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Basta de repetir la historia familiar Basta de repetir la historia familiar > Aceptá tu pasado tal como fue y transformá tu presente Violeta Vazquez Índice de contenido Portadilla Legales Aclaraciones Prólogos PRIMERA PARTE. El libro de mis roles, todos marcados en el cuerpo Hija Adolescente Sexual, sangrante y abusada Pareja, ex y amante Madre Comilona Paciente e hipocondríaca Fea Ansiosa y depresiva Maestra Autocrítica, creyente y escéptica Vieja y mortal SEGUNDA PARTE. El libro de las mujeres que le pusieron el cuerpo La BioRizoma El hilo conductor de la biografía El aporte de las herramientas simbólicas Historias basadas en hechos reales La despedida. Rendirnos al misterio Agradecimientos Vazquez, Violeta A Basta de repetir la historia familiar / Violeta Vazquez. - la ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Planeta, 2023, Libro digital, EPUB Archivo Digital: descarga ISBN 978-950-49-8257-9 1. Psicología. 2. Autoayuda. 1. Título. CDD 158.24 O 2023, Violeta Vázquez Diseño de interior y cubierta: Diego Martin y Guillermo Miguens para Grupo Editorial Planeta S.A.I.C. Todos los derechos reservados O 2023, Grupo Editorial Planeta S.A.I.C. Publicado bajo el sello Planeta” Av. Independencia 1682, C1100ABQ, C.A.B.A. www.editorialplaneta.com.ar Primera edición en formato digital: julio de 2023 Digitalización: Proyecto451 Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del “Copyright”, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático. Inscripción ley 11.723 en trámite ISBN edición digital (ePub): 978-950-49-8257-9 Aclaraciones Mi lenguaje y sobre todo mi narrativa escrita están en permanente deconstrucción y construcción. Si bien fue diferente en otros de mis libros, que estuvieron escritos estrictamente en lenguaje inclusivo, en este decidí respetar el formato de su primera edición escrita en 2014, utilizando mayoritariamente el plural en masculino. Sin embargo, mi posición ideológica acompaña con alegría la movilidad del lenguaje y los caminos que las mujeres estamos abriendo en todos los ámbitos, incluso en la literatura, que es un espejo de la sociedad conservadora y patriarcal que queremos transformar. Las propuestas prácticas de este libro no reemplazan el acompañamiento terapéutico de un profesional de la salud. En el caso de estar dentro de un dispositivo de tratamiento, consultá con tu terapeuta y/o con tu médico antes de realizar los ejercicios de este libro. A mi madre y a mi padre, mis primeros amores. — ? A mis hermanos, que aman a mi madre como si fuera de ellos. A mi dulce hermana Lucía, que dejó este plano hace pocos días, abriendo el abismo del duelo. A Catalina y Oliverio, que no son míos, aunque me cueste creerlo. A Francisco, amor verdadero. A Cairo, bebé soñado. PRÓLOGOS Un libro que abre puertas “... es necesario que la cima de una montaña resulte inaccesible, pero que su pie sea accesible a los seres humanos tal como la naturaleza los ha hecho. Pues la puerta hacia lo invisible debe ser visible”. RENÉ DUMAL Tan cercano, tan a la mano, tan allanado se ve el camino mientras desandamos estas páginas. Accesible. Humanamente a escala. Revelador de espacios insospechados... Cuando terminé de leer el segundo libro de Violeta Vazquez sentí que estaba frente a nuevas y múltiples “puertas”. Recordé un cuento magistral: “La perfecta casada” de la escritora argentina, rosarina por adopción, Angélica Gorodischer. El relato pertenece al libro Mala noche y parir hembra (1983) y narra los descubrimientos de la protagonista que asume ver de una manera diferente lo que le ofrece cada puerta de su casa. De niña, al abrir la del dormitorio de sus padres, se encontró en el desierto de Gobi y al cerrarla, de este lado había quedado rastro de arena. Luego vinieron otras “puertas”: una la condujo al taller de un mago; otra a un campo de batalla regado de sangre y heridos; las siguientes a monasterios, bibliotecas, montañas, teatros, selvas, burdeles, palacios, torres, infiernos... Mientras la mujer -una verdadera ama de casa- plancha, atiende a sus hijos, friega pisos o cocina se acuerda de las puertas de su hogar, cuidadosamente cerradas, y sabe cuánto más hay del otro lado. Una revelación en la que muchos nos reconocemos, pero tratamos de evitar a fin de ser sujetos “estándar”, aceptados y normales. Basta de repetir la historia familiar nos invita una y otra vez al desafío de abrir todas las puertas: la de la memoria afectiva, la del cuerpo, la del alma, la del erotismo y la puerta que a veces deja entrever, agazapada, a la muerte. La lectura reparte ejemplos para aprender a ver de nuevo lo ya visto, esa chispa que dura el fugaz instante de la dicha inexpresable: *... una versión teatral de Carmen que dirigió mi madre cuando yo era una niña jardinera — dice la autora—-. Durante la función se abría el techo, literalmente, y los espectadores quedaban en sus asientos bajo el cielo estrellado con la voz de Gardel cantando El día que me quieras. ¿Quién recuerda a Carmen de Bizet? Lo que quedó fue la experiencia. Una obra de teatro que de teatro no tuvo nada y nos mostró el más allá, un cielo siempre ahí que no miramos ni musicalizamos. El libro no importa, el libro abre ventanitas, para ver lo que siempre estuvo ahí, con otros ojos”. Y en diálogo, le respondo yo: “Más, mucho más es lo que ofrece tu libro, Violeta, más que experiencia, más que ventanitas: portales a la intuición y a la verdad”. Con la frescura de quien ostenta la plenitud de la treintena, pero con la sabiduría de una viejita que conoce recetas chamánicas, Violeta esparce semillas/astros que van de la tierra al cielo: tanto sabe de muñecos para jugar/ sanar, para acompañar puerperios y para dar la teta como sabe del descenso al agobio más subterráneo del dolor, la ausencia, el abuso y el abandono. Se desdobla en canciones y en dibujos. Arma hipertextos enloquecidos que se abren como flores carnívoras. Sus textos “suenan” a blog, a taller de escritura emocional, a diario íntimo, a sesión de arteterapia, a mantra sagrado, a hoja de ruta de una aventurera del tiempo, a madre nutricia que nos regala frases para atesorar: “Si el príncipe azul no destiñe, no es príncipe”. Otra: “Tengo un máster en solucionar problemas en soledad, incluso filtraciones de techo. Me quejé toda la vida de ello, y es lo que repito en automático. Soy sola. Juntada, con dos hijos vivos, pero sola”. Y otra: “Hay miradas mucho más bellas que ojos. Hay gestos mucho más bellos que piernas. Hay llantos mucho más bellos que pieles”. Una más: “Enfermarse es como estar sin wifi o solo en medio de la tormenta de la ruta más inhóspita. No hay mucho con qué distraerse”: Y la última que cito (cada lector/a arme su repertorio de “perlitas”): “Tengo millares de inyecciones de anestesia en mi haber. Conozco la sensación de que se te duerma la lengua, el paladar superior y el ojo derecho completo. Una escuela de la paciencia”. No esperen un solo libro, el bonus track de esta obra es que comprando uno, tiene infinitos: hay una voz episódica que retorna sin “programa” visible una y otra vez en el tiempo: ya es niña, ya es madre, ya es anciana. Cachorro asustado. Loba desquiciada. Mujeres en círculo alrededor del Fuego. Bajo el Agua. A través del Aire. Desde el fondo de la Tierra. Plutoniana. Onírica. Rizomática. Desenfadada. Frágil. Sabia. Cuando Violeta cuenta algunos casos de consultantes, vemos un puñado de células vivas que empiezan a comunicar cómo la ira, la vergitenza y la tristeza dejan tatuada en carne viva la emoción bloqueada. Cuando Violeta abre su abanico de historias, inaugura otro lenguaje, el que nos espera detrásAlguna que otra salidita nada más. Desde el primer día con el nuevo tuve que pensar en bares con juegos para niños, vacaciones con menú infantil y sexo solamente a la hora del jardín. No me disgusta la dinámica. Al fin y al cabo, sigo soñando con hacer de mi casa un hogar. Nunca me interesó salir a bailar, ni acostarme al amanecer. Me seduce que mi candidato de turno traiga películas de dibujitos y un chocolate para la nena. Cuando un candidato asume con amor y entrega el lugarazo que le doy en nuestra vida, me encuentro perdida. Es que todavía somos un trío con el padre de mi hija. Es al único que llamo si hay que cambiar el cuerito. Es al primero que llamo cuando ella se afiebra. Es quien, necesito, mire con aprobación lo que me está saliendo de ser madre. Me asusto. Mi madre no formó pareja después de mi padre. Él es el hombre, el único. Doy cuenta de un mandato que dice algo así como: el hombre, es el padre. Si no, no tiene el lugar de hombre. Pasaron los años. ¡Cómo me pesaron los tiempos de novios, con Mati, mi “segunda gestión”, antes de que fuese el padre de mi hijo! Ahora le doy un lugar importante en mi vida. ¿Antes? Lo intentaba. Ahora lo siento familia. ¿Antes? Lo soñaba. Hace poco, Oli cumplió la edad que tenía Cata cuando me separé de su padre. En su momento me dije que me separé por falta de comunicación, falta de sexo y porque le encontré una conversación de chat subida de tono con una mujer. Supongo que no me aguanté más el trío y escapé. Mi madre siempre deseó al hombre que estaba afuera, lejos y en otra ciudad. Si mi mamá y mi papá hubiesen convivido, habrían aguantado muy poco. Además, el hombre, que ganó la categoría de hombre por ser padre, pierde su lugar como amante. ¿Cómo hago yo para rematrimonializarme con el hombre que elegí como padre? Con ese con el que me mostré sucia, parturienta, sombría. Con ese que se ríe de mis orejas, cual hermano hinchapelotas. ¿Cómo hago yo para reelegirlo, esta vez como hombre viril, con deseo y arrojo? Mi abuela Lucía quedó viuda a los dieciséis años y tuvo dos matrimonios más. Del más importante y duradero, con don Vazquez, nacieron varias de mis tías. Sus hijos más chicos, entre los que están mi padre, mi tío y el Pocho —que murió de un aparente cáncer de huesos a los doce años— no son hijos de Vazquez a pesar de llevar su apellido (que llega hasta mí) y haber sido criados por él. Son hijos de don Pedro Carrero, nacido como yo un 17 de septiembre, el inquilino de la casita de atrás y el padrino de mi padre. Al año de la muerte de Vazquez, Pedro pidió la mano de mi abuela Lucía, pero mis tíos se negaron y ella no aceptó. Dato de color: si bien no se sabe a ciencia cierta cuántos de los hermanos de mi padre son hijos de Pedro y no de Vazquez, tres de ellos llevan los mismos nombres que los hijos (legales) de Pedro con su primera mujer. O sea, se llaman igual que sus medio hermanos. Mi padre es el verdadero hijo de su padrino. Tal vez le ofrecieron el padrinazgo como una forma de darle alguna legitimidad. Mi tío tuvo dos matrimonios simultáneos. Sus dos mujeres (aunque una era la oficial) se encontraron en la clínica cuando a él le dio un infarto. Dato de color: conozco a mi primo J. P. Vazquez, meses después de enterarse de que su padre, este tío, tenía otra mujer. Eso me enamoró de él. Por fin el sufrimiento del hijo legal y de la hija bastarda, juntos. Fue quien me besó por primera vez. Supongo que, a pesar del enojo de mi padre y las puertas que me cerró por noviar con su sobrino (por ejemplo, las puertas de su casa), besar a mi primo hermano por parte de padre era pertenecer a esa familia por primera vez. Papá me presentó a mis hermanos a mis nueve años, recién estaba acostumbrándome al estilo de vida de aquella casa, a ser hermana de alguien, a tomar la leche apestosa cada mañana, cuando tuve que dejar de verlos por la traición de enamorarme del primo. Mi pri-novio firmaba sus historietas “Vaz”, como quedándose con la mitad de su historia. Tuve una iniciativa similar cuando me recibí de puericultora y me acorté el apellido por un tiempo. Mucha gente me conoce como Viole Vaz. Para mi familia paterna parece que la mujer es una cosa, y la pasión otra. Yo quiero ser las dos cosas para mi hombre, y no lo logro. (10) Mi madre cuenta que su padre Roberto, a quien adoraba, y de quien heredamos los dedos larguísimos, el magisterio y el don de la palabra, la llevaba a los burdeles para que lo espere mientras él jugaba con amigos y luego se acostaba con alguna mujer. Mi madre, toda pequeña, le ponía decenas de terrones de azúcar al café de estas mujeres, con la intención de envenenarlas. No sé si por la ira de la traición hacia su madre o porque era ella quien se sentía engañada por su hombre, su padre hombre, su padre adorado. Roberto murió de esclerosis múltiple a los cincuenta años. Mi madre no tenía ni veintiún años y se estaba recibiendo de abogada. La muerte lo hizo más mágico, amoroso y amado que nunca. Yo fui infiel una vez, y no por falta de amor o deseo con mi pareja de ese momento, sino por el halago que significaba que otro me deseara de una manera irrefrenable. Soy hija extramatrimonial, de mi papá con su amante, o de mi mamá con su hombre-cas(z)ado. Repasemos. Pedro Carrero sería mi verdadero abuelo. Celina Norma es la esposa de mi padre, con quien se casó a los diecisiete años. Ella murió y él tiene otra novia, pero papá se removió el tatuaje de ancla marinera que se hizo en la colimba hace cincuenta años y allí puso el nombre de su mujer con firuletes tangueros, desterrando su pasado de pirata. Su mujer, la verdadera. La que se bancó todas. La que murió antes de tiempo. Mi bisabuela Carlota fue un misterio siniestro y madre de mi abuela materna Elvirita Mussi. Con Carlota se puede escribir “la otra C”. La Otra. C. La otra Chiqui (Chiqui le dicen a mi madre). La Otra Celina (la madre de mis hermanos). Las ex de todos mis novios tenían nombres con C. La otra creada: mi primogénita, Catalina. El bebé que no tuvo esta vida, el otro Camilo. (11) La historia se repite en los nombres, en las vocales, en lo sucesos y en las fechas. Soñé con ser madre joven y formar una familia. Quise ser “la legal”, “la elegida”, para compensar mi propio árbol genealógico, donde mi madre, mi abuelo Pedro y yo hemos sido “los otros”. Mi padre y yo, hijos de “los otros”. Darse cuenta, es darse cuenta. 10. Por la salida de este libro en 2015 mi tío se enojó conmigo y con mi padre, y estuvieron enemistados hasta la muerte de mi papá. Lo que para mí era develar un secreto con amor, para otros fue poner luz en un lugar que estaría cerrado para siempre. Lamento haber ocasionado tanto malestar familiar con esta historia. Honro mi pasado, honro profundamente a mi abuela y a sus decisiones. Pido disculpas si la verdad molesta y expone, sé que duele. Pero no voy a dejar de hacerlo. 11. Este año nace Cairo, mi cuarto hijo. Que venga el príncipe y me rapte o Tengo dieciséis. Esta mañana abrí los ojos y él estaba ahí. Su cara de comercial y su mochila lista. Planea llevarme de sorpresa a la isla. Esto no puede ser verdad. Es el chico más codiciado de la agencia de modelos en la que trabajo. Yo, una narigona frustrada que no para de comer hidratos. Me llevó, me habló, me remó, me cocinó, me acarició. Nada más. Me trajo de nuevo a casa con la ilusión de un beso fantasma que nunca llegaría. Nos vimos un par de veces. Le escribí setenta y ocho mails. Cuando me fui de vacaciones con amigas le dejé quince llamadas perdidas desde Miramar. Le escribí un libro. Sí a él y a otro, les escribí libros. No cualquier libro. Libro con poemas, fotos, sobrecitos. Libro sacrificial que decía que lo quería ver feliz, muy a pesar mío y de no amarme. Que sea libre, que desarrolle sus encantos, que se enamore de una mujer que pueda amarlo con todo su ser. Me mandaflores. Deja a su novia por mí. Me pide casamiento. Me besa con pasión bajo la lluvia. Deja de tomar el vuelo por mí. Espera el Evatest al otro lado de la puerta. Llora con la noticia. Habla de cuando seamos viejitos juntos. Me dice que soy irresistible. Me hace masajes a diario. Publica mis fotos en pijama diciendo que nunca vio algo tan bello. En fin, escenas de la vida cotidiana, que vi en la tele, pero que nunca me pasaron. Hoy me levanté con un tipo barbudo que no hace más que rezongar. Prácticamente no nos tocamos y peleamos por quién se saca más frazada. Ya le pedí que se ponga un colchón en su estudio de música. “¿Qué vas a hacer cuando se destete y no puedas venir a decirme: “Tomá, el nene que quiere teta?”. Lejos quedaron las noches que queríamos juntar pie con pie o enredarnos. Ahora llueve, es domingo. Hay un silencio que me hace extrañar ese burbujeo de no tener mejor plan que hacer el amor. ¿Volverá a pasarme? Digo, eso de sentir que alguien te come con la mirada. La plena excitación de que alguien baje apenas un bretel o se detenga en cada parte del tu brazo haciendo una minusculísima caricia. Por suerte no tengo un amante, sino sería capaz de abandonar las cosas importantes de la vida, como trabajar, comer o higienizarme. Sueño que Catriel (12) me toma con sus brazos y me sube a su caballo. Partimos rumbo al desierto. Todo lo demás queda atrás. La casa, los chicos, el marido. Soy su princesa, su objeto deseado. No puede evitar mirarme, subyugo todos sus sentidos. No sé si me gusta o me gusta gustarle. Puedo prostituirme física y afectivamente si a cambio seré su juguete preferido. Comercio amor, pago lo que sea. Que dependa de mí, que yo sea para él como una maga imprescindible, como una vasija llena de tesoros. De pronto, Catriel tiene esposa, y me pide que me tome un taxi. Vuelvo a mi casa y mi marido está haciendo la comida. Cuando conocí al padre de mi hijo imaginé que me pedía casamiento. Estaríamos ambos vestidos del blanco, él tocaría una canción de Ana Prada mientras entro a la ceremonia. Nos casaría un amigo. En la platea estarían todos mis ex, ahora amigos. Unos meses después me pidió casamiento en un aeropuerto, vestido de corazón en un traje de cartulina, con un cartel enorme que decía “Casate conmigo”. Después convivimos, después me embaracé y nunca más se habló del tema hasta que decidimos hacer un certificado de convivencia sin fiesta y sin amigos, por el tema de la obra social. No me gustó que me pida casamiento en público. El enamoramiento no me causa gracia. Quisiera hacer un curso acelerado para conocer toda su mugre de golpe, aunque me prive de vivir las mariposas, solo para saber si estoy haciendo bien. Esto que suena muy controlador, me parece muy decente. Fui víctima de elecciones terribles a causa del enamoramiento. Engendré a mis hijos sin haberlo consensuado, me mudé a una casa llena de humedades, soy destino de su maltrato cotidiano. Ahora sé que no me quiero casar. —Vos tenés un problema —me dice—. Querés que el hombre venga y te encare. Que te elija. No podés acercarte de forma erótica a tu pareja (le gusta hablar de él en tercera persona). Puede ser. Si me acerco yo, pierde valor. Como cuando le decía “mirame” a mamá. Y ella: “Ay, qué lindo”, pensando en otra cosa. Ir a buscarlo incluye la posibilidad de que salga mal. En el sexo y en el amor soy un alma frágil, recién nacida. Anoche concretamos un proyecto de pareja. Decidimos dormir en habitaciones separadas. Hace años que el cuarto es el lugar de los desacuerdos. Que me sacás las sábanas, que hacés ruido cuando te movés, que la televisión me molesta, que no pases las hojas de la revista, que por qué no te levantás vos a las siete de la mañana. Así que anoche nos despedimos a las once. Él se fue a su cuartito de música con un colchón y mis hijos y yo nos quedamos mirando películas en mi cama. Por fin la libertad. Tuve curiosidad por espiar qué hacía él en ese cuarto o cómo se las había arreglado para que la lluvia no le entre por la abertura de la ventana, pero no me moví de la cama. A veces la distancia genera deseo y el deseo un impulso de encuentro. Eso es lo que pretendo alimentar, dejar de hacer el esfuerzo de compartir lo incompartible y tener unos metros de distancia para caminar cuando quiero ir a buscarlo. ¿Qué me resulta innegociable en una pareja? ¿Cuáles son las cosas que, si no están, mostrarían que no hay reparación posible? ¿Todo eso que le pido por necesidad, puedo ofrecérselo? Si el príncipe azul no destiñe, no es principe. Todas nos relacionamos varias veces, por primera vez, con la misma persona. Nos elegimos por capas. Al principio elegimos al príncipe y un día tenemos que elegir (o dejar ir) al mendigo. Cuando una tiene al príncipe es princesa. Cuando tiene al lobo, es loba. Cuando una elige el mismo alcaucil a pesar de haberle pelado las capas, se encuentra con un sabroso corazón. Lo que más nos cuesta a la especie humana es percibir la complejidad de la cual somos parte, sin controlarla. Tenemos una mente hiperentrenada para crear objetos y eso implica cerrarse. Somos inteligentes para hacer edificios, sistemas hidráulicos, computadoras; y también somos ignorantes vinculares. El cerebro no puede estar abierto al vínculo, porque controla, se cierra y trata de coherentizar la información nueva con la que ya tiene, para mantener una identidad estable. La inteligencia que conocemos premia la eficiencia. En cambio, la inteligencia vincular premia la cooperatividad y consiste en dejarse transformar por los vínculos, a costa de ir perdiendo identidad, aun desorganizando nuestro pasado y todas las creencias. Si preservo mi memoria no estoy abierta a que la realidad me transforme, estoy, más bien, comprometida con seguir repitiendo mi patrón. En el vínculo con otro, todos nos transformamos y perdemos coherencia. Por eso nos duele. Dejamos de ser quienes fuimos y nos vamos descubriendo nuevamente. Estamos biológicamente preparados para soportar la tensión de ser y sentir dos cosas supuestamente contradictorias a la vez. No caigamos en la trampa de tener que elegir entre el bien y el mal, o entre la verdad y la mentira. El salto profundo, evolutivo y creativo, es soportar la tensión de los opuestos sin definirse por una cosa u otra, entrelazando todas las posibilidades. ¿La manera? Abrirnos a la trama vincular y dejarnos modificar, porque nunca sabremos qué forma tomará el encuentro. Descubrí que la creatividad está en todas partes. Uno no puede ser creativo solamente para pintar, escribir o hacer la comida. La creatividad implica hacer danzar dos postulados, dos verdades. Crear es generar distintas tensiones y acercamientos entre dos estructuras aparentemente desconectadas. Cocinar cantando. Jugar sanando. Bicicletear inventando. Agregarle una frase a una camisa. Comer arriba de la silla. Un argentino y una rusa. Un bombón con jamón. Una virginiana con un sagitariano. Un radical y un peronista. Así, hasta que los rótulos fallen. 12. Catriel fue un personaje de una telenovela argentina llamada Más allá del horizonte (1994). La terapia de pareja 56 Si no fuera porque lo pidió la terapeuta, no nos hubiésemos hecho el tiempo. Oli ya tiene un año y siete meses, y se quedó las diez horas de nuestro miniviaje con su tía. Cata en su “día de padre”. Él y yo en el Tigre, embalando nuestras cosas de una casita en el Delta profundo que puse en venta. Solos por primera vez en casi dos años. Voy a decir algo, él ceba mate. —Viste que no estoy yendo a tomar sol, porque no me quiero obligar. Digo, porque hay relindo sol, pero no tengo ganas de tomarlo. —Ajá —responde. —Esas cosas que hacen bien pero que una hace por obligación, como comer sin sal. —Vos sola comés sin sal. ¿Y para qué? ¿Para morir después? ¿Para morir con dignidad? ¿Para morir saludable? ¡Cuánto mambo,Violeta! Me cuesta elegir entre dos voces en mi cabeza: “Entonces, si nada te garantiza nada, no hago nada” o “Si nada garantiza nada, al menos hago lo máximo que puedo”. Nunca hago todo lo que podría hacer. ¿Soy muy exigente o una verdadera haragana? ¿Me quiero separar realmente? ¿De tanto que lo digo me lo voy a creer? ¿0 lo voy a convencer a él antes? ¿Lo amo? ¿Cómo es el amor a través del tiempo? ¿El que duda no ama? Aquella charla no tuvo remate, nada interesante, salvo que tuvimos relaciones sexuales dos veces en un día después de tres años. Y eso que llevamos cuatro juntos. Volvimos en lancha sin hablarnos. Tenemos una habilidad extraordinaria para desencontrarnos, ponernos nuestros trajes y ni registrar al otro. Durante semanas las únicas cosas que nos unen son acaloradas peleas por tener razón y palabras violentas, donde en el fondo, circula muchísimo afecto. Me propongo aprender a retirarme ante cada pelea, insulto o cara larga. ¡Es un trabajo de locos! Salto como leche hervida así: “Esto no tiene nada de »” « » «4 lógica”, “no tenés sentido común”, “estás proyectando”, “dejame que te » e, explique”, “¿te das cuenta de que me estás lastimando?”, “después no me vengas como si no hubiese pasado nada”, “delante de los nenes no, por favor”, “no me estás escuchando”, “no te importa que te estoy pidiendo algo”. Bueno, retirarse, es retirarse a decir todas esas cosas, incluso las políticamente correctas. Retirarme de pedir con amor, con cuidado, con estrategia. Retirarme ante cualquier intercambio áspero. Retirarme y punto. Porque es lo único que ni a él ni a mí nos sale bien. El arte de detenerse en el momento preciso. Lo que más me duele de todo lo que dice es lo que yo también pienso de mí: que soy oscura, mala madre y depresiva. No puedo tolerar tanta energía en diferenciarnos. A ver si un día me hace el favor de dejar de pedirme favores. Si todo lo que se están diciendo esos dos seres en su fiesta de su casamiento, después de once años de noviazgo, es cierto, yo no te amo. Decididamente, se miran con chispitas, se cuidan con ternura. Vos, si podés agarrarte el paraguas y dejarme bajo lluvia, mejor. Hace un rato, mientras te hacías el loco en la mitad de la pista de baile con amigos, un hombre de espalda marcada se ve que pensó que yo estaba sola y me invitó a bailar. Me dio vergienza, ya no sé bailar con un desconocido. Le dije que no sabía cómo hacerlo. Me dijo que me llevaba. Cruzamos algunas palabras. Tenía una irrefrenable necesidad de avisarle que era madre y que mi bebé dormía en un cochecito al otro lado del salón. Así que lo metí de la nada: “Sabés, mañana me tengo que levantar temprano”, “no, por laburo no, porque tengo un bebé, en realidad dos”. Ya le cambió la cara. Mati se acercó, pero no nos dijo nada, y a la tercera canción se quiso hacer el macho territorial y me sacó de mi experiencia extramatrimonial de un brazazo rotundo, riéndose aparatosamente. Después me paseé con Oliverio en brazos cerca de la mesa de mi “amante”, como diciendo “a este niño lo podría haber tenido con vos y tal vez hubiese sido más feliz”. Por supuesto, no me prestó más atención. Cuando nos volvíamos a casa con las maracas del carnaval carioca, todo ese cuento de “haber sido deseada” por una noche se esfumó cual Cenicienta. Me criticó si ponía primera o segunda para subir una rampa, se negó a explicarme cómo usar el espejito retrovisor en el auto nuevo y amenazó con bajarse en medio de la avenida Libertador bajo la lluvia con la excusa de que estoy loca. Vamos, lo mismo de siempre. Volver a la intimidad y apagarse por completo. La consigna: tengo que decirte lo que siento, necesito y quiero con vos. Después validar y repasar en voz alta lo que vos sentís, necesitás y querés conmigo. Después ver qué de todo eso que sos (y que yo aborrezco) me falta o me complementa. Cecilia (otra C en nuestras vidas), la terapeuta, nos escucha. Yo necesito que no me grites delante de los chicos. Me siento desvalorizada. Me duele que me digas que no me hago cargo de lo que los nenes necesitan. Necesito que dejes de gritarme. Y también de hacerme la lista de todo lo que hice mal en los últimos seis meses. No sé cómo hacer para no engancharme en las peleas. No quiero contestarte, pero decís cosas de mí que me producen un dolor inexplicable. —¿Qué creés vos, Matías, que te hace falte incorporar de lo que dice Violeta? Decíselo a ella. —Bueno, tu organización. Empezar y terminar las cosas —Contesta. —Es que yo no siento que soy “la estructura” y vos el “descuelgue”. Siento que esto es lo que está propuesto en este vínculo, no sé por qué. Y no me gusta este papel. No siempre fue así, ni en mi vida ni con otras parejas. —No siempre van a llegar a un acuerdo. A veces el conflicto no tiene solución. Aun así, darle validez a lo que el otro siente y necesita es el único camino para el encuentro. Las razones no hacen felices a las personas. Distintos son y por eso se eligieron. Pueden complementarse o seguir discutiendo para ver qué posición es la mejor. Ambos tienen razones, muy razonables, por cierto, pero poco importan. Verán si están dispuestos a limpiar esto, a aprender a parar para no lastimar, dejar la charla para más tarde. Recurrir al valioso humor que tienen para relacionarse. En otra sesión discutimos menos y podemos hablar de nuestras familias de origen. Sabemos que vertemos en la pareja lo que traemos de la pareja de padres. También sabemos que estamos al servicio de replicar el sistema del que venimos, tal vez por un amor ciego al origen o una lealtad invisible. Estamos recabando información sobre un abuelo de Matías que murió cuando su padre tenía quince años. No sabíamos quién fue ni de qué murió. Se llama Camilo (como nombré al bebé que no nació), y que “no hablaba mucho”, era más bien “cerrado”. Matías acumula y explota. Matías niega. Matías no ve por muchos días, y cuando ve, se pudre todo. En mi familia las cosas se dicen todo el tiempo, retóricamente. Se habla acerca de si hemos sufrido, si seremos felices, si viviremos para contarlo. Mi padre está haciendo viajes porque dice que le “quedarán diez años de vida”. Y mi madre le promete a Catalina heredarle los juguetes cuando muera. En casa hacemos una oda al sincericidio. Nos protegemos nombrando lo innombrable, como si después de eso no nos fuera a pasar. La propuesta de formar una familia, se la hice yo al destino. No parecía programada para eso, de hecho, me cuesta horrores. No me sale orgánicamente, pero voy encontrando mi estilo. Cuando caímos en el consultorio gestáltico de Cecilia, tuve que poner en juego una dosis de humildad para no contarle todo lo que yo sabía sobre lo que ella hacía. No era momento de brillar. Cuando brillo me estoy perdiendo de algo. ¿Me puedo permitir separarme? ¿Con dos hijos de dos padres diferentes? ¿Ensamblando dos exfamilias? ¿Pretendiendo no lastimar a nadie? ¿Otra vez, repetir la historia? Una excesiva carga. ¿Un nuevo novio alguna vez? ¿Qué me digo sobre mí misma? Puta, adolescente, desalmada, mala madre, inmadura. El encuentro. ¿Quiénes están cuando estamos juntos? El director de teatro y la escritora, el padre y la madre, los amigos y los enemigos. Los que no estamos somos los amantes. Y no es que no tengamos relaciones sexuales placenteras, cada tanto. No estamos ahí, encontrados, él y yo, juntos. Como pareja, no estamos nunca. Ahora tenemos un cuaderno amarillo que se titula “Nosotros”. Ahí nos dejamos mensajes y hacemos tareas. Tratamos de trabajar para facilitar el encuentro, estando disponibles y solidarios con las necesidades del otro, aun cuando las propias parecen haber sido robadas. Estamos. Estamos queriendo que algo nutritivo resurja. La mayoría de las parejas son vínculos neuróticos, de niños rotos, muertos de miedo a que les saquen la atención y los juguetes. Mío, mío y mío.El amor de pareja saludable, con mi sol natal en la casa astrológica número 7, es sin duda una de mis cuentas pendientes. Duele, pero revela, digo, el darse cuenta. Revela que estamos los dos creciendo y que ya no queremos lo mismo. Que no sé si puedo. No nos sale natural esto de acompasarnos. El amor se profundiza, pero no sabemos qué hacer con él. Se va revelando lo que no quiero, lo que no negocio, lo que valoro. Dejo de lamentarme por lo que no salió como esperaba. Nuestra relación tiene su música, rutinaria y hermosa. Aun así, en la transformación, me permito imaginarme sola, me permito abrir el juego. Habitamos en una crisis de pareja y de la incertidumbre estamos hechos. En los aires que se acercan intuyo revolución. La pareja de padres Sí. Tengo un problema: no puedo contradecir al padre de mi hija. Contesto con un OK a casi todo. Vi demasiadas películas americanas de juicios por la tenencia, terror a que me pase lo mismo. Entonces, pasame el dinero que puedas, llevala cuando quieras, traela cuando puedas, si no podés venir al acto no te preocupes, voy yo. Por suerte (¿eso es suerte?) somos padres que soplan juntos la velita de cumpleaños con el familión de fondo. Nos mandamos regalos para cumpleaños, día de padres y Navidad. Se nota que quedó mucho por decirnos, de nosotros, de nuestro ser padres, del futuro. Pero nunca nos animamos a tomar un café y hablar cara a cara de cómo fue que nos separamos y llegamos hasta acá. Tanto a mí como a él, Cata nos pide ver fotos de cuando éramos novios. Se las muestro y mi cabeza musicaliza con Parece mentira, de Homero Manzi: “¡Parece mentira! / Que todo de un golpe se pueda romper / Te miro y no sé, me cuesta creer que seas la misma, que quise una vez”. Miedo a que Cata los quiera más a ellos, los de la rama paterna. Ganas de que ellos me quieran a mí. Un poquito de picor porque su actual novia era la chica que deseaba cuando estaba conmigo (y admitía abiertamente que su perfil de mujer ideal no era yo, sino alguien como ella), pero agradecimiento de que sea ella, una mujer sencilla y amorosa que no busca ocupar mi lugar. (13) 90.090 Marido dice que no aguanto a mi hijo tal como no lo aguanto a él. Me ofende, pero hay algo de cierto. Catalina me refleja, en cambio Oliverio me enamora y me ensombrece. Desde el embarazo me di cuenta de que tenía un intruso, un espía, alguien de otra raza u otro continente dentro de mí. ¿Será el ADN de Mati que me resultó intolerable? Será ver esa desfachatez en la que andan los dos por el mundo, en la que parece que nos les importa un pito de nada ni de nadie. Me irritan mucho. Me dejan el lugar aburrido, de persona normal, con reglas, agendas y falta de espontaneidad. Vengo de una crianza sin ningún borde. No hubo hora de comer, lavado de dientes oficial ni hora de acostarse. La tele toda la noche prendida en el cuarto de mi madre. Nunca tuve un horario para hacer pis, bañarme, cenar o hacer la tarea. Duermo con la ropa que traje del día y la pongo a lavar al día siguiente. Con el trabajo me pongo obsesiva. Agendas grandes y chiquitas. Calendarios. Puntualidad. Rapidez. Eficiencia. Mi cabeza es un locker lleno de casilleros y cajoncitos. Mi cuerpo se desarma y se desorganiza. Comemos lo que hay, dormimos a cualquier hora, nos cepillamos los dientes cuando no podemos más de cansancio, nos apuramos para llegar a la escuela y nos encanta cómo queda el pelo enmarañado. Hay varios colchones distribuidos por la pieza y vamos rotando. Sin embargo, ahora que Oli está por cumplir dos años, nos instalamos en el colchón grande los chicos y yo, y expulsamos deliberadamente a Matías, para “no molestarlo” con los despertares. En fin, un zafarrancho. No puedo explicar la paz que me dio poner límites claros estos últimos días. Todos a dormir antes de las doce, Cata en su cuarto, al menos hasta que amanezca. Oli con Cata o con el colchón a nuestro lado, sin teta hasta que salga el sol. Parece natural, pero no lo es para mí, porque si los nenes me necesitan, pienso que tengo que meterlos en la cama, no se me ocurre ira contarles un cuento a la suya. Soy pareja de dos padres, como madre. Esta imagen me perturba un poco. En la vida cotidiana nos encastramos como podemos. Yo siempre en el medio, apurando a Mati para llegar a entregar a Cata a la hora señalada, preguntando a ex cuándo arregló sus vacaciones. “Llevale esto a papá”, “pedile a Mati que te alcance la sal”, “Cata se fue con su papá, el tuyo está en la cocina”. En esta lucha por diferenciarme de mi madre para no ser la amante, soy oficial por duplicado. No hay con qué darle, ¡hay que animarse a traicionar el propio pasado! Ser infiel a esa que hubiese elegido otras cosas, sin dejar de asentir a lo que ocurrió. Vale la pena. De un modo o de otro, los Delasoga se las arreglaban. Aunque, claro, había cosas que no podía hacer. Por ejemplo: Juancho nunca había podido salir a dar una vuelta a la manzana con sus patines. Y eso era bastante grave porque Juancho tenía un par de patines relucientes con rueditas amarillas. Pero ¿qué soga podía aguantar una vuelta a la manzana en dos patines? Aquí y ahora, escribile una carta a un/a ex. Podés enviarla de forma anónima. Hay mucha energía, que nos pertenece, aún en pensamientos e imágenes para amores que quedaron en el tiempo. ¡A descargar! 