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M. T. CICERONIS EPISTVLAR VM AD ATTICVM 
LIBRI SEDECIM 
, 
MARCO TULIO CICERON 
, 
CARTAS A ATICO 
XVI LIBROS 
TOMO I 
Prólogo, traducción y notas de 
JUAN ANTONIO AYALA 
, , 
UNIVERSIDAD NACIONAL AUTONOMA DE MEXICO 
1975 
Héctor
Armauirumque armarium
BIBLIOTHECA SCRIPTOR VM GRAECOR VM 
ET ROMANOR VM MEXICANA 
'j 
' INSTITUTO DE INVESTIGACIONES FILOLOGICAS 
' CENTRO DE ESTUDIOS CLASICOS 
Primera edición: 1975 
-
DR © 1975, Universidad Nacional Autónoma de México 
Ciudad Universitaria. México 20, D. F. 
DIRECCIÓN GENERAL DE PUBLICACIONES 
Impreso ·y hecho en México 
IOHANNAE 
PIAE DILECTISSIMAEQVE VXORI 
GRATO PIOQVE ANIMO 
D. D. D. 
IOHANNIS ANTONIVS 
MCMLXXI 
/' 
PROLOGO 
Verba tantum adfero, quibus abundo 
Ad Att., XII, 52. 
Mearum epistolarum nulla est cruvay0yf¡; 
sed habet Tiro instar septuaginta; et 
quidem sunt a te quaedam sumendae. Eas 
ego oportet perspiciam, corrigam. T um 
denique edentur. 
Ad Att., XVI, 5. 
CICERÓN La correspondencia que el lector tiene en sus 
Y ÁTICO manos, además de ser uno de los más valio-
sos documentos históricos que nos han llegado 
de la antigüedad, constituye, por sí sola, el testimonio 
más elocuente que puede haber sobre una de las amista­
des más grandes y profundas que nos ha legado la histo­
ria; una amistad que, a pesar de sus altibajos y de sus 
momentos de crisis, se extendió y abarcó la vida comple­
ta de Cicerón y Ático y penetró en todos los aspectos de 
la vida: religión, política, finanzas, literatura, filosofía, 
problemas familiares, menudencias domésticas, chismes 
y murmuraciones. Las cartas nos revelan, inicialmente, 
la comunicación ·constante de dos personas que pusie­
ron la amistad por encima de todo, en una época en que 
estos val0res espirituales estaban en total decadencia, 
cuando la desconfianza envenenaba todas las relaciones 
personales, privadas y públicas, cuando el amigo de hoy 
era, en potencia, el enemigo de mañana. 
De todas las cartas que escribió Cicerón -y que mi­
lagrosamente se nos han conservado- y que son más 
de ochocientas, más de la mitad están dirigidas a un 
hombre con el que tenía íntima y profunda amistad. 
IX 
PRÓLOGO 
Él no tenía nada que ocultar a Ático ni tenía que pre­
sentarse ante él simulando lo que no era. En sus cartas 
a los otros amigos les recordaba, y no le quedaba más 
remedio que hacerlo, que él era uno de los romanos. 
más importantes y que, en todos sus actos, lo único que 
le impulsaba eran los motivos más altruistas. 
Desgraciadamente no se ha conservado ninguna de 
las cartas que le escribió Ático y la biografía de éste 
que ha llegado hasta nosotros no es más que un elogio 
sin reservas de ninguna clase. Sin embargo, se sabe 
-esto es un indicador interesante de su carácter- que 
mantuvo intacta su riqueza en medio de las convulsio­
nes políticas de su tiempo y que llegó a una edad avan­
zada, cosa que en esa época era un verdadero triunfo, 
una muestra de profunda sabiduría y, también, por 
medio de la correspondencia de Cicerón sabemos que 
era un hombre de negocios frío, sereno, cuyos únicos 
principios eran la experiencia y las ganancias y que no 
disimulaba esto ante sus verdaderos amigos. "No hay 
nadie, incluso yo mismo, con quien pueda hablar con 
tanta libertad como contigo", le dice Cicerón en una 
carta; es así como, a través de esta correspondencia, 
podemos conocer los secretos más íntimos del escritor. 
La a1nistad de M. T. Cicerón y T. Pomponio fue 
una de esas relaciones que quedan selladas casi en la in­
fancia y que se prolongan hasta el fin de la vida. Ambos 
contribuyeron a .ella/con lo mejor y con lo peor de sí 
mismos, pero lo que más llama la atención es la solidez 
constante de esa relación que sobrevive momentos peli­
grosos de crisis y de alteraciones familiares y políticas. 
Cicerón y Ático se conocieron casi en su infancia; había 
X 
PRÓLOGO 
entre ellos tres años de diferencia, 1 pero según Corne­
lio Nepote ambos vivieron desde entonces en una rela­
ción bastante íntima: cuni quo a condiscipulatu vivebat 
coniunctissinie. 2 Ambos se destacaron en sus estudios 
y ambos también gozaron, desde la infancia, de una po­
sición social privilegiada, pues pertenecían a la rica cate­
goría de los caballeros con ciertas relaciones de tipo 
aristocrático; la prima de Ático, Anicia, posiblemente 
pertenecía a una familia consular, pues se había casado 
con un patricio, Servio Sulpicio Rufo, hermano del 
tribuno del año 8 8 3 y Cicerón también estaba relacio­
nado con los Tuberones e incluso con los Marios. Pero, 
mientras Cicerón pertenecía a la rica burguesía rural 
de Arpino, Ático era romano, 4 lo cual siempre le dio 
una superioridad natural en sus relaciones con Cicerón 
y con otros caballeros de origen rural. Casi desde el 
principio de estas relaciones, cada uno de ellos eligió 
distintos caminos y formas de vida; Cicerón se inclinó 
por la carrera legal y el cursus honorum, mientras Áti­
co escogió definitivamente el honestum otium, dirigido 
especialmente a amasar de la manera más expedita una 
gran fortuna que lo pondría a cubierto de todas las 
contingencias de la vida política y de la inestabilidad 
de los últimos días de la República romana, y también 
a gozar de los numerosos amigos, de la literatura, el arte 
y los placeres de la vida ateniense. Como afirma Bois-. 
s1er: 
1 Cicerófl nació el 3 de enero del año 106 a. de C. y Ático 
alrededor del 11 O a. de C. 
2 Nept. Att. 5. 3. 
3 Ibid., 2. 2. 
4 ab· origine ultima stirpis Romanae genitus, Nept. Att. l. 7. 
XI 
PRÓLOGO 
Comprendió que una república en la que el poder era arran­
cado por la fuerza estaba perdida, y que, al parecer, ame­
nazaba arrastrar consigo a quienes la hubieran servido. 
Resolvió, pues, vivir alejado de los negocios, y toda su 
política consistió en lo sucesivo en crearse una situación 
segura, fuera de los partidos, al abrigo de los peligros. 5 
Ático, sin embargo, no era un caballero romano como 
los demás, locitples honestusque; era, como Cicerón, un 
político por naturaleza 6 y puede deducirse esto por 
toda la correspondencia y lo que en ella, más o menos, 
se implica. El equilibrio permanente en que vivió la 
política del no-compromiso, que dominó todas sus acti­
vidades, demuestra que tenía un verdadero sentido de 
la política oculta que siempre ha dominado en todos los 
pueblos y que, en definitiva, es la que rige la vida de 
las naciones. Oigamos de nuevo a Boissier: 
Como para poner a prueba su prudencia y habilidad, fue 
colocado en la época más turbulenta de la historia. Asistió 
a tres guerras civiles, vio a Roma invadida cuatro veces 
por distintos amos y renovarse las matanzas a cada nueva 
victoria. Vivió, no humilde e ignorado, haciéndose olvidar 
en alguna ciudad lejana, sino en Roma y en lo más visible. 
Todo contribuía a fijar las miradas en él; era rico, moti­
vo más que suficiente para ser proscripto; gozaba de gran 
reputación de hombre de talento; trataba de buen grado 
a los poderosos, y, por sus relaciones a lo menos, se le 
consideraba como un personaje. Sin embargo, supo escapar 
a todos los peligros que le creaban su posición y su ri-
5 Gastan Boissier, Cicerón y sus amigos (Estudio de la Sociedad 
Romana del tiempo de César), versión castellana de Antonio Sa­
laz ar, Editorial Diana, México, 1952, p. 104. 
6 Cfr. Att. IV. 6. l. 
XII 
PRÓLOGO 
· queza, y hasta encontró medios de engrandecerse en cada 
una de aquellas revoluciones que parecía debían perderle. 
Cada cambio de régimen que arrojaba a sus amigos del 
poder le dejaba más rico y en mejor situación, de modo 
que, en el último, se vio colocado casi junto al nuevo 
señor. ¿Por qué maravilla de habilidad, por qué prodigio 
de combinaciones ingeniosas, consiguió vivir honrado, rico 
y poderoso en un tiempo en que era tan difícil sólo el 
vivir? Este problema estaba lleno de dificultades. 7 
Hay un aspecto en la vida de Ático que creo es de 
gran importancia para llegar a una explicación adecua­
da de su conducta. La clave está en sualejamiento 
calculado de Roma y en su permanencia en Atenas, 
ciudad con la que llegó a identificarse plenamente; allí 
fue donde aceptó la filosofía epicúrea. Según su bió­
grafo Cornelio Nepote esto le convirtió en una especie 
de paradigma de virtud en todos los aspectos y activi­
dades de su vida: el mejor y el más .dedicado de los 
hijos, el amigo más fiel, el más Íntegro de los hombres 
y el más interesado de los voraces romanos. La crítica 
moderna ha rebajado considerablemente estas alaban­
zas y elogios. En concreto, Tyrrell y Purser han descu­
bierto en él "a la quintaesencia de la mediocridad", un 
hombre sin nada de grandeza ni de nobleza, pero reco­
nocen en él, básicamente, un cariño incondicional hacia 
Cicerón y un moderador de los impulsos incontenibles 
de éste. 8 Carcopino en este punto va mucho más ade­
lante en su crítica, ya que llega a afirmar que "no debe 
quedar nada de este elogio, pues al asociarse a la publi-
7 G. Boissier, op. cit., p. 104. 
8 Tyrrell-Purser, I, pp. 5 3 y 5 4. 
XIJI 
PRÓLOGO 
cación de la correspondencia, Ático traicionó la amis­
tad a la que debía su gloria". 9 Sin embargo, el mismo 
Carcopino tan poco sospechoso de complicidad con el 
honor de Cicerón, reconoce que las concesiones que tuvo 
que hacer Ático en la publicación de las cartas de su 
amigo no le desacreditó en su época en lo más 
mínimo. t-0 ' ' 
Sin embargo, para entender completamente a Ático 
y su actuación en la turbulenta vida romana del siglo I 
a. de C. hay que tener en cuenta otro punto impor­
tante: el papel que jugó el epicureísmo en un tempe­
ramento ya preparado para esta filosofía y el signifi­
cado de la abstención como un imperativo que le per­
mitió conservar su prestigio y su independencia en las 
circunstancias más difíciles y comprometedoras. 
