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La vida no tiene marcha atrás Evolución de la conciencia, crecimiento espiritual y constelación familiar

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Ines Diaz

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LA VIDA NO TIENE
MARCHA ATRÁS
Wilfried Nelles
Desclée De Brouwer
Evolución de la conciencia,
crecimiento espiritual y
constelación familiar
 
La vida no tiene 
marcha atrás
Evolución de la conciencia, 
crecimiento espiritual 
y constelación familiar
Wilfr ied Nelles
La vida no tiene 
marcha atrás
Evolución de la conciencia, 
crecimiento espiritual 
y constelación familiar
Desclée De Brouwer
Título de la edición original en alemán:
Das leben hat keinen rückwärtsgang.
Die Evolution des Bewusstseins, spirituelles 
Wachstum und das Familienstellen
© 2009 Innenwelt Verlag GmbH, Köln, Alemania. 
La presente obra ha sido editada por acuerdo con Wilfried Nelles.
Traducción de Alicia Valero
© EDITORIAL DESCLÉE DE BROUWER, S.A., 2011
 C/ Henao, 6 – 48009 BILBAO
 www.edesclee.com
 info@edesclee.com
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transfor-
mación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, 
salvo excepción prevista por la ley
Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Re pro gráficos –www.cedro.org–), 
si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
 
Impreso en España – Printed in Spain
ISBN: 978-84-330-2521-0
Depósito Legal: BI-2714-2011
Impresión: RGM, S.A. – Urduliz
www.edesclee.com
mailto:info@edesclee.com
www.cedro.org
Prólogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11
Agradecimientos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17
PARTE I
LA EVOLUCIÓN DE LA CONCIENCIA HUMANA
Cómo se des-arrolla la conciencia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 21
 Viejos y nuevos dioses . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 21
 Todo crece, o: ¿Qué es el crecimiento espiritual? . . . . . . . . . . 28
 Primer acercamiento: Las etapas de desarrollo de la conciencia 35
 El modelo: las siete etapas de la conciencia en panorámica . . 41
 Jerarquía: ¿escalera o círculo? –o: ¿por qué es una etapa más 
 alta que la otra? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 50
Las etapas de la vida y la conciencia y su correspondencia 
 con las etapas de la vida humana . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 61
 Etapa 1: La conciencia de unidad. La maduración en el seno 
 materno . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 61
 Etapa 2: La conciencia de grupo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 67
Índice
 Etapa 3: La conciencia del yo. La juventud . . . . . . . . . . . . . . . 94
 Etapa 4: La conciencia de estar unido. El adulto joven . . . . . . 115
 Etapa 5: La conciencia de tener una misión. El adulto maduro 146
 Etapa 6: La conciencia de totalidad. La vejez . . . . . . . . . . . . . 163
 Etapa 7: La conciencia total. La muerte . . . . . . . . . . . . . . . . . 171
PARTE II
LA CONSTELACIÓN FAMILIAR COMO TERAPIA ESPIRITUAL
Conciencia y terapia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 175
 Origen y evolución de la psicoterapia. Al servicio de la 
 liberación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 178
 Terapia sistémica. La anulación de la vida . . . . . . . . . . . . . . . 184
 El trabajo de constelaciones. Acompasarse al movimiento 
 de la vida . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 186
El método de las constelaciones: salto a lo desconocido . . 189
 Las constelaciones como espejo del alma. . . . . . . . . . . . . . . . 189
 El conocimiento oculto, o la actualidad del pasado y el 
 presente . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 195
 Nuevos ámbitos de experiencia y conciencia. . . . . . . . . . . . . . 197
 Constelación y meditación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 200
 Lo que es mayor que nosotros: conducir y ser conducido 
 en el no saber . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 202
 Un nuevo paradigma . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 204
 El trabajo de constelaciones espiritual . . . . . . . . . . . . . . . . . . 210
Contenidos y conocimientos de las constelaciones familiares 219
 Tres historias . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 220
 La matriz familiar . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 223
 “El ganso está fuera”, o: en realidad no hay ataduras . . . . . . 227
L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S
8
9
Í N D I C E
La vía de solución de las constelaciones familiares . . . . . . . . 231
 La “Trinidad” de Hellinger . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 231
 “Sí” al no: el punto ciego de Hellinger . . . . . . . . . . . . . . . . . . 236
 Ejemplo 1: Maltrato sexual (incesto padre-hija) . . . . . . . . 243
 Ejemplo 2: El padre pega a la madre, el hijo pega al padre 247
 El no de la juventud. Tres episodios personales . . . . . . . . 249
 Una nueva “Trinidad”: Sí – No – Gracias . . . . . . . . . . . . . . . . 253
Leyes fundamentales de las relaciones humanas y su 
transformación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 257
 Del vínculo a la solidaridad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 260
 Del derecho a la pertenencia a la totalidad . . . . . . . . . . . . . . 263
 Compensación e intercambio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 267
 La jerarquía y los movimientos de la vida . . . . . . . . . . . . . . . . 270
Ver lo que es o aprender de la vida . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 273
Wilfried Nelles sobre sí mismo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 279
Tengo 60 años, y en mi existencia adulta he vivido, me parece, 
al menos tres vidas distintas. La del intelectual, estudiante, asisten-
te, joven investigador y docente en la universidad fue la primera. 
Duró hasta que cumplí 33 años. Comenzó entonces la segunda: la 
vida del buscador espiritual como discípulo del maestro indio 
Osho. Tenía 38 años cuando tocó a su fin. De repente me di cuen-
ta de que había dejado de ser un discípulo y un buscador, y de que 
quería volver a ser una persona normal y corriente. Ocurrió des-
pués de que comenzara a trabajar con constelaciones familiares y 
de que esta labor se convirtiera en mi profesión.
El buscador miró con desprecio durante largo tiempo al inte-
lectual; se consideraba mejor que él. El intelectual –o lo que él 
representaba, lo que había aportado a mi vida– se lo tomó a mal y 
le negó su ayuda, lo cual se reflejaba, concretamente, en que todo 
lo que tenía que decir o escribir, o comunicar por cualquier otro 
medio, apenas le interesaba a nadie. Al menos, no valía a ojos de 
nadie el dinero suficiente para que pudiera vivir de ello. Durante 
algunos años no pude escribir nada. Y mi título de doctor parecía 
carecer por completo de valor.
Esto, naturalmente, habría podido serle indiferente al busca-
dor; a fin de cuentas, a él le importaban cosas “más elevadas”. 
Prólogo
11
L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S
12
Pero no daba igual, pues de algo tenía que vivir. Y aunque de 
alguna manera lo lograba, no se desembarazaba de la sensación 
de que algo no era como debía ser –no porque quisiera que las 
cosas fueran distintas a cualquier precio, sino porque, de hecho, 
no parecía correcto. Pese a ello, el buscador se esforzaba por lle-
gar a lo más alto: la iluminación. Experimentó ocasionalmente 
momentos de infinito amor por todo y todos, sintió cómo la vida 
latía en una brizna de hierba y en una flor, vio, literalmente, 
correr la savia en su interior, admiró el brillo y la luz interior de 
una gota de lluvia y reposó en un silencio perfecto, fuera del tiem-
po y sin propósito alguno. No eran experiencias inducidas por 
drogas ni algo que provocara él mismo, le sobrevenían sin más, a 
menudodurante o tras la meditación. Era consciente de que se 
ocultaba tras ellas mucho más de lo que habría podido imaginar-
se en su primera vida, en su vida de intelectual. Pero aquellas 
vivencias se le escapaban siempre por entre los dedos; los momen-
tos de iluminación no eran más que momentos, y en lugar de 
incrementarse se tornaban cada vez más infrecuentes, o al menos 
eso parecía.
Al descubrir la constelación familiar supe de inmediato que 
encontraría en ella algo que me faltaba, y también supe de inme-
diato que trabajaría en ello. El buscador no tardó mucho en echar-
se a dormir. Había encontrado lo que necesitaba: mis raíces. Y 
comencé a ocuparme no solo provisionalmente de la vida corrien-
te, sino también a apreciarla. Me confesé mis deseos, cosas tan 
indignas como, por ejemplo, un coche realmente estupendo, y me 
permití a mí mismo reconocer las competencias que había detrás 
de mi título de doctor; dejé de esconderlo, y lo enseñé con respeto 
por el intelectual. Este me recompensó de inmediato: no solo cose-
ché el reconocimiento largo tiempo anhelado por mi trabajo y 
compensación económica, también sentí que me hacía avanzar.
13
P R Ó L O G O
¿Y la iluminación? La he olvidado. Si lo desea, me encontrará, 
y si ha de ser, estaré preparado para ella. Mientras tanto me ocupo 
de lo que tengo delante. Hace diez años que ya no medito, y me 
siento más unido al ahora de lo que lo estaba entonces. Con esto 
no hablo en contra de la meditación, pues me ha ayudado, con 
toda seguridad, a alcanzar una cierta serenidad. Pero ya no busco 
llegar a ninguna parte, sino que dejo que las cosas sean lo que son, 
y me dejo a mí mismo ser lo que soy. Se dice que la iluminación 
está en la inmediación de uno mismo, que no se halla lejos de uno, 
sino muy cerca. Si es así, quizás la encuentre sin ir a buscarla. Aca-
bo de leer unas líneas de Eckhard Tolle, palabras hermosas, verda-
deras. Tolle está enteramente “in”, pero ya no me interesa real-
mente. Surge en mí una voz que dice: todo esto es verdad, y todo 
esto ya lo sé. Pero lo importante no es llegar a ninguna parte ni 
alcanzar una conciencia mejor, sino vivir con y en lo que ahora 
mismo estoy. Si eso en lo que estoy es mi ego, que lo sea, y quizás 
deba ser así. Y si es otra cosa, también está bien.
Y con esto llego al presente libro. Lo he escrito porque él 
acudió a mí y me sentí instado a escribirlo. Las etapas de la con-
ciencia que aquí se describen constituyen una evolución o pro-
greso hasta la iluminación. Me parece que esta es la meta final de 
la evolución, la cual es para mí una evolución de la conciencia en 
la que esta, paso a paso, se experimenta y conoce a sí misma. 
Pero lo importante no es cuál sea el modo más rápido y efectivo 
de alcanzar esta meta. Tampoco se trata de una meta que uno 
pueda trazarse; es un fin inmanente, una meta inmanente, un 
telos. En mi caso, me percibo relajado cuando estoy en armonía 
con el movimiento tal y como ahora mismo es. En este sentido, 
describo los pasos de la conciencia como algo que siempre llega 
a su tiempo, al igual que hoy mi corazón abraza al intelectual 
que en su momento fui y lo doy por bueno para aquella etapa de 
mi vida. Sin él jamás habría podido escribir este libro; tampoco 
L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S
14
habría podido escribirlo de no haberlo superado. Y esto vale 
igualmente para el buscador, pese a que ahora ya no busco –o 
quizás de un modo diferente. Sin él no habría dejado de cruzar-
me con la verdad sin reconocerla. No es que ya la haya encontra-
do, que la posea, pero gracias a él he agudizado mis sentidos 
para percibirla. Si no hubiera dejado de buscarla (la verdad, la 
iluminación o como se lo quiera llamar) seguiría demasiado ocu-
pado para descubrirla en las cosas del día a día.
Pero este libro no trata solamente de la búsqueda espiritual en 
el plano personal. Ella solo es el reflejo de un movimiento que 
impulsa a la conciencia en su conjunto. Propiamente, solo hay 
conciencia como un todo, su parcelación en conciencia personal, 
social y colectiva (y en otros planos), aunque pueda resultar de 
ayuda, es al final meramente artificial. No solo nos movemos 
siempre con nuestra conciencia personal en un campo de concien-
cia suprapersonal, sino que nuestra conciencia no es en el fondo 
nada más que una expresión –muy parcial, desde luego– de la con-
ciencia a secas. Y los movimientos de nuestra conciencia solo se 
comprenden en el contexto de ese movimiento global.
Pero lo que aquí presento no es un libro teórico; a mí solo me 
interesa la conciencia en un sentido práctico. Pues es nuestra con-
ciencia la que decide cómo nos sentimos, cómo vemos nuestra 
vida y si somos felices o infelices. Y a este respecto me parece que 
sufrimos tanto más cuanto mayor es la brecha que se abre entre 
nuestro ser y nuestra conciencia. Es aquí donde entra en juego la 
terapia como un medio de unir ser y conciencia. Pues desde mi 
punto de vista, aprobar lo que fue, ponerse de acuerdo con lo que 
es y dejar que venga al ser lo que quiere venir constituyen los pro-
cesos de los que tratan las terapias. Un buen terapeuta es alguien 
que está en situación de ayudar a su cliente a alcanzar esta armo-
nía, y para ello, el mapa de la conciencia que aquí bosquejo puede 
resultar revelador, o así lo espero. La ayuda del terapeuta no con-
15
P R Ó L O G O
siste en decir lo que es correcto, sino quizás en robustecer el senti-
do interior para lo que ahora mismo es necesario y adecuado, y en 
promover la estimación por cada uno de los planos descritos.
Para ello el trabajo de constelaciones me parece especialmente 
indicado, toda vez que va acompañado de una toma de conciencia 
de la evolución de la conciencia. En las constelaciones se muestra 
la realidad de un modo hasta ahora desconocido, ellas nos ponen 
directamente en contacto con nosotros mismos y con las personas 
y acontecimientos que mayor influencia han ejercido en nuestra 
vida, y nos muestran la verdad de nuestra alma. Sobre todo nos 
ayudan a dignificar aquello de lo que procedemos y a ganar una 
perspectiva sobre la dirección en la que caminamos. Y como las 
constelaciones pueden ser inmediatamente vividas con el cuerpo, 
el alma y el espíritu, favorecen los procesos de los que antes he 
hablado de un modo experiencial y holístico. Con todo, el trabajo 
de constelaciones no ha tenido hasta ahora una clara idea de qué 
lugar le corresponde (a él o a cualquiera de sus variantes) en el 
proceso de desarrollo espiritual. Mi libro también desea contri-
buir al esclarecimiento de este punto.
Wilfried Nelles
Marmagen, mayo de 2009
Agradecimientos
17
Quisiera dar aquí las gracias, en primer lugar, a todos mis pro-
fesores, buenos como pocos, amables como pocos. Me he apoyado 
en todos ellos, y cada uno a su manera me ha ayudado. Gracias.
Dos personas han sido especialmente importantes para mí, 
personas que no se consideran a sí mismas maestros, pero de los 
que quizás por ello es de quienes más he aprendido. Osho, del que 
me he considerado discípulo espiritual durante quince años, y Bert 
Hellinger, que durante diez años ha sido una fuente viva de inspi-
ración y un amigo y compañero de camino. Me he separado de 
ambos, pues debía seguir mi propio camino, pero me une a ellos la 
gratitud y el amor.
Deseo mencionar también a un antiguo amigo, Deva Basir 
(Roland Werner), con el que veinte años atrás discutí largo y ten-
dido sobre lo que ahora es mi modelo de crecimiento, y del que he 
aprendido mucho.
Heinrich Bauer y Joachim Vogel leyeron la primera versión del 
manuscrito, me advirtieron de algunos errores e hicieron valiosas 
observaciones, y la calurosa colaboración con Heinrich Breuer en 
diversos congresos y en nuestro instituto Eurasys me ha alentado 
y fortalecido de múltiples maneras.
L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S
18
Mi editora, Jivana Werner, compañera y amiga desde hace más 
de veinte años (¡Dios mío, me acabo de dar cuenta de lo mayorque soy!) ha creído firmemente en este libro y me ha dado el tiem-
po que necesitaba, prestándome con ello un gran apoyo. Gracias, 
Jivana.
Y last but not least deseo mencionar a mi mujer, pues una vez 
más ha estado a mi lado durante los altibajos del embarazo litera-
rio, ha hecho de “interlocutor sparring”, me ha escuchado pacien-
temente y me ha hecho ver cosas importantes con sus comenta-
rios. También a ti, Birgid, te doy las gracias de todo corazón.
I
Las evolución 
de la conciencia humana
Viejos y nuevos dioses
El mundo gira cada vez más rápido y algunos sienten vértigo. 
Dinero, dinero, dinero; parece ser lo único que todavía cuenta. Ya 
se trate de las retribuciones de los ejecutivos, de los traspasos y suel-
dos de los futbolistas o del rédito de las acciones u otras inversio-
nes, todo parece ir de lo mismo: de que cada vez sea más y más. No 
hay día que no salga a la luz alguno de los negocios sucios o estafas 
que llevan a cabo los ricos. Hace unos años, en la feria del libro de 
Francfort, vi a Marcel Reich-Ranicki en carteles publicitarios de la 
gran enciclopedia Brockhaus junto a la frase: “Quien sabe mucho, 
quiere saber más”. Es un lema muy apropiado –trascendiendo el 
asunto concreto del saber– para caracterizar nuestra época: quien 
tiene mucho, quiere tener más. Es posible que el libro Tener o ser de 
Erich Fromm adorne nuestras estanterías, y que haya quien recurra 
a él para el sermón de los domingos, pero en la práctica hace ya 
tiempo que el asunto ha quedado resuelto: lo que está a la orden del 
día es el tener. Ya nadie presta oídos a las advertencias y condenas 
de la decencia. Quien hoy señala a los demás y denuncia la “codi-
cia” de los especuladores financieros, bien puede verse mañana a sí 
mismo en la picota. Cuando el bote de la loto alcanza cifras millo-
narias se duplica el número de apostantes. Cualquiera de nosotros 
es tan codicioso como lo son en Wall Street.
Cómo se des-arrolla la conciencia
21
L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S
22
Tenemos que transmitir valores –reza la popular divisa. Hay 
que recuperar las viejas virtudes, los niños deben ser educados en 
valores. La historia de la candidata americana a la vicepresidencia, 
Sarah Palin, muestra ejemplarmente en qué desemboca semejante 
divisa. Mientras ella orquestaba una campaña en favor de la recu-
peración de los valores conservadores en general, y de abstenerse 
de mantener relaciones prematrimoniales en particular, una hija 
suya menor de edad mantenía relaciones sexuales con un joven 
cuya madre había sido detenida por delitos relacionados con las 
drogas. No fue culpa de Palin, pero un caso así debe dar que pen-
sar a todo el que crea en la posibilidad de que el tiempo camine 
hacia atrás. Si suponemos que Sarah Palin procuró educar a su hija 
con arreglo a su programa político, su ejemplo muestra que su 
implantación era inviable incluso en el seno de su familia. La mis-
ma señora Palin dio claras muestras de su virtud y sentido de la 
moral utilizando dinero donado a su partido para comprarse ropa 
de los más caros diseñadores, y su cargo para poner en marcha una 
venganza personal. Ante esta clase de cosas, uno puede horrorizar-
se o disfrutar del mal ajeno, eso depende de la visión del mundo de 
cada cual, pero ambas actitudes ocultan un único hecho funda-
mental: las viejas normas ya no tienen valor, los así llamados valo-
res han dejado de servirnos de guía, y sobre todo: no hay vuelta 
atrás. Porque esta no es solo la historia de un ama de casa ameri-
cana que quiso llegar a la cima del poder mundial, sino que, a 
grandes rasgos, y al igual que la carrera por el bote de la Lotería 
Primitiva, se trata de nuestra historia, la de todos nosotros.
Los “viejos valores” han caducado. Se enraízan en una con-
ciencia de la que hoy en día solo quedan restos. Vivimos de esos 
restos, a la par que los destruimos. Pero quizás “destruir” no sea 
la palabra adecuada. Se erosionan, desaparecen por sí mismos, 
mueren, sencillamente. Es el curso normal de las cosas, la marcha 
del mundo. Una marcha que no tiene marcha atrás, que ni siquie-
23
C Ó M O S E D E S A R R O L L A L A C O N C I E N C I A
ra puede detenerse. Hace algunos años, poco después de la entra-
da en el nuevo siglo, observaba yo en Budapest, desde la colina del 
castillo, la otra orilla del Danubio con sus viejos edificios del siglo 
XIX y XX. Algunos estaban siendo rehabilitados, otros exhibían 
ya su antiguo esplendor. Era como una ciudad que volviera a la 
vida tras yacer en coma. Y de repente tuve una inspiración: los 
comunistas habían intentado detener el mundo. Se habían opues-
to al curso de las cosas y pretendido someter el mundo a sus desig-
nios. Quisieron imponer sus “valores”. Y en aquel espectáculo 
casi se hacía visible cómo ese mundo había estado a punto de 
morir asfixiado.
También en nuestra vida personal morimos antes de morir si 
tratamos de imponerle a la vida nuestros planes. La vida tiene su 
propio movimiento, y quiere que caminemos hacia delante. Algu-
nas personas añoran su infancia, pero jamás volverá. Muchos opi-
nan que se les privó de algo y que aún tienen que recibirlo, de sus 
padres, por ejemplo. Se quejan de haber disfrutado de poca aten-
ción, amor, cuidado, protección, seguridad. Pero es imposible, 
nuestra existencia no prevé correcciones a posteriori. Lo único 
que puede ayudarnos de verdad es el conocimiento de que todo 
está bien como está, de que tenemos todo lo que necesitamos. 
Otros buscan lo que les falta en otras personas, sobre todo en sus 
parejas. Pero sus parejas no están dispuestas a cubrir el déficit de 
papá y mamá. Incluso si lo intentan, antes o después abandonan 
extenuados. No solo no podemos volver atrás, sino que el presen-
te se nos escapa por entre los dedos cuando queremos sujetarlo. 
La vida avanza imparablemente, desde la cuna hasta la tumba. 
Solo nuestra conciencia pierde el paso del movimiento de la vida, 
queremos detenerlo, invertir su dirección, quizás a veces también 
dar saltos hacia delante. Todo esto es inútil y desemboca en una 
enfermedad moderna: el estrés. Durante mi infancia no existía 
esta palabra, al menos en el país del que procedo. El estrés no es 
L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S
24
otra cosa que el sufrimiento producido por una discrepancia entre 
lo que yo quiero, siento o creo tener que hacer (o ser) y lo que de 
hecho es. Con otras palabras: discrepancia entre el ser y la con-
ciencia. La única terapia eficaz contra el estrés consiste por ello en 
conciliar la conciencia con el ser.
Esto, sin embargo, no es sencillo, pues la conciencia moderna 
se caracteriza precisamente por enfrentarse al ser. Es toda ella 
una única rebelión contra el ser, contra la índole de las cosas. 
Después de que la humanidad se dedicara durante una pequeña 
eternidad, a grandes rasgos, a intentar someterse al ser, o a influir 
al menos sobre la totalidad mediante sacrificios, oraciones y 
magia, el hombre moderno emplea todas sus energías en dominar 
el ser, intenta someterlo. La aceptación del las cosas y relaciones, 
incluso la entrega a lo que es, pasa por ser mero fatalismo. A la 
par, uno se resigna fatalistamente a la llamada lucha por la vida, 
para la que –dicen– no hay alternativa. La mayoría de nosotros 
ve en la época actual el término de un largo proceso de desarrollo 
tras el que no puede aparecer algo nuevo, algo cualitativamente 
diferente, y no como una etapa en el seno de un proceso. El pen-
samiento histórico mira hacia el pasado; hacia delante, hacia el 
futuro, parece no haber posibilidad de desarrollo. Esta es la más 
profunda a la par que más oculta forma de la teoría del final de 
los tiempos, y se halla en el núcleo de la sociedad moderna. La fe 
de nuestra época ilustrada es que nosotros, los hombres de hoy, 
somos el término de la evolución de la humanidad, que la con-
ciencia humana, el espíritu humano, ha alcanzado su forma más 
elevada, la cual, si bien puede ser infinitamenteagudizada y mejo-
rada, no puede trasformarse en una forma superior y, correlativa-
mente, que no es posible que su dinámica inherente, la que nos ha 
conducido hasta aquí, avance hacia estadios superiores. Que la 
ciencia es una cima tras la cual no hay camino hacia abajo, sino 
la caída en un negro abismo, que el pensamiento ilustrado, la así 
25
C Ó M O S E D E S A R R O L L A L A C O N C I E N C I A
llamada razón, es el grado más alto que puede alcanzar la evolu-
ción del hombre, que de un salto hemos alcanzado “el fin de la 
historia” –según reza el título de uno de los más célebres libros de 
un reputado científico1. Aunque en la modernidad se hable ince-
santemente de progreso y uno invierta en él la vida entera, no se 
trata de un progreso hacia algo superior, sino de un perfecciona-
miento infinito (y carente de alternativa) de lo que ya se da. El 
progreso se entiende en un sentido eminentemente técnico, como 
un incremento continuo del dominio sobre la naturaleza. Se pien-
sa que la conciencia misma hace ya mucho que ha alcanzado su 
cima, aunque el hombre siga comportándose como un bárbaro. Y 
esta cima no es en realidad sino una llanura infinita sobre la que 
seguir avanzando, sin que quepa imaginarse algo verdaderamente 
superior, es decir, una conciencia más elevada (o más profunda) 
en un plano cualitativamente diferente. La idea del fin de los 
tiempos en su máxima expresión.
Contra esto, yo sostengo la tesis de que nos hallamos en la 
mitad del desarrollo de la conciencia. Quizás sea este punto medio 
un lugar especialmente crítico (como lo es la “crisis de la mediana 
edad” en la mitad de la vida individual), porque con la realización 
de la razón y la individualidad ha culminado de hecho la totalidad 
del proceso anterior, y el desarrollo, hasta cierto punto, ha dado la 
vuelta: en dirección hacia una nueva forma de totalidad. La idea 
de que la conciencia humana ha alcanzado en nosotros, salvo en 
lo tocante al perfeccionamiento de medios técnicos, su punto más 
elevando, me parece no solo bastante osada, sino expresión de un 
pensamiento que ignora la historia, egocéntrico, y no precisamen-
te lógico. Desde luego que la Ilustración no puede, recurriendo a 
sus propios medios, esto es, con ayuda de la razón, trascenderse a 
sí misma –al igual que la religión no pudo ilustrarse con ayuda de 
la fe, sino que fueron necesarios el escepticismo y la razón para 
 1. Francis Fukuyama, 1992.
L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S
26
desenmascarar las limitaciones de la fe. Pero, ¿por qué negar que 
haya un más allá de la razón, una conciencia transracional que se 
separa cualitativamente de la conciencia racional y la supera?2
Para responder a esta pregunta debemos dirigirnos a la con-
ciencia misma. Si lo hacemos, nos daremos cuenta de que lo que 
nos empuja hacia delante no es solamente la naturaleza, tampoco 
nuestra vida exterior, sino también la conciencia, esto es, la vida 
interior. Y no solo la conciencia de cada individuo, sino la de la 
humanidad en su conjunto. Puede comprobarse la verdad de esto 
en el primer tercio de nuestra vida personal: un niño tiene una 
conciencia diferente a la de un lactante, la del adolescente es dis-
tinta de la del niño, y la del adulto de la del adolescente. En la 
mayoría de los casos, el proceso se detiene aquí, la conciencia no 
sigue creciendo. Al menos no en sentido cualitativo. Y la diferen-
cia entre una conciencia infantil y una adulta es precisamente cua-
litativa. El adulto no solamente sabe más, sino que ve el mundo de 
un modo fundamentalmente distinto, vive casi en otro mundo que 
el niño (si es que la conciencia no se ha detenido en el estadio 
infantil, lo que ocurre no pocas veces). Lo mismo ocurre con la 
conciencia en su totalidad, esto es, la conciencia de la humanidad. 
También esta se desarrolla y crece, con lo que en cada una de las 
etapas de la conciencia el mundo se experimenta y vive de modo 
completamente diferente. Cada nivel tiene su propia visión del 
mundo, sus propias verdades, sus prioridades, sus pasos de apren-
dizaje y problemas. Que la mayoría de los hombres de hoy en día 
pensemos que no tenemos tiempo, por ejemplo, es para el hombre 
 2. Encuentro ahora mismo un pequeño indicio de lo extraña que le resulta esta 
idea al pensamiento moderno (a pesar de que un gran pensador como Ken 
Wilber lleva más de un cuarto de siglo publicando un libro al año sobre ella) 
en el programa (excelente, por lo demás) de corrección ortográfica de mi 
ordenador, el cual subraya en rojo la palabra “transnacional”, indicando que 
está mal escrita o que le es desconocida.
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C Ó M O S E D E S A R R O L L A L A C O N C I E N C I A
de la conciencia premoderna completamente incomprensible. Si 
algo había entonces (y sigue habiendo ahora) en abundancia es 
tiempo. Pero a diferencia de hoy en día, la naturaleza y el hambre 
constituían una amenaza constante. Y los dioses y los espíritus 
eran reales. Asistí una vez al seminario de un chamán del Amazo-
nas, era una ceremonia de ayahuasca. La ayahuasca es una droga 
fuertemente alucinógena –según nuestros criterios–, los indios la 
tienen por una planta sagrada y la utilizan, bajo la tutela de un 
iniciado, en ceremonias de curación y para comunicarse con los 
dioses. El chamán jamás habló de una planta, menos aún de una 
droga y sus efectos, sino del espíritu Ayahuasca, con el que se 
entraba en contacto tras tomar la pócima. Y el espíritu era a la vez 
un dios. Un participante le preguntó si hablaba metafórica o lite-
ralmente de un espíritu. El chamán, un hombre joven, que habla-
ba inglés bastante bien y tenía un modo de conducirse bastante 
moderno, lo miró sin comprender. No entiendo la pregunta, dijo. 
Que si creía que el espíritu Ayahuasca existía de verdad, le explicó 
el participante. Sí, desde luego que existe, respondió el indio, no 
tiene nada que ver con creer, es así, sencillamente. En la selva lo 
sabe todo el mundo.
Hoy tenemos otros espíritus, espíritus que son reales para 
nosotros. Se llaman DAX, Dow-Jones y Nikkei, y ahora, en los 
tiempos modernos, Walhalla se llama Wall Street. Como los anti-
guos dioses, gobiernan nuestra vida a su antojo. Incluso cuando 
no creamos en ellos y no les sacrifiquemos nada, se inmiscuyen 
en nuestras vidas enviándonos terremotos bursátiles y semejantes 
catástrofes naturales, las cuales, indirectamente, también afectan 
a los que no viven allí. Puede que no afecte a los bosquimanos de 
la selva africana o a los orang asli de Borneo, pues para estos son 
más importantes sus antiguos dioses. Cada época, cada concien-
cia, produce sus propios objetos y crea sus propios problemas. 
En algún momento se hacen tan profundos o llegan tan lejos que 
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ya no son solucionables en el seno de la conciencia existente. No 
solo se hacen necesarios nuevos instrumentos (que puede que 
basten para la regulación de los mercados financieros), sino una 
nueva conciencia, una percepción cualitativamente diferente, 
más amplia, elevada, profunda del mundo y de nuestra propia 
existencia. Pues los problemas más profundos de la sociedad 
moderna no se llaman DAX y Dow, tampoco cáncer y sida, ni 
siquiera guerra y hambre. Incluso aunque todo esto se desvane-
ciera como por arte de magia, seguiríamos al borde del abismo, 
quizás incluso más que ahora. Quizás tengamos que resolver 
gran parte de estos problemas antes de estar en situación de ver 
el carácter abismático de la conciencia moderna3. Tanto tiempo 
como los problemas mencionados sigan ahí, seguiremos al menos 
ocupados, y percibiremos el vacío interior solo ocasionalmente. 
Si de repente desaparecieran, es muy posible que se diera una ola 
de suicidios que haría olvidar a todas las otras víctimas, las del 
hambre y las enfermedades –a no ser que alcanzáramos otro esta-
dio de conciencia, en el que pudiéramos sentirnos de nuevo inte-
riormente satisfechos.
Todo crece, o: ¿Qué es el crecimiento espiritual?El crecimiento reside en lo más íntimo de nuestra naturaleza. 
No hay nada en este mundo que no crezca. Todo crece, y crece por 
sí mismo. O para decirlo con las palabras de Osho: sitting silently, 
doing nothing – the grass grows on it´s own (sentado en silencio, 
sin hacer nada – la hierba crece por sí misma).
 3. No distingo aquí entre conciencia moderna y postmoderna. La así llamada 
postmodernidad no representa a mis ojos una nueva conciencia, sino solo 
una modernidad extraviada, una expresión de que ha perdido el alma, una 
negación, a la par que una desesperada búsqueda de alma y sentido.
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C Ó M O S E D E S A R R O L L A L A C O N C I E N C I A
Todo crece –recuerda a una célebre sentencia del por lo demás 
no tan célebre sabio de la Antigüedad: el griego Heráclito. Su 
phanta rhei– todo fluye, expresa en dos sencillas palabras el acon-
tecimiento total del mundo. Cuando uno se sumerge en esta pro-
posición queda sumido en una profunda meditación. Las cosas de 
nuestro alrededor, aparentemente estáticas, se tornan movedizas, 
al igual que todo lo que nuestro espíritu toma por hechos. Nada 
permanece, nada dura, todo está en movimiento, todo cambia 
incesantemente. El antiguo vidente ya lo sabía, dos mil quinientos 
años antes de que existieran la teoría cuántica y los aceleradores 
de partículas: las montañas crecen o se encogen, e incluso en un 
pedazo de hierro las partículas se precipitan de un lado a otro y lo 
modifican, pese a ser invisible a nuestra percepción, en todo 
momento. También nuestro yo fluye, eso que creemos ser; todo, 
todo fluye. En otro pasaje, Heráclito lo ilustra de otra manera: 
“Nadie se baña dos veces en el mismo río”. Y ello no solo porque 
la segunda vez “el mismo” río sea distinto, sino porque el que se 
mete en el río también es para entonces otro. Puede que no se per-
cate de ello, pero el que él mismo fue la primera vez también ha 
sido hace tiempo arrastrado por la corriente. Cuando uno se 
embarca de verdad en esta meditación, en estas palabras y en la 
imagen que dibujan, la propia vida y el estable mundo de cada 
uno se nos escapan rápidamente por entre los dedos. Y frases 
como esta: “Ya no controlo mi propia vida” o “Deseo volver a 
tener el control sobre ella” –que a menudo oigo en mis cursos– 
pronto deberían parecerle a uno absurdas.
Desde hace más de veinte años me ocupo como terapeuta de 
los problemas humanos. Los que asisten a mis cursos proceden de 
todos los estratos sociales, son de muy diversas edades, y a día de 
hoy proceden de casi todos los continentes; sus problemas e histo-
rias personales abarcan casi cualquier aspecto de la vida humana, 
desde disputas con el cónyuge, pasando por la pérdida del puesto 
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de trabajo, hasta abusos sexuales, desde la repentina muerte de un 
hijo, enfermedades mortales, asesinatos en la familia hasta el exter-
minio de casi la totalidad de la familia en el Holocausto o en la 
Revolución Cultural China. Algunos –y no los menos– vienen tam-
bién sencillamente porque quieren hacer algo por su “crecimiento 
interior” o, en términos más profanos, conocerse mejor a sí mis-
mos. Pero se trate del motivo de que se trate, es siempre un proble-
ma de la conciencia, nunca del ser en sí. El ser en sí es sencillo, y 
quien se sitúa frente a él, también lo es. Es siempre la conciencia 
que se coloca entre el ser y la persona la que engendra el problema; 
por ejemplo: causando en nosotros el sentimiento de que el ser es 
malo y de que, por lo tanto, no debería ser y ha de ser rechazado, 
cambiado, superado. Es ahí donde surge el problema. Que el pro-
blema se origina en la conciencia y solamente existe en ella vale 
tanto para la pobreza y la riqueza como para la salud y la enferme-
dad, incluso para la vida y la muerte. Con dinero la vida es mucho 
más agradable que sin él, y estar sano es mucho mejor que estar 
enfermo, pero hay una gran diferencia entre lidiar relajadamente 
con ello y estar obsesionado con el dinero, la salud y cosas simila-
res. Los hechos, las circunstancias de la vida, son una cosa, cómo 
yo me relaciono con ellos es otra distinta; mejorar nuestra vida en 
orden a satisfacer nuestras necesidades y deseos naturales es una 
cosa, hacer de ello la medida de nuestra felicidad o de nuestra acti-
tud ante la vida es algo bien distinto. Hay personas que perciben 
hasta el más pequeño malestar como una catástrofe o un gran peli-
gro, mientras que otras que padecen enfermedades graves llevan 
una vida feliz. La idea, hoy en día ampliamente extendida, de que 
la salud es lo más importante, seguramente asombraría a personas 
de otras culturas o épocas. Es bueno estar sano, qué duda cabe, 
pero, ¿lo más importante? Quizás para un pueblo nómada lo más 
importante sea que el ganado esté sano y tenga suficiente de comer 
y de beber, o que críe bien. Que uno ponga la salud propia por 
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C Ó M O S E D E S A R R O L L A L A C O N C I E N C I A
encima de la del ganado es algo que probablemente no puedan ni 
imaginarse los miembros de semejante tribu. Porque el bienestar y 
la supervivencia del clan o de toda la tribu depende del ganado. 
En comparación con eso, ¿qué importa la salud de la persona? Ni 
siquiera la propia vida es tan importante. Si yo muero, mis hijos 
sobreviven. Si el ganado muere, se acabó todo. Para otros todo 
depende de tener el favor de los dioses o de vivir, sano o enfermo, 
con arreglo a la voluntad de Dios.
Se podría decir, pues, que el problema es nuestra conciencia 
misma, más exactamente: los contenidos de nuestra conciencia, 
nuestro modo de contemplar la realidad. Y en esto insisten macha-
conamente desde hace algunos miles de años los grandes sabios, 
los iluminados y sus discípulos: deshazte de todas las formas y 
contenidos de tu conciencia por el expediente de ser, sencillamen-
te, consciente. La conciencia en la que estos instruyen es una con-
ciencia sin contenidos, perfectamente vacía. Ser puro, despierto, 
un encuentro con la realidad que no quede filtrado ni enturbiado 
por pensamiento ni por sombra alguna de recuerdo de experien-
cias pasadas. El ser consciente –entendido desde el punto de vista 
de los contenidos– queda aquí sustituido por la conciencia pura. 
Al final de su primera gran obra, Crítica de la razón cínica, Peter 
Sloterdijk expresó esto por medio de una poderosa imagen: “Se 
trata de experiencias para las que no encuentro otra palabra que 
vida lograda. En los mejores momentos, cuando de puro éxito 
nuestro más enérgico actuar queda absorbido en el dejar hacer y 
el ritmo de lo vivo nos sostiene y nos lleva, nuestro estado de áni-
mo puede presentársenos de repente como una eufórica claridad o 
una seriedad que reposa maravillosamente en sí misma. Despierta 
en nosotros el presente. El momento ocupa fresco y claro cada 
espacio; estás unido a su claridad, a su frescura, a su alegría. Las 
malas experiencias del pasado se retiran ante el dato de lo nuevo. 
Ninguna historia te hace viejo. Los dolores amorosos del pasado 
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no nos obligan a nada. A la luz de esta presencia de espíritu queda 
rota la fascinación de la repetición. Cada segundo consciente anu-
la la desesperación y se convierte en el principio de otra historia”.4
Debemos pues dirigirnos a la conciencia si de verdad quere-
mos solucionar nuestros problemas. Y esto exactamente es lo que 
hacen la mayor parte de las “terapias espirituales” o “comunida-
des espirituales”: trabajan en el crecimiento espiritual con miras a 
alcanzar estadios de conciencia más elevados, en los que se desen-
mascaran los propios contenidos de conciencia y uno se separa o, 
sencillamente, se deshace de ellos. Ahora bien: la idea de que la 
conciencia debería ser mejor –o más clara, más despierta, elevada 
o amplia– es una representación que introduce una tensión entre 
lo que es y lo que debería ser.
Si hacemos del crecimiento de la conciencia o de la nada per-
fecta una meta a alcanzar,nos creamos de nuevo un problema. 
Bien mirado, dos: el primero es la distancia que se abre en relación 
con el propio ser, que se experimentará como insuficiente y exigirá 
que trabajemos ininterrumpidamente sobre nosotros mismos. De 
ahí que para perseverar en este camino se necesite la ayuda de un 
grupo de correligionarios y, a ser posible, de un gurú, que nos con-
firme que avanzamos por el buen camino, que hacemos progresos 
–siempre insuficientes, por supuesto– y que si seguimos trabajan-
do sobre nosotros mismos, al final seremos recompensados. Aquí 
se impone el paralelismo con la doctrina cristiana de la redención. 
La diferencia consiste en que la salvación cristiana nos espera tras 
la muerte –caso de haber llevado una vida virtuosa– mientras que 
la redención de los nuevos tiempos, la iluminación o la liberación, 
puede ser alcanzada en esta vida –siempre y cuando trabajemos 
duramente sobre nosotros mismos. Es común a ambos el aspirar a 
la redención de esta vida (de este valle de lágrimas), en lugar de 
 4. Peter Sloterdijk, Crítica de la razón cínica, Fráncfort, 1983, p. 953.
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precipitarse hacia la vida. Por otra parte, avanzar hacia niveles de 
conciencia superiores mediante los correspondientes ejercicios sin 
que haya a la base un efectivo crecimiento personal puede desem-
bocar en graves problemas psíquicos. Porque el verdadero creci-
miento no puede ser producido. Sucede por sí mismo.
Existe en efecto un desarrollo superior de la conciencia, pero 
se trata de un proceso natural. Y será tanto más duradero cuanto 
mejor armonicemos con nuestras respectivas conciencias. De este 
modo crecemos con nuestra conciencia, sin malgastar ni un solo 
pensamiento con la idea de que tenemos que crecer más deprisa. 
Trabajar sobre el propio crecimiento para acelerarlo es algo simi-
lar a querer hacer del niño lo más rápidamente posible un adulto. 
Le enseñamos día tras día a pensar, hablar y conducirse como un 
adulto, y no le dejamos jugar con otros niños o solo con los inte-
grantes de un grupo de niños que también deben crecer más depri-
sa, quizás también alimentemos su cuerpo con hormonas. ¿Qué 
puede resultar de todo esto? En el mejor de los casos un pobre dia-
blo que jamás disfrutó de una verdadera infancia y que por ello 
siempre andará buscándola, en el peor de los casos, un monstruo. 
No es casual que muchos buscadores espirituales tengan serios 
problemas para arreglárselas en la vida fuera de su grupo. Esto no 
tiene nada que ver con la maldad del mundo, sino con el hecho de 
haberse apartado de ella. La realidad, esto es, lo que somos y lo 
que nos sucede, el ser-así de la vida, es la genuina fuente de nues-
tro crecimiento. Es también la fuente o el humus de nuestra con-
ciencia. Es la fuente de la que se alimenta.
Todo crece, también la conciencia. Con lo que venimos a parar 
de nuevo en Heráclito. Quizás también la conciencia sea como 
una gran corriente. Como todo río, la conciencia procede de un 
todo, sale en algún punto a la superficie y se convierte en un río 
particular que poco a poco se reúne con muchos otros ríos y final-
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mente termina en otro gran todo, el mar, para disolverse completa 
y definitivamente en él. Y como en el río de Heráclito, tampoco 
puede uno bañarse dos veces en la misma corriente: la conciencia 
fluye ininterrumpidamente, no se detiene, ni corre hacia atrás, y es 
nueva en cada momento. Como procede de un todo, cada río lleva 
en sí el recuerdo de ese todo y puede atisbar que su camino desem-
boca al final en él, en el gran océano. Pero por mucho que pueda 
atraerlo el océano, por mucho que le señale el camino, carece de 
sentido esforzarse por llegar a él ahora mismo o lo más rápida-
mente posible. Equivaldría a negar su condición de río y pasar por 
alto los grandiosos paisajes que ha de atravesar –y conformar– de 
camino al mar. El mar, la disolución en la totalidad, llegará, y lle-
gará por sí misma, es el destino natural del río.
Y así como todo fluye por sí mismo, todo crece por sí mismo. 
El crecimiento es la naturaleza de la vida. Quizás podemos tam-
bién abonar y regar –y aquí también es posible exagerar, de modo 
que al final tengamos verduras hermosas pero sin jugo ni fuerza. 
Es posible que todo lo que crece, que el mundo tal como es y el 
hombre tal como es, sean un aspecto de la conciencia y su desplie-
gue. El crecimiento no es el resultado de un obrar, ni a nivel cós-
mico ni a nivel individual. Es un acontecimiento que sigue su pro-
pio ritmo, su propia velocidad. El desarrollo o crecimiento espiri-
tual no es otra cosa que el des-arrollo del ser consciente mismo, el 
volver hacia sí de la conciencia, no pues un movimiento que parta 
de nosotros y se rija por nuestros deseos o voluntad, sino el movi-
miento de la conciencia misma. La conciencia es el sujeto, se des-
arrolla a sí misma, y nosotros somos una parte de ese desarrollo. 
Lo que nos hace falta (si es que nos hace falta algo) no es crecer 
más rápidamente o hacia algo más elevado, no es una conciencia 
mejor, sino vivir en armonía con lo que es, con la realidad que nos 
rodea y actúa sobre nosotros. De ahí que este libro se oriente a 
que la conciencia (de cada cual) se haga consciente.
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C Ó M O S E D E S A R R O L L A L A C O N C I E N C I A
Primer acercamiento: las etapas de desarrollo de la 
conciencia
A modo de entrada, mi poema favorito de Hermann Hesse, 
que nos acompañará a lo largo de todo el libro:
Escalones
Así como toda flor se enmustia y toda juventud cede a la edad,
así también florecen sucesivos los peldaños de la vida;
a su tiempo surge toda sabiduría, toda virtud,
mas no les es dado durar eternamente.
Es menester que el corazón, en cada llamada,
esté pronto al adiós y a comenzar de nuevo,
esté dispuesto a darse, animado y sin pudores,
a nuevos y distintos desafíos.
En el fondo de cada comienzo hay un hechizo
que nos protege y nos ayuda a vivir.
Debemos ir serenos y alegres por la Tierra,
atravesar espacio tras espacio
sin aferrarnos a ninguno cual si fuera una patria;
el espíritu universal no quiere encadenarnos:
quiere que nos elevemos, que nos ensanchemos
escalón tras escalón. Apenas hemos ganado intimidad
en un morada y en un ambiente, ya todo empieza a languidecer:
sólo quien está pronto a partir y peregrinar
podrá eludir la parálisis que causa la costumbre.
Aun la hora de la muerte acaso nos coloque
frente a nuevos espacios que debamos andar:
las llamadas de la vida no acabarán jamás para nosotros...
¡Ea, pues, corazón, arriba! ¡Despídete, estás curado!
Se pueden pensar los estadios de la conciencia como si forma-
ran una escalera, pero también como si se tratara de círculos que 
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se ensanchan progresivamente. Lo importante es que uno tiene que 
pisar cada peldaño o recorrer vivencialmente cada círculo para 
pasar al que en cada caso sea el siguiente. Quedémonos de momen-
to con la imagen de la escalera. Suelo utilizar dos analogías para 
ilustrar y hacer comprensibles los diversos peldaños del crecimien-
to, y para mostrar que no me los he sacado de la manga, sino que 
hallan correspondencia en muchos planos de la vida. El resumen 
que ofrezco a continuación recurre a la analogía con el sistema 
oriental de los centros energéticos de materia sutil (también llama-
dos chacras) ligados a determinados órganos y zonas del cuerpo 
humano, los cuales, de acuerdo con la medicina ayurvédica o chi-
na, controlan las funciones orgánicas. Más adelante, cuando trate-
mos detenidamente cada una de las etapas, recurriré a la segunda 
analogía, y antepondré a cada fase de la conciencia una breve pre-
sentación de los correspondientes estadios (biológicos) de la vida. 
Aquí, de momento, una comprimida sinopsis:
1. El primer estadio de la conciencia se ordena enteramente a 
la supervivencia: comer, beber, multiplicarse. Está controlado por 
instintos, bio-lógico,esto es, sigue la ley (logos) de la vida (bios). 
Es la forma más elemental, originaria de la vida y está dominado 
por nuestras necesidades básicas. Sin comer ni beber muere el hom-
bre particular; sin sexo, la especie. Por eso no solo necesitamos esta 
conciencia en el primer estadio, sino siempre, por mucho que 
ascendamos. La naturaleza ha sido tan inteligente que la ha implan-
tado en nosotros en forma de instintos cuya satisfacción experi-
mentamos como placentera. Al nivel del cuerpo humano se corres-
ponde con el primer (inferior) chacra o centro de energía en el pun-
to más bajo del tronco, el perineo, también llamado chacra raíz. Si 
estando de pie nos acompasamos con esta zona, podemos sentir 
nuestro vínculo con la tierra. Se percibe claramente lo estable y 
seguro o, al contrario, lo inseguro y frágil que es este vínculo, si 
uno está conectado o no con la tierra. La conciencia, el horizonte 
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espiritual y las necesidades a las que corresponde el nivel 1 giran 
en torno a la supervivencia, esto es: comer, beber y aparearse.