13. En mi libro Ensambladas. Todo tipo de familias, amplío toda la historia de mi familia ensamblada, recupero el valor de las madrastras y recopilo decenas de relatos de familias que rompen con el prototipo de familia ideal. MADRE La maternidad como un salto al vacío 75 Llevo meses con contracciones. Hoy me subió la presión. Intentan hacerme una cesárea de urgencia. Me escapo de la clínica entre consentimientos informados, llamados telefónicos y clonazepam. En el peor momento, temblando en un ataque de pánico, voy a ser madre. A pesar de las limitaciones que se suman cada día voy a parir en casa. No significa una proeza, porque valiente tenés que ser para entregarte sin justa razón al sistema médico tal y como es, pero tengo miedo de que el dolor me parta. Ya había parido dos veces. Una escena muy recordada y difundida. Otra chiquita, corta y en silencio. La tercera no podía ser tan terrible. Semana 41. Llevo meses de reposo por amenaza de parto prematuro. Tengo seis de dilatación. Siento las olas cada vez más frecuentes y altaneras, pero no me quiero ilusionar. Después de meses sin salir de casa tenemos entradas para ver a Alfredo Alcón en el Teatro San Martín. Son las siete de la tarde. Con cada contracción hago ejercicios pegando la espalda baja a la pared para que Oliverio se acomode. Había soñado que se ponía de cola, eso me aterraba. Parece que al teatro no vamos a ir. A las nueve estoy en la pileta de partos, en el living de mi casa. La luz es tenue y los dolores se soportan mucho mejor. Siento una presión muy fuerte y en cada ola, ganas de pujar. Pido un tacto, y no, aún falta. Empiezan contracciones insoportables, pero bastante tenues en relación con el horror que va venir después. Pasa media hora y no paro de expirar la frase: “¿Cuánto falta?”. Me responden: “No se sabe”, “lo que tenga que faltar”, “falta menos”. No me convencen, quiero un promedio, una estadística. Me dicen lo que he dicho a otras mujeres que acompañé, sin saber lo irritante que puede ser: “Dejate ir”. ¡Sí, me quiero ir! O a morir rápidamente o a que me den una peridural. Pero no tengo forma de levantarme y asumir mi peso fuera del agua. —Ya sé que no te gusta, pero quiero otro tacto. Y ahora —le digo a una de mis parteras. ¿Soy la única mujer que está pariendo a pesar de no soltar la cabeza?, ¿es un mérito? No puedo evitar pujar en cada contracción. Me dicen que me cambió la panza y me fotografían. Apenas puedo verme, pero tienen razón, mi panza es un alien. La presión es insoportable,como si te quebraran veinte huesos juntos. Me pregunto si así será morir, si lo voy a pasar otra vez cuando me toque partir. Me voy a morir. Llevame rápido, Señor. Es mi hora. Lo necesito. De verdad no aguanto otra, de verdad. Alumbran con una linterna, parece que va a nacer. ¿Falta mucho? Me parto. Pero prefiero hacer fuerza y terminar con esto de una buena vez por todas. No estoy arrepentida de hacerlo acá en agua calentita, estoy arrepentida de embarazarme. Mati me importa poco, el neonatólogo que espera en la otra pieza también. Antes de medianoche, Oli asoma su cabeza completa y ahí queda, mientras yo hago la fuerza que nunca tuve en la vida. ¿Por qué no sale? Pasa algo malo. Pasan como diez minutos. Me piden que me ponga en cuatro patas. Recién ahí y con ayuda de mis parteras, sale hasta la panza y en la próxima contracción el cuerpo entero. Me lo pasan por debajo de mis piernas y grito largo y fuerte, grito por primera vez, profundo y sostenido, grito como un temblor irrefrenable. En el video se oye cómo le digo: “Mi amor, sos grande, eh, no llores, mi amor”, mientras se ve mi culo en primer plano. Dicen que son las 12:05. Voy a abrirle la carta natal en cuanto salga del agua. Me sigue doliendo mucho. Falta que salga la placenta, es el momento más peligroso para la vida de la madre. Todo el pánico que no me dio en el parto (cuando el dolor es tan intenso, ni lugar para temer, eso me tranquilizó en cuanto a lo que será morirse en serio) empieza a asomarse ahora. Me toman la presión y alumbro. Oli completamente cagado llora en brazos de su padre. Cuando lo aupo, subo con él y sus 4,430 kilos las escaleras hasta la pieza. No se cómo tuve la lucidez de ponerlo a mamar en posición reversa. Los días siguientes, mientras me enamoraba de él, fantaseé que se moría de una sepsis generalizada. Casi me internan de un ataque de pánico. Tomé conciencia de la rotura del periné. Asumí lo poco que me gustaba estar embarazada y lo cómoda que ahora me sentía con mi vientre fofo. Tuve la presión arterial alta hasta el décimo día. Asumi que tenía que volver al psiquiatra y comencé a visitarlo con la cría teteando. Me lamenté del diario del embarazo que le dejé como recuerdo, porque es una sumatoria de penas y malos presentimientos. Amé sentir en el cuerpo el amor de su hermana al conocerlo, Comprendí que un parto en casa no modifica la poca sensación de valía de una mujer conflictuada. Algo se apodera de vos y listo. La vida te atraviesa, la muerte de igual medida. Vos le prestás el cuerpo y esperás que suceda un milagro. Durante los siguientes meses le mostré el video del parto a todo el que nos visitaba y lo subí a YouTube. Mi video no es tan lindo como los centenares de videos de partos que vi durante meses. El mío es oscuro y desordenado, pero es mío. Un día recuperé el pudor y dejé de sentirme lúdica y especial por mostrar la vulva en Internet. Tengo mi dignidad de vuelta en casa. Cada una pare como es, como vive. Fue en casa porque lo sentía, porque era la única opción saludable en mi cabeza y por el después, por esa semana sin pisar la calle, ni hacer colas, ni presentar carnets, oliendo a mi hijo y aspirando sus achíes en el fondo de mi cama. Aunque me cueste aceptarlo, una bendición. ¿Cómo las mujeres nos dejamos arrebatar el parto? ¿Cómo lo convertimos en actos médicos, tecnológicos y estériles? ¿Cuándo nos han convencido de que el embarazo es un producto, y la clínica una red de hotelería? ¿Cuándo le hemos entregado el cuerpo y la sexualidad a “los que saben”? ¿Cómo nos animamos a perdernos la llegada de nuestros propios hijos y de nuestra nueva identidad? ¿Cómo hacemos para reprimir el dolor de ver nuestro antiguo “yo” hecho pedazos? Cuando este año, durante la misma semana, me llamaron del jardín de uno para decirme que mordía y de la escuela de la otra para informarme que la votaron mejor compañera, asumí que soy presa de la guerra de los sexos. Ese chiste sobre que tengo a la Bella y a la Bestia deja de hacerme gracia, pero no puedo evitar repetirlo, Hay un impulso natural porque siga siendo así. Ha nacido de mi cuerpo la mismísima otredad. He parido un hijo que nada tiene que ver conmigo. De verdad, es otro, un desconocido que me pide lo que nunca me han pedido en toda mi vida. Claro que empiezo a amarlo, pero intuyo que no hay salida, es él el que estará dispuesto a matarme, a arruinarme frente a todos, a romper todo lo que he construido. He creado mi propio monstruo asesino. Lugar es comunes 79 Cansada de los postulados teóricos acerca de si existe el instinto maternal, o si es una construcción cultural. La discusión naturaleza versus cultura me molesta por absurda. Transmito a las familias lo que sé por haberlo vivenciado con el cuerpo. Cuando estuvimos a punto de chocar en la autopista Rosario-Buenos Aires iba atrás con los nenes y me tiré sobre ellos. No fue nada planeado. No sé si por mis hijos mato, pero ya comprobé que por mis hijos muero. Por mis hijos me expongo a toda clase de pandemia que pueda salir de sus bocas, narices, orejas, culos y pies. Descubro olores diseñados para mí, como su olor a bolas, o a patas. Limpio mocos con mi pijama y duermo empapada contra sus pelos transpirados en las noches de verano. La maternidad te cuesta moretones, cifosis pronunciadas, contracturas eternas y seños fruncidos, inviernos literalmente del orto, saliendo con tres bolsos, cuatro camperas y un guante de menos. Te faltan manos, y cuando salís con el cochecito, no podés evitar pensarte compartiendo terapia de grupo con quienes viven en silla de ruedas. Locos, discapacitados y madres al borde de un ataque de nervios. No estaría nada mal, eh. Ahora que tengo hijos, sé muy bien lo que es estar pendiendo de un hilo. Ahora sí tengo algo muy valioso para perder. —Matías, si Oli se muere, ¿qué sentirías? Yo no podría seguir viviendo. Los días que caigo en la cuenta de que los amo verdaderamente, me invade un miedo profundo a su muerte. Me imagino golpeándome la cabeza contra la pared y vomitando en medio del velorio. No estoy preparada para disfrutar de este amor. Lavate los dientes a la una, a las dos... Si no comés no hay postre... Se los vamos a regalar a un chico que los cuide y que no tenga con qué jugar... Hay otros que no tienen para comer... Bueno, me voy sola... La terminan de gritar los dos... Vos sos más grande... Para hacer eso no me pediste permiso... Y ahora se puede saber, ¿por qué llorás?... Entonces a tu pieza, ahora mismo... Yo así no puedo, me pudren el cerebro... Ya te dije que no, hablalo con tu padre... ¿Qué me prometiste?... No, eso no es ordenado... Bueno, se te acaba todo, ¡eh!, las pantallas, todo... ¿Quién te dijo que podías abrir la computadora?... Hacé lo que te digo y dejá de llorar. El bolso de mi madre Mi madre me lega un modelo dramático y sólido, donde las mujeres nos repensamos, deseamos sobresalir por creativas, por solidarias, y le ponemos rótulo a todo, Mujeres controladoras que nos animamos a relatar hasta nuestra muerte y que se nos erizan los pelos con interpretaciones de películas que el director ni siquiera pensó. Mi madre es una Tauro fuerte, que soporta el peso de un bolso de viaje muy pesado. El bolso de mi madre trae soluciones arregladoras como pegamentos, hilos y cierres, porque “primero hay que atender todo lo vivo y lo roto”, El bolso de mi madre trae pastillas y antibióticos de todos los colores y un frasco estéril por las dudas de que haya que hacerse un urocultivo en medio del camino. El bolso de mi madre trae regalos que compra de pueblo en pueblo, en las ferias de artesanos. Nunca faltan los crayones nuevos y algunos libros troquelados. A veces llega un camioncito de madera o una caja musical, a veces un chorizo santafesino. En el bolso de mi madre hay fotocopias de todos los documentos y papelitos escritos en cursivaque explican cada cosa. En el bolso de mi madre hay cintas con las que hacer moños de papel para los regalos. En el bolso de mi madre hay una libreta telefónica y las llaves de su casa, de la mía, de las dos oficinas. En el bolso de mi madre hay ideas en servilletas, maquillaje para crear cejas y toallitas húmedas. También algunas joyas de plata de la abuela que simbolizan la protección de nuestros muertos y un reloj despertador porque no sabe usar la alarma del celular. El peso de su bolso de terciopelo me encorva, me pide réplica. Quisiera que nadie pase por este mundo sin haber conocido a mi madre, que le admiren y la sigan todo lo que yo no puedo y no debo. Que la cuiden, que la quieran, que me liberen. Y si se van, ¿qué hago? Mis primeras seis horas sola, sin los chicos, fueron hace poco y de casualidad. Surgieron planes para los nenes con ambos padres y quedé, un martes cualquiera, sola en casa la tarde entera. Alivio, placer, desinhibición. Me baño con la puerta abierta mientras escucho llover. Miro chimentos, me paseo desnuda, me depilo. ¡Qué lindo se está poniendo esto! No lo quiero desaprovechar. Algo me empieza a incomodar. Abro la heladera una y otra vez. No hay nada, pero no pienso malgastar mi tiempo yendo al súper chino. Como queso rallado con cucharita, una mandarina orgánica y un turrón. Siento al tiempo como petróleo, que pasa, pero no pasa. No tengo planes, no sé qué hacer. Empiezo a leer un libro, pero me distraigo. Me toco una teta, ¿tendré cáncer? Ayer soñé que chocaba y me moría. Googleo cómo sanar los sueños. Me aburro de mí misma. Al final esta familia disfuncional me agota, pero me devolvió del mundo vacío. Así se sentía cuando vivía sola. Horas eternas de soledad, soñando despierta con tener algo, alguien, una mirada, una caricia. Una soledad devastadora y profunda. Ningún plan estaba bueno. Miraba revistas y recorría librerías de calle Corrientes. Un heladito y un chocolate para anestesiar. Los libros intelectuales y buscar novio por chat. Tirando de la cuerda de la inconformidad. ¿Estoy deseando que vuelvan mis hijos? No, no es para tanto. Me refugio en el trabajo, es algo así como no tener reloj interno. Pido prueba de vida de Oli por WhatsApp. Me baño en palo santo. Aflora lo más auténtico, la misma sombra de siempre. Así, de martes marciano viene la cosa. Al menos hice un descubrimiento, vuelve Cinema Paradiso, esta vez sin censura, con los cincuenta minutos que le sacaron a la peli original. Tengo seis, casi siete. Mi mamá decidió irse un mes a Madrid a dirigir una obra teatral muy exitosa en Rosario. Me quedo al cuidado de mi tía, la hermana de mi madre. Ella desobedece las indicaciones de mamá y no me deja asistir a la obra de teatro en la que yo actúo todos los fines de semana. Tampoco puedo dormir con la luz prendida, ni volver a mi casa a buscar juguetes. No logro hablar con mi madre por teléfono. Los faxes que ella envía, casualmente nunca llegan. Un mes de completo abandono. Una niña que se va olvidando la dirección de su casa, el color de su cama y los ojos de su madre. Mamá creyó que no era la mejor persona para cuidarme, pero la necesidad de un niño de estar con su madre no es proporcional a la seguridad/inseguridad de esta, ni a su estructura psíquica. ¿Dónde está mi tía? En sus concepciones sobre el biencriar, muy lejanas a mi necesidad real. ¿Dónde está mi madre? Lejos, muy lejos, desautorizada por ella misma. ¿Dónde está mi padre? En Buenos Aires, con su familia. Él vino un par de días y pudimos enviarle un fax a mamá y recibir otro de ella. Todos con buenas intenciones, todos en nombre del amor y, sin embargo, la imborrable huella del dolor. Bienvenido que los hijos carreteen y tomen vuelo si es parte del devenir de su crecimiento. Bienvenido que los padres vuelvan de sus lejanos horizontes, recuperen el abrazo con sus pequeños y duerman con ellos, si es parte de reparar un distanciamiento con consecuencias a largo plazo. Los padres y las madres cuidamos a los hijos y debemos celebrar que crezcan y nos abandonen. No podemos fallarles, no podemos pedir compensaciones. De los de arriba se toma la vida para desplegarla con los de abajo. No me digan que no es doloroso. No me digan que no es sublime. La vocación El óvulo está rodeado por una comunidad de células, la corona radiata, ellas son las que median y cuidan, con ellas se encuentran las células espermáticas al buscar al óvulo. Aquí comienza el diálogo. En la medida en que encuentran compatibilidad bioquímica, las células de la corona van abriendo camino hacia el óvulo, no es una cuestión de velocidad ni de fuerza. Se trata de ser el adecuado, en el momento preciso, de estar en el lugar correcto. Se trata de un Sí a la vida, de aceptar que lo que nos sucede nos cambiará de forma. Lo que sucede es danza y diálogo. Transformación. Esta imagen nos da la posibilidad de un nuevo punto de partida. Entender que la vida siempre es amable en sus procesos, que llevar adelante sus proyectos requiere las condiciones adecuadas, que en esa vida que comienza está la posibilidad de dar el Sí, que nosotros somos vehículos para que la vida se cree a sí misma, somos un mero punto de partida. Mi trabajo giraba en torno al periodismo, la crítica de cine y la producción de televisión. No me imaginaba trabajando de ninguna otra cosa. Sin embargo, cada vez fue más evidente que lo mío era lo asistencial y me anoté en puericultura. Creí que iba a dedicarme solamente a los temas de crianza y al apoyo emocional de las madres. P y C surgió de la mano de otra doula y amiga, con quien comenzamos a acompañar partos y coordinar grupos de crianza gratuitos para mamás con bebés. No dimensioné lo necesario que es pertenecer a grupos de apoyo entre pares hasta que creé esos grupos y los puse en marcha. Pensé que era un servicio para otra, pero fue el mejor regalo para mí. En ese momento advertí que no podía dar ningún consejo de crianza, ni quería hacerlo. Me especialicé en relactación e incremento deficitario de peso (planes complejos de tratamiento para bebés que no aumentan bien de peso y madres que quieren volver a la lactancia materna exclusiva). (14) Luego llegó el tiempo de fundar nuestra propia escuela de formación en puericultura y familia, y embarcarnos en el viaje apasionante de la docencia. Conseguí enfocar la puericultura desde un lugar amoroso, profesional y nada dogmático, acompañando el despertar de ser mapadres y el desaprender que va con ello. El encuentro con la vocación fue producto de poner la maternidad al servicio de mi historia, desnudándome con todas mis zonas erróneas. La que empezó a mostrarse tal cual era fue la madre. La que se animó a contarse descarnada hasta hoy fue la madre. La que pudo construir de sí una mujer fue la madre. La madre que me hizo Catalina. La madre. Sin la madre me imagino perdida, a la deriva, desconociendo mis preferencias, mis prioridades, mis lugares placenteros, mis responsabilidades. Sin hacerme cargo de nada. Solamente mirando con lástima mi propio corazón. La madre que supe ser y la que no pude ser abrieron las puertas del método de Biodecodificación Rizoma. Después de la madre ninguna disciplina es tabú, ni ninguna terapia ficticia. Ficticios empiezan a ser los especialistas, los que dicen lo que sí y lo que no, los que se creen importantes, los que se apoderan de los títulos y de los catálogos. La madre me limó, me chupó y después me expulsó. La madre me dejó sola con mi propio destino. Todo se hizo cada vez más complejo y paradójicamente menos sufriente. Ahora tengo que mantener una casa, dos chicos, una pareja, una historia llena de miedo. Pero ahora soy una mujer de cara a sus propias propuestas. Que se propone escribir libros. Que se propone dar charlas y talleres por todo el país. Que se propone estar entera ahí donde más duele. El estilo propioes producto de la madre. La madre de las estrías, las tetas y el prolapso en la vagina. Mi manera de sonreír, vestir y elegir está integrada por la madre. Ir descubriendo y decidiendo mi propio estilo de vivir no tendría sentido si no es junto a mis hijos. El rol, en este caso, sin duda le dio vida al contenido. La madre marcó todo mi camino. Un camino al que estoy abierta para que me transforme y no me deje estancada en roles estáticos e idénticos a sí mismos. 14. Para saber más entrá a www.pyc.org.ar A María le hubiese gustado visitar a su amiga Encarnación, la de Barracas. Pero 85 ¡qué esperanza! No se había inventado todavía una soga tan resistente, Eso a María le daba un poco de pena porque era lindo charlar con Encarnación de tantas cosas. Y a Juan también. A Juan le hubiera encantado ir a la cancha a cantar a lo loco un gol de Ferro. Pero no, no podía, la soga no daba para tanto. Y eso a Juan, muy en secreto le daba un poco de rabia. Y Marita, por no ser menos, también tenía sus ganas: ganas de pasear solita hasta el quiosco. Sola, no, ahí estaban las sogas, las tres soguitas blancas, flexibles y resistentes. Ya no quiero tener hijos En la película Los chicos de mi vida, actuada por Drew Barrymore y Brittany Murphy, Beth es una adolescente que se embaraza en 1960 y transita todos los obstáculos, las violencias y los amores de la mano de su pequeño hijo. En una escena le pregunta a su amiga si ama a su hija. Y luego le dice algo como: “Al mío lo amo, pero a veces no sé si lo amo de verdad de verdad o tengo que amarlo. Y como no lo sé me da un miedo horrible, las buenas personas no piensan estas cosas. ¿Qué es lo que me pasa?”. Y su amiga le contesta: “Podés estar segura, lo amás muchísimo. Creo que a veces queremos tanto a algunas personas que tenemos que insensibilizarnos, porque si sintiéramos de verdad lo mucho que los queremos nos moriríamos. Eso no significa que seas una mala persona, sino que tenés el corazón demasiado grande”. Vi la peli en el cine, con J. P., mi novio primo, tenía quince años. Salí de la sala y me largué a llorar con angustia, como si viese mi futuro correr en una cinta. Beth le decía a su amiga lo que yo iba decir más de diez años después. Hoy me hago responsable de una necesidad que me madura. Ya no quiero tener hijos. Me pesa hacerme cargo, imaginarme con cuarenta y cinco y mis hijos mayores de quince años me incomoda. Como si la edad de ellos fuese a aseñorarme. ¿Seré abuela cuando aún pueda, biológicamente, ser madre? ¿Habré agotado una experiencia que podría darse con mayor despliegue a lo largo del tiempo, por embarazarme tan pronto? Lo cierto es que toda esa identidad y el reconocimiento que me dio ser madre de Cata, donde encontré un lugar para ser yo misma, ahora desaparece con Oliverio. Tengo ganas de dormir sola y duelar en paz esta última lactancia. En el embarazo de Oli se desajustaron todas las teclas. Con Dar la teta (DNX, 2014) se cerró una llave. Los hijos no nos realizan. La maternidad nos da identidad y un lugar productivo en el mundo, pero por sobre todo nos abre puertas para salir de la maternidad como marco de referencia. La revolución espiritual de encontrarme con mi cuerpo y mi alma después de los hijos, no puede reducirse a un estado mental alterado y temporal. Mis hijos me desplegaron y me mostraron dos caras diferentes de mí misma. Tener dos niños, y uno varón, logró desatarme de algunos mandatos familiares en los que las mujeres veníamos siendo únicas y solas. Con cada nuevo hijo sentís que el legado se abre y que el devenir puede tener diferentes caras, gestos y posibilidades. Algo, en el miedo de repetir la historia, se relaja. Ya no me siento cómoda entre papillas y pañales. Atesoro los momentos sensuales de bebé que Oli me ofrece cada mañana. Se despierta haciéndome ojitos y mimándome el bracito. Me cruza su patita, se esconde en el huequito de mi axila contra las sábanas. Lo huelo. Lo soplo, le pido besitos. Hace soniditos enredados como cantando. Dice mamá y teta. Chupa una, me toca la oreja. Chupa la otra. Menea su cola y aplaude. Llama a la hermana “Ca Ca”. Apoya la base de su cabeza en el colchón y hace piruetas. Me alcanza el teléfono. Escucha los ladridos de los perros vecinos más lejanos. Toda esa danza de seducción, en la que mi cuerpo no quiere dejarlo ir, compensa una noche de despertares, cabezazos y gritos. Pero finalmente, cada mañana le doy la libertad de alejarse, sabiendo que la próxima tal vez haya crecido lo suficiente para dejar de cortejarme. Cada mañana lo dejo ir recordando cuando en mi panza se movía como un desquiciado. Elijo dejar morir una parte de mí. Tal vez la parte más importante hasta hoy. La que se animó a darle la teta poniéndole el cuerpo a cada día y a cada noche. Despido el lugar más trabajoso que supe construir. El de ser madre de bebés, viviendo en la lógica de los sueños y de las palabras inventadas. El despegue de los hijos duele. Ellos mueren y se reinventan ante nuestros ojos. Nosotras también podemos elegir. (15) Quiero que mis hijos sepan Que sexuales somos desde el primer día, porque sexual es nacer, morir, mamar, y sentir. Que todos nos formamos en el agua y en un constante abrazo con otro. Que todos sabemos nacer. Que todos sabemos crecer con nuestras mejores posibilidades. Que todos empezamos a conocer nuestro cuerpo de bebés, cuando nos chupamos manos y pies. Que todos sentimos placer de manera diferente y haciendo diferentes cosas. Que todos tenemos derecho a decir que no. Que la vida es una rueda y todo lo que avanza es rítmico. Que la menstruación no es sucia y se puede mirar, oler, tocar, mostrar. Que cuando un adulto comparte el cuerpo con otro puede ser por placer, amor, juego o disfrute. Que el mundo dividido entre lindos y feos es pobre y aburrido. Que quiénes somos está íntimamente conectado con quiénes fueron nuestros padres y abuelos. Que todos tenemos miedo. Que no hay Dios que castigue. Que los padres tampoco deberíamos hacerlo ni con los hijos ni con los pares. Las cosas hechas por miedo al castigo no tienen valor alguno. Que no somos solamente los hijos de los más fuertes. La evolución está marcada por la cooperación y no por la competencia. Hay que agruparse para crecer. Que todos luchamos por pertenecer a algo o a alguien, que queremos hacer las cosas bien para estar allí donde deseamos estar, pero no siempre lo logramos. Que aun teniendo las mejores intenciones, vivir implica equivocarse. Que todas las familias son diversas como las personas, porque cambian, se transforman. Que saber quiénes fueron nuestros ancestros nos conecta con lo propio y nos regala libertad para saber quiénes fuimos y quiénes queremos ser. Que el cuerpo es una maquinaria capaz de volver al equilibrio. Que no todos morimos de viejos. Que no vamos al cielo. Que hay diferentes maneras de nacer y de morir. Que está permitido equivocarse. Que algunas de las cosas más liberadoras y responsables que aprendí son: no pesarme, no controlar la fiebre y no contar el vuelto. Que todos merecemos ser amados y respetados sin que nos pidan nada a cambio. Que siempre hay una manera de solucionar las cosas que aún no se nos ocurrió. Que todos podemos desarrollar la intuición y encender un talento. Hay algo que es de cada uno, que no se parece a nada. Que cuando el objetivo coincide con hacer bien a muchos, se cumple rápidamente. Que hay un orden y da paz reconocerlo. Los más grandes son los más grandes. Los que venimos después, venimos después y tomamos la vida y la fuerza de los grandes. Que podemos cambiar la historia. La conexión con nuestro origen despliega nuestro destino. Que ni la comida, ni un mail, ni una pantalla te pueden abrazar. Que cada día estamos obligados a tomar riesgos. Que no hay buenos ni malos, hay contextos e historias que pareceninvisibles. Que debe haber un equilibrio entre el dar y el recibir. Que todo lo que se siente es válido e importante. No para reclamar, sino para comprenderse y darse un lugar. Que el pecado es la crueldad contra uno mismo. Que podemos ser nosotros mismos. Que, si intentamos parecernos a otros hoy, de todas maneras haremos el camino inverso mañana. Que deseo ponerle nombre a lo que siento y a lo que sienten, aunque parezca horroroso. Que no voy a permitir los secretos. Que los secretos nos atan y los nombramientos nos liberan. Todos tenemos derecho a la verdad, aunque esta sea diversa, trágica, confusa o subjetiva. No he conseguido liberarme de la culpa, ya no lo intento. No he conseguido brindarles la mirada que no he recibido. Muy pocas veces conseguí darle borde y encuadre a mi relación con ellos, sencillamente porque aún busco mis bordes y mis fronteras. Lo que sí pude y seguiré pudiendo es criarlos sin omisión y sin secretos. Aquí y ahora, escribite una carta a vos mismo/a como si fueses tu hijo/a contándote cómo te ves y qué necesitás. Preparate, es fuerte. NN 15. Mientras edito este libro, en el año 2022, estoy gestando un nuevo hijo varón, con otro amor, otra perspectiva, con otras ganas y otra entrega, llena de miedos y de ganas. Pasaron diez años de mi último embarazo y me siento primeriza. COMILONA El atracón 91 Tengo veinte años y todo lo que pienso en el día gira en torno a la comida. Una vez estuve tan flaca como quería. Eso no hizo que desapareciera mi incomodad, la creencia de que nadie iba a elegirme. La mejor sensación no es estar delgada, sino estar adelgazando. Sentir que por fin estás haciendo algo bien y que da resultado. Mientras tengo la atención puesta en qué como, cómo como, o cuán apretada me queda la ropa, no hay persona en el mundo capaz de herirme profundamente. No estoy aquí. No estoy con nadie. Somos la comida y yo. La pena por ser gorda y yo. La compulsión y yo. Cuando me pienso flaca y con la cola parada nunca me imagino sola, Cuando me pienso madre, nunca me imagino aburrida. Cuando me pienso madre, todo el dolor se despeja y la ausencia se transforma en cuerpo de bebé dándome caricias. No estoy segura de poder amar a nadie. La compulsión hace que necesite chupar naranjas y chupar a otros. Comérmelos, que me abracen, que me besen, que amortigúen todas mis experiencias. Yo estoy dispuesta a darme entera, a entregarme toda, a no dejarme ni un pedazo de vida para mi misma. El amor debe ser otra cosa, como la capacidad de dejarse afectar por otro sin esperar nada a cambio. A mí me gustaría poder. Me gustaría poder decirle que no a ese chocolate. Lo abro, corto un trozo y lo cierro herméticamente diciéndome “basta”. No llego a tragar el último bocado que ya estoy desmembrando el paquete para seguir. Hasta que no acabe con todos los alfajores, duraznos y chocolates que hay en la casa no voy a parar. Es una cuestión de vida o muerte. Podés estar ahogándote a mi lado que me culparé por no llegar a tiempo, pero no haré nada más que seguir masticando. Un puñado de maní y seguir. Trago, trago, trago. Lo que compro lo como en el camino, o manejando, sin saborear, con la mano, aunque sea arroz primavera. No es disfrute, es anestesia. Quiero ser linda. Cuando alguien me ame profundamente lograré no atraconarme. Para que alguien me ame profundamente tendré que dejar de atraconarme. ¿Alguien podrá amarme profundamente a pesar de atraconarme? No es posible estar obsesionada con la comida y tener intimidad con una misma. Mientras me descontrolo con la comida me controlo con la gente. Lavo los platos cuando soy la anfitriona y cuando soy la invitada. Eso sí, no te interpongas entre el postre y yo. Tomaré la porción más grande, aun después de haberte dicho que prefería no comer nada. Me la acabaré en un instante y miraré con deseo tu plato sintiéndome un pedazo de carne sin cura. Una vez más me habré arruinado una juntada con amigos, una Navidad, un cumpleaños. Comeré lo que queda con tristeza y resignación, deseando volver a mi cama. Me prometeré que mañana haré más gimnasia y dejaré las harinas. Tengo veintitrés. Duermo cada noche con el padre de mi hija. El amor de familia que circula entre nosotros no me hace sentir menos hambrienta, exacerba todos mis lugares oscuros y me recuerda todas las noches que estuve sola. ¿Tu infancia en una sola palabra? La mía podría ser ausencia. No es que mi madre no me amara, no es que no tuviese el juego y la imaginación como lugar de resistencia, pero recuerdo la infancia como ese momento en el que no soy nada y no estoy en ninguna parte. Nada puede volver a dañarme así, porque ya no soy niña. La herida del pasado hace que no pueda sentirme segura si algún hombre toca mi panza. Se van a dar cuenta quién soy y van a lastimarme. No puedo tocar mis propios muslos, ni hacerles un lugar en mi corazón a las estrías de mi cola. Estoy atraconándome de mandarinas. Geneen Roth, la autora que inspiró el proceso que estoy haciendo desde hace años, nos pregunta: ¿cómo sería, en una palabra, la vida si la comida no fuese el problema? ¿Dónde estaría puesto el control? No sé si él me ama, pero cuando realmente sienta que me está perdiendo va tomar conciencia de mi valor y de lo que le doy a su vida. Ahí todo se arreglará. Aunque no sé, porque seguiré siendo yo. Si soy yo y no Penélope Cruz no querrá quedarse. Si soy yo y no mi madre no les pareceré interesante. Si soy yo y no una expaciente oncológica no le encontraré sentido a la vida. El sufrimiento me dignifica la experiencia. Cada atracón se sigue de una dieta esperando un día en el que mi peso se estanque para siempre en aquella foto de la adolescencia donde lucía la bikini naranja que aún se guarda para ese día. Me muero por estar tan linda como hace cinco años cuando me moría por estar linda. Resulta apasionante, cuando algo se pone difícil, de pronto vale la pena, vale mucho. Tengo que dejar de creer que, por ser dulce, amable y solidaria, los otros van a prestarme atención. Dejar de pensar que podré detener la violencia de los seres solo con hacerles una caricia. Dejar de esperar que se detengan de hacer el daño. Correrme. El arte de detenerse en el momento preciso. Mi madre me enseñó que hay que hacer reír a los otros para que te quieran. Y que también hay que estar siempre con un pie en la puerta. Del cine, de la cena, del encuentro. Hacer lo tuyo y escapar a casa, lo antes posible. La casa es un lugar seguro. Están nuestras cosas y nuestras pastillas. Si no me puedo ir a tiempo, como golosinas. Si estoy limpiando mi intestino de harinas, compro alfajores de arroz. Te rechazo porque creo que ya te fuiste y para siempre. Voy a abandonar el barco antes de ser abandonada. Cuando te vas yo ya me fui. Y si pensás volver no me encontrarás tan pronto como me veas. Mucho menos dejaré que me bajes la bombacha. Te fuiste, y yo de los partires me protejo. Te odio. Prefiero estar sola. Cuando estoy yo y la comida, vos no podrás herirme. De la soledad una no se cae al vacío. Del amor sí. Mi madre le dijo a su amiga, señalándome: “Es bella cuando se pone derecha”. Su amiga contestó: “Es bella y cuando se pone derecha, es derecha”. Me entra aire, hay madres que saben hablar y otras no. Los comedores compulsivos solemos ser compulsivos en la maternidad, compulsivos en el amor, compulsivos en el trabajo. No podemos dejarlo para más tarde, porque el más tarde no existe. Somos hambrientos ahora. Si nos atraconamos lo hicimos porque somos débiles, echamos todo a perder, nunca volveremos a ser queridos. La realidad es que simplemente comimos sin hambre, hasta acabarlo todo. Lo que sentimos es que lo arruinamos para siempre. El arte de detenerse en el momento preciso. 