Cuando en el año 89 a. de C. al morir su padre, ad­
quirió de golpe toda la fortuna familiar, Ático ya se 
había dado perfecta cuenta de cuál iba a ser su papel 
en la vida política romana y lo que ésta, a pesar. de sus 
riquezas, le reservaba para el futuro en su calidad de 
caballero romano. Muy pronto vio qué dirección to­
maban los asuntos en Roma; como Cicerón, presenció 
horrorizado las brutalidades de la marcha de Sila sobre 
Roma y muy pronto se convenció de que no tendría 
seguridad en la ciudad. De aquí su decisión de abando­
nar Roma e Italia y vivir apartado de la incertidumbre 
política. 
¿Qué significado tuvo esta decisión en un joven _de 
9 J. Carcopino, Les secrets de la Correspondance de Cicéron, 
L'Artisan du Livre, Paris, 1957, vol. II, p. 251. 
10 !bid., pp. 251-252. 
XIV 
PRÓLO·Go 
-veintiún años como Ático? Carcopino da la siguiente 
explicación que, hasta cierto punto, me parece total­
mente válida: 
Su decisión no era la de un emigrado en el sentido en que 
hoy entenderíamos esa palabra; pues, libre de todo com­
promiso político, estaba libre para actuar como quisiera 
o de ir adonde inejor le pareciera. Además no daba la im­
presión de ser una huida. Ático era un calculador; esto 
no e>¡:a una cobardía y, en medio de los desórdenes y las 
luchas que diezmaban a los romanos, él organizó su par­
tida con la sangre fría y el método que lo caracteri­
zaban. 11 
Por eso, en el año 8 5 a. de C. se embarcó para Atenas 
llevándose consigo gran parte de su fortuna. 12 Allí 
permanecería durante veinte años y sólo volvió a Ro­
ma cuando su apartamiento de la vida política era ya 
totalmente definitivo. "Entretanto, su creencia confir­
mada en la verdad del epicureísmo, la había fundado 
en la razón y ya era irrevocable." 13 
Ático abrazó el epicureísmo con el fervor y la in­
transigencia de un neófito y aplicó sus principios a 
todas sus actividades personales, públicas y privadas. 
Cornelio Nepote nos cuenta su reacción y su conducta 
en .el momento de la muerte de su madre. 14 Carcopino, 
una vez más, ha penetrado hondamente en este fenó-
11 Ibid., p. 255. 
12 Nept., Att. II, 3: ... magnam partem fortunarum traiecit 
suaru1n. 
13 Carcopino, vol. II, p. 256. 
1~ Nept., Att., XVIII, 1-2. 
XV 
PRÓLOGO 
meno de la mentalidad de Ático y de las consecuencias 
permanentes que tuvo para su vida. 
Porque Ático se había apropíado de la filosofía de sus 
maestros no para hacer ostentación de ella sino para for­
marse una norma de conducta de toda su vida. 15 Nepote 
que había publicado su obra en dos partes, la una antes y 
la otra después de la muerte de Ático en el año 32, no se 
atreve a nombrar a estos maestros, porque, junto a Octavio 
que como triunviro promovía una respetuosa solicitud 
por los cultos tradicionales y. era ya un anuncio de la 
restauración religiosa que llevaría a cabo como Empera­
dor, el epicureísmo, que relegaba a los dioses inactivos a 
la soledad helada de los entremundos, no era popular; y el 
biógrafo de Ático, en vez de inscribir a su héroe entre los 
adeptos de una secta en adelante sospechosa, prefirió dejar 
en suspenso la escuela en la que había formado su con­
ciencia. l'6 
Las convicciones epicúreas de Ático eran profundas 
y sabía bien, como dijo su amigo Cicerón, "que la vida 
no es vida, si no se puede descansar en el cariño de un 
amigo". 17 Gastón Boissier señala certeramente el ori­
gen de estas convicciones: 
Aquella abstención sistemática de Ático no era una idea 
romana: la había tomado de los griegos. En las repúblicas 
diminutas e ingobernables de Grecia, en las que era des-
. 15 Nept., Att., 3: Neque id fecit natura solum sed etiam doctri­
na; nam Principum philosophorum ita percepta habuit, ut #s ad 
vitam agendam, non ad ostentatíonem uteretur. 
16 Carcopino, op. cit., vol. Il, p. 257. 
17 Cic. de Amicitia, 6: Cui potes/ esse vita vitalis, uf ait Ennius, 
qui non in amici mutua benevolentia conquiescat? 
XVI 
PRÓLOGO 
conocido el reposo, y que pasaban sin tregua y sin motivo 
de la tiranía más dura a la licencia más desenfrenada, se 
comprende que los hombres tranquilos y estudiosos acaba­
ran por cansarse de todas aquellas agitaciones estériles. Por 
eso dejaron de codiciar dignidades que sólo se obtenían 
adulando a una muchedumbre caprichosa, y que se con­
servaban a condición de obedecerla ... Al mismo tiempo 
que el cansancio y el disgusto alejaban a los hombres hon­
rados de aquellas luchas mezquinas, la filosofía, cada vez 
más estudiada, iba comunicando a sus adeptos una especie 
de orgullo que los llevaba al mismo resultado. Hombres 
que pasaban el tiempo ocupándose de Dios y del mundo, 
y que trataban de comprender las leyes que rigen al uni­
verso, no se dignaban descender de aquellas alturas para 
gobernar Estados de algunas leguas cuadradas. Por esta 
causa era una cuestión muy debatida en las escuelas saber 
si convenía o no ocuparse en las cosas públicas, si el 
hombre sensato debe solicitar honores, y cuál valía más, 
si la vida contemplativa o la vida en acción. Algunos fi­
lósofos daban tímidamente la preferencia a la vida activa, 
el mayor número sostenía la opinión contraria, y, a favor 
de aquellas discusiones, muchas personas se habían creído 
autorizadas a formarse una especie de ocio elegante, en re­
tiros voluptuosos, embellecidos por las letras y las artes, 
donde vivían felices, mientras que Grecia perecía. Ático 
siguió su éjemplo. is 
No es mi intención detenerme detalladamente a ex­
plicar todas las implicaciones del epicureísmo de Ático 
y las consecuencias que tuvo en sus relaciones con Ci­
cerón y, sobre todo, con los problemas que se presen­
taron al publicarse la correspondencia bajo Augusto. El 
IS Gaston Boissier, op. cit., p. 123. 
XVII 
PRÓLOGO 
lector puede recurrir a la extraordinaria exposición de 
Carcopino en eL volumen segundo de su obra, donde 
estudia extensiva y profundamente este tema en todas 
sus ramificaciones y consecuencias. 
Uno de los puntos en que más insiste Cornelio Ne­
pote en su biografía es en los amplios intereses de Ático, 
su buen sentido y un humor vivo que le hicieron ga­
narse muchas amistades, así como en su capacidad de 
adaptarse, en sus relaciones personales,con toda clase 
de gente, especialmente con Pompeyo que no era un 
carácter fácil de tratar y con muchos de los amigos de 
éste como Varrón, Terencio Culleón, Teófanes y De­
metrio, aunque sin embargo hay muy pocos indicios 
de que tuviera una buena amistad con César. 19 Como 
dice Shackleton Bailey: 
naturalmente tuvo amplias relaciones dentro de s,u propia 
clase (los caballeros) y entre. los senadores menos eleva­
dos. Pero su especialidad era la amistad con la aristocracia 
de los optimates, la más íntima de todas con Q. Hortensia 
Hortalo (cónsul en el año 70 a. de C.), cuyas controla­
das relaciones con Cicerón, un rival en la amistad de Ático 
como en el liderato del Foro Romano, él se dedicó cons­
tante a &uavizar. 2º 
Sin embargo, su política de complacencias no se vio 
libre de pasiones y partidarismos; por las cartas de Ci­
cerón se ve que sabía manifestarlas clara y enérgica­
mente a sus amigos. Pero "cuando había que obrar, en- . 
19 Nept., Att., 16. l. adulescens idem seni Sullae fuit iucun­
dissimus, senex adulescenti M. Bruto; Att., IV. 18. 2, nema enim 
in terris est mihi tam consentientibus sensibus. 
2-0 S. Bailey" vol. I, p. 7. 
XVIII 
/ 
PRÓLOGO 
tonces empezaba su reserva. Jamás consintió en tornar 
parte en la lucha; pero si no participaba en sus peli­
gros, por lo menos, sentía todas sus emociones". 21 
La relación epistolar entre Ático y Cicerón fue cons­
tante y cubrió literalmente todos los aspectos de la vida 
de ambos, llenando una inmensa gama de asuntos, desde 
los más triviales hasta aquellos más graves y trascen­
dentales. Hacer una lista de todos los asuntos que se 
intercambiaron entre ambos sería totalmente imposible 
y hasta tedioso; sin embargo· hay puntos importantes 
que nos pueden ayudar a .dilucidar aspectos históricos 
y, sobre todo, humanos y personales, en la vida de 
Cicerón. 
En cierta ocasión le dice a Ático que su yerno ha. 
sido nombrado heredero por una dama; tiene que com­
partir una tercera parte de la herencia con otros dos' 
herederos, pero con la condición de que cambie sru 
nombre: 
Es un punto interesante -comenta Cicerón graciosamen­
te- si es correcto que un noble cambie de nombre ·en 
virtud del testamento de una mujer- pero podremos de­
cidir esto más precisamente cuando sepamos a c-uánto as­
ciende ese tercio. 
Ante Ático no. tiene nada que disimular y expresa 
con completa sinceridad lo que muchos podían haber 
sentido pero que no se atrevían a decir en público: 
Cuando te escribo alabándote a alguno de tus amigos 
quisiera que se lo hicieras saber. últimamente te he men­
cionado en una carta la gentileza de Varrón y me has .. 
21GB .. p ·¡ 4 . 01ss1er, o . et., pp. 12 -125. 
XIX 
PRÓLOGO 
respondido que te agradaba saberlo. Sin embargo, hubiera 
preferido que le <lijeras a él que estoy haciendo precisa­
mente lo que quiere que haga. 
