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Me desconecto, luego existo_ Propuestas para sobrevivir a la adicción digital - Isidro Catela Marcos

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Isidro Catela Marcos
Me desconecto, luego existo
Propuestas para sobrevivir a la adicción digital
2
© El autor y Ediciones Encuentro S.A., Madrid, 2018
Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin
contar con la autorización de los titulares de la propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la
propiedad intelectual (arts. 270 y ss. del Código Penal). El Centro Español de Derechos Reprográficos (www.cedro.org) vela por el respeto de los citados
derechos.
Colección Nuevo Ensayo, nº 41
Fotocomposición: Encuentro-Madrid
ISBN epub: 978-84-9055-874-4
Depósito Legal: M-21464-2018
Printed in Spain
Para cualquier información sobre las obras publicadas o en programa y para propuestas de nuevas publicaciones, dirigirse a:
Redacción de Ediciones Encuentro
Conde de Aranda 20, bajo B - 28001 Madrid - Tel. 915322607
www.edicionesencuentro.com
3
ÍNDICE
1. INTRODUCCIÓN
2. LA SOCIEDAD DE LAS PANTALLAS
3. LA GALAXIA STEVE JOBS
4. DE LOS MILLENNIALS A LA GENERACIÓN T
5. HIKIKOMORIS
6. NOMÓFOBOS
7. LA ADICCIÓN DIGITAL
8. ME DESCONECTO, LUEGO EXISTO
4
Para Amparo, que me mantiene siempre conectado a lo esencial
5
1. INTRODUCCIÓN
Voces de alarma. ¿Por qué los grandes ejecutivos de Google, Twitter y
Facebook están apagando sus dispositivos móviles y desconectándose de la
red?
Para castigarle por su vanidad, Némesis, la diosa de la venganza, hizo que el joven y
apuesto Narciso se enamorara de su propia imagen reflejada en una fuente. Sabemos
bien cómo termina el mito que anticipa de forma preclara la cultura del selfie: Narciso,
embebido de su yo reflejado, e incapaz de apartar la mirada de su imagen, acaba por
arrojarse a las aguas. La narración simbólica no puede encarnar mejor ese aspecto
sombrío de la condición humana que, en el tiempo que nos ha tocado vivir, se manifiesta
como una feroz amalgama de omnipresencia en las redes, envanecimiento e
imprudencia. En La resistencia íntima1, Josep María Esquirol, propone con lucidez
reinventar la mirada y recuperar la pausa, la proximidad, el silencio y la reflexión ante la
inmediatez compulsiva y ese estado de permanente exposición pública que nos asola y
que nos arroja a la monocromía de un mundo en exceso tecnificado. Y es en ese
territorio minado donde aborda sin piedad a los narcisos que, por diversos motivos,
confundieron lo que la tradición socrática llama cuidado del alma o cuidado de sí, con
una suerte de vigorexia existencial. El arzobispo emérito de Milán, Angelo Scola, lo
describe con tanta claridad como crudeza: «El narcisismo es una seña de identidad de la
cultura contemporánea, es decir, de la mentalidad común en la que los hombres y
mujeres de hoy viven, aman y trabajan cada día. Es un replegarse del yo sobre sí mismo,
que prescinde de todo vínculo, en la ansiosa afirmación de sí. Alguien, hace poco, me ha
hecho caer en la cuenta precisamente de que el nuestro es un narcisismo que obtiene los
efectos dolorosos del autismo. No se trata solamente de que yo prescindo del otro, sino
que además termino por ser incapaz de establecer una relación con él. Así el ser humano
se condena a la soledad, ocultándose como Adán y Eva. De este modo su existencia,
llamada a ser sal y luz del mundo, termina por ser insípida, se acomoda bajo el celemín
de la amargura»2. Eviten la enfermedad del espejo, les dice a menudo el papa Francisco a
los jóvenes, con su habilidad para dar en la diana del lenguaje popular. De manera más
formal lo ha hecho en otras muchas ocasiones. Por ejemplo, en un encuentro con
estudiantes en la universidad de Notre Dame de Dacca, con el que despidió su viaje a
Bangladesh, en diciembre de 2017, donde les pidió que no se pasasen todo el día al
teléfono, ignorando el mundo3, y en el Mensaje para la Jornada Mundial de la Juventud
2018 cuando se refirió a la necesidad que muchos jóvenes tienen de mostrarse distintos
de lo que son en realidad para intentar adecuarse a estándares a menudo artificiales e
inalcanzables, y a la obsesión con recibir el mayor número posible de me gusta y por
6
hacer continuos retoques de la propia imagen, escondiéndose detrás de máscaras y falsas
identidades, hasta convertirse casi ellos mismos en un fake4.
Puede parecernos exageración o, sin más, curiosa alegoría narcisista, entresacada de
leyendas, pero la realidad, en este caso por desgracia, supera la fabulación y nos lleva del
mito al logos. De hecho, aparece diáfano en el Eclesiastés: «vanidad de vanidades, todo
es vanidad»5. Aquí van, para comenzar, dos casos, espigados de entre los muchos que
podemos encontrar fácilmente en los últimos años. Nos dan una bofetada de altanera
realidad.
El primero es el del matrimonio Mackowiak, que quiso inmortalizarse en el precipicio
del Cabo Roca, en Portugal. Se aproximaron tanto al borde que se cayeron al mar,
mientras sus dos hijos pequeños observaban aterrorizados la escena. La última foto que
quedó registrada en el móvil fue la del cielo azul borroso. Se ha popularizado una nueva
actividad de riesgo que consiste en hacerse selfies con tiburones, leones, toros y otros
animalitos bravos. Hay quien habla ya de selficidio, y lo más preocupante no es que,
como sucede en el caso de los suicidas tradicionales, haya un cierto tabú sobre la
cuestión, reforzado por el hecho de que quienes lo llevan a cabo se oculten del mundo
para poner fin a sus vidas de manera generalmente aislada y escondida, sino que, con el
autorretrato de por medio, se desarrolla una dimensión social del fenómeno, que incluye
desde la aceptación social hasta la indiferencia de quienes no alzan la voz y lo asumen,
anestesiados, como consecuencia casi inevitable del tiempo frívolo que nos toca vivir.
El segundo caso que traigo al pórtico es el de la joven americana Chris Weisner, que
falleció en un accidente de coche en una autopista de Carolina del Norte, tras chocar con
un camión. En su teléfono móvil quedaron para siempre los selfies que se hizo mientras
conducía y en su muro de Facebook, como un epitafio fatal, quedó lo que escribió
apenas unos instantes antes del choque: The happy song makes me HAPPY. Lo escribió a
las 8.33. A las 8.34 la Policía Local recibió el aviso del accidente. En España, la
Dirección General de Tráfico dedicó en 2017 una de sus tradicionales campañas de
sensibilización a la nueva plaga: «Si al volante miras el móvil de vez en cuando, solo
ves la carretera… de vez en cuando». También en España, el 86% de los conductores usa
el móvil cuando viaja solo. En una campaña inédita, la compañía Orange está dedicando
sus últimas promociones a sensibilizar en el uso responsable de los dispositivos móviles.
Junto con RACE, el conocido club automovilístico, Orange se olvida de vender y
posiciona la marca en un asunto que ha pasado a ser de interés público. Se atreven
incluso a alertar y a dar consejos útiles para no despistarse al volante, como crear un
modo coche en el smartphone, olvidarnos de las redes sociales, escuchar música de
forma automática, silenciar el móvil y colocarlo fuera de nuestro alcance, o algo tan de
sentido común como no enviar mensajes a quien sabemos que está conduciendo6.
Ha sonado la alarma. ¿Somos alarmistas? Creo sinceramente que no. Es cierto que no
todos bordeamos precipicios ni perseguimos Pokémons Go o trending topics mientras
conducimos, pero casi todos tenemos experiencia ya de lo que suponen la tentación y el
7
riesgo de estar permanentemente conectados. Basta echar una mirada a ese grupo de
jóvenes (o no tan jóvenes) que han quedado para tomar unas cervezas en una terraza y,
absortos en las pantallas, con la cerviz agachada, permanecen whatsappeando cada uno
por su lado. «Hoy se ha chocado una persona conmigo y no iba mirando el teléfono
móvil», rezaba un irónico mensaje en Twitter, la famosa red del pájaro azul por la que
andamos cientos volando. En Francia, el presidente Macron ha cumplido su palabra, y ha
prohibido,a los menores de 15 años, utilizar el móvil en horario escolar, incluido el
tiempo del recreo. El ministro francés de Educación lo ha justificado como un mensaje
de salud pública para las familias. Más cerca, en un instituto de Lleida, se ha prohibido a
los alumnos de primero y de segundo de la ESO llevar sus teléfonos móviles al centro
con el objetivo de mejorar la concentración y la convivencia. Las declaraciones del
director son elocuentes: «se despistaban y llegaban tarde a clase, en el recreo muchos se
entretenían con sus móviles y ni jugaban ni hablaban con nadie, además había disputas
vía whatsapp, se hacían fotos dentro e incluso a algunos alumnos les desaparecía el
móvil». Lo tuvieron claro: una mejora significativa de la convivencia en el centro era
mucho más importante que un posible uso pedagógico de la tecnología7; un uso que, por
otra parte, muchos expertos cuestionan. Los estudios más recientes al respecto no dejan
lugar a la duda: el uso de los portátiles en el aula merma la capacidad de atención y
empeora las calificaciones del alumno. En USA están pensando en algo tan
revolucionario como volver a tomar apuntes con papel y bolígrafo8. A pesar de las
objeciones fundamentadas, hoy seguimos pensando que las tecnologías digitales hacen a
la escuela moderna. ¿Estamos verdaderamente seguros de que la escuela es el lugar
donde el estudiante debe potenciar su relación con la tecnología digital? ¿Estamos
seguros de que al número ya exagerado de horas dedicadas a las pantallas es necesario
sumarle las horas asignadas para tal tarea en el colegio o en la universidad? Algunos
empezamos a estar seguros de lo contrario. Cuando proponemos a nuestros alumnos que
desconecten el móvil en clase, casi siempre salta una voz angustiada que nos pide al
menos mantenerlo en silencio. Como nos recuerda con lucidez Nuccio Ordine, ¿cuántos
cardiocirujanos o bomberos tenemos en clase que tienen que estar pendientes de una
llamada para salvar vidas humanas? No se trata de adoptar insostenibles posiciones
luditas, como la de aquellos del movimiento obrero que en el siglo XIX inglés
abanderaron la demonización y el odio hacia las máquinas que venían a destruir el
empleo. Pero cuando a nuestro alrededor todo parece ir en la dirección de la
hiperconexión y el grado de dependencia de los dispositivos empieza a interferir para
mal en muchos de nuestros comportamientos cotidianos, ¿no sería oportuno, también en
la escuela, remar hacia la orilla de una sana desconexión? ¿No sería necesario hacer
comprender a nuestros alumnos que un smartphone puede ser muy útil cuando lo usamos
correctamente, pero muy peligroso, en cambio, cuando nos utiliza él a nosotros,
transformándonos en esclavos incapaces de rebelarse contra su tirano? ¿No es la escuela
o la universidad el lugar ideal para que los estudiantes reflexionen sobre el verdadero
8
sentido de la amistad, sobre si esta se puede identificar con un simple me gusta de
Facebook y sobre si enorgullecerse de tener miles de amigos en las redes sociales
significa tener esa visión profunda de la amistad y de las relaciones humanas en general,
que nos es propia? ¿No sería el lugar idóneo para instruirles, por ejemplo, en el arte de la
conversación, de tal manera que pudieran apreciar el valor que en sí mismo tiene, los
beneficios que para su vida les reporta y las diferencias que existen con sus frecuentadas
conversaciones de whatsapp?9.
No es una cuestión accidental. En Contra el rebaño digital, Jaron Lanier denuncia y
propone al advertir que «uno puede preguntarse: si blogueo, twiteo y wikeo todo el
tiempo, ¿cómo afecta a eso que soy yo?, o si la mente colmena es mi público, ¿quién soy
yo? Nosotros, los inventores de tecnologías digitales somos como comediantes de stand
up o neurocirujanos en el sentido de que nuestro trabajo se hace eco de profundas
cuestiones filosóficas (…) cuando los desarrolladores de tecnologías digitales diseñan un
programa que te pide que interactúes con un ordenador como si fuera una persona, lo que
están haciendo al mismo tiempo es pedirte que aceptes en lo más recóndito de tu cerebro
que tú también podrías ser concebido como un programa. Cuando diseñan un servicio de
internet editado por una masa anónima enorme, están dando a entender que una masa
arbitraria de humanos es un organismo con un punto de vista legítimo. Distintos diseños
estimulan distintos potenciales de la naturaleza humana. Nuestros esfuerzos no deberían
estar dirigidos a lograr que la mentalidad de rebaño sea lo más eficiente posible. En
cambio, sí deberíamos tratar de inspirar el fenómeno de la inteligencia individual. ¿Qué
es una persona? Si supiera la respuesta, podría programar una persona artificial en un
ordenador. Pero no puedo. Una persona no es una fórmula fácil, sino una aventura, un
misterio, un salto hacia la fe»10.
En nuestros dispositivos móviles y en las conversaciones de toda una generación se ha
colado Black Mirror, una serie de ficción, estrenada en 2011 en el canal británico
Channel 4, de capítulos autoconclusivos, que tiene como hilo conductor la pregunta por
cómo afecta la tecnología a nuestras vidas. La pregunta de Lanier por la persona está
omnipresente. Se trata de una distopía desasosegante que nos presenta una sociedad
futura, antiutópica, indeseable y que, bajo la promesa de la eterna felicidad unida al
progreso tecnológico, esconde la degradación de lo humano. Esa es la pregunta central:
¿qué queda de lo humano en las relaciones humanas? Esa es la pregunta de fondo con la
que arranco esta obra sobre la evidente hiperconexión y la imprescindible desconexión
digital. Y esa es la inquietante respuesta de Black Mirror que, antes que asustarnos con
un futuro lejano, nos acongoja con un presente en perspectiva, algo que, en buena
medida, habita ya entre nosotros11. Podríamos citar muchos, pero es paradigmático el
primer episodio de la segunda temporada en el que se nos muestra una sociedad
obsesionada con conseguir likes, las personas se desviven por conseguir puntuaciones
personales en toda aquella interacción que realizan. No se trata solo de una cuestión de
prestigio y satisfacción personal por el reconocimiento recibido, que también, sino de
9
auténtica supervivencia en un mundo que ofrece ventajas a los que son mejor puntuados
y descarta a los últimos de la fila. Lo más sorprendente es, en efecto, que este futuro
distópico se halle ya entre nosotros. Estamos obligados a sonreír porque la gente nos está
mirando y puntuando. ¿De locos? Echen un vistazo a aplicaciones como Peeple para
poner nota a los amigos, como si fueran un restaurante o una casa rural; Stroovy, en la
que se puede puntuar a gente que utiliza aplicaciones para ligar, y que nació con el
pretexto de evitar agresiones sexuales en las webs de citas; Ok Cupid, en la que también
se puntúa a las posibles citas hasta con cinco estrellas; Tinder, la conocida aplicación de
ligoteo digital que ejemplifica a la perfección lo que Bauman llama amor líquido, cuenta
con rating interno que el usuario desconoce, pero que permite a la app emparejar a las
personas por afinidades; Klout, que es capaz de ponerle una nota a nuestra actividad en
redes; o numerosos intentos fallidos, como el caso de Knozen, en la que podías puntuar a
los compañeros de trabajo. Como en el episodio de Black Mirror, las puntuaciones
tienen relevancia e incidencia social. Hay empresas como Juno, la app fundada por el
creador de Viber, que utilizan como uno de sus criterios a la hora de contratar
conductores, la experiencia previa y las puntuaciones que estos tengan en Uber, de tal
manera que el rating se convierte en una barrera de entrada. El último grito de tanta
reputación digital lo ha dado Zain Alabdin, un joven saudí que ha puesto en marcha una
aplicación móvil llamada Sarahah (honestidad, en árabe), que permite, por una parte, que
cualquiera podamos expresar nuestra más sincera opinión sobre amigos y conocidos, y,
por otra, que podamos averiguar lo que los demás piensan de verdad sobre nosotros.
Todo supuestamente sinceroy anónimo. La única manera de saber quién está detrás de
cada opinión es que el remitente del mensaje decida desenmascararse.
Es el Big Data o la revolución de los datos masivos12. Y es una deriva evidente de la
hiperconexión que padecemos. Recoger datos de todos nosotros, simplemente rastreando
las huellas que vamos dejando en la red, es tan barato que tal vez pronto se ponga en
jaque a la misma demoscopia. ¿Para qué establecer una muestra representativa si puedo
acceder al universo entero?
Pero no es una cuestión solo de guionistas, de usuarios irresponsables o poco formados
en el uso adecuado de la tecnología digital, de consumidores inquietos por la facilidad
con la que se puede entrar en su caja negra, o de educadores preocupados por la deriva
que están tomando los acontecimientos. El creador del Iphone, Jony Ive, ya ha admitido
que el uso constante del dispositivo es malo, algo que, por evidente que nos parezca, no
es usual que se reconozca tal cual desde dentro de las compañías que están en el negocio.
Los propios Bill Gates y Steve Jobs limitaban la tecnología que sus hijos usaban en casa.
Evan Williams, fundador de Blogger, Twitter y Medium, compraba gran cantidad de
libros a sus hijos, pero se negaba a que tuvieran un iPad. Tristan Harris, exempleado de
Google, encargado de diseñar los productos, ha hablado también con toda crudeza de
estrategias como la llamada economía de la atención, basada en captar la atención de las
personas para sacarles mayor rendimiento económico en la red. Se trata, según recoge un
10
completísimo artículo de The Guardian13, de secuestrar nuestros cerebros y de hacer la
tecnología adictiva, situando los smartphones al nivel de las conocidas máquinas
tragaperras, en las que la promesa de una recompensa eleva de forma intermitente los
niveles de dopamina. El usuario ha sido introducido en un entorno en el que la
tecnología es ubicua y en el que no existe, ni siquiera, una advertencia de los efectos, al
estilo del directo «Fumar mata» de las cajetillas de tabaco. El problema no es tanto que
los usuarios no tengamos fuerza de voluntad, sino que al otro lado de la pantalla hay
miles de personas cuyo trabajo es desbaratar nuestra capacidad de autorregulación.
Ive, Jobs, Williams y Harris no son los únicos que avisan. Justin Rosenstein,
exejecutivo de Facebook e inventor del botón de like, que a nosotros nos otorga la
recompensa del reconocer y, sobre todo la del ser reconocidos, y a la empresa le entrega
datos relevantes sobre nuestras preferencias; Roger McNamee, inversor tanto de
Facebook como de Google; James Willians, estratega que ayudó a construir el sistema de
métricas para el negocio publicitario del propio Google; Nir Eyal, reconocido consultor
de la industria digital; o el diseñador Loren Britcher, creador del mecanismo pull-to-
refresh, un recurso de interfaz de usuario, que nos permite actualizar el contenido en
Twitter. Todos hablan sin tapujos de lo importante que es mantener a las personas
distraídas cuanto más tiempo mejor y desvelan la mayor forma centralizada y
estandarizada de control de la atención que se ha conocido jamás. Muchos de ellos están
limitando su consumo digital y limitándoselo igualmente a sus hijos. Por algo será.
¿Por qué? ¿Por qué los tecnócratas más importantes de la esfera pública son, a su vez,
los mayores tecnófobos en su vida privada? ¿Os imagináis qué alboroto se formaría si
los líderes religiosos no dejaran a sus hijos ser practicantes? —nos interroga el profesor
Alter—, en una obra en la que con una analogía brutal afirma que los que se dedican a
inventar tecnologías parecen haber seguido la regla de oro de los traficantes de drogas:
nunca te enganches a tu propia mercancía14.
«¿Por qué se ha convertido en un problema una tecnología que ofrece tanto
conocimiento y placer? —se pregunta el profesor Sampedro con agudeza— ¿Cómo pudo
volvérsenos en contra algo que disfrutamos tanto? La respuesta es que se nos ha ido de
las manos. Peor, la industria de datos controla las nuestras cada vez que las ponemos
sobre un teclado. Nuestra actividad y nuestra mirada han sido secuestradas por las
pantallas»15. No se trata, obviamente, de volver a sacar la bandera entre las trincheras
apocalíptica e integrada, que popularizó en su día Umberto Eco16. Cerrar internet o
prohibir los móviles, aparte de imposible, sería tan absurdo como ilegalizar la comida
para combatir la obesidad. Padecemos opulencia y gordura digital, una pandemia que no
afecta solo, como hemos visto, a los adolescentes bulímicos del móvil. A menudo somos
otros, también los padres, los que presentamos síntomas de la enfermedad, perplejos ante
la paradoja de que la tecnología es condición necesaria pero en sí misma insuficiente
para salir del lío en el que andamos metidos. Sin embargo, su potencial es enorme si se
acompaña de prácticas, de valores, de virtudes y de normas con gran valor nutritivo17. Y
11
es enorme también su capacidad para acostumbrarnos a la comida basura y hacernos
creer que estamos bien alimentados.
El pionero en este terreno alimentario es Daniel Sieberg, periodista y ejecutivo de
Google, autor de La dieta digital, que introduce la analogía nutritiva y nos propone un
plan para desintoxicarnos de los excesos con la tecnología18. Sieberg vivía
permanentemente enganchado a las redes sociales, tanto que llegaba a no enterarse de
nada cuando en las reuniones familiares se conversaba sobre los acontecimientos que
habían tenido lugar durante el año en la familia. Se había convertido en un presentador
de éxito, pero era un pésimo comunicador porque era socialmente incompetente. Hasta
tal punto se encontraba siempre mirando algún tipo de aparato que su mujer le llamaba
luciérnaga porque su cara siempre estaba iluminada por algún tipo de pantalla.
Volveremos sobre dietas y dietéticas al final del libro.
La cuestión es novedosa, en cuanto que sobre todo las redes sociales han introducido
peculiares acentos en el relato. Las redes son la caja de Pandora del siglo XXI. Sean
Parker, creador de Napster y uno de los impulsores de Facebook, entonaba recientemente
el mea culpa en un acto público de la firma Axios en Filadelfia. Le dijo al mundo entero
que las redes explotan la vulnerabilidad de la psicología humana, que lo sabían y que, a
pesar de ello, lo hicieron, y que solo Dios sabe lo que se está haciendo en este terreno
con el cerebro de los niños.
Inquietante y novedosa, desde luego, pero no es cuestión del todo nueva. Ya hace más
de 15 años se hablaba de una «generación enganchada a las pantallas»19 y se elaboraban
discursos (tanto cenizos como sensatos y equilibrados) sobre la globalización de la
tecnología. El sentido común, entonces y ahora, nos alerta contra el riesgo cierto de que
nuestra vida termine por ser fagocitada. Ahora bien, esa suerte de colonización a manos,
en nuestros días, de la globalización digital, no tiene por qué ser un camino que todos
tengamos que recorrer, ni habrá de ser irreversible en el caso de que lo hayamos
empezado. Solo sucumbirán quienes no sepan integrar adecuadamente las enormes
ventajas que nos regala el mundo conectado. Hacia ese equilibrio trata de tender este
libro. Reconoce, en primer lugar, que hemos de diagnosticar con claridad un problema
real, con la confianza de que el diagnóstico precoz allanará el camino del tratamiento.
Ambos son necesarios, tanto el diagnóstico preciso como el tratamiento adecuado.
Agachar y esconder la cabeza entre las pantallas, solo contribuiría a empeorar la
situación. El cuchillo, como tal, no es ni bueno ni malo. Será bueno su uso si lo
utilizamos para partir y repartir el pan, y malo si lo hacemos para apuñalar. De forma
similar, la tecnología en sí misma no es ni buena ni mala. Lo son los actos humanos,
incluidos por supuesto los de las grandes corporaciones que la usan y diseñan para el
consumo masivo. La tecnología se puede diseñar para que enriquezcan las relaciones
sociales, para que sean adictivas, o de forma ambivalente para ambas cosas a la vez, lo
que hace, sin duda,el problema mucho más complejo.
Por eso, una vez planteada la cuestión, me atrevo a dibujar en las páginas que siguen a
12
la sociedad que nos envuelve, a definir el mapa de la Galaxia Jobs que nos ha enredado
en una nueva socialización, a acercar el retrato de los postmillennials, encuadrados en la
llamada Generación Z, y caracterizados porque se deciden a cada instante en esas
circunstancias contemporáneas que son las redes sociales, a alertar de la existencia
creciente de hikikomoris, muchachos que sufren un aislamiento social agudo y que
visitan el infierno de los otros virtuales sin salir de su habitación, a hablar de la
nomofobia que ya causa crisis de ansiedad a los que se encuentran sin conexión y hace a
otros buscar el descanso y el negocio en pueblos sin wifi, a consultar a los expertos por la
existencia (o no) de la adicción digital, y a apostar, finalmente, por propuestas que
integren la tecnología en la tarea de procurarnos una vida lograda, incluida la de
apartarse del mundanal ruido hasta el extremo de cuestionarnos con el Segismundo de
Calderón o con el genio maligno de Descartes, si toda la vida (digital) es una ilusión, una
sombra, una ficción, y si acaso no es la desconexión madurada la forma más atinada de
decirle hoy al mundo cómo hay que asirse a la realidad.
13
2. LA SOCIEDAD DE LAS PANTALLAS
Solo sé que la Wikipedia lo sabe
La posverdad. Nostalgia de Sócrates
Sócrates era lo que llamamos, en el lenguaje de andar por casa, una mosca cojonera.
De hecho, se le conocía como el tábano de Atenas, esos insectos tan identificables por su
picadura y su zumbido alrededor de cerdos, caballos, vacas y otros animales que hozan
en el estiércol. Con él empezó todo, que dirían hoy los más futboleros. Tanto es así que a
los pensadores anteriores a él se les suele meter en el cajón de sastre de los presocráticos.
Era único en el arte de hacer preguntas y tan molesto le resultaba a las autoridades
griegas del siglo V a. C. que, como ya conocemos, acabó juzgado y condenado a morir
bebiendo cicuta. Sócrates no era Narciso, ni en fondo ni en forma. Bajito, rechoncho,
narigudo y desaliñado, no respondía precisamente al ideal de belleza de la época, en el
que se sostenía que un cuerpo hermoso era un regalo de los dioses y transparentaba, en
esos labios gruesos, en esas mejillas cinceladas y en esas tabletas de chocolate que
tantas veces hemos visto esculpidas en mármol, una perfección interior: kaloskagathos,
que en griego significaba ser agradable a la vista y, en consecuencia, ser una buena
persona. A Sócrates esa música le sonaba extraña. Apostaba por una versión más Disney,
más tipo La Bella y la Bestia. Ya saben, la de que la belleza verdadera está en el interior.
Dedicó su vida al inquietante oficio de enseñar sin cobrar nada por ello, de cuestionarlo
todo, de dialogar, de conversar, de preguntar una y otra vez, en las plazas y en las calles,
hasta mostrar a sus interlocutores que no sabían todo lo que creían saber. Demasiado
para los sofistas, mercaderes del conocimiento. Demasiado para un tiempo que, pese a
sus evidentes luces, no se libró de las sombras de la corrupción política ni de las
desmedidas vanaglorias de muchos que, fieles a la letra y al espíritu de la época, se
hicieron enterrar con un espejo. Sócrates, huyendo de ese tipo de inmortalidad consiguió
otra. No dejó una palabra escrita. De no ser por Platón, a buen seguro habríamos perdido
buena parte de su legado, incluido el consabido «solo sé que no sé nada», que es todo un
canto a esa peculiaridad humana del saber, que ha de quemar en el pecho y ser a un
tiempo tan imprescindible como insuficiente.
