebir cómo pudo alcanzar el primer peldaño de la escalera que conducía al consulado, LIT PRÓLOGO quien no tenía aún dinero para conseguir el dinero y era optimate. 44 Al conquistar el poder, Sila inició una serie de refor mas básicas para consolidar a la oligarquía en el control del Estado y parar cualquier intento revolucionario que se opusiera a ello. Obsesionado por la "ley y el orden" se dispuso a reorganizar todo. La prin1era dificultad en la política romana era la disputa por la soberanía. ¿Debía ser el Senado, según el uso reciente, o las tribus, de acuerdo con la antigua teoría constitucional, la entidad que mandase en la ciudad y en el Imperio? Senatus Popu lusque Romanus era una frase sonora, pero ni los optima tes ni los demócratas tenía11 ningún cariño por la mutua interdependencia que postulaban aquellas palabras. 45 Sila inició la reforma con un propósito bien defini do: como oligarca determinó reforzar totalmente el sis tema transfiriendo el poder concreto al orden senato rial y eliminando cualquier oposición y resistencia que pudiera venir de los tribunos que dominaban la asam blea popular, de los magistrados superiores y principal mente de los caballeros que dominaban el mundo de las finanzas y que manipulaban el poder a través de la riqueza y de las corpóraciones bancarias. Sila dirigió sus golpes más fuertes contra el enemigo más poderoso de la oligarquía: los tribunos y los c011iitia tributa. Gran parte de los partidarios de Sila hubieran favorecido la anulación total del tribunado; Sila, sin embargo, se las ideó para limitar la autoridad de los tri- 44 Sir Charles Ornan, Siete Esta-distas Romanos, pp. 156-157. 45 !bid., pp. 190-191. LID , PROLOGO bunos y su campo de acción. Un demagogo, como se había demostrado en el caso de Tiberio Graco y Satur nino, podía ser muy peligroso en su acción con las ma sas contra la autoridad del Senado; Sila determinó que · "en lo futuro serían nulidades, hombres ineptos para perturbar al Estado por su ambición o por su ascen diente personal". 46 Todas sus leyes estuvieron dirigi das a este fin: limitación posterior en la carrera política de un tribuno para aspirar a cualquiera otra magistra tura, intervalos de diez años entre las dos posesiones de un cargo, posibilidad de multas a los tribunos por parte del Senado en caso de conducta ilegal o indecorosa, ' etcetera. Otro de los enemigos que Sila vio que tenía la oli garquía fueron los poder.es de los magistrados indivi duales. Cónsules y pretores, de acuerdo con la tradición, hacían derivar su autoridad directamente del pueblo (ya que habían sido elegidos por los comitia centuriata) y tenían en la práctica una posición bastante indepen diente del Senado y de hecho podían proceder legal~ mente sin hacer caso de las decisiones de éste. Eviden temente Sila vio el peligro en el hecho de que el con sulado estaba abierto a la ambición de políticos corrom pidos y de hombres nuevos que podían intentar refor mas democráticas y quebrar el dominio de la oligarquía. El arma principal que empleó Sila con el objeto de controlar a los magistrados fue la promulgación de su lex annalis: esta ley imponía la rotación en el ejercicio de las magistraturas, la no-reelección consecutiva y los intervalos -bastante largos- para ser elegido al mismo 46 Ibid., p. 194. LIV PRÓLOGO cargo. Las reformas fueron drásticas en todas las ma gistraturas y el Senado vio aumentados sus poderes en una forma que no tenía precedentes y así la oligarquía solidificó su monopolio en el control del Estado y en los provechos políticos y económicos que se derivaban de ese control. Nunca como entonces llegó a ser mayor la ficción democrática de las magistraturas de "libre elección''. Finalmente, Sila dirigió sus ataques contra el tercer enemigo del Senado y de la oligarquía: los caballeros; éstos fueron las principales víctimas de sus proscripcio nes de modo que fueron casi exterminados en la per secución. Sin embargo, en su liquidación del orden ecuestre, Sila siguió un plan bien pensado para refor zar el poder económico de los nobles y para ello promovió un gran número de equites de opinión optimate, para que ocupasen asientos en el Senado; así que al legis lar contra la corporación ecuestre, no agredía a sus pro- · pios amigos. El objeto de Sila era desatar los lazos que mantenían unidas a las clases más heterogéneas que for maban el oJ;den ecuestre. Estos lazos eran, primeramente, sus privilegios honoríficos -la toga agusticlave, el anillo de oro y la fila de asientos reservados en el circo y en el teatro-; en segundo lugar, el monopolio de la superin tendencia de los tribunales de jurados, que ellos emplea ron sin escrúpulos como arma contra el Senado y contra los magistrados provinciales; en tercer lugar, los privile gios de la recaudación de contribuciones y especialmente la disposición más productiva de Cayo Graco que entre gaba la colecta de los diezmos de Asia a las Societates. 47 47 Ibiá., pp. 199-200. LV ' PROLOGO Esto no les convenía a los nobles pues dependían ju dicial y económicamente de los caballeros, quitándoles toda independencia de acción y sobre todo el control de las fuentes básicas del poder: la administración de la justicia, con lo que podían seguir manteniendo la apa riencia de la legalidad y la constitucionalidad, y el con trol de la economía, Sila les quitó a los caballeros el control total de los tribunales y se lo devolvió a los senadores, que de allí en adelante serían los únicos ele gibles para los jurados; en segundo lugar, les quitó, por medió de una serie de reformas fiscales, el privilegio de la recaudación de los diezmos de Asia, la provincia tradicionalmente más rica. Las reformas de Sila estuvieron todas ellas dirigidas a consolidar el poder de la oligarquía; sin embargo, todas estaban condenadas al fracaso y, hasta cierto pun to, aceleraron y agravaron el proceso de descomposición de la República; Cicerón vivió en los momentos de confusión que siguieron y cuando la ola de odios entre las clases llegó a su punto más alto. A pesar de todo, el plan de Sila de erigir un Senado sin interferencia de ningún otro poder del Estado, falló y fracasó ruidosa mente porque lá oligarquía, en su ,decadencia, egoísmo y falta de visión política y social, no estaba preparada para el ejercicio
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