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Introducción hacia la sociología

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Lian Samir

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Hacia la Sociología
Cuarta ediCión
María Cristina Puga espinosa
Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, UNAM
Jacqueline Peschard Mariscal
Centro de Estudios Latinoamericanos, UNAM
Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, UNAM
teresa Castro escudero
Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, UNAM
reviSión téCniCa
ivette alonso Spilsbury
Facultad de Estudios Superiores “Acatlán”, UNAM
Editor:	 Leticia	Gaona	Figueroa
	 e-mail:	leticia.gaona@pearsoned.com
Editor de desarrollo: Bernardino	Gutiérrez	Hernández		
Supervisor de producción:	Enrique	Trejo	Hernández
Cuarta	edición,	2007
D.R.	©		2007	por	Pearson	Educación	de	México,	S.A.	de	C.V.
	 Atlacomulco	Núm.	500,	5°	Piso.
	 Col.	Industrial	Atoto
	 53519,	Naucalpan	de	Juárez,	Edo.	de	México
	 e-mail:	editorial.universidades@pearsoned.com
Cámara	Nacional	de	la	Industria	Editorial	Mexicana	
Reg.	Núm.	1031
Prentice	Hall	es	una	marca	registrada	de	Pearson	Educación	de	México,	S.A.	de	C.V.	
Reservados	todos	los	derechos.	Ni	la	totalidad	ni	parte	de	esta	publicación	pueden	reproducirse,	registrarse	o	transmitirse,	
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El	préstamo,	alquiler	o	cualquier	otra	forma	de	cesión	de	uso	de	este	ejemplar	requerirá	también	la	autorización	del	
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ISBN	10:	970-26-0714-0
ISBN	13:	978-970-26-0714-4
Impreso	en	México.	Printed in Mexico.
1	2	3	4	5	6	7	8	9	0	-		10	09	08	07
PUGA ESPINOSA, mAríA CrISTINA 
PESCHArD mArISCAL, JACQUELINE 
CASTrO ESCUDErO, TErESA
Hacia la sociología,	cuarta	edición
PEARSON	EDUCACIÓN,	México,	2007
	 ISBN:	978-970-26-0714-4
	 Área:	Ciencias	Sociales
Formato:	18.5	3	23.5	cm	 										Páginas:	280
CONTENIDO
Capítulo
SOCIOLOGíA y SOCIEDAD
El escenario social: objeto de las ciencias sociales 5
Las ciencias sociales 6
La tarea del sociólogo 9
Métodos y técnicas de la investigación sociológica 11
Ciencia y objetividad 15
La responsabilidad del sociólogo 18
Capítulo
EL PENSAmIENTO SOCIOLóGICO
La reflexión sobre la sociedad: de Platón 
a los Derechos del Hombre 23
Las revoluciones y la transformación social 25
Nace la sociología 26
Otros fundadores 28
La sociedad actual 31
1
2
3 Capítulo
LOS PrOTAGONISTAS SOCIALES
Grupos primarios y secundarios 37
La familia 39
Acción y actores 42
La estratificación 44
Movilidad social 47
Las clases sociales 47
La acción colectiva: movimientos y organizaciones 55
Élites y masas 60
Presentación ix
Contenidovi
4 Capítulo
LA SOCIOLOGíA y EL CAmbIO SOCIAL
El cambio: concepto privilegiado de la sociología 68
De la fe en la evolución al análisis de los fenómenos sociales 74
La concepción materialista del cambio social 75
Una respuesta a la concepción materialista: Max Weber 76
El cambio por medio de la modernización 78
El conflicto social como motor de cambio 83
Revolución y reforma: dos proyecciones del cambio social 84
La revolución 85
5 Capítulo
SOCIOLOGíA LATINOAmErICANA
Del pensamiento social a la sociología latinoamericana 100
La cuestión social y el indigenismo 101
Literatura y latinoamericanismo 104
El expansionismo estadounidense y el pensamiento antiimperialista 105
Nacionalismo y populismo 108
Del marxismo a la sociología del desarrollo 111
La teoría de la modernización 112
El pensamiento cepalino 113
La crítica dependentista 114
El impacto de la Revolución Cubana 116
Estado y política en la sociología latinoamericana 118
La transición a la democracia en América Latina 120
6 Capítulo
SOCIEDAD y CULTUrA
La concepción elitista de cultura 129
El complejo cultural 130
Cultura y naturaleza 131
Lenguaje y conducta simbólica 135
La cultura como conducta aprendida 136
La cultura como forma de cohesión social 137
La cultura como diversidad y como conflicto 139
7 Capítulo
SOCIALIZACIóN E IDEOLOGíA
Integración social 157
Educación y socialización 161
El malestar en la cultura 162
Socialización política 163
Teoría marxista de la ideología 166
Ideología y discurso 171
Medios de comunicación y cultura de masas 172
8 Capítulo
LA SOCIEDAD POLíTICAmENTE 
OrGANIZADA: EL ESTADO
Noción de Estado 180
La relación entre sociedad y Estado 183
Condiciones de la unidad estatal 185
El derecho: fuente de legitimidad del Estado y garantía de 
protección de los derechos de los ciudadanos 189
Legalidad y legitimidad 192
Las instituciones del Estado 194
Los regímenes políticos 200
Los mediadores entre la sociedad y el Estado: partidos políticos 
y organizaciones sociales con participación política 201
La cultura política: la otra cara de las instituciones 208
Procesos políticos 210
La sociología política como rama especializada en el estudio 
de las relaciones de poder 217
9 Capítulo
SOCIEDAD NACIONAL, SOCIEDAD mUNDIAL
De lo nacional a lo global 223
La globalización al derecho y al revés 227
Hacia un mundo multipolar 230
El fin de la guerra fría, las revoluciones de terciopelo y la nueva Europa 233
viiContenido
Contenidoviii
10 Capítulo
LA NUEvA SOCIOLOGíA y LOS 
PrObLEmAS DE NUESTrO TIEmPO
Los nuevos temas de la sociología 256
Sociedad de redes 257
La sociedad del riesgo 259
El capital social 259
La teoría de la estructuración 261
índice 265
El Estado y los nuevos nacionalismos 236
El Estado supranacional y la agenda global 244
¿Un nuevo orden internacional? 247
Una visión histórica del momento actual 249
PrESENTACIóN
Un	libro	como	éste,	que	pretende	dar	cuenta	de	las	principales	aportaciones	que	la	socio-
logía	ha	hecho	para	explicar	 la	 realidad,	 al	mismo	 tiempo	que	 intenta	aplicar	 algunos		
de	 sus	 conceptos	 al	 análisis	 de	 acontecimientos	 contemporáneos,	 requiere	 de	una	 fre-
cuente	actualización.	Esta	cuarta	edición	de	Hacia la Sociología	 contiene	 importantes	
cambios,	muchos	de	 los	cuales	se	deben	a	 las	 sugerencias	y	propuestas	de	numerosos	
profesores	que	han	utilizado	el	libro	en	sus	cursos	de	bachillerato	y,	ocasionalmente,	en	
los	cursos	introductorios	de	las	carreras	de	ciencias	sociales.	Otros	surgen	de	las	transfor-
maciones	que	han	experimentado	las	sociedades	en	todo	el	mundo	en	los	años	recientes	
y	 otros	 más	 de	 la	 misma	 sociología,	 cuya	 vocación	 por	 comprender	 estos	 cambios	 la	
mantiene	en	permanente	desarrollo.
En	primer	lugar,	el	libro	ha	sido	reordenado	para	ajustarse	a	las	necesidades	de	diver-
sos programas oficiales de bachillerato, sin responder estrictamente a ninguno de ellos. El 
nuevo	orden	intenta	una	aproximación	gradual	al	tema,	desde	la	metodología	básica	hasta	
el	abordaje	de	cuestiones	contemporáneas.	Así,	el	primer	capítulo	ubica	a	la	sociología	a	
partir	de	su	objeto	de	estudio	y	su	relación	con	otras	ciencias	sociales.	Señala	los	princi-
pales	métodos	de	la	sociología	y	los	problemas	relativos	a	la	objetividad	del	sociólogo.	
Un	breve	resumen	de	la	historia	de	la	disciplina	se	encuentra	en	el	capítulo	2,	seguido	de	
un	capítulo	sobre	los	actores	sociales,	que	propone	formas	diversas	de	entender	y	analizar	
a	éstos.	El	capítulo	4,	sobre	un	tema	crucial	de	la	sociología,	aborda	el	cambio	social.	
El	siguiente,	relativo	a	la	sociología	latinoamericana,	revisa	el	pensamiento	sociológico	
en	nuestro	continente.	Los	siguientes	capítulos	tratan	sobre	conceptos	más	relacionados	
con	el	orden	social:	cultura,	ideología,	socialización	y	Estado.	La	última	parte	del	libro	
se	ocupa	de	los	problemas	de	las	sociedades	contemporáneas	en	su	relación	internacio-
nal	y	sobre	algunos	desarrollos	recientes	de	la	sociología	surgidos	para	explicar	nuevos	
problemas	y	formas	de	relación	social.	Se	ha	incorporado	un	breve	listado	de	temas	al	
comienzo	de	cada	capítulo	para	que	tanto	profesores	como	estudiantes	estén	al	tanto	de	
su	contenido.
	En	segundo	lugar,	el	texto	de	todos	los	capítulos	ha	sido	revisado	y	reescrito	para	dar	
una	idea	más	amplia	de	una	vida	social	en	acelerada	transformación	y	de	los	numero-
sos	esfuerzos	teóricos	por	explicarlay	darle	sentido.	Como	en	las	ediciones	anteriores,	
mantenemos	la	idea	de	que	la	sociología	no	es	una	ciencia	unívoca	que	proporciona	una	
respuesta única y definitiva a los problemas de la vida social, sino una disciplina flexible y 
plural	en	la	que	las	diferentes	perspectivas	de	análisis	aportan	elementos	que	contribuyen	
a	una	explicación	más	rica	y	diversa.	Hemos	procurado	en	esta	edición	un	panorama	más	
equilibrado	de	distintas	aproximaciones	teóricas,	para	dar	cuenta	de	la	forma	particular	
en	que	cada	perspectiva	se	aproxima	a	fenómenos	y	relaciones	sociales.	Asimismo,	he-
mos	ampliado	el	catálogo	de	temas	sociológicos	para	ajustarlo	a	cambios	ocurridos	en	
la	sociedad:	el	nuevo	papel	de	las	organizaciones	de	la	sociedad	civil,	el	avance	de	las	
democracias,	 las	nuevas	 tecnologías	de	 la	 comunicación	y	 los	 efectos	de	 la	 economía	
globalizada.	
El	sentido	de	este	libro	es	proporcionar	al	alumno	y	al	maestro	una	guía	amena	para	
entender	el	pensamiento	sociológico,	en	donde	los	numerosos	recuadros	aportan	infor-
mación	sobre	autores,	temas	conexos,	historia	de	la	disciplina	y	acontecimientos	nacio-
nales	o	internacionales	que	profundicen	el	conocimiento	y	despierten	la	curiosidad	del	
estudiante.	En	esta	nueva	edición	hemos	añadido	en	cada	capítulo	algunas	preguntas	que,	
bajo el título de “Para reflexionar:”, intentan estimular la imaginación sociológica de los 
lectores	invitándolos	a	extraer	sus	propias	conclusiones	sobre	asuntos	diversos.	Creemos	
que	ello	ofrece	la	posibilidad	de	una	participación	más	activa	de	los	estudiantes.	A	ello	
también contribuyen las secciones de “Actividades complementarias” y “Bibliografía”, 
que	se	mantienen	como	en	pasadas	ediciones	con	algunos	cambios	para	actualizarlas.	
Como lo hemos afirmado en ediciones anteriores, el libro no trata de sustituir al pro-
fesor	sino	de	convertirse	en	un	apoyo	y	un	punto	de	partida	para	el	trabajo	en	grupo.	El	
profesor	encontrará	en	él	explicaciones	generales	y	propuestas	de	temas	que	le	permitan	
utilizar	ejemplos,	organizar	debates	y	sugerir	búsquedas.	Esperamos	que	en	él	encuentre	
la	información	básica	que	precisa	y	temas	que	despierten	el	interés	de	sus	alumnos.
Mantenemos	 la	 fe	en	que	 la	sociología	no	es,	ni	debe	ser,	un	campo	de	estudio	re-
servado a los especialistas en el tema, sino un amplio espacio de reflexión en torno a 
una	sociedad	que	dista	de	ser	perfecta	y	requiere,	para	transformarse,	de	la	participación	
activa	e	imaginativa	de	todos	sus	integrantes.	Es	el	deseo	de	las	autoras	de	este	libro	que	
las	aportaciones	de	numerosos	pensadores	al	pensamiento	social	y	el	conocimiento	de	
conceptos	y	teorías	explicativas	contribuyan	a	que	las	ideas	sean	más	fecundas	y	puedan	
transformarse en acciones significativas que conduzcan al logro de una mejor sociedad 
para	todos.	En	este	sentido,	el	libro	no	es	exclusivamente	un	libro	de	texto:	es	también	
una	síntesis	del	avance	de	la	sociología	dedicado	a	todo	aquel	que	tenga	interés	en	el	tema	
y	que	quiera	sumarse	a	la	tarea	de	pensar	la	sociedad	para	impulsar	su	mejoramiento.	
Agradecemos	la	asistencia	de	Claudia	Erika	Espinosa	e	Ivette	Alonso	Spilsbury	en	
el	 trabajo	de	actualización	y	 revisión	de	este	volumen,	y	a	Editorial	Pearson	su	com-
promiso	para	que	este	libro	continúe	colaborando	a	una	mejor	comprensión	del	trabajo	
sociológico.
Presentaciónx
Capítulo
Sociología
y Sociedad
La sociedad es la expresión de la vida colectiva de los 
hombres. En este capítulo entenderás qué es la sociedad 
y cómo se estudia por las ciencias sociales. Tiene los si-
guientes apartados:
�
1
�
El escenario social: 
objeto de las ciencias 
sociales
Cómo el sociólogo estudia al conglomerado social tanto en su 
diversidad como en su regularidad valiéndose de la imagina-
ción sociológica. Incluye un recuadro sobre este planteamiento 
de C. Wright Mills.
Las ciencias sociales
La sociedad como objeto de estudio de distintas ciencias 
—historia, derecho, ciencia política, psicología, geografía, etcé-
tera— y la importancia de la interdisciplina.
La tarea del sociólogo
Cómo el sociólogo responde a la demanda de conocimiento 
que la sociedad le formula y cómo se vincula con otros científi-
cos sociales para incursionar en nuevos campos de estudio.
Métodos y técnicas 
de la investigación 
sociológica
Para realizar investigación y arribar a conclusiones, la sociolo-
gía se vale de diversos instrumentos sujetos a condiciones que 
permitan asegurar la validez de sus hallazgos. Se incluye un 
recuadro sobre Émile Durkheim.
Ciencia y objetividad
¿Es la sociología una Ciencia? ¿En qué consiste el método 
científico? ¿Se puede ser objetivo en el estudio de la sociedad?
La responsabilidad 
del sociólogo
Aquí se aborda cuál es la relación del sociólogo con la socie-
dad a la que estudia, cuáles son sus alternativas ocupaciona-
les, y cuál es su compromiso con el futuro. 
�Capítulo �: Sociología y sociedad
Los seres humanos existen coLectivamente. Viven en aldeas, pueblos y ciudades 
donde habitan muchos otros seres humanos; forman familias y establecen parentescos; 
tienen amigos, vecinos, compadres y compañeros de trabajo; se relacionan unos con otros 
dentro de agrupaciones culturales o religiosas, escuelas o equipos deportivos, y compar-
ten creencias, hábitos y costumbres. No sólo por la necesidad de compañía sino también 
para asegurar la subsistencia propia, las personas requieren de otras personas. Tanto la 
producción de bienes como su intercambio o distribución son tareas que involucran a más 
de un individuo y conducen a una serie cada vez más amplia de relaciones humanas a 
medida que se vuelven más complejas.
La elaboración de un objeto cualquiera —por ejemplo, una prenda de vestir— implica 
una larga serie de procesos en los que intervienen muchos individuos: desde la produc-
ción de la materia prima —el cultivo del algodón, el cuidado del gusano de seda o el 
pastoreo de las ovejas productoras de lana— hasta su transformación en ropa. Hombres 
y mujeres transportan y venden la materia prima; otros hombres y mujeres tejen, tiñen y 
diseñan la tela; otros más la cortan y cosen. Finalmente, otros la llevan hasta el lugar 
donde, sujeto a ciertas características fijadas por la moda o el gusto vigentes, el vestido se 
ofrece en venta a sus posibles compradores. Tal vez en alguna época pasada este proceso 
fue más simple: las familias elaboraban su propia ropa en casa utilizando los materiales 
a su alcance, y si había algún excedente lo llevaban al mercado local para su trueque por 
algún satisfactor básico. Sin embargo, la diversificación de las tareas en la época actual 
ha conducido a una interrelación humana cada vez mayor y más complicada.
En una época u otra, la organización de la vida colectiva —con sus diversos grados 
de complejidad, formas de vinculación, sistemas de dominación, expresiones culturales, 
lengua y particularidades nacionales o regionales— conforma una sociedad.
No hay una sola sociedad; hay muchas, y resultan del momento histórico y las caracte-
rísticas geográficas, políticas, económicas y culturales de la región o el país en que cada 
una se desenvuelve. Por ello podemos hablar de una sociedad china bajo el imperio de la 
dinastía Tang y de otra sociedad china bajo el régimen de Mao Tse-Tung; de la sociedad 
europea del siglo xviii, de la sociedad mexicana en tiempos de la colonia, de la socie-
dad tarahumara o de la sociedad occidental del siglo xx.
Cada uno de los ejemplos anteriores se refiere a una forma de organización colectiva 
de los individuos en determinadas circunstancias históricas, económicas y políticas. Se 
trata, más que de grupos de pequeña o mediana organización con fines muy precisos, 
de un conjunto humano mucho más extenso, ligado por razones de supervivencia física, 
identidad cultural y dominación política.
La Sociedad de Alumnos de la Facultad de Ingeniería, el Partido Acción Nacional, 
el Club de Leones o las Damas Vicentinas constituyen solamente grupos organizados 
dentro del conjuntoamplio de la sociedad. Para existir, ésos y otros grupos con diversos 
grados y modalidades de organización requieren de una asociación colectiva más extensa 
y compleja.
Las sociedades varían en distintas épocas y latitudes. Ya en la primera mitad del si-
glo xviii el barón de Montesquieu, influido por los avances de la física y la biología, se 
propuso realizar un estudio científico de la organización social e intentó encontrar en las 
diferencias climáticas una explicación a las variaciones entre sociedades.
Hacia la sociología�
Montesquieu y El espíritu de las leyes
Montesquieu ha sido considerado como el verdadero fundador de la sociología, 
juicio que se basa en su empeño por encontrar las causas profundas que explican 
la diversidad de las costumbres y de las leyes que rigen a los hombres. 
Considerado como precursor del iluminismo francés, Montesquieu (�689-�755), 
cuyo nombre completo era Charles-Louis de Secondat, y tenía el título nobiliario 
de barón de la Bréde y de Montesquieu, fue un intelectual fecundo y versado en 
muy distintas ramas del saber de su tiempo. Fue presidente vitalicio del parla-
mento de Burdeos y realizó numerosos viajes a Inglaterra y al resto de Europa. 
Su título de conde —que le permitía disfrutar de una renta regular— le abrió las 
puertas de los salones de París y de los círculos cortesanos europeos, en donde 
fue muy estimado, particularmente después de su ingreso a la Academia France-
sa en �7�6.
Montesquieu escribió El espíritu de las leyes, su libro más renombrado, en 
�7�8. Era una obra de madurez. Muchos años antes había iniciado sus trabajos 
de reflexión política y crítica social con las Cartas persas (�7��), a las que segui-
rían las Consideraciones sobre las causas de la grandeza y la decadencia de los 
romanos (�7��). 
En El espíritu de las leyes, Montesquieu resumió su experiencia como obser-
vador de las costumbres y las organizaciones de los pueblos. Su mérito no sólo 
reside en la búsqueda de un orden inteligible que explicara la diversidad social, 
sino principalmente en haber creado conceptos y tipologías que le permitieron ela-
borar una interpretación global de las sociedades.
Por otro lado, sus capítulos acerca de la relación entre el tamaño de las socie-
dades, las formas de gobierno y las razones o principios que sostienen al poder, 
así como su análisis de la división de poderes —a partir de la experiencia ingle-
sa— constituyeron puntos de partida del pensamiento de la Ilustración y de la 
Revolución Francesa de �789.
.
Documentándose en sus propios viajes y las historias de los exploradores de la época, 
Montesquieu afirmaba que el temperamento humano en los países fríos difería en gran 
medida del de los países cálidos. Tales diferencias —decía el pensador francés— obli-
gaban a los gobernantes respectivos a dictar leyes acordes con la naturaleza flemática y 
esforzada de los habitantes del norte y con la más apasionada y perezosa de los meridio-
nales. Aunque sus apreciaciones son bastante discutibles y en muchas ocasiones derivan 
de prejuicios hacia otros pueblos, Montesquieu es uno de los primeros autores que se 
preocuparon por la diversidad social, preocupación que, justamente, constituye uno de 
los puntos de partida de la moderna sociología.
5Capítulo �: Sociología y sociedad
El escenario social: objeto de las ciencias sociales
La sociedad como escenario de las relaciones humanas, con sus regularidades, contradic-
ciones y conflictos, constituye el gran objeto de estudio de las llamadas ciencias sociales 
y —en particular— de la sociología.
Todo aquello que sucede en el interior del conglomerado social y rebasa el ámbito de 
la vida personal del individuo se convierte en un fenómeno susceptible de ser estudiado 
por el científico social. Quizá se trate de un hecho recurrente, de un problema comparti-
do o de un acontecimiento sumamente intenso: el matrimonio entre adolescentes podría 
ser un ejemplo del primer caso; el desempleo, del segundo; y un movimiento estudian-
til, del tercero. En los tres casos las relaciones y estructuras sociales son el material de 
trabajo. Es decir, la sociología se ocupa de la forma en que los seres humanos tienden 
a relacionarse entre sí, y cómo esas relaciones configuran patrones de comportamiento 
colectivo que explican no sólo las particularidades de una sociedad determinada sino las 
razones por las que ésta se transforma. Para dilucidar estos comportamientos colectivos 
la sociología busca las causas profundas de la organización social, las ideas y creencias 
que la sostienen, los problemas específicos que la alteran. De igual manera se preocupa 
por los sistemas de reglas que mantienen unidas a las sociedades y por la distribución 
diferenciada de recursos entre sus integrantes.
Así, el sociólogo estudia la diversidad social pero también las similitudes entre 
unas sociedades y otras. A partir de estas diferencias y semejanzas, así como de datos 
estadísticos, de la observación desapasionada y de la elaboración de conceptos explicati-
vos, intenta encontrar el hilo conductor que le permita comprender el complejo proceso 
social. Ya sea que se ocupe de cuestiones muy específicas o circunscritas a una zona 
determinada —el divorcio durante las últimas dos décadas, la participación política en 
el estado de Chihuahua, la migración rural a la ciudad de Guadalajara— o que intente 
grandes explicaciones —como una teoría de las revoluciones o del proceso de urbaniza-
ción—, su preocupación última es explicar la sociedad en que vive.
Efectivamente, la sociedad como vida cotidiana e historia en la que todo individuo 
—inclusive el sociólogo— es un protagonista, constituye el punto de partida, el laborato-
rio y la evidencia que permite probar o rechazar las grandes y pequeñas teorías. La his-
toria de cada persona, afirma el sociólogo estadounidense C. Wright Mills, es la historia 
de todas las personas. Por ello, corresponde a la sociología la difícil tarea de relacionar 
la biografía con la historia; es decir, de hacer que la existencia individual de cada uno de 
nosotros cobre un sentido dentro de la trama de la historia contemporánea, analizando y 
explicando las estructuras sociales que dan vida a esta última. En esto radica la imagina-
ción sociológica.
En la medida en que todos formamos parte de la sociedad y tenemos derecho a opinar 
acerca de ella, la imaginación sociológica que proclama Mills no puede ser patrimonio 
exclusivo del sociólogo. De la misma manera en que el campesino reconoce la proximi-
dad de la lluvia sin necesidad de estudiar meteorología, el viejo sindicalista o el político 
experimentado pueden hacer valiosas observaciones acerca de la vida social. Tales ob-
servaciones provienen seguramente de la experiencia, pero en la mayoría de los casos 
están fundadas, quizá sin saberlo, en la teoría de algún pensador social convertida hoy en 
conocimiento cotidiano.
Hacia la sociología6
Las ciencias sociales 
La sociología no es la única ciencia social; antes y después de ella otras disciplinas han 
reclamado campos particulares de trabajo complementarios a la sociología que confi-
guran el campo —más amplio— de las ciencias sociales. Es un campo que comparte 
conceptos, paradigmas y explicaciones, pero que difiere de otros campos científicos por 
la distinta forma de abordar los problemas, como veremos un poco más adelante. Las 
más importantes de estas disciplinas son la historia, la antropología, la ciencia política, la 
economía, la geografía, el derecho y la psicología social. A continuación describiremos 
brevemente ciertos límites entre unas y otras, que sin embargo, nunca son demasiado 
precisos porque las disciplinas se entrecruzan y complementan mutuamente. Todas están 
de una u otra manera relacionadas con la sociología; en ocasiones, de manera casi inse-
parable como sucede con las llamadas “ciencias de la comunicación” que han merecido 
un recuadro aparte.
 
a) La historia se ocupa del pasado de los seres humanos o, como dice Marc Bloch,“de 
los hombres en el tiempo”, a partir de su significación en el presente. Su fuente 
de información está en los archivos, los documentos del pasado, los testimonios ora-
les o escritos y los relatos o estudios históricos escritos por otros que vivieron antes. 
Al escudriñar el pasado, el historiador puede aspirar a reinterpretarlo a través de una 
reconstrucción objetiva de lo verdaderamente ocurrido, tratando de ver a través y por 
encima de los prejuicios, del oscurecimiento deliberado de contemporáneos o histo-
riadores posteriores, y de la leyenda y el mito. Puede aspirar igualmente a iluminar 
una parte del pasado que contribuya a explicar al presente y, tal vez a señalar los 
caminos para su transformación.
b) La economía se interesa por la actividad humana y su relación con la producción y 
distribución de bienes para la satisfacción de las necesidades de los propios indivi-
duos. Su propósito es el de determinar los caminos más recomendables para asegu-
rar la prosperidad de los pueblos, a partir de la relación entre los diversos factores 
La imaginación sociológica
“La primera tarea política e intelectual —porque aquí coinciden ambas cosas— del 
científico social consiste hoy en poner en claro los elementos del malestar y la 
indiferencia contemporáneos. Ésta es la demanda central que le hacen los otros 
trabajadores de la cultura: los científicos del mundo físico, los artistas y, en general, 
toda la comunidad intelectual. Es a causa de esta tarea y de esas demandas por lo 
que, creo yo, las ciencias se están convirtiendo en común denominador de nuestro 
periodo cultural y la imaginación sociológica en su cualidad más necesaria.”
C. Wright Mills, La imaginación sociológica,
FCE, México, �96�.
.
7Capítulo �: Sociología y sociedad
que intervienen en la producción y distribución de los satisfactores de diverso tipo. 
Cuestiones como el crecimiento de la producción, el valor de los productos, las de-
terminantes del precio de los mismos, el salario de los trabajadores que los producen, 
su exportación a otros países y la utilización del dinero que sirve como medio de 
intercambio, son algunos de sus problemas más importantes. 
c) La ciencia política estudia la actividad de los individuos orientada hacia la obtención 
y el mantenimiento del poder. Por lo mismo, se ocupa también de los procesos de par-
ticipación y representación políticas. La democracia, como forma de ejercicio de la 
autoridad y participación de la sociedad en los procesos de toma de decisiones, ha 
sido una de sus preocupaciones más importantes en las últimas décadas. Una de sus 
derivaciones importantes es el estudio de las relaciones internacionales, que muchas 
veces se estudian como disciplina independiente aunque están estrechamente rela-
cionadas con la ciencia política.
Sociología e historia
“Acaso sea éste el momento de una breve observación acerca de las relaciones 
entre la historia y la sociología. Actualmente la sociología se enfrenta con dos peli-
gros opuestos: el de convertirse en ultrateórica o en ultraempírica. El primero es el 
peligro de perderse en generalizaciones abstractas y sin sentido sobre la sociedad 
en general. La Sociedad con mayúscula es una falacia tan descaminada como 
la Historia con mayúscula. Rondan este peligro quienes asignan a la sociología la 
tarea exclusiva de generalizar partiendo de los acontecimientos únicos registrados 
por la historia: se ha sugerido que la sociología se distingue de la historia en que 
tiene “leyes”. El otro peligro es el que previó Karl Mannheim hace casi una genera-
ción y que en la actualidad está muy presente, el de una sociología “dividida en una 
serie discreta de problemas técnicos de reajuste social”. La sociología se ocupa 
de sociedades históricas, cada una de las cuales es única y ha sido moldeada por 
antecedentes y condiciones históricas específicos. Pero el intento de eludir la ge-
neralización y la interpretación limitándose a los problemas llamados “técnicos” de 
enumeración y análisis conduce a convertirse en inconsciente apologista de una 
sociedad estática. Si la sociología ha de convertirse en campo fructífero de estudio, 
tendrá que ocuparse, como la historia, de la relación existente entre lo particular 
y lo general. Pero también debe hacerse dinámica, dejar de ser un estudio de la 
sociedad en reposo (porque tal sociedad no existe) y pasar a serlo del cambio y 
del desarrollo sociales. Por lo demás, yo diría que cuanto más sociológica se haga 
la historia y cuanto más histórica se haga la sociología, tanto mejor para ambas. 
Déjese ampliamente abierta a un tráfico en doble dirección la frontera que las se-
para.”
Edward H. Carr, ¿Qué es la historia? Seix Barral, Barcelona, �978.
.
Hacia la sociología8
d ) La geografía es el estudio de la Tierra como el espacio donde habita el ser huma-
no. Cuando se refiere a las características físicas de la Tierra se considera general-
mente una ciencia natural, hermanada con la geología o la geofísica e, incluso, con 
La sociología y el estudio de la comunicación 
Las relaciones entre la sociología y los estudios de la comunicación tienen una lar-
ga historia que se puede ubicar en el origen mismo de las llamadas “ciencias de la 
comunicación”. Desde entonces y hasta el momento presente, las relaciones entre 
ambas disciplinas son estrechas, con la diferencia de que si en un principio estas 
relaciones eran más de dependencia de los estudios de la comunicación hacia la 
sociología, actualmente se puede hablar de una relación que se inscribe más en 
la interdisciplina.
La historia de los nexos entre ambos campos de conocimiento ha implicado una 
serie de problemas para los estudios de la comunicación, pero al mismo tiempo 
les ha brindado elementos para su desarrollo. Así, resulta imposible entender y de 
alguna manera ponderar el binomio sociología/estudios de la comunicación sin re-
ferirnos a la primera como la madre de nuestra disciplina en cuanto tal. No en bal-
de, durante un largo periodo la investigación de la comunicación fue sinónimo de 
sociología de la comunicación de masas. Recordemos que la famosa “mass com-
munication research” se propuso establecer como objeto científico de la sociología 
el proceso entero de la comunicación, incluyendo actitudes y comportamientos de 
los receptores, contenidos de los mensajes, análisis de las emisiones y problemas 
formales de dicho proceso.
De esta manera, aunque en un principio la adopción de teorías y métodos socio-
lógicos para explicar fenómenos comunicacionales le impuso obstáculos y limita-
ciones al desarrollo de la comunicación como disciplina autónoma, con el paso del 
tiempo éstos se convirtieron en el punto de partida para la crítica, la autorreflexión y 
la generación de aportaciones teórico-metodológicas propias de la comunicación.
Hoy día sabemos que el carácter multi y transdisciplinario de la comunicación 
significa que lo social, y específicamente los fenómenos comunicacionales pueden 
y deben ser leídos a través de diferentes miradas. La diversidad de objetos de es-
tudio que actualmente abordan los comunicólogos es de una riqueza y complejidad 
tal, que resulta imposible cerrarse a las aportaciones que otras disciplinas, en este 
caso la sociología, están haciendo sobre o en relación con los mismos objetos. 
Hacerlo significaría negarse a comprender un mundo que desborda los límites de 
cualquier disciplina. 
Cecilia Rodríguez D., “La aplicabilidad del conocimiento
sociológico al estudio de la comunicación colectiva”,
Revista Mexicana de Ciencias Políticas y Sociales.
No. �58, UNAM, FCPyS, México, oct.-dic., �99�.
.
9Capítulo �: Sociología y sociedad
la astronomía (cuando se ocupa de las características planetarias), así como con la 
ecología cuando se refiere al medio ambiente. Sin embargo, se considera una ciencia 
social cuando estudia la división geopolítica del mundo: países, regiones, produc-
ción, fronteras, crecimiento de las ciudades; es decir, aquellos temas donde la con-
formacióndel planeta es producto de la acción humana.
e) La antropología es el estudio de la cultura de las sociedades, entendida como las 
diversas formas de creación humana que comprenden creencias, hábitos, instrumen-
tos cotidianos, lo mismo que arte o ciencia. Está emparentada con la etnología y la 
etnografía, que estudian las características y costumbres de los diferentes grupos hu-
manos. Su cercanía con la sociología es tan grande que este libro incluye un capítulo 
dedicado al tema de la cultura.
f ) El derecho se ocupa de las normas que regulan las relaciones humanas, tanto en su 
significado y validez, como en el conocimiento de su aplicación en una sociedad 
determinada. Sus ámbitos de reflexión son los de la ley, la justicia y la obligación. 
g) Finalmente, cabe mencionar a la psicología, que estudia el funcionamiento de la 
mente y del comportamiento individual humanos, en sus aspectos conscientes e in-
conscientes. Se vuelve ciencia social cuando se refiere a la relación de los procesos 
mentales del individuo con el medio social en que se desenvuelve. Es decir, cuando 
se refiere a la influencia del ambiente sobre las formas de actuar de los individuos y 
de relacionarse entre sí. 
 Los estudiosos de la sociedad tienden crecientemente hacia la interdisciplina. En el 
momento del surgimiento de la sociología y otras ciencias sociales, era una necesidad 
definir bien los respectivos campos de influencia, marcando las diferencias y lo especí-
fico de cada disciplina. A la cabeza de una comisión (Comisión Gulbenkian) para pensar 
en la nueva agenda de las ciencias sociales, Immanuel Wallerstein ha sostenido que la 
creación de múltiples disciplinas se basaba en la creencia de que la investigación siste-
mática requería una concentración hábil en las múltiples zonas separadas de la realidad, 
racionalmente dividida en distintos grupos de conocimiento. Sin embargo, continúa, a 
mediados del siglo xx, estas líneas divisorias fueron cuestionadas con estudios de área 
que, al ser estudios orientados a partir de temas específicos —como el medio ambiente, la 
delincuencia o la urbanización—, por definición son multidisciplinarios, además de que 
han abierto las puertas al estudio de áreas no occidentales y al análisis comparativo. La 
interdisciplina permite un estudio que combina varios saberes en el análisis de un proble-
ma y que responde a la complejidad y diversidad del mundo moderno. 
La tarea del sociólogo 
En su desarrollo de poco más de un siglo, la sociología se ha caracterizado por una doble 
vocación: analizar y comprender el conjunto de la realidad social y ser una ciencia particu-
lar con un objetivo de estudio propio. 
Orientados por sus simpatías políticas, sus intereses personales y su intuición social, 
los pensadores que han dado cuerpo a la sociología a través de libros, cursos, artículos, 
ensayos e investigaciones se han comprometido en ese doble esfuerzo que implica, por 
una parte, responder a los integrantes de una sociedad que, como dice C. Wright Mills, 
Hacia la sociología�0
demandan “recapitulaciones lúcidas de lo que ocurre en el mundo y de lo que quizás está 
ocurriendo a ellos”; y por la otra, elaborar conceptos, hipótesis y métodos que den forma 
a una teoría con postulados generales capaces de orientar el trabajo de la disciplina.
Con la aceptación de la sociología como disciplina con un campo específico y méto-
dos propios, la posibilidad de investigación se amplía. En universidades e institutos, los 
sociólogos se ocupan de los más diversos temas y avanzan —aunque lentamente— en la 
construcción de nuevos conceptos que expliquen la compleja sociedad moderna. El tra-
bajo en este sentido puede ser individual o colectivo; unidisciplinario —exclusivamente 
desde el punto de vista sociológico— o multidisciplinario, al conjuntar la perspectiva 
sociológica con las de otras áreas del conocimiento. Esta última forma es la que ha per-
mitido a la sociología enriquecer su espectro de problemas y su forma de abordarlos, 
desarrollando a su vez nuevas áreas de estudio.
De hecho, la explicación sociológica requiere, la mayoría de las veces, del apoyo 
brindado por la economía, el derecho, la historia o la política. ¿Cómo comprender a una 
sociedad si no sabemos cómo está organizada su producción, cuáles son sus principales 
normas jurídicas, cómo se ha desarrollado en los años recientes o pasados, quién la go-
bierna y cómo llegó al poder? Todos éstos son antecedentes que deben tomarse en cuenta 
al margen del fenómeno particular que se quiera estudiar, a manera de un gran marco de 
referencia que permita entender, por ejemplo, por qué en un momento determinado la 
sociedad respondió en un sentido y no en otro a una situación dada.
Esto ha conducido, a su vez, a crear otros campos de análisis sociológico. Así, muchas 
veces nos referimos a la sociología del derecho (que vendría a ser el estudio de las nor-
Wallerstein y la reestructuración 
 de las ciencias sociales
“Lo que parece necesario no es tanto un intento de transformar las fronteras 
organizativas como una ampliación de la organización de la actividad intelectual 
que no obedezca a las actuales fronteras disciplinarias. Después de todo, ser 
histórico no es propiedad exclusiva de las personas llamadas historiadores, es 
una obligación de todos los científicos sociales. Ser sociológico no es propiedad 
exclusiva de ciertas personas llamados sociólogos sino una obligación de todos 
los científicos sociales. Los problemas económicos no son propiedad exclusiva 
de los economistas, las cuestiones económicas son centrales para cualquier análi-
sis científico-social y tampoco es absolutamente seguro que los historiadores pro-
fesionales sepan más sobre las explicaciones históricas ni los economistas sepan 
más sobre las fluctuaciones económicas que otros científicos sociales activos. En 
suma no creemos que existan monopolios de la sabiduría ni zonas de conocimien-
to reservadas a las personas con determinado título universitario.”
Immanuel Wallerstein, Abrir las Ciencias Sociales,
México, UNAM/Siglo xxi, �996.
.
��Capítulo �: Sociología y sociedad
mas como un producto derivado de las condiciones sociales en un momento dado) o a la 
sociología política (que se refiere a la participación de los actores sociales con respecto al 
poder). Más aún, podríamos decir que la sociología ha conquistado su derecho a incursio-
nar en las diversas actividades del hombre, convirtiéndolas en vertientes de su actividad 
analítica. Actualmente contamos con una amplia bibliografía sobre sociología del cine, de 
la literatura y de la ciencia; acerca de la sociología urbana (de las ciudades), rural (de la 
vida campesina) y del trabajo, así como sobre campos novedosos como la sociología del 
desastre o la sociología de género, demostrando con ello que esta ciencia constituye un 
enfoque válido para explorar las distintas formas de la cultura humana.
Hacer sociología del teatro, por ejemplo, significa preguntarse qué tipo de problemas 
o fenómenos se recrean en las manifestaciones artísticas, de qué manera la sociedad con-
diciona, en el tiempo y en el espacio, las inquietudes y percepciones que un dramaturgo 
plasma en su obra teatral y, finalmente, cómo la puesta en escena refleja tendencias del 
comportamiento social a lo largo del tiempo. Hacer sociología del desastre implica re-
flexionar sobre las consecuencias de las catástrofes, las formas de movilización social 
que ellas generan, las alternativas para organizar la prevención. Como hemos señalado 
con anterioridad, en estos estudios los sociólogos colaboran frecuentemente con espe-
cialistas de otras disciplinas sociales que contribuyen a enriquecer y ahondar el alcance 
del análisis. Para ello, además de teorías explicativas, las ciencias sociales se sirven de 
métodos y técnicas de trabajo que facilitan su labor.
Métodos y técnicas de la investigación 
sociológica 
Los problemas de los que se ocupa la sociología atañen a los seres humanos en general, 
yes el procedimiento específico a través del cual el sociólogo se aproxima a la realidad y 
construye sus explicaciones e interpretaciones lo que distingue su labor de las considera-
ciones de sentido común y las interpretaciones espontáneas o bien intencionadas. Dicho 
de otra manera, lo que hace a la sociología una disciplina científica es el método que 
orienta su trabajo. 
El método es el camino teóricamente diseñado para analizar los fenómenos y las con-
ductas sociales. Incluye la delimitación del objeto de estudio, la construcción de hipó-
tesis, el diseño de los procedimientos para comprobarlas y la forma de organización del 
trabajo. Al desprenderse a su vez, de la teoría, que es la que se encarga de caracterizar y 
designar al objeto de estudio, el método es, con frecuencia, expresión de la concepción 
general que el sociólogo tiene acerca de la naturaleza y comportamiento de la sociedad.
Hay muchos modos de enfocar los fenómenos sociales, pero para que éstos satisfagan 
la pretensión científica es necesario que estén guiados por preceptos lógicos bien estable-
cidos; es decir, deben cumplir con una serie de cánones rigurosos que garanticen:
a) Que los planteamientos e interrogantes que formule el investigador sirvan para des-
entrañar las conexiones internas y externas de los fenómenos sociales.
b) Que las explicaciones que de ello se desprendan den cuenta de las variedades esen-
ciales del hecho social estudiado.
c) Que las interpretaciones estén debidamente comprobadas o demostradas.
Hacia la sociología��
Por otra parte, como afirmaba Auguste Comte, el método no es susceptible de ser estu-
diado en forma separada de la investigación en la que se le utiliza, por lo que solamente a 
partir de ésta es posible evaluar la utilidad o pertinencia de un método específico. 
Una manera de clasificar los métodos es de acuerdo con su enfoque, que puede ser 
cualitativo o cuantitativo. Aunque se trata de métodos no excluyentes, el sociólogo suele 
apoyarse preferentemente en alguno de los dos según el tipo de análisis que pretenda lle-
var a cabo. Por ejemplo, en el estudio de la delincuencia juvenil, una perspectiva cualitati-
va tendería a entrevistar a menores infractores, visitar a sus familias, conocer el medio en 
el que se desarrollan y establecer conexiones significativas entre los diversos elementos 
que conforman el ambiente del delincuente. Por su parte, desde el método cuantitativo, 
el problema exigiría conocer cifras de menores infractores, rangos de edad, situación 
familiar, tipo de delito, etcétera, para comparar variaciones en el tiempo, tendencias y 
patrones repetidos.
Métodos cualitativos
Consisten en orientaciones generales.
Buscan demostrar cómo un fenómeno social 
particular está inmerso en un conjunto de otros 
fenómenos, cómo se relaciona y qué influencias 
se ejercen.
Utilizan técnicas como la entrevista, la observa-
ción participante y el análisis de contenido.
Pretenden conocer tendencias y significados. 
Tienden más a la interpretación de los discursos y 
los comportamientos de grupos e individuos.
Métodos cuantitativos
Consisten en instrucciones precisas.
Parten de un conjunto de variables o de objetos 
que son comparables entre sí y que resultan 
susceptibles de medición.
Utilizan análisis estadístico, encuestas de 
opinión, censos poblacionales, etcétera.
Destacan grados o niveles. Pueden agregar 
la información para hacer comparaciones, 
establecer rangos y extraer conclusiones a 
partir de tendencias repetidas.
Aunque cada sociólogo puede privilegiar uno u otro enfoque, lo cierto es que la cien-
cia social requiere tanto de la perspectiva cualitativa como de la cuantitativa. Una com-
binación de ambas que integre la imaginación y la intuición con el análisis de datos 
concretos, probablemente conduzca a la obtención de resultados más precisos y útiles 
para la solución de problemas sociales.
Por otro lado, el desarrollo experimentado por la sociología ha permitido que hoy con-
temos con un conjunto de reglas, herramientas y operaciones que asisten al investigador 
en su afán de aprehender sistemáticamente la realidad social. Al realizar investigación 
social, el sociólogo se auxilia de diversas técnicas (algunas de ellas mencionadas en el 
cuadro anterior) entre las que destacan las siguientes:
1. La observación participante, que implica que el investigador se convierta en una 
figura familiar en el medio que analiza. Así, si se trata de estudiar las formas de vida 
��Capítulo �: Sociología y sociedad
de los trabajadores indocumentados en Estados Unidos, el sociólogo se suma a las 
filas de braceros para que una vez dentro de este medio pueda conocer sus problemas 
y experimentar sus vivencias y así extraer sus explicaciones al respecto.
2. La observación no-participante, una de cuyas formas más importantes es la encues-
ta, que es una “fotografía” de lo que las personas opinan en un momento dado acerca 
de un problema concreto. Las encuestas han probado ser de gran utilidad, por ejem-
plo en los estudios sobre elecciones, en la medida en que permiten introducir nuevas 
variables en el análisis de los meros resultado electorales. De esta manera, mediante 
una encuesta pueden recogerse los factores sociales (ocupación, ingreso, niveles de 
escolaridad, etcétera) que se encuentran detrás de las preferencias electorales.
3. La entrevista, que es una conversación con personas que aportan información sobre 
el tema estudiado. Así, en un análisis sociológico sobre la organización o el funciona-
miento de un sindicato o agrupación empresarial, la entrevista con líderes de dichos 
grupos ofrece un panorama de los factores subjetivos que influyen en las estrategias 
de acción promovidas por las dirigencias de dichos sectores sociales, pero también 
pueden informar sobre las características de la organización o sobre la historia de sus 
conflictos, sus victorias y sus derrotas.
4. El análisis estadístico parte de datos obtenidos mediante encuestas o cuestionarios o, 
bien, registrados por instituciones especializadas para encontrar en ellos correlacio-
nes entre distintas variables. El ejemplo clásico de utilización de técnicas estadísticas 
es el estudio de Durkheim: El suicidio (1897), en el que el autor relaciona las cifras 
de la estadística criminal con distintos elementos que inciden en la conducta huma-
na. Durkheim vinculó con el suicidio los ciclos económicos, el estado civil y otras 
variables. 
La utilización de todas estas técnicas reclama a su vez procedimientos rigurosos; por 
ejemplo, una encuesta exige la elaboración adecuada del cuestionario por aplicar, una 
delimitación de la muestra que sea efectivamente representativa de la población que se 
desea conocer y, finalmente, la correcta evaluación de las respuestas vertidas en el cues-
tionario. La validez de una encuesta reside en el cumplimiento eficiente de estos pasos y 
en su correcta interpretación.
La entrevista, por su parte, exige la formulación lógica de las preguntas y la capacidad 
para aprovechar las respuestas, a fin de asegurar que se obtenga la información buscada. 
Las técnicas de la investigación sociológica, y de las ciencias sociales en su conjunto, 
se han ido perfeccionando con el desarrollo tecnológico. Los avances en la informática 
ofrecen la posibilidad de dotar de mayor precisión a la información, así como de cruzar 
un mayor número de variables en tiempos muy reducidos. Por otro lado, los progresos 
tecnológicos han abierto nuevas opciones de investigación, como la experimentación, 
que consiste en someter los acontecimientos o los fenómenos a distintas situaciones pro-
vocadas en forma deliberada, para observar los efectos que éstas pudieran provocar. 
