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Hacia la Sociología Cuarta ediCión María Cristina Puga espinosa Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, UNAM Jacqueline Peschard Mariscal Centro de Estudios Latinoamericanos, UNAM Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, UNAM teresa Castro escudero Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, UNAM reviSión téCniCa ivette alonso Spilsbury Facultad de Estudios Superiores “Acatlán”, UNAM Editor: Leticia Gaona Figueroa e-mail: leticia.gaona@pearsoned.com Editor de desarrollo: Bernardino Gutiérrez Hernández Supervisor de producción: Enrique Trejo Hernández Cuarta edición, 2007 D.R. © 2007 por Pearson Educación de México, S.A. de C.V. Atlacomulco Núm. 500, 5° Piso. Col. Industrial Atoto 53519, Naucalpan de Juárez, Edo. de México e-mail: editorial.universidades@pearsoned.com Cámara Nacional de la Industria Editorial Mexicana Reg. Núm. 1031 Prentice Hall es una marca registrada de Pearson Educación de México, S.A. de C.V. Reservados todos los derechos. Ni la totalidad ni parte de esta publicación pueden reproducirse, registrarse o transmitirse, por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea electrónico, mecánico, fotoquímico, magnético o electroóptico, por fotocopia, grabación o cualquier otro, sin permiso previo por escrito del editor. El préstamo, alquiler o cualquier otra forma de cesión de uso de este ejemplar requerirá también la autorización del editor o de sus representantes. ISBN 10: 970-26-0714-0 ISBN 13: 978-970-26-0714-4 Impreso en México. Printed in Mexico. 1 2 3 4 5 6 7 8 9 0 - 10 09 08 07 PUGA ESPINOSA, mAríA CrISTINA PESCHArD mArISCAL, JACQUELINE CASTrO ESCUDErO, TErESA Hacia la sociología, cuarta edición PEARSON EDUCACIÓN, México, 2007 ISBN: 978-970-26-0714-4 Área: Ciencias Sociales Formato: 18.5 3 23.5 cm Páginas: 280 CONTENIDO Capítulo SOCIOLOGíA y SOCIEDAD El escenario social: objeto de las ciencias sociales 5 Las ciencias sociales 6 La tarea del sociólogo 9 Métodos y técnicas de la investigación sociológica 11 Ciencia y objetividad 15 La responsabilidad del sociólogo 18 Capítulo EL PENSAmIENTO SOCIOLóGICO La reflexión sobre la sociedad: de Platón a los Derechos del Hombre 23 Las revoluciones y la transformación social 25 Nace la sociología 26 Otros fundadores 28 La sociedad actual 31 1 2 3 Capítulo LOS PrOTAGONISTAS SOCIALES Grupos primarios y secundarios 37 La familia 39 Acción y actores 42 La estratificación 44 Movilidad social 47 Las clases sociales 47 La acción colectiva: movimientos y organizaciones 55 Élites y masas 60 Presentación ix Contenidovi 4 Capítulo LA SOCIOLOGíA y EL CAmbIO SOCIAL El cambio: concepto privilegiado de la sociología 68 De la fe en la evolución al análisis de los fenómenos sociales 74 La concepción materialista del cambio social 75 Una respuesta a la concepción materialista: Max Weber 76 El cambio por medio de la modernización 78 El conflicto social como motor de cambio 83 Revolución y reforma: dos proyecciones del cambio social 84 La revolución 85 5 Capítulo SOCIOLOGíA LATINOAmErICANA Del pensamiento social a la sociología latinoamericana 100 La cuestión social y el indigenismo 101 Literatura y latinoamericanismo 104 El expansionismo estadounidense y el pensamiento antiimperialista 105 Nacionalismo y populismo 108 Del marxismo a la sociología del desarrollo 111 La teoría de la modernización 112 El pensamiento cepalino 113 La crítica dependentista 114 El impacto de la Revolución Cubana 116 Estado y política en la sociología latinoamericana 118 La transición a la democracia en América Latina 120 6 Capítulo SOCIEDAD y CULTUrA La concepción elitista de cultura 129 El complejo cultural 130 Cultura y naturaleza 131 Lenguaje y conducta simbólica 135 La cultura como conducta aprendida 136 La cultura como forma de cohesión social 137 La cultura como diversidad y como conflicto 139 7 Capítulo SOCIALIZACIóN E IDEOLOGíA Integración social 157 Educación y socialización 161 El malestar en la cultura 162 Socialización política 163 Teoría marxista de la ideología 166 Ideología y discurso 171 Medios de comunicación y cultura de masas 172 8 Capítulo LA SOCIEDAD POLíTICAmENTE OrGANIZADA: EL ESTADO Noción de Estado 180 La relación entre sociedad y Estado 183 Condiciones de la unidad estatal 185 El derecho: fuente de legitimidad del Estado y garantía de protección de los derechos de los ciudadanos 189 Legalidad y legitimidad 192 Las instituciones del Estado 194 Los regímenes políticos 200 Los mediadores entre la sociedad y el Estado: partidos políticos y organizaciones sociales con participación política 201 La cultura política: la otra cara de las instituciones 208 Procesos políticos 210 La sociología política como rama especializada en el estudio de las relaciones de poder 217 9 Capítulo SOCIEDAD NACIONAL, SOCIEDAD mUNDIAL De lo nacional a lo global 223 La globalización al derecho y al revés 227 Hacia un mundo multipolar 230 El fin de la guerra fría, las revoluciones de terciopelo y la nueva Europa 233 viiContenido Contenidoviii 10 Capítulo LA NUEvA SOCIOLOGíA y LOS PrObLEmAS DE NUESTrO TIEmPO Los nuevos temas de la sociología 256 Sociedad de redes 257 La sociedad del riesgo 259 El capital social 259 La teoría de la estructuración 261 índice 265 El Estado y los nuevos nacionalismos 236 El Estado supranacional y la agenda global 244 ¿Un nuevo orden internacional? 247 Una visión histórica del momento actual 249 PrESENTACIóN Un libro como éste, que pretende dar cuenta de las principales aportaciones que la socio- logía ha hecho para explicar la realidad, al mismo tiempo que intenta aplicar algunos de sus conceptos al análisis de acontecimientos contemporáneos, requiere de una fre- cuente actualización. Esta cuarta edición de Hacia la Sociología contiene importantes cambios, muchos de los cuales se deben a las sugerencias y propuestas de numerosos profesores que han utilizado el libro en sus cursos de bachillerato y, ocasionalmente, en los cursos introductorios de las carreras de ciencias sociales. Otros surgen de las transfor- maciones que han experimentado las sociedades en todo el mundo en los años recientes y otros más de la misma sociología, cuya vocación por comprender estos cambios la mantiene en permanente desarrollo. En primer lugar, el libro ha sido reordenado para ajustarse a las necesidades de diver- sos programas oficiales de bachillerato, sin responder estrictamente a ninguno de ellos. El nuevo orden intenta una aproximación gradual al tema, desde la metodología básica hasta el abordaje de cuestiones contemporáneas. Así, el primer capítulo ubica a la sociología a partir de su objeto de estudio y su relación con otras ciencias sociales. Señala los princi- pales métodos de la sociología y los problemas relativos a la objetividad del sociólogo. Un breve resumen de la historia de la disciplina se encuentra en el capítulo 2, seguido de un capítulo sobre los actores sociales, que propone formas diversas de entender y analizar a éstos. El capítulo 4, sobre un tema crucial de la sociología, aborda el cambio social. El siguiente, relativo a la sociología latinoamericana, revisa el pensamiento sociológico en nuestro continente. Los siguientes capítulos tratan sobre conceptos más relacionados con el orden social: cultura, ideología, socialización y Estado. La última parte del libro se ocupa de los problemas de las sociedades contemporáneas en su relación internacio- nal y sobre algunos desarrollos recientes de la sociología surgidos para explicar nuevos problemas y formas de relación social. Se ha incorporado un breve listado de temas al comienzo de cada capítulo para que tanto profesores como estudiantes estén al tanto de su contenido. En segundo lugar, el texto de todos los capítulos ha sido revisado y reescrito para dar una idea más amplia de una vida social en acelerada transformación y de los numero- sos esfuerzos teóricos por explicarlay darle sentido. Como en las ediciones anteriores, mantenemos la idea de que la sociología no es una ciencia unívoca que proporciona una respuesta única y definitiva a los problemas de la vida social, sino una disciplina flexible y plural en la que las diferentes perspectivas de análisis aportan elementos que contribuyen a una explicación más rica y diversa. Hemos procurado en esta edición un panorama más equilibrado de distintas aproximaciones teóricas, para dar cuenta de la forma particular en que cada perspectiva se aproxima a fenómenos y relaciones sociales. Asimismo, he- mos ampliado el catálogo de temas sociológicos para ajustarlo a cambios ocurridos en la sociedad: el nuevo papel de las organizaciones de la sociedad civil, el avance de las democracias, las nuevas tecnologías de la comunicación y los efectos de la economía globalizada. El sentido de este libro es proporcionar al alumno y al maestro una guía amena para entender el pensamiento sociológico, en donde los numerosos recuadros aportan infor- mación sobre autores, temas conexos, historia de la disciplina y acontecimientos nacio- nales o internacionales que profundicen el conocimiento y despierten la curiosidad del estudiante. En esta nueva edición hemos añadido en cada capítulo algunas preguntas que, bajo el título de “Para reflexionar:”, intentan estimular la imaginación sociológica de los lectores invitándolos a extraer sus propias conclusiones sobre asuntos diversos. Creemos que ello ofrece la posibilidad de una participación más activa de los estudiantes. A ello también contribuyen las secciones de “Actividades complementarias” y “Bibliografía”, que se mantienen como en pasadas ediciones con algunos cambios para actualizarlas. Como lo hemos afirmado en ediciones anteriores, el libro no trata de sustituir al pro- fesor sino de convertirse en un apoyo y un punto de partida para el trabajo en grupo. El profesor encontrará en él explicaciones generales y propuestas de temas que le permitan utilizar ejemplos, organizar debates y sugerir búsquedas. Esperamos que en él encuentre la información básica que precisa y temas que despierten el interés de sus alumnos. Mantenemos la fe en que la sociología no es, ni debe ser, un campo de estudio re- servado a los especialistas en el tema, sino un amplio espacio de reflexión en torno a una sociedad que dista de ser perfecta y requiere, para transformarse, de la participación activa e imaginativa de todos sus integrantes. Es el deseo de las autoras de este libro que las aportaciones de numerosos pensadores al pensamiento social y el conocimiento de conceptos y teorías explicativas contribuyan a que las ideas sean más fecundas y puedan transformarse en acciones significativas que conduzcan al logro de una mejor sociedad para todos. En este sentido, el libro no es exclusivamente un libro de texto: es también una síntesis del avance de la sociología dedicado a todo aquel que tenga interés en el tema y que quiera sumarse a la tarea de pensar la sociedad para impulsar su mejoramiento. Agradecemos la asistencia de Claudia Erika Espinosa e Ivette Alonso Spilsbury en el trabajo de actualización y revisión de este volumen, y a Editorial Pearson su com- promiso para que este libro continúe colaborando a una mejor comprensión del trabajo sociológico. Presentaciónx Capítulo Sociología y Sociedad La sociedad es la expresión de la vida colectiva de los hombres. En este capítulo entenderás qué es la sociedad y cómo se estudia por las ciencias sociales. Tiene los si- guientes apartados: � 1 � El escenario social: objeto de las ciencias sociales Cómo el sociólogo estudia al conglomerado social tanto en su diversidad como en su regularidad valiéndose de la imagina- ción sociológica. Incluye un recuadro sobre este planteamiento de C. Wright Mills. Las ciencias sociales La sociedad como objeto de estudio de distintas ciencias —historia, derecho, ciencia política, psicología, geografía, etcé- tera— y la importancia de la interdisciplina. La tarea del sociólogo Cómo el sociólogo responde a la demanda de conocimiento que la sociedad le formula y cómo se vincula con otros científi- cos sociales para incursionar en nuevos campos de estudio. Métodos y técnicas de la investigación sociológica Para realizar investigación y arribar a conclusiones, la sociolo- gía se vale de diversos instrumentos sujetos a condiciones que permitan asegurar la validez de sus hallazgos. Se incluye un recuadro sobre Émile Durkheim. Ciencia y objetividad ¿Es la sociología una Ciencia? ¿En qué consiste el método científico? ¿Se puede ser objetivo en el estudio de la sociedad? La responsabilidad del sociólogo Aquí se aborda cuál es la relación del sociólogo con la socie- dad a la que estudia, cuáles son sus alternativas ocupaciona- les, y cuál es su compromiso con el futuro. �Capítulo �: Sociología y sociedad Los seres humanos existen coLectivamente. Viven en aldeas, pueblos y ciudades donde habitan muchos otros seres humanos; forman familias y establecen parentescos; tienen amigos, vecinos, compadres y compañeros de trabajo; se relacionan unos con otros dentro de agrupaciones culturales o religiosas, escuelas o equipos deportivos, y compar- ten creencias, hábitos y costumbres. No sólo por la necesidad de compañía sino también para asegurar la subsistencia propia, las personas requieren de otras personas. Tanto la producción de bienes como su intercambio o distribución son tareas que involucran a más de un individuo y conducen a una serie cada vez más amplia de relaciones humanas a medida que se vuelven más complejas. La elaboración de un objeto cualquiera —por ejemplo, una prenda de vestir— implica una larga serie de procesos en los que intervienen muchos individuos: desde la produc- ción de la materia prima —el cultivo del algodón, el cuidado del gusano de seda o el pastoreo de las ovejas productoras de lana— hasta su transformación en ropa. Hombres y mujeres transportan y venden la materia prima; otros hombres y mujeres tejen, tiñen y diseñan la tela; otros más la cortan y cosen. Finalmente, otros la llevan hasta el lugar donde, sujeto a ciertas características fijadas por la moda o el gusto vigentes, el vestido se ofrece en venta a sus posibles compradores. Tal vez en alguna época pasada este proceso fue más simple: las familias elaboraban su propia ropa en casa utilizando los materiales a su alcance, y si había algún excedente lo llevaban al mercado local para su trueque por algún satisfactor básico. Sin embargo, la diversificación de las tareas en la época actual ha conducido a una interrelación humana cada vez mayor y más complicada. En una época u otra, la organización de la vida colectiva —con sus diversos grados de complejidad, formas de vinculación, sistemas de dominación, expresiones culturales, lengua y particularidades nacionales o regionales— conforma una sociedad. No hay una sola sociedad; hay muchas, y resultan del momento histórico y las caracte- rísticas geográficas, políticas, económicas y culturales de la región o el país en que cada una se desenvuelve. Por ello podemos hablar de una sociedad china bajo el imperio de la dinastía Tang y de otra sociedad china bajo el régimen de Mao Tse-Tung; de la sociedad europea del siglo xviii, de la sociedad mexicana en tiempos de la colonia, de la socie- dad tarahumara o de la sociedad occidental del siglo xx. Cada uno de los ejemplos anteriores se refiere a una forma de organización colectiva de los individuos en determinadas circunstancias históricas, económicas y políticas. Se trata, más que de grupos de pequeña o mediana organización con fines muy precisos, de un conjunto humano mucho más extenso, ligado por razones de supervivencia física, identidad cultural y dominación política. La Sociedad de Alumnos de la Facultad de Ingeniería, el Partido Acción Nacional, el Club de Leones o las Damas Vicentinas constituyen solamente grupos organizados dentro del conjuntoamplio de la sociedad. Para existir, ésos y otros grupos con diversos grados y modalidades de organización requieren de una asociación colectiva más extensa y compleja. Las sociedades varían en distintas épocas y latitudes. Ya en la primera mitad del si- glo xviii el barón de Montesquieu, influido por los avances de la física y la biología, se propuso realizar un estudio científico de la organización social e intentó encontrar en las diferencias climáticas una explicación a las variaciones entre sociedades. Hacia la sociología� Montesquieu y El espíritu de las leyes Montesquieu ha sido considerado como el verdadero fundador de la sociología, juicio que se basa en su empeño por encontrar las causas profundas que explican la diversidad de las costumbres y de las leyes que rigen a los hombres. Considerado como precursor del iluminismo francés, Montesquieu (�689-�755), cuyo nombre completo era Charles-Louis de Secondat, y tenía el título nobiliario de barón de la Bréde y de Montesquieu, fue un intelectual fecundo y versado en muy distintas ramas del saber de su tiempo. Fue presidente vitalicio del parla- mento de Burdeos y realizó numerosos viajes a Inglaterra y al resto de Europa. Su título de conde —que le permitía disfrutar de una renta regular— le abrió las puertas de los salones de París y de los círculos cortesanos europeos, en donde fue muy estimado, particularmente después de su ingreso a la Academia France- sa en �7�6. Montesquieu escribió El espíritu de las leyes, su libro más renombrado, en �7�8. Era una obra de madurez. Muchos años antes había iniciado sus trabajos de reflexión política y crítica social con las Cartas persas (�7��), a las que segui- rían las Consideraciones sobre las causas de la grandeza y la decadencia de los romanos (�7��). En El espíritu de las leyes, Montesquieu resumió su experiencia como obser- vador de las costumbres y las organizaciones de los pueblos. Su mérito no sólo reside en la búsqueda de un orden inteligible que explicara la diversidad social, sino principalmente en haber creado conceptos y tipologías que le permitieron ela- borar una interpretación global de las sociedades. Por otro lado, sus capítulos acerca de la relación entre el tamaño de las socie- dades, las formas de gobierno y las razones o principios que sostienen al poder, así como su análisis de la división de poderes —a partir de la experiencia ingle- sa— constituyeron puntos de partida del pensamiento de la Ilustración y de la Revolución Francesa de �789. . Documentándose en sus propios viajes y las historias de los exploradores de la época, Montesquieu afirmaba que el temperamento humano en los países fríos difería en gran medida del de los países cálidos. Tales diferencias —decía el pensador francés— obli- gaban a los gobernantes respectivos a dictar leyes acordes con la naturaleza flemática y esforzada de los habitantes del norte y con la más apasionada y perezosa de los meridio- nales. Aunque sus apreciaciones son bastante discutibles y en muchas ocasiones derivan de prejuicios hacia otros pueblos, Montesquieu es uno de los primeros autores que se preocuparon por la diversidad social, preocupación que, justamente, constituye uno de los puntos de partida de la moderna sociología. 5Capítulo �: Sociología y sociedad El escenario social: objeto de las ciencias sociales La sociedad como escenario de las relaciones humanas, con sus regularidades, contradic- ciones y conflictos, constituye el gran objeto de estudio de las llamadas ciencias sociales y —en particular— de la sociología. Todo aquello que sucede en el interior del conglomerado social y rebasa el ámbito de la vida personal del individuo se convierte en un fenómeno susceptible de ser estudiado por el científico social. Quizá se trate de un hecho recurrente, de un problema comparti- do o de un acontecimiento sumamente intenso: el matrimonio entre adolescentes podría ser un ejemplo del primer caso; el desempleo, del segundo; y un movimiento estudian- til, del tercero. En los tres casos las relaciones y estructuras sociales son el material de trabajo. Es decir, la sociología se ocupa de la forma en que los seres humanos tienden a relacionarse entre sí, y cómo esas relaciones configuran patrones de comportamiento colectivo que explican no sólo las particularidades de una sociedad determinada sino las razones por las que ésta se transforma. Para dilucidar estos comportamientos colectivos la sociología busca las causas profundas de la organización social, las ideas y creencias que la sostienen, los problemas específicos que la alteran. De igual manera se preocupa por los sistemas de reglas que mantienen unidas a las sociedades y por la distribución diferenciada de recursos entre sus integrantes. Así, el sociólogo estudia la diversidad social pero también las similitudes entre unas sociedades y otras. A partir de estas diferencias y semejanzas, así como de datos estadísticos, de la observación desapasionada y de la elaboración de conceptos explicati- vos, intenta encontrar el hilo conductor que le permita comprender el complejo proceso social. Ya sea que se ocupe de cuestiones muy específicas o circunscritas a una zona determinada —el divorcio durante las últimas dos décadas, la participación política en el estado de Chihuahua, la migración rural a la ciudad de Guadalajara— o que intente grandes explicaciones —como una teoría de las revoluciones o del proceso de urbaniza- ción—, su preocupación última es explicar la sociedad en que vive. Efectivamente, la sociedad como vida cotidiana e historia en la que todo individuo —inclusive el sociólogo— es un protagonista, constituye el punto de partida, el laborato- rio y la evidencia que permite probar o rechazar las grandes y pequeñas teorías. La his- toria de cada persona, afirma el sociólogo estadounidense C. Wright Mills, es la historia de todas las personas. Por ello, corresponde a la sociología la difícil tarea de relacionar la biografía con la historia; es decir, de hacer que la existencia individual de cada uno de nosotros cobre un sentido dentro de la trama de la historia contemporánea, analizando y explicando las estructuras sociales que dan vida a esta última. En esto radica la imagina- ción sociológica. En la medida en que todos formamos parte de la sociedad y tenemos derecho a opinar acerca de ella, la imaginación sociológica que proclama Mills no puede ser patrimonio exclusivo del sociólogo. De la misma manera en que el campesino reconoce la proximi- dad de la lluvia sin necesidad de estudiar meteorología, el viejo sindicalista o el político experimentado pueden hacer valiosas observaciones acerca de la vida social. Tales ob- servaciones provienen seguramente de la experiencia, pero en la mayoría de los casos están fundadas, quizá sin saberlo, en la teoría de algún pensador social convertida hoy en conocimiento cotidiano. Hacia la sociología6 Las ciencias sociales La sociología no es la única ciencia social; antes y después de ella otras disciplinas han reclamado campos particulares de trabajo complementarios a la sociología que confi- guran el campo —más amplio— de las ciencias sociales. Es un campo que comparte conceptos, paradigmas y explicaciones, pero que difiere de otros campos científicos por la distinta forma de abordar los problemas, como veremos un poco más adelante. Las más importantes de estas disciplinas son la historia, la antropología, la ciencia política, la economía, la geografía, el derecho y la psicología social. A continuación describiremos brevemente ciertos límites entre unas y otras, que sin embargo, nunca son demasiado precisos porque las disciplinas se entrecruzan y complementan mutuamente. Todas están de una u otra manera relacionadas con la sociología; en ocasiones, de manera casi inse- parable como sucede con las llamadas “ciencias de la comunicación” que han merecido un recuadro aparte. a) La historia se ocupa del pasado de los seres humanos o, como dice Marc Bloch,“de los hombres en el tiempo”, a partir de su significación en el presente. Su fuente de información está en los archivos, los documentos del pasado, los testimonios ora- les o escritos y los relatos o estudios históricos escritos por otros que vivieron antes. Al escudriñar el pasado, el historiador puede aspirar a reinterpretarlo a través de una reconstrucción objetiva de lo verdaderamente ocurrido, tratando de ver a través y por encima de los prejuicios, del oscurecimiento deliberado de contemporáneos o histo- riadores posteriores, y de la leyenda y el mito. Puede aspirar igualmente a iluminar una parte del pasado que contribuya a explicar al presente y, tal vez a señalar los caminos para su transformación. b) La economía se interesa por la actividad humana y su relación con la producción y distribución de bienes para la satisfacción de las necesidades de los propios indivi- duos. Su propósito es el de determinar los caminos más recomendables para asegu- rar la prosperidad de los pueblos, a partir de la relación entre los diversos factores La imaginación sociológica “La primera tarea política e intelectual —porque aquí coinciden ambas cosas— del científico social consiste hoy en poner en claro los elementos del malestar y la indiferencia contemporáneos. Ésta es la demanda central que le hacen los otros trabajadores de la cultura: los científicos del mundo físico, los artistas y, en general, toda la comunidad intelectual. Es a causa de esta tarea y de esas demandas por lo que, creo yo, las ciencias se están convirtiendo en común denominador de nuestro periodo cultural y la imaginación sociológica en su cualidad más necesaria.” C. Wright Mills, La imaginación sociológica, FCE, México, �96�. . 7Capítulo �: Sociología y sociedad que intervienen en la producción y distribución de los satisfactores de diverso tipo. Cuestiones como el crecimiento de la producción, el valor de los productos, las de- terminantes del precio de los mismos, el salario de los trabajadores que los producen, su exportación a otros países y la utilización del dinero que sirve como medio de intercambio, son algunos de sus problemas más importantes. c) La ciencia política estudia la actividad de los individuos orientada hacia la obtención y el mantenimiento del poder. Por lo mismo, se ocupa también de los procesos de par- ticipación y representación políticas. La democracia, como forma de ejercicio de la autoridad y participación de la sociedad en los procesos de toma de decisiones, ha sido una de sus preocupaciones más importantes en las últimas décadas. Una de sus derivaciones importantes es el estudio de las relaciones internacionales, que muchas veces se estudian como disciplina independiente aunque están estrechamente rela- cionadas con la ciencia política. Sociología e historia “Acaso sea éste el momento de una breve observación acerca de las relaciones entre la historia y la sociología. Actualmente la sociología se enfrenta con dos peli- gros opuestos: el de convertirse en ultrateórica o en ultraempírica. El primero es el peligro de perderse en generalizaciones abstractas y sin sentido sobre la sociedad en general. La Sociedad con mayúscula es una falacia tan descaminada como la Historia con mayúscula. Rondan este peligro quienes asignan a la sociología la tarea exclusiva de generalizar partiendo de los acontecimientos únicos registrados por la historia: se ha sugerido que la sociología se distingue de la historia en que tiene “leyes”. El otro peligro es el que previó Karl Mannheim hace casi una genera- ción y que en la actualidad está muy presente, el de una sociología “dividida en una serie discreta de problemas técnicos de reajuste social”. La sociología se ocupa de sociedades históricas, cada una de las cuales es única y ha sido moldeada por antecedentes y condiciones históricas específicos. Pero el intento de eludir la ge- neralización y la interpretación limitándose a los problemas llamados “técnicos” de enumeración y análisis conduce a convertirse en inconsciente apologista de una sociedad estática. Si la sociología ha de convertirse en campo fructífero de estudio, tendrá que ocuparse, como la historia, de la relación existente entre lo particular y lo general. Pero también debe hacerse dinámica, dejar de ser un estudio de la sociedad en reposo (porque tal sociedad no existe) y pasar a serlo del cambio y del desarrollo sociales. Por lo demás, yo diría que cuanto más sociológica se haga la historia y cuanto más histórica se haga la sociología, tanto mejor para ambas. Déjese ampliamente abierta a un tráfico en doble dirección la frontera que las se- para.” Edward H. Carr, ¿Qué es la historia? Seix Barral, Barcelona, �978. . Hacia la sociología8 d ) La geografía es el estudio de la Tierra como el espacio donde habita el ser huma- no. Cuando se refiere a las características físicas de la Tierra se considera general- mente una ciencia natural, hermanada con la geología o la geofísica e, incluso, con La sociología y el estudio de la comunicación Las relaciones entre la sociología y los estudios de la comunicación tienen una lar- ga historia que se puede ubicar en el origen mismo de las llamadas “ciencias de la comunicación”. Desde entonces y hasta el momento presente, las relaciones entre ambas disciplinas son estrechas, con la diferencia de que si en un principio estas relaciones eran más de dependencia de los estudios de la comunicación hacia la sociología, actualmente se puede hablar de una relación que se inscribe más en la interdisciplina. La historia de los nexos entre ambos campos de conocimiento ha implicado una serie de problemas para los estudios de la comunicación, pero al mismo tiempo les ha brindado elementos para su desarrollo. Así, resulta imposible entender y de alguna manera ponderar el binomio sociología/estudios de la comunicación sin re- ferirnos a la primera como la madre de nuestra disciplina en cuanto tal. No en bal- de, durante un largo periodo la investigación de la comunicación fue sinónimo de sociología de la comunicación de masas. Recordemos que la famosa “mass com- munication research” se propuso establecer como objeto científico de la sociología el proceso entero de la comunicación, incluyendo actitudes y comportamientos de los receptores, contenidos de los mensajes, análisis de las emisiones y problemas formales de dicho proceso. De esta manera, aunque en un principio la adopción de teorías y métodos socio- lógicos para explicar fenómenos comunicacionales le impuso obstáculos y limita- ciones al desarrollo de la comunicación como disciplina autónoma, con el paso del tiempo éstos se convirtieron en el punto de partida para la crítica, la autorreflexión y la generación de aportaciones teórico-metodológicas propias de la comunicación. Hoy día sabemos que el carácter multi y transdisciplinario de la comunicación significa que lo social, y específicamente los fenómenos comunicacionales pueden y deben ser leídos a través de diferentes miradas. La diversidad de objetos de es- tudio que actualmente abordan los comunicólogos es de una riqueza y complejidad tal, que resulta imposible cerrarse a las aportaciones que otras disciplinas, en este caso la sociología, están haciendo sobre o en relación con los mismos objetos. Hacerlo significaría negarse a comprender un mundo que desborda los límites de cualquier disciplina. Cecilia Rodríguez D., “La aplicabilidad del conocimiento sociológico al estudio de la comunicación colectiva”, Revista Mexicana de Ciencias Políticas y Sociales. No. �58, UNAM, FCPyS, México, oct.-dic., �99�. . 9Capítulo �: Sociología y sociedad la astronomía (cuando se ocupa de las características planetarias), así como con la ecología cuando se refiere al medio ambiente. Sin embargo, se considera una ciencia social cuando estudia la división geopolítica del mundo: países, regiones, produc- ción, fronteras, crecimiento de las ciudades; es decir, aquellos temas donde la con- formacióndel planeta es producto de la acción humana. e) La antropología es el estudio de la cultura de las sociedades, entendida como las diversas formas de creación humana que comprenden creencias, hábitos, instrumen- tos cotidianos, lo mismo que arte o ciencia. Está emparentada con la etnología y la etnografía, que estudian las características y costumbres de los diferentes grupos hu- manos. Su cercanía con la sociología es tan grande que este libro incluye un capítulo dedicado al tema de la cultura. f ) El derecho se ocupa de las normas que regulan las relaciones humanas, tanto en su significado y validez, como en el conocimiento de su aplicación en una sociedad determinada. Sus ámbitos de reflexión son los de la ley, la justicia y la obligación. g) Finalmente, cabe mencionar a la psicología, que estudia el funcionamiento de la mente y del comportamiento individual humanos, en sus aspectos conscientes e in- conscientes. Se vuelve ciencia social cuando se refiere a la relación de los procesos mentales del individuo con el medio social en que se desenvuelve. Es decir, cuando se refiere a la influencia del ambiente sobre las formas de actuar de los individuos y de relacionarse entre sí. Los estudiosos de la sociedad tienden crecientemente hacia la interdisciplina. En el momento del surgimiento de la sociología y otras ciencias sociales, era una necesidad definir bien los respectivos campos de influencia, marcando las diferencias y lo especí- fico de cada disciplina. A la cabeza de una comisión (Comisión Gulbenkian) para pensar en la nueva agenda de las ciencias sociales, Immanuel Wallerstein ha sostenido que la creación de múltiples disciplinas se basaba en la creencia de que la investigación siste- mática requería una concentración hábil en las múltiples zonas separadas de la realidad, racionalmente dividida en distintos grupos de conocimiento. Sin embargo, continúa, a mediados del siglo xx, estas líneas divisorias fueron cuestionadas con estudios de área que, al ser estudios orientados a partir de temas específicos —como el medio ambiente, la delincuencia o la urbanización—, por definición son multidisciplinarios, además de que han abierto las puertas al estudio de áreas no occidentales y al análisis comparativo. La interdisciplina permite un estudio que combina varios saberes en el análisis de un proble- ma y que responde a la complejidad y diversidad del mundo moderno. La tarea del sociólogo En su desarrollo de poco más de un siglo, la sociología se ha caracterizado por una doble vocación: analizar y comprender el conjunto de la realidad social y ser una ciencia particu- lar con un objetivo de estudio propio. Orientados por sus simpatías políticas, sus intereses personales y su intuición social, los pensadores que han dado cuerpo a la sociología a través de libros, cursos, artículos, ensayos e investigaciones se han comprometido en ese doble esfuerzo que implica, por una parte, responder a los integrantes de una sociedad que, como dice C. Wright Mills, Hacia la sociología�0 demandan “recapitulaciones lúcidas de lo que ocurre en el mundo y de lo que quizás está ocurriendo a ellos”; y por la otra, elaborar conceptos, hipótesis y métodos que den forma a una teoría con postulados generales capaces de orientar el trabajo de la disciplina. Con la aceptación de la sociología como disciplina con un campo específico y méto- dos propios, la posibilidad de investigación se amplía. En universidades e institutos, los sociólogos se ocupan de los más diversos temas y avanzan —aunque lentamente— en la construcción de nuevos conceptos que expliquen la compleja sociedad moderna. El tra- bajo en este sentido puede ser individual o colectivo; unidisciplinario —exclusivamente desde el punto de vista sociológico— o multidisciplinario, al conjuntar la perspectiva sociológica con las de otras áreas del conocimiento. Esta última forma es la que ha per- mitido a la sociología enriquecer su espectro de problemas y su forma de abordarlos, desarrollando a su vez nuevas áreas de estudio. De hecho, la explicación sociológica requiere, la mayoría de las veces, del apoyo brindado por la economía, el derecho, la historia o la política. ¿Cómo comprender a una sociedad si no sabemos cómo está organizada su producción, cuáles son sus principales normas jurídicas, cómo se ha desarrollado en los años recientes o pasados, quién la go- bierna y cómo llegó al poder? Todos éstos son antecedentes que deben tomarse en cuenta al margen del fenómeno particular que se quiera estudiar, a manera de un gran marco de referencia que permita entender, por ejemplo, por qué en un momento determinado la sociedad respondió en un sentido y no en otro a una situación dada. Esto ha conducido, a su vez, a crear otros campos de análisis sociológico. Así, muchas veces nos referimos a la sociología del derecho (que vendría a ser el estudio de las nor- Wallerstein y la reestructuración de las ciencias sociales “Lo que parece necesario no es tanto un intento de transformar las fronteras organizativas como una ampliación de la organización de la actividad intelectual que no obedezca a las actuales fronteras disciplinarias. Después de todo, ser histórico no es propiedad exclusiva de las personas llamadas historiadores, es una obligación de todos los científicos sociales. Ser sociológico no es propiedad exclusiva de ciertas personas llamados sociólogos sino una obligación de todos los científicos sociales. Los problemas económicos no son propiedad exclusiva de los economistas, las cuestiones económicas son centrales para cualquier análi- sis científico-social y tampoco es absolutamente seguro que los historiadores pro- fesionales sepan más sobre las explicaciones históricas ni los economistas sepan más sobre las fluctuaciones económicas que otros científicos sociales activos. En suma no creemos que existan monopolios de la sabiduría ni zonas de conocimien- to reservadas a las personas con determinado título universitario.” Immanuel Wallerstein, Abrir las Ciencias Sociales, México, UNAM/Siglo xxi, �996. . ��Capítulo �: Sociología y sociedad mas como un producto derivado de las condiciones sociales en un momento dado) o a la sociología política (que se refiere a la participación de los actores sociales con respecto al poder). Más aún, podríamos decir que la sociología ha conquistado su derecho a incursio- nar en las diversas actividades del hombre, convirtiéndolas en vertientes de su actividad analítica. Actualmente contamos con una amplia bibliografía sobre sociología del cine, de la literatura y de la ciencia; acerca de la sociología urbana (de las ciudades), rural (de la vida campesina) y del trabajo, así como sobre campos novedosos como la sociología del desastre o la sociología de género, demostrando con ello que esta ciencia constituye un enfoque válido para explorar las distintas formas de la cultura humana. Hacer sociología del teatro, por ejemplo, significa preguntarse qué tipo de problemas o fenómenos se recrean en las manifestaciones artísticas, de qué manera la sociedad con- diciona, en el tiempo y en el espacio, las inquietudes y percepciones que un dramaturgo plasma en su obra teatral y, finalmente, cómo la puesta en escena refleja tendencias del comportamiento social a lo largo del tiempo. Hacer sociología del desastre implica re- flexionar sobre las consecuencias de las catástrofes, las formas de movilización social que ellas generan, las alternativas para organizar la prevención. Como hemos señalado con anterioridad, en estos estudios los sociólogos colaboran frecuentemente con espe- cialistas de otras disciplinas sociales que contribuyen a enriquecer y ahondar el alcance del análisis. Para ello, además de teorías explicativas, las ciencias sociales se sirven de métodos y técnicas de trabajo que facilitan su labor. Métodos y técnicas de la investigación sociológica Los problemas de los que se ocupa la sociología atañen a los seres humanos en general, yes el procedimiento específico a través del cual el sociólogo se aproxima a la realidad y construye sus explicaciones e interpretaciones lo que distingue su labor de las considera- ciones de sentido común y las interpretaciones espontáneas o bien intencionadas. Dicho de otra manera, lo que hace a la sociología una disciplina científica es el método que orienta su trabajo. El método es el camino teóricamente diseñado para analizar los fenómenos y las con- ductas sociales. Incluye la delimitación del objeto de estudio, la construcción de hipó- tesis, el diseño de los procedimientos para comprobarlas y la forma de organización del trabajo. Al desprenderse a su vez, de la teoría, que es la que se encarga de caracterizar y designar al objeto de estudio, el método es, con frecuencia, expresión de la concepción general que el sociólogo tiene acerca de la naturaleza y comportamiento de la sociedad. Hay muchos modos de enfocar los fenómenos sociales, pero para que éstos satisfagan la pretensión científica es necesario que estén guiados por preceptos lógicos bien estable- cidos; es decir, deben cumplir con una serie de cánones rigurosos que garanticen: a) Que los planteamientos e interrogantes que formule el investigador sirvan para des- entrañar las conexiones internas y externas de los fenómenos sociales. b) Que las explicaciones que de ello se desprendan den cuenta de las variedades esen- ciales del hecho social estudiado. c) Que las interpretaciones estén debidamente comprobadas o demostradas. Hacia la sociología�� Por otra parte, como afirmaba Auguste Comte, el método no es susceptible de ser estu- diado en forma separada de la investigación en la que se le utiliza, por lo que solamente a partir de ésta es posible evaluar la utilidad o pertinencia de un método específico. Una manera de clasificar los métodos es de acuerdo con su enfoque, que puede ser cualitativo o cuantitativo. Aunque se trata de métodos no excluyentes, el sociólogo suele apoyarse preferentemente en alguno de los dos según el tipo de análisis que pretenda lle- var a cabo. Por ejemplo, en el estudio de la delincuencia juvenil, una perspectiva cualitati- va tendería a entrevistar a menores infractores, visitar a sus familias, conocer el medio en el que se desarrollan y establecer conexiones significativas entre los diversos elementos que conforman el ambiente del delincuente. Por su parte, desde el método cuantitativo, el problema exigiría conocer cifras de menores infractores, rangos de edad, situación familiar, tipo de delito, etcétera, para comparar variaciones en el tiempo, tendencias y patrones repetidos. Métodos cualitativos Consisten en orientaciones generales. Buscan demostrar cómo un fenómeno social particular está inmerso en un conjunto de otros fenómenos, cómo se relaciona y qué influencias se ejercen. Utilizan técnicas como la entrevista, la observa- ción participante y el análisis de contenido. Pretenden conocer tendencias y significados. Tienden más a la interpretación de los discursos y los comportamientos de grupos e individuos. Métodos cuantitativos Consisten en instrucciones precisas. Parten de un conjunto de variables o de objetos que son comparables entre sí y que resultan susceptibles de medición. Utilizan análisis estadístico, encuestas de opinión, censos poblacionales, etcétera. Destacan grados o niveles. Pueden agregar la información para hacer comparaciones, establecer rangos y extraer conclusiones a partir de tendencias repetidas. Aunque cada sociólogo puede privilegiar uno u otro enfoque, lo cierto es que la cien- cia social requiere tanto de la perspectiva cualitativa como de la cuantitativa. Una com- binación de ambas que integre la imaginación y la intuición con el análisis de datos concretos, probablemente conduzca a la obtención de resultados más precisos y útiles para la solución de problemas sociales. Por otro lado, el desarrollo experimentado por la sociología ha permitido que hoy con- temos con un conjunto de reglas, herramientas y operaciones que asisten al investigador en su afán de aprehender sistemáticamente la realidad social. Al realizar investigación social, el sociólogo se auxilia de diversas técnicas (algunas de ellas mencionadas en el cuadro anterior) entre las que destacan las siguientes: 1. La observación participante, que implica que el investigador se convierta en una figura familiar en el medio que analiza. Así, si se trata de estudiar las formas de vida ��Capítulo �: Sociología y sociedad de los trabajadores indocumentados en Estados Unidos, el sociólogo se suma a las filas de braceros para que una vez dentro de este medio pueda conocer sus problemas y experimentar sus vivencias y así extraer sus explicaciones al respecto. 2. La observación no-participante, una de cuyas formas más importantes es la encues- ta, que es una “fotografía” de lo que las personas opinan en un momento dado acerca de un problema concreto. Las encuestas han probado ser de gran utilidad, por ejem- plo en los estudios sobre elecciones, en la medida en que permiten introducir nuevas variables en el análisis de los meros resultado electorales. De esta manera, mediante una encuesta pueden recogerse los factores sociales (ocupación, ingreso, niveles de escolaridad, etcétera) que se encuentran detrás de las preferencias electorales. 3. La entrevista, que es una conversación con personas que aportan información sobre el tema estudiado. Así, en un análisis sociológico sobre la organización o el funciona- miento de un sindicato o agrupación empresarial, la entrevista con líderes de dichos grupos ofrece un panorama de los factores subjetivos que influyen en las estrategias de acción promovidas por las dirigencias de dichos sectores sociales, pero también pueden informar sobre las características de la organización o sobre la historia de sus conflictos, sus victorias y sus derrotas. 