En lo que se refiere a ese saber, nuestros días han sido definidos de casi todas las
formas posibles que han encontrado acomodo entre la sociedad de la información y la
sociedad del conocimiento. El término sociedad de la información se remonta a 1973
cuando el sociólogo norteamericano Daniel Bell lo introdujo en su libro El advenimiento
de la sociedad post-industrial para dibujar una época marcada por las tecnologías de la
información20. La lucha de clases ya no sería la ley de la historia, sino que las nuevas
14
fuerzas de transformación habría que situarlas en el campo del conocimiento. La
imprenta había estado en la base de la sociedad industrial (saber leer y educación de las
masas) y ahora serían las telecomunicaciones y la informática las que conformarían el
suelo del nuevo escenario histórico.
La expresión sociedad de la información vuelve con fuerza en los años noventa del
pasado siglo en el contexto del desarrollo de internet y de las Tecnologías de la
Información y la Comunicación (TIC). Entra de lleno en las agendas políticas mundiales
y es objeto de reflexión prioritaria en foros como el G8 o la Asamblea de las Naciones
Unidas. Precisamente a finales de los noventa, sobre todo en contextos académicos que
andaban buscando una alternativa conceptual a la sociedad de la información, surge el
término sociedad del conocimiento. Mientras el primero pone el acento en la innovación
tecnológica, las denominadas sociedades del conocimiento incluyen una dimensión de
transformación social, cultural, económica y política. Por eso se prefiere, también a nivel
institucional, porque se entiende que refleja mejor la complejidad y el dinamismo de los
cambios que se están produciendo.
Estábamos así, a finales de siglo, en los albores del uso intensivo de las denominadas
nuevas tecnologías, de las que aquí nos va interesar especialmente su dimensión moral,
en la medida en que configuran un nuevo modelo de sociedad, muy distinto a aquella en
la que la curiosidad inteligente por el saber más encontraba su espacio público en la
plaza y su desarrollo en la conversación socrática. Pero para definirlo, me parecen
insuficientes las categorías de información y conocimiento manejadas. La nueva
sociedad configura sus relatos (microrrelatos, de apenas 140-280 caracteres en muchas
ocasiones) en las pantallas. La sociedad de las pantallas no es lo contrario a la sociedad
de la información ni del conocimiento. Es más bien su rebasamiento. Nace de la
inquietud moral que, a su vez subyace, de aquellas preguntas del poema La roca, que
T.S. Eliot escribió en 1934: ¿Dónde está la sabiduría que hemos perdido en el
conocimiento? / ¿Dónde está el conocimiento que hemos perdido con la información?
Otro poeta, el malagueño José Antonio Muñoz Rojas, da en el clavo cuando enhebra
estas palabras, en su poemario Las cosas del campo, para hablar con prosa poética de
nuestros días. La descripción, además de hermosa, es precisa.
«Sí, sí, son días de muchas noticias. No hay tiempo para verificarlas, ni para escribirlas, ni casi para gozarlas.
Hay que ir de mata en mata, de zanja en vereda, de vallado en sendero, de sotillo en linde, para no perder tanta
anunciación, tanto nacimiento, tanta esperanza. Y se nos va la mayor parte de la delicia sin recogerla».
Son días de muchas noticias. Esta era de la comunicación que nos deslumbra se
caracteriza por la sobreabundancia y la saturación, que hacen que se mezclen y se
diluyan información, conocimiento y sabiduría. Como consecuencia lógica, No hay
tiempo para verificarlas. Es la apoteosis del rumor, de la noticia que no lo es, del
chascarrillo no contrastado o directamente del bulo, de las fake news, la palabra del año
2017 para los editores de los populares Diccionarios de Oxford, que un año antes habían
elegido posverdad como triunfadora. La posverdad o mentira emotiva, propia del
15
sentimentalismo tóxico que nos rodea21. El término abrió todo un debate filosófico sobre
la construcción del relato (¿la verdad?), que no era sino el debate sobre la distorsión
deliberada de la realidad con el fin de ser relevantes e incidentes en la esfera de la
opinión pública y terminar, por tanto, influyendo sobre las actitudes sociales: mueran los
hechos y vivan las emociones que esos hechos me despiertan. Ante tal panorama no es
de extrañar que el poeta escriba que no nos queda tiempo para verificar las noticias,ni
para escribirlas, ni casi para gozarlas. A veces añoramos aquellos maravillosos años en
los que el matrimonio se dormía en la misma habitación de la casa, mirando a una misma
pantalla, en lugar de rendirse al sueño, cada uno en su cuarto, ante su propio dispositivo
móvil. Con todo, no nos queda otra que ir de mata en mata, de zanja en vereda, de
vallado en sendero, de sotillo en linde, porque la pluralidad es mucha aunque la mies del
pluralismo sea poca. Y hete aquí que entre las maravillas de la naturaleza hay tanta
anunciación, tanto nacimiento, tanta esperanza, y, sin embargo, ¡oh, desesperación! se
nos va la mayor parte de la delicia sin recogerla.
Disfrutamos y padecemos una sociedad saciada de información que parece haber
emprendido, de forma irremisible, el camino de la saturación informativa, especialmente
audiovisual y en formato digital. Se empieza a hablar con fundamento del síndrome de
Diógenes digital. Nos hallamos invadidos por las pantallas, a las que prestamos devoción
reverencial, inaugurando así un régimen de saturación, donde todo lo que se nos muestra
es ya más real que lo real y nos fascina hasta el punto de impedir en ocasiones nuestra
reacción racional. Los últimos datos del Instituto Nacional de Estadística, en España, no
dejan lugar a la duda: a partir de los 14 años, 9 de cada 10 adolescentes tienen teléfono
móvil. La cantidad de los dispositivos no hace más que crecer mientras disminuye la
edad de acceso a la red. Por supuesto, la preocupación por los contenidos, por lo que se
ve y a qué edades se ve está muy presente y encontraremos en este libro diferentes
ejemplos, pero en la sociedad de las pantallas hay una cuestión previa: el contenido es un
espectáculo que se ha convertido en un fin en sí mismo, apartándonos del referente, lo
que prima es el modo de ver y de mostrar. Importa, sobre todo, ver y verse, mostrar y
mostrarse, estar en la red.
Esta centralidad de las pantallas en nuestras vidas no se entiende bien sino la
enmarcamos en el contexto de la sociedad postmoderna. La falta de una cierta
perspectiva histórica y la complejidad y amalgama de las características que se incluyen
bajo el paraguas de la postmodernidad, hacen que pretender su definición exhaustiva sea
hoy por hoy, todavía, una quimera. Tampoco es el objeto central de este libro. No
obstante, eso no quiere decir que no puedan apuntarse algunos rasgos definitorios, y que
lo haga con principal atención a cuanto aquí me importa sobre pantallas y consumo de
contenidos digitales.
La postmodernidad. Vigilancia y representación
El término postmodernidad engloba a una gran cantidad de movimientos del siglo XX,
16
que en el ámbito artístico, cultural, literario y filosófico se caracterizan por su oposición
o superación de las ideas de la modernidad22. Con unos límites temporales que van desde
la revolución francesa (1789) hasta al menos la caída del Muro de Berlín (1989)23, la
postmodernidad presenta una suerte de modernidad agotada, que habría que superar. Y
lo hace, no desde una hermenéutica de la continuidad sino abiertamente desde la ruptura.
He tratado estos aspectos en otra obra, también desde la perspectiva de quien se enfrenta
hoy a la delicada tarea de educar24. De allí rescato ahora algunas de las características de
esa postmodernidad, ampliadas y enriquecidas ahora para comprender mejor la sociedad
de las pantallas25.
En la postmoderna sociedad de las pantallas todo es vigilancia y representación.
Vigilancia porque, como nos muestran los contemporáneos grandes hermanos, el medio
es hoy la pantalla, el ojo que todo lo ve, y, en consecuencia, está más viva que nunca la
pregunta por el frágil equilibrio entre libertad y seguridad. Y representación porque todo
nos es representado, hasta el punto de llegar a olvidar la referencia real de tal
representación. Distingue a este respecto el maestro Alejandro Llano entre brillo y
esplendor o resplandor. El brillo es relativo, luz reflejada, prestada claridad. El
resplandor en cambio es absoluto, luminosidad interna que serenamente se difunde. El
resplandor, así, sería la verdad de lo real, mientras que el brillo, omnipresente, sería
simulacro, que celebra el triunfo de la sociedad como espectáculo. Para Llano, la
televisión sería, en este contexto, el tabernáculo doméstico de la religión nihilista26.
Como, a ritmo de zarzuela, los tiempos cambian que es una barbaridad, hoy habría
tantos tabernáculos móviles como dispositivos. Todo se nos da por medio de
representaciones. Bromeamos, no sin una pizca de amargura, acerca de que nuestros
hijos nunca hayan visto una vaca de verdad y nos esforzamos para que vivan
experiencias en granjas, a veces urbanas, y para que le pongan carne y hueso animal a la
imagen del tetra-brik. Como nos enseña la alegoría platónica de la caverna, aunque todo
se nos dé por medio de representaciones, no todo es representación. Si no hubiera más
que representaciones, ni siquiera éstas existirían porque toda representación es
intencional y nos remite a algo que no es ella misma, a eso que Steiner llama presencias
reales27. ¿Por qué tenemos tanta dificultad para comprender esto? Probablemente porque
nuestra sociedad de las pantallas no nos lo pone fácil. Nos movemos en el territorio de
una cultura que glorifica y le pone altares al simulacro, es decir, a la apariencia que no
reviste verdad alguna y que remite solo al vacío, una cultura que tiende a considerar a la
realidad entera como representación y espectáculo, donde sueño y vigilia, utopía y
distopía se confunden. El simulacro, las pantallas, lo llenan y ocupan todo; el
espectáculo se hace total (y totalitario) al no dejar espacio para nada más y, sobre todo,
al no remitir a nada y acabar por fagocitar una realidad que, de facto, queda abolida en
numerosas ocasiones. Pensemos, por ejemplo, en las Google Glass, que, aunque no han
sido el producto estrella que se esperaba, transforman el ojo humano en una cámara. Es
el ojo mismo el que hace imágenes.
17
Todo es pequeña y fragmentada representación. La postmodernidad es fragmentaria
frente a la moderna concepción holística de la realidad. El ya añejo zapping, los
consumos a la carta, Twitter y sus 140 (o 280 caracteres), o el auge de los microrrelatos
literarios ejemplifican a la perfección ese culto a una realidad que aparece ante nuestros
ojos astillada. Superada la modernidad y su concepción unitaria de la historia, que traía
de la mano los grandes relatos, nos hallamos sumidos, y con nosotros la comunicación
en la era del fragmento, de los discursos rotos. Para nosotros, educados en el espíritu de
la Biblia, la historia es una realidad germinal que está llamada a desplegarse, a
desarrollarse hasta una meta, que le da sentido. Por eso, la historia es tridimensional: está
integrada por una referencia al pasado, por una referencia al presente, por una referencia
al futuro. Pasado, presente y futuro constituyen una unidad dinámica que está finalizada
por una meta, que da vigor y motivación a todos y cada uno de los proyectos humanos
sectoriales. Para la postmodernidad la historia es cosa de los libros de texto. No hay
dirección final, ni unidad de los diversos elementos. Sólo hay dispersión y casualidad. La
gran historia se disuelve en múltiples historias microscópicas, tantas como individuos.
Todo son casualidades sin causalidad. Todo consecuencias sin origen o, en el mejor de
los casos, consecuencias que remiten únicamente a sí mismas, que se muestran tan
egoístas que mueren en sí mismas, impidiendo la pregunta por el nacimiento. Sin
embargo, el vacío de la historia, la carencia de sentido, hoy no constituyen drama alguno
sino que más bien se experimentan como un alivio y como una liberación. El tiempo ha
encontrado en el presente a un auténtico tirano. La actualidad se devora a sí misma, todo
presente, sólo presente, sin apenas referencia al pasado ni proyección alguna hacia el
futuro. Todo se diluye en un presente tirano, pero al mismo tiempo de límites poco
definidos. Bauman ha hablado de modernidad líquida para definirel estado volátil de la
sociedad actual28, donde prima la incertidumbre por la vertiginosa rapidez de los
cambios. Me gusta decir que más que en una época de cambios, nos enfrentamos a todo
un cambio de época, cuya comprensión y alcance se nos escapa, al menos en una buena
parte.
La sociedad de las pantallas no solo nos envuelve en esa falsa idea de que toda la vida
es sueño o representación, sino que, además nos lleva a velocidad de vértigo de una
pequeña y fragmentada representación a otra. Todo es representación cambiante. Nos
dice Aristóteles que todo arte y toda investigación e, igualmente, toda acción y libre
elección parecen tender a algún bien, que el bien es aquello hacia lo que todas las cosas
tienden. Ahora sin embargo parece suceder que tal finalidad es el cambio en sí mismo.
Por paradójico que parezca cambiamos de forma permanente, saltamos de una ventana
(de una pantalla) a otra y nuestro tiempo se define como el tiempo del cambio, que lejos
de ser un medio para llegar a otro lugar es un fin. Pero no es el cambio en sí mismo lo
que define nuestra época, en la medida en que el cambio ha estado presente a lo largo de
toda la historia, sino la velocidad a la que se producen esos cambios, hasta el punto de
que los percibimos como una corriente continua de cambios que no cesan. Existe,
18
además, una identificación equivocada entre cambio y progreso. El cambio es
transformación, modificación, nueva situación, ni positiva ni negativa, mientras que
progreso lleva implícita una noción de mejora29. Es obvio que el cambio constante no
nos ha sumido en una situación de mejora también constante y que alcanza a todos los
órdenes de la vida. Sin embargo, es difícil percibirlo así, y no son pocas las voces que se
alzan diciendo que cuál es el problema.
Para no naufragar en olas que tratan de tenernos siempre en la cresta, necesitamos
aptitudes, actitud y una buen tabla de surf30. Los buscadores se han posicionado en esa
poderosa industria de las tablas. ¿Sabríamos vivir sin Google? La sociedad de las
pantallas es también una sociedad mediada que nos proporciona una información elegida
muchas veces de forma arbitraria. A menudo los profesores, también en la Universidad,
tenemos que enseñar a nuestros alumnos a manejar fuentes diversas y que sean
relevantes para el trabajo que están realizando. Muchos de ellos viven tranquilos
sabiendo que Google les saca de un aprieto. O eso creen, porque a nadie escapa que
quedándonos en las tres primeras búsquedas que Google nos ofrezca hemos caído en la
trampa de lo que otros han elegido por nosotros. Muchos no están preocupados tanto por
no saber, sino porque la Wikipedia pueda no saberlo. Y no es cuestión solo de
estudiantes, hay numerosos casos como el de Jane Godall, la famosa primatóloga, que
fue acusada de copiar y pegar textos íntegros de diferentes webs, sin citar fuente alguna,
para su libro Semillas de esperanza31.
La era de la desconexión
No es de extrañar, después de lo visto, que los individuos de esta sociedad, tan
sobreabundante en pantallas, tengamos que vencer importantes obstáculos para captar la
unidad de realidades y fenómenos que tenemos ante nosotros. Los percibimos como
desconectados entre sí. Somos hijos de una era de la desconexión32 en la que la misma
complejidad de nuestro mundo nos dificulta la posibilidad de abarcarlo. «La realidad
básica que podemos captar si nos liberamos de prejuicios —apunta Llano— nos ofrece
un mundo y una sociedad en la que todo está conectado con todo. Esta situación se
puede referir a dimensiones claramente positivas de la cultura actual y, muy
especialmente, al espectacular desarrollo de las nuevas tecnologías»33. Sin embargo,
como estamos viendo, son precisamente el desarrollo vertiginoso y el consumo excesivo
de contenidos que nos ponen al alcance de la mano las tecnologías (los mismos que han
contribuido en los últimos años al progreso y al bienestar de millones de personas en
todo el mundo), los que también nos sumen en la perplejidad ante la realidad y no
favorecen que la captemos en toda su complejidad y unidad. Paradójicamente,
desconectamos las partes que conforman el todo, nos instalamos en el fragmento, y para
salir de esa desconexión, necesitamos acudir a otro significado de la misma palabra
desconexión. «No es casual que, para significar el afán de independencia y autonomía,
ahora recurramos precisamente a un término técnico como es desconexión. Tiene la
19
ventaja de ser una palabra netamente actual, que apela a la magia de la tecnología
avanzada e implica el imprescindible uso de la libertad. Sugiere además inmediatez y
limpieza: nos desconectamos con la misma rapidez con la que nos conectamos, sin
desgaste ni fatiga. Comenzamos así a movernos en un plano que parece situarnos en una
suerte de novísima sensibilidad, en la que los propios condicionamientos, lejos de
coartarnos parece que nos potencian»34. Ante tal experiencia de desconexión (falta de
relación entre las partes), necesitamos una desconexión diferente: dejar de tener tanta
relación con la tecnología. El objetivo no es otro que ir recuperando cuanto de humano
estamos perdiendo en las nuevas relaciones humanas. La tecnología puede unir océanos
y separar sofás. En la medida que esa era de la desconexión toma cuerpo, se extiende
también la soledad y aislamiento de muchas personas, por falta de proximidad física, de
cercanía y de encuentros personales, sin pantalla que los medie. No es broma: la primera
ministra británica ha anunciado solemnemente la creación de un Ministerio de la
Soledad. Son muchos los autores que hablan ya de una nueva galaxia en la sociedad
tecnológica: la de aquellos que nunca han leído un libro entero ni quizá lo han tenido
entre las manos. Y como quiera que lectura y conversación van de la mano, me gusta
advertir que nos encontramos cada vez más con individuos incapacitados para una
conversación articulada. Es más, es precisamente esa conversación de corte socrático que
indaga y enriquece a los que participan en ella, que requiere pasar los filtros de la
verdad, la bondad y la utilidad, la primera que se resiente con el nuevo modelo. La
psicóloga norteamericana Sherry Turkle tiene un interesantísimo estudio de
investigación sobre el poder de la conversación en la era digital en el que alerta sobre
esto35.
La conversación cara a cara es uno de los actos más humanos y humanizadores que
podemos realizar. Cuando estamos plenamente presentes ante otro, aprendemos a
escuchar, desarrollamos la capacidad de empatía, experimentamos el gozo de ser
escuchados y comprendidos e impulsamos la introspección, como esa forma de
conversación con nosotros mismos que nos va constituyendo. Hoy evitamos la
conversación. Nos escondemos los unos de los otros a pesar de estar constantemente
conectados y pegados a nuestras pantallas. Quizá, en esta tesitura, el bueno de Sócrates
nos sacaría a la plaza y nos recordaría que no es la vida, sino la vida buena (la vida que
conecta lo real y la que a un tiempo desconecta) la que debe ser valorada.
20
3. LA GALAXIA STEVE JOBS
Del zoon politikón al enjambre digital
El hombre es, por naturaleza, un animal político. Aristóteles lo deja bien claro36.
Poseemos, de modo exclusivo, y frente a los demás animales, el sentido de lo bueno y lo
malo, lo justo y lo injusto, y las demás apreciaciones. Es, precisamente, la participación
comunitaria en éstas la que funda la ciudad. Porque la ciudad, la polis, entendida para los
griegos como unidad política suprema, es la que buscará el fin supremo que implica a la
totalidad y que no es otro que la felicidad de todos los ciudadanos.
El hombre es hoy, sin embargo y en cierta medida, un animal gregario más. Byung-
Chul Han lo sitúa en el que llama enjambre digital, un lugar cuyo centro neurálgico son
las redes sociales, que erosionan fuertemente la comunidad, el nosotros, que destruyen el
espacio público y que agudizan el aislamiento del hombre37.
Entre el animal aristotélico y el enjambre de Han hay veinticuatro siglos de diferencia.
El cambiode paradigma social de la comunicación no exige, a mi juicio, mirar tan ancho
ni tan lejos. Las reglas del juego han cambiado vertiginosamente en los últimos años del
siglo XX. El conocido el medio es el mensaje de McLuhan se ha visto alterado. El medio
es ahora el individuo. Como si se tratara de una afirmación regia al más puro estilo Luis
XIV: el medio soy yo. De una sociedad mediáticamente vertical, donde la comunicación
fluía desde los grandes centros, sin apenas interacción por parte de los receptores, hemos
pasado a una comunicación onmipresente, que se vierte en todas las direcciones, donde
los usuarios somos al mismo tiempo creadores y consumidores de contenidos. Cada uno
de nosotros, con los escasos caracteres de nuestro Twitter, podemos convertirnos en el
medio, emitir e informar a los demás, que, a su vez, pueden informar a otros, formar
opiniones y participar de una tormenta de contenidos cuya lógica es muy distinta a la que
conocíamos hasta ahora en los medios tradicionales.
Parece que el futuro ya no va a ser lo que era. Los medios tradicionales lo han
entendido, aunque no han dado todavía con la clave que les permita sacar la cabeza hacia
el horizonte de la supervivencia. Ni la radio acabó con la prensa escrita, ni la tele con la
radio … ni tampoco internet (que es más un lugar que un medio) ha acabado con los
anteriores, aunque lo cierto es que ha dejado a muchos desubicados y con urgente
necesidad de reformulación en su naturaleza y funciones. Pensemos en qué son hoy y
para qué sirven el cine, la prensa, la radio y la televisión ¿Han posibilitado los nuevos
escenarios una cierta apertura hacia otros medios y, por consiguiente, hacia quienes los
usan? ¿O se han replegado aún más sobre sí mismos? ¿Son todavía medios de
comunicación de masas?
21
Los medios de comunicación tradicionales han dejado de ser, a mi juicio, lo que eran
porque el propio concepto de masa ha cambiado. Los medios hoy hablan más de sí
mismos que nunca. Se retroalimentan, en una espiral de metacomunicación que parece
no tener fin. Basta detenerse en eso que hoy llamamos eufemísticamente televisión
social y que consiste en ver una pantalla con otra pantalla distinta delante que se intenta
ver al mismo tiempo que la primera para poder comentar en una lo que se ve en la otra.
Los medios han desplazado su foco informativo. Ya no existen principalmente para
informar. ¿Qué sentido tiene hoy la primicia, ser el primero? En cambio, su función en
cuanto que agenda temática se ha reactivado. Y no me refiero solo a que con nuestras
agencias eurocéntricas las noticias de África queden fuera y uno tenga que leer Mundo
Negro si quiere enterarse de algo38. No solo, las agendas temáticas que sustituyen al
hombre y a los lugares donde habita, son mucho más amplias. Son totalizadoras, en
ocasiones excluyentes, descartando todo lo que no sea lo que se propone a la luz de la
agenda dominante. Así sucede hoy, por ejemplo, con estos tres grandes ámbitos:
deportivo, gastronómico y musical. Casi todo es deporte, lo que no es deporte es cocina,
lo que no es cocina ni deporte es La Voz kids.
Para abordarlo adecuadamente, los medios se han espectacularizado. Un informativo,
el tradicional telediario, ya no se entiende sin la lógica del espectáculo, lo que
necesariamente conlleva un tratamiento menos profundo de los temas. Los medios han
potenciado su función de entretenimiento y la transmisión de valores se ha desplazado de
la agenda informativa a los productos de entretenimiento, especialmente los de ficción,
que es lugar donde se configuran verdaderos modelos que se proponen como tales,
personajes construidos con un marco moral donde a los guionistas no se les escapa un
solo detalle, desde la Coca Cola o la Pepsi que deben beber hasta la nacionalidad del
asesino, o la orientación sexual del héroe. Mientras tanto, los medios siguen, de forma
minoritaria, ejerciendo su función como contrapoder. El periodismo de investigación es
escaso, no solo porque es caro, sino sobre todo porque se da de bruces con las
características de la sociedad de las pantallas: el presente y el instante.
¿Y la comunidad necesaria para el encuentro ¿Y esa masa que recibe contenidos y que
hoy también los crea? El enjambre digital, al que hemos hecho referencia, es una
comunidad frecuentemente indignada (tenemos múltiples ejemplos de la ola de
agresiones verbales que se produce en Twitter, o el debate sobre los chistes y el humor
negro). Pero la indignación por sí misma no crea comunidad alguna, porque aglutina
multitudes volátiles, poco firmes, que crecen súbitamente y se dispersan con la misma
rapidez. Imaginemos un estado de opinión creado realmente (desde hechos verdaderos
no falsos). Convoca, llama, enciende, propicia la indignación, pero que si se queda ahí
no es capaz de acción ni de narración alguna. Puede sostenerse por intereses políticos o
mediáticos en el medio plazo, puede envilecer la esfera pública y sobre todo la
publicada, puede revertir un resultado electoral (esto es más difícil, hemos visto
ejemplos en USA o Escocia), y puede desembocar en una indignación que se convierta
22
en ira violenta, y que acabe por enterrarse. Esta indignación digital es más bien un estado
afectivo, y por ello no desarrolla ninguna fuerza poderosa de acción. Distrae, nos
desocupa de lo importante, nos indigna a nosotros también, pero basta levantar un poco
la mirada para ver que como comunidad, así, no tiene ningún futuro. De las masas
mayoritariamente acríticas, de las grandes audiencias, de las multitudes con respuesta
previsible ante los medios, hemos pasado a convivir en un enjambre digital, donde
somos protagonistas de un entorno volátil, inestable, que no desea formar ningún
nosotros y que, por lo tanto, pone de nuevo entre interrogantes la posibilidad del
verdadero encuentro. El hombre digital que habita estos nuevos lugares rehúye los
grandes espacios de concentración. Son una concentración sin congregación, son
multitud sin interioridad.
Hay quien es aún más crítico que Han. Mientras los jóvenes indignados de Haesel
incendiaban —algunos literalmente— las calles en las revoluciones surgidas al rebufo de
las primaveras árabes, otro manifiesto de cariz distinto incendiaba —metafóricamente—
la red. En el citado Contra el rebaño digital, Jaron Lanier escribe un manifiesto (lleva
ese subtítulo). Es demoledor, pero contra lo que pueda parecer en un principio, no es un
discurso antitecnológico. Él se siente muy inspirado por la tecnología, aunque le
decepcionen muchos de los usos que le damos. Por eso apunta contra lo que llama la
cultura nerd o el maoísmo digital, es decir, la tendencia de la comunidad tecnológica de
primar la forma (la plataforma) sobre el contenido y, consecuentemente, los ordenadores
sobre las personas. Por eso nos alerta con inteligencia para que no formemos parte de ese
rebaño ni de ese enjambre, sino para que aprovechemos las múltiples oportunidades que
nos ofrece la red. En ese sentido están orientadas sus recomendaciones para que nos
paremos a pensar y para que creemos contenidos de calidad, en lugar de contribuir al
envilecimiento de la plaza digital con nuestros indignados y frívolos comentarios. No lo
dice un lego en la materia. A Lanier se le considera el padre del término realidad virtual.
Otra vez uno de los mayores conocedores de internet se muestra preocupado por la
deriva que ha ido tomando y por eso nos propone, sin tapujos, una visión humanista de la
tecnología que devuelva al hombre y a la pantalla al lugar que a cada uno le corresponde.
En Homero se hunden las raíces de la literatura occidental. Es relato épico que se
despliega en un viaje interminable, una galaxia que se abre a insospechados mundos
posibles; Sócrates es diálogo, oralidad, conversación, artesanía de la palabra; Gutenberg,
producción en serie del conocimiento; MacLuhan, aldea global y sociedad de la
información; y Jobs, postmoderna sociedad de las pantallas. Parece claro que hemos
cambiado de universo. El profesor Domingo Moratalla explica con claridadla transición
acelerada que hemos vivido entre galaxias. Antes, con unos medios ajenos y una
sociedad de la información más vertical y jerarquizada, nos preocupábamos por
encontrar indicadores relacionados con la Galaxia Gutenberg: índices de lectura, acceso
a bibliotecas, etc. Ahora nuestras preocupaciones giran en torno a las competencias
digitales39.