95 El paso más importante fue aprender a no volver a hacer dieta después del atracón. Si comí compulsivamente, fuelo mejor que pude. Lo necesitaba, comí sin hambre. Cuando vuelva a sentir ganas de comer, podré elegir lo que desee sin importar las calorías. Tataré de dejar de comer cuando esté satisfecha. Y la próxima vez que quiera, mi helado estará ahí, disponible. No hay chance de que el control nos ayude a sanar. Somos expertos en control y así nos va. Lo que necesitamos es amor, respeto y confianza. Aun cuando las cosas se ponen difíciles. Hemingway decía que el mundo nos rompe a todos, pero algunos podemos ser fuertes allí, justo allí donde estamos bien rotos. Yo diría que no somos fuertes a pesar de estar rotos, sino que somos vitales y potentes por estar partidos en algún sitio. No crecemos para ser felices, crecemos para estar rotos y a la vez enteros, despiertos, vivos cuando estamos vivos y muertos cuando estamos muertos. Mi cuerpo sabe lo que le hace bien y lo que necesita. Para que mi cuerpo hable necesito dejar un espacio vacío, esperar a tener hambre y disponer de muchos sabores, texturas y alimentos para elegir. Ningún alimento tiene que tener una categoría más baja que otro, ni siquiera una golosina. Pretendo dejar de defenderme del dolor, porque el dolor no está aquí ni mañana. Ya pasó. Creí que ser madre me separaría de la ausencia. Ser madre me desplegó los sentidos y me obligó a tomar contacto doloroso con las causas de la compulsión. Mi madre me ha repetido durante años: “Vos no me amás, me necesitás”. Yo, en cambio, quisiera asegurarme de que mis hijos me amen de forma limitada, no quiero que escuchen mis charlas ni sean testigos de los aplausos. Me fui de Rosario para dejar de ser la hija de mi madre, y si bien cada vez que la escucho me conmueve lo que transmite y su capacidad no-humana de crear, algo en mí se siente arrasado, devastado, desajustado. ¿Qué elegirías si tuvieras todo disponible? ¿Cuánto comerías si todo estuviera a tu alcance, siempre, cuando gustes? ¿Qué pasaría si la vida tuviese para nosotros un menú mucho más variado y vasto de lo que hemos creído? Cuando creo que aún hay lugar para mí en todos aquellos destinos que quiero conocer y en todos los proyectos de los que deseo participar, el tiempo toma otra cadencia, no compito, no me apuro. Espero y tomo lo que necesito, no me guardo nada por las dudas, confío. La vida disponible o amarreta depende de quién la cuente, de quién la viva. Siento que es cuestión de ejercitar el arte de detenerse en el momento preciso, ante las señales del destino. 98 Y así siempre. Por años. Cuando una soga se ponía vieja, deshilachada y roñosa, la % cambiaban por otra nueva, blanca y flamante. Los Delasoga ya habían gastado más de quince rollos de soga de la buena, y habrían gastado muchísimos rollos más de no haber sido por la tijera brillante. Bueno, en realidad la tijera brillante siempre había estado allí, en el costurero, hundida entre botones y carreteles. Pero nunca había brillado tanto como esa tarde. En una de esas porque era una tarde de sol brillante como una tijera. ¿Comer sano? Como un poco de carne porque mantiene mi hemoglobina. Como frutas porque me gustan, no porque me caigan bien. No me creo que algo sea sano porque se compra en la dietética. Les robo las papas fritas a mis hijos cada vez que vamos al Mc. Ahora, en mis atracones de chocolates, como dos y no veinte. Cualquier dieta estricta va seguida de un atracón de igual magnitud. Algunos de mis amigos me esconden los chipás cuando me ven comer como si fuese mi último día. Advierten que mi mirada se pierde y me voy alejando de los otros. Cuando necesito comer, me doy cuenta. Sé que no tengo hambre y me lo permito. Casi nunca sé muy bien qué pasa ni qué me angustia. Parece un día común y corriente. Hasta que puedo decirme que me siento frustrada por el invierno, cansada de pasar todo el día frente a la computadora, o harta de llevar y traer a los nenes al colegio. Harta de mí misma. El veganismo inspiró un avance cuántico en la vida de mi amiga. Comer crudo tiene fascinada a mi prima. Tengo amigos vegetarianos de toda la vida. Marta se curó de un cáncer comiendo paleo. Cristina está estupenda haciéndose batidos y leches de semillas cada mañana. Lupe curó las caries de sus hijos con caldos de animales de producción orgánica y cucharadas de aceite de hígado de bacalao. Martín dejó la quimio y dejó de comer azúcares (harinas, frutas, refinados, fritos), también consume aceites crudos, manteca para cocinar y muchos polvos vitamínicos. Andrea va bárbaro con el agua de mar. Pato con el MMS y el agua de plata. Clara come alcalino y no se resfría nunca. Miguel no hace ninguna dieta, pero está seguro de que no va a enfermarse y tampoco se resfría. Camila tuvo cáncer de mama a pesar de ser vegetariana y no comer productos procesados. Los productos industrializados, llenos de sal, azúcar y aceites cocidos, son destructivos. También la harina de trigo y los lácteos que tenemos disponibles hoy en día. ¿Eso significa que no los comemos? No. Mi hija no come nada que sea “de color”. Me preocupa que no coma verduras, aunque no por las verduras, que no vienen muy nutritivas ni van a salvarnos la vida, ni nos hacen mejores personas; sino por el asco que hace su carita. Por las vueltas que da con el tenedor sobre el plato como si fuese una tortura. Rogarle que coma, porque si come me calma la culpa. Si come no repite la historia. Si come, no sentirá la soledad que yo sentía a su edad. Si come no soy una madre ausente. A veces mira con cara de guácala cuando me devoro una ensalada. No sé si por la ensalada o por mí. Le cocino por obligación mientras intento no comerme toda su ración durante el preparado. Hoy en día estamos viviendo la dictadura de lo saludable, donde nos dicen cómo tienen que ser nuestros cuerpos para convertirse en máquinas eficaces y eternas. Si bien el acceso a la información certera y con evidencia cada vez se socializa más, hay que preguntarse cuál es el lugar del que transmite la información sobre salud y cuál es el lugar del que recibe. La mayoría decidimos desde el miedo a quedar afuera de la belleza, de la salud, de la vida eterna. Tenemos miedo a intoxicarnos, nos culpamos por no hacer las cosas “bien”, nos castigamos. Si no tenemos en cuenta la salud mental a la hora de recibir directivas sobre el cuerpo y la salud, haremos siempre una salud a medias, aunque la propuesta parta de una mirada alternativa. Si no hacemos foco en el cuerpo como un territorio que soy, no algo que me contiene y que habito, si no nos sentimos parte de lo que hace cada célula y parte del territorio que piso, no hay un mensaje de salud en serio. Los mensajes son cáscaras que se transforman en mandatos porque leemos el mundo desde el bien y el mal. Dejemos de consumir y exigir a nuestros cuerpos como si fuesen productos y a nuestros tejidos como si fuesen obreros. Llevo veinte días comiendo de todo. Me animé a las cosas más grasientas, tóxicas y abrasivas, como el pan, las papas fritas y el queso. ¿Y qué pasó? Nada. Todo empezó a estar disponible y en la medida en que me fui permitiendo lo prohibido, toda la voracidad se fue disipando. No devoro, porque comer mañana volverá a ser una opción. No compenso la falta de dulces con kilos de duraznos, no me comprometo a cumplir una regla para toda la vida. Cuando la comida sustituye al amor y la desesperación a la mesa compartida, me duelo. Cuando la estoy pasando bien con amigas y aun así me pongo a ordenar la casa, porque estar haciendo una sola cosa me “pica”, me duelo. Duele de todas formas. Escribir compulsivamente un libro en tres semanas. Me felicito y me duelo. No pude hacerlo de otra forma. No supe cómo estar presente. Solo pude darme cuenta. Pido ayuda. Me quedo, aunque me duela. Me achico, me agrando, me muero. Aquí y ahora, decidí llevar una golosina en tu bolso cada día durante toda la semana. Anotá qué sucediócon ella, cuándo la comiste, o a quién se la regalaste y qué recuerdos te trajo. AMARA ARANA RAP UnN DUPRNNA RA ARA RA RAR UI NANA NA NANA RdA LEA RADAR ADAL Arda MINA AL nd RADO RA LAIA Ln LN INA RARA REA RANIA RARA P ERA MI NNNA RADA RADA MARU I AN ARMA GANA RA ALEA LA RAR NI RAR NdAr rd par rra rara rara ra radar PACIENTE E HIPOCONDRÍACA Eterna paciente 10 ¿Voy o no voy? Ya hace rato que tomé el Sertal, el Ibu, y nada. Me parto de dolor. Fue de golpe, improvisto, una puntada en el medio del estómago. ¿Me pasó algo hoy? No identifico ninguna experiencia o emoción en especial. — Amor, me voy a la guardia del Italiano, ya no puedo caminar del dolor. Mientras manejo las seis cuadras me pregunto si estoy haciendo bien, si no es solo miedo lo que me lleva a consultar. Me asustan las guardias. ¿Por qué me estoy haciendo esto? Estaciono mal y olvido las luces del auto encendidas. Nunca vine a esta guardia. Todo nuevo, blanco, vidrioso, iluminado, amplio, impecable. Una cola de quince personas para la recepcionista. Estoy doblada de dolor de panza. Hago cara de ay, necesito pasar yo. Una señora me avisa que las luces de mi auto están encendidas, no me importa. Según el plan médico y la afección, van derivando a mis antecesores a diferentes salas, áreas y pisos. Me pregunto si mi prepaga será lo suficientemente “rápida”. Listo, me toca. Es una enfermera. —Me duele mucho, no sé qué es, no aguanto. —Bueno, ahora, terminá el trámite con mi compañero. Diez minutos más en la cola de al lado, la del compañero. El Administrativo. — ¿Hay mucha demora, señor? —Tenés un paciente adelante. Parece que me derivan a un sector crítico, con una sala de espera enorme, pero por suerte vacía. Una pareja llora, por lo que escucho hay una puerta que da a cuidados intensivos de guardia. Sale y entra gente. Me acurruco en una silla. ¿Qué tendré? ¿Pielonefritis? ¿Peritonitis? ¿Cálculos renales? ¿Infarto de aorta mesentérica? Por la ventana veo mi auto mal estacionado y encendido. Padres con hijos llegan al Señor Administrativo y hacen el ingreso para después ser derivados a un área lejana: la de pediatría. Los envidio, Primero porque se nota que todos esos nenes no están tan mal, y que se van a ir enseguida. Y segundo porque están con sus hijos. Extraño a Oliverio. Lo extraño como no lo extrañé nunca, y eso que ya estuvimos doce horas separados. Ironías típicas de cara al dolor. Todo lo que no duele cobra sentido. Los minutos pasan, cinco, diez, quince. Media hora. No sé cuál es el paciente de adelante, pero a mí no me llaman. —Señorita, ¿no sabe si falta mucho? Realmente me duele. —Tenés un paciente adelante. Me vuelvo a sentar preguntándome por qué no le dije que hace media hora era lo mismo y yo no veo ningún paciente. Cuarenta y cinco minutos. —Disculpame, pero me duele mucho. —A ver, esperá. —Usa el teléfono—: ¿Melina, podés dejar pasar a un abdomen agudo para que se recueste un poco? (A mí)—. Mirá, pasá por esa puerta al consultorio 9 y te van a dejar descansar. No quiero descansar, quiero un médico ya. Pero hago caso. Me acuestan en una camilla. No sé si es peor. Ahí quedo sola unos minutos más, escucho del box contiguo comentar: “Hay una vieja afuera que dice que le duele el pecho y no encuentro al cardiólogo”. Cuando me ve, cierra la puerta. Por fin llega la doctora. Jovencita y con panza de embarazada. —A ver, ¿qué te pasa? —Me duele mucho acá. —Sí, ahí, es terrible. —¿Fecha de última menstruación? —No sé, no me acuerdo. —Hacé memoria, yo para trabajar, necesito tu fecha de última menstruación. —(Invento) Fines de julio. —Tenés un atraso. —NOo, no, yo soy irregular, no estoy embarazada, tengo bebé chiquito, y me tengo que ir a amamantarlo. — ¿Tomás alguna medicación? —No. —¿Ardor al orinar? —No. Ahí me escucha los latidos y me toma el pulso. ¿Sospechará algo circulatorio? Le digo que estoy asustada. No me responde. —Te van a hacer un análisis de sangre y una ecografía, cuando estén los resultados te llamo. Esperá por allá. —¿En cuánto tiempo? —Eso no depende de mí. —¿Dos o tres horas? —No sé, —Ah, porque yo tengo un bebé y tendría que amamantarlo. Además, me duele mucho, no sé si aguanto hacer todo eso. —Lo que tarde no depende mí, tenés que esperar allá. Estoy a la deriva en otra sala de espera, esta vez repleta. Son más de las doce de la noche. Hay siete abuelos y abuelas con suero, sentados en la sala. Caras de que hace horas que esperan. ¿Dónde me metí? Estoy literalmente encerrada dependiendo de que me llame la enfermera y después de algunas horas el ecógrafo y después, con los resultados, la médica. Ahora es más miedo que dolor. —Señor Administrativo, ¿cómo es el tema de la ecografía? Me dicen que me van a asignar un turno y me van a venir a buscar. Lo veo negro a esto, la gente a mi lado dolorida y pasiva. La única chica de mi edad en silla de ruedas. ¿Para qué el análisis? Buscarán una infección. Yo me quedaría tranquila solo con la eco normal. —Señor, si yo me llevo esta orden que tiene usted al sector de imágenes, ¿podría llamar a mi marido y quedarme allí con él? Me dice que ¡sí! Creo que quiero mucho al Señor Administrativo. Bajo al subsuelo casi caminando en cuatro patas. No hay nadie. Escaleras mecánicas. Grandes salas de espera. Más de cincuenta vestidores, baños, mostradores. Todo impecable, nuevo, divino y vacío. Después de mucho andar llego al área restringida de imágenes. No hay nadie. Me siento Rose de Titanic buscando a Jack por el subsuelo cuando el barco se hunde. Aparece un señor. Le pido por favor que me hagan la eco, que tengo que ir amamantar a mi hijo. Espero diez minutos y me llama una voz: “Vazquez por el vestidor 27”. Pienso en la pasividad de los pobres viejitos esperando arriba. El doctor, muy guapo. Me dice: *Cerrá la traba”. ¿Cuál es la siguiente escena de esta película? Miedo. Miro la pantalla. — ¿Está todo bien? —Si hay algo mal te aviso. Genial. Me duele mucho estar acostada así, en un momento grito de dolor. Me dice que ve gases, nada más. Y que siga con los demás estudios. Todo lo malo debería haberse visto en la imagen. No me siento enferma, no tengo una infección. Me voy. No volví al sector de mi guardia asignada. Cuando llego a la puerta estaban mi marido y Oli, corriendo el auto. Parece que como el auto está en venta, lo llamaron al número que pegamos en el vidrio para avisarle que estaban asfaltando y que el auto estaba mal estacionado. Por fin estábamos todos juntos. Nos sentamos en la guardia principal junto al Señor Administrativo. Le pido a Mati su celu que tiene Internet para buscar si la pielonefritis se puede tener con una ecografía normal. Diez médicos fumando en la puerta de la guardia. Yo buscando en Internet mi destino. Estoy en territorio enemigo. Ellos nunca entendieron que mi abdomen agudo me tiene aterrada. ¿Me quedo o me voy? ¿Me saco sangre o no? Ya me había podido escapar de la zona restringida. ¿Vuelvo a entrar? Definitivamente no. Me encantaría algún inyectable que me saque el dolor. Pero para eso habría que esperar más soledad y desidia. Me fui. Asumí mis riesgos. Estoy en la cama tratando de dormir y me siento mejor. Débil, triste y nauseosa, pero ya casi no duele. ¿Cómo va ser mi vejez? Esto hay que transformarlo urgente. Los viejos pasan los días enchufados a las máquinas en los pasillos de las guardias. Soportan con naturalidad el maltrato, la violencia del tiempo perdido, el diagnóstico no comunicado, la decadencia del cuerpo. Pareciera que te quieren por lo que fuiste, pero aborrecen lo que sos. Un viejo dependiente, que en cualquier momento se cae, se rompe la cadera, pierde la memoria o se hace caca encima. No hay honor por el cuerpo en decadencia. Solo obediencia. Te quieren, a pesar de tu cuerpo, y a pesar de estar muriéndote. ¿Quién se entrega sin ascos a cuidar elde las puertas más temidas: el del sujeto que pide raíces terrenales porque ya conoce las leyes de la mecánica celeste. Como en la segunda parte se pondrá la máscara de la sanadora, primero se desnuda el rostro, borra todo maquillaje y queda expuesta: para poder decir cosas “graves” hay que invitar al compañero de viaje a saber quién somos; para caminar juntos hay que asumir dolores propios y ajenos con empatía amorosa; para entender la alegría hace falta transitar silencios. Desde esa complicidad del SER, al promediar el libro, entenderemos el discurso más “científico”. Antes es preciso cruzar una barrera minada: conversar, callarse a dúo, sufrir juntos, recuperar lazos y ponerles nombre. Digo con ella que “la ley que más me gusta es la de correspondencia” porque en esa situación habita la luz que nos muestra también las sombras. Violeta dice todo (o así al menos lo parece) y ensaya un deseo en voz alta mientras gesta este hijo de papel: “Quiero escribir un libro vivo, que emocione y toquetee a la gente... Un libro debe dejar puertas abiertas, algún interrogante o la sensación de estar acompañado... Que te conmuevas, que te preguntes, que te enojes conmigo, que te incomodes, que te armonices”. No lo dudes, si estás por decidir una lectura que te toque, te abra universos y te acompañe, te conmueva, te interrogue, te enoje y te armonice... ya la encontraste, es esta: Basta de repetir la historia familiar. ¡Que así sea! Diana Paris (1) 1. Psicoanalista, escritora, terapeuta y editora. Desde las entrañas 13 Violeta escribe descarnada sobre su vida. Pero desde las entrañas, como fuego, volcán abierto, a horcajadas enciende la lectura sobre ella misma por momentos pareciendo salida de algún cuento de la Allende. Plena, vacía, insegura, loba certera... Ella soy yo, sos vos, mi mamá, tu hermana, tu amiga, nuestras hijas. Porque ella es una más de nosotras, pero con un largo camino recorrido de búsqueda y sanación. Se abre para que nosotras lo hagamos. Se funde con sus historias que interpelan y cachetean sin censura el alma femenina. Con su método de Biodecodificación Rizoma guía sin soberbia, abrazando a quien lee y llevándolo a bucear por los temas más profundos y cotidianos, pero con su original y auténtica mirada: “Solo un gran caos puede parir una estrella”. Todo sana. En su momento, en su tiempo. Me asombré, me reí, me sentí rara cuestionándome tanto discurso aprehendido, lloré mucho, pensé en escribirle a mi mamá... Violeta nos conecta con ese niño que está ahí, dentro de nosotros, esperándonos para que lo arrullemos, lo comprendamos, y no lo silenciemos nunca más. Karin Cohen (2) 2. Comunicadora, periodista, conductora. Si se abre una, nos abrimos todas 15 Tengo un dicho de mi autoría que dice: “Si se abre una, nos abrimos todas”. Y esto pasa con este libro. Me alegra que cada vez más mujeres nos animemos a decir lo que pensamos, deseamos, sentimos: “Soy esto. Quereme así. Bancame. Me equivoco. Mis sentimientos no son siempre dulces y compasivos. A veces detesto todo. A veces siento algo y al rato otra cosa, y a veces soy una persona horrible. Y a veces no. Y me contradigo mucho, mucho”. Imposible no verse reflejada en alguna, varias o TODAS las historias que relata Violeta. Historias tremendamente humanas que te hacen pasar por todos los estados. Y si hay algo que creo que nos fascina a las mujeres, es sentir cosas intensas, divertidas, un poco dramáticas también. Porque sufrir es parte de la vida. Nadie puede evitarlo. Cada una hace lo que puede con eso. Y Violeta hace lo que a mí más me gusta: lo saca para afuera y hasta por momentos logra reírse de eso, reírse de su propia vida, el humor que más disfruto. Creo que es una buena opción poder reírnos de lo que nos hace sufrir (sobre todo teniendo en cuenta que la otra alternativa muy frecuente es empastillarse...). Este libro está escrito por una mujer que se animó a plantarse en la vida. Y que logró que no le importe tanto quedar bien parada ante los otros. Que busca ser sincera con los demás, pero sobre todo con ella misma. Sin solemnidad, sin pretensiones. A carne viva. Con verdad. Un gran logro para cualquiera. Es un libro que te inspira, que te invita a subrayarlo, a anotarle cosas, a escribir tus propias experiencias. Y tener ganas de contarlas. Porque como dije al principio, cuando una se abre, nos abrimos todas. Dalia Gutmann (3) 3. Actriz, humorista, locutora y conductora. Animarse a poner el cuerpo y No conozco personalmente a Violeta. No acudí a su consulta ni a sus grupos. Jamás me interesé en el chamanismo. No conozco los signos del zodíaco. Desconfío de las terapias que no son psicoanalíticas. Jamás usé las palabras desprogramación o vivencial. Sin embargo, este libro habla mucho de mí. Soy todas esas mujeres que ella describe a través de las páginas. Soy la fea, la gorda, la ansiosa, la que fantaseaba con ser una bomba sexual a los treinta. Soy la embarazada que siente su cuerpo invadido, soy la que dio la teta a demanda hasta los dos años de cada hijo haciendo frente a los críticos, soy la que se siente mala madre muy habitualmente, la que siente culpa por trabajar muchas horas... Y soy la que lee con atención todo lo que escribe Violeta y se da cuenta de cuántas mujeres conviven en ella. Y muchas son parecidas a las mías. Concluyo que debemos ser unas cuantas, entonces. No solo las que ella propone, con las que me identifico. Son numerosas y variadísimas: casi todas. Pensándolo bien, es un libro imprescindible para todas. Para todas las que se animan a poner el cuerpo. Ingrid Beck (4) 4. Periodista, guionista, escritora, conductora de radio y activista por los derechos de las mujeres. Hola 19 La primera versión de este libro se escribió durante el 2014. Tenía una hija, Cata, de seis, y un hijo, Oliverio, de uno, Estaba por mi “segunda gestión”, en pareja con el papá de Oliverio. Era mi segundo libro editado, después de Dar la teta (DNX, 2014). Lo que pasó desde que vio la luz de las librerías fue sorpresivo, este libro recorrió ciudades, pueblos y pueblitos de diferentes partes del mundo. Este libro fue tan reparador que hoy, cuando lo leo, ya no me reconozco. Otra Violeta escribe este prólogo, otra madre y, sobre todo, otra escritora. Miro con ternura y nostalgia a aquella Viole de veintiocho años que tenía tanto para decir y a la que le brotaba una escritura fresca, coloquial, brutal. Es un libro para animar a todas las mujeres a decir su verdad, a permitir el error y a apreciar todo eso que no cierra, que parece hacernos incompletas. Un año después de la primera salida de ¡Basta! me separé del papá de Oli y comencé una pareja que duró seis años. En ese tiempo crecí, crecieron mis escuelas y escribí varios libros más. Mi historia personal se siguió contando en Todo lo que soy capaz de (no) decir (DNX, 2018), en Ensambladas. Todo tipo de familias (Albatros, 2019) y en Con estos restos (LPA, 2022). Historia que incluye enfermedades genéticas, dolor físico, vínculos tóxicos y una crianza superdifícil. Esa “tercera gestión” significó un dolor muy grande, junto a una familia ensamblada que vimos crecer y desmembrarse. Toqué fondo en una forma dañina de amor. En 2020 salió Leche de madre (Planeta), una guía desprejuiciada, informada y con perspectiva de género, sobre la lactancia y el puerperio. Ese mismo año pandémico murió mi padre y comencé el camino de la tanatología y el acompañamiento en el buen morir. De ese trayecto nacieron Con estos restos (LPA, 2022) y Entrá en crisis (Planeta, 2022). En 2022 conocí a Fran y dos meses después comenzamos a gestar a nuestro hijo Cairo, que va a nacer en abril de 2023, junto con esta nueva edición. Esta edición es el complemento de Entrá en crisis, mi último libro, que desarrolla mi método terapéutico de trabajo, la BioRizomacuerpo enfermo de un viejo? ¿Quién lo hace sin sacrificio? Tal vez aquellos que han tenido una formación corporal trascendental, los que han sentido todo con la carne. Tal vez los más humildes, y no solo porque están mal pagos, sino por su historia, donde el intelecto es un cuento y el cuerpo puro presente. ¿Quién desata a la joven Adela muerta ahorcada en Bernarda Alba de Lorca? La criada. ¿A quién hay que ocultar de la sociedad? A la abuela loca. Las criadas dan la teta, cambian pañales de tela, cambian pañales de viejos, acompañan a las Julietas hacia los Romeos y guardan secretos sexuales de sus amas. Si no podemos nosotros estar disponibles física y emocionalmente para nuestros viejos, por lo que son hoy, no por lo que fueron, ¿a quiénes se los vamos a entregar? ¿A qué sistema? Análisis de laboratorio. Buscar los resultados. Me buscan el papel, no lo están encontrando, ¿será que dio todo alterado y los repitieron? ¿Por qué lo abrocha? ¿Cree que no lo tengo que abrir? Lo enfermos que estamos los humanos, que esperamos leer en un papel si estamos bien o mal. Yo sé que estoy sana, percibo que estoy sana, esto no puede estar tan mal. Salgo a la vereda con los resultados en la mano y rompo el plástico abrochado. Leo solamente los valores con relación a los de referencia. Me detengo en el que no parece encajar y lo googleo con el celular. Es muy lento el celular. El corazón galopa. Leo mejor, Creo que está todo bien. Qué alivio. El viernes tengo que volver por el resultado del Papanicolaou. Del doctor Fernando Callejón dice que nadie se cura sin autoridad, sin amor y en soledad. Enfermedad significa in-firmeza, la firmeza que debemos convocar para estar sanos, es una forma de autoridad interior. Todos hacemos un viaje desde la autoridad exterior (padres, maestros, gobernantes) hacia la autoridad interior, como la capacidad de proporcionarnos afecto, recursos, comprensión y límites a nosotros mismos. La autoridad interior es parte de nuestra estructura psíquica y se relaciona con la capacidad ósea de sostenernos. Cuantas más articulaciones tiene un organismo, mayor es la capacidad de movimiento. La forma de nuestro cuerpo y de nuestros síntomas físicos crónicos refleja nuestra estructura psíquica y nuestra forma de pensar el mundo. A la autoridad interior también la llamamos autorreferencia porque remite a buscar respuestas en nuestro análisis interior, muchas veces basado en la intuición, depositando confianza en nuestras decisiones. Estar gravemente enfermo es perder toda identidad social. Desde la libertad de circular a la de decidir por el propio cuerpo. Se pierde la privacidad, la sexualidad, el esquema corporal, el estatus laboral. Por eso, la enfermedad siempre acentúa la exclusión y el exilio de uno mismo. ¿Cómo pensar un sistema de salud integral, equitativo y accesible donde prime el amor, la inclusión y la autoridad? Este tema lo indagué en profundidad en mi libro Entrá en crisis (Planeta, 2022). La búsqueda de un nuevo paradigma De alguna manera fui víctima del sistema de salud. Me senti tan sola y aturdida en los años que iba de guardia en guardia y de especialidad en especialidad, que debo hacerme responsable de un cambio. Si no cambio yo, no me van a venir a ofrecer algo distinto. El paradigma médico hegemónico, por lo menos a mí, no me calza. Tengo veinte años. Pago la prepaga más cara pero no confío en nadie. Consulto periódicamente al arritmólogo, al hipertensiólogo, al oculista, al gastroenterólogo, al endocrinólogo. Mis “patologías” deben ser “controladas” cada cierto tiempo. Mis encuentros con Alicia, la terapeuta que no es psicóloga, sino que ha vivido en carne propia la adicción a la comida y otros sufrires, son productivos, mucho más que cuando me atendía con licenciadas que llenan sus paredes de títulos. Estoy embarazada de Cata. Me sorprendo con la cantidad de estudios científicos que avalan prácticas no estandarizadas en los hospitales. Investigo sobre todas las rutinas peligrosas que se hacen en la mayoría de los partos y que nos hacen creer que son para salvarnos la vida. “Qué suerte, te hicimos la cesárea a tiempo”. ¿Y qué pasó antes? No busco solo un parto respetado, busco un nacimiento sano, protegido. No tengo dudas, la próxima vez que sea madre, pariré en casa. No por moda o comodidad, sino porque es lo más seguro, apropiado y coherente que puedo hacer por mi hijo. Tal vez los profesionales que busco existen, pero por fuera de las obras sociales. Mariano, médico clínico, me vino a ver la garganta dos días antes de mi fiesta de quince. Lucio, oftalmólogo, se acercó a comer galletitas el día que su hermano Lisandro me operó la nariz. El doctor N, cardiólogo, llamó a mi madre la noche del día en que estuve en su guardia para preguntarle cómo estaba yo. Sandra y Paula, parteras, me visitaron en casa todo el embarazo y posparto, sin importar si fuese domingo o feriado. Cristina, ginecóloga, consiguió que me hicieran una eco transvaginal de urgencia cuando estaba interrumpiendo un embarazo. Norma, odontóloga, calentó la anestesia con paciencia antes de pincharme. Damián, técnico en cardiología, vino a casa a ponerme dos veces el Holter. Flor, terapeuta de Bioenergética, me sostuvo la mirada y me abrazó después de cada ejercicio, conectándome con una experiencia maternante sin precedentes. Hugo y Vero, maestros de primaria, me protegieron de mis propias exigencias. Violeta, osteópata, me escribe desde su viaje a Alemania para ver cómo estoy. Los recuerdo con sus nombres y sus gestos, son humanos que no quisieron mostrarme cuánto sabían. Que me dieron confianza y que entendieron que componen la red de contención que nos sostiene. En fin, medicinas hay muchas, formas de ejercer el rol también. Los que no abundan son los profesionales tomando conciencia de que “el paciente” está ante ellos en