4. El análisis estadístico parte de datos obtenidos mediante encuestas o cuestionarios o, bien, registrados por instituciones especializadas para encontrar en ellos correlacio- nes entre distintas variables. El ejemplo clásico de utilización de técnicas estadísticas es el estudio de Durkheim: El suicidio (1897), en el que el autor relaciona las cifras de la estadística criminal con distintos elementos que inciden en la conducta huma- na. Durkheim vinculó con el suicidio los ciclos económicos, el estado civil y otras variables. La utilización de todas estas técnicas reclama a su vez procedimientos rigurosos; por ejemplo, una encuesta exige la elaboración adecuada del cuestionario por aplicar, una delimitación de la muestra que sea efectivamente representativa de la población que se desea conocer y, finalmente, la correcta evaluación de las respuestas vertidas en el cues- tionario. La validez de una encuesta reside en el cumplimiento eficiente de estos pasos y en su correcta interpretación. La entrevista, por su parte, exige la formulación lógica de las preguntas y la capacidad para aprovechar las respuestas, a fin de asegurar que se obtenga la información buscada. Las técnicas de la investigación sociológica, y de las ciencias sociales en su conjunto, se han ido perfeccionando con el desarrollo tecnológico. Los avances en la informática ofrecen la posibilidad de dotar de mayor precisión a la información, así como de cruzar un mayor número de variables en tiempos muy reducidos. Por otro lado, los progresos tecnológicos han abierto nuevas opciones de investigación, como la experimentación, que consiste en someter los acontecimientos o los fenómenos a distintas situaciones pro- vocadas en forma deliberada, para observar los efectos que éstas pudieran provocar. La experimentación se ha empleado con regularidad en psicología. En los laborato- rios se estudian las modificaciones que se producen en la conducta humana al introducir nuevos elementos. Hoy día ya no se requiere de laboratorios y se experimenta en computa- doras, ensayando con posiblessituaciones. Es lo que se llama juego con escenarios posibles, que ayuda a pensar e imaginar soluciones a problemas antes de que éstos se produzcan. Hacia la sociología�� Los avances más importantes en los últimos años se han alcanzado sobre todo en el te- rreno de los métodos cuantitativos, ya que el uso de las computadoras ha ayudado a tener un control más adecuado sobre los datos que proporciona la realidad. Este hecho, por un lado, garantiza conclusiones más precisas, y por el otro, inyecta un renovado impulso al compromiso de la sociología con la construcción de nuevas teorías. Émile Durkheim Émile Durkheim (�858-�9�7) es considerado, con razón, como uno de los pilares de la sociología contemporánea. Nacido en Francia, realiza sus estudios univer- sitarios en la Escuela Superior de París al lado de destacados intelectuales como Henri Bergson y Jean Jaurès. Interesado inicialmente en la filosofía, pronto se orienta hacia los estudios sobre la sociedad, en particular después de un viaje a Alemania en �886 en el cual tiene la oportunidad de estudiar con el psicólogo Wilhelm Wundt, quien alienta su vocación científica. Su interés por las cuestiones sociales encuentra un cauce en el positivismo alemán y, de regreso en su país, Durkheim se concentra en lo que, en adelante, sería su preocupación central: la sociedad como colectividad cohesionada que tiene sus propias leyes de funciona- miento. En �887 se le designa profesor de Pedagogía y Ciencias Sociales en la Universidad de Burdeos, el primer curso de sociología impartido en las universida- des francesas. Sus obras más importantes son La división del trabajo social (tesis de doctorado, �89�), Las reglas del método sociológico (�895), El suicidio (�897) y Las formas elementales de la vida religiosa (�9��), en las que reflexiona con profundidad acer- ca de los factores que hacen posible la vida social y de la forma en que la sociedad humana influye en los propios hombres. Al respecto, Durkheim desarrolló concep- tos fundamentales como los de solidaridad social, socialización y anomia, entre muchos otros. Al mismo tiempo, sostuvo que el hecho social, expresado a través del dato estadístico, constituye la materia prima del quehacer sociológico, con lo cual sentó las bases de la sociología empírica. Su actividad como docente e investigador fue intensa y exitosa. En �896, su cur- so de sociología en Burdeos se convirtió en cátedra magistral, y en �90� la Sorbo- na lo llamó para dictar un curso similar, que para �9�� adoptó el título de “Cátedra de sociología de la Sorbona”, lo cual constituía una distinción muy especial. A lo largo de sus años de profesor, Durkheim abordó muy diversos temas desde una perspectiva sociológica (muchas cátedras fueron más tarde material para artículos y libros), como la educación, la familia, el socialismo y la religión. Esta última cons- tituyó una de sus grandes preocupaciones sociológicas hacia el final de su vida. En �896 fundó L’année sociologique, revista que se convirtió en el órgano más importante de difusión de los avances de la sociología europea, cuya responsabili- dad compartió, y más tarde tomó por completo su sobrino y discípulo, el antropólo- go Marcel Mauss. Durkheim murió en �9�7, poco después de la trágica muerte de su hijo en la Primera Guerra Mundial. . �5Capítulo �: Sociología y sociedad Ciencia y objetividad Uno de los problemas que enfrenta el sociólogo es el de hasta qué punto su disciplina constituye efectivamente una “ciencia” y si sus resultados son lo que se espera de un trabajo científico. La respuesta no es fácil. Aunque se llegue a un acuerdo en torno a las características del método científico y los requisitos que una ciencia debe tener, persiste la dificultad derivada del propio objeto de estudio: a diferencia de las ciencias físicas, la sociología, como las otras ciencias sociales, estudia un objeto en constante cambio y su- jeto a la voluntad y decisión de los propios individuos. Es decir, aun cuando la sociología realice su mayor esfuerzo y llegue a conclusiones acertadísimas sobre la realidad social, siempre habrá un elemento de incertidumbre aportado por la propia acción humana. Un movimiento religioso, un líder carismático, una baja en los precios del petróleo y hasta un fenómeno físico (un temblor de tierra o una inundación, por ejemplo), pueden modificar las decisiones de las personas en un momento dado y transformar de manera radical todas las previsiones hechas acerca de una determinada organización social. Ello ha obligado a una constante reivindicación de las ciencias sociales frente a quie- nes exigen que sus resultados sean tan rigurosos como los de las ciencias naturales y cri- tican su aparente falta de rigor, en particular cuando se trata de prever un comportamiento social en el futuro, tarea en la que las ciencias sociales suelen limitarse a pronosticar tendencias o elaborar escenarios posibles. Ciertamente, la utilización de métodos y técnicas propios, junto con una aspiración a establecer generalizaciones a partir de la lógica interna y los caracteres comunes de los fenómenos sociales de una época, constituyen los elementos más importantes para reclamar la condición científica de la sociología. Ésta no se propone el descubrimiento de principios generales en una perspectiva totalizadora sino, más bien, tendencias que implican un alto grado de certeza pero que están sujetas a los cambios impuestos por el azar, y a la libertad y la racionalidad de los actores sociales. Lo anterior conduce a otro problema: el de la “objetividad” del sociólogo, relaciona- da estrechamente con el doble carácter del propio investigador, que es a la vez sujeto y objeto de su disciplina; es decir, al mismo tiempo que la estudia es miembro activo de su sociedad, con opiniones e ideas que influyen en sus perspectivas y conclusiones preten- didamente científicas. La objetividad, entendida como un alejamiento emocional del investigador respecto a su objeto de estudio, que le permita hacer un análisis frío y, por lo tanto, verdadero, en- cuentra sus límites en la propia historia del sociólogo, es decir, en su relación personal con la sociedad que estudia. La verdad, dice Max Weber, no siempre es bella o agradable y el Para reflexionar Los estudios electorales utilizan la encuesta como método de aproximación a la realidad. ¿Qué tan confiables crees que éstas son y por qué? ¿Sería éste un método cualitativo o cuantitativo? . Hacia la sociología�6 sociólogo, en particular el dedicado a la enseñanza y no al liderazgo político, está com- prometido a exponer la verdad y sostenerla incluso por encima de sus convicciones polí- ticas. La ciencia, continúa Weber (en El político y el científico) provee al estudioso social de conocimientos técnicos que permiten dominar tanto a las cosas como a la conducta de los hombres, proporciona métodos para pensar y disciplina para hacerlo, y aporta claridad sobre la relación entre medios y fines. Finalmente, dice Weber, la ciencia puede advertir al individuo acerca de los valores que están detrás de las acciones humanas, orientando así el curso de su acción, pero dejando ésta a la responsabilidad personal del individuo (del estudiante, en este caso particular). De acuerdo con el mismo Weber, el resultado de esa actitud ante la ciencia social será una sociología comprometida con la verdad y no con los valores personales del científico. La historia de la sociología, particularmente en el siglo xx, ha demostrado que el pro- blema de la objetividad no es tan simple. En primer lugar, porque ya desde la elección del tema de investigación el sociólogo hace intervenir sus preferencias personales y muchas veces su punto de vista sobre la realidad. Un sociólogo puede estudiar a la familia, pre- ocupado por las circunstancias que la amenazan y deseoso de contribuir a su preservación como núcleo vital de la sociedad. Otro puede estar interesado en demostrar la ineficacia de la instituciónfamiliar, a la que considera arcaica y obsoleta, y en proponer formas de organización alternativas capaces de sustituir al grupo familiar, como la comuna. En segundo lugar, porque la adhesión a una teoría suele ir acompañada de un enfoque valorativo sobre la sociedad. Como veremos en el un capítulo siguiente, no es lo mismo estudiar a la América Latina como un continente subdesarrollado, que atraviesa por una fase atrasada pero que tarde o temprano alcanzará los mismos estadios de desarrollo que los grandes países capitalistas, que estudiarla como un conjunto de países dependientes, producto de una relación de intercambio desigual con grandes metrópolis y cuyo desa- rrollo interno ha sido, en buena medida, consecuencia de la forma particular en que se ha dado la relación capitalista dependiente, o bien, entenderla como un conjunto de naciones unidas por vínculos culturales e históricos profundos pero con procesos sociales, econó- micos y políticos complejos y diferenciados. Finalmente, el sociólogo debe considerar los efectos y alcances que puede tener su tra- bajo como investigador. ¿A quién va a servir? ¿Quién lo patrocina? ¿Quién lo va a leer o a escuchar? En la década de los años 70 del siglo pasado, el descubrimiento de un estudio sociológico estadounidense conocido como “Proyecto Camelot”, evidenció la utilización de trabajos sociológicos computarizados para prevenir brotes insurgentes en América La- tina. El proyecto despertó el enojo de sociólogos en todo el mundo debido a que por un lado partía de supuestos teóricos que incluían la peligrosidad, para Estados Unidos, de una alteración del orden en los países estudiados y, con ello, la justificación para tomar las medidas pertinentes con el fin de evitar tal alteración. Por el otro lado, muchos sociólogos se negaron a participar en el proyecto porque los fondos para su realización provenían directamente del Pentágono, es decir, del Departamento de Defensa de Estados Unidos. Los ejemplos mencionados dan una idea de la dificultad para realizar una sociología “esterilizada”, libre de toda contaminación valorativa. Como sucede con otras disciplinas, la objetividad del sociólogo no puede referirse al estudio absolutamente desapasionado de la sociedad, como lo haría un biólogo a través de un microscopio. Tiene mucho más que ver con el respeto hacia la verdad y la conciencia del carácter cambiante y muchas veces imprevisto de los fenómenos sociales. De igual manera, un sociólogo que se precie �7Capítulo �: Sociología y sociedad de ser “objetivo” no puede desdeñar las diversas posibilidades de interpretación surgi- das de nuevos desarrollos teóricos o incluso de viejas teorías que, por el objeto de estudio particular de que se trate o por la intervención de nuevas circunstancias, puedan resultar apropiadas para una explicación. El compromiso ético de la ciencia social Discípulo y amigo de C. Wright Mills, el sociólogo estadounidense Irving Louis Ho- rowitz ha dedicado numerosos ensayos a reflexionar sobre los compromisos éticos y políticos de las ciencias sociales. Reproducimos aquí algunos párrafos acerca del Proyecto Camelot: “Los problemas valorativos de los sociólogos son los mismos, independiente- mente de que los académicos trabajen por un sueldo de diez dólares diarios o por el de un millón de dólares anuales. ¿Cuáles son los vínculos vitales entre la ciencia y las políticas, entre los hallazgos públicos y los datos secretos, entre los mitos de la sociedad y los hechos de la sociología, entre la objetividad y el compromiso? “Sin embargo, si las ‘cantidades’ (de dinero) de un proyecto no afectan las cuestiones valorativas, sí afectan profundamente a un número considerable de académicos y en esa forma alteran los intereses prácticos. Un patrocinador gu- bernamental de muchos millones de dólares tiene expectativas y exigencias muy diferentes de las que tiene una universidad que confiere honores y posiciones. Por lo tanto, el alcance de un proyecto influye definitivamente en las expectativas y los resultados. “¿Cuáles son exactamente los límites y las obligaciones no menores a los de- rechos del investigador científico cuando investiga las vísceras de una sociedad por cuenta de un gobierno extraño a esa sociedad? La oposición de los ‘derechos científicos’ contra los ‘mitos sociales’ es perenne. Algunos sostienen que los cien- tíficos no deben penetrar más allá de los límites moral y legalmente sancionados, mientras que otros sostienen que tales límites no pueden existir para la ciencia, por lo menos, para la ciencia aplicada. Al hollar la sensible senda de la soberanía nacional, el ‘Proyecto Camelot’ reflejaba el problema general y quedaba sujeto a él. Porque este asunto de los derechos legítimos del ejército, de los científicos, de la soberanía de las entidades nacionales escogidas para el escrutinio habría de sen- tirse y de expresarse con cierta indignación, inevitablemente. Por mera deferencia al investigador científico, por su reconocimiento como académico, debió invitársele a exponer sus dudas y reticencias acerca de una investigación patrocinada por el gobierno y particularmente, por el ejército, a que manifestara su conciencia moral. Los científicos sociales fueron considerados erróneamente como empleados es- pecialistas, potencialmente útiles, de un organismo superior sujeto a una autoridad mayor que su vocación científica...” Irving Louis Horowitz, Ideología y utopía en los EUA, FCE, México, �980. . Hacia la sociología�8 La responsabilidad del sociólogo Un comentarista definió en cierta ocasión al científico social como aquel que dice con toda solemnidad lo que el resto de la gente comenta en el café. En cierta medida tenía razón, porque si el campo de trabajo del sociólogo es justamente la sociedad, es natural que se ocupe de los mismos asuntos que preocupan y animan las discusiones de toda la gente. La diferencia entonces estará en la capacidad del sociólogo para ordenar elementos dispersos, datos estadísticos, información recogida a partir de las técnicas mencionadas anteriormente, y efectuar una integración a partir de teorías y conceptos que desembo- carán en una explicación coherente y significativa, susceptible de criticarse y renovarse a partir del movimiento de la propia sociedad. Pero, además, la tarea del sociólogo debe distinguirse del comentario cotidiano en su grado de responsabilidad con la verdad y con sus consecuencias. Hemos mencionado ya, en el apartado anterior, el revuelo causado por la protesta de los científicos sociales ante un proyecto que los involucraba en la toma de medidas poste- riores que podían incluso ser de carácter bélico. El problema, sin duda, rebasa la cuestión de la objetividad para entrar en el dominio de la ética profesional. En la medida en que el sociólogo tiene la capacidad —y no la exclusividad— de comprender la situación social con un mayor grado de certeza, su responsabilidad también es mayor respecto al uso que se dé a sus conocimientos. No debe sorprendernos, por ello, que en todo el mundo, el mayor número de soció- logos se concentre en las universidades, en donde tienen mayor libertad para realizar su trabajo. Ahora bien, aunque es lógico defender esos espacios de libertad en el análi- sis sociológico, también es importante lograr que la disciplina aporte respuestas útiles a la sociedad. Así, otra batalla se ha librado para dar a la sociología un carácter profesional y convencer a las instituciones responsables de la importancia de utilizar las propuestas so- ciológicas para la solución de problemas cotidianos en las sociedades. Hoy, el sociólogo encuentra un campo profesional bastante amplio que incluye agencias gubernamentales que requieren especialistas en ciertos temas (sociología de la educación, sociología ru- ral, sociología urbana, entre otras), sindicatos y partidos políticos (sociología electoral, estudios de socialización política, etcétera), empresas industriales (sociologíadel trabajo) así como organismos internacionales, institutos de capacitación, periódicos y revistas. En cada uno de estos lugares, el sociólogo puede encontrar el campo idóneo para desarrollar un trabajo imaginativo y valioso que responda a las necesidades de la sociedad y reafirme su compromiso objetivo y responsable con ella. Por otra parte, debe subrayarse que el momento actual es particularmente emocionante para la reflexión sociológica. El acelerado desarrollo de la tecnología, que ha facilitado la comunicación mundial y un mayor intercambio de ideas, favorece una infinidad de alternativas de análisis en donde se comparen situaciones y puntos de vista, se compartan y discutan nuevas propuestas teóricas, se aprovechen los conocimientos de las ciencias naturales y se flexibilicen los puntos de vista, de manera que surjan enfoques cada vez más colectivos y más interdisciplinarios, lo cual seguramente redundará en el futuro en un conocimiento más rico y propositivo por parte de las ciencias sociales en su conjunto. �9Capítulo �: Sociología y sociedad Actividades complementarias 1. Revisa los recuadros y ubica a los autores en el cuadro de las últimas páginas. Busca información en Internet sobre aquellos que no encuen- tres. 2. Separen el grupo en dos equipos y haga cada equipo una encuesta para saber la opinión de sus compañeros del otro equipo sobre alguna cues- tión de actualidad. Comparen resultados. . Bibliografía Si te interesa profundizar en los temas tratados en este capítulo, puedes consultar alguno de los siguientes libros: Berger, Peter, Introducción a la sociología, Limusa, México, �97�. Boudon, R., Los métodos en sociología. A. Redondo, Barcelona, �978. Bourdieu, Chamboderon, Passeron, El oficio de sociólogo, Siglo xxI, Méxi- co, �975. Bunge, Mario, La ciencia, su método y su filosofía, Siglo xxI, Buenos Aires, �975. Chinoy, Eli, La sociedad: una introducción a la sociología, FCE, México, �966. duvignaud, Jean, Introducción a la sociología, Tiempo Nuevo, Venezuela, �966. FriedriChs, Robert, Sociología de la sociología, Amorrortu, Buenos Aires, �977. giddens, Anthony, Sociology, London, Blackwell, �a. Edición, �00�. In de- fense of sociology, Polity Press, Cambridge, �996. gonzález Casanova, Pablo, Las categorías del desarrollo económico y la investigación en ciencias sociales, UNAM, México, �967. irving, Louis Horowitz, Ideología y utopía en los Estados Unidos, FCE, México, �980. leal y Fernández, Juan Felipe et al., La sociología contemporánea en Méxi- co, FCPyS/UNAM, México, �99�. Mills, C. W., La imaginación sociológica, FCE, México, �96�. Padua, Jorge, Técnicas de investigación aplicadas a las ciencias sociales. FCE, México, �979. Wallerstein, Emanuel (coord.), Abrir las ciencias sociales, Siglo xxi, Méxi- co, �996. WeBer, Max, El político y el científico, Alianza Editorial, Madrid, �97�. WeBer, Max, Ensayos de metodología y sociología, Amarrortu, Buenos Aires, �97�. . Capítulo El pEnsamiEnto sociológico A lo largo de la historia diversos pensadores han com- prendido e interpretado a la sociedad. Este capítulo hace un recorrido por los momentos más relevantes de la histo- ria de la sociología y tiene los siguientes apartados: 21 2 22 La reflexión sobre la sociedad: de Platón a los Derechos del Hombre El pensamiento social y su evolución desde la Grecia antigua y el Renacimiento; el comienzo de la reflexión sobre el poder y los fenómenos económicos, y la aparición del individuo como centro de la explicación social en el liberalismo que conduce a la independencia de Estados Unidos, la Revolución Francesa y las guerras de independencia en Latinoamérica. Las revoluciones y la transformación social Presenta a la Revolución Francesa y la Revolución Industrial como precursoras del pensamiento sociológico en Europa. Ex- plica los cambios que ambas acarrearon a la sociedad de su tiempo. Nace la sociología Expone el pensamiento de los “socialistas utópicos”, así como el de Henri de Saint-Simon y Augusto Comte, fundadores de la sociología. Otros fundadores Otros pensadores fundamentales continúan con la evolución del pensamiento sociológico: Herbert Spencer, Karl Marx y Max Weber. La sociedad actual ¿Cómo ha cambiado la sociedad?, ¿cuáles son los nuevos problemas que motivan a la reflexión sociológica? 23Capítulo 2: El pensamiento sociológico La reflexión sobre la sociedad: de Platón a los Derechos del Hombre En su avancE, la ciencia tiende a convertirse en conocimiento universal. Así como la circulación de la sangre, la ley de gravedad o la existencia de los microbios se han inte- grado al conocimiento del sentido común, el lenguaje sociológico también ha adquirido paulatinamente un lugar en el habla cotidiana: nos referimos con toda naturalidad a las clases medias, la ideología capitalista, la búsqueda de status, la legitimidad de los gobier- nos o los medios masivos de comunicación. Sin embargo, para que se diera este traslado de los conceptos sociológicos a la cultura general, la sociología ha tenido que recorrer un largo trecho desde los primeros pensadores sociales hasta que, durante la primera mitad del siglo xix, definió su campo de estudio y surgió como disciplina autónoma. En la historia del pensamiento occidental, la reflexión en torno a la sociedad se remon- ta, cuando menos, a los griegos. Tanto en los Diálogos de Platón (en particular en “El Banquete” y “Las Leyes”) como en la Política de Aristóteles se abordaba el tema desde una perspectiva filosófica, encaminada sobre todo a encontrar la forma que la sociedad debería asumir para lograr un orden justo en el cual pudiera manifestarse la virtud de los hombres, considerada como meta de la vida social. Durante el Renacimiento, una preocupación similar llevó a algunos importantes pen- sadores a elaborar textos filosófico-literarios acerca de sociedades perfectas: ejemplos conocidos de ellos son La ciudad del sol, de Tommaso de Campanella, y la famosa Uto- pía, de Tomás Moro, escrita en 1516. Notables ejercicios de imaginación, ambas obras contenían una crítica a la sociedad de su tiempo y a la vez expresaban la posibilidad de que existieran sociedades dichosas en el orden y la buena organización a partir del ejerci- cio de las mayores virtudes humanas. El avance de la economía capitalista y la formación de los estados-nación durante los siglos xvi y xvii orientaron la reflexión social hacia la economía y la política. Nicolás Ma- quiavelo, Jean Bodin, Thomas Hobbes y John Locke estudiaron la relación entre los hom- bres y el poder, y reflexionaron acerca de las razones de las colectividades para aceptar el poder del Estado, de las características de ese poder y de las obligaciones respectivas que imponía al soberano y al súbdito. Con ello sentaron las bases de la teoría jurídica del Estado y la moderna ciencia política. Por su parte, otros autores como Thomas Mun, François Quesnay y Adam Smith ini- ciaron el debate teórico acerca de cuestiones como la producción, el valor de las cosas, el significado del dinero y la importancia del comercio. Sus aportaciones, fundamentales para el estudio de la economía moderna, fueron además tomadas en cuenta por los gober- nantes de la época para orientar las economías nacionales. Para todos estos autores, la sociedad no era sino un conglomerado más o menos su- jeto a los vaivenes de la política y la economía. Prevalecía la idea de que el hombre es fundamentalmente egoísta (“el hombre es el lobo del hombre”, decía Hobbes), y que voluntariamente acepta un conjunto de controles que se ejercen sobre él para permitirle vivir en sociedad. Interesaba ante todo la defensa del Estado monárquico, la propiedad y las nacientes reglas de la economía capitalista. Aun relativamente dispersas en pequeñas aldeas y ciudades de no más de ciento cincuenta mil habitantes, las personas eran vistas Hacia la sociología24 Utopía “...Tiene la isla 54 ciudades, grandes, magníficasy absolutamente idénticas en lengua, costumbres, instituciones y leyes; la situación es la misma para todas e igual también, en cuanto lo permite la naturaleza del lugar, su aspecto exterior. Las más próximas distan entre sí 24 millas, pero ninguna está tan aislada que no pueda irse de una a otra en el espacio de un día.” “Para tratar de los asuntos comunes a la isla, tres delegados de edad y experiencia por cada ciudad se reúnen anualmente en Amauroto que, por estar situada casi en el centro de la isla, resulta la más cómoda para los representantes de las demás y se la tiene por primera y principal. La distribución del terreno entre las ciudades se hizo de manera tan acertada que cada una tiene no menos de veinte millas a la redonda y aún más, naturalmente, cuando es mayor la distan- cia entre las mismas. Ninguna de ellas siente el deseo de ensanchar sus confines pues los habitantes se sienten más cultivadores que dueños de las tierras. Tienen distribuidas convenientemente por el campo casas dotadas de instrumentos rústi- cos que los ciudadanos habitan por turno. Cada familia campesina cuenta con no menos de cuarenta miembros entre hombres y mujeres, además de dos siervos de la gleba, y está dirigida por un padre y una madre experimentados y maduros; a cada trescientas familias se les señalaba un filarca.” Moro, Tomás, Utopía, Sopena, Buenos Aires, 1941. . principalmente como súbditos de un poder político y no como integrantes de una colec- tividad. La tendencia prevaleció en el pensamiento liberal que se inició con los filósofos de la Ilustración y continuó a lo largo del siglo xix. Los liberales, para quienes la socie- dad constituía —como dijo un historiador moderno— una “anarquía de competidores iguales”, establecieron como punto de partida la capacidad de los hombres, dotados de razón, libertad y afán de felicidad, para enfrentarse en condiciones de igualdad. La so- ciedad se concebía como una suma de individuos, cada uno con sus propios proyectos y ambiciones, unidos por alguna forma de “contrato” que les permitía establecer relaciones útiles entre sí. El economista inglés Adam Smith (1723-1790) sostenía, por ejemplo, que la sociedad dependía de la libertad con que unos cuantos individuos pudieran generar e intercambiar sus productos en el mercado. Según Smith, los nacientes capitalistas invertirían segura- mente en aquello que tuviera más demanda y que, por lo tanto, les reportara la mayor ganancia. Al satisfacer una necesidad evidente, el productor libre contribuiría automáti- camente al bienestar de la sociedad entera. Hoy las teorías de Smith son fundamento del llamado “neoliberalismo”. El mismo Jean-Jacques Rousseau, cuyas obras dieron sustento ideológico a la Revo- lución Francesa de 1789, tuvo inicialmente al sujeto político, al ciudadano, como centro 25Capítulo 2: El pensamiento sociológico de interés. En sus primeros trabajos (Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres, 1755) su actitud hacia la sociedad era más bien de rechazo: veía al individuo como una víctima de la sociedad. Sin embargo, en el Contrato social sostuvo que a pesar de que el hombre ha nacido libre, no encuentra mejor manera de vivir en sociedad que renunciando a su libertad prístina a cambio de participar en la creación del Estado a través de la llamada voluntad general. Como Rousseau, otros brillantes pensadores de fines del siglo xviii —Voltaire, Em- manuel José Sieyés y el Conde de Mirabeau, entre otros— reflexionaron acerca de la vida social y produjeron ideas fundamentales para el establecimiento de la naciente democra- cia. No obstante, predominó la creencia en el sujeto individual como punto de partida, motor y sostén de la sociedad. Esa fe en el individuo, la razón y la fuerza de la libertad y la igualdad intrínsecas de los hombres como fundamentos de una sociedad feliz, fue la que nutrió a la Revolución Francesa, al movimiento de independencia de los Estados Unidos y al pensamiento de los libertadores en las colonias españolas del resto de América. Thomas Paine, George Jac- ques Danton y Maximilien de Robespierre profesaban, junto con Simón Bolívar, Miguel Hidalgo y Thomas Jefferson, esta creencia liberal en las potencialidades del individuo y en que, como ha dicho otro autor, “los designios sociales eran una suma aritmética de designios individuales”. Los principios liberales: la defensa del individuo, su libertad y su igualdad ante la ley quedarían plasmados en la Declaración de Derechos del Hombre en 1789. Las revoluciones y la transformación social La Revolución Francesa hizo posible que la sociedad se considerara desde un nuevo punto de vista. Con ella, las “masas” irrumpieron en el escenario político y obligaron a los seres humanos a pensar en la sociedad como un ente colectivo en cuyo seno latía un enorme potencial de cambio. La radical transformación sufrida por Francia y finalmente por Europa y América a raíz de la Revolución Francesa produjo un verdadero cambio en las mentalidades. Al impulso precursor de Montesquieu, cuyo interés por el estudio sistemático de la sociedad se adelantó muchos años al surgimiento de la sociología, quizá debería sumarse esa toma de conciencia propiciada por la revolución. A la vuelta del siglo xix el “colectivismo” empezaba a sustituir al individualismo y la sociedad a considerarse como algo digno de análisis y, tal vez, la misma consideración con que en las décadas anteriores se habían estudiado los fenómenos naturales. Además de la Francesa, otras dos revoluciones contribuyeron a desarrollar el interés por la sociedad: la Revolución Científica y, principalmente, la Revolución Industrial. Nos referimos, en el primer caso, a la gran cantidad de descubrimientos que desde media- dos del siglo xvii se venían produciendo en las ciencias naturales a partir de la utiliza- ción del método experimental. Robert Boyle, Robert Hooke, Pierre Gassendi y, por supuesto, Isaac Newton, habían logrado enormes avances en el terreno de las matemáti- cas, la física, la química y el estudio de la mecánica celeste. Sus descubrimientos demos- traron que el mundo de las cosas podía ser comprendido, explicado y puesto a prueba, ¿por qué no intentar eso mismo con el mundo de los seres humanos? Hacia la sociología26 El ejemplo de los científicos despertó en otros intelectuales la convicción de que la sociedad podía estudiarse con la misma precisión que los objetos físicos. Ése era el afán del conde Henri de Saint-Simon cuando afirmaba que “el método de las ciencias naturales debía aplicarse a la política”, así como de Auguste Comte, quien pretendía construir “la ciencia verdadera del desarrollo social”. Ya no se trataba de realizar una reflexión filo- sófica sino de utilizar la experiencia en la formulación de leyes que, como sucedía en las ciencias naturales, dieran cuenta de las regularidades del proceso social. Al mismo tiempo, con más fuerza aun que en las ciencias naturales, los cambios pro- ducidos en la sociedad por la Revolución Industrial motivaron a muchos hombres inte- ligentes y observadores a emprender un análisis social que condujera a la solución de grandes problemas. Se llamó Revolución Industrial a la introducción de adelantos técnicos en los talleres de hilado y tejido de la lana en Inglaterra y Escocia, que dieron paso a un acelerado pro- ceso de industrialización en toda Europa a partir de 1760. A las máquinas accionadas por la fuerza animal o humana sucedieron las que utilizaban la fuerza hidráulica, que a su vez fueron reemplazadas muy pronto por la máquina de vapor. Súbitamente, las posibilidades de la producción se habían transformado: un fabricante podía de pronto abarcar un enor- me mercado e incrementar sus ganancias a un ritmo mucho más acelerado. La sociedad no tardaría en sufrir las consecuencias de estos cambios. Estos adelantos técnicos intensificaron el proceso de creación de fábricas y, con él, la explotación de los trabajadores. A medida que aumentabael ansia de ganancias las condiciones empeoraban: cientos de obreros se hacinaban en espacios reducidos y en pésimas condiciones de iluminación y ventilación; la jornada de trabajo se prolongaba hasta dieciséis y veinte horas; niños y mujeres eran incorporados sin distingos al proceso de producción. Al mismo tiempo, el modo de vida rural se volvía urbano: las ciudades se desarrolla- ban en torno a las fábricas, a medida que miles de campesinos emigraban de otras zonas para incorporarse al proceso industrial. En 1789 el mundo era todavía predominante- mente rural. En Europa, sólo París y Londres rebasaban el medio millón de habitantes; la población estaba dispersa en pequeñas villas de 30 a 40 mil habitantes y apenas unas cuantas grandes ciudades podían considerarse centros urbanos importantes. Hacia 1850, las nuevas urbes industriales se habían multiplicado: Manchester, Liverpool, Glasgow, Lyon y Hamburgo, junto con Filadelfia, Pittsburgh y Baltimore en Estados Unidos, habían crecido a un ritmo vertiginoso y contaban con poblaciones de 100 a 400 mil habitantes. París ya tenía un millón y Londres más de dos millones. El mundo rural daba paso a un mundo urbano, con nuevos problemas y situaciones. Nace la sociología La industrialización, la aparición de los grandes núcleos urbanos, el surgimiento de la clase obrera y las penosas condiciones de vida de esta última influyeron en la vida colec- tiva de los seres humanos y llevaron a los intelectuales a iniciar un estudio sistemático y razonado de la vida social. Éstos percibían que aun cuando el mundo se había transforma- do, las personas no eran por ello más felices. Las expectativas surgidas de la Revolución Francesa e, incluso, del imperio napoleónico se enfrentaban a la dura realidad de la des- 27Capítulo 2: El pensamiento sociológico igualdad, la pobreza y la inestabilidad política. Muchos pensadores respondieron a ello con propuestas en torno a la sociedad, ya considerada como un ente colectivo con reglas propias. Aunque la preocupación se centró por un lado en el restablecimiento del orden, trastornado desde la revolución, la tendencia predominante se orientó hacia la reorganiza- ción social y la solución a los problemas de la clase trabajadora. Surgieron así las utopías socialistas, producto de la imaginación de una generación de intelectuales que, como dijo Federico Engels, intentaron “descubrir un sistema nuevo y más perfecto de orden social para implantarlo en la sociedad desde fuera, por medio de la propaganda y, de ser posi- ble, con el ejemplo, mediante experimentos que sirvieran de modelo”. William Godwin, Charles Fourier, Robert Owen y el conde Henri de Saint-Simon pertenecen a este grupo de autores conocidos como los socialistas utópicos, en cuyos proyectos de reorganización social latía el germen de lo que sería el estudio moderno de la sociedad. Henri de Saint-Simon (1760-1825) Henri de Saint-Simon anunciaba la aparición de una nueva clase social: la de los industriales que abarcaba lo mismo a los obreros que a los propietarios de las fábricas y cuya industriosidad se oponía al ocio y la molicie de la aristocracia y las burguesías financieras y agrícolas de su tiempo. Veía con beneplácito que se acercaba el momento en que esta nueva clase trabajadora y emprendedora se haría cargo no solamente de la producción sino del gobierno que dejaría de ser “el gobierno de las personas para dar paso a la administración de las cosas”. Al constatar igualmente el avance de la ciencia, visualizaba, en suma, un “irresistible movimiento que instaurará un nuevo poder espiritual en manos de los sabios y un nuevo poder en manos de los jefes de los trabajos industriales”. Su famosa “parábola” proponía la eventualidad de que súbitamente desapa- recieran de Francia tres mil hombres que incluyeran a los cincuenta primeros mejores físicos, químicos, poetas, relojeros, fabricantes de armas, arquitectos, mineros, ingenieros, fabricantes de algodón, etcétera, lo cual llevaría al país a un Estado de inferioridad que requeriría al menos de una generación “para remediar esta desgracia”. En cambio, si Francia perdiera de pronto a sus más importantes príncipes, condes, marqueses y señores, jerarcas de la iglesia, fun- cionarios del Estado y grandes propietarios, ello a su entender, no tendría ninguna consecuencia importante: “no causaría pena más que bajo un punto de vista sen- timental, pues de ello no resultaría ningún mal político para el estado”. Por su fe en la capacidad para gobernar de esa nueva generación de hombres marcados por la utilización de las máquinas, el empleo del conocimiento y la des- treza, y la creencia en el progreso, algunos autores consideran a Saint-Simon el padre del pensamiento tecnocrático. Henri de Saint-Simon, “El organizador” en Ghita Ionescu, El pensamiento político de Saint-Simon, México, FCE, 1983. . Hacia la sociología28 Fue Henri de Saint-Simon (1760-1825) quien trazó el camino al anunciar el adveni- miento de una nueva etapa en las sociedades, en la cual la racionalidad de la empresa industrial y la lógica de la producción ocuparían el lugar central. Comenzaría así la etapa “positiva”, caracterizada por la utilización de la ciencia en la comprensión de la realidad. La psicopolítica, como la denominó Saint-Simon inicialmente para luego utilizar también los nombres de “ciencia del hombre”, “fisiología social” y “fisiología positiva”, se aplica- ría a la política y a la sociedad usando “el método de las ciencias de la observación”, cuyos elementos, según Saint-Simon, eran “el razonamiento y la experiencia”. Fundó así, de he- cho, la ciencia social, aunque bautizarla correspondería a su discípulo: Auguste Comte. Por su parte, Augusto Comte (1798-1857), quien fuera secretario de Saint-Simon du- rante algunos años, se separó de él en 1823 y continuó desarrollando el sistema de pen- samiento de su maestro, la llamada “filosofía positiva”, que Comte hizo culminar con la fundación de la ciencia de la sociedad, la sociología, disciplina totalizadora que según él, conduciría al verdadero progreso de la humanidad. Para muchos autores, el mayor mérito de Comte fue haber inventado el neologismo “sociología” que en adelante designaría a la nueva ciencia (combinación de la raíz lati- na societas, sociedad, y la griega logos, tratado). No obstante, es preciso reconocer su entusiasmo científico y su esfuerzo sistematizador, que lo llevaron a sintetizar y enunciar, como componentes imprescindibles de la sociedad, los dos temas que han sido funda- mentales en la investigación social hasta nuestros días. Comte los llamó orden y progreso, que el hacía corresponder con la estática y la dinámica sociales. Después de Comte, el desarrollo de las diversas corrientes sociológicas hasta el pre- sente muestra, por una parte, esta inquietud por desentrañar las razones profundas que mantienen a las personas unidas dentro de una sociedad, les permiten vivir ordenada- mente y los conducen a cohesionarse de nuevo después de aun los peores cataclismos. Por otra parte, la sociología se interroga acerca de las leyes que rigen el cambio social y acerca del conflicto, la desigualdad y la transformación constante de la sociedad en tanto tendencias que de pronto pueden asumir las proporciones de una nueva revolución. Otros fundadores Al mismo tiempo que Comte se preocupaba por el orden y el progreso sociales, el inglés Herbert Spencer (1820-1903) desarrollaba la sociología llamada evolucionista, basada en un paralelismo entre las sociedades y las diversas formas de la naturaleza, con las que encontraba grandes similitudes. Interesado desde su juventud en las teorías evolucionistas, Spencer se adelantó al mismo Charles Darwin, autor de El origen de las especies (1859), al estudiar los pro- cesos de mutación de los organismos. En cuanto a la sociedad, Spencer sostenía que a lo largo de la historia ésta ha sufrido una serie de cambios provocados por la lucha por la supervivenciay la adaptación al medio ambiente, cambios que la han conducido a una creciente complejidad. Este autor equipara a la sociedad con un organismo vivo en el cual todas las partes son independientes y en el que funcionan una serie de sistemas —nutritivo, distributivo y militar— que, en forma similar a la circulación, la digestión o el sistema nervioso en el organismo vivo, desempeñan funciones muy precisas. Re- volucionarias en el terreno científico, las teorías de Spencer, al igual que las de Comte, 29Capítulo 2: El pensamiento sociológico La dinámica social de Comte Auguste Comte explica el progreso de la humanidad como un proceso evolutivo del conocimiento de ésta acerca de la realidad. Las sociedades —decía— han atravesado por una etapa teológica, en la cual atribuyen a fuerzas superiores los fenómenos que no alcanzan a comprender (etapa que a su vez pasa por tres fases: fetichismo, politeísmo y monoteísmo); una metafísica, en la que se sustituyen las fuerzas sobrenaturales por conceptos filosóficos; y una positiva, en la cual triunfa la explicación científica. Así, el progreso es el tránsito de la sociedad hacia la civilización regida por la ciencia. En su estudio acerca de la teoría sociológica, Nicholas Timasheff ha resumido en el siguiente cuadro las relaciones que Comte establecía entre cada etapa y las formas sociales que le correspondían. Observa cómo el desarrollo social culmina con una civilización regida por el amor y el respeto a la especie humana. . Etapa Desarrollo de Unidad social Tipo de orden Sentimiento la vida material predominante Teológica Militar Familia Doméstico Cariño Metafísica Legalista Estado Colectivo Veneración Positiva Industrial Especie Universal Benevolencia (humanidad) Nicholas, Timasheff, La teoría sociológica, Fondo de Cultura Económica, México, 1961. desembocaban en un conservadurismo político que a la postre las haría atractivas como fundamento de regímenes autoritarios. No es posible concluir este breve recuento de los fundadores del pensamiento socio- lógico sin hacer alusión a Karl Marx, creador del sistema teórico al que se conoce como materialismo histórico. Dotado de una inteligencia excepcional y reconocido como uno de los más grandes pensadores de todos los tiempos, Marx (1818-1882) nunca pretendió ser un sociólogo. Él partió de una perspectiva totalizadora que lo llevó a explorar muy diversas regiones de la realidad para llegar a comprenderla. Vinculó así la historia con la economía y la política para ofrecer una gran interpretación de la sociedad y del camino que los hombres deberían seguir para volverla más justa e igualitaria. Dos cuestiones sobresalen en su teoría: el postulado de que la producción económica constituye la base de toda la estructura social y el punto de partida para entenderla, y la noción de que las sociedades se transforman a partir de las fuerzas sociales que se desarrollan en su interior y que, en el caso de la sociedad capitalista moderna, llevarían inevitablemente a la toma del poder por la clase oprimida: el proletariado. Sobre esto versa con detalle el capítulo 4. El rechazo de Marx hacia todas las teorías sociales que lo precedieron y otros pensado- res de su tiempo, aunado a la audacia de sus afirmaciones y a su militancia revolucionaria, Hacia la sociología30 lo apartaron durante su vida y mucho tiempo después de su muerte de lo que se llamó sociología académica, es decir, de la ciencia social que a partir de las ideas de Comte y de Spencer empezó a desarrollarse en las universidades europeas y americanas. No fue sino hasta fechas muy recientes que la sociología académica se reconcilió con las ideas marxistas, las cuales, pulidas por el tiempo y enriquecidas con las aportaciones de nuevos especialistas, se incorporaron al conocimiento sociológico. Otros importantes autores del siglo xix y principios del xx contribuyeron a conformar los grandes caminos teóricos de la sociología moderna: Max Weber (1864-1920), quien propuso una metodología basada en la objetividad y el estudio de la acción social; Émile Durkheim (1858-1917), quien impulsó la utilización de los datos estadísticos y se inte- resó por las formas de cohesión internas de la sociedad, y Vilfredo Pareto (1848-1923), quien desarrolló una teoría de las élites y destacó la importancia de los actos inconscien- tes o ilógicos dentro de la sociedad. Todos estos autores constituyen el punto de partida de una reflexión que tiene a la colectividad como objeto de estudio. También volveremos a hablar de ellos más adelante. Así, a lo largo de muchos años, la sociología ha formulado hipótesis que han sido com- probadas o refutadas por la historia; ha elaborado conceptos y explicaciones que preten- Sociedad y positivismo en México En México el positivismo encontró a sus primeros seguidores desde 1867, cuando el doctor Gabino Barreda, quien había asistido a los cursos de Comte en París, pronunció en Guanajuato su famosa “oración cívica”, en la cual anunció la necesi- dad de la ciencia en la explicación histórica y propuso el tema de “libertad, orden y progreso” como divisa de la historia mexicana. La fundación de la Escuela Nacio- nal Preparatoria, en la que se proporcionaría “una educación metódica basada en la jerarquía de las ciencias positivas y emancipada de todo concepto metafísico y teológico” —como diría uno de sus impulsores—, asentó el dominio de las ideas positivistas en la educación, las cuales, al menos durante una década, constitu- yeron un movimiento renovador que desterró la influencia religiosa de la educa- ción y alentó la investigación científica en el país. Más tarde, durante el porfiriato, el positivismo se convertiría en la doctrina sustentada por el grupo en el poder —el pueblo se refería a ellos como “los científicos”— y abandonaría sus anhelos de conocimiento y de humanismo para convertirse exclusivamente en una teoría del orden y de la dominación. No obstante, la sociología ya había encontrado su camino en nuestro país. Al parecer, la primera cátedra se impartió en 1896 en la Escuela Nacional Prepara- toria y algunos años más tarde se implantó como materia obligada en la Escuela de Jurisprudencia. En 1909, don Andrés Molina Enríquez publicó un libro llamado Los grandes problemas nacionales, en el cual, con las armas intelectuales que le brindaban las teorías sociológicas de Comte y de Spencer, emprendía la ardua tarea de explicar la realidad del país a partir de lo que él llamaba “la ciencia del hombre colectivo”. . 31Capítulo 2: El pensamiento sociológico den ser universales, es decir, aplicables a todos los casos; también en ocasiones ha deste- rrado estos conceptos ante la complejidad y diversidad de una vida social que demanda nuevas explicaciones. La sociología ha propiciado estudios profundos y detallados en tor- no a problemas muy concretos y producido críticas implacables respecto de sus propias conclusiones y de su validez como ciencia; todo ello como parte de un afán infatigable de acercarse a desentrañar las singularidades de una sociedad en cambio permanente, pero también como una necesidad del sociólogo de ser partícipe de ese cambio. Justamente porque surge de una necesidad transformadora, sostiene el sociólogo francés Jean Duvig- naud, la sociología “es hija de la Revolución”. La sociedad actual Nuestras sociedades distan mucho de parecerse a la que Comte o Marx trataron de expli- car en el siglo xix. A la Revolución Industrial sucedieron ya, cuando menos, otras dos: una revolución energética y otra tecnológica. La primera se inició con la aparición del motor de combustión interna y la utilización industrial de la energía eléctrica, que a su vez llevaron al desarrollo de la siderurgia y de la industria del transporte, a la construcción de carreteras y a una nueva expansión industrial y urbana. La segunda transformación, la llamada “revolución tecnológica”, nos acerca cada vez más a una era automatizada en la que los robots y las computadorassustituirán al ser humano en infinidad de tareas. Los seres humanos viajan al espacio y abren nuevas fronteras a la ciencia y la geografía política, mientras que los medios masivos de comunicación se desarrollan a un punto tal que podemos estar informados de lo que acaba de suceder hace sólo unos minutos en cual- quier parte del globo terráqueo. Los dramas sociales se desarrollan con frecuencia ante los ojos de millones de espectadores. La televisión, el cine, la radio y los modernos sistemas de telecomunicación —como Internet— multiplican la información y, al mismo tiempo que acercan a las sociedades, ponen de manifiesto la diversidad de sus problemáticas. La sociología entra a la universidad La sociología de Comte y Spencer pronto encontró eco en América. En 1876 William Graham Sumner, basado en el evolucionismo spenceriano, impartió el primer curso universitario de sociología en Estados Unidos (en la Universidad de Yale), con lo cual se adelantó muchos años a la primera cátedra europea de la nueva disciplina, que Émile Durkheim dictó en Burdeos a partir de 1887. Es inte- resante anotar que Comte fue rechazado por la Universidad de París y dictó sus cursos en la Escuela Normal y en la Escuela Politécnica, cursos que no fueron de sociología sino de filosofía positiva. Por su parte, Spencer siempre rechazó la vida universitaria, mientras que Pareto y Weber impartieron cursos de economía, nunca de sociología. En 1882, Spencer viajó a Estados Unidos, donde obtuvo un enorme éxito, y sus seguidores se extendieron por todas las universidades esta- dounidenses. . Hacia la sociología32 Durante los últimos cien años se suscitaron dos guerras mundiales y se generó la ame- naza de una tercera y definitiva conflagración que podría borrar del planeta a la especie humana. Tras el triunfo de la Revolución de Octubre en Rusia, el socialismo se extendió por una gran cantidad de países con población total equivalente a más de la mitad de los habitantes del globo terráqueo, pero en la segunda mitad de la década de los ochenta del siglo xx fue severamente cuestionado por su rigidez política y económica, y reem- plazado nuevamente por sistemas capitalistas y más democráticos, aunque sobrevive en algunas naciones, como China y Cuba. Por lo mismo, la división del mundo en dos gran- des sistemas, a la cabeza de los cuales estaban Estados Unidos y la Unión Soviética, se modificó en las últimas décadas para dar paso a una nueva situación mundial que tiende hacia la creación de grandes bloques continentales. Decenas de países nacieron a la vida independiente durante el siglo, y ante el aumento de la población mundial, las grandes potencias comenzaron a voltear hacia el espacio exterior como territorio colonizable y posible fuente de materias primas. Las relaciones económicas, las comunicaciones, el uso de las computadoras y el Internet, encaminan a las sociedades a un mundo en donde las fronteras tienden a hacerse menos rígidas y los procesos abarcan a todo el planeta: este concepto, relativamente nuevo, es el de la globalización. El abismo que separaba a la clase obrera de la clase propietaria en la Europa de la Revolución Industrial, en muchas ocasiones es el que hoy separa a las naciones ricas de las naciones pobres. Hambrunas en África, migraciones masivas en Centroamérica, fabri- cación de armas perfeccionadas en Israel o en Francia y luchas por la liberación nacional, han sido manifestaciones de la diversidad de una sociedad mundial que integra a muchas sociedades nacionales en muy distintas situaciones de riqueza, educación, participación política y felicidad individual. En unas y otras, en un contexto cada vez más liberalizado, nuevos grupos sociales reclaman atención: minorías étnicas, religiosas o sexuales, muje- res organizadas, grupos ecologistas y estudiantes han añadido sus problemas a los nunca por completo resueltos de la clase trabajadora. El terrorismo, que, utilizado por los anar- quistas, a fines del siglo xix amenazó la convivencia de las naciones europeas y presagió el fin de los grandes imperios, vuelve a aparecer, esta vez con una dimensión mundial y como expresión de diferencias culturales, sociales y políticas de raíces profundas. Estudiar este mundo complejo e interdependiente, dar respuesta a grandes cuestiones relacionadas con su estructura global y con sus problemas particulares, orientar a quienes toman las decisiones, al mismo tiempo que explicar la situación en la que vive el ciuda- dano común y corriente, son las tareas y responsabilidades de una sociología que hoy debe apresurarse y revisar muchos de sus supuestos teóricos para seguir acorde con la época. Sin embargo, ello no quiere decir que los sociólogos deben olvidarse de los padres fundadores de su disciplina. Muy por el contrario, en coyunturas como ésta, cuando la sociología debe ser creativa e inventar conceptos, es cuando más requiere ir a sus pro- pios fundamentos y revisar a los clásicos, como hemos hecho a lo largo de este capítulo para hacer un balance de lo que ha sido su quehacer científico y estar en condiciones de ir hacia adelante. En los capítulos siguientes examinaremos algunos de los rasgos más importantes y significativos de las sociedades contemporáneas y mencionaremos, en cada caso, algunos elementos conceptuales y metodológicos que la sociología y otras disciplinas afines han desarrollado para su mejor comprensión. 