23
En mi libro Hijos conectados traté de describir este enorme cambio de paradigma, que
recorre dos caminos, uno a caballo entre el siglo XIV y XV y otro, entre los siglos XX y
XXI. Los pocos que siguen leyendo el diario de papel, quizá de atrás hacia adelante,
comenzando por los deportes o por las esquelas, tal vez no lo sepan, pero son fieles
seguidores de Johannes Gutenberg y de su revolucionaria imprenta. Sin embargo, los
muchachos que pasan sus dedos por una pantalla, en un movimiento rápido; los mismos
que escriben con el dedo índice sobre la tablet como si fueran persistentes pájaros
carpinteros, son deudores de una estrella de otra galaxia: Steve Jobs.
Gutenberg, herrero alemán (1398-1468) fue el inventor de la imprenta de tipos
móviles, con la que sería capaz de hacer varias copias de la Biblia en menos de la mitad
del tiempo de lo que tardaba en copiar una el más veloz de todos los monjes copistas del
mundo cristiano. Con el trabajo en serie, perdimos la impagable y bellísima labor
artesanal de los monjes, pero ganamos en rapidez de producción y se socializó la
edición, la lectura y, en cierto modo, la comunicación y el acceso al conocimiento. Para
entenderlo con ejemplos recientes, pasamos de reunirnos en casa en torno a la radio de
galena para escuchar las radionovelas, tal y como nos contaron nuestros abuelos, a tener
el transistor en el bolsillo y llevarlo con nosotros a todas partes. O, como nos
plantearemos más tarde, pasamos de sentarnos en el despacho frente al ordenador de
mesa, que manejamos con el ratón, a llevarlo incorporado al teléfono inteligente, bajo la
batuta de la yema de un dedo.
Steven Paul Jobs (1955-2011), conocido popularmente como Steve Jobs, fue un
americano, empresario y magnate del mundo de los negocios vinculados al sector de la
informática, las nuevas tecnologías y el entretenimiento. Fue cofundador y presidente
ejecutivo de Apple Inc. y máximo accionista individual de The Walt Disney Company.
Como en todo comienzo romántico que se precie, Jobs fundó Apple en 1976 en el garaje
de su casa, junto a un amigo de la adolescencia. Era millonario con tan solo 26 años y
más allá de su controvertida y compleja personalidad, que ha aflorado en numerosas
biografías post mortem, a él le debemos el gigante Apple, la tentación de la manzana
mordida y buena parte de nuestra reciente vida digital. Además, durante los años 90,
fundó Pixar que posteriormente se integraría en Disney. Aunque solo fuera por esto y
por el caudal emocional que nos ha legado con esa joya, en forma de película de
animación, llamada Toy Story le debemos eterna gratitud. Desde entonces, los cinéfilos
sabemos que hay un amigo en mí y que se puede ir hasta el infinito y más allá. No son
pocos los que sostienen, nada menos, que el mundo es mucho mejor gracias a Jobs.
Con los cambios apuntados, ha cambiado también la forma de relacionarnos, los
mismos sistemas de comunicación y lo que me parece más decisivo: la estructura de
pensamiento, la forma mentis, de nuestros hijos, los postmillennials o Generación Z de la
que hablaremos en el próximo capítulo. Y el cambio ha sido rápido y profundo. Tanto
que nos exige un repensamiento radical de las coordenadas de nuestro universo anterior.
No sirven parches, no es ya el futuro, sino el presente mismo el que hemos de construir
24
con mimbres epistemológicos, antropológicos, éticos y políticos diferentes. «La Galaxia
Steve Jobs está cambiando nuestra relación con la información y el conocimiento
(conocer), nuestros compromisos, hábitos y normas sociales (acción), y el conjunto de
expectativas con las que interpretamos la historia como obra humana (esperanza,
sentido)»40.
Para hacernos una idea de la dimensión del desafío, en el año 2000 el número de
usuarios de internet en el mundo era de unos 360 millones. En la actualidad superamos el
50% de la población mundial, es decir, unos 4.000 millones. En la edición de 2018 del
informe que anualmente presentan We Are Social y Hootsuite se afirma que en el último
año el número de usuarios de internet en el mundo ha pasado de 3.750 millones a 4.021
millones, un 53% de la población mundial41. De ellos, y es un dato muy significativo
para nosotros, el 68% procede ya de dispositivos móviles. Baja significativamente el uso
de ordenadores de mesa o portátiles y baja también el uso de tablets. Aunque todavía el
porcentaje sobre el total es muy pequeño (no llega al 0,2%) el crecimiento de las
plataformas de videojuegos es espectacular. No hace falta ser profeta para pronosticar
que en los próximos años estas tendencias van a continuar en líneas muy similares.
La Galaxia Jobs es, por lo tanto, una polis muy peculiar. Se trata de un lugar
hiperconectado, pero que lejos de entenderse por la mayoría de los autores
contemporáneos como unidad suprema o como forma ideal para emprender con otros la
tarea de ser mejor, se entiende más bien como plaza pública, como escaparate en el que
todo acaba por exponerse y convertirse, por lo tanto, en mercancía. Lo invisible parece
no existir, de tal modo que la transparencia, que tiene una interesante dimensión ética,
supone también una aniquilación del tejido que configura una verdadera comunidad42. La
transparencia entendida socialmente como una exigencia, va unida al vacío de sentido,
puesto que el sentido requiere pausa, información cribada, conocimiento relacional,
sabiduría; más complejidad, en definitiva, de la que nos brinda el universo Jobs. Han le
echa la culpa directamente a «los aparatos digitales (que) traen una nueva coacción, una
nueva esclavitud. Nos explotan de manera más eficiente por cuanto, en virtud de su
movilidad, transforman todo lugar en un puesto de trabajo y todo tiempo es un tiempo de
trabajo. La libertad de la movilidad se trueca en la coacción fatal de tener que trabajar en
todas partes»43. Pero no son los aparatos sino quienes los usamos los que hemos de
decidir, justificar nuestras elecciones y responsabilizarnos de ellas. Son, sobre todo
aunque no solo, nuestros muchachos de la Generación Z los que conforman el grupo más
numeroso de los habitantes de la nueva galaxia. Son ellos los que protagonizan, en
mayor medida, la sociedad contemporánea, tan marcada por llevar en sí una velocísima
vida social. Son los postmillennials, que viven paseando, relacionándose, consumiendo y
publicando en grandes ciudades como Whatsapp, Instagram, Facebook, Twitter,
Youtube, WeChat, QQ, Qzone, Tumblr, Spotify, Linkedin, Welbo, Snapchat, Baidu
Tieba, Skype, Viber, Line, Reddit, Vine, Badoo, Soundcloud, Pinterest, YY, Flickr,
Google+, Telegram, Spotify, VK, Taringa, Tagged o Slideshare. Por si se ha perdido en
25
alguna, vamos a sacar el mapa (o el navegador).
26
4. DE LOS MILLENNIALS A LA GENERACIÓN T
Yo soy yo y mis redes sociales
En busca de la inmortalidad digital
En uno de los cuentos de «El Aleph», Borges nos regala la historia de «El inmortal»,
su particular búsqueda de la eterna juventud en la que, paradójicamente, Rufo, el
protagonista, después de ganar la inmortalidad, se embarca en una aventura por el
mundo y el tiempo para despojarse de ella. Cuando la conoce de verdad, ya no la quiere.
Parece que en nuestra querida postmodernidad solo la ficción nos resulta creíble. Nos
desayunamos a diario con noticias sobre la perspectiva futura de vivir 140 años44, en las
que se nos cuenta cómo la ciencia le está ganando terreno a la muerte, o con relatos
sacados de las grandes compañías de Silicon Valley, que andan financiando remedios
que prometen ser definitivos contra las enfermedades de la edad. El último y más
sorprendente de estos estudios es el que ha lanzado una firma californiana que inyecta
plasma jovenpara mejorar la fuerza y la memoria. En concreto se trata de transfusiones
de dos litros y medio de sangre joven, extraída a donantes de entre 15 y 25 años. El
experimento cuesta 6.800 euros45.
Aunque la historia nos sorprenda, tampoco es del todo nueva. Plinio el Viejo, el gran
historiador del Imperio Romano, nos cuenta cómo algunos de los espectadores del
Coliseo bajaban a la arena tras los combates de los gladiadores para beber la sangre de
los caídos, con la secreta esperanza de curar sus enfermedades. La citada Black Mirror
también ha sucumbido a la tentación. En el primer capítulo de la segunda temporada se
nos plantean cuestiones acerca de la eternidad 3.0. Algo así como preguntarnos si es
posible que nuestras redes sociales se actualizaran solas después de que hayamos
muerto. ¿Y si un software pudiera imitar nuestra personalidad y seguir viviendo por
nosotros? Dráculas y demás crepúsculos adolescentes beben de fuentes similares. Son un
buen ejemplo de cómo en la ficción también los vampiros siguen buscando la sangre de
jóvenes vírgenes para gozar de la inmortalidad. O no. Porque tampoco es oro todo lo que
reluce en la juventud. Yo tenía 20 años, no permitiré que nadie diga que es la edad más
bella de la vida, escribió Paul Nizan. ¿Cómo no hablar con cierto temblor de la
envidiada e inmortal edad en un tiempo en el que el drama oculto del suicidio juvenil no
hace más que crecer?
Poner el foco en los jóvenes supone retratar a una generación: ese conjunto de
personas que han nacido en fechas próximas y que, se supone, que han recibido una
educación y una serie de influjos culturales y sociales semejantes, y a los que por lo
tanto se les supone también una actitud similar ante las cuestiones que definen al tiempo
27
que les ha tocado vivir. Estos jóvenes que habitan en la sociedad de las pantallas
analizada llevan colgada la etiqueta de Generación Z, son conocidos genéricamente
como postmillennials y viven enganchados al elixir de la eterna conexión; ése es su
brebaje preferido, el que, a un tiempo, les da fuerza y se la quita; el que les socializa, les
permite pertenecer a alguna comunidad, ser ciudadano de alguna polis, aunque sea
virtual, y al mismo tiempo les aísla, dificultándole el desarrollo de algunas de las
capacidades básicas que le distinguen como ser humano.
De la Generación X a la Generación T
Para no perdernos en una clasificación alfabética sinfín, aquí va la caracterización
mínima de las últimas generaciones. Arrimo el ascua a mi sardina, así que comienzo en
la llamada generación X, que me pertenece por edad, y concluyo con la que se nos viene
encima, porque ya no se habla de millennials, ni postmillennials, ni es suficiente con
etiquetar a la generación Z, asoma en el horizonte próximo la generación T. Para esta
primera conceptualización, y con el fin de tomar un solo hilo conductor de los muchos
posibles, utilizaré la relación con la tecnología de cada una de las generaciones, ya que
no solo responde al objeto de este libro sino que, además, condiciona de forma decisiva
cualquier lectura sobre la realidad generacional que queramos hacer del último medio
siglo.
Como nos va a suceder en todas las clasificaciones que hagamos, las generaciones no
son compartimentos estancos y perfectamente definidos. Sus límites son, en ocasiones,
difusos y se presentan como realidades permeables, que permitirán a más de uno
encontrarse a medio camino entre una y otra, o encuadrarse mejor en una generación que
a priori no le pertenezca por edad, porque tampoco es éste el único criterio que cabe
utilizar, aunque, indudablemente, ayude mucho a la hora de ordenar características y de
echar la vista hacia detrás y hacia delante.
El término Generación X corresponde a las personas nacidas tras el repunte de la
natalidad que se produce en las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial46. Nos
incluye a quienes nacimos desde mediados de los 60 a mediados de los 80 y
protagonizamos la por entonces incipiente transición de lo analógico a lo digital. Hemos
sido, por lo tanto, inmigrantes digitales. Conservamos aún la huella anterior y
disfrutamos de vez en cuando de librerías de viejo y vinilos que suenan a arena, como si
de un paraíso perdido se tratara.
En el año 2001, el multifacético Marc Prensky, un escritor, conferenciante y estudioso
de las relaciones entre educación y nuevas tecnologías, nos sorprendió con un artículo en
el que entendía la brecha digital como el enfrentamiento en las aulas de dos
generaciones muy distintas: por una parte, aquella que ha crecido con los dispositivos
digitales por doquier y por otra, los inmigrantes digitales, los que, en el mejor de los
casos, han tenido que aprender el nuevo idioma. No es su lengua madre y, por lo tanto,
aunque lo lleguen a hablar correctamente, nunca lo harán con la soltura y fluidez de los
28
nativos. Los inmigrantes digitales son presentados como personas resistentes al cambio:
no leen en ebook, se imprimen emails y llaman por teléfono para asegurarse de que los
demás los han recibido. El artículo de Prensky, de absoluta actualidad a pesar de haber
pasado más de una década desde que lo escribió, nos sirve para profundizar en un retrato
que ya no es solo el de nuestros hijos conectados, sino el de todos nosotros, en riesgo
severo de sucumbir al elixir de la eterna conexión.
Hay quien, sin embargo, niega la mayor y se atreve a decir que los nativos digitales no
existen47. Estos autores dan en el clavo cuando afirman que una generación no es
competente en el uso de la tecnología por el mero hecho de haber nacido con ella.
Aseguran que considerar que los jóvenes de nuestros días van a saber aprovechar el
enorme potencial de las tecnologías en su desarrollo como personas y en el progreso de
nuestra sociedad de forma casi instintiva, sin que tengan apoyo de la familia y sin que
diseñemos y apliquemos planes educativos al respecto, resulta absurdo. Para ellos, los
nativos digitales, más que vivir, sobreviven y les consideran, en general bastante torpes a
la hora de afrontar los desafíos digitales que tienen delante, salvo para algunos usos
básicos y ociosos de sus dispositivos, tales como ver vídeos en Youtube, whatsappear o
subir historias y fotos a Instagram. Serían, así, huérfanos digitales, más que nativos, que
necesitan ayuda y criterio.
A este respecto, Enrique Dans, profesor de Innovación en IE Business School, nos
interpela cuando afirma que un ignorante no es únicamente aquel que no ha estudiado o
retenido una serie de materias, sino también en gran medida, alguien que se niega a
seguir educándose pasada una cierta edad y que puesto que mostrarnos como ignorantes
ante nuestros hijos no es la mejor manera de educarlos, debemos ponernos manos a la
obra. No es de recibo esperar que la falta de capacitación a la hora de enseñar a los hijos
algo tan importante como el uso de la tecnología sea algo que asuma el colegio o el
entorno social. Llega a decirnos a los padres que debemos educar sin reprimir y sin
generar temores irracionales o sin fundamentos, prepararlos para la vida digital en la que
ya están inmersos, en lugar de mantenerlos en una burbuja, y que, por todo ello,
conviene darles un smartphone tan pronto como sean capaces de no llevárselo a la
boca48.
Soy más prudente en cuanto a empantallar a los pequeños de la casa, pero comparto la
tesis de que la tecnología no viene en los genes, ni el sentido para darle buen uso,
tampoco. Precisamente la hiperconexión, que puede llevar a la adicción digital, no es
más que un mal uso, un vicio contemporáneo en terminología aristotélica, que puede
afectar de manera relevante a quienes han nacido con los dispositivos móviles en el
bolsillo. Sorprende, por eso, que autores capaces de hacer un buen diagnóstico y de tener
intuiciones agudas como la de la orfandad digital, avalen al mismo tiempo que la
adicción digital es una mentira que hay que desmontar. Dedicaré, más adelante, un
espacio amplio a esta cuestión.
La denominación de Generación Y se la debemos a la revista estadounidense29
Advertising Age que, en un editorial publicado en agosto de 1993, se refirió por primera
vez los millennials con esa letra del alfabeto. Es la primera generación que protagoniza
una rapidísima transición desde soportes de almacenamiento como el disquete, el dvd o
el usb hasta los almacenamientos de datos en espacios virtuales. Nacen en el final de
siglo (1980-1999) y son los que conocemos también con la denominación nativos
digitales para expresar que la tecnología forma parte habitual de sus vidas. Los
miembros de la Generación Y son nativos, no porque nazcan aprendidos, sino porque
nacen en un momento histórico en el que la tecnología es inevitable y su vida ya no
puede entenderse sin los entornos digitales. La llegada de la tecnología digital ha
supuesto una verdadera discontinuidad, una singularidad y un acontecimiento de tal
magnitud que nos obliga a repensar cada una de las dimensiones de la existencia
humana.
Pensemos, por ejemplo, en el perfil de los graduados universitarios que han pasado
hoy ya la mayor parte de su tiempo sumidos en las pantallas digitales, entregados
fundamentalmente al entretenimiento, y que han convertido la lectura de un libro
impreso en una actividad marginal. Como resultado de ese entorno omnipresente, son
personas que piensan y procesan la información de manera distinta a nosotros, sus
predecesores, con diferencias tan notables que podríamos afirmar incluso que los
patrones de pensamiento han cambiado. A este respecto, el profesor Gary Small ha
popularizado el concepto de cerebro digital para defender que la tecnología digital no
solo nos está cambiando nuestra forma de vivir y comunicarnos, sino que está alterando,
rápida y profundamente nuestro cerebro. Entonces, ¿ya no pensamos, sentimos o nos
comportamos igual que antes? Él asegura que no. Y lo hace defendiendo al mismo
tiempo que internet mejora nuestro cerebro, siempre que el uso no se convierta en
abuso49.
Los nativos de la Generación Y prefieren, además, el acceso aleatorio y distribuido
antes que una secuencialidad ordenada. No hay planteamiento, nudo y desenlace. O al
menos no los hay en ese orden. Su relato postmoderno se compone de múltiples
fragmentos. Están acostumbrados a recibir mucha información y a procesarla muy
deprisa. A copiarla y a pegarla. Y les gusta hacerlo en paralelo porque son capaces de
realizar muchas tareas al mismo tiempo (o de empezarlas, aunque no las concluyan),
porque son, cada vez más, sujetos hipertextuales que van abriendo en la pantalla una
ventana sobre otra. No es de extrañar, de este modo, que la era digital mantenga a
muchos en un estado de continua atención parcial. Muy ocupados, con muchas cosas a la
vez, a las que les prestan una atención limitada.
En ellos el dicho de que una imagen vale más que mil palabras se convierte en
leifmotiv. El acceso a los contenidos que les interesan es inmediato, rápido, a demanda y
voluntad, hasta el punto de que los usuarios habituales de las redes se crecen con la
gratificación instantánea y las recompensas frecuentes. El modelo consiste en consumir
aquí y ahora lo que yo quiera, de tal forma que algunos conceptos clásicos de los medios
30
de comunicación de masas, como por ejemplo el de programación, han sufrido un
auténtico terremoto. ¿Por qué ver necesariamente en el prime time una serie que, en
realidad, puedo ver a la carta cuando yo quiera? El Informe anual de la Fundación SM
recogía que el 99% de estos jóvenes había utilizado internet en los últimos cuatro meses
(algo que hace 15 años sólo hacía el 14%). Entre los usos más extendidos están las
búsquedas en Google (94%), el visionado de vídeos en Youtube (93%), redes sociales
como Facebook o Twitter (87%), consumo de música (84%) y películas on line (77%)50.
Por último, como he venido diciendo, los nativos viven a menudo enganchados a la
red. Los dispositivos móviles se han convertido en una suerte de apéndices de su cuerpo.
Obviamente, hay muchos niveles intermedios entre la indiferencia, el ayuno o la
abstinencia digital y el hikikomori, un fenómeno de importación nipona que
estudiaremos en el próximo capítulo, y que consiste en un aislamiento social agudo,
motivado en muchas ocasiones por el uso adictivo y patológico de la tecnología. El
fenómeno está alcanzando tales dimensiones que no son pocos los que hablan de una
generación bunker para referirse sobre todo a los menores que consumen excesiva y
compulsivamente, y que lo hacen casi siempre en espacios privados (habitaciones) sin
supervisión ni control familiar de ningún tipo.
Tras la Generación Y, el milenio marca la frontera natural para referirnos a la
Generación Z, que queda ubicada, pisándose con la generación anterior, entre finales del
siglo XX y principios del XXI (1995-2010). Son los primeros en vivir en la nube, con
toda naturalidad, y en preguntarnos a los padres, con la curiosidad de quien visita un
museo, qué es eso de una cabina telefónica o que a quién le consultábamos cuando
teníamos una duda y no existían Google ni la Wikipedia para sacarnos del apuro.
Constituyen el público principal de la sociedad de las pantallas, no solo como
espectadores sino también como creadores de contenidos y protagonistas de los relatos
que hoy se escriben en las redes. Porque son, parafraseando a Ortega, individuos que se
definen tirando del yo soy yo y mis redes sociales. La conocida frase del autor de La
rebelión de las masas merece también una reflexión en nuestro contexto. A menudo, se
ha interpretado la sentencia de Ortega con el fatalismo determinista de quien nada puede
hacer ante las circunstancias que le han tocado en suerte. Pero lo que el filósofo español
nos dice es exactamente lo contrario. Ortega y Gasset hace una reivindicación de nuestra
condición de sujetos, que somos quienes tenemos que decidir (y decidirnos, puesto que
en cada decisión nos vamos forjando el carácter). Las circunstancias que constantemente
tenemos ante nosotros son una invitación y una interpelación directa para que afirmemos
esa genuina condición de sujetos. Fijémonos en la importancia que tiene esta
consideración para quienes son ellos y sus redes sociales, para nuestros hijos de la
Generación Z que viven a golpe de Whatsapp, Instagram o Musically.
Nos interesa detenernos aquí porque, precisamente por convivir de manera natural con
la tecnología (para ellos no tiene sentido hablar de nuevas tecnologías en el sentido en
que lo expresamos nosotros), presentan un mayor riesgo de generar dependencia hacia
31
ella. Son una generación que grosso modo, empatiza, colabora y se vuelca
desinteresadamente con causas online, articuladas en plataformas como change.org, pero
cuyos vínculos personales y sociales están más debilitados que los de generaciones
anteriores, y tienen mayor dificultad para realizar algunas actividades básicas de
relación, como puede ser mantener una conversación o hacer una presentación en
público, oral y estructurada51.
El sociólogo Juan González Anleo es pesimista en el trazo. La dibuja con el nombre de
Generación Selfie, y también generación perdida, sacrificada o abandonada. González
Anleo piensa que tras el autorretrato contemporáneo hay mucho más que una moda
porque lo que se refleja es el permanente ensayo del esto-soy-aquí-ahora que define a
una generación, con el riesgo que tiene de que personas que no sea yo, o como mucho
mis amigos y mi grupo, desaparezcan del horizonte de intereses inmediato52; jóvenes que
se desarrollan en una peculiar intimidad asocial y al mismo tiempo se exhiben, a veces
sin pudor, en las redes sociales, en un concepto híbrido que se conoce como extimidad y
que, aunque fue inventado en el año 1958 por el psicoanalista francés Jacques Lacan,
para referirse a la tendencia de las personas a hacer pública su intimidad, parece cobrar
todo su sentido ahora, en el tiempo de las omnipresentes redes sociales.
Estos son, sin duda, rasgos diferenciales de esta generación, pero no son los únicos. El
popular escritor y conferenciante británico Simon Sinek, en una entrevista viralizadaen
redes y que puede encontrarse fácilmente en Youtube53, asegura que los millennials (las
generaciones en torno al milenio, diríamos para sacar factor común entre X y Z), son
personas aparentemente difíciles de manejar, narcisistas, sin concentración, perezosos y
que se creen con derecho a todo. Sin embargo, lejos de culpabilizarles, analiza en
profundidad las causas de esa egolatría, incidiendo en la educación fallida,
sobreproteccionista que muchos han recibido, en la relación que los jóvenes tienen con la
tecnología y hablando abiertamente de adicción, en la incapacidad que muchos muestran
para diferir la recompensa por un acto realizado (piensan que pueden conseguir cuanto
deseen y hacerlo, además, de manera inmediata) y critica con dureza al entorno,
especialmente empresarial, que les recibe con unas expectativas y exigencias que no
tienen en cuenta la centralidad de la persona humana en sus decisiones. Ni el trabajo ni
las relaciones personales se construyen desde la impaciencia. He aquí un desafío de
carácter antropológico y ético que afecta al individuo, a las familias, a las escuelas y a
las empresas.
Nos queda en el tintero la que algunos empiezan a denominar Generación T, cuya letra
identificativa responde al concepto de generación táctil. Algunos prefieren denominarla
Generación Alfa. En cualquier caso, con ella entramos en el terreno de la tecnología-
ficción, pues se trata de una generación en pleno desarrollo, que podríamos ubicar,
provisionalmente, entre 2010 y 2020, y con la que tenemos que hacer historia del
presente, con los riesgos que eso supone.
Esta generación se encuentra al nacer con dispositivos móviles de gran éxito, que están
32
ya en pleno apogeo. Pensemos, por ejemplo, que el Iphone surge en 2007. No hay en sus
protagonistas ningún tipo de adaptación, en el sentido de que no es infrecuente que
pueden encontrarse los dispositivos móviles junto a la cuna. El 81% de los bebés tiene
hoy en día algún tipo de presencia en internet al cumplir los seis meses de edad54.
El profesor Javier Muñoz habla de la civilización de los dedos para referirse al tiempo
protagonizado por el homo tagens (el hombre que toca)55, una época dominada por
tecnologías como la geolocalización, los dispositivos táctiles y portátiles, la generación
compartida de contenidos y la conexión ubicua, que lleva en muchos casos a la
hiperconexión. Los pertenecientes a esta generación táctil entienden esa presencia ubicua
de la tecnología como algo natural, de tal manera que viven la ausencia de conexión a
internet como una carencia e incluso algunos manifiestan ante ella síntomas de ansiedad.
Acostumbrados a respuestas inmediatas, y a que, por ejemplo, Amazon les traiga a la
puerta de casa lo que han pedido en unas pocas horas, se desesperan porque una
deficiente conexión no les permita descargarse una aplicación al momento. Es cierto que
hay quien también aquí ha sabido encontrar aquí su idea de negocio y ha sido
precisamente el hartazgo ante la hiperconexión lo que les ha llevado a emprender
buscando desconectarse y desconectar a otros56.
Para los miembros de la Generación Táctil, solo el texto breve es bueno y son, como
decíamos antaño de los periodistas, especialistas en ideas generales. Saben un poco de
todo y mucho de nada. Por eso, esta generación supone un nuevo y enorme desafío
educativo, porque en ella se da una de las grandes paradojas de nuestro tiempo: de un
lado, el narcisismo postmoderno y de otro, la inmersión en un sistema donde priman los
aprendizajes colaborativos. Las comunicaciones se volvieron, tal vez, más frívolas,
menos profundas, pero, a cambio, se hicieron más intuitivas. Son los peajes y los
intereses que nos paga una postmodernidad rebasada, una post-postmodernidad, o una
hipermodernidad caracterizada por la saturación comunicativa. No podemos no
comunicar. Un futuro que es, más bien, presente, que está llegando, y que nos apasiona
al mismo tiempo que nos asusta.