2. El estadio 2 corresponde al chacra del ombligo, al que los 
japoneses llaman hara. Se sitúa dos dedos por debajo del ombli-
go. Entre los samuráis se tenía por una valiosa destreza clavarse 
un puñal (kiri) en el hara con tal precisión que uno quedara 
muerto en el acto (hara-kiri). Curiosamente, en este punto no 
hay ningún órgano corporal cuya lesión pudiera provocar la 
muerte inmediata. Es más bien el centro de la vida espiritual a 
través del cual –con arreglo a la doctrina asiática de la energía– 
nos conectamos directamente con el cosmos y con la energía que 
de él procede. Desde el punto de vista corporal es el punto medio 
entre arriba y abajo. Ahí es donde encontramos nuestro medio, 
nuestro equilibrio –y no solo metafóricamente sino también en 
un sentido completamente profano, por ejemplo al practicar casi 
toda clase de deportes. Así como el descanso corporal en el hara 
proporciona al cuerpo un seguro equilibrio, el estadio 2, como 
estadio de conciencia, es responsable de la estabilidad, seguridad 
y equilibrio en la vida. Aquí lo importante es hallar un sitio segu-
ro, tanto material como anímica y espiritualmente. Un hogar, un 
lugar, una fe, un orden.
3. En el tercer estadio este orden se tambalea. A nivel corporal 
nos encontramos en el plexo solar. También este –como, por lo 
demás, todos los chacras– es un punto muy sensible: un golpe en 
el plexo solar, no necesariamente muy fuerte, y nos quedamos sin 
respiración o incluso nos desmayamos (ohnmächtig werden). 
Ohn-macht (desmayo) es la ausencia de Macht (poder), y de eso 
precisamente se trata en el estadio 3. Pero no de poder en sentido 
político, poder sobre los demás, sino poder sobre uno mismo. Es 
aquí donde reside la voluntad personal, el sentimiento del yo, el 
afán de autonomía. En la escena espiritual, el tercer chacra tiene 
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la negra, es el chico malo que ambiciona poder y al que se llama 
por ello despectivamente “power chakra”. Mientras que hay una 
multitud de cursos ordenados a abrir y fortalecer el chacra raíz, el 
hara, el chacra del corazón y los que se encuentran por encima de 
este, sobre el “power chakra” solo se trabaja para dejarlo atrás 
tan rápidamente como sea posible. Al fin y al cabo esta es la sede 
del ego, y el ego es lo que presuntamente obstaculiza la ilumina-
ción o, sencillamente, seguir creciendo. Esto no solo es injusto, 
sino ridículo, toda vez que casi todos los así llamados buscadores 
espirituales, en su efectivo estado de conciencia, se mueven preci-
samente sobre este tercer chacra. El afán de autoconocerse y auto-
realizarse –y en la mayoría de los casos también el de alcanzar la 
iluminación– es un movimiento del tercer estadio. De lo que aquí 
se trata es de desmarcarse del grupo, de decir “yo” y buscar un 
camino propio. Es a la par el centro emocional en el que experi-
mentamos los sentimientos como algo personal. Dado que los sen-
timientos son potencialmente arrolladores, la conciencia del tercer 
nivel está incesantemente ocupada en sentir (pues solo en el senti-
miento me experimento realmente como “yo”) y en controlar los 
sentimientos. Y como todo ello es bastante desorientador y estre-
sante, muchos desean salir de ese caos de sentimientos, lo que no 
resulta nada fácil. Pero de ello hablaremos más adelante.
4. El cuarto estadio, el corazón. A pesar de ser la meta natural 
de los afanes de los otros tres, este estadio inspira mucho miedo, 
lo cual se comprende si tenemos presente lo que el corazón exige 
de nosotros: confianza y entrega, renuncia a uno mismo. Todo lo 
contrario, pues, de lo que hemos aprendido esforzadamente en la 
etapa 3, esto es, potenciación del yo, poder y control. El camino 
del amor, sin embargo, pasa por la entrega y la renuncia al con-
trol. El amor del corazón no es un amor posesivo, sino incondicio-
nal. No se satisface en el tener, sino en el ser. De ahí que tampoco 
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sea ardiente, sino hasta frío y calmo como un lago (See) de aguas 
profundas. Está más ligado al alma (la palabra alemana See-le, 
alma, viene de See) que al deseo. El chacra del corazón se sitúa en 
medio de los otros seis, es la conexión entre arriba y abajo. Así 
como en el hara hallamos nuestro centro corporal, encontramos 
en el corazón nuestro centro espiritual. Pero ello nos exige dar un 
paso desde el control a la confianza. Quien halla aquí su hogar, 
vive en la confianza sentida de que su vida es atendida, aunque no 
haya nadie en especial que cuide de él y no pertenezca a nadie. Las 
palabras de Jesús acerca de los pájaros que ni siembran ni cose-
chan y que sin embargo se alegran por la vida remiten a este nivel. 
Aparentemente, sus afirmaciones favorecen el punto de vista desde 
el que el nivel 3 contempla a las personas que viven o quieren vivir 
así, las cuales aparecen como locos o soñadores. Puede que haya 
alguna que otra persona que lo resista, pero no puede ser la mayo-
ría. La mayoría puede, a lo sumo, encender un mechero y cantar 
con John Lennon “You may say I’m a dreamer / but I am not the 
only one / I hope someday you’ll join us / and the world will live 
as one” –al día siguiente, empero, hay que ir a trabajar a la oficina. 
Pero cuando uno entra en el nivel 4 o está secretamente en él, se 
hace evidente que la presunta contradicción en las palabras de 
Jesús es solo aparente. Uno vive como un pájaro y cultiva el cam-
po, solo que a diferencia de lo que ocurre en el nivel 3, sin estrés.
5. Si ascendemos desde el chacra del corazón llegamos a la 
parte más estrecha de nuestro cuerpo, el cuello. Y con ello al pun-
to en el que todo lo que procede de nuestro cuerpo, corazón y alma 
se transforma en sonidos, recibe expresión, voz: la garganta. Apa-
rece aquí una nueva forma, que es el fundamento de lo específica-
mente humano, la palabra y el lenguaje. El quinto chacra, el de la 
garganta, es como el ojo de una aguja en el que lo que carece de 
forma produce una densa vibración y se somete a ella. De ahí que 
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esté ligado a la creatividad, a crear y moldear, pero también a la 
belleza, que solo se hace visible en la forma. La creación, empero, 
entraña siempre también solidificación, fijación. El movimiento 
que viene de abajo se comprime en la garganta para hacerse audi-
ble. Y el sonido informe adopta con la palabra tal espesor y filo 
que en casos extremos puede provocar tanto la mayor de las ale-
grías y deleites como la muerte. Para avanzar desde el chacra del 
corazón hasta aquí se requiere sin embargo una llamada, pues de 
lo contrario nadie abandonaría el cuarto estadio, que se basta a sí 
mismo. Por eso el quinto chacra es también el chacra de la voca-
ción y la visión. Y esto lo hace tan atractivo como peligroso. Quien 
no avanza hasta él a partir de lasolidaridad con el corazón y per-
maneciendo unido a él, se eleva fácilmente, precisamente porque 
está llamado a ello, y pasa por encima de todo lo humano, y quien 
no ha interiorizado el tercer estadio, gusta de alzar la mirada hacia 
semejantes hombres.
6. La vocación y la visión señalan hacia algo más elevado, 
incluso hacia lo más elevado, el nivel 6. Aquí hemos llegado casi a 
la cima, porque comenzamos a ver. No a creer (como en el nivel 
2), o a opinar (como en el nivel 3), o a percibir y mirar (como en 
el 4) o a conformar sin saber verdaderamente (como en el 5), sino 
a ver de verdad, clara e inequívocamente. Por eso llamamos al 
nivel 6 chacra del “tercer ojo”. Se sitúa entre los ojos del cuerpo y 
representa la visión espiritual, la visión inmediata de la realidad. 
No la realidad de los ojos del cuerpo, sino la realidad indivisa que 
hay tras ella, o por ella, dentro de ella, más allá del espacio y del 
tiempo. Existe además –se dice– una división en esta fase, por lo 
que esta no sería última cima: la separación entre el que ve y lo 
que se ve, lo visto. Solo cuando esta separación ha sido superada, 
es decir, cuando el vidente (el sentimiento de que “yo” veo algo) 
ha desaparecido, se alcanza la unidad.
41
C Ó M O S E D E S A R R O L L A L A C O N C I E N C I A
7. Y así el séptimo estadio es tanto la cima como la disolución. 
Corporalmente hablando, el chacra corona está en medio de la 
cabeza, justo ahí donde está nuestro punto más blando y vulnerable 
cuando somos lactantes, y que sube y baja con cada pulsación, la 
fontanela. Esta sería pues la iluminación perfecta, la experiencia del 
ser uno, que ya no es una experiencia, pues ya no hay nadie que 
pueda experimentar algo. Por eso la transición hacia la totalidad es 
también descrita por los que la han conseguido como una muerte, 
como una completa disolución del yo. Estamos colectivamente muy 
alejados de esta etapa. Como aquí solo quiero concentrarme en lo 
que hoy por hoy es común, y como además quiero hablar de ello 
basándome en mis propias experiencias, en lo que puedo ver y per-
cibir, solo menciono este plano por mor de la completitud.
El modelo: las siete etapas de conciencia en panorámica
El gráfico que aparece en la página siguiente muestra las siete 
etapas de la conciencia. Al dibujar los círculos me he limitado a tra-
zar las cinco primeras por razones de espacio. He dibujado las eta-
pas con la intención consciente de que los estadios superiores con-
tengan y conserven a los anteriores. El punto en el que un estadio 
pasa al siguiente es a la vez el punto medio del siguiente estadio. Se 
añaden al lado las analogías con las etapas biológicas más impor-
tantes de la vida humana. La franja negra del centro marca la zona 
en la que hoy en día se encuentra la conciencia en las sociedades 
avanzadas. La describo detalladamente en el capítulo dedicado a 
los estadios de la vida y la conciencia, a partir de la página 61.
En las páginas siguientes hallarán un cuadro panorámico de 
las etapas de la conciencia y de los elementos que caracterizan 
cada uno de los niveles, no solo en el plano individual, sino tam-
bién colectivo e institucional.
L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S
42
Las siete etapas de la conciencia
7 conciencia total muerte
6 conciencia de la totalidad vejez
5 conciencia de tener una misión madurez
4 conciencia de unidad adulto joven 
3 conciencia del yo juventud
2 conciencia de grupo infancia
1 conciencia de unidad niño en el seno materno
43
C Ó M O S E D E S A R R O L L A L A C O N C I E N C I A
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47
C Ó M O S E D E S A R R O L L A L A C O N C I E N C I A
El plano colectivo
(Los niveles 5, 6 y 7 han sido conscientemente omitidos por no 
existir experiencia alguna al respecto.)
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L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S
48
Presento pues aquí un modelo que describe la totalidad de la 
vida como evolución ascendente de la conciencia, y que lejos está 
de considerarnos en la cima. Nosotros, y con ello me refiero a las 
sociedades más avanzadas, nos hallamos justo en el punto medio 
de este proceso. Lo que desde el punto de vista de cada uno de los 
estadios en los que uno se encuentra se percibe como proximidad 
del fin, no es en realidad sino una crisis que anuncia la llegada de 
una nueva etapa de la conciencia o de un nuevo estadio dentro de 
un mismo nivel. Con ello se gana una perspectiva sobre las crisis, 
que a menudo se perciben subjetivamente como callejones sin sali-
da. Son el dolor necesario que acompaña al desapego en el camino 
que conduce a algo completamente nuevo. En esa medida apare-
cen en cada transición. Esto se aplica en igual medida al creci-
miento personal como al desarrollo social.
Para la psicología y la terapia es determinante si se dispone o 
no de semejante perspectiva. Desde el punto de vista de su origen 
(y también en su forma actual) la psicología está marcada por la 
perspectiva de la potenciación del desarrollo del yo y la autono-
mía personal. En mi modelo esto se corresponde con el proceso 
individual de conclusión del segundo estadio y con la plena reali-
zación del tercero. A comienzos del siglo XX este era, en efecto, el 
problema psicológico por excelencia, y en parte sigue siéndolo 
ahora. Pero solo en parte. Con el correr del tiempo nos enfrenta-
mos cada vez más al problema de que el así llamado individuo 
autónomo ha perdido el sentido de o la perspectiva sobre la pro-
pia vida, y ello también se manifiesta en innumerables síntomas. 
Son síntomas del estadio tercero, es decir, una patología que surge 
en el estadio 3, y a partir de él. Es la conciencia del yo lo que gene-
ra este complejo de problemas. De ahí que las preguntas, síntomas 
y patologías que surgen con él no puedan solucionarse sin una 
perspectiva que trascienda el estadio 3.
49
C Ó M O S E D E S A R R O L L A L A C O N C I E N C I A
Como ocurre con todo modelo, el presente no puede confun-
dirse con el proceso, con la realidad misma. Está al servicio de la 
descripción y la aclaración, y simplifica por ello procesos infinita-
mente complejos. Cabría así la posibilidad de tomar, en lugar de 
siete, nueve, doce o X estadios, y cada uno de los siete estadios 
podría subdividirse a su vez en siete o X estadios. El número 7, con 
todo, no es arbitrario. Al margen de la iluminadora analogía con 
el sistema de chacras y las correspondientes funciones corporales, 
representa los estadios reales y las transiciones críticas que tam-
bién se muestran en el transcurso de la vida humana y en muchos 
otros campos. Para que el modelo conserve su carácter panorámi-
co, prescindo de mayores subdivisiones. Esto comporta que en 
algunos puntos las opiniones puedan dividirse respecto de si algo 
pertenece a esta o aquella etapa o de si las diferencias son tan gran-
des que se hace necesario añadir un nivel. Lo cual vale sobre todo 
para la segunda etapa, que llega al presente desde las culturas 
mitológicas de la Antigüedad y las culturas tribales. Soy consciente 
de que hay buenos argumentos para tratar a las culturas mitológi-
cas y a las monoteístas como dos etapas diferentes, al igual que en 
la infancia del hombre particular cabe distinguir diversas fases 
(lactante, niños de corta edad. etc.). Yo hablo aquí de diversos 
estadios de la segunda etapa. Son sin duda importantes y entrañan 
cambios enormes que también tocaré. Sin embargo, no es a mis 
ojos lo más importante, pues, pese a estas enormes diferencias, 
existen ciertos rasgos que afectan a la conciencia de toda la época y 
en virtud de los cuales la trato como un nivel. Con todo, está claro 
que, con arreglo a otros criterios, existen otras divisiones certeras. 
Esto es verdadero respecto de cualquier modelo. Los modelos 
reflejan siempre el punto de vista subyacente desde el que se con-
templa la realidad. Y como cualquier otro modelo, este debe faci-
litar la comprensión de las cosas y conformarse con servirnos de 
orientación en la realidad sin retratarla enteramente.
L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S
50
Jerarquía: escalera o círculo – o: ¿por qué es una etapa 
más alta que la otra?
Hay otro aspecto que suscita de inmediato oposición, y es el 
de la jerarquización. A nosotros, personas modernas, ilustradas y 
orientadas hacia la igualdad de derechos, no nos gustan las jerar-
quías. El pensamiento jerárquico es un típico producto de la con-
ciencia determinada por el grupo: el dios todopoderoso, sus servi-
dores (los sacerdotes) y los creyentes; el rey o el príncipe con poder 
absoluto, su corte, sus servidores y los súbditos; el padre, su servi-
dora, la mujer (o madre), y sus hijos como subordinados; el gene-
ral, sus oficiales y los soldados. Estas y otras innumerables figuras 
del pensamiento, así como las relaciones reales que siguen este 
esquema jerárquico, determinan el nivel 2. Por contra, la concien-
cia moderna, esto es, el nivel 3, insiste en la igualdad de partida de 
todos y desconfía por ello de cualquier clase de jerarquía –quizás 
sabiendo (y pese a ello reprimiendo) que sin ellas nada es posible. 
La primera vez que presenté mi modelo en un curso de formación, 
la principal crítica que recibí procedía de la incomodidad que cau-
saba esta estructura jerárquica, y se me exhortó a probar si era 
posible presentarlo utilizando círculos o una espiral. Este senti-
miento es típicamente moderno, y procede del miedo a recaer en 
el modo de pensamiento del nivel 2. Con frecuencia,este miedo 
bloquea el avance del pensamiento y la apertura para caminar 
hacia un lugar allende de la conciencia moderna. Está relacionado 
con el hecho de que la conciencia tradicional no ha sido comple-
tamente superada, sino solo rechazada. Pero para superar la fase 
2 tenemos que asumirla. Si nos representamos mediante imágenes 
el proceso de la superación, vemos que consiste en tomar algo con 
las manos, esto es, en recibir algo, y conservarlo. Que es exacta-
mente lo contrario de rechazarlo. Y sin embargo solo la supera-
ción hace posible avanzar al siguiente periodo, mientras que 
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C Ó M O S E D E S A R R O L L A L A C O N C I E N C I A
defenderse de lo que rechazamos nos encadena, y quedamos así 
aprisionados y trabados para progresar (o para el progreso).
En relación al tema de la jerarquía, esto significa que tenemos 
que tomar amorosamente entre las manos el pensamiento jerár-
quico del nivel 2 y recordarlo, esto es, conservarlo en nuestro inte-
rior, con gratitud, pese a que ahora estemos en situación de pene-
trar sus limitaciones y su lado destructivo. Podemos conseguir 
algo semejante comprendiendo que sin el pensamiento jerárquico 
y su traducción en la práctica nunca habríamos alcanzado el nivel 
3. En estadios tempranos de evolución, los grupos con una orga-
nización y jerarquía claras son siempre superiores a los que care-
cen de ella. Ilustremos esto mediante el ejemplo de un equipo de 
fútbol. Cuando los niños comienzan a jugar al fútbol todos corren 
detrás del balón. El equipo que tiene un entrenador (o líder) que 
pone orden y asigna a cada jugador una posición y una función 
gana a los restantes, amén de que el juego en conjunto mejora. 
Solo así se convierte un jugador particular en un verdadero futbo-
lista. Solo así se descubren paulatinamente y potencian las capaci-
dades de cada cual, así como las capacidades y posibilidades del 
grupo. (Mucho) más tarde puede que sea bueno que los jugadores 
particulares se desembaracen de una formación férrea e introduz-
can por su cuenta un orden provisional adaptándose a las particu-
lares circunstancias del juego. Pero para ello deben haber interio-
rizado antes el principio del orden en tanto que tal. En cambio, 
cuando actúan así para rebelarse contra el entrenador o la estruc-
tura jerárquica, debilitan tanto la efectividad del equipo como la 
suya propia –y con ello, la posibilidad de divertirse. Pueden darse, 
claro está, situaciones en las que la rebelión se haga necesaria, 
cuando por ejemplo la jerarquía imperante ya no se ajusta a la 
situación y pese a ello los líderes se aferran a ella y la defienden 
recurriendo quizás a la violencia. Pero una rebelión solo puede 
tener éxito si no combate la jerarquía en tanto que tal, sino una 
configuración anticuada de la misma.
L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S
52
Igualmente, el pensamiento jerárquico ha contribuido al desa-
rrollo de la humanidad –aún cuando las jerarquías existentes tam-
bién se hayan convertido a menudo en un obstáculo y hayan debi-
do ser modificadas. Cuando no reconocemos esto, nuestra pasión 
antijerárquica hace que quedemos enredados precisamente en el 
pensamiento que combatimos. La consecuencia es que los patro-
nes de pensamiento jerárquico se imponen secretamente y se vuel-
ven así realmente destructivos. Esto es algo que cabe observar en 
la actitud de la conciencia moderna en contraste con la tradicional.
La actitud antijerárquica de la conciencia moderna es solo par-
cial, nunca se dirige contra sí misma. Pues, pese a las proclamas de 
igualdad, se siente completamente superior a la conciencia grupal. 
El debate moderno en torno a los derechos humanos, por ejemplo, 
se alimenta enteramente del sentimiento de superioridad de sus 
protagonistas, del hecho de que consideran su conciencia más 
desarrollada, éticamente superior o más elevada. El punto de vista 
según el cual todos los seres humanos son fundamentalmente 
iguales y deberían tener los mismos derechos, en comparación con 
el pensamiento y las prácticas que atribuyen a las mujeres, por 
ejemplo, un valor inferior, o les niegan los mismos derechos, es 
visto como superior o más elevado. Es decir: frente a etapas de 
desarrollo precedentes, la conciencia moderna no se siente en el 
mismo nivel, sino en uno indiscutiblemente superior. El postulado 
de la igualdad o equivalencia no vale pues para los niveles de con-
ciencia mismos, al menos no para la relación del propio estadio 
con el anterior. Desde la perspectiva de la tercera conciencia, estos 
fueron –o siguen siendo, pues imperan en regiones de la tierra 
menos desarrolladas– claramente inferiores. La conflictividad 
potencial que de esto se deriva para las diferencias culturales radi-
ca precisamente en que la tercera conciencia, la moderna, pese a 
proclamar la igualdad (de valor) y la no jerarquía, se conduce con 
respecto a las demás de un modo doblemente jerárquico: se consi-
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C Ó M O S E D E S A R R O L L A L A C O N C I E N C I A
dera a sí misma no solo más amplia –que es lo que corresponde a 
la realidad– sino mejor, moralmente superior. Y esto precisamente 
es contra lo que luchan y de lo que se defienden las otras culturas, 
porque lo perciben como una humillación.
El modelo que presento aquí es jerárquico solo en el sentido de 
que el nivel superior abarca o comprende los anteriores y los 
amplía, situándolos en una nueva dimensión. Abarca más, pero no 
es mejor. El cuarto peldaño de una escalera no es mejor que el ter-
cero o el segundo, pero uno es sobre él más alto, el horizonte de su 
mirada es más amplio y accede a cosas que antes no alcanzaba. Los 
otros peldaños son necesarios para llegar hasta éste, pero también 
debemos dejarlo atrás, pues de lo contrario no podemos seguir 
subiendo. O tomemos otra imagen: un adolescente ha llegado más 
lejos en su evolución que un niño. Entiende y es capaz de hacer 
cosas que el niño ni entiende ni puede. Y por eso ve el mundo de un 
modo diferente. No por ello la visión del niño es menos correcta o 
buena, ni su conducta es menos inteligente o peor. La perspectiva y 
la conducta del niño son sencillamente infantiles, y esto es lo indi-
cado para un niño. Sería incluso inadecuado que un niño se com-
portara como un adolescente o un adulto. En los casos en los que 
ocurre esto, al niño le falta un fragmento de su infancia, lo que más 
adelante se hará notar en forma de patologías. Desde luego que 
también es impropio que un adulto comportarse como un niño. 
Esto es: cada fase tiene su propia lógica, una lógica adecuada a ella, 
y que no puede ser juzgada como mejor o peor desde otros niveles.
Esto no significa que todos los niveles sean iguales y que no 
exista progreso ni jerarquía. Los niveles superiores son, en efecto, 
superiores, porque comprenden más. Cuando tiene lugar un creci-
miento efectivo, todas las fases anteriores quedan superadas, com-
prendidas y trascendidas en él. Exactamente igual que en el trans-
curso de nuestra vida personal, desde la lactancia hasta la vida 
L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S
54
adulta a través de la niñez y juventud, se cubren y superan etapas 
de maduración, y cada nivel es más amplio y abarcante –y, en este 
sentido, más elevado– que el anterior. Este ejemplo pone de mani-
fiesto algo más: uno puede comprender desde un estadio superior 
los inferiores, pero desde el inferior no pueden comprenderse los 
superiores. Un adulto sabe o puede saber lo que el niño siente y 
piensa. Quizás a algunos les resulte difícil, pero es posible, de lo 
contrario los adultos no podrían, por ejemplo, escribir buenos 
libros para niños. Si pueden hacerlo es porque han experimentado 
el mundo del niño y lo llevan consigo. Y tener esto por imposible 
es una señal de que uno no ha superado ni lleva consigo su infan-
cia, de que solo se ha cerrado a ella, y por eso ya no resulta acce-
sible su modo de pensar y sentir. Un niño, sin embargo, no puede 
sentir como un adulto, puede a lo sumo imitarloo imaginarse que 
forma parte del mundo de los adultos. Este mundo está por delan-
te de él, completamente fuera de su experiencia. Igualmente, nos 
es imposible comprender desde el nivel 2, digamos, el 3 o el 4. Y 
desde el nivel 3 no podemos comprender a un iniciado o ilumina-
do del nivel 6 o 7. Podemos atisbar, o notar, o percibir que es dife-
rente, que su conciencia funciona de un modo diferente a la nues-
tra, podemos imitarlo e imaginarnos muchas cosas, pero solo lo 
comprenderemos cuando hayamos alcanzado ese nivel.
Nada tiene por eso de extraño que la conciencia moderna ten-
ga por imposible desarrollarse hacia algo superior, transformarse 
a sí misma. Sin embargo, sería más correcto decir “no lo sé” que 
“no existe”, pues no es posible saber esto último. Es algo que solo 
se adivina viendo y conociendo a personas que han alcanzado un 
nivel superior. Cuantas más personas de esta clase haya, cuanto 
más cerca estemos de ellas, tanto mayor será la probabilidad de 
que se crea posible lo más elevado, y de que nos abramos interior-
mente para crecer trasciendo nuestro propio nivel. Esto no obstan-
te, solo comprenderemos lo más elevado cuando lleguemos allí.
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C Ó M O S E D E S A R R O L L A L A C O N C I E N C I A
La importancia de esto es eminentemente práctica. Un campe-
sino de Anatolia (nivel 2) que viene a Alemania, pueda ver que los 
hombres alemanes tratan de otra manera a sus mujeres y que las 
mujeres alemanas (nivel 3) se conducen de manera distinta –¡y tra-
tan de otra manera a sus maridos!–, pero no puede comprenderlo. 
Y no puede comprenderlo, no porque sea tonto o no tenga forma-
ción, o porque sea musulmán, o un macho, sino porque vive en 
otro nivel de la conciencia. No es accesible a su conciencia (ni a la 
de su mujer), igual que no lo son las manzanas a las que se llega 
desde el tercer escalón a quien está en el segundo. Un niño de seis 
años vive en un mundo diferente al de quien tiene dieciséis y es 
incapaz de comprender sus sufrimientos amorosos. A quien com-
prende esta relación se le revela que ha de convivir con esa dife-
rencia. Esto se hace tanto más urgente cuanto más se aproximan 
unas culturas a otras en el tren de la globalización o la migración. 
Y el que se halla en un nivel superior de conciencia debe aquí ir 
por delante, pues puede y tiene que ver cosas que el otro no puede 
ver ni comprender.
De ahí que uno pueda perfectamente esperar de, por ejemplo, 
un político o una periodista alemana que sean capaces de apreciar 
la consistencia interna de la conducta del campesino de Anatolia 
y su mujer –lo cual no equivale a tener que aprobarla–, mientras 
que uno no puede esperar lo mismo de la otra parte. Cuando un 
político pone en la picota las estructuras autoritarias y la presunta 
violencia, es decir, el maltrato físico de niños y mujeres, de las 
familias turcas y árabes, y las hace corresponsables de la disposi-
ción a emplear la violencia de los jóvenes turcos y árabes1, olvida 
que hasta los años 60 el castigo físico era de buen tono en la edu-
cación alemana, y no solo en el seno de las familias. Durante los 
 1. El portavoz del Ministerio de Interior del grupo parlamentario CDU/CSU, 
Wolfgang Bosbach, en el programa de televisión “Anne Will”, 27/08/2008.
L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S
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primeros años que fui al colegio castigar a los niños con una vara 
aún formaba parte de la educación. Tenía diez años y estaba en 
cuarto curso cuando el profesor golpeó con toda su fuerza mis 
muslos desnudos, dejándome claras señales, con una gruesa vara 
que guardaba con el resto del material didáctico. Como mis padres 
no lo permitieron –lo que no quiere decir que no me pegaran– el 
profesor fue trasladado, y con ello el castigo físico sistemático –no 
así el guantazo o incluso el puñetazo del profesor cuando se enco-
lerizaba– quedó abolido en nuestra escuela.
La opinión de que el castigo físico no es un buen recurso didác-
tico se impuso en Alemania durante los años setenta. Coincidió 
con el giro cultural de finales de los sesenta, que supuso el paso de 
la conciencia colectiva de la mayoría del nivel 2 al 3. No por ello 
somos mejores que nuestros padres. Solo abarcamos más con la 
mirada y vemos que el castigo físico es más bien perjudicial para la 
educación de los niños, mientras que antes pasaba por ser útil. 
Antes o después los demás crecerán hasta alcanzar esta conciencia. 
Requiere tiempo, y genera conflictos, pero no es posible forzar a 
las personas para llegar a ella. Incluso la arrogancia “progresista”, 
tal y como se expresa en la compasión hacia las “pobres mujeres” 
de tales pueblos, es completamente inadecuada. Es perfectamente 
equiparable a la arrogancia de un adolescente que se ríe de un niño 
o lo compadece por sentir y actuar de manera distinta.2
De todo esto se colige que los niveles de la conciencia constitu-
yen en efecto planos jerárquicamente organizados, que se trata de 
 2. Confío en que se comprenda que con esto no estoy dando un repertorio de 
recomendaciones prácticas para la integración de los extranjeros en Alema-
nia. Algo así exigiría considerar múltiples cuestiones. Por ejemplo, que la 
elite de una sociedad puede exigir que sus leyes sean respetadas, tanto si se 
comprenden como si no. Si bien mi modelo puede aclarar el trasfondo de 
algunos problemas y tener por ello una orientación práctica, ésta no consiste 
en extraer de él recetas simplonas.
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C Ó M O S E D E S A R R O L L A L A C O N C I E N C I A
crecimiento, de pasar de lo sencillo a lo complejo, de lo estrecho a 
lo amplio, de lo bajo a lo alto. No se trata de una conciencia 
mejor, sino de un más de conciencia. Con cada nuevo paso, nues-
tra conciencia abarca más. Y al hacerlo relativiza su antigua con-
ciencia. A la luz de ese más, lo que antes parecía absolutamente 
correcto se muestra ahora solo parcialmente correcto. Pero tene-
mos que reconocerlo interiormente y superarlo, de lo contrario el 
más se convierte en un menos, y si desdeñamos los peldaños infe-
riores, puede ocurrir que la escalera entera se desplome ruidosa-
mente. Con todo, la idea del círculo no es enteramente falsa, pues 
cuando al final de la escalera la conciencia llega a su plenitud y 
regresa a sí misma, abandona la escalera y regresa al principio, 
que entonces ya no se experimenta como un principio sino como 
el ser, carente de principio y de fin.
Cuando mi trabajo en este libro se acercaba a su fin sentí el 
impulso de representar con papel de escribir los distintos niveles 
en el suelo, para colocarme sobre cada una de las posiciones y 
comprobar cómo me sentía en la conciencia de cada uno de ellos.3 
Al principio me imaginé que colocaría las hojas formando una 
línea (como los peldaños de una escalera), pero al profundizar en 
el nivel correspondiente y colocar las hojas sobre el suelo siguien-
do mis sentimientos, las dispuse, para mis sorpresa, en forma de 
círculo en el sentido de las agujas del reloj. La distancia entre ellas 
era la misma, y el séptimo nivel se separaba del sexto y del prime-
ro algo más que los otros entre sí.
 3. Es el procedimiento que se sigue al realizar constelaciones en el asesoramien-
to particular. Se disponen hojas de papel para los miembros de una familia, 
por ejemplo, y uno se coloca sobre ellas. Al hacerlo se experimenta clara-
mente lo que otro siente, qué conflictos existen y qué soluciones se pueden 
aportar. Ver la segunda parte de este libro.
L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S
58
Al recorrer el círculo tuve que avanzar, comenzando por el pri-
mero, nivel por nivel. Era, pues, tanto una escalera como un cír-
culo. Luego indagué si para cada uno de los niveles me venía algu-
na frase a la cabeza. No se trata de reflexionar, sino simplemente 
de pronunciar la primera frase que aparezca. Las frases eran:
3 4
52
1 6
7
59
C Ó M O S E D E S A R R O L L A L A C O N C I E N C I A
Nivel 1: Soy el suelo.
Nivel 2: Soy la columna.
Nivel 3: Soy lo que soy.
Nivel4: Soy la conexión.
Nivel 5: Soy el saber.
Nivel 6: Soy el todo.
Nivel 7: Soy todo.
Pero en el nivel 7 sentí que era expulsado del círculo. No for-
ma parte de él, lo abarca todo y a la vez está en todo. Así que dis-
puse un círculo con seis niveles y me coloqué después en cada uno 
de ellos para vivir su cualidad afectiva. No me importaba tanto la 
dinámica como el tema fundamental de cada nivel. Lo que experi-
menté entonces aparece en lo que sigue a modo de introducción al 
comienzo de cada nivel de la conciencia.
Las etapas de la vida y la conciencia
 y su correspondencia con las etapas 
de la vida humana
61
Etapa 1: La conciencia de unidad. 
 La maduración en el seno materno
Meditación sobre las etapas
Etapa 1
L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S
62
Estoy de pie en mi despacho ocupando el lugar de la etapa 1, 
y lo primero en lo que recae mi mirada es el suelo. Sigo interior-
mente el movimiento de la mirada y observo la alfombra de color 
rojo oscuro; su aspecto es cálido y blando. Como tierra roja, barro 
quizás. La tierra me absorbe, me llama hacia sí, podría arrastrar-
me por el suelo, fundirme con la tierra. Me veo como un relieve en 
el suelo caliente, acogedor y confortable. Alzo lentamente la cabe-
za y miro hacia fuera, miro la nieve y los árboles deshojados. No 
me interesa ninguna otra cosa, solo observo la naturaleza, sin sen-
tir tampoco nada en especial, más bien con indiferencia. Y con 
lentitud. Todo sucede muy despacio, mi espíritu es lento y pesado. 
Sobre todo la cabeza, que tengo algo inclinada, los largos brazos, 
y las pantorrillas, como si tuvieran que cargar mucho peso. Y soy 
pequeño. Cuando bajo de nuevo la vista al suelo, es como si la tie-
rra ahuecada me cubriera formando un montículo, como si me 
hallara en una gruta.
Etapa de la vida 1: Crecer en el seno materno
La primera fase de la vida humana es el crecimiento del niño 
en el seno materno. Hoy está suficientemente documentado el 
hecho de que el niño percibe ya en el seno materno, y de que esas 
percepciones pueden influir en el estado psíquico del adulto. Aún 
cuando no se trate de una vida independiente, está claro que con 
la concepción no solamente comienza nuestra vida corporal, sino 
también la anímico-espiritual. En las constelaciones familiares 
vemos cómo personas que han perdido a un hermano gemelo en el 
útero, por ejemplo, arrastran una pesada carga sin por otro lado 
tener conciencia de lo que ha ocurrido. Por ejemplo, están exage-
radamente gordos y comen por dos, o solo se divierten con activi-
dades que pueden realizar en compañía, o no sienten alegría algu-
na de vivir, o se sienten culpables. Entonces aparece en la constela-
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L A S E T A P A S D E L A V I D A Y L A C O N C I E N C I A
ción un gemelo (a veces su existencia puede también probarse en 
los tejidos) y los síntomas desaparecen. En constelaciones orienta-
das hacia la época del embarazo pueden quedar patentes las hue-
llas psíquicas dejadas por una enfermedad grave o accidente de la 
madre, un intento de aborto, la muerte de un familiar o la separa-
ción de los padres durante este periodo. De ahí que no quepa duda 
de que el crecimiento en el útero materno debe contar como una 
importante etapa de la vida.
Madre e hijo antes del nacimiento del niño
Lo que caracteriza a esta fase es la unión con la madre. En ello 
radica lo que distingue a esta etapa de la vida de cualquier otra. 
El nonato es parte integrante del organismo materno. Aunque el 
niño sea capaz de percibir, la madre no es distinta de él, existe en 
unidad con ella, y sin ella no puede existir. Esto es así durante 
todo el tiempo que trascurre hasta el nacimiento, y por eso hablo 
de esta fase de la vida como de una etapa, pese a albergar enormes 
diferencias y grandes cambios. El proceso que va desde una célula 
embrionaria al niño a punto de nacer constituye un proceso alta-
mente diferenciado y comporta profundos cambios. Si al princi-
pio no hay más que un diminuto punto en sí mismo indiferencia-
Madre
Hijo
L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S
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do, al final de este proceso aparece un ser humano perfectamente 
capaz de vivir. En ninguna otra etapa experimenta el hombre un 
crecimiento tan intenso y global, así como tantos y tan drásticos 
cambios. Entre el comienzo y el final de esta fase median mundos. 
Hay, empero, algo que se verifica en la totalidad de la etapa que 
el niño atraviesa en el seno materno y la dota de la condición de 
una etapa única, cerrada en sí misma y claramente diferenciable 
de las demás: la unidad natural con el organismo materno y la 
dependencia de él.
Aunque el niño esté en proceso, formándose, es desde el prin-
cipio una realidad completa, en el sentido de que no se le añade 
nada desde el exterior. Aquello en lo que consiste el adulto está ya 
dado, solo que aún no se ha desarrollado, y por ello no puede fun-
cionar de manera independiente. Para que sus órganos se formen, 
crezcan y funcionen de manera independiente, la madre debe 
abastecerlo. Esta tiene que desempañar las funciones que aún no 
se han desarrollado en su hijo –y que, pese a ello, existen ya in 
nuce– hasta que el niño esté listo para respirar, para ingerir y dige-
rir alimentos. Hasta entonces, la madre es el único mundo del 
niño, y no podría percibirla como a una persona independiente, 
como a algo diferenciable de sí mismo. Puede oír y sentir, pero no 
distinguir entre él mismo y su madre. Para el nonato, su madre 
aún no es su madre. Ella respira por su hijo, come y bebe por su 
hijo: lo es todo para él, y ello en el más auténtico sentido de la 
palabra. El niño crece y se desarrolla en unidad, madre e hijo 
todavía no son dos. Por eso, al representarlo gráficamente, he 
dibujado el círculo del niño con una línea discontinua, para 
patentizar la no-independencia del niño. Esta circunstancia solo 
se modifica con el nacimiento, solo entonces tiene el niño un sis-
tema circulatorio propio, está separado de la madre y puede 
comenzar a percibirla desde fuera, al principio muy confusamen-
te, y verse por ello a sí mismo como algo propio.
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L A S E T A P A S D E L A V I D A Y L A C O N C I E N C I A
Etapa de conciencia 1: La unidad
Podemos pensar la evolución de la conciencia humana por 
analogía con la etapa del niño en el seno materno. En la primera 
etapa de la humanidad no existe una conciencia individual. El 
hombre vive fusionado con su entorno y con el grupo al que per-
tenece. Al igual que le ocurre al feto en relación a la madre, el 
hombre no percibe el mundo y al grupo que lo rodean como algo 
distinto, claramente diferente de sí mismo, y sin ellos estaría per-
dido, sería incapaz de vivir. No existe yo y grupo, en la conciencia 
forman una unidad. Y tampoco hay un mundo, o al menos un 
mundo entorno. De ahí que solo exista conciencia en la forma de 
la conciencia, sin más. Sería incluso erróneo afirmar que el indivi-
duo se siente una parte del todo, porque esta proposición presu-
pone una distinción entre el todo y la parte que en este estadio, al 
igual que le ocurre al feto, aún no se da. Es una conciencia marca-
da por la unidad, aún no sabe nada de la dualidad.
Esta descripción es tipológica, claro está, no histórica. De ahí 
que no pueda anclarse en datos históricos, y como es natural, ape-
nas sabemos nada de esta etapa, al igual que carecemos de un 
recuerdo consciente de nuestra vida intrauterina. Podemos sin 
embargo suponer que fue una etapa muy larga y que, como ocurre 
con el embrión y el feto, conoció numerosos pasos intermedios y 
estadios de desarrollo. Todas las culturas cuentan o contaron con 
descripciones mitológicas de esta fase, las cuales sobreviven en 
forma de mitos hasta mucho después de que una cultura haya 
transitado al siguiente nivel. El Tiempo del Sueño de los aboríge-
nes, la expulsión judeo-cristiana del Paraíso, los mitos genealógi-
cos griegos, germánicos, africanos o indios apuntan a una primera 
etapa, y en ellos se describetanto la unidad original como también 
(la mayoría de las veces) el trauma de la pérdida de la unidad, la 
separación del origen (nacimiento). No se trata, con toda proba-
L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S
66
bilidad, de un acontecimiento puntual, como pretende, por ejem-
plo, la historia del la expulsión del Paraíso. Lo que para nuestros 
fines importa es que esta etapa existió, y que tiene mucha impor-
tancia en relación a abundantes aspectos de las etapas siguientes.
Pero podemos investigar someramente el significado que tiene 
para la conciencia un mito como el de la expulsión del Paraíso. 
Este glorifica la vida anterior al nacimiento, la no-independencia, 
la fusión, la unidad preconsciente, y equipara el valor de la vida al 
de un castigo. El despertar de la conciencia de la propia existencia 
no se valora aquí como progreso, enriquecimiento o crecimiento, 
sino como miseria y castigo; comer del Árbol de la Ciencia, el 
hacerse consciente de uno mismo (“y se dieron cuenta de que eran 
hombre y mujer”) es el pecado original. Desde esta perspectiva, 
pues, el progreso y el desarrollo no constituyen, según su natura-
leza, pasos alegres y positivos en el mundo y en la vida que nos 
adentran cada vez más en el milagro y la inmensidad de la existen-
cia, sino una necesidad (cuyo origen es la culpa) al servicio de un 
único fin: el regreso al Paraíso.
Esta tendencia no solo caracteriza al mito del origen judeo-
cristiano, sino, mayoritariamente, también a los demás mitos. No 
ofrecen una idea del futuro, solo del lugar del que se procede. Por 
ello no puede haber más desarrollo que la vuelta al origen. La 
fuerza del pensamiento retrospectivo, la añoranza por “los bue-
nos, los viejos tiempos” tiene un fundamento temprano. En el pri-
mer nivel de la conciencia, quizás también en el segundo, no cabe 
otra posibilidad. Solo la llegada del futuro en torno al término del 
segundo nivel (ver también las disquisiciones sobre el tiempo en 
la discusión del nivel 4) permite que surja una conciencia capaz 
no solamente de orientarse hacia el pasado, sino también por el 
futuro.
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L A S E T A P A S D E L A V I D A Y L A C O N C I E N C I A
Etapa 2: La conciencia de grupo
Meditación sobre las etapas
Primero me incorporo, mejor: se incorpora mi cuerpo. Me 
siento mucho más grande que en la posición 1, más firme, despe-
jado y estable. Estoy erguido, recto, con la cabeza alta, orgulloso. 
Mi mirada se posa sobre la pared de enfrente. Hay en ella una tela 
de la India. El fondo es rojo, pero está decorado con bordados 
dorados y plateados, con lo que brilla en múltiples tonos dorados. 
Parece un objeto sagrado, pero no puedo asociarlo con ninguna 
religión concreta. Podría ser un manto ritual o la vidriera de una 
iglesia. Mientras lo recorro con la mirada me siento elevado, como 
si estuviera en una catedral. Me viene a la mente un recuerdo de 
infancia largamente sepultado en mi memoria, el de los servicios 
religiosos en días de fiesta. Un sentimiento intenso, edificante, 
solemne, maravilloso. Un sentimiento de verdadera grandeza. 
Etapa 2
L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S
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Pero no soy yo el que es grande, Ello es grande. Con todo, puedo 
participar de Su grandeza, en eso radica la solemnidad, lo que me 
eleva. Un sentimiento realmente intenso, comprendo perfecta-
mente que uno lo tome por algo sagrado. Al cabo de un rato el 
sentimiento cambia, me vuelvo más importante, me siento más 
grande, es el sentimiento que corresponde a la ley, al rigor, la cla-
ridad: un juez.
Etapa de la vida 2: La infancia
Con el nacimiento, el ser humano entra en su propia vida; es 
dependiente, pero se ha desprendido, hay vínculo, pero no fusión. 
Lo que antes era el medio en el que uno se hallaba inserto es aho-
ra un otro, alguien que está ahí delante y existe separado de uno, 
al igual que existe uno mismo separado de él.
Madre e hijo tras el nacimiento
La madre sigue siendo mi mundo, pero he dejado de formar 
parte de ella. El vínculo sustituye a la unidad. Somos dos, y pode-
mos relacionarnos el uno con el otro.
Madre
Hijo
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L A S E T A P A S D E L A V I D A Y L A C O N C I E N C I A
El niño comienza a descubrir a la madre con las manos, con la 
boca, la nariz y los demás sentidos. Tardará aún bastante tiempo 
en reconocer en la madre a una persona –aún más en reconocerse 
a sí mismo como a una persona–, pero el niño ha de hacerse notar, 
expresar necesidades y entablar contacto de múltiples maneras, y 
al hacer todo esto se experimenta a sí mismo como una realidad 
enteramente independiente. Ahora, sin embargo la madre, al con-
trario que antes del nacimiento, puede ser ampliamente sustituida 
por otras personas. El niño lo experimenta como una separación 
que en la mayoría de los casos comporta un duro trauma. El alma 
infantil vive cada separación de la madre como riesgo de muerte. 
Solo la incesante presencia de la madre le da la seguridad que 
necesita para abrirse al mundo que se le ofrece. Cuanto más inse-
guro es el contacto con la madre, tanto más inseguro le parece el 
mundo, y tanto más tenso y angustioso le parecerá el encuentro 
con él –ahora y, a menudo, para el resto de su vida.
Mucho de lo que más adelante en la vida se expresa en forma 
de patrones perjudiciales, trastornos conductuales, problemas o 
enfermedades psíquicas tiene su origen aquí, y la relación con la 
madre, en particular, y con separación y vínculo, en general, desem-
peña un importantísimo papel en la terapia. A menudo se privilegia 
una y se desatiende o incluso niega la otra, lo cual obstaculiza la 
curación. Muchas de las terapias humanistas que surgieron en los 
años sesenta acentúan la separación, a veces a costa de la unión, 
mientras que entre los que nos ocupamos con las constelaciones 
familiares se sobredimensiona a menudo la vinculación. Conside-
rando detenidamente el asunto, vemos que la separación precede a 
la vinculación. Antes de la separación hay unidad, la vinculación 
supone dualidad. Pero los vínculos, o la interna necesidad de ellos, 
surgen –tanto lógica como efectivamente– tras la separación. El 
nacimiento es la primera experiencia de separación, y para sobrevi-
vir a lo que nos espera tras la separación hace falta la vinculación.
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70
La vinculación ocupa pues el lugar de la unidad, en cierta 
manera la sustituye, y con ello, paradójicamente, se pone al servi-
cio del alejamiento o, más exactamente, de la separación, pues la 
hace soportable. Por ello se haya la primera subordinada a la 
segunda –y es, por tanto, secundaria con respecto ella: la separa-
ción es más importante. Uno puede existir sin vínculos, pero no 
antes de haber sido separado físicamente de la madre. Por otra 
parte, el proceso de separación del niño –y del hombre en general– 
solo puede consumarse mediante la vinculación. Es el vínculo lo 
que proporciona al niño el sentimiento de seguridad y protección 
que necesita para adentrarse en su propia vida (en el mundo). El 
vínculo favorece así el trazado de un camino propio en la vida o, 
dicho de otra manera: la libertad. Lo cual revela como inadecuada 
a la realidad la idea de que los lazos y la libertad se oponen, la idea 
de que uno araña la libertad a las relaciones por ser éstas enemigas 
de la libertad o incluso por hacerla imposible. Ocurre todo lo con-
trario: sin relaciones, la libertad real es prácticamente imposible, 
porque resulta demasiado peligrosa y amenazadora. Sola la segu-
ridad que proporciona una relación lograda nos capacita para 
explorar lúdicamente la libertad (el mundo) y para que el desapego 
se consume gradualmente. Cuando los vínculos son inseguros, la 
digestión psicológica de la separación física es mala e insuficiente.
La infancia está pues marcada por dos elementos que, por un 
lado, se hayan en tensión, y por el otro se hacen mutuamente posi-
bles: la progresiva independización y separación del niño en rela-
ción ala madre y la construcción y cuidado del vínculo que la 
acompaña. Solo pueden vincularse dos realidades que están sepa-
radas. Pero el niño, el lactante sobre todo, claro está, no puede 
sobrevivir sin el otro, de ahí que para él los lazos sean necesarios 
no solo psicológica, sino también materialmente. Le proporcionan 
la seguridad que necesita para vivir. Con el tiempo entra en juego 
la familia, comenzando con el padre, que complementa a la madre. 
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La familia proporciona un sentimiento de seguridad que aminora 
el de dependencia y desamparo. Cuando además es el amor el que 
proporciona estas cosas, el sentimiento de dependencia puede 
incluso ser enteramente superado. En el plano material, la madre 
y la familia pueden ser sustituidos por otros, pero no ocurre lo 
mismo en el afectivo y psicológico. Es típico y característico de la 
infancia, en definitiva, integrarse en la familia y depender de ella. 
El sentimiento de pertenencia y afecto es una condición esencial 
del desarrollo sano, pues proporciona al niño la seguridad interior 
y exterior que necesita hasta poder valerse por sí mismo.
Etapa de la conciencia 2: La conciencia grupal 
 (la conciencia del nosotros)
El nivel 2 de la conciencia se corresponde con la infancia. 