Cuando Cicerón habla con otros sobre sus recursos 
oratorios ("resultado maduro de mi talento, producto 
acabado de mi inteligencia") mantiene cierta dignidad 
y se elogia constantemente; pero cuando habla con Áti­
co lo convierte en un chiste agradable: "Tú conoces los 
colores que tengo en mi paleta, ¡por los dioses, cómo 
los he mostrado en esta ocasión! Tú bien sabes 
cómo puedo tronar. Esta vez lo he hecho con tanta 
fuerza que me podrías haber oído desde ahí". En otra 
ocasión cuando tiene que llegar a un compromiso con 
César, a quien odiaba y a quien denunció constante" 
mente como el destructor de todo lo bueno que había 
en la República, encuentra bellas palabras para descu­
brir sus motivos a otros amigos; pero con Ático no 
tiene que ocultar nada y se expresa en una forma com­
pletamente distinta: 
Respecto a la carta 'de César, ¿qué otro punto de vista, 
debería de haber tomado excepto el que él quería? ¿Qué 
otro objeto tenia mi carta sino arrodillarme ante él? ¿Aca­
so te imaginas que me hubieran faltado las palabras si 
hubiese querido decirle lo que realmente pensaba? 
Y en otra ocasión le dice: 
¿Qué es lo que dicen los conservadores? ¿que he sido co­
rrÓmpido para cambiar mis opiniones? ¿qué dirá la historia 
<le mí dentro de seiscientos años? Temo mucho más esto 
que todas las murmuraciones del presente. Quizá me dirás: 
"¡Deja de lado la dignidad!" ¡Eso es cosa del pasado! 
XX 
l'RÓLOGO 
Mira por tu seguridad. ¿Por qué no estás aquí? Quizá me 
ciega la pasión por los altos ideales. 
Cuando su conducta invade el dominio de las Obli­
gaciones morales (escribió un tratado sobre este tema) 
habla con Ático con una confianza extraordinaria, sin 
ocultar para nada los motivos y los medios que emplea 
como político para manipular a los votantes. Su yerno, 
Dolabela, había llegado a ser políticamente importante 
y Cicerón le escribe una carta en la que le elogia sin 
reservas: 
Aunque tengo un gran placer en la gloria que has logrado, 
te confieso que la corona de mi alegría· es que, en la opi­
nión pública, mi nombre está asociado con el tuyo. Lucio 
César me ha dicho: Mi querido Cicerón, te felicito por la 
influencia que tienes en Dolabela. Después de ti es el pri­
mer cónsul que verdaderamente puede llamarse cónsul. 
¿Para qué te voy a exhortar y ponerte ejemplos ilustres? 
No hay nadie más distinguido que tú. --Cicerón le envía 
una copia de esta carta a Ático y le comenta- ¡Qué sin­
vergüenza es Dolabela! Ha perdido tu amistad por la 
misma razón que se ha enemistado profundamente con­
migo. 
En otra ocasión, Marco Antonio le escribe pidiéndole 
un favor y Cicerón le envía una respuesta encantadora: 
Tu amistosa carta me da la impresión de que estoy reci­
biendo un favor y no haciéndotelo. Naturalmente, te con­
cedo lo que me pides, mi querido Antonio. Quisiera que 
me lo hubieras pedido personalm¡mte, así te hubiera mos­
trado el afecto que siento por ti. Inmediatamente Ático 
recibe copia de ambas cartas, con esta observación: Lo que 
Antonio pide es tan falto de principios, tan desgraciado y 
XXI 
PRÓLOGO 
tan fuera de lugar, que uno casi desearía que César estu­
viera aquí de nuevo. 
El tono de su conversación con Ático y de su estilo 
epistolar es también algo interesante. Ocasionalmente, 
aunque no muchas veces, mezcla su estilo ático con 
una forma grandilocuente: 
Se han derrumbado dos de mis tiendas. La gente dice que 
es una desgracia, pero yo ni siquiera me he molestado. 
¡Oh Sócrates, jamás estaré suficientemente agradecido con­
tigo! ¡Dioses, qué insignificantes me parecen estas cosas! 
Sin embargo tengo un plan para reconstruir que va a con­
vertir mi pérdida en ganancia. 
Un aspecto muy interesante de la correspondencia 
con Ático es el económico; Cicerón encontró en Ático 
al agente e intermediario ideal en sus complicados y 
siempre difíciles asuntos financieros. Para Cicerón no 
fue fácil el encontrarse en una posición económica sol­
vente en toda su vida política; al entrar en la impla­
cable competencia de la vida pública, en un sistema do­
minado por los intereses económicos de clase, Cicerón 
no tuvo más remedio que embarcarse en una política 
económica suicida que lo tuvo permanentemente al bor­
de de la quiebra. Como intelectual e idealista no fue 
exactamente lo que pudiera llamarse un hombre prác­
tico en el manejo del dinero; fue más bien un derro­
chador impenitente que no sabía medir sus fuerzas y 
que ni siquiera se imaginaba la posibilidad de un presu­
puesto personal balanceado. 
Carcopino ha señalado, quizá con excesiva y malicio­
sa exageración, esta incapacidad de Cicerón para el ma-
J>XII 
PRÓLOGO 
nejo del dinero y el papel tan importante que Ático 
desempeñó en la organización de sus finanzas, en cali­
dad de banquero y consejero. El hecho de que Cicerón 
se enriqueciera rápidamente en pocos, años con la prác­
tica de su profesión no lo puso al abrigo de las fl uctua­
ciones económicas ni le dio una seguridad para el resto 
de su vida. Se enriqueció como se enriquecía todo ca­
ballero o noble romano en esta época y,. si no lo hubiese 
hecho, hubiera sido una excepción notable; las acusa­
ciones de Carcopino,bien documentadas en su corres­
pondencia, no revelan en realidad nada nuevo sobre 
Cicerón y la forma en que se enriqueció. Sin embargo, 
creo que en su caso concreto como en el de muchos de 
sus contemporáneos, lo importante no es ·cómo se enri­
quecieron (más escandaloso que el caso de Cicerón fue 
el de Craso) siµo cómo supieron administrar sólidamen­
te sus fortunas. En comparación con muchos nuevos 
ricos romanos Cicerón fue un hombr.e básicamente ho­
nesto, aunque defendiera en el Senado la política de 
extorsión y pillaje que practicaban los caballeros en con­
nivencia con . los nobles, en las provincias romanas. Su 
propio proconsulado en Asia fue un modelo de hones- . 
tidad, aun cuando sufrió fuertes presiones incluso de su 
amigo Ático para cobrar algunas sumas que se le debían 
y lo mismo por parte de Bruto, que no quería aceptar 
el tipo de interés que Cicerón había fijado en su edicto. 
Lo importante, sin embargo, es que Cicerón encontró 
en Ático al fiel administrador de sus finanzas y al con­
·fidente de sus asuntos personales. Es cierto que el mismo 
Ático se beneficiaba personalmente de los favores que 
prestaba no sólo a Cicerón sino también a la multitud 
xxm 
PRÓLOGO 
de amigos que se fue ganando con sus favores. Dice 
Boissier: 
Era rico, jamás tenía pleitos, no solicitaba las dignidades, 
de suerte que un amigo resuelto a demostrar su gratitud 
por los servicios recibidos casi no podía hallar una situa­
ción propicia para ello. Se quedaba obligado a él y la deuda 
iba en aumento constante, pues jamás se cansaba de ser 
-útil. 21 
Cicerón encontró en él al administrador ideal ya que 
se encargó de asegurar sus bienes, de controlar las rentas 
de las numerosas propiedades urbanas y rurales del ora­
dor y también de pagar sus deudas, a veces ingentes. 
Sus numerosas relaciones con los grandes banqueros de 
su tiempo lograban préstamos en los momentos de apu­
ro en que Cicerón estaba casi en total estado de insol­
vencia y si el crédito no era bueno en esos momento, era 
él quien aportaba generosamente el dinero. En el apetito 
insaciable de Cicerón por adquirir bienes raices o en su 
fiebre de construir, era también Ático quien le acon­
sejaba el mejor trato. 
Si se tratab~ de edificar en él alguna quinta elegante -dice 
Boissier- Ático le proporcionaba su arquitecto, corregía 
los planos y vigilaba las obras. Construida la casa, era pre­
ciso decorarla. Ático mandaba traer estatuas de Grecia. 
Era excelente para escoger bien y Cicerón no se cansó 
nunca de elogiarle por las H ermatenas de mármol penté­
lico que le proporcionó. 22 
Hay demasiados testimonios en la correspondencia 
sobre este punto que demuestran claramente el papel 
21 !bid., p. 113. 
22 Ibid., p. 117. 
XXIV 
PRÓLOGO 
que Ático jugó y cómo gracias a él Cicerón pudo salir 
a flote en las grandes crisis por las que atravesó. 
Otro aspecto importante de esta relación es la pro­
funda influencia que Ático ejerció como consejero per­
sonal de Cicerón en sus problemas domésticos que se le 
plantearon en su vida familiar. Le refiere las violencias 
de su hermano y las locuras de su sobrino; le consultaba 
también sobre los disgustos que le causaban su mujer 
y su hijo. Cuando Tulia estuvo en edad de casarse, Áti­
co le busca marido. Cuando ésta muere, acaso de dis­
gusto y de pena, Ático va a visitar la casa de la nodriza 
del hijo que dejó y cuida de que no le falte absoluta­
mente nada. Ático es consultado también en el. asunto 
de su divorcio de Terencia y después hace las gestiones 
necesarias para que ésta haga testamento a su favor. 
También Ático recibe el desagradable encargo de des­
pedir a la segunda esposa, Publilia, cuando pretende 
volver a entrar por la fuerza en la casa de su marido, 
que no quería ni verla. 23 
Además -y me refiero sólo de pasada a este punto-­
Ático se convirtió en una especie de agente literario y 
editor de las obras de Cicerón. Era él quien tenía los 
medios -esclavos y dinero-- para montar, en grande, 
un negocio .editorial que le produjo jugosas ganancias; 
no sólo era el editor, sino también el confidente que 
sabía, antes que nadie, qué era lo que Cicerón planeaba 
escribir, lo que estaba escribiendo y la naturaleza de la 
obra o las obras que traía entre manos; era él quien 
se encargaba de la publicación de las nuevas obras y 
23 !bid., p. 118. 
XXV 
' PROLOGO 
quien reunía a su alrededor a las figuras más impor­
tantes de su época para comentar sus escritos. 
Sin embargo, después de leer estas Cartas a Ático, se 
cierra el volumen con cierta especie de desilusión y des­
encanto. Edith Hamilton dice que estas cartas íntimas, 
escritas en uno de los momentos más interesantes de la 
historia, sobre una de las naciones de la antigüedad que 
más nos interesan, son casi siempre muy aburridas. Es 
cierto, propiamente no son historia en el verdadero sen­
tido de la palabra, son la vida diaria, llena de muchas 
cosas sin importancia y d.e repeticiones a veces tediosas; 
con frecuencia hasta cuesta decir que son verdaderas 
cartas; son más bien memoranda, escritos rápidamente, 
.o el diario de un hombre ocupado y casi siempre, tam­
bién, están llenas de preocupaciones e intereses perso­
nales. La gran ciudad de Roma en la que se estaba 
volcando el mundo civilizado y el mundo bárbaro, se 
convierte, en las cartas, en el pequeño escenario de 
Cicerón y en él monopoliza su pequeño drama. No le 
interesa ninguna otra cosa: un pequeño asunto político 
que se debe decidir, o comprar una casa, o escoger 
marido para Tulia, o conseguir dinero para Terencia. 