Nos asusta por la parte que les toca a los miembros de esta Generación, que otros, de la
mano del investigador Mark McCrindle, han llamado Generación Alfa. Precisamente, un
estudio denominado Entendiendo a la Generación Alfa, realizado por la agencia de
comunicación global Hotwire en colaboración con la revista Wired, analiza los efectos
de la llegada del internet de las Cosas a juguetes y otros dispositivos con inteligencia
artificial, que ha abierto un debate sobre la seguridad y la privacidad de los menores,
quienes a menudo quedan desprotegidos ante esos dispositivos. En el mismo estudio se
entrevista a 12 académicos y profesionales, expertos en tecnología, que analizan los
efectos de la tecnología en las mentes de los miembros de esta Generación, en la línea de
lo expuesto al comienzo del libro. Nos hablan también de las tendencias que definen a
este grupo y de cómo las organizaciones y las marcas pueden acercarse a ellos57.
Y nos asusta también por nosotros mismos. Porque tememos convertirnos en ancianos
33
digitales, que nos hemos quedado en Facebook y Twitter, seguimos usando mucho la
palabra digital (como puede verse) y hablando de entornos 2 ó 3.0.
¿Serán los adolescentes actuales la primera generación que adelantará a los adultos,
gracias a su mayor dominio del mundo digital, como predijo Don Tapscott en los años
noventa del pasado siglo?58 Así las cosas, ¿no deberíamos celebrar que los niños estén
viniendo con un pan digital debajo del brazo?
34
5. HIKIKOMORIS
El aislamiento social agudo. Cuando el infierno son los otros
Represéntate hombres en una morada subterránea en forma de caverna, que tiene la
entrada abierta, en toda su extensión, a la luz. En ella están desde niños con las piernas
y el cuello encadenados, de modo que deben permanecer allí y mirar sólo delante de
ellos, porque las cadenas les impiden girar en derredor la cabeza.
La alegoría de Platón es, en su comienzo, perturbadora. Nos muestra la situación en la
que se halla la naturaleza humana, es decir, el estado en el que se encuentran la mayoría
de los hombres con respecto al conocimiento de la verdad o la ignorancia. En la caverna,
encadenados, no pueden siquiera girar la cabeza. No es de extrañar que, cuando es
liberado un prisionero, la luz le llene los ojos de fulgores y que necesite tiempo para
acostumbrarse, para poder llegar a mirar las cosas de arriba.
La imagen simbólica de unos hombres atados de piernas y cuello, desde niños,
mirando al frente, tiene su correlato postmoderno en los hikikomoris, una palabra
japonesa que nos sirve para nombrar a los muchachos que en nuestros días sufren un
aislamiento social agudo y que huyen de su incapacidad para las relaciones sociales
buscando refugio en otras vidas. Como quiera que puede resultar increíble si no se ve y
se toca, aquí van dos ejemplos, que nos ponen delante, con todo su dramatismo, el
alcance del problema.
El primero es el de Hidehiko Nakamoto, uno de tantos japoneses que sucumbieron a la
presión y que, tras licenciarse en una universidad de Tokio, estaba a tan solo un examen
estatal de ejercer su anhelada vocación: la psicología. Pero «lo suspendí y, después de
tantos años de estudio, el golpe fue tremendo. Me bloqueé. No quería ni pensar en repetir
el examen y no quería convertirme en un oficinista más ni regresar a casa de mis padres.
Sentí que quería descansar del mundo, descansar en mi casa. Así pasaron cuatro años.
No quería ver a nadie, no quería hablar de mi fracaso en el examen y tampoco quería que
la gente se refiriera a mí en las conversaciones como el hikikomori, así que dejé de tener
relación con todos mis amigos, solo salía de noche a comprar comida y a las librerías. El
resto del día lo pasaba leyendo y escuchando la radio»59.
Hidehiko era una rara avis, un hikikomori analógico. La mayor parte de los afectados
son millennials, jóvenes que han nacido rodeados de tecnología. Tal es el caso de A.C.,
que resguarda su nombre tras las iniciales y que la periodista Marta Caballero retrataba
así en el suplemento Papel, del diario El Mundo.
Había conseguidosu primer trabajo en una oficina de Madrid. Vivía relativamente
feliz con su primer salario: 1.200 euros. Le despidieron a finales de 2014 y regresó al
35
domicilio de sus padres, en un pueblo del norte. Primero intentó buscar empleo. Luego
A.C. se fue quedando en casa: jugaba a la Play, chateaba por Facebook ... Y, poco a
poco, se fue encerrando en vida: dejó de salir a la calle, dejó de salir al salón, dejó de
husmear en la cocina y de asomarse a la ventana y de asearse y de hablar con su
familia.
«¿No has quedado?», le preguntaba su madre los primeros viernes. Desesperada ante
la imposibilidad de arrastrar a su hijo adulto a la vida social, acabó por dejarle la
comida junto a la puerta. Sólo si tenía hambre, él la abría para recoger el plato helado.
Cuando se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, A.C. se encontró
sobre su cama convertido en un monstruoso insecto. Sólo que aquella mañana él ya no
sabía si era de día o de noche.
Sin saberlo, A.C. era uno de los primeros hikikomoris de España: un trastorno de
aislamiento extremo surgido en Japón hace décadas y que ahora ha llegado a nuestro
país. El joven vive en 10 metros cuadrados desde hace un año. Esta conversación se
produce vía chat.
¿Qué estás viendo ahora mismo?
Mi cama, la televisión y la mesa con mi ordenador y el flexo. Ropa y más cosas por el
suelo.
¿Qué ves a través de la ventana?
Está la persiana bajada.
¿Nunca la subes?
No.
Los hikikomoris son el ejemplo extremo de que el mismo medio que nos acercó al
mundo nos alejó de la vida.
¿No sales con amigos?
Todavía no. Tengo amigos con los que hablo a través de las redes sociales y de foros.
¿Y no te apetece quedar con ellos?
No, prefiero ganarles la liga [juego online].
Cuando empezó el tratamiento, sin embargo, vislumbró una serie de características
que lo diferenciaban de otras enfermedades. No era Diógenes, tampoco era una fobia
social al uso... y las nuevas tecnologías jugaban un papel clave.
¿Qué harías si te quitaran internet?
Me enfadaría mucho con mi familia.
¿Pero te quedarías en tu habitación?
Tengo la consola.
¿Cómo te llevas con tus padres?
Ahora mismo un poco mejor. Antes no les hablaba60.
El término hikikomori fue acuñado por el psiquiatra Tamaki Saito 61, y significa
literalmente estar recluido, apartarse, pero a diferencia de otros, este apartarse, este
retiro exacerbado, no tiene nada que ver con la vida lograda. Saito la definió como una
36
enfermedad social, basada en la reclusión intencional, durante al menos un período de
seis meses.
La soledad del hikikomori es la del que quiere, pero no puede abrazar la vida, la del
que tiene dominada la voluntad, la del que experimenta, en terminología del profesor
López Quintás, más vértigo que éxtasis62. Los procesos de éxtasis nos ofrecen
posibilidades de crecimiento personal, y requieren desprendimiento y generosidad; los
de vértigo, sin embargo, son fruto de la cerrazón sobre nosotros mismos, acaban por
bloquear nuestro desarrollo y anularnos la personalidad. El proceso de vértigo, como
fácilmente acertamos a descubrir en la hiperconexión, es falaz y traidor, porque nos
promete al principio una vida intensa y nos lanza por una pendiente de excitaciones
crecientes que, en realidad, no hacen sino apegarnos al mundo de lo material, de las
sensaciones que con ello experimentamos, y nos aleja de la vida creativa. Las ideas
fluyen cuando dejamos reposar a la mente, cuando tenemos espacio y tiempo sosegados
para poner conceptos y experiencias en relación. Y se aturden cuando nos ocupamos, en
modo multitarea, a todo aquello que nos va surgiendo entre pantalla y pantalla. El
vértigo nos aleja del encuentro, nos ciega para los grandes valores, nos somete a todo
tipo de riesgos y, en consecuencia, disminuye al máximo nuestra capacidad de unirnos a
las realidades del entorno. Cuando no somos capaces de mirar más allá del ombligo de
nuestros dispositivos móviles, hasta incluso el extremo patológico que nos ocupa, nos
sumimos en una espiral de egoísmo, goce, euforia, exaltación superficial, decepción,
tristeza, angustia, soledad asfixiante y destrucción, como secuencia de una experiencia
vertiginosa que conocen bien quienes se encierran en su habitación.
El proceso de éxtasis o creatividad, sin embargo, invierte los términos y nos sumerge
en una experiencia dura pero fecunda que, en lugar de seducirnos y arrastrarnos, nos
entusiasma y libera. El vértigo es alienante por entregarnos a una realidad distinta,
distante, externa y extraña. En la misma medida, nos deja fuera de nosotros mismos,
dispersos, faltos de la unidad que nos otorga la vinculación creadora a lo valioso. Nunca
mejor dicho en nuestro caso. El éxtasis, en cambio, crea vínculos entre nosotros y las
realidades relevantes, configura nuestra identidad personal que no se reduce al avatar
cambiante de nuestra red social favorita.
De manera muy similar el profesor Alejandro Llano, reflexionando sobre el
hedonismo, nos recuerda que el placer como meta invita al ensimismamiento, que suele
conducirnos hacia todo tipo de deleites de poca altura. Porque, como bien sabemos, es
preciso tener hambre para disfrutar de la comida, es preciso tener sed para disfrutar de
una buena bebida o, por el contrario, la ingesta de comida sin fin, amén de los perjuicios
físicos que nos acarrea, nos arrastra a la gula, de igual manera que la completa
promiscuidad nos lleva al total aburrimiento, convirtiéndonos, en evidente experiencia
vertiginosa, en máquinas de captar placer que acaban pareciéndose a quienes están
afectados por la sarna y no pueden dejar de rascarse63.
Los hikikomoris han sido arrastrados por esas experiencias de vértigo, pero no sufren
37
exactamente una fobia ni una enfermedad mental, aunque en ocasiones pueda haber
algunos de estos elementos asociados. Son personas que, sin presentar ningún tipo de
síntoma psicótico, se mantienen en un estado de aislamiento continuado durante más de
seis meses, en los que no entabla ningún tipo de relación interpersonal con nadie que no
sea su familia. Con una mayor incidencia en varones, el fenómeno afecta sobre todo a
jóvenes adolescentes, cuyo aislamiento va siendo gradual, para dejar casi por completo
de tener relaciones interpersonales y refugiarse en los entornos virtuales, que es donde
terminan por desarrollar todas sus relaciones con otras personas.
Para entender mejor el fenómeno, se han tratado de clasificar tipos de hikikomori en
función del grado de aislamiento social que padece el sujeto. Se habla así de
junhihikomori o pre-hikikomori cuando el individuo sale de vez en cuando de su
habitación y asiste al colegio o a la universidad, aunque evite siempre cualquier tipo de
relación social. Junto a éste se encontraría el llamado hikikomori social, propio de quien
rechaza trabajo o estudios, aunque mantiene unas mínimas relaciones sociales,
fundamentalmente por internet. Y por último, el netogehaijin, que podríamos traducir
literalmente como zombie de ordenador, que hace referencia a las personas recluidas por
completo, que dedican todas las horas que permanecen despiertos a usar el ordenador o
los dispositivos móviles que tengan a su alcance64.
Los síntomas son muy variados, pero hay tres determinantes, que se desprenden de
forma lógica, uno tras otro: fobia social, pérdida de amigos (se mantienen amigos
virtuales), rechazo a asistir al colegio y alteración de los biorritmos (suelen dormir por el
día y estar activos por la noche). Como podemos observar, la sintomatología es muy
heterogénea, y eso hace que en ocasiones cueste dar con el diagnóstico diferencial,
mucho más si tenemos en cuenta que, salvo en Japón, la incidencia que nos encontramos
en otros países es por el momento escasa. Por eso, cabe supone que, a falta de
diagnóstico conocido y de profesionales especializados en su tratamiento, en muchas
ocasiones acabe por enmascararse tras una agorafobia o un trastorno obsesivo
compulsivo.
El síndrome es, en efecto, de origen e incidencia fundamentalmente japonesa. Por las
características descritas,no es fácil ponerse de acuerdo en las cifras, pero hay autores
que hablan de 2 millones de japoneses afectados, en su mayoría jóvenes de entre 18 y 25
años, coincidentes, por lo tanto con las generaciones Z e Y, nacidos, en términos
generales, en los años en torno al cambio de siglo. Sus patrones de comportamiento son
muy similares, conectados constantemente, jugando a videojuegos, viendo películas o
conversando con sus contactos de las redes sociales. Apenas se mueven de su cuarto en
todo el día y su relación con su familia es meramente instrumental, limitada, en el mejor
de los casos, a comida, limpieza y ropa. Hay sociólogos que afirman que Japón ha
desarrollado el caldo de cultivo necesario para que haya tenido lugar allí un crecimiento
tan rápido del fenómeno. La explicación más plausible sería la de la brusca adaptación
que la cultura nipona ha tenido que llevar a cabo en muchos ámbitos, con particular
38
incidencia en lo que se refiere a la integración de Japón en un mercado laboral
occidentalizado. Pero nunca un fenómeno complejo puede explicarse por una sola causa.
El desplome de su sistema educativo (referente internacional hace apenas dos décadas),
la deficiente educación emocional de los jóvenes-adultos, que por supuesto no se da solo
en Japón, pero que ha hecho que muchos no supieran gestionar adecuadamente sus
frustraciones, y su peculiar relación con la tecnología son factores que no debemos
olvidar a la hora de plantear un análisis sobre el aislamiento social agudo de tantos
japoneses.
Aunque sigue existiendo un estigma social y un sentimiento vergonzante en muchas
familias afectadas, lo cierto es que en el país nipón hay numerosos profesionales y
centros especializados en el tratamiento de este síndrome, y se ha empezado a desarrollar
una interesante red de apoyo entre los propios afectados. En este sentido, una de las
iniciativas más curiosas es la creación, en noviembre de 2016, del periódico Hikikomori
shinbun65, cuyos contenidos son escritos por afectados, bien sean directamente
hikikomoris u otras personas relacionadas con ellos. Como puede imaginarse, la elección
de un medio de comunicación social para esta tarea no es casual. No solo se consigue
una cierta visibilización y sensibilización ante problema y se ayuda con los contenidos a
muchas personas que puedan estar sufriéndolo, sino que los propios agentes
protagonistas son los que padecen el síndrome y, en consecuencia, la relación que
establecen con otros compañeros forma parte de la terapia con la que se pretende reducir
su aislamiento.
Pero como hemos visto en uno de los ejemplos presentados, los hikikomoris no son
solo cosa de la cultura nipona. Es cierto que si comparamos los dos millones de
afectados en Japón con unos pocos centenares en España, puede parecernos poca cosa,
pero es muy significativo que en los últimos años hayan empezado a conocerse cifras y
los nombres de los primeros especialistas que en nuestro país han abordado el problema
profesionalmente. En noviembre de 2014, médicos del Instituto de Neuropsiquiatría y
Adicciones del Hospital del Mar, de Barcelona, presentaron el primer estudio europeo
sobre las características clínicas y sociodemográficas del síndrome de hikikomori 66. Se
evaluaron 164 casos de toda España, la mayoría de los analizados llevaban con un
trastorno mental asociado, aunque ya se apuntaban las dificultades para identificar los
casos, dado que en muchas ocasiones no se podía llegar a pacientes que no presentaran
otra patología asociada al aislamiento social. En aquel estudio pionero, el período medio
de aislamiento se situaba en 39,3 meses, con un caso extremo investigado de 30 años de
abandono. El perfil era distinto al japonés, porque, aunque predominaban los varones, la
edad media era de 36 años.
Otros autores como el psiquiatra Jesús de la Gándara o el psicólogo Jonathan García-
Allen han estudiado el fenómeno en España bajo la denominación del síndrome de la
puerta cerrada. Hablan de adicción, sin tapujos, y de predominancia en varones por una
cuestión de constitución neurobiológica. Los hombres son más impulsivos y necesitan
39
experimentar más con el límite. Hay coincidencia también en la importancia de la
tecnología. Desde la perspectiva psiquiátrica se identifica como personalidad
reveladora, que corresponde a la de aquellos sujetos que creen tener unos aspectos
ocultos y reprimidos que no muestran nunca en su entorno habitual, pero a los que
internet les da la posibilidad de hacerlo al instante y con una sensación de impunidad y
anonimato. Es cierto que, aunque creciente, aún es pequeño el número de personas que
en nuestro entorno identifique su problema con el abuso de la tecnología, pero, sin
embargo, reconocen que reciben muchas consultas por ansiedad y depresión, que llevan
asociado un abuso de la tecnología digital.
El Dr. Victor Pérez-Solá del mencionado Instituto de Neuropsiquiatría de Barcelona
coincide en la convivencia del hikikomori con patologías psiquiátricas como trastornos
psicóticos, ansiedad y trastornos afectivos, y que el hikikomori primario, si bien existe,
es mucho más minoritario que el asociado a otros problemas de salud. Precisamente, con
el título Globalización y salud mental, ya en 2007 se publicó un estudio interdisciplinar,
también con origen barcelonés, que pone los pelos de punta. Con la urgencia casi de un
manifiesto científico, autores de procedencias diversas, comienzan así: «hubo un tiempo
en el que imaginamos la liberación del hombre gracias al desarrollo tecnológico.
Despertamos, una vez más, como de tantos sueños hechos pesadilla, con el sobresalto de
la matriz devenida abismo en el que mentes y cuerpos se precipitan. Esta obra rinde
tributo al dolor recorriendo la tragedia de una civilización que ha entrado en una espiral
narcisística a la que, de momento, no se le ve una salida»67. Luego, se ponen la venda
antes de la herida que les van a infligir los que les acusen de catastrofistas y comienzan a
disparar, con datos, en una inaudita correlación entre globalización, tecnología y salud
(mental), con capítulos, dedicados por ejemplo a la adicción a internet como
sobreadaptación social, la fibromialgia como una de las nuevas enfermedades de la
sociedad del espectáculo, o el estrés crónico y múltiple (el síndrome de Ulises) que
experimentan los millones de migrantes que hoy se mueven por el mundo. El hilo
conductor sobrecoge, porque desvela con eficacia dos dogmas intocables de nuestro
tiempo: el de la tecnología y el de la comunicación, casi siempre en estrecho vínculo. A
menudo se identifica tecnología con progreso y eso les basta para atacar con fuerza el
mito de la aldea global, porque si, en palabras de Kapúscinski, aldea significa
proximidad, calor humano, convivencia y solidaridad, no parece que la presencia
constante de comunicación los esté propiciando, antes al contrario, como vemos no sin
cierto estupor en el caso de los hikikomoris, cuanta más tecnología tenemos menor es el
trato directo de los unos con los otros, y hasta puede suceder incluso que haya quien esté
siempre conectado, pero no tenga a nadie a mano, más que a unos padres con tal
sensación de impotencia y vergüenza que solo se atreven a dejar el plato de comida en la
puerta de una habitación cerrada.
Como aseguran algunos expertos españoles, como el Dr. García-Campayo o la
terapeuta Isabel de Rojas, a pesar de que no tenemos tantos medios como en Japón y de
40
que el número de casos diagnosticados en España sigue aumentando, aquí el pronóstico
es mejor y las terapias están dando muy buen resultado, en una mezcla de tratamiento
farmacológico, que dura como mucho un año, y psicoterapia conductual, terapia
cognitiva, resolución de problemas, aceptación y compromiso. En España, contamos
además con la fortaleza de la institución familiar68. En definitiva, hay luz al final del
túnel. Para muchos hikikomoris, entregados a la espiral del vértigo, la vida es una fuente
de angustia. Hay que huir de ella y del absurdo que nos tiene como a Sísifo empujando
unaenorme roca montaña arriba, condenados a repetir una y otra vez la tarea porque la
roca rueda ladera abajo al llegar a la cima. ¿Qué cabe si no pensar, con Sartre, que en
esta tesitura el infierno son los otros? ¿Qué cabe si no refugiarse porque el otro es un
usurpador que ha entrado en mi entorno y me ha echado del lugar privilegiado que yo
ocupaba? Pues cabe, afortunadamente, entender que el otro me mejora, me interpela, me
pide no cosificarle, desvirtualizarle, y salir cuanto antes de la habitación, porque quien
llama con los nudillos a la puerta es siempre un quién, nunca un qué, y, por desgracia,
esto que alcanzamos a ver con tanta claridad en el abrazo no siempre se manifiesta con
tal nitidez en la webcam.
41
6. NOMÓFOBOS
El miedo irracional a estar sin móvil. Cuando la conexión es el opio del
pueblo
Marx creyó que toda la historia de la humanidad se podía explicar desde la lucha de
clases: los opresores y los oprimidos, los burgueses capitalistas y los trabajadores
proletarios, a los que se trataba como si en realidad no fueran personas, solo trabajadores
alienados en unas condiciones laborales deplorables, alejados de su auténtica esencia
como seres humanos. El filósofo alemán vive marcado por el contexto de la revolución
industrial que, primero en Gran Bretaña y luego en el resto de Europa y Estados Unidos,
nos va a situar, desde la segunda mitad del siglo XVIII hasta principios del siglo XX, en
un período de transformaciones sociales, económicas, tecnológicas y culturales, cuya
trascendencia bien podríamos asemejar a la revolución digital que nos ocupa.
Marx toma de Hegel la idea de que el progreso es inevitable e intenta explicarlo en las
fuerzas económicas subyacentes, de igual manera que quien entiende hoy la tecnología
como explicación dominante de nuestras patologías sociales. Así como Marx sostiene
equivocadamente que esta vida miserable solo se puede sobrellevar gracias a promesas
ilusorias como la religión (opio de los pueblos), que le alienan, le adormecen elaboran un
discurso que legitima las diferencias sociales, que ya se repararán de alguna forma en
otro mundo, cuando ya no estemos en este valle de lágrimas, así también hay quien
asegura hoy que es el narcótico tecnológico el causante de su alienación principal,
porque mantiene al individuo construyendo sus afinidades e intereses en el ámbito de la
virtualidad, en lugar de tejer relaciones sociales cara a cara, que resistan el contacto
directo y genuino. «Hubo un tiempo en el que imaginamos la liberación del hombre
gracias al desarrollo tecnológico. Robots comandados por la electrónica más avanzada
dejarían atrás el penar bíblico de una tarea hecha para el sufrimiento. Lo que en realidad
sucedió es que dejaron sin trabajo a la mano de obra no cualificada, generando un nuevo
padecimiento, el sinsentido de muchas vidas cuyo único lugar de reconocimiento,
aunque mísero, era la cadena de producción heredera del taylorismo. Los profetas de la
panacea de la modernización industrial mantuvieron el discurso a pesar de las
evidencias, mientras la consulta médica se llenaba de parados sin sueños. Pero esto ya
pasó, no da para hablar más, son historias del siglo XX (…) Hoy la sociedad de perfil
bajo se corresponde al nivel más bajo de sus constantes. Porque está habitado por una
sociedad que, como si padeciese anorexia, ese síntoma con el que los jóvenes denuncian
el malestar de una cultura, va adelgazando de manera alarmante, en su cuerpo social, en
la ética, en un pensamiento enflaquecido hasta el límite del pensamiento único, en las
42
ideas ... Todo cada vez más delgado, bidimensional, esforzándose en el logro del
aislamiento autístico, eso sí, global, para todos. Si no fuese por el gran dolor que
promueve, podríamos hablar de la generación de la mediocridad»69.
La intuición es valiosa, aunque cae en el vicio formal que denuncia, consistente en
llevarlo todo al extremo. Hay hikikomoris, pero afortunadamente no todos lo somos. Hay
quienes prefieren sobrevivir en un mundo virtual y, de entre ellos, quienes lo hacen para
escapar de un infierno y buscar un paraíso que no encuentran, o que ya no saben buscar
entre los próximos, pero, afortunadamente, no se puede explicar solo desde las pantallas
la dormidera de los pueblos contemporáneos.
El término en cuestión, que no obstante merece ser analizado, es el de nomófobos.
Mucho más próximo al común de los conectados que el aislamiento obsesivo, la
nomofobia comienza a aparecer en las consultas médicas de la mano de los dispositivos
móviles. ¿Ha experimentado usted ese cosquilleo ansioso por la simple razón de haberse
olvidado el móvil en casa? ¿Ha experimentado temor, irritabilidad, ira? ¿Ha llegado a
entrar en pánico? ¿Ha sido capaz de integrarlo serenamente y continuar su jornada como
si tal cosa hasta volver al hogar? La nomofobia es el miedo irracional a salir de casa sin
el teléfono móvil. Su peculiar denominación resulta de abreviar la expresión inglesa no-
mobile-phone phobia. De los algo más de 46 millones y medio de españoles, el 96%
tenemos al menos un teléfono móvil; el 26 % de los usuarios tiene dos móviles, y el 2%
tres teléfonos o más. Superamos a países como Francia, USA o China. Los estudios más
recientes revelan que casi el 53% de los usuarios en España tiende a sentir ansiedad
cuando pierden el teléfono, se les agota la batería, el saldo o no tienen cobertura de red70.
La psicóloga Marina Dolgopol, directora en España del Centro de Estudios
Especializados en Trastornos de Ansiedad (CEETA) asegura que las cifras están
creciendo, que una persona adulta consulta su teléfono móvil más de 30 veces al día y
que cuando, por un motivo u otro, se quedan sin móvil desarrollan comportamientos
inestables y agresivos, e incluso dificultades de concentración, síntomas todos ellos
típicos de la ansiedad que, en ocasiones, puede venir acompañada de otros síntomas
como taquicardias, pensamientos obsesivos, dolores de cabeza y de estómago, malestar
general, hipervigilancia, inquietud, pánico o agorafobia. Las mujeres y los jóvenes,
particularmente los universitarios, son los nomófobos más habituales, y el rango de
edades en el que se da con mayor frecuencia se sitúa entre los 18 y los 24 años71.
La explicación del mayor consumo en adolescentes y jóvenes parece obvia. Por una
parte, son ellos los que tienen más necesidad de ser aceptados dentro de un grupo de
referencia (sus iguales), en un momento de la vida en el que se distancian de sus padres y
buscan sobre todo la afirmación de quiénes son y de lo que hacen fuera de la familia. Y
por otra, son los que mejor manejan una tecnología que forma parte de su hábitat desde
que vinieron al mundo. Más cuestionable es la razón que algunos autores dan acerca de
la prevalencia de las mujeres sobre los hombres en estas estadísticas, argumentando que
la estructura cerebral de las mujeres hace que tengan más facilidad para comunicar, más
43
necesidad afectiva y mayor capacidad para establecer esas relaciones afectivas que los
varones. Está por estudiar el tipo de conexión de unos y otros, porque precisamente por
ser ciertas las diferencias biológicas, psíquicas y espirituales, los tipos de relaciones y
comunicaciones son también distintas. La necesidad de comunicación se expresa de
manera dispar. Grosso modo, a los hombres nos interesan más las cosas y a las mujeres
las personas. Nosotros establecemos relaciones más superficiales y ellas, más complejas.
Las suyas llevan, por lo tanto más tiempo, pero no siempre es tiempo desaprovechado.
Estoy seguro de que la respuesta masculina a la pregunta «¿pierde usted el tiempo
navegando por internet, distraído de la ocupación primera que iba buscando?» será
mucho mayor que la femenina.