La experimentación se ha empleado con regularidad en psicología. En los laborato-
rios se estudian las modificaciones que se producen en la conducta humana al introducir 
nuevos elementos. Hoy día ya no se requiere de laboratorios y se experimenta en computa-
doras, ensayando con posiblessituaciones. Es lo que se llama juego con escenarios posibles, 
que ayuda a pensar e imaginar soluciones a problemas antes de que éstos se produzcan. 
Hacia la sociología��
Los avances más importantes en los últimos años se han alcanzado sobre todo en el te-
rreno de los métodos cuantitativos, ya que el uso de las computadoras ha ayudado a tener 
un control más adecuado sobre los datos que proporciona la realidad. Este hecho, por un 
lado, garantiza conclusiones más precisas, y por el otro, inyecta un renovado impulso al 
compromiso de la sociología con la construcción de nuevas teorías.
Émile Durkheim
Émile Durkheim (�858-�9�7) es considerado, con razón, como uno de los pilares 
de la sociología contemporánea. Nacido en Francia, realiza sus estudios univer-
sitarios en la Escuela Superior de París al lado de destacados intelectuales como 
Henri Bergson y Jean Jaurès. Interesado inicialmente en la filosofía, pronto se 
orienta hacia los estudios sobre la sociedad, en particular después de un viaje 
a Alemania en �886 en el cual tiene la oportunidad de estudiar con el psicólogo 
Wilhelm Wundt, quien alienta su vocación científica. Su interés por las cuestiones 
sociales encuentra un cauce en el positivismo alemán y, de regreso en su país, 
Durkheim se concentra en lo que, en adelante, sería su preocupación central: la 
sociedad como colectividad cohesionada que tiene sus propias leyes de funciona-
miento. En �887 se le designa profesor de Pedagogía y Ciencias Sociales en la 
Universidad de Burdeos, el primer curso de sociología impartido en las universida-
des francesas.
Sus obras más importantes son La división del trabajo social (tesis de doctorado, 
�89�), Las reglas del método sociológico (�895), El suicidio (�897) y Las formas 
elementales de la vida religiosa (�9��), en las que reflexiona con profundidad acer-
ca de los factores que hacen posible la vida social y de la forma en que la sociedad 
humana influye en los propios hombres. Al respecto, Durkheim desarrolló concep-
tos fundamentales como los de solidaridad social, socialización y anomia, entre 
muchos otros. Al mismo tiempo, sostuvo que el hecho social, expresado a través 
del dato estadístico, constituye la materia prima del quehacer sociológico, con lo 
cual sentó las bases de la sociología empírica.
Su actividad como docente e investigador fue intensa y exitosa. En �896, su cur-
so de sociología en Burdeos se convirtió en cátedra magistral, y en �90� la Sorbo-
na lo llamó para dictar un curso similar, que para �9�� adoptó el título de “Cátedra 
de sociología de la Sorbona”, lo cual constituía una distinción muy especial. A lo 
largo de sus años de profesor, Durkheim abordó muy diversos temas desde una 
perspectiva sociológica (muchas cátedras fueron más tarde material para artículos 
y libros), como la educación, la familia, el socialismo y la religión. Esta última cons-
tituyó una de sus grandes preocupaciones sociológicas hacia el final de su vida.
En �896 fundó L’année sociologique, revista que se convirtió en el órgano más 
importante de difusión de los avances de la sociología europea, cuya responsabili-
dad compartió, y más tarde tomó por completo su sobrino y discípulo, el antropólo-
go Marcel Mauss. Durkheim murió en �9�7, poco después de la trágica muerte de 
su hijo en la Primera Guerra Mundial.
.
�5Capítulo �: Sociología y sociedad
Ciencia y objetividad 
Uno de los problemas que enfrenta el sociólogo es el de hasta qué punto su disciplina 
constituye efectivamente una “ciencia” y si sus resultados son lo que se espera de un 
trabajo científico. La respuesta no es fácil. Aunque se llegue a un acuerdo en torno a las 
características del método científico y los requisitos que una ciencia debe tener, persiste 
la dificultad derivada del propio objeto de estudio: a diferencia de las ciencias físicas, la 
sociología, como las otras ciencias sociales, estudia un objeto en constante cambio y su-
jeto a la voluntad y decisión de los propios individuos. Es decir, aun cuando la sociología 
realice su mayor esfuerzo y llegue a conclusiones acertadísimas sobre la realidad social, 
siempre habrá un elemento de incertidumbre aportado por la propia acción humana. 
Un movimiento religioso, un líder carismático, una baja en los precios del petróleo y 
hasta un fenómeno físico (un temblor de tierra o una inundación, por ejemplo), pueden 
modificar las decisiones de las personas en un momento dado y transformar de manera 
radical todas las previsiones hechas acerca de una determinada organización social. 
Ello ha obligado a una constante reivindicación de las ciencias sociales frente a quie-
nes exigen que sus resultados sean tan rigurosos como los de las ciencias naturales y cri-
tican su aparente falta de rigor, en particular cuando se trata de prever un comportamiento 
social en el futuro, tarea en la que las ciencias sociales suelen limitarse a pronosticar 
tendencias o elaborar escenarios posibles. 
Ciertamente, la utilización de métodos y técnicas propios, junto con una aspiración 
a establecer generalizaciones a partir de la lógica interna y los caracteres comunes de 
los fenómenos sociales de una época, constituyen los elementos más importantes para 
reclamar la condición científica de la sociología. Ésta no se propone el descubrimiento 
de principios generales en una perspectiva totalizadora sino, más bien, tendencias que 
implican un alto grado de certeza pero que están sujetas a los cambios impuestos por el 
azar, y a la libertad y la racionalidad de los actores sociales. 
Lo anterior conduce a otro problema: el de la “objetividad” del sociólogo, relaciona-
da estrechamente con el doble carácter del propio investigador, que es a la vez sujeto y 
objeto de su disciplina; es decir, al mismo tiempo que la estudia es miembro activo de su 
sociedad, con opiniones e ideas que influyen en sus perspectivas y conclusiones preten-
didamente científicas. 
La objetividad, entendida como un alejamiento emocional del investigador respecto 
a su objeto de estudio, que le permita hacer un análisis frío y, por lo tanto, verdadero, en-
cuentra sus límites en la propia historia del sociólogo, es decir, en su relación personal con 
la sociedad que estudia. La verdad, dice Max Weber, no siempre es bella o agradable y el 
Para reflexionar
Los estudios electorales utilizan la encuesta como método de aproximación 
a la realidad. ¿Qué tan confiables crees que éstas son y por qué? ¿Sería éste 
un método cualitativo o cuantitativo?
.
Hacia la sociología�6
sociólogo, en particular el dedicado a la enseñanza y no al liderazgo político, está com-
prometido a exponer la verdad y sostenerla incluso por encima de sus convicciones polí-
ticas. La ciencia, continúa Weber (en El político y el científico) provee al estudioso social 
de conocimientos técnicos que permiten dominar tanto a las cosas como a la conducta de 
los hombres, proporciona métodos para pensar y disciplina para hacerlo, y aporta claridad 
sobre la relación entre medios y fines. Finalmente, dice Weber, la ciencia puede advertir 
al individuo acerca de los valores que están detrás de las acciones humanas, orientando 
así el curso de su acción, pero dejando ésta a la responsabilidad personal del individuo 
(del estudiante, en este caso particular). De acuerdo con el mismo Weber, el resultado de 
esa actitud ante la ciencia social será una sociología comprometida con la verdad y no con 
los valores personales del científico.
La historia de la sociología, particularmente en el siglo xx, ha demostrado que el pro-
blema de la objetividad no es tan simple. En primer lugar, porque ya desde la elección del 
tema de investigación el sociólogo hace intervenir sus preferencias personales y muchas 
veces su punto de vista sobre la realidad. Un sociólogo puede estudiar a la familia, pre-
ocupado por las circunstancias que la amenazan y deseoso de contribuir a su preservación 
como núcleo vital de la sociedad. Otro puede estar interesado en demostrar la ineficacia 
de la instituciónfamiliar, a la que considera arcaica y obsoleta, y en proponer formas de 
organización alternativas capaces de sustituir al grupo familiar, como la comuna. 
En segundo lugar, porque la adhesión a una teoría suele ir acompañada de un enfoque 
valorativo sobre la sociedad. Como veremos en el un capítulo siguiente, no es lo mismo 
estudiar a la América Latina como un continente subdesarrollado, que atraviesa por una 
fase atrasada pero que tarde o temprano alcanzará los mismos estadios de desarrollo que 
los grandes países capitalistas, que estudiarla como un conjunto de países dependientes, 
producto de una relación de intercambio desigual con grandes metrópolis y cuyo desa-
rrollo interno ha sido, en buena medida, consecuencia de la forma particular en que se ha 
dado la relación capitalista dependiente, o bien, entenderla como un conjunto de naciones 
unidas por vínculos culturales e históricos profundos pero con procesos sociales, econó-
micos y políticos complejos y diferenciados. 
Finalmente, el sociólogo debe considerar los efectos y alcances que puede tener su tra-
bajo como investigador. ¿A quién va a servir? ¿Quién lo patrocina? ¿Quién lo va a leer o 
a escuchar? En la década de los años 70 del siglo pasado, el descubrimiento de un estudio 
sociológico estadounidense conocido como “Proyecto Camelot”, evidenció la utilización 
de trabajos sociológicos computarizados para prevenir brotes insurgentes en América La-
tina. El proyecto despertó el enojo de sociólogos en todo el mundo debido a que por un 
lado partía de supuestos teóricos que incluían la peligrosidad, para Estados Unidos, de 
una alteración del orden en los países estudiados y, con ello, la justificación para tomar las 
medidas pertinentes con el fin de evitar tal alteración. Por el otro lado, muchos sociólogos 
se negaron a participar en el proyecto porque los fondos para su realización provenían 
directamente del Pentágono, es decir, del Departamento de Defensa de Estados Unidos.
 Los ejemplos mencionados dan una idea de la dificultad para realizar una sociología 
“esterilizada”, libre de toda contaminación valorativa. Como sucede con otras disciplinas, 
la objetividad del sociólogo no puede referirse al estudio absolutamente desapasionado 
de la sociedad, como lo haría un biólogo a través de un microscopio. Tiene mucho más 
que ver con el respeto hacia la verdad y la conciencia del carácter cambiante y muchas 
veces imprevisto de los fenómenos sociales. De igual manera, un sociólogo que se precie 
�7Capítulo �: Sociología y sociedad
de ser “objetivo” no puede desdeñar las diversas posibilidades de interpretación surgi- 
das de nuevos desarrollos teóricos o incluso de viejas teorías que, por el objeto de estudio 
particular de que se trate o por la intervención de nuevas circunstancias, puedan resultar 
apropiadas para una explicación. 
El compromiso ético de la ciencia social 
Discípulo y amigo de C. Wright Mills, el sociólogo estadounidense Irving Louis Ho-
rowitz ha dedicado numerosos ensayos a reflexionar sobre los compromisos éticos 
y políticos de las ciencias sociales. Reproducimos aquí algunos párrafos acerca 
del Proyecto Camelot: 
“Los problemas valorativos de los sociólogos son los mismos, independiente-
mente de que los académicos trabajen por un sueldo de diez dólares diarios o por 
el de un millón de dólares anuales. ¿Cuáles son los vínculos vitales entre la ciencia 
y las políticas, entre los hallazgos públicos y los datos secretos, entre los mitos de 
la sociedad y los hechos de la sociología, entre la objetividad y el compromiso? 
“Sin embargo, si las ‘cantidades’ (de dinero) de un proyecto no afectan las 
cuestiones valorativas, sí afectan profundamente a un número considerable de 
académicos y en esa forma alteran los intereses prácticos. Un patrocinador gu-
bernamental de muchos millones de dólares tiene expectativas y exigencias muy 
diferentes de las que tiene una universidad que confiere honores y posiciones. Por 
lo tanto, el alcance de un proyecto influye definitivamente en las expectativas y los 
resultados.
“¿Cuáles son exactamente los límites y las obligaciones no menores a los de-
rechos del investigador científico cuando investiga las vísceras de una sociedad 
por cuenta de un gobierno extraño a esa sociedad? La oposición de los ‘derechos 
científicos’ contra los ‘mitos sociales’ es perenne. Algunos sostienen que los cien-
tíficos no deben penetrar más allá de los límites moral y legalmente sancionados, 
mientras que otros sostienen que tales límites no pueden existir para la ciencia, 
por lo menos, para la ciencia aplicada. Al hollar la sensible senda de la soberanía 
nacional, el ‘Proyecto Camelot’ reflejaba el problema general y quedaba sujeto a él. 
Porque este asunto de los derechos legítimos del ejército, de los científicos, de la 
soberanía de las entidades nacionales escogidas para el escrutinio habría de sen-
tirse y de expresarse con cierta indignación, inevitablemente. Por mera deferencia 
al investigador científico, por su reconocimiento como académico, debió invitársele 
a exponer sus dudas y reticencias acerca de una investigación patrocinada por el 
gobierno y particularmente, por el ejército, a que manifestara su conciencia moral. 
Los científicos sociales fueron considerados erróneamente como empleados es-
pecialistas, potencialmente útiles, de un organismo superior sujeto a una autoridad 
mayor que su vocación científica...”
Irving Louis Horowitz, Ideología y utopía en los EUA,
FCE, México, �980.
.
Hacia la sociología�8
La responsabilidad del sociólogo 
Un comentarista definió en cierta ocasión al científico social como aquel que dice con 
toda solemnidad lo que el resto de la gente comenta en el café. En cierta medida tenía 
razón, porque si el campo de trabajo del sociólogo es justamente la sociedad, es natural 
que se ocupe de los mismos asuntos que preocupan y animan las discusiones de toda la 
gente. La diferencia entonces estará en la capacidad del sociólogo para ordenar elementos 
dispersos, datos estadísticos, información recogida a partir de las técnicas mencionadas 
anteriormente, y efectuar una integración a partir de teorías y conceptos que desembo-
carán en una explicación coherente y significativa, susceptible de criticarse y renovarse 
a partir del movimiento de la propia sociedad. Pero, además, la tarea del sociólogo debe 
distinguirse del comentario cotidiano en su grado de responsabilidad con la verdad y con 
sus consecuencias. 
Hemos mencionado ya, en el apartado anterior, el revuelo causado por la protesta de 
los científicos sociales ante un proyecto que los involucraba en la toma de medidas poste-
riores que podían incluso ser de carácter bélico. El problema, sin duda, rebasa la cuestión 
de la objetividad para entrar en el dominio de la ética profesional. En la medida en que el 
sociólogo tiene la capacidad —y no la exclusividad— de comprender la situación social 
con un mayor grado de certeza, su responsabilidad también es mayor respecto al uso que 
se dé a sus conocimientos. 
No debe sorprendernos, por ello, que en todo el mundo, el mayor número de soció-
logos se concentre en las universidades, en donde tienen mayor libertad para realizar 
su trabajo. Ahora bien, aunque es lógico defender esos espacios de libertad en el análi- 
sis sociológico, también es importante lograr que la disciplina aporte respuestas útiles a la 
sociedad. Así, otra batalla se ha librado para dar a la sociología un carácter profesional y 
convencer a las instituciones responsables de la importancia de utilizar las propuestas so-
ciológicas para la solución de problemas cotidianos en las sociedades. Hoy, el sociólogo 
encuentra un campo profesional bastante amplio que incluye agencias gubernamentales 
que requieren especialistas en ciertos temas (sociología de la educación, sociología ru-
ral, sociología urbana, entre otras), sindicatos y partidos políticos (sociología electoral, 
estudios de socialización política, etcétera), empresas industriales (sociologíadel trabajo) 
así como organismos internacionales, institutos de capacitación, periódicos y revistas. En 
cada uno de estos lugares, el sociólogo puede encontrar el campo idóneo para desarrollar 
un trabajo imaginativo y valioso que responda a las necesidades de la sociedad y reafirme 
su compromiso objetivo y responsable con ella. 
Por otra parte, debe subrayarse que el momento actual es particularmente emocionante 
para la reflexión sociológica. El acelerado desarrollo de la tecnología, que ha facilitado 
la comunicación mundial y un mayor intercambio de ideas, favorece una infinidad de 
alternativas de análisis en donde se comparen situaciones y puntos de vista, se compartan 
y discutan nuevas propuestas teóricas, se aprovechen los conocimientos de las ciencias 
naturales y se flexibilicen los puntos de vista, de manera que surjan enfoques cada vez 
más colectivos y más interdisciplinarios, lo cual seguramente redundará en el futuro en un 
conocimiento más rico y propositivo por parte de las ciencias sociales en su conjunto.
�9Capítulo �: Sociología y sociedad
Actividades complementarias
 1. Revisa los recuadros y ubica a los autores en el cuadro de las últimas 
páginas. Busca información en Internet sobre aquellos que no encuen-
tres.
 2. Separen el grupo en dos equipos y haga cada equipo una encuesta para 
saber la opinión de sus compañeros del otro equipo sobre alguna cues-
tión de actualidad. Comparen resultados.
.
Bibliografía
Si te interesa profundizar en los temas tratados en este capítulo, puedes 
consultar alguno de los siguientes libros: 
Berger, Peter, Introducción a la sociología, Limusa, México, �97�. 
Boudon, R., Los métodos en sociología. A. Redondo, Barcelona, �978. 
Bourdieu, Chamboderon, Passeron, El oficio de sociólogo, Siglo xxI, Méxi-
co, �975. 
Bunge, Mario, La ciencia, su método y su filosofía, Siglo xxI, Buenos Aires, 
�975. 
Chinoy, Eli, La sociedad: una introducción a la sociología, FCE, México, 
�966. 
duvignaud, Jean, Introducción a la sociología, Tiempo Nuevo, Venezuela, 
�966. 
FriedriChs, Robert, Sociología de la sociología, Amorrortu, Buenos Aires, 
�977. 
giddens, Anthony, Sociology, London, Blackwell, �a. Edición, �00�. In de-
fense of sociology, Polity Press, Cambridge, �996.
gonzález Casanova, Pablo, Las categorías del desarrollo económico y la 
investigación en ciencias sociales, UNAM, México, �967. 
irving, Louis Horowitz, Ideología y utopía en los Estados Unidos, FCE, 
México, �980. 
leal y Fernández, Juan Felipe et al., La sociología contemporánea en Méxi-
co, FCPyS/UNAM, México, �99�. 
Mills, C. W., La imaginación sociológica, FCE, México, �96�.
Padua, Jorge, Técnicas de investigación aplicadas a las ciencias sociales. 
FCE, México, �979.
Wallerstein, Emanuel (coord.), Abrir las ciencias sociales, Siglo xxi, Méxi-
co, �996. 
WeBer, Max, El político y el científico, Alianza Editorial, Madrid, �97�. 
WeBer, Max, Ensayos de metodología y sociología, Amarrortu, Buenos 
Aires, �97�. 
.
Capítulo
El pEnsamiEnto 
sociológico
A lo largo de la historia diversos pensadores han com-
prendido e interpretado a la sociedad. Este capítulo hace 
un recorrido por los momentos más relevantes de la histo-
ria de la sociología y tiene los siguientes apartados:
21
2
22
La reflexión sobre la 
sociedad: de Platón a 
los Derechos del Hombre
El pensamiento social y su evolución desde la Grecia antigua 
y el Renacimiento; el comienzo de la reflexión sobre el poder y 
los fenómenos económicos, y la aparición del individuo como 
centro de la explicación social en el liberalismo que conduce a 
la independencia de Estados Unidos, la Revolución Francesa 
y las guerras de independencia en Latinoamérica.
Las revoluciones y la 
transformación social
Presenta a la Revolución Francesa y la Revolución Industrial 
como precursoras del pensamiento sociológico en Europa. Ex-
plica los cambios que ambas acarrearon a la sociedad de su 
tiempo.
Nace la sociología
Expone el pensamiento de los “socialistas utópicos”, así como 
el de Henri de Saint-Simon y Augusto Comte, fundadores de la 
sociología.
Otros fundadores
Otros pensadores fundamentales continúan con la evolución 
del pensamiento sociológico: Herbert Spencer, Karl Marx y 
Max Weber.
La sociedad actual ¿Cómo ha cambiado la sociedad?, ¿cuáles son los nuevos 
problemas que motivan a la reflexión sociológica?
23Capítulo 2: El pensamiento sociológico
La reflexión sobre la sociedad: de Platón 
a los Derechos del Hombre
En su avancE, la ciencia tiende a convertirse en conocimiento universal. Así como la 
circulación de la sangre, la ley de gravedad o la existencia de los microbios se han inte-
grado al conocimiento del sentido común, el lenguaje sociológico también ha adquirido 
paulatinamente un lugar en el habla cotidiana: nos referimos con toda naturalidad a las 
clases medias, la ideología capitalista, la búsqueda de status, la legitimidad de los gobier-
nos o los medios masivos de comunicación. Sin embargo, para que se diera este traslado 
de los conceptos sociológicos a la cultura general, la sociología ha tenido que recorrer un 
largo trecho desde los primeros pensadores sociales hasta que, durante la primera mitad 
del siglo xix, definió su campo de estudio y surgió como disciplina autónoma.
En la historia del pensamiento occidental, la reflexión en torno a la sociedad se remon-
ta, cuando menos, a los griegos. Tanto en los Diálogos de Platón (en particular en “El 
Banquete” y “Las Leyes”) como en la Política de Aristóteles se abordaba el tema desde 
una perspectiva filosófica, encaminada sobre todo a encontrar la forma que la sociedad 
debería asumir para lograr un orden justo en el cual pudiera manifestarse la virtud de los 
hombres, considerada como meta de la vida social.
Durante el Renacimiento, una preocupación similar llevó a algunos importantes pen-
sadores a elaborar textos filosófico-literarios acerca de sociedades perfectas: ejemplos 
conocidos de ellos son La ciudad del sol, de Tommaso de Campanella, y la famosa Uto-
pía, de Tomás Moro, escrita en 1516. Notables ejercicios de imaginación, ambas obras 
contenían una crítica a la sociedad de su tiempo y a la vez expresaban la posibilidad de 
que existieran sociedades dichosas en el orden y la buena organización a partir del ejerci-
cio de las mayores virtudes humanas.
El avance de la economía capitalista y la formación de los estados-nación durante los 
siglos xvi y xvii orientaron la reflexión social hacia la economía y la política. Nicolás Ma-
quiavelo, Jean Bodin, Thomas Hobbes y John Locke estudiaron la relación entre los hom-
bres y el poder, y reflexionaron acerca de las razones de las colectividades para aceptar 
el poder del Estado, de las características de ese poder y de las obligaciones respectivas 
que imponía al soberano y al súbdito. Con ello sentaron las bases de la teoría jurídica del 
Estado y la moderna ciencia política.
Por su parte, otros autores como Thomas Mun, François Quesnay y Adam Smith ini-
ciaron el debate teórico acerca de cuestiones como la producción, el valor de las cosas, 
el significado del dinero y la importancia del comercio. Sus aportaciones, fundamentales 
para el estudio de la economía moderna, fueron además tomadas en cuenta por los gober-
nantes de la época para orientar las economías nacionales.
Para todos estos autores, la sociedad no era sino un conglomerado más o menos su-
jeto a los vaivenes de la política y la economía. Prevalecía la idea de que el hombre es 
fundamentalmente egoísta (“el hombre es el lobo del hombre”, decía Hobbes), y que 
voluntariamente acepta un conjunto de controles que se ejercen sobre él para permitirle 
vivir en sociedad. Interesaba ante todo la defensa del Estado monárquico, la propiedad y 
las nacientes reglas de la economía capitalista. Aun relativamente dispersas en pequeñas 
aldeas y ciudades de no más de ciento cincuenta mil habitantes, las personas eran vistas 
Hacia la sociología24
Utopía
“...Tiene la isla 54 ciudades, grandes, magníficasy absolutamente idénticas en 
lengua, costumbres, instituciones y leyes; la situación es la misma para todas e 
igual también, en cuanto lo permite la naturaleza del lugar, su aspecto exterior. 
Las más próximas distan entre sí 24 millas, pero ninguna está tan aislada que no 
pueda irse de una a otra en el espacio de un día.”
“Para tratar de los asuntos comunes a la isla, tres delegados de edad y 
experiencia por cada ciudad se reúnen anualmente en Amauroto que, por estar 
situada casi en el centro de la isla, resulta la más cómoda para los representantes 
de las demás y se la tiene por primera y principal. La distribución del terreno entre 
las ciudades se hizo de manera tan acertada que cada una tiene no menos 
de veinte millas a la redonda y aún más, naturalmente, cuando es mayor la distan-
cia entre las mismas. Ninguna de ellas siente el deseo de ensanchar sus confines 
pues los habitantes se sienten más cultivadores que dueños de las tierras. Tienen 
distribuidas convenientemente por el campo casas dotadas de instrumentos rústi-
cos que los ciudadanos habitan por turno. Cada familia campesina cuenta con no 
menos de cuarenta miembros entre hombres y mujeres, además de dos siervos 
de la gleba, y está dirigida por un padre y una madre experimentados y maduros; 
a cada trescientas familias se les señalaba un filarca.”
Moro, Tomás, Utopía, Sopena, Buenos Aires, 1941.
.
principalmente como súbditos de un poder político y no como integrantes de una colec-
tividad.
La tendencia prevaleció en el pensamiento liberal que se inició con los filósofos de 
la Ilustración y continuó a lo largo del siglo xix. Los liberales, para quienes la socie-
dad constituía —como dijo un historiador moderno— una “anarquía de competidores 
iguales”, establecieron como punto de partida la capacidad de los hombres, dotados de 
razón, libertad y afán de felicidad, para enfrentarse en condiciones de igualdad. La so-
ciedad se concebía como una suma de individuos, cada uno con sus propios proyectos y 
ambiciones, unidos por alguna forma de “contrato” que les permitía establecer relaciones 
útiles entre sí.
El economista inglés Adam Smith (1723-1790) sostenía, por ejemplo, que la sociedad 
dependía de la libertad con que unos cuantos individuos pudieran generar e intercambiar 
sus productos en el mercado. Según Smith, los nacientes capitalistas invertirían segura-
mente en aquello que tuviera más demanda y que, por lo tanto, les reportara la mayor 
ganancia. Al satisfacer una necesidad evidente, el productor libre contribuiría automáti-
camente al bienestar de la sociedad entera. Hoy las teorías de Smith son fundamento del 
llamado “neoliberalismo”.
El mismo Jean-Jacques Rousseau, cuyas obras dieron sustento ideológico a la Revo-
lución Francesa de 1789, tuvo inicialmente al sujeto político, al ciudadano, como centro 
25Capítulo 2: El pensamiento sociológico
de interés. En sus primeros trabajos (Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los 
hombres, 1755) su actitud hacia la sociedad era más bien de rechazo: veía al individuo 
como una víctima de la sociedad. Sin embargo, en el Contrato social sostuvo que a pesar 
de que el hombre ha nacido libre, no encuentra mejor manera de vivir en sociedad que 
renunciando a su libertad prístina a cambio de participar en la creación del Estado a través 
de la llamada voluntad general.
Como Rousseau, otros brillantes pensadores de fines del siglo xviii —Voltaire, Em-
manuel José Sieyés y el Conde de Mirabeau, entre otros— reflexionaron acerca de la vida 
social y produjeron ideas fundamentales para el establecimiento de la naciente democra-
cia. No obstante, predominó la creencia en el sujeto individual como punto de partida, 
motor y sostén de la sociedad.
Esa fe en el individuo, la razón y la fuerza de la libertad y la igualdad intrínsecas de 
los hombres como fundamentos de una sociedad feliz, fue la que nutrió a la Revolución 
Francesa, al movimiento de independencia de los Estados Unidos y al pensamiento de los 
libertadores en las colonias españolas del resto de América. Thomas Paine, George Jac-
ques Danton y Maximilien de Robespierre profesaban, junto con Simón Bolívar, Miguel 
Hidalgo y Thomas Jefferson, esta creencia liberal en las potencialidades del individuo y 
en que, como ha dicho otro autor, “los designios sociales eran una suma aritmética de 
designios individuales”. Los principios liberales: la defensa del individuo, su libertad y 
su igualdad ante la ley quedarían plasmados en la Declaración de Derechos del Hombre 
en 1789.
Las revoluciones y la transformación social
La Revolución Francesa hizo posible que la sociedad se considerara desde un nuevo 
punto de vista. Con ella, las “masas” irrumpieron en el escenario político y obligaron a 
los seres humanos a pensar en la sociedad como un ente colectivo en cuyo seno latía un 
enorme potencial de cambio. La radical transformación sufrida por Francia y finalmente 
por Europa y América a raíz de la Revolución Francesa produjo un verdadero cambio 
en las mentalidades. Al impulso precursor de Montesquieu, cuyo interés por el estudio 
sistemático de la sociedad se adelantó muchos años al surgimiento de la sociología, quizá 
debería sumarse esa toma de conciencia propiciada por la revolución.
A la vuelta del siglo xix el “colectivismo” empezaba a sustituir al individualismo y la 
sociedad a considerarse como algo digno de análisis y, tal vez, la misma consideración 
con que en las décadas anteriores se habían estudiado los fenómenos naturales.
Además de la Francesa, otras dos revoluciones contribuyeron a desarrollar el interés 
por la sociedad: la Revolución Científica y, principalmente, la Revolución Industrial. Nos 
referimos, en el primer caso, a la gran cantidad de descubrimientos que desde media-
dos del siglo xvii se venían produciendo en las ciencias naturales a partir de la utiliza- 
ción del método experimental. Robert Boyle, Robert Hooke, Pierre Gassendi y, por 
supuesto, Isaac Newton, habían logrado enormes avances en el terreno de las matemáti-
cas, la física, la química y el estudio de la mecánica celeste. Sus descubrimientos demos-
traron que el mundo de las cosas podía ser comprendido, explicado y puesto a prueba, 
¿por qué no intentar eso mismo con el mundo de los seres humanos?
Hacia la sociología26
El ejemplo de los científicos despertó en otros intelectuales la convicción de que la 
sociedad podía estudiarse con la misma precisión que los objetos físicos. Ése era el afán 
del conde Henri de Saint-Simon cuando afirmaba que “el método de las ciencias naturales 
debía aplicarse a la política”, así como de Auguste Comte, quien pretendía construir “la 
ciencia verdadera del desarrollo social”. Ya no se trataba de realizar una reflexión filo-
sófica sino de utilizar la experiencia en la formulación de leyes que, como sucedía en las 
ciencias naturales, dieran cuenta de las regularidades del proceso social.
Al mismo tiempo, con más fuerza aun que en las ciencias naturales, los cambios pro-
ducidos en la sociedad por la Revolución Industrial motivaron a muchos hombres inte-
ligentes y observadores a emprender un análisis social que condujera a la solución de 
grandes problemas.
Se llamó Revolución Industrial a la introducción de adelantos técnicos en los talleres 
de hilado y tejido de la lana en Inglaterra y Escocia, que dieron paso a un acelerado pro-
ceso de industrialización en toda Europa a partir de 1760. A las máquinas accionadas por 
la fuerza animal o humana sucedieron las que utilizaban la fuerza hidráulica, que a su vez 
fueron reemplazadas muy pronto por la máquina de vapor. Súbitamente, las posibilidades 
de la producción se habían transformado: un fabricante podía de pronto abarcar un enor-
me mercado e incrementar sus ganancias a un ritmo mucho más acelerado. La sociedad 
no tardaría en sufrir las consecuencias de estos cambios.
Estos adelantos técnicos intensificaron el proceso de creación de fábricas y, con él, 
la explotación de los trabajadores. A medida que aumentabael ansia de ganancias las 
condiciones empeoraban: cientos de obreros se hacinaban en espacios reducidos y en 
pésimas condiciones de iluminación y ventilación; la jornada de trabajo se prolongaba 
hasta dieciséis y veinte horas; niños y mujeres eran incorporados sin distingos al proceso 
de producción.
Al mismo tiempo, el modo de vida rural se volvía urbano: las ciudades se desarrolla-
ban en torno a las fábricas, a medida que miles de campesinos emigraban de otras zonas 
para incorporarse al proceso industrial. En 1789 el mundo era todavía predominante-
mente rural. En Europa, sólo París y Londres rebasaban el medio millón de habitantes; 
la población estaba dispersa en pequeñas villas de 30 a 40 mil habitantes y apenas unas 
cuantas grandes ciudades podían considerarse centros urbanos importantes. Hacia 1850, 
las nuevas urbes industriales se habían multiplicado: Manchester, Liverpool, Glasgow, 
Lyon y Hamburgo, junto con Filadelfia, Pittsburgh y Baltimore en Estados Unidos, habían 
crecido a un ritmo vertiginoso y contaban con poblaciones de 100 a 400 mil habitantes. 
París ya tenía un millón y Londres más de dos millones. El mundo rural daba paso a un 
mundo urbano, con nuevos problemas y situaciones.
Nace la sociología 
La industrialización, la aparición de los grandes núcleos urbanos, el surgimiento de la 
clase obrera y las penosas condiciones de vida de esta última influyeron en la vida colec-
tiva de los seres humanos y llevaron a los intelectuales a iniciar un estudio sistemático y 
razonado de la vida social. Éstos percibían que aun cuando el mundo se había transforma-
do, las personas no eran por ello más felices. Las expectativas surgidas de la Revolución 
Francesa e, incluso, del imperio napoleónico se enfrentaban a la dura realidad de la des-
27Capítulo 2: El pensamiento sociológico
igualdad, la pobreza y la inestabilidad política. Muchos pensadores respondieron a ello 
con propuestas en torno a la sociedad, ya considerada como un ente colectivo con reglas 
propias. Aunque la preocupación se centró por un lado en el restablecimiento del orden, 
trastornado desde la revolución, la tendencia predominante se orientó hacia la reorganiza-
ción social y la solución a los problemas de la clase trabajadora. Surgieron así las utopías 
socialistas, producto de la imaginación de una generación de intelectuales que, como dijo 
Federico Engels, intentaron “descubrir un sistema nuevo y más perfecto de orden social 
para implantarlo en la sociedad desde fuera, por medio de la propaganda y, de ser posi-
ble, con el ejemplo, mediante experimentos que sirvieran de modelo”. William Godwin, 
Charles Fourier, Robert Owen y el conde Henri de Saint-Simon pertenecen a este grupo 
de autores conocidos como los socialistas utópicos, en cuyos proyectos de reorganización 
social latía el germen de lo que sería el estudio moderno de la sociedad.
Henri de Saint-Simon (1760-1825)
Henri de Saint-Simon anunciaba la aparición de una nueva clase social: la de los 
industriales que abarcaba lo mismo a los obreros que a los propietarios de las 
fábricas y cuya industriosidad se oponía al ocio y la molicie de la aristocracia y 
las burguesías financieras y agrícolas de su tiempo. Veía con beneplácito que 
se acercaba el momento en que esta nueva clase trabajadora y emprendedora se 
haría cargo no solamente de la producción sino del gobierno que dejaría de ser 
“el gobierno de las personas para dar paso a la administración de las cosas”. Al 
constatar igualmente el avance de la ciencia, visualizaba, en suma, un “irresistible 
movimiento que instaurará un nuevo poder espiritual en manos de los sabios y un 
nuevo poder en manos de los jefes de los trabajos industriales”.
Su famosa “parábola” proponía la eventualidad de que súbitamente desapa-
recieran de Francia tres mil hombres que incluyeran a los cincuenta primeros 
mejores físicos, químicos, poetas, relojeros, fabricantes de armas, arquitectos, 
mineros, ingenieros, fabricantes de algodón, etcétera, lo cual llevaría al país a 
un Estado de inferioridad que requeriría al menos de una generación “para 
remediar esta desgracia”. En cambio, si Francia perdiera de pronto a sus más 
importantes príncipes, condes, marqueses y señores, jerarcas de la iglesia, fun-
cionarios del Estado y grandes propietarios, ello a su entender, no tendría ninguna 
consecuencia importante: “no causaría pena más que bajo un punto de vista sen-
timental, pues de ello no resultaría ningún mal político para el estado”.
Por su fe en la capacidad para gobernar de esa nueva generación de hombres 
marcados por la utilización de las máquinas, el empleo del conocimiento y la des-
treza, y la creencia en el progreso, algunos autores consideran a Saint-Simon el 
padre del pensamiento tecnocrático.
Henri de Saint-Simon, “El organizador” en Ghita Ionescu, 
El pensamiento político de Saint-Simon, México, FCE, 1983.
.
Hacia la sociología28
Fue Henri de Saint-Simon (1760-1825) quien trazó el camino al anunciar el adveni-
miento de una nueva etapa en las sociedades, en la cual la racionalidad de la empresa 
industrial y la lógica de la producción ocuparían el lugar central. Comenzaría así la etapa 
“positiva”, caracterizada por la utilización de la ciencia en la comprensión de la realidad. 
La psicopolítica, como la denominó Saint-Simon inicialmente para luego utilizar también 
los nombres de “ciencia del hombre”, “fisiología social” y “fisiología positiva”, se aplica-
ría a la política y a la sociedad usando “el método de las ciencias de la observación”, cuyos 
elementos, según Saint-Simon, eran “el razonamiento y la experiencia”. Fundó así, de he-
cho, la ciencia social, aunque bautizarla correspondería a su discípulo: Auguste Comte.
Por su parte, Augusto Comte (1798-1857), quien fuera secretario de Saint-Simon du-
rante algunos años, se separó de él en 1823 y continuó desarrollando el sistema de pen-
samiento de su maestro, la llamada “filosofía positiva”, que Comte hizo culminar con la 
fundación de la ciencia de la sociedad, la sociología, disciplina totalizadora que según él, 
conduciría al verdadero progreso de la humanidad.
Para muchos autores, el mayor mérito de Comte fue haber inventado el neologismo 
“sociología” que en adelante designaría a la nueva ciencia (combinación de la raíz lati-
na societas, sociedad, y la griega logos, tratado). No obstante, es preciso reconocer su 
entusiasmo científico y su esfuerzo sistematizador, que lo llevaron a sintetizar y enunciar, 
como componentes imprescindibles de la sociedad, los dos temas que han sido funda-
mentales en la investigación social hasta nuestros días. Comte los llamó orden y progreso, 
que el hacía corresponder con la estática y la dinámica sociales.
Después de Comte, el desarrollo de las diversas corrientes sociológicas hasta el pre-
sente muestra, por una parte, esta inquietud por desentrañar las razones profundas que 
mantienen a las personas unidas dentro de una sociedad, les permiten vivir ordenada-
mente y los conducen a cohesionarse de nuevo después de aun los peores cataclismos. 
Por otra parte, la sociología se interroga acerca de las leyes que rigen el cambio social y 
acerca del conflicto, la desigualdad y la transformación constante de la sociedad en tanto 
tendencias que de pronto pueden asumir las proporciones de una nueva revolución.
Otros fundadores
Al mismo tiempo que Comte se preocupaba por el orden y el progreso sociales, el inglés 
Herbert Spencer (1820-1903) desarrollaba la sociología llamada evolucionista, basada 
en un paralelismo entre las sociedades y las diversas formas de la naturaleza, con las que 
encontraba grandes similitudes.
Interesado desde su juventud en las teorías evolucionistas, Spencer se adelantó al 
 mismo Charles Darwin, autor de El origen de las especies (1859), al estudiar los pro-
cesos de mutación de los organismos. En cuanto a la sociedad, Spencer sostenía que a 
lo largo de la historia ésta ha sufrido una serie de cambios provocados por la lucha por 
la supervivenciay la adaptación al medio ambiente, cambios que la han conducido a 
una creciente complejidad. Este autor equipara a la sociedad con un organismo vivo en 
el cual todas las partes son independientes y en el que funcionan una serie de sistemas 
—nutritivo, distributivo y militar— que, en forma similar a la circulación, la digestión 
o el sistema nervioso en el organismo vivo, desempeñan funciones muy precisas. Re-
volucionarias en el terreno científico, las teorías de Spencer, al igual que las de Comte, 
29Capítulo 2: El pensamiento sociológico
La dinámica social de Comte 
Auguste Comte explica el progreso de la humanidad como un proceso evolutivo 
del conocimiento de ésta acerca de la realidad. Las sociedades —decía— han 
atravesado por una etapa teológica, en la cual atribuyen a fuerzas superiores 
los fenómenos que no alcanzan a comprender (etapa que a su vez pasa por 
tres fases: fetichismo, politeísmo y monoteísmo); una metafísica, en la que se 
sustituyen las fuerzas sobrenaturales por conceptos filosóficos; y una positiva, en 
la cual triunfa la explicación científica. Así, el progreso es el tránsito de la sociedad 
hacia la civilización regida por la ciencia.
En su estudio acerca de la teoría sociológica, Nicholas Timasheff ha resumido 
en el siguiente cuadro las relaciones que Comte establecía entre cada etapa y las 
formas sociales que le correspondían. Observa cómo el desarrollo social culmina 
con una civilización regida por el amor y el respeto a la especie humana.
.
Etapa Desarrollo de Unidad social Tipo de orden Sentimiento
 la vida material predominante
Teológica Militar Familia Doméstico Cariño
Metafísica Legalista Estado Colectivo Veneración
Positiva Industrial Especie Universal Benevolencia
 (humanidad)
Nicholas, Timasheff, La teoría sociológica,
Fondo de Cultura Económica, México, 1961.
desembocaban en un conservadurismo político que a la postre las haría atractivas como 
fundamento de regímenes autoritarios.
No es posible concluir este breve recuento de los fundadores del pensamiento socio-
lógico sin hacer alusión a Karl Marx, creador del sistema teórico al que se conoce como 
materialismo histórico. Dotado de una inteligencia excepcional y reconocido como uno de 
los más grandes pensadores de todos los tiempos, Marx (1818-1882) nunca pretendió ser 
un sociólogo. Él partió de una perspectiva totalizadora que lo llevó a explorar muy diversas 
regiones de la realidad para llegar a comprenderla. Vinculó así la historia con la economía y 
la política para ofrecer una gran interpretación de la sociedad y del camino que los hombres 
deberían seguir para volverla más justa e igualitaria. Dos cuestiones sobresalen en su teoría: 
el postulado de que la producción económica constituye la base de toda la estructura social 
y el punto de partida para entenderla, y la noción de que las sociedades se transforman a 
partir de las fuerzas sociales que se desarrollan en su interior y que, en el caso de la sociedad 
capitalista moderna, llevarían inevitablemente a la toma del poder por la clase oprimida: el 
proletariado. Sobre esto versa con detalle el capítulo 4.
El rechazo de Marx hacia todas las teorías sociales que lo precedieron y otros pensado-
res de su tiempo, aunado a la audacia de sus afirmaciones y a su militancia revolucionaria, 
Hacia la sociología30
lo apartaron durante su vida y mucho tiempo después de su muerte de lo que se llamó 
sociología académica, es decir, de la ciencia social que a partir de las ideas de Comte y 
de Spencer empezó a desarrollarse en las universidades europeas y americanas. No fue 
sino hasta fechas muy recientes que la sociología académica se reconcilió con las ideas 
marxistas, las cuales, pulidas por el tiempo y enriquecidas con las aportaciones de nuevos 
especialistas, se incorporaron al conocimiento sociológico.
Otros importantes autores del siglo xix y principios del xx contribuyeron a conformar 
los grandes caminos teóricos de la sociología moderna: Max Weber (1864-1920), quien 
propuso una metodología basada en la objetividad y el estudio de la acción social; Émile 
Durkheim (1858-1917), quien impulsó la utilización de los datos estadísticos y se inte-
resó por las formas de cohesión internas de la sociedad, y Vilfredo Pareto (1848-1923), 
quien desarrolló una teoría de las élites y destacó la importancia de los actos inconscien-
tes o ilógicos dentro de la sociedad. Todos estos autores constituyen el punto de partida 
de una reflexión que tiene a la colectividad como objeto de estudio. También volveremos 
a hablar de ellos más adelante.
Así, a lo largo de muchos años, la sociología ha formulado hipótesis que han sido com-
probadas o refutadas por la historia; ha elaborado conceptos y explicaciones que preten-
Sociedad y positivismo en México
En México el positivismo encontró a sus primeros seguidores desde 1867, cuando 
el doctor Gabino Barreda, quien había asistido a los cursos de Comte en París, 
pronunció en Guanajuato su famosa “oración cívica”, en la cual anunció la necesi-
dad de la ciencia en la explicación histórica y propuso el tema de “libertad, orden y 
progreso” como divisa de la historia mexicana. La fundación de la Escuela Nacio-
nal Preparatoria, en la que se proporcionaría “una educación metódica basada en 
la jerarquía de las ciencias positivas y emancipada de todo concepto metafísico y 
teológico” —como diría uno de sus impulsores—, asentó el dominio de las ideas 
positivistas en la educación, las cuales, al menos durante una década, constitu-
yeron un movimiento renovador que desterró la influencia religiosa de la educa-
ción y alentó la investigación científica en el país. Más tarde, durante el porfiriato, 
el positivismo se convertiría en la doctrina sustentada por el grupo en el poder —el 
pueblo se refería a ellos como “los científicos”— y abandonaría sus anhelos de 
conocimiento y de humanismo para convertirse exclusivamente en una teoría del 
orden y de la dominación.
No obstante, la sociología ya había encontrado su camino en nuestro país. Al 
parecer, la primera cátedra se impartió en 1896 en la Escuela Nacional Prepara-
toria y algunos años más tarde se implantó como materia obligada en la Escuela 
de Jurisprudencia. En 1909, don Andrés Molina Enríquez publicó un libro llamado 
Los grandes problemas nacionales, en el cual, con las armas intelectuales que 
le brindaban las teorías sociológicas de Comte y de Spencer, emprendía la ardua 
tarea de explicar la realidad del país a partir de lo que él llamaba “la ciencia del 
hombre colectivo”.
.
31Capítulo 2: El pensamiento sociológico
den ser universales, es decir, aplicables a todos los casos; también en ocasiones ha deste-
rrado estos conceptos ante la complejidad y diversidad de una vida social que demanda 
nuevas explicaciones. La sociología ha propiciado estudios profundos y detallados en tor-
no a problemas muy concretos y producido críticas implacables respecto de sus propias 
conclusiones y de su validez como ciencia; todo ello como parte de un afán infatigable de 
acercarse a desentrañar las singularidades de una sociedad en cambio permanente, pero 
también como una necesidad del sociólogo de ser partícipe de ese cambio. Justamente 
porque surge de una necesidad transformadora, sostiene el sociólogo francés Jean Duvig-
naud, la sociología “es hija de la Revolución”.
La sociedad actual
Nuestras sociedades distan mucho de parecerse a la que Comte o Marx trataron de expli-
car en el siglo xix. A la Revolución Industrial sucedieron ya, cuando menos, otras dos: 
una revolución energética y otra tecnológica. La primera se inició con la aparición del 
motor de combustión interna y la utilización industrial de la energía eléctrica, que a su vez 
llevaron al desarrollo de la siderurgia y de la industria del transporte, a la construcción 
de carreteras y a una nueva expansión industrial y urbana. La segunda transformación, la 
llamada “revolución tecnológica”, nos acerca cada vez más a una era automatizada en 
la que los robots y las computadorassustituirán al ser humano en infinidad de tareas.
Los seres humanos viajan al espacio y abren nuevas fronteras a la ciencia y la geografía 
política, mientras que los medios masivos de comunicación se desarrollan a un punto tal 
que podemos estar informados de lo que acaba de suceder hace sólo unos minutos en cual-
quier parte del globo terráqueo. Los dramas sociales se desarrollan con frecuencia ante los 
ojos de millones de espectadores. La televisión, el cine, la radio y los modernos sistemas 
de telecomunicación —como Internet— multiplican la información y, al mismo tiempo 
que acercan a las sociedades, ponen de manifiesto la diversidad de sus problemáticas. 