Como esta, abarca un largo camino de desarrollo que entraña 
múltiples diferencias, pero que constituye en sí misma un todo, 
una unidad que se distingue con toda claridad de las demás eta-
pas. En el caso del niño se trata de la inmensa distancia que existe 
entre el lactante, que aún no puede ver ni enderezarse, no digamos 
ya correr o hablar, y que a penas distingue entre sí mismo y el 
entorno, y el chico o chica de catorce años que acaba de entrar en 
la pubertad y comienza a sentirse hombre o mujer y a apartarse de 
la familia. Ahora bien: pese a la existencia de tan enormes diferen-
cias, tanto el bebé de dos semanas como el chico de catorce años 
son igualmente considerados niños. Cuando un adulto mantiene 
relaciones sexuales con un chico de doce años incurre en el mismo 
delito en que incurriría si abusara sexualmente de un niño de dos 
años, por mucho que el de doce haya entrado ya en la pubertad. 
Tienen en común que en ambos casos se trata de niños, de perso-
nas que aún no se hallan en el terreno de su propia vida, que nece-
sitan la protección de la familia o de un grupo que haga las fun-
L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S
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ciones de tal y cuide de ellos. Lo mismo vale para la conciencia del 
nivel 2: depende enteramente del grupo, busca seguridad en la 
pertenencia y la vinculación a un grupo. En el caso de la concien-
cia, el arco de las diferencias va desde el miembro de una cultura 
tribal que aún no se percibe a sí mismo como una persona inde-
pendiente, sino como parte de un grupo, y muere si se lo separa de 
él, hasta la conciencia tradicional que aún hoy en día impera en 
muchas partes del mundo –y no solo en culturas atrasadas de 
regiones remotas, ni solo en el fundamentalismo religioso, sino 
también en amplios campos del día a día de las sociedades moder-
nas. Me gustaría ilustrarlo con dos breves historias.
A mediados de los años ochenta vivía en un edificio de tres 
plantas en una zona residencial para empleados públicos a las 
afueras de Wuppertal con maravillosas vistas al valle de Elberfeld. 
Yo trabajaba en la universidad; salvo por las horas lectivas, podía 
organizar libremente las horas de asistencia y tenía mucho tiempo 
para ir con mi hijo pequeño a una de las pistas de juego de la zona. 
Una de ellas, pequeña, estaba situada justo debajo de mi balcón. 
Pasaba mucho tiempo sentado en un banco mientras los niños 
jugaban en la arena. Vivíamos en el segundo piso, y debajo de 
nosotros había una pareja de nuestra edad. El marido era secreta-
rio de juzgado y llegaba a casa todos los días a las cuatro de la tar-
de. En verano siempre se repetía el mismo ritual: él salía en chán-
dal y camiseta al balcón y se sentaba en su butaca con las piernas 
en alto. Su mujer le llevaba el periódico, una botella de cerveza y 
un vaso, le servía la bebida y se volvía a meter en casa. Tras obser-
varlo en varias ocasiones le dije un día a mi mujer: “A veces me 
gustaría ser como Malinowski y tener una mujer que me llevara 
una cerveza mientras yo me repantigo en el sofá, y que después se 
marchara a hacer la comida”. No recuerdo exactamente cómo 
reaccionó mi mujer, probablemente me dijo algo así como: “Vas tú 
bueno”. Las mujeres de mi círculo eran por aquel entonces bastan-
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te susceptibles y no tenían mucho sentido del humor. Desde luego, 
no lo había dicho en serio, pero, por otro lado, tampoco comple-
tamente en broma. Tanto el señor como la señora Malinowski 
parecían completamente satisfechos con esta división del trabajo y 
este modo de relacionarse el uno con el otro. Nunca los oí discutir. 
Nosotros en cambio discutíamos no pocas veces y a menudo con 
mucho ardor, pese a que yo cocinaba al menos tanto como mi 
mujer y compartíamos a partes iguales el cuidado de los niños. Por 
eso me parecía que en la división tradicional de papeles imperaba 
una cierta armonía que nosotros habíamos perdido. Y en ocasio-
nes la parte de mi yo necesitada de armonía se sentía bastante 
atraída por ella. Pero solo en ocasiones, y solo “teóricamente”, en 
el pensamiento. Pues al margen de que supiera que mi mujer jamás 
participaría en algo así, tenía totalmente claro que yo mismo tam-
poco sería capaz de jugar a ese juego. Mi conciencia ya no me lo 
permitiría, ya no habría podido quererlo en serio. Habríamos 
podido acordar otra división del trabajo –y de hecho lo hicimos 
más adelante–, pero el mundo en el que vivía Malinowski ya no 
era el nuestro y tampoco el mío. Vivíamos en la misma casa, en 
pisos de idéntica hechura, a la par que en mundos completamente 
diferentes. ¿Qué definía a esos mundos? ¿Qué nos distinguía? 
Nuestra conciencia. Nuestras formas de relacionarnos, nuestros 
valores, en resumen: la tradición en la se movían el señor y la seño-
ra Malinowski ya no era la nuestra. La habíamos abandonado, y 
no podíamos volver atrás, incluso aunque lo hubiéramos querido.
Diez años después. Estoy sentado junto a la ventana de nuestra 
casa en Eifel. Es la casa de mis padres, nos hemos mudado a ella 
unos años atrás. Observo a mi vecino, Mattes. Mattes ha dejado de 
trabajar oficialmente a los 60 años. Era albañil, y no quería matar-
se a trabajar por un salario. Pero sigue trabajando, todo el día. 
Hace trabajos de albañilería aquí y allá, pero sobre todo trabaja en 
su gran jardín. Disfruto observándolo, sobre todo cuando maneja 
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la guadaña. Los bancales de su jardín están rodeados por praderas 
con árboles frutales que él sigue segando a mano. Es todo un arte, 
yo lo he intentado un par de veces sin apenas arrancar una brizna 
de hierba. En cambio me dolían los riñones pasados dos minutos. 
Mattes siega con tanta calma y regularidad que basta observarlo 
para entrar en meditación. Mi mujer, por cierto, está tan impresio-
nada por ello como yo; a menudo especulamos sobre si no podrá 
Mattes meditar mucho mejor que nosotros, que necesitamos para 
ello sentarnos con los ojos cerrados. Ya se trate de segar, cavar, 
plantar retoños en la tierra o arrancar malas hierbas, todo ocurre 
en profunda paz y armonía consigo mismo y su obrar. También 
Mattes, más aún que Malinowski, vive en un mundo diferente al 
mío, y parece sentirse satisfecho. “¿Irse de vacaciones? ¿Para qué? 
¿Y qué hago yo fuera de aquí?”, me dijo en una de nuestras escasas 
conversaciones. No, lo comprende aún menos que el hecho de que 
a veces discuta con mis hijos o de que les pregunte por sus motivos 
para haber hecho algo que no apruebo: “¡Un par de guantazos y se 
acabó!”. Y su mujer, claro está, también tiene que hacer lo que él 
dice,eso no es algo que esté en discusión. Aun así, Mattes no es en 
absoluto un déspota, ni siquiera un patriarca, sino un hombre tran-
quilo, amable, y con un fino sentido del humor. Ese es su mundo, 
sencillamente, y cuando me pregunta por algún aspecto relativo al 
mío, me escucha sonriendo y se guarda sus pensamientos.
No puedo dejar de recordar aquí a Max Weber, el más impor-
tante sociólogo alemán. En su célebre conferencia “La política 
como vocación”, impartida en 1919 ante muchos estudiantes y 
jóvenes académicos contra tendencias espirituales de inspiración 
romántica, alude a una historia de Tolstoi. El campesino ruso de 
Tolstoi, escribe Weber, muere cuando al término de una vida pre-
sidida por duros y penosos trabajos mira hacia atrás “satisfecho y 
saciado de vida”. En opinión de Weber, esta sencilla felicidad en 
perfecta armonía con el pasado y con condiciones de vida experi-
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mentadas como dadas tiene su origen en la tradición, sobre todo 
en la religión, y hoy (es decir, en torno a 1920) ya se habría perdi-
do. Al hombre moderno, de mente ilustrada, no le queda más 
remedio que decidir por sí mismo “qué demonio va a guiar su 
vida”. Hay que “soportar virilmente” este destino de nuestro 
tiempo, en lugar de ir a la búsqueda de falsos profetas. Y lo que 
debe ser soportado es sobre todo no hallar en las circunstancias 
dadas sentidos heredados que proporcionen al individuo una 
dirección y algo así como satisfacción íntima. Ante cualquier deci-
sión vemos que podría haberse tomado otra, la vida se torna ente-
ramente subjetiva, a discreción de cada cual. Puedo vivir así o de 
otra manera, ya nadie sabe qué es lo correcto. Para Max Weber (y 
la sociología que le ha sucedido hasta nuestros días) ese es el pre-
cio de la modernidad.
Han transcurrido casi cien años desde la conferencia de Weber 
y a la modernidad le ha sucedido la “postmodernidad” –palabra 
que viene a decir que vivimos en una “etapa posterior” a la prime-
ra que no sabemos definir mejor, y en la que repentina e inespera-
damente vuelven a cobrar fuerza las más diversas formas de vida 
religiosa. Esto no contradice lo afirmado por Max Weber: hoy en 
día uno se pasea por las estanterías del supermercado religioso, 
elige su “demonio” y se pasa por la caja a pagar. Sobre si se ha 
elegido al correcto, sin embargo, nos mantenemos en la incerti-
dumbre. Al menos este es el aspecto que ofrecen las cosas a una 
mirada superficial. Dejo para más adelante la consideración de si, 
en efecto, tenemos esta elección o de si no es siempre el resultado 
de una determinada interpretación del mundo. Lo que en primer 
lugar y ante todo me interesa es la pregunta de si la modernidad o 
postmodernidad es realmente el punto final de un proceso evolu-
tivo en el que el hombre se desprende de contextos de sentido que 
lo sobrepasan, quedándose entonces solo y debiendo decidir cómo 
(y si) puede dar un sentido a su vida, o si no será más bien una 
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76
etapa que debemos recorrer para ser conducidos a una totalidad 
completamente diferente. No obstante, coincido enteramente con 
Max Weber en que no es posible volver al pasado. Tanto Mali-
nowski como Mattes son inalcanzables para mí. El anhelo de sen-
cillez, solidaridad y totalidad debe orientarse hacia el futuro, y al 
recorrer el camino que nos conduce a ellas no nos es posible eludir 
el sentimiento de soledad y aislamiento del yo, de hallarnos ente-
ramente solos en el mundo. El que no solo “resista virilmente”, 
sino que también esté dispuesto, en palabras de un contemporá-
neo de Weber, Hermann Hesse, a “atravesar alegre espacio tras 
espacio” para “darse a nuevos y distintos desafíos”, pronto expe-
rimentará los espacios de la conciencia que se hallan más allá de 
la soledad existencial del yo-personalidad, y accederá a ellos el 
tiempo suficiente para saber de su existencia y gustar su sabor. La 
experiencia de que el yo no es el final del camino nos ayuda a 
superar el apego al estadio 2.
La vida no nos pertenece
Pero me he adelantado. La “resistencia viril” de Weber es váli-
da para el nivel 3, del que no se tomó enteramente conciencia has-
ta después de la Primer Guerra Mundial, el campesino de Tolstoi 
representa en cambio una conciencia madura de la etapa 2, y el 
pequeño burgués urbano y tradicionalista estilo Malinowski está 
ya con un pie en el tercer estadio, aunque con el otro aún no haya 
abandonado el segundo. Para comprender el significado psicoló-
gico de la segunda etapa, debemos intentar abarcarla con la mira-
da. Solo así cabe apreciar cuáles son sus logros e importancia para 
la evolución de la conciencia, porqué a muchos les resulta tan difí-
cil desvincularse psicológico-afectivamente de ella y por qué 
muchos incluso recurren a la violencia para defenderse del progre-
so en general y de la modernidad en particular. Para ello tenemos 
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L A S E T A P A S D E L A V I D A Y L A C O N C I E N C I A
que remontarnos muy atrás, pues, como la infancia, el nivel 2 
abarca un amplísimo arco evolutivo y un largo periodo de tiempo. 
Al comienzo de este camino de siglos y siglos, la conciencia, 
como el niño, se encuentra completamente ligada al origen, casi 
fusionada con él. Solo muy paulatinamente se vislumbra la sepa-
ración en la conciencia. La unidad con el origen pervive en forma 
de mito, y en el plano real se traslada al grupo. Es él el que ahora 
procura protección y seguridad, si bien solo puede hacerlo resta-
bleciendo el vínculo con el origen, esto es, con el mundo de los 
dioses y otras figuras que presiden el mito, a través de sacrificios 
y muchos otros rituales. El sacrificio, incluso el sacrificio humano, 
es cualquier cosa antes que una crueldad –solo desde un nivel de 
conciencia posterior se lo toma por tal. En el seno de la conciencia 
arcaica de la temprana etapa 2, el sacrificio es un medio de esta-
blecer contacto con el mundo de los dioses, con el origen, con la 
madre. Sin ese vínculo el hombre estaría perdido. Incluso en la 
etapa tardía de la segunda conciencia, es decir, hasta nuestros días, 
el sacrificio humano es una práctica bastante corriente, solo que la 
forma que adopta no permite descubrir directamente la relación. 
Los atentados suicidas musulmanes representan el ejemplo más 
actual; y para movernos en nuestro círculo cultural, hallamos otro 
ejemplo en los mártires cristianos venerados como santos y a los 
que la Iglesia sigue rindiendo culto, y un tercero en los “héroes” 
que dan la vida por la patria o cualquier otra idea. Aunque estas 
víctimas ya no son elegidas por un sacerdote u otra autoridad que 
les imponga el sacrificio (salvo cuando se los destina en grupo a 
emprender una lucha santa), la cultura a la que pertenecen venera 
el sacrificio y hasta lo desea ardientemente.
El sacrificio, el culto en general, ponen en contacto al hombre 
con los dioses. Esta puerta abierta a los dioses mantiene al grupo 
en contacto con su origen, en cuyo seno se siente a salvo. En el 
L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S
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culto sacrificial, la tribu vuelve a ponerse enteramente en manos 
de los dioses, que pasan por ser también antepasados. La víctima 
simboliza que la vida, en última instancia, no pertenece al hom-
bre, sino a los dioses. Nos ha sido prestada o, mejor dicho, otor-
gada. Esto es algo, por cierto, que hoy en día sigue siendo verda-
dero, solo que lo hemos olvidado, y este olvido es una gran e irre-
parable pérdida. Todas las religiones subrayan que nuestra vida 
pertenece a Dios. Este es el sentido profundo de la historia, terri-
ble, por lo demás, en la que Dios ordena a Abraham que le ofrez-
ca en sacrificio a su hijo Isaac. Desde la así llamada perspectiva 
ilustrada, lo que aquí se exige es obediencia incondicional, pero 
esta lectura es superficial. Esta historia solo tiene sentido si parti-
mos de que nuestra propia vida, así como la de nuestros hijos, nonos pertenece, y ello es así no porque les pertenezca a ellos, sino 
porque, como nuestra propia vida, le pertenece a Dios. Es solo 
porque Abraham sabe esto por lo que consiente en sacrificar a su 
hijo amado, y no por una mal entendida obediencia ciega.
No es sin embargo necesario ser religioso en sentido tradicio-
nal y creer en Dios para darse cuenta de que la vida no nos perte-
nece. Nos basta con mirar hacia la muerte. En la muerte, la vida 
retorna a su origen, sea este cual sea y se halle donde se halle. A la 
vista de la muerte, se hace perfectamente claro que no poseemos 
nada, absolutamente nada, y que nunca lo poseímos, tampoco 
nuestra vida. Solo ha sido un préstamo. En nuestros días, el maes-
tro indio Osho ha formulado esta verdad de un modo tan poético 
como críptico: antes de su muerte en 1990, dispuso que en el már-
mol de su urna se escribiera:
Osho
Never Born, Never Died: Only Visited this Planet Earth 
between Dec 11 1931 – Jan 19 1990
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Uno de los grandes problemas que atraviesan la tercera etapa 
es que la pérdida de los dioses o del dios único va acompañada 
por la del conocimiento de que no nos pertenecemos. Que los dio-
ses de la Antigüedad y el Dios del cristianismo hayan muerto para 
el hombre moderno no implica, ni muchísimo menos, que ahora 
la vida le pertenezca. Nuestra vida podría pertenecernos solo en el 
caso de que nos perteneciera la vida, esto es, si fuéramos los seño-
res de la vida y la muerte. Pero nada más lejos de la realidad. No 
obstante, obramos y vivimos como si así fuera –vivimos, pues, en 
un gravísimo error. Profundizaré en esta idea al ocuparme del 
nivel 3. En los comienzos de la humanidad, la conciencia de que la 
vida no nos pertenece estaba completamente presente. La Biblia 
–como otros textos sagrados– representa preponderantemente un 
estadio tardío en el que esta verdad ha de ser formulada expresa-
mente por medio de dramáticos relatos como el del sacrificio del 
propio hijo que acabamos de mencionar. Se trata de una adverten-
cia: “no olvidemos que pertenecemos a Dios”, y revela que la con-
ciencia ya se ha separado considerablemente del origen, y que, al 
igual que el niño que se aproxima a la edad preescolar, se entiende 
a sí misma como algo independiente. En los comienzos de nuestra 
evolución, el individuo particular no desempeña un papel sustan-
tivo. Solo existe como miembro del grupo, al igual que el dedo 
existe como parte de la mano. Sin la mano, el dedo muere, sin el 
grupo, el individuo no es nada, igual que el grupo, que tampoco 
puede existir sin vínculo con el origen (los dioses, el mito).
Pertenencia, o: El grupo y el individuo
Como ya se ha dicho, este es el comienzo de un largo viaje, la 
fase de lactancia, por decirlo así, de la segunda etapa. En los esta-
dios posteriores, a lo largo de grandes periodos de tiempo, surge 
progresivamente (y desde luego no linealmente, sino con avances 
L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S
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y retrocesos) una conciencia –inicialmente muy rudimentaria– del 
uno mismo. Con todo, hasta el término de la segunda etapa, esta 
estará siempre referida al grupo, se percibirá y presentará a sí mis-
ma como “parte de”, como “perteneciente a”. En los primeros 
estadios, el hombre carece enteramente de conciencia del yo. Se 
distingue, ciertamente, la propia persona de los demás, pero de la 
misma manera a como se distingue entre las diversas partes de 
uno y el mismo cuerpo, sin percibir en ellas yoes. Como le ocurre 
al niño, esto cambia paulatinamente, y con el tiempo se desarrolla 
una clara conciencia de la yoidad. Esta, pese a todo, permanece –
en el discurso intelectual, hasta bien entrada la Ilustración, y en la 
realidad, en el mundo de la vida, hasta la Segunda Guerra Mun-
dial– siempre referida al grupo. Aquí tampoco es posible ofrecer 
una fecha concreta, pues el desarrollo de la conciencia se verifica 
por medio de impulsos de avance y retroceso, y no del mismo 
modo en todas las regiones de la Tierra. En Europa, la Ilustración 
(primer gran empujón), las dos grandes guerras y el período de 
entreguerras (en el que hubo tanto impulsos de progreso como de 
retroceso) y los años sesenta constituyen momentos decisivos para 
el tránsito de la etapa 2 a la 3.
La segunda conciencia se define a través de un grupo al que se 
pertenece inseparablemente. Tiene que ser siempre uno y el mismo 
grupo. Puede tratarse de la familia –hoy en día fundamental–, de 
la tribu –antaño mucho más importante que la familia–, de un 
pueblo, una nación, una religión o un subgrupo religioso. La 
segunda conciencia es una conciencia de grupo. No puede existir 
sin pertenecer a. Si deja de ser parte del grupo, solo puede desapa-
recer. Volver de nuevo la vista hacia el niño puede aclarar esto. 
Los niños no pueden vivir sin el grupo. Si desaparece su familia, 
necesitan que otros ocupen su lugar, siquiera alguien de su misma 
edad, como ocurre con los niños de la calle en los países del Tercer 
Mundo. Aquí el grupo se convierte en un importante instrumento 
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de supervivencia, y las reglas imperantes son muy duras. Quizás 
algunos niños sobrevivan solos a partir de una determinada edad, 
pero se trata de casos excepcionales. Y desde el punto de vista 
afectivo y social quedan atrofiados.
Lo mismo vale, en general, para la conciencia del segundo 
nivel. Es una conciencia-nosotros. Para algunos pueblos indíge-
nas, ser expulsado de la tribu es peor que la muerte, y en la anti-
gua Grecia el destierro pasaba por ser un castigo terrible. El espí-
ritu de cuerpo que impera en grupos institucionales como el ejér-
cito o la policía se basa, hasta el día de hoy, en ella, así como la 
conciencia grupal llamada “solidaridad” en todos los grupos sur-
gidos de los movimientos obreros, y la cultura del fan de los clubs 
deportivos. Podemos hallar innumerables ejemplos de que hoy en 
día la conciencia-nosotros se impone sobre la autonomía personal 
y la conciencia del yo en múltiples áreas de la vida. La diferencia 
entre la etapa 2 y la 3 no radica en que en la etapa 3 ya no exista 
una conciencia del nosotros, sino en la obligatoriedad que impone 
ese nosotros, en la indiscutible primacía del grupo sobre el yo o, 
para expresarlo de otra manera, en el lugar en el que uno se siente 
en casa: en el nosotros o en el yo. La conciencia del nivel 2 se sien-
te en casa fundamentalmente en el nosotros, de él se derivan sus 
prioridades y acciones. Existe también una sentimiento del yo –
tanto más intenso cuanto más desarrollado sea el estadio de la eta-
pa 2–, pero siempre está integrado en un nosotros, en un grupo y 
sus valores. Lo que el yo piensa, siente y el modo en que actúa está 
determinado por el grupo o, al menos, fuertemente influido por él. 
La acción se apoya en la tradición (así también vivieron/pensaron/
creyeron/actuaron mis antepasados; esto se hace así, siempre ha 
sido así), en el deber, la honra y la moral (estoy obligado a, es mi 
deber/responsabilidad, no puedo negarme, es lo suyo) y en la con-
ciencia, estrechamente ligada a ella. La conciencia, por cierto, no 
es una instancia individual, sino la conexión interna con el grupo, 
L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S
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preponderantemente con la familia de la que se procede. En la 
buena o mala conciencia alzan su voz los valores que funcionan en 
nuestras correspondientes familias. Si hacemos algo que entra en 
conflicto con ellos, aparece la mala conciencia. Una vez más, esto 
es algo que se hace patente observando a los niños: cuando son 
“desobedientes” o hacen algo que sus padres no aprobarían se 
sienten interiormente culpables y tienen mala conciencia. Y cuan-
do uno se emancipa de la niñez se suma a lo anterior el conoci-
miento de que no todo lo que los padres hacen y dicen es correcto. 
Con él aparece primero la conciencia de la posibilidad de y des-
pués la pulsióninterior a atenerse al propio juicio, en caso necesa-
rio contra los padres. A menudo se asocia al vislumbre de que uno 
tiene que seguir un camino propio, nuevo, distinto en la vida. Sur-
ge de aquí un conflicto con la propia conciencia, que solo se solu-
ciona cuando uno aprueba a sus padres y su infancia con gratitud. 
Me detendré en el tema más adelante.
Lo mucho que se depende en esta etapa del nosotros se eviden-
cia también en el modo en que se percibe a los demás, a saber, 
como miembros de un determinado grupo. Solo después se los per-
cibe como individuos. La conciencia de grupo no percibe entera-
mente a los demás como seres humanos, no al menos del mismo 
valor. El extraño es per se algo subhumano. El blanco, por ejem-
plo, percibe en el negro, de entrada, a un negro, solo después (en el 
mejor de los casos) también a un ser humano. Esta es la razón por 
la que puede utilizárselo como esclavo, y con buena conciencia, 
por añadidura. Aunque desde la perspectiva actual nos cueste 
mucho comprenderlo, lo cierto es que los dueños y traficantes de 
esclavos se tenían a sí mismos por buenos cristianos y pasaban por 
ser personas honorables, por lo que tenían buena conciencia. Y 
esto no solamente se aplica a los cristianos. La esclavitud era mone-
da corriente entre los antiguos, personas por lo demás tan cultiva-
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das. Y, claro está, no solo entre ellos: en todas partes se ha esclavi-
zado a los enemigos y se ha tomado posesión de las mujeres extran-
jeras con buena conciencia y sin que a nadie se le pasara por la 
cabeza que aquello podría no estar del todo bien. Solo cuando veo 
en al otro un ser humano, cuando lo que aparece en primer plano 
es su humanidad y no su pertenencia a un grupo1 resulta imposible 
hacerlo. Toda la ideología y adoctrinamiento de los nazis estaba 
orientada a que se viera en el otro, en primera instancia, el grupo 
al que pertenecía: los judíos, los bolcheviques, los gitanos, y a que 
se perdiera de vista su humanidad. Más allá de la propaganda, los 
judíos fueron sistemáticamente tratados de modo que muchos, al 
llegar a los campos de concentración, ya no parecían personas. Si 
entonces se comportaban de un modo “inhumano” y no parecían 
tener en mente más que su supervivencia, resultaba más fácil 
enviarlos con buena conciencia a la cámara de gas. Solo cuando se 
consigue hacer casi desaparecer al individuo en el grupo quedan 
anulados los escrúpulos ante el asesinato. En los estadios tempra-
nos del nivel 2 no se requiere para ello una ideología o propaganda 
explícita, porque las personas ven por sí mismas en los demás en 
primera instancia al grupo, tanto más claramente cuanto mayor 
sea la diferencia entre ellos y el propio grupo. Es lo que ha venido 
ocurriendo hasta nuestros días con los negros y los indios. En la 
 1. La pertenencia a un grupo, de la que la pertenencia a una raza es un caso par-
ticular, no desaparece, claro está, cuando me percibo a mí mismo y percibo a 
los demás en primera instancia como hombres. Esto es lo que querría hacer-
nos creer el lenguaje políticamente correcto, pero las cosas no funcionan así, 
como ilustra bellamente esta historia: un hombre conduce un autobús lleno 
de niños blancos y negros. Antes de emprender el viaje pronuncia un pequeño 
discurso: “Vamos a aclarar un punto: en mi autobús todos somos iguales, 
no hay blancos ni negros. Para mí todos somos verdes”. Al poco de partir, 
los niños se enzarzan en una pelea y pasado un rato, ya cansado, agarra el 
micrófono y ruge: “A ver, los verdes oscuro, que se pongan delante, y que los 
verdes clarito atrás”.
L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S
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América del siglo XIX, que ya se había convertido a la democracia 
y los derechos humanos, nadie ponía en cuestión que uno pudiera 
matar a los indios y esclavizar a los negros. Derechos humanos, sí, 
pero solo para los “auténticos” seres humanos, y quien es tan evi-
dentemente diferente a nosotros, no puede contarse entre ellos.
Conciencia de grupo y egoísmo
Que el ser humano de la segunda etapa de la conciencia sienta 
y actúe desde el nosotros no significa que no hallemos en él egoís-
mo alguno. Todo lo contrario: como el yo no se ha desarrollado 
plenamente y no alcanza a ver el tú (el yo en los demás), el egoís-
mo es aquí incluso mayor, más grosero, llegando a la brutalidad. 
Se oculta bajo la forma de una irresponsabilidad infantil. En los 
niños se ve con toda claridad: sus propios deseos están por encima 
de cualquier otra cosa, son egoístas y no tienen en cuenta a los 
otros niños. Ni siquiera se les pasa por la cabeza, porque no los 
ven como otros yoes con los mismos deseos y dolores que ellos 
mismos. El mundo infantil gira en torno al niño, y los demás están 
ahí para ocuparse de que le vaya bien.
Los niños son completamente egoístas, aunque su ego aún no 
se ha formado y su yo esté integrado en el nosotros de la familia. 
Pero justamente porque este yo aún no se representa a sí mismo 
puede agrandarse sin cortapisas. Solo cuando dos yoes que se 
representan a sí mismos se ponen frente a frente y se miran a la 
cara puede uno ver y reconocer en el otro un tú. Una canción que 
se canta en América el día la Independencia lo expresa bellamente:
This is my song, O God of all the nations,
a song of peace for lands afar and mine;
this is my home, the country where my heart is;
here are my hopes, my dreams, my holy shrine:
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L A S E T A P A S D E L A V I D A Y L A C O N C I E N C I A
but other hearts in other lands are beating
with hopes and dreams as true and high as mine.
My country’s skies are bluer than the ocean,
and sunlight beams on cloverleaf and pine;
but other lands have sunlight too, and clover,
and skies are everywhere as blue as mine:
O hear my song, thou God of all the nations,
a song of peace for their land and for mine.
Esta es mi canción, oh Dios de todas las naciones.
Una canción de paz, para las tierras lejanas y la mía.
Esta es mi casa, el país donde está mi corazón;
esta es mi esperanza, mi sueño, mi lugar sagrado.
Pero otros corazones, en otras tierras, laten
con esperanzas y sueños como los míos.
El cielo de mi país es más azul que el océano,
Y los rayos del sol bañan a los tréboles y los pinos.
Pero otras tierras tienen también sol y tréboles,
y el cielo en todas partes es tan azul como el mío.
Oh, escucha mi canción, Dios de todas las naciones,
una canción de paz para su tierra y la mía.
Esta sencilla canción expresa una visión de las cosas que, des-
de luego, se halla dolorosamente lejos de la realidad. Una amiga 
americana me dio el texto en el año 2007, porque se sentía afligi-
da y avergonzada por la América de Bush y quería mostrarme que 
también hay otra América. Pero esta otra América aún no está 
enraizada en la conciencia colectiva, América en su conjunto aún 
no se siente en casa en esta conciencia, pese a que algunos ya esta-
ban en ella doscientos años atrás. Por aquel entonces, sin embar-
go, y como decíamos antes, grandes grupos de población fueron 
eliminados: con toda certeza nadie pensaba en los primeros habi-
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tantes de América ni en los negros al escuchar esta canción, pues 
de lo contrario se habría puesto de inmediato fin a la esclavitud y 
al genocidio de los indios. Requiere mucho tiempo, muchas expe-
riencias dolorosas y mucho sufrimiento que un país entero alcance 
la mayoría de edad.
Pero antes de eso nos encontramos primero con el yo inmadu-
ro de la segunda etapa tardía. Es inmaduro porque aún no se ha 
convertido completamente en un yo. Sigue siendo parte de algo 
que, al menos parcialmente, le descarga de responsabilidad. No 
por la pertenencia en sí –siempre seré el hijo de mis padres y, en 
consecuencia, parte de mi familia, o alemán, o blanco– sino por-
que con ella se cede o no se asume enteramente la responsabilidad 
por el pensamiento, los sentimientos y las obras propias. Los 
padresasumen la responsabilidad de lo que hace el niño, y le 
ponen límites desde fuera: puedes hacer esto, esto otro no. En el 
caso del adulto de la etapa 2, esta función la asume el grupo del 
que el adulto se siente parte y sin el que no es capaz de vivir: la 
religión, la nación, una determinada tradición y sus normas y acti-
tudes, las que uno ha interiorizado y observa sin cuestionárselas, 
y en el plano personal la familia, y los valores y posturas que 
transmite. El grupo le dice a uno lo que está bien y mal, o lo que 
está permitido (o es obligado) hacer, y en su seno el yo se siente 
protegido, seguro e inocente, aunque se convierta en un criminal 
y destruya a otros yoes.
Que la mayoría de los criminales nazis, sobre todo los peores, 
insistieran en su inocencia, se vive desde fuera como obstinación 
ideológica, como incorregibilidad. Pero se corresponde con su 
punto de vista subjetivo que se sabe en armonía con los valores de 
su grupo y con arreglo a los cuales su conducta es correcta. La 
“obstinación” consiste en que la persona no es capaz de distan-
ciarse de su sentimiento de pertenencia, de convertirse en un indi-
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L A S E T A P A S D E L A V I D A Y L A C O N C I E N C I A
viduo independiente. Se podría decir que se niega a ver la realidad 
desde un ángulo que diste del punto de vista del grupo al que per-
tenece, pues sabe instintivamente que el mundo en el que ha creí-
do, el mundo que también ha contribuido a conformar y levantar, 
se derrumbaría. Y esto no es algo que solo se verifique en los 
nazis, sino en todo aquel cuya conciencia se halle en la etapa 2. 
Para el yo parcial de la segunda etapa significaría la muerte, pues 
el nosotros (el grupo), del que se siente parte, se desintegra desde 
un punto de vista más amplio.
No pretendo decir con esto que los adultos no se alegren y 
dejen llevar como un niño, o que no puedan formar parte de un 
grupo. Ese sería un mundo espantoso. Lo infantil puede formar 
parte de nosotros, desde luego, al igual que la inquieta y aventure-
ra juventud; y claro que puede y debe dársenos la oportunidad de 
entregarnos a los más dispares planos del ser y disfrutarlos –uno 
se acurruca como un niño junto a una persona amada, a veces 
hablamos en tono infantil, y no censuramos en nosotros las emo-
ciones infantiles; uno se identifica placenteramente, para sufrir o 
triunfar, con su equipo de fútbol y se indigna con el árbitro, y de 
vez en cuando nos abandonamos a una sensualidad completamen-
te primitiva, pese a que ahí ya no nos sintamos en casa y no todo 
gire en torno a ello. Hablando en general: los impulsos, deseos y 
patrones de conducta de los diversos estadios de las etapas 1 y 2 
siguen estando ahí, y no hay nada malo en ellos. La cuestión es si 
nos determinan, si determinan nuestro pensamiento, sentimientos 
y obras, si se erigen en el punto de vista desde el que contempla-
mos la vida, el contexto en el que experimento a las personas, a 
mí mismo y a los demás, o si por el contrario los tomamos por 
aspectos naturales de nuestra existencia, permitiéndonos de vez en 
cuando sumergirnos en ellos y dejándolos ser, de otra manera, 
parte de nuestra vida diaria.
L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S
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Guerra y conflicto
Los conflictos son inevitables, una parte elemental de la vida; 
la guerra, en cambio, no. La guerra pertenece al nivel 2. Es un 
modo infantil (y también adecuado al niño) de resolver los con-
flictos. Cuando un niño quiere el juguete con el que otro juega, se 
lo quita, sin más. Si el otro lo defiende, se entabla una pelea y gana 
el más fuerte. Este patrón queda ligeramente modificado por la 
influencia de profesores, padres y otros adultos, pero solo mien-
tras se hallan al alcance de los adultos. Tan pronto como se que-
dan solos, impera de nuevo el derecho del más fuerte. Lo mismo 
ocurre con la conciencia del nivel 2: aquí vale la ley del más fuerte, 
y en caso necesario, se impondrá por medio de la violencia. La 
resolución de conflictos por medio de la guerra es más o menos 
normal. Se basa en el pensamiento grupal que acabo de describir. 
Es un modo de pensamiento que perdura en nuestros días. Dos 
amigos míos imparten cursos de constelaciones en Afganistán por 
encargo de la fundación Friedrich-Ebert, para trabajar con la gen-
te de allí la posibilidad de una vía de resolución de conflictos dis-
tinta de la guerra. Entre las muchas experiencias impactantes que 
recabaron está la de representar en constelación a los distintos 
bandos. Al principio los participantes se mostraron sorprendidos, 
después pensativos, como si en la constelación vieran que el ban-
do opuesto también sufría en la guerra, que también tenía vícti-
mas y lloraba a sus muertos. Era algo nuevo para ellos, nunca 
antes se les había pasado por la cabeza.2
Puede parecernos casi increíble, pero el entusiasmo con el que 
los soldados del emperador en 1914 y la mayoría de las tropas ale-
manas en 1939 fueron a la guerra no tenía esencialmente otro fun-
 2. Sobre el proyecto, veáse: Marco de Carvalho, Jörgen Kluessmann, Sistemis-
che Konflikttransformation – Ein ganzheitlicher Ansatz in der Konfliktbear-
beitung, que se publicará próximamente (2009) en la colección de la funda-
ción Friedrich Ebert.
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L A S E T A P A S D E L A V I D A Y L A C O N C I E N C I A
damento consciente que este. Si aquellos belicosos jóvenes hubie-
ran visto en los otros, en los bandos contra los que entraban en 
guerra, a personas como ellos mismos habrían sido incapaces de 
entusiasmarse. Los otros eran “los franceses”, “los rusos”, “los 
bolcheviques”, pero también los “boches” y los “krauts”3. Negar-
le la humanidad al otro es la condición previa y fundamental para 
guerrear contra él. Y es lo que ocurre mientras impera la concien-
cia grupal.
Las personas que urden y comandan las guerras no son, claro 
está, menos infantiles, puede que, a lo sumo, sean como chicos en 
la pubertad. Quien sabía algo de mímica y lenguaje corporal podía 
reconocer fácilmente en George Bush al púber tras su fachada de 
hombre de estado. Con todo, Bush tuvo que recurrir a muchos 
sucios trucos para conseguir del pueblo el apoyo a la guerra que 
necesitaba. Y fueron minoría los que le siguieron con entusiasmo. 
Por regla general, entrar en guerra se hace considerablemente más 
difícil cuando la conciencia ha alcanzado el nivel 3. Bush, por 
ejemplo, tuvo que apoyarse preponderantemente en el tradiciona-
lismo rural y el conservadurismo cristiano, esto es, en grupos y 
personas que aún piensan y sienten claramente desde la etapa 2. 
Un país que se halla completamente en la tercera fase de la con-
ciencia y ha integrado sanamente la segunda no puede lograr nada 
mediante la guerra. Y aún más vale esto para la etapa 4. Aquí se 
intentará poner cuantos medios sean necesarios para resolver los 
conflictos de otra manera, y en el nivel 4 se encontrarán.
Con esto no quiero decir que los hombres se tornen mejores, 
se tornan, sencillamente, más maduros. Significa que desde una 
conciencia más amplia, más madura, se ven más claramente los 
“costes” de la guerra, que uno se da cuenta de que las guerras no 
 3. Apodo que utilizaban los soldados franceses e ingleses para referirse a los 
alemanes. [N. de T.]
L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S
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sirven para nada. En torno a 1900 la idea de que las guerras son 
absurdas no se le pasaba a casi nadie por la cabeza. Quizás a algu-
nos intelectuales, pero no al hombre del pueblo. Pero ahora la 
gente corriente piensa así, cada vez más. Esto se debe, ciertamente, 
al desarrollo armamentístico, pero no solo. No dispongo de cifras 
exactas, pero contemplando los institutos de mi entorno me da la 
impresión de que en Alemania, entre los jóvenes que se preparan 
para la selectividad, son más los que prestan el servicio civil sus-
titutorio que el militar. Con esto no quiero decir que la abolición 
del ejército sea una buena idea. Seguiremos necesitándolo por 
mucho tiempo, y podemos alegrarnosde que haya personas que 
encuentren en él su lugar en el mundo. Pero está claro que la con-
ciencia cambia, y que hoy en día hay que resolver los conflictos de 
modo distinto a como se hacía antes. Y para una conciencia que 
realmente ha alcanzado la edad adulta, es posible hallar otras 
soluciones.
Resumen: El significado del vínculo y la necesidad de 
desvincularse
Desde el punto de vista de la conciencia moderna resulta fácil 
criticar las limitaciones de la conciencia grupal de la etapa 2, y algu-
nas cosas nos parecen sencillamente horribles. Es lo que experimen-
tamos todos los días en lo tocante a derechos humanos, trabajo 
infantil, amputación del clítoris y cosas similares. Pero esta postura 
no solo es demasiado fácil, sino que es injusta con la importancia de 
la segunda etapa y bloquea, por añadidura, el proceso de desarrollo. 
Lo que hoy nos parece limitaciones y crueldades propias de la socie-
dad tradicional, cumplía una importante función, y en esa medida 
ha contribuido a la formación de la conciencia actual.
La condena de lo antiguo desde el punto de vista actual es 
tan inadecuada como su idealización. En términos generales, la 
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L A S E T A P A S D E L A V I D A Y L A C O N C I E N C I A
vinculación al grupo cumple la función de hacer soportable la 
pérdida de la unidad original, de asegurar la supervivencia y dar 
un sentido a la existencia individual. Tiene relevancia tanto en 
sentido psíquico como material, y cada uno de estos planos 
repercute sobre el otro. Desde un punto de vista material, el 
individuo solo puede crecer y vivir en una cierta seguridad al 
abrigo del grupo. El grupo le proporciona seguridad tanto inte-
rior como exterior. Resulta evidente en los primeros estadios de 
la fase 2, pero sigue siendo válido hoy en día, es decir, allende la 
fase 2. La diferencia radica en que el rendimiento del grupo ya 
no abastece directamente a la comunidad inmediata (la familia, 
el clan, el pueblo, la tribu) sino a través de contratos (seguros), 
del estado (ejército, policía, educación, sanidad) o el mercado. 
De ahí que a menudo se tenga la impresión de no necesitar al 
grupo para nada, de que uno puede conseguirlo todo solo. Basta 
con que nos rompamos una pierna, o nos hagamos viejos, para 
darse cuenta de que no es así.
En los comienzos es el mito el que sostiene el vínculo psíquico 
con el todo, con el origen. Está en paralelo con el vínculo con la 
madre de la primera infancia. También él es ambas cosas: una 
necesidad vital y una profunda necesidad psicológica del niño. 
Esto último se verifica en el hecho de que la rotura duradera de 
este vínculo da pie a graves problemas psicológicos. Quizás no se 
expresen necesariamente como perturbación mental, sino como 
dificultades para la intimidad o la confianza, como una constante 
tensión interior, en síntomas corporales (psicosomáticos), etc. De 
modo similar, en la segunda etapa, sobre todo en los estadios tem-
pranos, la conexión con el origen es una necesidad psíquica. Los 
rituales de los antiguos no son mera idolatría o charlatanería 
supersticiosa, lo que en ellos está en juego es el vínculo con la 
L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S
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“madre”.4 Con el paso del tiempo, este se vuelve cada vez más 
abstracto y racional. En lugar de la relación directa con el todo 
que el rito mantiene viva aparecen instituciones, reglas, dogmas, 
valores, reflexiones y sistemas filosóficos y teológicos que han de 
asegurar que el individuo se mantiene ligado y que no pierda la 
conexión con el todo que lo sostiene y que por ello se considera 
importante. Hoy en día muchas de estas cosas nos parecen repre-
sivas, un innecesario lastre, así como crueles e inhumanas por su 
efecto sobre los destinos individuales. Pero en estas valoraciones 
se pasa por alto el enorme valor para la vida de este sistema. Sin 
él jamás habríamos llegado hasta aquí, a donde hoy nos encontra-
mos, sino que habríamos sucumbido como niños abandonados.
Los grandes textos religiosos como la Biblia y el Corán, las 
doctrinas de Aristóteles, San Agustín, Tomás de Aquino en Euro-
pa, de Confucio en el este de Asia, de Shankara en la India, han 
constituido durante más de dos mil quinientos años la base de que 
el grupo ocupara el primer lugar y de que el individuo se subordi-
nara a él. Mucho de ello sigue siendo hoy en día válido. Entre ellos 
sobresalieron iluminados como Buda, Laotsé o Jesús, que poco o 
nada tenían que ver con estas tradiciones, y enseñaron que y cómo 
cada uno podía reconocer su divinidad y su identidad con el todo. 
Por un lado se adelantaron varios miles de años a su tiempo, por 
otro su vida y doctrinas no se hallan libres de la conciencia-con-
 4. Quisiera insistir en que la comparación con la primera infancia no comporta 
menosprecio o minusvaloración alguna del punto de vista mitológico. Cada 
etapa de la conciencia y, dentro de ella, cada estadio, es en sí mismo correcto 
y adecuado. Pero con cada nuevo estadio o etapa aparece algo que antes 
no existía. De ahí que lo nuevo sea más amplio. Un lactante se alimenta del 
pecho materno, y esto no solo es bueno, sino lo mejor para él. Para un niño 
de seis años ya no es lo mejor, ni siquiera bueno, pues obstaculizaría su de-
sarrollo psicológico y corporal. Hablar de niveles y estadios de desarrollo no 
comporta aquí una valoración.
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texto de su tiempo. Lo que de ellas iba más allá fue comprendido 
solo por unos pocos, pero la principal corriente, la conciencia de 
la época, convirtió sus doctrinas en sistemas religiosos adaptados 
a la conciencia grupal imperante. Las semillas que plantaron nece-
sitaron siglos para alcanzar como plantas la luz del sol. Pero la 
conciencia es como una semilla que se abre bajo la tierra y comien-
za a crecer sin ser vista, o como el niño que crece al abrigo de su 
familia: sigue el impulso interior de agrandarse y de dejar atrás lo 
que durante mucho tiempo lo ha alimentado. Esta es la dinámica 
de la vida. Lo que en la vida del niño anuncia la salida del grupo 
es la pubertad, en la vida de la conciencia social, la Ilustración y la 
era de la ciencia.
La siguiente tabla resume en un cuadro sinóptico los principa-
les elementos de las etapas 1 y 2 y su correspondencia con las fases 
de la vida.
Etapas de la vida humana y niveles 1 y 2 de la conciencia
etapa de la conciencia etapa 1 etapa 2
experiencia del mundo unidad pertenencia (ser parte de…)
modo de vida reproducción seguridad, estabilidad, 
permanencia, orientación al grupo
objetivo de la vida sobrevivir vivir
sentimiento del yo ello nosotros
móvil de la conducta instinto tradición, conciencia
interpretación del 
mundo
desconocida (se olvida) mito – religión
modo de conocimiento certeza preracional mitológico, parcialmente racional, 
limitado por la fe
teoría del conocimiento desconocida (se olvida) objetivista (“verdad objetiva”)
palabras clave desconocidas (se 
olvidan)
pertenezco a, sigo a, tengo que
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Etapa 3: La conciencia del yo. 
 La juventud
Meditación sobre las etapas
En la posición que corresponde al estadio 3 me espera una 
buena sorpresa. Lo primero que veo es la lámpara colgada de la 
pared de enfrente y su moderno haz de luz halógena. Cuando mi 
mirada se detiene en ella, me invade un sentimiento casi reveren-
cial. ¿No es algo maravilloso, esa luz? Y, en efecto, por un momen-
to me conmuevo. Experimento un sentimiento de reverencia muy 
distinto al del nivel 2, no es el mundo de lo sacro, sino el mundo 
de las cosas, y sin embargo… ¡también es algo grandioso! Mi 
mirada abandona la lámpara, la dejo vagar hasta que algo recla-
ma mi atención: el equipo estereofónico. Ahora soy la conciencia 
de la etapa 3, y pienso: estas son mis obras, mis creaciones. Me 
siento orgulloso, satisfecho. Sigo mirando a mi alrededor, observo 
Etapa 3
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unas fotografías, un teléfono inalámbrico, un tocadiscos, un radia-
dor, del que sobre todo me fascina el piloto del termostato. Enton-
ces vuelvo el torso y a mis espaldas descubro mi ordenador portá-
til, el mayor milagro. No puedo apartar la mirada de él, he queda-
do cautivado. Sí, he hecho mejor el mundo, le he aportado algo. 
Todas estas cosas, todo lo que hace la vida más fácil, cómoda, 
menos penosa, son obra mía, mi aportación. Mi mirada sigue 
vagando, explora. Ahora noto que mis piernas entran en movi-
miento, como si quisieran ir hacia delante. Hay en ello algo inquie-
to, ansioso, aventurero, como si tuviera que seguir buscando, 
seguir encontrando, quizás incluso continuar mi camino. No pue-
do detenerme. No, sí puedo, puedo detenerme en las cosas que he 
creado, las contemplo y me veo a mí mismo en ellas. “Narcisis-
mo”, piensa el terapeuta en mí. Me aparto del pensamiento y me 
vuelvo de nuevo hacia la percepción. Son dos sensaciones distintas 
las que tengo: me siento atraído por las cosas que he creado, y 
cuando me separo o aparto de ellas, me asalta la inquietud.
Etapa de la vida 3: La juventud
Quiero vivir como me venga en gana.
Lema publicitario de tarjetas de crédito 2009
¿Recuerda cómo se sentía a los catorce años? ¿O –si es una 
mujer– a los once, los doce o los trece? ¿De cómo cambiaba su voz 
y la estructura de sus miembros? ¿De que ya no podía coordinar ni 
controlar bien la potencia de su voz o sus movimientos? ¿De cómo 
los sueños y pensamientos se enlazaban con sensaciones corpora-
les que nunca antes había experimentado? ¿Recuerda que el mun-
do se transformaba? ¿Cómo se apartaba de sus padres –quizás 
abierta, quizás secretamente, consciente o inconscientemente? 
¿Que deseaba disponer de un espacio propio cuando hasta hacía 
poco prefería la compañía de padres y hermanos?
L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S
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La mayoría no recordará muy bien todo esto. Pero desde fue-
ra, sobre todo observando a los propios hijos, se aprecia clara-
mente cómo su mundo se descoyunta y cómo ellos se quedan des-
colocados. A veces, al hilo de algún problema actual, oigo en las 
terapias historias traídas desde la pubertad. Me hablan de mucha-
chas asustadas por el repentino flujo menstrual y enfadadas con 
su madre por haberlas dejado solas con eso; de otras que lo espe-
raban tan ansiosamente como algunos chicos su primera eyacula-
ción; de padres que de repente no permiten a sus hijas que se sien-
ten en su regazo o que incluso dejaban de abrazarlas (y a estas 
mismas hijas afirmando que sus padres ya no las querían, y que 
después persiguieron durante toda la vida el amor de los hombres 
–maduros, sobre todo); de padres y padrastros que comenzaban 
entonces a abrazarlas mucho más intensamente; de muchachos a 
los que martirizaba el “aguijón de la carne” y sufrían ante su inca-
pacidad para resistirse al diablo, y de otros que hacían alarde de 
su nueva virilidad, de la que en absoluto se sentían culpables, se 
creían mayores y pensaban que todas las criaturas femeninas 
tenían que servirlos. Y muchas otras historias, historias que ocu-
pan algún lugar en el amplio espectro que va desde los delirios de 
grandeza y la exagerada sobrevaloración de uno mismo, por un 
lado, hasta los complejos de culpa o de inferioridad y la más extre-
ma confusión, por el otro.