33Capítulo 2: El pensamiento sociológico Actividades complementarias Busca en una enciclopedia o en la bibliografía sugerida información acerca de la vida y obra de los autores mencionados en este capítulo. En particular localiza a Platón, Aristóteles, Tomás Moro, Jean–Jacques Rousseau, Charles Darwin y Karl Marx. Entre 1789 y 1792 se produjeron los acontecimientos más importantes de la Revolución Francesa. Investiga y haz una pequeña cronología. Discute con tus compañeros y tu profesor situaciones o problemas que podrían ser objeto de una investigación sociológica. . 1. 2. 3. Bibliografía Si te interesa profundizar en los temas tratados en este capítulo, puedes con- sultar alguno de los siguientes libros: a) Sociología: Montesquieu, Charles-Louis, Del espíritu de las leyes, Editorial Porrúa, México, 1995. b) Revolución Francesa: Clark, George, La Europa moderna 1450-1720, FCE (Breviarios), Méxi- co, 1963. HobsbawM, Eric, Las revoluciones burguesas, Guadarrama, Madrid, 1964. kuCzynski, J., Evolución de la clase obrera, Guadarrama, Madrid, 1967. Manfred, A., La gran Revolución Francesa, Editora Universitaria, La Ha- bana, 1965. VoVell, Michel, Introducción a la historia de la Revolución Francesa, Crí- tica/Grijalbo, México, 1984. c) Historia del pensamiento social: alexander, Jeffrey, Las teorías sociológicas desde la Segunda Guerra Mundial, Gedisa, Barcelona, 1990. aron, Raymond, Las etapas del pensamiento sociológico, Siglo xx, Buenos Aires, 1970. Cole, G. H., Historia del pensamiento socialista, Tomo I, Los precurso- res, FCE, México, 1984. GurVitCH, G., Los fundadores franceses de la sociología contemporá- nea: St. Simon y Proudhon, Nueva Visión, Buenos Aires, 1970. Mayer, J. P., Trayectoria del pensamiento político, FCE, México, 1968. sabine, George, Historia de la teoría política, FCE, México, 1972. tiMasHeff, Nicholas, La teoría sociológica, FCE, México, 1961. . Capítulo Los protagonistas sociaLes Las formas en que los seres humanos se relacionan den- tro de la sociedad, así como las actuaciones que estos modos de agrupación determinan, constituyen uno de los puntos de partida fundamentales del estudio sociológico. Este capítulo revisa estas categorías fundamentales y tie- ne los siguientes apartados: 35 3 Grupos primarios y secundarios La asociación de los individuos produce grupos de dos tipos: los primarios, que incluyen al grupo de juegos, de amigos y princi- palmente a la familia; y los secundarios, que incluyen diversos tipos de asociaciones establecidascon un fin específico. La familia El más importante de los grupos primarios ha estado y sigue estando sujeto a una constante evolución de la que derivan cambios y tipologías. Acción y actores Este apartado revisa la teoría de la acción social, de Max Weber, como una forma de entender la vida colectiva, y refiere cómo fue reelaborada por el estructural-funcionalismo de Tal- cott Parsons y sus seguidores. La estratificación Este concepto, derivado del funcionalismo, intenta explicar las desigualdades de nivel entre los individuos a partir del status, el esfuerzo y el premio que merecen ciertas actividades impor- tantes para la sociedad. Movilidad social Este concepto, muy relacionado con la estratificación, tiene como objetivo explicar el paso de un estrato a otro o de un papel a otro dentro de una sociedad. Las clases sociales Dada la importancia de la clase social, como concepto deriva- do de la teoría marxista, este capítulo la aborda deteniéndose a explicar su carácter histórico, su determinación económica, y su relación con la superestructura y el cambio social. La acción colectiva: movimientos y organizaciones Las formas de acción colectiva y las teorías que las han estu- diado son el tema de este apartado, que hace mención de la teoría de la estructuración de Giddens, los movimientos socia- les, las asociaciones y la teoría de la organización. Élites y masas Referencia a la distinción entre élite como un sector privilegia- do por el poder, la cultura o el dinero y las masas como expre- sión social amorfa, mediocre y manipulable. 37Capítulo 3: Los protagonistas sociales La sociedad está formada por individuos que actúan colectivamente. Ya sea como parte de su familia, grupo escolar, núcleo de trabajo, sindicato o club, los seres humanos realizan actividades que guardan una estrecha relación con las de otros seres humanos. Es en esas actividades que se constituyen a sí mismos como sujetos sociales y se convierten, por ello, en objeto de estudio de la sociología. Analicemos nuestra vida cotidiana: todos somos sujetos sociales en tanto que convivi mos con los demás, pues desempeñamos las tareas que se nos han asignado y cumplimos con las obligaciones impuestas por la familia, la religión o la ley; expresamos nuestro acuerdo o desacuerdo con lo que sucede; nos reunimos en un partido político, una aso ciación de servicio o un grupo de estudio; nos divertimos con amigos y aprendemos de la experiencia de quienes nos han precedido. Sin embargo, lo anterior no significa que la sociedad, como conjunto, tenga un carác ter homogéneo. Por lo general, la actividad colectiva se desarrolla en un escenario mar cado por profundas contradicciones cuyo origen es la desigualdad entre los hombres. Las costumbres, el ingreso, la educación y las formas de ganarse el sustento de los integrantes de una sociedad difieren, a veces, de manera drástica. Junto con los anteriores, otros factores como el género, la edad, la ocupación o la creencia en una causa determinada separan a los hombres y los llevan a pertenecer a grupos diferenciados y en ocasiones antagónicos. Es por ello que en el estudio de lo social es preciso tener presentes estos dos elemen tos fundamentales: 1) la acción colectiva de los hombres y 2) la desigualdad intrínseca de la sociedad. En torno a estos dos aspectos fundamentales y a la relación que guardan entre sí, la sociología ofrece diversas explicaciones que analizaremos a lo largo de este capítulo. Grupos primarios y secundarios Una primera y más o menos elemental explicación de la actividad colectiva de los hom bres se da a partir de la existencia de los grupos llamados primarios y secundarios. Los grupos primarios son aquellas formas de asociación natural o voluntaria en las que los individuos comparten valores y conductas sin necesidad de formalizarlos. Se basan fundamentalmente en la consanguinidad, la simpatía o el afecto, aunque a veces intervienen elementos como el respeto o el temor. Así, los compañeros de clase, el grupo de amigos que se reúne a jugar boliche o dominó, la pandilla juvenil y los integrantes de una generación escolar constituyen grupos primarios, los cuales se identifican por existir con el único fin de ser un grupo. A diferencia de una asociación de caridad, una empresa o un partido político, que sí tienen objetivos precisos, los grupos primarios constituyen un fin en sí mismos. Veamos el ejemplo de las bandas, que fue la forma de organización de un enorme número de jóvenes en barrios marginales y zonas fronterizas de México en la década de 1980. En ellas, sus miembros estaban vinculados por lazos de afectivos más que raciona les, y tenían una serie de relaciones no institucionalizadas pero sí integradas en un código interno tácito y generalmente inviolable. La observancia o no observancia de esas reglas Hacia la sociología38 El grupo primario: los chavos banda “Ahí en la secundaria empezamos a formar nuestra banda: puros chavos lacra. Yo me los jalaba. Luego íbamos a Santa Fe; de ahí agarrábamos un camión como 15 o 20 chavos y nos íbamos a robar a las vinatas o a los carros de refrescos... Me puse mi candadito, una cadena con un candado en el cuello como los Sex Pistols. Mi pelo acá, me lo cortaba bien punk. Pulseras de esas de pico...” “Entonces empecé a vivir con estos chavos. Vivíamos en un cuartito tres cha- vas y dos chavos. Ninguno estudiaba, todos nos dedicábamos a atracar. Con la banda me sentía mejor que con mi mamá. La banda era como mi familia, casi, casi, como mis hermanos...” “Por lo regular, nadie tiene ruca. Con otras bandas sí hay un resto de chavas, pero nosotros no. A mí me gusta más cotorrear con la banda que andar con cha- vas y así somos todos. 0 sea, sí nos gustan pero casi nel...” Testimonios de adolescentes pertenecientes a “bandas”, en Jorge García Robles, ¿Qué transa con las bandas?, Posada, México. . implícitas iba en relación directa con la pertenencia al grupo: quien no las cumplía era excluido o expulsado. El premio al cumplimiento era, simplemente, pertenecer. Aunque por lo general se piensa que los jóvenes se asociaban en la banda para poder delinquir, lo cierto es que la banda constituía un fin en sí misma. En ella, el grupo no importaba como medio sino como resultado: la agresividad, la violencia, el lenguaje degradado o inventado y aun los actos delictivos fueron importantes para los “chavos banda” por que los identificaban como integrantes de un grupo frente al resto de una sociedad a la que rechazaban. Para reflexionar Una expresión distinta a la de las bandas mencionadas es la “Mara Salva trucha” agrupación que se origina en Centroamérica y actualmente tiene adeptos en todo el territorio mexicano y ciudades del sur de los Estados Unidos. Se caracteriza por una adhesión a reglas inviolables (entre ellas el tatuaje de los cuerpos), una propensión al uso de la violencia y una lealtad extrema a los secretos y rituales que dan identidad a sus miembros. En la medida en que obedecen a una jerarquía que frecuentemente va más allá del pequeño grupo y se dedica expresamente al delito, estas agrupaciones estarían más cerca del grupo secundario (basado en la asociación con un fin) que al primario, basado en la afinidad y la simpatía. . 39Capítulo 3: Los protagonistas sociales Además de los grupos primarios, los individuos pertenecen a otros grupos secunda- rios dentro de esta perspectiva de análisis, cuyas relaciones están delimitadas por reglas establecidas y un ingreso formal: un sindicato, un partido político o una asociación de padres de familia entran en esta segunda clasificación que incluye las formas de agru pamiento basadas en la elección racional de cada miembro y en determinados fines que se persiguen a partir de una acción colectiva: la solución a problemas laborales, en el caso del sindicato; la toma del poder, en el del partido político; o el mejoramiento de las instalaciones escolares, en el de la asociaciónde padres. En todos ellos se requiere que cada persona haya tomado la decisión de pertenecer al grupo y aceptado someterse a los reglamentos correspondientes. Algunos sociólogos con inclinación al detalle y la minuciosidad empírica han pro fundizado en las características internas de los diferentes grupos. Robert K. Merton, por ejemplo, enumera hasta veinticinco “propiedades” observables en los grupos, las cuales van desde el tamaño de éstos hasta su prestigio social, su autonomía y su grado de es tabilidad. Según el autor, todas ellas deberían analizarse en cada caso particular para comprender la singularidad del grupo y su lugar en la estructura global de la sociedad. Más adelante, en este mismo capítulo conoceremos como, a lo largo del siglo xx y par ticularmente en la segunda mitad del siglo, el número de asociaciones de todo tipo creció enormemente en todo el mundo, lo cual ha obligado a reconsiderar su estudio desde nuevas perspectivas. La familia El grupo primario por excelencia es la familia, a la cual se pertenece no por decisión individual sino por haber nacido dentro de ella y aceptar sus reglas internas. Ya sea que se hable de la familia nuclear, compuesta exclusivamente de padre, madre e hijos, o que se le atribuya un sentido más amplio que abarque toda la gama de parentescos (abuelos, tíos, primos, sobrinos, etcétera) en cuyo caso se habla de la familia ampliada, el grupo familiar constituye la unidad social básica en la mayoría de las sociedades. En primer lugar, porque a través de la vida familiar el individuo se convierte en parte de la sociedad, se socializa. En segundo lugar, porque la familia es su primera y más natural forma de organización colectiva: la que otorga a los individuos su sentido de pertenencia a un grupo, les genera lealtades y les establece jerarquías. Sin embargo, la definición de lo que es el grupo familiar plantea algunas dificulta des. ¿Se trata de aquellos individuos vinculados por lazos de sangre? En tal caso habría que tener en cuenta que el padre y la madre se unen por una relación no consanguínea (que puede provenir del amor, la simpatía, el interés económico, la imposición de los pro pios padres, etcétera), y que es a partir de esa unión que la familia se integra. ¿Debemos referirnos entonces a quienes viven bajo un mismo techo? Entonces debería incluirse a sirvientes o a huéspedes permanentes, por ejemplo. Ambos elementos —el de los lazos de sangre y el de la casa compartida— deben tenerse en cuenta aunque no se puedan considerar como absolutamente determinantes porque, como vemos, la cuestión no es tan simple. Contribuye a complicarla la enorme variedad de formas que los grupos familiares asumen y han asumido en distintas épocas Hacia la sociología40 y diferentes sociedades. La experiencia de los antropólogos ha puesto de manifiesto que el grupo familiar no siempre adopta las características de la moderna familia occidental. En las islas Trobriand (en la Melanesia), Malinowski encontró que la forma del grupo familiar era semejante a la nuestra, pero no así el papel asignado a sus integrantes: el padre era el compañero sexual de la esposa, pero era el hermano de ésta quien ejercía la autoridad sobre los hijos de la pareja. Ello se debía a que los nativos de estas islas —por lo menos en 1927, cuando Malinowski llevó a cabo su investigación— ignoraban el papel desempeñado por el hombre en la reproducción y atribuían a los hijos una genealogía exclusivamente materna. Así, se consideraba tabú el tener relaciones sexuales con los propios hermanos o con los hermanos y sobrinos de la madre (hombres o mujeres), pero no con los del padre. El ejemplo de las islas Trobriand, que se repite con variaciones en muchas otras socie dades estudiadas por antropólogos y sociólogos (consultar el recuadro “La antropología y el estudio de la familia”) es interesante porque motivó una amplia reflexión en torno a la organización “natural” de la familia nuclear, pues se veía que a pesar de que la función biológica del padre era desconocida, bastaba la relación sexual con la madre para crear una serie de lazos entre aquél y los hijos, los cuales permitían la existencia del grupo familiar como organización básica. Experiencias como la descrita han llevado a muchos sociólogos a concluir que la fami lia existe como una organización social pequeña que se funda generalmente en la procrea ción y crianza de los hijos, y puede asumir formas muy distintas. En algunas predomina la consanguinidad y en otras la habitación compartida, pero en ambas priva la aceptación de una serie de reglas internas que, comúnmente, implican una división familiar del trabajo y un acuerdo acerca de los papeles que corresponde desempeñar a cada individuo. Entre los pueblos árabes, por ejemplo, los hijos de una madre establecen relaciones de respeto o simpatía con las otras esposas de su padre, y relaciones de hermandad con sus medios hermanos. En este caso es evidente que el padre y su casa constituyen el eje en torno al cual se organiza la familia, tanto la nuclear —que aquí incluiría a varias madres y a los hijos de todas ellas— como la ampliada, que comprendería a los padres, hermanos y parientes del padre y a los de todas las madres. Un ejemplo radicalmente distinto lo constituyen experimentos como el kibbutz en Israel, donde los niños viven sólo parcialmente con los padres y pasan la mayor parte de su tiempo en habitaciones colectivas con el resto de los niños de la comunidad. Aquí, el lazo consanguíneo continúa manteniendo la existencia de la familia, pero ésta se ha debi litado como organización social. Hay diversas manifestaciones, como la recién mencionada, que se han señalado co mo tendientes a la disolución de la familia (cuando menos de la familia occidental como grupo primario paradigmático). Por ejemplo, en la sociedad industrial contemporánea el creciente número de divorcios fragmenta la familia nuclear y establece nuevas y a veces complejas relaciones de parentesco: el padre que debe compartir a sus hijos con el nuevo compañero de la madre o viceversa; los hijos que tienen medios hermanos en dos familias —la del padre y la de la madre—, y a veces en tres o cuatro, cuando media más de un divorcio. Ello además de la consecuente multiplicación de la familia ampliada (nuevos abuelos, abuelas, tíos, etcétera). Simultáneamente se ha producido una leve, pero constante, transformación en los papeles tradicionales asignados a cada miembro. La incorporación de la mujer a las actividades productivas; el actual concepto de educación, 41Capítulo 3: Los protagonistas sociales La antropología y el estudio de la familia Más que la sociología, la antropología se ha ocupado de las distintas y complejas formas que la familia y el parentesco asumen en las distintas sociedades. Mali- nowski, Radcliffe-Brown, René Dumont, Nadel y Claude Lévi-Strauss, entre otros, han hecho importantes desarrollos teóricos en los que el parentesco es justamente el punto de partida. Sin embargo, fue un jurista quien por vez primera estableció la preponderancia del matriarcado en las sociedades antiguas. Juan Jacobo Bachofen (1815-1887), interesado en el origen del derecho materno, realizó concienzudas investigaciones acerca de los autores clásicos griegos y romanos, así como sobre el trabajo de etnólogos y antropólogos de su época, para argumentar que en las so- ciedades antiguas el origen de los hijos podía demostrarse sólo por línea materna, por lo cual las mujeres gozaban de un particular respeto y una importancia en la sociedad que se perdería al instituirse el derecho paterno, el patriarcado. La primera y, hasta la fecha, fundamental investigación sobre las formas de parentesco fue realizada por Lewis H. Morgan (1818-1881), quien vivió con los iroqueses del norte de Nueva York así como con grupos aborígenes australianos. Su experiencia, consignada en su obra más importante, Ancient Society (1877), le permitió elaboraruna clasificación de las familias que parecería corresponder a distintas formas de organización social y sirvió de base a Federico Engels para escribir su famoso folleto El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado. Morgan citaba, en orden de aparición histórica: a) La familia consanguínea. En ella, todos los hijos e hijas de una comunidad son hermanos y hermanas, pero también pueden actuar como cónyuges; la rela- ción sexual está prohibida solamente hacia las generaciones superior (padres, abuelos) e inferior (hijos, sobrinos, etcétera). b) La familia punalúa. En esta forma se elimina de la relación sexual a los her- manos y hermanas nacidos de la misma madre. Más tarde, la prohibición se referirá también a las hijas e hijos de las hermanas de la madre. El sistema familiar tiende a organizarse por grupos (varias con varios esposos). c) La familia sindiásmica. Aquí se ha eliminado ya el matrimonio por grupos al aumentar la prohibición de mantener una relación sexual con gran cantidad de individuos ligados por complejas formas de parentesco: primos hermanos, pri- mos segundos, sobrinos, etcétera. Sin embargo, el vínculo conyugal es frágil y, aunque el adulterio femenino se castiga, una vez disuelto el matrimonio los hijos pertenecen a la madre y ésta puede buscar un nuevo compañero. d) La familia monogámica. En ésta se ha dado ya la transición del derecho mater- no al paterno: la característica de la monogamia es que garantiza la paternidad indiscutible del hombre a partir de la solidez de los lazos conyugales. Ello se explica, decía Engels, por la necesidad de heredar los bienes del padre a los hijos legítimos, de donde deducía la relación entre familia y propiedad privada. La monogamia conlleva, por lo mismo, la sumisión de la mujer y la desigualdad de las relaciones familiares, basadas en la opresión del sexo femenino. . Hacia la sociología42 que otorga a los niños un papel más activo dentro de la familia; los estudios acerca de la psicología del adolescente y, en general, una actitud más abierta en torno a las relacio nes humanas, han conducido a un debilitamiento del autoritarismo familiar que conlleva —como hacen notar algunos estudiosos— un cambio en el papel conservador y sociali zador que la familia ha desempeñado tradicionalmente. Al mismo tiempo, la vida urbana destruye lazos de parentesco más amplios y tiende a reducir a la familia a su expresión “nuclear”, la cual tiene vigencia en tanto los hijos no se separen y formen nuevas familias nucleares. A pesar de las tendencias señaladas, todo parece indicar que, debido a su relación con la satisfacción de las necesidades sexuales, la reproducción y los impulsos más elementa les del hombre, la familia seguirá existiendo como la forma grupal básica. Monogámica o poligámica, nuclear, ampliada o colectiva, la familia constituye el grupo con el cual se tiene la primera —y generalmente determinante— experiencia social. Acción y actores Otro importante enfoque teórico para comprender la vida colectiva es la teoría de la acción social desarrollada por Max Weber, cuyos puntos principales ha recogido la so ciología estadounidense. La acción social, afirma Weber, es aquella actividad humana que está orientada por las acciones de otros hombres. Es decir, cada vez que actuamos “socialmente” estamos su poniendo una respuesta por parte de otros individuos. Un claro ejemplo de acción social es el intercambio de mercancías. En ese proceso, el vendedor ofrece su mercancía porque supone que se encontrará a su vez con un comprador, que entre los dos habrá formas de pago establecidas, que acaso se requiera de un regateo previo, etcétera. Weber hacía notar también que no toda acción entre seres humanos tiene carácter so cial y mencionaba como ejemplo un choque entre dos ciclistas: dada la falta de intención que caracteriza a un incidente de tránsito, éste tiene un carácter cercano al de un fenóme no natural. En cambio, la acción social se llega a producir cuando uno de los dos ciclistas evita el choque o ambos pelean después de él. Weber parte de que la acción social es fundamentalmente producto de una decisión individual por lo cual la clasifica a partir de la orientación del individuo que la realiza: 1) racional con arreglo a fines, 2) racional con arreglo a valores, 3) afectiva y 4) tradicio nal. La diferencia entre los cuatro tipos de acción está dada por el grado de vinculación entre medios y fines. En otras palabras, una acción será en verdad racional cuando esté guiada por un fin previamente considerado por el propio actor. Sin embargo, las acciones más frecuentes son las tradicionales —regidas por la costumbre— y las afectivas, que provienen de los sentimientos, como se observa a continuación en el recuadro. La teoría de la acción social fue recogida y reelaborada por Talcott Parsons, sociólogo de la primera mitad del siglo xx que desarrolló la teoría conocida como estructuralfun cionalismo. A partir de sus trabajos, de alto contenido teórico, la sociología estadouni dense popularizó el concepto de actor social, estrechamente relacionado con los de papel (rol) y status. Según esta teoría, todo individuo, en la medida en que se interrelaciona con los demás, es un actor social que participa en la sociedad de la misma manera que lo hace el actor en 43Capítulo 3: Los protagonistas sociales una obra de teatro, ajustándose al papel que se le ha asignado. Por lo tanto, las acciones sociales se producen a partir del desempeño de un papel o rol que conlleva, a su vez, una serie de normas que el actor debe respetar. Por ejemplo, el empleado de un banco debe no sólo desempeñar correctamente sus tareas, sino además cumplir con ciertos requisi tos de pulcritud y apariencia, trato con el público y deferencia a sus supervisores que generalmente le exigen sus empleadores. En el momento en que dejara de cumplir con estas normas —o pautas— su comportamiento se volvería extraño e incluso molesto para quienes le rodean; estaría desempeñando mal su papel. A lo largo de un día, un individuo puede desempeñar varios papeles: padre de familia, empleado público, estudiante de posgrado y jugador de ajedrez, por ejemplo. Cada uno de ellos conlleva un determinado comportamiento al cual debe ajustarse: siendo empleado probablemente no va a tratar a su jefe como trata a su hijo de cinco años, y seguramente su ropa y hasta su forma de hablar pueden modificarse cuando asiste a sus cursos univer sitarios, durante la tarde o cuando juega una partida de ajedrez. De acuerdo con el funcionalismo, la organización social surge de la relación entre papel y status. Es decir, dado que cada papel implica una serie de normas, también lleva asociado un determinado prestigio social: el status. Tal concepto se refiere a la opinión que el conjunto de la sociedad tiene de cada papel: un padre de familia tiene probable mente más status que un soltero, un banquero más que un elevadorista y un músico de moda más que un organillero. Un autor funcionalista afirma que el status “es una especie de marca de identificación social que coloca a una persona en relación con otra y que siempre implica algún tipo de papel”. Es decir, el status proviene de la percepción que la sociedad —o un sector de ella— tiene acerca de determinada actividad o determinado factor de prestigio. Por ello, el status es el concepto clave de la teoría de la estratificación, la cual cons tituye la respuesta dada por el funcionalismo al complejo problema de la desigualdad social. tipos de acción social según Weber Acción social Racionalidad* *La racionalidad se mide por el grado en que el medio utilizado corresponde al fin buscado. Tradicional Racional con arreglo a fines Afectiva Racional con arreglo a valores Guiada por la costumbre Guiada por la reflexión y el cálculo Guiada por los sentimientos Guiada por convicciones morales, éticas Hacia la sociología44 La estratificación Aunqueexisten muchas variantes de la teoría de la estratificación, en términos generales se trata de una perspectiva que destaca la diferencia vertical entre los individuos. Sos tiene que a partir de ciertos factores —el más importante de los cuales es el status— la sociedad se organiza naturalmente de manera jerarquizada y piramidal. Así, en el nivel más bajo (estrato inferior) de la pirámide social estarían las personas de menores ingresos y escasa educación, ocupadas tal vez en labores manuales y poco estimuladas. La pirámi de continúa en forma ascendente hasta llegar al estrato superior, integrado por individuos con estudios superiores, altos ingresos y ocupaciones privilegiadas. De acuerdo con los defensores más ortodoxos de la estratificación, esto sucede porque la sociedad requiere de personas que cumplan con muy diversas funciones, otorgando diferentes recompensas a cada una de ellas a fin de que se sientan estimuladas para desem peñar las actividades que exigen mayor conocimiento o habilidad. Desde esta perspec tiva, las funciones más delicadas llevan asociado un mayor status y obtienen una mayor recompensa, que no es solamente económica sino también en términos de un grado ma yor de reconocimiento público, permisividad o autoridad. Todos esos factores sitúan a las personas en determinados estratos, que constituyen los escalones de la pirámide social. “La necesidad funcional que explica la presencia universal de la estratificación —sos tienen los autores estadounidenses Kingsley Davis y Wilbert Moore (consultar el recua dro “Estratificación: la desigualdad justificada”)— es precisamente la exigencia, sentida por toda la sociedad, de colocar y motivar a los individuos en la estructura social. Por consiguiente, la riqueza no debería considerarse como una expresión de la des igualdad sino como la recompensa a la funcionalidad de determinada tarea. Dicho de otro modo, aquellos papeles que cumplen una función importante en la sociedad, por ejemplo el de director de empresa, deben obtener una recompensa más alta. Talcott Parsons Talcott Parsons (1902-1979) ha sido uno de los más influyentes pensadores en el desarrollo de la sociología académica. Inspirado en las ideas de Weber, Pareto y Durkheim desarrolló su teoría del sistema social como un todo estructurado y definido a partir de las acciones sociales de los hombres, orientadas a su vez por otros sistemas como el psicológico, el ambiental y, principalmente, el cultural, en donde las normas juegan un papel determinante como cohesionadoras de la sociedad. Profesor de la Universidad de Harvard, en Estados Unidos, sus aportes teóricos están contenidos en infinidad de artículos y en sus dos libros principales: La estructura de la acción social (1937) y El sistema social (1951). Conocida como estructural–funcionalismo, su teoría ha sido divulgada y simplificada por muchos de sus seguidores, entre los que destacan Marion Levy, Kingsley Davis, Eli Chinoy y Edward A. Shils. En años recientes, el pensamiento de Parsons ha tenido un resurgimiento a partir de autores como Jeffrey Alexander y Niklas Luhman. . 45Capítulo 3: Los protagonistas sociales Estratificación: la desigualdad justificada* “Si los deberes relativos a las diferentes posiciones fueran todos igualmente gra- tos al organismo humano, todos igualmente importantes para la supervivencia de la sociedad y requirieran todos de la misma capacidad o del mismo talento, no importaría quién ocupara esta o aquella posición, y el problema de la colocación social se vería reducido en gran medida. Pero de hecho, tiene gran importancia no solamente porque algunas posiciones son intrínsecamente más agradables que otras, sino también porque algunas requieren talento o adiestramiento especiales y algunas son funcionalmente más importantes que otras. También es esencial el hecho de que los deberes inherentes a las posiciones se cumplan con la dili- gencia que su importancia requiere. Por tanto, es inevitable el hecho de que una sociedad deba tener, en primer lugar, ciertos tipos de recompensas que puedan obrar como incentivos y, en segundo lugar alguna manera de distribuir estas re- compensas diferencialmente de acuerdo con las posiciones. Las recompensas y su distribución se convierten en parte integrante del orden social, dando lugar así a la estratificación. Podemos preguntarnos de cuántos tipos de recompensa dispone una sociedad para distribuir su personal y asegurar los servicios esenciales. En primer lugar, tiene las cosas que contribuyen al sustento y al confort; en segundo, las que contribuyen a la diversión y a la distracción; y, finalmente, las que contribuyen al autorrespeto y a la autoafirmación. Esta última, a causa del peculiar carácter social del yo, es fundamentalmente una función de la opinión ajena, pero reviste, sin embargo, una importancia similar a la de las otras dos. En cualquier sistema social los tres tipos de recompensas deben ser dispensados diferencialmente a los deberes de la posición (los que para el interesado son derechos son consi- derados usualmente como deberes por los otros miembros de la comunidad). Pero puede existir una serie de derechos subsidiarios y compensaciones que no resultan esenciales para la función de la posición y que están conectados sólo in- directa y simbólicamente con los deberes de la misma y que, sin embargo, pueden tener notable importancia para inducir a las personas a buscar la posición misma y a cumplir con sus deberes esenciales. Si los derechos y los privilegios de las diversas posiciones en una sociedad deben ser desiguales, entonces la sociedad debe estar estratificada, porque esto es, exactamente, lo que quiere decir la estra- tificación. La desigualdad social es, de ese modo, un recurso inconscientemente desarrollado a través del cual las sociedades se aseguran que las posiciones más importantes estén ocupadas responsablemente por las personas más calificadas. Toda sociedad, sin importar lo simple o compleja que sea, debe, por lo tanto, di- ferenciar a las personas tanto en términos de prestigio como de estima, y debe poseer un cierto monto de desigualdad institucionalizada para ello.” *Kingsley Davis y Wilbert E. Moore, “Algunos principios de la teoría de la estratificación”, en Davis et al., La estructura de las clases, Tiempo nuevo, Caracas, 1970. . Hacia la sociología46 El status puede ser adscrito o adquirido. En el primer caso, se tiene desde el naci miento; por ejemplo, en una sociedad gobernada por una monarquía, un miembro de la aristocracia o de la casa reinante tiene un status por adscripción. Por otro lado, el status puede adquirirse mediante el estudio, la acumulación de bienes o un golpe de suerte; por ejemplo, una carrera universitaria frecuentemente es señalada como una manera de adquirir status. Esta posibilidad permite que un hombre pueda moverse de un estrato al siguiente, aunque muchas veces se dé el caso de que, por adscripción el individuo se vea limitado a un status que no le permite obtener otro; es decir, la falta de oportunidades para los individuos situados en los estratos inferiores puede impedirles ascender en la escala social. Con frecuencia, como se ve en el recuadro anterior, la teoría de la estratificación más que explicar la desigualdad social tiende a justificarla. Sin embargo, ello no la invalida por completo: el énfasis que hace en el status permite una primera y útil aproximación al estudio de una sociedad. En efecto, si encontramos los criterios que una sociedad utili za para determinar el status y jerarquizar a sus propios integrantes, habremos avanzado mucho en su comprensión. Observamos así que el origen familiar es determinante en so ciedades de castas como las que existen en la India y otros países asiáticos, mientras que los criterios raciales son los que deciden el status en países como Sudáfrica en tiempos del apartheid. Estudios más recientes demuestran que la estratificación no es necesariamenteun factor de estabilidad social, sino de conflicto y descontento, además de ser un pro ceso complejo que obedece a una multiplicidad de criterios, los cuales, por lo general, deben considerarse más bien como indicadores para clasificaciones arbitrarias. En otras palabras, podemos elegir algunos de estos criterios y elaborar nuestra propia estratifi cación, sea con base en la edad, el nivel de educación o el nivel de consumo a partir de la posesión de ciertos bienes (casa propia, automóvil, refrigerador, antena parabólica, etcétera). Este tipo de consideración es el que permite referirse a clases altas, medias o bajas, generalmente midiéndolas a partir de la posesión de ciertos bienes. Más adelante volveremos sobre el problema de las clases. Para reflexionar En la gran mayoría de las sociedades occidentales se concede un status su perior a quienes consiguen el aplauso del gran público. Así, es muy posible que un torero o una cantante de baladas estén situados en el escalón más alto de la pirámide, aunque nunca hayan pasado de la escuela primaria, mientras que un inventor o un poeta serían vistos con cierto desprecio o conmiseración. El interés que se concede a los actores y actrices de Ho llywood, que se complementa con el monto exorbitante de los salarios que éstos perciben, es signo de una particular asignación de status a la actuación cinematográfica. . 47Capítulo 3: Los protagonistas sociales Movilidad social El movimiento entre un estrato y otro ha sido denominado movilidad social. De acuerdo con las oportunidades que proporcionan y la flexibilidad de sus mecanismos de ascenso, algunas sociedades presentan una movilidad social más acentuada y factible que otras. La movilidad puede ser horizontal o vertical. La horizontal se refiere a los cambios que se producen a lo largo de un mismo estrato, por lo tanto, tiene que ver más con el paso de un rol a otro y la diversidad de roles que una sociedad ofrece a sus integrantes. Por ejemplo, en algunos países los profesores universitarios cambian frecuentemente de una universidad a otra, lo cual implica incluso mudarse de ciudad. Muchas veces el cambio implica un ascenso –movilidad vertical— pero al realizarse en su misma profesión, po demos hablar de que entre los profesores universitarios en Canadá o Estados Unidos hay una acentuada movilidad horizontal. Un caso distinto, también de movilidad horizontal, puede ser el de una sociedad muy dinámica (por ejemplo, un centro turístico) en donde se abren distintas posibilidades ocupacionales que no significan necesariamente un as censo, aunque sí una experiencia distinta para quien se anima a cambiar frecuentemente de empleo. La movilidad vertical se refiere, como ya hemos dicho, al paso de un estrato a otro, y puede ser ascendente o descendente. Una crisis económica que deja a muchos hombres y mujeres sin trabajo puede significar un intenso fenómeno de movilidad descendente. En cambio, una fuente de riqueza, como el turismo o el petróleo, puede ocasionar para una sociedad el aceleramiento de su movilidad ascendente. Los defensores ortodoxos de la teoría de la estratificación afirman que la movilidad social es un producto del esfuerzo personal y casi siempre una consecuencia del talento para los negocios. El conocido caso de Hilton, quien ascendió de elevadorista de un hotel a dueño de la cadena hotelera más importante del mundo, se cita a menudo como un ejem plo típico de movilidad ascendente y de que la sociedad aún brinda oportunidades a sus hijos más empeñosos. Como hemos visto arriba, la realidad es mucho más compleja. Las clases sociales A diferencia de las teorías referidas, la de las clases sociales plantea de inicio diferencias irreconciliables en la sociedad. Aunque desde fines del siglo xviii se utilizaba la palabra “clase” para referirse a los distintos grupos que conformaban a la sociedad, fue Karl Marx quien definitivamente incorporó el concepto al análisis moderno de la sociedad y le otorgó su contenido teórico y político. Los autores contemporáneos que han desarrollado más extensamente la teoría de las clases sociales coinciden en señalar que, para comprender el concepto de clase, es preciso partir de las propuestas originales del marxismo. Vladimir Ilich Ulianov, conocido como Lenin, quien fundó su teoría revolucionaria en las obras de Marx, resumió estas propuestas en una definición que sigue siendo clásica: Las clases son grandes grupos de hombres que se diferencian entre sí por el lugar que ocupan en un sistema de producción social históricamente determinado, por las relaciones en que se encuentran con respecto a los medios de producción, por el papel que desempeñan en la organización social del trabajo y, consiguien- Hacia la sociología48 temente, por el modo y la proporción en que perciben la parte de riqueza social de que disponen. Las clases son grupos humanos, uno de los cuales puede apropiar- se del trabajo de otro, por ocupar puestos diferentes en un régimen determinado de economía social. De la definición anterior y el conjunto de los textos de Marx se desprenden algunos elementos centrales que han sido objetos de amplios y profundos debates: 1) el carácter histórico de la clase, 2) su determinación por la estructura económica, 3) su relación con la “superestructura” y 4) su importancia para la comprensión del cambio social. Vale la pena analizar con cierta profundidad estos elementos, así como las principales observa ciones que se han hecho acerca de ellos para enriquecer el concepto de clase y modificarlo a fin de que permita explicar la moderna sociedad industrial en la que estamos inmersos. El carácter histórico de la clase En el Manifiesto Comunista, Marx afirma que la historia de los hombres es la historia de la lucha de clases. Destaca con ello la persistencia de la desigualdad a lo largo de todas las épocas y el necesario antagonismo que se produce entre las clases dominantes y las dominadas. Se refería a la constante presencia, en la historia de los pueblos, de grupos claramente diferenciados, uno de los cuales disfruta generalmente de una serie de privile gios y tiene mayor acceso a los bienes y comodidades existentes en su sociedad, mientras que otro u otros grupos se encuentran en franca desventaja con respecto al primero, hacia el que guardan una relación de subordinación. Así, la separación entre hombres libres y esclavos en las sociedades antiguas, entre señores feudales y siervos durante la Edad Media en Europa, entre sacerdotes y hombres comunes en sociedades como la egipcia o la azteca, es clave para entender las formas de organización y ejercicio del poder vigentes en cada caso. Ello querría decir que la desigualdad no es un hecho fortuito ya que la orga nización social se funda precisamente en la existencia de clases, entendidas como grandes conjuntos humanos que guardan relaciones desiguales entre sí. También implica que, para poder comprender cada sociedad particular en cada etapa de su desarrollo histórico, es preciso analizar su estructura de clases. De esta manera, la existencia de determinadas clases no es necesaria para la existencia de la sociedad en abstracto, sino para esa socie dad en particular. La determinación económica de las clases En todos los ejemplos citados encontramos una clase que se beneficia del esfuerzo, la sumisión y el trabajo de la otra. Ello se explica, dice Marx, porque los hombres se separan en clases de acuerdo con la forma en que participan en el proceso de producción. Con este último concepto, Marx se refiere a la actividad organizada de los hombres para transformar la naturaleza. En el capítulo 6 veremos bajo el concepto de cultura cómo, a diferencia de los animales, los hombres modifican su entorno natural a fin de procurarse los satisfactores que requieren para vivir: cultivan la tierra, construyen casas, fabrican tela y crean muy diversos objetos que les facilitan y hacen más agradable la existencia. La49Capítulo 3: Los protagonistas sociales Marx, Engels y el Manifiesto del Partido Comunista En 1847, la Liga de los justos, organización clandestina con sede en Bruselas, pidió a Karl Marx y Federico Engels que redactaran una declaración sobre los principios de la organización, para publicarla. La elección de los dos autores habla elocuentemente del interés que sus primeros textos habían despertado entre los socialistas europeos, principalmente en quienes, como los miembros de la Liga de los justos, habían defendido las ideas comunistas de Graco Babeuf (1760-1797) en contra de las menos radicales de los socialistas utópicos. Marx y Engels llevaban para entonces cerca de cinco años de colaboración constante. Marx, nacido en 1818 en Trier (Tréveris), Alemania, había abandonado su país en 1843 a causa del cierre de la Gaceta del Rin, publicación en la cual se desempeñaba como redactor en jefe y donde habían aparecido sus primeros artículos, considerados comunistas y subversivos por el gobierno alemán. Ello no hizo sino despertar el interés de Marx por estudiar las ideas de los comunistas eu- ropeos, y lo llevó a su primer encuentro con Federico Engels, quien para entonces había hecho un trabajo acerca de la falsedad de las teorías económicas de los liberales. Engels, nacido en 1820 en Barmen, Alemania, había residido en Manchester, donde su padre poseía fábricas de textiles. Ahí se interesó por las condiciones de vida de los trabajadores y en 1843 inició su correspondencia con Marx, con quien se encontraría el año siguiente en París para consolidar una amistad que duraría toda la vida. Entre 1843 y 1848 se publicaron las obras que dieron a conocer a ambos au- tores y que iniciaron apasionadas polémicas entre los teóricos del socialismo: de Engels, aparecida en 1845, La condición de la clase obrera en Inglaterra; de Marx, Miseria de la filosofía, escrita en 1847 en contra de las ideas socialistas de Pierre Joseph Proudhon; y de ambos, La Sagrada Familia, publicada en 1845. También escribieron juntos La ideología alemana en 1846, pero esta obra no se publicó sino hasta muchos años después de la muerte de ambos. A solicitud de la Liga de los justos, en 1847 Engels redactó una primera versión del Manifiesto, la cual fue totalmente reescrita por Marx, quien le imprimió su sello combativo Desde su frase inicial, “Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunis- mo...” hasta la decisiva frase final: “Los proletarios no tienen nada que perder (con la Revolución) más que sus cadenas. Tienen en cambio un mundo que ganar. ¡Proletarios de todos los países, uníos!”, el Manifiesto hizo un lúcido análisis del avance del capitalismo en Europa y sintetizó las opciones de lucha que se ofre- cían al naciente proletariado. Subrayó la acción transformadora de la burguesía y, al mismo tiempo la desenmascaró al revelar su carácter interesado y explotador; además, suprimió las ideas de hermandad sostenidas hasta entonces por la Liga de los justos para postular la diferencia insalvable entre las clases, que sólo se resolvería tras la revolución. Muchos de sus supuestos, como lo hace notar el mis- mo Engels en sus prólogos de 1876 y 1890, cambiaron radicalmente después de . Hacia la sociología50 haberse escrito. En particular, las condiciones generales de existencia de la clase obrera se modificaron debido a la misma acción organizada de la clase obrera que, sin embargo, no desembocó, como preveía Marx, en la revolución comunista. No obstante, el Manifiesto sobrevive como la más grande pieza de la bibliografía revo- lucionaria, como lo resume Edmund Wilson, biógrafo de Marx y Engels: “El Manifiesto Comunista es denso y está cargado de fuerza explosiva. En cuarenta o cincuenta páginas sintetiza con tremendo vigor una teoría general de la historia, un análisis de la sociedad europea y un programa de acción revolucio- naria.” “El Manifiesto apareció en francés un mes antes de la revolución de 1848, anali- zada por el propio Marx en sus dos conocidos escritos La lucha de clases en Francia y El 18 Brumario de Luis Bonaparte. Después de un breve periodo de aparente indiferencia, el Manifiesto se convirtió en la lectura obligada de las organizaciones socialistas y obreras de Europa. Hacia el tercer cuarto del siglo, había sido tradu- cido al alemán, al inglés, al polaco, al danés y al ruso. En 1871 aparecieron tres traducciones distintas en los Estados Unidos.” “Restaba aún a Marx y Engels escribir una extensa e importante obra. Además de una enorme cantidad de artículos y cartas, debemos citar entre otros libros im- portantes de Engels, El Antidühring, Del socialismo utópico al científico, El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, y de Marx, los tres volúmenes de El Capital, que condensan una profunda labor de investigación realizada hasta su muerte, en 1883. Los últimos dos libros se deben en buena parte al trabajo editorial de Engels, quien revisó los manuscritos y completó la obra del amigo al que pro- fesó una amistad y lealtad ejemplares en la historia de la colaboración intelectual. Engels murió en 1895.” Edmund Wilson, La estación