La sociología entra a la universidad 
La sociología de Comte y Spencer pronto encontró eco en América. En 1876 
William Graham Sumner, basado en el evolucionismo spenceriano, impartió el 
primer curso universitario de sociología en Estados Unidos (en la Universidad de 
Yale), con lo cual se adelantó muchos años a la primera cátedra europea de la 
nueva disciplina, que Émile Durkheim dictó en Burdeos a partir de 1887. Es inte-
resante anotar que Comte fue rechazado por la Universidad de París y dictó sus 
cursos en la Escuela Normal y en la Escuela Politécnica, cursos que no fueron 
de sociología sino de filosofía positiva. Por su parte, Spencer siempre rechazó la 
vida universitaria, mientras que Pareto y Weber impartieron cursos de economía, 
nunca de sociología. En 1882, Spencer viajó a Estados Unidos, donde obtuvo un 
enorme éxito, y sus seguidores se extendieron por todas las universidades esta-
dounidenses.
.
Hacia la sociología32
 Durante los últimos cien años se suscitaron dos guerras mundiales y se generó la ame-
naza de una tercera y definitiva conflagración que podría borrar del planeta a la especie 
humana.
Tras el triunfo de la Revolución de Octubre en Rusia, el socialismo se extendió por 
una gran cantidad de países con población total equivalente a más de la mitad de los 
habitantes del globo terráqueo, pero en la segunda mitad de la década de los ochenta 
del siglo xx fue severamente cuestionado por su rigidez política y económica, y reem-
plazado nuevamente por sistemas capitalistas y más democráticos, aunque sobrevive en 
algunas naciones, como China y Cuba. Por lo mismo, la división del mundo en dos gran-
des sistemas, a la cabeza de los cuales estaban Estados Unidos y la Unión Soviética, se 
modificó en las últimas décadas para dar paso a una nueva situación mundial que tiende 
hacia la creación de grandes bloques continentales. Decenas de países nacieron a la vida 
independiente durante el siglo, y ante el aumento de la población mundial, las grandes 
potencias comenzaron a voltear hacia el espacio exterior como territorio colonizable y 
posible fuente de materias primas. Las relaciones económicas, las comunicaciones, el uso 
de las computadoras y el Internet, encaminan a las sociedades a un mundo en donde las 
fronteras tienden a hacerse menos rígidas y los procesos abarcan a todo el planeta: este 
concepto, relativamente nuevo, es el de la globalización.
El abismo que separaba a la clase obrera de la clase propietaria en la Europa de la 
Revolución Industrial, en muchas ocasiones es el que hoy separa a las naciones ricas de 
las naciones pobres. Hambrunas en África, migraciones masivas en Centroamérica, fabri-
cación de armas perfeccionadas en Israel o en Francia y luchas por la liberación nacional, 
han sido manifestaciones de la diversidad de una sociedad mundial que integra a muchas 
sociedades nacionales en muy distintas situaciones de riqueza, educación, participación 
política y felicidad individual. En unas y otras, en un contexto cada vez más liberalizado, 
nuevos grupos sociales reclaman atención: minorías étnicas, religiosas o sexuales, muje-
res organizadas, grupos ecologistas y estudiantes han añadido sus problemas a los nunca 
por completo resueltos de la clase trabajadora. El terrorismo, que, utilizado por los anar-
quistas, a fines del siglo xix amenazó la convivencia de las naciones europeas y presagió 
el fin de los grandes imperios, vuelve a aparecer, esta vez con una dimensión mundial y 
como expresión de diferencias culturales, sociales y políticas de raíces profundas.
Estudiar este mundo complejo e interdependiente, dar respuesta a grandes cuestiones 
relacionadas con su estructura global y con sus problemas particulares, orientar a quienes 
toman las decisiones, al mismo tiempo que explicar la situación en la que vive el ciuda-
dano común y corriente, son las tareas y responsabilidades de una sociología que hoy 
debe apresurarse y revisar muchos de sus supuestos teóricos para seguir acorde con la 
época. Sin embargo, ello no quiere decir que los sociólogos deben olvidarse de los padres 
fundadores de su disciplina. Muy por el contrario, en coyunturas como ésta, cuando la 
sociología debe ser creativa e inventar conceptos, es cuando más requiere ir a sus pro-
pios fundamentos y revisar a los clásicos, como hemos hecho a lo largo de este capítulo 
para hacer un balance de lo que ha sido su quehacer científico y estar en condiciones de 
ir hacia adelante. 
En los capítulos siguientes examinaremos algunos de los rasgos más importantes y 
significativos de las sociedades contemporáneas y mencionaremos, en cada caso, algunos 
elementos conceptuales y metodológicos que la sociología y otras disciplinas afines han 
desarrollado para su mejor comprensión.
33Capítulo 2: El pensamiento sociológico
Actividades complementarias
Busca en una enciclopedia o en la bibliografía sugerida información 
acerca de la vida y obra de los autores mencionados en este capítulo. 
En particular localiza a Platón, Aristóteles, Tomás Moro, Jean–Jacques 
Rousseau, Charles Darwin y Karl Marx.
Entre 1789 y 1792 se produjeron los acontecimientos más importantes 
de la Revolución Francesa. Investiga y haz una pequeña cronología.
Discute con tus compañeros y tu profesor situaciones o problemas que 
podrían ser objeto de una investigación sociológica.
.
1.
2.
3.
Bibliografía
Si te interesa profundizar en los temas tratados en este capítulo, puedes con-
sultar alguno de los siguientes libros: 
a) Sociología: 
	 Montesquieu, Charles-Louis, Del espíritu de las leyes, Editorial Porrúa, 
México, 1995.
b) Revolución Francesa:
	 Clark, George, La Europa moderna 1450-1720, FCE (Breviarios), Méxi-
co, 1963.
	 HobsbawM, Eric, Las revoluciones burguesas, Guadarrama, Madrid, 
1964.
 kuCzynski, J., Evolución de la clase obrera, Guadarrama, Madrid, 1967.
 Manfred, A., La gran Revolución Francesa, Editora Universitaria, La Ha-
bana, 1965.
 VoVell, Michel, Introducción a la historia de la Revolución Francesa, Crí-
tica/Grijalbo, México, 1984.
c) Historia del pensamiento social:
	 alexander, Jeffrey, Las teorías sociológicas desde la Segunda Guerra 
Mundial, Gedisa, Barcelona, 1990.
 aron, Raymond, Las etapas del pensamiento sociológico, Siglo xx, 
Buenos Aires, 1970.
	 Cole, G. H., Historia del pensamiento socialista, Tomo I, Los precurso-
res, FCE, México, 1984.
 GurVitCH, G., Los fundadores franceses de la sociología contemporá-
nea: St. Simon y Proudhon, Nueva Visión, Buenos Aires, 1970.
	 Mayer, J. P., Trayectoria del pensamiento político, FCE, México, 1968.
	 sabine, George, Historia de la teoría política, FCE, México, 1972.
	 tiMasHeff, Nicholas, La teoría sociológica, FCE, México, 1961.
.
Capítulo
Los protagonistas 
sociaLes
Las formas en que los seres humanos se relacionan den-
tro de la sociedad, así como las actuaciones que estos 
modos de agrupación determinan, constituyen uno de los 
puntos de partida fundamentales del estudio sociológico. 
Este capítulo revisa estas categorías fundamentales y tie-
ne los siguientes apartados:
35
3
Grupos primarios 
y secundarios
La asociación de los individuos produce grupos de dos tipos: los 
primarios, que incluyen al grupo de juegos, de amigos y princi-
palmente a la familia; y los secundarios, que incluyen diversos 
tipos de asociaciones establecidascon un fin específico.
La familia
El más importante de los grupos primarios ha estado y sigue 
estando sujeto a una constante evolución de la que derivan 
cambios y tipologías.
Acción y actores
Este apartado revisa la teoría de la acción social, de Max 
Weber, como una forma de entender la vida colectiva, y refiere 
cómo fue reelaborada por el estructural-funcionalismo de Tal-
cott Parsons y sus seguidores.
La estratificación
Este concepto, derivado del funcionalismo, intenta explicar las 
desigualdades de nivel entre los individuos a partir del status, 
el esfuerzo y el premio que merecen ciertas actividades impor-
tantes para la sociedad.
Movilidad social
Este concepto, muy relacionado con la estratificación, tiene 
como objetivo explicar el paso de un estrato a otro o de un 
papel a otro dentro de una sociedad.
Las clases sociales
Dada la importancia de la clase social, como concepto deriva-
do de la teoría marxista, este capítulo la aborda deteniéndose 
a explicar su carácter histórico, su determinación económica, y 
su relación con la superestructura y el cambio social.
La acción colectiva: 
movimientos y 
organizaciones
Las formas de acción colectiva y las teorías que las han estu-
diado son el tema de este apartado, que hace mención de la 
teoría de la estructuración de Giddens, los movimientos socia-
les, las asociaciones y la teoría de la organización.
Élites y masas
Referencia a la distinción entre élite como un sector privilegia-
do por el poder, la cultura o el dinero y las masas como expre-
sión social amorfa, mediocre y manipulable.
37Capítulo 3: Los protagonistas sociales
La sociedad está formada por individuos que actúan colectivamente. Ya sea como 
parte de su familia, grupo escolar, núcleo de trabajo, sindicato o club, los seres humanos 
realizan actividades que guardan una estrecha relación con las de otros seres humanos. Es 
en esas actividades que se constituyen a sí mismos como sujetos sociales y se convierten, 
por ello, en objeto de estudio de la sociología. 
Analicemos nuestra vida cotidiana: todos somos sujetos sociales en tanto que convivi­
mos con los demás, pues desempeñamos las tareas que se nos han asignado y cumplimos 
con las obligaciones impuestas por la familia, la religión o la ley; expresamos nuestro 
acuerdo o desacuerdo con lo que sucede; nos reunimos en un partido político, una aso­
ciación de servicio o un grupo de estudio; nos divertimos con amigos y aprendemos de la 
experiencia de quienes nos han precedido. 
Sin embargo, lo anterior no significa que la sociedad, como conjunto, tenga un carác­
ter homogéneo. Por lo general, la actividad colectiva se desarrolla en un escenario mar­
cado por profundas contradicciones cuyo origen es la desigualdad entre los hombres. Las 
costumbres, el ingreso, la educación y las formas de ganarse el sustento de los integrantes 
de una sociedad difieren, a veces, de manera drástica. Junto con los anteriores, otros 
factores como el género, la edad, la ocupación o la creencia en una causa determinada 
separan a los hombres y los llevan a pertenecer a grupos diferenciados y en ocasiones 
antagónicos. 
Es por ello que en el estudio de lo social es preciso tener presentes estos dos elemen­
tos fundamentales: 1) la acción colectiva de los hombres y 2) la desigualdad intrínseca 
de la sociedad. En torno a estos dos aspectos fundamentales y a la relación que guardan 
entre sí, la sociología ofrece diversas explicaciones que analizaremos a lo largo de este 
capítulo.
Grupos primarios y secundarios
Una primera y más o menos elemental explicación de la actividad colectiva de los hom­
bres se da a partir de la existencia de los grupos llamados primarios y secundarios. 
Los grupos primarios son aquellas formas de asociación natural o voluntaria en las 
que los individuos comparten valores y conductas sin necesidad de formalizarlos. Se 
basan fundamentalmente en la consanguinidad, la simpatía o el afecto, aunque a veces 
intervienen elementos como el respeto o el temor. Así, los compañeros de clase, el grupo 
de amigos que se reúne a jugar boliche o dominó, la pandilla juvenil y los integrantes de 
una generación escolar constituyen grupos primarios, los cuales se identifican por existir 
con el único fin de ser un grupo. A diferencia de una asociación de caridad, una empresa 
o un partido político, que sí tienen objetivos precisos, los grupos primarios constituyen 
un fin en sí mismos. 
Veamos el ejemplo de las bandas, que fue la forma de organización de un enorme 
número de jóvenes en barrios marginales y zonas fronterizas de México en la década de 
1980. En ellas, sus miembros estaban vinculados por lazos de afectivos más que raciona­
les, y tenían una serie de relaciones no institucionalizadas pero sí integradas en un código 
interno tácito y generalmente inviolable. La observancia o no observancia de esas reglas 
Hacia la sociología38
El grupo primario: los chavos banda 
“Ahí en la secundaria empezamos a formar nuestra banda: puros chavos lacra. Yo 
me los jalaba. Luego íbamos a Santa Fe; de ahí agarrábamos un camión como 15 
o 20 chavos y nos íbamos a robar a las vinatas o a los carros de refrescos... Me 
puse mi candadito, una cadena con un candado en el cuello como los Sex Pistols. 
Mi pelo acá, me lo cortaba bien punk. Pulseras de esas de pico...” 
“Entonces empecé a vivir con estos chavos. Vivíamos en un cuartito tres cha-
vas y dos chavos. Ninguno estudiaba, todos nos dedicábamos a atracar. Con la 
banda me sentía mejor que con mi mamá. La banda era como mi familia, casi, 
casi, como mis hermanos...” 
“Por lo regular, nadie tiene ruca. Con otras bandas sí hay un resto de chavas, 
pero nosotros no. A mí me gusta más cotorrear con la banda que andar con cha-
vas y así somos todos. 0 sea, sí nos gustan pero casi nel...” 
Testimonios de adolescentes pertenecientes a “bandas”, 
en Jorge García Robles, ¿Qué transa con las bandas?, Posada, México.
.
implícitas iba en relación directa con la pertenencia al grupo: quien no las cumplía era 
excluido o expulsado. El premio al cumplimiento era, simplemente, pertenecer. Aunque 
por lo general se piensa que los jóvenes se asociaban en la banda para poder delinquir, 
lo cierto es que la banda constituía un fin en sí misma. En ella, el grupo no importaba 
como medio sino como resultado: la agresividad, la violencia, el lenguaje degradado 
o inventado y aun los actos delictivos fueron importantes para los “chavos banda” por­
que los identificaban como integrantes de un grupo frente al resto de una sociedad a 
la que rechazaban.
Para reflexionar
Una expresión distinta a la de las bandas mencionadas es la “Mara Salva­
trucha” agrupación que se origina en Centroamérica y actualmente tiene 
adeptos en todo el territorio mexicano y ciudades del sur de los Estados 
Unidos. Se caracteriza por una adhesión a reglas inviolables (entre ellas el 
tatuaje de los cuerpos), una propensión al uso de la violencia y una lealtad 
extrema a los secretos y rituales que dan identidad a sus miembros. En la 
medida en que obedecen a una jerarquía que frecuentemente va más allá 
del pequeño grupo y se dedica expresamente al delito, estas agrupaciones 
estarían más cerca del grupo secundario (basado en la asociación con un fin) 
que al primario, basado en la afinidad y la simpatía.
.
39Capítulo 3: Los protagonistas sociales
Además de los grupos primarios, los individuos pertenecen a otros grupos secunda-
rios dentro de esta perspectiva de análisis, cuyas relaciones están delimitadas por reglas 
establecidas y un ingreso formal: un sindicato, un partido político o una asociación de 
padres de familia entran en esta segunda clasificación que incluye las formas de agru­
pamiento basadas en la elección racional de cada miembro y en determinados fines que 
se persiguen a partir de una acción colectiva: la solución a problemas laborales, en el 
caso del sindicato; la toma del poder, en el del partido político; o el mejoramiento de las 
instalaciones escolares, en el de la asociaciónde padres. En todos ellos se requiere que 
cada persona haya tomado la decisión de pertenecer al grupo y aceptado someterse a los 
reglamentos correspondientes.
Algunos sociólogos con inclinación al detalle y la minuciosidad empírica han pro­
fundizado en las características internas de los diferentes grupos. Robert K. Merton, por 
ejemplo, enumera hasta veinticinco “propiedades” observables en los grupos, las cuales 
van desde el tamaño de éstos hasta su prestigio social, su autonomía y su grado de es­
tabilidad. Según el autor, todas ellas deberían analizarse en cada caso particular para 
comprender la singularidad del grupo y su lugar en la estructura global de la sociedad. 
Más adelante, en este mismo capítulo conoceremos como, a lo largo del siglo xx y par­
ticularmente en la segunda mitad del siglo, el número de asociaciones de todo tipo creció 
enormemente en todo el mundo, lo cual ha obligado a reconsiderar su estudio desde 
nuevas perspectivas. 
La familia
El grupo primario por excelencia es la familia, a la cual se pertenece no por decisión 
individual sino por haber nacido dentro de ella y aceptar sus reglas internas. Ya sea 
que se hable de la familia nuclear, compuesta exclusivamente de padre, madre e hijos, 
o que se le atribuya un sentido más amplio que abarque toda la gama de parentescos 
(abuelos, tíos, primos, sobrinos, etcétera) en cuyo caso se habla de la familia ampliada, 
el grupo familiar constituye la unidad social básica en la mayoría de las sociedades. En 
primer lugar, porque a través de la vida familiar el individuo se convierte en parte de la 
sociedad, se socializa. En segundo lugar, porque la familia es su primera y más natural 
forma de organización colectiva: la que otorga a los individuos su sentido de pertenencia 
a un grupo, les genera lealtades y les establece jerarquías. 
Sin embargo, la definición de lo que es el grupo familiar plantea algunas dificulta­
des. ¿Se trata de aquellos individuos vinculados por lazos de sangre? En tal caso habría 
que tener en cuenta que el padre y la madre se unen por una relación no consanguínea 
(que puede provenir del amor, la simpatía, el interés económico, la imposición de los pro­
pios padres, etcétera), y que es a partir de esa unión que la familia se integra. ¿Debemos 
referirnos entonces a quienes viven bajo un mismo techo? Entonces debería incluirse a 
sirvientes o a huéspedes permanentes, por ejemplo. 
Ambos elementos —el de los lazos de sangre y el de la casa compartida— deben 
tenerse en cuenta aunque no se puedan considerar como absolutamente determinantes 
porque, como vemos, la cuestión no es tan simple. Contribuye a complicarla la enorme 
variedad de formas que los grupos familiares asumen y han asumido en distintas épocas 
Hacia la sociología40
y diferentes sociedades. La experiencia de los antropólogos ha puesto de manifiesto que 
el grupo familiar no siempre adopta las características de la moderna familia occidental. 
En las islas Trobriand (en la Melanesia), Malinowski encontró que la forma del grupo 
familiar era semejante a la nuestra, pero no así el papel asignado a sus integrantes: el 
padre era el compañero sexual de la esposa, pero era el hermano de ésta quien ejercía la 
autoridad sobre los hijos de la pareja. Ello se debía a que los nativos de estas islas —por 
lo menos en 1927, cuando Malinowski llevó a cabo su investigación— ignoraban el papel 
desempeñado por el hombre en la reproducción y atribuían a los hijos una genealogía 
exclusivamente materna. Así, se consideraba tabú el tener relaciones sexuales con los 
propios hermanos o con los hermanos y sobrinos de la madre (hombres o mujeres), pero 
no con los del padre. 
El ejemplo de las islas Trobriand, que se repite con variaciones en muchas otras socie­
dades estudiadas por antropólogos y sociólogos (consultar el recuadro “La antropología 
y el estudio de la familia”) es interesante porque motivó una amplia reflexión en torno a 
la organización “natural” de la familia nuclear, pues se veía que a pesar de que la función 
biológica del padre era desconocida, bastaba la relación sexual con la madre para crear 
una serie de lazos entre aquél y los hijos, los cuales permitían la existencia del grupo 
familiar como organización básica. 
Experiencias como la descrita han llevado a muchos sociólogos a concluir que la fami­
lia existe como una organización social pequeña que se funda generalmente en la procrea­
ción y crianza de los hijos, y puede asumir formas muy distintas. En algunas predomina la 
consanguinidad y en otras la habitación compartida, pero en ambas priva la aceptación de 
una serie de reglas internas que, comúnmente, implican una división familiar del trabajo 
y un acuerdo acerca de los papeles que corresponde desempeñar a cada individuo. 
Entre los pueblos árabes, por ejemplo, los hijos de una madre establecen relaciones de 
respeto o simpatía con las otras esposas de su padre, y relaciones de hermandad con sus 
medios hermanos. En este caso es evidente que el padre y su casa constituyen el eje en 
torno al cual se organiza la familia, tanto la nuclear —que aquí incluiría a varias madres y 
a los hijos de todas ellas— como la ampliada, que comprendería a los padres, hermanos 
y parientes del padre y a los de todas las madres. 
Un ejemplo radicalmente distinto lo constituyen experimentos como el kibbutz en 
Israel, donde los niños viven sólo parcialmente con los padres y pasan la mayor parte de 
su tiempo en habitaciones colectivas con el resto de los niños de la comunidad. Aquí, el 
lazo consanguíneo continúa manteniendo la existencia de la familia, pero ésta se ha debi­
litado como organización social. 
Hay diversas manifestaciones, como la recién mencionada, que se han señalado co­
mo tendientes a la disolución de la familia (cuando menos de la familia occidental como 
grupo primario paradigmático). Por ejemplo, en la sociedad industrial contemporánea 
el creciente número de divorcios fragmenta la familia nuclear y establece nuevas y a 
veces complejas relaciones de parentesco: el padre que debe compartir a sus hijos con 
el nuevo compañero de la madre o viceversa; los hijos que tienen medios hermanos en 
dos familias —la del padre y la de la madre—, y a veces en tres o cuatro, cuando media 
más de un divorcio. Ello además de la consecuente multiplicación de la familia ampliada 
(nuevos abuelos, abuelas, tíos, etcétera). Simultáneamente se ha producido una leve, pero 
constante, transformación en los papeles tradicionales asignados a cada miembro. La 
incorporación de la mujer a las actividades productivas; el actual concepto de educación, 
41Capítulo 3: Los protagonistas sociales
La antropología y el estudio de la familia 
Más que la sociología, la antropología se ha ocupado de las distintas y complejas 
formas que la familia y el parentesco asumen en las distintas sociedades. Mali-
nowski, Radcliffe-Brown, René Dumont, Nadel y Claude Lévi-Strauss, entre otros, 
han hecho importantes desarrollos teóricos en los que el parentesco es justamente 
el punto de partida. Sin embargo, fue un jurista quien por vez primera estableció la 
preponderancia del matriarcado en las sociedades antiguas. Juan Jacobo Bachofen 
(1815-1887), interesado en el origen del derecho materno, realizó concienzudas 
investigaciones acerca de los autores clásicos griegos y romanos, así como sobre 
el trabajo de etnólogos y antropólogos de su época, para argumentar que en las so-
ciedades antiguas el origen de los hijos podía demostrarse sólo por línea materna, 
por lo cual las mujeres gozaban de un particular respeto y una importancia en la 
sociedad que se perdería al instituirse el derecho paterno, el patriarcado. 
La primera y, hasta la fecha, fundamental investigación sobre las formas de 
parentesco fue realizada por Lewis H. Morgan (1818-1881), quien vivió con los 
iroqueses del norte de Nueva York así como con grupos aborígenes australianos. 
Su experiencia, consignada en su obra más importante, Ancient Society (1877), 
le permitió elaboraruna clasificación de las familias que parecería corresponder 
a distintas formas de organización social y sirvió de base a Federico Engels para 
escribir su famoso folleto El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado. 
Morgan citaba, en orden de aparición histórica: 
a) La familia consanguínea. En ella, todos los hijos e hijas de una comunidad son 
hermanos y hermanas, pero también pueden actuar como cónyuges; la rela-
ción sexual está prohibida solamente hacia las generaciones superior (padres, 
abuelos) e inferior (hijos, sobrinos, etcétera).
b) La familia punalúa. En esta forma se elimina de la relación sexual a los her-
manos y hermanas nacidos de la misma madre. Más tarde, la prohibición se 
referirá también a las hijas e hijos de las hermanas de la madre. El sistema 
familiar tiende a organizarse por grupos (varias con varios esposos). 
c) La familia sindiásmica. Aquí se ha eliminado ya el matrimonio por grupos al 
aumentar la prohibición de mantener una relación sexual con gran cantidad de 
individuos ligados por complejas formas de parentesco: primos hermanos, pri-
mos segundos, sobrinos, etcétera. Sin embargo, el vínculo conyugal es frágil 
y, aunque el adulterio femenino se castiga, una vez disuelto el matrimonio los 
hijos pertenecen a la madre y ésta puede buscar un nuevo compañero. 
d) La familia monogámica. En ésta se ha dado ya la transición del derecho mater-
no al paterno: la característica de la monogamia es que garantiza la paternidad 
indiscutible del hombre a partir de la solidez de los lazos conyugales. Ello se 
explica, decía Engels, por la necesidad de heredar los bienes del padre a los 
hijos legítimos, de donde deducía la relación entre familia y propiedad privada. 
La monogamia conlleva, por lo mismo, la sumisión de la mujer y la desigualdad 
de las relaciones familiares, basadas en la opresión del sexo femenino.
.
Hacia la sociología42
que otorga a los niños un papel más activo dentro de la familia; los estudios acerca de la 
psicología del adolescente y, en general, una actitud más abierta en torno a las relacio­
nes humanas, han conducido a un debilitamiento del autoritarismo familiar que conlleva 
—como hacen notar algunos estudiosos— un cambio en el papel conservador y sociali­
zador que la familia ha desempeñado tradicionalmente. Al mismo tiempo, la vida urbana 
destruye lazos de parentesco más amplios y tiende a reducir a la familia a su expresión 
“nuclear”, la cual tiene vigencia en tanto los hijos no se separen y formen nuevas familias 
nucleares. 
A pesar de las tendencias señaladas, todo parece indicar que, debido a su relación con 
la satisfacción de las necesidades sexuales, la reproducción y los impulsos más elementa­
les del hombre, la familia seguirá existiendo como la forma grupal básica. Monogámica 
o poligámica, nuclear, ampliada o colectiva, la familia constituye el grupo con el cual se 
tiene la primera —y generalmente determinante— experiencia social. 
Acción y actores
Otro importante enfoque teórico para comprender la vida colectiva es la teoría de la 
acción social desarrollada por Max Weber, cuyos puntos principales ha recogido la so­
ciología estadounidense. 
La acción social, afirma Weber, es aquella actividad humana que está orientada por las 
acciones de otros hombres. Es decir, cada vez que actuamos “socialmente” estamos su­
poniendo una respuesta por parte de otros individuos. Un claro ejemplo de acción social 
es el intercambio de mercancías. En ese proceso, el vendedor ofrece su mercancía porque 
supone que se encontrará a su vez con un comprador, que entre los dos habrá formas de 
pago establecidas, que acaso se requiera de un regateo previo, etcétera. 
Weber hacía notar también que no toda acción entre seres humanos tiene carácter so­
cial y mencionaba como ejemplo un choque entre dos ciclistas: dada la falta de intención 
que caracteriza a un incidente de tránsito, éste tiene un carácter cercano al de un fenóme­
no natural. En cambio, la acción social se llega a producir cuando uno de los dos ciclistas 
evita el choque o ambos pelean después de él. 
Weber parte de que la acción social es fundamentalmente producto de una decisión 
individual por lo cual la clasifica a partir de la orientación del individuo que la realiza: 
1) racional con arreglo a fines, 2) racional con arreglo a valores, 3) afectiva y 4) tradicio­
nal. La diferencia entre los cuatro tipos de acción está dada por el grado de vinculación 
entre medios y fines. En otras palabras, una acción será en verdad racional cuando esté 
guiada por un fin previamente considerado por el propio actor. Sin embargo, las acciones 
más frecuentes son las tradicionales —regidas por la costumbre— y las afectivas, que 
provienen de los sentimientos, como se observa a continuación en el recuadro.
La teoría de la acción social fue recogida y reelaborada por Talcott Parsons, sociólogo 
de la primera mitad del siglo xx que desarrolló la teoría conocida como estructural­fun­
cionalismo. A partir de sus trabajos, de alto contenido teórico, la sociología estadouni­
dense popularizó el concepto de actor social, estrechamente relacionado con los de papel 
(rol) y status. 
Según esta teoría, todo individuo, en la medida en que se interrelaciona con los demás, 
es un actor social que participa en la sociedad de la misma manera que lo hace el actor en 
43Capítulo 3: Los protagonistas sociales
una obra de teatro, ajustándose al papel que se le ha asignado. Por lo tanto, las acciones 
sociales se producen a partir del desempeño de un papel o rol que conlleva, a su vez, una 
serie de normas que el actor debe respetar. Por ejemplo, el empleado de un banco debe 
no sólo desempeñar correctamente sus tareas, sino además cumplir con ciertos requisi­
tos de pulcritud y apariencia, trato con el público y deferencia a sus supervisores que 
generalmente le exigen sus empleadores. En el momento en que dejara de cumplir con 
estas normas —o pautas— su comportamiento se volvería extraño e incluso molesto para 
quienes le rodean; estaría desempeñando mal su papel. 
A lo largo de un día, un individuo puede desempeñar varios papeles: padre de familia, 
empleado público, estudiante de posgrado y jugador de ajedrez, por ejemplo. Cada uno de 
ellos conlleva un determinado comportamiento al cual debe ajustarse: siendo empleado 
probablemente no va a tratar a su jefe como trata a su hijo de cinco años, y seguramente 
su ropa y hasta su forma de hablar pueden modificarse cuando asiste a sus cursos univer­
sitarios, durante la tarde o cuando juega una partida de ajedrez. 
De acuerdo con el funcionalismo, la organización social surge de la relación entre 
papel y status. Es decir, dado que cada papel implica una serie de normas, también lleva 
asociado un determinado prestigio social: el status. Tal concepto se refiere a la opinión 
que el conjunto de la sociedad tiene de cada papel: un padre de familia tiene probable­
mente más status que un soltero, un banquero más que un elevadorista y un músico de 
moda más que un organillero. 
Un autor funcionalista afirma que el status “es una especie de marca de identificación 
social que coloca a una persona en relación con otra y que siempre implica algún tipo 
de papel”. Es decir, el status proviene de la percepción que la sociedad —o un sector de 
ella— tiene acerca de determinada actividad o determinado factor de prestigio.
 Por ello, el status es el concepto clave de la teoría de la estratificación, la cual cons­
tituye la respuesta dada por el funcionalismo al complejo problema de la desigualdad 
social. 
tipos de acción social según Weber
Acción social
 
 Racionalidad* 
    *La racionalidad se mide por el grado en que el medio utilizado corresponde al fin buscado.
Tradicional
Racional con
arreglo a fines
Afectiva
Racional con
arreglo a valores
Guiada por la 
costumbre
Guiada por la 
reflexión y el 
cálculo
Guiada por los 
sentimientos
Guiada por
convicciones 
morales, éticas
Hacia la sociología44
La estratificación
Aunqueexisten muchas variantes de la teoría de la estratificación, en términos generales 
se trata de una perspectiva que destaca la diferencia vertical entre los individuos. Sos­
tiene que a partir de ciertos factores —el más importante de los cuales es el status— la 
sociedad se organiza naturalmente de manera jerarquizada y piramidal. Así, en el nivel 
más bajo (estrato inferior) de la pirámide social estarían las personas de menores ingresos 
y escasa educación, ocupadas tal vez en labores manuales y poco estimuladas. La pirámi­
de continúa en forma ascendente hasta llegar al estrato superior, integrado por individuos 
con estudios superiores, altos ingresos y ocupaciones privilegiadas. 
De acuerdo con los defensores más ortodoxos de la estratificación, esto sucede porque 
la sociedad requiere de personas que cumplan con muy diversas funciones, otorgando 
diferentes recompensas a cada una de ellas a fin de que se sientan estimuladas para desem­
peñar las actividades que exigen mayor conocimiento o habilidad. Desde esta perspec­
tiva, las funciones más delicadas llevan asociado un mayor status y obtienen una mayor 
recompensa, que no es solamente económica sino también en términos de un grado ma­
yor de reconocimiento público, permisividad o autoridad. Todos esos factores sitúan a las 
personas en determinados estratos, que constituyen los escalones de la pirámide social. 
“La necesidad funcional que explica la presencia universal de la estratificación —sos­
tienen los autores estadounidenses Kingsley Davis y Wilbert Moore (consultar el recua­
dro “Estratificación: la desigualdad justificada”)— es precisamente la exigencia, sentida 
por toda la sociedad, de colocar y motivar a los individuos en la estructura social. 
Por consiguiente, la riqueza no debería considerarse como una expresión de la des­
igualdad sino como la recompensa a la funcionalidad de determinada tarea. Dicho de otro 
modo, aquellos papeles que cumplen una función importante en la sociedad, por ejemplo 
el de director de empresa, deben obtener una recompensa más alta. 
Talcott Parsons 
Talcott Parsons (1902-1979) ha sido uno de los más influyentes pensadores en 
el desarrollo de la sociología académica. Inspirado en las ideas de Weber, Pareto 
y Durkheim desarrolló su teoría del sistema social como un todo estructurado y 
definido a partir de las acciones sociales de los hombres, orientadas a su vez 
por otros sistemas como el psicológico, el ambiental y, principalmente, el cultural, 
en donde las normas juegan un papel determinante como cohesionadoras de la 
sociedad. Profesor de la Universidad de Harvard, en Estados Unidos, sus aportes 
teóricos están contenidos en infinidad de artículos y en sus dos libros principales: 
La estructura de la acción social (1937) y El sistema social (1951). Conocida como 
estructural–funcionalismo, su teoría ha sido divulgada y simplificada por muchos 
de sus seguidores, entre los que destacan Marion Levy, Kingsley Davis, Eli Chinoy 
y Edward A. Shils. En años recientes, el pensamiento de Parsons ha tenido un 
resurgimiento a partir de autores como Jeffrey Alexander y Niklas Luhman. 
.
45Capítulo 3: Los protagonistas sociales
Estratificación: la desigualdad justificada* 
“Si los deberes relativos a las diferentes posiciones fueran todos igualmente gra-
tos al organismo humano, todos igualmente importantes para la supervivencia de 
la sociedad y requirieran todos de la misma capacidad o del mismo talento, no 
importaría quién ocupara esta o aquella posición, y el problema de la colocación 
social se vería reducido en gran medida. Pero de hecho, tiene gran importancia no 
solamente porque algunas posiciones son intrínsecamente más agradables que 
otras, sino también porque algunas requieren talento o adiestramiento especiales 
y algunas son funcionalmente más importantes que otras. También es esencial 
el hecho de que los deberes inherentes a las posiciones se cumplan con la dili-
gencia que su importancia requiere. Por tanto, es inevitable el hecho de que una 
sociedad deba tener, en primer lugar, ciertos tipos de recompensas que puedan 
obrar como incentivos y, en segundo lugar alguna manera de distribuir estas re-
compensas diferencialmente de acuerdo con las posiciones. Las recompensas y 
su distribución se convierten en parte integrante del orden social, dando lugar así 
a la estratificación. 
Podemos preguntarnos de cuántos tipos de recompensa dispone una sociedad 
para distribuir su personal y asegurar los servicios esenciales. En primer lugar, 
tiene las cosas que contribuyen al sustento y al confort; en segundo, las que 
contribuyen a la diversión y a la distracción; y, finalmente, las que contribuyen 
al autorrespeto y a la autoafirmación. Esta última, a causa del peculiar carácter 
social del yo, es fundamentalmente una función de la opinión ajena, pero reviste, 
sin embargo, una importancia similar a la de las otras dos. En cualquier sistema 
social los tres tipos de recompensas deben ser dispensados diferencialmente a 
los deberes de la posición (los que para el interesado son derechos son consi-
derados usualmente como deberes por los otros miembros de la comunidad). 
Pero puede existir una serie de derechos subsidiarios y compensaciones que no 
resultan esenciales para la función de la posición y que están conectados sólo in-
directa y simbólicamente con los deberes de la misma y que, sin embargo, pueden 
tener notable importancia para inducir a las personas a buscar la posición misma 
y a cumplir con sus deberes esenciales. Si los derechos y los privilegios de las 
diversas posiciones en una sociedad deben ser desiguales, entonces la sociedad 
debe estar estratificada, porque esto es, exactamente, lo que quiere decir la estra-
tificación. La desigualdad social es, de ese modo, un recurso inconscientemente 
desarrollado a través del cual las sociedades se aseguran que las posiciones más 
importantes estén ocupadas responsablemente por las personas más calificadas. 
Toda sociedad, sin importar lo simple o compleja que sea, debe, por lo tanto, di-
ferenciar a las personas tanto en términos de prestigio como de estima, y debe 
poseer un cierto monto de desigualdad institucionalizada para ello.”
 
*Kingsley Davis y Wilbert E. Moore, “Algunos principios de la teoría de la estratificación”, en 
Davis et al., La estructura de las clases, Tiempo nuevo, Caracas, 1970.
.
Hacia la sociología46
 El status puede ser adscrito o adquirido. En el primer caso, se tiene desde el naci­
miento; por ejemplo, en una sociedad gobernada por una monarquía, un miembro de la 
aristocracia o de la casa reinante tiene un status por adscripción. Por otro lado, el status 
puede adquirirse mediante el estudio, la acumulación de bienes o un golpe de suerte; 
por ejemplo, una carrera universitaria frecuentemente es señalada como una manera de 
adquirir status. Esta posibilidad permite que un hombre pueda moverse de un estrato al 
siguiente, aunque muchas veces se dé el caso de que, por adscripción el individuo se vea 
limitado a un status que no le permite obtener otro; es decir, la falta de oportunidades para 
los individuos situados en los estratos inferiores puede impedirles ascender en la escala 
social.
Con frecuencia, como se ve en el recuadro anterior, la teoría de la estratificación más 
que explicar la desigualdad social tiende a justificarla. Sin embargo, ello no la invalida 
por completo: el énfasis que hace en el status permite una primera y útil aproximación al 
estudio de una sociedad. En efecto, si encontramos los criterios que una sociedad utili­
za para determinar el status y jerarquizar a sus propios integrantes, habremos avanzado 
mucho en su comprensión. Observamos así que el origen familiar es determinante en so­
ciedades de castas como las que existen en la India y otros países asiáticos, mientras que 
los criterios raciales son los que deciden el status en países como Sudáfrica en tiempos 
del apartheid. 
 Estudios más recientes demuestran que la estratificación no es necesariamenteun factor de estabilidad social, sino de conflicto y descontento, además de ser un pro­
ceso complejo que obedece a una multiplicidad de criterios, los cuales, por lo general, 
deben considerarse más bien como indicadores para clasificaciones arbitrarias. En otras 
palabras, podemos elegir algunos de estos criterios y elaborar nuestra propia estratifi­
cación, sea con base en la edad, el nivel de educación o el nivel de consumo a partir de 
la posesión de ciertos bienes (casa propia, automóvil, refrigerador, antena parabólica, 
etcétera). Este tipo de consideración es el que permite referirse a clases altas, medias o 
bajas, generalmente midiéndolas a partir de la posesión de ciertos bienes. Más adelante 
volveremos sobre el problema de las clases.
Para reflexionar
En la gran mayoría de las sociedades occidentales se concede un status su­
perior a quienes consiguen el aplauso del gran público. Así, es muy posible 
que un torero o una cantante de baladas estén situados en el escalón más 
alto de la pirámide, aunque nunca hayan pasado de la escuela primaria, 
mientras que un inventor o un poeta serían vistos con cierto desprecio o 
conmiseración. El interés que se concede a los actores y actrices de Ho­
llywood, que se complementa con el monto exorbitante de los salarios que 
éstos perciben, es signo de una particular asignación de status a la actuación 
cinematográfica.
.
47Capítulo 3: Los protagonistas sociales
Movilidad social
El movimiento entre un estrato y otro ha sido denominado movilidad social. De acuerdo 
con las oportunidades que proporcionan y la flexibilidad de sus mecanismos de ascenso, 
algunas sociedades presentan una movilidad social más acentuada y factible que otras.
La movilidad puede ser horizontal o vertical. La horizontal se refiere a los cambios 
que se producen a lo largo de un mismo estrato, por lo tanto, tiene que ver más con el paso 
de un rol a otro y la diversidad de roles que una sociedad ofrece a sus integrantes. Por 
ejemplo, en algunos países los profesores universitarios cambian frecuentemente de una 
universidad a otra, lo cual implica incluso mudarse de ciudad. Muchas veces el cambio 
implica un ascenso –movilidad vertical— pero al realizarse en su misma profesión, po­
demos hablar de que entre los profesores universitarios en Canadá o Estados Unidos hay 
una acentuada movilidad horizontal. Un caso distinto, también de movilidad horizontal, 
puede ser el de una sociedad muy dinámica (por ejemplo, un centro turístico) en donde 
se abren distintas posibilidades ocupacionales que no significan necesariamente un as­
censo, aunque sí una experiencia distinta para quien se anima a cambiar frecuentemente 
de empleo.
La movilidad vertical se refiere, como ya hemos dicho, al paso de un estrato a otro, y 
puede ser ascendente o descendente. Una crisis económica que deja a muchos hombres 
y mujeres sin trabajo puede significar un intenso fenómeno de movilidad descendente. En 
cambio, una fuente de riqueza, como el turismo o el petróleo, puede ocasionar para una 
sociedad el aceleramiento de su movilidad ascendente. 
Los defensores ortodoxos de la teoría de la estratificación afirman que la movilidad 
social es un producto del esfuerzo personal y casi siempre una consecuencia del talento 
para los negocios. El conocido caso de Hilton, quien ascendió de elevadorista de un hotel 
a dueño de la cadena hotelera más importante del mundo, se cita a menudo como un ejem­
plo típico de movilidad ascendente y de que la sociedad aún brinda oportunidades a sus 
hijos más empeñosos. Como hemos visto arriba, la realidad es mucho más compleja.
Las clases sociales 
A diferencia de las teorías referidas, la de las clases sociales plantea de inicio diferencias 
irreconciliables en la sociedad. Aunque desde fines del siglo xviii se utilizaba la palabra 
“clase” para referirse a los distintos grupos que conformaban a la sociedad, fue Karl Marx 
quien definitivamente incorporó el concepto al análisis moderno de la sociedad y le otorgó 
su contenido teórico y político. Los autores contemporáneos que han desarrollado más 
extensamente la teoría de las clases sociales coinciden en señalar que, para comprender el 
concepto de clase, es preciso partir de las propuestas originales del marxismo.
Vladimir Ilich Ulianov, conocido como Lenin, quien fundó su teoría revolucionaria en 
las obras de Marx, resumió estas propuestas en una definición que sigue siendo clásica:
Las clases son grandes grupos de hombres que se diferencian entre sí por el lugar 
que ocupan en un sistema de producción social históricamente determinado, por 
las relaciones en que se encuentran con respecto a los medios de producción, 
por el papel que desempeñan en la organización social del trabajo y, consiguien-
Hacia la sociología48
temente, por el modo y la proporción en que perciben la parte de riqueza social de 
que disponen. Las clases son grupos humanos, uno de los cuales puede apropiar-
se del trabajo de otro, por ocupar puestos diferentes en un régimen determinado 
de economía social. 
De la definición anterior y el conjunto de los textos de Marx se desprenden algunos 
elementos centrales que han sido objetos de amplios y profundos debates: 1) el carácter 
histórico de la clase, 2) su determinación por la estructura económica, 3) su relación con 
la “superestructura” y 4) su importancia para la comprensión del cambio social. Vale la 
pena analizar con cierta profundidad estos elementos, así como las principales observa­
ciones que se han hecho acerca de ellos para enriquecer el concepto de clase y modificarlo 
a fin de que permita explicar la moderna sociedad industrial en la que estamos inmersos.
El carácter histórico de la clase
En el Manifiesto Comunista, Marx afirma que la historia de los hombres es la historia de 
la lucha de clases. Destaca con ello la persistencia de la desigualdad a lo largo de todas 
las épocas y el necesario antagonismo que se produce entre las clases dominantes y las 
dominadas. Se refería a la constante presencia, en la historia de los pueblos, de grupos 
claramente diferenciados, uno de los cuales disfruta generalmente de una serie de privile­
gios y tiene mayor acceso a los bienes y comodidades existentes en su sociedad, mientras 
que otro u otros grupos se encuentran en franca desventaja con respecto al primero, hacia 
el que guardan una relación de subordinación. Así, la separación entre hombres libres 
y esclavos en las sociedades antiguas, entre señores feudales y siervos durante la Edad 
Media en Europa, entre sacerdotes y hombres comunes en sociedades como la egipcia o 
la azteca, es clave para entender las formas de organización y ejercicio del poder vigentes 
en cada caso. Ello querría decir que la desigualdad no es un hecho fortuito ya que la orga­
nización social se funda precisamente en la existencia de clases, entendidas como grandes 
conjuntos humanos que guardan relaciones desiguales entre sí. También implica que, para 
poder comprender cada sociedad particular en cada etapa de su desarrollo histórico, es 
preciso analizar su estructura de clases. De esta manera, la existencia de determinadas 
clases no es necesaria para la existencia de la sociedad en abstracto, sino para esa socie­
dad en particular. 
La determinación económica de las clases
En todos los ejemplos citados encontramos una clase que se beneficia del esfuerzo, la 
sumisión y el trabajo de la otra. Ello se explica, dice Marx, porque los hombres se separan 
en clases de acuerdo con la forma en que participan en el proceso de producción. 
Con este último concepto, Marx se refiere a la actividad organizada de los hombres 
para transformar la naturaleza. En el capítulo 6 veremos bajo el concepto de cultura cómo, 
a diferencia de los animales, los hombres modifican su entorno natural a fin de procurarse 
los satisfactores que requieren para vivir: cultivan la tierra, construyen casas, fabrican tela 
y crean muy diversos objetos que les facilitan y hacen más agradable la existencia. La49Capítulo 3: Los protagonistas sociales
Marx, Engels y el Manifiesto del Partido Comunista
En 1847, la Liga de los justos, organización clandestina con sede en Bruselas, 
pidió a Karl Marx y Federico Engels que redactaran una declaración sobre los 
principios de la organización, para publicarla. La elección de los dos autores habla 
elocuentemente del interés que sus primeros textos habían despertado entre los 
socialistas europeos, principalmente en quienes, como los miembros de la Liga de 
los justos, habían defendido las ideas comunistas de Graco Babeuf (1760-1797) en 
contra de las menos radicales de los socialistas utópicos. 
Marx y Engels llevaban para entonces cerca de cinco años de colaboración 
constante. Marx, nacido en 1818 en Trier (Tréveris), Alemania, había abandonado 
su país en 1843 a causa del cierre de la Gaceta del Rin, publicación en la cual 
se desempeñaba como redactor en jefe y donde habían aparecido sus primeros 
artículos, considerados comunistas y subversivos por el gobierno alemán. Ello no 
hizo sino despertar el interés de Marx por estudiar las ideas de los comunistas eu-
ropeos, y lo llevó a su primer encuentro con Federico Engels, quien para entonces 
había hecho un trabajo acerca de la falsedad de las teorías económicas de los 
liberales. 
Engels, nacido en 1820 en Barmen, Alemania, había residido en Manchester, 
donde su padre poseía fábricas de textiles. Ahí se interesó por las condiciones de 
vida de los trabajadores y en 1843 inició su correspondencia con Marx, con quien 
se encontraría el año siguiente en París para consolidar una amistad que duraría 
toda la vida. 
Entre 1843 y 1848 se publicaron las obras que dieron a conocer a ambos au-
tores y que iniciaron apasionadas polémicas entre los teóricos del socialismo: de 
Engels, aparecida en 1845, La condición de la clase obrera en Inglaterra; de Marx, 
Miseria de la filosofía, escrita en 1847 en contra de las ideas socialistas de Pierre 
Joseph Proudhon; y de ambos, La Sagrada Familia, publicada en 1845. También 
escribieron juntos La ideología alemana en 1846, pero esta obra no se publicó 
sino hasta muchos años después de la muerte de ambos. A solicitud de la Liga de 
los justos, en 1847 Engels redactó una primera versión del Manifiesto, la cual fue 
totalmente reescrita por Marx, quien le imprimió su sello combativo 
Desde su frase inicial, “Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunis-
mo...” hasta la decisiva frase final: “Los proletarios no tienen nada que perder (con 
la Revolución) más que sus cadenas. Tienen en cambio un mundo que ganar. 