Precisamente por la dificultad masculina para expresar emociones, los entornos
virtuales son, además, un sustitutivo-refugio que a menudo se busca. Basta echar un
vistazo a los estudios sobre conciliación familiar. No hay que olvidar en este sentido que
la omnipresencia digital es un estupendo caldo de cultivopara que se desarrollen
aspectos que ya de por sí se dan en la sociedad como el síndrome del burn out en el
trabajo, acompañado a menudo de estrés crónico, que hace que, especialmente muchos
hombres, cuando llegan a casa deseen estar solos o conectados a una realidad que no les
suponga la fatiga de las relaciones interpersonales, o que la conexión a otros mundos
posibles sea la disculpa que se necesitaba para en determinados trabajos llegar más tarde
a casa y librarse así de las tareas del hogar, especialmente cuando hay hijos pequeños y
hay que bañarlos, vestirlos, hacerles la cena o ayudarles con los deberes. Hay aspectos
que están cambiando, pero sigue siendo mucho mayor el número de hombres que ocupan
puestos de responsabilidad en empresas y que están más expuestos al riesgo de no
separar adecuadamente los ámbitos familiar y laboral. Esa omnipresencia digital tiene,
sin duda, múltiples ventajas, pensemos por ejemplo en la geolocalización. Pero tiene así
mismo importantes riesgos: hay trabajadores que no descansan, hay alumnos que son
auténticas lechuzas, que viven de noche, enganchados a la red, y, consiguientemente, no
rinden de día, y hay, por desgracia, víctimas de acoso que ya no lo son solo en el lugar y
en el tiempo que dura el colegio, sino que, al igual que sus acosadores, lo son y ejercen
como tales las 24 horas del día. En todo caso, y aunque los perfiles son muy
heterogéneos, si pudiéramos sacar factor común entre las personas tratadas de
nomofobia, podríamos decir que son todas ellas personas que se sienten atadas a la
tecnología, a la que acceden cada vez más y más, pues hay que tener en cuenta que
también cada vez es más barata, y que llegan a verbalizar que su teléfono móvil es su
vida, que lo es todo, y que, sobre todo, les brinda la sensación de sentirse acompañados.
Lo trataré más adelante al hablar de propuestas concretas para una vida digital sana y
saludable, pero Dolgopol, como especialista en trastornos de ansiedad, nos da algunas
pautas de sentido común para trabajar el autocontrol, que incluyen desprenderse del
móvil de forma gradual y separar claramente momentos, con especial atención a la
noche, en la que muchos adolescentes y jóvenes permanecen con los móviles
44
encendidos, jugando en línea, enviando mensajes, o, en el mejor de los casos lo dejan
cargando en la mesilla de noche, con los inconvenientes que puede tener eso para la
propia salud72.
El doctor Antonio de Dios asegura que se trata de una nueva fobia y que como tal hay
que tratarla, puesto que frecuentemente junto a los miedos y reacciones ocasionales
aparecen dependencias y adicciones extremas, y éstas a su vez esconden problemas de
carácter psicológico73, como por ejemplo los de baja autoestima y de relación, en los que
la inseguridad personal juega un papel muy relevante a la hora de refugiarse en exceso
en las pantallas, de experimentar alivio cuando se consigue la conexión o una reacción
patológica cuando no se puede acceder a ella, como si un yonqui tecnológico se tratara.
El hecho de mantener una relación a través de la pantalla hace que, a la larga, no seamos
capaces de ser nosotros mismos cuando estamos cara a cara. Las personas inseguras se
benefician al estar protegidas por un teclado y al poder expresar más cosas en la realidad
virtual. Entramos en una especie de círculo vicioso: a veces no somos capaces de
trasladar las relaciones virtuales que creamos a la realidad del día a día, y cuantas más
relaciones on line establecemos y más tiempo les dedicamos mayor es también la
dificultad para mantener relaciones interpersonales de calidad. Se entiende muy bien con
el ejemplo clásico del tabaco en el que el adicto lo pasa muy mal cuando no tiene
cigarrillos a mano, busca ansioso y termina por encenderse uno a la primera ocasión que
tiene.
Hay en los nomófobos una particular necesidad de autoafirmación e incluso en
ocasiones de un querer estar pendiente del otro, mal entendido, bien sea porque se le
quiere sobreproteger y vigilar en exceso, típica de la llamada hiperpaternidad74, o bien
en casos de perfiles muy exigentes consigo mismos, perfeccionistas, que buscan agradar
en una relación de amistad, de pareja o laboral. Muchos afectados reconocen que su vida
gira en torno a satisfacer a los otros y que se siente realmente mal si les llaman o les
envían un mensaje y no pueden responderlo al instante, porque sienten que están
fallando y el miedo entonces se apodera de ellos. Podemos imaginar con facilidad
algunas de las graves consecuencias que provoca este trastorno como las mencionadas
insomnio y bajo rendimiento escolar, y otras como la afectación a las relaciones de
pareja.
La Doctora Dominica Díez Marcet, responsable de la Unidad de Juego Patológico y
Otras Adicciones No Tóxicas de la División de Salud Mental de la Fundación Althaia,
apunta en la misma línea cuando afirma que la baja autoestima, la impulsividad y la
introversión pueden facilitar la pérdida de control sobre el juego o en el uso de las redes
sociales. A menudo, los usuarios buscan en el mundo virtual el reconocimiento y éxito
no obtenidos en el real. Así por ejemplo en los Juegos de Rol, se entra a formar parte de
una comunidad donde se consigue una reputación, admiración o estatus social que
genera efectos positivos a nivel de autoestima75.
Es bueno conocer que esta realidad existe, que como hemos visto en el caso de
45
aislamientos sociales agudos puede existir una verdadera alienación en el sentido de que
ya no es lo mejor de ti lo que sale a la luz y pareciera que es otro el que está viviendo
una vida que está llamada a ser una vida lograda. Quienes no son capaces de
desvirtualizarse, de entender que todos sus contactos de Facebook no son sus amigos, o
de utilizar lo mejor de sus relaciones online para propiciar el encuentro personal con
otros, tienen un verdadero problema. Ahora bien, parece demasiado osado intentar
interpretar toda la historia desde estas claves. Desde una visión humanista, la vida no es
miserable, es vida dada y por hacer, don y tarea. Vida que, incluso ante las
circunstancias más extremas, puede mostrar lo mejor de sí. El otro nunca es un simple
contacto en la agenda del whatsapp, mucho menos aún un enemigo de clase contra el
que hay que luchar y al que hay que vencer.
Decía san Agustín que nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Dios. Una
interpretación marxista de tan aguda descripción del anhelo humano, nos diría que en
realidad se nos está invitando a dejar lo que hay que hacer para mejor vida. Precisamente
porque ni es la vida una tarea hecha para el sufrimiento que hunde sus raíces en el penar
bíblico, ni es el progreso tecnológico el que nos libera, hay que colocar al hombre en el
centro, al otro y al Otro, porque sin la razón abierta hacia el Otro, el otro corre peligro,
como ha demostrado la historia. Pareciera que, en efecto, hay ocasiones en las que
hemos sustituido esa inquietud agustiniana por ansiedad, ese corazón por un cerebro, que
experimenta una vulnerabilidad insoportable si no está conectado al dispositivo móvil. Y
conviene diagnosticar, acompañar y sanar esas heridas, esas brechas tecnológicas, que no
se reducen solo ni principalmente a las desigualdades económicas y a las diferencias
entre quienes tienen o no tienen wifi. Con una analogía similar, el obispo Xavier Novell
se dirigió así a los jóvenes europeos para mostrarles indirectamente, en una sugerente
homilía, las oportunidades de la conexión y los riesgos, no tanto ya de conectarse
mucho, sino de no saber distinguir cuál debe ser el fundamento último de nuestras
conexiones:
«Cuando tuve esta confidencia con mis primeros amigos, les expliqué cuanto les
amaba con una imagen: la de la viña y los sarmientos. Ellos eran todos de campo y me
entendían. Cuando se lo conté a mi amiga Teresa, lo hice a través de la imagen de un
castillo, porque ella era castellana, hija de estas murallas. A ti, ¿cómo podría explicarte
cuánto y cómo te amo? A ti, que eres de la generación del smartphone. Tú que a través
de estesorprendente aparato, haces todo —te relacionas, estudias, te desplazas, miras tus
series favoritas, hasta me rezas. Tú que estos días has perseguido un enchufe como un
loco. Tú que cuando llegas a un lugar, lo primero que miras es si tienes wifi. Mira, tú
eres como el móvil y yo como tu fuente de energía y cobertura. Tú, sin mí, no puedes
hacer nada, eres un trasto inteligente pero inútil. Tú, sin mí, te apagas. Tú, sin mí, no
llegas, te quedas muy corto. Tú, sin mi amor, te agotas y no das para más. Ahora, en
breve, me voy a hacer presente ante ti. Voy a irradiar mi amor ante ti, voy a cubrirte con
millones de megas de amor. Enchúfate conmigo. Pilla mi cobertura y no irás tras otras
46
nunca jamás. Mi amor no tiene competidores»76.
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7. LA ADICCIÓN DIGITAL
¿De verdad existe? ¿Qué dicen los expertos? ¿Cuándo debo comenzar a
preocuparme?
La adicción. Virtudes y vicios, una cuestión de hábitos
La esclavitud, afortunadamente, ha sido abolida, pero no por eso ha desaparecido. Bien
porque en algunos casos, lugares y países se mantiene literalmente, como verdad de
hecho frente al derecho, o porque en otros porque ha sido hábilmente sustituida por una
serie de adicciones provocadas. Una de esas adicciones, como hemos visto, en diferentes
grados, en los casos de los hikikomori y de los nomófobos, es la dependencia de la
conexión que deriva en un miedo irracional a no estar enganchado a una vida que, a
pesar de denominarse virtual, es tan real como la vida misma y tiene consecuencias
evidentes.
Aristóteles decía, tirando de refrán, que una golondrina no hace verano. Por un perro
que maté, mataperros me llamaron, reza otro dicho popular, en este caso castellano, que
con clara brutalidad nos alerta acerca de cómo en ocasiones la reputación social de un
individuo se construye en torno a un único acontecimiento. Golondrinas y perros son, en
este caso, animales idóneos para hablar de las volátiles identidades contemporáneas,
forjadas en lo que somos y sobre todo en la reputación, es decir, en lo que otros dicen
que somos. Pero, ¿cuántas golondrinas hacen falta entonces para que llegue el estío?
¿Cuántos perros tengo que matar para convertirme en un indeseable mataperros con
fama bien ganada? En otros términos, ¿qué es una adicción?, ¿existe la adicción digital o
eso es cosa de unos cuantos (¿millones?) que acaban despeñándose por el precipicio de
encerrarse en su habitación?
Vayamos por partes. La Real Academia Española de la Lengua define la adicción
como la dependencia de sustancias o actividades nocivas para la salud o el equilibrio
psíquico. Se entiende también como una afición extrema a alguien o a algo. Es decir:
• existe un componente de dependencia
• sustancias o actividades, o sea actos humanos y, por lo tanto, consecuencias morales
• nocivas, o lo que es lo mismo malas, incluso aunque yo las pueda percibir como
buenas porque satisfacen mis deseos inmediatos
• y que pueden ser a alguien (dependencias de otras personas) o a algo (dependencias
de sustancias químicas como, por ejemplo, la nicotina o la cocaína), o conductuales
como las ludopatías o las adicciones al trabajo o al sexo, por citar solo algunos casos
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que identificamos fácilmente.
Comparten todas ellas, en cuanto que hábitos compulsivos, el que ya no puedan ser
dominadas por la voluntad humana.
Cuando Aristóteles habla de golondrinas y veranos lo hace precisamente para hacernos
caer en la cuenta de la importancia de los hábitos. Los hábitos de decidir bien serán las
conocidas como virtudes (o excelencias del carácter) y su contrario, los vicios que no
son sino el resultado de la consolidación de una serie de hábitos en las malas decisiones.
Los actos humanos no solo tienen las consecuencias más evidentes, tales como la
sanción (positiva o negativa: copio en un examen, suspendo; saco una gran nota, me
felicita el profesor), o la incidencia sobre la conciencia moral (he copiado, no me han
pillado, pero yo sé que no he hecho lo correcto y me replanteo mi forma de afrontar los
estudios), sino que tienen también otro tipo de consecuencias que, aunque se vean
menos, son más importantes a largo plazo. Se trata de la predisposición que adquirimos a
volver a actuar en la misma dirección (el que está acostumbrado a decir la verdad, se
suele delatar solo cuando miente). Así las cosas, lo más inteligente parece cultivarnos un
carácter virtuoso, forjado a lo largo del tiempo y sustentado en buenas decisiones, en
lugar de lo contrario que puede terminar por atraparnos en un círculo vicioso.
En su conocida Ética a Nicómaco, Aristóteles retrata así a virtudes y vicios:
«La virtud es, por tanto, un hábito selectivo, consistente en una posición intermedia para nosotros,
determinada por la razón y tal y como la determinaría el hombre prudente. Posición intermedia entre dos vicios,
el uno por exceso y el otro por defecto»77.
Hábito, que contra la extendida creencia que prolifera en determinados manuales de
autoayuda, no se traduce de forma cuantitativa (no son 21 días consecutivos los que se
necesitan para acostumbrarse al gimnasio o para aprender inglés), sino que se trata más
bien de una cuestión cualitativa, que tiene que ver con el mencionado dominio de la
voluntad. ¿Queremos el bien, lo reconocemos, pero aun así no podemos hacerlo?
Tenemos un problema.
«Quizá se objetará que hay hombres que por su naturaleza son incapaces de hacer lo preciso para salir de este
estado; pero se puede responder, que la causa de esta degradación ha nacido de los individuos mismos y como
consecuencia de los desórdenes de su vida. Si son culpables y si han perdido el dominio de sí mismos, suya es
la culpa, por haber los unos cometido malas acciones, y pasado los otros el tiempo en medio de los placeres de
la mesa y de excesos vergonzosos. Los actos repetidos, de cualquier género que sean, imprimen a los hombres
un carácter que corresponde a estos actos, lo cual puede verse evidentemente por el ejemplo de todos los que se
dedican a cualquier ejercicio o trabajo, pues llegan a poder consagrarse a ello constantemente. No saber que en
todas materias los hábitos y las cualidades se adquieren mediante la continuidad de actos, es un error grosero
propio de un hombre que no conoce ni siente absolutamente nada»78.
La adicción digital, un concepto polémico
Una vez entendida la importancia decisiva de los hábitos constructivos o destructivos,
de las virtudes y los vicios, y habiendo entresacado de estos últimos las características de
49
las adicciones, ¿podemos afirmar que existe un tipo de dependencia a la que, con
carácter general, denominamos «adicción digital»? ¿La reconocemos de la misma forma
que lo hacemos con otras adicciones clásicas como pueden ser el tabaco, el alcohol o el
juego? La primera respuesta es polémica, pero a mi juicio es afirmativa y la segunda es
negativa. Byung-Chul Han lo resume de esta forma en el prólogo de su libro En el
enjambre:
«Ante el vertiginoso crecimiento del medio electrónico, Marshall McLuhan, teórico de los medios, advertía
en 1964: la tecnología eléctrica está ya dentro de nuestros muros y estamos embotados, ciegos, sordos y mudos,
ante su encuentro con la tecnología de Gutenberg. Algo semejante sucede hoy con el medio digital. Somos
programados de nuevo a través de este medio reciente, sin que captemos por entero el cambio radical de
paradigma. Cojeamos tras el medio digital, que, por debajo de la decisión consciente, cambia decisivamente
nuestra conducta, nuestra percepción, nuestra sensación, nuestro pensamiento, nuestra convivencia. Nos
embriagamos hoy con el medio digital, sin que podamos valorar por completo las consecuencias de esta
embriaguez. Esta ceguera y la simultánea obnubilación constituyen la crisis actual»79.
Y desarrolla después una visión de los dispositivos móviles, que si bien, a mi juicio, se
aparta del justo término medio virtuoso, que propondré después, y peca por lo tanto de
extrema y apocalíptica, es sugerente como marco teórico para esta primera aproximación
a la adicción digital:«El smartphone es un aparato digital que trabaja con un input-output pobre en complejidad. Borra toda forma
de negatividad. Con ello se olvida de pensar de una manera compleja. Y deja atrofiar formas de conducta que
exigen una amplitud temporal o una amplitud de mirada. Fomenta la visión a corto plazo, y ofusca la larga
duración y lo lento. El me gusta sin lagunas engendra un espacio de positividad. La experiencia, como irrupción
de lo otro, en virtud de su negatividad interrumpe el narcisismo imaginario. La positividad, que es inherente a lo
digital, reduce la posibilidad de tal experiencia. La positividad continúa lo igual. El teléfono inteligente, como
lo digital en general, debilita la capacidad de comportarse con lo general (…) Los aparatos digitales traen una
nueva coacción, una nueva esclavitud. Nos explotan de manera más eficiente por cuanto, en virtud de su
movilidad, transforman todo lugar en puesto de trabajo y todo tiempo es un tiempo de trabajo. La libertad de la
movilidad se trueca en la coacción fatal de tener que trabajar en todas partes (…) la comunicación digital hace
que se erosione fuertemente la comunidad, el nosotros. Destruye el espacio público y agudiza el aislamiento del
hombre»80.
Sí, existe la adicción digital, seductora y esclavizante a un tiempo. Empieza a existir, a
mi juicio, un serio problema de salud pública. Madrid acaba de abrir el primer servicio
de atención en adicciones tecnológicas81. Ya no es solo una cuestión de unos cuantos
teóricos que siempre ven calamidades y nubarrones en el horizonte. Se trata de un
equipo de ocho profesionales, terapeutas que trabajan con los casos que les llegan, sobre
todo, desde los Servicios Sociales de los ayuntamientos, centros de salud o centros
escolares. Tiene el objetivo de ayudar de forma integral a las familias a hacer un buen
uso de las nuevas tecnologías y de tratar a aquellas personas (está especialmente dirigido
a adolescentes) que ya presenten un problema de adicción.
Un estudio de profesores de la Universidad Estatal de San Diego, en California, afirma
que el nivel de infelicidad se incrementa de forma constante en los adolescentes que
pasan más de una hora diaria enganchados a la pantalla. Se ha observado que los
50
usuarios de videojuegos, de entre 10 y 15 años de edad, que dedican al día más de tres
horas a jugar en las pantallas, se sienten menos satisfechos con sus vidas y tienen más
dificultades para gestionar sus emociones correctamente. Esos adolescentes pasan hoy
una media de entre cinco a siete horas delante de las pantallas82. Una media. Es decir, si
como es de esperar, muchos pasan menos tiempo, es que hay otros que pasan más. La
psique en esto es muy tramposa, este tipo de problemas siempre los tienen los otros.
Nosotros controlamos, ya se sabe.
En España, el Ministerio de Sanidad ha incluido por primera vez en 2018 las
adicciones a las nuevas tecnologías en el Plan Nacional de Adicciones. Desde el
organismo público se subraya que el principal grupo de riesgo son los adolescentes y los
jóvenes y que el 18% de la población entre los 14 y los 18 años realiza un uso abusivo de
las nuevas tecnologías. La Organización Mundial de la Salud no reconoce todavía la
adicción a las nuevas tecnologías, aunque ya admite que existe la adicción a los
videojuegos. Es un primer paso en un camino que, desgraciadamente, se ve venir. Este
mismo año el diario El País publicó un interesante reportaje, titulado de forma elocuente
España se prepara para una nueva adicción. Además de algunos de los datos oficiales
referidos, merece la pena leerlo por los testimonios personales que aporta y que, hasta el
momento, en muchos casos han sido abordados, de manera dispersa, en diferentes
unidades de tratamiento psiquiátrico. Pone los pelos de punta ver historias reales,
cercanas, que suceden entre nosotros, como la de un joven español que llevaba varios
años sin salir de casa, que se negaba a ser atendido y que tenía sus horarios de dormir y
hábitos totalmente alterados; el de otro joven que abandonó sus estudios porque estaba
enganchado a Instagram y él mismo verbalizaba que cómo iba a dejar una actividad que
algún día le llegaba a ofrecer la satisfacción de obtener hasta 400 likes; o el caso de un
hombre de 42 años, adicto a los videojuegos, que aceptó ser tratado porque su mujer le
había amenazado con la separación y que, en más de una ocasión, había dejado de ir a
recoger a los niños al colegio, porque —en sus propias palabras— cómo voy a parar, si
un ejército depende de mí 83.
Los psicólogos Sergio García y Jorge López-Vallejo, con experiencia en este tipo de
intervenciones, son muy claros al respecto cuando hablan de los jóvenes que se hacen
fotos diarias de sí mismos como si estuvieran mirándose todo el rato al espejo, en un
bucle del que no pueden salir sin ayuda. Sostienen que, en estos casos, hay una cuestión
afectiva de fondo y que buscan constantemente la validación de sus amigos virtuales
para vincular su satisfacción al número de likes que consiguen. No es una cuestión
baladí. Hay que abordarlo profesionalmente porque en estos jóvenes hiperexpuestos a la
red, a menudo subyace un trastorno psicológico que se debe tratar cuanto antes mejor.
De no atajarse a tiempo, de adultos pueden convertirse en personas inseguras,
introvertidas, con miedo al rechazo y a la desaprobación social por su baja autoestima.
Suena muy fuerte, pero en este sentido, los especialistas sostienen que la terapia para
dejar de hacerse un selfie diario es parecida a la de la drogadicción84, y se basa en
51
intervenir en el desarrollo de personalidades más fuertes (todo un ataque a la línea de
flotación del pensamiento débil). Hay que vincularles a experiencias off line, volver con
ellos a la interacción real y llevarle de nuevo hacia las plazas, a los cines, a los teatros, al
tú a tú.
Podríamos seguir poniendo ejemplos. Existe una enfermedad moderna que afecta a dos
tercios de la población adulta: se trata de la privación crónica de sueño, en auge en la era
de los dispositivos móviles que emiten luz. La falta de sueño no se puede desligar de las
adicciones del comportamiento, ya que es la consecuencia de la sobreactividad
constante. En 2016, el Foro Económico Mundial, en Davos, colocó en su codiciada
agenda el problema de la hiperconexión. Así se expresaba la experta Arianna Huffington
al hablar de su libro La revolución del sueño: «la gente pasa más tiempo usando
dispositivos digitales que durmiendo (…). Creo que es muy interesante analizar la
relación entre la tecnología y nuestra forma de cuidarnos. Porque es evidente que todos
somos adictos a la tecnología. Así que, ¿cómo la ponemos en su sitio? (…) Ahí está la
clave, no pongan el móvil a cargar al lado de la cama»85. Tiene su explicación científica:
si utilizamos dispositivos o luces potentes hasta altas horas de la noche vamos a ser
candidatos al sueño-basura, un sueño interrumpido y lastrado porque nuestros aparatos
inhiben la producción de melatonina y adelantan nuestros relojes biológicos86.
Pensamiento débil y yonquis tecnológicos
Los datos, los miremos por donde los miremos, son abrumadores. Jean M. Twenge ha
estudiado con detenimiento el fenómeno en los adolescentes norteamericanos y las
conclusiones son claras: los jóvenes no duermen lo suficiente y, en buena parte, es por
abusar de los dispositivos móviles. La solución comienza por limitar el uso del móvil
antes de irse a la cama (lo ideal es que lo haga toda la familia, adultos incluidos). Si se
utiliza el móvil como despertador, es tan sencillo como comprar despertadores e instalar
en los móviles una aplicación que los apague a determinadas horas. Antes de dormir,
cero pantallas87. La lectura en papel es otra cosa. Los que la ponemos en práctica
sabemos hasta qué punto puede contribuir a descansar antes, más y mejor.
Aun así, conviene retomar la definición inicial de adicción para clarificar y no
confundir los términos. Los expertos advierten que es necesario distinguir entre lo que
sería un uso irresponsable y una adicciónconductual. Ya hemos indicado que la clave
está en si tenemos o no la voluntad dominada, de tal manera que, aunque reconozcamos
lo que está bien no podamos hacerlo, o, de igual manera, aunque identifiquemos el mal,
no podamos dejar de hacerlo. En este sentido, las adicciones del comportamiento
(trabajo, juego, comida, compras, sexo, deporte, tecnología, etc) responden a parámetros
muy similares a los de las adicciones a las sustancias (alcohol, nicotina, heroína, cocaína,
opiáceos, metanfetaminas, cafeína, esteroides, fármacos en general). Es decir, necesitan
cada vez un consumo mayor para obtener satisfacción, generan agresividad en períodos
de abstinencia, alteran los hábitos del sueño y de la alimentación, aíslan al sujeto hasta
52
circunstancias extremas que le suponen un deterioro de sus relaciones sociales e inciden
de manera muy negativa en la vida profesional (o en la educativa, en el caso de los
menores). Los expertos hablan, a menudo, de que es necesario por lo menos un año para
que ese hábito pernicioso se consolide como patología, pero insisten también en que más
que una cantidad, hay que fijarse en el aspecto cualitativo de la voluntad que hemos
señalado.
Beranuy y Sánchez-Carbonell han analizado de forma precisa la adicción a internet,
entendiéndola como sobreadaptación social88. Las enormes posibilidades de la red tienen
también su envés al permitir que fluyan con facilidad emociones y sentimientos que no
resistirían el cara a cara. Todos tenemos alguna experiencia de hasta qué punto ese lugar
que recluye, y al tiempo nos envalentona, en el anonimato puede generar un alivio
temporal para la ansiedad, la espera o la soledad. De ahí que la alta posibilidad de que se
genere esa habituación/adicción, especialmente en tiempos de pensamiento débil, con
prevalencia de sujetos poco entregados al esfuerzo, ni entrenados en la virtud de la
fortaleza, que en su término clásico, no es sino otra cosa que la virtud moral que nos
asegura la firmeza ante las dificultades y la constancia en la búsqueda del bien. Los
citados autores comparten también que las adicciones llamadas conductuales, como sería
la adicción digital (ellos hablan de adicción a internet), parten del mismo principio de las
adicciones a las sustancias, aunque señalan la dificultad diagnóstica añadida de que bajo
ese concepto de adicción a internet se pueden mezclar motivaciones, características de
personalidad y síntomas muy diferentes. Tratando de sacar factor común, hablan siempre
de estas características a la hora de diagnosticar una adicción de este tipo:
• Dependencia psicológica, que incluye el deseo, ansia o pulsión irresistible y la
polarización de la atención, la modificación del estado de ánimo y la incapacidad de
control.
• Efectos perjudiciales en el ámbito intrapersonal (experimentación subjetiva de
malestar) e interpersonal (conflictos familiares, laborales, académicos, económicos,
legales, etc.).
• Síntomas de abstinencia tanto físicos como psicológicos (alteraciones de humor,
irritabilidad, impaciencia, inquietud, tristeza, ansiedad, etc).
• Negación, ocultación y/o minimización de lo que está sucediendo.
• Riesgo de recaída y de reinstauración de la adicción (en este sentido hay estudios
todavía abiertos para observar si, como sucede en otras adicciones, el adicto corre el
riesgo de recaer).
Los citados Beranuy y Sánchez-Carbonell propusieron en su día también un
interesante acercamiento a los grupos y conductas de riesgo, con la intención de estudiar
la prevalencia de este tipo de adicción. Los podemos intuir, pero entre los señalados
53
están: adolescentes, estudiantes universitarios, personas que atraviesan situación de
estrés, personas aquejadas de trastornos psiquiátricos y/o trastornos de personalidad, y
personas con determinadas características de personalidad como, por ejemplo, baja
autoestima, soledad, timidez o falta de habilidad para las relaciones sociales89. La
aceptación e incluso el reconocimiento social que otorga la hiperconexión complica
mucho el problema, porque, aunque también sucede en otras adicciones, en la adicción
digital es muy frecuente pedir ayuda solo cuando la situación es extrema y ya se nos ha
ido por completo de las manos.