uno de los momentos más vulnerables de su vida. Y aun así esperamos horas. Hacemos colas. Hacemos trámites. Toleramos el miedo. Tenemos que aprender sobre la paciencia cuando menos lo merecemos. El primer aprendizaje cuando doy clases es el rol. No podemos ser meros transmisores de información. En mi forma de ver la atención terapéutica, debemos enamorarnos de nuestros consultantes. Los hacemos impacientes, los acostumbramos a no esperar, les damos fundamentos, les contamos el origen de las cosas. Los animamos a que nos cuenten qué necesitan. Nos sentamos a su altura. No les tenemos lástima, abrimos nuestras propias experiencias, nos humanizamos delante de ellos. Somos lo suficientemente sabios para comprender que mostrar grietas propias no nos hace menos inteligentes, interesantes o especialistas. El paradigma imperante no conoce la mayoría de las causas de las enfermedades. Sí ha desarrollado extraordinarios métodos de diagnóstico, excelentes tratamientos y maravillosos profesionales ante la emergencia. Pero ¿por qué me contagié yo y no vos si los dos tenemos la misma exposición, incluso mis glóbulos rojos dan más altos? Azar, defensas, mala alimentación (¿cuál es la buena y cuál la mala? En la pirámide oficial están los hidratos como el consumo primordial), cigarrillo, mal descanso, estrés. Muy amplio todo. ¿Genética? A la luz de las pruebas epigenéticas, donde se confirma el privilegio de la influencia del contexto por sobre la herencia, es un poco ¿desactualizado? pensar en la genética como la causa de todo. No es cómodo, para los profesionales de la salud, actualizarnos periódicamente. Nos da seguridad repetir nuestros usos y costumbres. Si ahora la ciencia dice otra cosa, elegimos no contradecirnos. Un paradigma alternativo propone que la enfermedad es una crisis depurativa. El organismo, mediante la enfermedad, se deshace de los residuos tóxicos del cuerpo. Desde esta visión, la enfermedad es un producto del desequilibrio entre mente, cuerpo y espíritu.Cuando los cuerpos más sutiles, los energéticos, se obstaculizan, la energía no fluye y se afectan los tejidos. La homeopatía, por ejemplo, cura por lo semejante. El paciente ingiere su propia enfermedad, su desequilibrio. Cuando lo incorpora, el cuerpo ya no necesita expresarlo. Desde una tercera visión, la enfermedad llega para curarnos, nos regresa al equilibrio. La enfermedad utiliza el lenguaje del cuerpo para dialogar con nosotros. Cada órgano y tejido tiene una simbolización para nuestro inconsciente, donde la enfermedad es la solución que tiene el cerebro para un conflicto previo que pone en riesgo la vida. Según este paradigma, que atrajo a muchos adeptos con el libro La enfermedad como camino, de Riidiger Dahlke y Thorwald Dethlefsen, pero sumó rigurosidad científica con Hamer, toda vivencia traumática, desde una quemadura hasta un abandono, genera un cortocircuito cerebral. En ese momento el cerebro pone al servicio de la persona todos los recursos para solucionarlo mediante el privilegio del sistema nervioso simpático. En ese momento no tenemos sintomas, estamos estresados, dormimos poco, comemos poco, pero el cuerpo está silencioso. Lo que conocemos comúnmente como enfermedad responde a una fase de reparación de los tejidos. En la reparación hay inflamación, dolor, infección, fiebre y otras yerbas. Además, los conflictos que desencadenan enfermedades (rechazo, aislamiento, humillación, etc.) tienen referencias previas en otros conflictos de similar tonalidad que hemos vivido nosotros o nuestros ancestros. (16) Cuando eliminé las amalgamas de mis dientes, empecé a comer verduras, concurrí a Bioenergética cada semana y medité todas las noches, mi cuerpo empezó a florecer. Lo que llamo, un paquete depurativo. Limpio mi alma, limpio mi cuerpo. Mantengo el movimiento. Cuando estoy fuera de eje me doy cuenta y pido ayuda. Mi directorio de apoyo terapéutico no está en la cartilla médica. Cuanto más contacto con nuestro propio ser, nuestros sentires, nuestros duelos y nuestros muertos, más fácil es para el cuerpo reponerse de un momento crítico de reparación. Las enfermedades autoinmunes, degenerativas, el cáncer y los trastornos psiquiátricos, aportan una complejidad mayor a la trama y tienen un correlato transgeneracional mucho más potente. No todo se puede curar. La naturaleza privilegia la vida de la especie, pero no está interesada en la calidad de vida de cada uno de nosotros. De cómo vivir mejor nos encargamos cada uno, que no somos ni más ni menos que parte de un organismo más grande, parte de LA vida. Y LA vida nos deja perplejos ante su complejidad porque tiene un sentido más amplio de lo que puede abarcar nuestra conciencia. Cuando estamos enfermos aprendemos a detener el movimiento y mirarla a los ojos. El arte de detenerse en el momento preciso. Curarse En Vida y destino humano, escrito por Thorwald Dethlefsen dice que la enfermedad porta información que no es posible comprender si es tratada como enemigo. Es imposible comprender y conocer un enemigo, mientras se lucha contra él. El paso más importante es dar el consentimiento a la enfermedad. ¿Cómo puede llegar el paciente a lograr tal cosa si su médico se considera un luchador contra un enemigo invasor? Cada vez que me enfermo, además de miedo tengo certezas. Una certeza: que no me curaré de la panza, la muela, la cabeza. El malestar es un estado complejo que tiene causas y sentidos holísticos y que nunca puede reducirse a una parte afectada. Curarse depende de encontrar y reacomodar nuestras partes excluidas, llámense órganos, vocaciones, hijos, padres, abuelos, exparejas. Dejar de mutilarnos o extirpar lo que no nos gusta. Otra certeza: que la enfermedad empezó mucho antes, en un momento invisible, cuando yo estaba desenfocada, perdida, acomplejada o sufriendo, Y la última: curarse siempre depende de estar conectado con nuestro lugar sabelotodo, un lugar chiquito en medio del pecho que conoce todas las posibilidades y sabe cómo proseguir. Nos sanamos desde la comprensión de ser parte de algo mayor, profundo y misterioso. Simplemente tenemos que saber encajar las piezas, como un rompecabezas. Si encajamos la pieza correcta, la curación es inminente. Las cosas donde deben ir, muy a pesar de nosotros. Hay que saber moverse, irse, cerrar ciclos. Hay que saber perder amores, proyectos y años vividos; para ganar salud. ¿Qué sería activar un cambio de ciclo? Mudarnos, viajar, separarnos, juntarnos, decir lo no dicho, animarnos, renunciar. Hay muchas formas de animarse a cambiar, depende de cada historia previa. Mirar al cuerpo con otros ojos siempre es un buen camino. Dedicarle prácticas de actividad consciente, sentirlo vibrar, tocarlo, devolverle mirada y cuidado. Expresemos, busquemos nuestro espacio de creación personal, de grito, de vómito simbólico. El cambio pide pista a cada paso, porque nada es estático. Queremos eternizar las formas y no nos permitimos fluir con los tiempos de cambio de la vida. Pequeños cambios. Pintar las paredes, mover muebles, regalar toda la ropa que tenga más de dos temporadas, amasar pan. Pequeñas medidas de desequilibrio. El cambio levanta el polvo, revoluciona e incomoda. Cuando tenemos energía de cambio en nuestro interior, hay dos maneras de actuar: cambiar o resistirse. Si no la jugamos adentro, se manifestará desde afuera como un viento huracanado que destruye nuestra laboriosa construcción. Entonces, ¿qué, de todo lo que construiste, ya podés derribar? ¿Qué muro ya no es eficiente? ¿Qué columna ya no sostiene? ¿Qué columna, que sí sostiene, podemos cambiar, deconstruir o modificar? Aquí y ahora, describí todas las emociones que transitaste la última vez que tu cuerpo estuvo enfermo. Proponete “cuidados especiales” para la próxima vez, ¿cuáles serían? 16. Hice la profundización de la Biodecodificación Rizoma en mis libros Ser un salto en el vacío (DNX, 2016) y Entrá en crisis (Planeta, 2022). FEA Se olvidaron de mí en la repartija 3 Charlo sobre bebés con una madre reciente, de profesión modelo, en la sala de espera del teatro. Se acerca un conocido de ella, a saludar. Comenta que en Navidad no opera, es cirujano plástico, Me pregunto si ya habrá reparado en mi nariz operada y qué tal le parecerá el resultado. Hacia el final de una charla amistosa me dice: %Vos también sos de la agencia?”. Ya está campeón, me alegraste el día. Un cirujano plástico, aparentemente experimentado, me está preguntando a mí si soy del staff de una agencia de modelos. Me puedo morir tranquila. Con mi ascendente en Piscis, tengo pocas cosas claras, dos. Una que voy a morir algún día. Dos, que soy fea. Claro que con la edad una se va haciendo, además de fea, bruja, sabia y profesional del disimulo. En las fotos de bebé me amo, ya en las de los siete u ocho se pronuncia la giba de la nariz de sifón que heredé de mi padre y la joroba que heredé de mi madre. En las fotos de la infancia tengo la mirada oscura, desorbitada, como si estuviese viendo un asesinato. Mi compañero de banco solía decirme que me quedara tranquila, a los cuarenta algún hombre privilegiaría mi intelecto y querría quitarme la ropa. Yo me propuse ser una bomba sexual a los treinta y hacer teatro de revistas. Me duró lo que dura una fantasía. Estaba creciendo con dos grandes falacias: que no iban a querer acostarse conmigo y que era demasiado inteligente. Soy tímida. Me dan vergienza muchas cosas. Me gustaría que usted piense que soy: cordial, amorosa, servicial, correcta, loca, apasionada, honesta, justa, bella, inteligente, luminosa, simpática, brillante, buena amiga, buena madre y que estoy tremendamente guapa. Parece que no es posible. En cuanto empiezo con el drama de mirarme al espejo, o a raspar con desgracia los pelos encarnados de la entrepierna, tiene que sonar un timbre. Lo que siento ES, y es importante.Me siento sola, desdichada, abandonada por mí misma, sin recursos, en lo que llamo un ataque de feítis y gorditis. Podría ser el acné o la joroba, o los pelos encarnados en la entrepierna, da lo mismo. Siento ansiedad, como soda en la boca del estómago. Pienso en que nunca nadie va a quererme. Estoy agotada de trabajar en gustar y no puedo dejar de hacerlo. Tengo miedo al mañana, a desarmarme, a desangrarme, a querer escarpar de mi vida y no poder hacerlo. Estoy tantas horas ausente de mi cuerpo y alejada de mí misma, que cuando me siento, tengo culpa. Tanto tiempo perdido en creerme un monstruo, y ya pasaron los años. Cuando me despierte serán mis últimos días. Los Delasoga estaban, como siempre, atados. María cosía un pantalón gris y aburrido. Marita miraba cómo María cosía. Juancho miraba cómo miraba Marita a María que cosía. Juan miraba a Juancho mirar a Marita, que miraba a María, que cosía. Y la tijera brillaba. Cada tanto, María la agarraba y —tris tras— cortaba la tela. Y, mientras cosía, miraba las soguitas enruladas en montoncitos blancos sobre el piso. En realidad, María nunca había pensado mucho en las sogas. Ahora, de pronto, las miraba mejor, las miraba fijo, y se daba cuenta de que les tenía rabia. Cirugías y rellenos Todos dejamos la vida en la curiosa actividad de pertenecer. Pertenecer a distintos grupos, tribus y comunidades. El bien y el mal no son otra cosa que el pase para estar adentro o afuera. Siempre quise aplicar para el grupo de las lindas, quizá porque mi madre me aseguraba que tenía una belleza exótica o distinta. Y eso era lo mismo que “fea pero especial e inteligente”. Heredé la nariz de mi padre que, según él, es muy personal en los hombres, pero “ofende” a los que te tienen que mirar si sos mujer. Después se retractó y dijo que eso de que mi perfil ofende era para que me anime a la cirugía. Una vez llegué al quirófano y me arrepentí antes de tomar la pastilla que me llevaría al otro lado. Tuve mucho miedo y salí corriendo de la clínica, llena de culpa por hacer viajar a mi padre y su esposa desde Buenos Aires al divino botón. Terror a morir en plena anestesia, con un tubo plástico secando mi boca y elevando mi diafragma. Aun con mi perfil de bruja pude amar y ser amada. Años más tarde, el padre de Cata me acompañó a operarme la nariz. Y fue la gloria. Ahora me van a acusar de incitar a la cirugía estética. No. Pienso que amarse y aceptarse como una es, resulta un trabajo arduo y necesario, pero mientras tanto, yo me saqué un estigma de narigona, completamente impuesto por una sociedad devastadora. Me crie en los noventa, señores, no sé si saben qué significó (y significa) eso. La gente no podía detenerse en otra cosa que no fuese mi nariz. Quería saber lo que era pasar desapercibida, como una más. Lo de las tetas fue algo más innecesario o menos trascendental. Después del puerperio eran pequeños pezones caídos. Ahora tengo unas tetas grandes que se caen hacia los costados y si bien me acostumbré, mi cuerpo sabe que allí hay algo adoptado, que no le pertenece. Me arrepentí. Tiempo después me enteré del síndrome de Asia o enfermedad de los implantes mamarios. (17) Muchos de mis síntomas empezaron luego del implante. Dicen que operarse la miopía es una decisión cosmética, mentira. A mí me cambió la vida. No veía nada. Siempre con los anteojos sucios, toqueteados por los niños. Me operé sabiendo que iban a destruirme el campo áurico por tercera vez, pero muy contenta. Muy contenta. A la sala de cirugía odontológica asisto varias veces por año. Me han arrancado cerca de diez raíces y dos muelas. Tengo empastes en la totalidad de las piezas, varias incrustaciones y cuatro “perno y corona”. ¿Cómo cree usted que puede sentirse una veinteañera con dos hilitos de dientes en vez de paletas? Mi abuela fue la primera odontóloga de Rosario, cuando nací ella ya estaba enferma y viejita, y murió cuando yo tenía ocho años. ¿Ella habrá nacido para solucionar la dentadura de su familia? ¿Los “González-Mussi” venimos padeciendo el dolor de muelas hace generaciones? ¿Qué no hemos podido resolver con los dientes? ¿Por qué no podemos defendernos ni apresar el bocado? Conozco la sensación de que se te duerma la lengua, el paladar superior y el ojo derecho completo. Una escuela de la paciencia. Algunos acumulan horas de vuelo en las nubes, yo en el dentista. En uno de mis ataques de feítis, frente al espejo del baño, recordé que tenía una fantasía de niña: tener más labio superior. Cuando tenés poco labio y te reís, se ven las encías y parecés una viejita sin dientes. Le dicen sonrisa gingival. Mientras voy en bicicleta me engancho los pantalones hippies que me compré en la feria con la rueda. Sé que voy a Recoleta, a un departamento cheto donde aplican bótox. No me di cuenta de que debía vestirme para la ocasión. Dejo la bici en un poste, entro al edificio y llamo al ascensor. Llevo el diario Página 12 para leer por si hay espera. El espejo me dice que estoy más para ir a vender pancitos rellenos por Plaza Francia que para pedir una buena inyección de hialurónico. Me siento desdoblada, o peor, esquizofrénica. Soy la misma que brega por los derechos del parto, la misma que está en el proceso de encontrarse aceptando su cuerpo desnudo, menstruante, animal, peludo y poderoso. Esa misma, no quiere privarse de lo que es una boca prominente por seis ligeros meses, tan solo por un módico costo en promoción y dos pinchazos. Fueron solo cinco minutos. Me gusta cómo quedé y posiblemente la gente no se dé cuenta. No es obsceno el cambio, pero me siento extraña. Bicicleteo para llegar a horario a mi taller de chamanismo y comprobar que nadie me mira raro. Siento como si me hubiese dado un revolcón con un amante y ahora tuviese que esconder la excitación y el chupón en el cuello, Hice algo prohibido, muy de antipertenencia para una chica “espiritual”. No sé si fue para no sentirme tan escindida, pero al final se lo conté a todo al mundo, No creo en las cremas para la celulitis, ni en la leche de vaca para los huesos. No creo en el sumo poder de los antibióticos, ni la inocuidad del ibuprofeno. No creo en los contractores para el culo, ni en la radiofrecuencia, ni en el gel frío. No creo que el champú de Farmacity pueda dejarte el pelo brilloso, ni tampoco creo que comer chocolate todos los días te aumente el peso. No como orgánico porque me resulta más practica la verdulería, pero me gustaría ser menos perezosa. No soy vegana porque me caen mejor las carnes que las harinas. Me molesta el invierno, porque además del frío hay que saber combinar más prendas, y a las “patas largas” siempre nos quedan cortos los pantalones y se nos ven las medias. Más allá de mis ¿tres? cirugías, no tengo secretos de belleza. Tiendo a tolerar la tensión de las variadas imágenes que tengo de mí misma. Soy esa mujer suave capaz de acunar a un bebé y soy esa chica que odia bañarse, depilarse y lleva el pelo graso. Soy esa mujer sensible que muestra las piernas, y soy esa chica desalineada que no puede llevar tacos ni patines y que no se ve sexy en el gimnasio. Me pongo derecha cuando estoy frente al espejo y meto un poco la panza para ver cómo quedaría más flaca. Me siento desolada cuando no tengo qué ponerme en una reunión social poco habitual y me siento fuerte cuando soy capaz de ir con short de jean a una entrevista laboral. Todas soy. Con todas ellas en mí, aún quisiera ser mejor. Quisiera ser Miss Universo y líder feminista. Dicen que tenemos dos ojos para soportar dos puntos de vistas complementarios, codependientes, y que se repelen mutuamente. También dicen que el mayor acto evolutivo lo damos cuando somos capaces de tolerar estar en dos lugares diferentes a la vez, sin reafirmar uno atacando al otro, sin jerarquizar uno por sobre el otro, sin juzgarlos. A esto le llamo soportar la tensiónen mí misma. En eso estamos. Mati me dice: “Vos querés que uno venga y tenga ganas de cogerte por el solo hecho de que existís, mientras te estás recortando los vellos púbicos”. Por supuesto, yo tengo la fantasía de ser deseada sin actitud, ni maquillaje. Por el solo hecho de haber gastado todos los ahorros en unas prótesis mamarias. Yo le contesto que tuve novios que sí, que me corrían con una cámara fotográfica para captar el momento extraño y melancólico en el que me lavo los dientes con resignación al acabar cada día. Todos los cuerpos que soy Tengo un cuerpo largo y torpe. Generalmente me choco con la punta de la cama. Los pulóveres se me enredan en las puertas y en las manijas. Tengo los dedos torcidos hacia afuera. Las mangas largas me quedan tres cuartos. Los dedos de los pies se me escapan de las sandalias y se me vencen hacia adentro. Colecciono moretones de todos los colores en las piernas. Cada vez que tengo que sacar la bicicleta por el pasillo de mi PH me pregunto si seré capaz de hacerlo. Estoy en un intento por descubrir mi propio estilo”. Cada día me elijo algo distinto del ropero y lo que no me queda incómodo, duro, apretado, corto, aniñado o aseñorado, se regala. No importa si es el talle justo, si es nuevo, si en algún momento me podría llegar a servir. Se va. Me permito ponerme solo lo que me representa, lo que me gusta, lo que elijo. ELIJO. Hay dos clases de personas en el mundo: las que pueden seguir una coreografía y yo. Intenté con tango, samba, salsa, bachata, jazz, danza contemporánea, expresión corporal, ritmos latinos... Da igual, siempre seré un Teletubbie. Quiero bailar, pero libre, libre. Quiero bailar como contando mi historia. Ayer fui a una clase de danza para la tercera edad. Música de Palito Ortega, folclore (mucho “Las manos de mi madre” para hacer el estiramiento), Gloria Trevi y Rafaela Carrá. Imperdible. La danza de los cinco ritmos, Biodanza, y las meditaciones activas de Osho fueron espacios de descubrimiento y de expresión corporal muy efectivos para mi proceso de reintegración. No sé si fue a los dieciocho años, cuando me mudé a capital y dejé de actuar porque me sentí rechazada por un famoso maestro de teatro, o cuando dejé de hacer castings para publicidad porque nunca me elegían. Un día asumí que no era lo que los otros esperaban de mí, y que el sueño de ser Grecia Colmenares en Más allá del horizonte, me quedaba grande. Me cerré. Dejé de aspirar a vedete y a chica Almodóvar, Me dije que no era suficientemente buena con “el cuerpo”, pero que podría dedicarme al guion o a los contenidos periodísticos. Me fui detrás de escena. Después aparecieron las madres y los bebés, como un bálsamo de sanación a tanta exigencia con el mostrarse. Sin embargo, una historia quedó trunca. Una Violeta bailarina, instrumento, plástica. Una Violeta que cuenta con los dedos, con la garganta. Una Violeta que se expone y no solo desde la palabra. Claro que mis libros son parte de la reparación. Empiezo a contarme a mí misma de una manera distinta. Me espero, me abrazo. Necesito continuar con algo que dejé partido. Manipulamos al cuerpo como un producto, lo sembramos y cultivamos como si trabajáramos la tierra. Cuando comemos sano, cuando nos drogamos, cuando nos apretamos con los corpiños o nos subimos a los tacos, tomamos decisiones para un cuerpo que habitamos, diseñamos, ordenamos y dirigimos. Nunca para un cuerpo que somos. Nunca para un cuerpo que habla. Nunca para un cuerpo que elabora todo lo que negamos. Mi cuerpo está vivo. Vivo quiere decir flexible, disponible, expresivo. Vivo quiere decir que dice algo. Hay miradas mucho más bellas que ojos. Hay gestos mucho más bellos que piernas. Hay llantos mucho más bellos que pieles. Tenemos más de un cuerpo. Tenemos todos los cuerpos. Llevamos encima el cuerpo de nuestra abuela moribunda y el de nuestra hija vibrante. Llevamos en el cuerpo todos los aciertos y los fracasos que nos hemos creído. Llevamos en el cuerpo las pérdidas y los recibimientos. Llevamos la presencia y la ausencia. Somos el cuerpo cansado. Somos el cuerpo que redobla la apuesta. Somos el cuerpo que come. Somos el cuerpo que escupe. Somos el cuerpo que se adieta, se aparta, se agrieta. Somos el cuerpo que envejece. Somos el cuerpo que dice, inevitablemente. Somos el cuerpo que seduce. Somos el cuerpo que marchita. Somos el cuerpo que se reinventa. Que infinitamente nace de nuevo hasta el día de su muerte. Hay un cuerpo que se modifica cuando hacemos dieta o nos ponemos tetas. Y hay otro que se modifica cuando nos animamos a empezar canto a los cuarenta, cuando nos animamos a disfrutar de nuestra sexualidad o cuando nos animamos a parir. Y hay cuerpos que se modifican sin que nosotras podamos planearlo. Hay cuerpos propios que reflejan nuestro pasado. Hay cuerpos que no parecen cambiar nunca. Hay muchos cuerpos. Las cosas que me dijo mi cuerpo La terapia Bioenergética, la Experiencia Somática, la eutonía, la antigimnasia y la osteopatía han sido portales de información, verdaderos abordajes terapéuticos conscientes, a través del cuerpo. ¿Puede haber un verdadero tratamiento terapéutico sin el cuerpo? La carne nunca miente. Pequeños ejercicios, a veces muy intensos, me han hecho reflexionar algunas cuestiones: 1. Me gusta cuando otro me lleva, o me mueve el cuerpo. Cuando era chica jugaba a ser muñeca de trapo: mamá me peinaba, me movía y vestía. Yo me concentraba en tener todo el cuerpo entregado y livianito, Mientras otro me lleva, yo pienso, visualizo y proyecto. Me abstraigo del dolor. Mi cabeza es ágil, joven y atractiva. Mi cuerpo lento, jorobado y desvitalizado. Primera certeza corporal: me siento fragmentada y desintegrada. 2. El movimiento me calma. Todo pensamiento hacia el futuro va acompañado de caminar rápidamente alrededor de una larga y angosta mesa de comedor. Esto incluye estudiar para un examen o imaginar cómo será la extirpación de mi muela. En medio de un ataque de pánico me hamaco, recurriendo a un movimiento arcaico de balanceo antimiedo, y me doy palmaditas en la cola shu shu shu, como cuando era bebé. Me resulta insoportable permanecer quieta. En el cine bajo y subo las piernas de la butaca todo el tiempo. Cuanto más me muevo, menos contacto con el aire que no entra, con el mareo, con el dolor de espalda. Cuanto más me muevo menos vértigo, menos ideas de estar fallada o mal de la cabeza. Mientras esté en movimiento no seré un blanco fácil ni podrán hacerme daño. 3, Cuando un ejercicio se pone difícil nunca abandono porque quiero ser buena alumna. 4. Camino con el cuerpo levemente inclinado hacia adelante con relación a los pies. Si me miro en un espejo de perfil parece que me estoy por caer. En ese “estoy por caer” lo primero que se adelanta es mi cabeza. Con ella enfrento, apuro, corro, me tiro. El mundo es un lugar adverso para mí, la mente va hacia adelante, armando un cerco para mi corazón, que está en el fondo de la cuchara que hace mi espalda, difícil de encontrar. 5. Mis pies, rodillas y muslos se vencen hacia adentro. Como si el eje no estuviese fuerte en el centro. Como si lo más interno y blandito se estuviese chorreando o cayendo. 6. Siento un nudo energético en la boca del estómago. Lo visualizo como petróleo negro y pegajoso que tiene años rodeando el epigastrio. 7. Mi cuello está duro y mi garganta cerrada, pero no me duele. La espalda está agarrotada y compensada en una escoliosis pronunciada, pero no la registro. 8. La vitalidad es cuantificable según el grado de disponibilidad al movimiento que tenemos en los tejidos del cuerpo. ¿Tus tejidos recuperan rápidamente su libertad, movilidad y amplitud de función? La osteopatía postula que la salud no es algo a recobrar, sino a descubrir muy adentro. Cuando estamos limitados por corazas y armaduras, la salud permanece escondida, cercanaa nuestra esencia y alejada de nuestro cotidiano. Si pensamos en una salud de contacto y con tacto, una salud donde nos toquemos y seamos tocados, donde el médico te revise con una mano suave y amorosa, una salud en pleno contacto con nuestros lugares más auténticos; la enfermedad sería otra cosa. 9. Miro mis pies. Se parecen mucho a los de las hermanastras de Cenicienta. No parecen habilitarme al reino de las princesas. A mí no me entraría el zapatito perdido. Eso significa muchas cosas. La más importante sería arriesgarnos a mirar cómo el zapato le cabe a otra cuando perdimos la vida esperándolo nosotras. Mientras tanto se abrirían zapaterías diversas en muchas ciudades donde nos dejarían trenes que no tomamos y donde nos servirían banquetes exóticos que ni siquiera sabemos que existen. 10. Lowen, creador de la Bioenergética, plantea que las personas alimentamos nuestra imagen y no nuestro “yo”. Adoramos nuestro reflejo y aborrecemos nuestro ser. De sus propias palabras: “La gente se dedica a muchas actividades destinadas primordialmente al acrecentamiento de su imagen. La satisfacción del ego no hace nada por el cuerpo de uno y poco por el propio sentido del yo que se basa en el cuerpo. Si el ego de uno crece con el éxito o los logros, se pierde la congruencia con la realidad del propio cuerpo. Así, la confusión solo puede evitarse mediante la negación del propio cuerpo y de sus sentimientos”. No tengo ningún prejuicio con el ego, no creo en una vida sin él, solo el propio ego puede querer excluirse a sí mismo. Sí, he pensado que por amar mi producto iban a amarme a mí. Pero no sucede así. Las personas se aman a sí mismas en el reflejo que depositan en mí. ¿Qué fue lo que paralizó mi cuerpo a tal punto de no poder sentir? ¿Qué fue lo que me hizo creer que está bien avergonzarse si aparece el placer? ¿Por qué cada “NO” llegaba a mi inocencia como un rechazo y un lugar de humillación? ¡Cuánto miedo a no ser amada en medio del amor! ¡Necesitamos estar en contacto con todos nuestros cuerpos, es urgente! Aquí y ahora, dibujá tu cuerpo de frente y de perfil. Abajo repetí el dibujo, pero reproduciendo tu cuerpo a los siete años. ¿Qué tienen en común y en qué se diferencian ambas figuras? ¿Dónde está la fealdad en lo que ves? ¿Y la belleza? 17. Del idioma inglés Autoinmune Syndrome Induced by Adjuvants, la traducción es Sindrome Autoinmune Inducido por Adyuvantes, y se trata de una extremadamente poco frecuente reacción autoinmune o inflamatoria, atribuida a una sustancia extraña al organismo. En el caso de las prótesis mamarias, la sustancia extraña sería la silicona. La silicona como sustancia se encuentra presente en muchos otros tipos de implantes de uso médico, por lo que no es exclusivo de los implantes mamarios. Los síntomas pueden ser dolor muscular, dolor articular, fatiga crónica, deterioro cognitivo, depresión, alteraciones del sueño, fiebre y problemas intestinales, entre otros. ANSIOSA Y DEPRESIVA. Un día me medicaron 124 Tengo un ranking de las peores sensaciones: infección de muelas, creencia de que tengo cáncer, ataque de pánico, náuseas e insomnio. Todas muy frecuentes e itinerantes a lo largo de mi vida. Hablemos del insomnio. Siento que nunca más volveré a dormir. Que me internarán. Mientras intento dormir, hago meditaciones chamánicas, me cubro en luz violeta y finalmente me como las uñas. Imagino cómo serán mis ojeras, cómo me bajarán las defensas, cuánto miedo me dará que retorne la noche. Cuento las horas que me faltan para que los niños estén de pie. Mati no comprenderá que necesito dormir toda la mañana. Quiero despertarlo. No aguanto que duerma como si nada pasara. Listo, me levanto, no intento dormir, que pasen las horas. Que pasen. Se está haciendo de día. Aún no dormí ni cinco minutos. Una frustración enorme, pero vuelvo a intentar. Cada vez que las imágenes se hacen poco reales, percibo que voy a lograrlo, por fin estoy viendo elefantes azules. De pronto toda la coherencia junta, estoy aquí de nuevo, en la vigilia. Hablemos de angustia. El encadenamiento de hechos sucede más o menos así: miedo a lo nuevo, tensión psíquica, sobreexigencia, nervios, exposición, pasarme de revoluciones, poder más de lo que puedo, explosión. Resultado: ataque de pánico. La primera vez que me indicaron un antidepresivo tenía diecisiete años y no salía de mi casa por las crisis de angustia. Con la paroxetina todo pareció acomodarse mágicamente. Ya nada se sentía tan atemorizante o, mejor dicho, sostenía un mínimo nivel de confianza en la vida. Salir al supermercado dejó de ser peligroso. Pude trabajar, viajar y tener vida social activa. En el embarazo de Cata hice mi primer despegue progresivo de la medicación, que pareció ser un éxito, Ahora mi niña tiene cerca de ocho meses. Estoy en la guardia del Sanatorio Mitre. La amamanto mientras me cablean e inyectan un tranquilizante. El mundo volvió a ser un lugar oscuro y mi cuerpo una maquinaria averiada. Anoche me quedé en tetas tirada en el suelo de mi cuarto para que Cata se alimente si se me paraba el corazón. Volver a estar medicada es un fracaso para mí, un retroceso. No soy la Difunta Correa, sigo viva y estoy sufriendo. Tuve que aceptar que la vida no es lineal ni la evolución ascendente. Con todo mi bagaje intelectual y mi recorrido espiritual, aun acompañando a otras mujeres a parir, necesité un bastón. Llega el día en el que creo tener los recursos para afrontar la abstinencia. Vuelvo a soltar la medicación. Al tiempo empiezan los ataques de insomnio. Días sin dormir. Diagnóstico: ansiedad generalizada. Como compulsivamente, tengo pensamientos destructivos. Sé que la medicación está hecha para acallar el síntoma, pero cuando el síntoma es inhabilitante, tampoco puedo profundizar. Estoy contenida y eso incluye volver a tomar antidepresivos, Me siento culpable, sí. Pero tengo una vida de la que quiero hacerme cargo con todas las consecuencias. Tal vez hubiese sido acertado nunca tomarlos, o tal vez no. Lo poco que recuerdo de aquellos diecisiete años es un dolor inconmensurable y muy pocas herramientas para afrontarlo. (18) El dolor me llama como a Alfonsina su mar. Tengo una familia y no la sé usar. Soy un intento, un anhelo, una expectativa. Soy un hombre de negro mirando la costura de su sombrero gris, esperando un tren que no tiene horario, en busca de una mujer que no conoce, con una foto de un hijo perdido. Soy la que sabe que lo que está y no se usa, duele. Spinetta cantaba “lo que está y no se usa nos fulminará”. Soy luna en Escorpio. Ni las vacaciones ni el sexo ni los hijos me dieron llenura. Con miedo al cuerpo. Mi corazón late errático con su arritmia. No quisiera morirme por dentro. No quisiera morir sin antes... ¿disfrutar? No quiero comer a mis hijos. Me aburro con ellos, pero deseo salvarlos. No me repitan, no me protejan, no me disculpen. Extrema vagancia o desinterés por las tareas domésticas. Preciosa capacidad resolutiva. Insoportable en la temática autorreferencial. Escribo para que no sucedan mis terribles predicciones y para ser en la vida cotidiana una chica normal, real, portal. Tengo ansiedad La ansiedad es un movimiento interrumpido. Se siente un torbellino dentro de la cabeza, una brea pegajosa en el corazón y una bola negra en la garanta. Camino, corro, tacho listas. Ningún movimiento del cuerpo repara. Siento el descontrol interior, como si mis células estuvieran en guerra. Mi cuerpo se prepara para atacar o huir. Pero no ataco, como. No huyo, observo la marea de humo gris en mi mente. Me autointoxico de hormonas del estrés. Soy mi propia víctima y mi propio victimario. Tengo terror a lo que pueda pasar, y a lo que ya está pasando. Todo puede