¡Proletarios de todos los países, uníos!”, el Manifiesto hizo un lúcido análisis del 
avance del capitalismo en Europa y sintetizó las opciones de lucha que se ofre-
cían al naciente proletariado. Subrayó la acción transformadora de la burguesía y, 
al mismo tiempo la desenmascaró al revelar su carácter interesado y explotador; 
además, suprimió las ideas de hermandad sostenidas hasta entonces por la Liga 
de los justos para postular la diferencia insalvable entre las clases, que sólo se 
resolvería tras la revolución. Muchos de sus supuestos, como lo hace notar el mis-
mo Engels en sus prólogos de 1876 y 1890, cambiaron radicalmente después de 
.
Hacia la sociología50
haberse escrito. En particular, las condiciones generales de existencia de la clase 
obrera se modificaron debido a la misma acción organizada de la clase obrera que, 
sin embargo, no desembocó, como preveía Marx, en la revolución comunista. No 
obstante, el Manifiesto sobrevive como la más grande pieza de la bibliografía revo-
lucionaria, como lo resume Edmund Wilson, biógrafo de Marx y Engels: 
“El Manifiesto Comunista es denso y está cargado de fuerza explosiva. En 
cuarenta o cincuenta páginas sintetiza con tremendo vigor una teoría general de 
la historia, un análisis de la sociedad europea y un programa de acción revolucio-
naria.” 
“El Manifiesto apareció en francés un mes antes de la revolución de 1848, anali-
zada por el propio Marx en sus dos conocidos escritos La lucha de clases en Francia 
y El 18 Brumario de Luis Bonaparte. Después de un breve periodo de aparente 
indiferencia, el Manifiesto se convirtió en la lectura obligada de las organizaciones 
socialistas y obreras de Europa. Hacia el tercer cuarto del siglo, había sido tradu-
cido al alemán, al inglés, al polaco, al danés y al ruso. En 1871 aparecieron tres 
traducciones distintas en los Estados Unidos.” 
“Restaba aún a Marx y Engels escribir una extensa e importante obra. Además 
de una enorme cantidad de artículos y cartas, debemos citar entre otros libros im-
portantes de Engels, El Antidühring, Del socialismo utópico al científico, El origen 
de la familia, la propiedad privada y el Estado, y de Marx, los tres volúmenes de 
El Capital, que condensan una profunda labor de investigación realizada hasta su 
muerte, en 1883. Los últimos dos libros se deben en buena parte al trabajo editorial 
de Engels, quien revisó los manuscritos y completó la obra del amigo al que pro-
fesó una amistad y lealtad ejemplares en la historia de la colaboración intelectual. 
Engels murió en 1895.”
Edmund Wilson, La estación Finlandia, Alianza, Madrid, 1976.
teoría marxista identifica como proceso de producción a todo ese conjunto de actividades 
transformadoras e identifica a las clases básicamente por el lugar que ocupan en dicho 
proceso. 
¿Cómo se reconoce ese lugar? Ante todo, sostiene Marx, por la relación que se esta­
blece entre los hombres respecto a los medios de producción, es decir, los instrumentos 
materiales necesarios para llevar a cabo el proceso productivo. Imaginemos, por ejemplo, 
a la Europa medieval: la economía es bastante simple y los principales medios producti­
vos son la tierra, la semilla, el arado y los animales. El hombre común produce su propia 
tela, construye su casa de leños o piedra, según la región, y es dueño de sus instrumentos 
de trabajo: un azadón, una pala, tal vez un caballo. Sin embargo, la tierra en la que vive es 
parte de un feudo, propiedad de un señor feudal y, por lo tanto, no es completamente suya. 
A cambio de la protección militar que otorga al campesino, el señor le exige altos impues­
tos y probablemente una parte de su producción agrícola para abastecer las bodegas del 
castillo. Si el poder del señor es muy grande, el habitante del feudo es considerado como 
siervo, está sujeto a los caprichos de aquél y no tiene autorización para abandonar las fron­
teras del feudo. De esta suerte, en el feudalismo encontramos una clase subordinada, la de 
51Capítulo 3: Los protagonistas sociales
los hombres comunes y los siervos, y otra dominante, constituida por el señor feudal y la 
nobleza o aristocracia que lo rodea, generalmente vinculada al ejercicio de la guerra. 
Con el desarrollo histórico de las sociedades, los medios de producción se vuelven 
más complejos y las relaciones de producción se modifican. El paso de la economía 
agrícola y la producción casera a la manufactura, primero, y más tarde a la gran industria, 
con la consiguiente división y especialización del trabajo, lleva a la conformación de dos 
clases básicas en la sociedad capitalista: la burguesía y el proletariado. 
La burguesía o clase propietaria es la dueña del conjunto de los medios de producción, 
que comprenden la maquinaria, las fábricas, la materia prima y la tecnología. Por su parte, 
el proletariado o clase obrera ha ido perdiendo gradualmente toda relación de propiedad 
con dichos medios, de tal manera que aporta sólo su trabajo al proceso de producción, a 
cambio de un salario. Por eso se dice que el obrero vende su fuerza de trabajo. 
Al mismo tiempo, dice Marx, la burguesía tiene la capacidad de fijar un salario al 
trabajador y apropiarse del excedente de la producción (la plusvalía), lo cual le permite 
mantener un alto nivel de vida y paralelamente ampliar su fábrica, mejorar sus instala­
ciones y, por supuesto, obtener mayores ganancias. Desde el punto de vista económico, 
la subordinaciónentre clases es, pues, una relación de explotación en la cual se da una 
división desigual del trabajo, de tal manera que una de las clases utiliza el trabajo de la 
otra o las otras para su propio beneficio. Como dice un autor moderno, ello conduce a 
la existencia de “formas asimétricas de oportunidades vitales” o, dicho de otro modo, a que 
en toda sociedad clasista haya quienes tienen mayores posibilidades que otros de disfrutar 
de los bienes económicos y culturales que esa sociedad produce.
Relación entre clase y superestructura 
La teoría marxista de las clases sociales sostiene que por encima de las relaciones eco­
nómicas se erigen otras de dominación política e ideológica, a las que Marx se refiere 
generalmente con la expresión superestructura. Cada una de estas dos partes de la super­
estructura —la política y la ideológica— constituyen formas a través de las cuales una de 
las clases ejerce su poder. Es decir, toda estructura social fundada en la separación de las 
clases es reforzada, de un lado, por formas jurídicas y de ejercicio del poder; del otro, por 
una explicación social que contribuye a mantener el predominio de la clase más fuerte. En 
la sociedad capitalista, de acuerdo con esta interpretación, las dos partes fundamentales 
de la superestructura son el Estado y la ideología. 
En el fondo de esta afirmación hay dos ideas que son quizá las más debatidas y con­
trovertidas dentro del conjunto de la teoría marxista de las clases: una, que en la sociedad 
capitalista el Estado es la expresión política de los intereses de la burguesía (afirmación 
que ha sido replanteada por las modernas explicaciones sobre el Estado); la otra, que toda 
clase desarrolla una explicación de la sociedad que incluye una justificación de su propia 
existencia; es decir, elabora una ideología. En la medida en que esa explicación se hace 
consciente y un miembro de la clase obrera se percata de que pertenece a un grupo mucho 
más numeroso, con capacidad de organizarse para la defensa de sus intereses, aparece la 
conciencia de clase. Los capítulos 4 y 7 tratan con más detalle diversas aproximaciones a 
estas dos propuestas que estaban indudablemente ligadas a la actividad revolucionaria de 
Marx y que han servido de base a nuevos desarrollos teóricos sobre el tema que modifican 
Hacia la sociología52
sustancialmente aquellos puntos de vista. Por el momento, lo que importa destacar es que 
la teoría marxista supone que las clases sociales no se reconocen exclusivamente por su 
relación económica sino por el conjunto de sus relaciones en la sociedad. Pertenecer a una 
clase conlleva una determinada vinculación con los demás, un nivel de vida, una forma de 
pensar el mundo, una relación con el poder.
Clase y cambio social 
El interés central de Marx en el estudio de las clases sociales residía en el papel que 
éstas deberían jugar en la transformación revolucionaria de la sociedad. Sostenía que la 
burguesía, como clase ascendente, había transformado radicalmente al mundo feudal al 
desarrollar la técnica, modificar las relaciones políticas e imponer su lógica capitalista. 
Había llegado el momento para el siguiente cambio: el que llevaría a cabo el proletariado 
organizado para suprimir finalmente las relaciones de explotación e instaurar la sociedad 
socialista. 
El marxismo propone, por lo tanto, que la oposición que se da en el plano económico y 
social entre clases dominadas y dominantes se traslada al político como una situación de 
conflicto permanente, que a la postre puede desembocar en una situación revolucionaria. 
La teoría marxista de las clases destaca ambos elementos: por un lado, la necesaria con­
tradicción entre las clases, que en la sociedad capitalista explica la necesidad del Estado 
como gran instrumento político; y por otro lado, el potencial revolucionario y transfor­
mador de ese antagonismo. 
Marx postulaba así que la lucha de clases y las clases mismas constituyen el motor 
de la historia, el factor determinante en el paso de una etapa a otra y la clave para el ad­
venimiento de una era de justicia social. A preparar este paso dedicó gran parte de sus 
esfuerzos, condensados en la creación de la Asociación Internacional de los Trabajadores 
(la Primera Internacional), cuyo objetivo principal era la emancipación de la clase tra­
bajadora. La Revolución Rusa, acaecida después de su muerte, demostró que la transfor­
mación revolucionaria de la sociedad y la toma del poder por parte del proletariado eran 
posibles, aunque después demostrarían también que con ello no se llegaba, como suponía 
Marx, a la sociedad sin clases y sin conflictos. Por otra parte, las expectativas marxistas 
de una revolución inminente en el resto de Europa no se cumplieron. Ya hacia el final de 
su vida, Marx reconocía la falta de entusiasmo revolucionario de la clase obrera inglesa, 
aunque consideraba que a la larga el cambio social era inevitable.
Las clases intermedias
Las sociedades no constituyen nunca un modelo económico tan perfecto en el que sola­
mente puedan encontrarse las dos clases fundamentales. Partiendo sólo de los proce­
sos productivos, es posible encontrar clases intermedias o emergentes relacionadas 
conformas económicas presentes en cada sociedad en particular. Así, junto a la relación 
antagónica señor­siervo, en el feudalismo existieron numerosos grupos que tal vez no 
constituían propiamente una “clase” pero que, sin duda, contenían el germen de un nuevo 
53Capítulo 3: Los protagonistas sociales
momento histórico, el del capitalismo. Los artesanos en las ciudades, los usureros, los 
comerciantes viajeros, encargados de dar a conocer en algunas regiones los productos de 
otras, así como la nobleza enriquecida y ociosa que vive al lado del rey y sabe poco de 
lo que sucede en los feudos lejanos, también forman parte de la sociedad feudal y debe 
considerárseles para comprender su dinámica interna. 
De igual manera, en la sociedad capitalista no se puede hablar exclusivamente de 
burguesía y proletariado. Por ejemplo, continuamente nos referimos a la “clase media” 
como una forma sencilla de designar a un amplio grupo de individuos con ingresos no 
muy altos y con formas de vida y de consumo más o menos similares. Marx la identificó 
como “pequeña burguesía”, y la situó en un punto de intersección entre la burguesía y 
el proletariado. En general la consideraba un sector económicamente independiente, con 
serias dificultades para mantener su posición, o como una burguesía empobrecida en vías 
de convertirse en clase obrera.
 Sin embargo, Marx no tuvo en cuenta una serie de factores que hicieron que la pe­
queña burguesía, en lugar de desaparecer, se extendiera considerablemente. La mejora en 
los salarios de los trabajadores calificados; el aumento de empleados en la administración 
industrial y la burocracia política; un mayor acceso a la educación universitaria, que 
favoreció la existencia de profesionales independientes (abogados, médicos, dentistas, 
arquitectos); y la proliferación del pequeño comercio y la pequeña industria casera, entre 
otros elementos, aumentaron el número de los integrantes de ese grupo que parecería mo­
verse justamente entre las dos clases opositoras. Hoy podríamos definir a grandes rasgos 
a la “clase media” como una clase que al mismo tiempo es dueña de su fuerza de trabajo 
y de medios de producción limitados, y que por su lugar en el conjunto de la división del 
trabajo tiene acceso a mayor cantidad de beneficios, aunque con frecuencia su posición 
siga siendo incierta.
Burguesía
Pequeña 
burguesía
Proletariado
Burguesía
Clase
media
Proletariado
Hacia la sociología54
Por otro lado, la teoría marxista reconoce que las clases no son internamente homogé­
neas, sino que se dividen en fracciones de acuerdo con la especificidad de sus intereses. 
Esto es particularmente claro en el caso de la burguesía, donde podemos hablar de una 
fracción comercial, una industrial o una financiera, según el sector en el que se encuentre 
invertidosu capital. Si aplicamos el concepto de estratificación podemos igualmente dis­
tinguir estratos dentro de la propia clase, de acuerdo con los niveles de vida que existan 
en su interior. Así, al hablar de estrato superior, intermedio o inferior de la clase obrera, 
estaríamos refiriéndonos al ingreso y prestaciones económicas de los que disfruta cada 
estrato y no de su relación con la propiedad de los medios de producción.
Independientemente de su utilización como teoría política de la revolución, la teoría 
de las clases sociales ha demostrado su eficacia para comprender la desigualdad de las 
sociedades y explicar sus conflictos internos. Sin embargo, como lo han hecho evidente 
los párrafos anteriores, con frecuencia conduce a una simplificación exagerada al redu­
cir la compleja diversidad social a unos cuantos grupos sociales en conflicto. Por ello, 
dentro de la tradición marxista, autores posteriores han sostenido que los conflictos no 
son tan pronunciados y que las fuerzas transformadoras de la sociedad no provienen, ni 
tienen que hacerlo, necesariamente de la clase obrera. En El hombre unidimensional, 
Herbert Marcuse señaló hacia 1965 que en la moderna sociedad industrial los obreros 
se habían convertido en una clase conservadora que no quería saber de revoluciones y se 
había adaptado cómodamente a las ventajas de una sociedad manipulada por la técnica. 
En cambio, otros grupos —los desempleados, los discriminados por raza, origen u otra 
razón, y eventualmente los estudiantes— empezaban a constituirse como nuevos sujetos 
Las clases medias mexicanas
En su libro El desafío de la clase media, el sociólogo mexicano Francisco López 
Cámara atribuye los movimientos políticos de la década de 1960, que culmina-
ron con el movimiento estudiantil de 1968, a la expansión de una clase media 
que, cada vez más limitada en sus posibilidades de ascenso social, “ha llegado 
a constituir un poderoso factor de presión social y política sobre las instituciones 
vigentes...” 
El análisis de López Cámara hace énfasis en las características particulares 
que asume la clase media mexicana como producto de las transformaciones so-
ciales ocurridas a raíz de la Revolución de 1910. 
“Precisamente porque su trasfondo común ha sido una vasta transformación 
revolucionaria, la composición interna de la clase media en México acusa una 
mayor heterogeneidad en materia de aspiraciones y necesidades, así como un 
marco más elástico de movilidad social que la insertan continuamente desde aba-
jo y hacia arriba en el cuerpo entero de la sociedad...” 
Francisco López Cámara, El desafío de la clase media,
Joaquín Mortiz, México, 1971. pp. 43-44.
.
55Capítulo 3: Los protagonistas sociales
sociales que tenían un potencial transformador. De la misma manera, el éxito de las re­
voluciones socialistas en países con economías atrasadas (como fue el caso de China) ha 
hecho que otros autores señalen a los campesinos como la clase verdaderamente revolu­
cionaria. En estos casos estamos refiriéndonos a otras clasificaciones sociales al interior 
de la sociedad que, en un momento histórico dado, pueden volverse significativas.
La acción colectiva: movimientos y organizaciones
El papel transformador que las clases organizadas desempeñan en la sociedad las con­
vierte en verdaderos “actores sociales”. Ya se ha visto que la teoría de la acción social 
identifica como actores a todos los individuos participantes en una sociedad. Los acto­
res, ha dicho Anthony Giddens, uno de los sociólogos más reconocidos de las últimas 
décadas, tienen la capacidad de transformar las estructuras sociales (a las que identifica 
como las reglas y los recursos que orientan la actividad de los individuos) y son, a su 
vez, transformados por los cambios en las estructuras que ellos mismos propiciaron. Si 
me levanto tarde, llegaré tarde al examen y no tendré las mismas oportunidades de apro­
barlo que quienes llegaron a tiempo. Si un grupo de estudiantes (actores sociales) logra 
una modificación en el plan de estudios (una transformación en las estructuras), ello los 
obligará tal vez a cursar nuevas materias, a invertir un año más del planeado o a modificar 
los términos de su examen profesional. En uno y otro ejemplos los actores sociales son al 
mismo tiempo promotores de la acción y receptores de sus consecuencias. Sin embargo, 
es evidente que esta acción no tiene el mismo peso cuando se realiza de manera mecánica, 
aprendida y aislada (aun cuando por ser social involucre a otros individuos), que cuándo 
se lleva a cabo en forma consciente y deliberadamente colectiva.
Es en relación con esta forma colectiva de actuar que Marcuse se refiere a la aparición 
de nuevos sujetos sociales, a partir de la experiencia, entre otras, de los movimientos en 
favor de los derechos civiles que tuvieron lugar en Estados Unidos durante la década 
de 1960. Los hombres, mujeres y niños blancos y negros que marcharon por las calles, 
firmaron peticiones y boicotearon hoteles, restaurantes y escuelas que practicaban la dis­
criminación racial, no pueden considerarse como una clase pero sí como sujetos o actores 
sociales, en la medida en que constituyeron un importante movimiento organizado. 
Autores contemporáneos que han trabajado en torno al concepto del actor social en­
cuentran que su importancia reside en permitir una interpretación que no se limita a expli­
car a la sociedad en términos de clase o de estratos, sino que abarca a grupos que muchas 
veces están formados por individuos pertenecientes a más de una clase o que se reúnen 
alrededor de intereses diferentes de los que supuestamente la clase, como gran sujeto 
histórico, debería tener. En este sentido, es posible considerar como actores sociales a las 
organizaciones de clase, por ejemplo a los sindicatos y a las asociaciones empresariales, 
pero también a otros grupos que de pronto esgrimen demandas específicas y levantan 
su voz por encima de la sociedad: los grupos ecologistas, las amas de casa, los colonos 
de barrios populares, los estudiantes, las bandas juveniles. Muchas de estas expresiones 
han sido estudiadas por la perspectiva de los movimientos sociales que intenta buscar las 
características de estas formas de acción colectiva. Aunque las interpretaciones difieren, 
los autores que estudian los movimientos sociales coinciden en que el primer rasgo que 
Hacia la sociología56
los define es la existencia de un conflicto que genera las solidaridades y las identidades; 
es decir, que une a actores diversos en torno a un objetivo común. En segundo término, el 
movimiento se caracteriza por el desbordamiento de los límites del sistema. Esto quiere 
decir que escapa a las reglas establecidas e intenta formas de acción novedosas para in­
tentar transformaciones que alteren diversas estructuras sociales. Al mismo tiempo, dice 
Alberto Melucci, quien ha dedicado muchos años al estudio de la acción colectiva, los 
movimientos son “sistemas de acción” que conectan orientaciones y propósitos plurales a 
partir de una organización construida en el curso del mismo movimiento. Sus reglas son 
cambiantes y sus límites difusos en la medida en que diversos actores entran o salen del 
movimiento, y en que hay un proceso constante de redefinición del mismo.
Aunque hay movimientos de largo alcance como la lucha feminista o el movimiento 
ecologista que tienen adeptos en todo el mundo y eventualmente realizan manifestaciones 
públicas para recordar su existencia y mantener vivas sus demandas, los movimientos 
sociales también incluyen brotes organizados como pueden ser los de una demanda es­
tudiantil que genera una movilización amplia, o un problema regional que ocasiona un 
levantamiento popular. En unos casos y otros, los movimientos sociales se caracterizan 
por esa permeabilidad que permite libremente la entrada y salida de sus participantes y, 
muchas veces, por la inmediatez de respuestas que no siempre obedecen a objetivos de 
largo plazo sino a necesidades planteadas por la coyunturay el desarrollo del propio mo­
vimiento. Algunos autores señalan que los movimientos se nutren bien de la existencia de 
diversos factores que los favorecen —por ejemplo, decisiones equivocadas del gobierno 
o la coincidencia de actores sociales en algún momento o lugar— así como del uso ade­
cuado de recursos que incluyen lo mismo recursos económicos y materiales (dinero, un 
local, micrófonos, acceso a medios, etc.) como humanos (simpatizantes reconocidos o el 
compromiso de los participantes, entre otros).
Las asociaciones
Además de diversos movimientos sociales, en las últimas décadas ha surgido una gran 
diversidad de organizaciones que actúan de diversas formas dentro de la sociedad, muy 
Para reflexionar
El movimiento estudiantil de 1968 en México se inició por una moviliza­
ción en contra del uso de la violencia para reprimir una manifestación. Sus 
participantes fueron, en su mayoría, estudiantes sin ninguna experiencia po­
lítica que a lo largo de dos meses ocuparon las calles de la ciudad de México 
y plantearon un pequeño grupo de demandas relacionadas con el fin del 
autoritarismo y la impunidad. Cortado de golpe por la represión durante la 
tarde del 2 de octubre en Tlatelolco, el movimiento constituyó una llamada 
de atención sobre los límites de un sistema político agotado y abrió las 
puertas al cambio democrático que sobrevendría en las décadas siguientes. 
Busca mayor información sobre este acontecimiento.
.
57Capítulo 3: Los protagonistas sociales
a menudo apoyando causas concretas. De hecho, las asociaciones, como formas de ac­
ción colectiva organizada, que se rigen por normas aceptadas por sus integrantes y crean 
un sentido de pertenencia e identidad, han sido vistas por largo tiempo como elemento 
indispensable de la democracia, por su capacidad de representar u expresar intereses es­
pecíficos y porque contribuyen al debate y al intercambio de ideas. Por ejemplo, una 
asociación de ecologistas les da voz a aquellos preocupados por la protección del medio 
ambiente, mientras que una agrupación de exploradores reunirá a niños o jóvenes intere­
La sociedad civil 
Algunos de los cambios experimentados por las sociedades modernas, tales 
como la creciente aceptación de las mujeres en la vida productiva y la vida políti-
ca, el aumento en el caudal de información que reciben las personas y la exten-
sión de las democracias como forma de organización política de los Estados, han 
conducido a un crecimiento de la participación social en un sinnúmero de tareas 
anteriormente reservadas a los gobiernos o a las empresas. Algunos autores han 
reconocido en este cambio un ascenso de lo que ha dado en llamarse la “sociedad 
civil”, para indicar aquel sector de la sociedad que, de alguna manera, se sitúa 
en un terreno intermedio que no es ni el de las decisiones políticas ni el de las 
transacciones económicas. Quienes forman parte de él se ocupan de tareas tan 
diversas como el cuidado de los ancianos, la protección de los inválidos, la defen-
sa de las especies en extinción o la atención a los problemas de la colonia en que 
viven. De igual manera, los hombres y mujeres que en algún momento protestan 
contra alguna injusticia, demandan servicios o señalan alguna forma de corrup-
ción que forman parte de ese nuevo espacio que sociólogos como Jean Cohen o 
Jeffrey Alexander ubican entre el Estado y el mercado, es decir, entre el ámbito de 
lo político y el de lo económico.
La sociedad civil se manifiesta en tareas que requieren solidaridad, coopera-
ción y presencia activa de las personas. Sus integrantes pueden pertenecer a 
cualquier sector pero en el momento de su participación lo hacen simplemente 
como sociedad civil. Se expresa generalmente a través de asociaciones, movi-
mientos sociales y otras formas de acción colectiva como las redes de coopera-
ción, así como en lo que se ha dado en llamar la “esfera pública”; es decir, en los 
diversos espacios de participación que la sociedad ofrece y que comprenden lo 
mismo los cafés, bares y restaurantes que las salas de conferencias, los perió-
dicos o los programas de radio. Por lo mismo, la existencia de una sociedad civil 
vigorosa —es decir, atenta a los problemas de su entorno y capaz de proponer 
soluciones y alternativas—ha sido vista como indicador de una democracia sana, 
en la medida en que además de señalar alternativas y ofrecer respuestas, la pro-
pia sociedad civil se involucra en procesos diversos que pueden incluir desde la 
vigilancia de la propia democracia hasta la participación en tareas conjuntas con 
el gobierno o con las empresas. 
.
Hacia la sociología58
sados en la vida al aire libre o el montañismo. En un momento dado esas organizaciones 
podrán expresar necesidades o defender demandas frente a otros actores. Las llamadas 
“organizaciones no gubernamentales” (ONGs) identificadas por su distancia respecto no 
sólo del gobierno, sino también de las actividades lucrativas, confían al igual que otros 
actores organizados, en la potencialidad que la acción colectiva brinda a las iniciativas 
Algunas propuestas de la teoría de la organización 
“Organizar es un método para volver permanentes algunas actividades humanas 
con el fin de aumentar el control sobre entornos inciertos.”
Göran Ahrne, Agency and Organization
Sage, Londres, 1990.
“¿Por qué son importantes las organizaciones? Una respuesta superficial es que 
las organizaciones son importantes porque la gente pasa una gran parte de su 
tiempo en ellas. Las personas que trabajan —es decir la mayor parte de la pobla-
ción adulta— pasan casi un tercio de sus horas hábiles en la organización en la 
que están empleadas. La vida de un niño tiene lugar casi en la misma proporción 
en el entorno de la organización escolar y una multitud de otras organizaciones, 
generalmente voluntarias, ocupan una importante porción del tiempo libre de ni-
ños y adultos...
... La gran especificidad que caracteriza a la comunicación dentro de las or-
ganizaciones puede ser descrita (...) usando el concepto sociológico del “rol”. 
Los roles en las organizaciones en contraste con muchos de los otros roles 
que los individuos desempeñan, tienden a ser altamente elaborados, relativamen-
te estables y definidos en términos explícitos y, con frecuencia, escritos. El rol no 
está solamente definido por el individuo que lo ocupa, sino que es conocido en 
cierta profundidad por aquellos que tratan con él dentro de la organización. Así, el 
entorno de todos aquellos que conviven con cada miembro de una organización 
tiende a ser altamente estable y predecible...”
James March y Herbert A. Simon, Organizations, Wiley, 1958.
 
“Las organizaciones son colectividades orientadas hacia la búsqueda de propósi-
tos relativamente específicos. Son ‘intencionales’ en el sentido de que las activida-
des e interacciones de sus participantes están encaminadas hacia la obtención de 
metas. Éstas son específicas porque son explícitas, están claramente definidas 
y proporcionan criterios claros y desprovistos de ambigüedad para escoger entre 
actividades alternativas.”
W. Richard Scott, Organizations, Prentice Hall, Nueva Jersey, 2003.
.
59Capítulo 3: Los protagonistas sociales
individuales cuando se conjuntan en favor de un bien común. Éste puede ser muy inme­
diato —la construcción de un mercado en el barrio, la demanda de mejores servicios de 
transporte, etcétera— o tener un carácter más general —la defensa de las comunidades 
indígenas o la protección de la mariposa monarca, por ejemplo—. La defensa organizada 
de estas causas puede dar lugar, en ciertas circunstancias, a que la acción colectiva logre 
transformaciones sociales trascendentes. Por eso, el crecimiento reciente en el número de 
asociaciones ha sido visto como un fortalecimiento de la llamada sociedad civil. En el 
capítulo ocho se detalla la forma de participar políticamente de estos actores colectivos.
Las asociaciones constituyen formas de organización, por lo que han sido parcial­
mente estudiadas por la teoríade las organizaciones que considera como tales no sólo a 
las asociaciones sino también a otros grupos humanos como la familia, la empresa o la 
burocracia. Esta teoría se ha preocupado por estudiar las tendencias de comportamiento 
de las organizaciones, las tensiones internas que se generan en ellas y los mecanismos que 
se utilizan para resolverlas. Muchas de sus conclusiones han sido aplicadas para mejorar 
las condiciones de trabajo en empresas o en oficinas de gobierno, para desarrollar téc­
nicas de solución de conflictos y para resolver problemas en otras organizaciones como 
hospitales, universidades o internados (consultar el recuadro “Algunas propuestas de la 
teoría de la organización”).
A diferencia de los movimientos sociales, las organizaciones (sean empresas, escue­
las, hospitales o asociaciones) son estables, tienen límites precisos y reglas permanentes. 
Quienes pertenecen a ellas saben que deben cumplir con ciertas obligaciones, someterse 
a horarios o normas internas de funcionamiento (horarios de clase o de trabajo, cuotas, 
realización de tareas concretas, etcétera) y que, a cambio, pueden esperar determinados 
comportamientos por parte de la organización (pago de salarios en el caso de la empresa 
o la impartición de conocimiento en la escuela). 
En el caso de las asociaciones, la pertenencia voluntaria a las mismas y su separación 
frecuente de los circuitos de la economía o la política, las convierten en organizaciones en 
las que factores como la cohesión interna, la forma en que se toman las decisiones y los 
elementos de identidad, pueden jugar un papel importante para su permanencia y eficacia. 
Algunos estudios señalan que las asociaciones sirven, voluntaria o involuntariamente, 
a un mejor desarrollo de la democracia. No sólo porque en ellas los actores aprenden a 
deliberar, argumentar y tomar decisiones conjuntas, sino porque se ha visto que las aso­
ciaciones son efectivas como vigilantes de los procesos electorales, de la transparencia 
en las finanzas públicas y de la pulcritud con que se llevan a cabo las políticas públicas. 
Asimismo, porque contribuyen junto con el gobierno y otros actores sociales a lo que ha 
dado en llamarse la “coordinación social”: la formulación y administración de proyectos 
conjuntamente con otros actores como empresas o gobierno, la distribución de bienes y 
la creación de redes.
La existencia de muchos actores sociales indica el carácter plural de una sociedad, 
mientras que su reducción significa el estrechamiento y la polarización de las relaciones 
sociales. Una sociedad abierta, democrática, tiene espacio para todo tipo de actores so­
ciales. Una sociedad conservadora, poco democrática, cierra sus puertas a toda expresión 
social que estime peligrosa. 
Hacia la sociología60
Élites y masas
Este breve repaso a las distintas explicaciones y formas de entender a los actores sociales 
no puede concluir sin una mención a la perspectiva elitista.
La teoría de las élites surge a principios de siglo en Italia, en las obras de Vilfredo 
Pareto y Gaetano Mosca. Se basa en la afirmación de que en toda sociedad, como dice 
Mosca, existen solamente dos clases: gobernantes y gobernados. De este modo, se pone 
de relieve la necesidad intrínseca de toda sociedad de crear una élite dirigente, es decir, 
un grupo que se erige por encima de los demás y se distingue no por su control sobre el 
proceso económico, sino fundamentalmente por su poder político. 
Ambos autores reconocían la necesidad de que dichas élites se renovaran para evitar 
el anquilosamiento que fomentaba la tendencia revolucionaria de las masas (Pareto ha­
blaría, por ejemplo, de la “circulación de las élites” como requisito indispensable para lo 
que él llamaba el equilibrio social). Sin embargo, no pueden evitar establecer una radical 
La perspectiva elitista 
La división de la sociedad en masas y minorías excelentes no es, por lo tanto, una 
división en clases sociales, sino en clases de hombres, y no puede coincidir con la 
jerarquización en clases superiores e inferiores. Claro está que en las superiores, 
cuando llegan a serlo y mientras lo fueron de verdad, hay más verosimilitud de 
hallar hombres que adoptan el “gran vehículo”, mientras las inferiores están nor-
malmente constituidas por individuos sin calidad. Pero, en rigor, dentro de cada 
clase social hay masa y minoría auténticas. Como veremos, es característico del 
tiempo el predominio, aun en los grupos cuya tradición era selectiva, de la masa 
y el vulgo. Así, en la vida intelectual, que por su misma esencia requiere y supone 
la cualificación, se advierte el progresivo triunfo de los seudointelectuales incuali-
ficados, incalificables y descalificados por su propia contextura. Lo mismo en los 
grupos supervivientes de la “nobleza” masculina y femenina. En cambio, no es 
raro encontrar hoy entre los obreros, que antes podían valer como el ejemplo más 
puro de esto que llamamos “masa”, almas egregiamente disciplinadas. 
Ahora bien: existen en la sociedad operaciones, actividades, funciones del más 
diverso orden, que son, por su misma naturaleza, especiales, y, consecuentemen-
te, no pueden ser bien ejecutadas sin dotes también especiales. Por ejemplo: cier-
tos placeres de carácter artístico y lujoso, o bien las funciones de gobierno y de 
juicio político sobre los asuntos públicos. Antes eran ejercidas estas actividades 
especiales por minorías calificadas —calificadas, por lo menos, en pretensión—. 
La masa no pretendía intervenir en ellas: se daba cuenta de que si quería inter-
venir tendría congruentemente que adquirir esas dotes especiales y dejar de ser 
masa. Conocía su papel en una saludable dinámica social. 
José Ortega y Gasset, La rebelión de las masas, Revista de Occidente, Madrid, 1929. 
.
61Capítulo 3: Los protagonistas sociales
separación entre ese grupo detentador del poder y de la cultura, por un lado, y el resto de 
la sociedad, por el otro. 
Toda teoría de la élite, afirma un autor estadounidense, descansa en dos supuestos bá­
sicos: “primero, que las masas son intrínsecamente incompetentes, y segundo, que son, en 
el mejor de los casos, materia inerte y moldeable a voluntad y, en el peor, seres ingoberna­
bles y desenfrenados con una proclividad insaciable a minar la cultura y la libertad”. 
El temor y el respeto a las masas proviene de la Revolución Francesa. Fue ese gran 
movimiento social el que descubrió a intelectuales y políticos que en el pueblo se alentaba 
un potencial revolucionario que podía llegar a ser incontenible. Las masas, término gené­
rico aplicado a ese gran conjunto de campesinos, obreros y desposeídos que de pronto se 
concentraban en las ciudades y exigían el reconocimiento de sus derechos, se incorporan 
no solamente a la política sino, de manera muy importante, al acervo de la reflexión 
sociológica. Al optimismo marxista que ve en ellas el fermento de la revolución socialis-
ta se opone el pesimismo de quienes ven cómo el esfuerzo social que sirve sólo para la 
instauración de una nueva élite. 
Desde un punto de vista francamente aristocrático, el sociólogo español Ortega y 
Gasset advirtió en contra no del revolucionarismo de las masas, sino de su natural medio­
cridad. Masa, dice, “es todo aquel que no se valora a sí mismo —en bien o en mal— por 
razones especiales, sino que se siente ‘como todo el mundo’ y, sin embargo, no se angus­
tia, se siente a sabor al sentirse idéntico a los demás”.
Aunque basada en el desprecio a esa colectividad que considera inculta y carente de 
imaginación, la cita de Ortega y Gasset (consulta el recuadro “La perspectiva elitista”) 
nos obliga a pensar en la nueva tendencia de la sociedad industrial, a la que muchas veces 
se califica de “sociedad de masas” implicando la igualación por medio del consumo. 
En una sociedad cada vez más alejada de los centros de decisión, cada vez más igno­
rante respecto a las complejas tecnologías que la rodean (¿cómo funciona un teléfono, 
una grabadora digital, un videocasete,un proyectil teledirigido?) y en la cual el indi­
viduo, inmerso en enormes conglomerados urbanos, se vuelve anónimo y solitario, la 
publicidad, a través de los medios masivos de comunicación, ofrece una posibilidad de 
encuentro: dejo de estar solo por usar zapatos tenis de determinada marca, por peinarme 
con una preparación especial para el cabello, por fumar los mismos cigarrillos que mi 
actor favorito, por escuchar, como el resto de mis amigos, las grabaciones del conjunto de 
moda; es decir, por parecerme a los demás. Soy parte de la masa. 
En este sentido, la masa se reconoce por su lejanía respecto al conocimiento y su des­
vinculación relativa dentro del conglomerado social. La sociedad de masas, dice William 
Kornhauser, es la sociedad atomizada, alejada de los centros de poder —que pertenecen 
a la élite— y expuesta a toda clase de manipulación política. 
Un importante teórico del tema, Karl Mannheim, afirma que el descuido de las élites 
respecto a la educación de las masas puede actuar en contra suya. Una sociedad desarticu­
lada, desinformada, sin orientaciones valorativas —sostiene— puede fácilmente caer en 
manos de líderes sin escrúpulos —es el caso del nazismo en Alemania— y entrar en una 
etapa de caos e irracionalidad. Así, como sistema político, la democracia exige una cui­
dadosa preparación de los ciudadanos para evitar que desde el anonimato irresponsable 
de la masa destruyan las mismas formas que les permiten participar políticamente en la 
sociedad. Desde luego, ello supone la existencia de una élite capaz de generar y transmitir 
el conocimiento adecuado, lo cual no está asegurado de manera alguna. 
Hacia la sociología62
Actividades complementarias
 1. Sugiere ejemplos de grupo primario y de grupo secundario. Discútelos 
con tus compañeros de clase.
 2. Con algunos de los conceptos aprendidos puedes intentar un pequeño 
análisis sociológico. Por ejemplo: ¿Qué papel o papeles desempeñan 
los distintos miembros de la familia? ¿Cuál es el que tiene mayor status 
dentro de la propia familia? Intenta lo mismo con tu grupo escolar o con 
el conjunto de tu escuela. 
 3. Lee el texto completo del Manifiesto del Partido Comunista y discútelo 
en clase. Algunos temas para discutir e investigar pueden ser: ¿Es hoy 
la situación de la clase trabajadora la misma que la de Europa en 1848? 
¿Sus formas de organización han variado? ¿La burguesía es o no una 
clase revolucionaria? ¿Están aún vigentes las propuestas centrales de 
Marx?
 4. Haz una lista de asociaciones y movimientos sociales. Distingue unos 
y otras por los rasgos que se señalan en el capítulo. ¿Hay actualmente 
algún movimiento social en el mundo al que puedas hacer referencia?
 5. Discute con tus compañeros sobre el concepto de “masificación”. ¿Hay 
lugar en la sociedad contemporánea para el individualismo y el libre 
ejercicio del raciocinio? ¿Es ésa una posibilidad que sólo pertenece a la 
élite?
 6. Busca en Web algunos de los nombres citados en este capítulo como 
Talcott Parsons, Nikos Poulantzas o Gaetano Mosca.
.
Como vemos, la comprensión de la sociedad a partir de la separación entre élites y 
masas surge de una visión pesimista de las instituciones sociales y el hombre mismo, 
pesimismo que se agudiza al intentar explicar las grandes sociedades urbanas de nuestra 
época. En ellas, la sociología advierte ese creciente proceso de “masificación” que lleva 
a la aparición del hombre unidimensional del que habla Marcuse, el que ha suprimido su 
individualidad en aras de un progreso que lo manipula y le crea falsas necesidades. El 
debilitamiento de los lazos familiares del que hablábamos en páginas anteriores, la falta 
de organizaciones que medien en la relación del individuo con el poder, la influencia de 
los medios de comunicación y la dificultad para establecer relaciones significativas en las 
grandes ciudades, son hoy elementos determinantes en la masificación de la sociedad. 
Se comprende así que la sociología contemporánea dedique una especial atención al 
estudio de las masas y con él al de las élites, que son su complemento. 
63Capítulo 3: Los protagonistas sociales
Bibliografía
Si te interesa profundizar en los temas tratados en este capítulo, puedes 
consultar alguno de los siguientes libros: 
Chinoy, Eli, La sociedad: una introducción a la sociología, FCE, México, 
1966.
Giddens, Anthony, Jonathan Turner et al., La teoría social hoy, Alianza Edi-
torial/Conaculta, México, 1991. 
Giddens, Anthony, La constitución de la sociedad, Buenos Aires, Amorrortu 
Editores,1995. 
GurvitCh, Georges, El concepto de clases sociales de Marx a nuestros 
días, Instituto del libro, La Habana, 1970. 
Kornhauser, E., Aspectos políticos de la sociedad de masas, Amorrortu, 
Buenos Aires, 1969.
MarCuse, Herbert, El hombre unidimensional, Joaquín Mortiz, México,1968.
Marx K. y F. Engels, Obras escogidas, Progreso, Moscú, s/f.
MeluCCi, Alberto, Acción colectiva, vida cotidiana y democracia, El Colegio 
de México, México, 1999.
orteGa y Gasset J., La rebelión de las masas, Revista de Occidente, Ma-
drid, 1929. 
Poulantzas, Nikos, Las clases sociales en el capitalismo actual, Siglo xxi, 
México, 1978.
Ruiz olabuénaGa, José Ignacio, Sociología de las organizaciones, Bilbao, 
Universidad de Deusto, 1995.
stern, Claudio (compilador), La desigualdad social, SEP-Setentas, México, 
1974.
Weber, Max, Economía y sociedad, vol. I. FCE, 1994.
.
Capítulo
La socioLogía
y eL cambio sociaL
El presente capítulo analiza las teorías relacionadas con las 
causas, las particularidades y los efectos del cambio social 
en la estructura y las relaciones sociales de sociedades 
dinámicas. 
65
4
El cambio: concepto 
privilegiado de la 
sociología
Este apartado revisa la forma en que las primeras teorías so-
ciológicas, como el positivismo y el evolucionismo, entendieron 
el cambio social. Así mismo, menciona diferentes elementos 
que han servido para explicar el cambio.
De la fe en la evolución 
al análisis de los 
fenómenos sociales
Explica cómo la concepción basada principalmente en la evo-
lución fue reemplazada por teorías más sistematizadas funda-
mentadas en el análisis de los fenómenos sociales. 
La concepción 
materialista del 
cambio social 
Se describe el cambio social dentro de la concepción marxista, 
centrada en la contradicción entre las fuerzas productivas y 
las relaciones de producción que ocurren al interior de cada 
modo de producción. Se mencionan además el cambio social 
del feudalismo al capitalismo y los mecanismos de transición 
hacia el socialismo.
Una respuesta a la 
concepción materialista: 
Max Weber 
En oposición al marxismo, Weber establece a los valores, par-
ticularmente los religiosos (la ética protestante), y no a la pro-
ducción material de bienes, como generadores del proceso de 
acumulación capitalista. 
El cambio por medio de 
la modernización
La teoría de la modernización (Rostow, Huntington) analiza 
cambios de carácter económico, político y cultural ocurridos en 
sociedades tradicionales transformadas en sociedades indus-
trializadas y desarrolladas del mundo occidental. Se explica el 
fenómeno social del posmodernismo dentro de un contexto de 
crisis económicas recurrentes y decadencia de algunos valo-
res occidentales.
El conflicto social como 
motor de cambio 
Dos teorías sociológicas se refieren al conflicto social como 
motor de cambio social: la funcionalista y la marxista. La pri-
mera detenta y favorece la permanencia del status quo, y la 
segunda promueve su modificación.
67Capítulo 4: La sociología y el cambio social
La actualidad 
del cambio
La tercera revolución industrial generada por los avances en 
la tecnología de punta en áreas de la electrónica y robótica 
incide en las condiciones laborales de los trabajadores en so-
ciedades con economías muy desarrolladas.
67
Revolución y reforma: 
dos proyecciones del 
cambio social
La revolución social implica un cambio rápido y violento de las 
instancias de poder y la estructura socialde un país; las refor-
mas sociales consideran modificaciones parciales y graduales 
desde el poder. Se citan los casos de las revoluciones france-
sa, rusa, mexicana y cubana, y sus diferencias. Asimismo, se 
hace un somero análisis de la reforma política en México.
Hacia la sociología68
Como ya hemos visto en Capítulos anteriores, las sociedades son dinámicas por 
naturaleza; es decir, son conglomerados humanos que continuamente están experimen-
tando cambios, tanto en su composición y forma de organización como en sus relaciones, 
ideales y proyectos. 
Fenómenos que hoy nos son tan familiares, como el congestionamiento del tránsito y 
la contaminación ambiental, la lucha de las mujeres por la igualdad de derechos y opor-
tunidades, los agobios por la deuda externa, la comunicación electrónica, la amenaza de 
una guerra nuclear devastadora o la dimensión ética de la ingeniería genética, no forma-
ron parte de las vivencias y preocupaciones cotidianas de nuestros antecesores. Y es que 
las sociedades se mueven constantemente, dando lugar a nuevas situaciones, problemas 
y desafíos. Es por ello que uno de los temas sociológicos por excelencia ha sido el del 
cambio social. 
El cambio: concepto privilegiado de la sociología
La sociología, desde su surgimiento como disciplina que aspiraba al rigor científico, ha 
reservado un espacio privilegiado al estudio y la construcción de teorías sobre el cambio. 
Importantes investigaciones han intentado distinguir las causas y los agentes del cambio, 
así como comprender la velocidad con la que éste ocurre, las formas que adopta, las fases 
por las que atraviesa y los efectos que provoca. La sociología ha buscado explicar cómo 
ocurren los cambios y a qué factores responden, así como de qué manera éstos se pueden 
orientar, impulsar o controlar.
De hecho, la sociología dividió tradicionalmente su campo de estudio en dos ramas 
principales: 1) la de la estructura social, entendida como el conjunto de organismos e ins-
tituciones (la familia, la escuela, la fábrica, la comunidad religiosa, el municipio, la nación, 
el Estado) que constituyen y dan forma a la vida en sociedad; y 2) la del cambio social, que 
se refiere a los procesos y mecanismos que modifican la fisonomía y las relaciones de la 
estructura social, y dan lugar a situaciones novedosas, e incluso inimaginables, producto 
de la propia acción del hombre.
Ya mencionamos que Auguste Comte, el teórico social francés que acuñó el nombre 
de “sociología”, organizó su reflexión sobre la sociedad en torno a una distinción esencial 
entre:
a) La sociología estática, que abarcaba el estudio de las condiciones de existencia de las 
sociedades y se centraba en el problema del orden como hecho y objetivo principal y;
b) La sociología dinámica, que comprendía el análisis del movimiento continuo de las 
sociedades, su evolución y desarrollo, es decir, de las determinantes del cambio social. 
Durante gran parte de la primera época del desarrollo de la sociología (al menos en el 
caso de sus fundadores, Auguste Comte y Herbert Spencer), la idea del cambio se conci-
bió como evolución, de suerte que la explicación misma de la estructura, la composición 
y las funciones sociales se desprendía de la fase evolutiva por la que atravesaba la socie-
dad en cuestión. 
69Capítulo 4: La sociología y el cambio social
La reflexión sociológica en torno al cambio social se remonta a finales del siglo xviii 
en Europa y se inscribe en la Ilustración, la corriente de pensamiento que inspiró a la 
Revolución Francesa y reivindicaba la idea del derecho al progreso como rasgo distin-
tivo de la civilización occidental. Los revolucionarios franceses pugnaron por la elimi-
nación de los privilegios de nacimiento para que fuera la razón lo que caracterizara al 
hombre por excelencia, lo que permitiera reclamar su igualdad. En ello se asentaría la 
idea del avance de las sociedades. 
Analizar a la sociedad desde la perspectiva del progreso implicaba, por un lado, la 
convicción de que ésta se movía siempre hacia estadios superiores de convivencia y fe-
licidad humanas, es decir, hacia una mejor calidad de vida y un refinamiento del saber. 
Además, el camino trazado por el mundo occidental en busca de la libertad, la igualdad y 
el bienestar era el modelo a imitar. La fe en el progreso implicaba también la creencia de 
que la acción del hombre era capaz de imprimir al cambio social su orientación y rumbo, 
a fin de conquistar la emancipación del hombre.
Las ideas evolucionistas de Spencer, precursoras de las teorías de Darwin, alimentaron 
lo que algunos autores posteriores caracterizaron como una suerte de darwinismo social 
en donde el avance de las sociedades se equiparaba con la supervivencia del más apto.
Herbert Spencer y el evolucionismo 
Contemporáneo inglés de Auguste Comte, Herbert Spencer (1820-1903) fue el 
fundador de la teoría de la evolución en sociología. Su obra sociológica está do-
minada por la idea de que a través de los tiempos ha habido una evolución social 
y que ésta se ha movido hacia formas más avanzadas. Spencer es un defensor de 
la evolución unilineal hacia el progreso; es decir, sostiene que hay una trayectoria 
necesaria que desemboca obligadamente en una fase más desarrollada. 