La cuestión que le interesa es que Ático conteste cuanto 
antes dando su consejo o proporcionando el dinero para 
alguna empresa. Casi en un noventa por ciento de los 
casos ésta es la forma en que están escritas las cartas. 
Elevación, dignidad, poder, distinción, gloria, elegancia 
en la redacción, proyección de una política, eso se reser­
vaba para los discursos o los diálogos. Podía escribir 
desde Atenas (y allí se hospedaba nada menos que en 
la Acrópolis) o desde Delos, la "isla maravillosa" o 
XXVI 
PRÓLOGO 
desde ciudades extrañas o solitarios campamentos en las 
montañas del Este misterioso y desconocido, pero lo que 
dice en sus cartas lo podía haber escrito desde su casa 
del Palatino o desde su finca en Túsculo. Nunca ex­
presa el más leve interés en lo que le rodea; siempre 
anda de prisa y detrás del tiempo: hay que enviar 
cuanto antes al mensajero y él tiene que ponerse a 
trabajar. 
Sin embargo, a través de todo este conjunto de detalles 
y minucias sin orden alguno, surge un retrato bastante 
convincente del escritor y del político;- en medio de las 
aburridas trivialidades aparece, aquí y allá, un comen­
tario acertado, una historia, una descripción, la cari­
catura de un enemigo político que, r, pentinamente, 
vitalizan a esa ciudad lejana o a ese campamento desde 
donde escribe. Cicerón era esencialmente un perfecto 
"animal político" y los intereses de la política anulan 
de tal m~era lo social que sólo una frase, aquí y allá, 
arroja una débil luz .sobre la vida romana de su época. 
Se percibe fácilmente en las cartas el tipo de vida que le 
gustaba a Cicerón y los lujos que se dispensaba para 
llevar una vida regalada y en competencia con algunos 
de sus ricos rivales en la política. Paga una suma elevada 
por unas estatuas de "mármol de Megara", por consejo 
de Ático y también le pide que "le envíe las estatuas de 
Hermes en mármol pentélico con cabezas de bronce, 
sobre las que me has· escrito, para el gimnasio y la 
columnata. No dudes. Mi bolsillo es suficientemente 
grande". 
A veces, a través de esta correspondencia, tenemos 
un vislumbre del vasto mundo de esclavos que hacían 
XXVII 
PRÓLOGO 
todo el trabajo y que proporcionaban todas las distrae-. 
c1ones. 
Envíame dos de tus esclavos bibliotecarios -le escribe. a 
Atico-- para que peguen las páginas y diles también que 
traigan una cantidad considerable de pergamino para los 
tejuelos. Te digo que me has proporcionadoun estupendo 
grupo de gladiadores. He sabido que luchan magnífica­
mente. Si te has preocupado de alquilarlos, habrás cubierto 
los gastos de estas dos exhibiciones. Basta de esto pero, 
así como me amas, acuérdate de los bibliotecarios .. 
Sobre las exhibiciones de los gladiadores, Cicerón sólo 
habla una vez detalladamente, en un pasaje citado con 
mucha frecuencia: 
Los juegos fueron naturalmente estupendos, pero estoy 
seguro de que no te habrían gustado. Deduzco esto por 
mis propios sentimientos. Porque no fueron tan atractivos 
como suelen ser los juegos aun en una escala más moderada. 
¿Qué placer puede haber al ver seiscientas mwas en Cly­
temnestra o tres mil cuencos en el Caballo de Troya? Dos 
cacerías de fieras salvajes diarias durante cinco días -mag­
nífico, naturalmente. ¿Pero qué placer puede sentir un 
hombre culto cuando un ser humano insignificante es des­
trozado por una bestia poderosa o una bestia espléndida 
es atravesada por una lanza?, y aun en el caso de que esto 
sea un verdadero espectáculo, ya lo has visto con dema­
siada frecuencia y no hay nada de nuevo en lo que he visto. 
El último día vinieron los elefantes -impresionante todo . 
ello-- pero la multitud no gozó absolutamente nada. 
Naturalmente, hubo una especie de compasión -un sen­
timiento de que las enormes criaturas tenían cierta especie 
de compañerismo con los seres humanos. 
Cicerón se inclinaba hacia las luchas de gladiadores 
más bien por consideraciones morales. "La gente las 
XXVIll 
PRÓLOGO 
llama crueles -dice- y quizá lo son tal como se prac­
tican en nuestros días. Pero en realidad, los espectadores 
reciben un entrenamiento incomparable para despreciar 
el sufrimiento y la muerte." 
Por otro lado, en 1a correspondencia con Ático, sólo 
se puede encontrar una versión muy limitada y mode­
rada de la "crónica escandalosa" sobre la vida romana. 
Sorprende, a primera vista, la decencia de las cartas 
escritas en un momento determinado y en el centro de 
la vida mundana de los romanos. Sin embargo, en todas 
sus cartas no hay nada que pueda parecer impropio. Un 
ejemplo de esto -y no hay más. de media docena en 
total en toda la correspondencia- es una historia que 
le cuenta a Ático sobre un desgraciado caballero a quien 
se le registró su equipaje y entre sus pertenencias "se 
encontraron cinco bustos pequeños de damas romanas 
-¡casadas todas ellas!- uno era de la hermana de 
Bruto, otro de la esposa de Lépido". Hasta aquí es hasta 
donde iba Cicerón al contar cuentos o sucesos escabrosos 
y, sin embargo, escribió en una época en que Roma 
estaba llena de los vicios más bajos y de la murmuración 
más profunda; en una época destacada por su indecen­
cia y por la depravación de las costumbres, Cicerón se 
mantuvo al margen y, en general, se puede decir de él 
que era un hombre de mente limpia; los cuentos y chis­
mes escandalosos pasaban por él sin dejar huella. "Me 
gusta la decencia al hablar --escribió en una ocasión­
los estoicos dicen que no hay nada vergonzoso u obsceno 
en las palabras. Los sabios pueden llamar espada a la 
espada. Bien, yo me mantendré como siempre me he 
mantenido." Los banquetes y actos sociales aparecen 
XXIX 
PRÓLOGO 
ampliamente en las cartas. En una ocasión, Cicerón se 
encuentra en' una compañía muy dudosa; ·Le escribe a 
Ático en la forma siguiente: 
A mi lado estaba reclinada Cytherias . (las mujeres respe­
tables se sentaban en los banquetes junto con los hombres). 
Y dirás ¿en ese banquete estaba Cicerón? ¡Por los dioses, 
jamás pensé que iba a estar allí! Sin embargo, si cuando 
aún estaba joven no me tentó nada de esa clase, mucho 
· menos ahora que estoy viejo. Sin embargo, me gustan 
mucho los banquetes donde se pueda hablar de algo e in­
cluso de todo -y en otro lugar añade- me gusta la buena 
comida y de calidad delicada, pero si insistes en que coma 
lo que ofrece tu madre, no me negaré a aceptarla. 
Su propia vida privada figura muy poco en la corres­
pondencia con Ático. Se divorció de· su mujer a los 
sesenta años de edad, cuando su hija ya se había casado 
tres veces; sin embargo, nunca se refiere al divorcio o 
a lo que lo llevó a él. Nos han quedado muchas cartas a 
Terencia que están llenas de afecto y cariño. En una 
ocasión le dice: 
Pensar que tú, que eras la mujer más noble, fiel, generosa 
y honrada, hayas caído. en una miseria tan grande por culpa 
mía. No he querido a nadie como te he querido a ti (en 
estos momentos Cicerón estaba en el destierro). -Y en otra 
ocasión- Tulio envía su más profundo amor a su esposa 
Terencia y a su dulcísima hija Tulia, las dos ama.das de 
su corazón. 
Esta frase es muy frecuente en sus cartas, pero gra­
dualmente el tono se va haciendo más frío y la última 
carta que le escribe a Terencia da la impresión de ser 
XXX 
PRÓLOGO 
una orden y no una carta: "Creo que llegaré a mi casa 
de campo de Túsculo el día 7. Procura que todo esté 
listo, pues puedo llevar a varios amigos conmigo. Si no 
hay palangana para el baño, busca una y todo lo demás 
que se necesita. Adiós." Terencia no era una mujer su­
misa y, poco tiempo después vino el divorcio. Pocos 
meses después Cicerón se casó con una joven que estaba 
bajo su tutela, rica, pero pocas semanas después ya 
estaba arrepentido amargamente. Le dice a Ático: 
Publilia me escribe que su madre viene a verme y que, si 
se lo permito, también vendrá ella. Me lo pide humilde­
mente y me dice que le responda inmediatamente. Y a ves 
qué fastidio es todo esto. Le he respondido que estoy mu­
cho peor que cuando le dije que quería estar solo y que no 
planee venir. Creí que si no se lo decía, vendría de todos 
modos. No creo que ahora venga. Pero quiero que averigües 
cuánto tiempo puedo estar aquí sin que me sorprendan. 
Naturalmente en una Roma en que el divorcio era 
tan fácil, el matrimonio no duró mucho. 
La razón que tenía Cicerón para querer estar solo era 
que su queridísima hija acababa de morir. Sólo tuvo dos 
hijos: Tulia y Marco y éste nunca le produjo muchas 
satisfacciones. Pero Tulia era algo que siempre consi­
deró con predilección y afecto extraordinarios y le con­
sagró su amor más delicado. Cuando murió, unos dos 
años antes que él, se encontró totalmente desolado. 
"Mientras vivía_-le escribió a un amigo- siempre tuve 
un santuario donde refugiarme, un cielo de paz. Tenía 
a una persona cuya dulce conversación podía ayudarme a 
quitar todo el peso de mis ansiedades y preocupaciones." 