Por último, en este breve recorrido, que trata de dar voz a los expertos, Adam Alter,
gurú actual sobre cuestiones de adicciones digitales, que ha arrasado con su provocadora
propuesta preguntándonos a bocajarro, ¿quién nos ha convertido en yonquis
tecnológicos?, es muy sugerente cuando se remonta a los usos primitivos de la palabra
adicción. Ser adicto, en el mundo clásico, significaba tener una pasión. No solo no había
nada malo en ser adictos sino que contaba con una cierta aceptación y reconocimiento
sociales. Sin embargo, en el siglo XIX, el campo de la medicina le otorgó el sentido con
el que hoy conocemos el término. «Los médicos empezaron a prestarle más atención,
cuando los químicos aprendieron a sintetizar cocaína, porque cada vez era más difícil
desintoxicar a los que la consumían. Al principio, la cocaína parecía un milagro, ya que
permitía los ancianos caminar durante kilómetros, y a los que estaban exhaustos, pensar
con claridad. Pero, al final, la mayoría de los consumidores se convertían en adictos, y
muchos no lograban sobrevivir»90. Posteriormente, sería ya a finales del siglo XX cuando
se acuñara el término Adicción a internet. Fue la psicóloga norteamericana Kimberly
Young, hoy directora del primer centro hospitalario del país para tratar las adicciones
digitales, que abrió en 2010. Parece claro que responde, sin duda, al auge de las nuevas
tecnologías y, muy vinculadas a ellas, de las adicciones del comportamiento. Alter ha
descrito la transición que se ha producido entre unas adicciones y otras cuando afirma
que ya no son solo los químicos los que idean sustancias adictivas sino también los
emprendedores los que diseñan experiencias que pueden atraparnos en comportamientos
adictivos. Y pone el ejemplo de las Google Glasses, muy clarificador, aunque luego se
haya dado la circunstancia de que no ha sido precisamente el producto más exitoso del
gigante tecnológico. Se trata del primer diagnóstico en el mundo de una adicción a las
mencionadas gafas: un oficial de la Marina que presentaba síntomas de abstinencia
cuando dejaba el dispositivo, que había estado utilizándolas durante dieciocho horas al
día y que incluso en sueños lo veía todo como a través de las gafas. El oficial le contó a
los médicos que había conseguido superar la adicción al alcohol, pero que esto era
mucho peor. Por la noche, cuando se relajaba, su dedo índice derecho subía solo una y
otra vez hacia el lateral de la cara: buscaba el botón de encendido de las gafas, que ya no
estaba ahí. Parece una nueva versión de la barbarie que describió Augusto Monterroso en
su famoso microrrelato El Dinosaurio. Hoy podríamos reescribirlo así: Cuando despertó,
el botón de las Google Glasses ya no estaba allí.
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De alguna manera, todos llevamos un adicto dentro. La razón principal es que las
adicciones del comportamiento tienen un componente biológico. Lo hemos visto al
principio del libro, cuando explicamos por qué algunos de los ejecutivos más
importantes de las grandes tecnológicas se cuidan mucho de consumir (o de dejar
consumir a sus hijos) los productos que ellos fabrican. La palabra clave es dopamina.
Las adicciones no se limitan al gusto; los adictos no son necesariamente individuos a los
que les gustan las drogas que consumen, sino personas que ansían esas drogas con todas
sus fuerzas, incluso cuando dejaban de gustarles porque estaban destruyendo sus vidas.
Lo que hace que las adicciones sean tan difíciles de tratar es que cuesta mucho más
luchar contra esa ansia que contra el gusto por la droga. En ese embrollo de gusto y ansia
han encallado muchos estudios sobre adicciones. Y he aquí el quid de la cuestión. Alter
tiene razón cuando afirma, poniendo resultados científicos encima de la mesa, que a
pesar de que gustar y querer suelen ir de la mano, cuando se tratade adicciones cada una
sigue su camino. «Igual que las drogas desencadenan la producción de dopamina, las
señales comportamentales también lo hacen. Cuando un adicto a los videojuegos
enciende el portátil, sus niveles de dopamina se disparan; cuando una adicta al ejercicio
se ata las zapatillas de correr, sus niveles de dopamina también se disparan. A partir de
este momento, estos adictos del comportamiento se parecen mucho a los adictos a las
drogas. Las adicciones no están motivadas por las drogas o los comportamientos en sí,
sino por la idea aprendida con el tiempo, de que son capaces de proteger a los adictos de
su malestar psicológico»91.
En realidad, Alter nos quiere hacer pensar sobre cómo en muchas ocasiones las
intuiciones que tenemos sobre las adicciones no se corresponden en absoluto con la
realidad. No es, por ejemplo, que el cuerpo se enamore de pronto de una droga sin ser
correspondido, sino que nuestra mente aprende a asociar la sustancia o el
comportamiento en cuestión con el alivio del sufrimiento psicológico. Y resulta que en el
nuevo continente digital esas asociaciones se producen con una alta frecuencia, entre
otras cosas porque lo digital nos facilita la consecución de numerosos pequeños
objetivos que andamos persiguiendo a diario, intentado culminar unos sin haber
conseguido otros. Esta multitarea es un caldo de cultivo para la adicción. «Si se hace con
moderación, establecer objetivos personales cumple una función intuitiva, porque te dice
cómo invertir tu limitada cantidad de tiempo y energía. Pero hoy día los objetivos llaman
a nuestra puerta sin que los hayamos invitado. Si te unes a una red social, no tardarás en
querer atraer más seguidores y likes. Si te creas una cuenta de correo electrónico,
siempre estarás pendiente de mantener la bandeja de entrada vacía. Si juegas al Candy
Crush, necesitarás batir tu propio record (...) Estos objetivos se acumulan y alimentan
actividades adictivas que llevan al fracaso o, quizá peor aún, a una sucesión de éxitos
que engendrará un objetivo ambicioso tras otro»92.
A esto le tenemos que añadir que, en el caso de los entornos digitales, el feedback que
todos buscamos en nuestros procesos de aprendizaje se producen de forma inmediata. Se
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puede tener casi todo y se puede tener casi al instante. En ese casi reside el gancho
tramposo con el que toda adicción nos atrapa. Nuestros objetivos en la red se irán
acumulando al tiempo que se acumulan actividades adictivas que no nos llevan
directamente al fracaso, sino casi al éxito. Vamos acumulando pequeños fracasos que
percibimos como casi triunfos o, peor aún, triunfos que nos van a abrir una ventana tras
otra, de manera hipertextual, al más puro estilo Windows y generando un objetivo
ambicioso tras otro. Es, en definitiva, el modelo clásico de las máquinas tragaperras,
minuciosamente calculado y diseñado para generar un comportamiento adictivo. No son
mundos ajenos ni tan distantes. Parte del drama de la adicción digital es que además de
ser una adicción en sí misma, auxilia y es decisiva en el desarrollo de otras adicciones,
sobre todo conductuales. Teletrabajamos, respondemos correos electrónicos las 24 horas
del día; telecompramos, como usuarios premium que a las dos horas tienen lo que han
pedido en casa; teleapostamos, en una nueva versión de aquella tragicómica escena del
capítulo 10 de la primera temporada de Los Simpson, en el que Homer se da a la
nocturnidad y a la mala vida. Compra un rasca y gana y sucede esto:
Homer: Una rosca glaseada y una tarjeta de la suerte
(Le entregan una tarjeta y empieza a rascarla)
Homer: Oh. Una campanita.
(Sigue rascando y aguanta la respiración)
Homer: ¡Otra campanita! Una más y me hago millonario. Vamos, campanita, por
favor, por favor, por favor, por favor.
(Rasca y aparece una ciruela)
Homer: Oh …, la fruteja morada. ¡Casi!
Homer recibe un feedback inmediato que le hace pensar que todo está bien, que todo
está bajo control, que por supuesto eso no tiene nada que ver con un serio problema y
que, sobre todo, él nunca pierde, lo que a él le sucede siempre es que casi gana.
Apliquemos, por analogía, la hoja de ruta de las tragaperras o las tarjetas de la suerte
que tan mal fario le trajeron a Homer y a todo el que se desliza por la pendiente de la
ludopatía. Sucede lo mismo.
Preguntémosle a Shigueru Miyamoto, el considerado padre de los videojuegos
modernos o el Walt Disney de los juegos electrónicos. Trabaja para Nintendo desde
1977; ha creado Mario, Donkey Kong, The Lengend of Zelda, Star Fox, Pikmin y F-
Zero, entre otros; y sabe mejor que nadie cómo diseñar un videojuego para la gente no
pueda dejar de jugar. Algunos, como por ejemplo Adam Saltsman, productor del famoso
juego independiente Canabalt ha hablado en muchas ocasiones sin tapujos: «Los juegos
predatorios están diseñados para aprovecharse de tu naturaleza. Muchos usan lo que se
conoce como un sistema de energía. Puedes jugar durante cinco minutos, y pasado ese
tiempo, te quedas sin nada que hacer de forma artificial. Más tarde, pongamos que a las
cuatro horas, el juego te envía un correo electrónico avisándote de que puedes volver a
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jugar (…) los diseñadores de videojuegos se dieron cuenta de que los jugadores estaban
dispuestos a pagar un dólar para acortar ese tiempo, o para aumentar la energía de la que
dispondría su personaje una vez pasadas esas cuatro horas de descanso»93. De nuevo la
primera piedra del edificio está puesta. La fijación de objetivos, con esa técnica
diseñada, será obsesiva y, por supuesto, los productos serán diseñados para que la
complejidad crezca a medida que los usuarios vayan siendo cada vez más expertos. La
ecuación es, entonces, infalible y el resultado que arroja es inquietante: adicción,
trastorno psicológico y social en ciernes.
Hay quienes, a pesar de todo, lo niegan
No sería honrado concluir el capítulo dedicado a las adicciones sin mencionar al
menos que hay quienes tratan de negarla con argumentos razonables, aunque a mi
parecer equivocados. Con la prudencia que se debe tener en los albores de una
revolución de este calibre, como es la digital, hubo quienes a mediados de los años
noventa del siglo pasado entendieron que la preocupación apocalíptica por la adicción a
internet no era sino una percepción cultural y una especie de adicción al concepto de
adicción94. Erraban el tiro porque, en primer lugar, no se trata tanto de una preocupación
apocalíptica, que en términos conocidos de Eco vendría a ser una profecía de
calamidades, motivada por el planteamiento tecnófobo de quienes la defendían. Se trata
de reconocer las grandes oportunidades que nos ofrece el continente digital, sopesando
equilibradamente los riesgos y desafíos que conlleva.
Otros, más recientemente, han seguido defendiendo, contra las evidencias de los
últimos estudios existentes que hablar de Adicción a internet es una broma que ha sido
tomada en serio. Entre los argumentos más interesantes están los que desglosa Eparquio
Delgado en Los nativos digitales no existen. Delgado va describiendo los elementos
necesarios para una adicción, de manera muy similar a como los hemos visto aquí, y va
concluyendo uno a uno que no se cumplen los requisitos (sustancia o comportamiento y
sus efectos biológicos, disposiciones psicológicas y análisis del contexto en el que se
produce). Comienza argumentando que las clasificaciones diagnósticas de los
organismos mundiales más relevantes del campo de la salud, no han incluido la Adicción
a internet. Eso no quiere decir que no lo vayan a hacer en el futuro e incluso que no lo
estén valorando ya en este momento.
Este punto ha cambiado notablemente en el poco más de un año transcurrido desde la
publicación del mencionado estudio que niega la adicción. Hemos visto que en España
ya se han dado los primeros pasos con organismos públicos y una preocupación expresa
por parte del Gobierno. La denominación específica de estos centros es ya Centros de
Tratamiento de Adicciones Digitales. La Organización Mundial de la Salud ya ha
incluidoen su Clasificación Internacional de Enfermedades el trastorno ocasionado por
un consumo excesivo de videojuegos como enfermedad mental. Lo justifica analizando
variables que nos suenan, puesto que las acabamos de señalar al hablar de adicción:
57
patrón de comportamiento de juego continuo o recurrente vinculado a no controlar la
conducta, darle prioridad frente a otros intereses vitales y actitudes diarias, y mantenerse
la conducta en el tiempo (se empieza a hablar a partir de un año) o incluso que el
comportamiento adictivo vaya a más, a pesar de las consecuencias negativas que
comporta. Después parece que no se trata tanto de la cuestión en sí misma, cuanto de las
consecuencias indeseables que puede tener el catalogar la Adicción a internet. Para
Delgado «considerar que existe esta adicción no es inocuo porque, si aceptamos que el
uso de internet en sí mismo puede ser peligroso por su potencial adictivo, había que
tratarlo igual que hacemos con la cocaína o los ansiolíticos. Si el uso de internet o del
móvil —añade— pudiera derivar en una adicción, podría considerarse su restricción
legal a determinadas edades, o la adicción podría ser causa de baja laboral»95. En efecto,
hacia ahí caminamos. Ya hemos visto que hay incluso Gobiernos que se han planteado la
prohibición en determinados lugares y para determinadas edades. En Finlandia, por
ejemplo, para ver un caso real más, la adicción a internet en los jóvenes puede ser
eximente del servicio militar obligatorio. Añade, no obstante, Delgado que se podría
plantear que llamarlo adicción no supone ningún problema si eso nos sirve para
visibilizar el problema y ofrecer soluciones. Exactamente. De eso se trata. Hasta aquí he
tratado de visibilizarlo, en toda su complejidad, y de sensibilizar sobre él. En el último
capítulo, intentaré ofrecer soluciones, propuestas concretas, para sobrevivir a la adicción
digital.
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8. ME DESCONECTO, LUEGO EXISTO
¿Es posible vivir sin internet? Propuestas para sobrevivir a la adicción
digital
Del mundanal ruido
¡Qué descansada vida
la del que huye el mundanal ruido
y sigue la escondida
senda por donde han ido
los pocos sabios que en el mundo han sido!
Estos conocidos versos del humanismo renacentista, arranque de la Oda a la vida
retirada, que en el siglo XVI escribió Fray Luis de León, en un paraje natural, junto al
río Tormes a las afueras de Salamanca, nos muestran cómo la cuestión del ruido y de la
saturación producida por lo mundano, no es cosa nueva, como tampoco lo es el ansia del
ser humano por escapar de tal hartazgo y tratar de encontrar en la soledad buscada —la
soledad sonora (elocuente oxímoron de San Juan de la Cruz o de Juan Ramón Jiménez)
— esa sabiduría que ha quedado agostada entre tanta bulla, tanto estrépito común que no
permite centrarse en lo esencial.
Fray Luis nos advierte de la dificultad del camino. Tendremos que ser valientes, no
apurarnos por ir a contracorriente ni observar que, en realidad, a este tipo de sabiduría no
han llegado muchos. Él seguía la senda que marcaba el beatus ille de Horacio, en un
desprecio de los bienes materiales que, ya en el decir del estoicismo, era condición
necesaria para alcanzar la felicidad. Séneca, en su obra de madurez sobre la vida feliz,
nos alerta de que la prueba de lo peor es la muchedumbre y de que, por el contrario, la
vida feliz «es la que está conforme con su naturaleza, lo cual no puede suceder más que
si, primero, el alma está sana y en constante posesión de su salud; en segundo lugar, si es
enérgica y ardiente, magnánima y paciente, adaptable a las circunstancias, cuidadosa sin
angustia de su cuerpo y de lo que le pertenece, atenta a las demás cosas que sirven para
la vida, sin admirarse de ninguna; si usa de los dones de la fortuna, sin ser esclava de
ellos»96.
Los griegos hablaban de ataraxia, literalmente ausencia de turbación, para describir el
estado de ánimo ideal, imperturbable, equilibrado, sereno, que, de diferente forma,
propusieron tanto epicúreos, escépticos como estoicos. Fray Luis se aleja, sin embargo,
de los dos primeros y abraza un estoicismo de raíz horaciana, humanista, que a su vez se
aparta del estoicismo clásico y fatalista. Su visión, tan aparentemente alejada de nuestra
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hiperconexión digital, ya nos avisa de que para recuperar la paz que se ha perdido, hay
que pasar obligatoriamente por una purificación y alejamiento del mundo; salir de la
cárcel terrenal en la que andamos metidos y elevar el alma mediante el ejercicio de una
vida virtuosa que nos ponga al alcance de la mano el bien, la verdad y la belleza; una
vida que el fraile agustino compara con la de aquellos que buscan otras sendas (riqueza y
poder) y que requerirá huir del excesivo apego a los bienes materiales. Una vida sencilla,
austera, en consonancia con la naturaleza del hombre, alejada de la esclavitud que
supone vivir pendiente de la última versión del smartphone más puntero.
Hubo una epidemia de tristeza en la ciudad, se borraron las pisadas, se apagaron los
latidos y con tanto ruido no se oyó el ruido del mar, canta Sabina. He tratado ya en otro
lugar, cómo sin silencio, sin una pizca de duda, sin reflexión crítica, la filosofía no se
habría ocupado nunca de la comunicación y se habría olvidado consecuentemente de sí
misma. La paradoja es extraordinaria: para ocuparse de la comunicación y hacerlo con
calidad es necesario alejarse (aunque solo sea cuestión de método) del ruido mundanal y
buscar, desde ese retiro voluntario, el origen y la posibilidad del análisis más adecuado.
Acostumbrados a pensar deprisa, hoy nos cuesta trabajo descubrir que el
comportamiento teórico del hombre es ya una primera respuesta práctica y un modo
legítimo de participar activamente en el mundo97.
Byung-Chul Han ejemplifica de manera certera cómo ese no pararse a pensar y, por lo
tanto, ese ruido constante, desemboca, cuando de redes sociales se trata, en las conocidas
como (shitstorms), literalmente tormentas de mierda, aunque en español la Fundéu
recomienda utilizar el término linchamiento digital98. Por desgracia casi todos tenemos
hoy ya experiencia de ellas y podríamos definirlas como aluviones de críticas, a menudo
insultantes, que se desencadenan a raíz de la publicación de algún comentario en redes
sociales y que suelen tener la intención de convertir la humillación a una persona en un
fenómeno viral.
Frente al ruido, el silencio. La primera propuesta pasa por una reivindicación activa del
silencio. En este contexto, el profesor Agustín Domingo Moratalla nos pregunta de
forma provocadora que qué esperamos de una civilización asfáltica y ruidosa donde
hablamos a gritos con hijos, alumnos y vecinos. Y nos propone una sugerente
antropología del silencio y la esperanza: «es difícil organizar la convivencia en
cualquiera de sus ámbitos y dimensiones si no aprendemos a descubrir, valorar, gestionar
y administrar el silencio. Sin esta clave nunca entenderemos la devaluación del hombre
actual, por qué no nos tomamos en serio el valor de la palabra y, sobre todo, por qué no
acabamos de proponer una antropología a la altura de los tiempos. Aunque el silencio no
sea el único camino para la esperanza, hoy se nos presenta como una senda atractiva y
seductora cuyas oportunidades podemos valorar»99. En cursos que hemos compartido
sobre el uso saludable de la tecnología y la construcción de una ciudadanía activa en la
era digital, impartidos sobre todo a profesores de educación secundaria, esa propuesta
antropológica me resultó de lo más acertada, porque no se trata de un silencio que nos
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lleva a estar callados y a permanecer mudos, sino que tiene un valor educativo real, que
parte de la atención y el recogimiento, y que puede hacer nacer una palabra nueva,
verdaderamente significativa. El silencio auténtico, apunta Domingo Moratalla «es una
herramienta educativa porque nos entrena para aprender a escuchar, nos alfabetiza para
buscar palabras exactas con las que dialogar, nos permite descubrir que dialogar es algo
más que intercambiar frases, ideas o expresiones.Más allá de la simple introspección y
más allá de una psicológica interiorización cada día más necesaria esa tensión entre
repliegue y despliegue, entre recogimiento y sobrecogimiento puede ser la clave para
que el tiempo de la comunicación también pueda ser, al menos en la escuela, un tiempo
de esperanza»100.
En su best-seller Biografía del silencio, Pablo D’Ors también hace un alegato contra
esa saturación, que incluso a la hora de pensar, nos paraliza en lugar de movernos a la
acción. Por eso, entre otras cosas, el valor del silencio; el silencio como punto de partida
que nos haga caer en la cuenta de que necesitamos desconectar para volver a conectar,
no más pero sí mejor. Porque si no, viviremos la ilusión del pensar mucho, pero en
balde, porque el pensamiento, como cualquier actividad humana, tal y como apunta
D’Ors, debe ir precedido de un acto de la voluntad. Eso es lo que lo hace humano. Y eso
es lo que nos permite la reflexión, a veces amarga, de qué es lo que queda de lo humano
en las relaciones humanas en la red. Tanto más se piensa, tanto más se debe meditar: esa
es la regla, porque cuanto más llenamos la cabeza de palabras, mayor es la necesidad que
tenemos de vaciarla para volver a dejarla limpia101.
La prestigiosa psicóloga e investigadora norteamericana, Sherry Turkle, llega a una
conclusión similar desde un campo de estudio distinto, que ya he mencionado con
anterioridad. En la crítica que hace al abandono de las relaciones cara a cara y sus
consecuencias para la conversación, tan necesaria para desarrollar algunos aspectos
esenciales de la personalidad humana, Turkle también juega con el dicho cartesiano para
poner ante el espejo las contradicciones de nuestra cultura de la exagerada extraversión.
Cuando reivindica la instrospección, al estilo de lo que hace D’Ors en su disección del
silencio, comienza con las palabras de Vanessa, una estudiante universitaria de cuarto
curso. Lo titula Tuiteo, luego existo: mientras tenga mi teléfono, jamás se me ocurrirá
sentarme a solas y ponerme a pensar … Cuando tengo un momento de tranquilidad,
nunca me pongo a pensar. Mi teléfono es un mecanismo de seguridad para evitar tener
que hablar con gente nueva o dejar vagar mi mente. Sé que esto es muy malo … pero
enviar mensajes de texto para pasar el rato es mi modo de vida102. Una de las
recompensas obvias que nos otorga abandonarnos a la descansada vida de la soledad,
lejos del mundanal ruido, es el posible fortalecimiento de nuestra capacidad de
introspección. Aunque nos quedáramos en este nivel, la conversación que mantenemos
con nosotros mismos es una herramienta muy útil de cara a adquirir una mayor claridad
sobre quiénes somos y a dónde queremos ir. Por supuesto que los medios tecnológicos
pueden ayudarnos en la narración de nuestra propia vida (Facebook trata de hacerlo con
61
la recopilación personal de los acontecimientos más importantes que han marcado
nuestro último año). Pero no pueden conseguirlo por sí solos. Las aplicaciones pueden
darnos un número, un yo algorítmico, pero solo las personas podemos aportar una
verdadera narración. La tecnología puede exponer el mecanismo, pero somos nosotros
quienes hemos de encontrarle un significado, el significado sin el cual la narración no
puede existir. Pueden ayudar, es cierto, pero esa ayuda a menudo nos deslumbra hasta
convertir los medios en fines, que, por una parte, solo pueden contarnos parte de nuestra
historia y, por otra, tienen el riesgo de inhibir el diálogo interior y hacer que nuestra
atención pase de la reflexión a la constante autopresentación. Si pasamos tres, cuatro o
cinco horas al día en un juego online o, en general, en el llamado mundo virtual, eso
quiere decir que no estamos en otros sitios. Y esos otros lugares son, a menudo, la
familia y los amigos, sentados juntos, jugando o viendo una película juntos103.
En una línea muy similar, José María Rodríguez Olaizola en su radiografía de las
soledades contemporáneas afirma que la conversación es un arte y requiere un
aprendizaje, que, a su vez, requiere intimidad y tiempo104. Conversamos más, a distancia,
pero no es una conversación que refuerce los vínculos, desnude las fragilidades y cree
puentes entre las personas. No es una conversación, en definitiva, de las que crecen en el
silencio sino en el ruido. Por eso la pregunta por la desconexión se nos hace más
acuciante que nunca.
Desconectar, un derecho y un deber
Desconectar del trabajo, desconectar del móvil. La cuestión ha abierto un debate
jurídico para discutir sobre si desconectar es un derecho. En un trabajo de investigación
llevado a cabo recientemente en varias universidades norteamericanas, se subraya que el
problema no es solo tener que dedicar tiempo a contestar correos electrónicos a deshora,
sino el estrés anticipatorio que supone la expectativa de que entre un e-mail al que uno
deba contestar105. Esa expectativa es la que influye decisivamente en el hecho de que no
podamos desconectar, en este caso del ámbito laboral. Y se arrastra, como sabemos, a la
vida privada, porque sentimos la presión de tener que estar comprobando el correo o el
whatsapp para contestar de inmediato si fuera preciso. Otra vez la saturación, la pérdida
del término medio, el desequilibrio, ha llevado a muchos a quitar la famosa notificación
de las rayas azules en el whatsapp para limitar en lo posible ese estrés anticipatorio que
se genera en quien envía y en quien recibe el mensaje. Que al menos el otro no sepa que
lo he leído y que no pueda enfadarse porque, una vez leído, no le he contestado de
inmediato.
Pero más allá incluso del imprescindible debate laboral y de esa contaminación vida
pública-vida privada, desconectar es bueno en sí mismo. Lo es antes de valorar las
consecuencias que nos trae. Debe ser un derecho, pero, antes, en el ámbito moral ha de
ser un deber.
Desconectar para existir, como provocación a la corriente dominante que envía
62
exactamente el mensaje contrario: del antiguo lo que no sale en la tele no existe, hemos
pasado al contemporáneo lo que no está publicado en las redes sociales no existe. Ahora
bien, si lo que queremos es alcanzar la promesa de la Ética, cuya misión es ayudarnos a
descubrir cómo aprender a vivir de modo que mi existencia alcance la plenitud a la que
está destinada, debo desconectar. Es todo un imperativo. Hipotético: si lo que quiero es
ese tipo de existencia, este primer tercio del siglo XXI nos pone delante el círculo
vicioso de la hiperconexión, en el que cualquiera podemos entrar.
Si lo que quiero es el ruido del mundo, obviamente basta con dejarse llevar por la
corriente. Si lo que quiero, por el contrario, es esa vida lograda, esa felicidad ansiada, la
primera piedra del edificio es, en nuestros días, la de una sana desconexión, que no
aniquile o abotargue el asombro que todos traemos de serie106. La soledad querida (la
solitud)107 y, por supuesto, el silencio se están mostrando como nuevas formas de
revolución en un mundo frenético donde el ritmo de las actividades se ha tornado
inhumano, donde ya ni siquiera queda lugar para el genuino aburrimiento. Como dice
Rafa Martín Aguado (@ramaragu), en todo caso practicamos el entreburrimiento, que es
eso que nos sucede cuando estamos aburridos y visitamos Facebook, luego Whatsapp,
luego Twitter, luego Instagram y Youtube, sin paradero ni actividad concreta, buscada ni
querida.
Para salir del círculo vicioso, la primera ayuda, como acabamos de ver, nos viene del
silencio auténtico, de la desconexión del mundanal ruido. Hay que pararse y pensar. Si
no te paras y te recoges, no reflexionas, no piensas, nos alerta Nuccio Ordine, autor del
superventas La utilidad de lo inútil. Tanto ruido, tanto estímulo, nos impide recogernos,
concentrarnos y pensar; nos impide, en definitiva, alimentar el espíritu y así estaremos
poniendo las bases de la barbarie108.
Falta ahora concretar de qué tipo de desconexión estamos hablando, de si es posible
hoy vivir sin internet, de cómo concretar el justo término medio en un territorio como
este,tan abonado para los excesos, y de la necesidad de ser ejemplo para otros,
especialmente para los menores a quienes tenemos cerca o para los que somos referentes
morales, y que, a pesar de parecer duchos en la materia, ser millennials o
postmillennials, necesitan con tanta urgencia como nosotros una serie de propuestas
realistas para afrontar, sin temor pero también sin quitarle la importancia que tiene, el
riesgo de la adicción digital.