Su teoría sobre la evolución de la sociedad se basaba en un concepto organi-
cista de las sociedades que establecía un paralelismo entre éstas y los organis-
mos vivos, de suerte que, al igual que éstos, las sociedades nacen, crecen, se 
desarrollan, alcanzan su madurez y después fenecen para dar lugar a nuevas 
formas de organización y relaciones sociales que significarían un avance. 
Spencer concebía la evolución:
a) Como el paso de sociedades homogéneas a sociedades compuestas, doble-
mente compuestas, triplemente compuestas y así, sucesivamente. 
b) Como el paso de una “sociedad militar”, integrada alrededor de la cooperación 
obligatoria de los miembros, a la “sociedad industrial”, entendida como aque-
lla en la que predominaba la cooperación voluntaria. 
Las principales obras de Herbert Spencer son Estática social, El estudio de la 
sociología, Los primeros principios y Principios de sociología.
.
Hacia la sociología70
Poco a poco fue quedando atrás la idea de que los cambios sociales dependían de la 
voluntad divina, el destino o las fuerzas de la naturaleza, es decir, de agentes “metasocia-
les”, para dar paso a la búsqueda de explicaciones cifradas en la intervención del hombre. 
Ésa fue la máxima de la Revolución Francesa: la exaltación de las potencialidades racio-
nales del hombre. 
De acuerdo con esta idea, los destinos a los que estaba dirigido casi inevitablemente el 
proceso de cambio, extrañaban una convicción utópica del movimiento de las sociedades. 
El hecho de que el hombre hubiera descubierto que era el dueño y autor de su propio 
destino hizo que el horizonte se vislumbrara benéfico y prometedor. 
La vocación por el progreso, característica de esta época en Occidente, se basó en tres 
principios esenciales:
 1. La firme convicción en la bondad y superioridad de la civilización occidental. 
 2. La creencia en la razón y el conocimiento científico.
 3. La aceptación del valor del crecimiento económico y los avances tecnológicos.
El dogma del progreso concordaba perfectamente con la formas de producción y re-
laciones sociales capitalistas que, en ese momento, se consolidaban en el continente eu-
ropeo. Este sistema económico se oponía a la idea de los destinos inevitables, fuera del 
alcance de la acción del hombre, al colocar al intercambio de mercancías como el motor 
de las sociedades.
Durante mucho tiempo, sociólogos y filósofos estuvieron obsesionados no sólo con la 
idea de que las sociedades se dirigían hacia mejores momentos, sino con la creencia de 
que los cambios obedecían a una causa determinante, exclusiva, a la cual podían reducir-
se los demás elementos presentes y a partir de la cual era posible construir modelos de 
explicación. 
Charles Darwin
Charles Darwin(1809-1882), naturalista inglés, bosquejó en 1938 la teoría de la 
evolución a través de la selección natural, inspirada en un ensayo de 1798 del 
economista británico Thomas Robert Malthus. En 1859 publica El origen de las 
especies, donde asegura que las crías nacidas de cualquier especie compiten in-
tensamente por la supervivencia. Los animales que sobreviven, y darán origen a 
la generación siguiente, tienden a incorporar variaciones naturales favorables que 
serán trasmitidas por herencia a las generaciones subsiguientes. Durante déca-
das, la comunidad científica polemizó con la nueva teoría pues hasta entonces la 
mayoría de los geólogos se adhería a la teoría de la catástrofe, donde se afirmaba 
que la Tierra ha experimentado una sucesión de creaciones de vida animal y vege-
tal, y que cada una de ellas ha sido destruida por una catástrofe repentina como el 
diluvio universal, que consideraban la última gran catástrofe.
.
71Capítulo 4: La sociología y el cambio social
Por ejemplo, a mediados del siglo xix, la producción masiva industrial era concebida 
como la palanca fundamental del progreso económico y social, porque no solamente 
posibilitaría la generación de muchos bienes y satisfactores, sino el acceso a ellos de una 
mayor proporción de la población.
El progreso abarcó también al campo político y suponía la posibilidad de que los indi-
viduos pudieran ejercer sus libertades de conciencia, expresión y asociación, es decir, los 
principios rectores de la filosofía liberal que floreció en esa época.
La idea del progreso se extendió al siglo xx, aunque con otras fórmulas como la de la 
modernización. Sin embargo, junto a tradiciones optimistas, también han aparecido for-
mas de pensamiento pesimista que consideran que los cambios han provocado malestar 
social.
En la actualidad, la visión lineal del cambio social ha quedado rebasada: es difícil 
encontrar a alguien que crea que los cambios que se suceden en las sociedades siguen un 
curso necesario y van a llegar a un punto obligado. Las condiciones de tiempo y espacio 
en las que el cambio se realiza, y desde luego, las características mismas del cambio influ-
yen tanto en su orientación como en su alcance, en su ritmo y en su impacto. Por ejemplo, 
los cambios profundos que ha producido el desarrollo de la electrónica en los campos 
de la información y la comunicación han tenido repercusiones distintas en los diferentes 
países del mundo. Actualmente, la llamada globalización de la información permite que 
las noticias lleguen casi al instante a lugares muy apartados del mundo. La transmisión 
televisiva de la guerra de Irak en 2003 es un ejemplo de cómo la comunicación satelital 
ha logrado eliminar fronteras; sin embargo, esta revolución tecnológica, lejos de haber 
reducido la brecha entre los países pobres y subdesarrollados y las grandes potencias 
industrializadas, o dentro de un mismo país entre reducidos sectores privilegiados y las 
grandes masas populares, ha ahondado el abismo entre unos y otros. Estas desigualdades 
se deben a la muy diversa velocidad con la que los avances en este campo penetran y se 
expanden, y desde luego, por el hecho de que unos países y sectores producen y actuali-
zan la tecnología y los demás tienen que importarla. La comunicación por Internet es un 
ejemplo característico de cómo la revolución cibernética elimina fronteras de comunica-
ción entre países, propiciando un notable acercamiento entre ellos y sus poblaciones. En 
1995, aproximadamente un millón de personas utilizaban la Red; dos años más tarde, la 
cifra había aumentado a 40 millones, y sigue creciendo año con año.
Internet
Es la red global de computadoras que permite acceso instantáneo a una serie de 
sitios que ofrecen información sobre prácticamente cualquier tema. Es un medio 
de comunicación masiva al alcance de cualquier persona que tenga acceso a una 
computadora, una línea telefónica y una suscripción a un proveedor de conexión 
a Internet.
El uso de Internet ha venido creciendo sistemáticamente en los últimos 15 años 
y está reconocido como el mayor desarrollo tecnológico desde la invención de la 
imprenta o la electricidad.
.
Hacia la sociología72
La revolución en el acceso a la información que ha representado el Internet, está gene-
rando una nueva división internacional entre países “ricos en información” y aquellos que 
no cuentan con esta herramienta para la gran mayoría de sus poblaciones.
Por otra parte, la sociología ya no acepta la idea de una causa dominante del cambio 
social, sino que reconoce el surgimiento de éste a partir de la acción de una variedad de 
factores; es decir, que no se trata de un evento espectacular, único, homogéneo u obligado 
con un solo motor causal, sino de procesos que se van gestando y desarrollando y que, a 
lo largo de su evolución, van adoptando rasgos y perfiles característicos. 
Uno de los cambios más relevantes del siglo xx ha sido protagonizado, sin lugar a du-
das, por las mujeres. En el siglo xx, la mujer conquistó el estatuto ciudadano, el derecho 
a decidir sobre su sexualidad y su maternidad, a dedicarse a lo que quiera; es decir, a tener 
una vida propia, e incluso a ocupar puestos de dirección social. Sin embargo, los cambios 
que ha experimentado la condición femenina no se observan por igual en los diversos 
sectores o estratos sociales, ni desde luego en los distintos países y culturas. La mujer 
que vive en países avanzados, o fuera de éstos, pero dentro de sectores de clase media 
y con niveles altos de educación, es quien más se ha beneficiado de esta lucha que le ha 
redituado el goce de mayores libertades políticas y sociales. Este movimiento a favor de 
la igualdad de derechos de las mujeres ha tenido un impacto mundial tal que ahora existe 
un consenso internacional sobre la necesidad de impulsar las demandas de género. 
La mujer se ha incorporado al mercado de trabajo y ha irrumpido en el escenario 
público, pero todavía está lejos de obtener una integración igualitaria con el hombre (ade-
más de que estas conquistas son diferenciadas de acuerdo con el estrato social al que 
se pertenezca). Desde hace mucho tiempo, entre las clases medias y obreras, la mujer 
ha tenido la necesidad de trabajar fuera del hogar para mantener a la familia de la que 
con frecuencia es jefa única, por lo que, en tales casos, el acceso al trabajo remunerado 
no puede considerarse una aspiración. El objetivo es tener acceso a mejores servicios y 
apoyos sociales (guarderías y espacios recreativos, por ejemplo). No obstante, la lucha 
feminista ha logrado importantes avances porque poco a poco se han ido modificando 
viejos patrones de conducta y concepciones en torno al papel social de la mujer y a la 
valoración del mismo. 
Por otra parte, ya nadie sostiene con serenidad que estos cambios hayan sido impul-
sados por una sola causa. La expansión de las economías y los beneficios sociales como 
la educación y la salud, pero también la rapidez con la que se trasmiten las nuevas ideas, 
han contribuido a hacer conscientes a las mujeres de los derechos que las asisten y las 
destrezas que poseen y pueden aprovechar ampliamente en el mundo contemporáneo. 
Para reflexionar
La Internet es ya un referente cotidiano; sin embargo, ¿cuántas personas 
realmente tienen acceso a esta forma de comunicación? Investiga por Inter-
net qué tan extendida está su utilización en nuestro país. Haz también una 
pequeña encuesta entre tus vecinos para saber qué tanto consultan la Red.
.
73Capítulo 4: La sociología y el cambio social
Al comienzo del siglo xxi, la participación de las mujeres a favor de sus derechos y la 
resolución de sus demandas particulares se ha incrementado de manera notable a través 
de organizaciones no gubernamentales y movimientos sociales. Esto ha causado un fuerte 
impacto en la opinión pública, pues ha permitido que aumente la conciencia sobre los 
problemas de la mujer, tanto dentro del seno familiar, como fuera de éste. Cada vez se 
conoce y se discutemás acerca de la violencia familiar, el acoso sexual o la desigualdad 
en el acceso a cargos de dirección, y esto ha ido sensibilizando a la población alrededor 
de la problemática femenina. No cabe duda de que la mujer se ha convertido ya en un 
actor social de primer orden. Daniel Bell, sociólogo norteamericano contemporáneo, ha 
reconocido que la gran revolución del siglo xx fue la irrupción de la mujer en el espacio 
público que históricamente estuvo reservado para el hombre, mientras que la mujer tenía 
a su alcance el espacio privado, o doméstico. La mayor conciencia de las inequidades so-
ciales y políticas existentes entre hombres y mujeres ha dado lugar a políticas de “acción 
afirmativa”, que obligan a empresas y dependencias a incorporar a un cierto número de 
mujeres en sus filas directivas. La idea es asegurar que las mujeres cuenten con mayores 
espacios de desarrollo propio.
Para reflexionar
Investiga qué porcentaje de mujeres existe hoy en la Cámara de Diputados 
y en el Senado en México y discute por qué es importante que exista una 
representación política más equilibrada entre géneros. ¿Ayuda ello a intro-
ducir algunos cambios en la práctica parlamentaria?
Discute con tu familia qué cambios se han dado en el papel de la mujer 
dentro del hogar desde la época de tus abuelos hasta ahora.
averigua en qué consiste la doble jornada laboral de la mujer.
.
Las cuotas de género
Las cuotas de género son una fórmula de “acción afirmativa” para obligar a que los 
partidos políticos incluyan cierto número de mujeres en sus listas de candidatos a 
cargos de elección, con el fin de dar más poder a ese sector de la población. Esta 
política se ha ido extendiendo por diferentes zonas del mundo al calor de los pro-
cesos de democratización que reclaman asegurar que las mujeres, al igual que los 
hombres, puedan gozar de sus derechos ciudadanos plenos. 
En 1965, las mujeres constituían el 8.1% del total de representantes parlamen-
taris a nivel mundial, mientras que para 2002 la cifra había aumentado a 14.3% 
(“Mujeres en el Parlamento”, Estocolmo, IDEA, 2002). El avance ha sido lento, 
pero cada vez más países adoptan este mecanismo forzoso para equilibrar la 
presencia de las mujeres en los órganos de representación popular como los con-
gresos o parlamentos.
.
Hacia la sociología74
De la fe en la evolución al análisis de los fenómenos
sociales 
Las primeras exploraciones sociológicas que estuvieron marcadas por la idea de que la 
evolución era la “ley suprema del devenir”, concibieron el cambio como producto de ele-
mentos cuantitativos tales como el crecimiento de los grupos humanos. Las sociedades, 
decía Herbert Spencer (1820-1903), transitan de simples y homogéneas a compuestas y 
heterogéneas por medio de la agregación de las primeras y así sucesivamente.
Al aumentar de tamaño, las sociedades diversifican su estructura y sus partes adoptan 
una configuración distinta; es decir, se da una diferenciación estructural y las funciones 
se especializan e interrelacionan. 
La tradición evolucionista del siglo xix fue muy rica. Mientras que para Comte y 
Spencer el factor explicativo era el demográfico, para otros, como Thorstein Veblen 
(1857-1929), la tecnología era la vanguardia y guía del proceso evolutivo; para el italiano 
Achille Loria, la disminución gradual de la tierra libre —la economía— era el impulso de 
la evolución, y para el filósofo social inglés Benjamin Kidd (1858-1916), la religión era 
su motor fundamental. 
A medida que la sociología se desarrollaba, la concepción evolucionista fue cediendo 
su lugar a favor de perspectivas centradas en el análisis de los fenómenos sociales. 
Con este nuevo enfoque, Émile Durkheim concibió la transformación de la sociedad 
como los cambios que ocurren en la llamada solidaridad social, esto es, en el conjunto 
de normas, creencias y valores que integran a los hombres a su comunidad (consultar el 
capítulo 6). Para este autor, el proceso universal que explica el cambio en el tipo de soli-
daridad —es decir, “la causa eficiente que lo produce”— es la división del trabajo social, 
la cual depende del volumen y la densidad de la población. 
sociedades arcaicas o primitivas
solidaridad mecánica.
Sociedades homogéneas, poco diferenciadas, 
donde la división del trabajo es rudimentaria. 
Fuerte conciencia colectiva expresada en un sis-
tema de creencias y sentimientos compartidos y 
en una forma religiosa consolidada. 
La solidaridad se da por similitud.
sociedades desarrolladas o civilizadas 
solidaridad orgánica.
Sociedades donde la división del trabajo está 
muy desarrollada y donde la nueva unidad se 
expresa a través de la diferenciación. 
Sociedades con diversas funciones independien-
tes, y es en dicha interdependencia que reside la 
forma de regulación moral que facilita el bienes-
tar y la cohesión social. 
(“La división del trabajo en la sociedad”, 1893.)
Desarrollo de la solidaridad social según Émile Durkheim (1858-1917)
75Capítulo 4: La sociología y el cambio social
A medida que la población aumenta, las sociedades se vuelven más complejas. 
Mientras que en las más simples los hombres se consagran a las tareas generales de 
la comunidad, en las sociedades de mayor condensación, donde el medio social se hace 
más complejo y diverso, el trabajo del hombre necesita ser más intenso para generar pro-
ductos más numerosos y de mayor calidad. Las funciones que desempeña la población se 
especializan y ello produce, a su vez, una variedad de aptitudes, inclinaciones y gustos 
entre los hombres.
La concepción materialista del cambio social
Así como para Durkheim los factores de cambio derivan de un hecho social privilegiado, 
esto es, de la división del trabajo, para el marxismo el punto de partida para compren-
der y caracterizar a una sociedad es la producción material de la existencia, es decir, la 
forma en que los hombres producen los bienes que necesitan para subsistir: el modo de 
producción.
Ya hemos visto que para el marxismo la forma como se producen los bienes materiales 
es el factor determinante “en última instancia” (a largo plazo) de las concepciones que los 
hombres tienen sobre sus propias vidas, así como de la manera como éstos se relacionan 
en otras esferas de la vida social, como la política. Por esta razón, es también ahí donde 
el marxismo ubica los grandes motores del cambio social. 
A partir de estas consideraciones, la teoría marxista del cambio social se dirigió al 
análisis del paso de un modo de producción a otro. En un primer momento se adentró 
en el paso del feudalismo al capitalismo porque ya había ocurrido y podía ser explorado 
a profundidad, para posteriormente construir el marco de explicación de la transición al 
socialismo y, finalmente, al comunismo. 
Para el pensamiento marxista comprender las causas, las formas y el destino de los 
procesos de cambio era indispensable para impulsar las modificaciones necesarias a fin 
de alcanzar la sociedad ideal, despojada de formas de explotación y desigualdad social. 
La concepción marxista del cambio se centró en la contradicción entre las fuerzas produc-
tivas y las relaciones de producción. 
Cuando las fuerzas productivas logran un mayor desarrollo, esto es, cuando las clases 
sociales que llevan a cuestas las cargas de la producción avanzan en sus niveles de or-
ganización y concientización, entran en contradicción con el tipo de relaciones sociales 
imperantes y el ordenamiento político existente; en ese momento empieza a producirse 
el cambio. 
Así, entre los siglos xv y xvi, cuando los españoles y los portugueses llegaron a tierras 
desconocidas de Asia, África y América y sometieron a algunos de sus pueblos, éstos 
empezaron a inundar Europa de metales, especias y otros productos. Una consecuen-
cia de todo ello fue que las redes de comunicación crecieron y las sociedades feudales, 
tradicionalmente encerradas en sí mismas, se vieron sacudidas por la información y los 
productos que llegaban de fuera. La expansión delcomercio exigía excedentes en la pro-
ducción y fuerzas productivas que tuviesen capacidad de movimiento y sin ataduras a la 
tierra y los instrumentos de trabajo. Poco a poco, la generalización del intercambio como 
eje central de la producción reclamaría la liberación de la fuerza de trabajo, la cual entra-
ría en contradicción con las viejas relaciones basadas en la inmovilidad de los siervos, el 
Hacia la sociología76
paternalismo de los señores feudales y la estructura jerarquizada de la sociedad. Como 
resultado de este choque, el modo de producción feudal empezó a ceder su lugar a una 
nueva forma de producción, la capitalista. 
La nueva sociedad, conformada alrededor del mercado, tendría una estructura muy 
diferente de la anterior, ya que la expansión de la mercancía polarizaría a la sociedad 
en clases sociales, definidas por su ubicación como productores o como propietarios de 
las fábricas y las máquinas (los bienes de producción). A partir de esta interpretación, el 
tránsito al socialismo se cifró en el potencial revolucionario del proletariado, es decir, de 
la clase trabajadora que Marx encontró que se había desarrollado más en los países como 
Inglaterra o Alemania, donde el capitalismo estaba más avanzado. Los pronósticos de 
Marx no se cumplieron precisamente, ya que el socialismo no se implantó en dichos paí-
ses, sino en Rusia, en donde todavía predominaban relaciones feudales y precapitalistas, 
y no existía una clase obrera fuerte, ni organizada, ni mucho menos con una conciencia 
clara de su explotación. 
De esta manera, el desarrollo histórico de los acontecimientos obligó al pensamiento 
marxista a reformular muchos de sus planteamientos originales sobre el cambio social. 
Actualmente ya no se presume la existencia de un actor privilegiado del cambio, sino 
que se reconoce a diversos agentes, entre ellos los estudiantes, las mujeres y los nuevos 
movimientos sociales, sobre todo de las grandes urbes (colonos, ecologistas, minorías 
étnicas o raciales, o grupos con preferencias sexuales diversas). Además, hoy día, el 
marxismo considera que el cambio social puede alcanzarse de manera gradual, por la 
vía de modificaciones sucesivas y no sólo mediante un movimiento de ruptura como 
la revolución.
Una respuesta a la concepción materialista: 
Max Weber
Max Weber (1864-1920) explicó el proceso de acumulación capitalista, es decir, el sur-
gimiento del capitalismo, a partir de elementos y modificaciones fuera del terreno de 
la producción material. Weber consideraba que los principios rectores de la actuación 
humana debían buscarse en los valores. 
En La ética protestante y el espíritu del capitalismo (1904), Max Weber se propuso 
determinar la influencia de los ideales y preceptos religiosos en la conformación de una 
cierta mentalidad y conducta económicas. 
Después de analizar y comparar a los países que habían alcanzado un mayor progre-
so económico, y de observar qué tipo de grupos religiosos participaban más de la vida 
capitalista, Weber encontró que el protestantismo, particularmente en sus formas más 
ascéticas, como el calvinismo, el metodismo y las sectas bautistas, había ejercido una 
influencia importante en la construcción del espíritu capitalista “emprendedor”. Dicho 
de otra manera, para Weber, los principios y enseñanzas del protestantismo impulsaron 
y difundieron un núcleo de ideales, estilos de vida y normas de conducta acordes con los 
requerimientos del sistema económico capitalista.
Para el protestantismo ascético, el dogma esencial es el de la predestinación; es decir, 
según el proyecto divino sólo un pequeño número de hombres está llamado a salvarse. 
77Capítulo 4: La sociología y el cambio social
Sin embargo, de acuerdo con la filosofía racional de la época, el hombre era capaz de 
crear su propia salvación encontrando garantías o evidencias de ella. 
Así, cualquier ser humano puede asegurar que fue elegido o predestinado si logra 
santificar su trabajo. El protestante busca el signo de predestinación en su vida cotidiana 
y cree hallarlo en la prosperidad y la ganancia, aspectos que representan la virtud o lo 
sagrado en el trabajo. El protestante debe dedicarse al trabajo para evadir las tentaciones 
mundanas y como está prohibido el lujo, el protestante ascético es un hombre austero, 
que ahorra y reinvierte sus ganancias, con lo cual estimula y hace progresar a su empresa.
La ganancia, como fin, había moldeado la mentalidad protestante y era congruente con 
las condiciones necesarias para la acumulación capitalista. 
Marx y Weber condensan las dos grandes perspectivas sobre los agentes del cambio 
social, ya que mientras para el primero las ideas tienen siempre un condicionamiento ma-
terial, para Weber éstas alcanzan eficiencia histórica; es decir, las ideas tienen un impacto 
sobre las formas de vida y no son sólo expresión de éstas.
La ética protestante y el espíritu 
 del capitalismo (1904) 
Este escrito de Max Weber representa un momento decisivo en la evolución inte-
lectual del pensador. Con él se inicia lo que se ha llamado el largo periodo de crítica 
positiva al materialismo histórico. 
Publicado en dos partes en el Archiv für Sozialwissenchaft and Sozialpolitik, 
no tardó en convertirse en tema de grandes controversias. Durante los siguientes 
sesenta años, fue uno de sus trabajos más difundidos y discutidos, y todavía hoy 
sigue siendo analizado.
En su momento, muchos lo consideraron como una crítica a Marx desde las po-
siciones del idealismo; sin embargo, Weber, al igual que Marx, otorgaba relevancia 
a los fenómenos económicos en la interpretación de los hechos históricos, aunque 
reivindicaba la necesidad de investigar la influencia de los factores culturales sobre 
el devenir histórico. 
Weber comienza preguntándose por qué el capitalismo moderno no apareció 
más que en Occidente. Para encontrar la respuesta, llevó a cabo un minucioso 
estudio sociológico de los banqueros romanos, las plantaciones del sur de Estados 
Unidos, las hilanderías de Alemania, el comercio de la lana en Inglaterra, las castas 
hindúes, la burocracia china de los mandarines y las grandes religiones del mundo 
con sus promesas de salvación. 
Weber pretendía determinar la influencia de ciertos ideales religiosos en la for-
mación de una “mentalidad o etnos económico”, poniendo especial atención en las 
conexiones de la ética económica moderna con la ética racional del protestantismo 
ascético.
.
Hacia la sociología78
El cambio por medio de la modernización 
Otra de las perspectivas del cambio general de las sociedades fue la desarrollada en torno 
al concepto de modernización. Por modernización se entiende el conjunto de cambios en 
las esferas política, económica y social que ha caracterizado al mundo occidental en los 
últimos dos siglos, e implica el tránsito de una sociedad tradicional y poco diversificada 
a una industrial y desarrollada. 
El inicio del proceso de modernización se identifica con la Revolución Francesa de 
1789 y la casi contemporánea Revolución Industrial en Inglaterra, que trajeron como 
consecuencia diversos cambios políticos, económicos y culturales estrechamente inte-
rrelacionados. Estos cambios se extendieron gradual o aceleradamente a otras naciones, 
aunque con rasgos singulares en cada una de ellas. 
Los elementos que denotan el paso de una sociedad tradicional a una moderna inclu-
yen desde el tipo de división social del trabajo, la tecnología empleada en el proceso pro-
ductivo, las dimensiones del mercado y la distribución y consumo, hasta las instituciones, 
valores y símbolos que integran y dan significado al funcionamiento de una sociedad. 
En el terreno económico, la modernización se define como el proceso mediante el cual 
la organización económica se hace más racional y eficiente, es decir, más productiva, y 
donde las metas que se persiguen se corresponden con los medios utilizados. 
La modernización lleva implícito el tránsito por diversas etapas (teoría de los estados 
económicosde Walt W. Rostow (1962), y va de una sociedad con una economía de sub-
sistencia, a través de un proceso de acumulación, hasta dar un salto cualitativo hacia la 
industrialización. Se presenta entonces una fase de maduración de los cambios en la que 
ya no sólo aumenta la producción, sino los bienes de consumo y el acceso a éstos por 
parte de un mayor número de grupos y sectores. 
La modernización lleva consigo dos grandes procesos económicos y sociales: 1) la 
industrialización y 2) la urbanización. 
La industrialización implica la introducción de maquinaria y técnicas nuevas en el 
proceso de producción. Las tareas agrícolas quedan desplazadas a un segundo término y 
se da una expansión en la producción manufacturera. 
Las consecuencias económicas de la industrialización son el crecimiento de la ac-
tividad y la producción total de la sociedad (aumentan el producto nacional bruto y el 
ingreso per cápita) y el desarrollo del mercado, que genera un incremento en los niveles 
de consumo de la población. En términos generales, aumenta la riqueza y tiende a mejorar 
la distribución de la renta nacional. 
La urbanización corre paralela a la industrialización. Las fábricas atraen a la población 
hacia los centros urbanos en donde se establecen (fenómeno de migración), y esta con-
centración demográfica genera demandas de vivienda, servicios de transporte, comunica-
ción, electricidad, recolección de basura, agua potable y drenaje, así como de beneficios 
sociales (educación, salud, mayor información). 
Por otra parte, la industrialización trae aparejada una mayor división social del traba-
jo, lo cual provoca la multiplicación y diversificación de las fuerzas sociales. Mientras 
que en una sociedad tradicional la producción de alimentos y materias primas involucra 
a la población económicamente activa en todas las fases de la producción, en el proceso 
industrial la diferenciación y la especialización son condiciones necesarias para la pro-
ducción en gran escala.
79Capítulo 4: La sociología y el cambio social
De tal suerte, un campesino conoce y participa en todo el ciclo productivo, desde 
la preparación de los surcos, la siembra, el riego y el cuidado de los cultivos, hasta la 
cosecha. En cambio, en una fábrica cada obrero o grupo de obreros tiene encargada 
la realización de una de las partes del proceso de fabricación del producto. De esta mane-
ra se van diferenciando las funciones. 
La modernización tiene repercusiones sociodemográficas, culturales y políticas. Con 
su desplazamiento del campo a la ciudad, las personas se despojan de viejos vínculos 
de integración comunitaria, al igual que de valores tradicionales y con una referencia 
local. Aparecen nuevos patrones de conducta y nuevas posibilidades o alternativas de 
convivencia e interacción con los semejantes. Sucede entonces lo que los teóricos de la 
El proceso de modernización
Cambios EConómiCos 
Industrialización
Aumenta la actividad económica: se desarrollan los mercados, aumentan los bie-
nes de consumo, crece el producto nacional bruto, sube el ingreso per cápita, se 
dan avances tecnológicos. 
Cambios CulturalEs 
Expansión de opciones 
Se diferencian los patrones culturales, se debilitan las bases de parentesco e iden-
tidad comunitaria, se incrementa la información y el conocimiento. 
Cambios soCiodEmográfiCos 
Urbanización
Migración campo-ciudad, concentración de población, aumentan servicios (vivien-
da, educación, salud), se da la multiplicación y diversificación social, y la moviliza-
ción social. 
Cambios PolítiCos 
Democratización
Autoridad nacional y racional basada en el consenso, extensión de la conciencia 
política, aumenta la participación, la incorporación de nuevos grupos sociales al 
universo político, y se da mayor competencia política. 
 
Autores de la teoría de la modernización: Apter, David, “Estudio de la modernización” 
(1970), S. N. Eisenstadt, “Modernización. Movimientos de protesta y cambio social” (1972), 
Huntington, Samuel “El orden político en las sociedades en cambio” (1972).
.
Hacia la sociología80
modernización llaman “expansión de las opciones” o “revolución de las expectativas”; es 
decir, se abre un abanico de nuevas oportunidades y formas de enfrentar los problemas 
colectivos.
Los cambios se encadenan unos con otros y van reclamando nuevos cambios, lo cual 
genera presiones sobre el sistema social en general y sobre el sistema político en particu-
lar. Las demandas sociales que se generan en los centros urbanos e industriales, tales como 
mejoras salariales y mayores prestaciones (vacaciones, pensiones, por ejemplo) reclaman 
la atención del gobierno y eso exige recursos de los cuales a menudo se carece, creándose 
así una tensión entre las “expectativas crecientes” y la dificultad para cumplir con ellas. 
La modernización en el terreno político se concibe como el conjunto de cambios orien-
tados hacia formas de organización libres y democráticas. Implica el ingreso de nuevos 
grupos sociales al sistema político, la extensión de la conciencia política, una inclinación 
a participar más y en mayor número de espacios y, desde luego, la existencia de una 
estructura política con una autoridad nacional y racional, es decir, basada en el consenso 
o reconocimiento por parte de los gobernados (consultar el capítulo 8). La modernización 
política significa también una diferenciación de las funciones políticas y la creación de 
instituciones especializadas para cumplir con dichas funciones (funciones ejecutivas dis-
tintas de las legislativas, las judiciales, las administrativas, las técnicas, etcétera). 
Una sociedad que se moderniza políticamente es aquella que reconoce la existencia de 
diversas corrientes políticas y cuenta con instituciones capaces de dar cauce a la plurali-
dad de intereses y tendencias (partidos políticos, sindicatos, asociaciones o grupos de in-
terés, movimientos sociales, organizaciones no gubernamentales). Es una sociedad donde 
el poder tiene límites, pesos y contrapesos para evitar su ejercicio abusivo y arbitrario, y 
descansa en la voluntad de la población. 
 Cabe señalar que la modernización política no es un proceso simultáneo ni resultante 
de la modernización económica. Más aún, los cambios en las esferas económica, social 
y cultural pueden provocar tensiones en el sistema político, dificultando así su proceso 
de cambio en sentido moderno. Algunos ejemplos del impacto de la modernización se 
presentaron en los países latinoamericanos, donde el incremento de la urbanización, la 
información, la educación, las demandas sociales y las nuevas aspiraciones promovidas 
por la modernización económica provocaron la inestabilidad política, el endurecimiento 
de los regímenes y, finalmente, la toma del poder por parte de los militares. 
Los teóricos de la modernización política sostienen que, para que ésta ocurra a la par 
del proceso de modernización económica, debe existir una estructura institucional fuerte 
y arraigada, capaz de absorber y canalizar la explosión de las demandas en aumento 
que generan la industrialización y la urbanización. Dicho de otra manera, se requiere que 
existan reglas del juego aprobadas y aceptadas por los diferentes actores políticos para 
que ofrezcan certidumbre y permitan que el cambio transcurra por cauces pacíficos.
La modernización mexicana
En nuestro país, los procesos de industrialización y urbanización despegaron en la década 
de 1940 gracias a que, por un lado, el Estado mexicano posrevolucionario ya estaba con-
solidado, y a que se presentó la coyuntura favorable de la Segunda Guerra Mundial. Dado 
que Estados Unidos se encontraba sumido en una economía de guerra, nuestro país se vio 
en la necesidad de producir muchas de las cosas que antes importaba de su vecino del 
81Capítulo 4: La sociología y el cambio social
norte. Lo más importante fue que nuestro país tuvo oportunidad de exportar sus manufac-
turas por la escasez que de ellas había en el mercado estadounidense. Estas circunstanciasexplican el acelerado proceso de industrialización y urbanización que México experi-
mentó durante esos años. Aunque después de la guerra este impulso se redujo, México 
vivió tres décadas de crecimiento económico sostenido (un crecimiento anual promedio 
del 6% en el producto interno bruto) que llevó a hablar del “milagro mexicano”. Méxi-
co experimentó cambios notables en su estructura productiva y de comunicaciones, así 
como en su composición demográfica. Para la década de 1960, nuestro país dejó de ser 
predominantemente rural para inclinarse hacia el lado urbano y ha seguido moviéndose 
en esa dirección, de suerte que según el Censo del 2000, la población rural solamente 
representaba el 25%.
Si bien la modernización política fue un ideal liberal rehabilitado por la Revolución 
de 1910, bajo el lema maderista de “sufragio efectivo, no reelección”, este proceso que-
dó a la zaga del ocurrido en el plano económico. No obstante, nuestro país combinó el 
despegue modernizador con la estabilidad política gracias a la existencia de instituciones 
políticas fuertes (la Presidencia, el partido oficial) que ejercieron un control sobre las 
demandas sociales que fueron surgiendo. 
Solamente hacia el último cuarto del siglo xx empezaron a florecer demandas de mo-
dernización política. A finales de la década de 1970 surgieron nuevos partidos políticos, 
movimientos sociales rurales (coordinadoras campesinas) y urbanos (movimientos urba-
no-populares), así como organizaciones no gubernamentales y asociaciones civiles. Para 
mediados de la década de 1990, los impulsos participativos y de competencia por el poder 
encontraron cabida en canales institucionales como las elecciones. 
A pesar de que en México mediaron casi 40 años entre el despegue de la moderniza-
ción económica y el de la modernización política, esta última alcanzó la meta trazada de 
la democratización. Tal fenómeno se ha observado en el conjunto de América Latina en 
donde, después de tristes experiencias de regímenes militares en las décadas de 1960 y 
1980, ocurrió una verdadera “ola democratizadora” que se conoció como “procesó de 
transición a la democracia”. 
La transición democrática
La transición a la democracia es el paso de un régimen autoritario a uno democrático 
por la vía pacífica, es decir, a través de los pactos o acuerdos entre los principales actores polí- 
ticos (fuerzas democráticas y militares) en favor de la realización de elecciones libres y 
competidas. En la gran mayoría de los casos en los que se realizaron elecciones democrá-
ticas, los triunfos en las urnas significaron el fin de los gobiernos autoritarios. Los países 
del Cono Sur como Chile, Argentina y Uruguay son ejemplos de transición democrática 
por la vía de una elección competida. 
Durante la década de 1980 y principios de la siguiente, el tema de la modernización 
siguió ocupando un sitio destacado dentro de las perspectivas del cambio social. Hoy día 
éste es parte del debate sobre el futuro cercano no sólo en países de economía capitalista, 
sino también en aquellos que después del derrumbe del socialismo real, simbolizado por 
la caída del Muro de Berlín en 1989, se han enfrentado al reto de construir economías de 
mercado y regímenes democráticos.
Hacia la sociología82
El anhelo de alcanzar la “modernización” en todas sus modalidades aparece en la 
actualidad más insistente y generalizado; sin embargo, no hay que olvidar que ello no 
obedece a que no se hayan logrado avances en ese sentido, sino por el contrario, a que 
las experiencias y los logros modernizadores han hecho más patentes las carencias, las 
promesas no cumplidas y las metas por alcanzar. 
En nuestro país, a pesar de que la bandera modernizadora no es nada nueva, en la dé-
cada de 1980 fue nuevamente la carta de presentación del gobierno y las organizaciones 
sociales. La modernización industrial, financiera, tecnológica y política se entendió como 
fórmula para que México se insertara mejor en un mundo globalizado. Sin embargo, 
de nueva cuenta el proceso quedó trunco, aunque los cambios que ha experimentado el 
país han sido enormes: los servicios públicos se han extendido; la educación y la aten-
ción médica se han ampliado explosivamente; hemos alcanzado un importante desarrollo 
científico y tecnológico; y los medios de comunicación masiva (radio y televisión) han 
llegado a los rincones más apartados del país y han ganado en independencia frente al po-
der. Todos estos cambios tangibles han sido incapaces de romper con la severa desigual-
dad social que sigue caracterizando a nuestro país, y por el contrario, la han acentuado. 
Los sectores de la población que concentran la mayor parte del ingreso social son cada 
vez más ricos y representan una parte cada vez menor de la población total, además de 
que se alejan cada vez más de las grandes mayorías que participan de una parte cada vez 
más pequeña del beneficio social. Los avances se van sumando, pero los efectos negati-
vos también. Si persiste el clamor modernizador es porque deben cambiar la orientación 
y la esencia de la modernización, porque no es suficiente que el país crezca, sino que su 
riqueza se distribuya más homogéneamente. Sólo así una sociedad moderna podrá ser al 
mismo tiempo más digna, más libre y más justa. 
Raymond Aron y las sociedades industrializadas 
Raymond Aron (1905-1985) fue un fecundo sociólogo francés que dedicó parte de 
su obra a reflexionar sobre las sociedades industrializadas. En Dieciocho leccio-
nes sobre la sociedad industrial (1955-1956), que junto con La Lucha de clases y 
Democracia y totalitarismo forman la trilogía consagrada al estudio de la sociedad 
industrial como opuesta a la sociedad tradicional, insistió particularmente en la 
comparación entre sus dos grandes representantes, Estados Unidos y la Unión 
Soviética. 
Las dos potencias se presentaban como altamente desarrolladas; sin embargo, 
los modelos de crecimiento tenían diferencias que se mantuvieron a lo largo de 
la evolución industrial. Así, mientras que el modelo soviético sólo era concebible 
dentro de una economía planificada y con un poder político muy centralizado, en 
Estados Unidos el modelo de crecimiento se explicaba en el contexto de una eco-
nomía de competencia y un régimen político democrático. 
.
83Capítulo 4: La sociología y el cambio social
Aunque sigue siendo muy viva la aspiración por la modernidad, durante las dos úl-
timas décadas ha surgido una nueva corriente de pensamiento que rompe con reglas y 
principios muy asentados en el mundo occidental y que se expresa en distintos campos de 
las manifestaciones humanas: el posmodernismo. 
En el contexto de las crisis económicas recurrentes, la caída de los paradigmas y el 
derrumbe de las viejas hegemonías, surgió el discurso posmoderno, que no está goberna-
do por códigos establecidos, por lo que tampoco puede juzgársele a partir de categorías 
conocidas. 
El posmodernismo se inscribe en el contexto de la decadencia o el desgaste de la con-
fianza de los occidentales en el principio del progreso general o la emancipación de la 
humanidad; es decir, pone en duda uno de los principios rectores en los siglos xix y xx. 
Como consecuencia de los cambios tecnológicos que han modificado parámetros y re-
ferentes básicos de los hombres, hoy se habla de “sociedad posmoderna” para referirse a 
aquella en la que reina el individualismo por encima de cualquier inclinación comunitaria 
o colectiva; en la que ya nadie cree en un futuro promisorio; en donde la gente quiere vi-
vir el aquí y el ahora y conservarse joven, en vez de buscar construir al hombre nuevo; en 
donde ya ninguna ideología política es capaz de entusiasmar a las masas. Es una sociedad 
del desencanto y el vacío. 
En la sociedad posmoderna ya no se confía en los avances tecnológicos y científicos 
porque éstos han traído aparejada una amenaza de destrucción, además de la degradación 
del medio ambiente. 
Así como la edad moderna estaba obsesionada con la producción y la revolución,la 
posmoderna lo está con la información y la expresión. Los individuos quieren manifes-
tarse en el trabajo, en el deporte y en el ocio, lo cual coincide con la proliferación de los 
medios de comunicación. El centro de la era posmoderna es el “individuo” y su cada 
vez más proclamado derecho a ser libre y buscar su exclusiva realización personal; y, 
sin embargo, quizá por el empuje que lleva consigo la sociedad posmoderna, es posible 
encontrar dentro de ella a grupos y corrientes que siguen pugnando por rescatar la fe en 
el futuro y en las potencialidades de la humanidad.
El conflicto social como motor de cambio 
Dado que las sociedades son conglomerados de grupos con intereses, demandas y expec-
tativas diferentes y en ocasiones contrarias, podemos comprender por qué la sociología 
ha considerado al conflicto y su resolución como un hecho central de las sociedades. 
Para reflexionar
Haz una consulta entre tus familiares y amigos sobre sus principales pre-
ocupaciones y si piensan que las formas de resolver sus problemas están 
solamente en sus propias potencialidades, o si pueden encontrar soluciones 
dentro de sus grupos de familiares, amigos, vecinos.
.
Hacia la sociología84
Trasladando este argumento al tema del cambio social, encontramos también que el con-
flicto ha ocupado un sitio medular. Una interrogante clave sobre el cambio es ¿de qué 
forma el conflicto, intrínseco a las sociedades, contribuye a la modificación de las estruc-
turas sociales? 
El conflicto tiene su origen en intereses diferenciados y se presenta de manera general 
como la confrontación entre los que defienden el status quo, o sea la situación esta-
blecida, y aquellos que pugnan por su modificación. Existen dos grandes concepciones 
sociológicas sobre el lugar del conflicto en el proceso de cambio social: la funcionalista 
y la marxista. 
Las teorías funcionalistas o evolucionistas del cambio social tienen implicaciones con-
servadoras, porque ponen el énfasis en la protección del estado de cosas por encima de los 
deseos o aspiraciones de los individuos. La teoría marxista del cambio tiene un carácter 
más participativo, pues se centra en la capacidad de los hombres para incidir en sus des-
tinos a través de la acción política.
Revolución y reforma: dos proyecciones del cambio 
social 
El cambio social puede orientarse y proyectarse como resultado de dos tipos de proceso: 
la revolución y la reforma, que representan dos maneras distintas de comprender el con-
flicto social.
Punto de partida 
Los sistemas sociales tienden a la integración, 
al acuerdo, al consenso. “Las diferencias inte-
gran.” 
 La estratificación social y el propio conflicto 
son integradores (Talcott parsons, “el sistema 
social”, 1951).
Concepción del cambio 
La estructura social permite y genera los cam-
bios para adecuarse a nuevas circunstancias. 
 Los cambios son cíclicos y espontáneos, pero 
limitados por la propia estructura social. 
 El cambio no implica transformación, sino re-
acomodo, ajuste.
el lugar del conflicto en la teoría funcionalista
Punto de partida 
La sociedad se concibe como una totalidad y las 
partes están determinadas por el todo. 
 El conflicto (la lucha de clases) es el motor de 
la historia. 
 El conflicto tiene un potencial revolucionario. 
Concepción del cambio 
El proceso de cambio determina la nueva estruc-
tura social. 
 El cambio está en el origen de las estructuras. 
 El cambio se da en espiral y transforma toda la 
estructura social. 
el lugar del conflicto en la teoría marxista
85Capítulo 4: La sociología y el cambio social
La revolución
La revolución es un cambio rápido, fundamental y violento de las instituciones políticas 
y la estructura social de un país. La revolución busca derribar a las autoridades políti- 
cas existentes para efectuar, desde el poder, cambios profundos en el ordenamiento jurí-
dico, las relaciones políticas y la esfera socioeconómica de una sociedad. Toda revolu-
ción tiene como elemento constitutivo el empleo de la violencia y la amplía participación 
popular; comprende momentos prolongados de guerra civil, es decir, de enfrentamiento 
entre las dos fuerzas en conflicto: los que luchan por mantener el poder y el orden estable-
cido, y los que luchan por arrebatárselos. Como las clases dirigentes no quieren ceder su 
poder, los grupos revolucionarios usan la fuerza para despojarlas de él. 
La revolución se distingue de una rebelión o una revuelta porque, aunque éstas son 
también levantamientos o insurrecciones, ocurren en un espacio limitado del territorio de 
un país y no pugnan por la subversión del orden establecido, sino generalmente por la 
satisfacción de reivindicaciones económicas o políticas. Así, una revuelta campesina es 
un levantamiento de una parte de la población para obtener respuesta a demandas propias 
de dicho sector de la sociedad, como la propiedad de la tierra. Las revueltas no se gene-
ralizan a toda o la mayor parte de un país. El levantamiento armado del 1o de enero de 
1994 en Chiapas, encabezado por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), 
es un ejemplo actual de este tipo de movimientos que recurren a la violencia para obtener 
respuestas a las demandas de ciertos grupos sociales, en este caso las de los indígenas de 
la región. 
La revolución tampoco debe confundirse con un golpe de Estado, que es un acto vio-
lento, de efecto inmediato, que busca tomar el control de los centros de poder pero que es 
realizado por miembros u órganos del mismo Estado. 
En un Estado de derecho, el golpe de Estado es una violación deliberada del ordena-
miento constitucional por parte del gobierno, de una asamblea, del ejército o de la policía. 
El ejemplo clásico de golpe de Estado es el que concretó Luis Bonaparte en 1851 en Fran-
cia, cuando aniquiló a la República de la que él mismo era presidente, para proclamarse 
después como Napoleón III, emperador. 
Un ejemplo de golpe de Estado en América Latina fue el de 1973, encabezado por Au-
gusto Pinochet en contra del gobierno constitucional de Salvador Allende en Chile. Sólo 
hasta 1989, Pinochet fue obligado a dejar el poder gracias al plebiscito que se organizó 
para consultar a la población si debía o no seguir gobernando. La respuesta mayoritaria 
fue que NO, y que debían organizarse elecciones para decidir quién debía gobernar a los 
chilenos. 
Para reflexionar
En 1992, Hugo Chávez, el actual presidente venezolano, intentó tomar el 
poder por las armas a través de un golpe de estado que no prosperó. ¿Qué 
reflexión nos deja este ejemplo sobre las fórmulas mediante las cuales se 
pueden impulsar cambios sociales?
.
Hacia la sociología86
La revolución es una ruptura con el pasado que se produce con la esperanza del pue-
blo de crear un orden nuevo y mejor. La revolución tiene un sentido de emancipación o 
liberación de ciertas condiciones de opresión. Es un movimiento encaminado ya sea a 
restaurar un orden turbado o desvirtuado por el poder político, o bien a conseguir la ins-
tauración de la libertad, la igualdad o la eliminación de la explotación. 
De hecho, una de las primeras revoluciones que registra la historia (la Revolución de 
1776 en Estados Unidos), fue una guerra de liberación nacional, una guerra anticolonial 
por la independencia política. Sin embargo, fue la Revolución Francesa la que constituyó 
el verdadero punto de partida de la exploración sociológica en torno a esta modalidad del 
cambio social. 
Dos pensadores del siglo xix, Karl Marx y Alexis de Tocqueville, analizaron la Revo-
lución Francesa preguntándose básicamente sobre sus causas estructurales, es decir, sobre 
aquellas provenientes de la organización social y política del llamado Antiguo Régimen. 
Sin embargo, sus enfoques y conclusiones fueron muy diferentes: Tocqueville deseaba 
explicarse por qué la revolución había estallado en Francia, siendo que muchas otras na-
ciones europeas tenían el mismo tipo de estructura social y política. Este pensador llegó 
a la conclusión deque la revolución no había sido producto del empeoramiento en las 
Alexis de Tocqueville (1805-1859) 
Pensador francés del siglo xix, heredero de una tradición aristocrática y terrate-
niente, pero representante de la conciencia liberal, Tocqueville combinaba el instin-
to aristocrático con la convicción democrática. Decía amar con pasión la libertad, el 
respeto a las leyes y los derechos, pero veía con temor los impulsos democráticos 
de las masas. 