Durante meses enteros sus cartas a Ático nos revelan 
XXXI 
PRÓLOGO 
a un hombre con el corazón deshecho: "No hablo con 
nadie. Por la mañana me oculto en el bosque, donde 
está más denso, y no regreso hasta la tarde. Aparte de 
ti, no tengo mejor amigo que la soledad. Lucho contra 
las lágrimas como puedo ... " 
A través de las cartas --especialmente las dirigidas a 
Ático- pasan permanentemente las grandes figuras de 
la historia de la Roma republicana. Marco Antonio es 
"un miserable subordinado, totalmente insignificante, 
de César", "el capitán de juguete" lo llama en otra 
ocasión, "que lleva de viaje con él a esa actriz Cyhteris 
(¿la dama del banquete?) y en una litera abierta". Y 
añade: 
Naturalmente, tiene consigo siete literas llenas de sus viles 
criaturas, tanto hombres como mujeres. Pompeyo también 
aparece con frecuencia, pero contradice en una página lo 
que ha dicho en la anterior: unas veces es el gran estadista 
y el extraordinario general que ha sido el gran líder de 
Roma por muchos años; pero, cuando se enfrentó con 
César para ver quién de los dos iba a regir el mundo, no 
se muestra ni como estadista ni como general, un hombre 
totalmente privado de resolución, audacia y sentido común. 
En conjunto, en las relaciones personales entre Cice­
rón y Ático podemos apreciar claramente el nexo indi­
soluble que se creó entre ambos personajes a través de 
toda la correspondencia y las relaciones personales man­
tenidas sin interrupción. Sin embargo queda una duda 
que ha sido sugerida por Boissier y que nos la confirma 
Carcopinohasta cierto punto. Si es cierto, como este 
último quiere demostrar, que la correspondencia fue 
censurada para servir a los propósitos políticos de 
XXXII 
PRÓLOGO 
Augusto, ¿cuál fue, entonces, el papel que el mismo 
Ático desempeñó en esa censura? ¿Hasta qué punto la 
correspondencia censurada nos presenta sólo un lado, 
el de Cicerón, sin que nos demos cuenta del de Ático? 
No podremos dar nunca una respuesta definitiva a estas 
preguntas; sin embargo, siguiendo a Bossier sí podemos 
presentar algunas conjeturas. A estas alturas se puede 
cuestionar seriamente algunos de los aspectos de esta 
amistad y de los propósitos que la guiaron. Ático, natu­
ralmente, tenía como norma de conducta no crearse 
problemas de ninguna clase y "no se creía obligado a 
compartir los peligros que sus amigos pudieran correr 
por ocuparse de ellos. Les dejaba por completo sus ries­
gos y sus honores. Afectuoso, servicial, fiel para ellos 
en .el curso ordinario de la vida, al sobrevenir una grave 
crisis política que los comprometía, se apartaba, deján­
dolos exponerse solos". Éste fue el secreto de su vida y 
como pudo sobrevivir a los peligros que le rodearon: 
sabía eclipsarse en el momento oportuno y romper sus 
relaciones personales para crearse nuevas amistades que 
lo ayudaran a mantenerse en pie y salvar sus negocios. 
Viene a confirmar este punto un rasgo de su carácter 
sobre el que realmente se ha insistido poco y que nos 
revela, hasta cierto punto, su verdadera forma de ser: 
su abstención total de la vida pública y el alejamiento 
sistemático que se impuso para no llegar a ningún com­
promiso con nadie. Esto, en la vida política romana, 
representaba una anomalía incomprensible para una 
sociedad en que la política era el campo único donde 
un personaje distinguido podía desarrollar sus activida­
des. Este retraimiento de Ático -retraimiento total y 
XXXIII 
, 
PROLOGO 
sin componendas- nos revela un rasgo muy peculiar 
de su carácter y que puede explicarnos, al mismo tiem­
po, cómo manejó a sus amistades para lograr lo que se 
había propuesto. Boissier señala ampliamente que esta 
norma de conducta no era una idea romana -ya lo 
señalamos más arriba- sino griega, y cómo la adaptó 
pragmáticamente a todas las situaciones peligrosas que 
se le presentaron en el curso de su vida, sobre todo a 
partir del consulado de su amigo Cicerón, en el momen -
to en que César cruza el Rubicón, cuando éste es asesi­
nado y en la forma en que se niega a ayudar a su amigo 
Bruto y también cómo se mostró indiferente en las 
luchas finales en que se estranguló y liquidó la Repú­
blica romana. 
En privado -y lo sabemos por numerosos testimo­
nios- tenía fuertes puntos de vista sobre lo que estaba 
ocurriendo en la escena romana. A los demás les acon­
sejaba que actuaran, pero él permanecía alejado, silen­
cioso, sin decir nada que le· comprometiera. "Cuando 
había que obrar -dice Boissier-, entonces empezaba 
su reserva. Jamás consistió en tomar parte en la lucha; 
pero si no coparticipaba de sus . peligros, sentía por lo 
menos todas sus emociones." 24 Verdaderamente, esta 
conducta de Ático, motivada por principios filosóficos 
ajenos a la mente romana, ha dado pie a muchos críticos 
e historiadores para calificarla de hipócrita y doble. Sin 
llegar a una conclusión tan radical -y tratándose del 
caso de Cicerón- no podemos aceptar la idílica narra­
ción de su vida y forma de actuar que nos presenta su 
biógrafo Cornelio Nepote, que no escatima elogios a la 
24 lb'd ' ., p. 125. 
XXXIV 
PRÓLOGO 
política de sobrevivencia que desarrolló su héroe. Acep­
to, como tal, el juicio que esa conducta le merece a 
Boissier: "El único elogio que merece por completo, es 
el que su biógrafo le concede con tanto gusto, de' haber 
sido el hombre más hábil de su época; pero sabido es que 
hay otras alabanzas que valen mucho más que ésa." 25 
' CICERON Y LA 
' OLIGARQUIA ROMANA 
U no de los extraordinarios va­
lores históricos de las Cartas a 
Ático es que se proyectan cons­
tantemente sobre el fondo turbulento de la política 
republicana de Roma en los momentos de la decadencia 
y autodestrucción, en la que Cicerón fue uno de los 
actores, quizá mucho menos importante de lo que él 
mismo se creía. La profunda tragedia de la República 
romana es que no cayó destruida por la fuerza de sus 
enemigos exteriores, ni, como señala Cowell, "había sido 
debilitada permanentemente por largas guerras contra 
poderosos adversarios". 26 Los factores que se pueden 
mencionar son muchos y su impacto en el proceso cons­
titucional fue decisivo, si se tiene en cuenta una visión 
general de la vida romana en el siglo r a. de C.: defectos 
de la vida política (que señalo más adelante), una 
maquinaria imperfecta en el gobierno, un sistema eco­
nómico totalmente equivocado que no ponía ningún 
énfasis en la producción en suelo italiano, un sistema 
25 Ibid., p. 129. 
26 F. R. Cowell, Cícero and the Raman Republic, Penguin 
Books, 19 5 6, p. xvii. 
XXXV 
) 
' 
, 
PROLOGO 
legal en parte injusto y formalista que produjo descon­
tento y resentimiento profundos, una relación total­
mente artificial entre las diferentes clases, entre ricos 
y pobres, entre las viejas familias y las nuevas y el 
hombre común, entre los ciudadanos libres y los escla­
vos, entre romanos, italianos y provinciales, y, también 
quizá, finalmente, el fracaso de las viejas religiones y 
de las creencias morales y la decadencia de los hábitos 
tradicionales que, hasta cierto punto, habían sido la 
auténtica fuente de vitalidad del Estado y de sus fun­
ciones. Éstas y otras muchas pudieron haber sido las 
fuerzas internas combinadas que destruyeron a la Repú­
blica desde adentro. Sin embargo, yo creo que el factor 
determinante de esta autodestrucción reside básicamente 
en la estructura clasista de la oligarquía romana, en la 
lucha injusta que ésta mantuvo para conservar sus pri­
vilegios y en la miopía de las clases dirigentes que no 
quisieron adaptarse a un orden social que estaba cam­
. biando, condicionado por la expansión repentina del 
Imperio. 
La posición de Cicerón como ho1no novus frente a 
los prejuicios e intereses de la oligarquía romana, puede 
ayudarnos a penetrar más hondan1ente en este largo y 
doloroso proceso de descomposición que comenzó casi 
inmediatamente después de la caída de la monarquía 
y con la instauración de una ficticia república oligár-. 
qu1ca. 
La caída de la monarquía se debió principalmente 
a la acción directa de los nobles y hay indicios, aunque 
muy velados, de que el proletariado romano mantuvo 
una acción totalmente pasiva en el cambio de régimen. 
XXXVI 
PRÓLOGO 
Los patricios tuvieron mucho cuidado de retener en sus 
manos el poder real a través de los dos cónsules anuales 
-una ficción democrática que funcionó durante más 
de doscientos años- y algunas familias privilegiadas 
como los Valerios, Fabios y los Cornelios monopolizaron 
el consulado en una forma casi dinástica. 27 El mismo 
Senado, desde sus comienzos, fue el reducto de los patri­
cios y su historia es, en gran parte, la larga historia de 
un ejercicio de la frustración de los derechos del pueblo 
y de la asamblea popular. 
El consulado creaba un privilegio vitalicio y ennoble­
cía a una familia para siempre y aun dentro del Senado 
se creó una casta especial que dominó los intereses de la 
vida política romana. 
Dentro del Senado, una oligarquía en sí mismo, un círculo 
cerrado, especialmente los nobiles, o sea los descendientes 
de las familias consulares, ya fueran originalmente patri­
cios o plebeyos, consideraban a la suprema magistratura 
como una prerrogativa de nacimiento y el premio de la 
ambición. 28 
El sentido cerrado de clase y de casta de los patricios 
dominó toda la vida política de la República; incluso 
siendo una minoría dominaron a los nobiles mayores 
en número. Pero, en la última . generación del Estado 
libre, después de las reformas del dictador Sila, hubo 
muchos senadores cuyos padres sólo habían desempe-27 Junto con los Claudios, Emilios y Manlios eran una aristo­
cracia dentro de la aristocracia y se les conocía como gentes 
maiores. Cfr, Mommsen, Romische F orschungen, 1. 
2S Ronald Syme, The Roman Revolution, Oxford University 
Press, 1962, p. 1 O. 
XXXVII 
PRÓLOGO 
ñado las magistraturas más bajas o que incluso eran 
"nuevos'', hijos de caballeros romanos. Pero- esto sólo 
ocurrió al final de la República, cuando ya el sistema 
estaba totalmente corrompido por las clases privilegia­
das y la constitución era totalmente inoperante. 