Desconexión radical
Empecemos por el extremo: ¿es posible vivir sin internet, desconectar del todo y de
manera constante, con el firme propósito de no volver a estar conectado en la vida? No
parece una propuesta fácil, ni siquiera pretendiéndolo y poniendo todos los medios para
ello, porque la sociedad nos obliga, cada vez más, a ser ciudadanos digitales. No es que
sea difícil, es que en algunos aspectos es imposible vivir sin una cuenta de correo
electrónico o sin una clave para realizar operaciones bancarias básicas en la red. Sin
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embargo, no podemos obviar que hay quienes, desde ese planteamiento minoritario de la
Oda de Fray Luis, han hecho de la desconexión digital su modus vivendi. Hay muchos
casos conocidos, que han abandonado casi a modo de alegato. Así dejaba Twitter el
popular novelista Lorenzo Silva (@VilaSilva), acompañado de la siempre poética
imagen de la luna: Superluna en Venecia. Buena imagen para desconectar para siempre
de Twitter. Gracias a todos, pero esto dejó de compensar.
En esa misma línea, Enric Puig se atreve con una propuesta subversiva. En La gran
adicción. Cómo sobrevivir sin internet y no aislarse del mundo, recoge el testimonio de
diez personas que un día decidieron no volver a conectarse jamás y lo consiguieron. No
lo hicieron ni por nostalgia manriqueña de que cualquier tiempo pasado fuera mejor, ni
por el anhelo ermitaño, y a un tiempo snob, de una bucólica huida al campo. Muy al
contrario, Puig ha buscado modelos en jóvenes urbanitas, en principio satisfechos con
sus vidas, que deseaban recuperar el contacto directo con los demás y con ellos mismos,
en ese primer paso indispensable de instrospección y silencio al que me he referido
antes. Juntos, forman una curiosa y novedosa comunidad de desconectados. ¿Quién no
ha sentido alguna vez, saturado tras pasar horas y horas ante una pantalla, enlazando
impulsivamente una página tras otra, el impulso de apagar el ordenador y tirarlo por la
ventana? ¿Podríamos hacerlo realmente sin consecuencias perniciosas? ¿O
quedaríamos vencidos de inmediato por las repercusiones de la desconexión? —se
pregunta Puig, dando en el clavo de la preocupación de esta obra—109. Nos presenta por
ello la desconexión como una rara medida de resistencia; similar en última instancia a la
resistencia íntima que nos planteaba Josep María Esquirol110. La resistencia de quienes
saturados de información, de imágenes y de mensajes, que a la vez generan nuevas
ansiedades y soledades, buscan centrarse, cada vez con más intensidad, en lo que ocurre
a su alrededor, siendo capaces de cerrar el grifo abierto de la información y el ruido
constantes, y al mismo tiempo no desconectar del mundo que les rodea. Esquirol insiste
en la misma línea, en La penúltima bondad111, su último libro, cuando afirma que hay un
avance de lo abstracto que vacía y enajena la vida, y que quizá se acerca el día en que,
debido a tal enajenación, el malestar será ya insoportable y se necesitarán toneladas de
droga y de distracción para mantenernos constantemente aturdidos. Ante tal augurio, la
resistencia como antídoto, la desconexión, la vuelta a lo sencillo, a reconocer que nuestra
condición es la de las afueras. El mundo no es una caverna, aunque haya cavernas en el
mundo (la adicción digital es una de ellas), ni nosotros somos sus prisioneros. Nos
conviene entenderlo y desconectar para conectar mejor con lo más genuino, renovando
la fidelidad hacia lo elemental para aprender a escuchar, para aprender, en definitiva, a
vivir mejor.
Puig fue en busca de rara avis, de personas concretas, poco comunes, en las que por
sus características y por las decisiones tomadas en su vida, eran ideales para indagar en
ellos acerca de las motivaciones y, sobre todo, de las repercusiones de la desconexión
digital. No son la propuesta última que voy a hacer aquí, pero no podemos hablar de
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desconexión sin ofrecer todas las opciones, comenzando por la más radical, en el sentido
de enraizada, que conlleva abandonar y abandonarse del todo como en la Oda a la vida
retirada. Las diez personas que nos presenta comparten dos características que son
determinantes: por una parte, utilizaron diariamente internet, durante los últimos quince
años de sus vidas, de tal forma que sus vidas profesionales y personales pasaron a
depender de la tecnología, y, por otra, la desconexión voluntaria que han llevado a cabo
no les ha acarreado problemas significativos ni un cambio de vida más allá del deseado.
Merece la pena leer y analizar las diez historias que nos regala. A modo de aperitivo,
aquí va un resumen de la primera:
Phillipe tiene cuarenta y un años, vive en Lyon y lleva dos años desconectado. A pesar
de ser un exitoso comercial, la reestructuración de la plantilla de la empresa para la que
trabajaba, le colocó en las listas del paro por primera vez en su vida. Ahí,
paradójicamente, comenzó a fraguarse su gran transformación. Obsesionado por
construirse un perfil omnipresente en todas las redes que fuera posible, sucumbió a la
atracción de las pantallas. La obsesión y el encierro se hicieron tan patentes que su
esposa comenzó a preocuparse por el hikikomori adulto con el que compartía su vida.
Phillipe, abducido, solo acertaba a responder, con cada vez más irritabilidad y mal
humor, que el mundo se había vuelto muy competitivo y que no podía permitirse el lujo
de descansar o de relajarse. A pesar de los intentos de su esposa por cuidarle y mimarle
más, nada dio resultado. Para él el universo había pasado a ser exclusivamente
tecnológico y el mundo debía ser analizado siempre bajo el prisma de la traducción
digital. Un buen día, como sucede en las buenas historias, en medio de las compulsivas
pulsaciones al botón del ratón, recibió un correo electrónico. Contra la costumbre y
contra su expectativa, el mensaje no era una oportunidad de trabajo. Era un mensaje de
su esposa. Y contenía solo dos palabras: te quiero. Le bastaron esas dos palabras para
darse cuenta de que esa había sido la única expresión absolutamente real que había
compartido con su esposa en las últimas semanas. Se derrumbó. Entró en las
preferencias de su ordenador y de su teléfono móvil, bloqueó la conexión a internet y no
la volvió a activar. Bajó al comedor, donde estaba su esposa jugando con sus hijos, la
abrazo y le dijo yo también te quiero 112. La historia tiene final feliz, pero para saber
cómo termina exactamente, cómo se adaptó Phillipe a una vida desconectada sin perder
el contacto con el mundo, hay que leerla entera. Ésa y las otras nueve. Haremos solo un
spoiler necesario para lo que vamos a contar a continuación: a veces ir contracorriente
sale rentable, también para nuestra vida laboral. No es desvelar mucho si decimos que
Phillipe es otro, que su vida familiar es otra, que echa la vista atrás y casi ni se reconoce.
Pero lo bueno no acaba ahí. Cuando todos utilizan los mismos métodos, quien se atreve a
ser diferente destaca por su riesgo y humanidad, y es capaz incluso de sacar una ventaja
competitiva de la desconexión para el mundo de la empresa.
Control y Dieta digital
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A muchos desconectarse radicalmente de internet les puede parecer una reacción
exagerada. Defendemos que, en efecto, lo es para el común de los mortales, pero
tenemos que tener en cuenta que las personas que llegan a esta situación es porque se
han visto desbordadas y han optado por un tratamiento de choque, consciente, y que
desean prolongar en el tiempo. En mayor o menor medida, todos nos podemos sentir
identificados con casos así. Pero, en efecto, hay otras formas de reaccionar ante la
invasión digital.Diríamos que son más realistas, pero lo cierto es que requieren también
gran esfuerzo y proactividad por parte de quien vaya a ponerlas en marcha. ¿No querrás
estar en una burbuja? ¿No querrás tener a tus hijos como en un convento de clausura? La
verdad es que estas preguntas, tan frecuentes, son demasiado simples e inocentes.
Primero, porque a menudo estigmatizan una realidad que conocen de oídas. No estaría
mal que en tiempos en los que se apuesta por probarlo todo, estas propuestas estuvieran
también visibles en el escaparate. Pero es que, además, son preguntas retóricas, que se
agotan en sí mismas. Para descolocar al que las formula no hay más que responder con
otra pregunta: está bien, esas opciones, no, ¿cuáles entonces?, ¿cuáles son para ti las
propuestas de vida buena en las que debo estar o que debo ofrecer a los demás? Por si
obtienen la callada por respuesta, vamos con algunas propuestas, de las llamadas
realistas, para sobrevivir a la adicción digital, orientadas más hacia la prevención, sin
obviar del todo qué hacer en caso de que la desintoxicación sea imprescindible.
Hemos visto que la analogía nutricional da mucho juego. ¿Somos lo que comemos?
¿Merece, entonces, la pena cuidarnos del fast food digital? ¿Padecemos obesidad digital?
¿Tenemos, por lo tanto, que ponernos a dieta, una vez que somos conscientes de la
infoxicación que padecemos y de la necesidad del detox de pantallas?
La receta que se repite en las consultas del nutricionismo digital gira en torno a tres
principios dietéticos clave;
• Ponerse límites
• Fijar unos objetivos, a ser posible acompañado para no abandonar el reto a la primera
• Contar con quienes tienen más conocimiento y experiencia113.
Son objetivos de sentido común, pasos que tendremos que dar en uno u otro momento,
pero les propongo aquí y ahora, comenzar por otro sitio. Debemos confrontar nuestra
situación. En todo buen juicio de conciencia, hemos de salir de nosotros mismos y tener
en cuenta cómo nos ven desde fuera. No sirve una impresión general, debemos pesarnos,
subirnos a la báscula para ver de qué posición partimos.
En clase, con mis alumnos, suelo hacer un ejercicio sencillo de diagnóstico. Sacamos
el tema cuando hablamos de virtudes y de vicios, es decir de hábitos de decidir bien y
mal. De excelencias y adicciones. Se trata de que estimen cuánto tiempo pasan al día
utilizando el móvil (ninguno afirma hacerlo más de 2 horas, la conexión en muchos
pequeños momentos favorece esa percepción). Posteriormente, han de pesarse para ver
cómo andan de obesidad digital, es decir, han de instalarse una aplicación que mida el
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uso. Es muy sencillo, cada vez son más las aplicaciones que nos ayudan a conocer cómo
andamos de hiperconectados. Quizá las más conocidas sean Moment y Checky.
Moment, en la plataforma móvil de Apple, nos permite monitorizar automáticamente
todo el uso que hacemos de nuestro iPhone. Creada por Kevin Holesh, un desarrollador
informático, que se cansó de estar conectado permanentemente y quiso encontrar una
herramienta que le ayudara a desconectar. Moment nos ofrece un informe detallado de
nuestro uso y abuso, nos permite activar notificaciones según diferentes umbrales de uso
que podremos fijar y, entre otras cosas, permite también analizar todos los movimientos
físicos (desplazamientos) que realizamos a lo largo del día con el móvil. Además, nos
permite autocontrolarnos de manera muy sencilla, poniendo límites al tiempo diario que
queremos dedicarle. La aplicación nos enviará notificaciones cuando nos estemos
acercando al límite. Incluye un modo familiar con el que se puede conocer también
cuánto lo usan el resto de miembros de la familia y establecer «tiempos libres de móvil»
para programarlos, por ejemplo, en comidas o cenas, donde la nutrición sana ya no pasa
solo por más verduras y frutas sino por un consumo móvil 0,0.
Checky (iOS y Android) nos aporta valores más cualitativos. Mientras Moment se
centra más en el tiempo que pasamos conectados al dispositivo, Checky tiene otras
funcionalidades que nos ayudan a conocer, por ejemplo, si desbloqueamos el teléfono de
manera compulsiva o si el hecho de recibir una gran cantidad de notificaciones tiene un
efecto negativo en nuestra productividad, o a analizar los lugares en los que hemos
encendido la pantalla del móvil, que es muy útil para analizar hábitos según localización.
Hay otras también interesantes como App Usage, que nos muestra el tiempo total de
uso y el tiempo empleado en cada aplicación individual.
Podemos ponernos límites para ir consiguiendo un sano equilibrio en nuestra dieta
digital y, una vez que demos ejemplo, debemos ponérselos a quienes estén bajo nuestra
tutela. Como nos recuerda Aristóteles, el justo término medio entre el exceso y el defecto
no admite recetas generales, sino que cada uno debe vivirlo y hacerlo posible, en la
práctica, y de acuerdo con sus circunstancias. Pero hay que hacerlo. Aristóteles no nos
decía que daba igual ser generoso que no serlo. Apostaba por la virtud, nos invitaba a la
generosidad, a la lealtad, a la valentía de aquel que no era, por exceso, temerario ni, por
defecto, cobarde; de aquel en el que pensamos, como modelo, y que nos gustaría tener a
nuestro lado en el momento en el que la vida nos pide ser valientes. Eso es contar con los
que tienen conocimiento y experiencia. Y en esto, el límite equilibrado es fundamental.
Limitar con sentido común, pero limitar. Autolimitarnos y limitar a aquellos que estén
bajo nuestra responsabilidad educativa. No solo por las consecuencias, es decir, porque
el límite nos va a ayudar en la prevención del mal uso de la tecnología, sino sobre todo
porque el límite, lejos de ser algo retrógrado y obsoleto, es condición para toda
posibilidad. Toda posibilidad es un límite. Nos lo explica Chesterton con su habitual
ingenio: me gustan tanto las ventanas que llenaría la pared de ventanas. Pero si abro
muchas ventanas me quedo sin pared, y entonces también me quedo sin ventanas.
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La clave vuelve a ser, de nuevo, el equilibrio, nuestro aristotélico término medio en la
virtud. Entender que la posibilidad es un límite es tan importante como entender que un
modelo excesivamente autoritario, basado solo en el límite, puede no favorecer que los
usuarios adquieran las habilidades críticas necesarias para hacer un uso responsable de la
tecnología. Y esto hoy, cuando la llamada brecha digital, no se sitúa tanto en el acceso a
la red cuanto en la capacidad crítica. Dicho de otro modo, los excluidos de la sociedad
digital ya no son aquellos que no tienen los dispositivos ni el acceso a la Red, sino
aquellos que no son capaces de actuar críticamente114.
En el otro extremo del hipercontrol está la paternidad blanda, basada en el laissez faire,
en la indulgencia e incluso en la negligencia, en muchas ocasiones por temor a que una
autoridad estricta desemboque en una personalidad adulta conflictiva. La fórmula de ese
equilibrio anhelado está inventada: educación suave y afectuosa en las formas, pero
firme en el fondo. Las investigaciones más completas demuestran que las familias a las
que mejor les va son aquellas que, también en el uso de la tecnología, educan en el límite
y en el uso responsable y crítico, las familias que saben decir no y que saben decirlo
adecuadamente115. Las familias han entendido que prohibir el uso de la nueva tecnología
es imposible y absurdo; que, en buena medida, lo son también antiguas normas de
control que se centraban, por ejemplo, en colocar el ordenador en un lugar común de la
casa; ahora una medida de ese tipo tiene un carácter más simbólico que otra cosa, ante la
posibilidad de llevarlo todo en un bolsillo, a golpe de clic y de dispositivo móvil. Pero
las familias verdaderamente preocupadas por la cuestión, entienden también que tan
suicida puede resultar la prohibición como el descontrol.
No estamos solos en esto del límite y el moderado control. Para empezar, antes de
optar por instalar un programa, podemos probar con las funcionalidades de control
parentaldel propio sistema operativo. En Windows, hay que ir a Configuración desde el
menú de Inicio y, luego, hacer clic en Cuentas / Familia y otras personas. Para cada
cuenta creada habrá que abrir una cuenta de Microsoft. Las cuentas de los menores
permiten marcar límites de tiempo en el uso del ordenador, franjas horarias de uso y
bloqueo de contenidos inadecuados. Si usamos Mac, hay que abrir las Preferencias de
sistema y luego hacer clic en Controles parentales. A partir de aquí, de forma muy
similar a la anterior, podemos configurar bloqueos y horarios de uso.
Hay, además, muchas aplicaciones que nos echan una mano. Entre las más relevantes
se encuentran:
Qustodio (gratuita para dispositivos iOS y Android), notifica cuando nuestro hijo hace
y recibe una llamada, o envía mensajes, a quién se los manda y qué contenido tienen;
permite limitar el tiempo a determinadas actividades como juegos o apps, y bloquea
sitios inapropiados. Cuenta con un botón de emergencia que puede ser activado para
conocer la ubicación del menor.
Ignore no More (IOS y Android), es una aplicación de emergencia, que permite
bloquear un móvil en la distancia mediante un código de cuatro dígitos. Para recuperar el
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control del móvil, el menor deberá llamar a los contactos de una lista previamente creada
por sus padres. Solo esos contactos podrán desactivar el código. Como el propio nombre
de la aplicación indica, a partir de aquí el menor se va a pensar dos veces lo de no coger
el móvil cuando le llaman sus padres.
Teen Safe, aplicación de vigilancia que permite ver todo lo que el menor hace con su
dispositivo. Es muy útil para identificar situaciones de acoso escolar e incluso avisa si el
usuario se ha montado en el coche con un conductor que ha bebido. Permite rastrear el
terminal del menor sin que este lo note.
Con funcionalidades muy similares están también Screen Time, Norton Family,
Life360 Localizador Familiar y My Mobile Watchdog. Como quiera que hecha la ley,
hecha la trampa, también la industria se ha puesto al servicio de los adolescentes para
evitar el rastreo paterno. Finstagram es un caso paradigmático, mezcla de fake (falso) e
Instagram que vendría a ser una cuenta alternativa y clandestina de Instagram a la que
solo tendrían acceso sus amigos más íntimos y que les mantendría ajenos al control. El
tira y afloja en este terreno es permanente y todo hace pensar que así se mantendrá por
mucho tiempo116.
Una vez convencidos de la importancia del control (para el otro y para nosotros
mismos), no nos queda más que afrontar la dieta. La popular dieta digital de Sieberg nos
propone un pretest y un plan de cuatro días. Todo, sentido común.
Para empezar, hagámonos estas preguntas de manera sincera. Sin dramatismo, que, a
buen seguro, como en el ejercicio de la aplicación Moment, en la que sugería medir
nuestro consumo diario real, aquí puede que también nos veamos muy reflejados:
• ¿Alguna vez ha experimentado la urgencia de sacar su móvil mientras otra persona
está teniendo una conversación importante con usted?
• ¿Ha sentido en alguna ocasión que algo no ha pasado realmente hasta que lo ha
publicado en su Facebook, Twitter, Instagram, etc.?
• ¿El parpadeo de la luz de su dispositivo móvil (o la sucesión de notificaciones de
whatsapp) ha llegado a acelerar sus pulsaciones?
• ¿Suele pasar tiempo en silencio con su pareja u otra persona querida porque cada uno
está inmerso en su universo digital?
Si ha respondido cuatro veces sí, hay indicios serios de obesidad digital. Es hora de
comenzar la dieta, a ser posible acompañado, para que otro le pueda ayudar,
comenzando por la confrontación sincera de la situación en la que se encuentra:
1.- REPENSAR: determinar, con la mayor exactitud posible, cuánto tiempo pasamos al
día en internet (ya he recomendado utilizar la aplicación Moment para este sencillo
autodiagnóstico).
2.- REINICIAR: fase de desintoxicación. Comenzamos por un fin de semana. El plan
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puede prolongarse, en los casos necesarios, hasta una semana o quince días. Alejamos
las tentaciones y guardamos a buen recaudo los dispositivos, le confiamos las
contraseñas a la persona que nos va a ayudar en el proceso, grabamos un mensaje
disculpándonos por no estar disponible en los próximos tres días y revisamos el mail una
vez al día. Conviene sustituir el tiempo que se pasaba empantallado por ejercicio físico,
conversaciones cara a cara y lectura, preferentemente en las páginas impresas de un libro
o diario, con el objetivo de recuperar algunas habilidades que se pueden haber resentido.
3.- RECONECTAR: es el momento de ir reintroduciendo de forma muy moderada el
consumo digital. No es fácil hablar de límites concretos aquí porque varían mucho con la
edad y las circunstancias personales y profesionales de cada uno, pero un tiempo
estándar al día, razónable, podría oscilar entre la hora y media y las tres horas.
4.- REACTIVAR: las actividades sustitutorias que introdujimos en el paso dos deben
aquí empezar a formar parte, en cantidad y calidad, de nuestra vida diaria. En negativo,
habrán quedado eliminados para siempre comportamientos nocivos como cargar el móvil
en el dormitorio o plantarlo encima de una mesa durante una conversación. En positivo,
es el momento de disfrutar de las relaciones personales recuperadas o de las iniciadas a
partir de nuestra nueva y equilibrada vida digital.
Algunas iniciativas recomendables y un Acuerdo final
Son muchas las iniciativas que, en torno a la preocupación por la hiperconexión, han
ido surgiendo en los últimos años. Voy a entresacar aquí cuatro, que pueden ayudarnos
en la tarea.
• Empantallados (@empantallados_). A mi juicio, uno de los mejores proyectos sobre
educación digital que existen en España. Para que nos hagamos una idea, estas son
algunas de sus últimas publicaciones en Twitter: entrevista a la directora del
proyecto europeo «EU Kids Online» (menores en la red), por qué prohibir las redes
no es la solución, un artículo sobre cosas que hacen nuestros hijos para que no
sepamos lo que ven en la pantalla y otro sobre cómo desarrollar sentido crítico en la
red para evitar las fake news.
• Proyecto Conectados (www.proyectoconectados.es): se trata de un proyecto
promovido por Google, el BBVA y la FAD (Fundación de Ayuda contra la
Drogadicción). Presentado en marzo de 2018, su objetivo es promover un uso
adecuado y responsable de las TIC (redes sociales e internet, fundamentalmente)
entre los adolescentes españoles. Incluye un buen número de materiales formativos
tanto para los propios jóvenes como para familias y educadores, entre ellos un juego
(app y online) con pistas sobre cómo manejar la tecnología de forma segura
(privacidad, propiedad intelectural, netiqueta, etc). El proyecto incluye tres
dimensiones: sensibilización, acción educativa e investigación.
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• Controla tu Red117: más centrado en la prevención de las tecnoadicciones y en los
problemas que de ella pueden derivarse, este proyecto viene de la mano de la Policía
Nacional Española y la Fundación Mapfre. Contiene materiales didácticos de interés,
también dirigidos a menores, profesores y familias, sobre asuntos como el
ciberacoso, el grooming (adultos que se hacen pasar por menores en la red para
ganarse su confianza) o la sextorsión. Una de las actividades estrella del proyecto
son las charlas que se imparten en los centros educativos y que pueden ser solicitadas
por los propios colegios en participa@policia.es
• Inspirinas (www.inspirinas.com): blog de Gustavo Entrala (@gentrala), un auténtico
crack, experto en tendencias e innovación digital. Entrala es conocido, entre otras
muchas cosas, por ayudar al papa Benedicto XVI a lanzar su primer tuit. De su
agencia partió la idea de crear en 2012 la cuenta @Pontifex. Inspirinas es un lugar
sugerente y terapéutico, desde el propio nombre, que, con una visión humanista y
propositiva de la tecnología, nos da referencias bibliográficas y pautas
imprescindibles para una mejor vida, en general, y digital, en particular.
Concluyo con un Acuerdo118,en veinte puntos, publicado por otro enredador muy
recomendable: Santi Casanova (@scasanovam). Inspirado por Forenex y las
Recomendaciones de la Policía Nacional, son un broche de oro a este alegato en favor
del consumo digital responsable y la imprescindible desconexión. Está dirigido a su hijo
mayor, antes de comprarle el primer móvil, pero, además, de la enorme utilidad que tiene
para ponerlo en práctica en esa circunstancia, enseguida se darán cuenta que hay
propuestas que no tienen edad.
Este es un acuerdo-compromiso de préstamo. El móvil lo han comprado papá y mamá,
pero te lo prestamos porque te queremos y confiamos en ti.
1. Si el móvil se daña, golpea o estropea, tú eres el responsable y la reparación la
tendrás que pagar tú o, al menos, participar en buena medida en los gastos. Para ello,
ahorra dinero (cumpleaños, pagas u otros trabajos). Ya tienes edad para ser
responsable.
2. Empezarás a usar el nuevo móvil con papá o mamá y lo configuraremos
conjuntamente, además de hacer la instalación de apps y/o programas o juegos,
tratando de tener las que vayas a usar o te puedan ser útiles, no más. Todos
conoceremos qué utilidades y riesgos tienen cada una, para así evitar sorpresas.
3. Es genial poder escuchar música en tu móvil pero no tengas miedo de bajarte música
nueva o diferente de la que millones de chicos como tú escuchan, que es siempre lo
mismo. Tienes que tener tu propia personalidad.
4. Es genial poder jugar en tu móvil pero recuerda que también existen juegos que te
ayudan a aprender jugando, como los juegos de palabras, puzzles, juegos de mesa…
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Tómalo como un juego más de los que ya dispones.
5. El móvil es una herramienta digital que te va a permitir hacer mucho bien, crecer,
aprender, acceder a contenidos que te harán mejor persona… Aprovéchalo y no lo
conviertas en un juguetito o en un despachador de mensajitos.
6. Te comprometes ante nosotros desde un principio a usar el móvil cumpliendo
siempre las normas legales y las normas del cole. Por eso, el móvil no se lleva al
colegio. Habla con la gente y con tus amigos en persona. Habrá días especiales
(media jornada, excursiones, actividades extraescolares) que probablemente
requerirán consideraciones especiales: lo hablaremos y pactaremos.
7. Entregarás el móvil cada mañana antes de ir al cole. Cada noche (incluidos los fines
de semana) el teléfono se apagará a las 22h. Respetarás a las otras familias como nos
gusta que nos respeten a nosotros.
8. Te comprometes también a cumplir desde el principio unas normas de uso
responsable, inteligente, respetuoso y educado hacia los demás en casa. Demostrarás
que eres lo suficientemente mayor como para respetar el horario, espacios y
momentos en los que se puede utilizar el móvil. Por ejemplo, ninguno lo usaremos
durante las comidas, viendo alguna película o cuando viene gente a casa. También
cuando estés solo en casa deberás ser responsable y no quitar tiempo de estudio por
estar con el móvil. Si los resultados académicos flojean, el uso del móvil también se
verá restringido.
9. Si estás en lugares públicos, apágalo o siléncialo. Especialmente en restaurantes, en
misa, en el cine o mientras hablas con otra persona. No eres una persona mal
educada, no dejes que el móvil cambie eso.
10. Asumes que, hasta que no seas un poco más mayor, papá y mamá conoceremos
siempre los códigos de acceso y contraseñas de tu nuevo móvil y de mail, páginas,
juegos, fotos y vídeos, apps… para su posible supervisión en seguridad, privacidad e
imagen adecuada y respetuosa del contenido y acciones que este realiza.
11. Papá y mamá nos comprometemos a no leer o supervisar más de lo necesario para
tu bien, a respetar tu intimidad con tus amigos REALES y a entender que tienes tu
propio espacio para hablar de tus temas con tus contactos, siempre que respetes las
normas y a los demás.
12. Tú y nosotros entendemos que este acompañamiento y control inicial se irá
relajando según vayas creciendo y mostrando tu responsabilidad y prudencia en el
buen uso de la tecnología e internet. A cada edad le corresponde una seguridad.
13. En tus relaciones online (redes sociales, webs, foros, juegos en red), no agregues a
nadie que no conozcas suficientemente. Desconfiarás de todo lo que te cuenten y
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evitarás facilitar datos personales o familiares a cualquiera (teléfonos, direcciones,
datos de papá y mamá o de tus hermanos…).