Las obras principales de Tocqueville son:
a) La Democracia en América, que escribió a los 30 años, después de una es-
tancia de un año en Estados Unidos. Es el estudio de una sociedad viva, que 
contiene dos partes: la primera está dedicada al análisis de la influencia de la 
democracia en las instituciones y la segunda a destacar la influencia de las 
instituciones sobre las costumbres. 
b) El Antiguo Régimen y la Revolución, obra inconclusa cuyo primer tomo le llevó 
al autor 15 años de estudio y que evoca la historia reciente de la sociedad fran-
cesa. Tocqueville hace una meditación muy detallada sobre la centralización y 
la decadencia de la aristocracia, y concluye que muchas de las cosas que se 
pensaban como obra de la revolución (la centralización administrativa, el flo-
recimiento de París, el reparto de tierras a campesinos) ya existían durante el 
Antiguo Régimen, es decir, habían sido realizadas por la monarquía absoluta. 
Toda la obra de Tocqueville gira alrededor del tema de la libertad, entendida 
como ”libertad moderada, regulada, limitada por las creencias, las costumbres 
y las leyes”. 
.
87Capítulo 4: La sociología y el cambio social
condiciones de vida, sino por el contrario, pudo darse una vez que se habían logrado leves 
disminuciones en la opresión que los franceses padecían. 
Por su parte Marx, interesado en profundizar en la revolución como motor de la historia 
que apresura la caída del viejo orden social y como palanca para conquistar la igualdad, 
la justicia y la felicidad de los hombres, encontró que la causa primaria de la Revolución 
Francesa había sido el empobrecimiento creciente de las masas.
La idea de que la transformación de la sociedad y la emancipación del hombre sólo 
pueden alcanzarse a través de la revolución social explica por qué el marxismo dedicó 
muchos de sus esfuerzos a construir una teoría de la revolución. Marx distinguió dos tipos 
de revolución, las de lo siglos xviii y xix, de contenido político (Revolución Francesa), 
que estaban encaminadas a construir un régimen que garantizaría la libertad e igualdad 
políticas de los hombres, pero que no transformaría la estructura capitalista; y las del siglo 
xx, de carácter proletario —que solamente previó, ya que no alcanzó a verlas consuma-
das— que sí modificarían la organización económica y social capitalista al eliminar la 
propiedad privada sobre los medios de producción. 
En esta perspectiva, la Revolución Mexicana de 1910, que fue el primer gran levanta-
miento armado del siglo xx, no fue una revolución social sino política, que derrocó a la 
dictadura porfirista e incorporó a las masas obreras y campesinas a la vida pública. Fue 
un movimiento social que modificó el marco normativo del país (la Constitución), apun-
talando con ello el desarrollo capitalista.
Interpretaciones de la Revolución Mexicana 
La Revolución Mexicana de 1910 ha sido objeto de múltiples análisis y estudios de 
sociólogos e historiadores tanto nacionales como extranjeros. En México, dichos 
estudios han dado como resultado diferentes interpretaciones sobre el gran movi-
miento social de nuestro siglo. Entre las de carácter sociológico destacan las de 
los siguientes autores:
a) Arnaldo Córdova (La ideología de la Revolución Mexicana) considera que la 
revolución fue burguesa y política, en tanto que derrocó a la dictadura porfirista 
y dio lugar a un nuevo régimen político en el que las masas se convirtieron en 
auténtico factor de poder, pero que no tocó la propiedad privada. 
b) Adolfo Gilly (La revolución interrumpida) concibe a la Revolución Mexicana 
como agraria y antiimperialista en sus inicios, si bien durante su desarrollo se 
fue haciendo anticapitalista; sin embargo, debido a la ausencia de dirección 
proletaria y de programa obrero, tuvo que interrumpirse en 1920, primero, y en 
1940, después. 
c) Juan Felipe Leal (México: Estado, burocracia y sindicatos) considera que la 
revolución fue de carácter burocrático-militar, porque tuvo una dirección pe-
queñoburguesa que se fue transformando en una burocracia militar y política, 
la cual era en esos momentos la única fuerza capaz de estructurar el nuevo 
Estado. 
.
Hacia la sociología88
Lenin y la Revolución Rusa 
Marx estaba convencido de que la revolución socialista tendría lugar en los paí-
ses industriales avanzados, con un alto desarrollo económico y cultural, que ya 
hubiesen transitado por un régimen democrático-liberal. Este esquema permitía 
identificar a la clase obrera industrial como la fuerza más dinámica de la sociedad 
y el principal agente revolucionario. 
Sin embargo, en 1917, la revolución estalló en Rusia, un país cuya estructura so-
cial presentaba vestigios feudales y acusados rasgos de atraso económico, con una 
burguesía débil, un sistema de gobierno arcaico y una fuerte dependencia del ca-
pital extranjero. En la Rusia zarista, la agricultura proveía 50% del ingreso nacional 
y se realizaba bajo sistemas atrasados (tres cuartas partes de la población se dedi-
caban a ella). El capital extranjero poseía 90% de las minas del país y 40% de sus 
establecimientos industriales. La clase obrera representaba una sexta parte de la 
población económicamente activa. 
Vladimir llich Uliánov, más conocido por su nombre político de Lenin, conocedor 
a fondo de los escritos marxistas, inició sus propios trabajos sobre la realidad rusa. 
Sus principales escritos son: El desarrollo del capitalismo en Rusia; El imperia-
lismo, fase superior del capitalismo; ¿Qué hacer?; y El Estado y la Revolución. 
Lenin, (1870-1924) examinó el escenario ruso no sólo desde el punto de vista de su 
situación interna, sino también del contexto internacional. En la primavera de 1916, 
desde su exilio en Suiza, publicó El imperialismo, fase superior del capitalismo, 
obra en la cual analizó el desarrollo del capitalismo mundial en su nueva etapa 
acerca de los monopolios y la exportación de capitales (consultar el capítulo 9), 
para concluir que la estructura imperialista podía romperse en Rusia, país que 
constituía “el eslabón más débil de la cadena del imperialismo internacional”. 
En 1917, tras el derrocamiento del zar y la instauración de la República en 
Rusia, Lenin regresó del exilio para proclamar el éxito de la revolución proletaria. 
En octubre de ese mismo año, los bolcheviques llegaron al poder. La revolución 
había triunfado, y comenzó el periodo de construcción del nuevo orden, en medio 
de tensiones y enfrentamientos entre los diferentes grupos revolucionarios.
.
La Revolución Rusa de 1917 fue social, pero se desarrolló en un país poco indus-
trializado y sin que previamente se hubiese conformado una democracia burguesa, pero 
provocó la transformación de la estructura social así como del ejercicio del poder.
El propio curso de las revoluciones socialistas del siglo xx tanto en África como en 
Asia y América Latina fue reformulando la teoría marxista de la revolución. Así, la Re-
volución Cubana se realizó en un país atrasado, carente de una clase obrera organizada, 
pero entonces apareció un nuevo actor: la guerrilla o el foquismo, que probó ser capaz 
de vencer a la élite gobernante cubana y a sus aliados externos. El teórico del foquismo y 
dirigente revolucionario, Ernesto “Che” Guevara, explicó que la acción de los foquistas 
había sido la partera de la revolución porque logró vaciar progresivamente a la élite cu-
bana de sus bases de apoyo social. 
89Capítulo 4: La sociología y el cambio social
La teoría del foquismo sostiene que un grupo guerrillero (foco) puede impulsarla 
revolución siempre que existan tres condiciones:
1. Que la élite gobernante tenga escasa legitimidad. 
2. Que las tensiones sociales ya no puedan resolverse por canales institucionales nor-
males. 
3. Que los medios legales para el cambio estén bloqueados. 
La revolución cubana probaría que las estrategias revolucionarias dependen de las 
características particulares y especiales de cada país y circunstancia. 
Más allá de consideraciones sobre los actores centrales de las luchas revolucionarias, 
el estudio de las revoluciones como artífices del cambio social ha permitido distinguir en 
cada proceso revolucionario dos etapas muy claras: a) la etapa destructiva, esto es, la de 
la guerra propiamente dicha, que busca derribar al poder establecido y b) la etapa cons-
tructiva, que comprende la edificación de un nuevo orden social. La etapa constructiva ya 
no es heroica ni implica grandes movilizaciones, pero es donde la revolución verdadera-
mente se pone a prueba a través de sus resultados. 
Los líderes revolucionarios triunfantes se convierten en gobernantes muy populares en 
la fase constructiva. La falta de renovación en el mando y la dificultad de los regímenes 
revolucionarios para adecuarse a los cambios que van experimentando las sociedades 
hacen que éstos se desgasten y, en algunos casos, lleguen a agotarse. 
La Revolución Francesa sobrevivió a sus dirigentes (Danton, Robespierre) y se con-
solidó a través de los ideales republicanos que abanderó, mientras que la revolución rusa, 
aunque sobrevivió a sus padres fundadores (Lenin, Trotsky), al final no logró remontar 
los grandes cambios que fue experimentando el mundo y que se condensaron a finales de 
Ernesto “Che” Guevara (1928-1967) 
Fue una de las figuras más deslumbrantes de la Revolución Cubana, además de 
su cronista y teórico. Nació en Buenos Aires (de ahí el sobrenombre) y viajó por 
toda América Latina. En México conoció a Fidel Castro y posteriormente formó par-
te de la expedición a Cuba en el Granma, a fines de 1956. Colaboró activamente 
en el triunfo de la insurrección popular de enero de 1959, y participó en un lapso 
corto en la fase de la revolución hecha gobierno como secretario de economía y 
otras dependencias.
A partir de entonces, el “Che” se convirtió en el representante de la revolución 
socialista en el Tercer Mundo. El “Che” se dedicó a difundir la experiencia de la 
revolución cubana para mostrar que había posibilidades de derrocar a regímenes 
dictatoriales en países atrasados que no contaban con una clase obrera organi-
zada. En su obra principal, Guerra de guerrillas, explica que la acción y la teoría 
del proceso revolucionario tenían como finalidad la construcción de un mejor ser 
humano, que él llamaba el “hombre nuevo”. 
.
Hacia la sociología90
la década de 1980 en fenómenos como la globalización, las reivindicaciones étnicas y el 
reclamo democrático. 
La Revolución Mexicana, convertida ya en régimen político, empezó a mostrar sus li-
mitaciones en la década de 1960 y, para mediados de la de 1980, empezó a ser claramente 
desplazada por el impulso neoliberal tanto en el plano económico como en el político. 
Para finales del siglo xx, México había experimentado cambios sustantivos tanto en el 
campo de su sistema económico como en el político, al punto que es posible afirmar que 
fueron las transformaciones más importantes desde la década de 1930.
La reforma 
Consiste en un proceso de modificaciones graduales de algunos aspectos de la sociedad 
que, lejos de perseguir la transformación global o el trastocamiento de ésta, pretende ade-
cuarla a nuevas situaciones y exigencias con objeto de preservar el ordenamiento social. 
A diferencia de la revolución, la reforma es una acción que busca impedir las expre-
siones de violencia y generalmente es promovida desde la cúspide del poder cuando ya 
no es posible mantener el estado de cosas. Las reformas son actos que la élite gobernante 
de un país lleva a cabo buscando evitar posibles estallidos sociales. Las reformas tienen 
una vocación preventiva porque quieren abrir espacios para atender demandas sociales y 
evitar así la confrontación. 
Las reformas son cambios que pretenden distribuir de una manera más equitativa los 
recursos de una sociedad, por lo que necesariamente implican despojar de ciertos privi-
legios, beneficios o cuotas de poder a aquellos grupos sociales que antes de la reforma 
gozaban de ellos. Las reformas son medidas orientadas a mejorar la situación económica 
o la posición social y los derechos políticos de aquellos que tienen carencias en cualquiera 
de estos ámbitos. Tradicionalmente, las reformas han constituido alternativas al estallido 
revolucionario en tanto que mantienen dentro de canales institucionales la posibilidad de 
resolver los problemas. 
A los promotores o defensores de las reformas se les denomina reformistas, término 
que durante mucho tiempo se consideró peyorativo porque identificaba a los que no se 
animaban a luchar por los cambios a fondo. Hoy en día, la reforma ha ido ganando terreno 
y credibilidad en todo el mundo. El propio desarrollo industrial, científico y tecnológico 
han modificado la situación de los grupos sociales. En la actualidad, un obrero en un país 
desarrollado tiene muy poco que ver con aquel que vivió el arranque de la Revolución In-
dustrial en Europa y que como Marx afirmó, sólo tenía sus cadenas que perder. El obrero 
ahora tiene acceso a una serie de beneficios laborales y sociales que lo colocan, incluso, 
por encima de otras capas sociales marginadas del proceso productivo y el sistema de 
seguridad social. 
Después de la caída del Muro de Berlín, los partidos socialistas abandonaron prác-
ticamente a la revolución como bandera del cambio y han volteado los ojos hacia las 
reformas. La experiencia de los partidos socialistas que han conquistado el poder político 
por la vía de las elecciones (en España, Francia o Inglaterra, por ejemplo) ha reforzado la 
tendencia a reivindicar las vías institucionales como vehículos de cambio. 
Las reformas han probado ser capaces de generar cambios sin grandes traumas socia-
les. En nuestro país, los regímenes posrevolucionarios encontraron en las reformas polí-
91Capítulo 4: La sociología y el cambio social
ticas, educativas, agraria y laboral los instrumentos para canalizar o institucionalizar el 
conflicto en zonas y con sectores marginados, asegurando con ello la estabilidad social. 
Las reformas han permitido al gobierno mexicano no tener que recurrir indiscrimi-
nadamente a medidas represivas para resolver confrontaciones. Las formas dotaron de 
flexibilidad al sistema político para evitar que endureciera sus posiciones y sus respuestas 
a las expresiones de inconformidad y descontento social, durante toda la época del presi-
dencialismo autoritario.
De hecho, las reformas electorales fueron las herramientas del avance democrático 
en México porque introdujeron modificaciones en el sistema de partidos y ello provocó 
cambios en las formas mismas del quehacer político, es decir, impulsaron el cambio del 
régimen político. 
La actualidad del cambio 
Las sociedades siguen transformándose y continuarán haciéndolo. De esta manera, te-
mas que antes sólo se hallaban en los libros de ciencia-ficción ahora se han convertido 
en una realidad tangible. La introducción de los robots y la electrónica en los procesos 
productivos de Europa, Japón y Estados Unidos han hecho que hoy se hable de la época 
de la automatización total o de la tercera revolución industrial. Las aplicaciones de la más 
novedosa tecnología en las economías actuales tienen los siguientes objetivos: 
 1. Aumentar el rendimiento del trabajo. 
 2. Mejorar el control sobre la calidad de los productos. 
 3. Hacer más flexibles las líneas productivas para que se adapten mejor a las variacio-
nes de la demanda. 
Jesús Reyes Heroles (1921-1985)
Historiador y politólogo mexicano contemporáneo que, además de destacar en 
el campo académico (El liberalismomexicano [1951]), también lo hizo en el de la 
actividad política. Ocupó desde puestos de elección popular (diputado por Vera-
cruz) hasta altos cargos gubernamentales (Secretario de Gobernación y de Edu-
cación). 
Fue un hombre convencido de los ideales y principios de la Revolución Mexica-
na y un defensor de la reforma como instrumento de cambio. Reyes Heroles fue el 
ideólogo de la reforma política de 1977, que abrió las puertas a la modernización 
del sistema electoral mexicano. 
Decía Reyes Heroles: “Estamos en contra de quienes quieren estabilidad a cual-
quier costo y de quienes quieren cambio a cualquier costo. Ambicionamos cambio 
en la paz, en la ley y con la ley, con las instituciones y en las instituciones, sin brus-
cas precipitaciones ni artificiales demoras. Avances sólidos por meditados”.
.
Hacia la sociología92
En otros términos, estos cambios buscan una mayor eficacia en el proceso productivo 
(menores costos de producción, producir a toda la capacidad instalada y reducir los ries-
gos que traen movimientos en la demanda), lo cual significa un adelanto más en lo que 
hubieran sido los propósitos de la primera revolución industrial. Hoy, el crecimiento de 
la competencia mundial, característica de la fase postindustrial, está exigiendo “flexibi-
lidad laboral” en las empresas; es decir, una adaptación rápida de la organización de los 
trabajadores (reclutamiento, horario de trabajo, despido) para hacer frente a los cambios 
en los mercados y la tecnología. 
Los nuevos cambios tecnológicos plantean una serie de interrogantes sobre sus efectos 
no sólo en las economías avanzadas, sino en el conjunto mundial. ¿Quiénes serán los prin-
cipales beneficiarios de la automatización y la nueva revolución industrial?, ¿qué avances 
traerá esta revolución tecnológica en cuanto a la participación de los trabajadores en la 
distribución de las cargas laborales?; ¿prevalecerán las consecuencias negativas, como 
la disminución drástica del empleo y la pérdida de capacidad de lucha de los sindicatos? 
Aunque estas interrogantes están todavía por responderse, el empuje de las transforma-
ciones en la vida de nuestros días ha rebasado las fronteras de los países altamente indus-
trializados y empieza a plantearse como exigencia en economías de mediano desarrollo 
como la nuestra. 
Estas transformaciones en las relaciones de trabajo han motivado nuevas reflexiones 
sociológicas sobre la acción colectiva. Si un grupo social, como los obreros de una fá-
brica, o los empleados de una empresa comparte condiciones de trabajo y objetivos, se 
esperaría que estuvieran dispuestos a emprender ciertas acciones que les proporcionaran 
beneficios. Sin embargo, esto no es siempre así porque personas que sacarían provecho 
de cierta acción colectiva, a veces se rehúsan a sumarse a un movimiento que vaya en ese 
sentido porque les quita tiempo o les exige un esfuerzo que no están dispuestos a aportar 
(Mancur Olson, “La lógica de la acción colectiva”, 1965).
A manera de ejemplo, los migrantes mexicanos en los Estados Unidos comparten una 
serie de circunstancias (estar fuera del país lejos de la solidaridad familiar, sufrir la dis-
criminación, sortear la falta de documentos legales, obtener un salario digno, etcétera). 
Esto ocurre cuando el país vecino ha endurecido sus políticas frente a ellos negándoles 
acceso a ciertos servicios educativos, de seguridad social, o incluso licencias de conducir; 
sin embargo, los mexicanos con mayor tiempo fuera suelen oponerse a las demandas y 
las acciones impulsadas por migrantes más recientes en contra de estas políticas discri-
minatorias.
Para reflexionar
Busca en la prensa un ejemplo de grupos que compartan ciertos objetivos 
comunes y que, sin embargo, no actúan con una misma orientación. Esta 
diferencia constituye un obstáculo para alcanzar los fines que persiguen, 
pero ¿puedes identificar por qué con frecuencia no hay unidad en la acción 
colectiva?
.
93Capítulo 4: La sociología y el cambio social
Actividades complementarias
1. De la lectura de los periódicos, haz una lista de los cambios sociales 
que están ocurriendo en el mundo, tratando de señalar sus causas más 
importantes. 
2. Discute en clase los efectos sociales de las más recientes innovacio-
nes tecnológicas (comunicación por satélite, introducción masiva de 
computadoras, teléfonos celulares, etcétera). 
3. Haz un recuento de las reformas constitucionales más importantes rea-
lizadas por el gobierno mexicano actual. La tarea puede dividirse por 
áreas temáticas. 
4. Analiza alguna de las plataformas electorales de las recientes eleccio-
nes en México y registra el tipo de cambios que propone, distinguiendo 
los de corto plazo de los de largo plazo. 
5. Busca en la historia del siglo xx de México ejemplos de revueltas o 
rebeliones.
.
Esta diferenciación dentro de un grupo social que comparte circunstancias y objetivos 
es uno de los factores que explica por qué no se han logrado los cambios en las políticas 
migratorias norteamericanas respecto de su vecino del sur.
Bibliografía
Si te interesa profundizar en los temas tratados en este capítulo, puedes 
consultar alguno de los siguientes libros: 
aPtEr, David, Estudio de la modernización, Amorrortu, Buenos Aires,1970. 
aron, Raymond, Las etapas del pensamiento sociológico, Seix Barral, Bue-
nos Aires, 1970. 
baCa olamEndi, laura, et al. (compiladores), Léxico de la política, México, 
Conacyt/flacso/Fundación Henrich Boll, fondo de Cultura Económica, 
2000.
Cardoso, F. H., g. Estrada y B. DamlE, “El cambio social”, Ponencia inau-
gural del Congreso Internacional de Sociología, en Revista Mexicana de 
Ciencias Políticas y Sociales, Núm. 127, enero-marzo de 1987. 
EisEnstadt, S. N., Modernización: movimiento de protesta y cambio, Amo-
rrortu, Buenos Aires, 1972. 
giddEns, Anthony, Política, sociología y teoría social. Reflexiones sobre el 
pensamiento social clásico y contemporáneo, Buenos Aires, Ed. Paidós, 
1995.
.
Hacia la sociología94
Huntington, S. P., El orden político en las sociedades en cambio, Paidós, 
Buenos Aires, 1968. 
martindalE, Don, La teoría sociológica, Aguilar, Madrid, 1968. 
moorE, W., El cambio social, Paidós, Buenos Aires, 1970. 
Parsons, Talcott et al., Presencia de Max Weber, Nueva Visión, Buenos 
Aires, 1971. 
smElsEr, nEil J., Carlos marx. Sociedad y cambio social, Extemporáneos, 
México, 1975. 
Capítulo
Sociología
latinoamericana
El presente capítulo se ocupa del pensamiento latinoameri-
cano y la conciencia sobre la necesidad de una sociología 
latinoamericana capaz de realizar un análisis desprejuicia-
do del desarrollo histórico, social y político de la región.
95
5
96
Del pensamiento social 
a la sociología 
latinoamericana
Explora el surgimiento de un pensamiento latinoamericano, en 
el siglo xix, preocupado por la identidad y la autonomía cultural 
de los países recién independizados de España.
Literatura y 
latinoamericanismo
La importancia que la literatura ha tenido en la reflexión sobre 
la realidad latinoamericana.
La cuestión social y el 
indigenismo
La preocupación por la cuestión social, la evolución del con-
cepto sobre los indígenas en la sociedad y las teorías indige-
nistas correspondientes.
El papel del expansionismo estadounidense en la conforma-
ción del pensamiento latinoamericano; los distintos proyectos 
de unidad latinoamericana frente al panamericanismo promo-
vido por EU.
El expansionismo 
estadounidense y 
el pensamiento 
antiimperialista
Nacionalismo 
y populismo
Los grandes cambios políticos en Latinoamérica durante la 
primera mitad del siglo xx y, en particular, el populismo como 
régimen político emanado de economías insuficientemente in-
dustrializadas, con un liderazgo carismático y la disposición de 
grandes masas a ser movilizadas.
Del marxismo 
a la sociología del 
desarrollo
Las propuestas de Carlos Mariáteguí y Raúl Haya de la Torre 
en Perú, y la preocupación por el desarrollo que dará lugar a 
diversas corrientes sociológicas.La teoría de la 
modernización
El tránsito de una sociedad tradicional a una más moderna 
identificada con la cultura occidental desde el punto de vista de 
la teoría de la modernización.
97Capítulo 5: Sociología latinoamericana
El pensamiento 
cepalino
El desarrollo de un capitalismo autónomo a partir de conceptos 
como el centro y la periferia, concepto originado en la Comisión 
Económica para América Latina.
La crítica 
dependentista
La teoría de la dependencia propone el análisis de las estruc-
turas internas de los países débiles, configuradas a partir de 
su relación con los países dominantes. Se mencionan diversos 
autores tales como Cardoso, Faletto y Ruy Mauro Marini.
El impacto de la 
Revolución Cubana
El movimiento encabezado por Fidel Castro tuvo amplias re-
percusiones en Latinoamérica y dio origen al programa de 
Estados Unidos denominado Alianza para el Progreso.
Estado y política 
en la sociología 
latinoamericana
El debate sobre las transformaciones del Estado y los proce-
sos de militarización en la región.
La transición 
a la democracia en 
América Latina
El regreso a la democracia de varias naciones latinoamerica-
nas gobernadas por dictaduras militares y los desafíos que este 
proceso enfrenta, como la falta de instituciones democráticas 
sólidas y la desigualdad social.
Hacia la sociología98
Anthony Giddens señAlA que unA presuposición clave de la sociología es estudiar 
a una sociedad en términos de sus propios significados y valores, para evitar en lo posi-
ble el etnocentrismo que se presenta cuando se juzga a otras culturas de acuerdo con los 
parámetros originados en la propia. El buen sociólogo debe desprenderse de sus filtros 
culturales para analizar formas de organización que son diferentes a las de su propio en-
torno, asumiendo así una perspectiva de relativismo cultural que le permita estudiar sin 
prejuicios a una sociedad según sus parámetros. 
Como países sin tradición sociológica propia, los países latinoamericanos hemos en-
frentado el problema de la recepción de conocimientos generados en otras realidades, 
razón por la cual, sin un esfuerzo crítico constante que permita interpretar dichos cono-
cimientos a la luz de nuestro propio y complejo proceso histórico, no haremos más que 
repetir lo que se dice en otras latitudes y aplicarlo automáticamente a nuestra realidad.
La construcción de una sociología latinoamericana surge de la necesidad de referirse 
a una región determinada, a partir de una forma peculiar de tratar los problemas de la 
región y del análisis desprejuiciado de su desarrollo histórico, social y político. 
Veamos el caso de la conformación del Estado, que en Europa es producto de un lar-
go devenir histórico que incluye el feudalismo como forma de organización y universo 
cultural, de cuyas entrañas surgen las condiciones para el desarrollo capitalista. Es muy 
distinto el surgimiento del Estado en América Latina, donde, después de las guerras de 
Independencia y proviniendo de una situación colonial, los países lucharon por construir 
naciones autónomas y erigir Estados nacionales, cuando éstos ya eran una realidad en el 
Viejo Mundo y el mercado mundial capitalista se había consolidado.
Lo eurocéntrico y lo universal
“En la autopercepción occidental hegemónica de la modernidad destacan dos mitos 
centrales que hoy están siendo severamente cuestionados. El primero es el mito de 
acuerdo al cual la modernidad europea (y, en términos más amplios, occidental) es 
la expresión máxima del desarrollo histórico ascendente de la humanidad. Es, en 
este sentido, un proyecto universal. El segundo, es el mito de acuerdo al cual este 
proceso universal es un producto interno del desarrollo europeo. La civilización, la 
modernidad, el progreso, el desarrollo de la ciencia y la tecnología moderna y del 
individuo, la libertad y la democracia son, en sentido estricto, producto (...) de las 
sociedades occidentales. En las relaciones de Europa con otros pueblos y culturas, 
el aporte cultural civilizatorio se da siempre en una dirección, como contribución de 
la cultura superior (europea u occidental) a las otras culturas que son y han sido 
siempre inferiores. Estos dos mitos sustentan el carácter superior de Europa (...) y 
la justificación de su misión civilizatoria.” 
Edgardo Lander, “Modernidad, colonialidad y postmodernidad”, en revista Estudios latinoa-
mericanos. CELA/FCPyS, UNAM, Nueva Época, año IV, núm.8, jul.-dic. de 1997.
.
99Capítulo 5: Sociología latinoamericana
El desarrollo de una perspectiva propia no ha sido una tarea fácil porque requiere de 
un esfuerzo adicional: es necesario lidiar con el peso de una tradición consolidada que ya 
ha planteado muchos de los grandes temas.
El camino más sencillo ha sido, de esta manera, tomar a Europa como modelo a seguir. 
Sin embargo, con todas sus virtudes y defectos, es un modelo cultural, social y político 
que nace de una experiencia histórica concreta y distinta, por lo que no es posible seguir 
las mismas etapas y vivir las mismas experiencias que los europeos. 
Pero entonces, ¿cómo apropiarse de los grandes temas de la sociología y al mismo 
tiempo evitar caer en una copia servil, como decía Andrés Bello?
Primeramente, por el tipo de preguntas que nos hacemos. Si viviéramos en África, 
Asia, o Europa, esas preguntas necesariamente tendrían que ser distintas a las que ha-
cemos viviendo en América Latina. Hay problemas comunes a toda sociedad, materia 
de la sociología, pero también hemos debido desarrollar una perspectiva propia —la so-
ciología latinoamericana—, que nos permite entender la forma particular que asume el 
desarrollo social y político en esta parte del mundo, así como la manera específica con 
que enfrentamos dichos problemas comunes.
Se trata de leer —o releer— tanto a los clásicos como a los autores contemporáneos a 
partir de nuestro horizonte geográfico, histórico y cultural, con nuestros propios códigos, 
en lugar de intentar vernos a través de la mirada de estos autores que no nos tiene a noso-
tros como objeto de su reflexión.
Un ejemplo de cómo el pensamiento se puede abrir paso aun bajo la influencia de otro 
con más tradición, y aún así ser original, son las mismas ideas de la emancipación. Éstas 
se alimentan del debate europeo, de las ideas de la Revolución y la Ilustración francesas, 
el modelo político inglés, así como de todo el pensamiento sobre la Independencia de los 
Estados Unidos y el proceso institucional al que dio origen.
Estas ideas penetraron el cerrado mundo colonial tanto a través de sus divulgadores es-
pañoles como directamente, a través de bibliotecas que algunos particulares iban reuniendo 
y compartiendo aun a riesgo de ser perseguidos o encarcelados. Pero había una vía más 
directa. A pesar de lo azaroso de los viajes y las distancias que se tenían que recorrer, los 
intelectuales de la época, después actores políticos fundamentales, preferían la informa-
ción de primera mano.
Figuras de la talla de Francisco de Miranda y Simón Bolívar fueron testigos directos 
tanto de lo que acontecía en Europa como en la propia América Latina. Desde ahí forjaron 
su interpretación de lo que debía ser un mundo diferente, liberado del decadente imperio 
colonial español.
No en vano el 18 de marzo de 1842, el Congreso de México confirió por aclamación 
a Simón Bolívar, el nombramiento de ciudadano mexicano, tal como lo pidieron los 
diputados encabezados por Servando Teresa de Mier, mientras que los periódicos Águila 
Mexicana (números 20 al 23, 1842) y El Sol (números 66 al 69 de 1829) publicaban su 
biografía, lo cual, como dice Vargas, era un caso insólito en la prensa de entonces, mien-
tras que El Iris, una de las primeras revistas ilustradas de la era republicana, hacía en 1826 
un paralelo entre Bolívar y Washington.
El pensamiento de la emancipación no es un mero reflejo de Europa. Hay procesos 
autónomos y originales, como las guerras de Independencia y la búsqueda por construir 
una nueva sociedad.
Haciala sociología100
Del pensamiento social a la sociología latinoamericana
Todo esto inicia el camino, a veces árido, de rescatar nuestras raíces en el campo de la 
producción intelectual, de buscar lo que es el “ser americano”. 
Es por esta razón que el problema de la identidad se convierte en el punto de partida 
del pensar sobre quiénes somos, sobre el tipo de sociedades que queríamos construir una 
vez concluidas las guerras de independencia para sustentar un pensamiento social propio, 
como antecedente de la sociología latinoamericana, esto es, una disciplina con pretensio-
nes científicas. Pero en tanto se da su institucionalización, como sucede después de la II 
Guerra Mundial, ¿desde dónde contar su historia?
Pablo González Casanova señala, con razón, que reducir el término sociología y su 
aplicación a los estudios de la sociología empirista, de tipo profesional “(...) no sólo 
dejaría fuera de nuestro análisis obras muy importantes, sino muchos temas y tesis carac-
terísticos del pensamiento latinoamericano (...) de la otra sociología”. 
Una de las dos posturas fundamentales era aquella que tomaba como modelo el pro-
ceso europeo, identificándolo con la civilización, para el cual lo propio, lo autóctono, 
lo indígena, era la barbarie, un obstáculo a la modernización. Así, se consideraba bár-
baro todo lo que no era europeo. Sustentando la otra postura, surgieron desde entonces 
destacados autores que tuvieron la sensibilidad de ver la otra realidad. Pongamos como 
ejemplo de la tensión entre lo propio y lo imitado a dos obras literarias argentinas: Martín 
Fierro y Facundo. Se trata de dos libros muy distintos: en Facundo (1845), Domingo 
Facundo Sarmiento (1811-1888), quien fuera también presidente de Argentina (1868-
1874), a pesar de ser un luchador contra el caudillismo y la intolerancia, muestra una 
El pensamiento mexicano sobre Bolívar a lo largo 
 de dos siglos
Gustavo Vargas establece cuatro etapas:
1. La admiración al guerrero, al que se quiere tomar como ejemplo para la inde-
pendencia de México (Mier, Victoria, Guerrero, Bustamante).
2. La prolongada disputa por la obra del magistrado y su proyecto de nación (Ala-
mán, Zavala).
3. La que corresponde a los escritores y políticos que vieron en el proyecto boli-
variano un programa de integración étnico latinoamericano, aunque difieran en 
sus conclusiones (Bulnes, Pellicer, Gamio, Vasconcelos).
4. Ya en el siglo xx se aglutinan los filósofos y escritores contemporáneos que 
desean reproducir el ideal utópico de sociedad feliz propugnado por Bolívar 
(Cuevas, García Robles, Zea). 
 Gustavo Vargas Martínez, “Bolívar en el pensamiento mexicano”
en Cuadernos Americanos, núm. 58, año x, vol. 4, jul.-ago. de 1996.
.
101Capítulo 5: Sociología latinoamericana
visión muy etnocéntrica, como muchos de sus contemporáneos, al oponer la barbarie 
(que era lo rural, lo autóctono) a la civilización (el punto de vista europeo). En cambio 
José Hernández (1834-1886) logra cumplir con un criterio de originalidad en su poema 
Martín Fierro, revalorizando lo que Sarmiento desaprueba, al retratar la vida del gaucho, 
del americano original, criticando al gobierno europeizante de Buenos Aires por destruir 
el modo de vida americano.
González Casanova también considera que algunos de los grandes temas de este pri-
mer pensamiento latinoamericano son la autonomía cultural y la identidad nacional, que 
originalmente se propusieron contra las ideas conservadoras de España y después como 
respuesta a la necesidad de un pensamiento crítico; más tarde —y hasta nuestros días— se 
han enfrentado a la dependencia cultural anglosajona, aspecto que después nutrirá el pen-
samiento antiimperialista y las distintas tentativas para lograr la integración latinoame-
ricana. Algunos autores que abundaron en esta problemática son Esteban Echeverría, en 
su Emancipación del espíritu americano (1838); Lastarria, con su Discurso-Manifiesto 
(1842); Andrés Bello, con Autonomía cultural de América (1848) y Francisco Bilbao, en 
El evangelio americano (1864) (ver listado de obras al final del capítulo).
La cuestión social y el indigenismo
También se le dio un tratamiento temprano a la llamada cuestión social. En México, único 
país en que las masas participan activamente en la Independencia, surge la preocupación 
por lo social vinculado a la propiedad de la tierra —ya eclesiástica, ya rural— como uno 
de los problemas políticos importantes. También se da lugar al tema de las clases sociales 
y a una crítica del latifundio. Algunos ejemplos nos los brindan Mariano Otero, con su 
Ensayo sobre el verdadero estado de la cuestión social y política que se agita en la Repú-
blica Mexicana (1842); Lorenzo de Zavala, con Ensayo histórico de las revoluciones en 
México (1831); y José María Luis Mora, con México y sus revoluciones (1836).
En Haití, el intento de organizar a la nación a partir de una democracia radical agra-
ria, pionera de la revolución antiesclavista a principios del siglo xx, dio lugar también a 
variadas reflexiones sobre esa problemática. En América del Sur fue muy importante la 
Autonomía cultural
“Nuestra civilización será también juzgada por sus obras; y si se la ve servilmente 
a la europea aun en lo que ésta no tiene de aplicable, ¿cuál será el juicio (...) de 
un Michelet, un Guizot? Dirán: la América no ha sacudido aún sus cadenas; se 
arrastra sobre nuestras huellas con los ojos vendados; no respira en sus obras un 
pensamiento propio; nada original, nada característico...”
Andrés Bello, “Las Repúblicas hispanoamericanas: Autonomía cultural”,
periódico El Araucano, Santiago de Chile, 1836.
.
Hacia la sociología102
gesta reivindicativa de carácter social impulsada por José Artigas en la Banda Oriental 
(Uruguay), para formar parte de la confederación argentina con un programa muy avan-
zado para su época que también puso en relieve la preocupación social.
Las raíces del pensamiento conservador y el racismo también tienen importantes expo-
nentes en ese periodo de construcción nacional. Sectores importantes de la sociedad sos-
tienen la superioridad de la cultura anglosajona y hablan en términos de razas superiores 
—que serían las europeizadas— e inferiores —integradas por indígenas y mestizos—. Es 
la actitud de quien, como Juan Bautista Alberdi, señala que: “la revolución fue hecha por 
el pueblo europeo de origen y de raza, no el pueblo de nacionalidad indígena y salvaje. Es 
en nombre de la Europa que somos hoy los dueños de la América Salvaje”. Es, también, 
Carlos Octavio Bunge quien, en su obra Nuestra América (1903), se refiere a un mestizaje 
positivo que se logrará cuando se imponga el más fuerte sobre el más débil, racialmente 
hablando, y en lo que propone no excluye, por cierto, el genocidio.
Los primeros estudios sobre la historia antigua de los nativos se dieron a partir del siglo 
xviii, cuando el modelo de país no estaba en discusión. Pero a pesar de reflexiones muy 
inteligentes sobre la sociedad indígena, en la época de la emancipación, tanto para libera-
les como para conservadores, indio seguía siendo una categoría racial y estereotipada.
No se consideraba el tema indígena como parte de los problemas nacionales, y menos 
aun cuando la perspectiva académica prefirió al indio del pasado, sus ruinas y monumentos. 
La idea de raza biológica se mantuvo firme y fue central en el proyecto de país de José 
Vasconcelos quien vio en la fusión racial y la integración de la raza cósmica el camino 
de la hispanidad. 
Después sigue evolucionando el concepto pues Manuel Gamio, el primer antropólogo 
del país, ya vincula el tema con un concepto de cultura más elaborado aunque no cam-
bió la tónica de que había que asimilar al indígena, integrarlo a la nación sin pensar que 
cada grupo indígena era diferente, con tradiciones, costumbres y formas de organización 
particulares. 
Pero después el tema simplemente se fue relegando bajo la suposición de que los in-
dígenas no eran tan importantes numéricamente como para considerarpolíticas públicas 
respecto a ellos y fue quedando como un problema moral pues, para muchos como Anto-
nio Caso, el indio estaba condenado a la extinción.
Poco después, el indigenismo vuelve a asomar la cabeza al calor del modelo desarro-
llista, como las propuestas de Gonzalo Aguirre Beltrán respecto a la integración gradual 
del indio al desarrollo nacional. 
Para reflexionar
José Vasconcelos es el autor del lema de la Universidad Nacional Autónoma 
de México “Por mi raza hablará el espíritu”. Éste refleja una filosofía y 
una manera de concebir a la raza como fusión de dos culturas: la mestiza 
americana y la europea. Revisa el escudo de la universidad y trata de encon-
trar el simbolismo de la raza en el mismo.
.
103Capítulo 5: Sociología latinoamericana
Sin embargo un renacimiento, una nueva concepción empieza a surgir de la propia 
evidencia empírica que, como dice Arturo Warman, se contradecía con el supuesto aisla-
miento de los indígenas o con la idea de una cultura estática.
Empieza así a vincularse su posición no derivada de su supuesto atraso evolutivo sino 
de su posición estructural: lo importante fue empezar a definir al indio a partir de su po-
sición social —lo cual relega el problema de la cultura—, pero es un avance con respecto 
al modelo de asimilación.
De ahí Pablo González Casanova plantea que el colonialismo interno reproduce dentro 
del país las relaciones asimétricas que se dan entre centro y periferia, y Rodolfo Sta-
venhagen explora las relaciones entre clase, colonialismo y aculturación, dando pie al 
notable trabajo de antropólogos como Guillermo Bonfil, Margarita Nolasco, Mercedes 
Olivera, Enrique Valencia y Arturo Warman quienes denuncian el carácter colonial de la 
antropología, el genocidio y el etnocidio de los indígenas; André Gunder Frank defiende 
una antropología de la liberación y Ricardo Pozas incursiona en el problema de los indios 
y las clases sociales. 
El avance de una concepción más elaborada de cultura, la incorporación del tema de 
la diversidad cultural y étnica, impulsado el proceso por el surgimiento de reivindicacio-
Concepciones sobre la autonomía de los pueblos indios
A continuación se enumeran algunas de las formas en cómo se entiende la auto-
nomía aplicable a los pueblos indígenas:
1. La concepción del “dejar hacer”; es decir, que los grupos étnicos se ocupen de 
sus propios asuntos manteniendo sus usos y costumbres. 
2. El antropólogo Héctor Díaz Polanco define autonomía como un régimen político 
jurídico acordado y no meramente concedido, que implica la creación de una 
verdadera colectividad política en el seno de la sociedad nacional.
3. El sistema de Autonomía, como un régimen especial que configura un gobierno 
propio (autogobierno) para ciertas comunidades integrantes que escogen auto-
ridades, ejercen competencias legalmente atribuidas y tiene facultades mínimas 
para legislar acerca de su vida interna y para la administración de sus asuntos.
4. Los regímenes de autonomía se establecen en el marco de Estados nación deter-
minados, es decir, no cobran existencia como entes autónomos, por sí mismos, 
sino en el contexto y como parte de la vida política y jurídica de un Estado.
5. El régimen de autonomía responde a la necesidad de buscar formas de in-
tegración política del Estado nación, basadas en la coordinación y no en la 
subordinación de colectividades parciales.
Se trata de llegar a una concepción de autonomía que sirva como puente, que faci-
lite el diálogo intercultural pues el autonomismo extremo, es decir, el atrincherarse 
en los valores tradicionales, nos lleva a un concepto de autonomía como una salida 
sólo para los grupos étnicos.
.
Hacia la sociología104
nes étnicas, movilizaciones indígenas y proyectos autonómicos, contribuyen a desarrollar 
otra visión del tema, también vinculada con las reivindicaciones de los nuevos movimien-
tos sociales, y los llamados movimientos altermundistas 
Literatura y latinoamericanismo
La literatura hispanoamericana es parte de esa otra sociología, pues nos enseña que, a 
pesar de la fragmentación y la pluralidad de los casos nacionales, existen muchas simili-
tudes en el tratamiento de problemas comunes. Octavio Paz dice al respecto que “la lite-
ratura desborda las fronteras: los problemas de Chile no son, de más está decirlo, los de 
Colombia, y un indio de Bolivia no tiene gran cosa que ver con un negro de las Antillas; 
pero la pluralidad de situaciones, de razas, de paisajes no destruye en absoluto la unidad 
de historia y de cultura. Unidad no es uniformidad. Los grupos, los estilos y las tenden-
cias literarias no coinciden con las divisiones políticas y geográficas”. 
A la literatura le debemos los primeros ensayos sobre lo que era la sociedad colonial y 
la que se fue organizando después de la independencia, pues retrató valores, costumbres, 
arquetipos —el caudillo, el terrateniente, el dictador—. Hay toda una narrativa tejida de 
manera magistral alrededor de la figura del dictador, el paradigma del tirano en las obras 
de Augusto Roa Bastos Yo el Supremo, de Gabriel García Márquez, El coronel no tiene 
quien le escriba, de Miguel Ángel Asturias, Señor Presidente y de Mario Vargas Llosa, 
La fiesta del Chivo.
Los intelectuales latinoamericanos se han planteado también el problema de si los paí-
ses del Caribe son parte también de América Latina, sin dar una respuesta definitiva.
Se puede decir que la existencia de una sociología latinoamericana se sustenta en una 
unidad geográfica, en una historia común; en una lengua bastante extendida como el cas-
tellano a pesar de los casos de Brasil, aquellos países angloparlantes y francófonos que 
como Belice y las Guyanas forman parte de la región, y de las lenguas indígenas.
También hay una historia común, una religión como la católica que ha sido mayorita-
ria, experiencias compartidas, problemáticas sociales, culturales y políticas parecidas.
Muchos debates se dieron en torno al origen francés del término América Latina pero 
lo importante es que se trata de una noción de la cual nos apropiamos; es parte de una 
identidad construida con avances y retrocesos, alimentando el desarrollo de unas ciencias 
sociales que han presenciado momentos de gran creatividad, junto con periodos de estan-
camiento como veremos más adelante.
Para reflexionar
La literatura hispanoamericana es rica en reflexiones sobre las característi-
cas culturales y sociales de la región. Si quieres saber más sobre los autores 
aquí mencionados y muchos otros, consulta el sitio de Internet: http://www.
ensayistas.org/antologia/
.
105Capítulo 5: Sociología latinoamericana
El expansionismo estadounidense y el pensamiento 
antiimperialista
Sin duda, una fuente compartida de experiencias en la construcción de América Latina 
fue el expansionismo de Estados Unidos, país que ha considerado a la región como su 
zona natural de influencia, una de cuyas primeras manifestaciones fue la llamada Doctri-
na Monroe (ver cuadro de abajo) por la que toda intervención en un país americano por 
parte de cualquier potencia extranjera sería visto como una postura “no amistosa” hacia 
Estados Unidos, adjudicándose así la facultad de intervenir en el país invadido. 
Las intervenciones estadounidenses en la región, que comienzan con la anexión de 
gran parte del territorio mexicano en 1846, son fuente del pensamiento nacionalista y 
La Doctrina Monroe, el Destino Manifiesto 
 y el Corolario Roosevelt
Declarada en 1823 por el presidente de Estados Unidos James Monroe, considera-
ba que toda tentativa del Viejo Mundo por recuperar o extender su influencia en el 
Nuevo Mundo sería vista por EU como peligrosa para su paz y seguridad.
A principios del siglo xx, EU ya había consolidado su Estado nacional y afir-
mado su “destino manifiesto” que significa que el destino de Estados Unidos era 
su expansión por el continente. El país vecino se anexa Texas, Nuevo México y 
California, otrora territorio mexicano (1846-1848); ocupa Cuba y Puerto Rico,luego 
de la Guerra Hispanoamericana (abril de 1898), declarada luego de que fuera vo-
lado el barco norteamericano Maine, en el Puerto de la Habana. Ésta es conocida 
como la “espléndida pequeña guerra” pues en sólo cuatro meses España cede a 
EUA Puerto Rico (anexionado en 1898), las Filipinas, Guam y Hawai estableciendo 
un semiprotectorado en Cuba (1901) recién liberada del yugo español. Ello, debido 
a que la enmienda Platt de 1901, preveía el derecho de intervención permanente 
de Estados Unidos en la isla cada vez que el gobierno de ese país lo considerara 
necesario; dicha enmienda fue abolida hasta la revolución de 1959. La hegemonía 
norteamericana también alcanzaba a la América Central (Panamá y la construc-
ción del canal, 1904) y el Caribe hispanoparlante. El entonces Presidente de los 
EUA, Teodoro Roosevelt emitió el Corolario que lleva su nombre aseverando que 
si un país del hemisferio americano, situado en la zona de influencia de los EUA, 
actuaba “amenazando” o poniendo en peligro los derechos o propiedades de ciu-
dadanos o empresas de su país, el gobierno de EUA estaba obligado a intervenir 
en los asuntos domésticos del país “desquiciado” para reordenarlo, restableciendo 
los derechos y el patrimonio de su ciudadanía o de sus empresas. Este corolario 
transformó la Doctrina Monroe, que decía proteger a los Estados del Nuevo Mundo 
contra la intervención europea, en una doctrina de intervención militar de los EUA 
en América Latina y el Caribe: Cuba (1906-1909); Santo Domingo(1905-1907 y 
1916-1924); Haití (1915-1934); Honduras (1912); Nicaragua (1909, 1912-1933).