Con la pubertad todo cambia. Con la primera menstruación o 
eyaculación sabemos que ha comenzado algo nuevo sin compren-
der, empero, ni un ápice qué pueda ser. Algunos pretenderán haber 
oído o leído mucho al respecto, sobre todo en nuestros días, en la 
era de Internet y la información ilimitada. Pero información no es 
saber, la información sola no es nada. Todo lo que uno sabe enton-
ces es que comienza algo nuevo y que algo que nos era habitual ha 
tocado a su fin.
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La pubertad marca el tránsito a la juventud, pero ella misma 
aún no es la juventud. No es ni lo uno ni lo otro, ya no somos 
niños, pero tampoco auténticos jóvenes. Al principio uno sigue 
teniendo aspecto de niño, y la mayoría de las veces la gente ni 
siquiera lo sabe, uno está solo con ella. Y visto desde fuera uno 
continúa en el seno de la familia, depende enteramente de ella, sin 
derechos propios, sin autonomía material y, si lo pensamos bien, 
sin la madurez necesaria ni el deseo real de alejarse demasiado 
de los cuidados de la familia. Esto, a grandes rasgos, vale para la 
juventud en general, pues la juventud es transición, solo que más 
prolongada. La pubertad es el despunte de esta transición, o el 
tránsito hacia la transición.
Parece que en los tiempos antiguos no existía juventud como 
etapa independiente de la vida –lo cual podemos ver hoy en día 
en algunas sociedades tribales. Era prácticamente idéntica a la 
pubertad. Tras su entrada en la pubertad, los niños eran someti-
dos a rituales de iniciación, y después acogidos en el círculo de 
las mujeres o de los hombres. Aunque ahí eran principiantes y 
ocupaban el último lugar de la jerarquía, se los tenía por hom-
bres y mujeres en sentido pleno.
Esto ha cambiado. En las sociedades modernas a veces tenemos 
la impresión de que todo gira en torno a la juventud, de que la 
juventud es la fase central de la vida, sin más, que hay que prolongar 
tanto como se pueda. Esto sin duda está relacionado con el hecho de 
que la modernidad está en la misma etapa de la conciencia que la 
juventud, de modo que se manifiesta y celebra a sí misma en el culto 
a la juventud. En cualquier caso, en las sociedades modernas la 
juventud se ha establecido como una etapa de la vida independiente. 
Lo que no modifica el hecho de que se trate de una etapa de transi-
ción, un periodo caracterizado al principio por un “nunca más” y 
después por un “todavía no”. El adolescente ya no es un niño, pero 
L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S
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todavía no es un adulto. Está a la búsqueda, a la búsqueda de lo que 
él es, de lo que debe ser, de aquello en lo que debe convertirse, a la 
búsqueda de sí mismo. Esto es lo característico de la juventud.
Ahora ya no soy un niño –esto es lo que uno sabe instintiva-
mente a través de los signos externos de entrada en la pubertad. A 
la par, uno sigue formando parte de la familia, es dependiente 
como un niño (sobre todo hoy, cuando los jóvenes van a la escuela 
hasta los dieciocho o más), no tiene obligaciones ni deberes pro-
pios –salvo los derechos de protección del niño–, etc. Solo paulati-
namente van desapareciendo de la vida “exterior” los atributos de 
la condición de niño. Y aún entonces, lejos está uno de haberse 
convertido en un adulto. Lo único claro es que uno no es un niño, 
pero eso no significa que ya seamos adultos. Me preguntan muchas 
veces en mis cursos si no falta en nuestros días rituales de inicia-
ción. La pregunta ignora tanto el carácter de la iniciación como el 
de las sociedades modernas. En las sociedades tradicionales, la ini-
ciación no solo sirve para posibilitar el ingreso del joven o la joven 
en el mundo de los adultos, sino también para comprometerlos 
con los valores y reglas de la sociedad correspondiente. En ellas el 
respeto a la libertad individual no está contemplado. Las iniciacio-
nes se adaptan a sociedades (relativamente) cerradas y determina-
das por la tradición. Graban a fuego dicha tradición en el alma (a 
veces también en el cuerpo) de los jóvenes, y manifiestan que estos 
pertenecen a la tribu –o, más tarde, con la “iniciación” militar, a la 
nación o a otros grupos. En una sociedad abierta no puede haber 
iniciaciones, de haberlas no sería una sociedad abierta. En lugar de 
esto, la juventud representa una fase en la que cada persona busca 
su lugar. La juventud ha sustituido a la iniciación.
Para encontrar mi lugar en una sociedad abierta tengo que 
poder comparar lo que veo y aprendo con lo que he aprendido en 
casa, lo cual genera automáticamente una distancia con la casa 
parental. Enlas sociedades tradicionales, la mayoría de las perso-
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nas no alcanzan semejante situación, porque nunca se apartan de 
su tribu o de su clase social, de su ambiente, y no había medios de 
comunicación de masas que le acercaran a uno la vida y los valores 
de otras personas. Por eso apenas había progreso. En nuestros 
días, en cambio, se cuenta de antemano con el conflicto entre la 
casa parental y los adolescentes, sin él el joven no podría encontrar 
el camino hacia sí mismo. El conflicto y la rebelión no son la solu-
ción, pero sí fenómenos inevitables en un proceso de transición.
La juventud es un ser-entre. Un tiempo de búsqueda, de orien-
tación, de experimentación. También –y esto es interesante para el 
escenario terapéutico– una época de autoconocimiento. Se la pue-
de incluso comprender como un primer acercamiento a la gran 
pregunta espiritual “¿Quién soy yo?”. Esta pregunta referida a su 
ser interior, a su verdadera identidad, atribula a muchos durante la 
juventud. Pero aún cuando este no sea el caso, la juventud es, por 
sí misma, una búsqueda de la identidad propia, del lugar propio en 
la sociedad y en la vida. Como niño, el puesto está claro: uno per-
tenece a la familia correspondiente. Esto es inmodificable, y le da 
a uno un lugar (provisional) en la vida. En las sociedades que se 
hallaban o hallan colectivamente en el nivel 2 esto vale para la 
totalidad de la vida. Pero en las sociedades modernas esto cambia 
al comienzo de la juventud: tenemos que buscar un nuevo lugar 
para nosotros. ¿Qué estudio? ¿Qué asignaturas elijo? ¿A qué gru-
po me uno, a qué subcultura? ¿Cómo me visto, qué imagen se 
adapta a mí? ¿Qué música oigo? Y también: ¿Qué creo? ¿Qué acti-
tud adopto ante lo que se cree en mi familia? ¿Me opongo a lo que 
veo de otra manera? ¿Tengo que o me está permitido orientarme 
en otra dirección? ¿Cuál es mi postura política? ¿Me interesa la 
política? ¿Qué quiero ser? ¿A dónde quiero llegar en la vida? En 
unos casos, esta clase de preguntas se formulan explícitamente, en 
otros de forma menos consciente, pero siempre están ahí. Y exigen 
de cada adolescente respuestas más o menos conscientes.
L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S
100
Para encontrar esas respuestas, tengo que apartarme de mis 
padres. Es el futuro el que me dirige estas preguntas, mi futuro, y los 
padres son mi pasado. Puede que los tenga en cuenta para organizar 
mi futuro –por ejemplo, entro a trabajar en la empresa familiar–, 
pero incluso esto ya no es en nuestros días decisión de mis padres, 
sino mi decisión. La época en la que el futuro podía verse como una 
continuación del pasado –quizás con ligeras modificaciones– ha 
quedado atrás. La mayoría de las personas sigue creyéndolo y se 
conducen con arreglo a esta creencia, pero ya no se corresponde con 
la realidad. El verdadero futuro viene hacia nosotros desde lo por 
venir, es la llegada de lo que todavía no es y nunca antes fue. Más 
adelante me detendré en esto. Lo menciono aquí porque la juventud 
moderna lo “sabe” intuitivamente (aunque después se olvide rápi-
damente). En este “saber” radica la gran apertura de la juventud. Y 
ello tanto en el sentido positivo de la libertad, la aventura, el no-
inmovilismo, como en el de problemas anejos como la falta de 
orientación, impredecibilidad, dificultades para juzgar, etc.
Todas estas cosas son también, como ahora veremos, caracte-
rísticas de la tercera etapa de la conciencia. En ella hay, con todo, 
algo diferente: no hay red sobre la que caer, ni responsabilidades 
a medias. En el trasfondo de los jóvenes se hallan sus padres a 
modo de colchón en el que amortiguar el golpe si se extravían. Y 
en la sociedad la responsabilidad del joven es limitada, lo cual se 
traduce en un derecho penal propio, más indulgente. Queda aquí 
manifiesto que la juventud, incluso en el plano institucional, es un 
periodo de transición. De transición, ¿a qué? A la edad adulta.
Un periodo de transición del niño, que es parte integrante de 
un grupo que él no ha elegido (su familia), a la condición de adul-
to, el cual tiene, cómo no, una procedencia (esto es, viene de algún 
lugar), pero se representa y tiene que representarse a sí mismo. Y 
esto significa: la transición del nosotros al yo. La juventud como 
proceso queda completada cuando el joven se representa a sí mis-
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L A S E T A P A S D E L A V I D A Y L A C O N C I E N C I A
mo y asume su responsabilidad en el mundo; cuando dice: ese soy 
yo, esto es lo que quiero y esto es lo que hago, y asumo las conse-
cuencias de mis obras. Que la juventud se ha completado quiere 
decir: ha alcanzado su cenit, su meta, y por lo tanto ha terminado. 
Cuando uno ha adoptado la actitud expresada en la frase anterior, 
cuando uno se encuentra en ella en casa, por decirlo así, la juven-
tud ha quedado atrás, y soy un adulto.
Etapa 3 de la conciencia: La conciencia del yo 
 (Conciencia moderna)
Come mothers and fathers throughout the land
And don’t criticize what you can’t understand
Your sons and your daughters are beyond your command
The old road is rapidly aging.
Please get out of the new one if you can’t lend your hand
Cause the times they are a changing.
Bob Dylan (1964)
La conciencia de la etapa 3 se corresponde con esta fase de la 
vida, la juventud. En la nivel 3, la conciencia del individuo crece 
hasta superar la conciencia de grupo. El hombre comienza a per-
cibirse como una persona independiente que de alguna manera 
está sola en el mundo, y se siente llamado a buscar y realizar su 
individualidad. Siente –y esto el algo realmente nuevo que hace 
cien años apenas se daba en Europa– que su vida no es una mera 
continuación de la de sus antepasados. No solo está determinado 
por el pasado, también lo está por el futuro. En efecto, en cierta 
manera, solo con el despuntar de la tercera etapa surge el futuro, 
en concreto, el futuro como algo propio, que no procede del pasa-
do, el futuro como lo por venir. Tan pronto como se le manifiesta 
a esta conciencia que hay o podría haber ahí algo propio, algo que 
yo podría ser o llegar a ser, o que debería hacer, aunque nadie 
L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S
102
antes lo haya hecho, ya no puede sustraerse de ello, de modo simi-
lar a como le resulta imposible a uno sustraerse de los cambios de 
la pubertad. A partir de ahora buscará lo propio, y para ello debe-
mos abandonar lo antiguo, la tradición, igual que el joven debe 
abandonar la casa parental.
La etapa 3 es, como la juventud, una etapa independiente y, a 
la par, una transición. Es independiente porque la conciencia deja 
de estar dominada por la tradición. Lo que fue, lo que otros pien-
san y han pensado, lo que me dicen, ya no es lo que me sirve de 
criterio. El criterio es más bien la propia experiencia, lo que yo 
mismo veo, siento, pienso y, sobre todo, lo que experimento por 
mí mismo. Es una transición porque aquí la conciencia está pre-
ponderantemente a la búsqueda. Aunque hace de la propia expe-
riencia el criterio, aún no se ha experimentado a sí misma. De ahí 
que, como la juventud, sea un “nunca más” a la par que un “toda-
vía no”. La transición se completa cuando la conciencia alcanza 
la condición adulta, es decir, cuando nos damos cuenta de que 
nosotros y solo nosotros somos los responsables de lo que somos 
y de lo que hacemos, y cuando aceptamos enteramente semejante 
responsabilidad. Este proceso, claro está, comienza en la etapa 2, 
al igual que la pubertad comienza en la infancia tardía. Pero al 
principio la conciencia del yo se desarrolla en el seguro y acoge-
dor marco de la conciencia de grupo, y solo cuando comienza a 
desligarse más ampliamente de la conciencia de grupo (es decir, de 
lo que prescribe la tradición) se convierte este paso en la concien-
cia del nivel 3.
Desde el punto de vista histórico, la tercera etapa comienza 
con la Ilustración. Jean Gebser, uno de los pionerosde la teoría de 
la evolución por estadios de la conciencia, señala un momento 
anterior en el tiempo: los descubrimientos de Galileo, Kepler y 
Colón, que destruyeron la antigua imagen del mundo y nos abrie-
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L A S E T A P A S D E L A V I D A Y L A C O N C I E N C I A
ron a una nueva dimensión del espacio y el tiempo. Sus descubri-
mientos abrieron brechas revolucionarias, qué duda cabe, y pusie-
ron los fundamentos para la llegada de algo nuevo, pero no puede 
decirse que entonces comenzara una nueva conciencia en el pue-
blo. Dicho desenfadadamente: algunos dejaron de creer en Papá 
Noel y en la cigüeña, sin saber, empero, muy bien o atreverse a 
decir de dónde vienen los niños. Tuvieron que transcurrir de entre 
dos y tres siglos para que la nueva conciencia se refinara y divul-
gara, tanto, al menos, como para que la elite espiritual y cultural 
se estableciera en ella en el pensamiento (de ningún modo en el 
sentimiento, y solo aisladamente en la acción). Y después hicieron 
falta otros dos siglos y toda una serie de revoluciones y terribles 
guerras para que la conciencia de la mayoría llegara hasta allí.
Del nosotros al yo
En la etapa 3 lo que importa es el descubrimiento y desarrollo 
de la personalidad, de lo propio, del yo. Para ello la conciencia 
debe abandonar casi completamente la casa parental. En la medi-
da en que el yo se sitúa por delante del nosotros, nuestra visión del 
mundo, nuestro punto de vista, cambia. El anhelo fundamental no 
es ahora formar parte de, sino ser independiente, encontrar lo 
propio, realizarse a uno mismo. Aunque ello no destruye nuestra 
necesidad de pertenencia, esta pasa a un segundo plano o queda 
sumergida en lo inconsciente, desde donde, como más adelante 
veremos, se revela a través de múltiples síntomas. Lo mejor sería 
tener ambas cosas: lazos y autonomía. Este es el nudo gordiano 
que en el tránsito y realización del nivel 3 no hay que cortar, sino 
deshacer: ¿Cómo alcanzar la autonomía sin negar la pertenencia? 
¿Cómo convertirme en un yo sin arrancarme del nosotros del que 
procedo y me ha formado? En relación a esto debe quedar claro 
que el movimiento de la conciencia tiende hacia el “hacerse un 
L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S
104
yo”, al igual que el movimiento de la vida corre hacia la pubertad, 
la despedida de la niñez y de la familia y el avance hacia la edad 
adulta. El proceso de hacerse un yo es un movimiento de la vida 
misma, no solo en la biografía personal de cada cual, sino en la 
evolución de la conciencia. La “etapa del ego”, la etapa 3 –igual 
que la juventud– no es un mero extravío, sino un fase importante 
del hacerse consciente del ser. 
Al recorrerla, atravesamos el doloroso proceso de la separa-
ción y de la soledad. En el camino hacia el yo nos sentimos solos, 
como suele ocurrir también en la juventud. En la adolescencia, 
este sentimiento queda aliviado mediante los lazos que se estable-
cen con iguales, los adolescentes forman pandillas y se entregan 
intensamente a la amistad. Estos nuevos grupos pueden desarro-
llar un nuevo sentimiento del nosotros, pero encierran un nuevo 
elemento de la libertad: son elegidos, no obligatorios. A la par, 
fomentan el movimiento de separación de los padres y la familia 
sin obstaculizar el proceso de convertirse en un yo.
En la evolución de la conciencia hacia el nivel 3 tiene lugar un 
proceso similar. Los grupos y tradiciones en los que uno se ha for-
jado son complementados o progresivamente sustituidos por gru-
pos que uno mismo elige. El más claro ejemplo de esto es la reli-
gión. En la etapa 2 es prácticamente impensable cambiar de reli-
gión, salvo cuando una minoría se convierte a la creencia de la 
mayoría; en Europa, por ejemplo, del judaísmo al cristianismo, o, 
dentro del cristianismo, del protestantismo al catolicismo. Un 
cambio en la otra dirección, esto es, del catolicismo al judaísmo, 
islamismo o budismo, o incluso al protestantismo si hablamos, 
por ejemplo, de un pueblo de Baviera, solo habría sido posible al 
precio de un total aislamiento. La libre elección de la religión es 
un buen criterio para decidir si la conciencia de una sociedad se 
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halla en la etapa 2 o en la 3.1 En mi pueblo natal, Marmagen in 
der Eifel, vivieron en los años cincuenta y sesenta dos o tres fami-
lias evangélicas. Y no a la vez, por cierto, sino una detrás de otra. 
Los primeros fueron tolerados –al fin y al cabo eran refugiados 
del Este– pero no tenían apenas contacto con la población local. 
Pasados unos años se marcharon y llegó la siguiente familia, 
curiosamente, a la misma casa. Cuando en 1989 volví a vivir en 
Marmagen, albergaba el temor de que hicieran el vacío a mis hijos 
porque no estaban bautizados y no iban a tomar parte en la clase 
de religión ni en las ceremonias religiosas. Sin embargo, no hubo 
ni el más mínimo problema (como “nativo” estaba en situación 
de interpretar sutiles gestos que a un extranjero le habrían pasado 
desapercibidos) y además de mis dos hijos, había otros tres chicos 
–o sea, una cuarta parte de la clase– que no habían sido bautiza-
dos o no en la confesión católica. En los veinte años transcurridos 
se había operado un profundo cambio.
 Cuando la libertad religiosa se convierte en una obviedad 
podemos concluir que la religión y, en general, la tradición en la 
que uno ha sido educado ha perdido su fuerza vinculante. Con 
otras palabras: ya no es el grupo el que decide cómo se vive, esta 
decisión le toca a cada cual. Tampoco es ya el deber el que deter-
mina la conducta, sino lo que uno considera correcto o quiere. 
Todavía en los años cincuenta, mi madre consideraba su deber 
doblegar mi voluntad, esto formaba parte de la praxis educativa 
habitual. Con mi hermana pequeña, que nació en 1969, no se le 
habría ocurrido esta idea ni en sueños. En la etapa 2 la voluntad 
propia desempeña un papel muy secundario. Uno tiene que cum-
plir su tarea, generalmente desde el lugar que se le ha asignado 
 1. Para América, este criterio quizás no sea decisivo, porque los Estados Unidos 
se erigieron desde el comienzo en refugio de minorías religiosas y siempre han 
albergado una pluralidad de confesiones religiosas, pese a hallarse en la etapa 2.
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106
desde fuera. En la etapa 3 esto se considera anacrónico. Cada cual 
tiene que buscar su lugar por sí mismo, cada uno es responsable 
de lo que hace con su vida. Ya no hay criterios que se le impongan 
a uno desde fuera. El yo ha sustituido al nosotros.
Los grupos a los que las personas se sienten pertenecer también 
cambian de carácter en el nivel 3. Si antes eran comunidades 
aumentadas a las que uno pertenecía casi de suyo en razón de su 
origen, ahora son grupos de interés que unen a personas con inte-
reses similares. Una comunidad adaptada a la tercera etapa es libre, 
se estructura democráticamente, y sus miembros son esencialmente 
iguales. Existen en ellas jerarquías, pero no son naturales, sino fun-
cionales, se justifican por el servicio que prestan al funcionamiento 
del grupo, y no les está permitido deslegitimar a ninguno de los 
miembros, esencialmente del mismo rango. En la etapa 2 era dis-
tinto: el rey y los nobles desempeñaban un papel especial por natu-
raleza, no eran considerados iguales. A nivel social, lo que corres-
ponde a la etapa 3 es el Estado democrático de Derecho.
Con todo, en los estadios en los que la tercera conciencia aún 
se halla en estado de subdesarrollo (como ocurría a finales del 
siglo XIX y principios del XX), las nuevas agrupaciones y los nue-
vos modelos sociales suelen tomar las riendas de la situación. La 
ideología se convierte en sustituto de la religión, el partido susti-
tuye a la Iglesia, la confesión religiosa libremente elegida a la fami-
lia, etc. Dondequiera que no sea posible moverse libremente, don-
dequiera que esto se reprima abierta o solapadamente o esté liga-do a menosprecio social, la conciencia de los actores y las institu-
ciones se halla aún en la etapa 2. No es posible prescribir modelos 
organizativos de la conciencia 3 a personas de la conciencia 2. De 
ahí que la idea de transferir la democracia occidental a sociedades 
asiáticas o africanas que en gran parte son aún sociedades tribales 
esté condenada al fracaso. En ellas tampoco se entiende la idea de 
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derechos humanos. La causa de ello no es la diversidad cultural 
–como pretende hacernos creer la popular tesis de la “lucha entre 
las culturas”– sino que las conciencias se hallan en diferentes esta-
dios de desarrollo. Allí donde las culturas luchan entre sí, ambos 
bandos se hallan en la etapa 2. Es característico de ella pensar que 
uno es mejor que el extraño. Solo la conciencia de la etapa 3 pue-
de comprender la igualdad de principio entre las personas que se 
halla a la base de los procesos democráticos.
Me viene a la cabeza una pequeña anécdota en relación a 
esto. Un amigo mío, francés, trabajó de joven, en sustitución del 
servicio militar, en lo que por aquel entonces era una colonia 
francesa en África central. El plan de estudios era el mismo que 
el de las escuelas francesas, así que leyó con los alumnos, entre 
otras obras, una comedia de Molière. Cuando al día siguiente 
preguntó a los chicos con qué se habían quedado, el más despier-
to de ellos dijo: “¡En Francia hay hombres que creen que las 
mujeres son tan listas como los hombres!”. El resto de los alum-
nos y alumnas se desternillaron de risa. Los franceses debían de 
estar como regaderas.
La conciencia, así como las formas de convivencia social y 
política adecuadas a ella, tienen que desarrollarse por sí mismas 
desde el interior de la sociedad en cuestión. Es un proceso conflic-
tivo que requiere su tiempo. Aunque el contacto y el intercambio 
con individuos y sociedades de la tercera etapa acelere el proceso, 
no puede imponerse desde fuera. Semejante aceleración, además, 
comporta que la brecha entre personas y grupos que ya son 
“modernos” y aquellos cuya conciencia se desarrolla más lenta-
mente –porque como campesinos, por ejemplo, tienen poca movi-
lidad o contacto con el exterior– se agrande. Con ello aumenta 
también el potencial de conflicto intrasocial. Si a esto se añade 
una fuerte presión modernizadora del exterior, el todo social se 
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rompe. La tercera conciencia, pues, haría bien en recordar sus orí-
genes, tener paciencia y permitir que la conciencia de los demás se 
desarrolle a su propio ritmo.
De la vida a la vivencia
El desarrollo del yo, su independización del grupo y de la tra-
dición y de sus valores dados, asociaciones y deberes tiene un alto 
precio: uno pierde la referencia fija desde la que juzgar, por ejem-
plo, qué es correcto y qué incorrecto. Todo lo que uno hace de este 
o aquel modo podría hacerlo de otra manera. Cuando no hay 
punto de referencia fijo salvo uno mismo, se vive bajo la amenaza 
de perder a cada momento la orientación y el sentido. Porque 
orientación y sentido presuponen un punto de referencia. Nor-
malmente me oriento con arreglo a algo que se halla fuera de mí, 
de lo contrario solo doy vueltas en torno a mí mismo. Igualmente, 
el sentido de las cosas exige una referencia a algo o alguien distin-
to a mí. Cuando yo me erijo en criterio único, ¿dónde hallar el 
sentido que me trasciende y podría darme una dirección? Quizás 
en los hijos, mientras viven con nosotros. Pero después abando-
nan el hogar parental para hacer su propia vida –y hoy en día es 
muy común que la hagan muy, muy lejos– y este sentido también 
se pierde con el paso del tiempo. Tanto tiempo como nuestra pers-
pectiva no trascienda la etapa 3, lo único que entonces nos queda 
es sacarle a la vida tanto partido como se pueda o, mejor dicho, 
consumir tantas vivencias como nos sea posible.
En la etapa 3, la vida se torna consumo, y no, ciertamente, por 
culpa de la “maligna sociedad de consumo” o por la lógica del 
capitalismo, sino porque es lo que corresponde a la lógica interna 
del despliegue de la conciencia. Y esto exactamente es lo que nos 
ofrece la sociedad moderna: coleccionar experiencias. Si en la 
sociedad tradicional lo importante era que uno viviera su vida 
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(como el campesino de Tolstoi que antes mencionamos), en la ter-
cera etapa de la conciencia de lo que se trata es de tener vivencias. 
La vida sola ya no sirve, tenemos que coleccionar vivencias. Y por 
eso se convierte cada pedacito mínimamente interesante de natu-
raleza en un parque de vivencias, incluso ordeñar a las vacas y 
sacar el estiércol de los establos se vende y compra como una 
vivencia. El afán de vivencias tampoco se detiene ante la religión: 
en la etapa 3 la religión se consume y ofrece como vivencia, y no 
solamente en los ejercicios espirituales de las llamadas agrupacio-
nes neoreligiosas, sino también en las ceremonias religiosas (y 
“eventos” similares) de las grandes confesiones cristianas y en los 
oficios religiosos de las sociedades modernas.
Ahora bien, las vivencias tienen dos caras, a saber: Pueden 
tener dos direcciones, una horizontal y otra vertical. Moverse en 
la horizontal significa siempre más de lo mismo: viajar a más paí-
ses, no perderse ni un monumento, comer más, beber más, más 
sexo, etc. El más no tiene por qué ser solamente cuantitativo, pue-
de incluir una graduación, por ejemplo: beber mejor vino, probar 
nuevos platos, nuevas posturas en la cama, aventuras en lugar de 
vacaciones en la playa, viajar a la Luna en vez de a Mallorca –en 
las publicaciones sobre nuevas tendencias encontramos de todo. 
Pero toso esto, en el fondo, no es sino más de lo mismo, solo que 
con algunas modificaciones, algo un poco más refinado. Ken Wil-
ber ha acuñado un bello concepto para esta clase de “crecimien-
to”: “llanura”2. Uno crece solamente en anchura, se extiende 
sobre el mismo plano sin moverse interiormente del sitio. Y pode-
mos así consumir vivencias religiosas o visitar un workshop de 
autoconocimiento detrás de otro sin llegar a entrar en contacto 
con nosotros mismos. Si lo que a uno le interesa son todas las 
 2. Wilber lo utiliza, sobre todo, para hablar del pensamiento y las teorías que 
siempre se mueven en el mismo plano horizontal. Ver, por ejemplo, Eros, 
Kosmos, Logos, Frankfort en el Meno, 1993.
L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S
110
cosas que se pueden vivenciar, necesitará cada vez más de lo mis-
mo, o lo mismo cada vez más intensamente. El resultado final es 
una adicción, y por eso las adicciones constituyen un fenómeno 
ampliamente generalizado en la etapa 3. No tiene nada que ver 
con el cultivo de adormidera en Asia, o de coca en Sudamérica; 
siempre se han cultivado. Pero incluso donde estas plantas crecían 
en el jardín de casa solo aparecían adicciones en casos excepciona-
les. Las adicciones son un fenómeno característico de la etapa 3, 
aparecen con la búsqueda, son una búsqueda, solo que desenca-
minada. La tendencia a la adicción es intrínseca a la conciencia 
moderna.
Al hilo de esto, resulta muy interesante considerar los estupe-
facientes o drogas en relación a su afinidad con las etapas de la 
conciencia. El estupefaciente de la etapa 3 es la cocaína. La coca 
es lo que las clases dominantes, sobre todo la elite cultural de la 
etapa 3, consumen masivamente. Esta droga le catapulta a uno al 
centro de la etapa 3 para después retenerle ahí, es casi irresistible. 
¿Por qué? La cocaína intensifica las vivencias, despabila, aviva, 
nos hace sentir fuertes y juveniles, “speedy”. Trae al ser los rasgos 
propios de la etapa 3, los que esta conciencia necesita, y los refuer-
za. Si la vida normal ya no es suficiente consume cocaína: tendrás 
energía, te sentirás joven, fuerte, independiente, tus experiencias 
sexuales serán más intensas,largas, salvajes, podrás “meter la 
quinta” tanto divirtiéndote como en el trabajo, y “fliparás” (la 
expresión “flipar”, por ejemplo, procede del mundo de la droga y 
significa drogarse). Es, claro está, una fuerza de prestado que des-
aparece en cuanto lo hace el efecto de la sustancia. Y la paradoja 
del asunto es que la sensación de independencia se paga con 
dependencia, dependencia de la droga.
La sustancia característica de la segunda etapa es el alcohol: en 
dosis moderadas desinhibe y alegra, distiende el sentimiento de 
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responsabilidad, nos hace sociables, induce a confranternizar, a 
sentirse acogido por el grupo y a dejarse llevar como un niño; en 
dosis más altas infantiliza hasta el balbuceo y la pérdida de con-
trol sobre las excreciones; y en estado de total embriaguez uno 
prácticamente se convierte en un lactante. El opio y sus derivados 
nos retrotraen a una etapa incluso anterior, al mundo del sueño 
amniótico de la etapa 1. El alcohol y el opio o la heroína son pues 
drogas de evasión que, desde el nivel 3, nos retrotraen a los “bue-
nos, los viejos tiempos” de las etapas anteriores. El caso del hachís 
(y de otros alucinógenos) ya no me parece tan claro. Cuando se 
consume habitualmente actúa de modo similar al alcohol: el con-
sumidor queda retardado, se retira a un mundo infantil en el que 
dice tonterías y disfruta de la parcial cancelación de la separación 
de su mundo entorno, con el que puede sentirse tan conectado 
como un niño. Pero tiene otra cara, sobre todo al principio: uno 
parece adentrarse en un mundo nuevo, desconocido, en el que la 
separación no queda desdibujada (como con el alcohol) sino tras-
cendida. Uno ve o cree ver que la separación no es real, que pode-
mos estar en todo y todo puede estar en nosotros. Se trata, con 
todo, de una experiencia puntual, y si intentamos repetirla dege-
nera rápidamente en un estado infantil.
De vuelta al crecimiento horizontal. También tiene, natural-
mente, su lado positivo, sobre todo en el plano del progreso técni-
co. Que salga agua (¡limpia!) de las cañerías y que los enchufes 
proporcionen corriente eléctrica, que las casas estén calientes tam-
bién en invierno y resistan los vendavales, que viajar de A a B 
requiera solo unas pocas horas en lugar de meses, semanas o días 
–por poner solo algunos ejemplos– tiene indiscutibles ventajas. E 
incluso los que desaprueban esta clase de progreso y prefieren 
hablar de sus aspectos más sombríos se sirven de él. No solo tiene 
la tendencia a perfeccionarse y extenderse, sino también el poten-
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112
cial de alanzar nuevas cimas en sentido espiritual. Tomemos, por 
ejemplo, los viajes: el contacto con extraños amplía –se aperciba o 
no el individuo de ello– nuestra visión del mundo y nuestra con-
ciencia. Lo mismo vale para la globalización económica: puede 
que el motivo para trasladar la producción a China o Rumanía no 
sea más que un puro cálculo económico, puede que el trato que 
reciben allí los trabajadores y el aprovechamiento de las relacio-
nes económicas de poder sea explotador. Pese a ello, el resultado 
es una visión distinta, enriquecida, de los otros pueblos y culturas, 
una perspectiva más amplia, más abierta al mundo. Probablemen-
te requerirá mucho tiempo, y entretanto habrá mucho dolor o 
incluso guerras, pero esto no detendrá el ensanchamiento de la 
conciencia. El vivenciar, por su parte, también puede tener otras 
dimensiones, en concreto la de la profundidad. Se abre a nosotros 
cuando dirigimos la mirada al proceso del vivenciar en lugar de a 
las vivencias. Cuando no nos movemos de nuestro ambiente habi-
tual y no experimentamos nada tampoco hay evolución. Pero si en 
lugar de pasar de una vivencia a otra intentamos avanzar por 
medio del vivenciar mismo, este nos llevará a y abrirá nuevos 
espacios de conciencia. Desearía ilustrar esto mediante un ejemplo 
tomado de mi actividad como terapeuta.
Las personas que participan por primera vez en una constela-
ción familiar experimentan algo completamente nuevo: alguien 
desempeña el papel de una persona desconocida y tiene percepcio-
nes corporales y emocionales propias de esa persona, a veces 
incluso visiones de su vida. Cuando uno se entrega verdaderamen-
te a ellas podemos incluso vernos profundamente involucrados en 
procesos emocionales que no son los nuestros –los sustitutos se 
encorvan de dolor, tienen arrebatos de ira, no pueden contener el 
llanto, sienten profundamente la amistad o el amor, etc. Los prin-
cipiantes quedan fascinados al presenciar estos procesos en los 
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demás, y muy sorprendidos al experimentarlos ellos mismos. Pero 
lo que han vivido carece de lugar en su visión del mundo.
Con arreglo a lo que sabemos, no deberíamos vivir lo que vivi-
mos en una constelación. No podemos explicárnoslo. No solo 
trasciende el horizonte de nuestro conocimiento personal, tam-
bién trasciende el conocimiento y la conciencia colectivas. Pues, 
¿cómo es posible que un individuo autónomo –así se le aparece el 
individuo, al menos, a la tercera conciencia–, que existe para sí 
mismo pueda conectar con otros individuos autónomos a los que 
no conoce y de los que no ha recibido información alguna hasta el 
punto de identificarse ampliamente con sus sentimientos y pensa-
mientos, a veces incluso hasta con sus palabras? ¿Y qué pasa cuan-
do, además, esas personas llevan ya varias décadas muertas? 
¿Cómo es posible que alguien que ocupa el lugar de una mujer 
totalmente desconocida sienta que “su” hijo no es de su marido 
sino de un amante secreto? ¿O que otra mujer sufrió dos abortos? 
¿O que en una familia nació un niño muerto del nunca se habló, y 
que la madre real lo confirme después al ser preguntada? Todo 
esto refuta nuestra idea de individuo autónomo, al igual que la 
idea de que solo podemos compartir cosas mediante procesos de 
información y comunicación. Es decir, lo que se vive en una cons-
telación familiar contradice nuestra conciencia moderna, “ilustra-
da”. Si ahora tengo una de esas experiencias que “en realidad son 
imposibles” (donde “en realidad” significa juzgado desde la con-
ciencia de la etapa 3) y me la tomo en serio, la conciencia experi-
mentará una presión desde dentro para ampliar sus límites. Cuan-
to menor sea la búsqueda de explicaciones rápidas tanto más 
intensa se hará la presión. En lo sucesivo, el afectado estará pro-
bablemente más atento a experiencias que no se adecuan a los 
patrones habituales y así paulatinamente más abierto al hecho de 
que la tercera conciencia no es más que una etapa tras la que se 
esconden nuevas etapas de la conciencia.
L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S
114
El tránsito desde el modo del vivir al modo del vivenciar es 
pues profundamente ambivalente. Por una parte, la vida pierde 
significados y direcciones unívocas y tiende a dar vueltas sobre sí 
misma y, con ello, a volverse absurda; esta tendencia se intensifica 
a consecuencia del efecto narcotizante del consumo y de las imá-
genes que engendra la sociedad moderna. Por otro lado, a la sed 
de ampliar las vivencias le es inherente una dinámica que impulsa 
más allá del vivenciar mismo y acelera claramente el desarrollo de 
la conciencia. Lo mismo se confirma al considerar las transforma-
ciones que experimentan la percepción y el significado del tiempo.
115
L A S E T A P A S D E L A V I D A Y L A C O N C I E N C I A
Etapa 4: La conciencia de estar unido. 
 El adulto joven
Meditación sobre las etapas
Me siento unido a los demás, y cuando alzo los ojos, mi mira-
da se posa en el cuadro que cuelga de la pared de enfrente. Sus 
trazos insinúan una rosa roja entre hojas de bambú y otras plan-
tas salvajes. The Mystic Rose lo ha titulado la pintora; está inspi-
rado en la meditación de Osho que lleva este nombre y sus con-
ferencias sobre la aperturadel corazón. La “rosa mística” simbo-
liza la entrega al camino del corazón. Siento la belleza, experi-
mento alegría, un sentimiento dulce, alegre, expansivo. Felicidad. 
Mis brazos desean extenderse, quisiera tocarlo todo, palparlo, 
quizás estrecharlo contra mi pecho. Maravillosa, esta plenitud. 
Mi mirada se mueve hacia la izquierda y, para mi sorpresa, 
encuentra allí también una rosa, ahora en un jarrón. Siento el 
Etapa 4
L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S
116
impulso de volver al cuadro, veo la rosa, y ella me arrastra hacia 
el interior del cuadro, hacia el verde follaje, hacia la luz que bri-
lla por entre las hojas, que se hace más clara, radiante, atrayente 
y misteriosa, casi cautivadora, parece adentrarse cada vez más en 
la naturaleza, en la vida, en las profundidades, en el corazón de 
la existencia.
Etapa de la vida 4: Edad adulta, pareja y fundación de la 
familia
En la escalera de la vida biológica el cuarto peldaño representa 
la vida adulta. El hombre y la mujer se sumergen en el río de la 
vida, se ponen a su servicio fundando una comunidad de vida y 
teniendo hijos. Fundan una familia, lo que significa que el indivi-
duo, tras caminar solo por el mundo, se integra de nuevo en un 
nosotros, en un nuevo grupo que crea lazos. Para que esto sea 
posible es necesario que haya abandonado su antiguo grupo, la 
familia de procedencia. Los hitos del camino de la vida son pues 
la fusión con la madre en el seno materno, el crecimiento al abrigo 
del grupo, la desvinculación del grupo de procedencia y, finalmen-
te, la formación de un nuevo grupo. La nueva familia, el nuevo 
grupo, es diferente, toda vez que lo que aquí rige no es algo que le 
sea prescrito al hombre y a la mujer, sino algo que ambos tienen 
que desarrollar juntos. Aunque lo que ambos llevan consigo, esto 
es, su origen, y la herencia (corporal, psicológica y espiritual) que 
de él procede influya en la nueva familia, esta no es la mera repro-
ducción de algo antiguo. Porque lo antiguo es ahora heterogéneo, 
la herencia de él y la herencia de ella son diferentes, y ambos se 
enfrentan al reto de unirlas y crear algo nuevo. Pero no se trata de 
una creación arbitraria. El deseo y la ilusión de las relaciones de 
pareja modernas es que sea la pareja misma la que conforme su 
realidad. Pero una relación amorosa no es algo que uno pueda 
117
L A S E T A P A S D E L A V I D A Y L A C O N C I E N C I A
hacer. Es algo que se nos ofrece y en lo que nosotros tenemos que 
embarcarnos. Aunque al aventurarnos en ella cooperamos en su 
creación, el nuevo todo en el que nos embarcamos no es un pro-
ducto de nuestra voluntad. Y está bien que sea así, de lo contrario 
no sería algo más grande que nosotros mismos y no podría apor-
tarnos nada.
En el nuevo vínculo no solo opera el pasado de cada uno de los 
miembros de la pareja, se añade algo fundamentalmente nuevo, a 
saber: su futuro. Los miembros de la pareja no se limitan a plegar-
se a su pasado, también lo hacen a la llamada del futuro. La magia 
que surge cuando dos personas reconocen que son el uno para el 
otro es la llamada del futuro: uno siente que está destinado al 
otro. Una frase de la canción “Have You Ever Really Loved A 
Woman” de Bryan Adams lo ilustra bellamente: And when you 
see your unborn children in her eyes, you know you really love a 
woman – Cuando ves en sus ojos los hijos que aún no han nacido, 
sabes que amas realmente a una mujer.
El siguiente diagrama muestra el campo de fuerzas en el que 
se mueve la pareja. El impulso decisivo procede de la percepción 
de un futuro en común. Llamo a esta fuerza “el porvenir de la 
pareja”, pues no se trata de un futuro lejano o de un sueño, sino 
de lo fundamentalmente nuevo y común que une a la pareja y lan-
za su llamada y desafío a los miembros de la pareja una y otra 
vez. Pero esta fuerza no está sola, es completada por influencias 
procedentes de los orígenes y el pasado de cada uno de los miem-
bros de la pareja, y también por la vocación de cada uno de ellos. 
Estas fuerzas, a su vez, pueden complementarse armoniosamente, 
pero también entrar en conflicto, con lo que la pareja se enfrenta 
siempre de nuevo al reto de volver a encontrar el equilibrio, lo 
cual se logra cuando el futuro común es capaz de reunir en su 
seno al resto de fuerzas.
L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S
118
Campo de fuerzas de la pareja
 El porvenir
 de la pareja
 El porvenir El porvenir
 de la mujer del hombre
 Pasado personal Pasado personal
 de la mujer del hombre
 Procedencia Procedencia
 de la mujer del hombre
119
L A S E T A P A S D E L A V I D A Y L A C O N C I E N C I A
Al fundar una familia la vida vuelve a llenarse de vínculos. 
Como hombre y mujer ligan sus caminos en la vida, tienen que 
poder confiar el uno en el otro, pues todo lo que uno haga repercu-
te inmediatamente en la vida del otro. En una relación igualitaria –y 
solo esta es una relación adulta– esto significa que ambos tienen que 
ponerse de acuerdo sobre cómo van a arreglarse, lo cual exige dos 
cosas: por una parte, dos personas capaces de percibir y comunicar 
sus necesidades; por otra, dos personas capaces de ver que los deseos 
y designios propios están limitados por la otra persona, y que por lo 
tanto habrá de esforzarse siempre por buscar y poner en práctica lo 
que vale para ambos. Tengo que poder aceptar al otro como a mí 
mismo, y a mí mismo como al otro.
Estoy describiendo a una pareja moderna, una pareja de, al 
menos, el tercer nivel de conciencia. La pareja tradicional de la 
etapa 2 es una continuación de la tradición familiar, y la mayoría 
de las veces (de puertas afuera) de la tradición familiar del hom-
bre. La mujer tenía que integrarse en la familia del hombre. El 
matrimonio, así, era una prolongación de lo antiguo, de los valo-
res transmitidos por vía paterna y ampliados ahora a la mujer, la 
cual quizás podía ejercer alguna influencia, pero carecía de una 
posición propia, igual a la del varón. Y así no era necesaria la 
creación de algo nuevo. Tampoco se corría por ello el peligro de 
fracasar desde un punto de vista práctico. Y aunque desde el pun-
to de vista de los hechos la familia tradicional también trae al ser 
algo nuevo, el o los hijos de la misma, en la etapa 2 aún no ha 
penetrado en la conciencia –y, por lo tanto, no forma parte del 
ordenamiento de la cotidianeidad de la relación– que se trate de 
algo común en lo que ambos participan por igual. A los hijos, 
sobre todo a los varones, se los consideraba hijos del padre.
Pero esta es solo la cara externa del asunto. De hecho, en la 
sociedad tradicional el poder del hombre y la mujer está muy bien 
equilibrado. Se divide en dos ámbitos separados en los que el uno 
L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S
120
y el otro, respectivamente, tienen la última palabra. Lo público es 
la esfera del varón –con lo que es suyo el poder formal e institu-
cional. La esfera de la mujer es el ámbito privado –con lo que tie-
ne el poder informal y emocional.1 En la etapa 3 ya no se acepta 
esto, pues las mujeres reivindican la igualdad formal de derechos. 
Pero deben pagar un alto precio por ella: permitir que los hombres 
ocupen en el interior de la familia –en lo tocante a la educación de 
los hijos, por ejemplo– y en la relación una posición igual a la 
suya. No es lo que ocurre en nuestros días: las mujeres renuncian 
a su poder sobre los hijos de tan mala gana como los hombres a 
su poder social. Solo cuando ambos se avengan a abandonar sus 
antiguas esferas de poder serán lo suficientemente maduros para 
establecer una relación realmente igualitaria y adulta, la que 
corresponde a la etapa 4.
Tan pronto como nos embarcamos en una relación que nos 
compromete y tenemos hijos, nos plegamos nuevamente a algo 
que rebasa el propio horizonte, el propio plan, la voluntad propia. 
Se trata de algo que llega a mí desde fuera, desde la apertura de la 
vida, y a lo queyo asiento. Pues aunque la familia forme parte de 
los planes vitales de ambos miembros de la pareja, dichos planes 
 1. Ocurre así que algunas sociedades externamente patriarcales son de facto 
matriarcales. Por ejemplo, en el cantón suizo Appenzell, las mujeres rechaza-
ron la introducción del derecho al voto hasta el final, en vista de que en unas 
elecciones modernas, donde el voto es secreto, habrían perdido el control 
sobre sus maridos. Aunque el derecho al voto estaba reservado a los varones, 
votaban públicamente, alzando sus dagas, mientras las mujeres asistían como 
espectadoras y estaban enteradas de lo que sus maridos habían votado.
 En una entrevista publicada en Der Spiegel a Petra Reski, experta en la 
mafia, la autora afirmaba: “He investigado mucho sobre las mujeres en la 
mafia y estoy segura de ello: El jefe no hace nada sin que lo sepa su mujer. 
(…) Italia es un matriarcado, y cuanto más al sur se desplaza uno, tanto más 
marcada es esta tendencia. (…) Una madre italiana domina a su hijo a través 
de su amor. Las madres lo deciden todo. Por eso la mafia no habría podido 
dar ni un paso sin las mujeres”. (Der Spiegel 49/2008, p. 192). 
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L A S E T A P A S D E L A V I D A Y L A C O N C I E N C I A
no son, sin embargo, perfectamente iguales. Y aunque hombre y 
mujer forjen el plan conjunto de tener dos hijos, en todo momento 
puede la vida servirnos algo distinto. Los miembros de la pareja se 
entregan al amor, en efecto, pues es el amor el que los ha unido, y 
si están dispuestos a confiar el uno en el otro, se entregan a ese 
amor. Y ciegamente, por cierto, pues nunca saben a dónde les con-
ducirá ese amor. Sencillamente confían.
La juventud –o, hablando en general: la etapa 3– nos aleja del 
antiguo todo (la familia de procedencia) y de sus normas y obliga-
ciones para hacernos capaces de establecer un nuevo vínculo con 
alguien que procede de otra familia y otros valores, un vínculo 
que no se reduce a prolongar lo antiguo. La vida nos conduce 
hacia nuevos vínculos y grupos, hacia una nueva familia. Pero se 
da una diferencia fundamental: aunque la nueva familia vincula, 
ha sido libremente elegida, y en lo que respecta al otro miembro 
de la pareja, es una relación entre iguales. La libertad, sin embar-
go, queda limitada. No solo encuentra sus límites en la pareja, los 
encuentra, sobre todo, en el amor que une a sus miembros. El 
amor se sustrae enteramente a nuestros planes y deseos, viene al 
ser por sí mismo, y también puede desaparecer por sus propios 
medios. Entregándonos al amor nos volvemos a vincular –no obs-
tante la libertad de elegir de la que disfrutamos–. Y, sobre todo, 
nos vinculamos a algo más grande que nosotros mismos y que nos 
proporciona satisfacción interior.
Estadio de conciencia 4: Conciencia de estar unido 
 (la inteligencia del corazón)
¿Es el amor como un río que inunda los campos?
¿Es como un fuego que arde en tu alma?
¿Es el amor como un hambre eternamente insaciable?
Créeme, el amor es una flor que crece dentro de ti.
L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S
122
Quien no se atreve a abrir su corazón nunca sabrá lo que 
es la alegría,
quien teme crecer, no obtendrá nada de la vida,
quien nunca se entrega de verdad, ya se ha despedido del 
amor,
quien ve en la muerte a un enemigo, nunca será amigo de 
la vida.
Hay noches que parecen eternas, algunos caminos parecen 
infinitamente largos,
a veces parece que la canción del amor solo suena para los 
bienaventurados.
Pero piensa que en primavera, tras la larga noche del 
invierno,
cada rosa, cada flor, crece en todo su esplendor.
Bette Midler, “The Rose”
Al igual que en la vida, en el nivel 4 la conciencia vuelve al 
todo. Tras conocer la fusión en el ello, la convivencia en el noso-
tros y el aislamiento en el yo, puede ahora percibir en el otro a un 
tú y acercarse a él de un modo distinto, para formar un nuevo 
nosotros. Este yo no se basa en la tradición y en las obligaciones, 
sino en la comprensión, la confianza y el amor. A diferencia de lo 
que ocurre en la etapa 2, la conciencia de la fase 3 permite que los 
demás sean como son. Ya no se trata de la obligatoria vinculación 
con aquello de lo que procedemos, con algo conocido, pues; se 
trata, como ocurre en la vida, de un vínculo libre con algo nuevo, 
desconocido. En la vida eso desconocido es un hombre o una 
mujer que sale a nuestro encuentro. En el nivel de la conciencia, es 
el futuro que viene hacia nosotros.