Finlandia, Alianza, Madrid, 1976. teoría marxista identifica como proceso de producción a todo ese conjunto de actividades transformadoras e identifica a las clases básicamente por el lugar que ocupan en dicho proceso. ¿Cómo se reconoce ese lugar? Ante todo, sostiene Marx, por la relación que se esta blece entre los hombres respecto a los medios de producción, es decir, los instrumentos materiales necesarios para llevar a cabo el proceso productivo. Imaginemos, por ejemplo, a la Europa medieval: la economía es bastante simple y los principales medios producti vos son la tierra, la semilla, el arado y los animales. El hombre común produce su propia tela, construye su casa de leños o piedra, según la región, y es dueño de sus instrumentos de trabajo: un azadón, una pala, tal vez un caballo. Sin embargo, la tierra en la que vive es parte de un feudo, propiedad de un señor feudal y, por lo tanto, no es completamente suya. A cambio de la protección militar que otorga al campesino, el señor le exige altos impues tos y probablemente una parte de su producción agrícola para abastecer las bodegas del castillo. Si el poder del señor es muy grande, el habitante del feudo es considerado como siervo, está sujeto a los caprichos de aquél y no tiene autorización para abandonar las fron teras del feudo. De esta suerte, en el feudalismo encontramos una clase subordinada, la de 51Capítulo 3: Los protagonistas sociales los hombres comunes y los siervos, y otra dominante, constituida por el señor feudal y la nobleza o aristocracia que lo rodea, generalmente vinculada al ejercicio de la guerra. Con el desarrollo histórico de las sociedades, los medios de producción se vuelven más complejos y las relaciones de producción se modifican. El paso de la economía agrícola y la producción casera a la manufactura, primero, y más tarde a la gran industria, con la consiguiente división y especialización del trabajo, lleva a la conformación de dos clases básicas en la sociedad capitalista: la burguesía y el proletariado. La burguesía o clase propietaria es la dueña del conjunto de los medios de producción, que comprenden la maquinaria, las fábricas, la materia prima y la tecnología. Por su parte, el proletariado o clase obrera ha ido perdiendo gradualmente toda relación de propiedad con dichos medios, de tal manera que aporta sólo su trabajo al proceso de producción, a cambio de un salario. Por eso se dice que el obrero vende su fuerza de trabajo. Al mismo tiempo, dice Marx, la burguesía tiene la capacidad de fijar un salario al trabajador y apropiarse del excedente de la producción (la plusvalía), lo cual le permite mantener un alto nivel de vida y paralelamente ampliar su fábrica, mejorar sus instala ciones y, por supuesto, obtener mayores ganancias. Desde el punto de vista económico, la subordinaciónentre clases es, pues, una relación de explotación en la cual se da una división desigual del trabajo, de tal manera que una de las clases utiliza el trabajo de la otra o las otras para su propio beneficio. Como dice un autor moderno, ello conduce a la existencia de “formas asimétricas de oportunidades vitales” o, dicho de otro modo, a que en toda sociedad clasista haya quienes tienen mayores posibilidades que otros de disfrutar de los bienes económicos y culturales que esa sociedad produce. Relación entre clase y superestructura La teoría marxista de las clases sociales sostiene que por encima de las relaciones eco nómicas se erigen otras de dominación política e ideológica, a las que Marx se refiere generalmente con la expresión superestructura. Cada una de estas dos partes de la super estructura —la política y la ideológica— constituyen formas a través de las cuales una de las clases ejerce su poder. Es decir, toda estructura social fundada en la separación de las clases es reforzada, de un lado, por formas jurídicas y de ejercicio del poder; del otro, por una explicación social que contribuye a mantener el predominio de la clase más fuerte. En la sociedad capitalista, de acuerdo con esta interpretación, las dos partes fundamentales de la superestructura son el Estado y la ideología. En el fondo de esta afirmación hay dos ideas que son quizá las más debatidas y con trovertidas dentro del conjunto de la teoría marxista de las clases: una, que en la sociedad capitalista el Estado es la expresión política de los intereses de la burguesía (afirmación que ha sido replanteada por las modernas explicaciones sobre el Estado); la otra, que toda clase desarrolla una explicación de la sociedad que incluye una justificación de su propia existencia; es decir, elabora una ideología. En la medida en que esa explicación se hace consciente y un miembro de la clase obrera se percata de que pertenece a un grupo mucho más numeroso, con capacidad de organizarse para la defensa de sus intereses, aparece la conciencia de clase. Los capítulos 4 y 7 tratan con más detalle diversas aproximaciones a estas dos propuestas que estaban indudablemente ligadas a la actividad revolucionaria de Marx y que han servido de base a nuevos desarrollos teóricos sobre el tema que modifican Hacia la sociología52 sustancialmente aquellos puntos de vista. Por el momento, lo que importa destacar es que la teoría marxista supone que las clases sociales no se reconocen exclusivamente por su relación económica sino por el conjunto de sus relaciones en la sociedad. Pertenecer a una clase conlleva una determinada vinculación con los demás, un nivel de vida, una forma de pensar el mundo, una relación con el poder. Clase y cambio social El interés central de Marx en el estudio de las clases sociales residía en el papel que éstas deberían jugar en la transformación revolucionaria de la sociedad. Sostenía que la burguesía, como clase ascendente, había transformado radicalmente al mundo feudal al desarrollar la técnica, modificar las relaciones políticas e imponer su lógica capitalista. Había llegado el momento para el siguiente cambio: el que llevaría a cabo el proletariado organizado para suprimir finalmente las relaciones de explotación e instaurar la sociedad socialista. El marxismo propone, por lo tanto, que la oposición que se da en el plano económico y social entre clases dominadas y dominantes se traslada al político como una situación de conflicto permanente, que a la postre puede desembocar en una situación revolucionaria. La teoría marxista de las clases destaca ambos elementos: por un lado, la necesaria con tradicción entre las clases, que en la sociedad capitalista explica la necesidad del Estado como gran instrumento político; y por otro lado, el potencial revolucionario y transfor mador de ese antagonismo. Marx postulaba así que la lucha de clases y las clases mismas constituyen el motor de la historia, el factor determinante en el paso de una etapa a otra y la clave para el ad venimiento de una era de justicia social. A preparar este paso dedicó gran parte de sus esfuerzos, condensados en la creación de la Asociación Internacional de los Trabajadores (la Primera Internacional), cuyo objetivo principal era la emancipación de la clase tra bajadora. La Revolución Rusa, acaecida después de su muerte, demostró que la transfor mación revolucionaria de la sociedad y la toma del poder por parte del proletariado eran posibles, aunque después demostrarían también que con ello no se llegaba, como suponía Marx, a la sociedad sin clases y sin conflictos. Por otra parte, las expectativas marxistas de una revolución inminente en el resto de Europa no se cumplieron. Ya hacia el final de su vida, Marx reconocía la falta de entusiasmo revolucionario de la clase obrera inglesa, aunque consideraba que a la larga el cambio social era inevitable. Las clases intermedias Las sociedades no constituyen nunca un modelo económico tan perfecto en el que sola mente puedan encontrarse las dos clases fundamentales. Partiendo sólo de los proce sos productivos, es posible encontrar clases intermedias o emergentes relacionadas conformas económicas presentes en cada sociedad en particular. Así, junto a la relación antagónica señorsiervo, en el feudalismo existieron numerosos grupos que tal vez no constituían propiamente una “clase” pero que, sin duda, contenían el germen de un nuevo 53Capítulo 3: Los protagonistas sociales momento histórico, el del capitalismo. Los artesanos en las ciudades, los usureros, los comerciantes viajeros, encargados de dar a conocer en algunas regiones los productos de otras, así como la nobleza enriquecida y ociosa que vive al lado del rey y sabe poco de lo que sucede en los feudos lejanos, también forman parte de la sociedad feudal y debe considerárseles para comprender su dinámica interna. De igual manera, en la sociedad capitalista no se puede hablar exclusivamente de burguesía y proletariado. Por ejemplo, continuamente nos referimos a la “clase media” como una forma sencilla de designar a un amplio grupo de individuos con ingresos no muy altos y con formas de vida y de consumo más o menos similares. Marx la identificó como “pequeña burguesía”, y la situó en un punto de intersección entre la burguesía y el proletariado. En general la consideraba un sector económicamente independiente, con serias dificultades para mantener su posición, o como una burguesía empobrecida en vías de convertirse en clase obrera. Sin embargo, Marx no tuvo en cuenta una serie de factores que hicieron que la pe queña burguesía, en lugar de desaparecer, se extendiera considerablemente. La mejora en los salarios de los trabajadores calificados; el aumento de empleados en la administración industrial y la burocracia política; un mayor acceso a la educación universitaria, que favoreció la existencia de profesionales independientes (abogados, médicos, dentistas, arquitectos); y la proliferación del pequeño comercio y la pequeña industria casera, entre otros elementos, aumentaron el número de los integrantes de ese grupo que parecería mo verse justamente entre las dos clases opositoras. Hoy podríamos definir a grandes rasgos a la “clase media” como una clase que al mismo tiempo es dueña de su fuerza de trabajo y de medios de producción limitados, y que por su lugar en el conjunto de la división del trabajo tiene acceso a mayor cantidad de beneficios, aunque con frecuencia su posición siga siendo incierta. Burguesía Pequeña burguesía Proletariado Burguesía Clase media Proletariado Hacia la sociología54 Por otro lado, la teoría marxista reconoce que las clases no son internamente homogé neas, sino que se dividen en fracciones de acuerdo con la especificidad de sus intereses. Esto es particularmente claro en el caso de la burguesía, donde podemos hablar de una fracción comercial, una industrial o una financiera, según el sector en el que se encuentre invertidosu capital. Si aplicamos el concepto de estratificación podemos igualmente dis tinguir estratos dentro de la propia clase, de acuerdo con los niveles de vida que existan en su interior. Así, al hablar de estrato superior, intermedio o inferior de la clase obrera, estaríamos refiriéndonos al ingreso y prestaciones económicas de los que disfruta cada estrato y no de su relación con la propiedad de los medios de producción. Independientemente de su utilización como teoría política de la revolución, la teoría de las clases sociales ha demostrado su eficacia para comprender la desigualdad de las sociedades y explicar sus conflictos internos. Sin embargo, como lo han hecho evidente los párrafos anteriores, con frecuencia conduce a una simplificación exagerada al redu cir la compleja diversidad social a unos cuantos grupos sociales en conflicto. Por ello, dentro de la tradición marxista, autores posteriores han sostenido que los conflictos no son tan pronunciados y que las fuerzas transformadoras de la sociedad no provienen, ni tienen que hacerlo, necesariamente de la clase obrera. En El hombre unidimensional, Herbert Marcuse señaló hacia 1965 que en la moderna sociedad industrial los obreros se habían convertido en una clase conservadora que no quería saber de revoluciones y se había adaptado cómodamente a las ventajas de una sociedad manipulada por la técnica. En cambio, otros grupos —los desempleados, los discriminados por raza, origen u otra razón, y eventualmente los estudiantes— empezaban a constituirse como nuevos sujetos Las clases medias mexicanas En su libro El desafío de la clase media, el sociólogo mexicano Francisco López Cámara atribuye los movimientos políticos de la década de 1960, que culmina- ron con el movimiento estudiantil de 1968, a la expansión de una clase media que, cada vez más limitada en sus posibilidades de ascenso social, “ha llegado a constituir un poderoso factor de presión social y política sobre las instituciones vigentes...” El análisis de López Cámara hace énfasis en las características particulares que asume la clase media mexicana como producto de las transformaciones so- ciales ocurridas a raíz de la Revolución de 1910. “Precisamente porque su trasfondo común ha sido una vasta transformación revolucionaria, la composición interna de la clase media en México acusa una mayor heterogeneidad en materia de aspiraciones y necesidades, así como un marco más elástico de movilidad social que la insertan continuamente desde aba- jo y hacia arriba en el cuerpo entero de la sociedad...” Francisco López Cámara, El desafío de la clase media, Joaquín Mortiz, México, 1971. pp. 43-44. . 55Capítulo 3: Los protagonistas sociales sociales que tenían un potencial transformador. De la misma manera, el éxito de las re voluciones socialistas en países con economías atrasadas (como fue el caso de China) ha hecho que otros autores señalen a los campesinos como la clase verdaderamente revolu cionaria. En estos casos estamos refiriéndonos a otras clasificaciones sociales al interior de la sociedad que, en un momento histórico dado, pueden volverse significativas. La acción colectiva: movimientos y organizaciones El papel transformador que las clases organizadas desempeñan en la sociedad las con vierte en verdaderos “actores sociales”. Ya se ha visto que la teoría de la acción social identifica como actores a todos los individuos participantes en una sociedad. Los acto res, ha dicho Anthony Giddens, uno de los sociólogos más reconocidos de las últimas décadas, tienen la capacidad de transformar las estructuras sociales (a las que identifica como las reglas y los recursos que orientan la actividad de los individuos) y son, a su vez, transformados por los cambios en las estructuras que ellos mismos propiciaron. Si me levanto tarde, llegaré tarde al examen y no tendré las mismas oportunidades de apro barlo que quienes llegaron a tiempo. Si un grupo de estudiantes (actores sociales) logra una modificación en el plan de estudios (una transformación en las estructuras), ello los obligará tal vez a cursar nuevas materias, a invertir un año más del planeado o a modificar los términos de su examen profesional. En uno y otro ejemplos los actores sociales son al mismo tiempo promotores de la acción y receptores de sus consecuencias. Sin embargo, es evidente que esta acción no tiene el mismo peso cuando se realiza de manera mecánica, aprendida y aislada (aun cuando por ser social involucre a otros individuos), que cuándo se lleva a cabo en forma consciente y deliberadamente colectiva. Es en relación con esta forma colectiva de actuar que Marcuse se refiere a la aparición de nuevos sujetos sociales, a partir de la experiencia, entre otras, de los movimientos en favor de los derechos civiles que tuvieron lugar en Estados Unidos durante la década de 1960. Los hombres, mujeres y niños blancos y negros que marcharon por las calles, firmaron peticiones y boicotearon hoteles, restaurantes y escuelas que practicaban la dis criminación racial, no pueden considerarse como una clase pero sí como sujetos o actores sociales, en la medida en que constituyeron un importante movimiento organizado. Autores contemporáneos que han trabajado en torno al concepto del actor social en cuentran que su importancia reside en permitir una interpretación que no se limita a expli car a la sociedad en términos de clase o de estratos, sino que abarca a grupos que muchas veces están formados por individuos pertenecientes a más de una clase o que se reúnen alrededor de intereses diferentes de los que supuestamente la clase, como gran sujeto histórico, debería tener. En este sentido, es posible considerar como actores sociales a las organizaciones de clase, por ejemplo a los sindicatos y a las asociaciones empresariales, pero también a otros grupos que de pronto esgrimen demandas específicas y levantan su voz por encima de la sociedad: los grupos ecologistas, las amas de casa, los colonos de barrios populares, los estudiantes, las bandas juveniles. Muchas de estas expresiones han sido estudiadas por la perspectiva de los movimientos sociales que intenta buscar las características de estas formas de acción colectiva. Aunque las interpretaciones difieren, los autores que estudian los movimientos sociales coinciden en que el primer rasgo que Hacia la sociología56 los define es la existencia de un conflicto que genera las solidaridades y las identidades; es decir, que une a actores diversos en torno a un objetivo común. En segundo término, el movimiento se caracteriza por el desbordamiento de los límites del sistema. Esto quiere decir que escapa a las reglas establecidas e intenta formas de acción novedosas para in tentar transformaciones que alteren diversas estructuras sociales. Al mismo tiempo, dice Alberto Melucci, quien ha dedicado muchos años al estudio de la acción colectiva, los movimientos son “sistemas de acción” que conectan orientaciones y propósitos plurales a partir de una organización construida en el curso del mismo movimiento. Sus reglas son cambiantes y sus límites difusos en la medida en que diversos actores entran o salen del movimiento, y en que hay un proceso constante de redefinición del mismo. Aunque hay movimientos de largo alcance como la lucha feminista o el movimiento ecologista que tienen adeptos en todo el mundo y eventualmente realizan manifestaciones públicas para recordar su existencia y mantener vivas sus demandas, los movimientos sociales también incluyen brotes organizados como pueden ser los de una demanda es tudiantil que genera una movilización amplia, o un problema regional que ocasiona un levantamiento popular. En unos casos y otros, los movimientos sociales se caracterizan por esa permeabilidad que permite libremente la entrada y salida de sus participantes y, muchas veces, por la inmediatez de respuestas que no siempre obedecen a objetivos de largo plazo sino a necesidades planteadas por la coyunturay el desarrollo del propio mo vimiento. Algunos autores señalan que los movimientos se nutren bien de la existencia de diversos factores que los favorecen —por ejemplo, decisiones equivocadas del gobierno o la coincidencia de actores sociales en algún momento o lugar— así como del uso ade cuado de recursos que incluyen lo mismo recursos económicos y materiales (dinero, un local, micrófonos, acceso a medios, etc.) como humanos (simpatizantes reconocidos o el compromiso de los participantes, entre otros). Las asociaciones Además de diversos movimientos sociales, en las últimas décadas ha surgido una gran diversidad de organizaciones que actúan de diversas formas dentro de la sociedad, muy Para reflexionar El movimiento estudiantil de 1968 en México se inició por una moviliza ción en contra del uso de la violencia para reprimir una manifestación. Sus participantes fueron, en su mayoría, estudiantes sin ninguna experiencia po lítica que a lo largo de dos meses ocuparon las calles de la ciudad de México y plantearon un pequeño grupo de demandas relacionadas con el fin del autoritarismo y la impunidad. Cortado de golpe por la represión durante la tarde del 2 de octubre en Tlatelolco, el movimiento constituyó una llamada de atención sobre los límites de un sistema político agotado y abrió las puertas al cambio democrático que sobrevendría en las décadas siguientes. Busca mayor información sobre este acontecimiento. . 57Capítulo 3: Los protagonistas sociales a menudo apoyando causas concretas. De hecho, las asociaciones, como formas de ac ción colectiva organizada, que se rigen por normas aceptadas por sus integrantes y crean un sentido de pertenencia e identidad, han sido vistas por largo tiempo como elemento indispensable de la democracia, por su capacidad de representar u expresar intereses es pecíficos y porque contribuyen al debate y al intercambio de ideas. Por ejemplo, una asociación de ecologistas les da voz a aquellos preocupados por la protección del medio ambiente, mientras que una agrupación de exploradores reunirá a niños o jóvenes intere La sociedad civil Algunos de los cambios experimentados por las sociedades modernas, tales como la creciente aceptación de las mujeres en la vida productiva y la vida políti- ca, el aumento en el caudal de información que reciben las personas y la exten- sión de las democracias como forma de organización política de los Estados, han conducido a un crecimiento de la participación social en un sinnúmero de tareas anteriormente reservadas a los gobiernos o a las empresas. Algunos autores han reconocido en este cambio un ascenso de lo que ha dado en llamarse la “sociedad civil”, para indicar aquel sector de la sociedad que, de alguna manera, se sitúa en un terreno intermedio que no es ni el de las decisiones políticas ni el de las transacciones económicas. Quienes forman parte de él se ocupan de tareas tan diversas como el cuidado de los ancianos, la protección de los inválidos, la defen- sa de las especies en extinción o la atención a los problemas de la colonia en que viven. De igual manera, los hombres y mujeres que en algún momento protestan contra alguna injusticia, demandan servicios o señalan alguna forma de corrup- ción que forman parte de ese nuevo espacio que sociólogos como Jean Cohen o Jeffrey Alexander ubican entre el Estado y el mercado, es decir, entre el ámbito de lo político y el de lo económico. La sociedad civil se manifiesta en tareas que requieren solidaridad, coopera- ción y presencia activa de las personas. Sus integrantes pueden pertenecer a cualquier sector pero en el momento de su participación lo hacen simplemente como sociedad civil. Se expresa generalmente a través de asociaciones, movi- mientos sociales y otras formas de acción colectiva como las redes de coopera- ción, así como en lo que se ha dado en llamar la “esfera pública”; es decir, en los diversos espacios de participación que la sociedad ofrece y que comprenden lo mismo los cafés, bares y restaurantes que las salas de conferencias, los perió- dicos o los programas de radio. Por lo mismo, la existencia de una sociedad civil vigorosa —es decir, atenta a los problemas de su entorno y capaz de proponer soluciones y alternativas—ha sido vista como indicador de una democracia sana, en la medida en que además de señalar alternativas y ofrecer respuestas, la pro- pia sociedad civil se involucra en procesos diversos que pueden incluir desde la vigilancia de la propia democracia hasta la participación en tareas conjuntas con el gobierno o con las empresas. . Hacia la sociología58 sados en la vida al aire libre o el montañismo. En un momento dado esas organizaciones podrán expresar necesidades o defender demandas frente a otros actores. Las llamadas “organizaciones no gubernamentales” (ONGs) identificadas por su distancia respecto no sólo del gobierno, sino también de las actividades lucrativas, confían al igual que otros actores organizados, en la potencialidad que la acción colectiva brinda a las iniciativas Algunas propuestas de la teoría de la organización “Organizar es un método para volver permanentes algunas actividades humanas con el fin de aumentar el control sobre entornos inciertos.” Göran Ahrne, Agency and Organization Sage, Londres, 1990. “¿Por qué son importantes las organizaciones? Una respuesta superficial es que las organizaciones son importantes porque la gente pasa una gran parte de su tiempo en ellas. Las personas que trabajan —es decir la mayor parte de la pobla- ción adulta— pasan casi un tercio de sus horas hábiles en la organización en la que están empleadas. La vida de un niño tiene lugar casi en la misma proporción en el entorno de la organización escolar y una multitud de otras organizaciones, generalmente voluntarias, ocupan una importante porción del tiempo libre de ni- ños y adultos... ... La gran especificidad que caracteriza a la comunicación dentro de las or- ganizaciones puede ser descrita (...) usando el concepto sociológico del “rol”. Los roles en las organizaciones en contraste con muchos de los otros roles que los individuos desempeñan, tienden a ser altamente elaborados, relativamen- te estables y definidos en términos explícitos y, con frecuencia, escritos. El rol no está solamente definido por el individuo que lo ocupa, sino que es conocido en cierta profundidad por aquellos que tratan con él dentro de la organización. Así, el entorno de todos aquellos que conviven con cada miembro de una organización tiende a ser altamente estable y predecible...” James March y Herbert A. Simon, Organizations, Wiley, 1958. “Las organizaciones son colectividades orientadas hacia la búsqueda de propósi- tos relativamente específicos. Son ‘intencionales’ en el sentido de que las activida- des e interacciones de sus participantes están encaminadas hacia la obtención de metas. Éstas son específicas porque son explícitas, están claramente definidas y proporcionan criterios claros y desprovistos de ambigüedad para escoger entre actividades alternativas.” W. Richard Scott, Organizations, Prentice Hall, Nueva Jersey, 2003. . 59Capítulo 3: Los protagonistas sociales individuales cuando se conjuntan en favor de un bien común. Éste puede ser muy inme diato —la construcción de un mercado en el barrio, la demanda de mejores servicios de transporte, etcétera— o tener un carácter más general —la defensa de las comunidades indígenas o la protección de la mariposa monarca, por ejemplo—. La defensa organizada de estas causas puede dar lugar, en ciertas circunstancias, a que la acción colectiva logre transformaciones sociales trascendentes. Por eso, el crecimiento reciente en el número de asociaciones ha sido visto como un fortalecimiento de la llamada sociedad civil. En el capítulo ocho se detalla la forma de participar políticamente de estos actores colectivos. Las asociaciones constituyen formas de organización, por lo que han sido parcial mente estudiadas por la teoríade las organizaciones que considera como tales no sólo a las asociaciones sino también a otros grupos humanos como la familia, la empresa o la burocracia. Esta teoría se ha preocupado por estudiar las tendencias de comportamiento de las organizaciones, las tensiones internas que se generan en ellas y los mecanismos que se utilizan para resolverlas. Muchas de sus conclusiones han sido aplicadas para mejorar las condiciones de trabajo en empresas o en oficinas de gobierno, para desarrollar téc nicas de solución de conflictos y para resolver problemas en otras organizaciones como hospitales, universidades o internados (consultar el recuadro “Algunas propuestas de la teoría de la organización”). A diferencia de los movimientos sociales, las organizaciones (sean empresas, escue las, hospitales o asociaciones) son estables, tienen límites precisos y reglas permanentes. Quienes pertenecen a ellas saben que deben cumplir con ciertas obligaciones, someterse a horarios o normas internas de funcionamiento (horarios de clase o de trabajo, cuotas, realización de tareas concretas, etcétera) y que, a cambio, pueden esperar determinados comportamientos por parte de la organización (pago de salarios en el caso de la empresa o la impartición de conocimiento en la escuela). En el caso de las asociaciones, la pertenencia voluntaria a las mismas y su separación frecuente de los circuitos de la economía o la política, las convierten en organizaciones en las que factores como la cohesión interna, la forma en que se toman las decisiones y los elementos de identidad, pueden jugar un papel importante para su permanencia y eficacia. Algunos estudios señalan que las asociaciones sirven, voluntaria o involuntariamente, a un mejor desarrollo de la democracia. No sólo porque en ellas los actores aprenden a deliberar, argumentar y tomar decisiones conjuntas, sino porque se ha visto que las aso ciaciones son efectivas como vigilantes de los procesos electorales, de la transparencia en las finanzas públicas y de la pulcritud con que se llevan a cabo las políticas públicas. Asimismo, porque contribuyen junto con el gobierno y otros actores sociales a lo que ha dado en llamarse la “coordinación social”: la formulación y administración de proyectos conjuntamente con otros actores como empresas o gobierno, la distribución de bienes y la creación de redes. La existencia de muchos actores sociales indica el carácter plural de una sociedad, mientras que su reducción significa el estrechamiento y la polarización de las relaciones sociales. Una sociedad abierta, democrática, tiene espacio para todo tipo de actores so ciales. Una sociedad conservadora, poco democrática, cierra sus puertas a toda expresión social que estime peligrosa. Hacia la sociología60 Élites y masas Este breve repaso a las distintas explicaciones y formas de entender a los actores sociales no puede concluir sin una mención a la perspectiva elitista. La teoría de las élites surge a principios de siglo en Italia, en las obras de Vilfredo Pareto y Gaetano Mosca. Se basa en la afirmación de que en toda sociedad, como dice Mosca, existen solamente dos clases: gobernantes y gobernados. De este modo, se pone de relieve la necesidad intrínseca de toda sociedad de crear una élite dirigente, es decir, un grupo que se erige por encima de los demás y se distingue no por su control sobre el proceso económico, sino fundamentalmente por su poder político. Ambos autores reconocían la necesidad de que dichas élites se renovaran para evitar el anquilosamiento que fomentaba la tendencia revolucionaria de las masas (Pareto ha blaría, por ejemplo, de la “circulación de las élites” como requisito indispensable para lo que él llamaba el equilibrio social). Sin embargo, no pueden evitar establecer una radical La perspectiva elitista La división de la sociedad en masas y minorías excelentes no es, por lo tanto, una división en clases sociales, sino en clases de hombres, y no puede coincidir con la jerarquización en clases superiores e inferiores. Claro está que en las superiores, cuando llegan a serlo y mientras lo fueron de verdad, hay más verosimilitud de hallar hombres que adoptan el “gran vehículo”, mientras las inferiores están nor- malmente constituidas por individuos sin calidad. Pero, en rigor, dentro de cada clase social hay masa y minoría auténticas. Como veremos, es característico del tiempo el predominio, aun en los grupos cuya tradición era selectiva, de la masa y el vulgo. Así, en la vida intelectual, que por su misma esencia requiere y supone la cualificación, se advierte el progresivo triunfo de los seudointelectuales incuali- ficados, incalificables y descalificados por su propia contextura. Lo mismo en los grupos supervivientes de la “nobleza” masculina y femenina. En cambio, no es raro encontrar hoy entre los obreros, que antes podían valer como el ejemplo más puro de esto que llamamos “masa”, almas egregiamente disciplinadas. Ahora bien: existen en la sociedad operaciones, actividades, funciones del más diverso orden, que son, por su misma naturaleza, especiales, y, consecuentemen- te, no pueden ser bien ejecutadas sin dotes también especiales. Por ejemplo: cier- tos placeres de carácter artístico y lujoso, o bien las funciones de gobierno y de juicio político sobre los asuntos públicos. Antes eran ejercidas estas actividades especiales por minorías calificadas —calificadas, por lo menos, en pretensión—. La masa no pretendía intervenir en ellas: se daba cuenta de que si quería inter- venir tendría congruentemente que adquirir esas dotes especiales y dejar de ser masa. Conocía su papel en una saludable dinámica social. José Ortega y Gasset, La rebelión de las masas, Revista de Occidente, Madrid, 1929. . 61Capítulo 3: Los protagonistas sociales separación entre ese grupo detentador del poder y de la cultura, por un lado, y el resto de la sociedad, por el otro. Toda teoría de la élite, afirma un autor estadounidense, descansa en dos supuestos bá sicos: “primero, que las masas son intrínsecamente incompetentes, y segundo, que son, en el mejor de los casos, materia inerte y moldeable a voluntad y, en el peor, seres ingoberna bles y desenfrenados con una proclividad insaciable a minar la cultura y la libertad”. El temor y el respeto a las masas proviene de la Revolución Francesa. Fue ese gran movimiento social el que descubrió a intelectuales y políticos que en el pueblo se alentaba un potencial revolucionario que podía llegar a ser incontenible. Las masas, término gené rico aplicado a ese gran conjunto de campesinos, obreros y desposeídos que de pronto se concentraban en las ciudades y exigían el reconocimiento de sus derechos, se incorporan no solamente a la política sino, de manera muy importante, al acervo de la reflexión sociológica. Al optimismo marxista que ve en ellas el fermento de la revolución socialis- ta se opone el pesimismo de quienes ven cómo el esfuerzo social que sirve sólo para la instauración de una nueva élite. Desde un punto de vista francamente aristocrático, el sociólogo español Ortega y Gasset advirtió en contra no del revolucionarismo de las masas, sino de su natural medio cridad. Masa, dice, “es todo aquel que no se valora a sí mismo —en bien o en mal— por razones especiales, sino que se siente ‘como todo el mundo’ y, sin embargo, no se angus tia, se siente a sabor al sentirse idéntico a los demás”. Aunque basada en el desprecio a esa colectividad que considera inculta y carente de imaginación, la cita de Ortega y Gasset (consulta el recuadro “La perspectiva elitista”) nos obliga a pensar en la nueva tendencia de la sociedad industrial, a la que muchas veces se califica de “sociedad de masas” implicando la igualación por medio del consumo. En una sociedad cada vez más alejada de los centros de decisión, cada vez más igno rante respecto a las complejas tecnologías que la rodean (¿cómo funciona un teléfono, una grabadora digital, un videocasete,un proyectil teledirigido?) y en la cual el indi viduo, inmerso en enormes conglomerados urbanos, se vuelve anónimo y solitario, la publicidad, a través de los medios masivos de comunicación, ofrece una posibilidad de encuentro: dejo de estar solo por usar zapatos tenis de determinada marca, por peinarme con una preparación especial para el cabello, por fumar los mismos cigarrillos que mi actor favorito, por escuchar, como el resto de mis amigos, las grabaciones del conjunto de moda; es decir, por parecerme a los demás. Soy parte de la masa. En este sentido, la masa se reconoce por su lejanía respecto al conocimiento y su des vinculación relativa dentro del conglomerado social. La sociedad de masas, dice William Kornhauser, es la sociedad atomizada, alejada de los centros de poder —que pertenecen a la élite— y expuesta a toda clase de manipulación política. Un importante teórico del tema, Karl Mannheim, afirma que el descuido de las élites respecto a la educación de las masas puede actuar en contra suya. Una sociedad desarticu lada, desinformada, sin orientaciones valorativas —sostiene— puede fácilmente caer en manos de líderes sin escrúpulos —es el caso del nazismo en Alemania— y entrar en una etapa de caos e irracionalidad. Así, como sistema político, la democracia exige una cui dadosa preparación de los ciudadanos para evitar que desde el anonimato irresponsable de la masa destruyan las mismas formas que les permiten participar políticamente en la sociedad. Desde luego, ello supone la existencia de una élite capaz de generar y transmitir el conocimiento adecuado, lo cual no está asegurado de manera alguna. Hacia la sociología62 Actividades complementarias 1. Sugiere ejemplos de grupo primario y de grupo secundario. Discútelos con tus compañeros de clase. 2. Con algunos de los conceptos aprendidos puedes intentar un pequeño análisis sociológico. Por ejemplo: ¿Qué papel o papeles desempeñan los distintos miembros de la familia? ¿Cuál es el que tiene mayor status dentro de la propia familia? Intenta lo mismo con tu grupo escolar o con el conjunto de tu escuela. 3. Lee el texto completo del Manifiesto del Partido Comunista y discútelo en clase. Algunos temas para discutir e investigar pueden ser: ¿Es hoy la situación de la clase trabajadora la misma que la de Europa en 1848? ¿Sus formas de organización han variado? ¿La burguesía es o no una clase revolucionaria? ¿Están aún vigentes las propuestas centrales de Marx? 4. Haz una lista de asociaciones y movimientos sociales. Distingue unos y otras por los rasgos que se señalan en el capítulo. ¿Hay actualmente algún movimiento social en el mundo al que puedas hacer referencia? 5. Discute con tus compañeros sobre el concepto de “masificación”. ¿Hay lugar en la sociedad contemporánea para el individualismo y el libre ejercicio del raciocinio? ¿Es ésa una posibilidad que sólo pertenece a la élite? 6. Busca en Web algunos de los nombres citados en este capítulo como Talcott Parsons, Nikos Poulantzas o Gaetano Mosca. . Como vemos, la comprensión de la sociedad a partir de la separación entre élites y masas surge de una visión pesimista de las instituciones sociales y el hombre mismo, pesimismo que se agudiza al intentar explicar las grandes sociedades urbanas de nuestra época. En ellas, la sociología advierte ese creciente proceso de “masificación” que lleva a la aparición del hombre unidimensional del que habla Marcuse, el que ha suprimido su individualidad en aras de un progreso que lo manipula y le crea falsas necesidades. El debilitamiento de los lazos familiares del que hablábamos en páginas anteriores, la falta de organizaciones que medien en la relación del individuo con el poder, la influencia de los medios de comunicación y la dificultad para establecer relaciones significativas en las grandes ciudades, son hoy elementos determinantes en la masificación de la sociedad. Se comprende así que la sociología contemporánea dedique una especial atención al estudio de las masas y con él al de las élites, que son su complemento. 63Capítulo 3: Los protagonistas sociales Bibliografía Si te interesa profundizar en los temas tratados en este capítulo, puedes consultar alguno de los siguientes libros: Chinoy, Eli, La sociedad: una introducción a la sociología, FCE, México, 1966. Giddens, Anthony, Jonathan Turner et al., La teoría social hoy, Alianza Edi- torial/Conaculta, México, 1991. Giddens, Anthony, La constitución de la sociedad, Buenos Aires, Amorrortu Editores,1995. GurvitCh, Georges, El concepto de clases sociales de Marx a nuestros días, Instituto del libro, La Habana, 1970. Kornhauser, E., Aspectos políticos de la sociedad de masas, Amorrortu, Buenos Aires, 1969. MarCuse, Herbert, El hombre unidimensional, Joaquín Mortiz, México,1968. Marx K. y F. Engels, Obras escogidas, Progreso, Moscú, s/f. MeluCCi, Alberto, Acción colectiva, vida cotidiana y democracia, El Colegio de México, México, 1999. orteGa y Gasset J., La rebelión de las masas, Revista de Occidente, Ma- drid, 1929. Poulantzas, Nikos, Las clases sociales en el capitalismo actual, Siglo xxi, México, 1978. Ruiz olabuénaGa, José Ignacio, Sociología de las organizaciones, Bilbao, Universidad de Deusto, 1995. stern, Claudio (compilador), La desigualdad social, SEP-Setentas, México, 1974. Weber, Max, Economía y sociedad, vol. I. FCE, 1994. . Capítulo La socioLogía y eL cambio sociaL El presente capítulo analiza las teorías relacionadas con las causas, las particularidades y los efectos del cambio social en la estructura y las relaciones sociales de sociedades dinámicas. 65 4 El cambio: concepto privilegiado de la sociología Este apartado revisa la forma en que las primeras teorías so- ciológicas, como el positivismo y el evolucionismo, entendieron el cambio social. Así mismo, menciona diferentes elementos que han servido para explicar el cambio. De la fe en la evolución al análisis de los fenómenos sociales Explica cómo la concepción basada principalmente en la evo- lución fue reemplazada por teorías más sistematizadas funda- mentadas en el análisis de los fenómenos sociales. La concepción materialista del cambio social Se describe el cambio social dentro de la concepción marxista, centrada en la contradicción entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción que ocurren al interior de cada modo de producción. Se mencionan además el cambio social del feudalismo al capitalismo y los mecanismos de transición hacia el socialismo. Una respuesta a la concepción materialista: Max Weber En oposición al marxismo, Weber establece a los valores, par- ticularmente los religiosos (la ética protestante), y no a la pro- ducción material de bienes, como generadores del proceso de acumulación capitalista. El cambio por medio de la modernización La teoría de la modernización (Rostow, Huntington) analiza cambios de carácter económico, político y cultural ocurridos en sociedades tradicionales transformadas en sociedades indus- trializadas y desarrolladas del mundo occidental. Se explica el fenómeno social del posmodernismo dentro de un contexto de crisis económicas recurrentes y decadencia de algunos valo- res occidentales. El conflicto social como motor de cambio Dos teorías sociológicas se refieren al conflicto social como motor de cambio social: la funcionalista y la marxista. La pri- mera detenta y favorece la permanencia del status quo, y la segunda promueve su modificación. 67Capítulo 4: La sociología y el cambio social La actualidad del cambio La tercera revolución industrial generada por los avances en la tecnología de punta en áreas de la electrónica y robótica incide en las condiciones laborales de los trabajadores en so- ciedades con economías muy desarrolladas. 67 Revolución y reforma: dos proyecciones del cambio social La revolución social implica un cambio rápido y violento de las instancias de poder y la estructura socialde un país; las refor- mas sociales consideran modificaciones parciales y graduales desde el poder. Se citan los casos de las revoluciones france- sa, rusa, mexicana y cubana, y sus diferencias. Asimismo, se hace un somero análisis de la reforma política en México. Hacia la sociología68 Como ya hemos visto en Capítulos anteriores, las sociedades son dinámicas por naturaleza; es decir, son conglomerados humanos que continuamente están experimen- tando cambios, tanto en su composición y forma de organización como en sus relaciones, ideales y proyectos. Fenómenos que hoy nos son tan familiares, como el congestionamiento del tránsito y la contaminación ambiental, la lucha de las mujeres por la igualdad de derechos y opor- tunidades, los agobios por la deuda externa, la comunicación electrónica, la amenaza de una guerra nuclear devastadora o la dimensión ética de la ingeniería genética, no forma- ron parte de las vivencias y preocupaciones cotidianas de nuestros antecesores. Y es que las sociedades se mueven constantemente, dando lugar a nuevas situaciones, problemas y desafíos. Es por ello que uno de los temas sociológicos por excelencia ha sido el del cambio social. El cambio: concepto privilegiado de la sociología La sociología, desde su surgimiento como disciplina que aspiraba al rigor científico, ha reservado un espacio privilegiado al estudio y la construcción de teorías sobre el cambio. Importantes investigaciones han intentado distinguir las causas y los agentes del cambio, así como comprender la velocidad con la que éste ocurre, las formas que adopta, las fases por las que atraviesa y los efectos que provoca. La sociología ha buscado explicar cómo ocurren los cambios y a qué factores responden, así como de qué manera éstos se pueden orientar, impulsar o controlar. De hecho, la sociología dividió tradicionalmente su campo de estudio en dos ramas principales: 1) la de la estructura social, entendida como el conjunto de organismos e ins- tituciones (la familia, la escuela, la fábrica, la comunidad religiosa, el municipio, la nación, el Estado) que constituyen y dan forma a la vida en sociedad; y 2) la del cambio social, que se refiere a los procesos y mecanismos que modifican la fisonomía y las relaciones de la estructura social, y dan lugar a situaciones novedosas, e incluso inimaginables, producto de la propia acción del hombre. Ya mencionamos que Auguste Comte, el teórico social francés que acuñó el nombre de “sociología”, organizó su reflexión sobre la sociedad en torno a una distinción esencial entre: a) La sociología estática, que abarcaba el estudio de las condiciones de existencia de las sociedades y se centraba en el problema del orden como hecho y objetivo principal y; b) La sociología dinámica, que comprendía el análisis del movimiento continuo de las sociedades, su evolución y desarrollo, es decir, de las determinantes del cambio social. Durante gran parte de la primera época del desarrollo de la sociología (al menos en el caso de sus fundadores, Auguste Comte y Herbert Spencer), la idea del cambio se conci- bió como evolución, de suerte que la explicación misma de la estructura, la composición y las funciones sociales se desprendía de la fase evolutiva por la que atravesaba la socie- dad en cuestión. 69Capítulo 4: La sociología y el cambio social La reflexión sociológica en torno al cambio social se remonta a finales del siglo xviii en Europa y se inscribe en la Ilustración, la corriente de pensamiento que inspiró a la Revolución Francesa y reivindicaba la idea del derecho al progreso como rasgo distin- tivo de la civilización occidental. Los revolucionarios franceses pugnaron por la elimi- nación de los privilegios de nacimiento para que fuera la razón lo que caracterizara al hombre por excelencia, lo que permitiera reclamar su igualdad. En ello se asentaría la idea del avance de las sociedades. Analizar a la sociedad desde la perspectiva del progreso implicaba, por un lado, la convicción de que ésta se movía siempre hacia estadios superiores de convivencia y fe- licidad humanas, es decir, hacia una mejor calidad de vida y un refinamiento del saber. Además, el camino trazado por el mundo occidental en busca de la libertad, la igualdad y el bienestar era el modelo a imitar. La fe en el progreso implicaba también la creencia de que la acción del hombre era capaz de imprimir al cambio social su orientación y rumbo, a fin de conquistar la emancipación del hombre. Las ideas evolucionistas de Spencer, precursoras de las teorías de Darwin, alimentaron lo que algunos autores posteriores caracterizaron como una suerte de darwinismo social en donde el avance de las sociedades se equiparaba con la supervivencia del más apto. Herbert Spencer y el evolucionismo Contemporáneo inglés de Auguste Comte, Herbert Spencer (1820-1903) fue el fundador de la teoría de la evolución en sociología. Su obra sociológica está do- minada por la idea de que a través de los tiempos ha habido una evolución social y que ésta se ha movido hacia formas más avanzadas. Spencer es un defensor de la evolución unilineal hacia el progreso; es decir, sostiene que hay una trayectoria necesaria que desemboca obligadamente en una fase más desarrollada. Su teoría sobre la evolución de la sociedad se basaba en un concepto organi- cista de las sociedades que establecía un paralelismo entre éstas y los organis- mos vivos, de suerte que, al igual que éstos, las sociedades nacen, crecen, se desarrollan, alcanzan su madurez y después fenecen para dar lugar a nuevas formas de organización y relaciones sociales que significarían un avance. Spencer concebía la evolución: a) Como el paso de sociedades homogéneas a sociedades compuestas, doble- mente compuestas, triplemente compuestas y así, sucesivamente. b) Como el paso de una “sociedad militar”, integrada alrededor de la cooperación obligatoria de los miembros, a la “sociedad industrial”, entendida como aque- lla en la que predominaba la cooperación voluntaria. Las principales obras de Herbert Spencer son Estática social, El estudio de la sociología, Los primeros principios y Principios de sociología. . Hacia la sociología70 Poco a poco fue quedando atrás la idea de que los cambios sociales dependían de la voluntad divina, el destino o las fuerzas de la naturaleza, es decir, de agentes “metasocia- les”, para dar paso a la búsqueda de explicaciones cifradas en la intervención del hombre. Ésa fue la máxima de la Revolución Francesa: la exaltación de las potencialidades racio- nales del hombre. De acuerdo con esta idea, los destinos a los que estaba dirigido casi inevitablemente el proceso de cambio, extrañaban una convicción utópica del movimiento de las sociedades. El hecho de que el hombre hubiera descubierto que era el dueño y autor de su propio destino hizo que el horizonte se vislumbrara benéfico y prometedor. La vocación por el progreso, característica de esta época en Occidente, se basó en tres principios esenciales: 1. La firme convicción en la bondad y superioridad de la civilización occidental. 