.
Hacia la sociología106
antiimperialista, pues son muchos los autores latinoamericanos que se han referido tanto 
a la intervención francesa en México como a la guerra mexicana con Estados Unidos 
como problemas de toda la región latinoamericana.
Así, una visión diametralmente opuesta a la de Alberdi, para quien todo lo que no era 
europeo era bárbaro, por lo cual decide apoyar la intervención francesa, es la del chileno 
Franciso Bilbao, quien critica la postura antipopular y antiamericanista de los que apoyan 
la intervención francesa y en La América en peligro alerta no solo frente a los avances del 
imperio francés sino también del estadounidense.
El argentino José Ingenieros decía que la Doctrina Monroe no significaba sino la jus-
tificación para la expansión y el dominio militar de Estados Unidos hacia la región y, 
como prueba, presentaba el hecho de que el vecino del norte nada hizo en 1833 cuando 
Inglaterra ocupó las Islas Malvinas argentinas, como sucedería también ya en el siglo xx 
durante la Guerra de las Malvinas.
Muchos autores de la época se definían como antihispanistas y veían en el pujante país 
del norte un ejemplo a seguir, por lo que fue precisamente el poeta y ensayista cubano 
José Martí (1853-1895) uno de los primeros en hablar del carácter específico, distintivo 
de nuestra América, no sólo en relación con España o Europa en general, sino en relación 
con Estados Unidos, sentando las bases para un pensamiento nacionalista y antiimperia-
lista, a la vez que crítico de las clases dominantes latinoamericanos, a las que veía como 
meras intermediarias de la desnacionalización de sus pueblos.
Nuestra América 
“Éramos una máscara, con los calzones de Inglaterra, el chaleco parisiense, el 
chaquetón de Norteamérica y la montera de España. El indio, mudo, no daba vuel-
tas alrededor, ya se iba al monte, a la cumbre del monte, a bautizar a sus hijos. El 
negro, oteado, cantaba en la noche la música de su corazón, solo y desconocido. 
El campesino, el creador, se revolvía, ciego de indignación contra la ciudad desde-
ñosa. El pueblo natural, con el empuje del instinto, arrollaba, ciego del triunfo, los 
bastones de oro. Ni el libro europeo, ni el libro yanqui daban la clave del enigma 
hispoanoamericano.” 
“(...) Las levitas son todavía de Francia, pero el pensamiento empieza a ser de 
América. De todos los peligros se va salvando América. Pero otro peligro corre, 
acaso, nuestra América, que no le viene de sí, sino de la diferencia de orígenes, 
métodos e intereses (...) (con) la América del Norte. El desdén del vecino formida-
ble, que no la conoce, es el peligro mayor de nuestra América; y urge, porque el 
día de la visita está próximo, que el vecino la conozca, la conozca pronto para que 
no la desdeñe. Por ignorancia llegaría, tal vez, a poner en ella la codicia. Por el 
respeto, luego que la conociese, sacaría de ella las manos. Se ha de tener fe en lo 
mejor del hombre y desconfiar de lo peor de él.” 
José Martí, “Nuestra América”, en Obras escogidas. 
(tres tomos), Estudios Martianos/Política, La Habana, 1979.
.
107Capítulo 5: Sociología latinoamericana
Con José Martí se cierra todo un ciclo de reflexión sobre Hispanoamérica y posibi-
lidad de su integración. Precisamente percibiendo la vulnerabilidad de las nuevas na-
ciones, algunos adelantaron el proyecto de su necesaria unidad. Francisco de Miranda 
exponía, en 1790, el Proyecto de Constitución para las Colonias Hispanoamericanas, el 
cual proponía formar con ellas un solo imperio cuya fuerza descansaría precisamente en 
esa unión política.
Aspirando a ver formada una sola patria hispanoamericana, Simón Bolívar mantiene 
este proyecto al buscar formar en América una gran nación tanto por su extensión y ri-
queza como por su libertad política. La unidad americana fue la lucha de toda su vida, a 
pesar de que estaba consciente de las dificultades para lograr tal fin, alcanzando logros 
La unidad latinoamericana
La forma contemporánea que toma la vieja discusión de la unidad en Latinoamé-
rica, se da en la nueva versión de integración continental o el neopanamericanis-
mo que para Alberto Rocha, de la Universidad de Colima, es una propuesta de 
integración vertical, jerarquizada y unilateral para socios que sostienen intereses 
divergentes y donde privan la iniciativa y los intereses de Estados Unidos, que en 
esta nueva fase arranca con la Iniciativa de las Américas (1990), el TLCAN (Trata-
do de Libre Comercio de Estados Unidos, Canadá y México, 1994) y la realización 
de cumbres con mandatarios latinoamericanos hacia la búsqueda de conformar un 
mercado de libre comercio, el ALCA. 
El neobolivarianismo que a partir de la convergencia de los Estados latinoame-
ricanos busca conformar una confederación política como manera de preservar 
la unidad e independencia de América Latina, sería una propuesta de integración 
regional horizontal, que buscaría ser más equitativa y multilateral, para socios que 
comparten historia y cultura comunes. 
Las dos perspectivas se han visto modificadas por las formas actuales de inte-
gración regional, subregional y supranacional, pues ambas tienen frente a sí no 
sólo una dinámica de integración regional sino seis dinámicas políticas de integra-
ción subregional ya consolidadas: la Asociación de Estados del Caribe (AEC), el 
Grupo de los 3 (G-3), el Mercado Común Centroamericano (MCCA), la Comunidad 
del Caribe (CARICOM), el Pacto Andino (PA) y el Mercado Común del Sur (MER-
COSUR).
Especialmente desde la perspectiva latinoamericana, estas distintas dimensio-
nes tendrían que relacionarse no sólo entre sí, pues están muy dispersas, sino con 
sus órganos propiamente políticos, como el Grupo de Río o el Parlamento Latinoa-
mericano para aprovechar toda esa experiencia en una acción más efectiva.
Alberto Rocha, “América Latina: la gestación del Estado-región supranacional en 
la dinámica política de la integración regional y subregional”, en revista 
Estudios Latinoamericanos. Nueva Época, Año IV, núm. 7, ene.-jun. de 1997.
.
Hacia la sociología108
importantes como la Gran Colombia (Nueva Granada y Venezuela) a la que se adhieren 
Panamá y Ecuador. 
Sin embargo, a la gran convocatoria que hiciera Bolívar a la Asamblea Anfictiónica 
(1826), como verdadero acto fundacional, sólo concurrieron México, Perú, Colombia y 
Centroamérica.
Como señala Juan Carlos Morales Mansur,los grandes acuerdos y protocolos que 
soñaba Bolívar se hicieron históricos, no se concertaron entonces, aunque es preciso des-
tacar que como doctrina sentaron las bases de un nuevo e incipiente derecho internacional 
latinoamericano y constituyeron un notable punto de partida que señala el germen del 
hispanoamericanismo y lo que después será visto como la vía bolivariana de integración, 
que se basa en la unidad latinoamericana, sin la presencia norteamericana, debido a la 
asimetría que ya entendía Bolívar.
El panamericanismo, planteado desde la fundación de la Organización de Estados 
Americanos, la OEA, ha sido la propuesta de los Estados Unidos para lograr dicha inte-
gración, pero bajo el control norteamericano.
Nacionalismo y populismo
La década de los años veinte del siglo xx vuelve a brindarnos una recapitulación de las 
grandes temáticas de América Latina, pues entonces se inició un proceso de recuperación 
de la historia común, de búsqueda de identidad, de un desarrollo propio que le diera fun-
damentos a una teoría latinoamericana sólida.
Esta época constituyó un momento de grandes cambios en la región, producto de la 
crisis de la llamada dominación oligárquica y del modelo agroexportador, también deno-
minado modelo de desarrollo hacia afuera, como producto de la desorganización de las 
corrientes comerciales tradicionales y de la incipiente y concentrada economía urbano-
industrial. 
Todos estos cambios impulsaron la emergencia de nuevos sectores vinculados con 
intereses financieros y mercantiles, por una parte y, por otra, a una burguesía industrial 
y comercial, a las clases medias urbanas y a un proletariado junto con un amplio sector 
popular urbano no obrero proveniente del éxodo rural, sin tradiciones sindicales o polí-
ticas, a las que en algunos países latinoamericanos se sumaban también los inmigrantes 
de origen europeo. En todo caso, se trataba de sectores que crecían más que la capacidad 
que tenían sus sociedades de absorberlos. La irrupción de la sociedad de masas a la vida 
política en economías insuficientemente industrializadas preparó en América Latina las 
bases del populismo. Con ese concepto han sido explicados regímenes como el de Lázaro 
Cárdenas en México (1934-1940) el de Getulio Vargas en Brasil (1930-1945) y el de Juan 
Domingo Perón en Argentina (1945-1955). Aunque distintos en contenido, ideología y 
formas de ejercer el poder, los tres gobiernos compartieron algunas características co-
munes como la movilización de grandes masas cuyo apoyo descansaba en la promesa de 
solución de su problemática y en la admiración hacia un líder carismático.
De hecho, el populismo, —fenómeno con fuertes raíces históricas—, no es un tema 
nuevo, ni tampoco la ambigüedad ni las descalificaciones que oscurecen su explicación. 
Como lo señala Jean Francois Prud’homme, el concepto de “populismo” es evasivo y 
suele designar una gran variedad de fenómenos políticos como movimientos de intelec-
109Capítulo 5: Sociología latinoamericana
tuales que idealizaban al campesinado y sus formas de vida comunitaria en la Rusia del 
siglo xix, los partidos de granjeros de los estados y provincias del centro occidente de 
los Estados Unidos y Canadá en las primeras décadas del siglo xx, muchos gobiernos 
latinoamericanos de entreguerras y de la inmediata posguerra, varios movimientos de la 
derecha radical europea animada por una retórica de lo antipolítico y, a veces, hasta las 
prácticas de la democracia directa suiza. Todos estos movimientos han compartido esta 
denominación.
Sin pretender una definición del populismo, se pueden señalar algunos rasgos asocia-
dos con el mismo. Es un movimiento que puede ser producto de la inmadurez política o 
parte de una cultura política en formación. También, como dice Ralph Dahrendorf, puede 
ser visto como parte de la crisis de la democracia, del debilitamiento de los viejos partidos 
y de la apatía política.
Populismo 
Margaret Canovas, en un texto publicado en 1981, intenta poner orden en esta am-
bigüedad con respecto al populismo. Sin intentar una definición categórica, hace 
una clasificación que puede ayudar a ordenar el análisis:
1. Populismos agrarios:
1.1 La radicalización y movilización de campesinos en EU que reaccionan
 contra el mercado moderno a finales del siglo xix.
1.2 La movilización campesina en Europa Oriental, por razones parecidas,
 después de la I Guerra Mundial.
1.3 La movilización, desde arriba de los campesinos rusos, por una élite de
 intelectuales en busca de recrear una idílica sociedad agraria en
 oposición a la modernidad.
2. Populismos políticos:
2.1 El populismo autoritario, con liderazgo carismático, retórica antioligárquica 
- y que responden a una repentina masificación de la vida política.
 Por ejemplo, el peronismo.
2.2 La democracia directa.
2.3 El populismo reaccionario, antimoderno y fascista.
2.4 El populismo político, distanciamiento de algún líder de la política oficial,
 con crítica al sistema de partidos y apela a la fundamental unidad del
 pueblo.
Margaret Canovas, citada por Alfil Mastropaolo, “Equívocos Populistas”, 
en Metapolítica, Muerte y Resurrección del populismo, 
núm. 44, vol. 9, nov.-dic. 2005, p. 46.
.
Hacia la sociología110
En el primer caso, la falta de formas de organización y representación institucional se 
manifiesta como “la suma de un liderazgo de tipo carismático, surgido de las clases me-
dias o de las superiores, y un séquito de masa políticamente aún sin forma y disponible a 
ser movilizada “(Torcuato Di Tella).
Como parte de la crisis de la democracia, especialmente en Europa y Estados Unidos, 
el analista italiano Roberto Biorcio considera que el “modelo populista” sería un movi-
miento que rechaza la representación política típica de la democracia parlamentaria y se 
decanta a favor de los referendos, la democracia directa y un sistema presidencial basado 
en un fuerte liderazgo y en la relación directa del pueblo con el líder, enfatizando los con-
ceptos de territorialidad y nacionalidad, exhibiendo con frecuencia elementos racistas.
Podríamos decir que lo más característico del populismo, común a experiencias diver-
sas, serían la relación líder-masa, su antiinstitucionalidad, la tendencia al referendo y a 
otras formas más directas de participación, junto con su apelación al pueblo, su discurso 
demagógico y un estilo manipulador. Sin embargo, siguen siendo características muy 
generales pues, como en un cajón de sastre, entra cualquier líder o movimiento sin dis-
criminación alguna.
En el caso particular del populismo latinoamericano, habría que explicarlo a partir de 
las condiciones sociales, económicas y políticas que se dieron en la región en un periodo 
determinado que va de los años veinte a los sesenta del siglo xx.
Los regímenes populistas o los populismos realmente existentes —el varguismo en 
Brasil, el populismo argentino y el cardenismo en México— emergen en un momento 
de confluencia de la crisis de la dominación oligárquica con el agotamiento del modelo 
agroexportador, o de desarrollo hacia afuera como producto de la desorganización de las 
corrientes comerciales tradicionales y la modernización de la economía.
La irrupción de la sociedad de masas a la vida política en economías insuficientemente 
industrializadas preparó en América Latina las bases del populismo. Los espacios urba-
nos concentraban el desarrollo de manera caótica, mientras que el latifundio originaba 
fuertes corrientes migratorias del campo a la ciudad. Aparece, por ello, principalmente 
en Argentina, una enorme población marginal desempleada y miserable que da origen 
al fenómeno de la irrupción de “sociedades urbanas de masas”, las cuales presionaban 
por su incorporación, compitiendo con los artesanos e integrantes de otras actividades 
previamente instaladas.
La situación era realmente explosiva y lo característico es que no había partidos o sin-
dicatos capaces de canalizar semejantes demandas, no existían tradiciones sindicales o 
políticaspropias. De ahí la idea de masas disponibles sólo en espera de un líder. Muchos 
de estos sectores entraron a la vida económica y política por medio de formas de repre-
sentación corporativa, a costa de su autonomía organizativa, ideológica y política, lo que 
se trató de paliar por medio de las prebendas recibidas de una política redistributiva y un 
gasto público ampliado que hizo énfasis en lo social. 
En cuanto a la exigente clase media y los sectores de la burguesía emergente, el na-
cionalismo y la política industrializadora (echada a andar con la defensa de la soberanía 
nacional y la participación popular), desempeñaron un papel fundamental como ideología 
movilizadora y cohesionadora, lo que, junto al carisma del líder, sería sustento de esas 
amplias y heterogéneas alianzas que van a apoyar al nuevo Estado de compromiso. 
 Alan Knight resume esta concepción del populismo clásico latinoamericano como 
un gran proyecto sociopolítico que, aunque demagógico y manipulador desde el punto 
111Capítulo 5: Sociología latinoamericana
de vista de su discurso y retórica, también incluye políticas concretas —asociadas con 
la política de industrialización— y una coalición específica de intereses, productos ellos 
mismos de circunstancias históricas determinadas que empezaron entre las dos guerras.
Nos parece así que el enfoque histórico estructural contribuye a diferenciar los movi-
mientos populistas de aquellos movimientos populares que se organizaron sobre una base 
más autónoma, no circunscritos a políticas de corporativización o de aquellos movimien-
tos, más radicales, de corte nacional-revolucionario.
Del marxismo a la sociología del desarrollo
Como señaló Jean Franco, hacia 1918, la creencia en la superioridad de los sistemas cul-
turales y sociales de Europa se había desvanecido. El espectáculo que ofrecían las gran-
des potencias al dedicar recursos de la ciencia y la industria a una labor de exterminio 
“resultaba escarnecedor a todos los latinoamericanos para quienes Europa había signifi-
cado la cúspide de los valores humanos (...)”, el fracaso de Europa como ideal los llevó 
a la búsqueda de una utopía en el hemisferio americano, un esfuerzo por encontrar en su 
tierra, en los pueblos indígenas, el impacto de la Revolución Mexicana, y para todo el 
continente, las cualidades que había perdido Europa. 
En ese contexto de grandes transformaciones emergieron figuras como el peruano José 
Carlos Mariátegui (1895-1930) considerado el primer marxista de nuestra región que no 
buscó aplicar los análisis de Marx y Engels tal cual, sino que se destacó por la búsqueda 
de un análisis original, que diera cuenta de la especificidad de la realidad peruana con una 
obra muy vasta de ensayos sociales, literarios y políticos, de la que sobresalen Las siete 
tesis sobre la realidad peruana. 
Su compatriota Raúl Haya de la Torre, también inspirado en el marxismo, buscó reade-
cuar el pensamiento boliviariano a la realidad latinoamericana. Presidente de la Federa-
ción de Estudiantes Peruanos en 1919, se exiló en México unos años después perseguido 
por sus actividades revolucionarias. En este país fundó el AprA (Alianza Popular Revolu-
cionaria Americana) que durante décadas luchó por alcanzar el poder político en el Perú. 
Para reflexionar
El regreso del populismo, o al menos de su discusión, se da en momentos 
en que se presentan en diversos países situaciones de crisis económica, de 
representación y de Estado, así como procesos de desorganización social. 
¿Consideras que el populismo es un síndrome que en determinadas condi-
ciones se reproduce?, ¿es un fenómeno permanente que podríamos vincular 
a las promesas no cumplidas de la democracia? ¿Podemos identificar como 
regímenes populistas similares a los descritos anteriormente, a los de Carlos 
Saúl Ménem en Argentina (1989-1999), Alberto Fujimori en Perú (1990-
2000) o Carlos Salinas de Gortari en México (1988-1994)?
.
Hacia la sociología112
En México se incorporó al proceso nacional, colaborando estrechamente con José Vas-
concelos. Era el momento del nacionalismo cultural, del florecimiento del muralismo en 
México, del redescubrimiento del pasado indígena y de una literatura más original pero 
también de la integración latinoamericana. Éste era también el momento en el que se fue 
configurando el campo problemático de la nueva sociología. 
La problemática de la desigualdad internacional de las relaciones asimétricas entre 
América Latina y el resto del mundo capitalista desarrollado fue el gran tema que per-
mitió el florecimiento de una teoría sociológica latinoamericana a partir de 1950. Los 
nuevos sociólogos, formados en diversas escuelas, herederos de la teoría clásica y de una 
visión muy eurocéntrica, empezaron en ese entonces a interrogarse acerca de la singula-
ridad de nuestro continente. ¿Por qué América Latina estaba tan atrasada en cuanto a su 
desarrollo económico y político con respecto a los países más avanzados?, ¿cuáles eran 
los obstáculos para el desarrollo?, ¿cómo superarlos? 
La sociología profesional en América Latina crecía alrededor de la temática del de-
sarrollo y el subdesarrollo. El concepto de subdesarrollo se entiende como una etapa en 
el largo camino que nos lleva al desarrollo; en torno a este concepto giran las preguntas 
fundamentales de cómo superar esta etapa. Enunciada tal problemática, se volvió tan 
importante que desplazó o ignoró otras como, por ejemplo, la reflexión política, pues 
parecía asumirse que, una vez superados los problemas del atraso y la desigualdad, la 
democracia vendría por añadidura.
Norbert Lechner, sociólogo chileno, señala que existen cuatro grandes líneas de inves-
tigación, en estas primeras etapas de la sociología moderna latinoamericana, vinculadas 
a los procesos políticos y sociales vividos por los países de la región (el populismo, el 
desarrollismo, la estrategia revolucionaria y la estrategia autoritaria). Estas cuatro líneas 
son: 1) la teoría de la modernización, 2) el desarrollismo, vinculado con pensamiento de 
la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), 3) los estudios sobre la depen-
dencia y 4) la reflexión sobre el militarismo y el nuevo autoritarismo. 
La teoría de la modernización
La teoría de la modernización (de la que ya hablamos en el capítulo anterior) tuvo en 
América Latina una presencia notable a través de José Medina Echavarría y Gino Germa-
ni, quienes difundieron de manera decisiva tanto los planteamientos de Max Weber como 
los de la teoría funcionalista. 
El tránsito de una sociedad tradicional a una moderna se estudia a través de un concep-
to clave: el de la modernización, proceso que se va dando cuando las sociedades tradicio-
nales transitan hacia la industrialización y se convierten en sociedades modernas. 
Además de identificar la modernización con la cultura occidental, el modelo de trán-
sito de sociedades tradicionales a modernas tiene implícita una concepción evolucionista 
de dicho desarrollo, es decir, se va dando por medio de etapas. 
Gino Germani vinculaba los procesos sociales de urbanización, secularización, mi-
gración y movilidad con procesos sociosicológicos, lo que lo llevó a aplicar el modelo al 
estudio del populismo y a establecer algunas comparaciones con el caso europeo. 
Así en Europa cuando se viven estos cambios ya se habían creado las bases eco-
nómicas, sociales y culturales necesarias para la realización progresiva de valores tales 
113Capítulo 5: Sociología latinoamericana
como la democratización y el pluralismo, mientras que en América Latina el grado de 
movilización rebasa las posibilidades de integración social. De acuerdo con su análisis, 
si en el caso europeo existieron los mecanismos institucionales que ampliaron las bases 
políticas para canalizar las demandas integrando a las clases populares y pasando de 
una participación limitada a una ampliada, en América Latina los procesos de transición 
fueron asincrónicos y desequilibrados debido a la discontinuidad cultural, geográficae 
institucional. Frente a la emergencia de una sociedad de masas no existían los mecanis-
mos institucionales para integrar estos sectores a la vida social y política, o bien los que 
existían quedaban rebasados. De ahí que una característica del desarrollo latinoamericano 
sea la coexistencia de elementos tradicionales con otros modernos, es decir, la presencia 
de sociedades duales. 
Los límites del enfoque de Germani son: el tomar a priori, de manera evolucionista y 
en etapas, un modelo —el europeo— para el análisis de una realidad totalmente distinta 
y, por otra parte, la recepción acrítica del estructuralfuncionalismo; sin embargo, como 
dice Lechner, aquellos enfoques tienen el gran mérito de ofrecer un primer diagnóstico 
empírico de la estructura socioeconómica de América Latina. 
El pensamiento cepalino
De manera paralela surge otra línea de investigación vinculada especialmente al pensa-
miento de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) que se constituyó como 
uno de los grandes proyectos intelectuales latinoamericanos y que proponía la posibilidad 
de un desarrollo capitalista autónomo. La concepción centro-periferia propuesta por la 
cepAl representaba un avance en relación con la teoría de la modernización, al plantear 
que la desigualdad entre los países desarrollados y los subdesarrollados no era un proble-
ma de estadios o etapas evolutivas, como lo plantea el tránsito de sociedades tradicionales 
a modernas, sino de una diferencia estructural; es decir, según esta perspectiva, el sistema 
económico mundial se desarrolla de manera desigual, concentrando la riqueza en los 
países desarrollados y el atraso en los más débiles.
El desarrollo y la difusión tecnológica se difunden de manera desigual, generando así 
centros y periferias. El subdesarrollo es, así, la otra cara del desarrollo. La difusión del 
desarrollo en condiciones de desigualdad, dice la cepAl, genera subdesarrollo. 
Para la cepAl, el desarrollo en la periferia es heterogéneo; es decir, los espacios de 
mayor desarrollo coexisten con espacios de menor desarrollo en un mismo país y entre 
naciones. Otro concepto clave es el deterioro creciente en los términos de intercambio, 
que consiste en que la región recibe cada vez menos ingresos por lo que exporta y paga 
más por sus importaciones. 
La posibilidad de romper con esa larga tradición de países exportadores de materias 
primas e importadores de bienes manufacturados se plantea debido a las perspectivas que 
se abrían con el inicio de la llamada industrialización sustitutiva de importaciones (ISI); 
en virtud de la crisis económica mundial que, entre otros efectos, desarticuló el comercio 
mundial, América Latina no podía importar los insumos necesarios para su desarrollo y se 
vio impulsada a producirlos internamente, iniciándose así el llamado periodo industriali-
zador o de desarrollo hacia adentro.
Hacia la sociología114
El primer periodo de dicho proceso encuentra pronto diversos obstáculos para seguir 
adelante y justamente la cepAl critica que éste haya sido un proceso espontáneo, origi-
nado como respuesta a presiones de tipo coyuntural, y no un proyecto dirigido. Así, la 
cepAl propone la necesidad de corregir el sentido del proceso industrializador por medio 
de políticas deliberadas, es decir, dirigidas por el Estado a través de una adecuada plani-
ficación orientada a acelerar el crecimiento económico, a lograr una relación equilibrada 
entre campo y ciudad, reducir la vulnerabilidad externa de la economía e incrementar la 
acumulación y el ahorro interno además de asignar los recursos externos. 
La implementación de estas medidas favorecería un desarrollo nacional autososte-
nido sobre la base del fortalecimiento del mercado interno y las instancias nacionales 
de decisión. Sin embargo, dada la desigualdad entre centro y periferia en el periodo de 
arranque del modelo, se aconsejaban las políticas proteccionistas, moderadas y selectivas 
como condiciones necesarias para una etapa de transición relativamente extensa, y con 
el fin de corregir las disparidades existentes. Para ello, desde luego, era fundamental la 
cooperación internacional y la integración latinoamericana que constituían la forma más 
viable para que economías que no contaban con la infraestructura adecuada pudieran 
fortalecerse a través del comercio intrarregional.
Así, la cepAl se identificó con el llamado desarrollismo nacionalista, el cual, sin em-
bargo, entró en crisis al imponerse mundialmente un nuevo patrón de acumulación mono-
pólica mucho más concentrador y excluyente. La burguesía nacional que, en el esquema 
cepalino, era un factor fundamental de su propuesta, estaba cada vez más fusionada con 
los grupos financieros internacionales, mientras que las empresas transnacionales y el 
capital extranjero estaban insertos en el corazón de los sistemas productivos de la región. 
En consecuencia, el desarrollo empieza a verse como una meta cada vez más lejana. 
La crítica dependentista
En la década de 1960-1970 el concepto de dependencia se convierte en el nuevo factor 
explicativo del subdesarrollo, y autores como Fernando Henrique Cardoso, Theotonio 
Dos Santos, Ruy Mauro Marini, Enzo Faletto, Agustín Cueva y André Gunder Frank 
empiezan a enfocar la dependencia como una situación que, a partir de las relaciones de 
naciones débiles con naciones dominantes, configura cierto tipo de estructuras internas 
en los países subdesarrollados. 
La teoría de la dependencia busca esclarecer la integración de las economías nacio-
nales con el mercado mundial, la relación de lo interno y lo externo, y la superación 
de enfoques etapistas, y plantea la idea de que el desarrollo y el subdesarrollo son caras de 
la misma moneda, pues este último es resultado de la expansión mundial del capitalismo. 
Así, la teoría de la dependencia reivindica el carácter capitalista de América Latina (Gun-
der Frank), y busca rescatar la actuación de fuerzas sociales y políticas internas en las 
formas de vinculación hacia afuera (Cardoso y Faletto). Algunos de sus autores plantean 
asimismo que la teoría de la dependencia no sólo sería la ampliación sino la reformula-
ción de la teoría leninista del imperialismo (Dos Santos).
Ruy Mauro Marini intenta formular las bases para una economía política de la de-
pendencia con su texto Dialéctica de la dependencia (1973), donde el marxismo latino-
americano alcanza su punto más alto en la formulación de las leyes y las tendencias que 
115Capítulo 5: Sociología latinoamericana
engendran y mueven el capitalismo sui generis, llamado dependiente. La dependencia es 
para Marini “una relación de subordinación entre naciones formalmente independientes, 
en cuyo marco las relaciones de producción de las naciones subordinadas son modifica-
das o recreadas para asegurar la reproducción ampliada de la dependencia”. En tanto que 
La teoría de la dependencia 
El libro Dependencia y desarrollo en América Latina, editado por primera vez en 
1969 por los brasileños Fernando Henrique Cardoso y Enzo Faletto, es un clásico 
de la sociología latinoamericana, cuyas propuestas teóricas más importantes son: 
1. Un análisis integrado del desarrollo. Al constatar el énfasis económico que 
había caracterizado el trabajo y el quehacer sociológico en América Latina, 
sostienen que era necesario realizar un esfuerzo teórico que considerara la 
totalidad de las condiciones históricas particulares —económicas y sociales— 
en un análisis global del desarrollo. No se trataba de sustituir la perspectiva 
económica por la sociológica, sino de integrar ambas y entender sus determi-
naciones recíprocas. 
2. Destacar el peso del plano interno. Esto es, centrarse en los objetivos e intere-
ses que alientan el conflicto entre los grupos, las clases y los movimientos so-
ciales que mueven a las sociedades en desarrollo. Desde esta perspectiva, se 
trata de vincular, y no sólo yuxtaponer, los componentes económicos, sociales 
y políticos del desarrollo en términos de unproceso histórico, que va definien-
do relaciones de dependencia, pero no entendidas como factores meramente 
inducidos externamente, sino en su dinámica interna-externa. 
A diferencia de nociones como centro-periferia, que subrayan las funciones que 
cumplen las economías subdesarrolladas en el mercado mundial, estos teóricos 
buscaban resaltar los factores político-sociales implicados en la situación de de-
pendencia. 
Es por eso que el análisis integrado del desarrollo considera que la situación de 
dependencia y el modo de integración de las economías nacionales al mercado 
mundial suponen formas definidas y específicas de interrelación de los grupos de 
cada país entre sí y los grupos externos.
La correlación de fuerzas internas y las relaciones de poder son las que definen 
la forma que asumen las relaciones de dependencia con el exterior. 
Si bien los trabajos inscritos en la teoría de la dependencia no pudieron resol-
ver, en el plano teórico, la relación interno-externo (pues siempre terminaban por 
dar más importancia a los factores externos descuidando, por ejemplo, el análisis 
de las clases sociales, el de la formación del Estado y el de la nación en América 
Latina) tales trabajos fueron la base para una visión posterior acerca de las formas 
específicas del desarrollo capitalista en América Latina. 
.
Hacia la sociología116
las relaciones con naciones industrializadas generan un intercambio desigual desfavora-
ble a las economías latinoamericanas, éstas utilizan como mecanismo de compensación 
la superexplotación de los trabajadores, la cual constituye el fundamento básico de la 
dependencia. 
Situándose desde una perspectiva crítica, el sociólogo ecuatoriano Agustín Cueva, en 
su obra El desarrollo del capitalismo en América Latina (1977), cuestiona la teoría de 
la dependencia a partir de la pregunta: ¿puede o no haber “desarrollo” en un área capita-
lista dependiente?, lo que resulta falaz al dar por sentada la posibilidad de una alternativa 
de desarrollo-subdesarrollo que no existe. Cueva critica que el concepto de dependencia 
se utilice de manera omnímoda, total, sin un franco esclarecimiento teórico, y dejando de 
lado los conceptos básicos, como fuerzas productivas, relaciones sociales de producción 
o clases y lucha de clases; y critica, de igual forma, que el punto de partida sea la nación, 
así de indefinida, en su relación con otras naciones, perdiendo de vista las relaciones 
sociales básicas. Asimismo, censura el que se llegue a la conclusión de que nuestro de-
sarrollo económico es un proceso sui géneris, original, como forma desviada del patrón 
clásico, y que no se vea como la manera particular en que se concretan las leyes generales 
del capitalismo. 
Tanto los análisis realizados bajo el enfoque de la dependencia como las críticas al 
mismo constituyeron un importante punto de partida de la moderna ciencia social lati-
noamericana al descubrir temas y problemáticas. Era necesaria la adopción de una pers-
pectiva crítica frente a la importación de modelos analíticos al intentar una reflexión más 
autónoma sobre nuestros problemas como región.
El impacto de la Revolución Cubana
La Revolución Cubana de 1959 demostraba, de manera radical, el agotamiento de los 
modelos reformistas y desarrollistas, y planteaba, por otra vía, resolver los grandes pro-
blemas de un capitalismo dependiente y excluyente. 
Como señala Pablo González Casanova, la Revolución Cubana hizo importantes con-
tribuciones a la teoría social, aunque éstas no aparecieron en una primera instancia en 
libros o revistas, sino en la experiencia misma que se iba construyendo. Es la etapa de 
los fallidos intentos por exportar la revolución a otras latitudes, de la emergencia de los 
movimientos guerrilleros, de la discusión sobre el foquismo, de las vanguardias y los mo- 
vimientos sociales en la región, pero también es la época de la contrarrevolución, de la 
Alianza para el Progreso (el programa lanzado por la administración de John F. Kennedy 
en la región con el fin de buscar una alternativa a la revolución), y de la contrainsurgencia, 
es decir, de la utilización de las fuerzas armadas para combatir al enemigo interno (per-
sonalizado en movimientos insurgentes, armados o no) impulsando así la militarización 
hacia una nueva etapa, muy distinta al caudillismo del periodo de construcción nacional. 
El tema de la revolución en América Latina tiene otros momentos fundamentales que 
impactan profundamente la reflexión teórica latinoamericana; por ejemplo, la propuesta 
de una vía pacífica al socialismo, como se planteó en Chile con la llegada de Salvador 
Allende a la presidencia de la República, quien fue derrocado años más tarde por medio 
de un cruento golpe militar.
117Capítulo 5: Sociología latinoamericana
La Revolución Cubana 
En 1948, asumió el gobierno de Cuba el doctor Carlos Prío Socarrás, candidato 
del Partido Revolucionario Cubano. La agitación obrera, las crisis políticas y la co-
rrupción administrativa dieron lugar a muestras de inconformidad por parte de la 
clase política, mismas que desembocaron en el golpe de Estado llevado a cabo, 
en 1952, por el general Fulgencio Batista, quien ya había ejercido el gobierno de 
1940 a 1944. 
Batista intentó legitimar su presencia en el poder a través de unos comicios en 
los que resultó electo presidente. No obstante, gobernó dictatorialmente y cometió 
una gran cantidad de abusos. La corrupción gubernamental de Batista tuvo por 
respuesta la organización de sus opositores, quienes, desde el exilio, planeaban 
derrocar al dictador. 
El 26 de julio de 1953, un comando guerrillero encabezado por Fidel Castro Ruz 
atacó el cuartel Moncada, en Santiago de Cuba. El ataque fracasó y los revolucio-
narios fueron consignados. Gracias a la intervención del obispo de Santiago, Cas-
tro pudo exiliarse en México, donde realineó a sus fuerzas bajo la denominación de 
“Movimiento 26 de julio”, y en 1956 volvió a Cuba. 
Los rebeldes se internaron en Sierra Maestra, desde donde organizaron las 
fuerzas guerrilleras que hostigarían al ejército de Batista. La causa revoluciona-
ria tuvo un notable apoyo entre los campesinos e incluso fue favorecida por una 
parte del clero. Diversas columnas se extendieron por la isla bajo el mando de los 
comandantes Raúl Castro, Ernesto Guevara (el Che) y Camilo Cienfuegos, entre 
otros. 
Las tropas de Batista, ineptas y corruptas, se vieron imposibilitadas para con-
tener el avance revolucionario. En diciembre de 1958, Fidel Castro tomaba la ciu-
dad de Santiago, mientras que Camilo Cienfuegos se establecía en Villas. Batista 
huyó de La Habana el 1 de enero de 1959. 
Castro es nombrado Primer Ministro en febrero de ese mismo año, y sus refor-
mas económicas —reparto agrario, nacionalización de las más importantes ramas 
de la economía, como la banca, el petróleo, las minas, el transporte y las comuni-
caciones— le acercaban al socialismo, al tiempo que perjudicaban los privilegiados 
intereses estadounidenses, adquiridos durante el protectorado. 
Estados Unidos comenzó a ejercer coerción a través de restricciones al comer-
cio con Cuba, lo que motivó que, en 1961, ambos países rompieran relaciones 
diplomáticas. En ese mismo año, el 17 de abril, una expedición contrarrevoluciona-
ria, auspiciada por Estados Unidos, fracasó en su intento por derrocar al gobierno 
revolucionario de Castro. 
Ante las fricciones con Estados Unidos, y situada la isla en un mundo bipolar, 
su acercamiento a la URSS no se hizo esperar. A principios de 1966, se celebró 
en La Habana la “Conferencia Tricontinental” para la lucha contra el imperialismo. 
A partir de entonces, Cuba se erigía como el bastión de América Latina para la 
exportación de la revolución socialista.
.
Hacia la sociología118
Estado y política en la sociología latinoamericana
Entre los grandes temas ausentes del desarrollo, tanto teórico como político, anterior a 
la década de 1970 en América Latina, se encuentran el problema de la caracterizacióndel Estado, así como el del papel de la política. No es sino hasta el advenimiento de los 
procesos de militarización que sufren los países de América del Sur cuando se retoma 
la discusión política de manera más autónoma. El tratamiento que se había dado hasta 
entonces al problema del Estado se limitaba, en una primera etapa, al análisis de las prin-
cipales obras de jurisprudencia y teoría política europeas, tradicionalmente a cargo de las 
facultades de derecho del continente, temática que después quedó inmersa en discusiones 
sobre el desarrollo, el subdesarrollo y la expansión del capitalismo en la región. 
Los procesos de militarización que se vivieron en la región desde la década de 1960 y 
que tuvieron su primera expresión con el golpe de Estado de 1964 en Brasil, encontraron 
a la sociología latinoamericana sin una teoría adecuada para entender las transformacio-
nes que experimentaba el Estado y el mismo ejercicio del poder, más allá de los cambios 
sociales y estructurales que habían sido ampliamente debatidos tanto por la cepAl como 
por los dependentistas, o incluso, anteriormente, en el marco de la teoría de la moderni-
zación. 
Por lo mismo, la mayoría de los estudios sobre el militarismo en el periodo comentado 
no se deben a estudiosos latinoamericanos sino a estadounidenses y europeos, a pesar de 
que la irrupción de las fuerzas armadas en la política fue un hecho tan generalizado en la 
región. El aporte realizado por los investigadores extranjeros para la comprensión de los 
procesos políticos latinoamericanos fue, no obstante, limitado, ya que en ellos predominó 
la tentación de estudiar nuestra historia de manera estereotipada a través de sus dictadores 
y caudillos, cuyas tropelías, atrocidades y excentricidades les resultaban fascinantes. 
A partir del golpe militar de 1964, en Brasil comenzó a perfilarse una nueva forma de 
golpismo en América Latina, donde las fuerzas armadas como institución asumían el po-
der, y se desató un debate muy generalizado sobre la supuesta fascistización de América 
Latina, poniendo en la mesa temas como el Estado, las formas de ejercicio del poder y los 
distintos tipos de intervencionismo militar, entre otros problemas. 
De alguna forma, la discusión quedó inconclusa. Para Norbert Lechner y Guillermo 
O’Donnell, hasta muy recientemente seguíamos careciendo de una teoría del Estado lati-
noamericano. En efecto, Norbert Lechner expresaba que “apenas existe una reflexión teó-
rica acerca del Estado en América Latina. El gran debate sobre el Estado autoritario en la 
década de 1970, provocado por los golpes militares, fue desplazado durante la década de 
1980 sin un equilibrio siquiera provisorio (tanto por la discusión acerca de la democracia, 
como por el tema de la reforma del Estado en el marco del discurso antiestatista del neoli-
beralismo)”. Por su parte, autores como O’Donnell y Adam Przeworski se han propuesto 
redescubrir el Estado y tratar de reconceptualizarlo desde una perspectiva democrática.
En los albores del siglo xxi y una vez que las transiciones a la democracia se convir-
tieron en el dato distintivo de la región latinoamericana, ha cobrado relevancia la dis-
cusión sobre el papel que debe desempeñar el Estado tanto en la consolidación de las 
instituciones democráticas como en la definición de las políticas públicas indispensables 
para enfrentar los graves problemas económicos y sociales que padece la región lati-
noamericana, porque si los gobiernos democráticos, que son por naturaleza incluyentes 
y abiertos, no son capaces de combatir eficazmente las grandes asimetrías sociales que 
119Capítulo 5: Sociología latinoamericana
 Norbert Lechner 
(Karlsruhe, Alemania, 1939-Santiago de Chile, 2004)
Nacido en Alemania en vísperas de la II Guerra Mundial, Lechner emigró con su 
familia a Portugal y después a Madrid, Valencia, París, Córdoba y, finalmente, San-
tiago de Chile. El problema de la identidad va a ser una constante en su vida y en 
su trabajo: “el traslado permite alejarnos de la guerra y evitar sus penurias, pero 
al precio de un desarraigo. Pierdo los lazos y lugares que conformaban mi origen. 
Desde entonces me cuesta definir un lugar propio”. Vuelve a Alemania durante su 
juventud y regresa a Chile, en pleno gobierno demócrata cristiano, atraído por la 
revolución en libertad, que proponía el gobierno de Eduardo Frei (1964-1970). Apa-
rece ahí su preocupación por el encuentro entre orden y cambio social, y estudia 
ciencia política. Se acerca al pensamiento crítico a través de Franz Hinkelammert, 
un economista berlinés y gran intelectual que se desempeñaba como director de la 
Fundación Adenauer en Santiago. La tesis de doctorado, La democracia en Chile 
(1969) recupera toda esa época y trata de la dinámica del cambio social, el con-
flicto de clases, la democracia como institucionalización de conflictos. En suma: 
“una visión optimista sobre el progreso casi irresistible del proceso de democrati-
zación”.
En los años siguientes, empieza a desarrollar una línea de trabajo sobre Estado 
y Derecho —también era abogado— tema del que no había muchos estudios en 
América Latina y era crucial para la estrategia de la Unidad Popular. De ahí comien-
za a estudiar los límites del Estado de derecho burgués y las oportunidades que 
brinda el derecho como instrumento de cambio. Vive el golpe de estado de 1973 en 
Chile y la dictadura: “Todavía hoy me cuesta recordar el brutal colapso de una se-
rie de condiciones que uno suele tomar por algo dado de antemano. De pronto, el 
golpe trastoca completamente la vida cotidiana. De un día a otro, el mundo es otro. 
Y descubrimos nuestra vulnerabilidad a cada paso.” Su compromiso después va a 
ser con la democracia. En los primeros años postgolpe Lechner prepara Estado y 
política en América Latina (Ed. Siglo xxi, 5a edición, 1985) una antología impres-
cindible para quien quiere estudiar la crisis del Estado en la región. Posteriormente 
va a desarrollar un tema que le obsesiona: los aspectos subjetivos del tema de la 
política y el Estado, como se expresa en Los patios interiores de la democracia. 
Subjetividad y política. (Fondo de Cultura Económica, 1990) y después en Las 
sombras del mañana (LOM, 2002) donde vuelve sobre las experiencias subjetivas 
de los actores como tema central de la política.
En 1994 termina un largo ciclo de veinte años en FLACSO-Chile y se incorpora 
a la Sede México. Su estancia en México es de 3 años, corta pero productiva y gra-
tificante, como él la calificó, y aquí comienza a reflexionar sobre la transformación 
de la política. “Creo haber introducido al debate un tema innovador: la erosión de 
los mapas mentales con los cuales pensamos y hacemos política.” Su último ciclo 
es en el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, PNUD.
.
Hacia la sociología120
aquejan a la región, la aprobación de la democracia por parte de la población seguramente 
se irá reduciendo.
Si durante los últimos veinte años del siglo xx, al calor de la expansión del llamado 
neoliberalismo, el mercado se convirtió en el gran articulador social, desplazando al Es-
tado, hoy está claro que sólo el Estado es capaz de garantizar la protección general de los 
derechos humanos fundamentales, entre los cuales está no sólo el ejercicio de las liberta-
des básicas, sino el acceso equilibrado a niveles de bienestar, de seguridad y de justicia.
La transición a la democracia en América Latina
Desde mediados de la década de 1970, la valoración del régimen democrático en el mun-
do empezó a extenderse, dando lugar a lo que Huntington llamó “la tercera ola de la de-
mocracia”, para referirse al movimiento de transición a la democracia que empezó a darse 
en distintas partes del mundo. América Latina se incorporó a esa oleada.
Si durante las décadas anteriores, la revolución había sido una fórmula socorrida 
de cambio social, en el último cuarto del siglo xx los procesos de reforma por la vía de 
acuerdos entre las diferentes fuerzas políticas devinieron el esquemapor excelencia para 
transitar de regímenes autoritarios a gobiernos democráticos, surgidos de elecciones li-
bres y competidas.
La vida y la obra de Norbert Lechner es un ejemplo de un intelectual talento-
so y comprometido con la elaboración de una sociología y una ciencia política 
latinoamericanas. En su última entrevista señaló con gran claridad lo que signi-
ficaba para él esta tarea: “En América Latina se cultiva poco la historia de las 
ideas y en Chile todavía menos. Tenemos poca conciencia de que nuestra ma-
nera de pensar tiene su historia, sus tradiciones; sus intelectuales muchas ve-
ces eluden una autoobservación de su trayectoria e ignoran cuán condicionada 
está por su entorno social. Me parece que debemos distinguir dos estrategias de 
investigación igualmente legítimas. Una se guía por los temas y problemas de-
rivados del desarrollo de la disciplina; los mismos avances de la ciencia política 
o la sociología suscitan nuevas preguntas. La otra se nutre de los retos que plantea 
la realidad social; la originalidad de un estudio reside en la capacidad de «escu-
char», nombrar e interpretar los fenómenos sociales emergentes. Yo me guío por 
esta segunda estrategia. Mi reflexión nace en respuesta al mundo que me rodea. Y 
buscando respuesta, echo mano del debate teórico como una caja de herramien-
tas para interpretar esa realidad.” 
Citas tomadas de “Última conversación con Norbert Lechner.
Las condiciones sociales del trabajo intelectual.”
Entrevista realizada por Paulina Gutiérrez*
y Osmar González (FLACSO, Chile)
Cuadernos del Cendes ISSN 1012-2508 Caracas. Abril de 2004.
121Capítulo 5: Sociología latinoamericana
año
1977
1985
1990
2002
índice de Democracia electoral
índice (valor entre 0 y 1)
0.28
0.69
0.86
0.93
La democracia en América Latina. Hacia una democracia de 
ciudadanos y ciudadanas, PNUD, 2004, p.75.
Durante la década de 1980, los países del Cono Sur dejaron atrás, por la vía pacífica, 
a los regímenes militares para restaurar la vida democrática. Los partidos políticos que 
habían estado activos antes de los golpes de estado militares volvieron a la escena polí-
tica y fueron los principales protagonistas de la democratización. Así, en Chile, después 
de la caída de la dictadura de Augusto Pinochet, avalada por el plebiscito del NO de 1989, 
la Democracia Cristiana y el Partido Socialista devinieron los actores centrales de la 
“concertación” o alianza que ha gobernado hasta la fecha. En Uruguay, los partidos tradi-
cionales, el Blanco o Nacional y el Colorado y lo que después devino, el Frente Amplio 
de izquierda fueron los artífices de la transición en esa pequeña república. En Argentina, el 
Partido Radical y el Peronismo fueron los principales partidos que tomaron las riendas de 
la transición en el país.
La caída del Muro de Berlín en 1989, que fue la manifestación más palpable del de-
rrumbe del llamado socialismo real representado por la hegemonía de la Unión Soviética, 
aceleró el proceso de conformación de un gran consenso alrededor de la conquista de la 
democracia y de una serie de teorías sobre la transición democrática.
Dichas teorías sobre las transiciones en América Latina revelaron la gran heteroge-
neidad de gobiernos autoritarios que existían en la región y que iban desde regímenes 
con componentes tradicionales y patrimonialistas como Nicaragua, Paraguay o República 
Dominicana; los de tipo “populista” representado por el caso de Perú y regímenes buro-
crático-autoritarios como los del Cono Sur, hasta regímenes de partido hegemónico como 
el mexicano. Esta diversidad de regímenes autoritarios daría lugar a procesos de cambio 
con modalidades y ritmos diferentes. 