Los nobiles levantaron toda clase de pretextos y barre­
ras para negar el acceso no sólo al Senado sino incluso 
al consulado a todos aquellos que no pertenecieran a la 
casta aristocrática. El consulado era su prerrogativa y 
nunca estuvieron dispuestos a conceder el acceso a esta 
magistratura a quien no perteneciera a su clase. Tene­
mos el testimonio de Salustio quien dice: etiam tum 
alios magistratus plebs, consulatum nobilitas ínter se per 
manus tradebat. Novus nemo tam clarns neque tam 
egregiis factis eral, quin indignus iUo honore et is quasi 
pollutus haberetur. 29 A esto también se añade que los 
mismos electores se sentían más atraídos a votar por un 
hombre cuyo nombre había sido conocido por siglos 
como parte de la historia de la República; pero aun en 
esto se refleja también el impacto que, en las ·masas 
rurales y urbanas, producía constantemente la propa­
ganda de los nobles con sus recordatorios permanentes 
en discursos, monumentos, inscripciones, fechas histó­
ricas, juegos, etcétera, órganos directos, en aquella épo­
ca, de la maquinaria publicitaria, perfeccionada hoy 
por los medios tecnológicos del Estado moderno, pero 
no superada como instrumento psicológico de indoctri-. ' . nac1on masiva. 
Por esta razón, el homo novus era un fenómeno bas­
tante raro en Roma; su principal tarea era convencer 
29 Sal!. BJ, 63. 6. 
XXXVIII 
PRÓLOGO 
al pueblo de la magnitud e importancia de sus acciones 
y de cómo, gracias a ellas, había abierto una brecha 
en la fortaleza de los nobles; aunque, en realidad, nunca 
podría presentarse con la misma seguridad ante el Sena­
do. Y éste fue, principalmente, uno de los grandes pro­
blemas de Cicerón y uno de los factores psicológicos 
más importantes que determinaron los errores y equivo­
caciones en su vida pública: la inseguridad, social y 
política, del homo novus ante el bloque despectivo de 
los nobles y patricios que siempre lo iban a considerar 
como un advenedizo. "Cicerón -afirma Syme- hubie­
ra preservado tanto la dignidad como la paz mental si la 
ambición y la vanidad no lo hubiesen cegado respecto 
a. las verdaderas causas de su elevación." 30 
Considero que es peligroso, por ser inexacto, el querer 
concebir la política romana y su evolución, en términos 
modernos y el hacer paralelos descarriados entre su fun­
cionamiento e ideales con los del sistema parlamentario 
moderno. No es posible la comparación pues tendríamos 
como resultado una distorsión completa y total. El ver­
dadero carácter de la vida política de la República 
romana consistió, a secas, en una lucha despiadada y 
ciega por el poder, la riqueza y la gloria; no hubo en 
ella verdaderos programas políticos ni auténticos parti­
dos con una plataforma distintiva. Los nobiles eran los 
únicos participantes; luchaban entre ellos como indivi­
duos o en grupos, abiertamente o en intrigas secretas, 
de acuerdo con el interés inmediato y sin ninguna pro­
yección total de sentido cívico o político. La verdad 
30 Syme, op. cit., p. 11. El documento más aleccionador a este 
respecto es el Commentariolum petitionis de su hermano Quinto. 
XXXIX 
' PROLOGO 
descarnada es que el Senatus Populusque Romanus era 
nada más un nombre, una especie de cortina de humo 
que bastaba para engañar a las masas y dar la aparien­
cia de una democracia inexistente. La República romana 
fue, hora es ya de decirlo, un sistema feudal que sobre­
vivió en una ciudad-Estado y que gobernó, con esta 
estrechez de miras, todo un imperio. Fue, en una pala­
bra, la proyección local y universal de la ambición de 
unas cuantas familias que, oportunamente, se crearon 
una leyenda cívico-religiosa y la explotaron en provecho 
propio hasta la saciedad, la injusticia y la corrupción 
más revulsiva. 
Esta falta de programas políticos y de verdaderos 
partidos es quizá uno de los aspectos más importantes 
que se debe considerar al estudiar el funcionamiento 
de la República. Tenney Frank lo ha señalado clara­
mente cuando dice: 
Al hablar de las afiliaciones políticas de Cicerón debemos 
recordar que los partidos políticos eran relativamente 
amorfos en Roma, puesto que todos los ciudadanos podían 
votar directamente en las asambleas legislativas sin valerse 
de representantes elegidos por medio de una bien organi­
zada maquinaria de partido, puesto que el trabajo, limi­
tado en gran medida a los esclavos, no tenía voz en la 
política y, por último, el comercio y la industria -que 
habitualmente son poderosos factores en la legislación­
nunca llegaron a ser lo bastante fuertes en Roma para 
formular un programa efectivo. En el siglo IV a. de C. 
los plebeyos habían pugnado por ser políticamente iguales 
a los patricios. En el siglo II reinaba cierta armonía gene-
. ral, de la que Polibio sólo captó una bieJJ. equilibrada 
coordiJJ.ación dentro de la mutua rivalidad, entre las fun-
XL 
PRÓLOGO 
ciones del poder ejecutivo, el Senado y la asamblea popular; 
después de los Gracos, los conflictos partidarios, una vez 
que se hacían agudos, podían generalmente formularse 
desde el punto de vista de si la asamblea era soberana o 
de si el Senado aristocrático tenía el derecho de dirigir 
o fiscalizar las operaciones de aquélla. Las cuestiones espe­
ciales que se plantearon durante ese periodo y que deter­
minaban frecuentes cambios en las adhesiones partidarias 
fueron numerosas, como por ejemplo la manera de dis­
poner de las tierras públicas, la constitución de tribunales, 
los derechos políticos de los aliados, las ambiciones perso­
nales de hombres como Mario, Sila, César y Pompeyo, el 
poder del tribunado y la legalidad del senatus consultum 
ultimum. Durante este periodo, los caballeros, que cons­
tituían la clase media poseedora de propiedades, general­
mente figuraban en el bando democrático, porque podían 
conseguir más fácilmente lo que deseaban medi~nte esa 
coalición; pero cada vez que la plebe mostraba tendencias 
que amenazaban los derechos de la propiedad, los caballeros 
se desplazaban rápidamente al campo de los senadores. 31 
Con el objeto de llegar al control completo del Es­
tado y de todos sus recursos, los nobftes echaron mano 
de todos los medios posibles a su alcance. Familia, di­
nero y alianzas políticas fueron los medios principales 
que les ayudaron a lograr su propósito. Las familias 
nobles romanas tenían amplias ramificaciones que eran 
utilizadas para progresar en la carrera política; los ma­
trimonios entre los nobles eran actos de pura política 
y conveniencia (como en el caso de Pompeyo y César 
para citar alguno), una alianza de poderes mayor que 
31 Tenney Frank, Vida y Literatura en la República Romana, 
Editorial Universitaria de Buenos Aires, 1957, p. 236. 
XLI 
PRÓLOGO 
cualquier magistratura. Incluso las mujeres de la no­
bleza tenían un poder político sin paralelo en la época 
moderna. 
Las hijas de las grandes casas tenían una influencia polí­
tica por su lado y ejercían un poder mayor que el de 
muchos senadores. La más destacada de todas las fuerzas, 
detrás de las frases y de la fachada del gobierno constitu­
cional, fue Servilia, la hijastra de Catón, madre de Bruto. 
y amante de César. 32 
Otra de las causas principales que contribuyeron a la 
corrupción de la República fue la posición especial que 
ocupaba la nobleza respecto a la riqueza. El prestigio 
conferido por la· tradición al propietario rural era parte 
del arsenal de la nobleza para su dominio del poder 
político. Aparte del control queejercían sobre las tribus 
rurales, la posesión de la tierra, ya fuera mini o lati­
fundio, daba un prestigio extraordinario a los nobles; 
ésta era una de las razones por las cuales no deseaban 
vender sus propiedades, pero al necesitar dinero para 
sostener su tren de vida, para comprar votos y jurados, 
para ganarse amigos y aliados domésticos y, extranjeros, 
no les quedaba más remedio que recurrir a la corrup­
ción, a las deudas, a la extorsión y venalidad en las 
provincias. Los testimonios históricos son demasiado co-
nocidos como para detenerse en ellos. 33 
· 
Sin embargo, la competencia de los nobles entre ellos 
mismos no admitía descanso y no bastaban ni los nexos 
familiares ni el dinero. La ambición, el deseo de segu-
32 Syme, op. cit., p. 12. 
33 Cic., de officiis, I. 25; Plinio, NH. 3 3, 134; Plutarco, 
Crassus, 2. 
XLII 
PRÓLOGO 
ridad y la necesidad de contar con fuertes alianzas en 
momentos de peligro los llevó a emplear la amistad 
como arma política; no era la amistad basada ·en un 
sentimiento de interrelación personal, como pudiera 
creerse por el diálogo ciceroniano y por su amistad es­
pecial con Ático. Los cambios más revolucionarios en la 
historia romana están condicionados profundamente por 
este concepto de amistad entre individuos y familias: 
alrededor de los Gracos, de Mario, de Sila, de César y 
de Pompeyo actuaron las fuerzas de la amistad desnu­
damente pragmática y, en el fondo, el realineamiento 
de fuerzas precipitó la guerra y la revolución que des-
. truyó a la República. Este falso concepto de la amistad 
polarizó, también, las fuerzas políticas hacia otro extre­
mo: el de la enemistad como instrumento de acción re­
volucionaria. "El pretexto de la seguridad y de auto­
defensa contra la agresión fue invocado con frecuencia 
por un político cuando se embarcaba en un acto anti­
constitucional." 34 
Es indudable que la nobleza romana no hubiera po­
dido mantenerse en el poder indefinidamente ni hubiera 
logrado monopolizar al Estado y las riquezas del Im­
perio en provecho propio, si no hubiese contado con 
aliados entre las otras clases, sobre todo entre la plebe. 
"La segunda parte del Estado romano, el pueblo 
(populus romanus), jamás llegó a ser la fuerza polí­
tica unida que el Senado, con sus miembros bien defi­
nidos y su cuerpo de experiencia común, había llegado 
a ser en el periodo inicial de la República." 35 Sin em-
34 Syme, op. cit., p. 13. 
35 Cowell, op. cit., p. 144 . 
• 
XLIII 
' PROLOGO 
bargo, a pesar de su falta de unidad y de un liderato 
efectivo, la plebe daba sus favores a quienes ella quería 
(cfr. Cicerón, Pro Sestio, 137, donde elabora amplia­
mente los conceptos de inditstria ac virtus, básicos para 
lograr la elección a una magistratura) y, por tanto, la 
popularidad era completamente esencial. El noble ro­
mano, tan celoso de los privilegios de su casta, no tenía 
ningún escrúpulo en recurrir a los servicios de interme­
diarios de las clases inferiores para ganarse los favores 
de la plebe. A través de ellos compraba el resultado de 
las elecciones, intimidaba a sus enemigos o incitaba 
a las revueltas callejeras que ensangrentaron los últimos 
días de la República. Ordinariamente los nobles recu­
rrieron, para manipular a la plebe a su placer, a la se­
gunda clase social más importante: los caballerog roma­
nos, sin darse cuenta de que estaban armando a una 
fuerza poderosa que, en un momento determinado, los 
suplantaría definitivamente en la autocracia creada por 
César. Los equites pertenecían a la misma clase social 
que una gran mayoría de senadores; la diferencia re­
sidía sólo en rango y prestigio. La fuerza social repre­
sentada por ellos a veces pudo ser sustancial, pero, en 
definitiva, ellos siempre aceptaron, a regañadientes, la 
autoridad de sus superiores en clase, social. Originaria­
mente fue una casta militar, compuesta de hombres su­
ficientemente ricos que podían poseer un caballo, pero 
que comenzaron a aparecer como una fuerza separada 
en la vida política, social y económica de Roma en la 
mitad del siglo n a. de C. Y a en la época de Cicerón, 
el viejo carácter militar de la clase había desaparecido 
por completo. Ellos, sin embargo, preferían la como-
XLIV 
PRÓLOGO 
didad, el poder secreto y un provecho sólido en el 
campo de los negocios, a las preocupaciones, los peligros 
y las extravagancias de la vida de los senadores. Cicerón, 
hijo de un caballero, una excepción dentro de su misma 
clase, sucumbió a su propio talento y ambición, cosa que 
no le ocurrió, como hemos visto, a su amigo y corres­
ponsal Ático. 