2. La creencia en la razón y el conocimiento científico. 3. La aceptación del valor del crecimiento económico y los avances tecnológicos. El dogma del progreso concordaba perfectamente con la formas de producción y re- laciones sociales capitalistas que, en ese momento, se consolidaban en el continente eu- ropeo. Este sistema económico se oponía a la idea de los destinos inevitables, fuera del alcance de la acción del hombre, al colocar al intercambio de mercancías como el motor de las sociedades. Durante mucho tiempo, sociólogos y filósofos estuvieron obsesionados no sólo con la idea de que las sociedades se dirigían hacia mejores momentos, sino con la creencia de que los cambios obedecían a una causa determinante, exclusiva, a la cual podían reducir- se los demás elementos presentes y a partir de la cual era posible construir modelos de explicación. Charles Darwin Charles Darwin(1809-1882), naturalista inglés, bosquejó en 1938 la teoría de la evolución a través de la selección natural, inspirada en un ensayo de 1798 del economista británico Thomas Robert Malthus. En 1859 publica El origen de las especies, donde asegura que las crías nacidas de cualquier especie compiten in- tensamente por la supervivencia. Los animales que sobreviven, y darán origen a la generación siguiente, tienden a incorporar variaciones naturales favorables que serán trasmitidas por herencia a las generaciones subsiguientes. Durante déca- das, la comunidad científica polemizó con la nueva teoría pues hasta entonces la mayoría de los geólogos se adhería a la teoría de la catástrofe, donde se afirmaba que la Tierra ha experimentado una sucesión de creaciones de vida animal y vege- tal, y que cada una de ellas ha sido destruida por una catástrofe repentina como el diluvio universal, que consideraban la última gran catástrofe. . 71Capítulo 4: La sociología y el cambio social Por ejemplo, a mediados del siglo xix, la producción masiva industrial era concebida como la palanca fundamental del progreso económico y social, porque no solamente posibilitaría la generación de muchos bienes y satisfactores, sino el acceso a ellos de una mayor proporción de la población. El progreso abarcó también al campo político y suponía la posibilidad de que los indi- viduos pudieran ejercer sus libertades de conciencia, expresión y asociación, es decir, los principios rectores de la filosofía liberal que floreció en esa época. La idea del progreso se extendió al siglo xx, aunque con otras fórmulas como la de la modernización. Sin embargo, junto a tradiciones optimistas, también han aparecido for- mas de pensamiento pesimista que consideran que los cambios han provocado malestar social. En la actualidad, la visión lineal del cambio social ha quedado rebasada: es difícil encontrar a alguien que crea que los cambios que se suceden en las sociedades siguen un curso necesario y van a llegar a un punto obligado. Las condiciones de tiempo y espacio en las que el cambio se realiza, y desde luego, las características mismas del cambio influ- yen tanto en su orientación como en su alcance, en su ritmo y en su impacto. Por ejemplo, los cambios profundos que ha producido el desarrollo de la electrónica en los campos de la información y la comunicación han tenido repercusiones distintas en los diferentes países del mundo. Actualmente, la llamada globalización de la información permite que las noticias lleguen casi al instante a lugares muy apartados del mundo. La transmisión televisiva de la guerra de Irak en 2003 es un ejemplo de cómo la comunicación satelital ha logrado eliminar fronteras; sin embargo, esta revolución tecnológica, lejos de haber reducido la brecha entre los países pobres y subdesarrollados y las grandes potencias industrializadas, o dentro de un mismo país entre reducidos sectores privilegiados y las grandes masas populares, ha ahondado el abismo entre unos y otros. Estas desigualdades se deben a la muy diversa velocidad con la que los avances en este campo penetran y se expanden, y desde luego, por el hecho de que unos países y sectores producen y actuali- zan la tecnología y los demás tienen que importarla. La comunicación por Internet es un ejemplo característico de cómo la revolución cibernética elimina fronteras de comunica- ción entre países, propiciando un notable acercamiento entre ellos y sus poblaciones. En 1995, aproximadamente un millón de personas utilizaban la Red; dos años más tarde, la cifra había aumentado a 40 millones, y sigue creciendo año con año. Internet Es la red global de computadoras que permite acceso instantáneo a una serie de sitios que ofrecen información sobre prácticamente cualquier tema. Es un medio de comunicación masiva al alcance de cualquier persona que tenga acceso a una computadora, una línea telefónica y una suscripción a un proveedor de conexión a Internet. El uso de Internet ha venido creciendo sistemáticamente en los últimos 15 años y está reconocido como el mayor desarrollo tecnológico desde la invención de la imprenta o la electricidad. . Hacia la sociología72 La revolución en el acceso a la información que ha representado el Internet, está gene- rando una nueva división internacional entre países “ricos en información” y aquellos que no cuentan con esta herramienta para la gran mayoría de sus poblaciones. Por otra parte, la sociología ya no acepta la idea de una causa dominante del cambio social, sino que reconoce el surgimiento de éste a partir de la acción de una variedad de factores; es decir, que no se trata de un evento espectacular, único, homogéneo u obligado con un solo motor causal, sino de procesos que se van gestando y desarrollando y que, a lo largo de su evolución, van adoptando rasgos y perfiles característicos. Uno de los cambios más relevantes del siglo xx ha sido protagonizado, sin lugar a du- das, por las mujeres. En el siglo xx, la mujer conquistó el estatuto ciudadano, el derecho a decidir sobre su sexualidad y su maternidad, a dedicarse a lo que quiera; es decir, a tener una vida propia, e incluso a ocupar puestos de dirección social. Sin embargo, los cambios que ha experimentado la condición femenina no se observan por igual en los diversos sectores o estratos sociales, ni desde luego en los distintos países y culturas. La mujer que vive en países avanzados, o fuera de éstos, pero dentro de sectores de clase media y con niveles altos de educación, es quien más se ha beneficiado de esta lucha que le ha redituado el goce de mayores libertades políticas y sociales. Este movimiento a favor de la igualdad de derechos de las mujeres ha tenido un impacto mundial tal que ahora existe un consenso internacional sobre la necesidad de impulsar las demandas de género. La mujer se ha incorporado al mercado de trabajo y ha irrumpido en el escenario público, pero todavía está lejos de obtener una integración igualitaria con el hombre (ade- más de que estas conquistas son diferenciadas de acuerdo con el estrato social al que se pertenezca). Desde hace mucho tiempo, entre las clases medias y obreras, la mujer ha tenido la necesidad de trabajar fuera del hogar para mantener a la familia de la que con frecuencia es jefa única, por lo que, en tales casos, el acceso al trabajo remunerado no puede considerarse una aspiración. El objetivo es tener acceso a mejores servicios y apoyos sociales (guarderías y espacios recreativos, por ejemplo). No obstante, la lucha feminista ha logrado importantes avances porque poco a poco se han ido modificando viejos patrones de conducta y concepciones en torno al papel social de la mujer y a la valoración del mismo. Por otra parte, ya nadie sostiene con serenidad que estos cambios hayan sido impul- sados por una sola causa. La expansión de las economías y los beneficios sociales como la educación y la salud, pero también la rapidez con la que se trasmiten las nuevas ideas, han contribuido a hacer conscientes a las mujeres de los derechos que las asisten y las destrezas que poseen y pueden aprovechar ampliamente en el mundo contemporáneo. Para reflexionar La Internet es ya un referente cotidiano; sin embargo, ¿cuántas personas realmente tienen acceso a esta forma de comunicación? Investiga por Inter- net qué tan extendida está su utilización en nuestro país. Haz también una pequeña encuesta entre tus vecinos para saber qué tanto consultan la Red. . 73Capítulo 4: La sociología y el cambio social Al comienzo del siglo xxi, la participación de las mujeres a favor de sus derechos y la resolución de sus demandas particulares se ha incrementado de manera notable a través de organizaciones no gubernamentales y movimientos sociales. Esto ha causado un fuerte impacto en la opinión pública, pues ha permitido que aumente la conciencia sobre los problemas de la mujer, tanto dentro del seno familiar, como fuera de éste. Cada vez se conoce y se discutemás acerca de la violencia familiar, el acoso sexual o la desigualdad en el acceso a cargos de dirección, y esto ha ido sensibilizando a la población alrededor de la problemática femenina. No cabe duda de que la mujer se ha convertido ya en un actor social de primer orden. Daniel Bell, sociólogo norteamericano contemporáneo, ha reconocido que la gran revolución del siglo xx fue la irrupción de la mujer en el espacio público que históricamente estuvo reservado para el hombre, mientras que la mujer tenía a su alcance el espacio privado, o doméstico. La mayor conciencia de las inequidades so- ciales y políticas existentes entre hombres y mujeres ha dado lugar a políticas de “acción afirmativa”, que obligan a empresas y dependencias a incorporar a un cierto número de mujeres en sus filas directivas. La idea es asegurar que las mujeres cuenten con mayores espacios de desarrollo propio. Para reflexionar Investiga qué porcentaje de mujeres existe hoy en la Cámara de Diputados y en el Senado en México y discute por qué es importante que exista una representación política más equilibrada entre géneros. ¿Ayuda ello a intro- ducir algunos cambios en la práctica parlamentaria? Discute con tu familia qué cambios se han dado en el papel de la mujer dentro del hogar desde la época de tus abuelos hasta ahora. averigua en qué consiste la doble jornada laboral de la mujer. . Las cuotas de género Las cuotas de género son una fórmula de “acción afirmativa” para obligar a que los partidos políticos incluyan cierto número de mujeres en sus listas de candidatos a cargos de elección, con el fin de dar más poder a ese sector de la población. Esta política se ha ido extendiendo por diferentes zonas del mundo al calor de los pro- cesos de democratización que reclaman asegurar que las mujeres, al igual que los hombres, puedan gozar de sus derechos ciudadanos plenos. En 1965, las mujeres constituían el 8.1% del total de representantes parlamen- taris a nivel mundial, mientras que para 2002 la cifra había aumentado a 14.3% (“Mujeres en el Parlamento”, Estocolmo, IDEA, 2002). El avance ha sido lento, pero cada vez más países adoptan este mecanismo forzoso para equilibrar la presencia de las mujeres en los órganos de representación popular como los con- gresos o parlamentos. . Hacia la sociología74 De la fe en la evolución al análisis de los fenómenos sociales Las primeras exploraciones sociológicas que estuvieron marcadas por la idea de que la evolución era la “ley suprema del devenir”, concibieron el cambio como producto de ele- mentos cuantitativos tales como el crecimiento de los grupos humanos. Las sociedades, decía Herbert Spencer (1820-1903), transitan de simples y homogéneas a compuestas y heterogéneas por medio de la agregación de las primeras y así sucesivamente. Al aumentar de tamaño, las sociedades diversifican su estructura y sus partes adoptan una configuración distinta; es decir, se da una diferenciación estructural y las funciones se especializan e interrelacionan. La tradición evolucionista del siglo xix fue muy rica. Mientras que para Comte y Spencer el factor explicativo era el demográfico, para otros, como Thorstein Veblen (1857-1929), la tecnología era la vanguardia y guía del proceso evolutivo; para el italiano Achille Loria, la disminución gradual de la tierra libre —la economía— era el impulso de la evolución, y para el filósofo social inglés Benjamin Kidd (1858-1916), la religión era su motor fundamental. A medida que la sociología se desarrollaba, la concepción evolucionista fue cediendo su lugar a favor de perspectivas centradas en el análisis de los fenómenos sociales. Con este nuevo enfoque, Émile Durkheim concibió la transformación de la sociedad como los cambios que ocurren en la llamada solidaridad social, esto es, en el conjunto de normas, creencias y valores que integran a los hombres a su comunidad (consultar el capítulo 6). Para este autor, el proceso universal que explica el cambio en el tipo de soli- daridad —es decir, “la causa eficiente que lo produce”— es la división del trabajo social, la cual depende del volumen y la densidad de la población. sociedades arcaicas o primitivas solidaridad mecánica. Sociedades homogéneas, poco diferenciadas, donde la división del trabajo es rudimentaria. Fuerte conciencia colectiva expresada en un sis- tema de creencias y sentimientos compartidos y en una forma religiosa consolidada. La solidaridad se da por similitud. sociedades desarrolladas o civilizadas solidaridad orgánica. Sociedades donde la división del trabajo está muy desarrollada y donde la nueva unidad se expresa a través de la diferenciación. Sociedades con diversas funciones independien- tes, y es en dicha interdependencia que reside la forma de regulación moral que facilita el bienes- tar y la cohesión social. (“La división del trabajo en la sociedad”, 1893.) Desarrollo de la solidaridad social según Émile Durkheim (1858-1917) 75Capítulo 4: La sociología y el cambio social A medida que la población aumenta, las sociedades se vuelven más complejas. Mientras que en las más simples los hombres se consagran a las tareas generales de la comunidad, en las sociedades de mayor condensación, donde el medio social se hace más complejo y diverso, el trabajo del hombre necesita ser más intenso para generar pro- ductos más numerosos y de mayor calidad. Las funciones que desempeña la población se especializan y ello produce, a su vez, una variedad de aptitudes, inclinaciones y gustos entre los hombres. La concepción materialista del cambio social Así como para Durkheim los factores de cambio derivan de un hecho social privilegiado, esto es, de la división del trabajo, para el marxismo el punto de partida para compren- der y caracterizar a una sociedad es la producción material de la existencia, es decir, la forma en que los hombres producen los bienes que necesitan para subsistir: el modo de producción. Ya hemos visto que para el marxismo la forma como se producen los bienes materiales es el factor determinante “en última instancia” (a largo plazo) de las concepciones que los hombres tienen sobre sus propias vidas, así como de la manera como éstos se relacionan en otras esferas de la vida social, como la política. Por esta razón, es también ahí donde el marxismo ubica los grandes motores del cambio social. A partir de estas consideraciones, la teoría marxista del cambio social se dirigió al análisis del paso de un modo de producción a otro. En un primer momento se adentró en el paso del feudalismo al capitalismo porque ya había ocurrido y podía ser explorado a profundidad, para posteriormente construir el marco de explicación de la transición al socialismo y, finalmente, al comunismo. Para el pensamiento marxista comprender las causas, las formas y el destino de los procesos de cambio era indispensable para impulsar las modificaciones necesarias a fin de alcanzar la sociedad ideal, despojada de formas de explotación y desigualdad social. La concepción marxista del cambio se centró en la contradicción entre las fuerzas produc- tivas y las relaciones de producción. Cuando las fuerzas productivas logran un mayor desarrollo, esto es, cuando las clases sociales que llevan a cuestas las cargas de la producción avanzan en sus niveles de or- ganización y concientización, entran en contradicción con el tipo de relaciones sociales imperantes y el ordenamiento político existente; en ese momento empieza a producirse el cambio. Así, entre los siglos xv y xvi, cuando los españoles y los portugueses llegaron a tierras desconocidas de Asia, África y América y sometieron a algunos de sus pueblos, éstos empezaron a inundar Europa de metales, especias y otros productos. Una consecuen- cia de todo ello fue que las redes de comunicación crecieron y las sociedades feudales, tradicionalmente encerradas en sí mismas, se vieron sacudidas por la información y los productos que llegaban de fuera. La expansión delcomercio exigía excedentes en la pro- ducción y fuerzas productivas que tuviesen capacidad de movimiento y sin ataduras a la tierra y los instrumentos de trabajo. Poco a poco, la generalización del intercambio como eje central de la producción reclamaría la liberación de la fuerza de trabajo, la cual entra- ría en contradicción con las viejas relaciones basadas en la inmovilidad de los siervos, el Hacia la sociología76 paternalismo de los señores feudales y la estructura jerarquizada de la sociedad. Como resultado de este choque, el modo de producción feudal empezó a ceder su lugar a una nueva forma de producción, la capitalista. La nueva sociedad, conformada alrededor del mercado, tendría una estructura muy diferente de la anterior, ya que la expansión de la mercancía polarizaría a la sociedad en clases sociales, definidas por su ubicación como productores o como propietarios de las fábricas y las máquinas (los bienes de producción). A partir de esta interpretación, el tránsito al socialismo se cifró en el potencial revolucionario del proletariado, es decir, de la clase trabajadora que Marx encontró que se había desarrollado más en los países como Inglaterra o Alemania, donde el capitalismo estaba más avanzado. Los pronósticos de Marx no se cumplieron precisamente, ya que el socialismo no se implantó en dichos paí- ses, sino en Rusia, en donde todavía predominaban relaciones feudales y precapitalistas, y no existía una clase obrera fuerte, ni organizada, ni mucho menos con una conciencia clara de su explotación. De esta manera, el desarrollo histórico de los acontecimientos obligó al pensamiento marxista a reformular muchos de sus planteamientos originales sobre el cambio social. Actualmente ya no se presume la existencia de un actor privilegiado del cambio, sino que se reconoce a diversos agentes, entre ellos los estudiantes, las mujeres y los nuevos movimientos sociales, sobre todo de las grandes urbes (colonos, ecologistas, minorías étnicas o raciales, o grupos con preferencias sexuales diversas). Además, hoy día, el marxismo considera que el cambio social puede alcanzarse de manera gradual, por la vía de modificaciones sucesivas y no sólo mediante un movimiento de ruptura como la revolución. Una respuesta a la concepción materialista: Max Weber Max Weber (1864-1920) explicó el proceso de acumulación capitalista, es decir, el sur- gimiento del capitalismo, a partir de elementos y modificaciones fuera del terreno de la producción material. Weber consideraba que los principios rectores de la actuación humana debían buscarse en los valores. En La ética protestante y el espíritu del capitalismo (1904), Max Weber se propuso determinar la influencia de los ideales y preceptos religiosos en la conformación de una cierta mentalidad y conducta económicas. Después de analizar y comparar a los países que habían alcanzado un mayor progre- so económico, y de observar qué tipo de grupos religiosos participaban más de la vida capitalista, Weber encontró que el protestantismo, particularmente en sus formas más ascéticas, como el calvinismo, el metodismo y las sectas bautistas, había ejercido una influencia importante en la construcción del espíritu capitalista “emprendedor”. Dicho de otra manera, para Weber, los principios y enseñanzas del protestantismo impulsaron y difundieron un núcleo de ideales, estilos de vida y normas de conducta acordes con los requerimientos del sistema económico capitalista. Para el protestantismo ascético, el dogma esencial es el de la predestinación; es decir, según el proyecto divino sólo un pequeño número de hombres está llamado a salvarse. 77Capítulo 4: La sociología y el cambio social Sin embargo, de acuerdo con la filosofía racional de la época, el hombre era capaz de crear su propia salvación encontrando garantías o evidencias de ella. Así, cualquier ser humano puede asegurar que fue elegido o predestinado si logra santificar su trabajo. El protestante busca el signo de predestinación en su vida cotidiana y cree hallarlo en la prosperidad y la ganancia, aspectos que representan la virtud o lo sagrado en el trabajo. El protestante debe dedicarse al trabajo para evadir las tentaciones mundanas y como está prohibido el lujo, el protestante ascético es un hombre austero, que ahorra y reinvierte sus ganancias, con lo cual estimula y hace progresar a su empresa. La ganancia, como fin, había moldeado la mentalidad protestante y era congruente con las condiciones necesarias para la acumulación capitalista. Marx y Weber condensan las dos grandes perspectivas sobre los agentes del cambio social, ya que mientras para el primero las ideas tienen siempre un condicionamiento ma- terial, para Weber éstas alcanzan eficiencia histórica; es decir, las ideas tienen un impacto sobre las formas de vida y no son sólo expresión de éstas. La ética protestante y el espíritu del capitalismo (1904) Este escrito de Max Weber representa un momento decisivo en la evolución inte- lectual del pensador. Con él se inicia lo que se ha llamado el largo periodo de crítica positiva al materialismo histórico. Publicado en dos partes en el Archiv für Sozialwissenchaft and Sozialpolitik, no tardó en convertirse en tema de grandes controversias. Durante los siguientes sesenta años, fue uno de sus trabajos más difundidos y discutidos, y todavía hoy sigue siendo analizado. En su momento, muchos lo consideraron como una crítica a Marx desde las po- siciones del idealismo; sin embargo, Weber, al igual que Marx, otorgaba relevancia a los fenómenos económicos en la interpretación de los hechos históricos, aunque reivindicaba la necesidad de investigar la influencia de los factores culturales sobre el devenir histórico. Weber comienza preguntándose por qué el capitalismo moderno no apareció más que en Occidente. Para encontrar la respuesta, llevó a cabo un minucioso estudio sociológico de los banqueros romanos, las plantaciones del sur de Estados Unidos, las hilanderías de Alemania, el comercio de la lana en Inglaterra, las castas hindúes, la burocracia china de los mandarines y las grandes religiones del mundo con sus promesas de salvación. Weber pretendía determinar la influencia de ciertos ideales religiosos en la for- mación de una “mentalidad o etnos económico”, poniendo especial atención en las conexiones de la ética económica moderna con la ética racional del protestantismo ascético. . Hacia la sociología78 El cambio por medio de la modernización Otra de las perspectivas del cambio general de las sociedades fue la desarrollada en torno al concepto de modernización. Por modernización se entiende el conjunto de cambios en las esferas política, económica y social que ha caracterizado al mundo occidental en los últimos dos siglos, e implica el tránsito de una sociedad tradicional y poco diversificada a una industrial y desarrollada. El inicio del proceso de modernización se identifica con la Revolución Francesa de 1789 y la casi contemporánea Revolución Industrial en Inglaterra, que trajeron como consecuencia diversos cambios políticos, económicos y culturales estrechamente inte- rrelacionados. Estos cambios se extendieron gradual o aceleradamente a otras naciones, aunque con rasgos singulares en cada una de ellas. Los elementos que denotan el paso de una sociedad tradicional a una moderna inclu- yen desde el tipo de división social del trabajo, la tecnología empleada en el proceso pro- ductivo, las dimensiones del mercado y la distribución y consumo, hasta las instituciones, valores y símbolos que integran y dan significado al funcionamiento de una sociedad. En el terreno económico, la modernización se define como el proceso mediante el cual la organización económica se hace más racional y eficiente, es decir, más productiva, y donde las metas que se persiguen se corresponden con los medios utilizados. La modernización lleva implícito el tránsito por diversas etapas (teoría de los estados económicosde Walt W. Rostow (1962), y va de una sociedad con una economía de sub- sistencia, a través de un proceso de acumulación, hasta dar un salto cualitativo hacia la industrialización. Se presenta entonces una fase de maduración de los cambios en la que ya no sólo aumenta la producción, sino los bienes de consumo y el acceso a éstos por parte de un mayor número de grupos y sectores. La modernización lleva consigo dos grandes procesos económicos y sociales: 1) la industrialización y 2) la urbanización. La industrialización implica la introducción de maquinaria y técnicas nuevas en el proceso de producción. Las tareas agrícolas quedan desplazadas a un segundo término y se da una expansión en la producción manufacturera. Las consecuencias económicas de la industrialización son el crecimiento de la ac- tividad y la producción total de la sociedad (aumentan el producto nacional bruto y el ingreso per cápita) y el desarrollo del mercado, que genera un incremento en los niveles de consumo de la población. En términos generales, aumenta la riqueza y tiende a mejorar la distribución de la renta nacional. La urbanización corre paralela a la industrialización. Las fábricas atraen a la población hacia los centros urbanos en donde se establecen (fenómeno de migración), y esta con- centración demográfica genera demandas de vivienda, servicios de transporte, comunica- ción, electricidad, recolección de basura, agua potable y drenaje, así como de beneficios sociales (educación, salud, mayor información). Por otra parte, la industrialización trae aparejada una mayor división social del traba- jo, lo cual provoca la multiplicación y diversificación de las fuerzas sociales. Mientras que en una sociedad tradicional la producción de alimentos y materias primas involucra a la población económicamente activa en todas las fases de la producción, en el proceso industrial la diferenciación y la especialización son condiciones necesarias para la pro- ducción en gran escala. 79Capítulo 4: La sociología y el cambio social De tal suerte, un campesino conoce y participa en todo el ciclo productivo, desde la preparación de los surcos, la siembra, el riego y el cuidado de los cultivos, hasta la cosecha. En cambio, en una fábrica cada obrero o grupo de obreros tiene encargada la realización de una de las partes del proceso de fabricación del producto. De esta mane- ra se van diferenciando las funciones. La modernización tiene repercusiones sociodemográficas, culturales y políticas. Con su desplazamiento del campo a la ciudad, las personas se despojan de viejos vínculos de integración comunitaria, al igual que de valores tradicionales y con una referencia local. Aparecen nuevos patrones de conducta y nuevas posibilidades o alternativas de convivencia e interacción con los semejantes. Sucede entonces lo que los teóricos de la El proceso de modernización Cambios EConómiCos Industrialización Aumenta la actividad económica: se desarrollan los mercados, aumentan los bie- nes de consumo, crece el producto nacional bruto, sube el ingreso per cápita, se dan avances tecnológicos. Cambios CulturalEs Expansión de opciones Se diferencian los patrones culturales, se debilitan las bases de parentesco e iden- tidad comunitaria, se incrementa la información y el conocimiento. Cambios soCiodEmográfiCos Urbanización Migración campo-ciudad, concentración de población, aumentan servicios (vivien- da, educación, salud), se da la multiplicación y diversificación social, y la moviliza- ción social. Cambios PolítiCos Democratización Autoridad nacional y racional basada en el consenso, extensión de la conciencia política, aumenta la participación, la incorporación de nuevos grupos sociales al universo político, y se da mayor competencia política. Autores de la teoría de la modernización: Apter, David, “Estudio de la modernización” (1970), S. N. Eisenstadt, “Modernización. Movimientos de protesta y cambio social” (1972), Huntington, Samuel “El orden político en las sociedades en cambio” (1972). . Hacia la sociología80 modernización llaman “expansión de las opciones” o “revolución de las expectativas”; es decir, se abre un abanico de nuevas oportunidades y formas de enfrentar los problemas colectivos. Los cambios se encadenan unos con otros y van reclamando nuevos cambios, lo cual genera presiones sobre el sistema social en general y sobre el sistema político en particu- lar. Las demandas sociales que se generan en los centros urbanos e industriales, tales como mejoras salariales y mayores prestaciones (vacaciones, pensiones, por ejemplo) reclaman la atención del gobierno y eso exige recursos de los cuales a menudo se carece, creándose así una tensión entre las “expectativas crecientes” y la dificultad para cumplir con ellas. La modernización en el terreno político se concibe como el conjunto de cambios orien- tados hacia formas de organización libres y democráticas. Implica el ingreso de nuevos grupos sociales al sistema político, la extensión de la conciencia política, una inclinación a participar más y en mayor número de espacios y, desde luego, la existencia de una estructura política con una autoridad nacional y racional, es decir, basada en el consenso o reconocimiento por parte de los gobernados (consultar el capítulo 8). La modernización política significa también una diferenciación de las funciones políticas y la creación de instituciones especializadas para cumplir con dichas funciones (funciones ejecutivas dis- tintas de las legislativas, las judiciales, las administrativas, las técnicas, etcétera). Una sociedad que se moderniza políticamente es aquella que reconoce la existencia de diversas corrientes políticas y cuenta con instituciones capaces de dar cauce a la plurali- dad de intereses y tendencias (partidos políticos, sindicatos, asociaciones o grupos de in- terés, movimientos sociales, organizaciones no gubernamentales). Es una sociedad donde el poder tiene límites, pesos y contrapesos para evitar su ejercicio abusivo y arbitrario, y descansa en la voluntad de la población. Cabe señalar que la modernización política no es un proceso simultáneo ni resultante de la modernización económica. Más aún, los cambios en las esferas económica, social y cultural pueden provocar tensiones en el sistema político, dificultando así su proceso de cambio en sentido moderno. Algunos ejemplos del impacto de la modernización se presentaron en los países latinoamericanos, donde el incremento de la urbanización, la información, la educación, las demandas sociales y las nuevas aspiraciones promovidas por la modernización económica provocaron la inestabilidad política, el endurecimiento de los regímenes y, finalmente, la toma del poder por parte de los militares. Los teóricos de la modernización política sostienen que, para que ésta ocurra a la par del proceso de modernización económica, debe existir una estructura institucional fuerte y arraigada, capaz de absorber y canalizar la explosión de las demandas en aumento que generan la industrialización y la urbanización. Dicho de otra manera, se requiere que existan reglas del juego aprobadas y aceptadas por los diferentes actores políticos para que ofrezcan certidumbre y permitan que el cambio transcurra por cauces pacíficos. La modernización mexicana En nuestro país, los procesos de industrialización y urbanización despegaron en la década de 1940 gracias a que, por un lado, el Estado mexicano posrevolucionario ya estaba con- solidado, y a que se presentó la coyuntura favorable de la Segunda Guerra Mundial. Dado que Estados Unidos se encontraba sumido en una economía de guerra, nuestro país se vio en la necesidad de producir muchas de las cosas que antes importaba de su vecino del 81Capítulo 4: La sociología y el cambio social norte. Lo más importante fue que nuestro país tuvo oportunidad de exportar sus manufac- turas por la escasez que de ellas había en el mercado estadounidense. Estas circunstanciasexplican el acelerado proceso de industrialización y urbanización que México experi- mentó durante esos años. Aunque después de la guerra este impulso se redujo, México vivió tres décadas de crecimiento económico sostenido (un crecimiento anual promedio del 6% en el producto interno bruto) que llevó a hablar del “milagro mexicano”. Méxi- co experimentó cambios notables en su estructura productiva y de comunicaciones, así como en su composición demográfica. Para la década de 1960, nuestro país dejó de ser predominantemente rural para inclinarse hacia el lado urbano y ha seguido moviéndose en esa dirección, de suerte que según el Censo del 2000, la población rural solamente representaba el 25%. Si bien la modernización política fue un ideal liberal rehabilitado por la Revolución de 1910, bajo el lema maderista de “sufragio efectivo, no reelección”, este proceso que- dó a la zaga del ocurrido en el plano económico. No obstante, nuestro país combinó el despegue modernizador con la estabilidad política gracias a la existencia de instituciones políticas fuertes (la Presidencia, el partido oficial) que ejercieron un control sobre las demandas sociales que fueron surgiendo. Solamente hacia el último cuarto del siglo xx empezaron a florecer demandas de mo- dernización política. A finales de la década de 1970 surgieron nuevos partidos políticos, movimientos sociales rurales (coordinadoras campesinas) y urbanos (movimientos urba- no-populares), así como organizaciones no gubernamentales y asociaciones civiles. Para mediados de la década de 1990, los impulsos participativos y de competencia por el poder encontraron cabida en canales institucionales como las elecciones. A pesar de que en México mediaron casi 40 años entre el despegue de la moderniza- ción económica y el de la modernización política, esta última alcanzó la meta trazada de la democratización. Tal fenómeno se ha observado en el conjunto de América Latina en donde, después de tristes experiencias de regímenes militares en las décadas de 1960 y 1980, ocurrió una verdadera “ola democratizadora” que se conoció como “procesó de transición a la democracia”. La transición democrática La transición a la democracia es el paso de un régimen autoritario a uno democrático por la vía pacífica, es decir, a través de los pactos o acuerdos entre los principales actores polí- ticos (fuerzas democráticas y militares) en favor de la realización de elecciones libres y competidas. En la gran mayoría de los casos en los que se realizaron elecciones democrá- ticas, los triunfos en las urnas significaron el fin de los gobiernos autoritarios. Los países del Cono Sur como Chile, Argentina y Uruguay son ejemplos de transición democrática por la vía de una elección competida. Durante la década de 1980 y principios de la siguiente, el tema de la modernización siguió ocupando un sitio destacado dentro de las perspectivas del cambio social. Hoy día éste es parte del debate sobre el futuro cercano no sólo en países de economía capitalista, sino también en aquellos que después del derrumbe del socialismo real, simbolizado por la caída del Muro de Berlín en 1989, se han enfrentado al reto de construir economías de mercado y regímenes democráticos. Hacia la sociología82 El anhelo de alcanzar la “modernización” en todas sus modalidades aparece en la actualidad más insistente y generalizado; sin embargo, no hay que olvidar que ello no obedece a que no se hayan logrado avances en ese sentido, sino por el contrario, a que las experiencias y los logros modernizadores han hecho más patentes las carencias, las promesas no cumplidas y las metas por alcanzar. En nuestro país, a pesar de que la bandera modernizadora no es nada nueva, en la dé- cada de 1980 fue nuevamente la carta de presentación del gobierno y las organizaciones sociales. La modernización industrial, financiera, tecnológica y política se entendió como fórmula para que México se insertara mejor en un mundo globalizado. Sin embargo, de nueva cuenta el proceso quedó trunco, aunque los cambios que ha experimentado el país han sido enormes: los servicios públicos se han extendido; la educación y la aten- ción médica se han ampliado explosivamente; hemos alcanzado un importante desarrollo científico y tecnológico; y los medios de comunicación masiva (radio y televisión) han llegado a los rincones más apartados del país y han ganado en independencia frente al po- der. Todos estos cambios tangibles han sido incapaces de romper con la severa desigual- dad social que sigue caracterizando a nuestro país, y por el contrario, la han acentuado. Los sectores de la población que concentran la mayor parte del ingreso social son cada vez más ricos y representan una parte cada vez menor de la población total, además de que se alejan cada vez más de las grandes mayorías que participan de una parte cada vez más pequeña del beneficio social. Los avances se van sumando, pero los efectos negati- vos también. Si persiste el clamor modernizador es porque deben cambiar la orientación y la esencia de la modernización, porque no es suficiente que el país crezca, sino que su riqueza se distribuya más homogéneamente. Sólo así una sociedad moderna podrá ser al mismo tiempo más digna, más libre y más justa. Raymond Aron y las sociedades industrializadas Raymond Aron (1905-1985) fue un fecundo sociólogo francés que dedicó parte de su obra a reflexionar sobre las sociedades industrializadas. En Dieciocho leccio- nes sobre la sociedad industrial (1955-1956), que junto con La Lucha de clases y Democracia y totalitarismo forman la trilogía consagrada al estudio de la sociedad industrial como opuesta a la sociedad tradicional, insistió particularmente en la comparación entre sus dos grandes representantes, Estados Unidos y la Unión Soviética. Las dos potencias se presentaban como altamente desarrolladas; sin embargo, los modelos de crecimiento tenían diferencias que se mantuvieron a lo largo de la evolución industrial. Así, mientras que el modelo soviético sólo era concebible dentro de una economía planificada y con un poder político muy centralizado, en Estados Unidos el modelo de crecimiento se explicaba en el contexto de una eco- nomía de competencia y un régimen político democrático. . 83Capítulo 4: La sociología y el cambio social Aunque sigue siendo muy viva la aspiración por la modernidad, durante las dos úl- timas décadas ha surgido una nueva corriente de pensamiento que rompe con reglas y principios muy asentados en el mundo occidental y que se expresa en distintos campos de las manifestaciones humanas: el posmodernismo. En el contexto de las crisis económicas recurrentes, la caída de los paradigmas y el derrumbe de las viejas hegemonías, surgió el discurso posmoderno, que no está goberna- do por códigos establecidos, por lo que tampoco puede juzgársele a partir de categorías conocidas. El posmodernismo se inscribe en el contexto de la decadencia o el desgaste de la con- fianza de los occidentales en el principio del progreso general o la emancipación de la humanidad; es decir, pone en duda uno de los principios rectores en los siglos xix y xx. Como consecuencia de los cambios tecnológicos que han modificado parámetros y re- ferentes básicos de los hombres, hoy se habla de “sociedad posmoderna” para referirse a aquella en la que reina el individualismo por encima de cualquier inclinación comunitaria o colectiva; en la que ya nadie cree en un futuro promisorio; en donde la gente quiere vi- vir el aquí y el ahora y conservarse joven, en vez de buscar construir al hombre nuevo; en donde ya ninguna ideología política es capaz de entusiasmar a las masas. Es una sociedad del desencanto y el vacío. En la sociedad posmoderna ya no se confía en los avances tecnológicos y científicos porque éstos han traído aparejada una amenaza de destrucción, además de la degradación del medio ambiente. Así como la edad moderna estaba obsesionada con la producción y la revolución,la posmoderna lo está con la información y la expresión. Los individuos quieren manifes- tarse en el trabajo, en el deporte y en el ocio, lo cual coincide con la proliferación de los medios de comunicación. El centro de la era posmoderna es el “individuo” y su cada vez más proclamado derecho a ser libre y buscar su exclusiva realización personal; y, sin embargo, quizá por el empuje que lleva consigo la sociedad posmoderna, es posible encontrar dentro de ella a grupos y corrientes que siguen pugnando por rescatar la fe en el futuro y en las potencialidades de la humanidad. El conflicto social como motor de cambio Dado que las sociedades son conglomerados de grupos con intereses, demandas y expec- tativas diferentes y en ocasiones contrarias, podemos comprender por qué la sociología ha considerado al conflicto y su resolución como un hecho central de las sociedades. Para reflexionar Haz una consulta entre tus familiares y amigos sobre sus principales pre- ocupaciones y si piensan que las formas de resolver sus problemas están solamente en sus propias potencialidades, o si pueden encontrar soluciones dentro de sus grupos de familiares, amigos, vecinos. . Hacia la sociología84 Trasladando este argumento al tema del cambio social, encontramos también que el con- flicto ha ocupado un sitio medular. Una interrogante clave sobre el cambio es ¿de qué forma el conflicto, intrínseco a las sociedades, contribuye a la modificación de las estruc- turas sociales? El conflicto tiene su origen en intereses diferenciados y se presenta de manera general como la confrontación entre los que defienden el status quo, o sea la situación esta- blecida, y aquellos que pugnan por su modificación. Existen dos grandes concepciones sociológicas sobre el lugar del conflicto en el proceso de cambio social: la funcionalista y la marxista. Las teorías funcionalistas o evolucionistas del cambio social tienen implicaciones con- servadoras, porque ponen el énfasis en la protección del estado de cosas por encima de los deseos o aspiraciones de los individuos. La teoría marxista del cambio tiene un carácter más participativo, pues se centra en la capacidad de los hombres para incidir en sus des- tinos a través de la acción política. Revolución y reforma: dos proyecciones del cambio social El cambio social puede orientarse y proyectarse como resultado de dos tipos de proceso: la revolución y la reforma, que representan dos maneras distintas de comprender el con- flicto social. Punto de partida Los sistemas sociales tienden a la integración, al acuerdo, al consenso. “Las diferencias inte- gran.” La estratificación social y el propio conflicto son integradores (Talcott parsons, “el sistema social”, 1951). Concepción del cambio La estructura social permite y genera los cam- bios para adecuarse a nuevas circunstancias. Los cambios son cíclicos y espontáneos, pero limitados por la propia estructura social. El cambio no implica transformación, sino re- acomodo, ajuste. el lugar del conflicto en la teoría funcionalista Punto de partida La sociedad se concibe como una totalidad y las partes están determinadas por el todo. El conflicto (la lucha de clases) es el motor de la historia. El conflicto tiene un potencial revolucionario. Concepción del cambio El proceso de cambio determina la nueva estruc- tura social. El cambio está en el origen de las estructuras. El cambio se da en espiral y transforma toda la estructura social. el lugar del conflicto en la teoría marxista 85Capítulo 4: La sociología y el cambio social La revolución La revolución es un cambio rápido, fundamental y violento de las instituciones políticas y la estructura social de un país. La revolución busca derribar a las autoridades políti- cas existentes para efectuar, desde el poder, cambios profundos en el ordenamiento jurí- dico, las relaciones políticas y la esfera socioeconómica de una sociedad. Toda revolu- ción tiene como elemento constitutivo el empleo de la violencia y la amplía participación popular; comprende momentos prolongados de guerra civil, es decir, de enfrentamiento entre las dos fuerzas en conflicto: los que luchan por mantener el poder y el orden estable- cido, y los que luchan por arrebatárselos. Como las clases dirigentes no quieren ceder su poder, los grupos revolucionarios usan la fuerza para despojarlas de él. La revolución se distingue de una rebelión o una revuelta porque, aunque éstas son también levantamientos o insurrecciones, ocurren en un espacio limitado del territorio de un país y no pugnan por la subversión del orden establecido, sino generalmente por la satisfacción de reivindicaciones económicas o políticas. Así, una revuelta campesina es un levantamiento de una parte de la población para obtener respuesta a demandas propias de dicho sector de la sociedad, como la propiedad de la tierra. Las revueltas no se gene- ralizan a toda o la mayor parte de un país. El levantamiento armado del 1o de enero de 1994 en Chiapas, encabezado por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), es un ejemplo actual de este tipo de movimientos que recurren a la violencia para obtener respuestas a las demandas de ciertos grupos sociales, en este caso las de los indígenas de la región. La revolución tampoco debe confundirse con un golpe de Estado, que es un acto vio- lento, de efecto inmediato, que busca tomar el control de los centros de poder pero que es realizado por miembros u órganos del mismo Estado. En un Estado de derecho, el golpe de Estado es una violación deliberada del ordena- miento constitucional por parte del gobierno, de una asamblea, del ejército o de la policía. El ejemplo clásico de golpe de Estado es el que concretó Luis Bonaparte en 1851 en Fran- cia, cuando aniquiló a la República de la que él mismo era presidente, para proclamarse después como Napoleón III, emperador. Un ejemplo de golpe de Estado en América Latina fue el de 1973, encabezado por Au- gusto Pinochet en contra del gobierno constitucional de Salvador Allende en Chile. Sólo hasta 1989, Pinochet fue obligado a dejar el poder gracias al plebiscito que se organizó para consultar a la población si debía o no seguir gobernando. La respuesta mayoritaria fue que NO, y que debían organizarse elecciones para decidir quién debía gobernar a los chilenos. Para reflexionar En 1992, Hugo Chávez, el actual presidente venezolano, intentó tomar el poder por las armas a través de un golpe de estado que no prosperó. ¿Qué reflexión nos deja este ejemplo sobre las fórmulas mediante las cuales se pueden impulsar cambios sociales? . Hacia la sociología86 La revolución es una ruptura con el pasado que se produce con la esperanza del pue- blo de crear un orden nuevo y mejor. La revolución tiene un sentido de emancipación o liberación de ciertas condiciones de opresión. Es un movimiento encaminado ya sea a restaurar un orden turbado o desvirtuado por el poder político, o bien a conseguir la ins- tauración de la libertad, la igualdad o la eliminación de la explotación. De hecho, una de las primeras revoluciones que registra la historia (la Revolución de 1776 en Estados Unidos), fue una guerra de liberación nacional, una guerra anticolonial por la independencia política. Sin embargo, fue la Revolución Francesa la que constituyó el verdadero punto de partida de la exploración sociológica en torno a esta modalidad del cambio social. Dos pensadores del siglo xix, Karl Marx y Alexis de Tocqueville, analizaron la Revo- lución Francesa preguntándose básicamente sobre sus causas estructurales, es decir, sobre aquellas provenientes de la organización social y política del llamado Antiguo Régimen. Sin embargo, sus enfoques y conclusiones fueron muy diferentes: Tocqueville deseaba explicarse por qué la revolución había estallado en Francia, siendo que muchas otras na- ciones europeas tenían el mismo tipo de estructura social y política. Este pensador llegó a la conclusión deque la revolución no había sido producto del empeoramiento en las Alexis de Tocqueville (1805-1859) Pensador francés del siglo xix, heredero de una tradición aristocrática y terrate- niente, pero representante de la conciencia liberal, Tocqueville combinaba el instin- to aristocrático con la convicción democrática. Decía amar con pasión la libertad, el respeto a las leyes y los derechos, pero veía con temor los impulsos democráticos de las masas. Las obras principales de Tocqueville son: a) La Democracia en América, que escribió a los 30 años, después de una es- tancia de un año en Estados Unidos. Es el estudio de una sociedad viva, que contiene dos partes: la primera está dedicada al análisis de la influencia de la democracia en las instituciones y la segunda a destacar la influencia de las instituciones sobre las costumbres. b) El Antiguo Régimen y la Revolución, obra inconclusa cuyo primer tomo le llevó al autor 15 años de estudio y que evoca la historia reciente de la sociedad fran- cesa. Tocqueville hace una meditación muy detallada sobre la centralización y la decadencia de la aristocracia, y concluye que muchas de las cosas que se pensaban como obra de la revolución (la centralización administrativa, el flo- recimiento de París, el reparto de tierras a campesinos) ya existían durante el Antiguo Régimen, es decir, habían sido realizadas por la monarquía absoluta. Toda la obra de Tocqueville gira alrededor del tema de la libertad, entendida como ”libertad moderada, regulada, limitada por las creencias, las costumbres y las leyes”. . 