123
L A S E T A P A S D E L A V I D A Y L A C O N C I E N C I A
Hasta la etapa 3, el todo era idéntico al origen, a aquello de 
lo que venimos (los dioses, los antepasados, después el Dios úni-
co o cualquier otra representación del origen y, derivado de él, la 
tradición y la familia). A partir del nivel 4, el todo se convierte 
en telos, en fin o, mejor dicho: en el destino al que salimos al 
encuentro o que nos sale al encuentro. Este nuevo todo no tiene 
nada que ver con el antiguo, es completamente nuevo. No pro-
cede del pasado, sino que es nuestro futuro, y lejos está de ser 
una prolongación del pasado, pues procede de lo desconocido. 
No caminamos hacia atrás, a los brazos de la familia, por ejem-
plo, o de la Madre Iglesia, o de cualquier otro grupo que nos 
proporcione protección, sino hacia delante, en dirección a un 
todo abierto, desconocido, y que solo cobra forma a través de 
nuestra entrega a él.
El tiempo, o la espontánea llegada del futuro
Deseo intercalar aquí una breve explicación ordenaba a la 
recta intelección del futuro (o del tiempo). Nuestro concepto del 
tiempo en general y del futuro en particular es producto de una 
larga historia. Lo que hoy en día nos parece evidente no lo era 
en el pasado. En los estadios tempranos del nivel 2 no hay noción 
de futuro. La vida es circular, una repetición del movimiento cir-
cular de las estaciones. La idea de un tiempo lineal, esto es, de 
despliegue a lo largo de una línea que conduce desde el pasado a 
un tiempo diferente, un tiempo por delante de nosotros al que 
llamamos futuro, se va formando paulatinamente a lo largo de 
(los estadios tardíos de) la etapa 2. De ahí que antes no se cono-
cieran cosas tales como previsiones para el próximo año o pla-
nificaciones de las próximas décadas –y que sigan resultando 
tremendamente difíciles para las gentes de regiones no entera-
L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S
124
mente civilizadas de África, Sudamérica y Asia-Oceanía. En 
Europa, la mirada hacia el futuro no apareció hasta la moderni-
dad, y está ligada al afán de no perder el tren de la industrializa-
ción y el capitalismo. En la conciencia mitológica de los estadios 
tempranos de la etapa 2 se reconoce, ciertamente, la existencia 
de cambios repentinos cuya consecuencia es la introducción de 
algo nuevo, pero se conceptúa como un asalto externo al curso, 
en sí mismo circular y repetitivo, del tiempo, como un castigo o 
capricho de los dioses (o de los antepasados), por ejemplo. De 
ahí que hubiera que apaciguar a los dioses para que las cosas 
volvieran a su cauce.
También después, hasta en nuestros días en realidad, se con-
ceptúan a veces ciertos acontecimientos repentinos, como enfer-
medades, golpes del destino a proyectos personales, catástrofes 
naturales, epidemias y hasta guerras, como castigos de los dio-
ses o del dios único. Recuerdo muy bien que a mediados de los 
años ochenta la aparición del SIDA era seriamente presentada 
en círculos eclesiásticos como un castigo divino. En los grandes 
círculos protestantes fundamentalistas de América, así como 
entre tradicionalistas católicos afines al Opus Dei, continúa 
sosteniéndose y predicándose esta tesis, y ciertos esotéricos no 
se les quedan a la zaga. También el concepto de “sano sentir del 
pueblo” enraíza fuertemente en este modo de ver las cosas. 
Aquí se mezcla la interpretación mitológica de asaltos repenti-
nos con la concepción lineal del tiempo que apareció mucho 
después.
En la concepciónlineal del tiempo, el futuro es una consecuen-
cia del pasado, resulta de él. Si hoy ocurre algo, debe de tener su 
causa en el pasado. Y cuando pensamos mirando hacia delante, el 
futuro es un efecto del presente. Todos las predicciones se basan 
125
L A S E T A P A S D E L A V I D A Y L A C O N C I E N C I A
en esto.2 Solo muy recientemente, los estudios sobre el caos y la 
teoría cuántica han aportado pruebas científicas de que hay acon-
tecimientos que no guardan esa relación con el pasado.
Hay, pues, un tiempo futuro que no consiste en una prolonga-
ción del pasado, sino que se aproxima de frente a nosotros. Que 
por regla general veamos en ese futuro que se aproxima una suer-
te de asalto, una brusca incursión en el cauce habitual de las cosas 
que, en el fondo, no debería tener lugar, muestra que nuestro pen-
samiento y sensibilidad aún se mueven en la concepción lineal del 
tiempo. En el nivel 4 desarrollamos una nueva percepción del 
tiempo que nos sensibiliza para ese otro futuro. Surge con total 
independencia del conocimiento científico. Se trata de un creci-
miento espiritual que discurre simultáneamente en diversos pla-
nos. Con todo, es significativo que esta apertura también se dé en 
el campo de las ciencias naturales teóricas y experimentales. Este 
otro futuro es algo por venir, algo que llega por sí mismo, desde 
una dimensión completamente diferente a la del pasado. Llamo a 
esta dimensión “lo desconocido”. Conocemos ese futuro como 
vocación, como la idea de algo que se aproxima a nosotros, pero 
también como la repentina aparición de un saber que aparente-
 2. El economista Massim Nicholas Taleb explica cómo es que pueden revelarse 
sistemáticamente falsos pese a que se los tenía por ciertos con su teoría del 
pavo, que se hizo célebre con ocasión de la crisis económica mundial del 
2008 (El cisne negro, 2008). El pavo americano es alimentado, abrigado y 
cuidado durante 1000 días. Cuanto más dura su vida más confía en los seres 
humanos que lo alimentan día tras día. Según su experiencia, las cosas siem-
pre han sido así, y su pronóstico para el futuro no puede ser sino que será 
así para siempre. Pero cuando llega el día 1000, directamente después del día 
de Acción de Gracias, el mismo ser humano que siempre lo había cuidado le 
corta la cabeza.
 Es solo uno de los muchos ejemplos con los que Taleb ilustra que el hecho 
de que el futuro sea igual que el pasado vale hasta que ocurre algo imprevi-
sible. La llegada de estos acontecimientos improbables, aunque no es prede-
cible, es más que probable: ocurrirán en algún momento y echarán todo por 
tierra.
L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S
126
mente carece de fundamento. La mayoría de la gente no da ningu-
na importancia a estas pequeñas revelaciones, y las olvidan rápi-
damente porque su conciencia carece de lugar para ellas. Pero 
cuando ese espacio comienza a crecer, lo hace también la percep-
ción de este aspecto del futuro, y uno recuerda que siempre estuvo 
ahí, si bien pasó más o menos desapercibido.
Experimenté uno de los primeros y más trascendentales anun-
cios de un futuro completamente inesperado a la edad de 33 años. 
Dirigía a la sazón un gran proyecto de investigación en la Univer-
sidad de Bonn. Como una de mis hermanas pequeñas había prac-
ticado la meditación en el centro Bhagwan de Colonia (hoy Cen-
tro Osho), yo había cogido de la biblioteca un librito sobre las 
llamadas “nuevas religiones”. Por aquel entonces, 1981/82, los 
sanniasin estaban en boca de todos. Pasaba por ser la más atracti-
va y, en consecuencia, peligrosa religión o secta para adolescentes, 
y su maestro, Bhagwan Shree Rajneesh, más tarde Osho, por el 
más perfecto ejemplo de gurú. Desde que el reportero Jörg Andrees 
Elten había visitado el ashram de la ciudad india de Poona por 
encargo de la revista Stern para después quedarse allí y romper su 
relación con Stern, raro era el día en que no hubiera titulares sobre 
Osho; el último, un especial de la revista Spiegel en varias entre-
gas. El asunto no había despertado mi interés. La única razón por 
la que leía en ese momento sobre el tema era que no quería ver a 
mi hermana pequeña atrapada en las redes de una secta y deseaba 
informarme antes de hablar con ella detenidamente. De ahí que 
mi secretaria se quedara muy sorprendida al entrar en el despacho 
y verme leyendo “un libro sobre sectas”. “¿Te interesa Bha-
gwan?”, me preguntó incrédula. “Hasta ahora, no. Pero esto que 
estoy leyendo suena muy interesante y despierta mi curiosidad, a 
decir verdad”, le respondí. “Si quieres, te traigo mañana un libro 
apasionante sobre él”. “Estupendo”.
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L A S E T A P A S D E L A V I D A Y L A C O N C I E N C I A
A la mañana siguiente estaba Ganz entspannt im Hier und 
Jetzt, de Swami Satyanada, también conocido por Jörg Andrees 
Elten, sobre mi mesa de trabajo. El texto de cubierta decía que 
Elten, tras entrevistar como reportero jefe de Stern al primer 
ministro indio, había hecho una escapada a Poona para ver por 
qué tantos alemanes jóvenes e inteligentes se habían trasladado 
allí para hablar con el gurú. Pese a su profundo escepticismo ini-
cial, experimentó poco después de su llegada una suerte de 
“visión paulina”. Vio en Osho a un Jesús o Buda de nuestro 
tiempo, y en la comuna un experimento fascinante que podría 
traer al mundo un nuevo hombre, a la par que una nueva socie-
dad, religiosa e ilustrada al mismo tiempo. Se despidió de Stern 
y permaneció en Poona. El libro era el diario de su primer año 
allí, en el ashram de Poona.
Como Elten era un conocido periodista político y yo politólo-
go, la historia me fascinó, y tenía muchas ganas de leer el libro. 
Al poco noté que no podía concentrarme en mi trabajo, y al 
mediodía me subió la fiebre y me marché a casa. Naturalmente, 
me llevé conmigo el libro de Elten. Al llegar a casa me tumbé en 
la cama y comencé a leer. Ya no recuerdo cuántas páginas leí de 
una tacada, pero tras leer las primeras citas largas originales de 
Osho tuve que apartar el libro. Y supe: esto jamás me abandona-
rá. Estas líneas van a cambiar completamente mi vida; no: la han 
cambiado, ya. Nunca antes había vivido algo semejante. Había 
leído mucho, reflexionado sobre muchas cosas y comparado lo 
nuevo con mis conocimientos anteriores, pero que leer unas 
cuantas líneas me impactara tanto como para decir: “¡Eso es! 
¡Esta es la verdad!” era algo que jamás antes me había ocurrido, 
ni remotamente. Y así había sido. Supe que aquello era la verdad. 
Era fascinante, y a la par aterrador. Porque si era la verdad, ya no 
podría sustraerme a ella. ¡Y estaba fuera de toda duda que era la 
L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S
128
verdad! La fiebre, por cierto, desapareció al cabo de unas horas 
–algo completamente inhabitual en mí. Solo la había necesitado 
para irme en seguida a casa y poder leer el libro.
Hoy sé que aquella tarde el futuro entró en contacto con mi 
vida. Un par de cosas me habían preparado para ello –una repen-
tina dolencia y la subsiguiente terapia homeopática, que desem-
bocó en un curso de yoga–, pero aquello no había tenido que ver 
con mi interés consciente por preguntas de espiritualidad, menos 
aún con un maestro espiritual. Y además todo aquello había des-
aparecido de mi conciencia. No había nada en mi vida –tampoco 
en mi pasado– que señalara en aquella dirección. Osho, que un 
año después se convirtió en mi maestro y lo fue durante 15 años 
más, llegó a mi vida desde el futuro de un modo completamente 
inesperado. Más adelante me di cuenta de que ya antes me 
habían ocurrido cosas parecidas sin que me apercibiera de ellas, 
y hoy descubro también el incausado anuncio del futuro en las 
pequeñas cosas. Por aquel entonces, sin embargo, esto era com-
pletamente nuevo para mí; era la primera vez que lo experimen-
taba conscientemente.
Actualidad
En el nivel 4 surge un nuevo paradigma. Ese es el nombre que 
recibe en la teoría de la ciencia el marco fundamentaldesde el que 
uno ve y entiende los datos del mundo. Comenzamos a ver y reco-
nocer que somos partes de un todo, que el movimiento propio del 
mundo –y con ello también el nuestro, el de nuestra voluntad y 
conducta– no parte de nosotros, sino de ese todo. Que también 
nosotros somos movidos, y que en ese “ser movidos” también 
somos dirigidos, sostenidos y protegidos. Obsérvese bien: comen-
zamos a ver estas cosas. Solo en las siguientes etapas alcanzamos 
a penetrarlo hasta el final y sentirnos ahí en casa.
129
L A S E T A P A S D E L A V I D A Y L A C O N C I E N C I A
En el nivel 3 la conciencia ha perdido el contacto con el todo. 
Uno se ve y siente solo en un mundo en el fondo ajeno, extraño, 
al que, como afirman los existencialistas, hemos “sido arroja-
dos”, y en el que uno tiene que arreglárselas de alguna manera 
hasta que muere, acontecimiento que carece de sentido, al igual 
que haber nacido. Pero esta pérdida del todo y del sentido que 
de él procede se experimenta como pérdida solo en la medida en 
que nos mantenemos en la idea del yo autónomo. La tercera eta-
pa es por esencia un paso, una transición, que solo tiene sentido 
en tanto en cuanto nos conduce a la siguiente etapa, a un nuevo 
todo. Por eso es necesaria, al igual que es necesaria la juventud 
para llegar a la edad adulta. El joven debe abandonar a su fami-
lia y orientarse y tomar decisiones por sí mismo para formar al 
final una nueva familia, una familia al que él mismo da forma; 
de la misma manera, la conciencia tiene que liberarse de los dog-
mas de la tradición y el pasado y aislarse para darse cuenta de 
que hay un todo que está ante nosotros, que el futuro se aproxi-
ma a nosotros en todo momento desde ese todo, y que, en con-
secuencia, siempre formamos parte de ese todo desconocido e 
incausado.
Sin recorrer la transición que representa el nivel 3, sin desa-
rrollo del ego, el acceso a este conocimiento es imposible. Se lo 
identificaría con la antigua representación del todo característi-
ca de las etapas 1 y 2. Solo desde una completa distancia con ella 
nos es posible descubrir la otredad del nuevo todo. Y solo el 
completo despliegue del yo hace posible que veamos en el otro a 
un tú (el yo en los otros), al igual que solo la total separación de 
la madre hace posible que el varón vea de verdad a su mujer –y 
no proyecte sobre ella a la madre. Aún más: el yo ha de ser visto 
y afirmado para que uno pueda afirmar enteramente el yo en el 
otro, esto es, al tú. Por eso es tan importante la etapa 3 aunque, 
L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S
130
en sí misma considerada, desemboque interiormente en un gran 
sinsentido y exteriormente en un mundo de egos que se multipli-
ca como un cáncer. El yo tiene que ser afirmado, al igual que 
debe estar dispuesto a mirar allende sí mismo. Y semejante dis-
posición nace de la afirmación. Si se niega al yo, se lo empeque-
ñece, esconde o convierte en el enemigo a batir lo controlará 
todo desde su escondrijo. Solo la afirmación del yo procura la 
relajación que es necesaria para alzar la mirada y contemplar los 
espacios interiores que existen allende el yo. Un yo maduro en el 
sentido indicado puede decir: me doy a ti tal y como soy, como 
tu marido, y te tomo por esposa tal y como eres. Con ello entra 
en la etapa 4, en una relación madura que deja atrás las preten-
siones del niño y el no querer comprometerse de la juventud. Y 
más allá de la relación de pareja, desde aquí uno puede percibir 
el mundo como lo otro, que nos invita a entrar en lo que nunca 
ha sido, en eso completamente desconocido que es la existencia 
según su esencia.
El futuro del que hablo aquí no se halla sobre la línea del 
tiempo lineal, no es algo que vaya a suceder mañana, o el año 
que viene, antes o después sobre esa línea. El futuro que viene al 
ser estaba ya ahí. Es el futuro porque todavía no se ha realizado, 
no se ha manifestado, pero ya está ahí; es lo que en cualquier 
momento puede llamar a nuestra puerta, lo que siempre ha esta-
do ya a nuestro alrededor y en nuestro interior; es siempre, aquí 
y ahora. Con la percepción de este por venir, nuestra mirada y 
nuestro orientarnos en general desplazan la atención desde la 
orientación futuro-pasado lineal hacia la actualidad, desde el 
pensar y obrar causal hacia la espontánea aceptación de la nove-
dad incausada que en cada caso se actualiza y quiere entrar en el 
mundo.
131
L A S E T A P A S D E L A V I D A Y L A C O N C I E N C I A
Duda y confianza
Vida deliciosa
En el camino que tantos han olvidado
vuelvo a recordar lo que en realidad cuenta.
Busca con la mirada la estrella que te guía
y lo que tu alma desea de verdad.
No hay nada que me ligue al pasado
ni a lo que quizás estaba bien ayer.
El mañana será mañana, el ayer, ayer fue,
solo el ahora es real, solo el ahora es verdad.
Me depare lo que me depare el futuro,
la vida me llama ahora, en este momento.
Aún sin conocerlo me siento seguro,
y esa confianza es lo que me sostiene.
Vida deliciosa, disfruta del momento,
y como el pájaro matutino, saluda la luz del firmamento.
John Denver, “Sweet Surrender”
La conciencia del yo proyecta sus miedos sobre la siguiente 
etapa –si es que admite la posibilidad de su existencia. Su gran 
temor es perder la independencia que acaba de ganar. En cierto 
sentido tiene razón, en otro está completamente equivocado. Uno 
solo pierde la parte negativa, la soledad y la falta de sentido, y lo 
gana todo, el amor, sobre todo. En la cuarta etapa, la conciencia 
comienza a contemplar a los otros seres humanos y al conjunto de 
la creación con los ojos del amor.
En cambio, debemos dejar atrás aspectos centrales de la etapa 
3, en concreto la duda, el control y el poder. No porque sean en sí 
mismos malos y rechazables, sino porque ya han cumplido su fun-
L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S
132
ción. La duda nos ha ayudado a cuestionar ideas tradicionales y 
modos de conducta basados en ellas, a comprender su falsedad y 
a no dar por bueno sino lo que no se muestra a nosotros mismos 
como verdadero. Por ello es y siempre será importante. Ya de niño 
me resultaba imposible comprender por qué en la Biblia sale tan 
mal parado “Tomás el incrédulo”. Que demandara ver las heridas 
de Jesús revelaba en él, a mis ojos, un entendimiento despierto y 
un sano escepticismo. Y sigo viéndolo así. Si cuando Jesús le ense-
ñó las heridas hubiera insistido, diciendo: No puede ser, es cientí-
ficamente imposible, tiene que tratarse de un engaño (así argu-
mentan hoy, por ejemplo, los críticos del trabajo con constelacio-
nes) habría dejado de ser la suya una duda sana, para pasar a ser 
dogmatismo. La duda sana está dispuesta a dejarse instruir por 
algo mejor, está abierta a nuevas experiencias y solo duda hasta 
que ve o conoce. Lo último requiere algo más que la sola duda, a 
saber: la disposición a tener algo por posible. Y en ella ya hay una 
chispa de confianza. La duda sola puede destruir, sobre ella no 
puede edificarse nada. Dicho de otra manera: no puede ofrecernos 
nada positivo, nada que alimente –ni a nuestro espíritu, ni a nues-
tra alma, ni a nuestro corazón. Lo mismo ocurre con el control y 
el poder: puede que nos protejan aquí o allá, pero también nos 
separan de todo y nos dejan solos.
Si queremos amar, tenemos que superar la duda, el poder y el 
control. Un corazón abierto y confianza ocupan su lugar. Superar-
los no quiere decir rechazarlos. Significa más bien dejarlos ahí 
donde son útiles y seguir avanzando. Si salimos al encuentro de un 
hombre en el amor, por ejemplo, y comenzamos con él una rela-
ción amorosa, la duda, el poder y el control tienen que quedar 
atrás. No pintan nada en la relación, en ella solo tienen un efecto 
destructivo. Pero pueden ser muy importantes para proteger la 
relación. Para ellos tenemos que ponerlos al servicio del amor.
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L A S E T A P A S D E L A V I D A Y L A C O N C I E N C I A
Amor como camino de conocimiento – La inteligenciadel corazón
En la cuarta etapa de la conciencia, con todo, no se trata del 
amor a una persona, sino de un pensar, sentir y obrar que, en 
general, se basa en el amor y la confianza; de un corazón abierto, 
no solo para el amado o la amada, sino para la totalidad de la 
existencia. El físico y estudioso de la conciencia americano Arthur 
Zajonc habla incluso del “camino del conocimiento del amor” 
(Epistemology of Love). Al hacerlo se apoya en Johann Wolfgang 
von Goethe, sobre cuya teoría de los colores y filosofía del cono-
cimiento se doctoró. Goethe afirmaba que solo podemos com-
prender de verdad lo que amamos. Solo cuando amamos algo, 
este se nos abre y nos muestra su verdad. En el caso de los seres 
humanos es completamente cierto: Solo cuando nos sentimos 
amados nos abrimos y mostramos nuestro interior. Pero Goethe 
va más allá, habla de la naturaleza toda, de la totalidad de la exis-
tencia. En Máximas y reflexiones escribe: “Hay una dulce empei-
ria, que se hace íntimamente idéntica al objeto y se torna así en 
verdadera teoría”.3 “Dulce empeiria”, qué maravilloso concepto. 
¿Puede uno imaginarse a los científicos lidiando dulcemente con 
sus objetos? Y “hacerse íntimamente idéntico”: Justo lo contrario 
de la distancia y objetividad que exige la ciencia empírica (etapa 3 
de la conciencia). El físico Zajons lo dice claramente en una con-
ferencia sobre la relación entre el amor y el conocimiento: “A un 
científico de la naturaleza le parece un monstruoso atentado con-
tra la etiqueta poner en relación el conocimiento con el amor”. Si, 
pese a ello, lo hace, no es con el fin de complementar las adquisi-
ciones intelectuales con buenas obras, sino de mostrar que “el 
conocimiento mismo quedará incompleto y deformado tanto 
 3. A. Zajonc, “Was können wir erkennen? Erkenntnis zwischen Wissenschaft 
und Spiritualität”, en Praxis der Systemaufstellung 1/2008.
L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S
134
tiempo como no sustituyamos la epistemología de la separación 
por la epistemología del amor”.4
La cita de Goethe continúa: “Pero este incremento de la capa-
cidad espiritual corresponde a una época altamente instruida”.
¿Habla Goethe de la cuarta etapa? Es evidente que no conside-
raba a su época lo suficientemente madura. Se hallaba plenamente 
en la segunda etapa de la conciencia, pese a que algunos grandes 
espíritus la trascendían. E incluso estos, como el Geheimrat 
Goethe, estaban ampliamente marcados en sus relaciones perso-
nales, su sentir y actuar por la conciencia tradicional. Me parece, 
con todo, altamente interesante que Goethe no presente el amor 
por el objeto de conocimiento y la intimidad con él como una for-
ma de sentimentalismo, como algo que “sale de las entrañas”, 
sino como el resultado de una instrucción superior, como una 
capacidad espiritual que supera la intelectual-distante. El amor 
que es capaz de conocer corresponde para Goethe a una etapa de 
desarrollo de la instrucción superior y no un mero sentimiento: es 
una capacidad perceptiva potenciada, ampliada, la capacidad de 
ver con el corazón. Surge de aquí la idea de una nueva clase de 
inteligencia: la inteligencia del corazón. Es evidente que Goethe, 
pese a carecer de este concepto, pensó en una evolución de la con-
ciencia que a su debido tiempo se elevaría al nivel de esta nueva 
inteligencia.
¿Ha llegado ahora el momento? Quizás no realmente, no en 
sentido amplio. Pero existen prometedores indicios. Para la evolu-
ción de la conciencia 200 años no son nada, aunque parezca que 
mediante una aceleración enorme, elevada a potencia, de los tiem-
pos, pudiera también la conciencia desarrollarse más rápidamen-
 4. A. Zajonc, “Cognitive-Affective Connections in Teaching and Learning: The 
Relationship Between Love and Knowledge”, en Journal of Cognitive Effec-
tive Learning, 3 (1) otoño, 2006.
135
L A S E T A P A S D E L A V I D A Y L A C O N C I E N C I A
te. No, el centro de nuestra sociedad se halla plenamente en la 
conciencia del yo, en lo emocional, incluso a menudo en la con-
ciencia de grupo. Lo que a través de los medios de comunicación 
y gran parte de la literatura, también de la “alta” literatura y el 
arte, se nos vende como amor y lo que impera en la mayoría de las 
relaciones, sigue siendo el amor infantil de la etapa 2 o, en el 
mejor de los casos, de la conciencia adolescente. No tiene nada 
que ver con el amor del que se trata aquí, en la cuarta etapa. La 
conciencia moderna, además, tiene que luchar contra elementos 
de la conciencia tradicional introducidos desde fuera (por emigra-
ción de regiones más atrasadas) especialmente con muchos musul-
manes, así como contra los conservadores de la propia cultura, los 
cuales encuentran una solución al dilema de la modernidad en la 
vuelta a valores y tradiciones antiguas, pese a que ellos mismos 
tampoco pueden vivirlas. Con todo, por entre medias de estas 
transiciones truncadas y de este confuso entreveramiento de nive-
les, comienza a desarrollarse la conciencia de la etapa 4. Que un 
físico como Zajonc, que enseña en un célebre College (Amherst) 
de Nueva York, pronuncie en Universidades conferencias y orga-
nice cursos oficiales sobre el amor como vía de conocimiento 
muestra a las claras que la conciencia ha alcanzado el nivel 4. 
También C. Otto Scharmer, formador de ejecutivos y docente en 
el Massachusetts Institute of Technology en Cambridge, entrena a 
ejecutivos de consorcios internacionales así como a iniciativas ciu-
dadanas en la capacidad de percibir con el corazón. Open Mind 
– Open Heart – Open Will (mente abierta – corazón abierto – 
voluntad abierta) reza su triple paso para una buena toma de deci-
siones. Lo que debe resultar de ellas es que sus contenidos no estén 
dominados por el pasado sino –en la línea de lo que antes he pre-
sentado como característico del nivel 4– que lo que quiere venir al 
ser desde el futuro sea visto y puesto en práctica. Y así el subtítulo 
de su libro reza: “Dirigir desde el futuro que llega”. Scharmer lla-
L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S
136
ma a este proceso “presencing”, una combinación de los concep-
tos presence (presente) y sensing (sentir, percibir).5 Por el momen-
to, personas como Scharmer y Zajonc representan casos aislados 
de la élite académica y otros grandes centros de decisión –amén de 
estos, hay muchos más–, pero están ahí. Habrá de pasar mucho 
tiempo, que duda cabe, para que una parte cuantitativamente sig-
nificativa de la sociedad se sienta en casa en la etapa 4, pero algu-
nos ya están en camino.
Vulnerabilidad y fragilidad
El nivel 4, no obstante, comporta algo que en la Teoría U de 
Otto Schamer apenas se considera: una apertura del corazón que 
inicialmente se experimenta como fragilidad y vulnerabilidad. Al 
fin y al cabo, uno se entrega a algo que no conoce y de lo cual 
ignora qué va a depararle. Uno deja de tener “la sartén por el 
mango”. Y este es el gran escollo que disuade a muchos. Desde la 
perspectiva de la conciencia del yo, el camino del corazón aparece 
como un camino marcado por una gran vulnerabilidad y, por ello, 
repleto de riesgos. Y no debe olvidarse que vías de conocimiento 
y decisión como la “dulce empeiria” o el “Open Mind – Open 
Heart – Open Will” de Scharmer no son técnicas que uno pueda 
aprender y aplicar cuando le venga en gana. El camino del cora-
zón es una opción vital, ha de ser vivido, y siempre de nuevo, por 
añadidura. Para salir al encuentro del otro con el corazón real-
mente abierto y sin reservas, tenemos que superar la desconfianza 
y nuestro miedo a que nos hagan daño interiormente. Y esto se 
aplica especialmente al plano emocional. En el plano espiritual ya 
no tenemos ese miedo, aún poderoso en el nivel 2. Pero esto se 
debe únicamente a que en la tercera etapa lo emocional se disocia 
 5. Otto C. Scharmer, Theorie U. Von der entstehender Zukunft her führen, 
Heidelberg, 2009.
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L A S E T A P A S D E L A V I D A Y L A C O N C I E N C I A
de lo espiritual.En cuanto algo nos afecta a nivel emocional, nos 
retiramos a un refugio interior que nos separa de los demás y, 
amén de esto, del mundo en general.
Por eso surge en el nivel 3, o en el tránsito del 2 al 3, la esfera 
de la intimidad, en la que uno se abre y debe poder relacionarse 
con el otro con el corazón abierto. Para la conciencia del yo, la 
apertura del corazón solo es posible en ese ámbito protegido que 
es la “esfera de la intimidad”, y no en el encuentro con los seres 
humanos en general. Y aún allí está ligada a severas condiciones, 
por ejemplo, a una fidelidad sexual incondicional. Vulnerarla pasa 
por ser un decepción de la confianza puesta en el otro, y la con-
ciencia del yo ya no es capaz de abrirse. Puede intentar pasarlo 
por alto y hacer como si no fuera tan importante –así se veía el 
asunto cuando se propagaba el “amor libre” en los años sesenta y 
setenta–; peso a ello, el corazón se cierra en estos casos, y el amor 
se convierte en una forma de consumo. Y esto vale especialmente, 
desde luego, para la continua abolición de la intimidad asociable 
a Internet y los realtyshows de la televisión, en los que las relacio-
nes personales adquieren enteramente el carácter de mercancías. 
Confiar de verdad y abrirse al amor tanto en la intimidad como 
más allá de ella cuando el otro o los otros no se atienen a reglas 
que yo mismo o la tradición les ha impuesto, requiere una gran 
ampliación de la conciencia, elevarse al siguiente nivel. Aunque en 
el nivel 4 no se corre el peligro real de ser herido, uno no se da 
cuenta de ello hasta que uno se ha entregado a esa apertura. Lo 
que la conciencia del yo vive como una herida a la que sigue una 
retirada se torna aquí en un estímulo para seguir abriéndose y cre-
cer. Este estímulo puede ser doloroso en algunas ocasiones, pero 
es el dolor asociado a mudar la piel. Como en el umbral que da 
paso a la nueva etapa nos vemos confrontados con nuestros mie-
dos –y no solo con los miedos personales asociados a la infancia, 
sino con miedos sistémicos procedentes de nuestra familia y de 
L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S
138
nuestra cultura–, muchas personas necesitan apoyo para dar el 
paso. Tenemos que penetrar la irrealidad de nuestros miedos, así 
como nuestra profunda identificación con ellos, la culpa que expe-
rimentamos al dejar atrás el pasado para seguir la llamada de la 
vida y gozar de la liberación y la paz interior que experimentamos 
cuando al fin nos atrevemos a dar ese paso. A mis ojos, prestar 
apoyo a estos profundos procesos anímicos, así como a la clarifi-
cación y fortalecimiento del yo, que sigue siendo importante para 
muchos, constituye la más importante función de la terapia en 
nuestros días. En la terapia no se trata tanto de reparación de tras-
tornos como de una nueva forma de iniciación en la que se nos 
ayuda a cruzar el umbral que nos adentra en el propio corazón. 
Para ello tenemos que contemplar la realidad más profundamente 
de lo que estamos acostumbrados.
Hace un tiempo tuve un extraño sueño: soñé con una palabra 
en griego antiguo. En el sueño vi o simplemente escuché esa pala-
bra, y me desperté. Igualmente extraño fue que después de desper-
tarme supe inmediatamente cuál era el significado en alemán de 
aquella palabra. Sí, estudié griego durante el bachillerato, pero 
hace cuarenta años, y salvo por que a veces sé de qué deriva esta 
o aquella palabra extranjera, lo he olvidado por completo. Y no 
recuerdo haber oído o leído aquella palabra –thaumazein– con 
posterioridad a mis años de estudio en el colegio. En alemán sig-
nifica asombrarse, estar asombrado. Desde que reflexiono y escri-
bo sobre la cuarta etapa no se me va de la cabeza. Thaumazein, 
asombrarse, describe con exactitud el sentimiento que se tiene 
ante la vida en el nivel 4. Tan pronto como uno brinda un corazón 
abierto a la vida, la vida misma se abre y le muestra a uno cada 
vez más cosas de su interior. Uno se da cuenta de que antes no veía 
más que su lado externo y se halla admirado en un mundo que 
creía conocer y del que sin embargo no conocía nada en absoluto.
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L A S E T A P A S D E L A V I D A Y L A C O N C I E N C I A
Del vivenciar al compartir, del aislamiento a la unión solidaria
Cuando uno se siente en casa en el corazón, coleccionar 
vivencias se torna secundario. En el corazón impera una alegría 
natural que, o bien se comparte con los demás, o se disfruta en 
silencio. No es desbordante, ni escandalosa, ni agitada, es un 
sentimiento constante y apacible. Está emparentado con la satis-
facción de la segunda etapa, pero es muy diferente. No procede 
de lo antiguo, no está asociado a que las cosas sigan siendo como 
siempre han sido, sino que se vuelve hacia lo nuevo, hacia la 
apertura de la vida y el cambio. De ahí que no quede alterada, 
como la satisfacción de la segunda etapa, por los cambios repen-
tinos. Se alimenta más bien del descubrimiento de un mundo 
nuevo, de la perspectiva ganada sobre todas las cosas. Por eso no 
necesita cosas (vivencias) especiales. No es que uno ya no quiera 
vivir nada más y que ya no sienta curiosidad por lo nuevo. Ocu-
rre más bien que lo nuevo siempre está ahí, por que uno lo ve 
todo bajo una nueva luz.
Y lo que uno ve por encima de todo es que está solidariamen-
te unido. No solo, no separado, no aislado; pero tampoco obliga-
do, sujeto, atado, sino unido. La experiencia de la unidad solida-
ria presupone la experiencia de la separación y el aislamiento, 
esto es, el desarrollo de la etapa 3. Solo quien puede estar solo 
puede también estar solidariamente unido. En la etapa 3 aún no 
se desarrolla la verdadera experiencia del estar solo, pero sí repre-
senta un paso previo. Cuando me siento aislado, me siento solo, 
pero “solo” en el sentido de separado y con ello, al final, también 
en soledad. Se trata, pues, de una experiencia dolorosa. Ahora 
bien: cuando miro de frente el hecho de la soledad y la apruebo, 
el dolor se convierte en una cierta calma. Esta no es la experiencia 
profunda de la soledad. No surge hasta la sexta etapa, y en ella 
soy a la par uno con todo lo que es. La solidaridad del corazón 
L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S
140
que aparece en la cuarta fase es el primer paso hacia allí, tras 
haber sido progresivamente alejados del todo en las etapas 2 y 3.
Solo pueden estar unidos los que se han experimentado como 
individuos, de lo contrario no se trata de unidad solidaria sino de 
mezcla. Dicho de otra manera: quien llega al corazón sin haber 
pasado por la conciencia del yo, experimentará la unión como un 
niño, como una suerte de vínculo familiar. Le faltará la experien-
cia y la capacidad de estar solo, por lo que tenderá en las relacio-
nes a la codependencia, esto es, aunque se perciba a sí mismo 
amando, su amor depende de que el otro lo ame o lo mantenga 
atrapado en su amor. Por mucho que este amor se sienta en el fon-
do del corazón, es en el fondo un amor inmaduro. En los lazos 
maduros del corazón, tanto yo como el otro (o los otros) somos 
libres, porque uno también podría estar solo.
Yo – Tú – Uno mismo
He descrito el camino que va de la etapa 2 a la 3 como la tran-
sición del nosotros al yo. La etapa 3 se entusiasma al comienzo 
con el yo, y en su transcurso el yo se apodera cada vez más de ella. 
Curiosamente, apenas hay alguien que lo apoye abiertamente. El 
yo siempre se esconde más o menos avergonzado, por ejemplo, 
tras buenas (no egoístas) intenciones, supuestas necesidades obje-
tivas, etc. También tras el esfuerzo por trascenderlo. Y esto ocurre 
por una buena razón: el yo solo puede triunfar ocultándose. Tan 
pronto como sale a la luz, desnudo, todos lo señalan con el dedo. 
Pero en ese momento le queda a uno especialmente claro que el yo 
no tiene sustancia, que es solo apariencia. Puede comprobarlo con 
un sencillo ejercicio. Colóquese frente a cualquier persona, mírela 
a los ojos y diga (sin apartar la mirada): “Soy independiente. No 
necesito a nadie. Me bastoenteramente a mí mismo”. Notará que 
esto no se sostiene. No es verdad, sencillamente.
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L A S E T A P A S D E L A V I D A Y L A C O N C I E N C I A
Pero también está, por otro lado, el intenso y esencialmente 
correcto sentimiento de que soy diferente a los demás, de que exis-
to como una criatura independiente, no idéntica a ninguna otra 
criatura. Cuando digo “yo” en este otro sentido y lo acepto ente-
ramente, se produce un cambio esencial: me doy cuenta de inme-
diato de que los demás también son yoes, de que también son dife-
rentes y especiales. Decir yo con aprobación plena de uno mismo, 
tal y como uno es, no separa, al contrario, une. Me mueve a acep-
tar a los demás en tanto que otros yoes, y mediante esta acepta-
ción se crean múltiples lazos. En el sí al propio yo me solidarizo 
conmigo mismo, con mi historia, mi procedencia, y con todo lo 
que ha hecho que sea lo que “yo” soy; a la par veo también que 
los demás deben ser como son, y así me reconcilio con ellos y 
acepto que son diferentes. Cuando afirmo pues, en este sentido, 
completamente al “yo”, el yo pierde su peculiaridad, su presun-
tuosidad, y también su soledad. Yo y tú se hallan en el mismo pla-
no, tienen la misma validez, y así el yo deja de ser importante. El 
sentimiento del yo cede en favor del sentimiento de uno mismo, en 
el que también nos percibimos como un sujeto, pero un sujeto en 
medio de otros sujetos con los que en el fondo se siente unido. 
Para verterlo en una imagen: la isla deja de verse y sentirse como 
una isla solitaria rodeada de mar, y ahora se ve a sí misma como 
una de las muchas cimas de una cordillera submarina cuyas partes 
visibles (conscientes) se elevan por encima del agua y pueden ver 
desde allí a las otras cimas visibles de la misma cordillera. Estar 
solo y aislado (isla) y ser uno (cordillera) coexisten, y hacen posi-
ble la experiencia de la unidad solidaria.
La unidad solidaria engendra un nuevo sentimiento del noso-
tros, diferente al de la etapa 2. “Nosotros” ya no equivale al gru-
po, que está unido porque comparte unos valores, propósitos, el 
mismo color de piel y cosas semejantes, sino que “nosotros” nos 
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hemos dado cuenta de que somos distintos rostros de lo mismo 
–individuales y diferentes, pero partes del mismo todo. Por eso se 
crea un vínculo del corazón que no percibe el hecho de ser diferen-
te como motivo de separación. Este nosotros ya no funda ningún 
grupo, sino fluidez en los lazos. En el nivel 4, el colectivo ha deja-
do de existir.
Deseos, elecciones, estar de acuerdo
En el nivel 4 se desarrolla la conciencia de que, en la vida, no 
se tiene elección. Esto parece entrar en contradicción frontal con 
lo que se ha aprendido trabajosamente en la etapa 3: que uno es 
libre y responsable de todo. En realidad, ambas cosas son verdade-
ras. En la etapa 4 se desarrolla una nueva clase de libertad y una 
nueva clase, más abarcadora, de responsabilidad. La libertad del 
nivel 3 insiste en que me desprenda de tradiciones dadas, en que 
cuestione las respuestas dadas y vea por mí mismo qué es verdade-
ro, en que actúe en base a lo que veo por mí mismo y creo. Es una 
libertad que separa, que, al final, deja a cada uno solo. La libertad 
de la etapa 4 es diferente. Reconoce que no hay nada que decidir; 
sigue al corazón, sencillamente; en el corazón estamos unidos con 
lo que quiere venir al ser y suceder a partir de sí mismo.
Si escucho mi corazón, no hace falta que decida, pues entonces 
la cosa ya está decidida. Por ejemplo, las parejas se preguntan a 
menudo si deben separarse o seguir juntas. Algunos se torturan 
durante años con esta pregunta. Cuando alguien viene a pedirme 
consejo sobre ello, pregunto primero: ¿Qué dice tu corazón? 
¿Amas a esa mujer o a ese hombre? Puede también ocurrir que la 
respuesta sea “sí”, y que a pesar de ello uno sienta en el corazón 
que se ha acabado; pero no se trata de una pregunta que pueda 
responderse por pros y contras, es algo que se siente. Si uno es 
capaz de oír la voz del corazón, la decisión ya está tomada. Igual 
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que no hemos decidido enamorarnos de este hombre o de esta 
mujer. Si alguna decisión se ha tomado no es otra que la de no 
cerrarnos al amor, la de no oponernos a lo que dice el corazón. Y 
esta es la responsabilidad que se cierne sobre nosotros en la cuarta 
etapa (no solo en cuestiones amorosas, que aquí se emplean úni-
camente a modo de ilustración): dar una respuesta adecuada a la 
voz del corazón, estar en resonancia con lo que la vida quiere de 
nosotros y nos tiene preparado. En lugar de la voluntad propia 
aparece el estar de acuerdo. Uno se siente en él plenamente libre, 
tan libre como cuando nos dejamos llevar por las olas de una 
corriente. Con el estar de acuerdo volvemos a estar ligados a la 
vida y al todo. La propia voluntad separa. Querer algo significa 
que las cosas deben ser distintas a como son, que la vida debe de 
ser diferente a como es. De ese modo me aparto de lo que es. En 
lugar de ello, me reconcilio o incluso me identifico con mi deseo. 
La identificación corresponde a la conciencia de grupo. En ella 
uno ve el mundo como el niño ve una lista de deseos: si eres bue-
no, si tu fe es firme o tu amor lo suficientemente intenso, el amado 
Dios (o quienquiera que ocupe su lugar) satisfará tus deseos. En el 
nivel 3 vemos que también hay otros que quieren y desean. Al 
principio, este conocimiento conduce a la célebre lucha de todos 
contra todos. A diferencia de la etapa 2, quiero encargarme por 
mí mismo de que mis deseos se cumplen, utilizo todos los recursos 
que están a mi alcance para imponerlos. Cuando no lo consigo me 
siento un perdedor. Y como solo pueden ganar unos a costa de los 
otros, la mitad, al menos, son perdedores. En realidad son muchí-
simos más, porque unos ganan mucho, lo que quiere decir que 
ganan y viven a costa de muchos otros. Con lo que hay muchos 
más perdedores que ganadores –al menos hasta que se vislumbra 
la verdad de que ahí pierden todos, porque también los ganadores 
están al final aislados y solos.
L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S
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El slogan de moda de generar win-win-situaciones entraña la 
idea de que los propios deseos tienen que asociarse a un contexto 
más amplio. Pese a ello, uno queda aquí atrapado en sus propios 
deseos. Pero solo cuando uno se entrega a la realidad y comienza 
a escuchar a la vida con el corazón y a seguir sus dictados, se res-
tablece la unidad con el todo. Sigue habiendo deseos, claro está, 
pero dejan de ser el criterio de la acción, tampoco lo son del que-
rer. Pero cedo mis deseos al todo y me entrego a lo que el todo 
quiere o a lo que, querido o no querido, sucede.
En este nivel de conciencia las respuestas ya no proceden del 
pensamiento. Surgen de la percepción directa de lo que ahora es o 
de lo que está a punto de venir al ser. La percepción ocupa el lugar 
del pensamiento, y en el lugar del sospesar pros y contras aparece 
la acción espontánea, ligada a la percepción de sus efectos. Entra-
mos así en contacto vivo, directo, con la realidad, en un intercam-
bio elemental, en el que la vida actúa a través de nosotros. Y justo 
en este contacto, en esta entrega a la vida misma, se opera en 
nosotros un cambio, un crecimiento. Porque la vida es continua 
transformación y crecimiento. El crecimiento y el cambio dejan de 
ser acciones que corren por nuestra cuenta, no son un cambiarse 
a uno mismo, un trabajar sobre uno mismo, sino procesos que 
suceden con nosotros. La vida nos moldea, nos labra. Nosotros 
nos recostamos interiormente, dejamos que las cosas sean y... 
crezcan por sí mismas.
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L A S E T A P A S D E L A V I D A Y L A C O N C I E N C I A
Comparación entre los estados de conciencia 3 y 4
etapa de conciencia etapa 3 etapa 4
experiencia del mundo aislamiento estar unido
modo de vida poder, control, 
orientaciónal yo
compartir
meta de la vida vivencia unión
sentimiento del yo yo uno mismo
móvil de la conducta voluntad amor
interpretación del 
mundo
ciencia experiencia propia
modo de conocimiento duda, pensamiento 
racional
percibir, mirar, confiar
teoría del conocimiento subjetivista/relativista 
(constructivista)
fenomenológica
palabras clave yo quiero yo confío
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Etapa 5: La conciencia de tener una misión. 
 El adulto maduro
Meditación sobre las etapas
La mirada se eleva, sigue la pendiente del techo, se aleja de lo 
que la rodea, se escapa de la habitación, se eleva por encima de la 
casa, del lugar, busca anchura, amplitud. Las cosas que me rodean 
carecen de interés, deseo marcharme lejos. Es un sentimiento 
intenso, similar al de la etapa 2, y a la par muy diferente. No me 
eleva tanto, no hay ahí nada grande que me sirva de orientación, 
nada objetivo, nada concreto, es más bien como si escapara del 
envoltorio de mi persona y creciera ocupando la amplitud del 
espacio, como si me expandiera hacia lo infinito. O también como 
si algo quisiera llenarme desde dentro, algo que a la par me impul-
sa hacia delante. Percibo afectivamente algo fuerte y grande, pero 
ahí no hay nadie que sea fuerte y grande, ni en mí ni frente a mí. 
Hay más bien una ligera duda –no, no una duda, una pregunta, 
Etapa 5
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más bien– sobre si soy yo lo suficientemente fuerte y grande para 
aquello de lo que aquí se trata. Qué sea eso, no lo sé. Solo siento 
que es grande. Y serio. Me siento muy serio y libre.
Etapa de la vida 5: Maduración y transición hacia la vejez
Cuanto mayores somos, tanto más borrosas e individualmente 
variables se tornan las transiciones y las etapas de la vida. En el 
caso del nacimiento está claro, dura nueve meses desde la concep-
ción, el margen de variabilidad queda aquí limitado a unas tres 
semanas. Si el niño llega antes o después, muere –sin medicina 
moderna. En la pubertad, el margen es considerablemente mayor, 
cuándo exactamente comienza y termina la juventud varía mucho 
de unos casos a otros. La siguiente transición, el climaterio, tiene 
límites aún más difusos. Las mujeres dejan de ser fértiles a partir 
de los 45 años aproximadamente, pero no es algo que ocurra 
repentinamente, se prolonga en el tiempo. Durante varios años la 
menstruación va y viene, hasta que al final desaparece por com-
pleto. Los cambios hormonales traen consigo molestias corpora-
les o psíquicas más o menos claras. Tanto el comienzo –que puede 
incluso tener lugar a partir de los 50–, como el transcurso y el 
final del proceso son muy diferentes en cada individuo.
A esto se añade que el climaterio solo representa una etapa 
vital clara para las mujeres. Aunque hoy en día también se habla 
de climaterio masculino. No obstante, aunque también se den en 
los hombres cambios hormonales (descenso de los niveles de tes-
tosterona), la equiparación no me parece adecuada. Con ella se 
oculta una diferencia esencial: los hombres siguen siendo fértiles, 
pueden seguir concibiendo hijos y seguir así contribuyendo direc-
tamente a la multiplicación de la vida. Las mujeres ya no pueden 
hacerlo. El corte es mucho más profundo. Un grupo de seres 
humanos sin contacto con otros seres humanos se extinguiría si 
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no se compusiera más que de mujeres en o tras el climaterio. Para 
la supervivencia del grupo no representaría en cambio problema 
alguno que los hombres jóvenes se extinguieran y el grupo solo se 
compusiera de mujeres jóvenes y hombres mayores. Está claro que 
la evolución mantiene en los hombres mayores una reserva gené-
sica que en caso de emergencia garantiza la supervivencia. Pueden 
ligarse interesantes reflexiones (relativas, por ejemplo, a la con-
ducta sexual de hombres y mujeres) a este hecho, pero no es el 
tema que nos ocupa. Lo que nos interesa aquí es la función psíqui-
ca del climaterio.