A los caballeros, .en el fondo, no les importaba el 
desprecio y la burla que de ellos podían hacer los sena­
dores nobles; illa quies et otium cum libertate quae 
multi probi potius quam laborem cu1n honoribus capes­
sebant, exclama Cicerón. 36 Sin embargo, lentamente 
fueron apoderándose de puntos clave en la vida finan­
ciera del Imperio y también se convirtieron en elemen­
tos indispensables para el ejercicio de la oligarquía. Al 
extenderse territorialmente el Imperio, muchos de ellos 
se fueron convirtiendo en publicani, y se encargaron de 
cobrar los impuestos en las provincias y de fundar socie­
dades bancarias que dominaban las finanzas, el comer­
cio y la producción. Los publicani, para Cicerón siempre 
fueron la flor del orden ecuestre y sus elogios hacia 
ellos nos pueden parecer exagerados aunque sí reflejan 
la importancia política que habían adquirido en su tiem­
po: Flos enim equitum Romanoruni, ornamentum civi­
tatis, firmamentum rei publicae publicanorum ordine 
continetur (Pro Plancio, 2 3). 
El desarrollo de fuertes intereses financieros en la 
vida romana tuvo sus profundas repercusiones en la po­
lítica y en el juego de la oligarquía para mantenerse 
en el poder y conservar sus privilegios. Aunque los 
ae Cic., pro Cluentio, 15 3; pro Rabirio Postumo, 13 . . 
XLV 
PRÓLOGO 
equites y especialmente los publicani no aspiraban a los 
cargos políticos, su importancia en la sociedad les ase­
guró el acceso a aquéllos en cuyas manos estaba el poder 
político. Por esta razón, muchos senadores nobles eran 
socios, aliados o partidarios suyos. 
La concordia y una firme alianza entre el Senado y los 
caballeros pararía el peligro de una revolución --e incluso 
de una reforma-, porque estos hombres no podrían jamás 
estar interesados personalmente en redistribuir la propie­
dad o cambiar el valor del dinero. Los firiancieros eran 
suficientemente poderosos para arruinar a cualquier polí­
tico o general que intentara lograr un trato justo para 
los provinciales o una reforma en el Estado por medio 
del reestablecimiento del campesino. Entre las víctimas de 
su enemistad están Luculo, Catilina y Gabinio. 37 
Es por esto que los caballeros nunca estuvieron iden­
tificados con la política progresiva y auténticamente 
democrática en la República romana. Los líderes de la 
revolución en Roma fueron, en muchas ocasiones, nobles 
empobrecidos (y con notables excepciones, nobles idea­
listas como los Gracos) que no encontraron ningún 
apoyo entre los rangos más bajos de la aristocracia, es 
decir, entre los caballeros. 38 Éstos estaban más intere­
sados en oponerse a que los italianos gozaran de una 
37 Syme, op. cit., pp. 14-15. 
38 "Es muy fácil acusar a la nobleza romana de la última épo­
ca de corrupción, oscurantismo y opresión. Los caballeros no pue­
den •escapar de la acusación. Entre los viejos nobles persistía una 
tradición de servicio al Estado que podría trascender los intereses 
materiales y combinar la lealtad de su clase con alto nivel ideal 
de patriotismo romano y de responsabilidad imperial. No ocurría 
lo mismo entre los financieros." Syme, op. cit., p. 15. 
XLVI 
• PROLOGO 
participación mayor en los privilegios de la ciudadanía 
y en el gobierno y administración de la República, po­
siblemente porque no querían que ellos entraran en la 
administración de los contratos públicos, en las tierras 
de dominio común o en los cargos oficiales.Fue tam­
bién el egoísmo y su sentido de exclusividad lo que 
llevó a las feroces represalias de la desastrosa Guerra 
Social (90-88 a. de C.) 
La influencia económica en política, por consiguiente, 
pudo producir algunos resultados siniestros. En conjunto, 
a pesar de la tendencia en años recientes a ver las fuerzas 
económicas como los únicos medios móviles de la política, 
de la sociedad y de casi todo lo demás, parece claro que, 
en ningún momento, los líderes financieros y eco1:1ómi­
cos de Roma fueron ni hábiles ni pudieron tomar el lugar 
de los líderes políticos. 39 
Craso puede simbolizar muy bien el fracaso de los 
financieros cuando quieren ser algo más que financie­
ros: líderes políticos. 
Otro factor que también contribuyó a la consolida­
ción de los intereses de la oligarquía fue la progresiva 
importancia que fue tomando, en los últimos años de la 
República, el poder militar y la estabilización del Im­
perio por medio de un ejército profesional que transfi­
rió fácilmente su fidelidad del Estado a la persona de 
su general. A un que esta tendencia se inició en la época 
de Mario y Sila, se agudizó hasta el extremo en la últi­
ma guerra civil. Los soldados se reclutaban entre las 
clases más pobres de Italia y, como ya he dicho, dejaron 
39 Cowell, op. cit., p. 115. 
XLVIl 
PRÓLOGO 
de profesar su fidelidad a la Constitución y al Estado 
cuando vierpn que n:i éste ni aquélla les proporciona­
ban un bienestar y una seguridad económica y social. 
La mentalidad roma.na no veía en el ejército una pro­
fesión, sino exclusivamente una forma de ganarse la 
vida, y no una parte natural y normal de los deberes 
de un ciudadano. La expansión repentina del Imperio 
y las ambiciones de los generales llevaron naturalmente 
a la creación de grandes complejos militares en las pro­
vincias. Todo general tenía que ser un político por 
necesidad, y, al mismo tiempo también era un noble. 
Los soldados eran para él una especie de equivalente de 
la clientela civil de Roma y éstos esperaban de su jefe 
una parte en el botín de la guerra y tierras en Italia al 
finalizar las campañas. No sólo los soldados se agrupaban 
alrededor del general: éste contaba con una clientela de 
subalternos personales que lo habían acompañado en sus 
campañas, de ciudades, regiones, provincias, naciones, 
tetrarcas, reyes, como ocurrió en el caso de Pompeyo 
en sus campañas asiáticas y con César en la Galia. 
Éstas fueron la fuerzas principales que utilizó la oli­
garquía romana para monopolizar el ejercicio del poder 
y para aprovecharse completamente de los recursos del 
Estado y de las riquezas que proporcionó la expansión 
imperial. El problema fundamental de Cicerón fue que 
como hamo novus, al llegar al ejercicio del consulado, 
no estaba dentro del juego tácito y seer.etc de la oli­
garquía y, si llegó a comprender cómo actuaban estas 
fuerzas ocultas y sutiles, no tuvo a mano los recursos 
para desenvolverse en un círculo que no era el suyo y 
al que jamás tendría acceso. Cicerón se imaginó que 
XLVTII 
PRÓLOGO 
sólo le bastaba la oratoria y las intrigas de orden menor; 
a través de los años y con la experiencia acumulada 
desarrolló un programa que, hasta cierto punto, era ne­
gativo, pero que no es despreciable en ningún sentido. 
Su concordia ordinuni representa un esfuerzo, para 
"combatir las fuerzas de la disolución representadas por 
los comandantes militares y sus agentes políticos". 40 
El desarrollo y la formulación de este programa tomó 
forma durante su consulado al querer unir en la con­
cordia ordinum al Senado y a los caballeros contra los 
i1nprobi; hasta aquí sólo se trataba de conciliar los in­
tereses de la oligarquía contra los que representaban 
ciertos ideales de reforma agraria, remanente de los mo­
vimientos de los Gracos. Más tarde, y sobre todo du­
rante las duras jornadas del destierro y de la guerra 
civil, lo amplió al consensus omnium bonoru1n y com­
prendía a todos los ciudadanos de Italia y no sólo a los 
elementos oligárquicos de la ciudad. Sin embargo, lo 
que Cicerón quería era más bien un ideal, no un pro­
grama en el verdadero sentido de la palabra, y aquí es 
donde se han equivocado muchos de sus críticos. He 
señalado más arriba que en la política romana no exis­
tieron nunca partidos políticos en el auténtico sentido 
de la palabra y esto fue precisamente lo que hizo de la 
democracia romana una ficción. Tampoco existió un 
partido ciceroniano. "Cicerón se quedó corto en este 
punto tanto cuando fue cónsul como cuando fue con­
sular o estadista ya anciano, por falta de conexiones -de 
familia y una clientela." 41 
40 Syme, op. cit., p. 16. 
41 Jbid., p. 16-17. 
XLIX 
, 
PROLOGO 
He dejado, a propósito, fuera de este cuadro de fuer­
zas con que operaba la· oligarquía al "tribunado del 
pueblo romano". Es una realidad que la masa del pue­
blo común de Roma jamás se convirtió en una fuerza 
de presión que diera sentido real a la democracia, si por 
esta palabra se quiere indicar que sus opiniones -y 
claro, sus conveniencias- fueran la influencia más im­
portante en modelar el destino de su país. "Sería anti­
histórico y falso creer que el pueblo romano estaba 
luchando por desarrollar una forma democrática de go­
bierno tal como se la imaginaron los teóricos políticos 
del siglo xrx." 42 La creación del tribunado de la plebe 
data de los comienzos del siglo v a. de C., como resul­
tado de una serie de luchas por parte de los plebeyos 
para salvaguardar sus intereses: teóricamente el tribu­
nado o los tribunos del pueblo eran los encargados de 
proteger al hombre común de Roma contra la opresión. 