87Capítulo 4: La sociología y el cambio social condiciones de vida, sino por el contrario, pudo darse una vez que se habían logrado leves disminuciones en la opresión que los franceses padecían. Por su parte Marx, interesado en profundizar en la revolución como motor de la historia que apresura la caída del viejo orden social y como palanca para conquistar la igualdad, la justicia y la felicidad de los hombres, encontró que la causa primaria de la Revolución Francesa había sido el empobrecimiento creciente de las masas. La idea de que la transformación de la sociedad y la emancipación del hombre sólo pueden alcanzarse a través de la revolución social explica por qué el marxismo dedicó muchos de sus esfuerzos a construir una teoría de la revolución. Marx distinguió dos tipos de revolución, las de lo siglos xviii y xix, de contenido político (Revolución Francesa), que estaban encaminadas a construir un régimen que garantizaría la libertad e igualdad políticas de los hombres, pero que no transformaría la estructura capitalista; y las del siglo xx, de carácter proletario —que solamente previó, ya que no alcanzó a verlas consuma- das— que sí modificarían la organización económica y social capitalista al eliminar la propiedad privada sobre los medios de producción. En esta perspectiva, la Revolución Mexicana de 1910, que fue el primer gran levanta- miento armado del siglo xx, no fue una revolución social sino política, que derrocó a la dictadura porfirista e incorporó a las masas obreras y campesinas a la vida pública. Fue un movimiento social que modificó el marco normativo del país (la Constitución), apun- talando con ello el desarrollo capitalista. Interpretaciones de la Revolución Mexicana La Revolución Mexicana de 1910 ha sido objeto de múltiples análisis y estudios de sociólogos e historiadores tanto nacionales como extranjeros. En México, dichos estudios han dado como resultado diferentes interpretaciones sobre el gran movi- miento social de nuestro siglo. Entre las de carácter sociológico destacan las de los siguientes autores: a) Arnaldo Córdova (La ideología de la Revolución Mexicana) considera que la revolución fue burguesa y política, en tanto que derrocó a la dictadura porfirista y dio lugar a un nuevo régimen político en el que las masas se convirtieron en auténtico factor de poder, pero que no tocó la propiedad privada. b) Adolfo Gilly (La revolución interrumpida) concibe a la Revolución Mexicana como agraria y antiimperialista en sus inicios, si bien durante su desarrollo se fue haciendo anticapitalista; sin embargo, debido a la ausencia de dirección proletaria y de programa obrero, tuvo que interrumpirse en 1920, primero, y en 1940, después. c) Juan Felipe Leal (México: Estado, burocracia y sindicatos) considera que la revolución fue de carácter burocrático-militar, porque tuvo una dirección pe- queñoburguesa que se fue transformando en una burocracia militar y política, la cual era en esos momentos la única fuerza capaz de estructurar el nuevo Estado. . Hacia la sociología88 Lenin y la Revolución Rusa Marx estaba convencido de que la revolución socialista tendría lugar en los paí- ses industriales avanzados, con un alto desarrollo económico y cultural, que ya hubiesen transitado por un régimen democrático-liberal. Este esquema permitía identificar a la clase obrera industrial como la fuerza más dinámica de la sociedad y el principal agente revolucionario. Sin embargo, en 1917, la revolución estalló en Rusia, un país cuya estructura so- cial presentaba vestigios feudales y acusados rasgos de atraso económico, con una burguesía débil, un sistema de gobierno arcaico y una fuerte dependencia del ca- pital extranjero. En la Rusia zarista, la agricultura proveía 50% del ingreso nacional y se realizaba bajo sistemas atrasados (tres cuartas partes de la población se dedi- caban a ella). El capital extranjero poseía 90% de las minas del país y 40% de sus establecimientos industriales. La clase obrera representaba una sexta parte de la población económicamente activa. Vladimir llich Uliánov, más conocido por su nombre político de Lenin, conocedor a fondo de los escritos marxistas, inició sus propios trabajos sobre la realidad rusa. Sus principales escritos son: El desarrollo del capitalismo en Rusia; El imperia- lismo, fase superior del capitalismo; ¿Qué hacer?; y El Estado y la Revolución. Lenin, (1870-1924) examinó el escenario ruso no sólo desde el punto de vista de su situación interna, sino también del contexto internacional. En la primavera de 1916, desde su exilio en Suiza, publicó El imperialismo, fase superior del capitalismo, obra en la cual analizó el desarrollo del capitalismo mundial en su nueva etapa acerca de los monopolios y la exportación de capitales (consultar el capítulo 9), para concluir que la estructura imperialista podía romperse en Rusia, país que constituía “el eslabón más débil de la cadena del imperialismo internacional”. En 1917, tras el derrocamiento del zar y la instauración de la República en Rusia, Lenin regresó del exilio para proclamar el éxito de la revolución proletaria. En octubre de ese mismo año, los bolcheviques llegaron al poder. La revolución había triunfado, y comenzó el periodo de construcción del nuevo orden, en medio de tensiones y enfrentamientos entre los diferentes grupos revolucionarios. . La Revolución Rusa de 1917 fue social, pero se desarrolló en un país poco indus- trializado y sin que previamente se hubiese conformado una democracia burguesa, pero provocó la transformación de la estructura social así como del ejercicio del poder. El propio curso de las revoluciones socialistas del siglo xx tanto en África como en Asia y América Latina fue reformulando la teoría marxista de la revolución. Así, la Re- volución Cubana se realizó en un país atrasado, carente de una clase obrera organizada, pero entonces apareció un nuevo actor: la guerrilla o el foquismo, que probó ser capaz de vencer a la élite gobernante cubana y a sus aliados externos. El teórico del foquismo y dirigente revolucionario, Ernesto “Che” Guevara, explicó que la acción de los foquistas había sido la partera de la revolución porque logró vaciar progresivamente a la élite cu- bana de sus bases de apoyo social. 89Capítulo 4: La sociología y el cambio social La teoría del foquismo sostiene que un grupo guerrillero (foco) puede impulsarla revolución siempre que existan tres condiciones: 1. Que la élite gobernante tenga escasa legitimidad. 2. Que las tensiones sociales ya no puedan resolverse por canales institucionales nor- males. 3. Que los medios legales para el cambio estén bloqueados. La revolución cubana probaría que las estrategias revolucionarias dependen de las características particulares y especiales de cada país y circunstancia. Más allá de consideraciones sobre los actores centrales de las luchas revolucionarias, el estudio de las revoluciones como artífices del cambio social ha permitido distinguir en cada proceso revolucionario dos etapas muy claras: a) la etapa destructiva, esto es, la de la guerra propiamente dicha, que busca derribar al poder establecido y b) la etapa cons- tructiva, que comprende la edificación de un nuevo orden social. La etapa constructiva ya no es heroica ni implica grandes movilizaciones, pero es donde la revolución verdadera- mente se pone a prueba a través de sus resultados. Los líderes revolucionarios triunfantes se convierten en gobernantes muy populares en la fase constructiva. La falta de renovación en el mando y la dificultad de los regímenes revolucionarios para adecuarse a los cambios que van experimentando las sociedades hacen que éstos se desgasten y, en algunos casos, lleguen a agotarse. La Revolución Francesa sobrevivió a sus dirigentes (Danton, Robespierre) y se con- solidó a través de los ideales republicanos que abanderó, mientras que la revolución rusa, aunque sobrevivió a sus padres fundadores (Lenin, Trotsky), al final no logró remontar los grandes cambios que fue experimentando el mundo y que se condensaron a finales de Ernesto “Che” Guevara (1928-1967) Fue una de las figuras más deslumbrantes de la Revolución Cubana, además de su cronista y teórico. Nació en Buenos Aires (de ahí el sobrenombre) y viajó por toda América Latina. En México conoció a Fidel Castro y posteriormente formó par- te de la expedición a Cuba en el Granma, a fines de 1956. Colaboró activamente en el triunfo de la insurrección popular de enero de 1959, y participó en un lapso corto en la fase de la revolución hecha gobierno como secretario de economía y otras dependencias. A partir de entonces, el “Che” se convirtió en el representante de la revolución socialista en el Tercer Mundo. El “Che” se dedicó a difundir la experiencia de la revolución cubana para mostrar que había posibilidades de derrocar a regímenes dictatoriales en países atrasados que no contaban con una clase obrera organi- zada. En su obra principal, Guerra de guerrillas, explica que la acción y la teoría del proceso revolucionario tenían como finalidad la construcción de un mejor ser humano, que él llamaba el “hombre nuevo”. . Hacia la sociología90 la década de 1980 en fenómenos como la globalización, las reivindicaciones étnicas y el reclamo democrático. La Revolución Mexicana, convertida ya en régimen político, empezó a mostrar sus li- mitaciones en la década de 1960 y, para mediados de la de 1980, empezó a ser claramente desplazada por el impulso neoliberal tanto en el plano económico como en el político. Para finales del siglo xx, México había experimentado cambios sustantivos tanto en el campo de su sistema económico como en el político, al punto que es posible afirmar que fueron las transformaciones más importantes desde la década de 1930. La reforma Consiste en un proceso de modificaciones graduales de algunos aspectos de la sociedad que, lejos de perseguir la transformación global o el trastocamiento de ésta, pretende ade- cuarla a nuevas situaciones y exigencias con objeto de preservar el ordenamiento social. A diferencia de la revolución, la reforma es una acción que busca impedir las expre- siones de violencia y generalmente es promovida desde la cúspide del poder cuando ya no es posible mantener el estado de cosas. Las reformas son actos que la élite gobernante de un país lleva a cabo buscando evitar posibles estallidos sociales. Las reformas tienen una vocación preventiva porque quieren abrir espacios para atender demandas sociales y evitar así la confrontación. Las reformas son cambios que pretenden distribuir de una manera más equitativa los recursos de una sociedad, por lo que necesariamente implican despojar de ciertos privi- legios, beneficios o cuotas de poder a aquellos grupos sociales que antes de la reforma gozaban de ellos. Las reformas son medidas orientadas a mejorar la situación económica o la posición social y los derechos políticos de aquellos que tienen carencias en cualquiera de estos ámbitos. Tradicionalmente, las reformas han constituido alternativas al estallido revolucionario en tanto que mantienen dentro de canales institucionales la posibilidad de resolver los problemas. A los promotores o defensores de las reformas se les denomina reformistas, término que durante mucho tiempo se consideró peyorativo porque identificaba a los que no se animaban a luchar por los cambios a fondo. Hoy en día, la reforma ha ido ganando terreno y credibilidad en todo el mundo. El propio desarrollo industrial, científico y tecnológico han modificado la situación de los grupos sociales. En la actualidad, un obrero en un país desarrollado tiene muy poco que ver con aquel que vivió el arranque de la Revolución In- dustrial en Europa y que como Marx afirmó, sólo tenía sus cadenas que perder. El obrero ahora tiene acceso a una serie de beneficios laborales y sociales que lo colocan, incluso, por encima de otras capas sociales marginadas del proceso productivo y el sistema de seguridad social. Después de la caída del Muro de Berlín, los partidos socialistas abandonaron prác- ticamente a la revolución como bandera del cambio y han volteado los ojos hacia las reformas. La experiencia de los partidos socialistas que han conquistado el poder político por la vía de las elecciones (en España, Francia o Inglaterra, por ejemplo) ha reforzado la tendencia a reivindicar las vías institucionales como vehículos de cambio. Las reformas han probado ser capaces de generar cambios sin grandes traumas socia- les. En nuestro país, los regímenes posrevolucionarios encontraron en las reformas polí- 91Capítulo 4: La sociología y el cambio social ticas, educativas, agraria y laboral los instrumentos para canalizar o institucionalizar el conflicto en zonas y con sectores marginados, asegurando con ello la estabilidad social. Las reformas han permitido al gobierno mexicano no tener que recurrir indiscrimi- nadamente a medidas represivas para resolver confrontaciones. Las formas dotaron de flexibilidad al sistema político para evitar que endureciera sus posiciones y sus respuestas a las expresiones de inconformidad y descontento social, durante toda la época del presi- dencialismo autoritario. De hecho, las reformas electorales fueron las herramientas del avance democrático en México porque introdujeron modificaciones en el sistema de partidos y ello provocó cambios en las formas mismas del quehacer político, es decir, impulsaron el cambio del régimen político. La actualidad del cambio Las sociedades siguen transformándose y continuarán haciéndolo. De esta manera, te- mas que antes sólo se hallaban en los libros de ciencia-ficción ahora se han convertido en una realidad tangible. La introducción de los robots y la electrónica en los procesos productivos de Europa, Japón y Estados Unidos han hecho que hoy se hable de la época de la automatización total o de la tercera revolución industrial. Las aplicaciones de la más novedosa tecnología en las economías actuales tienen los siguientes objetivos: 1. Aumentar el rendimiento del trabajo. 2. Mejorar el control sobre la calidad de los productos. 3. Hacer más flexibles las líneas productivas para que se adapten mejor a las variacio- nes de la demanda. Jesús Reyes Heroles (1921-1985) Historiador y politólogo mexicano contemporáneo que, además de destacar en el campo académico (El liberalismomexicano [1951]), también lo hizo en el de la actividad política. Ocupó desde puestos de elección popular (diputado por Vera- cruz) hasta altos cargos gubernamentales (Secretario de Gobernación y de Edu- cación). Fue un hombre convencido de los ideales y principios de la Revolución Mexica- na y un defensor de la reforma como instrumento de cambio. Reyes Heroles fue el ideólogo de la reforma política de 1977, que abrió las puertas a la modernización del sistema electoral mexicano. Decía Reyes Heroles: “Estamos en contra de quienes quieren estabilidad a cual- quier costo y de quienes quieren cambio a cualquier costo. Ambicionamos cambio en la paz, en la ley y con la ley, con las instituciones y en las instituciones, sin brus- cas precipitaciones ni artificiales demoras. Avances sólidos por meditados”. . Hacia la sociología92 En otros términos, estos cambios buscan una mayor eficacia en el proceso productivo (menores costos de producción, producir a toda la capacidad instalada y reducir los ries- gos que traen movimientos en la demanda), lo cual significa un adelanto más en lo que hubieran sido los propósitos de la primera revolución industrial. Hoy, el crecimiento de la competencia mundial, característica de la fase postindustrial, está exigiendo “flexibi- lidad laboral” en las empresas; es decir, una adaptación rápida de la organización de los trabajadores (reclutamiento, horario de trabajo, despido) para hacer frente a los cambios en los mercados y la tecnología. Los nuevos cambios tecnológicos plantean una serie de interrogantes sobre sus efectos no sólo en las economías avanzadas, sino en el conjunto mundial. ¿Quiénes serán los prin- cipales beneficiarios de la automatización y la nueva revolución industrial?, ¿qué avances traerá esta revolución tecnológica en cuanto a la participación de los trabajadores en la distribución de las cargas laborales?; ¿prevalecerán las consecuencias negativas, como la disminución drástica del empleo y la pérdida de capacidad de lucha de los sindicatos? Aunque estas interrogantes están todavía por responderse, el empuje de las transforma- ciones en la vida de nuestros días ha rebasado las fronteras de los países altamente indus- trializados y empieza a plantearse como exigencia en economías de mediano desarrollo como la nuestra. Estas transformaciones en las relaciones de trabajo han motivado nuevas reflexiones sociológicas sobre la acción colectiva. Si un grupo social, como los obreros de una fá- brica, o los empleados de una empresa comparte condiciones de trabajo y objetivos, se esperaría que estuvieran dispuestos a emprender ciertas acciones que les proporcionaran beneficios. Sin embargo, esto no es siempre así porque personas que sacarían provecho de cierta acción colectiva, a veces se rehúsan a sumarse a un movimiento que vaya en ese sentido porque les quita tiempo o les exige un esfuerzo que no están dispuestos a aportar (Mancur Olson, “La lógica de la acción colectiva”, 1965). A manera de ejemplo, los migrantes mexicanos en los Estados Unidos comparten una serie de circunstancias (estar fuera del país lejos de la solidaridad familiar, sufrir la dis- criminación, sortear la falta de documentos legales, obtener un salario digno, etcétera). Esto ocurre cuando el país vecino ha endurecido sus políticas frente a ellos negándoles acceso a ciertos servicios educativos, de seguridad social, o incluso licencias de conducir; sin embargo, los mexicanos con mayor tiempo fuera suelen oponerse a las demandas y las acciones impulsadas por migrantes más recientes en contra de estas políticas discri- minatorias. Para reflexionar Busca en la prensa un ejemplo de grupos que compartan ciertos objetivos comunes y que, sin embargo, no actúan con una misma orientación. Esta diferencia constituye un obstáculo para alcanzar los fines que persiguen, pero ¿puedes identificar por qué con frecuencia no hay unidad en la acción colectiva? . 93Capítulo 4: La sociología y el cambio social Actividades complementarias 1. De la lectura de los periódicos, haz una lista de los cambios sociales que están ocurriendo en el mundo, tratando de señalar sus causas más importantes. 2. Discute en clase los efectos sociales de las más recientes innovacio- nes tecnológicas (comunicación por satélite, introducción masiva de computadoras, teléfonos celulares, etcétera). 3. Haz un recuento de las reformas constitucionales más importantes rea- lizadas por el gobierno mexicano actual. La tarea puede dividirse por áreas temáticas. 4. Analiza alguna de las plataformas electorales de las recientes eleccio- nes en México y registra el tipo de cambios que propone, distinguiendo los de corto plazo de los de largo plazo. 5. Busca en la historia del siglo xx de México ejemplos de revueltas o rebeliones. . Esta diferenciación dentro de un grupo social que comparte circunstancias y objetivos es uno de los factores que explica por qué no se han logrado los cambios en las políticas migratorias norteamericanas respecto de su vecino del sur. Bibliografía Si te interesa profundizar en los temas tratados en este capítulo, puedes consultar alguno de los siguientes libros: aPtEr, David, Estudio de la modernización, Amorrortu, Buenos Aires,1970. aron, Raymond, Las etapas del pensamiento sociológico, Seix Barral, Bue- nos Aires, 1970. baCa olamEndi, laura, et al. (compiladores), Léxico de la política, México, Conacyt/flacso/Fundación Henrich Boll, fondo de Cultura Económica, 2000. Cardoso, F. H., g. Estrada y B. DamlE, “El cambio social”, Ponencia inau- gural del Congreso Internacional de Sociología, en Revista Mexicana de Ciencias Políticas y Sociales, Núm. 127, enero-marzo de 1987. EisEnstadt, S. N., Modernización: movimiento de protesta y cambio, Amo- rrortu, Buenos Aires, 1972. giddEns, Anthony, Política, sociología y teoría social. Reflexiones sobre el pensamiento social clásico y contemporáneo, Buenos Aires, Ed. Paidós, 1995. . Hacia la sociología94 Huntington, S. P., El orden político en las sociedades en cambio, Paidós, Buenos Aires, 1968. martindalE, Don, La teoría sociológica, Aguilar, Madrid, 1968. moorE, W., El cambio social, Paidós, Buenos Aires, 1970. Parsons, Talcott et al., Presencia de Max Weber, Nueva Visión, Buenos Aires, 1971. smElsEr, nEil J., Carlos marx. Sociedad y cambio social, Extemporáneos, México, 1975. Capítulo Sociología latinoamericana El presente capítulo se ocupa del pensamiento latinoameri- cano y la conciencia sobre la necesidad de una sociología latinoamericana capaz de realizar un análisis desprejuicia- do del desarrollo histórico, social y político de la región. 95 5 96 Del pensamiento social a la sociología latinoamericana Explora el surgimiento de un pensamiento latinoamericano, en el siglo xix, preocupado por la identidad y la autonomía cultural de los países recién independizados de España. Literatura y latinoamericanismo La importancia que la literatura ha tenido en la reflexión sobre la realidad latinoamericana. La cuestión social y el indigenismo La preocupación por la cuestión social, la evolución del con- cepto sobre los indígenas en la sociedad y las teorías indige- nistas correspondientes. El papel del expansionismo estadounidense en la conforma- ción del pensamiento latinoamericano; los distintos proyectos de unidad latinoamericana frente al panamericanismo promo- vido por EU. El expansionismo estadounidense y el pensamiento antiimperialista Nacionalismo y populismo Los grandes cambios políticos en Latinoamérica durante la primera mitad del siglo xx y, en particular, el populismo como régimen político emanado de economías insuficientemente in- dustrializadas, con un liderazgo carismático y la disposición de grandes masas a ser movilizadas. Del marxismo a la sociología del desarrollo Las propuestas de Carlos Mariáteguí y Raúl Haya de la Torre en Perú, y la preocupación por el desarrollo que dará lugar a diversas corrientes sociológicas.La teoría de la modernización El tránsito de una sociedad tradicional a una más moderna identificada con la cultura occidental desde el punto de vista de la teoría de la modernización. 97Capítulo 5: Sociología latinoamericana El pensamiento cepalino El desarrollo de un capitalismo autónomo a partir de conceptos como el centro y la periferia, concepto originado en la Comisión Económica para América Latina. La crítica dependentista La teoría de la dependencia propone el análisis de las estruc- turas internas de los países débiles, configuradas a partir de su relación con los países dominantes. Se mencionan diversos autores tales como Cardoso, Faletto y Ruy Mauro Marini. El impacto de la Revolución Cubana El movimiento encabezado por Fidel Castro tuvo amplias re- percusiones en Latinoamérica y dio origen al programa de Estados Unidos denominado Alianza para el Progreso. Estado y política en la sociología latinoamericana El debate sobre las transformaciones del Estado y los proce- sos de militarización en la región. La transición a la democracia en América Latina El regreso a la democracia de varias naciones latinoamerica- nas gobernadas por dictaduras militares y los desafíos que este proceso enfrenta, como la falta de instituciones democráticas sólidas y la desigualdad social. Hacia la sociología98 Anthony Giddens señAlA que unA presuposición clave de la sociología es estudiar a una sociedad en términos de sus propios significados y valores, para evitar en lo posi- ble el etnocentrismo que se presenta cuando se juzga a otras culturas de acuerdo con los parámetros originados en la propia. El buen sociólogo debe desprenderse de sus filtros culturales para analizar formas de organización que son diferentes a las de su propio en- torno, asumiendo así una perspectiva de relativismo cultural que le permita estudiar sin prejuicios a una sociedad según sus parámetros. Como países sin tradición sociológica propia, los países latinoamericanos hemos en- frentado el problema de la recepción de conocimientos generados en otras realidades, razón por la cual, sin un esfuerzo crítico constante que permita interpretar dichos cono- cimientos a la luz de nuestro propio y complejo proceso histórico, no haremos más que repetir lo que se dice en otras latitudes y aplicarlo automáticamente a nuestra realidad. La construcción de una sociología latinoamericana surge de la necesidad de referirse a una región determinada, a partir de una forma peculiar de tratar los problemas de la región y del análisis desprejuiciado de su desarrollo histórico, social y político. Veamos el caso de la conformación del Estado, que en Europa es producto de un lar- go devenir histórico que incluye el feudalismo como forma de organización y universo cultural, de cuyas entrañas surgen las condiciones para el desarrollo capitalista. Es muy distinto el surgimiento del Estado en América Latina, donde, después de las guerras de Independencia y proviniendo de una situación colonial, los países lucharon por construir naciones autónomas y erigir Estados nacionales, cuando éstos ya eran una realidad en el Viejo Mundo y el mercado mundial capitalista se había consolidado. Lo eurocéntrico y lo universal “En la autopercepción occidental hegemónica de la modernidad destacan dos mitos centrales que hoy están siendo severamente cuestionados. El primero es el mito de acuerdo al cual la modernidad europea (y, en términos más amplios, occidental) es la expresión máxima del desarrollo histórico ascendente de la humanidad. Es, en este sentido, un proyecto universal. El segundo, es el mito de acuerdo al cual este proceso universal es un producto interno del desarrollo europeo. La civilización, la modernidad, el progreso, el desarrollo de la ciencia y la tecnología moderna y del individuo, la libertad y la democracia son, en sentido estricto, producto (...) de las sociedades occidentales. En las relaciones de Europa con otros pueblos y culturas, el aporte cultural civilizatorio se da siempre en una dirección, como contribución de la cultura superior (europea u occidental) a las otras culturas que son y han sido siempre inferiores. Estos dos mitos sustentan el carácter superior de Europa (...) y la justificación de su misión civilizatoria.” Edgardo Lander, “Modernidad, colonialidad y postmodernidad”, en revista Estudios latinoa- mericanos. CELA/FCPyS, UNAM, Nueva Época, año IV, núm.8, jul.-dic. de 1997. . 99Capítulo 5: Sociología latinoamericana El desarrollo de una perspectiva propia no ha sido una tarea fácil porque requiere de un esfuerzo adicional: es necesario lidiar con el peso de una tradición consolidada que ya ha planteado muchos de los grandes temas. El camino más sencillo ha sido, de esta manera, tomar a Europa como modelo a seguir. Sin embargo, con todas sus virtudes y defectos, es un modelo cultural, social y político que nace de una experiencia histórica concreta y distinta, por lo que no es posible seguir las mismas etapas y vivir las mismas experiencias que los europeos. Pero entonces, ¿cómo apropiarse de los grandes temas de la sociología y al mismo tiempo evitar caer en una copia servil, como decía Andrés Bello? Primeramente, por el tipo de preguntas que nos hacemos. Si viviéramos en África, Asia, o Europa, esas preguntas necesariamente tendrían que ser distintas a las que ha- cemos viviendo en América Latina. Hay problemas comunes a toda sociedad, materia de la sociología, pero también hemos debido desarrollar una perspectiva propia —la so- ciología latinoamericana—, que nos permite entender la forma particular que asume el desarrollo social y político en esta parte del mundo, así como la manera específica con que enfrentamos dichos problemas comunes. Se trata de leer —o releer— tanto a los clásicos como a los autores contemporáneos a partir de nuestro horizonte geográfico, histórico y cultural, con nuestros propios códigos, en lugar de intentar vernos a través de la mirada de estos autores que no nos tiene a noso- tros como objeto de su reflexión. Un ejemplo de cómo el pensamiento se puede abrir paso aun bajo la influencia de otro con más tradición, y aún así ser original, son las mismas ideas de la emancipación. Éstas se alimentan del debate europeo, de las ideas de la Revolución y la Ilustración francesas, el modelo político inglés, así como de todo el pensamiento sobre la Independencia de los Estados Unidos y el proceso institucional al que dio origen. Estas ideas penetraron el cerrado mundo colonial tanto a través de sus divulgadores es- pañoles como directamente, a través de bibliotecas que algunos particulares iban reuniendo y compartiendo aun a riesgo de ser perseguidos o encarcelados. Pero había una vía más directa. A pesar de lo azaroso de los viajes y las distancias que se tenían que recorrer, los intelectuales de la época, después actores políticos fundamentales, preferían la informa- ción de primera mano. Figuras de la talla de Francisco de Miranda y Simón Bolívar fueron testigos directos tanto de lo que acontecía en Europa como en la propia América Latina. Desde ahí forjaron su interpretación de lo que debía ser un mundo diferente, liberado del decadente imperio colonial español. No en vano el 18 de marzo de 1842, el Congreso de México confirió por aclamación a Simón Bolívar, el nombramiento de ciudadano mexicano, tal como lo pidieron los diputados encabezados por Servando Teresa de Mier, mientras que los periódicos Águila Mexicana (números 20 al 23, 1842) y El Sol (números 66 al 69 de 1829) publicaban su biografía, lo cual, como dice Vargas, era un caso insólito en la prensa de entonces, mien- tras que El Iris, una de las primeras revistas ilustradas de la era republicana, hacía en 1826 un paralelo entre Bolívar y Washington. El pensamiento de la emancipación no es un mero reflejo de Europa. Hay procesos autónomos y originales, como las guerras de Independencia y la búsqueda por construir una nueva sociedad. Haciala sociología100 Del pensamiento social a la sociología latinoamericana Todo esto inicia el camino, a veces árido, de rescatar nuestras raíces en el campo de la producción intelectual, de buscar lo que es el “ser americano”. Es por esta razón que el problema de la identidad se convierte en el punto de partida del pensar sobre quiénes somos, sobre el tipo de sociedades que queríamos construir una vez concluidas las guerras de independencia para sustentar un pensamiento social propio, como antecedente de la sociología latinoamericana, esto es, una disciplina con pretensio- nes científicas. Pero en tanto se da su institucionalización, como sucede después de la II Guerra Mundial, ¿desde dónde contar su historia? Pablo González Casanova señala, con razón, que reducir el término sociología y su aplicación a los estudios de la sociología empirista, de tipo profesional “(...) no sólo dejaría fuera de nuestro análisis obras muy importantes, sino muchos temas y tesis carac- terísticos del pensamiento latinoamericano (...) de la otra sociología”. Una de las dos posturas fundamentales era aquella que tomaba como modelo el pro- ceso europeo, identificándolo con la civilización, para el cual lo propio, lo autóctono, lo indígena, era la barbarie, un obstáculo a la modernización. Así, se consideraba bár- baro todo lo que no era europeo. Sustentando la otra postura, surgieron desde entonces destacados autores que tuvieron la sensibilidad de ver la otra realidad. Pongamos como ejemplo de la tensión entre lo propio y lo imitado a dos obras literarias argentinas: Martín Fierro y Facundo. Se trata de dos libros muy distintos: en Facundo (1845), Domingo Facundo Sarmiento (1811-1888), quien fuera también presidente de Argentina (1868- 1874), a pesar de ser un luchador contra el caudillismo y la intolerancia, muestra una El pensamiento mexicano sobre Bolívar a lo largo de dos siglos Gustavo Vargas establece cuatro etapas: 1. La admiración al guerrero, al que se quiere tomar como ejemplo para la inde- pendencia de México (Mier, Victoria, Guerrero, Bustamante). 2. La prolongada disputa por la obra del magistrado y su proyecto de nación (Ala- mán, Zavala). 3. La que corresponde a los escritores y políticos que vieron en el proyecto boli- variano un programa de integración étnico latinoamericano, aunque difieran en sus conclusiones (Bulnes, Pellicer, Gamio, Vasconcelos). 4. Ya en el siglo xx se aglutinan los filósofos y escritores contemporáneos que desean reproducir el ideal utópico de sociedad feliz propugnado por Bolívar (Cuevas, García Robles, Zea). Gustavo Vargas Martínez, “Bolívar en el pensamiento mexicano” en Cuadernos Americanos, núm. 58, año x, vol. 4, jul.-ago. de 1996. . 101Capítulo 5: Sociología latinoamericana visión muy etnocéntrica, como muchos de sus contemporáneos, al oponer la barbarie (que era lo rural, lo autóctono) a la civilización (el punto de vista europeo). En cambio José Hernández (1834-1886) logra cumplir con un criterio de originalidad en su poema Martín Fierro, revalorizando lo que Sarmiento desaprueba, al retratar la vida del gaucho, del americano original, criticando al gobierno europeizante de Buenos Aires por destruir el modo de vida americano. González Casanova también considera que algunos de los grandes temas de este pri- mer pensamiento latinoamericano son la autonomía cultural y la identidad nacional, que originalmente se propusieron contra las ideas conservadoras de España y después como respuesta a la necesidad de un pensamiento crítico; más tarde —y hasta nuestros días— se han enfrentado a la dependencia cultural anglosajona, aspecto que después nutrirá el pen- samiento antiimperialista y las distintas tentativas para lograr la integración latinoame- ricana. Algunos autores que abundaron en esta problemática son Esteban Echeverría, en su Emancipación del espíritu americano (1838); Lastarria, con su Discurso-Manifiesto (1842); Andrés Bello, con Autonomía cultural de América (1848) y Francisco Bilbao, en El evangelio americano (1864) (ver listado de obras al final del capítulo). La cuestión social y el indigenismo También se le dio un tratamiento temprano a la llamada cuestión social. En México, único país en que las masas participan activamente en la Independencia, surge la preocupación por lo social vinculado a la propiedad de la tierra —ya eclesiástica, ya rural— como uno de los problemas políticos importantes. También se da lugar al tema de las clases sociales y a una crítica del latifundio. Algunos ejemplos nos los brindan Mariano Otero, con su Ensayo sobre el verdadero estado de la cuestión social y política que se agita en la Repú- blica Mexicana (1842); Lorenzo de Zavala, con Ensayo histórico de las revoluciones en México (1831); y José María Luis Mora, con México y sus revoluciones (1836). En Haití, el intento de organizar a la nación a partir de una democracia radical agra- ria, pionera de la revolución antiesclavista a principios del siglo xx, dio lugar también a variadas reflexiones sobre esa problemática. En América del Sur fue muy importante la Autonomía cultural “Nuestra civilización será también juzgada por sus obras; y si se la ve servilmente a la europea aun en lo que ésta no tiene de aplicable, ¿cuál será el juicio (...) de un Michelet, un Guizot? Dirán: la América no ha sacudido aún sus cadenas; se arrastra sobre nuestras huellas con los ojos vendados; no respira en sus obras un pensamiento propio; nada original, nada característico...” Andrés Bello, “Las Repúblicas hispanoamericanas: Autonomía cultural”, periódico El Araucano, Santiago de Chile, 1836. . Hacia la sociología102 gesta reivindicativa de carácter social impulsada por José Artigas en la Banda Oriental (Uruguay), para formar parte de la confederación argentina con un programa muy avan- zado para su época que también puso en relieve la preocupación social. Las raíces del pensamiento conservador y el racismo también tienen importantes expo- nentes en ese periodo de construcción nacional. Sectores importantes de la sociedad sos- tienen la superioridad de la cultura anglosajona y hablan en términos de razas superiores —que serían las europeizadas— e inferiores —integradas por indígenas y mestizos—. Es la actitud de quien, como Juan Bautista Alberdi, señala que: “la revolución fue hecha por el pueblo europeo de origen y de raza, no el pueblo de nacionalidad indígena y salvaje. Es en nombre de la Europa que somos hoy los dueños de la América Salvaje”. Es, también, Carlos Octavio Bunge quien, en su obra Nuestra América (1903), se refiere a un mestizaje positivo que se logrará cuando se imponga el más fuerte sobre el más débil, racialmente hablando, y en lo que propone no excluye, por cierto, el genocidio. Los primeros estudios sobre la historia antigua de los nativos se dieron a partir del siglo xviii, cuando el modelo de país no estaba en discusión. Pero a pesar de reflexiones muy inteligentes sobre la sociedad indígena, en la época de la emancipación, tanto para libera- les como para conservadores, indio seguía siendo una categoría racial y estereotipada. No se consideraba el tema indígena como parte de los problemas nacionales, y menos aun cuando la perspectiva académica prefirió al indio del pasado, sus ruinas y monumentos. La idea de raza biológica se mantuvo firme y fue central en el proyecto de país de José Vasconcelos quien vio en la fusión racial y la integración de la raza cósmica el camino de la hispanidad. Después sigue evolucionando el concepto pues Manuel Gamio, el primer antropólogo del país, ya vincula el tema con un concepto de cultura más elaborado aunque no cam- bió la tónica de que había que asimilar al indígena, integrarlo a la nación sin pensar que cada grupo indígena era diferente, con tradiciones, costumbres y formas de organización particulares. Pero después el tema simplemente se fue relegando bajo la suposición de que los in- dígenas no eran tan importantes numéricamente como para considerarpolíticas públicas respecto a ellos y fue quedando como un problema moral pues, para muchos como Anto- nio Caso, el indio estaba condenado a la extinción. Poco después, el indigenismo vuelve a asomar la cabeza al calor del modelo desarro- llista, como las propuestas de Gonzalo Aguirre Beltrán respecto a la integración gradual del indio al desarrollo nacional. Para reflexionar José Vasconcelos es el autor del lema de la Universidad Nacional Autónoma de México “Por mi raza hablará el espíritu”. Éste refleja una filosofía y una manera de concebir a la raza como fusión de dos culturas: la mestiza americana y la europea. Revisa el escudo de la universidad y trata de encon- trar el simbolismo de la raza en el mismo. . 103Capítulo 5: Sociología latinoamericana Sin embargo un renacimiento, una nueva concepción empieza a surgir de la propia evidencia empírica que, como dice Arturo Warman, se contradecía con el supuesto aisla- miento de los indígenas o con la idea de una cultura estática. Empieza así a vincularse su posición no derivada de su supuesto atraso evolutivo sino de su posición estructural: lo importante fue empezar a definir al indio a partir de su po- sición social —lo cual relega el problema de la cultura—, pero es un avance con respecto al modelo de asimilación. De ahí Pablo González Casanova plantea que el colonialismo interno reproduce dentro del país las relaciones asimétricas que se dan entre centro y periferia, y Rodolfo Sta- venhagen explora las relaciones entre clase, colonialismo y aculturación, dando pie al notable trabajo de antropólogos como Guillermo Bonfil, Margarita Nolasco, Mercedes Olivera, Enrique Valencia y Arturo Warman quienes denuncian el carácter colonial de la antropología, el genocidio y el etnocidio de los indígenas; André Gunder Frank defiende una antropología de la liberación y Ricardo Pozas incursiona en el problema de los indios y las clases sociales. El avance de una concepción más elaborada de cultura, la incorporación del tema de la diversidad cultural y étnica, impulsado el proceso por el surgimiento de reivindicacio- Concepciones sobre la autonomía de los pueblos indios A continuación se enumeran algunas de las formas en cómo se entiende la auto- nomía aplicable a los pueblos indígenas: 1. La concepción del “dejar hacer”; es decir, que los grupos étnicos se ocupen de sus propios asuntos manteniendo sus usos y costumbres. 2. El antropólogo Héctor Díaz Polanco define autonomía como un régimen político jurídico acordado y no meramente concedido, que implica la creación de una verdadera colectividad política en el seno de la sociedad nacional. 3. El sistema de Autonomía, como un régimen especial que configura un gobierno propio (autogobierno) para ciertas comunidades integrantes que escogen auto- ridades, ejercen competencias legalmente atribuidas y tiene facultades mínimas para legislar acerca de su vida interna y para la administración de sus asuntos. 4. Los regímenes de autonomía se establecen en el marco de Estados nación deter- minados, es decir, no cobran existencia como entes autónomos, por sí mismos, sino en el contexto y como parte de la vida política y jurídica de un Estado. 5. El régimen de autonomía responde a la necesidad de buscar formas de in- tegración política del Estado nación, basadas en la coordinación y no en la subordinación de colectividades parciales. Se trata de llegar a una concepción de autonomía que sirva como puente, que faci- lite el diálogo intercultural pues el autonomismo extremo, es decir, el atrincherarse en los valores tradicionales, nos lleva a un concepto de autonomía como una salida sólo para los grupos étnicos. . Hacia la sociología104 nes étnicas, movilizaciones indígenas y proyectos autonómicos, contribuyen a desarrollar otra visión del tema, también vinculada con las reivindicaciones de los nuevos movimien- tos sociales, y los llamados movimientos altermundistas Literatura y latinoamericanismo La literatura hispanoamericana es parte de esa otra sociología, pues nos enseña que, a pesar de la fragmentación y la pluralidad de los casos nacionales, existen muchas simili- tudes en el tratamiento de problemas comunes. Octavio Paz dice al respecto que “la lite- ratura desborda las fronteras: los problemas de Chile no son, de más está decirlo, los de Colombia, y un indio de Bolivia no tiene gran cosa que ver con un negro de las Antillas; pero la pluralidad de situaciones, de razas, de paisajes no destruye en absoluto la unidad de historia y de cultura. Unidad no es uniformidad. Los grupos, los estilos y las tenden- cias literarias no coinciden con las divisiones políticas y geográficas”. A la literatura le debemos los primeros ensayos sobre lo que era la sociedad colonial y la que se fue organizando después de la independencia, pues retrató valores, costumbres, arquetipos —el caudillo, el terrateniente, el dictador—. Hay toda una narrativa tejida de manera magistral alrededor de la figura del dictador, el paradigma del tirano en las obras de Augusto Roa Bastos Yo el Supremo, de Gabriel García Márquez, El coronel no tiene quien le escriba, de Miguel Ángel Asturias, Señor Presidente y de Mario Vargas Llosa, La fiesta del Chivo. Los intelectuales latinoamericanos se han planteado también el problema de si los paí- ses del Caribe son parte también de América Latina, sin dar una respuesta definitiva. Se puede decir que la existencia de una sociología latinoamericana se sustenta en una unidad geográfica, en una historia común; en una lengua bastante extendida como el cas- tellano a pesar de los casos de Brasil, aquellos países angloparlantes y francófonos que como Belice y las Guyanas forman parte de la región, y de las lenguas indígenas. También hay una historia común, una religión como la católica que ha sido mayorita- ria, experiencias compartidas, problemáticas sociales, culturales y políticas parecidas. Muchos debates se dieron en torno al origen francés del término América Latina pero lo importante es que se trata de una noción de la cual nos apropiamos; es parte de una identidad construida con avances y retrocesos, alimentando el desarrollo de unas ciencias sociales que han presenciado momentos de gran creatividad, junto con periodos de estan- camiento como veremos más adelante. Para reflexionar La literatura hispanoamericana es rica en reflexiones sobre las característi- cas culturales y sociales de la región. Si quieres saber más sobre los autores aquí mencionados y muchos otros, consulta el sitio de Internet: http://www. ensayistas.org/antologia/ . 105Capítulo 5: Sociología latinoamericana El expansionismo estadounidense y el pensamiento antiimperialista Sin duda, una fuente compartida de experiencias en la construcción de América Latina fue el expansionismo de Estados Unidos, país que ha considerado a la región como su zona natural de influencia, una de cuyas primeras manifestaciones fue la llamada Doctri- na Monroe (ver cuadro de abajo) por la que toda intervención en un país americano por parte de cualquier potencia extranjera sería visto como una postura “no amistosa” hacia Estados Unidos, adjudicándose así la facultad de intervenir en el país invadido. Las intervenciones estadounidenses en la región, que comienzan con la anexión de gran parte del territorio mexicano en 1846, son fuente del pensamiento nacionalista y La Doctrina Monroe, el Destino Manifiesto y el Corolario Roosevelt Declarada en 1823 por el presidente de Estados Unidos James Monroe, considera- ba que toda tentativa del Viejo Mundo por recuperar o extender su influencia en el Nuevo Mundo sería vista por EU como peligrosa para su paz y seguridad. A principios del siglo xx, EU ya había consolidado su Estado nacional y afir- mado su “destino manifiesto” que significa que el destino de Estados Unidos era su expansión por el continente. El país vecino se anexa Texas, Nuevo México y California, otrora territorio mexicano (1846-1848); ocupa Cuba y Puerto Rico,luego de la Guerra Hispanoamericana (abril de 1898), declarada luego de que fuera vo- lado el barco norteamericano Maine, en el Puerto de la Habana. Ésta es conocida como la “espléndida pequeña guerra” pues en sólo cuatro meses España cede a EUA Puerto Rico (anexionado en 1898), las Filipinas, Guam y Hawai estableciendo un semiprotectorado en Cuba (1901) recién liberada del yugo español. Ello, debido a que la enmienda Platt de 1901, preveía el derecho de intervención permanente de Estados Unidos en la isla cada vez que el gobierno de ese país lo considerara necesario; dicha enmienda fue abolida hasta la revolución de 1959. La hegemonía norteamericana también alcanzaba a la América Central (Panamá y la construc- ción del canal, 1904) y el Caribe hispanoparlante. El entonces Presidente de los EUA, Teodoro Roosevelt emitió el Corolario que lleva su nombre aseverando que si un país del hemisferio americano, situado en la zona de influencia de los EUA, actuaba “amenazando” o poniendo en peligro los derechos o propiedades de ciu- dadanos o empresas de su país, el gobierno de EUA estaba obligado a intervenir en los asuntos domésticos del país “desquiciado” para reordenarlo, restableciendo los derechos y el patrimonio de su ciudadanía o de sus empresas. Este corolario transformó la Doctrina Monroe, que decía proteger a los Estados del Nuevo Mundo contra la intervención europea, en una doctrina de intervención militar de los EUA en América Latina y el Caribe: Cuba (1906-1909); Santo Domingo(1905-1907 y 1916-1924); Haití (1915-1934); Honduras (1912); Nicaragua (1909, 1912-1933). . Hacia la sociología106 antiimperialista, pues son muchos los autores latinoamericanos que se han referido tanto a la intervención francesa en México como a la guerra mexicana con Estados Unidos como problemas de toda la región latinoamericana. Así, una visión diametralmente opuesta a la de Alberdi, para quien todo lo que no era europeo era bárbaro, por lo cual decide apoyar la intervención francesa, es la del chileno Franciso Bilbao, quien critica la postura antipopular y antiamericanista de los que apoyan la intervención francesa y en La América en peligro alerta no solo frente a los avances del imperio francés sino también del estadounidense. El argentino José Ingenieros decía que la Doctrina Monroe no significaba sino la jus- tificación para la expansión y el dominio militar de Estados Unidos hacia la región y, como prueba, presentaba el hecho de que el vecino del norte nada hizo en 1833 cuando Inglaterra ocupó las Islas Malvinas argentinas, como sucedería también ya en el siglo xx durante la Guerra de las Malvinas. Muchos autores de la época se definían como antihispanistas y veían en el pujante país del norte un ejemplo a seguir, por lo que fue precisamente el poeta y ensayista cubano José Martí (1853-1895) uno de los primeros en hablar del carácter específico, distintivo de nuestra América, no sólo en relación con España o Europa en general, sino en relación con Estados Unidos, sentando las bases para un pensamiento nacionalista y antiimperia- lista, a la vez que crítico de las clases dominantes latinoamericanos, a las que veía como meras intermediarias de la desnacionalización de sus pueblos. Nuestra América “Éramos una máscara, con los calzones de Inglaterra, el chaleco parisiense, el chaquetón de Norteamérica y la montera de España. El indio, mudo, no daba vuel- tas alrededor, ya se iba al monte, a la cumbre del monte, a bautizar a sus hijos. El negro, oteado, cantaba en la noche la música de su corazón, solo y desconocido. El campesino, el creador, se revolvía, ciego de indignación contra la ciudad desde- ñosa. El pueblo natural, con el empuje del instinto, arrollaba, ciego del triunfo, los bastones de oro. Ni el libro europeo, ni el libro yanqui daban la clave del enigma hispoanoamericano.” “(...) Las levitas son todavía de Francia, pero el pensamiento empieza a ser de América. De todos los peligros se va salvando América. Pero otro peligro corre, acaso, nuestra América, que no le viene de sí, sino de la diferencia de orígenes, métodos e intereses (...) (con) la América del Norte. El desdén del vecino formida- ble, que no la conoce, es el peligro mayor de nuestra América; y urge, porque el día de la visita está próximo, que el vecino la conozca, la conozca pronto para que no la desdeñe. Por ignorancia llegaría, tal vez, a poner en ella la codicia. Por el respeto, luego que la conociese, sacaría de ella las manos. Se ha de tener fe en lo mejor del hombre y desconfiar de lo peor de él.” José Martí, “Nuestra América”, en Obras escogidas. (tres tomos), Estudios Martianos/Política, La Habana, 1979. . 