Mientras que en algunos países la transición a la democracia fue producto del colapso 
del régimen anterior, como en Argentina, Chile y Bolivia, en otros resultó de pactos más 
o menos amplios entre las élites políticas nacionales como en Uruguay, Brasil o México.
De acuerdo con el “Informe sobre la Democracia en América Latina” del Programa 
de Naciones Unidas en 2004, la región en donde la transición a la democracia se ha ex-
tendido con mayor fuerza es América Latina y ello puede observarse en la existencia de 
elecciones limpias, libres y confiables y de una pluralidad de partidos políticos en la gran 
mayoría de los países, con la excepción de Cuba. El cambio durante los últimos treinta 
años es significativo ya que considerando el Índice de Democracia Electoral, mientras 
que en 1977, la región tenía un índice de 0.28, para 2002 se había elevado a 0.93. 
Hacia la sociología122
Si bien es cierto que por primera vez en la historia de la región, América Latina está 
gobernada en su gran mayoría por gobiernos democráticos, también es cierto que la demo-
cratización no ha traído como consecuencia un mejoramiento en las condiciones sociales 
de la población. Por el contrario, lo que caracteriza a la democratización en la región es 
que forma un triángulo con elevados niveles de pobreza y una agraviante desigualdad 
social, y difícilmente puede valorarse y justificarse a la democracia si ésta no es capaz de 
ofrecer al conjunto de la población la posibilidad de acceder en forma equilibrada a los 
bienes económicos y sociales que produce un país.
 Así como los procesos de transición democrática en la región surgieron de diferen-
tes puntos de partida, también es cierto que han desembocado en diferentes puertos de 
llegada, o tipos de democracia. De tal suerte, existen democracias más consolidadas en 
cuanto a sistemas representativos, que han avanzado en la instauración de instituciones 
Democracia delegativa
“Las democracias delegativas se basan en la premisa de que quien gana la elec-
ción presidencial es considerado la encarnación de la nación y el principal guardián 
de sus intereses. En una Democracia Delegativa, los candidatos presidenciales 
victoriosos se ven a sí mismos como figuras por encima de los partidos y de los 
intereses organizados, pero también por encima de otras instituciones como las 
legislaturas o los tribunales que solamente son estorbos para la acción del presi-
dente democráticamente elegido. La rendición de cuentas del ejercicio de gobierno 
es visto como un mero impedimento para la plena autoridad que se ha delegado 
en el presidente.
”La democracia delegativa es fuertemente mayoritaria porque invoca el apoyo 
mayoritario como autorización para que el gobernante se convierta en el intérprete 
por excelencia de los más altos intereses de la nación.
”La democracia delegativa es fuertemente individualista porque considera que 
la elección sirve para identificar al individuo más adecuado para asumir la respon-
sabilidad del destino de un país.”
Guillermo O’Donnell, Democracia Delegativa, Buenos Aires, Ed. Paidós, 1997. 
.
Para reflexionar
En 1989 se sometió a plebiscito en Chile la permanencia del gobierno de 
Augusto Pinochet que se había prolongado ya durante 17 años. La sociedad 
chilena se movilizó a favor del NO que significaba la NO reelección del 
dictador. Busca en Internet más información sobre este acontecimiento.
.
123Capítulo 5: Sociología latinoamericana
Actividades complementarias
1. Trabaja en clase con un mapa de América. Analiza sus contornos 
geográficos, culturales y políticos.
2. Haz un inventario de todos los aspectos que son comunes a los distintos 
países de América Latina; por ejemplo, la historia colonial, la lengua, 
la religión. A partir de ello, define cuáles serían las diferencias más im-
portantes; el idioma, por citar sólo un caso, se modifica culturalmente 
de acuerdo con la región, pues se vive de distinta manera y con intensi-
dad diferente. 
3. Define las actividades económicas fundamentales de América Latina 
como región. 
4. Analiza de manera comparativa la integración europea y los intentos que 
se han hecho al respecto en América Latina; comenta con tus compañe-
ros cuáles serían las diferencias que existen entre ambas regiones. 
5. Elabora un archivo periodístico de los diferentespaíses latinoamerica-
nos; analiza y discute la información con tus compañeros; asimismo, 
contextualízala con datos históricos, políticos y sociales. Define los 
criterios para hacer el archivo; por ejemplo, el aspecto social, los proce-
sos electorales, las formas de integración (como el mercosur). 
6. La obra Las venas abiertas de América Latina del escritor uruguayo 
Eduardo Galeano habla de cómo se llevó a cabo el proceso de expolia-
ción, explotación y desarrollo desigual de los pueblos latinoamerica-
nos. Léelo y coméntalo con tu grupo.
.
democráticas más allá de las electorales, que cuentan con un régimen de partidos mejor 
implantado, con poderes públicos comprometidos con la transparencia y la rendición de 
cuentas, con mayores garantías de protección a los derechos humanos, mientras que otras 
adolecen de instituciones democráticas y se han centrado en liderazgos personalizados 
cuando no providenciales que consideran que al haber surgido de un proceso electoral 
democrático, están autorizados para gobernar no conforme a reglas y procedimientos 
establecidos, sino como mejor lo consideren pertinente. A este tipo de democracias que 
pueden ser incluso duraderas, pero que están reñidas con el desarrollo de instituciones 
y hacen depender el ejercicio de gobierno de las decisiones del gobernante, Guillermo 
O’Donnell las ha denominado “democracias delegativas”. 
Las diferentes formas de gobierno democrático que existen en América Latina se ex-
plican en función del tipo de régimen autoritario previo y de las características particu-
lares del proceso de transición, pero también de factores históricos de más largo plazo 
como las características de las instituciones y los protagonistas sociales y la severidad 
de los problemas socioeconómicos existentes. El análisis de muchas de estas cuestiones 
constituye hoy la nueva agenda de la sociología latinoamericana.
Hacia la sociología124
Bibliografía
Si te interesa profundizar en los temas tratados en este capítulo, puedes 
consultar alguno de los siguientes libros: 
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Coordinador y Difusor de Estudios Latinoamericanos, UNAM, México, 
1981.
BurBano de Lara, Felipe (editor), El fantasma del populismo. Aproximación 
a un tema (siempre) actual, Instituto Latinoamericano de Investigaciones 
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Crítica/Grijalbo, México, 1984. 
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125Capítulo 5: Sociología latinoamericana
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4) Nación y movimiento en América Latina. 5) Tradición y emancipación 
cultural en América Latina, México, Facultad de Ciencias Políticas y So-
ciales, UNAM y Siglo xxi editores, 2005. 
Capítulo
Sociedad
y cultura
Este capítulo reflexiona sobre la cultura, los elementos 
que la conforman, el uso que de ella se hace, las corrien-
tes y pensadores que han emprendido su estudio, y tiene 
los siguientes apartados:
127
6
128
La concepción 
elitista de cultura
De acuerdo con esta concepción, la cultura es sólo el conjunto 
de “altas manifestaciones del espíritu”, lo que constituye una 
visión muy restringida de esta expresión social.
El complejo cultural
Los aspectos que en una acepción más acabada y global com­
ponen a la cultura: valores, normas, bienes materiales, tecno­
logía, costumbres, etcétera.
Cultura y naturaleza
El pensamiento social y los conceptos de hombre y naturaleza 
en la forma de las distintas teorías que se han sucedido históri­
camente: evolucionismo, sociobiología, neoevolucionismo. La 
forma en que se concluye que el uso de la razón y la capacidad 
transformadora del hombre conducen al hecho cultural.
Lenguaje y conducta 
simbólica
El lenguaje como la forma de expresión de códigos socialmente 
adquiridos, aprendidos y aceptados como parte de una identi­
dad cultural de una sociedad.
La cultura como 
conducta aprendida
La cultura se aprende en un proceso de socialización y es pro­
ducto de la herencia acumulada por generaciones anteriores.
La cultura como forma 
de cohesión social
El funcionalismo como la corriente que intenta desentrañar qué 
mantiene la identidad colectiva de una cultura.
La cultura 
como diversidad 
y como conflicto
Las particularidades y la diversidad de culturas en una socie­
dad ocasionan conflictos cuando no son aceptadas por la cul­
tura dominante. El surgimiento de propuestas integradores ante 
la discriminación y la segregación.
129Capítulo 6: Sociedad y cultura
Un elemento mUy importante en el análisis de toda forma de organización social es 
la cultura. Sin embargo, no hay consenso en torno a lo que el concepto abarca y, por ello, 
hay muy distintas definiciones de lo que significa. 
El primero que intentó una definición fue sir Edward Tylor (1832-1917), quien afirmó 
que cultura o civilización es ese todo complejo que incluye creencias, arte, moral, ley, 
costumbres y cualquier otra capacidad y hábitos adquiridos por el hombre como miembro 
de la sociedad. 
En 1931, Bronislaw Malinowski (1884-1942), antropólogo de origen polaco, com-
plementó la definición clásica aportada por Tylor en 1871 al señalar que, además de 
las ideas, la cultura comprende los hábitos y los valores, los artefactos heredados y los 
procesos técnicos, añadiendo que la organización social no puede entenderse sino como 
una parte de la cultura. 
Sea como forma o como contenido de lo social, la cultura constituyeotra perspectiva 
para analizar a la sociedad si la consideramos como todo aquello que le da sentido a la 
manera en que una sociedad está estructurada, que brinda un significado a sus miembros 
y que les proporciona su esencia, su identidad.
Desde esta perspectiva, tanto la antropología como la sociología consideran en tér-
minos generales que la cultura es el conjunto de actividades y productos materiales y 
espirituales que distinguen a una sociedad de otra. 
La concepción elitista de cultura 
Junto con este concepto amplio de cultura, existe una concepción elitista o restringida que 
también es necesario considerar debido a que su uso está muy extendido, no sólo a nivel 
del lenguaje común en sociedades contemporáneas como la nuestra, sino que incluso 
forma parte de la política de muchos gobiernos y entidades mundiales. El pensamiento 
ilustrado tan bien recogido por autores como Kant utilizó el concepto de cultura práctica-
mente como sinónimo de “civilización”.
Si en la concepción desarrollada por la antropología y la sociología son cultos todos 
los seres humanos (incluyendo a los iletrados), y todas las sociedades (incluyendo a sus 
clases desposeídas, grupos oprimidos y a las sociedades “primitivas”), en la acepción 
elitista sólo lo es una parte de la sociedad. Para Rousseau, la “cultura de la habilidad” es 
fruto de la natural desigualdad entre los hombres, postura que se volvió difícil erradicar 
en los tiempos posteriores.
“Los hombres buscamos permanentemente un sentido a nuestro estar unos junto 
a otros, algo que trascienda al instinto gregario y sea más espiritualmente grati­
ficante que la fuerza de las necesidades materiales. La más prioritariamente hu­
mana de nuestras aspiraciones es la de sabernos pertenecientes a una unidad 
superior, a la vez dotada y dadora de significado.” 
Fernando Savater, filósofo.
Hacia la sociología130
Esta actitud se expresa, como lo ha hecho notar el sociólogo mexicano Rodolfo 
Stavenhagen, en la idea de que una política cultural debe tener como propósito que el 
mayor número de personas adquieran más o mejor “cultura”. Es decir, que tengan acceso a 
las “altas manifestaciones del espíritu”. Para muchos responsables de la política cultural 
esas “altas manifestaciones” son solamente el teatro de autor, la música “culta”, la pintura 
y la escultura, por lo cual la política cultural consiste en llevar esas manifestaciones a las 
masas por medio de la educación formal, con conciertos, exposiciones a precios popula-
res o ediciones accesibles de las grandes obras de la literatura. 
Si bien está muy extendida esta restringida acepción de la cultura, no ayuda a entender 
el fenómeno cultural en una sociedad determinada. La ciencia social concibe al fenómeno 
cultural como una expresión mucho más compleja, fruto de la dinámica social y la crea-
ción colectiva. 
El complejo cultural 
Volvamos a la aproximación propuesta por sir Edward Tylor que nos ha servido como 
punto de partida para estas reflexiones: la cultura o civilización como ese todo complejo 
que incluye creencias, arte, moral, costumbres y cualquier otra capacidad y hábitos adqui-
ridos por el hombre como miembro de la sociedad. 
Hablar de cultura en esta dimensión incluye a la música y a la danza, pero también a 
la lengua, las tradiciones, la religión y las costumbres de un determinado conjunto social. 
De hecho, el concepto de cultura y el de sociedad van a marchar juntos hasta bien entrado 
el siglo xx.
La cultura alude asimismo a las formas de nacer y de morir, de casarse y de comer; 
a los temores, los tabúes y los mitos; a las formas de interacción social, de conducta, de 
solidaridad social, de conciencia, pero también a los patrones de producción y de organi-
zación social y política, además de las ideas religiosas v morales, las leyes, las tradicio-
nes, las costumbres y los ritos fúnebres. 
Como parte del complejo cultural de las sociedades también se consideran los uten-
silios para comer, la forma de vestir, las expresiones arquitectónicas y los implementos 
utilizados para cazar o arar la tierra. 
La cultura abarca así una gama muy amplia y variada de elementos de la vida y la 
interacción humanas que se refieren tanto a la existencia material (artefactos para comer, 
desarrollo tecnológico, medios de comunicación, etcétera) como a la no material (reli-
gión, valores, costumbres, ideologías, etcétera). 
“La idea de cultura y la palabra misma, en su acepción moderna, aparecieron en 
la lengua cotidiana inglesa para constituirse en un concepto clarificado a fines del 
siglo xviii asociado a la palabra civilización, para desde ahí universalizarse. Es­
pecialmente en Inglaterra, los conceptos de cultura/civilización se desprenden de 
otro que se venía utilizando, el buen gusto.”
Rossana Cassigoli Salamón, “Cultivar el territorio: 
Fundamento del Espíritu Colectivo”.
131Capítulo 6: Sociedad y cultura
Resumiendo: el concepto de cultura se refiere a los valores que los miembros de un 
grupo social dado comparten, a las normas que acatan y a los bienes materiales que crean. 
En particular, los valores son ideales abstractos que varían de una sociedad a otra, mien-
tras que las normas son principios o reglas que se espera observen los miembros de una 
sociedad. Si el término sociedad alude a un sistema de relaciones entre los individuos, el 
de cultura nos remite a la forma de vida de esos individuos al interior de esa sociedad. La 
cultura es la manera como los grupos sociales responden a los retos de la supervivencia, 
la vía de expresión de sus formas de existencia y la forma en que se explican a sí mismos 
y a los demás en su entorno, su pasado, su presente y su futuro. 
Como señala Fernando Savater, cultura es el lenguaje, al igual que la religión y la cien-
cia, la policía, la guerra, y ni más ni menos que el dinero. Ninguna cultura puede existir 
sin sociedad, y sin sociedad no hay cultura. Se puede decir entonces que el concepto de 
sociedad se refiere al sistema de relaciones entre individuos que comparten una misma 
cultura. 
Cultura y naturaleza 
Una preocupación constante entre quienes empezaron a estudiar al hombre, su sociedad y 
su cultura, consistía en saber qué diferenciaba a los seres humanos del resto de la natura-
leza. El planteamiento de este problema —que ahora no parece tal— fue producto de una 
larga batalla intelectual y espiritual que dio sus primeros frutos con el surgimiento de la 
ciencia y el “espíritu” científico. 
Si bien ya en la Grecia clásica existía la costumbre de pensar en términos de antítesis 
o dicotomías (el cuerpo frente al alma, el hombre frente al mundo, la cultura frente a 
la naturaleza), durante la Edad Media la Iglesia propagó la creencia de un orden social 
constituido y organizado según el designio divino, donde todos los hombres quedaban 
inmersos y en el cual no había oposición alguna. 
Este orden de cosas empezó a cambiar con la disolución del feudalismo europeo y 
la expansión del capitalismo, que se enlazan con el eclipse de la autoridad de la Iglesia 
y el auge del pensamiento científico. 
Como movimiento cultural, el Renacimiento no fue tanto la resurrección de la anti-
güedad como el surgimiento de un nuevo espíritu que acabó por destrozar el reducido 
universo medieval para colocar los cimientos de una nueva concepción del mundo. 
La creciente autoridad de la ciencia resultó de una forma de pensar más laica que ante-
puso a los designios divinos la razón del hombre y su experiencia como punto de partida 
para explicar la realidad: la sociedad humana era obra del hombre y podía ser entendida, 
transformada e imaginada por él. De un orden natural divino se pasó a un orden humano, 
artificial, el cual presupone un sujeto y una razón humanos desvinculados del resto del 
mundo natural. 
El pensamiento científico se abrió paso reivindicando la idea de la razón frente al 
dogma y la superstición, en un largo proceso que el sociólogo Max Weber definió como 
el “desencantamiento” del mundo: el espíritucientífico responde al proceso de intelectua-
lización que niega la irracionalidad y la magia. 
En el siglo xix, esta preocupación por la ciencia se extendió al terreno de lo social 
cuando los primeros sociólogos intentaron trasladar el método de las ciencias naturales al 
Hacia la sociología132
estudio de la sociedad, dando lugar a lo que conocemos como positivismo, por medio del 
cual se buscó trasladar la autoridad del método científico de las ciencias físicas y natura-
les al estudio de la sociedad. Hemos visto ya cómo el evolucionismo de Spencer analizó 
a la sociedad como si se tratase de un organismo vivo. De manera similar, el filósofo e 
historiador francés Hipólito Taine (1828-1873) señalaba, en el prólogo de su gran obra 
Los orígenes de la Francia contemporánea, 1875-1893 que para estudiar la transforma-
ción de Francia desde la Revolución, tendría que proceder como lo haría con la metamor-
fosis de un insecto. 
Por su parte, Lewis H. Morgan (1818-1881), uno de los fundadores de la antropología 
americana, hizo aportaciones importantes en el terreno de la evolución cultural, desarro-
llando una teoría sobre los distintos estadios que explicarían la evolución humana:
salVaJismo ------------ BarBarie ------------ CiViliZaCiÓn
Una aportación de Morgan fue establecer el vínculo entre progreso social y progreso 
tecnológico. Esta propuesta sería recuperada posteriormente por el darwinismo social.
Desde luego que estas teorías fueron rebasadas por el desarrollo de nuevos enfoques 
en la sociología y antropología, al advertirse las innegables diferencias que existen entre 
el mundo orgánico y el mundo social y cultural. Aceptar una propuesta como la de Taine, 
afirma el filósofo Ernst Cassirer, equivale a considerar al hombre como un animal de es-
pecie superior que produce filosofía y poemas del mismo modo en que el gusano de seda 
produce su capullo o las abejas la miel. 
Considerando estos cuestionamientos, la sociobiología retoma estas ideas desde una 
perspectiva más contemporánea. El término se deriva de los escritos de Edward O. Wilson 
quien, en 1975 con la publicación de su libro Sociobiología: La nueva síntesis, intentó 
explicar el mecanismo evolutivo detrás de la conducta humana. Wilson emplea los prin-
cipios de la biología para explicar las actividades sociales de los animales, incluidos los 
seres humanos, con lo cual intenta derivar muchos aspectos de la vida social de la heren-
cia genética. Estas propuestas han sido motivo de gran controversia, pues poca evidencia 
se ha presentado que demuestre que la herencia genética controla formas complejas de la 
Darwinismo social
El darwinismo social que intenta aplicar el modelo biológico de la evolución de las 
especies al estudio de la sociedad, estuvo muy en boga de finales del siglo xix 
hasta principios del xx, aunque hubo quien todavía lo invocó durante el auge del 
nazismo. Lejos de los fines que perseguía Darwin en El origen de las especies, di­
cha teoría fue utilizada en muchas ocasiones, para justificar las diferencias socia­
les, la inequidad y el racismo, a partir de propuestas como la selección natural de 
los individuos y el triunfo de los más fuertes (las razas superiores) sobre los más 
débiles (las razas inferiores).Algunos de sus representantes son William Sumner 
(1840­1910) y Walter Bahegot (1826­1877).
.
133Capítulo 6: Sociedad y cultura
actividad humana. Como señala Anthony Giddens, las ideas de los sociobiólogos acerca 
de la vida social humana son aún muy especulativas. 
El neoevolucionismo surge como una teoría con mayor credibilidad y vigencia al 
presentar una perspectiva evolucionista de los aspectos sociales. Se inicia en 1930 y se 
desarrolla con mayor plenitud después de la II Guerra Mundial, incorporándose a la an-
tropología y a la sociología hacia 1960. Las principales diferencias que presenta esta 
teoría con respecto al evolucionismo es que este último partía de un sistema de valores 
que afectaba su interpretación de la sociedad. El neoevolucionismo, por el contrario, basa 
sus teorías en la evidencia empírica proporcionada por la arqueología, la paleontología y 
Algunos neoevolucionistas
Ferdinand Tönnies fue uno de los primeros sociólogos en afirmar que la evolución 
de la sociedad no necesariamente va por el camino correcto, que el progreso so­
cial no es perfecto y muchas veces es regresivo.
Leslie A. White (1900­1975), con el texto La Evolución de la cultura. El desa-
rrollo de la civilización hasta la caída de Roma, (1959) renovó el interés por el 
evolucionismo entre sociólogos y antropólogos. White intentó crear una teoría que 
explicara la historia completa de la humanidad, siendo la tecnología el aspecto 
más representativo de su teoría, como lo fue también para Morgan.
Julian Steward, autor de la Teoría del cambio cultural (1955) propone la teo­
ría de la evolución multilineal, que examina la manera en que las sociedades se 
adaptan a su entorno. Sostenía que los antropólogos no deben limitarse a la des­
cripción de culturas específicas, particulares, sino que se pueden estudiar áreas 
específicas o regiones. Los factores determinantes del desarrollo de una cultura 
dada son la tecnología y la economía; los secundarios son las ideologías, la reli­
gión y la política. Estos factores impulsan la evolución social en distintas direccio­
nes al mismo tiempo, es decir, en el sentido multilineal. 
Gerhard Lenski, en su obra Poder y prestigio (1966) y en trabajos posteriores, 
amplía las perspectivas de Leslie White y Lewis Henry Morgan, para enfatizar el 
progreso tecnológico como el factor básico en la evolución de las sociedades y la 
cultura. 
Talcott Parsons, conocido sociólogo, en su libro Sociedades: perspectivas evo-
lucionistas y comparativas, (1966), veía tres etapas en el proceso de evolución de 
las sociedades hacia formas más complejas: 1) primitiva, 2) arcaica y 3) moderna. 
Consideraba a la civilización occidental como el punto más alto de las socieda­
des modernas y entre éstas, afirmaba que Estados Unidos era la sociedad más 
dinámica y desarrollada. Con estos supuestos se alimentó la teoría de la moder­
nización que, con una perspectiva evolucionista, analiza el tránsito de sociedades 
tradicionales a sociedades modernas, teniendo a Europa como el modelo a seguir 
y punto de llegada, después de repetir los mismos pasos.
.
Hacia la sociología134
la historiografía para mantener un punto de vista objetivo y simplemente descriptivo. En 
vez de los juicios de valor y las preconcepciones a través de los cuales los evolucionistas 
clásicos interpretaban los datos, el neoevolucionismo considera el valor de lo probable 
argumentando que los accidentes y el libre albedrío o voluntad tienen mucho impacto en 
el proceso de evolución social, por lo que considera que pueden existir diferentes formas 
culturales, y que muchas culturas pueden saltar etapas completas por las que otras tuvie-
ron que pasar. 
Lo importante de esta discusión es que una manera de concebir a la cultura se ubica 
justamente en esta reflexión en torno a la diferencia entre lo biológico y lo cultural. Las 
preguntas pertinentes son entonces: ¿qué es lo que distingue al hombre de otras especies 
animales?, ¿será que a diferencia de ellas se organiza para sobrevivir?, ¿será que interac-
túa?, ¿o que se comunica? 
Otros animales se organizan y se comunican. Sin embargo, ya Thomas Hobbes (Le-
viatán, cap. xVii) había indicado que, si bien es cierto que criaturas como las hormigas 
y las abejas viven en forma sociable, lo que distingue al hombre de esas criaturas es el 
uso de la razón. Como el resto del reino animal, los seres humanos nacemos con ciertas 
capacidades pero adquirimos otras por medios que rebasan la herencia biológica y gené-
tica. Por ejemplo, el ser humano ha adquirido el poder de volar, pero no por haber nacido 
con un par de alas, como los pájaros, sino porque ha inventado la forma de hacerlo por 
medio del aeroplano. Para sumergirse en el agua y transportarsea través de ella no nece-
sitó sufrir el mismo proceso evolutivo que las ballenas —mamíferos de sangre caliente y 
descendientes remotos de animales carnívoros terrestres—, sino que aprendió a construir 
botes, barcos y submarinos. 
El hombre es poseedor de una capacidad creadora que le permite transformar a la na-
turaleza y asegurar así su supervivencia al mismo tiempo que inventa, aprende de otros y 
modifica constantemente las formas de su vida social. Cada una de estas acciones trans-
formadoras constituye así un hecho cultural. 
La ecología y el territorio cultural
En una analogía que no cae en el determinismo biológico, Roger Bartra dice que 
“la ecología define al territorio como un área defendida por un organismo o grupo 
de organismos similares con el propósito de aparearse, anidar, descansar y ali­
mentarse. La defensa de este espacio conlleva con frecuencia un comportamiento 
agresivo hacia los intrusos y un señalamiento de los límites mediante olores quí­
micos repulsivos. Los humanos, aunque carecen de un nicho ecológico preciso 
y son capaces de adaptarse a muy diversos espacios, también definen linderos 
territoriales de los cuales emanan aromas particulares que identifican a los grupos 
sociales. Pero no se trata de perfumes químicos sino de efluvios culturales codi­
ficados que los llenan de orgullo, aunque en ocasiones resultan repulsivos para 
otros grupos”.
Roger Bartra, “Las redes imaginarias del terror político” en revista
Claves de razón práctica, 133, Madrid, junio 2003.
.
135Capítulo 6: Sociedad y cultura
Lenguaje y conducta simbólica
El cabello, el tono de la piel e incluso la capacidad de hablar son factores hereditarios, 
no así el lenguaje. Éste es socialmente adquirido, aprendido. Por ejemplo, si un niño de 
padres chinos nace en Inglaterra, crece y se educa en la cultura inglesa, hablará inglés y 
no chino, a menos que éste también le sea enseñado. 
No hay sociedad que no tenga un lenguaje como medio de expresión y comunicación, 
como código compartido, mediante el cual se organiza su comprensión del mundo en un 
nivel simbólico que expresa creencias, sentimientos y formas de interacción social. 
Es verdad que otros animales tienen un complejo sistema de signos y señales, y que 
pueden ser entrenados para reaccionar ante diversos estímulos además de ser capaces 
de resolver problemas de cierta dificultad y complejidad. Sin embargo, las principa- 
les diferencias del hombre con el resto de los animales no estriban tanto en las capaci-
dades físicas o, incluso, en la inteligencia sino, como lo señaló Charles Darwin, en su 
imaginación simbólica. 
Incluso desde la perspectiva neoevolutiva, para autores como Leslie White, toda la 
conducta humana se origina en el uso de símbolos, hecho que ha posibilitado que las 
civilizaciones se generen, desarrollen y perpetúen. Por ejemplo, para un perro, un caballo 
o un chimpancé es imposible entender el significado que tiene la cruz para un cristiano, o 
bien distinguir entre un primo, un tío y un amigo. 
Además de vivir en su entorno natural, el hombre lo hace en un universo simbólico del 
cual son parte el lenguaje, el mito, el arte y la religión. Desde la mitología primitiva es 
claro que el hombre, al no poder ignorar los fenómenos celestes, por cuestiones prácticas 
los colocaba dentro de un sistema de pensamiento que trascendía el problema, y volvía la 
vista al cielo para ordenar su vida social, política y moral. 
Immanuel Kant expresa acertadamente el papel de la conducta simbólica cuando ob-
serva que en el entendimiento humano es necesario distinguir entre lo que existe en la 
realidad y lo que existe sólo en la imaginación, y que el pensamiento no debe detenerse en 
una descripción del orden social y político real, sino mirar al futuro, imaginarlo, pensar 
en utopías, tratar lo imposible como si fuera posible.
Al desarrollar un lenguaje articulado el hombre no se enfrenta con la realidad de ma-
nera inmediata, respondiendo solamente a sus necesidades apremiantes (comer, dormir), 
sino que demora su respuesta a través de un complejo proceso de pensamiento lleno de 
significados. Su relación con el entorno natural se ve envuelta en formas lingüísticas, 
en imágenes artísticas, en símbolos míticos, en ritos religiosos. No puede ver nada sino 
por la interposición de este medio artificial que es el lenguaje: lo utiliza para expresar 
emociones, esperanzas, expectativas, sueños; conversa constantemente consigo mismo, 
se autointerroga.
La habilidad para comunicar ideas ha permitido al hombre desarrollar los patrones 
de conducta de lo que llamamos cultura. El lenguaje hace posible la cultura y es parte 
esencial de ella. Cuando los individuos de un grupo aprenden a asociar los mismos so-
nidos con las mismas ideas nace un código común, un sistema comparado de valores y 
creencias, de formas de actuar, de sistemas organizativos. Al dar expresión a un conjunto 
de conductas compartidas y aprendidas, el lenguaje otorga una identidad.
En palabras de Juan Benito de la Torre López, escritor tzotzil y presidente de La Casa 
del Escritor (Sna Jtz’ibajom) de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, “la lengua propia es 
Hacia la sociología136
La lengua como forma de identidad
“Todas las sociedades humanas comienzan y terminan con el intercambio ver­
bal... Empezamos escuchando a la gente que nos rodea y así comenzamos a 
hablar con ellos y con nosotros mismos. Pronto, el círculo se ensancha y abarca 
no sólo a los vivos sino a los muertos.
Este aprendizaje insensiblemente nos inserta en una historia: somos los des­
cendientes no sólo de una familia sino de un grupo, una tribu o una nación. A su 
vez el pasado nos proyecta en el futuro: somos los padres y los abuelos de otras 
generaciones que, a través de nosotros, aprenderán el arte de la convivencia 
humana: saber decir y saber escuchar. El lenguaje nos da el sentimiento y la 
conciencia de pertenecer a una comunidad. El espacio se ensancha y el tiempo 
se alarga: estamos unidos por la lengua a una tierra y a un tiempo. Somos una 
historia. La experiencia que acabo toscamente de evocar es universal: pertenece 
a todos los hombres y a todos los tiempos.” 
Octavio Paz, poeta mexicano y Premio Nóbel.
.
Estructuralismo: enfoque de las ciencias humanas que explora las interrelacio­
nes —las estructuras— entre prácticas, fenómenos y actividades que tienen sig­
nificado dentro de una cultura. Estudia las formas en que la conducta humana es 
determinada por estructuras culturales, sociales y psicológicas.
 
Ferdinand Saussure en su texto El curso de Lingüística General (1916) marca 
el punto de arranque del enfoque estructuralista, el cual se inicia con la lingüística, 
que es el estudio de los fenómenos del lenguaje, y con la semiótica, es decir, la 
teoría de los signos.
la raíz, sustento y prolongación de la identidad de una cultura, de una nación”. Durante 
un coloquio sobre Lenguas Indígenas, realizado en febrero de 2005, en la ciudad de Méxi-
co, Juan Benito, preocupado porque los jóvenes indígenas están perdiendo interés en su 
lengua y su cultura también dijo que “la pérdida de una lengua es como la pérdida de un 
alma o un espíritu que ya no tiene valor, no tiene identidad”. 
La cultura como conducta aprendida 
Según hemos visto, la cultura puede definirse como el conjunto de actitudes, valores y 
hábitos comúnmente aceptados y compartidos que los individuos aprenden en relación 
con su vida social, y que se manifiestan en las diversas formas de su vida material. Una 
137Capítulo 6: Sociedad y cultura
manera sintética de expresar este punto de vista es a través del concepto de cultura como 
conducta compartida y aprendida. 
La cultura existe en la medida en que los hombres comparten sentimientos, acciones y 
pensamientos que han adquirido a través de la participación en un mismo grupo humano, 
por medio del proceso conocido como socialización. 
Ello significa que, al vivir entre otros hombres, el individuo aprende los valores fun-
damentales desu sociedad, desde hablar y caminar hasta compartir obligaciones, religión 
y actitudes hacia el sexo, el trabajo, la recreación, etcétera. 
Si a veces no pensamos como seres individuales, únicos y originales estamos subesti-
mando la proporción tan grande de nuestra conducta que es aprendida. Sólo hay que pensar 
en el tipo de ropa que usamos, los alimentos que consumimos y cientos de otros elementos 
culturales para darnos cuenta de cómo también nosotros hemos sido “socializados”. 
La cultura es un proceso social y colectivo que se crea y recrea, que es tanto el pro-
ducto de la herencia acumulada de generaciones anteriores como la respuesta de un de-
terminado grupo social al reto que plantea la satisfacción de las necesidades básicas de 
toda colectividad humana. 
Cada cultura soluciona estos problemas de manera diferente; por ello, en cada caso 
reviste formas singulares determinadas por razones históricas y hasta ecológicas y geo-
gráficas, de acuerdo con el camino que cada sociedad sigue para enfrentar y resolver los 
problemas generales de su desarrollo. Comer o cazar no constituyen actos culturales en 
sí mismos, pero sí lo son la ceremonia o el ritual que los preceden, incluida la forma de 
utilizar los instrumentos creados para llevar a cabo estas actividades, instrumentos que 
son, a su vez, creaciones culturales. 
¿Por qué el hombre tiende a dar determinados significados a todas las acciones que 
emprende como miembro de una sociedad? ¿Por qué es tan importante enseñar y trans-
mitir a las nuevas generaciones los valores culturales que importan a esa sociedad? 
Según Émile Durkheim, todos estos significados y formas culturales tienden a garantizar 
la cohesión y la continuidad de un orden social. Como él, otros autores han insistido en la 
importancia de las pautas culturales para regular el comportamiento de una sociedad. En 
el siguiente capítulo hablaremos nuevamente del concepto de socialización.
La cultura como forma de cohesión social
La perspectiva funcionalista, iniciada en la antropología por Bronislaw Malinowski y 
Alfred Radcliffe-Brown, y desarrollada como teoría sociológica por Talcott Parsons, se 
ha preocupado por desentrañar qué mantiene cohesionada a una sociedad y ha encontrado 
una respuesta justamente en el papel que la cultura desempeña dentro del proceso de 
interacción social. 
El hecho de compartir una cultura, sostiene Parsons, implica tener valores en común 
aceptados por todos los miembros de la sociedad y con base en los cuales se establecen pa-
trones de conducta, derechos y obligaciones que regulan y norman la interacción social.
Cada sociedad tiene una identidad colectiva que hace a sus miembros conscientes del 
“nosotros” respecto al “ellos”; es decir, una forma de comunicación que les confiere un 
sentido de pertenencia hacia su sociedad. Esto se logra a través de un conjunto de valores 
comunes. 
Hacia la sociología138
Por ejemplo, además de haber nacido en México un mexicano lo es por compartir los 
mismos derechos y obligaciones como ciudadano de este país, además de que también se 
siente mexicano porque reconoce como suyos símbolos como el de la bandera y el escudo 
nacional: el águila parada en un nopal devorando una serpiente, porque conoce su historia 
y respeta a sus protagonistas y sus hechos, pero también porque le gusta la música de 
mariachi o porque se siente reflejado en ciertos platillos regionales como las enchiladas 
o en ciertas fiestas populares como las posadas o el Día de Muertos. De esta manera, los 
hechos significativos que conforman la identidad nacional varían entre culturas y entre 
sociedades. 
El fenómeno se repite en las diversas subcolectividades que componen a la sociedad, 
como las comunidades locales, los grupos religiosos y las organizaciones civiles, que 
desde la perspectiva funcionalista se consideran sistemas especializados dentro de la so-
ciedad en la cual se desarrollan como subculturas. En otras palabras, se trata de grupos de 
personas que comparten la cultura total pero mantienen conductas peculiares. Por ejem-
plo, entre los médicos habrá un conjunto de valores propios, una indumentaria específica 
y un lenguaje particular. 
Para el funcionalismo, si bien el acto individual es el punto de partida de toda forma 
de acción social, dicho acto no es caprichoso sino que tiene un sentido determinado por 
los valores comunes de la colectividad, que han sido “interiorizados”, es decir, aprendi-
dos, por el actor social. De no ser así, la sociedad se fragmentaría y no constituiría una 
Análisis funcionalista: esquema de cultura 
 o proceso cultural (Malinowski) 
De acuerdo con el análisis funcional de la cultura (herencia social del hombre que 
comprende artefactos, bienes, procesos técnicos, ideas y valores), es preciso te­
ner en cuenta cuatro aspectos:
1. Función. Es el papel de una institución, la cual surge a partir de las necesida­
des de la especie, dentro del sistema total de la cultura. 
2. Teoría de las necesidades. Toda cultura debe satisfacer las necesidades del 
sistema biológico. 
3. Problemas universales. En todas las culturas hay necesidades biológicas y 
universales, como comer, protegerse del frío y dormir. 
4. Vinculación de los diversos tipos de respuesta cultural (económica, legal, edu­
cativa, científica, mágica, religiosa, etcétera) con el sistema de necesidades 
biológicas.
El funcionalismo plantea la existencia de un sistema interconectado, por lo que se 
puede decir que todos los hechos culturales están sistemáticamente interrelacio­
nados y cada uno tiene su función.
Cfr. Bronislaw Malinowski, Estudios de psicología primitiva,
Paidós, Buenos Aires, 1982.
.
139Capítulo 6: Sociedad y cultura
comunidad de intereses, sino que cada individuo haría lo que mejor le pareciese sin tener 
en cuenta a los demás. 
Dentro del sistema cultural —que otorga identidad a una sociedad—, algunos valores 
son fundamentales y están claramente establecidos, mientras que otros tienen un carácter 
más difuso: son importantes pero no vitales para la integridad social. 
Existe, por ejemplo, un conjunto de normas no escritas ni formalizadas, como el tipo 
de indumentaria que debe usarse para ir ya sea a un funeral, a una boda, a impartir una 
clase o a escuchar un concierto de rock. No existen leyes que sancionen las faltas a esas 
normas sociales, como tampoco las hay que nos obliguen a ser puntuales o a saludar a 
las personas. Sin embargo, son reglas de convivencia, costumbres que se espera que los 
miembros de una sociedad respeten, aunque su violación no implique un castigo. 
Es el caso también de ciertas tradiciones populares que si bien se pueden violar sin 
sanción (nada nos obliga a organizar una posada, poner una ofrenda de muertos o salir 
a dar “el grito” el día de la Independencia) ayudan a mantener una forma de identidad 
colectiva. Las sociedades comparten prácticas culturales semejantes, como son el Día de 
Acción de Gracias o el Halloween o noche de brujas en Estados Unidos y el baile popular 
del 14 de julio en Francia. 
Por otro lado, existe un conjunto de normas incuestionables, con un gran peso moral, 
que se establecen como reglas en el sistema legal de una sociedad y cuya falta es dura-
mente sancionada, por ejemplo matar o robar. 
Junto con las normas sociales a que hemos hecho referencia, hay que tener en cuenta la 
religión, los mitos y los tabúes; es decir, las creencias de los miembros de una sociedad, 
que también son normas de acción social, prohibiciones no escritas que no obstante se 
respetan y que ayudan a forjar la identidad social y colectiva de un pueblo. 
Según Malinowski, muchos ritos, creencias y costumbres, por extraordinarios que 
puedan parecer, realmente satisfacen necesidades biológicas, psicológicas y sociales. 
Para este autor, el mito no sólo es la forma en que muchas veces el hombre se explica su 
origen o los fenómenos naturales, ni se trata tampoco de un simple recuento o crónica del 
pasado. El mito es una realidad viviente quecumple una función indispensable porque 
expresa, exalta o codifica las creencias y legitima los valores. 
El mito, como fuerza activa, no es sólo un relato sino que tiene una función dentro de 
las amplias realidades sociales y culturales. Por ejemplo, la historia de la Coyolxauhqui, 
mito mexicano que explica el origen de los dioses, puede entenderse simplemente como 
una leyenda en la que se conjugan la violencia y la muerte para explicar la mecánica 
celeste —la luna, las estrellas—, pero también puede entenderse como mito unificador 
de un pueblo al comunicar un origen común, al promover ciertos valores —la bravura, el 
amor filial— y señalar conductas socialmente prohibidas. Como en todos los mitos sobre 
la creación, existe una gran ambivalencia frente a la procreación, pues por una parte, la 
envidia fratricida es representada en Coyolxauhqui, por lo que es castigada con su des-
membramiento. Y por la otra, es una mujer diosa, una mujer deificada. 
La cultura como diversidad y como conflicto
Hasta aquí hemos enfatizado aquellos elementos que contribuyen a la cohesión social; 
sin embargo, ¿cómo analizar lo diferente, lo que se aparta de la norma? En las sociedades 
Hacia la sociología140
Los mitos del origen. La Coyolxauhqui 
“Uno de los mitos de origen en la cultura azteca es el de la diosa Coyolxauhqui, 
llamada ‘Chu’il’ entre los tepehuanos y ‘Tepusilam’ entre los nahuas. 
”El mito se refiere a la creación del hombre (en este caso Huitzilopochtli) y nos 
muestra una parte de la envidia matricida y fratricida frente al acto procreativo. 
”Según cuenta el mito, recogido por Fray Bernardino de Sahagún, Coatlicue, 
la madre de los dioses, estaba barriendo en el cerro Coatepec, cercano a Tula, 
cuando descendió de lo alto una pelotilla de pluma que ella guardó abajo de su 
falda, junto a su vientre, quedando embarazada. Sus hijos se enojaron diciendo: 
—¿Quién la empreñó que nos infamó y avergonzó? 
Mientras, Coyolxauhqui gritaba: 
—Hermanos, matemos a nuestra madre porque nos infamó, habiéndose a hur­
to empreñado. 
”Coatlicue se atemorizó, pero su hijo nonato la consolaba desde su vientre di­
ciéndole: no tengas miedo porque yo sé lo que tengo que hacer. 
”Los hijos, torciendo y atando sus cabellos al estilo de los hombres valientes, 
avanzaron con todas sus armas, papeles, cascabeles y dardos. 
”Llegados al lugar donde estaba Coatlicue, nació Huitzilopochtli, armado de 
una rodela, un dardo y una vara de color azul. Tenía un penacho en la cabeza, su 
pierna izquierda era delgada y emplumada y sus brazos y muslos estaban pinta­
dos de azul. 
”Con una culebra de teas despedazó a Coyolxauhqui, la tiró lejos y su cabeza 
quedó en la sierra, luego mató a casi todos sus hermanos sin escuchar sus ruegos 
y los arrojó a Huitztlampa. 
”El altorrelieve de la piedra que podemos ver en el Templo Mayor describe con 
máximo realismo este mito de Sahagún. La cabeza degollada, echada hacia atrás, 
muestra una banda que le cruza la nariz, y su extremo rematado por un cascabel, 
cae sobre su mejilla. Un tocado de algodón tachonado de esferas cubre su pelo 
donde se enrosca una serpiente, y su lengua, ligeramente salida de la boca entre­
abierta, no perturba la serenidad de la muerte impresa en su hermoso rostro. 
”Los codos y las rodillas de sus fuertes brazos y piernas, muestran los colmi­
llos de la máscara de Tláloc, y elaborados lazos de serpientes; en las palmas 
de sus espesas manos campesinas, se pueden leer las líneas de la vida y la 
muerte; y sus pies, calzados de huaraches preciosos, están reunidos en una for­
ma circular.”
(De una crónica de Fernando Benítez en Uno más Uno, 23 de agosto de 1980.)
.
modernas, mucho más complejas y diversificadas, no podemos hablar en términos de 
unidad cultural, de monoculturalismo, ni pensar que se puede preservar una cultura de las 
influencias externas.
141Capítulo 6: Sociedad y cultura
Pueblo, etnia, nación
Herman Heller ha señalado cómo conceptos tales como nación, etnia o pueblo 
hacían referencia a los nacidos de un mismo tronco —por ejemplo: turcos o he­
breos—, a la pertenencia a un mismo linaje, a una misma condición racial o a la 
ascendencia común; todos estos elementos conforman la identidad étnica, la cual 
va mucho más allá de lo meramente racial para incorporar diversos elementos 
culturales. 
La identidad nacional, por su parte, difiere de la etnia en tanto que sólo se pue­
de manifestar en el marco de la comunidad nacional moderna como síntesis de 
rasgos culturales e historias diversas; de la convivencia y choque de distintos 
pueblos que habitan un mismo territorio; de sus encuentros y desencuentros; y de 
los procesos de transculturización, fusión y síntesis que dan origen a toda comu­
nidad nacional. 
En este sentido, la identidad nacional es una forma de identidad política que 
proporciona a distintos grupos —que son diferentes social, étnica, cultural y re­
ligiosamente, pero que comparten un mismo territorio— un nuevo vínculo por 
encima de esas diferencias, y de esta manera les permite sentirse parte de un 
mismo país, ser ciudadanos y compartir un destino común. Es el reconocerse 
como mexicano, independientemente de ser otomí, maya o mixteco, o bien pro­
clamarse francés antes que bretón, occitano o vasco.
En otras palabras, se trata de grupos de personas que, aun con algunos rasgos 
de la cultura dominante, mantienen conductas peculiares. Es el caso de los gru­
pos religiosos, los jóvenes como grupo generacional o los médicos como grupo 
profesional, quienes comparten un conjunto de valores propios, una indumentaria 
específica y un lenguaje especial que los distingue, sin que por eso dejen de ser 
miembros de una determinada sociedad. En estos casos el equilibrio social se 
mantiene pues son diferencias que se dan dentro de un mismo grupo social que 
comparte los mismos valores generales.
.
El concepto de diversidad se ha ido imponiendo, pero no como anomalía o transgre-
sión sino como componente del ser social. ¿Cómo aproximarse al tema desde la pers-
pectiva funcionalista? Este enfoque que da prioridad a la universalidad de los elementos 
culturales, es decir, a aquellas formas de la conducta humana que encontramos en todas 
las sociedades como el lenguaje, los rituales religiosos o los sistemas familiares, acepta 
que hay formas distintas de asumirlos no sólo entre sociedades sino dentro de una misma 
colectividad. Ya nos referimos a aquellos patrones de conducta singulares compartidos 
por individuos y grupos que conviven en sociedad pero con otras señas de identidad que 
se conocen como subculturas y que, desde la perspectiva comentada, se conciben como 
sistemas especializados dentro de la sociedad. 
¿Qué sucede con las formas de cohesión social cuando las diferencias se refieren a 
sistemas de valores distintos? Un ejemplo es la necesidad de comer. Todos los seres hu-
manos comemos, pero no lo mismo ni de la misma manera. Algunos hábitos alimenticios 
Hacia la sociología142
son perfectamente lógicos para quienes los practican, mientras que para otras culturas re-
sultan irracionales. El hombre occidental muchas veces se ha preguntado cómo es posible 
que campesinos hambrientos de India rehúsen comer la carne de las vacas, consideradas 
por ellos animales sagrados. Los hindúes, por su parte, se sienten asqueados y ofendidos 
al saber que muchos occidentales comen la carne de un animal que ellos respetan tanto. 
Para judíos, musulmanes y muchos cristianos el cerdo es un ser impuro, una bestia que 
contamina a quien la prueba, mientras que para otros pueblos, por ejemplo Nueva Guinea 
y las islas Melanesias del sur del Pacífico, el cerdo es un animal sagrado al que consideran 
un miembro más de la familia. 
Una postura muy difundida fue alzar los hombros frente a las diferencias culturales. 
Para muchos científicos sociales, éstos y otros “enigmas” que abarcan el conjunto de la 
vida social —la forma de casarse, de nacer, de morir, de hacer la guerra— son irresolu-
bles, y como tales,