salir mal, todo está saliendo mal. No duermo. Saber que no puedo dormir es una desgracia que me desborda. No puedo con eso. No creoen mí, no creo en la vida, no confío. Tampoco me pasó nada tan grave, todo parece seguir su curso, pero yo estoy alerta, a punto de tirarme del precipicio. Al borde de una cornisa. Nadie lo ve. Sigo siendo funcional, trabajo de madre y de persona. La gente me admira. Tengo recursos para identificar la ansiedad. Puedo ver cómo se asoma la angustia. Padezco lo que no sucedió, porque más vale duelar ahora, si de todas maneras voy a perder. Pierdo. Me ocupo para no sentir. Porque cuando no tengo nada que hacer, aparece el vacío. Y no sé por qué. Antes tenía los mismos problemas concretos que hoy pero no estaba así. No hay gatillos ubicables. No deseo la familia perfecta ni el príncipe azul ni las vacaciones de los famosos, solo deseo paz. En todos esos escenarios donde los demás parecen felices, en eventos instagrameables como aeropuertos, vacaciones, casamientos, todo se pone peor. Yo no puedo disfrutar. El dolor de la contractura ya no se siente, se siente el miedo a que ese dolor sea un cáncer. Los problemas reales son refugio para no pensar en los imaginarios, que siempre son peores. Cuando los otros son los que tienen problemas, funciono de maravillas. ¿Qué ayuda? Las terapias corporales, la conexión con una visión más allá de lo concreto de cada día, una escuela espiritual, los grupos de expresión, las actividades artísticas. Ayuda la autoobservación y sobre todo la exposición. Exponerse, entregarse con todo el miedo y el dolor a lo que sea. Me entrego a no dormir, me entrego al miedo, a todo lo terrible que puede pasar. A sentir al síntoma tal cual es. Mirarse con amor a este bebé de nueve meses que sufre como si se estuviese separando de la mamá. El borde que se le pone al desborde es exponerse a que suceda lo que suceda. Abrazar la distancia entre lo que se puede y lo que se quiere. Invierto en espacios de silencio y de amor hacia los propios no puedo. Me impongo la actividad física y la red de amor. Visito a un amigo cada semana cual remedio. Puedo exponerme a mí misma con todas las consecuencias. Tengo derecho a tener este problema. Trato de aprobarme en todas las decisiones. Entonces sucedió, por fin, lo que tenía que suceder de una vez por todas. María agarró la tijera y —tris tras— no cortó el pantalón gris; cortó la soga. Una soga cualquiera, la que tenía más cerca. Y después otra soga. La tercera y la cuarta las cortó Juan. Y Marita y Juancho cortaron una cada uno. Las soguitas cortadas se cayeron al piso y se quedaron quietas. Autocrianza Dicen que la felicidad se descubre en dos situaciones: ante el cese del dolor físico o psíquico, y cuando nos encontramos con nuestro propio destino. Tenía dos opciones: quedarme a esperar el cese del dolor o empezar a caminar el sendero adecuado para mí. Comencé un intenso trabajo de autocrianza. Descongelé la niña herida. Me di un masaje cada semana. Aprendí a manejar. Dejé de usar corpiño. Me pregunté cada día si me encontraba satisfecha de dónde estaba, con quién estaba, cómo estaba. Decidí que quería mudarme. Tomé vacaciones en invierno. Cambié de terapeuta y de pediatra. Acepté que odio hablar por teléfono, pero dejé de pedirles a otros que hablen por mí. Admití que muchos de los recuerdos que creí tener no son propios, son vivencias de mi madre. Sé algunas cosas de mi crianza. Sé que mi madre se sacudía a sí mima al preparar mi mamadera creyendo que la estaba batiendo, y que mi padre le enviaba faxes desde Buenos Aires explicándole cuáles eran las proporciones de leche en polvo y agua. Sé que ella forraba el arbolito de Navidad con tapitas viejas de colonias porque no teníamos dinero para comprar bolitas de colores. Y que llevó las cenizas de su padre en el colectivo cuando aún le tiraban los puntos de la episiotomía, yo tenía dos o tres días de vida. Recuerdo sus sentires como si fuesen míos. Me pregunto dónde estoy, quién soy además de ser su hija. Hay un lugar en el universo para cada momento, vibrando en sincronía con cada uno de nosotros. Nuestro propio carril. El que late al unísono. La parte más difícil es asumir dónde estoy y dónde no estoy. Rendirse a la que soy y desapegarme de la que quiero ser. Cuando no sé cómo resolver algo, recuerdo que hay alguna opción o variable, tal vez muy simple y cercana, que aún no tuve en cuenta. ¿Qué fue lo que podría haber probado y no probé? ¿Dentro de diez años, elegiría? ¿Qué tiene para decirme la vieja Violeta, que seré, de todo esto? Las opciones más valiosas están escondidas a nuestros ojos desorbitados, pero son accesibles. Cuando algo entra en crisis lo profundizo. ¿Qué pasaría si fuera todavía peor? Profundizar en el dolor es directamente proporcional a encontrar alivio. Cuando algo se pone fiero y lo proyecto aún más, tomo la distancia necesaria para prevenir, asumir y concordar. ¿Qué es concordar? Es asentir al destino incluso no estando de acuerdo, es accionar desde el no movimiento. Cuando deseo algo con fuerza y no se cumple, reviso si realmente lo entregué al universo. Me recuerdo parte de una inteligencia planetaria mayor, y vuelvo a sentir confianza. Generalmente los deseos se cumplen cuando uno los da por perdidos o por resueltos. Mi cuñada, Noe, estuvo años haciendo tratamientos de fertilidad hasta que agotó su dinero y su paciencia. El cuerpo intervenido se endurece, se reseca. El último año, debido a la nueva ley, le otorgaron dos chances de fecundación in vitro cubiertas por la obra social. Se hizo todos los estudios, pero antes de hacer el primer tratamiento, decidió no intentarlo más. Planeó sus vacaciones en Europa y me dijo que se había dado cuenta de que no quería tener hijos, que temía desestabilizar su pareja y que un hijo era demasiado esfuerzo. Ayer fue a la guardia por un malestar abdominal y cuando le preguntaron su fecha de última menstruación se dio cuenta de que no recordaba. Está embarazada de ocho semanas. Después de pasar años con inyecciones, tratamientos hormonales, extracciones de óvulos y fertilizaciones, quedó embarazada, justo cuando paró con todo y profundizó en su sentir. Olvidamos que somos parte de un libreto mayor y que hemos sido niños heridos. Y nos valemos del daño que nos hicieron para contraatacar. Los buenos y los malos son solo roles. Cambian de continente en continente y de generación en generación. Yo no tengo motivos para sentirme más persona que nadie. Incluso de los que me hicieron daño. Los motivos los descarté. La ira la descargué en almohadones, cartas y gimnasios. El enojo lo acepté y le hice un lugar. Esto no me hace mejor persona, simplemente me permite la tercera posición. Se trata de ser testigo, de ser puente, no de pretender objetividad, sino de ampliar la mirada y ver más allá, descubriendo nuestras violencias invisibles. De esta manera podemos discriminar qué queremos y qué sucede. Dándole valor a lo primero y dándole verdad a lo segundo. Deseo estar plena, ser en su justa medida, en sintonía con el alma, encontrando un estilo propio al andar. Supongo que será posible si me entremezclo, si me contamino, si me dejo afectar profundamente por quienes amo y si puedo retirarme de lugares valiosos pero que cumplen su ciclo. En esa sesión hablábamos del andarivel. Le contaba que yo siento que vivo una vida chiquita, cuidada, con objetivos a largo plazo. Pero a la vez la vida es 132 finita, chiquitita. No despliego todos los andariveles posibles de mi vida, ni los exploro. Ella me dijo por enésima vez: “Respirá”. Mientras hablo trato de meter más aire. Cuando bostezo me sale mejor. —Te estás refugiando en el hacer. “¿Qué tengo que hacer para vivir la vida más grande? ¿Para dónde voy? ¿A quién le pido y qué?”. La propuesta que te hago es quedarte en ese lugar vulnerable, de no hacer, sino de ser. Tu ser. Si no, enseguida te ponés dura. No dudo que el hacer sea muy valioso para vos. La productividad te salvó, seguramente.Ahora necesitás respirar, ¡respirá!, recién dejaste de respirar. ¿Cómo es la gente vulnerable para vos? —Todo el tiempo trabajo con gente que necesita, vulnerable. — ¿Y qué te producen? —Me recuerdan a mi mamá, que dice no poder nada mientras te pasa por encima. Se pone en víctima y me enoja. Creo que hay una decisión de accionar en la vida que es propia, más allá de cualquier circunstancia. Digo, la depresión, y lo sé por experiencia, puede ser un lugar con beneficios secundarios. —Y ahora que decís esto, ¿cómo te pusiste? —Sin respirar. —¿ Y además? —Dura, soberbia. —Sí, tomás distancia de vos. Estás en el hacer, no en tu ser. —Y si hago menos, o dejo de hacer, ¿podré contactar mejor con mi ser?, hacer menos también es tener algo para hacer. —No importa cuánto hacés, sino cómo lo hacés. Importa si en el hacer estás en contacto con tu ser o no. No es una cuestión de dosificar la acción o evaluar la distancia con los otros. Es cuestión de ser, independientemente del hacer. Tengo un listado de actividades a las que recurro mientras estoy despierta. Comer, googlear, chequear mails o leer. Llevo libros para leer mientras mi marido maneja, o chocolates para comer cuando manejo yo. Llevo revistas a los almuerzos familiares y busco cada cosa que los otros nombran en Internet. Dar la vuelta a los lagos de Palermo una noche primaveral de luna llena no me parece un buen plan mientras no esté enamorada. Digo, porque las hormonas del amor son un quehacer compulsivo en sí mismo. Un paseo por la naturaleza en el que te abrazan y te paran la marcha para besarte es un buen plan, si no, no es así, mejor llevo el celular. Sí, con mis hijos me aburro, con mi marido y mis padres también. Pero ¿quién se esconde bajo ese aburrimiento? ¿Quién es la que está cuando no hace? ¿Qué sucede cuando no hay nada para hacer? Conecto con lo que no hay, con lo que no soy, con lo que no advertí. Recién después de un rato de aguantar sensaciones picantes aparece el movimiento inesperado. Una palabra, una canción, una mirada. Estoy ahí de nuevo, en el presente, de vuelta en el mundo. Hay un camino para mí si dejo de dramatizar. No tengo otra cosa más importante que hacer que descubrir lo nuevo que siempre existió en mí. Venimos del hospital con mi hija mayor, tiene un fuerte dolor abdominal que generalmente aparece al atardecer y por el que, últimamente, dejó de cenar. ¿Cómo no se me ocurrió antes? Le pido que moldee “al dolor” en plastilina con muchos colores, que le ponga un nombre y un apellido. Pensé que me diría su apellido o el mío, pero dijo: “Sr. Miedo”. Después eligió entre sus juguetes un muñequito para cada integrante de la familia. Incluimos tíos y abuelos. Incluso eligió uno para sí misma. Mezcló todos los representantes y abrió los ojos. El dolor de panza Sr. Miedo apareció a un costado junto a su tía y abuela paterna. Le pedí a ella que manejara al Sr. Miedo, y yo me encargué de ser la tía y la abuela. Fui preguntándole qué le molestaba al Sr. Miedo, me dijo que el problema no era con la abuela, y la corrí de escena (la colocamos con el resto de los personajes de la familia reordenando el sistema). Dijo que algo le molestaba de mí cuando estaba haciendo de la tía, pero no sabía muy bien qué. Además, el muñeco que la representaba a Cata tenía los brazos abiertos y estaba como cuidando a su hermano y a su mamá (yo). Le pedí que moviera a Cata de manera que no cuidara a su mamá, porque su mamá es grande y la cuida a ella. Ahora yo soy el Sr. Miedo, y Cata maneja a Cata. Nos despedimos, le dije que ya no me necesitaba y nos dimos un abrazo. El dolor de panza se fue esa misma noche. Aquí y ahora, describí las tres actividades que nunca hiciste y que implementarás el próximo mes en plan de autocrianza. 18. Años después me diagnosticaron Sindrome Sensitivo Central y disautonomía producto de mi hiperlaxitud ligamentaria (bajo el síndrome de Ehlers Danlos). Se trata de una desregulación severa del sistema nervioso que puede causar dolor físico, insomnio, depresión, fatiga crónica, taquicardia, dificultad en el ejercicio, frío extremo, calor, mareos, desregulación del sistema digestivo, inflación cerebral, etc. MAESTRA 135 La docencia te sana 134 “Recuerda que tu deber es facilitar el proceso de otros y no el tuyo. No te entrometas. No controles. No impongas tus propias necesidades y convicciones a los demás. Si no confías en el proceso de otro, el otro no confiará en ti. Imagina que eres una partera; que estás asistiendo el nacimiento del otro. Haz bien tu trabajo, Al nacer el niño, la madre podrá exclamar con razón: ¡Lo hicimos entre el niño y yo!”. JOHN HEIDER “Los antiguos Maestros no intentaban educar a la gente, sino que, suavemente, enseñaban a no saber. Las personas son difíciles de guiar cuando creen que saben las respuestas. Cuando saben que no saben, encuentran su propio camino”. LAO-TSE La docencia me salvó. Pude sacar a jugar a mi niña interior. En el aula pude compartirme, abrirme y encontrarme en cada mirada atenta o emocionada. Cuesta creer que un grupo diverso de personas curiosas estén más de ocho horas seguidas atentas a lo que yo pueda proponerles. Compartimos mates y largas meriendas, les pido que me enseñen sobre sus oficios y profesiones. Me maravillo ante el abanico de causas por las cuales llegaron acá. Me gusta sentir el olor y la energía densa del grupo cuando el salón queda vacío. Distancia de rescate, el título de la novela de Samanta Schweblin, plantea lo que nos pasa a las mujeres después de tener hijos. Toda nuestra vida podría resumirse en un constante cálculo interno de la distancia de rescate con nuestras crías. Somos un GPS recalculando a toda hora. Si ahora se acerca a las escaleras, ¿llego?; si hoy lo echan del trabajo, ¿llego?; si ahora me llaman de la escuela, ¿en cuánto llego?, ¿cómo llego? Parecemos destinadas a barajar la desgracia de manera constante. ¿No es, acaso, una tensión permanente?, ¿una peli de suspenso? La maternidad nos pone en un lugar siniestro y pasional. Necesitamos estar lo suficientemente cerca para sentir el tirón que nos da nuestro cordón umbilical invisible cuando ellos caminan por el mundo creyéndose solos. Algo de esto me pasa con mis alumnos. Ellos empiezan a atender consultantes, en términos de madre, prematuramente. Mido mi distancia. ¿Cuánto intervengo? ¿Cuándo intervengo? No quiero dejarlos solos, ni tampoco quiero ahorrarles ninguna experiencia. Quiero amarlos sin que se den cuenta. Quiero comprenderlos cuando desaparecen del taller el día de trabajo más intenso. Y celebrarlos cuando deciden tomar otro camino. Para aprender a ser maestra hay que mirar a los alumnos con ojos de niño. Para sanar nuestras heridas personales y colectivas necesitamos recordarnos en nuestras niñeces, nombrar nuestros días grises y reconocer que podemos hacer mucho por nuestros alumnos e hijos: dejarlos nacer niños. 138 ¡Pobrecitos Delasoga! No estaban acostumbrados a vivir desatados. Al principio se !36 asustaron muchísimo y casi casi salen corriendo a comprar otro rollo, Pero después Juan dijo en voz baja: —Casi casi... me iría a la cancha de Ferro, que hoy juega con River, Y María dijo en voz alta: —Casi casi... me iría a visitar a Encarnación, la de Barracas. Y Juancho corrió a buscar los patines de las ruedas amarillas. Y Marita dijo “chau” y se fue al quiosco del andén a elegirse dos revistas, Esta vez los cuatro Delasoga pasaron cuatro tardes, todas distintas. Plantar vida en libros Me dicen: “Plantaste la placenta, escribiste un libro, tuviste hijos, ya estás”. Me falta donar los órganos. Pero la verdad es que escribir Dar la teta fue lo más natural y fisiológico que pude haber hecho. No sé si no me costó nada escribirlo o si no lo recuerdo... porque el olvido en las madres que queremos volver a parir es bastante habitual.Quiero reparar mis errores de principiante, y eso incluye este preámbulo. No nombrar a mi padre en la dedicatoria de Dar la teta, me costó ver la cicatriz de su ¿ego? en la mirada, y me partió el alma. No contaba con que mis seres amados realmente leyeran mi libro. Hubiese cambiado algunas cosas para no lastimarlos. Tal vez me arrepienta de muchas sugerencias o supuestas verdades que me he creído y transmito en mis libros. Mi marido me ha leído algunos párrafos de Dar la teta que lo hicieron mear de risa, al compás de: “No podés, Violeta, ¡esto es muy bizarro!”, Me río con él, para no llorar. ¿Cómo no me avisaron que estaba escribiendo eso? Es una vergilenza total. Y ahora quedó escrito “para siempre”. Pienso arrepentirme de muchas cosas más, no resisto ningún archivo. No parecerse a una misma en el pasado no me parece un defecto, Quisiera agradecer a cada una de las almas que se abalanzaron con amor hacia mí después del último libro. Leí cada palabra, con suma gratitud. Cuando yo buscaba editorial, repetía mi deseo con insistencia: “Quiero escribir un libro vivo, que emocione y toquetee a la gente”. Un libro debe dejar puertas abiertas, algún interrogante o la sensación de estar acompañado. Escribir me resulta mágico cuando no es trabajo ni a pedido, cuando sale de mí como sale un pis retenido y apurado. No se puede vivir de escribir libros, eso es un mito a excepción de pocos best sellers. Escribir se escribe porque uno tiene algo que decir, porque merece ser una idea ordenada en la cabeza del otro, porque la propia historia es siempre la excusa para que otro se despliegue, carretee, vuele y aterrice. Cada libro planta vida en mí y me llena de esperanzas. Cada lector me inyecta clorofila (de estos ejemplos se rie Matías). Y es cada palabra, y no la industria editorial, la que reafirma mi vocación. Cuando te piden un libro, te piden una promesa en la tapa, algo así como: “Usted puede solucionar su vida en treinta días”. A mí me gustaría que mis electores se animen a fracasar en la propuesta de encontrar una solución, para descubrir algo más profundo que puede dejar un texto, una experiencia. Pude multiplicarme en ustedes, gracias. Muchas. Más que eso. Aquí y ahora, te comprometo a enseñar lo que sea que creas saber. Patín, matemáticas, inflado de globos, maquillaje, cambiado de cuerito, primeros auxilios. No podemos ver clara nuestra misión sin antes habernos entregado de lleno a ser maestros. No necesitás más que ganas, organización y compromiso. Lo demás fluye. AUTOCRÍTICA, CREYENTE Y ESCÉPTICA Me critico 140 —Viole, sos un colador, todo lo bueno que hacés y que te sucede te pasa de largo —me dice mi amiga. —Sí, siento que todo eso me pasa y sale de mi rápidamente, como si no pudiese incorporarlo, no lo siento como un bagaje personal. En cambio, lo que sufro suma precedentes. —Tenés un ser exigente interno muy poderoso. Tal vez ponderado por vos misma. —Sí, pero no quiero tenerlo más. —Justamente, tu problema es tratar de extirpar tu juez, y lo hacés más fuerte. No se trata de sacarlo, simplemente de miralo. Está ahí, es así. Te exigís y te sentís exigida. Podés saber que es solo una parte tuya. Que está, te ayuda, te pide atención. No lo excluyas. —Qué interesante manera de verlo. Lo que yo siento es que necesito actualizar la versión de mí misma. Darme cuenta de que soy otra y que tengo nuevos recursos. Necesito reconocerme hoy, con mis pérdidas y mis aprendizajes. —Eso también es exigente, Me hacés acordar cuando no querías que te eligiésemos para jugar al handball porque no querías hacernos perder. —Es que tengo razón, no quiero hacerlas perder. —¡Cómo si pudieses! ¿Quién puede hacerle perder al otro algo? Tengo catorce años. Acabo de sacarme un cuatro en Inglés. Nunca saqué menos de ocho en una materia. Miento, siempre siete en Educación Fisica, salvo el año pasado que escalamos el Champaquí. La docente valoró mi esfuerzo (nunca descansaba porque iba última y cuando llegaba a la parada donde hacíamos el descaso, debíamos volver a arrancar la caminata) y me puso un diez. Volviendo a Inglés, estoy muy enojada conmigo porque la prueba fue muy fácil, solo que me olvidé que en la pregunta los verbos no se ponen en pasado. Determino colgarla en el living de mi casa, para ver cada día lo que no debía volver a pasar: un cuatro. Y si la pego en la pared es porque pretendo que siga siendo una excepción. Decido pegarla arriba de una foto que me hizo mi papá donde me compara jorobada y derecha como un antes vs. después. La pared de mi casa gritaba lo que no tenía que volver a pasar: el fracaso y la fealdad. Pasaron los años. La foto y el examen quedaron ahí hasta que me fui a vivir a Buenos Aires. El día que los despegué se salió la pintura de la pared. Ya no reparaba que estaban ahí. Se mimetizaron con el paisaje de mi casa, no me hacían pensar en lo mala y fea que era. Sin embargo, sacarlos fue liberador. Mi aspecto exigente sigue conmigo, junto a la certeza de que haber sido buena alumna y llevar la bandera argentina nunca me hizo feliz ni más querida. Cuando somos exigentes fabricamos verdades sobre nuestras exigencias. Todo tiene que encajar en un supuesto mundo robótico que solo funciona en nuestra mente. Las variables del mundo real no son tenidas en cuenta, el factor sorpresa tampoco. Los tiempos siempre son autoimpuestos y la mente parece una agencia de selección de personal sellada con normas ISO de calidad y excelencia. Tengo un nudo en la boca del estómago, hace años. Si aprieto fuerte, duele. A veces me canso de tenerlo ahí, intacto, calcificado, endurecido. Entonces lo retuerzo con los dedos y le digo: “Ey, vos, que estás ahí, por dolor, por niñez, por miedo, por lo que sea... A ver si te movés y me mostrás qué querés de mí, decime qué es lo que me falta hacer para liberarme y yo lo hago”. La receta. Dame la receta. De nuevo, mi yo omnipotente sin dejar que afloren las sensaciones, yendo a buscarlas con exigencia de resultado. De nuevo yo, por sobre mi nudo, creyéndome mejor y eficiente. Una solucionadora compulsiva. (19) La vida puede ser larga pero muy angosta cuando una se mira desde afuera como una película, pretendiendo ser santa, virgen madre e impoluta. Darnos permiso para encontrarnos con nuestro ser injustas, malas y caprichosas, es un paso hacia la madurez. Cuando alguien se me acerca con actitud segura y desafiante, me corro. Antes de contestar me pregunto una y mil veces si no será que el otro tiene razón. Pierdo fuerza. ¿Este poder de amargarme que tiene “la mirada exterior”, ¿a quién representa? ¿Quién me juzga? ¿Está mal emitir juicios? ¿O es parte de nuestra naturaleza? Tengo un exigidor que parece estar jugando en Láser Shot. Eso me enternece. Es un exigidor muy aplicado que busca pertenecer. Como la mayoría de las partes que me habitan. En definitiva, quiere hacerme feliz. Una noche tenebrosa Casi se hacen las doce. Estamos pasando el fin de año en lo de mi cuñada con mis suegros y mi madre. Matías, en busca de develar sus mecanismos negadores, interroga a sus padres sobre su historia. Su madre se pone muy nerviosa. Empiezan a gritar. Nunca lo vi tan nervioso en público. Le tocó algo muy profundo. La putea. Se va a hablar al cuarto con su hermana. Después llama a su madre y le pide disculpas. Se va a hablar al cuarto con su madre. Todo lo que me empieza entusiasmando del conflicto tano, me termina angustiando mucho. Es un año nuevo atípico para esta familia, en general todo acá es muy “edulcorado”. Soy yo la que, generalmente, hago preguntas “incómodas” para generar un poco de efervescencia. Mi suegra a la defensiva gritando: “¿Para qué quieren saber?”. Mi madre quiere romper el hielo y cuenta la escena de su casamiento arreglado por la organización montonera en el 75. Con esa historia me engancho más. Eran dos abogados de presos políticos,supuestamente del peronismo de base. Si estaban casados y uno caía en cana, el otro podría seguir entrando. Hasta las tres de la mañana seguimos reviendo por qué empezaron a pelear. Dibujo flores y corazones en servilletas para pasar el tiempo. Sé que es un día importante, de quiebre. Se rompen imágenes, títulos y cáscaras. Escribo mi nombre varias veces haciendo garabatos, como cuando me aburría en la secundaria. Escribo Basta en letra cursiva. Mi madre se da cuenta y da vuelta la servilleta para que no se lea. Estamos llegando a casa. El lleva a Cata dormida, yo a Oliverio. En la oscuridad de subir a la pieza, y con un habitual rapto de torpeza, mi hombro izquierdo toca el espejo ovalado que cuelga en la pared. No sé cuánto costó, pero es carísimo. Es el único espejo de la casa. Lo siento caer, atrás de mí, sobre la escalera. Ruego que esté íntegro, ¿Siete años de mala suerte desde un primero de enero? Mientras Matías me acusa de estúpida y se enfurece, estoy hipnotizada pensado en el hechizo. Se partió en veinte pedazos. No es que sea extremadamente supersticiosa, pero comprendo que, si por cientos de años, millones de persona creyeron en algo, yo necesitaría una certeza de peso plomo para revertir esa energía añosa palpitando en mi interior, Me llama la atención, justo hoy, que algo de lo políticamente correcto se rompe. Justo hoy, donde la imagen de lo que somos se transforma en una charla violenta y sincera. Justo hoy, cuando mi madre y yo no somos protagonistas de la tragedia. Ellos se sacaron las caretas, pero el espejo se me rompe a mi. Me tiro las cartas sobre el espejo roto. Parece ser un cambio de ciclo interno. Llenamos la bañera y sumergimos los vidrios sin que nos reflejen en agua con una buena parte de sal. Son casi las seis y estamos encerrados en el baño rodeándonos de palo santo. Hacemos caso a todas las brujerías que buscamos en Internet para salvarnos de los siete años de mala suerte. Como de costumbre, él pasó de la furia al juego y ríe de mis actos mágicos para neutralizar el efecto. Nos sacamos la primera foto del resto de nuestra vida. Los romanos dicen que el espejo no solo refleja el alma, sino que esta puede quedar encerrada si el vehículo que la conjura, en este caso, un espejo, se rompe súbitamente. En algunos casos, los espejos no solo capturan el alma del original, sino que la distorsionan hasta volverla irreconocible. Un caso particularmente inquietante de espejos rotos y maldiciones se produjo en 1725, fecha de nacimiento de María Sophia Margaretha Catherina von Erthal, quien, ya en la adolescencia, descubrió que su espejo no solo le devolvía una imagen más bella y perfecta que el original, sino que este era capaz de hablar con cierta autonomía. Lamentablemente, María Sophia (el personaje real que inspiró el cuento Blancanieves) rompió accidentalmente una esquina del espejo, desencadenando siete años de pésima fortuna. Cuando un espejo se rompe, afirma la leyenda, también se rompe la conexión entre el original y el alma. En cierta forma, el alma queda atrapada en esa realidad inversa. De esta forma, el sujeto queda privado de su alma, de su esencia, dejándolo a merced de toda clase de calamidades. Algunos sostienen que esta dinámica entre el alma y los espejos es la que sostiene la novela de Oscar Wilde, El retrato de Dorian Gray. A simple vista podemos creer que no se trata de un espejo en absoluto, sino de un retrato, pero el alma de Dorian Gray queda atrapada en él, una especie de espejo rígido, estático, un sarcófago espiritual que refleja oscuramente los tintes de su alma corrupta. Ahora bien, ¿por qué la maldición solo se extiende durante siete años? ¿Qué ocurre después de este periodo? Los romanos consideraban que el alma se renueva cada siete años, de modo que solo basta soportar este tiempo de calamidades para volver a la normalidad. Otros calculan que ese es el tiempo que le toma al alma abrirse paso desde su prisión de cristales rotos y así volver a su lugar. En la antigúedad existían varios ritos para contrarrestar la maldición de los siete años de mala suerte. El alma rota en los cristales debía ser pulverizada. Si no hay reflejo, siquiera parcial, el problema se resolvía fácilmente. Los fragmentos del espejo roto debían ser reducidos a polvo. En la Edad Media, en cambio, se sepultaban los pedazos del espejo roto junto a las raíces de un árbol. (20) Ya estoy durmiéndome, me doy cuenta. Parece el primer día de un ciclo escolar. Me acompaña Fernando hasta la puerta. Entro con mi uniforme. Todo está distinto, hay escaleras más empinadas y altas, una cúpula nueva ilumina el hall. Felicito a la directora y le pregunto si habrá algún cambio en la propuesta educativa coincidiendo con estos cambios edilicios. No me da un buen pálpito una escalera tan larga y lujosa. ¿Adónde tenemos que llegar? Me dice que desde ahora se privilegiarán la excelencia y las normas. Que todos los alumnos subiremos hacia aulas nuevas, donde docentes exigentes nos pedirán más de lo que podemos dar. No estoy para nada de acuerdo. Le aviso que me voy a cambiar de colegio si las reglas nuevas son estas. Admiro mi capacidad de decir lo que pienso sin tapujos. Se denota un año distinto. De la escuela soy raptada por un equipo de inteligencia coordinado por un hombre de anteojos negros, que se mueve en un auto de tipo Batimóvil. En el viaje tengo un ataque de pánico, pero sé que por eso no me van a bajar. Empieza una película de acción. Percibo que estoy allí para cumplir pruebas. A partir de ahí tengo varios niveles de conciencia simultáneos. Sé que estoy dormida. Sé que estos tipos me van a hacer pasar pruebas que son mentira, engañándome acerca de mi propia muerte. Sé que ellos no saben que lo sé. Estoy en una cueva con otras mujeres, estamos con los ojos cerrados y tenemos cuchillos. Debemos obedecer la orden de tirarnos cuchillos entre nosotras. La que sobrevive, gana. Prefiero morir pronto, pero sé que estoy soñando, y sé que es una tortura virtual, que en realidad no van a matarnos. A su vez todas tenemos anteojos que nos proyectan imágenes de suicidios y de estar lastimándonos. En las imágenes me desangro. En la “realidad” me están poniendo agua entre las piernas para que crea que estoy muriendo. Estoy en el borde, entre creer la historia o hacer fuerza para recordar y sacarme los lentes que proyectan. Me los saco. Solo estoy en una casa oscura. Corro, empiezan a perseguirme para meterme de nuevo en la Matrix. Sé que el líder de la banda es mi marido y tengo un hijo con él. Mi hijo llora. También sé que si me acerco obtienen el grado de hipnotismo necesario para volverme a meter. Me enojo, con un hijo no se juega. ¿Será un hijo virtual? ¿Estaré durmiendo? Encuentro la manera de mantenerme despierta con un gotero para ojos. Me pongo dos gotas cada medio segundo. Mientras tanto me apuro a preparar a mi hijo para escaparnos. Trato de despistar a mi supuesto marido diciendo lo mareada que estoy y la cantidad de cuchillos que creo sentir en el cuerpo. Más gotas en los ojos para mantenerme en “esta realidad”, rápido. Me acorralan, me quedan solo dos gotas en los ojos y tengo que escapar. Mientras corro recuerdo que estoy en un sueño y que se me rompió un espejo. Comprendo que tengo que salir sola, tomo el auto de Batman y manejo a toda velocidad. Me alejo sola, con dolor. Voy comprendiendo que todo era parte de mi imaginación. En un momento del viaje la señal se corta, y solo veo una pantalla mal sintonizada. Acabo de salir y me estoy por despertar. Se me revela un secreto: cuando vuelva al mundo real todo lo vivido no quedará en la memoria y por lo tanto correré el riesgo de ser nuevamente seducida a ingresar. Hay una memoria oculta de vidas oscuras al otro lado del espejo. Cuando ingresamos en esa realidad no recordamos nuestra vida ordinaria, hasta que tenemos un pálpito,no somos de allí, nos están manipulando, merecemos la verdad. Cuando logramos salir, en la transición sabemos que cuando volvamos a ser lúcidos perderemos el contacto con este aprendizaje y seremos vulnerables al engaño. Aun así, nos arriesgamos a vivir de nuevo. ¿Algún día tendremos mayor conciencia de los estados espejos? Esos en los que somos conscientes de todas nuestras realidades simultáneas y donde sabemos que la seducción existe, pero la capacidad de elección también. Al estar en el terreno medio entre dos vidas se nos revela el secreto. Hay una memoria que no está en la memoria. 19. En mi libro Entrá en crisis abordo el problema de ser un solucionador y la importancia de entrar en el conflicto para sentirlo y no para resolverlo desde nuestra perspectiva. 