107Capítulo 5: Sociología latinoamericana Con José Martí se cierra todo un ciclo de reflexión sobre Hispanoamérica y posibi- lidad de su integración. Precisamente percibiendo la vulnerabilidad de las nuevas na- ciones, algunos adelantaron el proyecto de su necesaria unidad. Francisco de Miranda exponía, en 1790, el Proyecto de Constitución para las Colonias Hispanoamericanas, el cual proponía formar con ellas un solo imperio cuya fuerza descansaría precisamente en esa unión política. Aspirando a ver formada una sola patria hispanoamericana, Simón Bolívar mantiene este proyecto al buscar formar en América una gran nación tanto por su extensión y ri- queza como por su libertad política. La unidad americana fue la lucha de toda su vida, a pesar de que estaba consciente de las dificultades para lograr tal fin, alcanzando logros La unidad latinoamericana La forma contemporánea que toma la vieja discusión de la unidad en Latinoamé- rica, se da en la nueva versión de integración continental o el neopanamericanis- mo que para Alberto Rocha, de la Universidad de Colima, es una propuesta de integración vertical, jerarquizada y unilateral para socios que sostienen intereses divergentes y donde privan la iniciativa y los intereses de Estados Unidos, que en esta nueva fase arranca con la Iniciativa de las Américas (1990), el TLCAN (Trata- do de Libre Comercio de Estados Unidos, Canadá y México, 1994) y la realización de cumbres con mandatarios latinoamericanos hacia la búsqueda de conformar un mercado de libre comercio, el ALCA. El neobolivarianismo que a partir de la convergencia de los Estados latinoame- ricanos busca conformar una confederación política como manera de preservar la unidad e independencia de América Latina, sería una propuesta de integración regional horizontal, que buscaría ser más equitativa y multilateral, para socios que comparten historia y cultura comunes. Las dos perspectivas se han visto modificadas por las formas actuales de inte- gración regional, subregional y supranacional, pues ambas tienen frente a sí no sólo una dinámica de integración regional sino seis dinámicas políticas de integra- ción subregional ya consolidadas: la Asociación de Estados del Caribe (AEC), el Grupo de los 3 (G-3), el Mercado Común Centroamericano (MCCA), la Comunidad del Caribe (CARICOM), el Pacto Andino (PA) y el Mercado Común del Sur (MER- COSUR). Especialmente desde la perspectiva latinoamericana, estas distintas dimensio- nes tendrían que relacionarse no sólo entre sí, pues están muy dispersas, sino con sus órganos propiamente políticos, como el Grupo de Río o el Parlamento Latinoa- mericano para aprovechar toda esa experiencia en una acción más efectiva. Alberto Rocha, “América Latina: la gestación del Estado-región supranacional en la dinámica política de la integración regional y subregional”, en revista Estudios Latinoamericanos. Nueva Época, Año IV, núm. 7, ene.-jun. de 1997. . Hacia la sociología108 importantes como la Gran Colombia (Nueva Granada y Venezuela) a la que se adhieren Panamá y Ecuador. Sin embargo, a la gran convocatoria que hiciera Bolívar a la Asamblea Anfictiónica (1826), como verdadero acto fundacional, sólo concurrieron México, Perú, Colombia y Centroamérica. Como señala Juan Carlos Morales Mansur,los grandes acuerdos y protocolos que soñaba Bolívar se hicieron históricos, no se concertaron entonces, aunque es preciso des- tacar que como doctrina sentaron las bases de un nuevo e incipiente derecho internacional latinoamericano y constituyeron un notable punto de partida que señala el germen del hispanoamericanismo y lo que después será visto como la vía bolivariana de integración, que se basa en la unidad latinoamericana, sin la presencia norteamericana, debido a la asimetría que ya entendía Bolívar. El panamericanismo, planteado desde la fundación de la Organización de Estados Americanos, la OEA, ha sido la propuesta de los Estados Unidos para lograr dicha inte- gración, pero bajo el control norteamericano. Nacionalismo y populismo La década de los años veinte del siglo xx vuelve a brindarnos una recapitulación de las grandes temáticas de América Latina, pues entonces se inició un proceso de recuperación de la historia común, de búsqueda de identidad, de un desarrollo propio que le diera fun- damentos a una teoría latinoamericana sólida. Esta época constituyó un momento de grandes cambios en la región, producto de la crisis de la llamada dominación oligárquica y del modelo agroexportador, también deno- minado modelo de desarrollo hacia afuera, como producto de la desorganización de las corrientes comerciales tradicionales y de la incipiente y concentrada economía urbano- industrial. Todos estos cambios impulsaron la emergencia de nuevos sectores vinculados con intereses financieros y mercantiles, por una parte y, por otra, a una burguesía industrial y comercial, a las clases medias urbanas y a un proletariado junto con un amplio sector popular urbano no obrero proveniente del éxodo rural, sin tradiciones sindicales o polí- ticas, a las que en algunos países latinoamericanos se sumaban también los inmigrantes de origen europeo. En todo caso, se trataba de sectores que crecían más que la capacidad que tenían sus sociedades de absorberlos. La irrupción de la sociedad de masas a la vida política en economías insuficientemente industrializadas preparó en América Latina las bases del populismo. Con ese concepto han sido explicados regímenes como el de Lázaro Cárdenas en México (1934-1940) el de Getulio Vargas en Brasil (1930-1945) y el de Juan Domingo Perón en Argentina (1945-1955). Aunque distintos en contenido, ideología y formas de ejercer el poder, los tres gobiernos compartieron algunas características co- munes como la movilización de grandes masas cuyo apoyo descansaba en la promesa de solución de su problemática y en la admiración hacia un líder carismático. De hecho, el populismo, —fenómeno con fuertes raíces históricas—, no es un tema nuevo, ni tampoco la ambigüedad ni las descalificaciones que oscurecen su explicación. Como lo señala Jean Francois Prud’homme, el concepto de “populismo” es evasivo y suele designar una gran variedad de fenómenos políticos como movimientos de intelec- 109Capítulo 5: Sociología latinoamericana tuales que idealizaban al campesinado y sus formas de vida comunitaria en la Rusia del siglo xix, los partidos de granjeros de los estados y provincias del centro occidente de los Estados Unidos y Canadá en las primeras décadas del siglo xx, muchos gobiernos latinoamericanos de entreguerras y de la inmediata posguerra, varios movimientos de la derecha radical europea animada por una retórica de lo antipolítico y, a veces, hasta las prácticas de la democracia directa suiza. Todos estos movimientos han compartido esta denominación. Sin pretender una definición del populismo, se pueden señalar algunos rasgos asocia- dos con el mismo. Es un movimiento que puede ser producto de la inmadurez política o parte de una cultura política en formación. También, como dice Ralph Dahrendorf, puede ser visto como parte de la crisis de la democracia, del debilitamiento de los viejos partidos y de la apatía política. Populismo Margaret Canovas, en un texto publicado en 1981, intenta poner orden en esta am- bigüedad con respecto al populismo. Sin intentar una definición categórica, hace una clasificación que puede ayudar a ordenar el análisis: 1. Populismos agrarios: 1.1 La radicalización y movilización de campesinos en EU que reaccionan contra el mercado moderno a finales del siglo xix. 1.2 La movilización campesina en Europa Oriental, por razones parecidas, después de la I Guerra Mundial. 1.3 La movilización, desde arriba de los campesinos rusos, por una élite de intelectuales en busca de recrear una idílica sociedad agraria en oposición a la modernidad. 2. Populismos políticos: 2.1 El populismo autoritario, con liderazgo carismático, retórica antioligárquica - y que responden a una repentina masificación de la vida política. Por ejemplo, el peronismo. 2.2 La democracia directa. 2.3 El populismo reaccionario, antimoderno y fascista. 2.4 El populismo político, distanciamiento de algún líder de la política oficial, con crítica al sistema de partidos y apela a la fundamental unidad del pueblo. Margaret Canovas, citada por Alfil Mastropaolo, “Equívocos Populistas”, en Metapolítica, Muerte y Resurrección del populismo, núm. 44, vol. 9, nov.-dic. 2005, p. 46. . Hacia la sociología110 En el primer caso, la falta de formas de organización y representación institucional se manifiesta como “la suma de un liderazgo de tipo carismático, surgido de las clases me- dias o de las superiores, y un séquito de masa políticamente aún sin forma y disponible a ser movilizada “(Torcuato Di Tella). Como parte de la crisis de la democracia, especialmente en Europa y Estados Unidos, el analista italiano Roberto Biorcio considera que el “modelo populista” sería un movi- miento que rechaza la representación política típica de la democracia parlamentaria y se decanta a favor de los referendos, la democracia directa y un sistema presidencial basado en un fuerte liderazgo y en la relación directa del pueblo con el líder, enfatizando los con- ceptos de territorialidad y nacionalidad, exhibiendo con frecuencia elementos racistas. Podríamos decir que lo más característico del populismo, común a experiencias diver- sas, serían la relación líder-masa, su antiinstitucionalidad, la tendencia al referendo y a otras formas más directas de participación, junto con su apelación al pueblo, su discurso demagógico y un estilo manipulador. Sin embargo, siguen siendo características muy generales pues, como en un cajón de sastre, entra cualquier líder o movimiento sin dis- criminación alguna. En el caso particular del populismo latinoamericano, habría que explicarlo a partir de las condiciones sociales, económicas y políticas que se dieron en la región en un periodo determinado que va de los años veinte a los sesenta del siglo xx. Los regímenes populistas o los populismos realmente existentes —el varguismo en Brasil, el populismo argentino y el cardenismo en México— emergen en un momento de confluencia de la crisis de la dominación oligárquica con el agotamiento del modelo agroexportador, o de desarrollo hacia afuera como producto de la desorganización de las corrientes comerciales tradicionales y la modernización de la economía. La irrupción de la sociedad de masas a la vida política en economías insuficientemente industrializadas preparó en América Latina las bases del populismo. Los espacios urba- nos concentraban el desarrollo de manera caótica, mientras que el latifundio originaba fuertes corrientes migratorias del campo a la ciudad. Aparece, por ello, principalmente en Argentina, una enorme población marginal desempleada y miserable que da origen al fenómeno de la irrupción de “sociedades urbanas de masas”, las cuales presionaban por su incorporación, compitiendo con los artesanos e integrantes de otras actividades previamente instaladas. La situación era realmente explosiva y lo característico es que no había partidos o sin- dicatos capaces de canalizar semejantes demandas, no existían tradiciones sindicales o políticaspropias. De ahí la idea de masas disponibles sólo en espera de un líder. Muchos de estos sectores entraron a la vida económica y política por medio de formas de repre- sentación corporativa, a costa de su autonomía organizativa, ideológica y política, lo que se trató de paliar por medio de las prebendas recibidas de una política redistributiva y un gasto público ampliado que hizo énfasis en lo social. En cuanto a la exigente clase media y los sectores de la burguesía emergente, el na- cionalismo y la política industrializadora (echada a andar con la defensa de la soberanía nacional y la participación popular), desempeñaron un papel fundamental como ideología movilizadora y cohesionadora, lo que, junto al carisma del líder, sería sustento de esas amplias y heterogéneas alianzas que van a apoyar al nuevo Estado de compromiso. Alan Knight resume esta concepción del populismo clásico latinoamericano como un gran proyecto sociopolítico que, aunque demagógico y manipulador desde el punto 111Capítulo 5: Sociología latinoamericana de vista de su discurso y retórica, también incluye políticas concretas —asociadas con la política de industrialización— y una coalición específica de intereses, productos ellos mismos de circunstancias históricas determinadas que empezaron entre las dos guerras. Nos parece así que el enfoque histórico estructural contribuye a diferenciar los movi- mientos populistas de aquellos movimientos populares que se organizaron sobre una base más autónoma, no circunscritos a políticas de corporativización o de aquellos movimien- tos, más radicales, de corte nacional-revolucionario. Del marxismo a la sociología del desarrollo Como señaló Jean Franco, hacia 1918, la creencia en la superioridad de los sistemas cul- turales y sociales de Europa se había desvanecido. El espectáculo que ofrecían las gran- des potencias al dedicar recursos de la ciencia y la industria a una labor de exterminio “resultaba escarnecedor a todos los latinoamericanos para quienes Europa había signifi- cado la cúspide de los valores humanos (...)”, el fracaso de Europa como ideal los llevó a la búsqueda de una utopía en el hemisferio americano, un esfuerzo por encontrar en su tierra, en los pueblos indígenas, el impacto de la Revolución Mexicana, y para todo el continente, las cualidades que había perdido Europa. En ese contexto de grandes transformaciones emergieron figuras como el peruano José Carlos Mariátegui (1895-1930) considerado el primer marxista de nuestra región que no buscó aplicar los análisis de Marx y Engels tal cual, sino que se destacó por la búsqueda de un análisis original, que diera cuenta de la especificidad de la realidad peruana con una obra muy vasta de ensayos sociales, literarios y políticos, de la que sobresalen Las siete tesis sobre la realidad peruana. Su compatriota Raúl Haya de la Torre, también inspirado en el marxismo, buscó reade- cuar el pensamiento boliviariano a la realidad latinoamericana. Presidente de la Federa- ción de Estudiantes Peruanos en 1919, se exiló en México unos años después perseguido por sus actividades revolucionarias. En este país fundó el AprA (Alianza Popular Revolu- cionaria Americana) que durante décadas luchó por alcanzar el poder político en el Perú. Para reflexionar El regreso del populismo, o al menos de su discusión, se da en momentos en que se presentan en diversos países situaciones de crisis económica, de representación y de Estado, así como procesos de desorganización social. ¿Consideras que el populismo es un síndrome que en determinadas condi- ciones se reproduce?, ¿es un fenómeno permanente que podríamos vincular a las promesas no cumplidas de la democracia? ¿Podemos identificar como regímenes populistas similares a los descritos anteriormente, a los de Carlos Saúl Ménem en Argentina (1989-1999), Alberto Fujimori en Perú (1990- 2000) o Carlos Salinas de Gortari en México (1988-1994)? . Hacia la sociología112 En México se incorporó al proceso nacional, colaborando estrechamente con José Vas- concelos. Era el momento del nacionalismo cultural, del florecimiento del muralismo en México, del redescubrimiento del pasado indígena y de una literatura más original pero también de la integración latinoamericana. Éste era también el momento en el que se fue configurando el campo problemático de la nueva sociología. La problemática de la desigualdad internacional de las relaciones asimétricas entre América Latina y el resto del mundo capitalista desarrollado fue el gran tema que per- mitió el florecimiento de una teoría sociológica latinoamericana a partir de 1950. Los nuevos sociólogos, formados en diversas escuelas, herederos de la teoría clásica y de una visión muy eurocéntrica, empezaron en ese entonces a interrogarse acerca de la singula- ridad de nuestro continente. ¿Por qué América Latina estaba tan atrasada en cuanto a su desarrollo económico y político con respecto a los países más avanzados?, ¿cuáles eran los obstáculos para el desarrollo?, ¿cómo superarlos? La sociología profesional en América Latina crecía alrededor de la temática del de- sarrollo y el subdesarrollo. El concepto de subdesarrollo se entiende como una etapa en el largo camino que nos lleva al desarrollo; en torno a este concepto giran las preguntas fundamentales de cómo superar esta etapa. Enunciada tal problemática, se volvió tan importante que desplazó o ignoró otras como, por ejemplo, la reflexión política, pues parecía asumirse que, una vez superados los problemas del atraso y la desigualdad, la democracia vendría por añadidura. Norbert Lechner, sociólogo chileno, señala que existen cuatro grandes líneas de inves- tigación, en estas primeras etapas de la sociología moderna latinoamericana, vinculadas a los procesos políticos y sociales vividos por los países de la región (el populismo, el desarrollismo, la estrategia revolucionaria y la estrategia autoritaria). Estas cuatro líneas son: 1) la teoría de la modernización, 2) el desarrollismo, vinculado con pensamiento de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), 3) los estudios sobre la depen- dencia y 4) la reflexión sobre el militarismo y el nuevo autoritarismo. La teoría de la modernización La teoría de la modernización (de la que ya hablamos en el capítulo anterior) tuvo en América Latina una presencia notable a través de José Medina Echavarría y Gino Germa- ni, quienes difundieron de manera decisiva tanto los planteamientos de Max Weber como los de la teoría funcionalista. El tránsito de una sociedad tradicional a una moderna se estudia a través de un concep- to clave: el de la modernización, proceso que se va dando cuando las sociedades tradicio- nales transitan hacia la industrialización y se convierten en sociedades modernas. Además de identificar la modernización con la cultura occidental, el modelo de trán- sito de sociedades tradicionales a modernas tiene implícita una concepción evolucionista de dicho desarrollo, es decir, se va dando por medio de etapas. Gino Germani vinculaba los procesos sociales de urbanización, secularización, mi- gración y movilidad con procesos sociosicológicos, lo que lo llevó a aplicar el modelo al estudio del populismo y a establecer algunas comparaciones con el caso europeo. Así en Europa cuando se viven estos cambios ya se habían creado las bases eco- nómicas, sociales y culturales necesarias para la realización progresiva de valores tales 113Capítulo 5: Sociología latinoamericana como la democratización y el pluralismo, mientras que en América Latina el grado de movilización rebasa las posibilidades de integración social. De acuerdo con su análisis, si en el caso europeo existieron los mecanismos institucionales que ampliaron las bases políticas para canalizar las demandas integrando a las clases populares y pasando de una participación limitada a una ampliada, en América Latina los procesos de transición fueron asincrónicos y desequilibrados debido a la discontinuidad cultural, geográficae institucional. Frente a la emergencia de una sociedad de masas no existían los mecanis- mos institucionales para integrar estos sectores a la vida social y política, o bien los que existían quedaban rebasados. De ahí que una característica del desarrollo latinoamericano sea la coexistencia de elementos tradicionales con otros modernos, es decir, la presencia de sociedades duales. Los límites del enfoque de Germani son: el tomar a priori, de manera evolucionista y en etapas, un modelo —el europeo— para el análisis de una realidad totalmente distinta y, por otra parte, la recepción acrítica del estructuralfuncionalismo; sin embargo, como dice Lechner, aquellos enfoques tienen el gran mérito de ofrecer un primer diagnóstico empírico de la estructura socioeconómica de América Latina. El pensamiento cepalino De manera paralela surge otra línea de investigación vinculada especialmente al pensa- miento de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) que se constituyó como uno de los grandes proyectos intelectuales latinoamericanos y que proponía la posibilidad de un desarrollo capitalista autónomo. La concepción centro-periferia propuesta por la cepAl representaba un avance en relación con la teoría de la modernización, al plantear que la desigualdad entre los países desarrollados y los subdesarrollados no era un proble- ma de estadios o etapas evolutivas, como lo plantea el tránsito de sociedades tradicionales a modernas, sino de una diferencia estructural; es decir, según esta perspectiva, el sistema económico mundial se desarrolla de manera desigual, concentrando la riqueza en los países desarrollados y el atraso en los más débiles. El desarrollo y la difusión tecnológica se difunden de manera desigual, generando así centros y periferias. El subdesarrollo es, así, la otra cara del desarrollo. La difusión del desarrollo en condiciones de desigualdad, dice la cepAl, genera subdesarrollo. Para la cepAl, el desarrollo en la periferia es heterogéneo; es decir, los espacios de mayor desarrollo coexisten con espacios de menor desarrollo en un mismo país y entre naciones. Otro concepto clave es el deterioro creciente en los términos de intercambio, que consiste en que la región recibe cada vez menos ingresos por lo que exporta y paga más por sus importaciones. La posibilidad de romper con esa larga tradición de países exportadores de materias primas e importadores de bienes manufacturados se plantea debido a las perspectivas que se abrían con el inicio de la llamada industrialización sustitutiva de importaciones (ISI); en virtud de la crisis económica mundial que, entre otros efectos, desarticuló el comercio mundial, América Latina no podía importar los insumos necesarios para su desarrollo y se vio impulsada a producirlos internamente, iniciándose así el llamado periodo industriali- zador o de desarrollo hacia adentro. Hacia la sociología114 El primer periodo de dicho proceso encuentra pronto diversos obstáculos para seguir adelante y justamente la cepAl critica que éste haya sido un proceso espontáneo, origi- nado como respuesta a presiones de tipo coyuntural, y no un proyecto dirigido. Así, la cepAl propone la necesidad de corregir el sentido del proceso industrializador por medio de políticas deliberadas, es decir, dirigidas por el Estado a través de una adecuada plani- ficación orientada a acelerar el crecimiento económico, a lograr una relación equilibrada entre campo y ciudad, reducir la vulnerabilidad externa de la economía e incrementar la acumulación y el ahorro interno además de asignar los recursos externos. La implementación de estas medidas favorecería un desarrollo nacional autososte- nido sobre la base del fortalecimiento del mercado interno y las instancias nacionales de decisión. Sin embargo, dada la desigualdad entre centro y periferia en el periodo de arranque del modelo, se aconsejaban las políticas proteccionistas, moderadas y selectivas como condiciones necesarias para una etapa de transición relativamente extensa, y con el fin de corregir las disparidades existentes. Para ello, desde luego, era fundamental la cooperación internacional y la integración latinoamericana que constituían la forma más viable para que economías que no contaban con la infraestructura adecuada pudieran fortalecerse a través del comercio intrarregional. Así, la cepAl se identificó con el llamado desarrollismo nacionalista, el cual, sin em- bargo, entró en crisis al imponerse mundialmente un nuevo patrón de acumulación mono- pólica mucho más concentrador y excluyente. La burguesía nacional que, en el esquema cepalino, era un factor fundamental de su propuesta, estaba cada vez más fusionada con los grupos financieros internacionales, mientras que las empresas transnacionales y el capital extranjero estaban insertos en el corazón de los sistemas productivos de la región. En consecuencia, el desarrollo empieza a verse como una meta cada vez más lejana. La crítica dependentista En la década de 1960-1970 el concepto de dependencia se convierte en el nuevo factor explicativo del subdesarrollo, y autores como Fernando Henrique Cardoso, Theotonio Dos Santos, Ruy Mauro Marini, Enzo Faletto, Agustín Cueva y André Gunder Frank empiezan a enfocar la dependencia como una situación que, a partir de las relaciones de naciones débiles con naciones dominantes, configura cierto tipo de estructuras internas en los países subdesarrollados. La teoría de la dependencia busca esclarecer la integración de las economías nacio- nales con el mercado mundial, la relación de lo interno y lo externo, y la superación de enfoques etapistas, y plantea la idea de que el desarrollo y el subdesarrollo son caras de la misma moneda, pues este último es resultado de la expansión mundial del capitalismo. Así, la teoría de la dependencia reivindica el carácter capitalista de América Latina (Gun- der Frank), y busca rescatar la actuación de fuerzas sociales y políticas internas en las formas de vinculación hacia afuera (Cardoso y Faletto). Algunos de sus autores plantean asimismo que la teoría de la dependencia no sólo sería la ampliación sino la reformula- ción de la teoría leninista del imperialismo (Dos Santos). Ruy Mauro Marini intenta formular las bases para una economía política de la de- pendencia con su texto Dialéctica de la dependencia (1973), donde el marxismo latino- americano alcanza su punto más alto en la formulación de las leyes y las tendencias que 115Capítulo 5: Sociología latinoamericana engendran y mueven el capitalismo sui generis, llamado dependiente. La dependencia es para Marini “una relación de subordinación entre naciones formalmente independientes, en cuyo marco las relaciones de producción de las naciones subordinadas son modifica- das o recreadas para asegurar la reproducción ampliada de la dependencia”. En tanto que La teoría de la dependencia El libro Dependencia y desarrollo en América Latina, editado por primera vez en 1969 por los brasileños Fernando Henrique Cardoso y Enzo Faletto, es un clásico de la sociología latinoamericana, cuyas propuestas teóricas más importantes son: 1. Un análisis integrado del desarrollo. Al constatar el énfasis económico que había caracterizado el trabajo y el quehacer sociológico en América Latina, sostienen que era necesario realizar un esfuerzo teórico que considerara la totalidad de las condiciones históricas particulares —económicas y sociales— en un análisis global del desarrollo. No se trataba de sustituir la perspectiva económica por la sociológica, sino de integrar ambas y entender sus determi- naciones recíprocas. 2. Destacar el peso del plano interno. Esto es, centrarse en los objetivos e intere- ses que alientan el conflicto entre los grupos, las clases y los movimientos so- ciales que mueven a las sociedades en desarrollo. Desde esta perspectiva, se trata de vincular, y no sólo yuxtaponer, los componentes económicos, sociales y políticos del desarrollo en términos de unproceso histórico, que va definien- do relaciones de dependencia, pero no entendidas como factores meramente inducidos externamente, sino en su dinámica interna-externa. A diferencia de nociones como centro-periferia, que subrayan las funciones que cumplen las economías subdesarrolladas en el mercado mundial, estos teóricos buscaban resaltar los factores político-sociales implicados en la situación de de- pendencia. Es por eso que el análisis integrado del desarrollo considera que la situación de dependencia y el modo de integración de las economías nacionales al mercado mundial suponen formas definidas y específicas de interrelación de los grupos de cada país entre sí y los grupos externos. La correlación de fuerzas internas y las relaciones de poder son las que definen la forma que asumen las relaciones de dependencia con el exterior. Si bien los trabajos inscritos en la teoría de la dependencia no pudieron resol- ver, en el plano teórico, la relación interno-externo (pues siempre terminaban por dar más importancia a los factores externos descuidando, por ejemplo, el análisis de las clases sociales, el de la formación del Estado y el de la nación en América Latina) tales trabajos fueron la base para una visión posterior acerca de las formas específicas del desarrollo capitalista en América Latina. . Hacia la sociología116 las relaciones con naciones industrializadas generan un intercambio desigual desfavora- ble a las economías latinoamericanas, éstas utilizan como mecanismo de compensación la superexplotación de los trabajadores, la cual constituye el fundamento básico de la dependencia. Situándose desde una perspectiva crítica, el sociólogo ecuatoriano Agustín Cueva, en su obra El desarrollo del capitalismo en América Latina (1977), cuestiona la teoría de la dependencia a partir de la pregunta: ¿puede o no haber “desarrollo” en un área capita- lista dependiente?, lo que resulta falaz al dar por sentada la posibilidad de una alternativa de desarrollo-subdesarrollo que no existe. Cueva critica que el concepto de dependencia se utilice de manera omnímoda, total, sin un franco esclarecimiento teórico, y dejando de lado los conceptos básicos, como fuerzas productivas, relaciones sociales de producción o clases y lucha de clases; y critica, de igual forma, que el punto de partida sea la nación, así de indefinida, en su relación con otras naciones, perdiendo de vista las relaciones sociales básicas. Asimismo, censura el que se llegue a la conclusión de que nuestro de- sarrollo económico es un proceso sui géneris, original, como forma desviada del patrón clásico, y que no se vea como la manera particular en que se concretan las leyes generales del capitalismo. Tanto los análisis realizados bajo el enfoque de la dependencia como las críticas al mismo constituyeron un importante punto de partida de la moderna ciencia social lati- noamericana al descubrir temas y problemáticas. Era necesaria la adopción de una pers- pectiva crítica frente a la importación de modelos analíticos al intentar una reflexión más autónoma sobre nuestros problemas como región. El impacto de la Revolución Cubana La Revolución Cubana de 1959 demostraba, de manera radical, el agotamiento de los modelos reformistas y desarrollistas, y planteaba, por otra vía, resolver los grandes pro- blemas de un capitalismo dependiente y excluyente. Como señala Pablo González Casanova, la Revolución Cubana hizo importantes con- tribuciones a la teoría social, aunque éstas no aparecieron en una primera instancia en libros o revistas, sino en la experiencia misma que se iba construyendo. Es la etapa de los fallidos intentos por exportar la revolución a otras latitudes, de la emergencia de los movimientos guerrilleros, de la discusión sobre el foquismo, de las vanguardias y los mo- vimientos sociales en la región, pero también es la época de la contrarrevolución, de la Alianza para el Progreso (el programa lanzado por la administración de John F. Kennedy en la región con el fin de buscar una alternativa a la revolución), y de la contrainsurgencia, es decir, de la utilización de las fuerzas armadas para combatir al enemigo interno (per- sonalizado en movimientos insurgentes, armados o no) impulsando así la militarización hacia una nueva etapa, muy distinta al caudillismo del periodo de construcción nacional. El tema de la revolución en América Latina tiene otros momentos fundamentales que impactan profundamente la reflexión teórica latinoamericana; por ejemplo, la propuesta de una vía pacífica al socialismo, como se planteó en Chile con la llegada de Salvador Allende a la presidencia de la República, quien fue derrocado años más tarde por medio de un cruento golpe militar. 117Capítulo 5: Sociología latinoamericana La Revolución Cubana En 1948, asumió el gobierno de Cuba el doctor Carlos Prío Socarrás, candidato del Partido Revolucionario Cubano. La agitación obrera, las crisis políticas y la co- rrupción administrativa dieron lugar a muestras de inconformidad por parte de la clase política, mismas que desembocaron en el golpe de Estado llevado a cabo, en 1952, por el general Fulgencio Batista, quien ya había ejercido el gobierno de 1940 a 1944. Batista intentó legitimar su presencia en el poder a través de unos comicios en los que resultó electo presidente. No obstante, gobernó dictatorialmente y cometió una gran cantidad de abusos. La corrupción gubernamental de Batista tuvo por respuesta la organización de sus opositores, quienes, desde el exilio, planeaban derrocar al dictador. El 26 de julio de 1953, un comando guerrillero encabezado por Fidel Castro Ruz atacó el cuartel Moncada, en Santiago de Cuba. El ataque fracasó y los revolucio- narios fueron consignados. Gracias a la intervención del obispo de Santiago, Cas- tro pudo exiliarse en México, donde realineó a sus fuerzas bajo la denominación de “Movimiento 26 de julio”, y en 1956 volvió a Cuba. Los rebeldes se internaron en Sierra Maestra, desde donde organizaron las fuerzas guerrilleras que hostigarían al ejército de Batista. La causa revoluciona- ria tuvo un notable apoyo entre los campesinos e incluso fue favorecida por una parte del clero. Diversas columnas se extendieron por la isla bajo el mando de los comandantes Raúl Castro, Ernesto Guevara (el Che) y Camilo Cienfuegos, entre otros. Las tropas de Batista, ineptas y corruptas, se vieron imposibilitadas para con- tener el avance revolucionario. En diciembre de 1958, Fidel Castro tomaba la ciu- dad de Santiago, mientras que Camilo Cienfuegos se establecía en Villas. Batista huyó de La Habana el 1 de enero de 1959. Castro es nombrado Primer Ministro en febrero de ese mismo año, y sus refor- mas económicas —reparto agrario, nacionalización de las más importantes ramas de la economía, como la banca, el petróleo, las minas, el transporte y las comuni- caciones— le acercaban al socialismo, al tiempo que perjudicaban los privilegiados intereses estadounidenses, adquiridos durante el protectorado. Estados Unidos comenzó a ejercer coerción a través de restricciones al comer- cio con Cuba, lo que motivó que, en 1961, ambos países rompieran relaciones diplomáticas. En ese mismo año, el 17 de abril, una expedición contrarrevoluciona- ria, auspiciada por Estados Unidos, fracasó en su intento por derrocar al gobierno revolucionario de Castro. Ante las fricciones con Estados Unidos, y situada la isla en un mundo bipolar, su acercamiento a la URSS no se hizo esperar. A principios de 1966, se celebró en La Habana la “Conferencia Tricontinental” para la lucha contra el imperialismo. A partir de entonces, Cuba se erigía como el bastión de América Latina para la exportación de la revolución socialista. . Hacia la sociología118 Estado y política en la sociología latinoamericana Entre los grandes temas ausentes del desarrollo, tanto teórico como político, anterior a la década de 1970 en América Latina, se encuentran el problema de la caracterizacióndel Estado, así como el del papel de la política. No es sino hasta el advenimiento de los procesos de militarización que sufren los países de América del Sur cuando se retoma la discusión política de manera más autónoma. El tratamiento que se había dado hasta entonces al problema del Estado se limitaba, en una primera etapa, al análisis de las prin- cipales obras de jurisprudencia y teoría política europeas, tradicionalmente a cargo de las facultades de derecho del continente, temática que después quedó inmersa en discusiones sobre el desarrollo, el subdesarrollo y la expansión del capitalismo en la región. Los procesos de militarización que se vivieron en la región desde la década de 1960 y que tuvieron su primera expresión con el golpe de Estado de 1964 en Brasil, encontraron a la sociología latinoamericana sin una teoría adecuada para entender las transformacio- nes que experimentaba el Estado y el mismo ejercicio del poder, más allá de los cambios sociales y estructurales que habían sido ampliamente debatidos tanto por la cepAl como por los dependentistas, o incluso, anteriormente, en el marco de la teoría de la moderni- zación. Por lo mismo, la mayoría de los estudios sobre el militarismo en el periodo comentado no se deben a estudiosos latinoamericanos sino a estadounidenses y europeos, a pesar de que la irrupción de las fuerzas armadas en la política fue un hecho tan generalizado en la región. El aporte realizado por los investigadores extranjeros para la comprensión de los procesos políticos latinoamericanos fue, no obstante, limitado, ya que en ellos predominó la tentación de estudiar nuestra historia de manera estereotipada a través de sus dictadores y caudillos, cuyas tropelías, atrocidades y excentricidades les resultaban fascinantes. A partir del golpe militar de 1964, en Brasil comenzó a perfilarse una nueva forma de golpismo en América Latina, donde las fuerzas armadas como institución asumían el po- der, y se desató un debate muy generalizado sobre la supuesta fascistización de América Latina, poniendo en la mesa temas como el Estado, las formas de ejercicio del poder y los distintos tipos de intervencionismo militar, entre otros problemas. De alguna forma, la discusión quedó inconclusa. Para Norbert Lechner y Guillermo O’Donnell, hasta muy recientemente seguíamos careciendo de una teoría del Estado lati- noamericano. En efecto, Norbert Lechner expresaba que “apenas existe una reflexión teó- rica acerca del Estado en América Latina. El gran debate sobre el Estado autoritario en la década de 1970, provocado por los golpes militares, fue desplazado durante la década de 1980 sin un equilibrio siquiera provisorio (tanto por la discusión acerca de la democracia, como por el tema de la reforma del Estado en el marco del discurso antiestatista del neoli- beralismo)”. Por su parte, autores como O’Donnell y Adam Przeworski se han propuesto redescubrir el Estado y tratar de reconceptualizarlo desde una perspectiva democrática. En los albores del siglo xxi y una vez que las transiciones a la democracia se convir- tieron en el dato distintivo de la región latinoamericana, ha cobrado relevancia la dis- cusión sobre el papel que debe desempeñar el Estado tanto en la consolidación de las instituciones democráticas como en la definición de las políticas públicas indispensables para enfrentar los graves problemas económicos y sociales que padece la región lati- noamericana, porque si los gobiernos democráticos, que son por naturaleza incluyentes y abiertos, no son capaces de combatir eficazmente las grandes asimetrías sociales que 119Capítulo 5: Sociología latinoamericana Norbert Lechner (Karlsruhe, Alemania, 1939-Santiago de Chile, 2004) Nacido en Alemania en vísperas de la II Guerra Mundial, Lechner emigró con su familia a Portugal y después a Madrid, Valencia, París, Córdoba y, finalmente, San- tiago de Chile. El problema de la identidad va a ser una constante en su vida y en su trabajo: “el traslado permite alejarnos de la guerra y evitar sus penurias, pero al precio de un desarraigo. Pierdo los lazos y lugares que conformaban mi origen. Desde entonces me cuesta definir un lugar propio”. Vuelve a Alemania durante su juventud y regresa a Chile, en pleno gobierno demócrata cristiano, atraído por la revolución en libertad, que proponía el gobierno de Eduardo Frei (1964-1970). Apa- rece ahí su preocupación por el encuentro entre orden y cambio social, y estudia ciencia política. Se acerca al pensamiento crítico a través de Franz Hinkelammert, un economista berlinés y gran intelectual que se desempeñaba como director de la Fundación Adenauer en Santiago. La tesis de doctorado, La democracia en Chile (1969) recupera toda esa época y trata de la dinámica del cambio social, el con- flicto de clases, la democracia como institucionalización de conflictos. En suma: “una visión optimista sobre el progreso casi irresistible del proceso de democrati- zación”. En los años siguientes, empieza a desarrollar una línea de trabajo sobre Estado y Derecho —también era abogado— tema del que no había muchos estudios en América Latina y era crucial para la estrategia de la Unidad Popular. De ahí comien- za a estudiar los límites del Estado de derecho burgués y las oportunidades que brinda el derecho como instrumento de cambio. Vive el golpe de estado de 1973 en Chile y la dictadura: “Todavía hoy me cuesta recordar el brutal colapso de una se- rie de condiciones que uno suele tomar por algo dado de antemano. De pronto, el golpe trastoca completamente la vida cotidiana. De un día a otro, el mundo es otro. Y descubrimos nuestra vulnerabilidad a cada paso.” Su compromiso después va a ser con la democracia. En los primeros años postgolpe Lechner prepara Estado y política en América Latina (Ed. Siglo xxi, 5a edición, 1985) una antología impres- cindible para quien quiere estudiar la crisis del Estado en la región. Posteriormente va a desarrollar un tema que le obsesiona: los aspectos subjetivos del tema de la política y el Estado, como se expresa en Los patios interiores de la democracia. Subjetividad y política. (Fondo de Cultura Económica, 1990) y después en Las sombras del mañana (LOM, 2002) donde vuelve sobre las experiencias subjetivas de los actores como tema central de la política. En 1994 termina un largo ciclo de veinte años en FLACSO-Chile y se incorpora a la Sede México. Su estancia en México es de 3 años, corta pero productiva y gra- tificante, como él la calificó, y aquí comienza a reflexionar sobre la transformación de la política. “Creo haber introducido al debate un tema innovador: la erosión de los mapas mentales con los cuales pensamos y hacemos política.” Su último ciclo es en el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, PNUD. . Hacia la sociología120 aquejan a la región, la aprobación de la democracia por parte de la población seguramente se irá reduciendo. Si durante los últimos veinte años del siglo xx, al calor de la expansión del llamado neoliberalismo, el mercado se convirtió en el gran articulador social, desplazando al Es- tado, hoy está claro que sólo el Estado es capaz de garantizar la protección general de los derechos humanos fundamentales, entre los cuales está no sólo el ejercicio de las liberta- des básicas, sino el acceso equilibrado a niveles de bienestar, de seguridad y de justicia. La transición a la democracia en América Latina Desde mediados de la década de 1970, la valoración del régimen democrático en el mun- do empezó a extenderse, dando lugar a lo que Huntington llamó “la tercera ola de la de- mocracia”, para referirse al movimiento de transición a la democracia que empezó a darse en distintas partes del mundo. América Latina se incorporó a esa oleada. Si durante las décadas anteriores, la revolución había sido una fórmula socorrida de cambio social, en el último cuarto del siglo xx los procesos de reforma por la vía de acuerdos entre las diferentes fuerzas políticas devinieron el esquemapor excelencia para transitar de regímenes autoritarios a gobiernos democráticos, surgidos de elecciones li- bres y competidas. La vida y la obra de Norbert Lechner es un ejemplo de un intelectual talento- so y comprometido con la elaboración de una sociología y una ciencia política latinoamericanas. En su última entrevista señaló con gran claridad lo que signi- ficaba para él esta tarea: “En América Latina se cultiva poco la historia de las ideas y en Chile todavía menos. Tenemos poca conciencia de que nuestra ma- nera de pensar tiene su historia, sus tradiciones; sus intelectuales muchas ve- ces eluden una autoobservación de su trayectoria e ignoran cuán condicionada está por su entorno social. Me parece que debemos distinguir dos estrategias de investigación igualmente legítimas. Una se guía por los temas y problemas de- rivados del desarrollo de la disciplina; los mismos avances de la ciencia política o la sociología suscitan nuevas preguntas. La otra se nutre de los retos que plantea la realidad social; la originalidad de un estudio reside en la capacidad de «escu- char», nombrar e interpretar los fenómenos sociales emergentes. Yo me guío por esta segunda estrategia. Mi reflexión nace en respuesta al mundo que me rodea. Y buscando respuesta, echo mano del debate teórico como una caja de herramien- tas para interpretar esa realidad.” Citas tomadas de “Última conversación con Norbert Lechner. Las condiciones sociales del trabajo intelectual.” Entrevista realizada por Paulina Gutiérrez* y Osmar González (FLACSO, Chile) Cuadernos del Cendes ISSN 1012-2508 Caracas. Abril de 2004. 