Sin embargo, el tribuno no era un magistrado ejecutivo 
responsable de una acción política; era, más bien, den­
tro del proceso político, ·una fuerza negativa pues go­
zaba del derecho de veto casi irrestricto. El tribunado 
era en el siglo r a. de C. casi una anomalía histórica, 
pero fue revitalizado por el partido de los Gracos y se 
convirtió en un medio de acción política directa, pues 
además de conservar el derecho del veto adquirió el de 
poder introducir nuevas leyes. 
El uso de esta arma en intereses de reforma o de ambición 
personal se convirtió en un arma de los políticos que se 
daban a sí mismos el nombre de populares -muchas veces 
siniestros y fraudulentos, no meJOres que sus rivales, los 
'12 Cowell, op. cit., p. 149. 
L 
PRÓLOGO 
hombres en el poder, que naturalmente invocaban la espe­
ciosa y venerable autoridad del Senado . . • Sin embargo, 
el tribunado podía ser empleado para fines conservadores 
por demagogos aristocráticos. 43 
El tribunado del pueblo, a la larga, fue hábilmente 
corrompido por la oligarquía para sus propósitos de 
dominio. Incluso los nobles encontraron la forma legal 
de tener acceso a esta magistratura originalmente reser­
vada a los plebeyos. La adopción era el medio más so­
corrido, como ocurrió en el caso de Clodio. 
La última parte de la República, sobre todo a partir 
de los Gracos, la oligarquía, debido a su propia ceguera 
y a sus innobles manipulaciones, entró en el largo ca­
mino de una agonía social y política cuyos estertores 
ya no pudo dominar en forma alguna. Con los Gracos 
se inaugura un siglo de revolución y son éstos los días 
en que Cicerón, engañado en principios fundamentales, 
se estrellará ciegamente contra los nobles y sus aliados. 
Las luchas tradicionales entre las familias se complicaron 
profundamente y se entrecruzaron con los intereses eco­
nómicos, las clases sociales y, sobre todo, los jefes mili­
tares. Los acontecimientos se precipitaron. El tribuno 
Livio Druso incita el movimiento popular contra la oli­
garquía y su movimiento envuelve a toda Italia como 
una ola gigantesca. De aquí es donde estalla la Guerra 
italiana o social y los populares -Mario, Cina, Carb0-­
son vencidos. Llega la dictadura de Sila e inicia una 
fuerte represión contra los elementos revolucionarios e 
incluso contra aquellas magistraturas que se prestaron 
a una acción revolucionaria: diezmó a los caballeros,43 Syme, op. cit., p. 16. 
LI 
PRÓLOGO 
amordazó a los tribunos e incluso limitó el poder de los 
cónsules. Su acción y su influencia duró aproximada­
mente unos veinte años después de su muerte, pero la 
vieja oligarquía siguió jugando un papel importante en 
la acelerada descomposición del Estado. 
Es indudable que Lucio Cornelio Sila jugó un papel 
trascendental en la vida o más bien en la agonía de la 
República. A pesar de sus extraordinarias virtudes, sin 
embargo, creo que muchos historiadores han pasado por 
alto su relación profundísima con las fuerzas de la oli­
garquía y su oposición cerrada, casi cerril, a cualquier 
mejoramiento democrático dentro de la sociedad roma­
na del siglo I a. de C. Es el tipo de autócrata fanático, 
hombre de una sola idea, amante de la "ley y el orden" 
que tiene tantos paralelos con los dictadores contempo­
ráneos. Aparte de sus profundos defectos humanos: in­
diferencia ante el valor de la vida, menosprecio total 
de la ley constitucional, carácter doble y engañoso, vi­
cioso y supersticioso hasta el salvajismo y, añadido a 
esto, el vicio supremo del político ambicioso: la pobreza. 
Pero me interesa destacar aquí el rasgo más impor­
tante de su carácter y que fue un fac-tor de total im­
portancia en el desarrollo de la política republicana. 
Ante todo, Sila era un aristócrata: 
Odiaba a la muchedumbre urbana y sus a.cciones, y cuando 
se presentó como candidato a las elecciones de cuestores 
en el año 107 a. de C. era un estricto optimate. No sabe­
mos ·cómo un joven pobre y desconocido obtuvo la magis­
tratura . . . Es difícil concebir cómo pudo alcanzar el 
primer peldaño de la escalera que conducía al consulado, 
LIT 
PRÓLOGO 
quien no tenía aún dinero para conseguir el dinero y era 
optimate. 44 
Al conquistar el poder, Sila inició una serie de refor­
mas básicas para consolidar a la oligarquía en el control 
del Estado y parar cualquier intento revolucionario que 
se opusiera a ello. Obsesionado por la "ley y el orden" se 
dispuso a reorganizar todo. La prin1era dificultad en la 
política romana era la disputa por la soberanía. 
¿Debía ser el Senado, según el uso reciente, o las tribus, 
de acuerdo con la antigua teoría constitucional, la entidad 
que mandase en la ciudad y en el Imperio? Senatus Popu­
lusque Romanus era una frase sonora, pero ni los optima­
tes ni los demócratas tenía11 ningún cariño por la mutua 
interdependencia que postulaban aquellas palabras. 45 
Sila inició la reforma con un propósito bien defini­
do: como oligarca determinó reforzar totalmente el sis­
tema transfiriendo el poder concreto al orden senato­
rial y eliminando cualquier oposición y resistencia que 
pudiera venir de los tribunos que dominaban la asam­
blea popular, de los magistrados superiores y principal­
mente de los caballeros que dominaban el mundo de 
las finanzas y que manipulaban el poder a través de la 
riqueza y de las corpóraciones bancarias. 
Sila dirigió sus golpes más fuertes contra el enemigo 
más poderoso de la oligarquía: los tribunos y los c011iitia 
tributa. Gran parte de los partidarios de Sila hubieran 
favorecido la anulación total del tribunado; Sila, sin 
embargo, se las ideó para limitar la autoridad de los tri-
44 Sir Charles Ornan, Siete Esta-distas Romanos, pp. 156-157. 
45 !bid., pp. 190-191. 
LID 
, 
PROLOGO 
bunos y su campo de acción. Un demagogo, como se 
había demostrado en el caso de Tiberio Graco y Satur­
nino, podía ser muy peligroso en su acción con las ma­
sas contra la autoridad del Senado; Sila determinó que 
· "en lo futuro serían nulidades, hombres ineptos para 
perturbar al Estado por su ambición o por su ascen­
diente personal". 46 Todas sus leyes estuvieron dirigi­
das a este fin: limitación posterior en la carrera política 
de un tribuno para aspirar a cualquiera otra magistra­
tura, intervalos de diez años entre las dos posesiones de 
un cargo, posibilidad de multas a los tribunos por parte 
del Senado en caso de conducta ilegal o indecorosa, 
' etcetera. 
Otro de los enemigos que Sila vio que tenía la oli­
garquía fueron los poder.es de los magistrados indivi­
duales. Cónsules y pretores, de acuerdo con la tradición, 
hacían derivar su autoridad directamente del pueblo 
(ya que habían sido elegidos por los comitia centuriata) 
y tenían en la práctica una posición bastante indepen­
diente del Senado y de hecho podían proceder legal~ 
mente sin hacer caso de las decisiones de éste. Eviden­
temente Sila vio el peligro en el hecho de que el con­
sulado estaba abierto a la ambición de políticos corrom­
pidos y de hombres nuevos que podían intentar refor­
mas democráticas y quebrar el dominio de la oligarquía. 
El arma principal que empleó Sila con el objeto de 
controlar a los magistrados fue la promulgación de su 
lex annalis: esta ley imponía la rotación en el ejercicio 
de las magistraturas, la no-reelección consecutiva y los 
intervalos -bastante largos- para ser elegido al mismo 
46 Ibid., p. 194. 
LIV 
PRÓLOGO 
cargo. Las reformas fueron drásticas en todas las ma­
gistraturas y el Senado vio aumentados sus poderes en 
una forma que no tenía precedentes y así la oligarquía 
solidificó su monopolio en el control del Estado y en 
los provechos políticos y económicos que se derivaban 
de ese control. Nunca como entonces llegó a ser mayor 
la ficción democrática de las magistraturas de "libre 
elección''. 
Finalmente, Sila dirigió sus ataques contra el tercer 
enemigo del Senado y de la oligarquía: los caballeros; 
éstos fueron las principales víctimas de sus proscripcio­
nes de modo que fueron casi exterminados en la per­
secución. Sin embargo, en su liquidación del orden 
ecuestre, Sila siguió un plan bien pensado para refor­
zar el poder económico de los nobles y para ello 
promovió un gran número de equites de opinión optimate, 
para que ocupasen asientos en el Senado; así que al legis­
lar contra la corporación ecuestre, no agredía a sus pro- · 
pios amigos. El objeto de Sila era desatar los lazos que 
mantenían unidas a las clases más heterogéneas que for­
maban el oJ;den ecuestre. Estos lazos eran, primeramente, 
sus privilegios honoríficos -la toga agusticlave, el anillo 
de oro y la fila de asientos reservados en el circo y en el 
teatro-; en segundo lugar, el monopolio de la superin­
tendencia de los tribunales de jurados, que ellos emplea­
ron sin escrúpulos como arma contra el Senado y contra 
los magistrados provinciales; en tercer lugar, los privile­
gios de la recaudación de contribuciones y especialmente 
la disposición más productiva de Cayo Graco que entre­
gaba la colecta de los diezmos de Asia a las Societates. 47 
47 Ibiá., pp. 199-200. 
LV 
' PROLOGO 
Esto no les convenía a los nobles pues dependían ju­
dicial y económicamente de los caballeros, quitándoles 
toda independencia de acción y sobre todo el control 
de las fuentes básicas del poder: la administración de la 
justicia, con lo que podían seguir manteniendo la apa­
riencia de la legalidad y la constitucionalidad, y el con­
trol de la economía, Sila les quitó a los caballeros el 
control total de los tribunales y se lo devolvió a los 
senadores, que de allí en adelante serían los únicos ele­
gibles para los jurados; en segundo lugar, les quitó, por 
medió de una serie de reformas fiscales, el privilegio 
de la recaudación de los diezmos de Asia, la provincia 
tradicionalmente más rica. 
Las reformas de Sila estuvieron todas ellas dirigidas 
a consolidar el poder de la oligarquía; sin embargo, 
todas estaban condenadas al fracaso y, hasta cierto pun­
to, aceleraron y agravaron el proceso de descomposición 
de la República; Cicerón vivió en los momentos de 
confusión que siguieron y cuando la ola de odios entre 
las clases llegó a su punto más alto. A pesar de todo, el 
plan de Sila de erigir un Senado sin interferencia de 
ningún otro poder del Estado, falló y fracasó ruidosa­
mente porque lá oligarquía, en su ,decadencia, egoísmo 
y falta de visión política y social, no estaba preparada 
para el ejercicio

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