Pero antes volvamos a los hombres. Quizás sí hay algo que se 
asemeja al final de la fertilidad en las mujeres: el final de la aptitud 
para la defensa. Puede sonar algo anticuado, pero debe tenerse en 
cuenta que la capacidad del hombre de proteger a su tribu –a su 
familia, grupo, país– contra enemigos y amenazas naturales ha 
constituido, junto con la obtención de alimento, su principal fun-
ción social durante muchos miles de años. En los Estados moder-
nos no se llama a filas a hombres que sobrepasan los cuarenta o 
cincuenta años, no pueden pilotar reactores como soldados profe-
sionales, por ejemplo, y en los ejércitos normales no se los emplea 
en acciones de ataque. Lo cual, generalizando, significa que se los 
desposee de la función de ocuparse de la defensa del grupo. Si 
tenemos presente el significado de la etapa 1, a saber, la supervi-
vencia del individuo y de la especie, podemos decir que con el cli-
materio las mujeres pierden su capacidad de contribuir a la super-
vivencia de la especie, mientras que los hombres ya solo pueden 
contribuir limitadamente a asegurar la supervivencia biológica del 
grupo al que pertenecen. Correlativamente, en las etapas tempra-
nas de la humanidad, al climaterio pronto le seguía la muerte. ¿Es 
el climaterio la entrada en la inutilidad social, el comienzo de una 
muerte paulatina? Esto parece, en efecto, si solo consideramos el 
lado material, físico del asunto. Desde este ángulo, es un proceso 
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destinado a hundir a las personas en una depresión. Pero si tam-
bién se da cabida al plano psíquico-espiritual, se comprende que 
el climaterio es un comienzo: el primer signo del tránsito hacia el 
mundo espiritual. No por casualidad llega hoy poco después de la 
mitad de la edad media de vida. En esta etapa de la vida no solo 
termina algo, ¡también comienza algo! Y la contribución espiri-
tual ocupa el lugar de la contribución física. Queda esto manifes-
tado, por ejemplo, en que casi todos los puestos directivos están 
ocupados por hombres y mujeres de edad. Dirigir es una tarea 
espiritual. Hablando en términos muy generales, me parece que la 
función positiva del climaterio radica en dispensarnos de una fun-
ción biológica central y prepararnos para la entrada en la dimen-
sión espiritual de la vida.
Etapa de conciencia 5: La conciencia de tener una misión
La dimensión espiritual de la vida acude a nuestro encuentro 
de forma prototípica en la quinta etapa de la conciencia. Desde 
luego que la conciencia es siempre algo espiritual, pero al principio 
entra en la vida en una forma muy espesa (lo que llamamos “mate-
ria”) en la que nada sabe la conciencia de sí misma. A resultas de 
su evolución regresa paso a paso hacia sí misma, lo que comporta 
hacerse cada vez más fino, más fluido, más espiritual. Con ello se 
acerca cada vez más a su esencia profunda y se hace cada vez más 
consciente de ella –y, por lo tanto, de sí misma. Aquí describo 
intencionadamente a la conciencia como sujeto de ese proceso, 
como lo que actúa. O lo que tanto vale: no tenemos una conciencia 
que nosotros desarrollemos, sino que la conciencia misma es el 
sujeto que actúa. Nosotros, que creemos tener una conciencia y, 
quizás, desarrollarla o, en jerga espiritual, trascenderla, no somos 
más que una expresión de la conciencia. En el hombre y su evolu-
ción vuelve a sí misma. Esta es la meta de nuestra existencia.
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En el nivel 5 tomamos conciencia de ello. La alegría del cora-
zón que nos embarga en la cuarta etapa no es el punto final, sino 
el comienzo de un crecer hacia la dimensión espiritual del ser. El 
crecimiento de las etapas 1 a la 3 también es espiritual, ciertamen-
te, pero consiste en un desprenderse del todo originario, comple-
tamente inconsciente de sí mismo, que tiene carácter espiritual 
pero no perspectiva espiritual. Se tratabade una ilustración nega-
tiva, un asegurarse de lo que el mundo no es. En esa medida tam-
bién es una destrucción, consiste en derribar las viejas imágenes y 
la (antigua) espiritualidad. Esta destrucción es definitiva e irrever-
sible. Y, por lo demás, está enteramente en marcha, la ciencia 
corrige de continuo sus conocimientos de ayer. En eso radica la 
totalidad de su programa: ilustración negativa, destrucción, “fal-
sar”. Por eso la ciencia es la teología de la tercera etapa, solo que 
a diferencia de la teología positiva de la etapa 2, que nos informa 
sobre lo que hay, la de la etapa 3 nos explica lo que no es. Al 
hablar de la duda como de un principio constitutivo de la ciencia 
ya expuse que aunque con ello tiene lugar un progreso, el resulta-
do de su ejercicio es que no queda nada sobre lo que se pueda 
construir. El programa científico desemboca necesariamente en 
nihilismo.
En el nivel 2 también tiene lugar una destrucción de la antigua 
espiritualidad (de la mitología), pero ahí se sustituye por una nue-
va espiritualidad (el monoteísmo). En la etapa 3 se desmorona 
cualquier orientación espiritual. Toda orientación espiritual, toda 
percepción, incluso, se toma por algo construido. Y si todo lo 
espiritual es una construcción subjetiva, podía haberse construido 
de un modo diferente a como se lo ha hecho. Es arbitraria, por 
tanto. Y como es arbitrario, no puede seguir proporcionando 
orientación. Ya no hay nada espiritual, solo vale lo objetivo. Dios, 
moral, fe –bajo la inmisericorde luz de la ilustración, todo parece 
subjetivo y arbitrario. Sobre cualquier fundamentación podemos 
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seguir preguntando por en qué se fundamenta, y con ello pierde su 
validez objetiva y su función orientadora. De ahí que la conciencia 
de la etapa 3 desemboque en un profundo materialismo. Pese a 
ello, se trata de un proceso espiritual, pues la conciencia se refina 
al recorrerlo y se hace más transparente a sí misma. Cuanta mayor 
es la hondura con la que penetramos en la (pura, aparentemente) 
materia, tanto más claro se hace que no existe la pura materia. 
Incluso a la física, esto es, ¡a la ciencia de la materia!, se le escapa 
la idea de materia por entre los dedos. Se disuelve en ondas, o en 
información, o: en conciencia. Pero la conciencia, en el sentido de 
lo que se revela a la luz de la moderna física como las cosas que 
antes se tenían por materia, es completamente diferente a la del 
mundo antiguo. Aquella estaba repleta de contenidos y mensajes, 
esta, en cambio, está vacía. Es conciencia, y nada más. Pero una 
cosa está clara: el mundo no está hecho de materia, sino de con-
ciencia, es espíritu. Es a dónde nos ha conducido la deconstruc-
ción de la antigua espiritualidad del nivel 2.
Con el nivel 4 aparece pues una nueva visión de las cosas, una 
nueva perspectiva. Y aparece desde la nada. Aparece cuando uno 
avanza hacia la nada y se deja caer en ella como el niño en los bra-
zos del padre. Lo que aún no se ha realizado, lo que espera venir 
al ser, aparece repentinamente desde la nada. No es algo predicho, 
basado en algo establecido en o derivado de lo antiguo, como en 
la espiritualidad de la etapa 2, sino completamente abierto. Tam-
poco se construye nada, como en el constructivismo de la etapa 3, 
sino que algo se muestra, algo entra en el ser visible. Y uno tiene 
que ir detrás de lo que se muestra –y ello forzosamente, sin que 
uno tenga que cooperar. La única contribución que uno puede 
hacer consiste en dar forma, una figura, a esa novedad aún infor-
me, dándole palabras, por ejemplo (o sonidos, movimientos, etc.). 
Les pongo un ejemplo.
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El segundo año que ejercía como constelador fui invitado a un 
curso en Worpswede, en las cercanías de Bremen. La organizadora 
había alquilado una sala inadecuada para nuestros fines y tuvimos 
que buscar rápidamente otra cosa. Al final el curso comenzó, con 
algo de retraso, en las aulas de una guardería. La mayoría de los 
participantes estaban sentados en sillas de niño, todo era muy 
improvisado, y cuando al fin quise empezar no se me ocurría nada. 
Veinte caras me miraban con gesto expectante… y en mi cabeza el 
más absoluto vacío. En lugar de ser presa del pánico o salir del 
paso con frases hechas me quedé en silencio. Acepté mi silencio, 
acepté que no se me ocurría nada, acepté la nada. Me quedé sen-
tado, en silencio, entre cinco y diez minutos. Como guardaba la 
calma, esta se transmitió paulatinamente a los asistentes, aunque 
no era algo que yo me hubiera propuesto. En un momento dado se 
formó una frase en mi mente: “Como veis, no se me ocurre nada”. 
Aún estaba diciéndolo cuando se formó una segunda frase en mi 
cabeza: “Pero nada no es solo nada. Nada puede ser algo. En las 
constelaciones familiares es incluso muy importante, porque todo 
lo que en ese contexto digo o hago procede de la nada”. Y así con-
tinuaron las cosas. Una frase surgía después de otra, y cada una de 
ellas era nueva también para mí. Hasta que estuvo dicho todo lo 
que quería ser dicho. Cuando nada más me vino a la mente dejé de 
hablar y pasé a los ejercicios prácticos. Después un pastor levantó 
la mano y dijo: “Soy pastor, y quiero decirte que mientras estabas 
ahí sentado en silencio y completamente tranquilo he tenido esta 
certeza: ‘Estoy en el lugar adecuado. Cuando estoy frente a mi 
comunidad y voy a predicar, a menudo debería quedarme callado, 
pero hasta ahora no me he atrevido a hacerlo. Quizás encuentre 
aquí algo que me dé valor para hacerlo”.
La diferencia entre la etapa 4 y 5 de la conciencia radica en que 
en la quinta uno alcanza mucha más claridad en este proceso. En 
la cuarta etapa todo se focaliza en la conexión interior, en la per-
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cepción de lo nuevo, donde el sentir (no la emoción, sino el proce-
so de sentir) aún desempeña un papel esencial. En la quinta todo 
se orienta hacia la expresión, hacia el dar forma y conformar, y 
aquí se impone el espíritu. Concretamente, un espíritu completa-
mente abierto, sin propósito alguno, que se halla en un intercam-
bio fluido con el ESPÍRITU, sin más.
La cualidad interna del nivel 5 les resulta a muchos bien conoci-
da, especialmente a los artistas, a los deportistas de elite y a personas 
en general que rinden al máximo o llegan a situaciones que les con-
ducen a zonas límite en las que los patrones habituales de conducta 
pierden toda su fuerza. Surge entonces a veces una fuerza, una clari-
dad, una calma y/o seguridad que no se experimenta normalmente. 
Es como si uno estuviera conectado a una fuente que hace que uno 
haga exactamente lo correcto. Los deportistas hablan de estar in the 
zone, en la zona, como lo expresó el baloncestista Michael Jordan. 
Sabes perfectamente qué movimiento tienes que hacer, sabes perfec-
tamente lo que hace el contrincante, y sabes perfectamente que la 
pelota caerá dentro de la canasta cuando la lances. Son momentos 
en los que todo sale bien sin que uno deba contribuir mucho a ello. 
Incluso conozco este estado como golfista amateur, sobre todo cuan-
do golpeas en el green. A veces sé que la bola irá al hoyo, y mi cuer-
po se limita a hacer lo que para ello es necesario. Cuando me siento 
inseguro y reflexiono sobre cómo hacerlo, suele salir mal, aunque se 
trate de un putt corto. Hay días en los que a uno le sale casi todo sin 
que deba uno esforzarse en demasía, y otros en los que no sale casi 
nada o hay que pelear por cada golpe.
Tenía quince años cuando mi amigo tuvo un accidente con su 
bici de carreras nueva. Cayó de cabeza contra un muro, y además 
de una seria conmoción cerebral, tenía graves heridas en la cara y 
sangraba abundantemente. Como el accidente tuvo lugar en el 
centro de una localidad, varias personas vinieron a la vez. Una 
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preguntó quién tenía teléfonopara llamar al médico de una loca-
lidad vecina. Todo ocurrió en 1964, no había teléfono de emer-
gencias, y no todo el mundo tenía teléfono. Un médico habría tar-
dado al menos 20 minutos en llegar. ¿E iba a poder hacer algo en 
aquel lugar? En seguida tuve claro que eso podría ser demasiado 
tarde. Le pedí entonces a uno de los presentes que me trajera toa-
llas limpias y su coche para que fuéramos directamente al hospi-
tal. No tenía más que quince años, pero estaba “en la zona”. Mi 
autoridad era tan grande que los adultos hicieron todo lo que les 
dije. Sentamos a Jürgen en el asiento trasero, intenté detener la 
hemorragia con las toallas como buenamente pude, y a los veinte 
minutos llegamos al hospital. La doctora me dijo que de llegar 
diez minutos más tarde no habría sobrevivido.
Estas experiencias son excepcionales para la mayoría de las 
personas, algo que quizás han vivido una, dos, tres veces en la 
vida, y olvidado con el tiempo. Se dirá que en ellas uno se “supera 
a sí mismo” por un breve espacio de tiempo. Quedan con ello des-
pachadas como algo inhabitual, ajeno a la vida cotidiana. ¿Pero 
no es esta una fabulosa fórmula del lenguaje corriente que entraña 
una profunda visión de las cosas: “superarse a uno mismo”? Por-
que de eso exactamente se trata: ¡De superar, de trascender el pro-
pio yo! ¿Por qué no habría de ser esencialmente posible lo que 
ocurre repentina e inesperadamente porque una situación especial 
consigue engañar por un breve espacio de tiempo al pensamiento 
y a las dudas habituales, a la acción basada en nuestros antiguos 
conocimientos y experiencias, de modo uno se entrega a lo que le 
sugiere el momento? ¿Por qué no habríamos de poder actuar siem-
pre así, vivir siempre así, conectados a la fuerza que nos dicta qué 
es lo correcto? ¿Y no nos muestra esto dónde reside la verdadera 
fuerza, la verdadera creatividad? ¿Allende el yo, allende el conoci-
miento, en ese desconocido ámbito desde el que somos automáti-
camente dirigidos cuando llega el momento?
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Para los artistas, este estado es a menudo un elemento impor-
tante, ampliamente reconocido, del proceso creativo, ya sea por-
que los atrapa sin su intervención, ya porque los artistas intentan 
provocarlo. Lo último, por lo demás, es casi siempre infructuoso, 
y desemboca en el consumo de drogas que producen la ilusión de 
hallarse en una conciencia de la quinta etapa. El mundo del arte 
está especialmente expuesto a ello. La mayoría de los grandes 
artistas refieren haber oído la música que componen antes o mien-
tras la ponen por escrito, haber tocado automáticamente su ins-
trumento en sus mejores momentos, haber visto surgir el cuadro 
como por sí mismo sobre el lienzo, o haberse visto impelidos a 
escribir un poema. Pese a ello, no suelen saber qué les sucede en 
esos casos, y no pueden por ello poner ese estado en relación con 
el resto de su vida. Si no ha atravesado la etapa 4, solo sirve para 
hinchar su ego. Por eso oímos hablar tantas veces de artistas que 
no hallan equilibrio interior, que padecen de grandes problemas 
psíquicos o que en el trato personal se conducen o conducían de 
un modo descortés o hasta repulsivo. No han alcanzado el nivel 5, 
solo parcialmente, en su actividad artística, son llevados a él. Esto 
puede tener como resultado una apertura de la conciencia que 
estimule un verdadero crecimiento interior. Sería el camino conse-
cuente. Cuando uno en cambio se precia de ello, el resultado pue-
de ser muy destructivo, porque la conciencia del yo es muy limita-
da, muy pequeña para competir con la fuerza del nivel 5. Las posi-
bilidades que uno tiene son: crecer, intentar cerrarle la puerta –al 
precio de perder la creatividad–, o volverse loco.
Tampoco yo me he inventado este libro, no tenía la intención 
de escribir un nuevo libro. Se me reveló en un viaje en coche, no 
puedo decirlo de otra manera. Recordando conversaciones sobre 
espiritualidad con un antiguo amigo –que vivía en la zona por la 
que conducía– vi de repente ante mis ojos el mapa de la evolución 
espiritual que se haya a la base de este libro. La impresión fue tan 
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fuerte que tuve que detener el coche para recoger por escrito los 
niveles y hacer las primeras anotaciones. Durante los días siguien-
tes me despertaba en mitad de la noche con nuevas ideas para mi 
modelo. Entonces se me hizo claro que escribiría un libro, concre-
tamente, uno que no se limitaría a describir mi trabajo –lo que 
habría sido más fácil–, sino algo completamente nuevo (para mí) 
a cuya disposición tenía que ponerme. Anotaba las ideas sin pen-
sar demasiado en ellas, y me volvía a la cama. Al cabo de una 
semana en la que dedicaba el día a algo completamente distinto, 
el plan de la obra estaba prácticamente terminado. Mi editora lo 
aceptó de inmediato, y estaba tan claro, que ambos pensamos que 
podría escribirlo en unos pocos meses. Me tomé por si acaso un 
año escaso, pero luego resultó ser muy poco. No había contado 
con que yo mismo iba a tener que evolucionar hasta el libro –apa-
rentemente ya preparado– para poder escribirlo desde él mismo, y 
para ello necesité un año más.
Podrían darse tantos y tantos ejemplos de procesos similares 
que resulta asombroso que no sepamos cómo surgen esas expe-
riencias y lo que se oculta tras ellas. Nos las habemos aquí con el 
auténtico núcleo del proceso creativo, y, pese a ello, sobre él segui-
mos estando en la oscuridad. Cuando uno trata de aproximarse al 
fenómeno, recibe el rechazo de los demás y es despreciado como 
esotérico. El hecho de que las grandes obras y los momentos subli-
mes de la humanidad procedan de un estado allende la voluntad, 
el poder y el control –o, digámoslo así, de que estos elementos 
hayan sido desactivados– no ha conducido hasta ahora a que uno 
se tome realmente en serio la fuente de la creatividad.1 Por lo 
 1. En el seno de las corrientes actuales, la única excepción a esto de la que tengo 
conocimiento es el ya mencionado libro de Otto Scharmer, Theory U. Apa-
reció en el marco de un programa de investigación que Scharmer llevaba a 
cabo, inicialmente, para McKinsey, y que abordaba la cuestión de cuál es la 
fuente de la creatividad.
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demás, se tematiza este aspecto solo como algo que los artistas, 
sorprendentemente, poseen, pero no como algo fundamentalmen-
te accesible a la conciencia de todos nosotros.
Ahora bien: en lo que se refiere a la quinta etapa de conciencia 
no se trata, como ocurre con todas los niveles de mi modelo, de 
una experiencia parcial, puntual u ocasional, sino de un contexto 
de conciencia general en el que vivimos. O, dicho con una imagen: 
del lugar en el que nuestra conciencia se encuentra en casa. Como 
solo muy pocas personas están realmente familiarizadas con el 
nivel 5, menciono estos ejemplos para ofrecer una idea de lo que 
sea la conciencia de tener una misión. El artista, deportista, ora-
dor o terapeuta que de repente se ve conectado a una fuente crea-
tiva externa cuyos impulsos sigue como un medium, no suele 
saber cómo ocurre esto. Su patria espiritual se hallaba antes en la 
etapa 2, ahora en la 3 o, en casos excepcionales, en la 4. Hermann 
Hesse, por ejemplo, era una persona interiormente desgarrada 
que sufría depresiones, a veces severas, entre sus grandes obras. 
No pudo terminar el que, a mi juicio, es su mejor trabajo, Sidd-
harta, sino tras una larga interrupción durante la que hizo una 
terapia con C. G. Jung. Pese a ello, la obra misma irradia la sabi-
duría intemporal de la etapa 6 de la conciencia. Su contemporá-
neo Rainer Maria Rilke sufría igualmente entre el contexto del 
nivel 2 en el que había crecido y del que, al parecer, no podía 
emanciparse interiormente, la conciencia del yo moderna que se 
abría paso con fuerza en el mundo, y las etapas de conciencia más 
elevadas a las que suespíritu accedía. Consideró seriamente psico-
analizarse con Freud, pero finalmente decidió no hacerlo porque 
temía ver perjudicada su creatividad literaria. La poesía lo elevaba 
temporalmente a niveles en los que los problemas se disolvían, y 
quizás creía necesitar el sufrimiento para alcanzarlos.
Hasta cierto punto, esto es verdad. Sin sufrimiento falta lo que 
nos impulsa a crecer. Pero si permanecemos en el sufrimiento tam-
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poco crecemos. El crecimiento requiere primero del conflicto, y 
después de la resolución del conflicto. En el siguiente nivel, la solu-
ción alcanzada entra en conflicto con una experiencia nueva, y se 
requiere una nueva solución. El arte, también la actividad del tera-
peuta en tanto en cuanto la ejercemos como un arte, nos pone en 
contacto con niveles superiores. Pero crecemos al hacerlo solo si no 
reservamos esos niveles para el arte o el trabajo, sino que nos entre-
gamos enteramente a ellos. De lo contrario se viene a parar antes o 
después a terribles conflictos, porque la vida se halla a millas de 
distancia de las sublimes esferas a las que accedemos en un ámbito 
parcial de la vida (arte, deporte, terapia o lo que sea). Y entonces 
la vida corriente le parece a uno cada vez más trivial e insoportable.
Ahora, ¿qué significa encontrarse en casa en el nivel 5? Signi-
fica, sobre todo, renunciar enteramente a la voluntad propia. 
Mejor: a la voluntad personal, no a la voluntad en sí. Ahora la 
voluntad se pone enteramente al servicio de lo que se manifiesta 
en mí y a través de mí, de lo que quiere venir al mundo. En gene-
ral, hago lo que hago porque me siento llamado y movido a hacer-
lo por una fuerza mucho mayor. Quizás conlleve trabajar duro, 
pero uno no le da importancia a eso. Pero es otra clase de obligación, 
es una misión, y al cumplirla me siento tan libro como Michael 
Jordan al confiarse a los dioses del baloncesto y dejar que ellos lo 
guíen de la mano.
Al hablar de una misión pensamos de inmediato en los misio-
neros. Pero la misión de la etapa 5 no genera misioneros, estos per-
tenecen sin excepción a la etapa 2. La llamada que siente el misio-
nero procede en realidad del nivel 5, por lo que la experimenta 
como algo que no procede de su propia voluntad, como vocación. 
Pero la interpreta en el contexto de la etapa de conciencia 2, por-
que es ahí donde su conciencia se siente en casa. Y esa conciencia 
le dice que su visión del mundo es correcta, y la de los otros, en 
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consecuencia, falsa, por lo que se siente llamado a convertir a los 
demás o a salvar al mundo entero, con palabras o con armas.
Se pone de manifiesto en ello que la conciencia de tener una 
misión puede ser peligrosa. Tomemos el caso más paradigmático 
de ello, Adolf Hitler. Hitler, sin duda alguna, sentía una fuerte 
vocación. Se sentía elegido por la providencia –Hitler evita la 
palabra “Dios”, pues no era religioso en sentido cristiano, pero su 
“providencia” tiene todos los atributos divimos– para conducir al 
pueblo alemán hacia su verdadero destino y, a la par, redimir al 
mundo de la plaga del capitalismo y el bolchevismo. Y como tenía 
a ambos fenómenos, capitalismo y bolchevismo, por obra del espí-
ritu judío, el mundo debía ser primero “liberado” de ellos. A dife-
rencia de lo que ocurre con la mayoría de los dictadores, el pueblo 
no lo temía –excepto, claro está, sus opositores directos y sus víc-
timas– sino que lo veneraba. Y no solo por aquellos que caían en 
las redes de la escenificación de su culto, sino también por los que 
lo conocían personalmente y compartían con él el día a día. Inclu-
so la mayoría de sus opositores –muy numerosos al principio– 
quedaban impresionados tras encontrarse personalmente con él. 
Y de ahí que no haya manera de erradicar entre sus partidarios la 
idea de que no sabía nada de los horrores de los campos de con-
centración. Sus hombres de confianza lo adoraban tanto como sus 
secretarias, que destacaban su humildad y encanto.2
En efecto, Hitler llevaba una vida ascética, y no hay razón 
para dudar de que para él lo importante no era el poder, sino la 
gran misión que se le había encomendado y a cuyo servicio se 
había puesto enteramente, en menoscabo de sus ambiciones per-
sonales. ¿Qué distingue una misión como la hitleriana de la con-
ciencia de la etapa 5?
 2. Traudel Junge, Bis zur letzten Stunde. Hitlers Sekretärin erzählt ihr Leben, 
Múnich-Zürich, 2003.
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Una misión se vuelve peligrosa cuando se convierte en una 
idea o, más exactamente, en un ideal. Los ideales, al igual que la 
ideología y el idealismo, pertenecen a la etapa 2. Hitler era, aun-
que cueste admitirlo, un encendido idealista. Las ideas y los idea-
les son siempre particulares, están ligados a un aquí y ahora. Tan-
to tiempo como uno es consciente de ello, resultan útiles, son sola-
mente ideas. Buenas ideas, malas ideas, es indiferente: ponen 
igualmente en movimiento. Como ideal, la idea reclama para sí 
una posición especial y validez universal, validez para todo y 
todos. Y entonces se vuelve destructiva. Se dice que cuando la gue-
rra estaba perdida y los generales intentaban evitar la destrucción 
total y salvar lo que se podía salvar, Hitler dijo: El pueblo alemán 
no merece otra cosa, ha fracasado, me ha decepcionado. El pueblo 
alemán –para él solo era una idea, no era nada real. Hitler se puso 
al servicio, no del hombre, sino de sus propias ideas, de sus idea-
les. Y exigía al pueblo que se entregara y sacrificara por ese ideal, 
igual que él mismo, hasta el hundimiento.
¿Qué puede ayudarnos a sortear ese peligro? La conciencia de 
la tercera etapa responde a esto no permitiendo que nada ni nadie 
sea más grande.3 Lo que, en última instancia, desemboca en una 
cultura de la desconfianza y del control, al igualitarismo y al 
estrangulamiento del crecimiento. El problema no es lo grande, o 
la grandeza, el problema es el contexto que la hace totalitaria. Y 
así la pregunta debería rezar: ¿qué evita o nos libra de volvernos 
totalitarios cuando respondemos a la llamada del todo? Todo 
ensayo referido a la totalidad debería responder a esta pregunta. 
 3. Esto condujo al principio a que en el primer partido alemán nacido ente-
ramente de la tercera conciencia, los verdes, se quedara anulado cualquier 
liderazgo personal. Y esto solo cambió un poco cuando la participación en el 
gobierno hizo necesaria una cierta cualidad y continuidad. Con todo, sigue 
aferrándose a la idea de dirección colectiva para evitar que nadie se haga 
demasiado fuerte.
161
L A S E T A P A S D E L A V I D A Y L A C O N C I E N C I A
Encontramos la respuesta en la conciencia de la etapa 4: tenemos 
que permanecer en contacto con el corazón. Con otras palabras: 
la conciencia de la etapa 5 debe permanecer conectada con la de 
la etapa 4, pues solo por medio de esta conexión escapa a la ten-
tación de colocarse por encima de los demás y tenerse por válida 
para todos. No por casualidad pasa el corazón por ser lo que nos 
hace humanos. Ocupa el centro de los siete centros, no solo en 
sentido espacial: el corazón es nuestro centro espiritual. Mi padre 
era maestro pintor. Cuando la comadrona de nuestro pueblo se 
construyó una casa, escribió una frase en la fachada: “La vida vie-
ne, la vida va al corazón”. No sé si fue él o la comadrona el que 
eligió este adagio. Siempre me pareció cursi y algo ridículo. Pero 
al considerarlo ahora debo decir: cursi o no, es verdadero. Es el 
corazón el que hace nuestra vida digna de ser vivida y humana. Y 
es el corazón el que nos guarda de ponernos por encima de los 
demás y hacernos inhumanos.
Por eso el espíritu debe permanecer siempre ligado al corazón, 
y por eso es el nivel 4 en algunos respectos más importante que el 
5. Cuando habitamos el 4, el 5 llega forzosamente. Pero si tende-
mos en demasía al 5, a su claridad yconocimiento, caemos fácil-
mente en la tentación de hacer un mal uso de la “visión” o del 
conocimiento, haciendo de él una virtud personal y permitiendo 
que se nos comprenda y celebre como a elegidos. La misión del 
nivel 5 me concierne solamente a mí. Me llama para que haga y 
sea aquello que da razón de mi existencia. No puedo saber lo que 
es sino siguiendo al todo, dejándolo actuar a través de mí. Hacién-
dolo tomo parte en la creación, de la que solo soy un diminuto 
aspecto.
En esta pequeñez, en mi personal insignificancia, experimento 
grandeza, porque lo grande se expresa a través de mí. Pero “yo” 
no soy grande, sino que “eso” o “ello” es grande. El “yo” se pierde 
L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S
162
en esta experiencia. Incluso el “un mismo” se retira tras el “ello” 
que lleva aquí la batuta. Pero se necesita la pequeña muerte del yo, 
la disolución de las ambiciones personales en el corazón, para ver-
lo con claridad y entregarse a esta muerte del ego más amplia.
Comparación entre los estados de conciencia 4 y 5
etapa de conciencia etapa 4 etapa 5
experiencia del mundo estar unido existencia
modo de vida compartir servicio
meta de la vida unión creación
sentimiento del yo uno mismo eso
móvil de la conducta amor vocación
interpretación del 
mundo
experiencia propia visión
modo de conocimiento percibir, mirar, confiar ver
teoría del conocimiento fenomenológica contemplativa
palabras clave yo confío yo estoy al servicio
163
L A S E T A P A S D E L A V I D A Y L A C O N C I E N C I A
Etapa 6: La conciencia de totalidad. 
 La vejez
Meditación sobre las etapas
Quedo sorprendido. Tras expandirme en la etapa 5 regreso ahora 
a mi habitación. Miro la mesa y las sillas que la rodean, el sillón de al 
lado, ahora viene el escritorio, su silla, la estantería, una guitarra y un 
atril. Casi me echo a reír, es todo tan familiar. No es que me interesen 
de verdad las cosas, sencillamente están ahí, las percibo y pienso que 
son útiles. Por lo demás, me dan igual. Estoy aquí y a la par no estoy 
aquí, es un sentimiento casi irritantemente simple. ¿Qué dicen los 
maestros Zen? “Coger agua, cortar madera, beber té”. Sí, así se sien-
te, la vida. En una segunda ojeada veo también las cosas que tan 
importantes eran para mí en las otras etapas, el tapiz de la pared, la 
lámpara, la rosa, el techo inclinado y las vigas que lo sostienen, miro 
por la ventana el paisaje nevado de finales de invierno, me siento 
li gero, como si me paseara lúdicamente por entre todas esas cosas, 
y de repente se me hace claro: no soy parte del juego, estoy en medio 
de todo eso, pero ya no formo parte de ello. Soy un espectador.
Etapa 6
L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S
164
Etapa de la vida 6: La vejez
Uno se retira de la vida laboral entre los sesenta y los setenta. 
Algunos (autónomos, profesores, ejecutivos, políticos) siguen tra-
bajando de un modo u otro, pero la mayoría abandona al menos 
la ocupación completa y delegan responsabilidades. El cuerpo se 
debilita y necesita más descanso, y el espíritu, pese a seguir activo, 
necesita desvincularse. La muerte se acerca, cuerpo y espíritu 
comienzan a prepararse para ella.
La edad se asocia tradicionalmente a la sabiduría. Liberado de 
sus obligaciones cotidianas, el espíritu puede entregarse a la con-
templación, a abarcar con la mirada la propia vida, a ver las prin-
cipales relaciones entre las cosas, las cuales se ocultan desde la 
perspectiva de los negocios diarios. Alcanzar o no esa sabiduría 
depende de si uno se pliega al movimiento de hacerse viejo y al 
anuncio del tránsito a la muerte o no.
Pero, ¿qué es la muerte? De ella no tenemos más imágenes 
que la de un ataúd con un cuerpo muerto. Por eso vemos en la 
muerte un final y nada más que un final. Y por eso vivimos tam-
bién la vejez como el tiempo que antecede a la muerte. Simplifi-
cando mucho, caben aquí dos actitudes: la activa, cuyo sujeto 
desea seguir acumulando experiencias, tantas como sea posible, 
antes de que la muerte nos lleve, y la pasiva, en la que uno se 
retira, encoge, por decirlo de alguna manera. La primera repre-
senta una rebelión contra la mordedura del tiempo –claramente 
visible en un concepto de moda, “anti-aging”, “contra la edad”, 
en la que se descubre inmediatamente una actitud de rebeldía 
juvenil–, la segunda una suerte de actitud de resignación. Ocurre 
a menudo que la segunda sigue a la primera, normalmente cuan-
do no puede seguir oponiéndose resistencia a la edad porque el 
cuerpo no nos lo permite. Ambas actitudes, empero, están liga-
das a lo corporal: o bien intenta uno poner freno a o ignorar la 
165
L A S E T A P A S D E L A V I D A Y L A C O N C I E N C I A
decadencia tanto tiempo como sea posible, o bien acompaña al 
encogimiento del cuerpo también el del espíritu.
¿Hay otra alternativa? La idea cristiana de la vida después de la 
muerte ha dejado de serlo, ha perdido toda su fuerza. No es más que 
una vaga esperanza a la que algunos siguen aferrándose, pero que ya 
casi nadie se cree de verdad, ni siquiera los sacerdotes. ¿Y qué pasa 
con la idea hindú y budista de la reencarnación? Parece más razona-
ble y así aceptable para una sociedad ilustrada. Podemos constatar 
en la psique la presencia de huellas e impresiones que solo parecen 
poder interpretarse como recuerdos de una vida pasada. Pero no nos 
es posible saber si esto es así o no, porque cabe interpretar todas 
estas imágenes –a menudo muy impactantes– de otra manera. Sobre 
todo para los miembros de la cultura occidental, la reencarnación 
no puede ser más que una teoría que, si bien cabe adoptar, es inca-
paz de despertar certeza interior o un cuadro interior estable.
Entonces, ¿qué? Con arreglo a la idea de los movimientos del 
alma la vejez no es un encogimiento, sino un ensanchamiento. Si 
dirijo la mirada hacia los movimientos interiores de la vida y me 
entrego a la experiencia de dichos movimientos puedo percibir y 
sentir que la vida se ensancha tanto más cuanto mayores nos hace-
mos. La limitación que supone la progresiva muerte de las faculta-
des corporales nos da la oportunidad de ver y disolver nuestra 
identificación con nuestro cuerpo y seguir nuestro movimiento 
espiritual. El espíritu universal no quiere encadenarnos / Quiere 
que nos elevemos, que nos ensanchemos. Si bien la muerte es el 
final de la corporalidad, no es el fin del movimiento de la concien-
cia. Puedo seguir ese movimiento, incluso sin saber hacia dónde 
nos conduce, si comprendo que es el movimiento de la vida. Aun la 
hora de la muerte acaso / nos coloque frente a nuevos espacios que 
debamos andar:/ las llamadas de la vida no acabarán jamás para 
nosotros…/ ¡Ea, pues, corazón, arriba! ¡Despídete, estás curado! 
L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S
166
Etapa de conciencia 6: la conciencia de totalidad
El círculo se cierra en la sexta etapa de conciencia. La rueda 
de la vida consta de 6 radios y tres ejes –del uno al cuarto, del 
dos al cinco, del tres al seis. Estas tres parejas están emparenta-
das entre sí de modo que el nivel superior de un eje es la trans-
formación del opuesto. El cuatro es la transformación del uno, el 
cinco la transformación del dos, el seis la transformación del 
tres. En esa transformación lo que antes era exterior se experi-
menta como y reconoce como interior. Y en esa interiorización 
nos experimentamos progresivamente como una parte de la con-
ciencia universal, es decir, nos percatamos de que esa conciencia 
opera en nosotros y que nosotros no somos más que Ella. La 
fusión inconsciente del uno reaparece en el cuatro como vínculo 
consciente en el corazón; nos volvemos a encontrar con la expe-
riencia de grandeza exterior (el o los dioses) del segundo nivel en 
el cinco, ahora como grandeza interior, como visión interior. El 
estar separado y solo, la libertad a la par grandiosa y dolorosa 
6
4
52
1
3
167
L A S E T A P A S D E L A V I D A Y L A C ON C I E N C I A
del tres, es vivida en el seis como ligereza, como simultaneidad 
del estar-en-el-mundo y ser espectador del mundo, como libertad 
verdadera, interior. En el nivel 7 abandonamos el círculo, la rue-
da. Es aquello en torno a lo que todo gira sin girar ello mismo. 
En una imagen: es el cubo de la rueda.
Pero quedémonos en el nivel 6. Aquí la escalera se transforma 
en un círculo, porque la conciencia del seis lo abarca todo, lo bue-
no, lo malo, el amor, el odio, la verdad, la mentira, la vida y la 
muerte. Aquí todo puede ser lo que es, todo es no-diferente, y por 
ello indiferente.
Me contaron que una mujer le dijo en una ocasión a un maes-
tro Zen que esperaba un hijo suyo y deseaba que viviera con ella 
y cuidara de ambos. “Ah” –respondió él, y permaneció a su lado. 
Cuando el niño tuvo 14 años la mujer le confesó que no era hijo 
suyo, que solo lo había dicho porque él le parecía más digno de 
confianza que el auténtico padre. Quería darle las gracias y pedir-
le perdón. “Ah” –respondió él, y siguió su camino.
La indiferencia del sexto nivel no es obtusa, procede de una 
perfecta permeabilidad para la vida, de una apertura que no juz-
ga, que no valora lo que es. Todo tiene para ella el mismo valor y 
por ello indiferente –todo vale porque es. La conciencia del sexto 
nivel está en armonía con la conciencia a secas tal y como se expre-
sa en los fenómenos –en todos los fenómenos– del mundo. Este es 
el salto cuántico en el que el yo se disuelve en el todo. Hermann 
Hesse so expresa bellamente en su obra Siddharta. Mi descripción 
de los niveles comenzó con Hesse, y también deseo cerrarla con 
sus palabras:
Mientras Govinda pensaba así, en su corazón mantenía un 
conflicto, y de nuevo se sintió atraído a Siddharta por amor. Se 
inclinó profundamente ante aquel hombre que se hallaba sentado, 
lleno de serenidad.
L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S
168
—Siddharta –empezó–, hemos llegado a ser hombres viejos. 
Difícilmente en esta vida volveremos a encontrarnos. Veo, amigo, 
que has hallado la paz. Yo te confieso que no la he conseguido. 
¡Dime, venerable, una palabra más! ¡Dame algo para el camino, 
algo que pueda entender y comprender! Concédeme algo para ese 
camino. Frecuentemente mi marcha es difícil y sombría, Siddharta.
Siddharta no pronunció palabra; le miró con sonrisa tranqui-
la, siempre igual. Govinda clavó su vista fijamente en su rostro, 
con temor, con anhelo. Su mirada expresaba sufrimiento y una 
búsqueda eterna y un eterno rastrear.
Siddharta le observó y sonrió.
—¡Acércate a mí! –susurró al oído de Govinda–. ¡Acércate a mí! 
¡Así, más cerca! ¡Muy cerca! Y ahora, ¡besa mi frente, Govinda!
Y sucedió algo maravilloso mientras Govinda obedecía sus 
palabras, entre un presentimiento y el amor que le atraía: se le 
acercó mucho y rozó su frente con los labios. Todo ocurrió mien-
tras sus pensamientos se ocupaban todavía de las extrañas pala-
bras de Siddharta, mientras se esforzaba aún por quitar el tiempo 
en vano y con resistencia de sus pensamientos, y de imaginarse el 
nirvana y sansara como una misma cosa, a la vez que sentía des-
precio por las palabras de su amigo y luchaba en su interior con 
un enorme respeto y amor. Así fue. Ya no contemplaba el rostro 
de su amigo Siddharta, sino que veía otras caras, muchas, una 
larga hilera, un río de rostros, de centenares, de miles de faccio-
nes; todas venían y pasaban, y sin embargo, parecía que todas 
desfilaban a la vez, que se renovaban continuamente, y que al 
mismo tiempo eran Siddharta. Observó la cara de un pez, de una 
carpa, con la boca abierta por un inmenso dolor, de un pez mori-
bundo, con los ojos sin vida..., vio la cara de un niño recién naci-
do, encarnada y llena de arrugas, a punto de echarse a llorar..., 
169
L A S E T A P A S D E L A V I D A Y L A C O N C I E N C I A
divisó el rostro de un asesino, le acechó mientras hundía un cuchi-
llo en el cuerpo de una persona..., y al instante vislumbró a este 
criminal arrodillado y maniatado, y cómo el verdugo le decapitó 
con un golpe de espada..., distinguió los cuerpos de hombres y 
mujeres desnudos y en posturas de lucha, en un amor frenético..., 
entrevió cadáveres quietos, fríos, vacíos..., reparó en cabezas de 
animales, de jabalíes, de cocodrilos, de elefantes, de toros, de 
pájaros..., observó a los dioses, reconoció a Krishna y a Agni..., 
captó todas estas figuras y rostros en mil relaciones entre ellos, 
cada una en ayuda de la otra, amando, odiando, destruyendo y 
creando de nuevo. Cada figura era un querer morir, una confe-
sión apasionada y dolorosa del carácter transitorio; pero ninguna 
moría, sólo cambiaban, siempre volvían a nacer con otro rostro 
nuevo, pero sin tiempo entre cara y cara... Y todas estas figuras 
descansaban, corrían, se creaban, flotaban, se reunían, y encima 
de todas ellas se mantenía continuamente algo débil, sin sustan-
cia, pero a la vez existente, como un cristal fino o como hielo, 
como una piel transparente, una cáscara, un recipiente, un molde 
o una máscara de agua; y esa máscara sonreía, y se trataba del 
rostro sonriente de Siddharta, el que Govinda rozaba con sus 
labios en aquel momento. Así vio Govinda esa sonrisa de la más-
cara, la sonrisa de la unidad por encima de las figuras, la sonrisa 
de la simultaneidad sobre las mil muertes y nacimientos; esa son-
risa de Siddharta era exactamente la misma del buda, serena, 
fina, impenetrable, quizá bondadosa, acaso irónica, siempre inte-
ligente y múltiple, la sonrisa de Gotama que había contemplado 
cien veces con profundo respeto. Govinda lo sabía: así sonríen 
los que han alcanzado la perfección.
L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S
170
Comparación entre los estados de conciencia 5 y 6
etapa de conciencia etapa 5 etapa 6
experiencia del mundo existencia ser testigo
modo de vida servicio ser
meta de la vida creación sencillez
sentimiento del yo eso no-yo
móvil de la conducta vocación calma, espontaneidad
interpretación del 
mundo
visión mística trascendental
modo de conocimiento ver ser testigo
teoría del conocimiento contemplativa meditativa
palabras clave yo estoy al servicio yo soy
171
L A S E T A P A S D E L A V I D A Y L A C O N C I E N C I A
Etapa 7: La conciencia total. 
 La muerte
Meditación sobre las etapas
Me coloco en el centro del círculo y siento – nada. Mi cuerpo 
gira despacio hacia la derecha, el movimiento me conduce, pasan-
do por el nivel 6, hacia fuera del círculo. Miro hacia fuera, estoy 
fuera.
Dios trabajó seis días, el séptimo descansó. Tienes que trabajar 
sobre seis chacras, el séptimo es un estado de gran paz, de paz 
extrema, de absoluta relajación, has “llegado a casa”. Con el sép-
timo chacra desapareces como parte de la dualidad. Todas las 
polaridades desaparecen, todas las diferencias desaparecen. La 
noche ya no es la noche, y el día ya no es el día. El verano ya no es 
verano, y el invierno ya no es invierno. La materia ya no es mate-
ria, y el espíritu ya no es espíritu –has trascendido todo eso. Este es 
el ámbito trascendental que Buda denomina Nirvana.1
 1. Osho, Visión Tántrica, Colonia 2006, p. 191 y s.
II
La constelación familiar 
como terapia espiritual
Los problemas de la conciencia moderna han creado una profe-
sión que hace cien años no existía, y hace cincuenta solo rara vez se 
encontraba: la psicoterapia. Lo mucho que sufre y pide ayuda hoy 
el alma se revela en el número de personas que buscan ayuda profe-
sional o semiprofesional. La mayoría de las consultas psicoterapéu-
ticas de los seguros médicos están a rebosar; en las zonas rurales, 
donde hace 25 años a penas alguien consultaba a un psicoterapeuta, 
las consultas tienen largas listas de espera; los médicos que trabajan 
en las consultas de medicina general se quejan de que con muchos 
pacientes solo necesitan hablar, para lo que no tienen tiempo, y, o 
bien se despacha a los pacientes con un “esto es psicológico, tiene 
que relajarse”, o bien selos tranquiliza con medicamentos. La 
depresión y el estrés son omnipresentes. Un sin fin de niños en los 
que se detectan trastornos de la conducta son tratados con una psi-
codroga, Ritalin. Y como todo esto no es suficiente, o no ayuda, o 
está asociado a múltiples efectos colaterales, hay aún más personas 
que buscan ayuda fuera de los caminos médico-psicoterapéuticos 
oficiales, en las nuevas ofertas –profesionales, semiprofesionales o 
profanas– del mercado libre de la psicoterapia. Aquí uno lo paga 
todo de su propio bolsillo, pero el sufrimiento les empuja a ello, no 
les da elección, y evidentemente también aprecian la oferta.
Conciencia y terapia
175
L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S
176
La mayoría de estas personas que buscan ayuda no padecen 
una enfermedad psíquica clásica. Simplemente, ya no se las arre-
glan solos con sus vidas. Sienten opresión y pesadumbre, padecen 
síntomas de enfermedad para los que los médicos no encuentran 
explicación ni terapia, no consiguen llevar adelante sus relaciones, 
o su trabajo, no ven sentido a sus vidas, se sienten superadas como 
madres, etc. Y si nos detenemos a considerar el problema, lo que 
falta en la mayoría de los casos es una orientación en base a la 
cual conducir sus vidas. Pues objetivamente considerado, la vida 
no es ahora más difícil que en los años anteriores o posteriores a 
la guerra, no digamos ya durante la guerra. Desde un ángulo obje-
tivo vivimos en el mejor de los mundos. Subjetivamente hablando 
es todo lo contrario, no hay duda. Para el alma, el mejor de los 
mundos es considerablemente vacuo y está considerablemente 
muerto. Y muchos –sobre todo los que buscan ayuda en el merca-
do libre de las terapias– son también conscientes de ello, no bus-
can solución para síntomas concretos, sino que buscan conscien-
temente algo que les pueda aportar una orientación interior en la 
vida. Y de la terapia (o del “asesoramiento para la vida”)1 esperan 
una ayuda para hallar un espacio interior que les proporcione paz 
y orientación.
Para proporcionar estas cosas, la terapia (y el terapeuta en 
particular) tienen que estar conectados con un ámbito interior de 
paz y sentido. La cuestión es dónde puede hallarse este ámbito y 
cuáles son las características de la terapia capaz de mostrar a los 
clientes un camino de salida en el desierto del sinsentido. Toman-
 1. En el mercado libre, muchos terapeutas se llaman a sí mismos “consejeros” 
porque carecen de un título de validez legal. Esto no obstante, pueden estar 
sobradamente preparados. Hablo aquí de “terapias” y de “terapeutas” para 
referirme a todo lo que tiene que ver con la salud del alma y el trabajo sobre 
la conciencia en un sentido amplio. Para referirme a la terapia en sentido 
legal, escribiré “psicoterapia” y psicoterapeuta”.
177
C O N C I E N C I A Y T E R A P I A
do pie en el modelo de las etapas de la conciencia, se hace patente 
que ese ámbito no puede hallarse delante de la conciencia moder-
na. La respuesta no puede venir de fuera, pues una vez que la con-
ciencia, desde la unidad inconsciente con el todo y a través de la 
conciencia del nosotros (en la que el hombre recibe orientación 
desde fuera: de Dios, la religión y la familia) llega al yo, el cual se 
encuentra en un mundo metafísicamente vacío, ya no existe nin-
gún fuera que pudiera generar sentido. Si la conciencia, en cam-
bio, no se queda aquí atascada continúa su camino, avanza auto-
máticamente hacia el interior –hacia el interior del yo y a través de 
él o más allá de él. La terapia puede ser aquí de gran ayuda si cola-
bora con el movimiento, más grande, de la conciencia, no porque 
ofrezca una respuesta a la pregunta por el sentido, sino porque 
fomenta este camino hacia el interior en el que cada persona haya 
respuestas por sí mismo.
La moderna psicoterapia, sin embargo, adolece para ello de 
múltiples limitaciones, porque está estrechamente ligada con la 
conciencia de la etapa 3, la conciencia del yo, si es que no se iden-
tifica enteramente con ella. La psicoterapia no ha alcanzado el 
conocimiento científico natural de que el espacio interior es tan 
ilimitado e infinito como el exterior. En ella se siguen aferrando al 
yo como instancia última de la interioridad, mientras que en la 
física hace tiempo que se ha desvanecido la idea de una sustancia 
ínfima y se admite que el espacio interior, el microcosmos, se abre 
cada vez más a medida que nos adentramos en él. La fijación con 
el yo de la psicoterapia no se verifica en todos los métodos parti-
culares, pero sí en todo procedimiento que aspire a ser considera-
do “científico”. Que el llamado mercado “gris”, mejor dicho, 
libre, que no demanda esta calificación sino que se desarrolla y 
regula con arreglo a la oferta y la demanda, haya crecido tanto en 
las últimas décadas se debe también, qué duda cabe, a que los 
métodos reconocidos no ofrecen una respuesta a los nuevos pro-
L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S
178
blemas. Lo cual está a su vez en relación con el hecho de que la 
psicoterapia procede y permanece en la misma conciencia que los 
causa. Un breve repaso de la historia de la terapia puede quizás 
evidenciarlo y mostrar la relación entre el desarrollo general de la 
conciencia y la terapia.