20. Fuente: http://elespejogotico.blogspot.com.ar/ Mi credo 148 Escuchar todas las voces sobre un tema no es sencillo, Parece mucho más atractivo comprar un gurú, un sistema de depuración corporal o todo lo que dice un libro de yoga. A veces se vibra con las palabras de alguien, como recordando algún saber olvidado. Sin embargo, es nutritivo poner en duda todo. La versión oficial y la alternativa. Hay mucho “pack” sobre espiritualidad, verdades que vienen en combo, organizaciones donde tenés que cumplir ciertos requisitos o vincularte de tal o cual manera. Descontfío, principalmente, de aquellos que quieren evangelizar, convencer o critican otros sistemas para privilegiar el propio. Es incómodo leer blogs de detractores de quienes practicamos o creemos “cosas” con poco asidero científico o como ellos dicen: “Con respaldo de estudios realizados sin rigurosidad metodológica”. Pero vale la pena conocer las justificaciones de aquellos que piensan diferente. Algunas de ellas son muy razonables. El problema raíz es el análisis de un paradigma fuera de su contexto, o desde el paradigma adversario. Creo en todo en lo que esté generando vínculo con un ser determinado en un momento particular. Lo efectivo es la medida de lo verdadero. No creo en verdades o teorías, sino en hombres y mujeres afectados por sistemas y síntesis, Si te resulta, es por ahí. La Biodecodificación Rizoma es una síntesis de un recorrido personal sobre verdaderas efectivas para mí, pero la metodología está abierta a transformarse. Somos los terapeutas los que debemos interrogarla, utilizarla y modificarla. No es el método que nos moldea, somos nosotros que le damos valor. Soy creyente de algo más grande. La ley que más me gusta es la de correspondencia. Como es arriba es abajo, como es adentro es afuera. Si cada organismo está compuesto por diferentes tejidos y unidades de vida, todo el universo funciona así. Somos parte de un organismo más grande, estamos al servicio de un misterio, cooperamos con un director de orquesta al que no le hemos visto la cara. Primero amamos, u odiamos, estableciendo un vínculo con *la cosa”, y recién después hacemos uso de todas las justificaciones intelectuales, políticas e ideológicas de nuestra elección hecha mucho antes, desde la emoción. La emoción elige por su historia, por repetición, por lealtad, por intuición, por mandatos, por no poder ver la propia sombra. Ese “algo más grande” es como una fuente. Se puede conectar con ella aun sin conocer sus dimensiones. Te conectás y una energía suprema te llega. El error humano no existe en términos de la fuente. Lo que venimos a aprender lo aprendemos, tarde o temprano, con más o menos sufrimiento. De vivir con plenitud, entregados a la fuente, se trata el destino. De elegir potenciar lo que nos nutre, concordar con lo que nos pasa y soltar lo que no nos pertenece. Así como en las iglesias veo figuras sufrientes a dos metros del piso y espacios altos e inalcanzables (los hombres pecadores abajo y los santos 151 limpios y mártires arriba), en algunos rituales orientales está presente la manipulación, basada en estrategias de captación con mantras, sonidos, posturas y túnicas. Occidente usa a Oriente como un mecanismo de captación de los relegados de la sociedad, de los que se sienten sapo de otro pozo. Un triunfo más del capitalismo. Como dice una amiga mía, los hippies suelen tener padres ricos y los burgueses guías espirituales. Dejé de creer en todos los objetos y remedios creados para salvarnos. No es cierto. Ningún medicamento, ni globulito, ni imán, ni flor, ni planta, ni aceite, ni parche, ni cristal es responsable del milagro de curarnos. Tampoco un saber, ni un doctor que consiguió ese saber. Lo único que puede sanar es el vínculo, lo que somos capaces de generar con nuestras herramientas de apoyo, nuestra autointegración. Dicen los humanos, que los humanos, mediante nuestra “inteligencia” vamos a acabar con el mundo. No estoy tan segura. Más bien creo que la naturaleza creó, mediante la mente humana, la manera de generar saltos evolutivos inéditos. Hasta ahora evolucionábamos a través de cambios en el ADN originados por usos y costumbres a lo largo de los milenios. Ahora, el ADN humano es capaz de modificar su propio ADN. ¿Le ganamos la carrera a la inteligencia de la naturaleza? ¿O somos parte de ella, y es ella la que a través de nosotros crea nuevas formas que nos contienen pero que nos superan? ¿Será la Tierra la que nos pegue una patada en el traste cuando ya no nos soporte? No tenemos idea para quién estamos trabajando, pero deberíamos comprender que somos parte de ello, de una inteligencia superior, de la inteligencia planetaria. Tenemos acceso a la sinapsis de la inteligencia colectiva, y “bajamos archivos” para nuestra propia vida. Todo está ahí disponible, desde siempre, como estuvo el sol mucho antes de poder ofrecerle vida a la célula, pero ahora tenemos la sensibilidad necesaria para tomar esa información. El problema es que seguimos siendo depredadores, esta vez mentales melancólicos, que quisiéramos seguir asilándonos y beneficiando solo a nuestra tribu, cuando el aprendizaje está en ponerse a disposición de lo colectivo y de la mixtura. Estamos destinados a chocarnos los unos con los otros, y a poder acceder a información no comprensible, Seremos sensibles a lo no comprensible. Atemoriza o da paz. Depende de cómo lo mires. Aquí y ahora, escribí un listado de autocríticas lo más extenso y detallado posible. Después, identificá quién te dijo o sugirió cada una de las frases. ¿A quién calificaste, vos, así? ¿Cuál de todas estas calificaciones que te hiciste te hará cambiar, crecer o evolucionar? Además, hacé tu propio Credo: en qué y en quiénes creés. VIEJA Y MORTAL Me siento vieja 153 Un estudio examinó los cerebros de mujeres que habían muerto, descubriendo que el 60 % de los cerebros contenía células masculinas. El microquimerismo es el resultado del intercambio celular a través de la placenta, pero recientemente se descubrió que esto también ocurre a través del cuidado maternal propio del amamantamiento e incluso se ha observado que los gemelos también intercambian células en el útero. Científicos consideran la posibilidad de que células de un hijo anterior puedan pasarse a otro hijo más joven a través de la placenta en su posterior gestación. Las mujeres pueden mantener células microquiméricas de su madre, así como de sus embarazos, y hay evidencia de que existe competencia entre las células de la abuela y de los hijos en la madre. No se sabe del todo cuál es la función de estas células, pero se cree que pueden participar en la restauración del tejido de manera similar a las células madre y pueden tener un papel en el sistema inmune. Se ha encontrado una mayor cantidad de células microquiméricas en la sangre de las mujeres sanas en comparación con mujeres que tienen cáncer de mama. (21) ¿Quién está vieja? ¿Soy yo? ¿Es mi percepción? Tengo clara a la niña que ruge y juega adentro de mí, y también a la vieja que está en proceso dey los invita a desandar su propia historia paso a paso. En Todo lo que soy capaz de (no) decir y sobre todo en Con estos restos (que solo se consigue en mi tienda online) seguí contando mi historia y todo lo que transformé con el crecimiento de mis hijos, la profesión, el amor a destiempo y los duelos. Gracias por el enorme apoyo que han tenido mis nueve libros, y gracias por cómo se han apropiado de este, mi libro confesional, el texto en el que entregué cada escena de mi vida para que sea la escena de todos y todas. Fue profundamente pacificador compartir esta historia con ustedes. ¿Qué pretendo con este libro? Estar al servicio con mi propia historia y de la historia de ustedes. Ofrecer un relato desnudo, cargado de honestidad, humor, detalle y profundidad. ¡Están invitados a hacer lo mismo! Pretendo mostrar mi crecimiento en los aspectos más importantes de la vida, dejando en evidencia que el crecimiento no es lineal, que no se asciende, que duele. Si repito la historia de mi familia me doy cuenta. Si estoy comiendo compulsivamente me doy cuenta, si estoy necesitando ser el centro, también. Si mi cuerpo está desconectado o deshabitado me doy cuenta. Este libro narra ese darse cuenta desde una mirada honesta, profunda, autocrítica e irónica sobre los roles femeninos, dándole agenda a temáticas políticamente incorrectas como las cirugías plásticas, la menstruación, las adicciones, la masturbación y la muerte. La segunda parte es una exposición de historias de mujeres que se dan cuentan de sus repeticiones a partir de conflictos físicos y emocionales. Nos proponemos encontrar el hilo conductor y la temática de cada historia (y de cada prehistoria) bajo mi método: la BioRizoma. BioRizoma es un método de trabajo innovador que teje la Biodecodificación con otras disciplinas como la psicogenealogía, la PNL, las constelaciones familiares, la Gestalt, el chamanismo, la Bioenergética y la psicomagia. Nuestra metodología no se parece a otras escuelas de Biodecodificación ni trabaja bajo el mismo enfoque. Aprender el lenguaje del síntoma propone hablar un nuevo idioma. Desde Rizoma, (5) el abordaje se lleva a cabo con portales de información puntuales (la historia biográfica, el árbol genealógico, las fotos de la infancia, el análisis de los nombres, etc.) y está desarrollado por un equipo multidisciplinario de profesionales de la salud, la educación y las artes. No pretende resetear a nadie ni se realiza en una sola sesión porque tiene en cuenta al consultante en su totalidad, como un sujeto activo que habilita un proceso de transformación a través del vínculo con el facilitador. Este abordaje no reemplaza el tratamiento médico ni psicológico. Dentro de este enfoque se puede trabajar todo síntoma, entendiendo como síntoma cada conflicto o dinámica vincular que te incomode o te duela. Este libro está para escribirse, dibujarse y personalizarse. El camino de la transformación ya comenzó. 5. ¿Por qué Rizoma? Es un concepto que la filosofía toma de la botánica, que significa tallo subterráneo con varias yemas que crecen de forma horizontal emitiendo raíces y brotes. En la teoría filosófica de Gilles Deleuze y Félix Guattari, un rizoma es un modelo descriptivo O epistemológico en el que la organización de los elementos no sigue líneas de subordinación jerárquica —con una base o raíz dando origen a múltiples ramas, de acuerdo con el conocido modelo del árbol de Porfirio—, sino que cualquier elemento puede afectar o incidir en cualquier otro (Deleuze £ Guattari 1972:13). PRIMERA PARTE El libro de mis roles, todos marcados en el cuerpo HIJA Miedo a todo 25 Apendicitis. Tengo siete años y me averiguo todos los síntomas y las maniobras de diagnóstico para la apendicitis. Es como la varicela, pero peor, un día te invade y terminás internada y operada. No podés hacer nada para evitarlo. Ascensor. Tengo seis años y me quedé encerrada en el ascensor de un garaje en pleno verano santafecino. Desde ese día no subo ascensores de ningún tipo. Mi mejor amiga vive en el piso trece, Conozco todas las escaleras de la ciudad. Nunca visité la cupulita del Monumento a la Bandera. Barcos, subtes y aviones. No pienso subir a ningún medio de transporte del que no me pueda bajar en la mitad del viaje, cuando me dé un ataque de arrepentimiento. Hago terapia conductista para poder tomar un avión y visitar a mi hermana en la Patagonia, tengo doce. La licenciada me lleva, supuestamente, a carretear (y solo carretear) en una avioneta, pero ya tiene contratado el vuelo bautismo. Parece que mi madre lo pagó por anticipado. Volamos: la psicóloga conductista, yo, y además una psiquiatra llamada Cielo, por las dudas de que me caiga mal el engaño. Apocalipsis. Estoy segura de que en agosto de 1999 se termina el mundo. El día señalado no voy al colegio y examino el cielo imaginando cómo cae una bola de fuego y muero. Espero sea de pronto, por el golpe, antes de calcinarme. Me lamento por no haber podido ser madre antes del fin de mundo. Tengo catorce. Vacunas. Estoy por ingresar a primer grado. Mi mamá y yo hacemos la cola en una farmacia, ahí vacunan para el ingreso escolar. Como me está por tocar el turno salgo corriendo a la calle, gritando: “Esa mujer no es mi madre, me quiere raptar”. Tormenta. Tengo once. Me asusta que el cielo se ponga gris. Temo que la tormenta no me deje volver a casa o que el viento me vuele. Justo antes de que se largue a llover tomo el primer taxi que veo, esté donde esté. Me escapo del espectáculo de circo en el que estamos sentadas mi madre y yo, estoy segura de que la carpa no resistirá la tormenta y todos moriremos. Esta vez mi madre se enoja mucho y deja de hablarme durante días. Me siento culpable cuando el cielo se despeja después de una simple lluvia de verano. Leucemia. Como el cáncer de huesos, es propio de niños y jóvenes. Ruego que pasen los años hasta llegar a los veintiuno porque disminuye la probabilidad de contraerlo. Cualquier moretón es indicio de cáncer en la sangre. No tener para comer. Veo que mi mamá se queja de que no llegamos a fin de mes, pero toma taxis como medio de transporte regular y se compra todas las colecciones de arte que vienen con La Nación y el diario La Capital. Está gastando una fortuna en libros que no lee y dice “usar para trabajar” pero aún están envueltos en su plástico original. Me enojo cada vez que hace un gasto innecesario. Pienso administrarle el sueldo. Si mamá se muere. Tengo cinco años y le pido el teléfono de la empresa de emergencias por si le pasa algo. Sentiría terror al ver su cuerpo muerto y no poderla despertar. Si ella se muere yo no seguiría viva, sin ella no hay nada. Fuma, y mucho. Cuatro paquetes por día de Le Mans suaves largos. Si tiene un breve despertar nocturno se levanta a fumar. Estoy segura de que pronto morirá de cáncer de pulmón. Me arrodillo rogándole que deje. Escondo y tiro los cigarros. Se los encuentro en los escondites más rebuscados. Deja de fumar cuando cumplo doce, porque la operan de un supuesto cáncer de ovario que termina siendo benigno. ¿Si muero yo por fumadora pasiva durante doce años? Todavía temo. Vomitar. Tengo cuatro. Cada viaje a Buenos Aires para visitar a mi papá vomito. Mi madre me lleva un té con leche en mamadera y una toalla para limpiar el vómito. Ahora tengo trece y tomo Sertal cada noche. Me levanto a la madrugada con el vómito en la garganta. Hago cualquier cosa para no vomitar. Camino alrededor de la mesa rogando que pase. Cuando mi papá me lleva de vacaciones con su mujer, las náuseas empeoran. Nadie me cree que estoy por vomitar y que yo no sé cómo se hace, que me da terror. Si mamá no llega. Hace cinco minutos que tendría que estar de vuelta. Ella sabe que me pongo así, por eso me pone una hora máxima alejada de la que piensa que va llegar en realidad. Si todavía no estádeterioro. ¿Dónde está la mujer? Tengo quince. Entre mi tía Dora, que va al súper con noventa años y todo su cuerpo jorobado, y yo, no hay mucha diferencia. La miro quedarse dormida en el sillón viendo la novela. La miro con ganas de congelarla porque sé que pronto se va a morir y la extrañaré profundamente. Sus baños de inmersión, las medias tejidas con hilo y no lana, para que no me piquen, la bolsa de agua caliente. Quedarse sentada al lado de mi cama hasta que me duerma. A veces pienso que llegó a los noventa porque nunca tuvo sexo. Dicen que es virgen. Dicen que de niña no la amaron, que no la levantaban de la cuna ni la abrazaban. Cuenta la leyenda que amó a alguien con quien no la dejaron formar pareja. Como hija menor se dedicó de lleno al deber de cuidar a su madre. Y después a sus sobrinos. Y ahora a los hijos de sus sobrinos, como yo. En general, vengo a verla, aunque no tengo ganas, porque está muy sola. Sé que cocinarme es algo importante para ella. Viejita linda. Cuánto quisiera que llegue a tener en brazos a mis hijos. Siento el cuerpo cansado, llovido, atrincherado. Retorcido, Ojalá sea cuestión de tiempo esto de dejar de ser viejo como Benjamin Button. La creencia de estar fallada ha contribuido con este esquema corporal, en el que me veo angosta y desvitalizada. Hay escenas en donde me siento fuerte: amamantando, bicicleteando o haciendo Bioenergética. Quiero hacer que mi mundo interior se expanda y sea un campo magnético que incluya todo lo que me pierdo día a día, cuando por estar en mi vejez no estoy en ningún otro lado. El problema no es mi vejez, sino la sensación de que se me acaba el tiempo. Corro. Para llegar a quién sabe dónde. Por miedo a tener una vida mediocre. Porque mañana puede no haber nada. Un pensamiento basado en la escasez. Mi mente fijada en los dramas del pasado. Mi cuerpo floreciendo en el ahora. Yo queriendo actualizar —de una buena vez por todas— la versión de mí misma. Era más vieja a los veinte que a los treinta. Lo que rejuvenece no es mi cuerpo, es mi forma de mirar. Voy al encuentro de La Mujer. Madurando a la niña y deconstruyendo a la vieja. Entre los veintiocho y los treinta años, Saturno (el planeta de la ley, el orden, el trabajo y la realidad) retorna a su lugar inicial en la carta natal. Durante el retorno de Saturno salí diez veces seguidas sin paraguas en días de tremendas tormentas con el ingenuo pensamiento de “seguro va a parar” o “no me voy a mojar, voy al colegio de los chicos y vuelvo”. Lo que cumple un ciclo, a los veintiocho años (y también a los cincuenta y seis) es el pensamiento mágico. Tenemos que hacernos cargo de nuestra ingenuidad y de que las cosas tienen gravedad y consecuencias. Entonces, cuando uno es capitán de su barco, no es marinero. Cuando se comanda un barco, se escucha al viento, al cielo, a la marea. Se escucha a la gente. Pero también se toman decisiones y se sostienen. Incluso cuando se transforman en espacios de tensión o disputa. Incluso aunque algunos buenos y queridos de nuestros muchachos no estén de acuerdo, o no se sientan bien representados. No nos iremos de nuestro rol cuando las cosas se pongan difíciles. Encontrarnos con el hombre o la mujer que somos, con el adulto que nos sostiene, requiere dejar de mirar permanentemente a la niña y a la vieja, dejar de repetir el pasado y de anticipar compulsivamente el futuro. Necesitamos estar a cargo del barco, de una buena vez por todas. Las separaciones Tengo una particular atracción por los finales. Saber qué pasa cuando algo se agota, cuando las personas se despiden, cuando las carreras se terminan o las profesiones se desarman. Sería como una pasión/terror por la muerte que le pertenece a la vida. No soy ingenua del tiempo cíclico. Las cosas avanzan hasta ser magníficas y opulentas, y luego, sin mucho andar de por medio, se desinflan, se marchitan, se desintegran. ¿Cuán atractivo y oportunista puede ser ese instante en el que entendimos que algo se desarma? Mis despedidas amorosas son postales con olor y música en mi cabeza. Casi siempre con la letra de El último café en la voz de Julio Sosa (“Recuerdo tu desdén / te evoco sin razón / te escucho sin que estés / Lo nuestro terminó / dijiste en un adiós / de azúcar y de hiel / Lo mismo que el café / que el amor, que el olvido / Que el vértigo final / de un rencor sin por qué / Y allí, con tu impiedad /me vi morir de pie / medi tu vanidad / y entonces comprendí mi soledad / sin para qué / Llovía y te ofrecí / ¡el último café!”.). (22) Un colchón destartalado en el medio de mi casa. Sé que tenés algo para decirme. Tenés la certeza de que lo nuestro no es nuestro, que no va para ningún lado, que no se puede rotular. OK. Rotulemos en un NO profundo, triste, desarraigado. No puedo dormir esta última noche con vos, no puedo proyectarme a mañana vacía, sin tu aliento, sin tu olor, sin tu sonrisa. Pero así es, así somos de sanos, adultos e insensatos. Así nos dejamos ir, porque no nos queríamos lo suficiente. Compraste facturas, las comimos en la terraza, llorando al sol, entendiéndonos. Vos tomaste el subte, yo un taxi a la vuelta de la esquina. Te quiero. Te llevo en el alma. ¡Chau! Estoy sentadita, indefensa, esperándote en los escalones de la puerta de tu edificio. Hace mucho frío, pero venís desabrigado. Te veo llegar sabiendo que te perdí para siempre. Viste mis piernas blancas en invierno. Viste mis brazos sin lucha, sin sueños. Mi pubis aplastado. Hay ravioles comprados. Quiero agua. Estás, pero no estás. No sé a quién le estoy pidiendo que me alcance el vaso de vidrio. No sé a quién le estoy mordiendo la espalda y gritando de dolor. Vamos perdiendo a nuestro bebé. Fue el dolor más injustificado de mi vida. Me subo a tu auto, pero no tengo fuerzas para ponerme el cinturón. Y no sé cómo abrazarte, para sanarnos los dos, para pedirnos perdón. Te quiero. Te llevo en el alma. ¡Chau! Te acompaño desde las siete de la mañana a hacerte estudios al Hospital Francés y a la Fundación Favaloro. Queremos que tu trombosis sea puro pasado. Vamos con tu madre como soldados de batalla a tu lado. Leemos un libro de chistes en la larga espera. No me mirás. Mastico tus chicles de menta como mastico tu indiferencia. Son las cuatro de la tarde y salís de la última ergometría. Te sentás mareado en una calle perdida cerca del Congreso. ¿Vos me querés dejar? Silencio. Te compro un chocolate y nos despedimos. Lloro todo el viaje hasta la psicóloga. Pero te agradezco la implacabilidad de tu decisión, sin vueltas, me depilaste de un tirón. Te quiero. Te llevo en el alma. ¡Chau! Venimos de Rosario. Un micro frío. Los dos separados por el apoyabrazos, coche cama. Ya te había dicho que era el final, que ya no siento lo mismo, que no te espero ansiosa en cada viaje y que no tengo ganas de viajar a Buenos Aires a verte, Se me acabó el amor. Estás roto, duro, marchitado. Y yo soy demasiado joven para darme cuenta. Nos subimos al subte en Retiro. Este será nuestro último viaje. Me bajo yo, tengo que hacer combinación en Diagonal Norte, vos no. Te beso, cruzo la puerta y te escucho partir en la oscuridad del túnel, hacia Constitución. Muy cinematográfico. Después me dedicaste tu primer libro de filosofía. No lo merecía. Te quiero. Te llevo en el alma. ¡Chau! Se volvieron a encontrar a la nochecita. Estaban cansados, porque no era fácil andar solos y para cualquier lado. Juan y María se abrazaron muy fuerte y se contaron cosas. Juancho contó, mientras se desataba los patines, que en el barrio tenía un amigo que se llamaba Bartola. Marita contó que, junto al quiosco del andén, siempre había campanillas azules y geranios rojos. Sé que voy a morir Antes de morir quisiera tener varios nombres, una vida sin hijos, una con siete y dos pares de mellizos. Antes de morir quisiera construir una casa en un lago de un paíscon clima cálido todo el año. Antes de morir quisiera ser presentadora de televisión y actriz de cine. Antes de morir quisiera inventar hospitales del alma para Pinochos malheridos, y también quisiera ser neurocirujana, trasplantar un corazón y salvar un pingúino. Antes de morir quisiera haber visto el túnel con su luz al final, y haber vuelto. Antes de morir quisiera viajar en el tiempo para ir a mi adolescencia a decirme que no me haga tanto problema. Antes de morir quisiera enamorarme de un hombre canoso, grandote y esperanzado. Antes de morir quisiera dirigir una revista. Antes de morir quisiera aprender a hacer una fiesta. Antes de morir, que la ropa de invierno me quede bien. Antes de morir, que mi casa pueda pintarse todos los años de diferentes colores. Antes de morir, nuevos sabores, sin restricciones. Antes de morir, películas de las buenas, y abrazos largos y nutritivos. Antes de morir, mis hijos ubicados y felices, por favor. Antes de morir, mis nietos en escuelas libres, vivas y reinventadas. Antes de morir, la costumbre de nacer y morir dignamente. Antes de morir, tirar la totalidad de mis pertenencias y volver e empezar. Antes de morir, dejar de hacer las cuentas para llegar a fin de mes. Antes de morir, fotografiarme, dejar huellas, crear mundos. Antes de morir, vivir más vidas, ser mosquito, taxista y física nuclear. Antes de morir, llamarme Lila, Celeste, Blanca, Almendra, Alondra, Anaconda. Antes de morir, tierra, fuego, aire y agua. Antes de morir, abolir las salas de espera y las colas. Antes de morir, personajes, escribirlos, vivirlos, creerles, quererlos. Antes de morir, imperfecta, divergente y múltiple. Antes de morir, reducir la velocidad y aprender a elegir, sin sentir que me perdí la mitad de mi vida. La perdí diciendo que la voy perdiendo. Si no supiera que voy a morir y envejecer mi vida sería distinta. No me habría apurado por tener a mis hijos, escribir mis libros ni depurar mis intestinos. Si creyera que cada instante no es uno menos, ni que mis funciones están sentenciadas a deteriorase cada día, sería verdaderamente libre. Tan libre que no habría foco ni metas. Tan libre que nada tendría valor ni tiempo. Tan igual que ayer y que mañana, que no sabría qué desear ni qué cambiar. Tan libre que podría quedarme días en la cama sin producir absolutamente nada más que mocos y de- sesperanzas. Tan libre que muchos podríamos elegir suicidarnos de hastío. de repetición, de falta de superación. Muchos podríamos elegir volvernos locos, o ser experimentos vivos de la NASA. Todos, un día, aprenderíamos a poner nuestras vidas en peligro para que la adrenalina nos cambie, nos limite y nos transforme. Votaríamos a favor de la eutanasia sin justificación, y nos entrenaríamos en ser doulos de la muerte, proponiendo nuevas drogas alucinógenas y comidas de lento entumecimiento. Yo, sin muerte, sería pálida e insulsa. Mis miedos serían tan grandes como hoy, pero en un tiempo congelado, enlentecido, decolorado. Dicen que quienes viven menos intensamente, bajo una actividad metabólica pobre, duran más años, como las tortugas. Si respirás más lento, latís más lento, tenés menos orgasmos y te negás a tener hijos, podés asegurarte una década ganada. Resulta que por ningún lado hay negocio. Te hacen elegir entre sentir y permanecer. El filósofo argentino Darío Sztajnszrajber habla de animarse a perder el tiempo como un acto de resistencia ante la idea de que el tiempo es un producto que debe ganarse o invertirse. ¿El tiempo viene o nosotros vamos? ¿Estamos llegando a la Navidad o la Navidad se acerca? El tiempo eterno es lineal. El tiempo nuestro, el de la Tierra y del Sol, es circular. No podés impedir que tus hijos crezcan, aunque te encantaría que se queden diez años repitiendo “*babau” en vez de perro, “oruga” en vez de tortuga. No podés impedir que vuelva el invierno. No podés impedir morir, porque solo la muerte garantiza la vida. Solo que tus hijos crezcan garantiza que estés presente en cada nueva palabra y onomatopeya. Solo que el invierno vuelva permite que se prepare el verano, y solo un gran gran gran caos puede parir una estrella. Ya no quiero ser perfecta Stop. Va de nuevo. Hay cosas incuestionables que no comprendo. Cosas simples que, si se revisaran, nos cambiarían la vida. ¿Parir acostadas? ¿Depilarnos toda la vida? ¿Tacos para ir a bailar? ¿Protegernos del sol? ¿Juntarnos todos a comer cerdo el 24 de diciembre? ¿Que te traten mejor en un avión que en un hospital? ¿Ir a comprar al shopping, abierto hasta las cuatro de la mañana, corriendo al local de descuento de turno? ¿Esperar diez años en lista de adopción? ¿Resfriarnos todos los inviernos? ¿Tomar dos litros de agua para tener la piel divina? ¿Consumir leche para fijar el calcio? ¿Tener un ataque al hígado? ¿Hacerse colposcopía todos los años? ¿Trabajar trescientos cincuenta días al año para pagar el relax de quince? Usos y costumbres que parecen hechos. Modas extrañas e incómodas. Sonrío al pensar que algún día haré la prueba de transformar una idea muy bizarra en moda, a ver qué pasa. Nunca más podré confiar en el modelo que los demás me piden que cumpla. Simplemente porque no confío en su lógica. Tampoco en la mía, porque soy un ser obtuso y cambiante. Elegir escribir libros y trabajar independiente me ha quitado vacaciones y calidad en mis vínculos. Fui flaca, joven y atractiva, y no me sentí satisfecha. Fui una madre presente, y Catalina acaba de susurrarle a una muñeca: “Mamá tiene el peor trabajo del mundo, escribe hasta los domingos”. Tal vez ser perfecta pueda equipararse a morir de vieja, con el cuerpo disponible, habiendo podido conservar la dignidad de ir al baño sola cada día y recibiendo noticias de nietos vitales y animados. Creo que ser perfecta es tener nuevos deseos cada año y comprobar que nuestros hijos no se repiten a sí mismos. Ser perfectas es aceptar y tomar la vida con la muerte incluida, riéndonos de no poder, de no llegar, de abandonar luchas intrascendentes. Sos perfecta cuando renunciás a ser perfecta y eficiente, cuando dejás de rendir cuenta por tus actos y tus dichos. Cuando la perfección te toma tal cual sos hoy y no vas corriendo hacia ella. Cuando aprendés que ser equilibrada consiste en estar permanentemente arriesgada a perder el equilibrio. Cuando no esperás que te digan: “Te portaste muy bien”. Perfecta es la mujer que enaltece sus partes saludables y maduras, a pesar de mirar sus partes oscuras y no crecidas. Perfecta soy, cuando nunca, en ningún lado, me siento sapo de otro pozo. Aquí y ahora, ¿qué harías si ya fueras bella/o, exitoso/a, rico/a, perfecta/o? ¿Qué elegirías hoy si ya fueras todo lo que deseás ser? ¿Qué finales agradecés y por qué? ¿Qué le dirías a esas personas de las que te has alejado? ¿Qué es lo nuevo que se abrió a raíz de lo que murió en el pasado? (23) 21. Fuente: mamanatural.com.mx 22. En mis libros Ensambladas y Con estos restos, ahondo sobre el tema de las separaciones de pareja. 23. Para saber más sobre tanatología, duelos, fin de vida y trabajar el miedo a la muerte podés consultar mis libros Con estos restos (LPS, 2022) y Entrá en crisis (Planeta, 2022), o acudir a mis talleres sobre el tema. SEGUNDA PARTE - . El libro de las mujeres que le pusieron el cuerpo LA BIORIZOMA Antes de empezar 164 Quise hacer un libro con movimiento, un libro que no es para mi porque repararme en cada palabra es un efecto secundario. No solo busco que te identifiques, sino que asistas a un hecho expresivo. Que te conmuevas, que te preguntes, que te enojes conmigo, que te incomodes, que te armonices. Me preguntan si no me expongo demasiado. Creo que no me expongo nada. Aunque quisiese exponerme, no puedo. Las palabras nunca logran contar quién soy, porque ser es mucho más que un relato intenso. Ser es un verbo mutable. El texto perdura, mi lugarfrente a las verdades del texto cambia, se renueva. Aun así, me abro, me muestro hasta los huesos. Lo intento, me dejo ver, pero no puedo exponerme. Mi obra habla de mí, pero no soy yo. Algunos miembros de mi familia me pidieron que corte extractos en los que aparecen. Mi padre me pidió que no cuente la historia de sus padres porque seguramente hiera a sus hermanos: “Esperá diez años que mis hermanos y yo estaremos muertos”, me dijo. Eso desató una crisis, otra vez mi padre no prioriza mi necesidad de reparación. Sin embargo, terminó sugiriéndome solo unos pequeños cambios, contemplando mi visión. Mi madre, aun siendo una figura pública, se situó en un lugar muy amoroso: darme total libertad para mostrar con transparencia quiénes somos. Lo que más me gusta de lo que se me otorga cuando escribo (se me otorga, no es mío, me viene y después se borra cual abducción extraterrestre), es el prisma holográfico de puntos de vista que toma el relato. Como una mamushka. Se hace chiquito y luego grande. Habla la madre, la hija, la madura, la mujer, la niña, la profesional, la artista, la mediocre. Lo difícil es contar de qué se trata la obra, porque la obra es una experiencia, no puede reducirse a una sinopsis, si no, pierde fuerza. “Violeta, hay gente que no quiere saber tanto”, “¿por qué tanto detalle?”