121Capítulo 5: Sociología latinoamericana año 1977 1985 1990 2002 índice de Democracia electoral índice (valor entre 0 y 1) 0.28 0.69 0.86 0.93 La democracia en América Latina. Hacia una democracia de ciudadanos y ciudadanas, PNUD, 2004, p.75. Durante la década de 1980, los países del Cono Sur dejaron atrás, por la vía pacífica, a los regímenes militares para restaurar la vida democrática. Los partidos políticos que habían estado activos antes de los golpes de estado militares volvieron a la escena polí- tica y fueron los principales protagonistas de la democratización. Así, en Chile, después de la caída de la dictadura de Augusto Pinochet, avalada por el plebiscito del NO de 1989, la Democracia Cristiana y el Partido Socialista devinieron los actores centrales de la “concertación” o alianza que ha gobernado hasta la fecha. En Uruguay, los partidos tradi- cionales, el Blanco o Nacional y el Colorado y lo que después devino, el Frente Amplio de izquierda fueron los artífices de la transición en esa pequeña república. En Argentina, el Partido Radical y el Peronismo fueron los principales partidos que tomaron las riendas de la transición en el país. La caída del Muro de Berlín en 1989, que fue la manifestación más palpable del de- rrumbe del llamado socialismo real representado por la hegemonía de la Unión Soviética, aceleró el proceso de conformación de un gran consenso alrededor de la conquista de la democracia y de una serie de teorías sobre la transición democrática. Dichas teorías sobre las transiciones en América Latina revelaron la gran heteroge- neidad de gobiernos autoritarios que existían en la región y que iban desde regímenes con componentes tradicionales y patrimonialistas como Nicaragua, Paraguay o República Dominicana; los de tipo “populista” representado por el caso de Perú y regímenes buro- crático-autoritarios como los del Cono Sur, hasta regímenes de partido hegemónico como el mexicano. Esta diversidad de regímenes autoritarios daría lugar a procesos de cambio con modalidades y ritmos diferentes. Mientras que en algunos países la transición a la democracia fue producto del colapso del régimen anterior, como en Argentina, Chile y Bolivia, en otros resultó de pactos más o menos amplios entre las élites políticas nacionales como en Uruguay, Brasil o México. De acuerdo con el “Informe sobre la Democracia en América Latina” del Programa de Naciones Unidas en 2004, la región en donde la transición a la democracia se ha ex- tendido con mayor fuerza es América Latina y ello puede observarse en la existencia de elecciones limpias, libres y confiables y de una pluralidad de partidos políticos en la gran mayoría de los países, con la excepción de Cuba. El cambio durante los últimos treinta años es significativo ya que considerando el Índice de Democracia Electoral, mientras que en 1977, la región tenía un índice de 0.28, para 2002 se había elevado a 0.93. Hacia la sociología122 Si bien es cierto que por primera vez en la historia de la región, América Latina está gobernada en su gran mayoría por gobiernos democráticos, también es cierto que la demo- cratización no ha traído como consecuencia un mejoramiento en las condiciones sociales de la población. Por el contrario, lo que caracteriza a la democratización en la región es que forma un triángulo con elevados niveles de pobreza y una agraviante desigualdad social, y difícilmente puede valorarse y justificarse a la democracia si ésta no es capaz de ofrecer al conjunto de la población la posibilidad de acceder en forma equilibrada a los bienes económicos y sociales que produce un país. Así como los procesos de transición democrática en la región surgieron de diferen- tes puntos de partida, también es cierto que han desembocado en diferentes puertos de llegada, o tipos de democracia. De tal suerte, existen democracias más consolidadas en cuanto a sistemas representativos, que han avanzado en la instauración de instituciones Democracia delegativa “Las democracias delegativas se basan en la premisa de que quien gana la elec- ción presidencial es considerado la encarnación de la nación y el principal guardián de sus intereses. En una Democracia Delegativa, los candidatos presidenciales victoriosos se ven a sí mismos como figuras por encima de los partidos y de los intereses organizados, pero también por encima de otras instituciones como las legislaturas o los tribunales que solamente son estorbos para la acción del presi- dente democráticamente elegido. La rendición de cuentas del ejercicio de gobierno es visto como un mero impedimento para la plena autoridad que se ha delegado en el presidente. ”La democracia delegativa es fuertemente mayoritaria porque invoca el apoyo mayoritario como autorización para que el gobernante se convierta en el intérprete por excelencia de los más altos intereses de la nación. ”La democracia delegativa es fuertemente individualista porque considera que la elección sirve para identificar al individuo más adecuado para asumir la respon- sabilidad del destino de un país.” Guillermo O’Donnell, Democracia Delegativa, Buenos Aires, Ed. Paidós, 1997. . Para reflexionar En 1989 se sometió a plebiscito en Chile la permanencia del gobierno de Augusto Pinochet que se había prolongado ya durante 17 años. La sociedad chilena se movilizó a favor del NO que significaba la NO reelección del dictador. Busca en Internet más información sobre este acontecimiento. . 123Capítulo 5: Sociología latinoamericana Actividades complementarias 1. Trabaja en clase con un mapa de América. Analiza sus contornos geográficos, culturales y políticos. 2. Haz un inventario de todos los aspectos que son comunes a los distintos países de América Latina; por ejemplo, la historia colonial, la lengua, la religión. A partir de ello, define cuáles serían las diferencias más im- portantes; el idioma, por citar sólo un caso, se modifica culturalmente de acuerdo con la región, pues se vive de distinta manera y con intensi- dad diferente. 3. Define las actividades económicas fundamentales de América Latina como región. 4. Analiza de manera comparativa la integración europea y los intentos que se han hecho al respecto en América Latina; comenta con tus compañe- ros cuáles serían las diferencias que existen entre ambas regiones. 5. Elabora un archivo periodístico de los diferentespaíses latinoamerica- nos; analiza y discute la información con tus compañeros; asimismo, contextualízala con datos históricos, políticos y sociales. Define los criterios para hacer el archivo; por ejemplo, el aspecto social, los proce- sos electorales, las formas de integración (como el mercosur). 6. La obra Las venas abiertas de América Latina del escritor uruguayo Eduardo Galeano habla de cómo se llevó a cabo el proceso de expolia- ción, explotación y desarrollo desigual de los pueblos latinoamerica- nos. Léelo y coméntalo con tu grupo. . democráticas más allá de las electorales, que cuentan con un régimen de partidos mejor implantado, con poderes públicos comprometidos con la transparencia y la rendición de cuentas, con mayores garantías de protección a los derechos humanos, mientras que otras adolecen de instituciones democráticas y se han centrado en liderazgos personalizados cuando no providenciales que consideran que al haber surgido de un proceso electoral democrático, están autorizados para gobernar no conforme a reglas y procedimientos establecidos, sino como mejor lo consideren pertinente. A este tipo de democracias que pueden ser incluso duraderas, pero que están reñidas con el desarrollo de instituciones y hacen depender el ejercicio de gobierno de las decisiones del gobernante, Guillermo O’Donnell las ha denominado “democracias delegativas”. Las diferentes formas de gobierno democrático que existen en América Latina se ex- plican en función del tipo de régimen autoritario previo y de las características particu- lares del proceso de transición, pero también de factores históricos de más largo plazo como las características de las instituciones y los protagonistas sociales y la severidad de los problemas socioeconómicos existentes. El análisis de muchas de estas cuestiones constituye hoy la nueva agenda de la sociología latinoamericana. Hacia la sociología124 Bibliografía Si te interesa profundizar en los temas tratados en este capítulo, puedes consultar alguno de los siguientes libros: Bosch, Carlos, El descubrimiento y la integración iberoamericana, Centro Coordinador y Difusor de Estudios Latinoamericanos, UNAM, México, 1981. BurBano de Lara, Felipe (editor), El fantasma del populismo. Aproximación a un tema (siempre) actual, Instituto Latinoamericano de Investigaciones Sociales, Ecuador, FLACSO/Ecuador, Ed. 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La teoría de la de- pendencia en el siglo xxi, Universidad Obrera de México/Facultad de Ciencias Políticas UNAM, Plaza y Valdés editores, México, 2005. VARIOS autores, “Muerte y resurrección del populismo”, revista Metapolíti- ca, núm. 44, México, nov.- dic. 2005. VARIOS autores, El debate latinoamericano (cinco tomos) 1) América Lati- na: los desafíos del pensamiento crítico. 2) Reestructuración económica y desarrollo en América Latina. 3) Poder y política en América Latina. 4) Nación y movimiento en América Latina. 5) Tradición y emancipación cultural en América Latina, México, Facultad de Ciencias Políticas y So- ciales, UNAM y Siglo xxi editores, 2005. Capítulo Sociedad y cultura Este capítulo reflexiona sobre la cultura, los elementos que la conforman, el uso que de ella se hace, las corrien- tes y pensadores que han emprendido su estudio, y tiene los siguientes apartados: 127 6 128 La concepción elitista de cultura De acuerdo con esta concepción, la cultura es sólo el conjunto de “altas manifestaciones del espíritu”, lo que constituye una visión muy restringida de esta expresión social. El complejo cultural Los aspectos que en una acepción más acabada y global com ponen a la cultura: valores, normas, bienes materiales, tecno logía, costumbres, etcétera. Cultura y naturaleza El pensamiento social y los conceptos de hombre y naturaleza en la forma de las distintas teorías que se han sucedido históri camente: evolucionismo, sociobiología, neoevolucionismo. La forma en que se concluye que el uso de la razón y la capacidad transformadora del hombre conducen al hecho cultural. Lenguaje y conducta simbólica El lenguaje como la forma de expresión de códigos socialmente adquiridos, aprendidos y aceptados como parte de una identi dad cultural de una sociedad. La cultura como conducta aprendida La cultura se aprende en un proceso de socialización y es pro ducto de la herencia acumulada por generaciones anteriores. La cultura como forma de cohesión social El funcionalismo como la corriente que intenta desentrañar qué mantiene la identidad colectiva de una cultura. La cultura como diversidad y como conflicto Las particularidades y la diversidad de culturas en una socie dad ocasionan conflictos cuando no son aceptadas por la cul tura dominante. El surgimiento de propuestas integradores ante la discriminación y la segregación. 129Capítulo 6: Sociedad y cultura Un elemento mUy importante en el análisis de toda forma de organización social es la cultura. Sin embargo, no hay consenso en torno a lo que el concepto abarca y, por ello, hay muy distintas definiciones de lo que significa. El primero que intentó una definición fue sir Edward Tylor (1832-1917), quien afirmó que cultura o civilización es ese todo complejo que incluye creencias, arte, moral, ley, costumbres y cualquier otra capacidad y hábitos adquiridos por el hombre como miembro de la sociedad. En 1931, Bronislaw Malinowski (1884-1942), antropólogo de origen polaco, com- plementó la definición clásica aportada por Tylor en 1871 al señalar que, además de las ideas, la cultura comprende los hábitos y los valores, los artefactos heredados y los procesos técnicos, añadiendo que la organización social no puede entenderse sino como una parte de la cultura. Sea como forma o como contenido de lo social, la cultura constituyeotra perspectiva para analizar a la sociedad si la consideramos como todo aquello que le da sentido a la manera en que una sociedad está estructurada, que brinda un significado a sus miembros y que les proporciona su esencia, su identidad. Desde esta perspectiva, tanto la antropología como la sociología consideran en tér- minos generales que la cultura es el conjunto de actividades y productos materiales y espirituales que distinguen a una sociedad de otra. La concepción elitista de cultura Junto con este concepto amplio de cultura, existe una concepción elitista o restringida que también es necesario considerar debido a que su uso está muy extendido, no sólo a nivel del lenguaje común en sociedades contemporáneas como la nuestra, sino que incluso forma parte de la política de muchos gobiernos y entidades mundiales. El pensamiento ilustrado tan bien recogido por autores como Kant utilizó el concepto de cultura práctica- mente como sinónimo de “civilización”. Si en la concepción desarrollada por la antropología y la sociología son cultos todos los seres humanos (incluyendo a los iletrados), y todas las sociedades (incluyendo a sus clases desposeídas, grupos oprimidos y a las sociedades “primitivas”), en la acepción elitista sólo lo es una parte de la sociedad. Para Rousseau, la “cultura de la habilidad” es fruto de la natural desigualdad entre los hombres, postura que se volvió difícil erradicar en los tiempos posteriores. “Los hombres buscamos permanentemente un sentido a nuestro estar unos junto a otros, algo que trascienda al instinto gregario y sea más espiritualmente grati ficante que la fuerza de las necesidades materiales. La más prioritariamente hu mana de nuestras aspiraciones es la de sabernos pertenecientes a una unidad superior, a la vez dotada y dadora de significado.” Fernando Savater, filósofo. Hacia la sociología130 Esta actitud se expresa, como lo ha hecho notar el sociólogo mexicano Rodolfo Stavenhagen, en la idea de que una política cultural debe tener como propósito que el mayor número de personas adquieran más o mejor “cultura”. Es decir, que tengan acceso a las “altas manifestaciones del espíritu”. Para muchos responsables de la política cultural esas “altas manifestaciones” son solamente el teatro de autor, la música “culta”, la pintura y la escultura, por lo cual la política cultural consiste en llevar esas manifestaciones a las masas por medio de la educación formal, con conciertos, exposiciones a precios popula- res o ediciones accesibles de las grandes obras de la literatura. Si bien está muy extendida esta restringida acepción de la cultura, no ayuda a entender el fenómeno cultural en una sociedad determinada. La ciencia social concibe al fenómeno cultural como una expresión mucho más compleja, fruto de la dinámica social y la crea- ción colectiva. El complejo cultural Volvamos a la aproximación propuesta por sir Edward Tylor que nos ha servido como punto de partida para estas reflexiones: la cultura o civilización como ese todo complejo que incluye creencias, arte, moral, costumbres y cualquier otra capacidad y hábitos adqui- ridos por el hombre como miembro de la sociedad. Hablar de cultura en esta dimensión incluye a la música y a la danza, pero también a la lengua, las tradiciones, la religión y las costumbres de un determinado conjunto social. De hecho, el concepto de cultura y el de sociedad van a marchar juntos hasta bien entrado el siglo xx. La cultura alude asimismo a las formas de nacer y de morir, de casarse y de comer; a los temores, los tabúes y los mitos; a las formas de interacción social, de conducta, de solidaridad social, de conciencia, pero también a los patrones de producción y de organi- zación social y política, además de las ideas religiosas v morales, las leyes, las tradicio- nes, las costumbres y los ritos fúnebres. Como parte del complejo cultural de las sociedades también se consideran los uten- silios para comer, la forma de vestir, las expresiones arquitectónicas y los implementos utilizados para cazar o arar la tierra. La cultura abarca así una gama muy amplia y variada de elementos de la vida y la interacción humanas que se refieren tanto a la existencia material (artefactos para comer, desarrollo tecnológico, medios de comunicación, etcétera) como a la no material (reli- gión, valores, costumbres, ideologías, etcétera). “La idea de cultura y la palabra misma, en su acepción moderna, aparecieron en la lengua cotidiana inglesa para constituirse en un concepto clarificado a fines del siglo xviii asociado a la palabra civilización, para desde ahí universalizarse. Es pecialmente en Inglaterra, los conceptos de cultura/civilización se desprenden de otro que se venía utilizando, el buen gusto.” Rossana Cassigoli Salamón, “Cultivar el territorio: Fundamento del Espíritu Colectivo”. 131Capítulo 6: Sociedad y cultura Resumiendo: el concepto de cultura se refiere a los valores que los miembros de un grupo social dado comparten, a las normas que acatan y a los bienes materiales que crean. En particular, los valores son ideales abstractos que varían de una sociedad a otra, mien- tras que las normas son principios o reglas que se espera observen los miembros de una sociedad. Si el término sociedad alude a un sistema de relaciones entre los individuos, el de cultura nos remite a la forma de vida de esos individuos al interior de esa sociedad. La cultura es la manera como los grupos sociales responden a los retos de la supervivencia, la vía de expresión de sus formas de existencia y la forma en que se explican a sí mismos y a los demás en su entorno, su pasado, su presente y su futuro. Como señala Fernando Savater, cultura es el lenguaje, al igual que la religión y la cien- cia, la policía, la guerra, y ni más ni menos que el dinero. Ninguna cultura puede existir sin sociedad, y sin sociedad no hay cultura. Se puede decir entonces que el concepto de sociedad se refiere al sistema de relaciones entre individuos que comparten una misma cultura. Cultura y naturaleza Una preocupación constante entre quienes empezaron a estudiar al hombre, su sociedad y su cultura, consistía en saber qué diferenciaba a los seres humanos del resto de la natura- leza. El planteamiento de este problema —que ahora no parece tal— fue producto de una larga batalla intelectual y espiritual que dio sus primeros frutos con el surgimiento de la ciencia y el “espíritu” científico. Si bien ya en la Grecia clásica existía la costumbre de pensar en términos de antítesis o dicotomías (el cuerpo frente al alma, el hombre frente al mundo, la cultura frente a la naturaleza), durante la Edad Media la Iglesia propagó la creencia de un orden social constituido y organizado según el designio divino, donde todos los hombres quedaban inmersos y en el cual no había oposición alguna. Este orden de cosas empezó a cambiar con la disolución del feudalismo europeo y la expansión del capitalismo, que se enlazan con el eclipse de la autoridad de la Iglesia y el auge del pensamiento científico. Como movimiento cultural, el Renacimiento no fue tanto la resurrección de la anti- güedad como el surgimiento de un nuevo espíritu que acabó por destrozar el reducido universo medieval para colocar los cimientos de una nueva concepción del mundo. La creciente autoridad de la ciencia resultó de una forma de pensar más laica que ante- puso a los designios divinos la razón del hombre y su experiencia como punto de partida para explicar la realidad: la sociedad humana era obra del hombre y podía ser entendida, transformada e imaginada por él. De un orden natural divino se pasó a un orden humano, artificial, el cual presupone un sujeto y una razón humanos desvinculados del resto del mundo natural. El pensamiento científico se abrió paso reivindicando la idea de la razón frente al dogma y la superstición, en un largo proceso que el sociólogo Max Weber definió como el “desencantamiento” del mundo: el espíritucientífico responde al proceso de intelectua- lización que niega la irracionalidad y la magia. En el siglo xix, esta preocupación por la ciencia se extendió al terreno de lo social cuando los primeros sociólogos intentaron trasladar el método de las ciencias naturales al Hacia la sociología132 estudio de la sociedad, dando lugar a lo que conocemos como positivismo, por medio del cual se buscó trasladar la autoridad del método científico de las ciencias físicas y natura- les al estudio de la sociedad. Hemos visto ya cómo el evolucionismo de Spencer analizó a la sociedad como si se tratase de un organismo vivo. De manera similar, el filósofo e historiador francés Hipólito Taine (1828-1873) señalaba, en el prólogo de su gran obra Los orígenes de la Francia contemporánea, 1875-1893 que para estudiar la transforma- ción de Francia desde la Revolución, tendría que proceder como lo haría con la metamor- fosis de un insecto. Por su parte, Lewis H. Morgan (1818-1881), uno de los fundadores de la antropología americana, hizo aportaciones importantes en el terreno de la evolución cultural, desarro- llando una teoría sobre los distintos estadios que explicarían la evolución humana: salVaJismo ------------ BarBarie ------------ CiViliZaCiÓn Una aportación de Morgan fue establecer el vínculo entre progreso social y progreso tecnológico. Esta propuesta sería recuperada posteriormente por el darwinismo social. Desde luego que estas teorías fueron rebasadas por el desarrollo de nuevos enfoques en la sociología y antropología, al advertirse las innegables diferencias que existen entre el mundo orgánico y el mundo social y cultural. Aceptar una propuesta como la de Taine, afirma el filósofo Ernst Cassirer, equivale a considerar al hombre como un animal de es- pecie superior que produce filosofía y poemas del mismo modo en que el gusano de seda produce su capullo o las abejas la miel. Considerando estos cuestionamientos, la sociobiología retoma estas ideas desde una perspectiva más contemporánea. El término se deriva de los escritos de Edward O. Wilson quien, en 1975 con la publicación de su libro Sociobiología: La nueva síntesis, intentó explicar el mecanismo evolutivo detrás de la conducta humana. Wilson emplea los prin- cipios de la biología para explicar las actividades sociales de los animales, incluidos los seres humanos, con lo cual intenta derivar muchos aspectos de la vida social de la heren- cia genética. Estas propuestas han sido motivo de gran controversia, pues poca evidencia se ha presentado que demuestre que la herencia genética controla formas complejas de la Darwinismo social El darwinismo social que intenta aplicar el modelo biológico de la evolución de las especies al estudio de la sociedad, estuvo muy en boga de finales del siglo xix hasta principios del xx, aunque hubo quien todavía lo invocó durante el auge del nazismo. Lejos de los fines que perseguía Darwin en El origen de las especies, di cha teoría fue utilizada en muchas ocasiones, para justificar las diferencias socia les, la inequidad y el racismo, a partir de propuestas como la selección natural de los individuos y el triunfo de los más fuertes (las razas superiores) sobre los más débiles (las razas inferiores).Algunos de sus representantes son William Sumner (18401910) y Walter Bahegot (18261877). . 133Capítulo 6: Sociedad y cultura actividad humana. Como señala Anthony Giddens, las ideas de los sociobiólogos acerca de la vida social humana son aún muy especulativas. El neoevolucionismo surge como una teoría con mayor credibilidad y vigencia al presentar una perspectiva evolucionista de los aspectos sociales. Se inicia en 1930 y se desarrolla con mayor plenitud después de la II Guerra Mundial, incorporándose a la an- tropología y a la sociología hacia 1960. Las principales diferencias que presenta esta teoría con respecto al evolucionismo es que este último partía de un sistema de valores que afectaba su interpretación de la sociedad. El neoevolucionismo, por el contrario, basa sus teorías en la evidencia empírica proporcionada por la arqueología, la paleontología y Algunos neoevolucionistas Ferdinand Tönnies fue uno de los primeros sociólogos en afirmar que la evolución de la sociedad no necesariamente va por el camino correcto, que el progreso so cial no es perfecto y muchas veces es regresivo. Leslie A. White (19001975), con el texto La Evolución de la cultura. El desa- rrollo de la civilización hasta la caída de Roma, (1959) renovó el interés por el evolucionismo entre sociólogos y antropólogos. White intentó crear una teoría que explicara la historia completa de la humanidad, siendo la tecnología el aspecto más representativo de su teoría, como lo fue también para Morgan. Julian Steward, autor de la Teoría del cambio cultural (1955) propone la teo ría de la evolución multilineal, que examina la manera en que las sociedades se adaptan a su entorno. Sostenía que los antropólogos no deben limitarse a la des cripción de culturas específicas, particulares, sino que se pueden estudiar áreas específicas o regiones. Los factores determinantes del desarrollo de una cultura dada son la tecnología y la economía; los secundarios son las ideologías, la reli gión y la política. Estos factores impulsan la evolución social en distintas direccio nes al mismo tiempo, es decir, en el sentido multilineal. Gerhard Lenski, en su obra Poder y prestigio (1966) y en trabajos posteriores, amplía las perspectivas de Leslie White y Lewis Henry Morgan, para enfatizar el progreso tecnológico como el factor básico en la evolución de las sociedades y la cultura. Talcott Parsons, conocido sociólogo, en su libro Sociedades: perspectivas evo- lucionistas y comparativas, (1966), veía tres etapas en el proceso de evolución de las sociedades hacia formas más complejas: 1) primitiva, 2) arcaica y 3) moderna. Consideraba a la civilización occidental como el punto más alto de las socieda des modernas y entre éstas, afirmaba que Estados Unidos era la sociedad más dinámica y desarrollada. Con estos supuestos se alimentó la teoría de la moder nización que, con una perspectiva evolucionista, analiza el tránsito de sociedades tradicionales a sociedades modernas, teniendo a Europa como el modelo a seguir y punto de llegada, después de repetir los mismos pasos. . Hacia la sociología134 la historiografía para mantener un punto de vista objetivo y simplemente descriptivo. En vez de los juicios de valor y las preconcepciones a través de los cuales los evolucionistas clásicos interpretaban los datos, el neoevolucionismo considera el valor de lo probable argumentando que los accidentes y el libre albedrío o voluntad tienen mucho impacto en el proceso de evolución social, por lo que considera que pueden existir diferentes formas culturales, y que muchas culturas pueden saltar etapas completas por las que otras tuvie- ron que pasar. Lo importante de esta discusión es que una manera de concebir a la cultura se ubica justamente en esta reflexión en torno a la diferencia entre lo biológico y lo cultural. Las preguntas pertinentes son entonces: ¿qué es lo que distingue al hombre de otras especies animales?, ¿será que a diferencia de ellas se organiza para sobrevivir?, ¿será que interac- túa?, ¿o que se comunica? Otros animales se organizan y se comunican. Sin embargo, ya Thomas Hobbes (Le- viatán, cap. xVii) había indicado que, si bien es cierto que criaturas como las hormigas y las abejas viven en forma sociable, lo que distingue al hombre de esas criaturas es el uso de la razón. Como el resto del reino animal, los seres humanos nacemos con ciertas capacidades pero adquirimos otras por medios que rebasan la herencia biológica y gené- tica. Por ejemplo, el ser humano ha adquirido el poder de volar, pero no por haber nacido con un par de alas, como los pájaros, sino porque ha inventado la forma de hacerlo por medio del aeroplano. Para sumergirse en el agua y transportarsea través de ella no nece- sitó sufrir el mismo proceso evolutivo que las ballenas —mamíferos de sangre caliente y descendientes remotos de animales carnívoros terrestres—, sino que aprendió a construir botes, barcos y submarinos. El hombre es poseedor de una capacidad creadora que le permite transformar a la na- turaleza y asegurar así su supervivencia al mismo tiempo que inventa, aprende de otros y modifica constantemente las formas de su vida social. Cada una de estas acciones trans- formadoras constituye así un hecho cultural. La ecología y el territorio cultural En una analogía que no cae en el determinismo biológico, Roger Bartra dice que “la ecología define al territorio como un área defendida por un organismo o grupo de organismos similares con el propósito de aparearse, anidar, descansar y ali mentarse. La defensa de este espacio conlleva con frecuencia un comportamiento agresivo hacia los intrusos y un señalamiento de los límites mediante olores quí micos repulsivos. Los humanos, aunque carecen de un nicho ecológico preciso y son capaces de adaptarse a muy diversos espacios, también definen linderos territoriales de los cuales emanan aromas particulares que identifican a los grupos sociales. Pero no se trata de perfumes químicos sino de efluvios culturales codi ficados que los llenan de orgullo, aunque en ocasiones resultan repulsivos para otros grupos”. Roger Bartra, “Las redes imaginarias del terror político” en revista Claves de razón práctica, 133, Madrid, junio 2003. . 135Capítulo 6: Sociedad y cultura Lenguaje y conducta simbólica El cabello, el tono de la piel e incluso la capacidad de hablar son factores hereditarios, no así el lenguaje. Éste es socialmente adquirido, aprendido. Por ejemplo, si un niño de padres chinos nace en Inglaterra, crece y se educa en la cultura inglesa, hablará inglés y no chino, a menos que éste también le sea enseñado. No hay sociedad que no tenga un lenguaje como medio de expresión y comunicación, como código compartido, mediante el cual se organiza su comprensión del mundo en un nivel simbólico que expresa creencias, sentimientos y formas de interacción social. Es verdad que otros animales tienen un complejo sistema de signos y señales, y que pueden ser entrenados para reaccionar ante diversos estímulos además de ser capaces de resolver problemas de cierta dificultad y complejidad. Sin embargo, las principa- les diferencias del hombre con el resto de los animales no estriban tanto en las capaci- dades físicas o, incluso, en la inteligencia sino, como lo señaló Charles Darwin, en su imaginación simbólica. Incluso desde la perspectiva neoevolutiva, para autores como Leslie White, toda la conducta humana se origina en el uso de símbolos, hecho que ha posibilitado que las civilizaciones se generen, desarrollen y perpetúen. Por ejemplo, para un perro, un caballo o un chimpancé es imposible entender el significado que tiene la cruz para un cristiano, o bien distinguir entre un primo, un tío y un amigo. Además de vivir en su entorno natural, el hombre lo hace en un universo simbólico del cual son parte el lenguaje, el mito, el arte y la religión. Desde la mitología primitiva es claro que el hombre, al no poder ignorar los fenómenos celestes, por cuestiones prácticas los colocaba dentro de un sistema de pensamiento que trascendía el problema, y volvía la vista al cielo para ordenar su vida social, política y moral. Immanuel Kant expresa acertadamente el papel de la conducta simbólica cuando ob- serva que en el entendimiento humano es necesario distinguir entre lo que existe en la realidad y lo que existe sólo en la imaginación, y que el pensamiento no debe detenerse en una descripción del orden social y político real, sino mirar al futuro, imaginarlo, pensar en utopías, tratar lo imposible como si fuera posible. Al desarrollar un lenguaje articulado el hombre no se enfrenta con la realidad de ma- nera inmediata, respondiendo solamente a sus necesidades apremiantes (comer, dormir), sino que demora su respuesta a través de un complejo proceso de pensamiento lleno de significados. Su relación con el entorno natural se ve envuelta en formas lingüísticas, en imágenes artísticas, en símbolos míticos, en ritos religiosos. No puede ver nada sino por la interposición de este medio artificial que es el lenguaje: lo utiliza para expresar emociones, esperanzas, expectativas, sueños; conversa constantemente consigo mismo, se autointerroga. La habilidad para comunicar ideas ha permitido al hombre desarrollar los patrones de conducta de lo que llamamos cultura. El lenguaje hace posible la cultura y es parte esencial de ella. Cuando los individuos de un grupo aprenden a asociar los mismos so- nidos con las mismas ideas nace un código común, un sistema comparado de valores y creencias, de formas de actuar, de sistemas organizativos. Al dar expresión a un conjunto de conductas compartidas y aprendidas, el lenguaje otorga una identidad. En palabras de Juan Benito de la Torre López, escritor tzotzil y presidente de La Casa del Escritor (Sna Jtz’ibajom) de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, “la lengua propia es Hacia la sociología136 La lengua como forma de identidad “Todas las sociedades humanas comienzan y terminan con el intercambio ver bal... Empezamos escuchando a la gente que nos rodea y así comenzamos a hablar con ellos y con nosotros mismos. Pronto, el círculo se ensancha y abarca no sólo a los vivos sino a los muertos. Este aprendizaje insensiblemente nos inserta en una historia: somos los des cendientes no sólo de una familia sino de un grupo, una tribu o una nación. A su vez el pasado nos proyecta en el futuro: somos los padres y los abuelos de otras generaciones que, a través de nosotros, aprenderán el arte de la convivencia humana: saber decir y saber escuchar. El lenguaje nos da el sentimiento y la conciencia de pertenecer a una comunidad. El espacio se ensancha y el tiempo se alarga: estamos unidos por la lengua a una tierra y a un tiempo. Somos una historia. La experiencia que acabo toscamente de evocar es universal: pertenece a todos los hombres y a todos los tiempos.” Octavio Paz, poeta mexicano y Premio Nóbel. . Estructuralismo: enfoque de las ciencias humanas que explora las interrelacio nes —las estructuras— entre prácticas, fenómenos y actividades que tienen sig nificado dentro de una cultura. Estudia las formas en que la conducta humana es determinada por estructuras culturales, sociales y psicológicas. Ferdinand Saussure en su texto El curso de Lingüística General (1916) marca el punto de arranque del enfoque estructuralista, el cual se inicia con la lingüística, que es el estudio de los fenómenos del lenguaje, y con la semiótica, es decir, la teoría de los signos. la raíz, sustento y prolongación de la identidad de una cultura, de una nación”. Durante un coloquio sobre Lenguas Indígenas, realizado en febrero de 2005, en la ciudad de Méxi- co, Juan Benito, preocupado porque los jóvenes indígenas están perdiendo interés en su lengua y su cultura también dijo que “la pérdida de una lengua es como la pérdida de un alma o un espíritu que ya no tiene valor, no tiene identidad”. La cultura como conducta aprendida Según hemos visto, la cultura puede definirse como el conjunto de actitudes, valores y hábitos comúnmente aceptados y compartidos que los individuos aprenden en relación con su vida social, y que se manifiestan en las diversas formas de su vida material. Una 137Capítulo 6: Sociedad y cultura manera sintética de expresar este punto de vista es a través del concepto de cultura como conducta compartida y aprendida. La cultura existe en la medida en que los hombres comparten sentimientos, acciones y pensamientos que han adquirido a través de la participación en un mismo grupo humano, por medio del proceso conocido como socialización. Ello significa que, al vivir entre otros hombres, el individuo aprende los valores fun- damentales desu sociedad, desde hablar y caminar hasta compartir obligaciones, religión y actitudes hacia el sexo, el trabajo, la recreación, etcétera. Si a veces no pensamos como seres individuales, únicos y originales estamos subesti- mando la proporción tan grande de nuestra conducta que es aprendida. Sólo hay que pensar en el tipo de ropa que usamos, los alimentos que consumimos y cientos de otros elementos culturales para darnos cuenta de cómo también nosotros hemos sido “socializados”. La cultura es un proceso social y colectivo que se crea y recrea, que es tanto el pro- ducto de la herencia acumulada de generaciones anteriores como la respuesta de un de- terminado grupo social al reto que plantea la satisfacción de las necesidades básicas de toda colectividad humana. Cada cultura soluciona estos problemas de manera diferente; por ello, en cada caso reviste formas singulares determinadas por razones históricas y hasta ecológicas y geo- gráficas, de acuerdo con el camino que cada sociedad sigue para enfrentar y resolver los problemas generales de su desarrollo. Comer o cazar no constituyen actos culturales en sí mismos, pero sí lo son la ceremonia o el ritual que los preceden, incluida la forma de utilizar los instrumentos creados para llevar a cabo estas actividades, instrumentos que son, a su vez, creaciones culturales. ¿Por qué el hombre tiende a dar determinados significados a todas las acciones que emprende como miembro de una sociedad? ¿Por qué es tan importante enseñar y trans- mitir a las nuevas generaciones los valores culturales que importan a esa sociedad? Según Émile Durkheim, todos estos significados y formas culturales tienden a garantizar la cohesión y la continuidad de un orden social. Como él, otros autores han insistido en la importancia de las pautas culturales para regular el comportamiento de una sociedad. En el siguiente capítulo hablaremos nuevamente del concepto de socialización. La cultura como forma de cohesión social La perspectiva funcionalista, iniciada en la antropología por Bronislaw Malinowski y Alfred Radcliffe-Brown, y desarrollada como teoría sociológica por Talcott Parsons, se ha preocupado por desentrañar qué mantiene cohesionada a una sociedad y ha encontrado una respuesta justamente en el papel que la cultura desempeña dentro del proceso de interacción social. El hecho de compartir una cultura, sostiene Parsons, implica tener valores en común aceptados por todos los miembros de la sociedad y con base en los cuales se establecen pa- trones de conducta, derechos y obligaciones que regulan y norman la interacción social. Cada sociedad tiene una identidad colectiva que hace a sus miembros conscientes del “nosotros” respecto al “ellos”; es decir, una forma de comunicación que les confiere un sentido de pertenencia hacia su sociedad. Esto se logra a través de un conjunto de valores comunes. Hacia la sociología138 Por ejemplo, además de haber nacido en México un mexicano lo es por compartir los mismos derechos y obligaciones como ciudadano de este país, además de que también se siente mexicano porque reconoce como suyos símbolos como el de la bandera y el escudo nacional: el águila parada en un nopal devorando una serpiente, porque conoce su historia y respeta a sus protagonistas y sus hechos, pero también porque le gusta la música de mariachi o porque se siente reflejado en ciertos platillos regionales como las enchiladas o en ciertas fiestas populares como las posadas o el Día de Muertos. De esta manera, los hechos significativos que conforman la identidad nacional varían entre culturas y entre sociedades. El fenómeno se repite en las diversas subcolectividades que componen a la sociedad, como las comunidades locales, los grupos religiosos y las organizaciones civiles, que desde la perspectiva funcionalista se consideran sistemas especializados dentro de la so- ciedad en la cual se desarrollan como subculturas. En otras palabras, se trata de grupos de personas que comparten la cultura total pero mantienen conductas peculiares. Por ejem- plo, entre los médicos habrá un conjunto de valores propios, una indumentaria específica y un lenguaje particular. Para el funcionalismo, si bien el acto individual es el punto de partida de toda forma de acción social, dicho acto no es caprichoso sino que tiene un sentido determinado por los valores comunes de la colectividad, que han sido “interiorizados”, es decir, aprendi- dos, por el actor social. De no ser así, la sociedad se fragmentaría y no constituiría una Análisis funcionalista: esquema de cultura o proceso cultural (Malinowski) De acuerdo con el análisis funcional de la cultura (herencia social del hombre que comprende artefactos, bienes, procesos técnicos, ideas y valores), es preciso te ner en cuenta cuatro aspectos: 1. Función. Es el papel de una institución, la cual surge a partir de las necesida des de la especie, dentro del sistema total de la cultura. 2. Teoría de las necesidades. Toda cultura debe satisfacer las necesidades del sistema biológico. 3. Problemas universales. En todas las culturas hay necesidades biológicas y universales, como comer, protegerse del frío y dormir. 4. Vinculación de los diversos tipos de respuesta cultural (económica, legal, edu cativa, científica, mágica, religiosa, etcétera) con el sistema de necesidades biológicas. El funcionalismo plantea la existencia de un sistema interconectado, por lo que se puede decir que todos los hechos culturales están sistemáticamente interrelacio nados y cada uno tiene su función. Cfr. Bronislaw Malinowski, Estudios de psicología primitiva, Paidós, Buenos Aires, 1982. . 139Capítulo 6: Sociedad y cultura comunidad de intereses, sino que cada individuo haría lo que mejor le pareciese sin tener en cuenta a los demás. Dentro del sistema cultural —que otorga identidad a una sociedad—, algunos valores son fundamentales y están claramente establecidos, mientras que otros tienen un carácter más difuso: son importantes pero no vitales para la integridad social. Existe, por ejemplo, un conjunto de normas no escritas ni formalizadas, como el tipo de indumentaria que debe usarse para ir ya sea a un funeral, a una boda, a impartir una clase o a escuchar un concierto de rock. No existen leyes que sancionen las faltas a esas normas sociales, como tampoco las hay que nos obliguen a ser puntuales o a saludar a las personas. Sin embargo, son reglas de convivencia, costumbres que se espera que los miembros de una sociedad respeten, aunque su violación no implique un castigo. Es el caso también de ciertas tradiciones populares que si bien se pueden violar sin sanción (nada nos obliga a organizar una posada, poner una ofrenda de muertos o salir a dar “el grito” el día de la Independencia) ayudan a mantener una forma de identidad colectiva. Las sociedades comparten prácticas culturales semejantes, como son el Día de Acción de Gracias o el Halloween o noche de brujas en Estados Unidos y el baile popular del 14 de julio en Francia. Por otro lado, existe un conjunto de normas incuestionables, con un gran peso moral, que se establecen como reglas en el sistema legal de una sociedad y cuya falta es dura- mente sancionada, por ejemplo matar o robar. Junto con las normas sociales a que hemos hecho referencia, hay que tener en cuenta la religión, los mitos y los tabúes; es decir, las creencias de los miembros de una sociedad, que también son normas de acción social, prohibiciones no escritas que no obstante se respetan y que ayudan a forjar la identidad social y colectiva de un pueblo. Según Malinowski, muchos ritos, creencias y costumbres, por extraordinarios que puedan parecer, realmente satisfacen necesidades biológicas, psicológicas y sociales. Para este autor, el mito no sólo es la forma en que muchas veces el hombre se explica su origen o los fenómenos naturales, ni se trata tampoco de un simple recuento o crónica del pasado. El mito es una realidad viviente quecumple una función indispensable porque expresa, exalta o codifica las creencias y legitima los valores. El mito, como fuerza activa, no es sólo un relato sino que tiene una función dentro de las amplias realidades sociales y culturales. Por ejemplo, la historia de la Coyolxauhqui, mito mexicano que explica el origen de los dioses, puede entenderse simplemente como una leyenda en la que se conjugan la violencia y la muerte para explicar la mecánica celeste —la luna, las estrellas—, pero también puede entenderse como mito unificador de un pueblo al comunicar un origen común, al promover ciertos valores —la bravura, el amor filial— y señalar conductas socialmente prohibidas. Como en todos los mitos sobre la creación, existe una gran ambivalencia frente a la procreación, pues por una parte, la envidia fratricida es representada en Coyolxauhqui, por lo que es castigada con su des- membramiento. Y por la otra, es una mujer diosa, una mujer deificada. La cultura como diversidad y como conflicto Hasta aquí hemos enfatizado aquellos elementos que contribuyen a la cohesión social; sin embargo, ¿cómo analizar lo diferente, lo que se aparta de la norma? En las sociedades Hacia la sociología140 Los mitos del origen. La Coyolxauhqui “Uno de los mitos de origen en la cultura azteca es el de la diosa Coyolxauhqui, llamada ‘Chu’il’ entre los tepehuanos y ‘Tepusilam’ entre los nahuas. ”El mito se refiere a la creación del hombre (en este caso Huitzilopochtli) y nos muestra una parte de la envidia matricida y fratricida frente al acto procreativo. ”Según cuenta el mito, recogido por Fray Bernardino de Sahagún, Coatlicue, la madre de los dioses, estaba barriendo en el cerro Coatepec, cercano a Tula, cuando descendió de lo alto una pelotilla de pluma que ella guardó abajo de su falda, junto a su vientre, quedando embarazada. Sus hijos se enojaron diciendo: —¿Quién la empreñó que nos infamó y avergonzó? Mientras, Coyolxauhqui gritaba: —Hermanos, matemos a nuestra madre porque nos infamó, habiéndose a hur to empreñado. ”Coatlicue se atemorizó, pero su hijo nonato la consolaba desde su vientre di ciéndole: no tengas miedo porque yo sé lo que tengo que hacer. ”Los hijos, torciendo y atando sus cabellos al estilo de los hombres valientes, avanzaron con todas sus armas, papeles, cascabeles y dardos. ”Llegados al lugar donde estaba Coatlicue, nació Huitzilopochtli, armado de una rodela, un dardo y una vara de color azul. Tenía un penacho en la cabeza, su pierna izquierda era delgada y emplumada y sus brazos y muslos estaban pinta dos de azul. ”Con una culebra de teas despedazó a Coyolxauhqui, la tiró lejos y su cabeza quedó en la sierra, luego mató a casi todos sus hermanos sin escuchar sus ruegos y los arrojó a Huitztlampa. ”El altorrelieve de la piedra que podemos ver en el Templo Mayor describe con máximo realismo este mito de Sahagún. La cabeza degollada, echada hacia atrás, muestra una banda que le cruza la nariz, y su extremo rematado por un cascabel, cae sobre su mejilla. Un tocado de algodón tachonado de esferas cubre su pelo donde se enrosca una serpiente, y su lengua, ligeramente salida de la boca entre abierta, no perturba la serenidad de la muerte impresa en su hermoso rostro. ”Los codos y las rodillas de sus fuertes brazos y piernas, muestran los colmi llos de la máscara de Tláloc, y elaborados lazos de serpientes; en las palmas de sus espesas manos campesinas, se pueden leer las líneas de la vida y la muerte; y sus pies, calzados de huaraches preciosos, están reunidos en una for ma circular.” (De una crónica de Fernando Benítez en Uno más Uno, 23 de agosto de 1980.) . modernas, mucho más complejas y diversificadas, no podemos hablar en términos de unidad cultural, de monoculturalismo, ni pensar que se puede preservar una cultura de las influencias externas. 141Capítulo 6: Sociedad y cultura Pueblo, etnia, nación Herman Heller ha señalado cómo conceptos tales como nación, etnia o pueblo hacían referencia a los nacidos de un mismo tronco —por ejemplo: turcos o he breos—, a la pertenencia a un mismo linaje, a una misma condición racial o a la ascendencia común; todos estos elementos conforman la identidad étnica, la cual va mucho más allá de lo meramente racial para incorporar diversos elementos culturales. La identidad nacional, por su parte, difiere de la etnia en tanto que sólo se pue de manifestar en el marco de la comunidad nacional moderna como síntesis de rasgos culturales e historias diversas; de la convivencia y choque de distintos pueblos que habitan un mismo territorio; de sus encuentros y desencuentros; y de los procesos de transculturización, fusión y síntesis que dan origen a toda comu nidad nacional. En este sentido, la identidad nacional es una forma de identidad política que proporciona a distintos grupos —que son diferentes social, étnica, cultural y re ligiosamente, pero que comparten un mismo territorio— un nuevo vínculo por encima de esas diferencias, y de esta manera les permite sentirse parte de un mismo país, ser ciudadanos y compartir un destino común. Es el reconocerse como mexicano, independientemente de ser otomí, maya o mixteco, o bien pro clamarse francés antes que bretón, occitano o vasco. En otras palabras, se trata de grupos de personas que, aun con algunos rasgos de la cultura dominante, mantienen conductas peculiares. Es el caso de los gru pos religiosos, los jóvenes como grupo generacional o los médicos como grupo profesional, quienes comparten un conjunto de valores propios, una indumentaria específica y un lenguaje especial que los distingue, sin que por eso dejen de ser miembros de una determinada sociedad. En estos casos el equilibrio social se mantiene pues son diferencias que se dan dentro de un mismo grupo social que comparte los mismos valores generales. . El concepto de diversidad se ha ido imponiendo, pero no como anomalía o transgre- sión sino como componente del ser social. ¿Cómo aproximarse al tema desde la pers- pectiva funcionalista? Este enfoque que da prioridad a la universalidad de los elementos culturales, es decir, a aquellas formas de la conducta humana que encontramos en todas las sociedades como el lenguaje, los rituales religiosos o los sistemas familiares, acepta que hay formas distintas de asumirlos no sólo entre sociedades sino dentro de una misma colectividad. Ya nos referimos a aquellos patrones de conducta singulares compartidos por individuos y grupos que conviven en sociedad pero con otras señas de identidad que se conocen como subculturas y que, desde la perspectiva comentada, se conciben como sistemas especializados dentro de la sociedad. ¿Qué sucede con las formas de cohesión social cuando las diferencias se refieren a sistemas de valores distintos? Un ejemplo es la necesidad de comer. Todos los seres hu- manos comemos, pero no lo mismo ni de la misma manera. Algunos hábitos alimenticios Hacia la sociología142 son perfectamente lógicos para quienes los practican, mientras que para otras culturas re- sultan irracionales. El hombre occidental muchas veces se ha preguntado cómo es posible que campesinos hambrientos de India rehúsen comer la carne de las vacas, consideradas por ellos animales sagrados. Los hindúes, por su parte, se sienten asqueados y ofendidos al saber que muchos occidentales comen la carne de un animal que ellos respetan tanto. Para judíos, musulmanes y muchos cristianos el cerdo es un ser impuro, una bestia que contamina a quien la prueba, mientras que para otros pueblos, por ejemplo Nueva Guinea y las islas Melanesias del sur del Pacífico, el cerdo es un animal sagrado al que consideran un miembro más de la familia. Una postura muy difundida fue alzar los hombros frente a las diferencias culturales. Para muchos científicos sociales, éstos y otros “enigmas” que abarcan el conjunto de la vida social —la forma de casarse, de nacer, de morir, de hacer la guerra— son irresolu- bles, y como tales,