Origen y evolución de la psicoterapia. Al servicio de la 
liberación
La terapia moderna, la psicoterapia, surgió en la transición a 
la etapa 3. Los primeros compases del siglo XX se caracterizaron 
en Centroeuropa por la entrada del intelecto en una nueva etapa. 
El alma, sin embargo, no podía seguir la marcha del intelecto. El 
alma es lenta, los movimientos anímicos necesitan mucho más 
tiempo. Trabajo desde hace algún tiempo en lugares marcados por 
la cultura china, sobre todo en Taiwan, pero también en la misma 
China y en Malasia (sobre todo con miembros de la etnia china), 
y allí es fácil comprobar esto, pues en el seno de treinta o cuarenta 
años ha tenido lugar una modernización que en América y Europa 
duró doscientos años o más. La generación que se halla hoy entre 
los treinta y cuarenta años se ha visto de golpe precipitada hacia 
un mundo enteramente diferente al que conocieron sus padres, y 
sus abuelos vivían prácticamente en la Edad Media. La conducta, 
el estilo de vida es ultramoderno, pero el alma sufre. No puede 
seguirle el paso, está desgarrada entre lo que exige de ella el ahora 
y el aquí del espíritu y lo que ayer mismo era válido. El alma nece-
sita tiempo para trascenderse en dirección a lo nuevo; el espíritu 
en cambio corre en dirección a la cima de la evolución.
La psicoterapia surgió en Europa en una situación muy simi-
lar. Intelectualmente hablado la gente, más exactamente, la bur-
guesía culta, estaba en la Edad Moderna, Nietzsche había declara-
179
C O N C I E N C I A Y T E R A P I A
do la muerto a Dios, pero entre los que se adentraron en estos 
nuevos territorios, algunas almas, las más sensibles precisamente, 
corrían el peligro de romperse. Su sentir, su más íntima lealtad, 
seguía plenamente enraizada en lo antiguo, y el que intentaba 
sobreponerse a este arraigo caía enfermo. El que antiguamente 
ejercía la cura de almas, el sacerdote, ya no podía prestarles ayu-
da, pues su mundo ya no resultaba válido para el nuevo modo de 
pensar. No puede ayudarse desde la fe al que ya no tiene fe. El 
nuevo sufrimiento psíquico exigía una forma también nueva de 
cura: la psicoterapia. La terapia ya no partía de la fe, sino que bus-
caba su asiento en la investigación racional, científica, del alma. 
De ahí que estuviera en situación, o al menos eso parecía, de dise-
ñar un tratamiento adecuado al sufrimiento psíquico de la época.
Su tarea consistía en tender un puente entre el lugar hacia el 
que se precipitaba el desarrollo espiritual general, y en el que ya 
se hallaba el espíritu de la vanguardia, y el desarrollo anímico, 
emocional, que se le había quedado muy a la zaga. El alma –se 
pensaba– queda atrapada en antiguas ideas y tabúes quedominan 
el inconsciente aún cuando la parte consciente de la conciencia ya 
no crea en ellas y las haya abandonado tiempo atrás. La tarea de 
la psicoterapia consistía en sacar a la luz, ante la conciencia des-
pierta, este oculto enredo inconsciente. Casi se trataba de una 
segunda Ilustración. La primera había iluminado al pensamiento 
con la luz de la razón. Ahora la segunda debía conseguir llevar luz 
a la parte oculta de la conciencia, el inconsciente, inaccesible al 
pensamiento, que se mostraba simbólicamente en los sueños, por 
ejemplo.
La sola existencia de lo inconsciente representó un golpe para 
la idea ilustrada del pensamiento liberado de toda atadura. Signi-
ficaba que aspectos esenciales de nuestro pensamiento y conducta 
no eran libres y autónomos, que, al contrario, se hallaban dirigi-
L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S
180
dos por instintos y fuerzas insondables que permanecían en la 
oscuridad. Cuando algunos neurobiólogos nos explican hoy que 
todo lo que pensamos, decidimos y hacemos ya está decidido en el 
cerebro antes de que pensemos y actuemos, y que la libertad de la 
voluntad, en consecuencia, no es más que una ilusión, se limitan a 
operar una ampliación radical del descubrimiento del inconscien-
te que tuvo lugar en la época de Freud. Una ampliación que arram-
bla, eso sí, con la esperanza que entonces se albergaba de encon-
trar, con ayuda del psicoanálisis, un acceso consciente al incons-
ciente, de llevarle la luz de la razón y completar así en el alma la 
obra de la Ilustración. Más aún: las ideas mismas de la razón libre, 
la voluntad libre y el obrar libre quedaban en entredicho –y con 
ellas, dicho sea de paso, también la de la psicoterapia, toda vez 
que depende de las de razón libre y conducta autónoma.
Para Freud y sus seguidores, el descubrimiento del inconscien-
te estimuló el afán de investigar en sentido ilustrado lo inconscien-
te, de hacerlo accesible a la razón. Gracias a esta investigación, el 
yo se libraría de los poderes ajenos a él que operaban a nivel 
inconsciente, y el individuo conseguiría al fin decidir libre y autó-
nomamente sobre su vida. Esta es, sin menoscabo de las diferen-
cias existentes entre los métodos y recursos (en parte radicalmente 
enfrentados) que se emplean para alcanzar esta meta, la idea fun-
damental de la psicoterapia hasta nuestros días. Ya un discípulo 
de Freud, C. G. Jung, sospechó, como poco, que las profundida-
des del alma jamás serían accesibles a la razón, pero no pasó de 
ser un outsider en el ámbito de la psicoterapia.
Si ponemos el origen y desarrollo de la psicoterapia en rela-
ción con las etapas de la conciencia, vemos que se trata de una 
consecuente prolongación de la etapa 3. La idea es liberar al alma 
(al inconsciente) de las estructuras interiorizadas de la segunda 
etapa, de la conciencia de grupo, con el fin de conducir al yo hacia 
181
C O N C I E N C I A Y T E R A P I A
la autonomía plena. El psicoanálisis, por una parte, era ya expre-
sión de la nueva conciencia. Pudo surgir porque el espíritu ya 
había llegado al nivel 3. Por otra, hizo una importante contribu-
ción a la ampliación y profundización de esta nueva conciencia. 
Mientras el pastor de almas tradicional, el sacerdote, iba en busca 
de la conciencia, que desde su punto de vista estaba a punto de 
perderse a consecuencia de su ruptura con el todo (con Dios), 
para volver así a conectarla con el alma, la psicoterapia resolvía 
el conflicto hacia delante: la Ilustración debía llegar, más a allá del 
pensamiento, a las profundidades del alma, mediante la ilumina-
ción de lo inconsciente. El individuo quedaría así por fin redimido 
de las ataduras de lo antiguo y de los poderes que en su interior 
estaban a su servicio.2
Todo esto trajo consigo un oculto cambio de paradigma. 
Mientras que el pensamiento antiguo partía del todo y valoraba el 
bienestar del todo por encima del bienestar del individuo, ahora se 
procede al contrario. La pregunta es: ¿Qué necesita el individuo 
para ser feliz? ¿Cómo puede armonizar pensamiento, conducta y 
emoción? Una pregunta a la sazón inaudita e inconcebible solo 
cien años atrás. El matrimonio, por ejemplo, no servía al bienestar 
y la felicidad del individuo, sino solo a los de la familia, el clan o, 
en el caso de los poderosos, del principado o la nación. Esto era (y 
es) una obviedad para la conciencia de la segunda etapa. La cues-
tión de qué necesita un niño no desempeñaba papel alguno en la 
educación. Lo único importante era qué necesitaba la familia o la 
sociedad. Los niños tenían que seguir los pasos de su familia, los 
descendientes los de los antepasados, el individuo los del grupo al 
 2. Empleo el concepto de “redención” porque la idea de la Ilustración sigue ínte-
gramente la idea cristiana de la redención, solo que le da la vuelta y la convier-
te en un programa intramundano de salvación, lo cual se hace especialmente 
patente allí donde el psicoanálisis y el marxismo son vistos, conjuntamente, 
como una vía de redención a la par individual y colectiva.
L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S
182
que pertenecía. Y ahora la relación se invierte, la nueva pregunta 
reza: ¿Qué necesita el individuo? Ahora, de repente, se dirige con-
tra la sociedad, la religión y la familia la sospecha general de 
entorpecer, cuando no impedir, el desarrollo del individuo.
En los trastornos (en lenguaje moderno: síntomas psíquicos), 
las conductas discrepantes y a veces también la enfermedades se 
veía, en correspondencia con esto, una ruptura con el todo o una 
deficiente integración en el todo de orden superior (la familia, la 
religión), y si recibía tratamiento, este tenía como meta la reinte-
gración en el todo y sus valores. Esto cambia radicalmente con la 
entrada en la tercera etapa y la llegada de la psicoterapia asociada 
a ella. El individuo se desliza ahora al primer plano, lo importante 
es lo que él necesita para recuperar la salud y llegar a la plenitud 
desde sí mismo. En lugar de la reintegración se busca ahora, al 
contrario que antes, liberar al individuo, no solo exteriormente y 
en el pensamiento, sino también interiormente, de las viejas tradi-
ciones y de las obligaciones que llevan aparejadas, que se haga 
“autónomo”.
Todo esto no solo era moderno sino adecuado, en la medida 
en que hacerse consciente de uno mismo se pliega y sigue al movi-
miento de la conciencia. A nivel práctico esto significa que la dis-
crepancia entre un pensamiento que desestimaba como injustifica-
das las viejas restricciones, una conducta que las dejaba paulatina-
mente atrás –impulsada también por las exigencias del desarrollo 
social (industrial)– y una afectividad incapaz de acompañar a 
estos cambios, desgarrada entre sus deseos modernos y antiguas 
lealtades interiores, podía ser aliviada haciendo entrar a los senti-
mientos, por decirlo concisamente, en la vía del progreso.
Pero con esto nos adentramos en un importante desarrollo del 
ensayo freudiano. El pensador austriaco aún daba por sentado que 
bastaba con hacer accesible a la razón lo inconsciente e irracional. 
183
C O N C I E N C I A Y T E R A P I A
A partir de los años sesenta y bajo el impulso de las investigaciones 
de Wilhelm Reich3, discípulo de Freud, el cual había descubierto 
que los daños psíquicos se manifiestan en el cuerpo y que por 
medio de ejercicios respiratorios, masajes y ejercicios corporales 
podían ser experimentados, revividos y con ello –así al menos lo 
creía él– curados, se desarrolló una terapia que consideraba cada 
vez más la vivencia, la experiencia integral (corporal, emocional y 
mental). Este método seguía centrado claramente en el individuo y 
en liberarlo de constreñimientos ligados a su origen. El pasado es 
el factor patógeno, lo que coarta, lo que hay que superar. No en 
pocas ocasiones se llevó esta línea de pensamiento hasta el punto 
de golpear e incluso matar a los padres simbólicamente. Liberarse 
valía tanto como liberarse de los padres,de la familia, de la “mala” 
infancia –pese a que, curiosamente, se animaba a los clientes a 
adoptar conductas inequívocamente infantiles, a las que se toma-
ba, falsamente, por expresiones de la espontaneidad. Pese a utilizar 
la forma de pasado, estas terapias son bastante comunes en la 
actualidad. Teniendo a la vista las etapas de la conciencia, no es 
difícil percatarse de que aquí actúa el programa de la juventud –la 
rebelión contra la casa parental. Por eso tienen estas terapias un 
efecto en primera instancia liberador –como también lo tiene la 
rebelión juvenil. Solo que se agotan en el alzamiento. No desembo-
can en un yo maduro, en una vida responsable.
Lo dicho aquí no es aplicable a todas las terapias de los sesen-
ta en adelante. Algunas, como la hipnoterapia, la PNL, el análisis 
del guión de vida y el análisis transaccional, siguen una línea más 
 3. Reich era judío, al igual que Freud, y en los años treinta tuvo que huir de los 
nazis. A través de Suecia llegó a Estados Unidos, donde en 1956 fue encarce-
lado por desoír la prohibición de divulgar el acumulador de orgón que él ha-
bía desarrollado y los escritos correspondientes. Sus trabajos fueron enviados 
a la hoguera (¡en la América libre, en el año 1956, esto es, 20 años después de 
la quema de libros por parte de los nazis!). Reich murió en la cárcel en 1957.
L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S
184
cognitiva, o simbólica o también sistémica (terapia familiar). Pese 
a ello, y sin abordar el tema en sus detalles, se verifica en ellas la 
tendencia a pasar por alto o solo rozar, en el mejor de los casos, lo 
emocional, de modo que, en estos métodos y por regla general, las 
soluciones más bien racionales o figurativo-simbólicas no tienen 
una base holística. La consecuencia es que carecen de base emo-
cional. Y la idea de que la familia es la madre de todos los proble-
mas también aquí se impone.
Terapia sistémica. La anulación de la vida
La terapia sistémica, ampliamente representada en la terapia 
familiar, sobre todo, ocupa aquí un lugar especial. La menciono 
aparte porque la constelación familiar se considera a menudo una 
variante de ella, o se aplica en su contexto teórico y práctico. La 
terapia sistémica comprende que el individuo está siempre inserto 
en un contexto mayor (un sistema), y que su pensamiento y con-
ducta se halla con él en relación de acción recíproca. De ahí que lo 
importante no sea liberarse del sistema (de la familia, por ejem-
plo), sino mejorar las relaciones en el sistema. Representa sin duda 
un progreso en relación a propuestas de orientación individualis-
ta, pues se comprende que siempre estamos y tenemos que estar 
insertos en algo mayor. Con todo, esta terapia reconoce solo 
superficialmente esta realidad mayor, no de verdad. Un “sistema” 
es una invención humana, ya como abstracción conceptual, ya 
como construcción del hombre. Cuando lo vivo se construye en el 
plano de la teoría como un sistema y luego se lo trata así en la 
práctica, a uno se le escapa lo que hace que la vida sea vida: lo que 
nos precede y supera a priori. Hay organismos vivos y hay siste-
mas, pero no hay “sistemas vivos”. En el momento en que con-
templo mi cuerpo como si fuera un sistema en el que estructuras y 
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C O N C I E N C I A Y T E R A P I A
funciones en acción recíproca funcionan conjuntamente, le sus-
traigo la vida. Es como un motor o un ordenador. Lo mismo vale 
para la familia. Los sistémicos la tratan como si fuera una cons-
trucción, no un organismo vivo que nos precede. Desde la pers-
pectiva sistémica cada cual construye en su cabeza su propia fami-
lia, y se conduce con arreglo a esa construcción. Por eso en la tera-
pia se trata de ajustar esas construcciones, de armonizarlas al 
máximo para que el sistema funcione y el individuo se las arregle 
mejor en ellas.
Pero cuando esa realidad mayor solo es una construcción, no 
es entonces realmente mayor que nosotros, sus constructores. Su 
ser mayor es meramente cuantitativo, no esencial. En el pensa-
miento sistémico-constructivista el yo es siempre lo más grande, 
porque cualquier otra cosa es una construcción suya. Las cons-
trucciones –un motor, un ordenador– obedecen desde luego a 
leyes propias a las que debemos someternos si queremos utilizar-
los; pero las construcción son modificables, podemos construirlas 
de otra manera. Y así se contempla aquí a la familia y la vida en 
general: como algo que, si bien sigue leyes autónomas, puede ser 
construido de otra manera. En realidad el pensamiento sistémico, 
pese a insertar de nuevo, aparentemente, al yo en un todo mayor, 
es el último exceso de la conciencia del yo: al considerarlo todo 
una construcción del yo, incorpora a él de antemano cualquier 
realidad mayor.
Algunos opinan que el pensamiento sistémico es una línea del 
pensamiento holístico, solo que científicamente formulado. Esto 
es un gran error. El pensamiento sistémico es la aniquilación de la 
totalidad, la destrucción de lo vivo. La totalidad es el modo de ser 
de lo que es. Estamos involucrados en ella, tomamos parte en ella, 
formamos parte de ella, pero no podemos construirla. Es lo gran-
de a priori de lo que venimos y en el que somos.
L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S
186
¿Qué tiene esto que ver con la terapia? Mucho, le dicta la 
dirección básica a seguir e influye así en la dirección que los clien-
tes se marcan en la vida. Existe una diferencia enorme entre partir 
de que construimos nuestra vida y comprendernos como parte de 
un todo en el que estamos insertados. En el primer caso lo impor-
tante es mantener el control, o recuperarlo, en el segundo entre-
garnos al río y a las leyes autónomas de la vida. En el primero la 
pregunta es: ¿qué puedo/tengo que hacer? En el segundo: ¿Qué 
puedo/tengo que dejar que sea? Y este dejar que sea no implica no 
actuar. La acción se acompasa a lo que resulta espontánea y natu-
ralmente –lo que también significa: sin esfuerzo– del contacto con 
el movimiento del todo.
El trabajo de constelaciones. Acompasarse al movimiento 
de la vida
Este acompasarse con el todo y entrar en el río de su movi-
miento es la esencia de la constelación familiar tal y como la desa-
rrolló Bert Hellinger. Se expresa tanto en el método (sobre todo en 
la variante más evolucionada de las constelaciones móviles) como 
en la comprensión del lazo que une al individuo con el todo y en 
las soluciones que se muestran en las constelaciones. En lo que 
sigue deseo explicar cómo el trabajo con constelaciones puede 
contribuir a hacer consciente la inserción de nuestra vida en un 
todo mayor, y a permitirnos tomar parte en el movimiento de la 
conciencia. Es importante que este movimiento no se sitúe frente 
a la conciencia del yo en una variante de la conciencia grupal: 
atraviesa el yo hacia una nueva forma de vínculo que, en lugar de 
imágenes y valores transmitidos, procede del propio corazón. A 
mi modo de ver, esta diferencia no ha sido claramente reconocida 
ni por Hellinger ni por el trabajo de las constelaciones, al menos 
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C O N C I E N C I A Y T E R A P I A
no ha sido claramente descrita y puesta en práctica. No voy a pre-
sentar el trabajo con constelaciones en toda su amplitud.4 Descri-
biré los elementos que he seleccionado. Pero lo haré de modo que 
el texto sea comprensible también para los que no lo conocen.
Considero conveniente hacer primero una breve aclaración. 
La constelación familiar se presenta a menudo como una terapia 
sistémica. Existen para ello motivos eminentemente históricos: En 
el subtítulo (y en el texto) del primer libro que se publicó sobre 
constelaciones familiares, Felicidad dual, con el que se hicieron 
conocidas de la noche a la mañana, su autor, Gunthard Weber, 
llamó al trabajo de las constelaciones “psicoterapia sistémica”. 
Weber es un terapeuta sistémico, y propietario de la editorial más 
importante de literatura sistémica, en la cual apareció el libro. Al 
hacerlo pasó ampliamente por alto que Hellingerno tenía nada 
que ver con la escuela de terapia sistémica, como tampoco con la 
teoría de sistemas.5 Hellinger, sin embargo, no hizo las debidas 
aclaraciones, sino que se distanció del constructivismo sistémico 
ocasionalmente y a través de comentarios mordaces.6 Una impor-
tante deficiencia es que Hellinger nunca ha formulado una teoría 
coordinada con el trabajo de las constelaciones. Por eso, y exage-
rando un poco, cada cual entiende algo distinto al hablar de las 
constelaciones familiares. Se puede emplear como un método sis-
témico ordenado a optimizar las relaciones del sistema. En un 
 4. Hallarán una introducción compacta a la par que una viva descripción de 
él en mis libros Liebe, die löst, Heidelberg, Carl Auer Verlag 2001) y Das 
Hellinger-Prinzip (Freiburg, Herder Verlag, 2003).
 5. Esto causó no poco desconcierto y contribuyó a que la actitud de los sisté-
micos frente Hellinger fuera finalmente hostil. Una exposición detallada del 
conflicto en mi libro Die Hellinger-Kontroverse, Freiburg, 2005, p. 52-88.
 6. Esta historia, por ejemplo, que caricaturiza la idea de que la realidad no se 
encuentra sino que se inventa: Un constructivista se pierde en una excursión a 
la montaña. Cuando al cabo de tres días un equipo de búsqueda lo encuentra, 
dice aliviado: Menos mal que al fin me habéis inventado.
L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S
188
sistema social eminentemente práctico, como una empresa u orga-
nización, es sin duda adecuado. Aquí se trata, en efecto, de crea-
ciones humanas. Lo importante no es el alma humana, sino el fun-
cionamiento de una estructura compleja que ha de alcanzar una 
determinada meta. Pero si hacemos lo mismo con el alma y sus 
lazos con el todo, reducimos al ser humano a la ruedecita de un 
engranaje. Solo una propuesta holística puede hacerle justicia al 
alma, una que pregunte por lo que mueve al hombre en su intimi-
dad y qué necesita el individuo particular para estar en armonía 
consigo mismo y su mundo. Para expresarlo más claramente en 
relación a la situación del hombre moderno: ¿Cómo reencuentra 
el hombre la referencia a algo mayor que le dé una dirección sin 
verse obligado a regresar a su antiguo mundo?
Las constelaciones como espejo del alma
Con el método de las constelaciones, Bert Hellinger introdujo 
un procedimiento completamente nuevo en la terapia. Aunque ya 
antes había procedimientos escénicos, siempre eran escenificacio-
nes de una supuesta dinámica familiar o relacional. Alguien, por 
ejemplo, interpretaba al padre (o a quien sea), pero siempre par-
tiendo de que esa persona hacía el papel de padre, ya sea interpre-
tando aspectos que se le indicaban, ya sea intentando hacer de 
padre a través de la información que él mismo tenía sobre el padre. 
Esto es, se construían o simulaban procesos grupales. Hellinger, en 
cambio, descubrió y defendió algo radicalmente nuevo e inaudito: 
con la ayuda de representantes es posible representar realidades 
ocultas. Las constelaciones muestran cómo es el padre en realidad, 
lo que siente, lo que conmueve su alma y su corazón, lo que lo ape-
sadumbra en su más profunda interioridad, y también lo que ha 
hecho. Las constelaciones muestran lo que es, son un espejo del 
alma. Muestran los atolladeros en los que se ven metidos los indi-
viduos y su contexto, a menudo también una solución. Pero vaya-
mos por partes.
El método de las constelaciones:
Salto hacia lo desconocido
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L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S
190
El trabajo con constelaciones es, para empezar, un método de 
grupo (disponemos ahora de varios procedimientos para emplear-
los en el asesoramiento individual, pero no vamos a tocar aquí el 
tema).1 En ellas asumen el papel de los miembros de la familia per-
sonas desconocidas –“sustitutos” o “representantes”, elegidos al 
azar del círculo de los participantes. El cliente elige, por ejemplo, 
una mujer para representar a su madre, un hombre para su padre 
y a otra persona, un desconocido, para sí mismo. Él coloca a esas 
personas en las posiciones que cree conveniente, él es el que las 
dispone, las coloca de alguna manera. Para ello se guía por lo que 
siente en ese momento. Uno puede renunciar también a la coloca-
ción de los representantes y pedirles que busquen ellos mismos su 
lugar en el espacio. Por regla general, la decisión de quién dispone 
o coloca la toma el director de la constelación tras acordarlo con 
el cliente.
Amén de la familia, en principio puede hacerse constelacio-
nes de toda clase de grupos, de sistemas sociales y relaciones. Y 
no solo se hacen constelaciones de personas, también de unida-
des sociales (secciones de una empresa, una religión, nación, 
región, en un partido, etc.), enfermedades y síntomas, lugares (la 
cárcel, un campo de concentración, el cielo, etc.) o de elementos 
simbólico abstractos (imágenes interiores, doctrinas, ideas, nom-
bres, etc.). En esencia, no hay nada que no pueda ser presentado 
en una constelación. Para que la exposición no se haga compli-
cada en exceso, me limito en lo que sigue a la representación de 
personas.
Los sustitutos no reciben información alguna sobre las per-
sonas por las que están. La mayoría de las veces conocen por la 
conversación previa cuál es su posición en la familia (por ejem-
 1. Ver Wilfried De Philipp (ed.), Systemaufstellungen im Einzelsetting: Platz las-
sen, Raum geben, Heidelberg.
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E L M É T O D O D E L A S C O N S T E L A C I O N E S
plo, padre, madre, tío, prometido, hijo de una relación extracon-
yugal, hermanastro), a menudo también conocen hechos impor-
tantes (por ejemplo, si esa persona murió pronto, si era minus-
válido, adoptado, si fue asesinado o era un asesino). Sin embar-
go, no es una condición necesaria para este procedimiento. Lo 
que se averigua antes de la representación varía enormemente de 
unos consteladores a otros. Cuando el constelador trabaja desde 
la conciencia del nivel 4 (fenomenológicamente) no necesita 
saber nada en absoluto, y el representante tampoco.2 Personal-
mente, me suelo limitar a pedir al cliente que exponga breve-
mente lo que le preocupa. Si padece de dolor de cabeza crónico, 
por ejemplo, me basta esta información, y le pido al cliente que 
elija un representante para sí mismo y otro para el síntoma (el 
dolor de cabeza). Entonces le doy instrucciones al representante 
para que se abra a lo que viene de su interior y permita a su cuer-
po seguir ese movimiento, sin preocuparse de a dónde le lleve. 
Todo lo demás procede de la constelación, de los movimientos o 
declaraciones de los sustitutos. Como nadie sabe cómo se siente 
y mueve un “dolor de cabeza” o “la anorexia” o “la infertili-
dad”, los representantes no pueden tener representación alguna 
de lo que han de sentir o hacer, sino que están obligados a mirar 
hacia centro para ver lo que sienten y expresar lo que perciben 
en su interior.
Cuando se pregunta antes por algunos datos sobe la familia, 
se pone mucha atención en no dar al sustituto información sobre 
rasgos de carácter de la persona que representa. Así se los mantie-
 2. A veces el terapeuta no da intencionadamente ninguna información, con el 
fin de proteger la esfera personal del cliente (en casos especialmente graves o 
en relación a temas delicados) y eliminar la posibilidad de interpretación por 
parte de los representantes. Semejantes constelaciones “encubiertas” cons-
tituyen un buen medio en las empresas de proteger a los clientes o prevenir 
manipulaciones.
L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S
192
ne en un estado, digamos, de “inocencia”, y puede abandonarse 
a los movimientos y sentimientos que lo asaltan en el papel co -
rrespondiente. En las constelaciones familiares, pues, no se inter-
pretan papeles, no se actúa, se trata de dar expresión a lo que se 
percibe interiormente. Tales percepciones pueden ser, por ejem-
plo, una sensación corporal (calor, frío, pesadez, debilidad, tem-
blores, sudores), emociones (pena, simpatía, rechazo,ira, alegría, 
miedo) o sentirse impulsado a moverse (a acercarse o alejarse de 
una persona, a dirigirse a ella o darle la espalda, a huir, golpear, 
abrazar, etc.)
Existen pues dos modos de proceder: o bien el director de la 
constelación pregunta a los representantes cómo se sienten, para 
lo que, por regla general, les piden que presten atención a sus per-
cepciones corporales y emocionales, o espera y anima a los repre-
sentantes a moverse cuando se sientan interiormente impulsados a 
hacerlo. Si se elige este segundo modo de proceder, se habla poco 
o nada, y uno recibe información solamente de los movimientos. 
En el primero la imagen de la dinámica en el sistema familiar y sus 
miembros se obtiene por medio de preguntas a los sustitutos y a 
través de las subsiguientes reorganizaciones (es decir: el director 
coloca a dos sustitutos frente a frente, o uno al lado del otro, o 
dándose la espalda, y pregunta en cada caso si así es mejor o peor 
y qué sentimientos aparecen). En base a los movimientos y a las 
declaraciones verbales se va haciendo reconocible qué temas y 
personas están excluidas, se ignoran o evitan. La introducción de 
estos elementos dejados de lado suele revelar la dinámica oculta. 
Ambos expedientes tienen en común que los sustitutos represen-
tan a personas completamente desconocidas para ellos, sobre las 
que nada saben. Y pese a ello, el procedimiento arroja una clara 
imagen de la familia, de los atolladeros psíquicos en los que está 
cada miembro de la familia, y también la imagen de una vía de 
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E L M É T O D O D E L A S C O N S T E L A C I O N E S
solución para los afectados. A diferencia de lo que ocurre en el 
psicodrama y en la escultura de familias, aquí no se trata de pro-
bar posibles escenarios y papeles, sino de la efectiva percepción y 
representación de una realidad oculta. Dicho de otra manera: los 
sustitutos experimentan lo mismo que las personas reales a las que 
representan y de las que nada saben.
Esto, claro está, resulta de entrada difícil de creer. Cuando uno 
lo experimenta, se acostumbra sin embargo muy rápidamente a 
ello, y al cabo de poco tiempo parece casi normal, aun cuando 
uno no sepa cómo explicarlo. Los críticos, cómo no, pueden 
cebarse con este método: solo puede ser “delirio esotérica” y 
“engañiflas”.3 Pero no lo es. Pues amén de las muchas personas 
que lo han vivido personalmente, disponemos ahora también del 
estudio científico de Peter Schlötter4, en el que se prueba empíri-
camente que diversos sustitutos, representando a una misma per-
sona, reflejan coincidentemente su estado anímico fundamental. 
Schlötter dispuso la misma constelación de un sistema en distin-
tos espacios con ayuda de muñecos de tamaño natural. Después 
colocó a un gran número de representantes en esas posiciones, 
 3. Sobre las críticas dirigidas a las constelaciones familiares y especialmente a 
Bert Hellinger, ver mi libro Die Hellinger-Kontroverse. Fakten – Hintergrün-
de – Klarstellungen, Friburgo, Herder, 2005.
 4. Peter Schlötter, Vertraute Sprache und ihre Entdeckung. Systemaufstellungen 
sind kein Zufallprodukt – Der empirische Nachweis, Heidelberg, Carl-Auer-
System, 2005. Fritz B. Simon, durante largos años crítico de las constelacio-
nes, señala al respecto: “Él [Schlötter] dispuso la misma constelación cien 
veces colocando muñecos de tamaño natural en las diversas posiciones. Des-
pués movió a un alto número de representantes por la constelación, es decir, 
colocó a personas distintas en las mismas posiciones y a la misma persona en 
distintas posiciones… El resultado: las vivencias coinciden dependiendo de la 
posición y no de la persona. Esto es, el fenómeno llamado “percepción repre-
sentante” ha sido verificado o, al menos, no falsado”. En: Gunthard Weber, 
G. Schmidt, F.B. Simon, Aufstellungsarbeit revisited… nach Hellinger?, Hei-
delberg, Carl-Auer-Systeme, 2005, p. 197.
L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S
194
colocando unas veces a diversos representantes en los mismos 
lugares y otras al mismo representante en distintas posiciones. En 
total 130 personas formaron 2700 constelaciones. Las declara-
ciones sobre sus percepciones fueron grabadas en vídeo. El resul-
tado: las manifestaciones de los representantes eran significativa-
mente coincidentes, y ello con independencia del sexo, la edad o 
la posición social. Podemos extraer de aquí que en una constela-
ción los representantes tienen acceso a sentimientos y sucesos 
sobre los que no tienen información y de los que, por lo tanto, 
nada pueden saber. Fritz B. Simon, psicoterapeuta sistémico, céle-
bre crítico de Hellinger y las constelaciones, a la par que director 
de la tesis de Schlötter, intenta salvar la situación afirmando que 
las sensaciones de los representantes deben interpretarse como 
reacciones afectivas a las constelaciones (distancia u orientación 
hacia otras personas).5 Según esto, no afirmarían nada relativo a 
las personas a las que representan, sino solo a sus propios senti-
mientos, que resultan de sus lugares en el espacio y de la relación 
espacial que guardan con otras personas de la constelación. En 
contra de esto, en primer lugar, se alza el hecho de que la repre-
sentación también funciona cuando solo se coloca a una persona, 
y en segundo lugar, que la misma constelación espacial se vive de 
modos completamente diferentes cuando se representan sistemas 
familiares distintos.6
 5. Ibídem.
 6. Klaus Grochowiak observa certeramente: “La suposición [de que los repre-
sentantes solo viven e interpretan una disposición espacial] contradice, sin 
más, los hechos. Un padre a la espalda se vive a veces como apoyo, otras 
como amenaza. Una persona a la que se coloca lejos de los demás… vive 
unas veces su aislamiento como una exclusión dolorosa y otras siente alivio 
por hallarse al fuera de la “locura” familiar. Podemos añadir a estos tantos 
ejemplos como queramos”. K. Grochowiak, “Das Austellungsphänomen… 
und warum der Konstruktivsmus damit Probleme hat”, en Praxis der Sys-
temaufstellung 1/2006, p. 81.
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E L M É T O D O D E L A S C O N S T E L A C I O N E S
El conocimiento oculto, o la actualidad del pasado y el 
presente
Lo que aquí ocurre es, en efecto, algo bien distinto. Al vaciar-
nos, esto es, al deshacernos de nuestras ideas y de lo que creemos 
saber, entramos en contacto con un campo que nos comprende 
como personas y que ha almacenado todos nuestros pensamien-
tos, sentimientos y acciones como recuerdos. Albrecht Mahr, el 
primer constelador, recogió este hecho en el concepto “campo 
conocedor”, que se ha generalizado entre los consteladores fami-
liares. Personalmente me parece un término correcto, pues signifi-
ca que existen campos (sujetos) que saben o conocen algo. La 
cuestión es, en realidad, que el conocimiento existe en la forma de 
un campo, por lo que me parece más atinado el término “campo 
de conocimiento”7. Este campo de conocimiento no solo abarca 
enteramente el pasado sino también el futuro.
No es tan descabellado como a primera vista pueda parecer. 
Pues, ¿qué hacen los inventores, los científicos, un Newton, un 
Einstein, un Heisenberg? ¿Qué hace un artista, un Mozart, un 
Beethoven, un Miguel Ángel? ¿Encuentra algo o inventa algo? 
Pienso que, claramente, encuentran algo, descubren algo. Pero eso 
significa que ya existía antes. Cada uno de nuestros pensamientos 
ya existe cuando una persona lo piensa por primera vez. Y puede 
pensarlo porque ya existía. Cada sonido que compone, toca o 
canta un músico existe desde siempre, al igual que toda melodía. 
Los grandes compositores nunca han pretendido ser creadores de 
sus obras, sino haberlas escuchado o recibido de algún otro modo. 
Lo que el músico crea no es más que la objetualización de algo que 
ya es en otra dimensión a la que no accedemos. Miguel Ángel 
 7. No se trata de algo nuevo. En la cultura india se ha postulado desde siempre 
la existencia de un campo que abarca todo el saber y todos los acontecimien-
tos (pasadosy futuros) mediante el concepto “Crónica Akasha”.
L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S
196
decía que la escultura estaba en la piedra que labraba, que podía 
verla y sentirla antes de que estuviera acabada, y que su trabajo 
consistía en hacer que surgiera tan pura y clara como fuera posi-
ble. Ya está ahí, él la encuentra y la lleva desde la dimensión invi-
sible a la visible, pero no la crea de la nada. Lo mismo ocurre con 
el pensamiento, el sentir y todo saber. Existen en otra dimensión 
antes de que el primer hombre los piense o sienta. Y cuando los 
olvidamos, vuelven también a esa dimensión.
Tomemos una imagen. Hoy podemos hacer audibles o visibles 
muchas clases de ondas. Podemos ver lo que en este mismo segun-
do ocurre en el otro lado del globo, hablamos por teléfono, etc. 
Nadie piensa, sin embargo, que lo que oímos y escuchamos en la 
radio y en la tele no existía antes de que hubiera aparatos y trans-
misiones. Y nadie piensa tampoco que el fútbol deje de existir cuan-
do apagamos el televisor a la mitad de un partido. Todo lo que 
oímos y vemos existe con independencia de nuestra percepción de 
ello y ha existido siempre. Para percibirlo, solo tenemos que saber 
cómo traerlo a nuestra dimensión y encender el receptor. Y esto 
exactamente es lo que hace un sustituto en una constelación fami-
liar: se pone a la escucha. ¿Cómo se hace eso? Mirando hacia den-
tro, sin saber nada y siguiendo sus percepciones. El conocimiento 
de algo nuevo tiene por condición el no-saber, una paradoja que no 
solamente ha ocupado a la filosofía y espiritualidad del Lejano 
Oriente, sino también a los filósofos griegos y a la mística cristiana.
Resulta interesante el hecho de que esto también funcione cuan-
do el sustituto no cree en ello o carece de experiencia. Es por tanto 
independiente de su conciencia. Cuando alguien lo hace por prime-
ra vez suele ocurrir que ella o él me pregunten con la mirada: ¿y 
ahora que tengo que hacer? Y yo digo entonces: “No tienes que 
mirarme, no tomo parte en el juego, no puede ayudarte. Mira hacia 
dentro y sigue el movimiento que percibas, cualquiera que sea”. 
197
E L M É T O D O D E L A S C O N S T E L A C I O N E S
Nota entonces que comienza a tiritar, por ejemplo, o a sentir can-
sancio y pesadez, o que su mirada se siente atraída por algo. Solo 
entonces intervengo yo (cuando son principiantes) diciendo por 
ejemplo: “Déjate llevar por ese sentimiento (o movimiento). No 
necesitas saber lo que es. Síguelo, sin más”. Y entonces se ve repen-
tinamente formando parte de una historia que no es la suya. Y una 
vez que ha superado su reparo inicial, se ha acostumbrado un poco 
al proceso y sigue correctamente sus sensaciones, suele verse movi-
do por profundas emociones y experimenta toda la gama de senti-
mientos y acciones humanas como si fueran los suyos.
Nuevos ámbitos de experiencia y conciencia
Entran así en un ámbito de experiencia y conciencia completa-
mente nuevo para la mayoría. Experimentan que existe un plano 
de conocimiento y experiencia que trasciende lo personal y es, en 
ese sentido, mayor que ellos, infinitamente más grande, por aña-
didura. Lo que uno vive en el papel de representante es mucho 
más y a menudo completamente diferente de lo que hasta entonces 
había vivido, visto, oído o leído. Uno tiene pues la experiencia, 
fundamentalmente nueva, de que hay algo fuera de nosotros (o 
también en lo más profundo de nosotros) que está más allá de 
nuestra personalidad, y de que podemos estar conectados a ese 
espacio mayor en el que todo es. Esta justamente es la experiencia 
de la cuarta etapa de la conciencia. Lo cual significa: cuando avan-
zamos hacia el espacio abierto del no saber –en un curso de cons-
telaciones, para empezar, bajo la guía y, en cierta manera, la pro-
tección de un constelador–, y renunciamos durante un breve lapso 
de tiempo a nuestra necesidad de saber y controlar, descubrimos y 
conocemos de un modo holístico –no solo intelectual, pues, sino 
también físico y emocional– que ese espacio nos sostiene, que en 
L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S
198
él se halla la plenitud de la vida, que toda esta plenitud, desde lo 
más horroroso a lo más elevado, puede estar en nosotros y ser 
vivida, y que esta vivencia no nos destruye, sino que nos ensancha 
y fortalece. Existe un cierto miedo a salir perjudicado al entregar-
se a una experiencia así. Cuando este miedo procede de personas 
que participan por primera vez, me lo tomo en serio y les digo que 
se entreguen al papel hasta que lo crean oportuno. Y todo el mun-
do tiene derecho a decidir, cómo no, si se pone o no a disposición 
para un papel. Asimismo, los participantes siempre pueden decir, 
también en medio de una constelación: “ya no quiero seguir” y 
retirarse. Es algo que también ocurre en mis cursos, pero pocas 
veces. Entonces pregunto: “¿Quién está dispuesto a asumir el 
papel?”. Alguien levanta la mano y el proceso sigue adelante.
Antes de continuar, me gustaría decir algo sobre el nuevo 
ámbito de experiencia en el que entran los representantes en una 
constelación. Su riqueza es inagotable. Uno tiene experiencias y se 
adentra en dimensiones de la vida que trascienden ampliamente lo 
hasta entonces conocido. Yo mismo he representado, amén de 
papeles comparativamente normales –amante y marido engañado, 
niño huérfano de padre, alcohólico y persona deprimida, hijo 
fallecido y padre de un hijo muerto–, el de la muerte misma, el de 
maestros de iluminación, el de violadores y asesinos, el de judíos 
asesinados, el de nazis corrientes y oficiales de alto rango de las SS 
que llevaron a la muerte a millones de judíos. Y solo es una peque-
ña selección. Como alguien nacido poco después de la guerra, 
cuyo padre fue enviado a los 18 años al frente oriental y cuya 
madre perdió a sus dos hermanos, de 19 y 20 años, en la guerra, 
fue para mí especialmente impactante verme en el papel de solda-
dos y experimentar sus vivencias. Había entre ellos caídos y super-
vivientes, alemanes y rusos, soldados rasos y oficiales de alto ran-
go, incluso comandantes en jefe de la Primer Guerra Mundial. 
Estas experiencias modificaron radicalmente mi comprensión de 
199
E L M É T O D O D E L A S C O N S T E L A C I O N E S
la historia y mi visión del hombre y su destino. Puedo decir, por 
ejemplo, que el libro Los bienintencionados de Jonathan Littell8, 
que narra la Segunda Guerra Mundial en el frente oriental y, sobre 
todo, el exterminio de judíos desde la perspectiva de un oficial de 
las SS implicado en él, se corresponde enteramente con mis expe-
riencias en las constelaciones. Lo menciono porque el libro provo-
có gran rechazo e indignación en la crítica literaria alemana, mien-
tras que en Francia, donde apareció por primera vez, fue tenido 
por una sensación histórica y literaria.
Me parece de gran importancia que en el papel de sustituto las 
experiencias sean holísticas, que abarquen las emociones y sensa-
ciones corporales implicadas, tanto como las percepciones espiri-
tuales. Esto significa que dichas experiencias deben asentarse, al 
igual que las vivencias personales, en nuestra conciencia corporal, 
en la que nuestra conciencia personal tiende a ampliarse hacia la 
conciencia del hombre en general. Sobre todo las experiencias de 
las víctimas, del morir y la muerte echan por tierra las ideas que nos 
hemos formado. La muerte, por ejemplo, deja de provocar espan-
to, pero también pierde la fascinación que ejerce sobre algunos.
Curiosamente, esta enorme ampliación de nuestra experiencia 
no despierta en uno el sentimiento de enterarse mejor de todo; al 
contrario, nos acerca a la intuición del viejo Sócrates, quien dijo: 
 8. Jonatthan Littell, Los bienintencionados, Berlín 2008. Littel es un judío ame-
ricano que creció en Francia, estudió en América y vive desde hace poco 
tiempo en Barcelona. Escribió el libro, que consta de 1.383 páginas, en fran-
cés. Pese a ser una novela, no solo se pliega a los hechoshistóricos sino que 
pasa por ser la narración más completa y exacta históricamente hablando de 
la guerra en el frente oriental y del exterminio de judíos que tuvo lugar allí. 
La indignación que la obra cosechó en Alemania se debe, sobre todo, a que 
el autor judío se pone en el lugar de un oficial de las SS cultivado e idealista 
y narra los acontecimientos desde su perspectiva, razón por la cual el lector 
no puede evitar, pese a la crudeza de los hechos, empatizar hasta cierto punto 
con ese hombre.
L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S
200
“Cuanto más sé, tanto más claro tengo que no sé nada”. Por eso 
siempre advierto a las personas que se muestran interesadas en 
formarse conmigo lo siguiente: “El trabajo con constelaciones, 
cuando se toma en serio, es una máquina demoledora de ideas. De 
tus ideas, de lo que ahora piensas y das por seguro, al final no va 
a quedar nada”.
Constelación y meditación
Por profundas que puedan llegar a ser las vivencias en el papel 
de representante, jamás deja uno de ser consciente de que se mueve 
en un papel, de que no se trata de la propia vida. Por eso se pierde 
relativamente rápido el miedo, y por eso no es peligroso. Uno sabe 
que puede apearse en cualquier momento: “Aunque estoy viviendo 
esto enteramente, no soy yo”. Cualquiera que se haya ocupado 
con la meditación conoce la sentencia: “Sientes eso, pero no eres 
tus sentimientos, piensas eso, pero no eres tus pensamientos”. De 
eso se trata, precisamente, en la meditación sin objeto: de la dife-
rencia entre lo que experimento, pienso y siento y aquello que soy 
o quien soy, del conocimiento de que no soy eso, del percatarse del 
espacio que hay allende mi identificación con lo que siento y pien-
so. En este sentido, la representación en las constelaciones es una 
forma de ejercitarse en la meditación –la mejor que yo conozco.
Al meditar, ya se siga un método clásico como vipassana o la 
meditación Zen, o el de las llamadas meditaciones activas u de 
otras– todo el mundo espera caer finalmente en la cuenta. Y por 
regla general uno no cae durante años (o décadas). O lo hace por 
poco tiempo y no vuelve a hacerlo en una eternidad. Esto al menos 
es lo que me ocurrió a mí, y después de todo lo que he visto y oído, 
no me cuento entre los menos. Uno escucha al maestro decir que 
uno no es su pensamiento y sus sentimientos, y cuando uno cree 
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E L M É T O D O D E L A S C O N S T E L A C I O N E S
que lo tiene, que está observando de un modo completamente des-
comprometido su pensamiento, nota que esto es otro pensamien-
to. Y apercibirse de ello es una buena señal de que uno aún no se 
ha dado cuenta, de que realmente no se ha dado cuenta. Y esto 
puede resultar de lo más frustrante. No discuto el sentido de este 
ejercicio. Probablemente ha sido una buena preparación para mi 
trabajo como terapeuta y para ver y comprender los procesos que 
tienen lugar en las constelaciones. Pero requiere mucho esfuerzo, 
y estoy convencido de que la asunción de papeles en las constela-
ciones nos conduce más fácilmente a una actitud meditativa.
Aquí, en el deslizamiento a un papel ajeno, tiene lugar la expe-
riencia de una vivencia intensa acompañada de la conciencia de la 
no identidad, esto es, la conciencia de que, aunque me está suce-
diendo todo eso, yo no soy eso, y ello sin esfuerzo alguno, fácil-
mente. Funciona así de bien, claro está, porque no se trata de mi 
propio papel, pero se trata en el fondo del proceso al que toda 
meditación aspira.
La única –e importante– diferencia radica en que al meditar se 
trata de percatarse de mi identificación con papeles, pensamientos y 
sentimientos que asumo como míos. Con todo, la experiencia de la 
no identidad en un papel ajeno, junto con la experiencia simultánea 
de una gran intensidad afectiva, me parece representar un paso 
importante, capaz de abrir al cuerpo y a los sentidos a la posibilidad 
de que ocurra lo mismo con el papel que tomamos por propio.
Lo que esto significa en relación a las etapas de la conciencia 
es que en las constelaciones podemos gustar el sabor de la con-
ciencia cotidiana del nivel 6. En la conciencia despierta de la etapa 
6 no estamos, como algunos pretenden, por encima de todo, sino 
que estamos en todo sin identificarnos con ello. Vivimos una vida 
normal y, a diferencia de las etapas anteriores, consideramos esto 
completamente normal. Hacemos lo que hay que hacer, y no pen-
L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S
202
samos en otras cosas. Esto precisamente –y no ejercitarse en cua-
lesquiera ejercicios mientras estamos sentados– es lo que entiende 
Osho por meditación: “No es nada más que la vida diaria total-
mente vivida”.
Lo que es mayor que nosotros: conducir y ser conducido 
en el no saber
En la estructura del trabajo de constelaciones hay un elemento 
inexistente en otros procesos: la referencia sistemática, estructural-
mente presente, a algo mayor. Esto se hace especialmente claro en 
la forma que Hellinger denominó “movimientos del alma”. Es 
altamente significativo que el escenario de los consteladores comen-
zara a moverse en dos direcciones cuando en el año 2000 Hellinger 
presentó y difundió eficazmente este nuevo modo de proceder. 
Muchos se negaron a dar ese paso. Juega aquí un papel importan-
te, con toda certeza, que Hellinger no era capaz de transmitirlo 
comunicativamente.9 Pero esto no es todo. En él quedaba extrema-
damente claro algo que ya antes era visible para el que quería ver-
lo: la renuncia al control del proceso terapéutico por parte del tera-
peuta, la cesión de la dirección de la constelación a algo mayor.
Esto suscita temores, sobre todo en Alemania, y más aún cuan-
do nadie le sabe explicar a uno lo que se oculta tras esa realidad 
mayor. Hellinger la llamaba “el alma”, pero para muchos eso 
era muy nebuloso, especialmente porque unas veces hablaba 
del “alma de la familia”, otras del “alma mayor” y otras, al fin, del 
 9. A causa de su personalidad, Hellinger tiende a hacer afirmaciones que lue-
go no explica y a eludir el diálogo. Uno puede seguirlo o abandonarlo. Ver 
al respecto mi artículo “Klassisches Familienstellen, Bewegungen der Seele, 
Bewegungen des Geistes – Wohin bewegt sich die Aufstellungsarbeit?, en 
Praxis der Systemaufstellung, 1/2007.