. Lo sé, Mi manera de contar es irreverente hasta conmigo misma. Es una herida demasiado profunda la que me lleva a gritar los secretos. Quiero hacer visible cada imagen como en una película. Quiero desenredar el orden de las cosas. Visibilizar mi propio nacimiento de hija por fuera del matrimonio oficial. Decir acá estoy yo, existo. Sin haber recorrido mi nombre y mi historia una y otra vez, no hubiese podido colocarme en el rol de terapeuta, ni de docente, ni de creadora de un método. La primera parte de este libro busca nombrar lo no dicho y armar redes con mujeres que necesitamos complejidades parecidas. Tenemos derecho a decirnos quiénes somos y quiénes fuimos. Tenemos derecho a gritar de miedo. La segunda parte nos habilita a buscar puntos específicos, botones de activación y encontrar una coherencia en eso que nos permitimos ver. Preguntas y respuestas sobre BioRizoma (24) ¿Qué es la Biodecodificación Rizoma o BioRizoma? Es una propuesta de desprogramación de los síntomas y los conflictos que incluye el análisis vivencial del árbol genealógico, el encuentro del hilo conductor de la propia historia desde la gestación y la utilización de herramientas simbólicas de cambio como meditaciones, constelaciones y actos simbólicos. ¿Qué se puede biodecodificar? Un dolor, un diagnóstico médico, un síntoma, un miedo que se repite, un vínculo roto, un vínculo tóxico, un conflicto emocional, un accidente, un tormento, un obstáculo. ¿Cómo? Buscando los conflictos disparadores de la problemática y luego los programantes: aquellos hechos que en la vida del consultante y durante su gestación fueron haciendo huella en la misma temática (por ejemplo: abandono, soledad, abuso), para que en algún momento “explote” afectando el cuerpo o el mundo emocional. ¿Qué herramientas utilizamos? El consultante responde un vasto cuestionario sobre su historia. Además, arma su árbol genealógico. En seis o siete encuentros encontramos el hilo conductor de su historia. Buscamos “dobles karmáticos” en torno a sus ancestros. Hacemos actos simbólicos de reparación, meditaciones y constelaciones rizomáticas, donde el consultante configura a su familia y su problemática con objetos, fotos familiares y muñecos. Encontramos su mecanismo y su funcionamiento ante los conflictos y así, reordenamos su sistema y desplegamos sus posibilidades a futuro. ¿Se asemeja a otras técnicas de Biodecodificación? No, hacemos la anti-Biodecodificación clásica, porque nadie busca sanar a nadie, porque amamos leer el pasado, pero no le creemos como si fuera una verdad radical desencadenadora (de síntomas y conflictos), porque estamos alienados con la perspectiva feminista, que busca la equidad en una sociedad de violencias estructurales e invisibles hacia otro “plebe”, bajo, débil, menor (no solo mujeres), y al que se le reproducen las violencias con el objetivo de sostener el poder y el control. Porque creemos en el aporte de innumerables terapias y herramientas de abordaje alternativo y las llevamos a la práctica, pero no nos casamos con ninguna, porque al final hay mucho que recuperar del psicoanálisis clásico y de su mirada desprejuiciada y acertada cuando se aleja de las propuestas que nos venden la felicidad como último producto más preciado a conseguir. Y porque lamentablemente, la palabra “biodecodificación”, hoy se asocia a prácticas irresponsables y necias, que niegan la evidencia científica disponible (como la existencia de los virus y las bacterias, el valor de la tecnología médica o la esfericidad del planeta). ¿Por qué llamarle BioRizoma entonces? Porque si bien no se parece en nada a otras escuelas, nace del aporte de los mismos autores para tomar un camino divergente, sin dejar de reconocer su origen. ¿Qué es el abordaje transgeneracional? Es la búsqueda de la lógica de los conflictos que operan nuestra vida a partir del análisis del árbol genealógico. Todo lo que nos pasa en el presente responde a un patrón, un patrón de supervivencia que tiene ciertas particularidades y que afectó a nuestros ancestros tanto como a nosotros. Buscamos la historia de nuestros antecesores para encontrar la lógica de nuestros conflictos. ¿Qué otras herramientas ofrece la Escuela de BioRizoma? Ofrecemos talleres complementarios para el público en general y terapeutas de todas las áreas, siempre aplicando la metodología a la atención de consultantes. Algunos de esos talleres son: tanatología, el doulaje de la muerte, terapia corporal Bioenergética, recursos expresivos, grupos de duelo para la comunidad y astrología aplicada a la consulta, entre otros. 24. La metodología completa a la que nos acercamos en lo que resta de este libro está profundizada y detallada en mi libro Entrá en crisis (Planeta, 1EH), donde podrás hacer la totalidad de nuestros ejercicios y sacar tus propias conclusiones. Entrá en crisis y este libro fueron pensados como hermanos mellizos. Actos simbólicos 168 Tu cuerpo está queriendo hacer algo por vos. Tus síntomas son pistas y tus justificaciones refugios. Todos tus mecanismos inconscientes te han servido alguna vez. Tu personaje aceitado es un arduo trabajo que parece natural, pero que te ha permitido sobrevivir cuando no tenías recursos, Recursos se tienen cuando se es adulto, ahora que sí lo somos, podemos desarmar nuestras corazas y decirle al cuerpo: “Lo hago yo por vos, ya no es necesario que me lo muestres, gracias”. Entonces, después de reconocernos, hacemos algo. Propongo idear actos simbólicos que tienen sus orígenes en chamanes, brujos y sanadores. Los actos no prometen nada, son acciones cargadas de sentido. Durante estas “tareas” que se hacen en la consulta de BioRizoma o fuera de ella, ponemos afuera lo que está adentro, Por ejemplo, si el síntoma es una trombosis (un coágulo de sangre), el consultante desarma un coágulo de gelatina de frutilla, lo licúa con sus manos y se lo toma. De esta manera está tomando su sangre líquida y fluida de forma simbólica. Mediante los actos realizamos simbólicamente los deseos, las escenas temidas, los mandatos y la inclusión de los personajes excluidos de la biografía. Necesitamos ponerle el cuerpo a una acción nueva, disruptiva, inesperada y cargada de sentido. Podemos, por ejemplo, realizar de forma simbólica lo que el consultante teme, para descargar su tensión. Si temo enfrentar a mi padre, dibujo la escena donde le hablo y le escribo una carta. Si se interrumpió un embarazo, le damos un lugar en casa a esa interrupción con una planta o pintando un retrato querepresente la experiencia. Si necesito dejar de controlar todo, me animo a regalar la mitad de mi ropero y a comprar una nueva mitad que nunca antes me hubiese puesto. Si tengo dos quistes puedo llevar en el bolso dos piedras que los simbolicen y un día tirarlas al mar a modo de despedida. Se trata de jugar a inventarlos. Cuando no salen, le preguntamos al consultante con qué objeto representaría su problema o conflicto. Esa imagen que surge de “la nada”, viene desde un lugar sabio y profundo de nosotros mismos, la tomamos como una verdadera puerta, sin poner la expectativa en deshacernos del síntoma, sino siguiéndolo a él como un guía. Algunos ejemplos: Ejercicios de infertilidad por problema en las trompas: + Pintar fecundaciones abstractas en las paredes de sus casas. e Llevar en la cartera una manguerita que representa las trompas libres y sanas. Mala relación con el padre: + Amasar pan (el trigo representa al padre) y compartir una merienda con su padre. Niña que no come: + Hacer galletas con formas humanas que representen a cada integrante de la familia incluyendo a esos excluidos o no nombrados del árbol genealógico. Hijo adoptivo: + Hacerlo renacer: darse un baño de inmersión junto a mamá como ritual de nacimiento. Niña le duele la panza de forma recurrente: + Moldear con plastilina un muñeco para el dolor de panza. Elegirle el color, la expresión y un nombre. Luego acercarlo a una muñeca que represente a la niña y hacerlo interactuar con ella. Finalmente, le pedimos a la nena que desarme el muñeco y ponga sus partes en diferentes platos como si invitara a la mesa a su madre, padre y hermanos. ¿A quién le daría el mayor bocado? ¿Por qué? De esta manera vemos con qué personaje familiar tiene mayor implicancia su síntoma. La línea de la vida: + Colocar una cinta larga en el piso que represente la línea de la vida y en ella diferentes elementos y alimentos representativos de hechos puntuales. Ejemplo: Una piedra representa un conflicto, un paquete de yerba hace referencia al abuelo paterno, una pipa al padre, un turrón de azúcar al nacimiento del hijo. Niña con alergia al polar: Mamá cuenta que, en el octavo mes de embarazo, cuando estaba por terminar una manta de polar, le indicaron reposo absoluto. Ella terminó de todas maneras la manta escapándose de la cama. + Sentarse en la misma máquina de coser con su hija en brazos y contarle la historia. “No es el polar la razón por la que podías nacer antes, sos una niña sana y hermosa”. Mujer no puede “tragar bocado”: Dos empleados le están haciendo juicio injustamente. e Llenar dos botellas (representando a los empleados) de alimento y dinero (representa lo que la protagonista siente que le están sacando, “su comida”). Colocar las botellas al aire libre la cantidad de días que lleva transitando el conflicto. Luego enterrar los alimentos en la tierra dándole a la madre naturaleza, el poder para que decida redistribuir el dinero como corresponda. Además, la consultante nos dijo “son dos perros sabuesos”, le sugerimos que colocara dos huesos de animal en el congelador para detener la situación. Autodesvalorización por ser, según sus palabras, “hija del pecado”: + Comprar manzanas (el fruto del pecado), la cantidad de kilos que ella pesó al nacer, luego aplastarlas dentro de una bolsa. La mitad enterrarla como tributo a la tierra y la otra mitad incorporarla a ella con dulzura añadiendo miel. Madre teme por enfermedad cerebral de su hijo: Visibilizamos enfermedades mentales en su árbol genealógico. + Comer una nuez (que tiene la forma de cerebro humano) por cada integrante floco” de su árbol, repitiendo: “Sos parte de mí, te tomo como sos”. La última nuez simbolizará el cerebro de su hijo y la masticará diciendo: “No tenés por qué repetir la historia, tu cerebro está sano y disponible para todo lo que desees en la vida”. Traición: Su exmarido le fue infiel. Ella siente impotencia. Le preguntamos qué imagen representa su emoción cuando imagina a su ex. Una maza. + Golpear con la maza una foto de su ex sobre una piedra. Luego quemarla y plantar las cenizas en una planta nueva. (25) A qué suenan las palabras Reorganizando las letras de Violeta, se forman: aloe, eva, tilo, viola, late, ave, tela, vela, Oli, telo, love, voi, iva, Veto, ateo, vil, tía, live, velo, lave, veta, vilo. Los chamanes dicen que esas palabras que están o suenan dentro del nombre completo de uno deben usarse para atraer lo que uno quiere, mencionándolas, dándoles poder, porque las palabras atraen a sus semejantes. Dentro de las consultas nos fijamos a qué suenan los nombres de los consultantes y de sus familias. Por ejemplo: Rosa pierde un hijo de solo dos días, Elías. La hija que tuvo después se llama Noelia, y nunca se percató de lo que significa No-Elias, no está Elías. Marimar se llama María Martha, pero hasta en el colegio era Marimar. Su tio murió en un viaje donde se juntan dos mares (mar y mar). El nombre precede al cuerpo, primero somos nombrados, anunciados, imaginados, y después nos hacemos carne. Embarazada de Oliverio lo soñaba Domingo, hasta que supe que un bisabuelo de Matías llevaba ese nombre (y su abuelo se llamaba Camilo, el nombre con el que nombré al bebé que perdí). Tuve que hacer preguntas incómodas a mi familia política porque mi marido no sabía ni cómo se llamaba su abuelo muerto. Solo nombraba a un Osvaldo, el segundo esposo de su abuela. Lo llamamos Oliverio. No pensamos mucho en las coincidencias con Osvaldo. Más tarde me di cuenta de que me emparenté con un Matías Alberto (linaje de Albertos), muy consonante con mi abuelo Roberto (padre de mi madre que no conocí y al que ella añora y recuerda como el escritor de la familia, el que tiene el don de la palabra). Un día, no sé bien quién, empezó a llamar a Oli con una deformación aparentemente inocente: Oliverto. Oliverio estaba recordando a Roberto y a Alberto. Además, es doble por fechas de su abuelo Beto (Luis Alberto) y de mi abuela Elvira (Luisa Elvira). Con Elvira podemos armar “Livero”, y para llegar a “Oliverio” hay que sumarle la “0”, de Roberto. Yo tan contenta de ponerle un nombre sin carga familiar, ¡ilusa! El árbol habla, cuenta y pertenece a una inteligencia superior. Los nombres hacen mapas en las vidas aún no vividas de los bebés. Así como los nombres nos preceden, las palabras preceden a las enfermedades, las gatillan o las disuelven incluso antes de que se manifiesten. “Una palabra tuya bastará para sanarme”. Las palabras organizan el relato cuando están hiladas en un contexto de contacto interno con la propia realidad. Las palabras dan sentido y orden a la reorganización de los tejidos. Es por ello que debemos hablar con nuestras partes olvidadas y con nuestros órganos enfermos, traer a la conciencia sus voces, para que no sea solo el “yo” el que arma el relato de tu vida. Los nombres de las enfermedades son pistas. El inconsciente nombra “neumo” para expresar “pulmón” y para expresar “neumático”. Inmigrante suena a migraña, sinusitis es “sin uso”, cataratas es cuando hay un corte en el devenir de la corriente, y diabetes contiene en su nombre “dia” (dividido en dos) y “beth” que, en hebreo, significa “casa”, la casa dividida. Los nombres traen historias que están marcadas en el inconsciente colectivo y nos pertenecen a todos como cultura compartida. Para hacer este capítulo investigué a las Violetas que me precedieron. Mi tía abuela Amanda no quería que mi padre me nombrara Violeta porque aludía al sufrimiento (aunque también al talento) de la gran artista chilena Violeta Parra, quien se suicidó luego de ser abandonada por su amor y perder a su hija. Aun así, es la autora de la canción Gracias a la vida (que me ha dado tanto). Mi padre decía que me nombraría Violeta por Violeta Rivas, una cantante popular argentina nacida en el pueblo demi padre, Chivilcoy. Violeta Rivas (parodiada luego por Capusotto como Violencia Rivas) se autonombró así artísticamente, y según Wikipedia, nació un 4 de octubre igual que Parra. Rivas era la ciudad de nacimiento de Violeta Chamorro, primera mujer en América en ser democráticamente electa para ocupar la posición de jefa de Estado y jefa de Gobierno en Nicaragua. Violeta Rivas suena a Violeta Vaz, el nombre con el que firmé el tiempo en el que acorté mi apellido. Alcides creó la popular canción No la dejes ir (¿quién es?, Violeta), y Alberto Castillo cantaba el vals Violeta, que mi abuelo Julio Aurelio Vazquez le cantaba a mi padre, haciendo de cuenta que la escoba era una guitarra. Aquí y ahora, dibujá tu nombre como un mapa. En cada letra situá varios puntos que representen acontecimientos importantes de tu vida. Por ejemplo “la bahía” de una B larga puede llamarse “la bahía en la que me despedí de mi prima cuando se fue a vivir al sur”, o una 1 puede representar “el parto de mi hijo”. Después hacé un listado de todas las palabras que puedan formarse con las letras de tu nombre. ¿Qué te sorprende? ¿Qué sabés del origen de tu nombre? ¿Qué personas se llaman así en la familia y en el mundo? ¿Qué simbolizaron esas personas? 25. Todo este listado lo hice con la colaboración de una exalumna y colega, Celi Larralde, quien tiene una facilidad especial para idear actos mágicos. EL HILO CONDUCTOR. DE LA BIOGRAFÍA El hilo conductor E El cuerpo es el mapa. Si el síntoma está en los senos, podemos pensar en conflictos de nido. Si el problema está en los huesos, que es la estructura, seguramente tengamos que buscar historias de desvalorización. Sin embargo, lo que realmente toma importancia no es el mapa, sino la información que nos da acerca de cuál es el conflicto principal por el que el consultante hace diversos síntomas o se traba en tal o cual proceso o vivencia. La información más valiosa se revela luego de analizar muchos factores dentro del abordaje rizomático y se trata del hilo conductor. Ejemplo sencillo: Motivo de consulta: Juan, de cuarenta años, hace tres años que tiene un miedo “exacerbado e ilógico” (según él) a perder su trabajo. Desencadenante: + Hace tres años comenzó la reducción de personal en su empresa coincidiendo con el abandono de su novia. Se siente desvalorizado y cree que, si no pudo sostener ese vínculo, posiblemente no lo vean con condiciones en el trabajo. Hace tres años tenía la edad en la que se suicidó su padre por una fuerte desvalorización relacionada con el trabajo. Programantes (hechos en resonancia con el desencadenante y con el motivo de consulta): «Veinticuatro años. Conflicto de no ser suficientemente bueno cuando no aprueba por tercera vez una materia que debía promocionar para “salvar” el año en la facultad. (¿A quién no pudo salvar?). + Dieciocho años y seis meses. Su madre le pide que se alquile un departamento porque ella se irá a vivir con su pareja. + Nueve años. “Pierde” en la final de un casting de talentos infantiles. Cuatro años. Suicidio de su padre por desvalorización laboral. Juan dijo: ¿No decidió vivir, ni siquiera por tenerme a mf”. + Proyecto sentido: (26) durante su gestación los padres esperaban una nena. “No soy lo que los otros esperan”. + Transgeneracional: es doble de su abuela materna, que migró de Europa tras la hambruna de la guerra. Además, tiene el mismo nombre que su abuelo paterno, quien fue estafado en su propia empresa y “dejado” en la calle. Es idéntico físicamente a su padre. Tiene la misma profesión que un tío que murió en un accidente laboral. ¿Cuál es el hilo conductor? “No me eligen porque no soy suficientemente bueno. Nadie me va a salvar”. “No soy competente, me van a abandonar”. Abordaje transgeneracional La vida se produce por medio de dos fuerzas, nuestros padres. Tanto biológicos como nuestros padres de crianza. En los casos siguientes veremos cómo nuestros ancestros nos hablan, acompañan y recitan dentro de nosotros. Son nuestras células las que guardan la información de sus vidas. Somos nosotros los que cobijamos sus vidas y podemos transformarlas a partir de reconocerlas y elegir nuestro futuro con conciencia. Los padres que nos salen ser están íntimamente relacionados con nuestra pareja de progenitores. Los profesionales que nos salen ser, también. Las mujeres que somos, muestran la cara de lo que fueron nuestras abuelas y bisabuelas. Nuestros mecanismos de huida, ataque y defensa suelen ser copias fieles de las herramientas que ellos tuvieron en su momento, no de las nuestras. De algunos ancestros somos “dobles”. Si coinciden fechas, nombres o profesiones con ancestros, o nacemos luego de una muerte importante, estamos haciéndonos cargo de esa historia y tratando de continuarla o repararla. Las fechas importantes a tener en cuenta son las de nacimiento y defunción. Y las vamos a comparar con nuestra fecha de cumpleaños y nuestra posible fecha de concepción (nueve meses antes de nacer). Si hay similitudes, tomando siete días de tolerancia para un lado y para el otro, hay coincidencia. Por ejemplo, si mi abuelo murió un 26/9 y yo fui concebida un 18/9, somos dobles. Mi suegra cumple años el mismo día de mi concepción. Así, mi pareja resonó enamorarse de una doble de su madre. No todos somos herederos de todo lo que pasó con nuestros ancestros. Algunos funcionamos como “chivos expiatorios”, algunos somos la papa caliente o el centro visible del conflicto, y los demás quedan exentos de la carga. La repartija no suele ser equitativa. Algunos nos hacemos cargo, porque asumimos la misión de ponerle el nombre propio a la historia de otro (el hijo “fallado”, el hijo “rebelde”, el hijo “nacido para cuidar a los padres”, el hijo “sostén económico”). Y algunos escapan a otras latitudes, pero, aun así, en algún momento deben hacer el camino de regreso a casa, para saber quiénes son y por qué se han ido realmente. Algunos solo se conocen intoxicados, otros son eternos negadores. Algunos nombran lo que pasó y otros no nombran nada. Lo que no es nombrado, no existe. Si mamá no nombró su angustia, su desamor, su violencia, tuvimos una infancia supuestamente feliz. Pero nuestro recuerdo dormido vibra empujando una vivencia que no se condice con el discurso materno. Cuando somos adultos y no nombramos lo que nos pasa, lo dejamos pasar, lo anulamos. Contrariamente a la casa de mi marido, en mi casa siempre se nombró lo que faltaba (“A tu tía Dora nunca la tocaron, a Elvira no la quisieron”). También se nombraba el sacrificio, el cansancio y lo terrible del mundo. Lo que no nombró mamá lo nombraron películas que veíamos juntas: Como agua para chocolate, La casa de los espíritus, La lección de piano, Laberinto, Cumbres borrascosas, El nombre de la rosa, etc. Lo que no se nombró por nadie fue el placer. Entonces, el placer parece que no existió. Esa es mi tarea, nombrar y sentir lo que sí nos gratifica y nos sale bien. No hacemos genealogía para buscar “la” causa de un conflicto o de una enfermedad, porque la causa siempre es una maraña de causas indescifrables, complejas y, sobre todo, sutiles. Buscamos pistas, sincronías y revelaciones. Encontramos las omisiones, los lugares sinsentido, y prendemos la luz, justo ahí, a ver qué hay. Aquí y ahora, armemos tu árbol: De hermanos, padres, tíos, abuelos, tíos abuelos y bisabuelos: Hacer un dibujo con: nombres, fechas de nacimiento y defunción, causa de muerte, edad de muerte, profesión. Marcar con el mismo color aquellos familiares que te igualan en nombre, profesión, enfermedades, historias, fechas de nacimiento o muerte. Las fechas que coinciden no son solo las exactas, sino toda fecha que tenga un rango de 7 días antes o 7 días después de tu cumpleaños o de tu fecha hipotética de concepción (nueve meses antes de tu nacimiento). Para sabermás sobre las fechas y los dobles, consultá mi libro Entrá en crisis (Planeta, 2022). Registrá si hubo abortos, muertes tempranas, accidentes, infidelidades y familiares con tus problemas de salud. Puede que no consigas todo, de todas maneras, sirve lo poco que logres averiguar. Si no tenés ningún dato, de todas formas, dibujá un círculo o un triángulo que represente a ese ancestro. Este es un modelo orientativo. Biológicos Ádoptivos AO AO AOAOAOAO Bisabuelxs Y AA A O A O IN O Ll] O A O—— Mapadres 0 144 04Adrw 0 Pareja o Hermanas AP a reja O A Abuel xs anterior de Hijxs mapadre A M If Separación énero O F SL Aborto ZX Gemelos o mellizos Aquí y ahora, una hoja en blanco para empezar a trazar tu árbol y subrayar a tus dobles por fechas, nombre, profesión, secreto o diagnóstico. 26. El concepto de proyecto sentido, desarrollado por el psicólogo francés Marc Frechet, trata de reflexionar sobre los programas inconscientes que el bebé recibe de sus mapadres y adultos maternantes en el periodo que va desde la concepción hasta los primeros años de vida. El proyecto sentido de cada persona comienza antes de su concepción porque se trata del contexto emocional, social, político, cultural y vincular de sus mapadres a partir de la llegada al mundo psíquico de estos. EL APORTE DELAS . HERRAMIENTAS SIMBÓLICAS Lenguajes simbólicos 18 El chamanismo que practico es un acercamiento a técnicas ancestrales, sin necesidad de ingerir nada, simplemente abriendo las puertas de nuestra percepción espiritual. El chamán es aquel que *ve en la oscuridad”. Y la oscuridad, a veces, es nuestra vida cotidiana, cargada de obligaciones y repeticiones. No por practicar ejercicios chamánicos somos chamanes o especialistas, En este caso integramos parte de la cosmovisión hawaiana al trabajo en Biodecodificación Rizoma. Como astróloga me enfrento al prejuicio de mucha gente. El prejuicio nace del desconocimiento: los astros no nos determinan, sino que el cielo espeja el caudal energético que vive la Tierra en el momento del nacimiento. En mi libro Dar la teta (DNX, 2014) detallé mi visión sobre la astrología. También hablé sobre los seis signos del zodíaco con sus dos polos y sobre lo implorante de conocer nuestra carta natal, que conforma nuestro mapa energético matriz y a su vez marca todas nuestras potencialidades. De ninguna manera podemos predecir el futuro, lo que sabemos hacer es ver cuál es el aprendizaje esencial de la persona, y cómo sus desafios, talentos y detrimentos se relacionan con la temporalidad que atraviesa. Mediante el análisis de los tránsitos y la revolución solar (esa carta anual que se lee sobre la natal y que va de cumpleaños a cumpleaños), vinculamos el aprendizaje principal del consultante con el momento presente. La carta nos muestra que todo lo que nos sucede” y las personas que “se nos cruzan” no son otra cosa que partes de nuestra estructura energética. Antes de pedirle al universo que cambie, podemos tomar las riendas y cambiar nosotros. Tal vez después, el universo, responda “mágicamente”. Cuando le conté a Cata que todos tenemos un animal de poder, sentí en su cuerpo una alegría tremenda (como el día que “se dio cuenta” de que podía ser ella la reencarnación de su amada Gilda). Bailaba y sonreía pensando en cuál sería el suyo. Nos dispusimos a meditar juntas para visitar nuestros jardines interiores. Pensé que encontraría una ovejita o un caballo alado que tanto le gusta, pero me dijo que vio un murciélago. Uno de esos a los que teme en la vida “real”. Estaba encantada con su murciélago, me preguntó si podía ser la encargada de contarle a su hermano que él también tiene un animal de poder, y si podía buscarlo por él hasta que creciera. El chamanismo aporta ejercicios donde el consultante puede conectarse con la parte más sabia de sí mismo. Hay una respuesta que llega desde un lugar muy intuitivo. Las fuentes de poder están en la naturaleza, los guías y los objetos cargados de sentido. Cuando queremos bucear en el pasado, simplemente accedemos al síntoma que nos perturba en el presente, y en ese síntoma está la llave de aquel pasado, vivido hoy, detenido en el tiempo, un pasado doloroso, abierto, que de pasado no tiene nada. Algunos ejercicios: 1. El jardín interior: con los ojos cerrados y el cuerpo relajado imaginá algún lugar de la naturaleza que te guste. Luego imaginá que te metés en un pozo, hueco o escondite. Vas a atravesarlo y a partir de allí se abrirá el mundo “al otro lado del espejo”. Vas a visitar tu arquitectura interior. Será un lugar donde pasear, conocer y vivir que visitarás periódicamente. Luego explorarás el mundo de arriba y el de abajo. Desde tu jardín encontrarás maneras de subir a planos más altos, y lo mismo hacia abajo. Arriba solemos encontrar a nuestros guías, los conocemos, les pedimos asistencia, mensaje o ayuda. Y abajo solemos encontrar a nuestro animal de poder, el cual nos da fuerza y vitalidad para resolver algo puntual o general, Todos tenemos varios animales y guías, y a veces cambia según la época de la vida. El vínculo con nuestro guía se hace con la práctica y dejando que se sucedan las imágenes. Hay personas que tienen más desarrollada la visualización, otras las sensaciones auditivas o kinestésicas. No te preguntes si estás inventando, eso no influye para nada en el resultado. La última vez que visité mi mundo de arriba se apareció un globo aerostático. En él me transporté arriba de las nubes y luego subí por una rampa de material que me mostraba el camino hacia una pequeña casita de madera. Cuando entré vi todo hecho de hilos de colores. Todo. Había diferentes habitaciones y en ellas hombres y mujeres tejiendo esos hilos. Pareciían muy organizados. El techo era como ver la Capilla Sixtina, formas y dibujos hechos de tejidos. Me recibió una viejita: Hilaria. En ese momento recordé una muestra maravillosa de los arcanos del tarot que vi en Rosario, Los arcanos de seda, de Silke. Hilaria me mostró que los hilos seguían para abajo y que atravesaban las nubes. Comprendí que ellos tejían mi realidad allá abajo. “Puedo tejer yo?”, pregunté (no sé tejer, pero allí arriba parecía que sí). Hilaria me dijo que sí, que uno puede, de a ratos, ser el guionista de su propia película y que puedo visitarlos y ver cómo ellos están haciendo el trabajo de tejido respecto a mi próxima misión. Luego bajé contenta con el globo. ¿Qué quiso decir? La interpretación es únicamente mía, no hay otro que traduzca lo que sucede allí. Nos guiamos por intuición o certezas no razonables. El chamanismo distingue “personalidad” de “alma”. La personalidad es esa parte que construimos para sobrevivir y con la que nos identificamos. El alma es el todo, la materia prima, los hilos, la totalidad de todos nosotros, lo que somos y lo que creemos que no somos. La personalidad puede tener una vocación, pero el alma tiene misiones. Quien toca las partes profundas de sí mismo se desapega de sus elecciones, trabajos y nombres propios, y toca el color de sus propios hilos. Cuando eso sucede se nos abren caminos donde recuperamos el para qué, que siempre está en concordancia con el deseo profundo y con el bien supremo de todas las cosas. Si estamos en una situación que no sabemos cómo resolver, podemos dejarla en el jardín interior. Como entregándole el problema o la decisión al alma. 2. Cuando tenemos pesadillas podemos recordar el sueño tal como fue y cambiar el final, revertirlo, como quien ve una película en su propia mente. Eso tiene efectos sedantes sobre el sistema nervioso central. 3. Todos tenemos creencias limitantes, uno de los principios del chamanismo huna es: El mundo es lo que uno cree que es. Una creencia limitante es, por ejemplo, “tendría que haber hecho otra cosa”. ¿Qué sensaciones aparecen en tu cuerpo cuando pensás en esa creencia?¿Cómo están los músculos? ¿Sentís que sirve de algo conservar esa creencia? ¿Puede evitar que la próxima no te equivoques? 4. Todos podemos desarrollar la telepatía. Una prueba es imaginar a una persona con la que queremos comunicarnos telepáticamente varias veces por día y enviar un mensaje. 5. Podemos imaginar que nos hacemos uno con un ser que admiramos y cuando estamos como dentro de él, tomar una habilidad o su visión sobre algún tema en particular. 6. En nuestro jardín interior nos podemos comunicar con todo. Aprendemos que todo habla. Podemos estar frente a una puerta que no abre y tratamos de concentrarnos en la llave, pedimos ayuda no convencional. Tal vez llegue un mensaje sobre qué hacer o cómo resolver el imprevisto. Algo pasa, como si la llave te hablara. No es necesario saber si es realmente la llave la que habla, pero uno encuentra respuestas inesperadas dentro de sí mismo a situaciones completamente cotidianas. 7. El chamanismo dice que todos tenemos partes de nuestra energía fragmentada en momentos del pasado. Esos conflictos vividos y no resueltos están en nosotros, viviendo, en un pleno presente. Las partes nuestras no crecidas, que se han quedado pegadas a momentos traumáticos de nuestra historia, nos pertenecen, pero no están en comunión con lo que somos hoy. Es por eso que hay que traer a ese “niño/a” dolido/a, desilusionado/a y violentado/a, a vivir con nosotros, recuperando parte de nuestra alma perdida. En su momento no contamos con los recursos para transformar esa situación, hoy sí. Sé que en mí conviven Violetas de todas las edades, y siento que el primer impulso para responder a cualquier pregunta, demanda o reclamo es salir desde Violetita dañada. Violetita salta, pide pista, quiere cubrirse y defender su territorio. Violetita salta en la pareja, salta cuando Cata discute, salta cuando su mamá reclama. ¿Y con quién se encuentra Violetita cuando salta como leche hervida? Con Maticito, Catita, Chiquita, compañerito, jefecito, exalumnita. Entonces Violeta se imagina un imán a lo largo de su columna donde trae a sí toda su energía dispersa y a sus Violetitas guerreras, y vuelve a empezar desde el centro. Cuando sale a comunicarse de forma adulta, sabe que nadie puede hacerle daño, que ya pasó hace mucho tiempo, que todo cambió. Cuando está adulta ya no importa si la eligen, si no pasa el casting de los demás. Tu yo adulta no se presenta a ningún casting. Para recuperar parte de tu alma congelada acudís a tu jardín interior y pedís una escena traumática de tu pasado. Te observás en ese momento. Cuando la escena termina, te acercás a vos mismo y entablás un vínculo con ese que “fuiste”. ¿Qué necesita? Vas a dedicarle un día imaginario, donde abrazarse, conocerse y calmarse juntos. Luego lo vas a invitar a ver, cronológicamente, todo lo bueno que va a pasarle después, a pesar de ese hecho traumático. Ese yo “pasado” te acompañará a ver tu crecimiento, logros y afectos, hasta llegar al presente. En el presente se funden en un abrazo y expandís la energía recuperada por todo tu cuerpo. Además, pueden ir juntos a visitar el futuro, a una imagen sanadora de tu porvenir. Recordá que todo está en presente. Para la parte más sabia de vos misma, el tiempo no existe, todo converge y es accesible hoy. 8. Cuando hay un síntoma físico o tejido afectado vamos a viajar al tejido y convertirnos en él. ¿Cómo soy siendo este quiste? ¿Cómo huelo? ¿Qué forma y qué color tengo? ¿Cómo es mi textura y mi temperatura? ¿Qué necesito? Si pudiese hablar, ¿qué diría? Si pudiese proponerte algo, ¿qué sería? Si pudiese transformarme, ¿en qué me transformaría? Si pudiese venir a mostrarte algo, ¿qué sería? Si pudiera contar un cuento o cantar una canción, ¿Cuál sería? Si fuera un objeto, ¿cuál sería? ¿Tengo miedo? ¿Qué necesito para sanar? 9. Tomar un café y dialogar con mi columna vertebral: Violeta: La verdad, me das lástima, sos asquerosa. Lamento que no hayas podido mantenerte derecha y te haya vencido una infancia mediocre. Con tus curvas apretás otros órganos que necesito sanos y me hacés ver horrible, jorobada, débil y vieja. Te soldaste así, cuando deberías haberme dado eje, sostén y estructura. Podría haber sido esbelta, de pecho al frente, pero por tu culpa soy hundida, encorvada y vencida. Columna: ¡Qué triste escuchar todo esto! Siempre te compensé. Con mis curvas logré darte estabilidad y permití todos tus movimientos. Dentro de lo que pude traté de pasar inadvertida y hacerte sentir segura. Violeta: Pero ¿por qué no te salió?, ¿por qué no pudiste mantenerme derecha? Columna: Porque compensé tus desequilibrios. Encorvarnos es una herramienta que tengo para salvarte. De esta manera, podés soportar más peso y estás protegida. Yo no puedo darte orden, no soy tu padre. Me acomodo, soy flexible y casi no te hago saber de mis dolores. Violeta: Entonces, ¿quién nos hizo esto? Si vos sufrís, y yo sufro... Columna: Yo ahora tengo que pedirte cuidados, mimos y respeto en el movimiento. Lo que hago, lo hago en silencio para que no te enojes, te tengo miedo, sé que no te gusto. Violeta: No me gusta cómo sos, pero te respeto, respeto tu trabajo y entiendo que he sido muy dura con vos. Perdón. Quiero que me digas cómo puedo colaborar. Columna: ¿No te gusta la gente que no es derecha, la que se acomoda a las circunstancias o hace simplemente lo que puede? Violeta: Nunca me permití ser así. Me gustaría. Bah, me gustaría desplomarme y que vos me sostengas. Columna: Podés hacerlo, hagámoslo en el piso. Violeta: Pero quiero que sea así todo el tiempo. Quiero tener una columna que no tengo. Columna: Sí, yo aprendi de vos, quiero ser alguien que no soy. Violeta: Sí, mi ideal de mujer es esbelta y se come el mundo con los hombros y con las tetas. Yo soy diferente. Columna: Lamento que te trates así, yo te quiero. Desde acá adentro todo se ve muy armonioso y todos somos buenos vecinos. Violeta: Siento que me estás dando una lección que no puedo aprender. Gracias. Pero no sé cómo sentirme bien conmigo, ni con vos. En principio te pido disculpas. No quise hacerte daño. Columna: No te preocupes, gracias por mirarme como soy, te estaba esperando. Violeta: Perdón. Columna: Estoy acá, seguiré haciendo lo mejor que pueda para que estés bien. Violeta: Gracias, haré lo mejor que pueda para que hagas tu función. No sé si llegarás a gustarme, pero tu forma de reponerte y conservar tu movimiento me maravilla. Mientras no estemos del lado del órgano o de la parte excluida, no podremos hacernos cargo de nuestra evolución ni tomar el poder de curarnos. ¿Cómo empezar? Decidiendo ponerle límites a nuestro automutilador. 