14. En caso de tener problemas, dudas o ser acosado por cualquiera a través de
internet, nos lo dirás para buscar una solución a la situación. Si fuera en el ámbito
escolar, hablaremos con los responsables docentes. Y si fuera una situación grave,
podremos consultarlo o denunciarlo ante la Policía. Nunca tengas miedo de
contarnos nada.
15. No envíes ni recibas imágenes íntimas tuyas ni de otras personas. Algún día estarás
tentado de hacerlo, a pesar de tu gran inteligencia. Es arriesgado y puede arruinar tu
vida de adolescente, joven y adulto. Es siempre una mala idea. El espacio digital es
más poderoso que tú y que nosotros. Es difícil hacer que algo de esa magnitud
desaparezca, incluyendo una mala reputación. Lo escrito, enviado o publicado,
queda: es la huella digital.
16. Te comprometes a no utilizar internet o móvil para acosar, humillar, ofender o
molestar a ningún compañero de clase, vecino o conocido. Y no serás cómplice de
esas acciones de ciberacoso, ni por reenviar ni con tu silencio: pedirás a tus contactos
ese mismo respeto para todos. Sé valiente y corta situaciones injustas con otros.
17. Evitarás compartir material ofensivo, contra la intimidad o inapropiado en los
grupos de whatsapp: si eres mayor para usarlo, también para respetar a la gente.
18. Atenderás SIEMPRE las llamadas de tus padres para saber que estás bien.
19. Tú serás el que domine la tecnología Y NO AL REVÉS. A veces conviene dejar el
móvil en casa. Hay que saber vivir sin él, no es necesario estar siempre conectado.
Pruébalo: lo agradecerás.
20. Meterás la pata y te quitaremos el teléfono por incumplir el acuerdo. Hablaremos
sobre ello y volveremos a empezar. Tú y nosotros siempre estamos aprendiendo.
Somos un equipo. Estamos juntos en esto.
No lo dude. Estamos juntos. Nos va la vida en ello. La vida (digital) es un don y una
tarea. Si necesita que alguien le eche una mano —como decía san Agustín—, yo tengo
dos. Conecte conmigo y empecemos juntos el apasionante camino hacia una moderada
desconexión.
@isidrocatela
i.catela.prof@ufv.es
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1 Josep María Esquirol, La resistencia íntima. Ensayo de una filosofía de la proximidad, Acantilado, Barcelona,
2015.
2 Angelo Scola, Homilía, La belleza imprescindible de la unidad, 23-2-2016.
3 http://w2.vatican.va/content/francesco/es/events/event.dir.html/content/vaticanevents/es/2017/12/2/incontro-
giovani-bangladesh.html.
4 https://press.vatican.va/content/salastampa/es/bollettino/pubblico/2018/02/22/mens.html.
5 Eclesiastés 12,8.
6 Recientemente han dado un paso más y han lanzado una web para disfrutar en familia y hacer un uso
responsable de la tecnología (www.familyon.es).
7 http://www.elmundo.es/sociedad/2017/01/17/587e1a94268e3ea95b8b4661.html.
8 El New York Times recogió a finales de 2017 los resultados de una serie de experimentos realizados en
Princeton y la Universidad de California: los portátiles son estupendos, pero no para una clase o para una reunión
de trabajo (https://www.nytimes.com/2017/11/22/business/laptops-not-during-lecture-or-meeting.html?_r=0).
9 El profesor Nuccio Ordine trata esta cuestión con detalle al inicio de su libro Clásicos para la vida, en el que
ajeno a la mentalidad utilitarista dominante, nos propone una deliciosa biblioteca para el don y la tarea que es
vivir.
10 J. Lanier, Contra el rebaño digital, Editorial Debate, Barcelona, 2011, p. 6-7.
11 https://verne.elpais.com/verne/2016/10/24/articulo/1477317754_490131.html.
12 Kenneth Cukier y Viktor Mayer-Schöenberger, La revolución de los datos masivos, Turner Noema, Madrid,
2015.
13 https://www.theguardian.com/technology/2017/oct/05/smartphone-addiction-silicon-valley-dystopia.14 Adam Alter, Irresistible. ¿Quién nos ha convertido en yonquis tecnológicos?, Paidós, Barcelona, 2018, p. 12.
15 Víctor Sampedro, Dietética digital. Para adelgazar al gran hermano, Icaria Editorial, Navarra, 2018, p. 9.
16 Eco aborda en su famoso «Apocalípticos e integrados», cuya primera edición aparece en 1968, la forma en la
que se ha sometido a la cultura de masas a un escrutinio feroz, bien para sospechar de ella y mostrarla como el
signo de una caída irrecuperable que no puede expresarse más que en términos de Apocalipsis (¿desconocía Eco
que el Apocalipsis tiene final feliz?), o bien de manera optimista, como harían los que denomina «integrados»,
felices porque, a pesar de todos los pesares, esta cultura de masas ha puesto los bienes culturales a disposición de
todos.
17 El profesor Víctor Sampedro nos propone una analogía alimentaria. Además de la obra citada, ofrece menús
saludables, con impronta anticapitalista, en la web www.dieteticadigital.net. A pesar de las discrepancias
ideológicas de fondo que sostenemos con algunos de sus contenidos, suponen, en conjunto, un material de interés
para educadores y resulta un hallazgo eficaz el juego de palabras: se trata de una dieta en toda regla, que no tiene
sentido sin un determinado enfoque moral, que apunta hacia una vida mejor. De ahí surgen dieta y ética, y dan
lugar a la dietética (digital).
18 Daniel Sieberg, The Digital Diet: The 4 step plan to break your tech addiction and regain balance in your
life, St. Martin’s Griffin, New York, 2011.
19 En pleno boom y desarrollo de internet en España aparecieron, ya en los primeros años del nuevo siglo,
numerosas obras sobre las oportunidades y riesgos del consumo de contenidos en diversos tipos de pantallas. Sirva
de ejemplo la que publican en 2002 los profesores Paulino Castells e Ignasi de Bofarrul con el título Enganchados
a las pantallas. Televisión, videojuegos, internet y móviles, Planeta, Barcelona, 2002.
20 Daniel Bell, El advenimiento de la sociedad post-industrial, Alianza Editorial, Madrid, 2006.
74
21 Theodore Dalrymple, Sentimentalismo tóxico. Cómo el culto a la emoción pública está corroyendo nuestra
sociedad, Alianza Editorial, Madrid, 2016.
22 El término se populariza a partir de la obra La condición postmoderna de Jean François Lyotard, escrita en
1979, pero con anterioridad otros autores se habían referido a ella. Por citar algunos de los más relevantes, merece
la pena conocer las aportaciones de Toynbee, Derrida, Calinescu, Anderson, Deleuze, Baudrillard, Lacan, Badiou,
Durkheim, Bernstein, Vattimo, Foucault, Jameson, Lipovestsky, Bauman o Han.
23 Hay autores que extienden la postmodernidad hasta nuestros días y hay quienes ya empiezan a hablar de una
post-postmodernidad. Francisco Bueno habla con agudeza de ecos post-postmodernos para referirse a la creación
artística en su obra Sobre experiencia estética. Fundamentos y actualidad (2ª edición), Editorial Universidad
Francisco de Vitoria, 2018.
24 Isidro Catela, Hijos conectados. Educar en la era digital, Palabra, Madrid, 2012.
25 En la mencionada obra de Francisco Bueno encontramos una excelente caracterización de la postmodernidad
en comparación con la era moderna, y una descripción de sus rasgos constitutivos, a partir de una tabla en la que
se comparan términos de manera muy divulgativa: Sobre experiencia estética. Fundamentos y actualidad,
Editorial Universidad Francisco de Vitoria, Pozuelo de Alarcón (Madrid), 2018, pp. 114 y 115.
26 Alejandro Llano, El valor de la verdad como perfección del hombre, en P. Pérez-Ilzarbe y R. Lázaro (eds.),
Verdad, bien y belleza: cuando los filósofos hablan de valores. Cuadernos de Anuario Filosófico. Serie
Universitaria, nº 103, año 2000, p. 9-19.
27 En Presencias reales (2017), George Steiner habla del signo vacío como dramático emblema de nuestro
tiempo y alerta del peligro de la pantalla del ordenador y la limitación lingüística y mental que suponen los
mensajes cortos.
28 Zygmunt Bauman, Modernidad líquida, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 1999.
29 Antoni Talarn (comp.), Globalización y salud mental, Herder, Barcelona, 2007, p. 35.
30 Juan Martínez Otero, Tsunami digital, hijos surferos. Guía para padres que no quieren naufragar en la
educación digital, Freshbook, Madrid, 2017.
31 http://www.elmundo.es/elmundo/2013/03/21/ciencia/1363862190.html.
32 Alejandro Llano, La nueva sensibilidad. En la era de la desconexión, Palabra, 2017.
33 Ib., p. 5-6.
34 Ib., p. 10.
35 Sherry Turkle, En defensa de la conversación. El poder de la conversación en la era digital, Ático de los
Libros, Barcelona, 2017.
36 Aristóteles, Política, trad. de Carlos García Gual, Madrid, Alianza, 1986, libro I, cap. 2, pp. 43-44.
37 Byung Chul-Han, En el enjambre, Herder, Barcelona, 2014, pp. 75 y ss.
38 Revista mensual, editada por los Padres Combonianos, que se viene publicando desde 1960 (desde 2004
también en edición digital, www.mundonegro.es). Fue la primera publicación periódica en España, centrada en el
continente africano, y, a día de hoy, sigue siendo un referente en su ámbito.
39 Domingo Moratalla, Agustín, Educación y redes sociales. La autoridad de educar en la era digital,
Encuentro, Madrid, 2013, p. 15.
40 Domingo Moratalla, Agustín, op. cit., p. 16.
41 Digital in 208. Essential insgihts into internet social media, mobile, and ecommerce use around the world.
Presentación completa en https://www.slideshare.net/wearesocial/digital-in-2018-global-overview-86860338.
42 Byung -Chul Han trata esta cuestión en La sociedad de la transparencia, Herder, Barcelona, 2013.
43 Byung-Chul Han, En el enjambre, Herder, Barcelona, 2012, p. 59.
75
44 http://www.elmundo.es/papel/historias/2016/05/29/5746de4f22601d2a488b469a.html.
45 http://www.elmundo.es/papel/lifestyle/2017/10/19/59db5bb9e2704e61368b467e.html.
46 Una clasificación completa de las generaciones del siglo XX incluiría la Generación Perdida o Generación
del 14 (1890-1915), la Generación de Entreguerras (1901-1914), la Gran Generación (1910-1924), la Generación
Silenciosa (1925-1945), la Generación del Baby Boom (1946-1964), la Generación X o Xennials (1965-1985), la
Generación Y o Millennials (1980-1999), la Generación Z o Postmillennials (1995-2010) y la Generación T. Son
muchas la fuentes que pueden consultarse al respecto para saber más sobre las generaciones. A modo de ejemplo,
pueden verse las obras de Jean M. Twenge sobre nuestros pequeños hiperconectados: iGen: why today’s super-
connected Kids are growing up less rebellious, more tolerant, less happy and completely unprepared for
adulthood and what that means for the rest of us; la del creador del término Generación X, Douglas Coupland,
que tiene algunos títulos interesantes tanto de novela como de ensayo y el estudio de la transición milenaria en
USA por parte de Morley Winograd y Michael D.Hais, afines ambos al Partido Demócrata, sobre el que sostienen
de forma muy discutible que dominará la escena política norteamericana en las próximas décadas. No obstante,
consideraciones políticas al margen, sus tesis sobre una generación más optimista y con mejor consideración de sí
misma, merecen ser tenidas en cuenta (Millennial Momentum. How a new generation is remaking America).
47 Susana Lluna y Javier Pedreira (coords,), Los nativos digitales no existen. Cómo educar a tus hijos para un
mundo digital. Padres despistados frente a niños, adolescentes, ordenadores, consolas, móviles e internet, Deusto,
Barcelona, 2017.
48 Enrique Dans, «Todo ha cambiado» (prólogo), en S. Lluna y J. Pedreira (coords.), op. cit, p. 19 y ss.
49 Gary Small, El cerebro digital. Cómo las nuevas tecnologías están cambiando nuestra mente, Editorial
Urano, Barcelona, 2009.
50 La Fundación Santa María presenta anualmente un Informe sobre la Juventud. Este último año, precisamente,
ha elaborado uno en el que se estudia la realidad, entre otros, de los millennials. Jovenes españoles entre dos
siglos (1984-2017). Puede verse en http://www.fundacion-sm.org/la-fundacion-sm-presenta-informe-jovenes-espanoles-dos-siglos-1984-2017/.
51 Sherry Turkle, op. cit, p. 17 y ss.
52 Juan María González-Anleo Martínez, Generación Selfie, PPC, Madrid, p. 9.
53 https://www.youtube.com/watch?v=hER0Qp6QJNU.
54 La era del «bebé data», en https://elpais.com/tecnologia/2015/05/01/actualidad/1430498554_319713.html.
55 http://salamancartvaldia.es/not/166653/la-civilizacion-de-los-dedos/.
56 RENFE ha lanzado, casi al mismo tiempo, su oferta de wifi en los trenes de Alta Velocidad y la opción de
desconectar en los vagones del silencio, un coche con normas de sentido común como no hablar por teléfono,
poner los dispositivos móviles en silencio, usar los auriculares o hablar bajo, que se han convertido en un artículo
de lujo. Con una idea de negocio basada en el mismo presupuesto de la desconexión, cada vez es más frecuente
encontrar lugares sin wifi para clientes que quieren descansar del todo, sin estar pendientes de la cobertura.
57 http://www.amic.media/media/files/file_352_1403.pdf.
58 Don Tapscott, Growing Up Digital: The Rise of the Net Generation, McGraw-Hill, 1999.
59 https://elpais.com/diario/2011/12/04/eps/1322983617_850215.html.
60 http://www.elmundo.es/papel/historias/2016/01/16/5698c889268e3eb17b8b4596.html.
61 Tamaki Saito, Hikikomori: Adolescence witohout End, University of Minessota Press, Minessota, USA, 2013.
62 Alfonso López Quintás, Vértigo y éxtasis: una clave para superar las adicciones, Rialp, Madrid, 2006.
63 Alejandro Llano, La vida lograda, Ariel, Barcelona, p. 72-73.
64 https://psicologiaymente.net/clinica/hikikomori-sindrome-oriental-habitacion.
65 Puede consultarse la edición digital, en inglés, en http://www.hikikomori-news.com.
76
66 «Hikikomori in Spain: A descriptive study», Ángeles Malagón-Amor, David Córcoles Martínez, Luis M.
Martín-López y Víctor Pérez-Solà, en International Journal of Social Psychiatry, 2015, Vpol. 61(5), 475-483.
67 Antoni Talarn (comp.), Globalización y salud mental, Herder, Barcelona, 2007.
68 http://www.elmundo.es/papel/historias/2016/01/16/5698c889268e3eb17b8b4596.html.
69 Lluís Farré, del prólogo a Salud mental y Globalización, op. cit., p. 21.
70 http://www.abc.es/20120531/tecnologia/abci-nomofobia-miedo-irracional-salir-201205311712.html.
71 Ib.
72 Como ejemplo de estas prácticas hemos conocido recientemente los casos de menores enganchados al popular
videojuego «Fortnite» (abc.es/sociedad/abci-fortnite-nueva-adiccion-digital-jovenes-
201806170326_noticia.html).
73 http://www.efesalud.com/nomofobia-esclavos-del-movil/.
74 Eva Millet, Hiperpaternidad. Del modelo «mueble» al modelo «altar». Consecuencias de la paternidad
helicóptero, Plataforma Editorial, Barcelona, 2016.
75 La Fundación Althaia tiene como objetivo dar servicio integral a las personas en los ámbitos social y
sanitario. En su Patronato confluyen tres instituciones: el Ayuntamiento y la Mutua de Manresa, y la Orden
Hospitalaria de San Juan de Dios (www.althaia.cat).
76 Homilía pronunciada por Mons. Xavier Novell, obispo de Solsona y responsable del Departamento de
Juventud de la Conferencia Episcopal Española. Encuentro Europeo de Jóvenes 2015, Ávila, en el marco de la
celebración del V Centenario del Nacimiento de Santa Teresa de Jesús (sábado 8 de agosto de 2015). Puede verse
íntegramente en https://www.youtube.com/watch?v=9ZgxDa2IKBI.
77 Aristóteles, Ética a Nicómaco, Introducción, Traducción y Notas de José Luis Calvo Martínez, Alianza
Editorial, Madrid, 2001 (primera edición), p. 85 y ss.
78 Ib.
79 Byung-Chul Han, En el enjambre, Herder, Barcelona, p. 6.
80 Ib., p. 29 y ss.
81 http://www.abc.es/espana/madrid/abci-madrid-abre-primer-servicio-para-adolescentes-adictos-movil-
201804150103_noticia.html.
82 En la página de iKeepSafe se puede consultar el estudio: www.ikeepsafe.org/be-a-pro/balance/too-much-
time-online.
83 https://politica.elpais.com/politica/2018/03/02/actualidad/1520012219_058442.html.
84 http://www.abc.es/familia/educacion/abci-terapia-para-dejar-hacerse-selfies-diarios-parecida-dejar-drogas-
201708081753_noticia.html.
85 Adam Alter, Irresistible. ¿Quién nos ha convertido en yonquis tecnológicos?, Paidós, Barcelona, 2018, p. 65.
86 En las grandes ciudades se ha puesto de moda el napercise, que no es otra cosa que la combinación de nap
(siesta) y exercise (ejercicio físico), una iniciativa puesta en marcha por algunos gimnasios cuyo objetivo es
reducir estrés, fatiga y cansancio acumulado, en apenas 45 minutos de sesión, en los que por supuesto están
totalmente prohibidos los dispositivos móviles.
87 Jean M. Twenge, iGen: Why Today’s Super-Connected Kids Are Growing Up Less Rebellious, More
Tolerant, Less Happy-and Completely Unprepared for Adulthood-and What That Means for the Rest of Us, Atria
Books, New York, 2017.
88 Xavier Sánchez-Carbonell y Marta Beranuy, «La adicción a internet como sobreadaptación social», en Antoni
Talarn (comp.), op. cit, p. 349.
89 Ib., 355.
77
90 Adam Alter, Irresistible. ¿Quién nos ha convertido en yonquis tecnológicos?, Paidós, Barcelona, p. 33.
91 Ib., p. 80-81.
92 Ib., p. 105-106.
93 Ib., p. 133.
94 J. Suler, «Why is this eating my life? Computer and cyberspace addiction at the Palace» (1996), Citado por
J.A. García Del Castillo et al., en Uso y abuso de internet en jóvenes universitarios (2007). Recuperado a 6 de
mayo de 2018 de http://www1.rider.edu/~suler/.
95 Eparquio Delgado, «Adicción a internet: desmontando una mentira», en S. Lluna y J. Pedreira, op. cit., p. 77-
78.
96 Séneca, De vita beata, capítulo 3, edición digital, descargado de www.thevirtuallibrary.org.
97 I. Catela, «Ética de la recepción», en Ética de la comunicación y de la información (J.A.Agejas y J.F.
Serrano), Ariel, Barcelona, 2002, p. 111.
98 Byung-Chul Han, op. cit, p. 8
99 A. Domingo Moratalla, op. cit., p. 58 y ss.
100 Ib., p. 64.
101 Pablo D’Ors, Biografía del silencio, Ed. Siruela, Madrid, 2012.
102 Sherry Turkle, op. cit., p. 99.
103 Sherry Turkle, Alone Together. Why we Expect more from technology and less from each other, Basic
Books, New York, 2011.
104 J.M. Rodríguez Olaizola, SJ, Bailar con la soledad, Sal Terrae, Santander, 2018, p. 74-75.
105 https://elpais.com/tecnologia/2017/02/24/actualidad/1487959523_030409.html.
106 Catherine L’Ecuyer insiste en ello en sus conocidos best-sellers Educar en la realidad y Educar en el
asombro. Con planteamientos muy similares cada vez son más los textos que tratan de salvar la infotoxicidad con
el silencio y la desconexión. Algunas propuestas interesantes a este respecto son: Más amistades y menos likes.
Desarrolla tus verdaderas relaciones en un mundo conectado, de Ferrán Ramón-Cortés; El silencio en la era del
ruido. El placer de evadirse del mundo, de Erling Kagge; Pequeña teología de la lentitud, de José Tolentino
Mendonça; y Desaparecer de sí y Elogio del caminar, de David Le Breton.
107 M. Harris, Solitud. Hacia una vida con sentido en un mundo frenético, Paidós, Barcelona, 2018.
108 N. Ordine, La utilidad de lo inútil. Manifiesto, Acantilado, 2013.
109 Enric Puig Punyet, La gran adicción. Cómo sobrevivir sin internet y no aislarse del mundo, Arpa Editores,
Barcelona, 2016.
110 J.M.ª Esquirol, op. cit.
111 J.M.ª Esquirol, La penúltima bondad, Acantilado, Barcelona, 2018.
112 Enric Puig, op. cit., pp. 19-39.
113 V. Sampedro, op. cit., p. 11.
114 María Sánchez, Belinda de Frutos, Tamara Vázquez, La influencia de los padres en la adquisición de
habilidades críticas en internet, Revista Comunicar, nº53, v.XXV, 2017.
115 Leonard Sax, El colapso de la autoridad, Palabra, Madrid, 2017.
116 https://elpais.com/tecnologia/2015/09/21/actualidad/1442852769_651357.html.
117 https://www.policia.es/org_central/seguridad_ciudadana/unidad_central_part_ciudada/triptico_3_4.pdf.
78
118 Publicado en https://es.aleteia.org/blogs/la-boa-y-el-elefante/acuerdo-con-mi-hijo-mayor-antes-de-comprar-
su-primer-movil/.
79
80
La buena y la mala educación
Enkvist, Inger
9788499209906
320 Páginas
Cómpralo y empieza a leer
El presente libro tiene el propósito de explicar en qué consiste labuena calidad
educativa. Estudiando diversos sistemas escolares, tanto con buenos como con malos
resultados, se muestran las razones por las que el modelo educativo prevaleciente en
muchos países occidentales no funciona. Y propone un cambio de mentalidad y política
educativa en la que el esfuerzo del alumno, el apoyo de la familia y el aprendizaje de los
contenidos y, muy especialmente, de la lengua tengan un papel central.
Cómpralo y empieza a leer
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82
Cien preguntas sobre el islam
Khalil Samir, Samir
9788490553411
214 Páginas
Cómpralo y empieza a leer
En estos últimos años han tenido lugar significativos acontecimientos --conflictos
armados, inmigración masiva, atentados terroristas, revueltas ciudadanas-- relacionados
con la religión islámica que han afectado de lleno a nuestras vidas. Esto ha conllevado
que surjan viejos y nuevos interrogantes sobre una realidad de la que participan mil
doscientos millones de personas en el mundo y que es, al mismo tiempo, religiosa,
cultural y política. En este libro-entrevista, Samir Khalil Samir, uno de los mayores
expertos en el mundo islámico a nivel internacional, responde a todo tipo de cuestiones
de carácter histórico, doctrinal, social y político relacionadas con el islam, permitiendo
que lo conozcamos y valoremos sin prejuicios y sin ingenuidad, elementos necesarios
para construir formas de convivencia adecuadas con aquellos seguidores de Mahoma que
son ya vecinos nuestros.
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84
La guerra civil y los problemas de la democracia
en España
Moa, Pío
9788490558041
316 Páginas
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¿Qué consecuencias de la guerra civil llegan hasta hoy?
¿Cómo influyó aquella contienda en el resto de Europa y el resto de Europa en España?
¿Cuál fue la verdadera estrategia de Hitler y de Stalin? ¿Tuvo posibilidad de ganar el
Frente Popular y qué habría pasado en tal caso? ¿Qué se jugaba realmente en el conflicto
y qué papel desempeñó en él la democracia? ¿Fue una lucha estéril? ¿Por qué la
democracia ha tenido tantas dificultades para asentarse en España y en gran parte de
Europa? ¿Está segura hoy en España?...
Estos y otros asuntos son tratados en este libro, que se distancia de los enfoques
habituales al plantear cuestiones generalmente pasadas por alto, ya indicadas en sus
cuatro partes:
1. Desarrollo de la guerra civil. Un análisis crítico. 
2. Cuestiones básicas sobre la guerra de España.
3. Los problemas de la democracia en España.
4. El debate sobre la guerra y el pasado próximo.
Ochenta años después de comenzada aquella contienda, sin duda el suceso más decisivo
de la España del siglo XX, se impone un análisis en profundidad de sus efectos,
alejándose de pasiones y de odios todavía demasiado frecuentes.
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86
Amar con los brazos abiertos
Baeza, Carmela
9788490558218
154 Páginas
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Este pequeño-gran libro nos explica, basándose en la información científica más reciente
y en muchos años de experiencia profesional y personal de su autora, el modo en el que
está "diseñada" la relación entre la madre y su bebé para que tenga lugar la lactancia
materna, los factores que en nuestro mundo de hoy la hacen difícil y a veces imposible, y
algunas claves para intentar que todo vaya mejor. Esta segunda edición, corregida y
aumentada, mantiene su carácter de libro anti-manual, breve, intenso y científico pero,
sobre todo, amoroso; nos abre la puerta a entender y sentir cómo podemos vivir con
gusto la crianza y la maternidad.
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88
La belleza desarmada
Carrón, Julián
9788490558133
312 Páginas
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Como toda crisis, la actual "nos obliga a volver a plantearnos preguntas y nos exige
nuevas o viejas respuestas, pero, en cualquier caso, juicios directos, no preestablecidos"
(Hannah Arendt). Es, por tanto, una invitación a abrirnos a los demás y, para los
cristianos, una ocasión para verificar la capacidad de la fe para dar respuesta a los
nuevos desafíos y mantener un diálogo a campo abierto en el espacio público. Julián
Carrón, responsable actual de Comunión y Liberación, una de las realidades eclesiales
más relevantes de las últimas décadas, reflexiona sobre nuestra actual situación de
"cambio de época". En este libro nos plantea de qué modo la propuesta cristiana puede
ser atrayente para el hombre de hoy y contribuir a la construcción de espacios de libertad
y convivencia en nuestra sociedad plural. El acceso a la verdad sólo es posible a través
de la libertad. La historia es el espacio del diálogo en libertad, "lo cual no quiere decir
que sea un espacio vacío, desierto de propuestas de vida. Porque de la nada no se vive.
Nadie puede mantenerse en pie, tener una relación constructiva con la realidad, sin algo
por lo que valga la pena vivir, sin una hipótesis de significado".
Cómpralo y empieza a leer
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Índice
ÍNDICE 4
1. INTRODUCCIÓN 6
2. LA SOCIEDAD DE LAS PANTALLAS 14
3. LA GALAXIA STEVE JOBS 21
4. DE LOS Millennials A LA GENERACIÓN T 27
5. HIKIKOMORIS 35
6. NOMÓFOBOS 42
7. LA ADICCIÓN DIGITAL 48
8. ME DESCONECTO, LUEGO EXISTO 59
90
	ÍNDICE
	1. INTRODUCCIÓN
	2. LA SOCIEDAD DE LAS PANTALLAS
	3. LA GALAXIA STEVE JOBS
	4. DE LOS Millennials A LA GENERACIÓN T
	5. HIKIKOMORIS
	6. NOMÓFOBOS
	7. LA ADICCIÓN DIGITAL
	8. ME DESCONECTO, LUEGO EXISTO