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E L M É T O D O D E L A S C O N S T E L A C I O N E S
“alma”, sin más. Algo quedó sin embargo enteramente a la vista: 
Si el sustituto –a veces incluso el terapeuta– no sabe nada sobre la 
persona a la que representa, si además, como para entonces ya era 
a menudo el caso, actúa completamente solo en la constelación, y 
si de sus movimientos se deriva, por ejemplo, que la persona a la 
que representa se ha ahorcado, o que una madre abortó, el susti-
tuto está entonces indiscutiblemente conectado a algo más que a 
su propio saber y su propia facultad imaginativa. Algo mayor está 
operando ahí. Y ya no es posible explicar lo que ahí sucede por 
medio del campo de fuerzas reinantes en el grupo, pues el repre-
sentante está ahí solo.
Como ya he señalado, era difícil no llegar antes a esta conclu-
sión. Cuando por ejemplo alguien, en respuesta a una pregunta, 
dice: “A mi lado (o detrás de mí o ahí) falta alguien”, y resulta que 
en la familia hay una persona que ha sido olvidada, un niño que 
nació muerto, por ejemplo o tempranamente, o el hijo oculto de 
otra relación, no es posible creer que este saber procede del repre-
sentante.
Mientras era el cliente el que disponía ritualmente su imagen 
interna de la familia en una constelación, y el terapeuta conducía 
la constelación interviniendo activamente, interrogando, modifi-
cando elementos y pronunciado frases estereotípicas, podía uno 
perseverar en la idea de que el cliente y el terapeuta, juntos, hacían 
algo, ayudados, sorprendentemente, por un ámbito desconocido 
cuyo nombre era el “alma de la familia”10. Con los “movimientos 
del alma” se puso fin a esto. Ya no podía seguir pasándose por alto 
que el proceso no estabaen manos ni del cliente ni del terapeuta.
 10. Amén del clásico de Helliger Felicidad Dual, la mejor descripción de la forma 
antigua, relativamente estática y ritual de constelación familiar, se halla en la 
obra de Berthold Ulsamer Ohne Würzeln keine Flügel, Múnich, 1999. Ulsa-
mer se cuenta, sin embargo, entre los remisos a la profundización de trabajo 
de constelaciones que aquí presento.
L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S
204
Un nuevo paradigma
Resultaba evidente que el método de la constelación familiar 
seguía otro paradigma.11 El antiguo paradigma terapéutico no 
reconoce, como corresponde al nivel 3, ninguna instancia supe-
rior, mayor al yo.12 De ahí que el terapeuta se oriente por y sirva, 
fundamentalmente, al yo del cliente, pone sus conocimientos espe-
cializados a su servicio para que este yo se las arregle mejor en el 
mundo. Y la tarea requiere mucho trabajo, pues hay muchas ofen-
sas y heridas sin curar que impiden que el yo o la personalidad 
maduren suficientemente y que se manifiesta en etapas de la vida 
especialmente difíciles, pudiendo causar un sinfín de problemas 
y síntomas psicosomáticos. En este sentido, la terapia desempeña 
una importante función, y cuando la llamo “vieja” no aludo con 
ello a que hoy en día fuera inútil. En este paradigma puede verse 
en la constelación familiar un ensanchamiento de la perspectiva 
sobre los problemas y una mejora de las posibilidades de solución. 
El ensanchamiento consiste en que ahora se ve que las causas de 
un problema psíquico no solo residen en la propia persona y su 
historia, sino también en la historia de la familia, que nuestra 
estructura psíquica, nuestros sentimientos, actitudes y, con ello, 
también nuestros problemas y síntomas es, simplificando al máxi-
mo, heredada –incluso cuando no crecemos en el seno de nuestra 
familia. Por eso llamó Gunthard Weber a este trabajo “sistémico”, 
porque los problemas, también las soluciones, se contemplan a la 
luz del sistema total de la familia.
 11. Si el concepto de “nueva constelación familiar”, que Hellinger reclamó en 
exclusiva para sí a partir de 2006 es al hilo de la introducción de los “movi-
mientos del alma”. Pero por aquel entonces todavía no pensaba en asegurar-
se una suerte de copyright.
 12. Aunque en algunas escuelas de “terapia humanista” se habla de un “uno mis-
mo” que trasciende al yo o de un “uno mismo” superior, una consideración 
detenida muestra que se trata de un suerte de super-yo.
205
E L M É T O D O D E L A S C O N S T E L A C I O N E S
Se trata, desde luego, de una enorme ampliación, pero se puede 
compatibilizar perfectamente con el antiguo paradigma y la con-
ciencia del nivel 3.13 En el método de la constelación (estática) se 
conceptuó como la representación externa de la imagen familiar 
interna del paciente, como una fotografía en el espacio tridimen-
sional, por decirlo así, que en base a la posición de unas personas 
con respecto a otras permite hacer hipótesis sobre conflictos y per-
sonas que faltan. Interrogar al cliente sobre acontecimientos fami-
liares, ocasionalmente completado con conversaciones telefónicas 
con padres y parientes, prestaba una ayuda adicional. Unos pasos 
definidos, ritualizados, permitían elaborar una solución, y al final 
el cliente podía abrazar la nueva imagen de la familia y sustituir 
por ella la antigua. Esta descripción del antiguo trabajo con cons-
telaciones es una exposición muy comprimida. A quien esté intere-
sado por conocerlo con más detalle, le remito a los ya menciona-
dos libros de Weber y Ulsamer. Mi descripción muestra que en los 
años noventa imperaba una visión mecanizada del trabajo con 
constelaciones. Su ventaja consiste en que bastan algunas omisio-
nes para que pueda encuadrarse sin problemas en el antiguo para-
digma y que por ello no exige de los terapeutas grandes pasos de 
crecimiento. Por eso se sigue trabajando aún hoy en día con este 
modelo en muchas consultas y en las más dispares instituciones de 
formación de adultos, incluso críticos declarados de Hellinger 
hacen constelaciones siguiendo este método en el círculo de la 
“escuela sistémica de Heidelberg” y en otras direcciones sistémi-
 13. Esta es la razón por la que los representantes de esta dirección dan mucha 
importancia a la afirmación de que Hellinger no fundó sino que solo desarro-
lló la constelación familiar. Se remiten a Virginia Satir o a Ivan Boszormeny-
Nagy, que realizaban constelaciones antes que Hellinger o desarrollaron una 
teoría intergeneracional. Con ello da a entender que la teoría de las genera-
ciones y la mera representación de un escenario familiar es el núcleo de la 
constelación familiar. Si así fuera, tendrían razón en afirmar que Hellinger no 
es el fundador, pero la constelación familiar es más que esto.
L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S
206
cas. Insisto: puede ser de ayuda en muchos casos, pero se trata de 
constelaciones familiares esterilizadas, se les sustrae lo que Hellin-
ger desarrolló, la potencia para el crecimiento personal.
Esa potencia alcanza su expresión plena con los “movimientos 
del alma”. Se hace patente que en las constelaciones opera una 
fuerza mayor a la que no solamente se tiene que someter el cliente, 
sino también el terapeuta. Los representantes son movidos por 
algo que casi los hace parecer marionetas, manteniéndose a la par 
enteramente conscientes y despiertos; lo único que hacen es entre-
garse a ese algo sin resistencias. Para que esto ocurra el terapeuta 
también tiene que meterse en ese río. Al igual que el representante, 
ha de vaciarse, dejar a un lado su (presunto) saber, sus hipótesis, 
sus representaciones morales y, finalmente, dejar espacio a lo más 
grande, que ha de asumir la dirección. Esto es: tiene que renunciar 
al control, tiene que dar un paso interior desde el control del pro-
ceso a la confianza en lo desconocido, el paso de la entrega. Más 
aún: la entrega no solo al proceso, sino a los contenidos del pro-
ceso, a lo que suceda. No debe seguir midiendo las cosas por la 
idea que se ha formado de lo que es correcto e incorrecto, bueno 
y malo, verosímil e inverosímil. En su lugar debe aceptarlo todo 
tal y como se muestra. Lo único en lo que puede confiar es en su 
sentido interno para lo cierto y verdadero. Y lo mismo vale para 
los integrantes del curso.
Ceder el control no significa aquí que el constelador no dirija, 
o que transfiera la responsabilidad a los representantes. Lamenta-
blemente, se trata de un malentendido muy común. En este nivel, 
la dirección exige mucho más que antes y es mucho más sutil. El 
constelador no dirige en base a su conocimiento y experiencia, 
sino a través de su percepción. Es ella la que le dice qué encaja y 
lo que no, hasta dónde puede llegar, cuándo intervenir y cuando 
no, etc. En la percepción se conecta con la inteligencia más grande 
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que opera en la constelación, pero que no opera por sí misma, 
sino que necesita al constelador como traductor. Puede comunicar 
sus percepciones y asegurarse de si los representantes y los demás 
integrantes del curso las comparten, pero esto no aminora su res-
ponsabilidad.
Estos cambios metodológicos en el trabajo con las constelacio-
nes modificaron también las soluciones. De repente se tornaron 
más amplias y profundas, lo cual se hizo especialmente patente en 
la reconciliación de víctima y verdugo. Hasta el año 2000, un ase-
sino era expulsado de la sala –había perdido, tal y como lo formu-
ló Hellinger, su derecho a formar parte de él. Esto tenía algo de 
exclusión definitiva de la comunidad humana, de castigo bíblico. 
Desde mi experiencia como representante de semejantes criminales 
parecía justo, una suerte de compensación merecida. En esa medi-
da, no me parecía erróneo. Por ejemplo, en una constelación repre-
senté al arquitecto espiritual del exterminio de los judíos, jefe del 
SD y de la Policía de Seguridad del Reich, protectorde Bohemia y 
Moravia, Reinhard Heynrich. No experimenté en ese papel ni la 
sombra de un sentimiento de culpa, pero tenía perfectamente claro 
que los demás me destruirían si perdíamos, y que tenían derecho a 
ello. En esa medida, no tenía absolutamente nada contra la expul-
sión. Hasta cierto punto incluso me protegía, por que yo (Heydrich) 
podía así reafirmarme en mi actitud espiritual. Había exterminado 
a los judíos, y ahora ellos –o quien fuera que actuara en su lugar– 
me destruían a mí. Ojo por ojo, diente por diente. Punto. No se 
exigía nada de mí, podía seguir siendo el que era. Ocurrió entonces 
algo completamente inesperado en los movimientos del alma: las 
víctimas se acercaron a los criminales. El resultado fue que los ver-
dugos no pudieron seguir perseverando en su actitud espiritual. 
Cuando las víctimas los tocaban, los miraban y les tendían la 
mano, su interioridad sufría una conmoción. Solo entonces toma-
ban conciencia de las dimensiones de sus actos, debido, precisa-
L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S
208
mente, a que ya no eran acusados, ya no eran condenados, sino 
readmitidos en la comunidad humana. Solo entonces comenzaron 
a ver a las víctimas y a verse a sí mismos como criminales. No fue 
pues una reconciliación exterior, sino el arranque de un movimien-
to del alma que hacía ceder en ambas partes la rigidez que había 
provocado el crimen. Solo así, mediante el cese de este entumeci-
miento anímico podía continuar la vida –tanto para los descen-
dientes de las víctimas (las víctimas mismas estaban físicamente 
muertas, claro, pero psíquicamente, también los muertos se desha-
cían de su rigidez) como de los criminales. En el caso de los críme-
nes colectivos, esto se aplicó y se aplica a los grupos colectivamen-
te implicados y a sus descendientes. Se hace aquí especialmente 
claro que el castigo y la exclusión, aunque desde el punto de vista 
social sean necesarios por un tiempo, no representan solución 
alguna a nivel psíquico –y, a la larga, tampoco en el plano social, 
porque con ella los frentes permanecen fijos y enconados.14
Desde entonces, las soluciones que aparecen en las constela-
ciones experimentaron un cambio general, más allá del tema víc-
tima-verdugo. Si antes se trataba de soluciones preponderante-
mente estáticas en las que se manifestaba la firme pertenencia a la 
familia, ahora se tiende a disolver la rigidez y a patentizar el río 
del movimiento vital. También se puede decir: las constelaciones 
familiares se enderezaban al principio claramente hacia algunos 
elementos de la conciencia 2 y comenzó después a moverse hacia 
elementos de la conciencia 4. Este nuevo movimiento de las cons-
telaciones familiares se hizo posible a través de una renuncia de 
 14. En Sudáfrica, los negros han encontrado un camino, inspirado en una an-
tigua tradición zulú, para la digestión del Apartheid, que no fue capaz de 
seguir Occidente, y sigue siendo incapaz de seguir, tal y como muestra el 
tribunal de La Haya: los criminales debían presentarse a las víctimas y reco-
nocer su culpa, pero ni se los mataba ni se los enviaba a la cárcel para el resto 
de sus vidas (como a los nazis en Alemania) sino que volvían a ser acogidos 
en la comunidad del pueblo.
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E L M É T O D O D E L A S C O N S T E L A C I O N E S
Bert Hellinger. Cuando se dio cuenta de que en una constelación 
verdugo-víctima ocurría algo que se oponía a su idea de las cosas, 
algo a la par muy poderoso y auténtico, se retiró interiormente 
para no interponerse en su curso. La dirección de la constelación 
comenzó a consistir entonces para él en que esta fuerza superior 
pudiera desarrollarse con los menos impedimentos posibles. Para 
ello el director tiene que descubrir y aceptar que el conocimiento 
no procede de él, sino de un campo mayor que él, y tiene que estar 
dispuesto a confiar en ese campo más grande.
Para muchos terapeutas, también para algunos consteladores, 
esto representa un límite que no quieren o pueden remover. Aun-
que la nueva solución para la reconciliación de lo que antes pare-
cía irreconciliable recibió una buena acogida –de hecho, una ver-
dadera ola de reconciliación recorre (o recorrió por un tiempo) el 
trabajo de los consteladores–, el camino que lleva hasta allí no 
resulta aceptable, o solo a medias, para muchos. Pues aun cuando 
se persiga la reconciliación como meta de una terapia o constela-
ción, se hace como si se tratara de una estrategia en la que el tera-
peuta sigue llevando la batuta y no se somete al movimiento de un 
campo mayor –lo que implicaría seguir ese movimiento nos lleve 
a donde nos lleve. La renuncia al control y la entrega a una fuerza 
desconocida conmueven el corazón de la autocomprensión profe-
sional de la psicoterapia, pues está estrechamente vinculada por 
su historia a la conciencia de la etapa 3 (si no se identifica con 
ella), y esta conciencia prohíbe algo así. Temen que eso “mayor” 
no sea más que una velada metáfora para el afán de dominación 
de la antigua conciencia 2, hacia cuya completa superación ha 
avanzado siempre la psicoterapia. Tanto más cuanto que Helliger 
da alguna que otra razón para que se lo considere un representan-
te de esta conciencia regresiva. Cuando se considera el asunto 
detenidamente, este reproche es insostenible si se lo refiere a la 
totalidad de su trabajo, menos aún a su iniciativa metodológica.
L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S
210
El trabajo de constelaciones espiritual
Retengamos esta idea: en el principio metodológico de las cons-
telaciones familiares opera de antemano una fuerza que remite a un 
saber y a una inteligencia que superan tanto los del cliente como los 
del terapeuta. Esto se hace especialmente claro cuando uno abando-
na la constelación estática, tal y como se practicaba en los años 
noventa, en favor de la constelación móvil. En el trabajo de los repre-
sentantes se verifica una conexión metódica a una fuente de conoci-
miento superior que nos abarca a todos: el campo de conocimiento. 
El método nos introduce directamente en este campo. Consecuente-
mente, no solo los sustitutos, también el terapeuta debe estar fami-
liarizado con él, pues cualquier intento por su parte de dirigir el pro-
ceso con arreglo a su conocimiento adquirido reduce la eficacia de la 
inteligencia superior. El paso exige por parte del terapeuta lo mismo 
que él, de acuerdo con el método, espera de los representantes en la 
constelación: que renuncie al control y se deje conducir por ese cam-
po. Esto se corresponde exactamente con el paso de la etapa de con-
ciencia 3 a la 4 –o más allá. De ahí que la capacidad de trabajar con 
los movimientos del alma no sea preponderantemente una cuestión 
de competencia profesional, sino de conciencia.
Esto complica enormemente la cosa. La conciencia no se pue-
de practicar, no se aprende, en el sentido habitual de esta palabra, 
ni se puede examinar. Ni siquiera puede uno dar este paso a volun-
tad, tan poco como puede un adolescente convertirse en un adulto 
a voluntad. ¿Qué hacer entonces? Me viene a la mete una frase de 
Erich Kästner que se hizo popular en los años setenta como con-
signa izquierdista: “No hay nada bueno, salvo que uno lo haga”. 
En efecto: hay que hacerlo, sencillamente, uno tiene que atreverse, 
atreverse a dar el paso hacia lo desconocido, aun cuando nos tiem-
blen las rodillas al darlo. La afirmación de Hellinger de que uno 
no debe tener miedo me parece que no resulta de mucha ayuda. 
211
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No es posible dejar de lado el temor y la angustia, y tampoco debe 
uno ignorarlos. Cuando aparecen, es mejor prestarles oído. Solo 
que no debemos dejarnos dominar por ellos, cederles la dirección. 
Puedo tener miedo e ir al sótano a pesar de ello. Si no intento ahu-
yentar al miedo, incluso me será de ayuda –como todo lo que uno 
no reprime y combate–, me mantendrá atento y despierto.
Esto, exactamente, es lo que necesitamos como terapeutasque 
se ponen en manos de lo mayor: atención, valor y confianza. Para 
dar el primer paso se requiere, sobre todo, valor y un cierto grado 
de confianza. Podemos dejar que el miedo se quede ahí. Para él vale 
lo mismo que para el sustituto: debe dejarse mover y que lo conduz-
ca una fuerza desconocida. A medida que lo hace, crece en él paula-
tinamente la confianza y el conocimiento de que funciona. La única 
–y decisiva– diferencia es que detrás del sustituto está el director del 
grupo, que observa el proceso, interviene en ocasiones y, ya se guíe 
por esto o lo otro, lo conduce y responde por él. Pero detrás del 
terapeuta que se deja guiar por “lo mayor” ya no hay nadie, porque 
“lo mayor” es una grandeza desconocida, y solo en la medida en 
que el terapeuta confía en ella toma las riendas del proceso.
Esto, precisamente, es un proceso de crecimiento. El creci-
miento tiene lugar en la medida en que me entrego a la situación 
y confío. A confiar se aprende confiando. No hay otro modo. La 
conciencia del nivel 4 crece en uno en la medida en que uno, pese 
a no encontrarse ahí enteramente en casa, sigue avanzando en esa 
dirección. El (nuevo)15 trabajo de constelaciones, en este sentido, 
 15. No me refiero aquí a la “nueva constelación familiar” de la que Bert y Sophie 
Hellinger hablan desde 2006 y reclaman en exclusiva para su escuela, fundada 
precisamente con este fin (“Hellinger Scienzia”; como la mayoría de los anti-
guos “Institutos Hellinger” no se han sumado a Hellinger Scienzia, parece que 
se ha abandonado el proyecto). Su apropiación de este concepto –en el que veo, 
dicho sea de paso, una recaída en el nivel 2– hace difícil hablar sin más ni más 
de innovaciones. Cuando quiera referirme a la “nueva constelación familiar” de 
Hellinger, entrecomillaré el término, para que quede claro a lo que me refiero.
L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S
212
es en primera instancia un campo de aclimatación y práctica, y 
después, sobre todo si uno mismo trabaja como constelador, de 
intenso crecimiento.
He dicho antes que la capacidad para adentrarse, en un deter-
minado papel, en el ámbito del no saber, y de dejarse mover desde 
dentro, es independiente de la conciencia del asistente al curso. 
No lo es, en cambio de la conciencia del director del curso. Mi 
experiencia es que el grupo como un todo y los asistentes como 
individuos no pueden ir más lejos de lo que se lo permita la con-
ciencia del director. Esto explica, además, que las diferencias en 
las experiencias, en la profundidad de la vivencia y también en los 
resultados de la constelación sean tan grandes. Algunos aspectos 
relacionados con la conciencia del cliente ejercen aquí cierta 
influencia. Pero al menos tan importante es que el terapeuta abra 
(y limite) con su conciencia el campo en el que se adentra la cons-
telación, pues con ello abre y limita también el ámbito de los pro-
cesos, resultados y soluciones que pueden mostrarse en ella.
Aquí lo importante no es la conciencia cotidiana del terapeuta, 
es decir, el nivel en el que normalmente se sienta en casa. Parto de 
que la gran mayoría de los consteladores se mueven interiormente 
en la misma etapa de conciencia que la gran mayoría de los clien-
tes, esto es, en el nivel 3. Tal vez en una fase avanzada del nivel 3, 
pero no realmente en el 4. Pues el nivel 4 significaría confiar en la 
vida tal como es (y no solo cuando va bien), tener el corazón abier-
to y ser vulnerable, incluso cuando somos rechazados, tomar los 
desengaños por tales, esto es, des-engaños, y estar agradecido por 
ellos aunque duelan, entregarse a lo que venga tranquilo y confia-
do en lugar de preocuparse, etc. Hasta que esta no sea mi actitud 
cotidiana no puede decirse que me halle en casa en el nivel 4.
Esto no quiere decir que no entremos en el nivel 4 durante el 
trabajo terapéutico, y que no podamos obrar a partir de él. Par-
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cialmente, la mayoría de los niveles nos son accesibles. Al igual 
que podemos volver pasajeramente a la infancia cuando nos ena-
moramos, o cuando la persona amada nos abandona, o decep-
ciona, o volver a la etapa 1 si nos vemos reducidos a la mera 
supervivencia, podemos también tener temporalmente experien-
cias de niveles superiores sin sentirnos ahí plenamente en casa. 
Quienes asisten a cursos de autoconocimiento o crecimiento inte-
rior o han meditado largo tiempo lo saben muy bien: Uno entra 
en un espacio interior en el que todo es luminoso y claro, o en el 
que se siente profundamente unido a todo y todos, o en el que 
experimenta una gran calma y paz interiores –y después se mar-
cha a casa y el marido se pone a gruñir sobre si la comida esto y 
lo otro, ¡y se acabó la paz, y el silencio y la cordialidad! A veces 
basta que uno quiera contarle a su pareja o a una amiga sus pro-
fundas experiencias y que él o ella no estén realmente interesados 
por el asunto o que nos espeten que todo eso solo son tonterías 
para que los dejemos atrás, a menudo decepcionados e interior-
mente enfurecidos con el “terrible mundo de ahí fuera”. Y ya 
estamos otra vez en el aislamiento interior del nivel 3 o desea 
ardientemente volver a estar con el grupo en el que sus experien-
cias han sido agradables (una regresión infantil a la conciencia de 
grupo). Esto no quiere decir que la experiencia de una conciencia 
ampliada no sea importante y real, solo que las experiencias pun-
tuales no bastan para sentirse en ella en casa. Se requieren muchas 
experiencias de esta naturaleza y mucho tiempo para completar 
el paso al siguiente nivel.
A mi entender, el trabajo de constelaciones espiritual presupo-
ne –como cualquier terapia espiritual– en el terapeuta la disposi-
ción y la capacidad de moverse en su trabajo en la conciencia 4. 
Con todo, no es posible separar ilimitadamente vida y trabajo. 
Esto es algo que se hace en el nivel 3, donde todo está parcelado. 
Y si bien la parcelación hace posible una actitud neutral, neutrali-
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214
dad y apertura no son lo mismo. La neutralidad es una actitud 
externa, entrenada. Con ella no consiguen abrirse espacios inte-
riores. Es necesario primero adentrarse en el amor. En el tránsito 
al nivel 4 deja uno atrás las parcelas y avanza de nuevo hacia la 
totalidad, y para ello tenemos que volver a ser interiormente un 
todo y estar dispuestos a dejar fluir lo que se experimenta en el 
trabajo en el resto de nuestras vidas. La confianza en la dirección 
de la totalidad debe convertirse en una parte de la vida normal. 
Desde hace 25 años me acompañan las afirmaciones que escuché 
a Osho al entrevistarme con él. En retrospectiva, me da la impre-
sión de que viajé a Oregon solo por aquellas palabras. Dijo: “No 
soy una persona que haga planes. Sé que hasta este momento la 
existencia se ha ocupado de mí, y jamás he hecho nada a partir de 
mí mismo. También se me asistirá en el momento siguiente. […] 
No me preocupo de si el río corre hacia el norte o hacia el sur. 
Vaya a donde vaya, venga de donde venga, ¡es mi hogar! Es exac-
tamente el lugar en el que siempre he querido estar, solo que no 
era consciente de ello”.16
No hay que entender este “debe” o “tiene que” como una 
exhortación moral (al crecimiento espiritual). Más bien viene exi-
gido por la cosa misma. En los campos en los que entramos en 
contacto al trabajar con constelaciones, y de cuyo saber nos nutri-
mos, los más profundos sentimientos y los secretos pensamientos 
no son solamente accesibles, como muestra toda constelación, al 
directamente implicado, sino también a aquellos con los que estos 
están unidos. Si uno se toma esto en serio –y como consteladores 
tenemos que hacerlo– el campo contiene también, cómo no, lo 
que el constelador piensa y siente. Por lo tanto, cuando pienso: 
“Este es un miserable”, o “menudo lagarto”, o “qué horrible des-
 16. Wilfried Nelles, Das rote Tuch, Bhagwan-Kommunen in Deutschland, 
Heyne, Múnich, 195,pp. 248 y 253. 
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tino”, mis pensamientos fluyen hacia la constelación. Mis convic-
ciones morales, mis juicios, mis gustos, mis simpatías y antipatías 
son parte del proceso. No sirve de nada ocultarlos. Si ya están ahí, 
incluso es mejor expresarlos, de ese modo no intervienen secreta-
mente en el proceso. En una ocasión el asistente a un curso me 
habló de un síntoma idéntico a un problema que yo mismo tenía 
en aquel entonces. Le respondí: “No sé si puedo trabajar contigo, 
porque yo tengo exactamente el mismo problema. Probablemente 
es uno de mis puntos ciegos, y cabe la posibilidad de que me impi-
da ver claro tu caso”. Mientras decía esto se me ocurrió colocar a 
alguien en la constelación que representara mi punto ciego. Así lo 
hice, coloqué a alguien por la mujer, a otra persona por su sínto-
ma, y a una persona más por mi propio problema, mi posible pun-
to ciego. Con ello quedó neutralizado el punto ciego, mi problema 
aparecía en la constelación como algo mío, y de ese modo no se 
interpuso en el proceso que afectaba al cliente. La consecuencia 
colateral de la constelación, por cierto, fue que mis síntomas des-
aparecieron.
Pronunciar los pensamientos resulta pues de ayuda. También 
se aplica a las valoraciones que un percibe en sí mismo. Es mejor 
expresarlas abiertamente para que no dirijan secretamente el pro-
ceso. Veo a veces como los terapeutas, tan pronto como comien-
zan a trabajar, se deslizan en el papel del que todo lo comprende y 
acepta, un papel que no se corresponde con lo que son. Son taaaan 
dulces y taaaan comprensivos que casi resultan insoportables. Es 
como cambiarse de ropa, este es el uniforme de terapeuta, y ahí, 
colgada en el perchero, está la bata de todos los días. ¡Entonces 
mejor trabajar con la bata! Mejor decir: “Lo que has hecho me 
parece una putada”. El cliente lo entiende, se siente contemplado 
y aceptado si no se lo decimos mirándolo por encima del hombro. 
Para ello tengo que mirarle a los ojos, hablar de tú a tú, no como 
un juez, ni como un profesor, ni como un moralista, ni como un 
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216
tutor, sino, sencillamente, como un hombre. De persona a persona 
es aceptable –digo simplemente lo que pienso. Y después puedo 
decir: “Bien, te he dicho mi opinión, veamos ahora qué muestra la 
constelación. Quizás me muestre algo mejor”. Así soy abierto, y 
un abierto “p…” es mejor que un secreto desprecio.
Lo mejor, empero, es que nuestro desarrollo interior haya 
superado estos juicios y valoraciones. No depende de un actuar, 
sino de un dejar ocurrir. Sucede cuando uno se entrega a los pro-
cesos que tienen lugar en las constelaciones como lo hacen los 
clientes o como nosotros se lo sugerimos. Si tomo las constelacio-
nes, no solamente como herramientas eficaces para mi trabajo, 
sino también por una máquina de afilar mis propios pensamien-
tos, sentimientos y acciones, mis juicios y valoraciones se agudiza-
rán. En el ámbito del corazón quedarán arrinconados al fondo. 
No desaparecen, siguen existiendo como pautas personales, como 
lo que nos gusta más, o menos, o nada, como lo que uno haría o 
jamás haría, pero ya no son juicios sobre los demás. Y además –y 
este es un buen criterio para juzgar nuestra propia inhibición o 
naturalidad– dejan de alterarnos. Veo lo que sucede, no cierro mi 
corazón aunque no me guste, y dejo que suceda. Si actúo, lo hago 
espontáneamente, conectado conmigo mismo y con lo que ahora 
mismo exige la situación. Cuanto más abierto sea en este sentido 
un terapeuta, tanto más ancho y profundo será el ámbito en el que 
la constelación puede adentrarnos, tanto más claramente se mos-
trará el alma del cliente.
Esta no es, insisto, una condición para el trabajo como conste-
lador. A veces me percibo a mí mismo demasiado abierto, otras 
poco, a veces todo me resulta fácil, otras me siento cansado y 
abrumado. Todo el mundo tiene días. Al prepararnos para el tra-
bajo todos estos estados de ánimo pasan a un segundo plano; no 
puedo decir que no ejerzan influencia alguna. Pero me ocupo de 
217
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ellos lo menos posible, y cuanto menos me ocupo de ellos, tanto 
más me abro a lo que está sucediendo. Con independencia de su 
estado puntual, la conciencia del terapeuta fija los límites del mar-
co en el que se van a mostrar las soluciones. Lo que el terapeuta 
cree o tiene por posible o moralmente aceptable, define el ámbito. 
Puede que su ámbito sea tan amplio que no se pueda tender un 
puente entre él y el cliente. Un iluminado no es, por regla general, 
un buen terapeuta. Para él todo es lo mismo, la vida y la muerte 
no son importantes. De ahí que si no es capaz de ponerse al nivel 
del cliente no pueda ayudarle, la mayoría de las veces, en un pro-
blema concreto. Osho decía a menudo, por ejemplo, que carece de 
sentido lamentarse por la muerte del amado o del amigo, que uno 
debe alegrarse del tiempo compartido con él y celebrar su muerte 
cantando y bailando. Desde su punto de vista resulta perfecta-
mente acertado, y cuando uno le veía hablar de estas cosas, podía 
ver y sentir esta verdad. Pero para la madre que ha visto morir a 
su hijo no es una buena solución. Su dolor y su pena son hechos, 
y si se pone a cantar y a bailar sin poder llorar o gritar al mismo 
tiempo, se derrumbaría o reprimiría sus verdaderos sentimientos.
Algo similar me ocurre a mí cuando veo constelaciones de la 
“constelación familiar nueva, espiritual” de Hellinger. El mundo 
del cliente parece quedar a menudo bastante desplazado, y no 
parece interesarle si este entiende algo o no, o si lo que sucede en 
la escena tiene o no que ver con él y sus asuntos. La constelación 
–al menos eso parece– es más para él que para el cliente. A veces 
lo he visto tan movido por su misión que el cliente parece quedar 
en el olvido.17 Puede que así las constelaciones sean impactantes 
para los espectadores –una conciencia que no ha integrado bien el 
 17. También ocurría esto a veces antes de la “nueva constelación familiar”, por 
ejemplo, en una constelación que tuvo lugar en Berlín en el año 2000, que se 
hizo pública en un vídeo que llevaba por título La guerra (serie Movements 
of the Soul).
L A V I D A N O T I E N E M A R C H A A T R Á S
218
yo está predispuesta a ello–, pero dudo que resulten de mucha 
ayuda para el cliente. Resumiento: me parece importante que la 
distancia entre la conciencia del terapeuta y la del cliente no sea 
demasiado grande y que haya un contacto vivo entre ellos. Y dado 
que la etapa 4 es la etapa del estar ligado, me parece predestinada 
a este trabajo.
Las constelaciones familiares señalan en una nueva dirección 
también desde el punto de vista del contenido, si bien aquí hay que 
mencionar primero trabajos en los que ya aparecían aspectos de la 
posición de Hellinger y que Hellinger solo recibió y desarrolló.1 
Pero no voy a detenerme a examinar cuáles son las fuentes de 
Hellinger ni de dónde toma qué a quién, porque aquí no se trata 
de Hellinger, tampoco de la terapia familiar, sino de la perspectiva 
espiritual que se esconde en la constelación familiar.
Veo en la obra de Hellinger tres conocimientos que trascienden 
lo hasta entonces conocido y, o bien lo profundizan en aspectos 
esenciales, o bien lo sitúan en un contexto completamente nuevo:
1. El conocimiento del hecho de que y del modo en que esta-
mos engranados en la historia de nuestra familia y en el 
destino de nuestros antepasados, y de cómo repercute esto.
2. El (re)descubrimiento de que nuestro inconsciente está 
sometido a una legalidad de la que no podemos sustraer-
nos.
3. El camino hacia las soluciones que toma Hellinger.
 1. Ya he nombrado antes los más importantes: la Familienskulptur de Sapir y la 
teoría multigeneracional de Boszormeny-Nagy
Contenidos y conocimientos 
de las constelaciones familiares
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L A V I D A N O T I E N E M A R C H AA T R Á S
220
Tres historias
Para empezar, una historia con la que nos encontramos todos 
los días: una mujer se siente profundamente enfadada con su mari-
do sin poder encontrar ninguna razón para ello. En la terapia de 
pareja tampoco se consigue averiguar el motivo. Hasta aquí, todo 
normal. Se indaga entonces su historia previa: ¿Ha tenido la mujer 
alguna mala experiencia con otro hombre? ¿O durante la adoles-
cencia? ¿Hablaba su madre mal de los hombres? ¿Era su padre 
agresivo? ¿Le ocurrió alguna otra cosa durante la infancia? Res-
puesta: no, ahí no hay nada que pueda explicar su actitud. Hellin-
ger no encontró nada hasta llegar a los abuelos, pero no era algo 
que la mujer hubiera vivido de niña. Todo lo que ella sabe es que 
sus abuelos tenían un bar, que al abuelo le gustaba beber con sus 
amigos y disfrutaba humillando a su mujer delante de sus compa-
ñeros de juerga, por ejemplo, arrastrándola por el bar de los pelos. 
Cuando salió esto a la luz –la clienta solo recordaba vagamente 
haber oído hablar de ello– quedó claro de dónde procedía su ira: 
era la ira de la abuela, la que nunca se había atrevido a expresar. 
Ahora la nieta liquidaba el asunto por ella –contra su marido ino-
cente, al que ella amaba.
Una historia similar, treinta años después. Una madre desespe-
rada porque su hijo de nueve años es violento con otros niños, con 
niñas también. Tiene graves problemas en la escuela por ello. El 
niño dice: “Me enfado rápidamente y salto, no puedo evitar pegar-
les”. La terapeuta, una colaboradora mía, le pide en presencia de 
la madre que haga una constelación de su familia mientras juega 
con animales de trapo. Cuando llega al abuelo (para representar 
al cual ha elegido un león) dice que le gusta mucho. Que viajó por 
todo el mundo. La madre informa a la terapeuta de que su mujer 
tuvo una hija con otro hombre. El abuelo se enteró de ello al cabo 
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C O N T E N I D O S Y C O N O C I M I E N T O S
de varios años y se separó de su mujer, pero tuvo que pagar el 
mantenimiento de la niña. El muchacho coloca a la niña y asegura 
que así está la familia completa. Pero la terapeuta añade una figu-
ra representando al verdadero padre del hijastro. “¿Quién es este, 
qué hace aquí?”, pregunta el niño. “El verdadero padre de la 
niña”. El joven responde: “Yo pensaba que el abuelo… ¡entonces 
le han tomado el pelo!”. Se pone pensativo. Y la terapeuta le dice: 
“¿Te puedes imaginar lo enfadado que estaba?”. Y el niño respon-
de: “Sí, como yo. ¡He heredado el enfado del abuelo!”. Desde 
aquel día, su conducta en la escuela cambió drásticamente.2
Vemos aquí dos procesos: en primer lugar, un sentimiento 
reprimido o no superado es asumido, un sentimiento que tiene su 
origen dos generaciones atrás es transferido a personas no impli-
cadas; en segundo lugar, la transferencia tiene lugar sin que los 
descendientes –así es, al menos, en el segundo caso– sepan algo 
de la historia de sus antepasados. Para terminar, la historia de 
otra terapia en la que todo esto se muestra quizás más claramen-
te: en las constelación de una mujer que lucha contra la anorexia 
los sustitutos de los padres aseguran no sentirse los padres de su 
hijo. El terapeuta le pide a la clienta que interrogue a sus padres. 
El resultado de la conversación es que sus padres le cuentan la 
siguiente historia: “No somos tus padres biológicos, en efecto. Tu 
madre era una joven judía que huyó de Alemania y vino aquí 
(Holanda). Naciste aquí, entonces vinieron los alemanes y tu 
madre tuvo que volver a huir. Quería llegar en barco a Inglaterra, 
y nos pidió que te cuidáramos hasta que pudiera volver. No vol-
vimos a saber nada de ella, y te adoptamos como nuestra hija”. 
Entonces la clienta hizo indagaciones sobre su verdadera familia 
y averiguó lo siguiente: El barco nunca llegó a Inglaterra, su 
madre se había ahogado. Los padres de la madre fueron enviados 
 2. Doy las gracias a Angela Winkler por la historia.
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222
a Auschwitz, donde la madre de la madre había muerto de ham-
bre. Se reveló así lo que la anorexia ocultaba: el vínculo interior 
con la abuela que había muerto de hambre.3
Dejo aquí estas tres historias ejemplares. Podríamos añadir las 
más dispares variantes sin terminar nunca. También está amplia-
mente documentado que solo cuando se destapan los sucesos sub-
yacentes entran los clientes en un proceso continuado de cura-
ción.4 Lo que antes era una suposición aislada ha pasado a ser con 
las constelaciones familiares una certeza: que el destino de los 
antepasados se prolonga en la familia durante generaciones. Exis-
te algo así como una herencia psíquica. Lo más sorprendente –
amén, claro está, de que los sustitutos lo perciban en las constela-
ciones– es que esa “herencia” sigue caminos ocultos, que es inde-
pendiente de lo que se cuenta en la familia, de si los descendientes 
conocen las historias, incluso de si saben de la existencia de las 
personas con las que están anímicamente conectadas. Nos encon-
tramos aquí de nuevo con el fenómeno del campo de conocimien-
to, en el que se transfieren cosas de las que jamás se ha hablado y 
que el inconsciente, el alma y el cuerpo “conocen”. En el último 
ejemplo, el alma y el cuerpo de la mujer “sabían” que la abuela 
había muerto de hambre aunque ella ni siquiera supiera de la exis-
tencia de la abuela. Igualmente, el alma del niño sabía del engaño 
sufrido por su abuelo pese a desconocer la historia.
Esto significa que nuestra imagen de lo que nos marca, de lo 
que influye en nuestra conducta y en nuestra salud, debe experi-
mentar una ampliación radical. Muchas enfermedades –no solo 
psicosomáticas, también muchas enfermedades orgánicas graves– 
 3. Debo esta historia a Heinrich Breuer.
 4. Los primeros libros de Hellinger consisten, fundamentalmente, en documen-
tación de casos. También Jakob Schneider presenta en Das Familienstellen: 
Grundlagen und Vorgehensweise, Heidelberg, 2006 numerosas historias im-
pactantes de clientes.
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C O N T E N I D O S Y C O N O C I M I E N T O S
y trastornos están ligados a acontecimientos que tuvieron lugar 
varias generaciones atrás y que a menudo fueron silenciados. Sig-
nifica también que el papel que desempeña la educación y conduc-
ta de los padres en relación a sus hijos está muy sobrevalorado. En 
el segundo ejemplo, los padres se hallaban completamente desvali-
dos ante la ira de su hijo, y no por ser malos educadores, sino por-
que esa ira procede de algo más fuerte que cualquier educación.
La matriz familiar
Dispongo para ello de una sencilla explicación, preñada, eso 
sí, de consecuencias. Todo lo irresuelto tiene energía, porque en 
lo irresuelto impera una tensión que busca la disolución. Esta 
tensión, esta energía se conserva hasta que halla el modo de sol-
tarse, de liberarse. La energía asociada a un acontecimiento se 
libera cuando ese acontecimiento es claramente visto. Este es el 
medio de liberar la tensión, que entonces se disolverá para siem-
pre en el todo.
Cuando ocurre algo que los implicados no quieren ver o que 
no pueden aceptar, se conserva la tensión, o una parte de ella. Por 
ejemplo: un niño muere, y los padres no consiguen encajarlo, es 
decir, no son capaces de aceptarlo interiormente. Su deseo de que 
su hijo estuviera con vida permanece como energía, como tensión 
irresuelta, casi diríamos que en el aire, en el campo de conoci-
miento (inconsciente) de la familia: ese niño debería estar ahí. El 
niño que después viene al mundo entra desnudo en ese campo, 
está abierto a él. Acoge la totalidad de la energía dominante y 
hace una contribución inconsciente a la liberación de la tensión: 
intenta sustituir al hijo perdido. Para ello no es necesario que los 
padres le digan nada, no hace falta que sepa que antes de él hubo 
un niño que murió: la matriz de energía del campo en el que ha 
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224
nacido se ocupa de que el niño aporte una solución a la disoluciónde la tensión.
El niño agresivo del ejemplo anterior expresa una energía que 
está esperando ser liberada en la familia. La ira del abuelo aún no 
se había esfumado. Se hallaba aún atascada en el sistema. Aquí 
una terapia conductual impediría la liberación de esa energía. 
Conseguiría, a lo sumo, que la ira del pequeño dejará de causar 
daños. Lo mismo vale para la opción de tranquilizarlo con medi-
camentos –como se hace con muchos niños a los que se diagnosti-
ca hiperactividad o déficit de atención. Y con ello se castiga, como 
se hacía en la Antigua Roma, al mensajero, al que trae la “mala” 
noticia. La liberación solo tiene lugar cuando tomamos pie en el 
síntoma para mirar en la familia y/o decirle al niño que vemos en 
su conducta una expresión de amor y vínculo. Es así como el 
pequeño puede salir de la situación. Y con ello no solo ayudamos 
al niño, sino que también modificamos la matriz familiar.
La matriz no solo está formada por un tema irresuelto, sino 
por multitud de ellos. Algunos se complementan y refuerzan, otros 
se repelen. Puede ocurrir, pongamos por caso, que la madre que 
ha perdido un hijo ya haya perdido a un hermano, esto es, que 
repita la historia de su madre. En ese caso, el patrón familiar se 
hace mucho más marcado. También puede ser que su madre (o 
ella misma) haya abortado, y que la pérdida del propio hijo repre-
sente una compensación inconsciente. Las relaciones vigentes en 
una matriz son numerosísimas. Unas están más cargadas de ener-
gía, otras menos; unas presionan para ocupar el primer plano, 
otras permanecen en un segundo plano; unas se refuerzan mutua-
mente, otras se repelen y devienen energías contradictorias cuya 
liberación plantea exigencias contradictorias. Lo último, en casos 
extremos, puede desembocar en gran confusión e inquietud, pues 
lo que por un lado aparece como la solución, resulta por el otro 
225
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una intensificación de la tensión, y aquí es donde, a mi modo de 
ver, se halla el trasfondo de la psicosis y la esquizofrenia.
Un ejemplo. Una mujer refería dos problemas: por una parte, 
no se entendía con su hermana gemela, apenas mantenían el con-
tacto. Por otra, tenía problemas con su madre, que era esquizofré-
nica. La constelación reveló que en la familia de la madre se daba 
un gran conflicto que mantenía a la madre dividida entre dos ban-
dos. Ya no recuerdo de qué se trataba exactamente. La esquizofre-
nia, en cualquier caso, expresaban esa división. La clienta parecía 
enteramente sana desde el punto de visto psicológico. Le pregunté 
qué tal le iba a la hermana, si estaba psíquicamente enferma. 
“No”, dijo, “es completamente normal”. Comprendí entonces 
por qué se habían separado los caminos de las hermanas: cada 
una se sentía ligada a uno de los bandos en conflicto. La contra-
dicción que dividía interiormente a la madre y se expresaba como 
esquizofrenia se había transferido a las gemelas. Y una de ellas fue 
la salvación de la otra.
Mi tesis fundamental es que toda persona nace abierta y des-
nuda en el seno de una matriz, como un papel en blanco que todo 
lo absorbe. La matriz está formada por todos los pensamientos, 
convicciones y sentimientos que existen en una familia. La prime-
ra capa sería lo que está más próximo en el tiempo, lo que es 
actual; la segunda se compone de lo que procede de la vida de los 
padres, esto es, anteriores relaciones, la juventud o la infancia; la 
siguiente de lo que han absorbido los padres al venir al mundo. 
Pero no me expreso con precisión al hablar de “nacer” en una 
matriz: todo comienza mucho antes, en el seno materno; posible-
mente ya en el momento de la concepción. El niño recibe los sen-
timientos de la madre, porque es parte del organismo materno. 
Con todo, no está enteramente expuesto a ellos –al menos, algu-
nas experiencias extraídas de las constelaciones indican que el 
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líquido amniótico frena la influencia que puedan ejercer. Tiene 
sentido que así sea, de lo contrario todos heredaríamos la sensibi-
lidad de nuestras madres tras pasar nueve meses en el seno mater-
no. Pero también las células seminales del padre contienen ya –
como el óvulo materno– el programa completo del niño. No es 
solo un pedacito de proteínas con ADN y no sé cuantas caracterís-
ticas químicas sino un holón, un todo que contiene al padre en su 
totalidad, incluidos sus pensamientos y sentimientos, heridas, 
miedos y esperanzas. Porque todo lo que somos está contenido en 
cada una de las células de nuestro cuerpo.
Esto explicaría también cómo es que un niño puede sentirse 
atraído por un padre al que nunca ha conocido y del que quizás 
nunca haya oído hablar. En las constelaciones familiares vemos con-
tinuamente lo que revela el ejemplo de la mujer anoréxica: que el 
padre del cliente no es quien él supone –o que no lo es la madre, en 
casos excepcionales. Los representantes lo perciben, y los niños sue-
len sentirse inmediatamente atraídos por el verdadero padre cuando 
se coloca un representante para él. A menudo no es ni siquiera nece-
sario decir: “Coloco ahora a alguien en el lugar del padre”. Yo nun-
ca lo digo: cuando tengo la sospecha de que la paternidad ha sido 
fingida, añado a una persona de sexo masculino sin decir a quién 
representa. Esto es suficiente para ver quién es en realidad. El niño 
conoce a su verdadero padre porque está en resonancia con su cam-
po de energía, porque su matriz es también parte de la suya.
El campo energético de nuestros padres nos marca ya en la 
concepción –más aún después, tras el nacimiento. Esto es inevita-
ble. No está en nuestra mano sustraernos a él. Por eso no tiene 
sentido valorar semejante matriz –o, dicho en términos menos 
abstractos, a las personas, a nuestro padre, nuestra madre y demás 
familiares– en términos de bueno o malo, acertado o desacertado. 
En este sentido –ahí le doy enteramente la razón a Hellinger– no 
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hay padres malos. Pero tampoco –y aquí me opongo a él– los hay 
buenos. Solo hay estos padres, esta familia, y ambas cosas están 
más allá del bien y del mal. Sencillamente, son, eso es todo.
Puesto que una matriz tiene muchas capas, es difusa y a menu-
do contradictoria en sí misma (ya por el mero hecho de tratarse de 
un patrón energético compuesto por la familia del padre y de la 
madre), tenemos infinitas posibilidades de combinar sus elemen-
tos particulares pese a estar marcados por ella. A la luz de esta 
pluralidad de capas, la antigua idea de Hellinger –a la que ya no 
se atiene y, me parece, nunca se ha atenido en realidad– de que 
solo puede hacerse una constelación de la familia de origen, se 
revela obsoleta. Una matriz no está formada por un único tema. 
Tras un tema fundamental hay muchos otros que han de ser vis-
tos. También la idea de que uno se siente “identificado” con una 
persona de la familia de origen me parece cuestionable. La identi-
ficación se da con toda la matriz, de la que se destaca un tema (a 
menudo una serie de temas conectados entre sí) para cada indivi-
duo y fase de la vida.
La matriz misma, empero, nos viene dada, y solo hay una. Se 
compone de la totalidad de pensamientos y sentimientos o, for-
mulado neutralmente, energías que actúan sobre el niño. Pero pre-
cisamente porque nacemos forzosamente en el seno de una matriz 
no puede decirse que haya para nosotros una buena o una mala 
matriz. Esto también significa que tampoco hay “ataduras”. Por-
que el concepto de atadura contiene la idea de que algo no está 
bien o no es como debería ser.
“El ganso está fuera”, o: en realidad no hay ataduras
Pongo pues en cuestión uno de los conceptos centrales de las 
constelaciones familiares (y de toda la psicoterapia). Porque hasta 
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ahora hemos partido de la base de que los clientes estaban “ata-
dos” al destino de sus familias y de que tenían que salir de ahí