10. Pedile permiso a tu madre para escuchar su corazón. Basta con poner tu oreja sobre su pecho. Quedate allí un ratito con los ojos cerrados y sentí. Cuando lo hice tuve una sensación muy corporal y conceptual a la vez. ¿Cómo hice para vivir veintinueve años sin ese ritmo tan mío, en completa soledad? Estoy segura de que nuestras cuarenta semanas de gestación dejan una huella y después de nacer, tal vez, todos nosotros, atravesamos un silencio espeluznante. 11. En esta imagen dibujá tus partes conflictivas. Primero hacé un escaneo interno de cómo está tu cuerpo. Dibujá tus cicatrices, dolores, afecciones. Dibuja ese “nudo en la garganta” o esa “mochila en la espalda”. Dibujá tu infección urinaria. Puede aparecer una nube celeste en la pierna derecha, o burbujitas grises que remiten a la ansiedad en medio del pecho. Si pudieses localizar allí tus miedos, ¿dónde estarían? El cuerpo se hace cargo Tu enfermedad es una prueba de que tu cuerpo está sano, vital y haciendo todo lo posible para recuperar el equilibro. Es evidente que todo se gesta en su opuesto: el verano en el invierno y la noche en el día. La salud se gesta en la enfermedad,donde la alarma interna suena, uno vuelve a medirse y se encuentra consigo mismo. 189 El paradigma médico actual, que privilegia la tecnología y fragmenta la atención en subespecialidades, está engendrando una semilla profana: la de su propia destrucción. De no ser por la rigidez del paradigma imperante no tendríamos tantas fuerzas alternativas. De hecho, no sería falaz decir que los movimientos alternativos más interesantes surgen y toman fuerza gracias a la medicina tal como es hoy. Queda en evidencia que debemos complementarla y si ella no permite el ingreso de nuevas técnicas menos cuantificables, estas no tardarán en reemplazarla. ¿Hace cuánto tuviste tu última fiebre? La mía fue hace poco. Ya no recordaba esa sensación de calor y frío, de cuerpo agotado. ¡Todo lo que pasa en un día! Cada hora es distinta, todo puede empeorar o mejorar levemente. A veces puedo hacerme un té, y al rato no puedo ni arrastrarme al baño. Sé que es una fiebre inocua, pero no dejo de sentirme parte del grupo de los “moribundos”. Imagino a cada paciente en su cama de hospital, viendo cómo las horas no pasan y la imagen de estar saludables paseando por calle Corrientes parece una utopía. Cuando estamos enfermos no tenemos más remedio que estar en el presente. No podemos planificar ni saber cuántas horas deberíamos dormir. Nos encontramos comiendo o viendo una película de cable a las cinco de la mañana. El mundo sigue andando, nosotros no. Tememos no recuperar la vitalidad nunca más. Una hermosa oportunidad saturnina para que el obstáculo nos invite a vivir la vida interior, por más vacía o desordenada que esté. Enfermarse es como estar sin wif1 o solo en medio de la tormenta en la ruta más inhóspita. No hay mucho con qué distraerse. Creemos que el cuerpo no es suficientemente bueno y en general rechazamos al órgano que está afectado, tratándolo de inútil, débil o trastornado. El cuerpo es una maquinaria inteligente que toma decisiones emocionales, La integración permite la salud, y la integración depende de nuestra arrogancia. Estoy segura de que, si tratamos a nuestros órganos como hijos desobedientes, insuficientes, depresivos, abúlicos, malos o inútiles, no cumplirán sus funciones de forma saludable. ¿Quién pudiese hacerlo? Patologías como el cáncer, enfermedades mentales y las autoinmunes parecen venir de “adentro”. No se trata de intrusos, sino de nosotros mismos, partidos, fragmentados, rechazándonos. Recuerdo un terapeuta gestáltico que me dijo: “Tu enfermedad no es la depresión ni la ansiedad ni el pánico, sino lo que tu ser arrogante hace con ellos”. Conocemos muy poco acerca de cómo funciona nuestro cuerpo, ¿Qué hace el corazón? Dar lo mismo que recibe, parar lo mismo que acciona. ¿Qué hace el útero? Prepararse cada mes para proteger la vida que la mayoría de las veces no sucede, sin rencores limpia y empieza de nuevo, pasa años esperando servir. Nos perdemos la maravillosa tarea de dialogar con nuestros órganos afectados conociendo sus esfuerzos y funciones. Cuando conocemos qué hacen, cómo lo hacen, y podemos ponernos al servicio de eso, valorando su acción, con humildad, el órgano estará liberado, energizado y listo. Como lo estaríamos cualquiera de nosotros ante un acto de confianza, valorización y humildad provisto por un coordinador. En general, el cuerpo habla ante una negación. Rechazamos las cualidades del órgano afectado en nosotros y en la vida, como si esas cualidades nos alejaran del ideal que tenemos acerca de nosotros mismos, de quiénes queremos ser. Si hay un órgano pasivo, blando, de mucho contacto con el exterior (por ejemplo, los pulmones), es posible que un consultante parado en un lugar masculino y competente lo rechace, como rechace todo vestigio pasivo y servicial de sí mismo, por miedo a perder el lugar de poder. Los músculos guardan las memorias inconscientes y reaccionan con fidelidad, protegiéndonos de aquellos malos tratos que nos dieron y nos dimos. No me cabe duda de que las enfermedades depredadoras (invasivas o sistémicas) tienen un componente transgeneracional que las gatilla. Desde el presente, somos nosotros los que podemos hacer un acto de resistencia y, sin dejar de pertenecer al sistema familiar, contentarnos con quiénes somos y elegir hacer un cambio verdadero, profundo y fundador de un nuevo programa: liberarse de repetir la historia. Para reparar necesitamos adoptar una posición nueva, revolucionaria y a veces incómoda. Pienso que esta posición no debe excluir ninguna medicina, no es necesario dejar afuera ninguna ayuda. Pero la clave es rebautizarnos, elegirnos, limpiar capas y saber que la sanación no tiene punto de llegada. Seamos el punto de partida. Además, todas las enfermedades son crisis depurativas, donde el organismo se limpia. ¿De qué? De tóxicos. Cuando los tóxicos que entran superan la capacidad de eliminación del organismo, colapsamos. La capacidad de reparación es directamente proporcional a la capacidad de los tejidos de oxigenarse. ¿Cuáles pueden ser los tóxicos? Alimentos, resentimientos, vínculos, resistencias. Vivencias que dejaron nuestra alma fragmentada. Vivencias que no pudimos poner en palabras. Vivencias donde somos máquinas repetitivas. Negar emociones, situaciones y necesidades. ¿Qué nos oxigena? Llorar, hablar, sentir. Evitar azúcares, procesados, lácteos y harinas. Comer vivo. Vitaminizarnos. Tomar sol. Salir a caminar. Darnos baños de sal. Cambiar de aire. Viajar. Elongar. Tomar altas dosis de vitamina C y D, complementos de magnesio-zinc y omega 3. Conocer las infusiones de plantas medicinales. Decidir sin mirar atrás. Expresar la ira y luego preguntarnos, ¿cómo actuaría en esta situación sin miedo ni ira? Bailar. Enamorarnos. Dar la teta. Cambiar de trabajo. Aprender a alternar los momentos de tensión con relajación, como un latido. Asentir a lo que somos hoy y a lo que hicimos ayer, con todas las consecuencias, haciéndonos capaces de dar respuesta, sin castigo. Haciendo la pequeña revolución, la que hacemos todos desde nuestro cuarto. Esa que parece imperceptible y a lo largo de los años hará la diferencia. Aquí y ahora entablá una conversación con tu órgano afectado. Sentate frente a un almohadón y hablale como si fuese tu síntoma o tu órgano. Luego serás vos el órgano, hablándote a vos en una silla vacía. ¿Qué función y característica del órgano afectado criticás? ¿Qué hace el síntoma que deberías aprender a hacer vos por tu vida? Por ejemplo, mi trompa obstruida me dice: “No quise hacerte daño, necesitaba que algo quedara adentro de vos, siempre dejas ir todo, no te quedás con nada, no te plantás ni nunca fuiste un obstáculo para nadie, si no te ponés un tapón vos y dejás de pasar desapercibida, yo tengo que hacerlo por vos”. Pasar desapercibida siempre fue un valor en mi familia, en cambio saber poner límites significa ser “un soberbio”. Dejá registro de esa conversación aquí abajo. HISTORIAS BASADAS . EN HECHOS REALES Para descubrir nuestros potenciales ocultos, primero biodecodificamos 12 nuestras partes olvidadas. Los casos de las siguientes páginas fueron acompañados por mi equipo de terapeutas. Si bien la mayoría de las situaciones son verídicas, hemos combinado algunos detalles para lograr dos cosas: respetar el anonimato de nuestros consultantes y ejemplificar de manera sencilla el tipo de tarea que realizamos. Esta sección no hubiese sido posible sin la colaboración activa, para el armado y la recopilación, de Gerardo Accastello, colega terapeuta, educador y amigo. a María: cáncer de riñón Descubriendo el propio camino María es religiosa y trabaja como educadora. Tiene cuarenta y cinco años. Es soltera y célibe. No tuvo hijos. Quiere biodecodificar su cáncer de riñón. “Mi papá era un hombre sencillo, trabajador, emotivo. El menor de tres hermanos. Herrero y profesor. Mi mamá, en cambio,de carácter fuerte, trabajadora, poco afectiva, controladora. Estudió el secundario en un internado de religiosas lejos de su familia. De niña sufrió abusos. Se dedicó a algunas actividades comerciales y a llevar la casa. Estuvieron juntos hasta la muerte de él a sus sesenta años, cuando falleció de cáncer de hígado. No tengo mucha idea de qué sentían mis padres durante mi gestación y parto. Sé que vine demasiado seguida luego de dos hermanos y que mi llegada les trajo complicaciones para criarnos juntos. En los primeros meses tuve broncoespasmo, me asfixiaba y parecía que me moría, me tenían que llevar urgente al médico. A mis padres les implicó darme muchos cuidados y en cierta manera no atender a mis hermanos mayores que quedaron a cargo de unos tíos. Nos prestaban más atención cuando enfermábamos. Durante la adolescencia tuve muchos amigos y amigas del barrio, del colegio, de deportes. Con uno de ellos me puse de novia a los dieciséis años hasta que a los veinte me fui al noviciado. Fue muy dura la separación con mi novio. De sexualidad nos hablaban poco. Todo era muy reprimido. El trabajo social y la labor con los jóvenes fueron mi escape de la vida sentimental. Me enamoré varias veces, y de manera más profunda hacia los veintisiete años, pero siempre reelegí mi vocación y no profundicé el vínculo. Empecé a sentirme muy cansada hacia los veintinueve años, sobre todo por el trabajo social en contextos de mucha pobreza. En esa época tuve vitíligo en manos, codos y genitales. A los treinta y ocho me enfermé de cáncer de riñón y me extirparon el riñón derecho. Hice metástasis en la cicatriz del riñón a los cuarenta y en el pulmón a los cuarenta y dos. Me hicieron un año de quimio y luego me operaron a los cuarenta y cuatro. De esa operación me quedaron algunos nódulos en pulmón que me siguen controlando. Los hechos que recuerdo como más traumáticos son: la muerte de mi padre, una internación larga cuando contraje una infección después de una operación y la separación de mi novio a los veinte años. Creo que no hice el duelo por la muerte de mi padre, ni el duelo de la renuncia a mi vida sexual activa por mi celibato”. ¿Qué significa ese Órgano o tejido para vos, para tu cuerpo, para la cultura y para tu familia? “Para mí la piel es la presentación al mundo, a los demás, la necesidad de mostrarme, y de contacto físico. El riñón es filtro de emociones y represión”. ¿Qué pasó el año anterior al diagnóstico? “Del vitíligo creo que fue la represión de un enamoramiento fuerte. Del cáncer fueron dos o tres años de muchas tensiones en el trabajo, viajes, duelos y pérdidas trágicas en el asentamiento donde trabajaba, y una pelea muy fuerte con algunas compañeras de vida en las que confiaba”. Hay un predominio de síntomas en su lado derecho del cuerpo. Tanto el cáncer inicial como los secundarios están en su lado derecho. Para un diestro, el lado derecho, representa a los colaterales o consanguíneos, o sea, a aquellas personas con las que nos relacionamos de igual a igual, como parejas, hermanos, amigos y socios. Además, el riñón tiene que ver con la purificación, la necesidad de contacto con el mundo emocional (por el elemento agua), con la falta de dinero (por la “liquidez”) o con sentirse “ahogado” en el territorio. Los órganos donde María hace los tumores pertenecen al endodermo (son adenocarcinomas), esto quiere decir que hacen masa cuando están activos y detienen su crecimiento cuando se resuelve el conflicto, Que haya hecho una metástasis sobre la propia cicatriz de la primera operación de riñón, donde ya no había tejido de riñón, muestra que lo que no estaba resuelto era el conflicto. Las metástasis implican conflictos que están en relación con el diagnóstico original. El hígado simboliza la carencia, el miedo a morir de hambre o a dejar a otros carentes. El pulmón simboliza el miedo a la muerte por ahogo (se trata de un ahogo simbólico) o miedo de sentirse atrapada en su territorio. Por su parte, el vitíligo denota sentires del tipo “estoy manchada”, “quiero desaparecer”, “pierdo mi identidad”. No casualmente aparece en genitales, codos y manos, partes del cuerpo que estarían en pleno contacto con ese varón por el que siente un deseo intenso cuando surge el vitíligo, pero lo reprime por su elección con la Iglesia. Durante la consulta descubrimos que ella se fue de la casa a los veinte, igual que su tío de quien es doble. Nueve años después surgió el vitíligo cuando se fue de una ciudad donde dejó un amor y una casa para seguir con su tarea religiosa. Otra vez, nueve años después, surge su cáncer de riñón cuando se siente defraudada, intoxicada y apretada en su territorio laboral. En ese momento también tiene que correrse de un lugar de pertenencia. Hoy siente necesidad de hacer una pausa en su vida religiosa. ¿Qué se repite? El destierro, la culpa, el no hacer lo que siente, la duda. A su vez lleva una historia de represión sexual, su madre fue abusada y no maternó físicamente a sus hijos. Como la manera de recibir atención era enfermarse, María sabe que *si me enfermo, me tocan”. Pero a su vez, “si me enfermo, lastimo a mis hermanos que son dejados de lado (colaterales, lado derecho)”. No pudimos averiguar más pero el broncoespasmo en la infancia puede significar que hubo memorias de muertes por ahogo o suicidios en el árbol genealógico. María es doble de su padre y de su tío materno por coincidencia de fechas. Su padre murió de cáncer de hígado. Le preguntamos qué rol tomó ella cuando su padre murió y en qué pudo estar “repitiendo” al padre o al tío. De ambos siente que repite el valor por el esfuerzo y el sacrificio, Los conflictos que hacen huella en ella tienen que ver con su hermano, su pareja, un amor que no fue y hoy con sus compañeros de trabajo. Parecía que habíamos encontrado el meollo de la cuestión cuando nos confiesa que tiene una certeza interna: que en la panza de su mamá no estaba sola, había una hermanita que no nació con vida, sino que fue “perdida” durante la gestación. Cuando lo cuenta se emociona. Le preguntamos si tiene nombre esa hermanita (su complemento, su lado derecho), y nos dice: “Mariana”. No casualmente ella se hermanó en una congregación de Hermanas Marianas. Le explicamos que puede tener un programa inconsciente de “si yo vivo, mi hermana muere”. Que se parece a “si me enfermo, me miran, pero a la vez dejan de mirar a mi hermano”. “Soy yo o mi complemento, no podemos estar juntas”. “Es mi lado derecho o el izquierdo”. ¿Cuál es el hilo de esta historia, que seguramente viene de sus padres y abuelos? “Soy la fragmentada, la separada de su otra mitad negada”. Trabajamos con la frase: “Voy pudiendo darle lugar a la parte reprimida sin sentir que por eso traiciono algo o a alguien. Elijo no traicionarme a mí”. Hicimos una constelación rizomática. Elegimos un muñeco para su hermana perdida, uno que represente al resto de sus hermanos, uno para una posible pareja futura, uno para la vida religiosa y uno para Dios. Luego de mezclarlos con los ojos cerrados, quedan dispuestos de manera que ella mira a su hermanita y la religión la vigila a ella desde lejos. La pareja la mira a ella y Dios lo aprueba y no la culpa. Pero ella no puede mirar más nada que a su hermana perdida. Organizamos el sistema para que pueda ver el movimiento de tomar distancia de la vida religiosa (no de Dios) y poder mirar a la pareja. Luego hicimos una meditación de recuperación de alma, donde viajamos al momento en que debe despedirse de su hermana durante la gestación. Se soltaron amorosamente. Ella asumió que debe seguir sola y que no es culpable de la muerte de Mariana. María no está incompleta. Además, buscamos “escuchar la voz” de los nódulos de su pulmón a través de un ejercicio en el que le dio voz a su síntoma. Los nódulos le están mostrando la duda. Le afirman que unaetapa culminó, que necesita abrirse, tomar más aire, iniciar un nuevo camino. En la segunda consulta trabajamos su fragmentación, las dos Marías que hay en ella. Le cuesta el cambio, tiene ascendente en Capricornio y sol en Cáncer. Busca grupos de pertenencia y construcción a largo plazo. Su mapa dice: “Quiero ser buena, la mejor, la que más se esfuerza”. Tiene el sol en la casa del servicio. Un próximo tránsito de Plutón le pide que suelte y deje morir el pasado para arriesgarse a ser una nueva mujer. No debe ser fácil perder el estatus de líder religiosa, tampoco perder el territorio de lucha social donde se siente tan cómoda. Pero si quiere curar, debe integrarse y conocer otra versión de sí misma. Actualizarse. Nos cuenta que comenzó a estudiar Psicología y Biodecodificación. En el dibujo del esquema humano pintamos su costado derecho de un color y el izquierdo de otro. Dibujó sus cánceres del derecho. Le pedimos que AL IA ubique algunas palabras en el dibujo. Del derecho escribió “mamá”, “cáncer”, » « ” « » « mM» ad “deber ser”, “trabajo”. Del izquierdo, “Mariana”, “amor”, “disfrute”, “cuerpo”. En el medio de la hoja puso “yo” y “duda”. Luego hicimos un acto mágico. Untó todo el lado derecho del dibujo con mandarina y el izquierdo con banana. Después mezcló lo que le quedaba de ambas frutas y las comió, como diciéndose: “Esta soy yo, con ambas partes integradas”. María fue operada de pulmón y los nódulos estaban inactivos y benignos. Se apartó de la Iglesia y solo quedó a cargo de la docencia en las escuelas religiosas. Conoció a un muchacho y se casó. Está sana y es una gran terapeuta. 9 Paula: quiste vaginal Del secreto a la verdad Paula es comunicadora social. Tiene treinta y cinco años y quiere decodificar un quiste vaginal. “Mis padres se conocieron en la universidad. Valoran mucho el estar juntos pese a todas las dificultades de cuarenta años de matrimonio. Soy la tercera hija, luego de dos varones. Vivíamos en un pequeño pueblo del sur del país. Ellos dicen que fue una alegría la noticia de mi nacimiento, aunque había un poco de preocupación porque no estaban establecidos y conmigo ya éramos tres niños. Hasta hace algunos años, tenía un recuerdo muy general de una infancia feliz, un relato dorado. Una homeópata me lo señaló y de a poco empecé a intentar recordar cómo habían sido algunos aspectos. Y ahí noté que no había sido tan así, que estuve un poco sola, que me arreglé sola. No compartía mis temores o sentimientos con mis papás. Tampoco hubo contacto físico. De la adolescencia también tengo un recuerdo idílico, que sé que no es real. Mis grandes amigos eran varones. Entré a la adolescencia siendo gorda y me sentía mal por eso, pero no hacía nada. En mi casa no se hablaba del tema. Quería ser más femenina y no sabía cómo. Creo que había mucho dolor. No tuve novios en esa época. A los diecisiete me fui a estudiar a La Plata, donde ya estaban mis hermanos. Viví con ellos y con amigos. Estuve focalizada siempre en el estudio y en el trabajo. Recién hice una pareja a los treinta años, con Gustavo. Hoy seguimos juntos y vivimos con Francisco, nuestro primer hijo, nació el año pasado. Los hechos más traumáticos y dolorosos de mi vida fueron el suicidio de una amiga y el de una tía. Hay algo que apareció como un recuerdo hace muy poco, después del parto, y tiene que ver con un abuso de tipo sexual por parte del mejor amigo de mi hermano mayor. Creo que es correcto si lo ubico a mis siete años, pero no lo sé a ciencia cierta. Es terrible porque constituye un secreto, nadie sabe, pero estoy segura de que no es imaginación, sino un recuerdo de algo que ocurrió. Esto me impresiona porque evidentemente fue un recuerdo bloqueado, que apareció en el último año. Se me presenta como algo fundamental para trabajar porque lo asocio con el abandono y creo que está directamente relacionado con el síntoma. El quiste vaginal empezó dos meses después del parto. La vagina es para mí el órgano femenino por excelencia. Es la abertura por donde nació mi hijo. En mi familia siempre costó mucho nombrar a las cosas por su nombre, y del cuerpo se habló poco. No hay momento del día en que no piense en el quiste. Me da impresión tocarme, no me deja retomar mis relaciones sexuales. Me acecha. Quiero dejar aflorar una parte más espontánea y liviana de mí, poder soltar un poco”. En la primera entrevista, Paula puede hacer más consciente y clara la memoria del abuso. Lo siente como una certeza. Se “da cuenta” de que el recuerdo vino con el parto, seguramente por todo lo que significó el paso de Francisco por el canal vaginal. El parto es el hecho desencadenante. Identificamos, además, estos programantes: el abuso, el desamparo, la falta de contacto físico con los padres, la falta de comunicación, los secretos familiares (sobre todo en torno al suicidio de una tía, de quien es doble), y la muerte extraña de un abuelo. La decodificación del quiste nos sugiere “ataque a la integridad”, “tengo que protegerme de alguien que me ha herido y dañado injustamente”, “impacto emocional que se solidifica”. Y en el lado derecho (ella es diestra), nos sugiere que el conflicto es con un par o colateral como pareja, hermanos o amigos. La hoja embrionaria a la que corresponde al tejido es el ectodermo que hace masa cuando el conflicto empieza a sanarse. Le preguntamos qué emociones se repiten con relación al síntoma. Nos dice: “Angustia, dolor y bronca”. ¿El hilo conductor de esta historia? “Soy la que queda desamparada, nadie me protege, tengo que protegerme yo sola”. El abuso fue uno de los tantos secretos de los que no se habló. Fue un hecho doloroso que la llevó a protegerse de los hombres, manteniéndolos como amigos en la distancia. Cuando pudo tener una relación estable con alguien que la comprende y apoya, el embarazo y el parto le dieron la oportunidad de volver a elaborar el hecho traumático. El quiste apareció como barrera, para que ningún hombre pueda tocarla. Pero, ahora, se da cuenta de que no es el enemigo a eliminar, es la oportunidad de pasar del secreto a la verdad. La constelación vino a mostrarnos lo que Paula estaba viviendo. Su madre lejos y los varones de la familia en el piso, tumbados. Nadie la miraba. Solo el amigo de su hermano que abusó de ella le dirige la mirada desde atrás. El quiste al lado del abusador. De a poco fuimos haciendo los movimientos para equilibrar el sistema. Paula inició un camino de reencuentro con su historia tal como fue, no como la había idealizado. Los primeros actos simbólicos que le propusimos fueron escribir una carta sobre sus secretos, expresando todo el sentir, y luego quemarla para empezar a procesar y a sentir la bronca y el rencor. La invitamos a amigarse con el síntoma, comprando una planta en la que debía enterrar algo que simbolice el quiste. Por último, le sugerimos que se anime a contarle a su pareja el proceso que estaba viviendo, ya que todavía no había compartido con él su “secreto”. En la segunda entrevista profundizamos la vida de su tía y de su madre, de quienes es doble. Nos cuenta que su madre también vivió este “desamparo” con la abuela que falleció cuando era pequeña, por lo que fue criada por una tía. Realizamos una meditación viajando a sus primeros años. Pudo sentir y abrazar a esa niña vulnerable que tanto había sufrido, traerla al presente y llevarla hacia el futuro, fusionándola con la adulta madre que es hoy. Propusimos un nuevo acto: comprar una berenjena que simbolice el quiste, hervirla, trozarla, prepararla y comerla con la intención de ir digiriendo lo que el quiste le ha venido a recordar. En la tercera entrevista nos centramos en los sentimientos que surgían en torno al abuso y al quiste. La invitamos a dibujarlos. Escribió “desamparo” para definir lo que deseaba que se fuera de su vida y “verdad” para señalaracá es porque tuvo un accidente. Seguramente chocó con el taxi. Le hice una tarjeta con el teléfono de casa para su billetera. Estoy desesperada en el balcón, no sé dónde está y no llega. Empiezo a buscarla por los bares y los sitios que frecuenta. Cuando llegue, la mato. Me siento perdida. Le pido a Dios que, aunque sea, me la deje viva hasta mis treinta, o hasta que tenga mis hijos. Ahora tengo ocho. Ella nunca fue puntual, Serpientes. Cuando pienso en ellas cierro las piernas instantáneamente. Me lleno de asco. Dicen que mi inconsciente las asocia con un pene. Necesito que tenga patas y que no se arrastre. Alimentos vencidos. Abundan en la heladera de mi madre. Siempre verifico las fechas de vencimiento. Por suerte es algo que se puede controlar. Atardecer. Hay un momento del día en el que la vida no tiene ningún sentido y no sé si llegaré cuerda a la noche. Si es invierno o domingo empeora sustancialmente. No hay nada para ver en la televisión. Cuando vuelvo a casa y atardece, no quiero entrar, no quiero cruzar la puerta. Seguramente alguien me va a abandonar ni bien llegue a casa. Estará oscuro y frío. El mar. Soy la única niña sentada en una reposera, esperando que los demás vuelvan de su fiesta de olas en el mar. Una vez me revolcó una ola. Todo el agua de un océano dentro de mi nariz. Me encantaría animarme, pero más me encantaría que vengan a buscarme, a decirme que el mar no es lo mismo sin mi. Les da igual, ellos disfrutan. Pasan las horas. Tragarme una espina. No como pescado para evitar accidentes. Hoy le ruego a mamá que me lleve a una guardia pediátrica porque encontré un tenedor sin un diente. Estoy segura de que me lo tragué. Caída del pelo. Me estoy quedando pelada. No es normal. Día a día voy perdiendo más. A la gente no le parece que pelarse sea algo alarmante. Claro, no es la cabellera de ellos, es la mía. Frío. Es otoño y sufro de solo pensar lo que me queda hasta el verano. Me preocupa salir en uniforme de pollera a las siete de la mañana. Seguramente sentiré ese “frío de agosto en los huesos como un bisturí”. Posiblemente me resfríe y, si tengo mala suerte, desarrolle una bronquitis que mal curada se transforme en pulmonía. Engordar. Tengo diecisiete. Soy modelo y no me entra la ropa que me eligieron para el desfile. Jamás pude ver mi pubis sin correrme la pancita. Empiezo una dieta en la que voy eliminando algunos alimentos. Cuando adelgazo tengo terror de volver a engordar. Peso cuarenta y dos kilos. Dos años después, peso sesenta. Después de cada dieta, un atracón. Si mamá se enamora. Tengo ocho. Vamos a un casamiento. Al novio se le ocurre bailar con mi madre. Me da un ataque de celos. Pienso cómo fugarme de casa ya que es evidente, nadie me quiere. Por el momento me fugo del salón de fiestas. Salgo corriendo por un campo oscuro mientras se alejan las luces del festejo. Espero que mi madre me esté buscando, desesperada, y que cuando me encuentre me pida disculpas. Ojalá me diga que no necesita bailar con nadie más que conmigo, y que soy lo que más quiere en el mundo. Si todo sale mal. Es lo más probable. Que el día de mi fiesta de cumpleaños al aire libre, llueva. Que me tomen lo que no estudié. Que no me aprueben el capítulo del libro. Que mis hermanos no me quieran conocer. Que mi novio se enamore de otra. Si todo sale bien. Hay que estar atenta, a toda calma se le aproxima un huracán y a toda cucharada de cal, una de arena. Que todo salga bien es un mal pronóstico. No poder dormir. Tengo ocho. Tengo quince. Tengo veintiuno. Tengo veinticuatro, Llevo más de veinticuatro horas sin dormir. Mi cuerpo está cansado y me aterra que llegue la noche y vuelva a pasar lo mismo. Todos duermen. La ciudad se detiene. Yo no puedo. Consulto a todos los gurús y tomo todas las medicinas. Ninguna sirve. La quemada. Es un personaje de una novela que ve mi tía Dorita. Está escondida en una habitación de la mansión, a oscuras y solo la visita la sirvienta que en realidad es su verdadera madre. Está quemada, se le ve media cara y lleva una máscara tenebrosa. Cuando atravieso una habitación oscura no puedo evitar pensar que ella se va a aparecer delante de mí, toda deformada. Pasarme en el colectivo. Necesito levantarme dos o tres cuadras antes y quedarme cerca de la puerta para que el colectivero no se olvide de mí, de que quiero bajar. Dentista. Tengo doce y me duele demasiado. No quiero ir al dentista, pero me duele mucho, Mucho. Es insoportable. Cuando me obligan voy y me encuentran veinte caries. Me hacen dos extracciones de muelas definitivas y cuatro tratamientos de conducto, Voy al dentista todas las semanas durante diez años. No ser la elegida. Cada casting, una desilusión. Lucía, mi mejor amiga de la escuela, es más inteligente que yo. Maia, mi mejor amiga de la agencia, es más bonita y atractiva que yo. Paula, mi mejor amiga de jardín, es la preferida de la seño Daniela, aunque nos lleva a dormir a su casa a las dos. Agustina, mi mejor amiga de teatro, es de quien gusta mi hermano. Cuando mi hermano y yo estamos en la casa de mi papá, él es el preferido. Cuando estamos en la casa de mi mamá, también. Cuando mi madre estaba embarazada de mi, era la amante y ya sabía que mi padre jamás dejaría a su esposa. Cuando mi madre era chiquita recuerda que su hermana era “rubia de porcelana” y ella “la morochita”. Cuando mi madre era chica acompañaba a su padre al burdel y lo esperaba mientras se acostaba con otras mujeres. Cuando mi padre creció supo que era hijo de su padrino y no de su padre. La anestesia. Posiblemente sea como dejarse morir. Perder todo control. Estar en manos de otros, a la buena de Dios. Las drogas. Nunca las probaría, si me gustasen me volvería adicta, dejaría de levantarme cada mañana. Una vez que algo se me hace compulsivo, como comerme las uñas, no hay psicólogo que me salve. El alcohol. Si me cae mal podría vomitar. Tengo veinte, nunca probé ni un sorbo, ni champagne para brindar. La colonia de vacaciones y el club. La seño me puede obligar a meter la cabeza bajo el agua. Tendría que hacer deportes que no me salen y sería víctima de bullying. Si tengo un problema no van a llamar a mi mamá. No tengo amigos. Cambiar de colegio. Ya me cambié una vez y tardé más de dos años en dejar de ser “la nueva” y empezar a pasar desapercibida. Odio cada día de clases, pero no pienso cambiarme, puede que no supere la adaptación. Mi madre me escribe: “Hace unos meses, llorando dijiste que no soportabas mi dolor. Eso mismo siento yo con tu miedo. Convivir con él es un trabajo cotidiano, es Alicia cortando la cabeza del Jabberwocky con la espada Vórtica. Los psicólogos lo llaman afrontación, adaptación y a veces sobreadaptación. Nadie dirá que no lo hemos intentado. Tuvimos amores, hombres, hijos, libros, charlas, alumnos, pacientes. Yo me perdono porque es el esfuerzo de mi vida y vos a los treinta ya deberías computarlo como valentía. Galeano diría que para unir la mente con el cuerpo hay que perder el miedo. No creo que yo lo pierda, pero afrontarlo es la tarea. Fue mi lucha de actriz, de docente y funcionaria, todas tareas para estar en la trinchera del miedo y ponerse la armadura. Es tan bello verte en familia, con tus hijos como cachorros semidesnudos, tan pleno, tan simpático. A veces vivo al miedo como una enfermedad genética. Toda una barbaridad”. Esto del miedo, en mi familia, viene de larga data. Parece más bien una lealtad invisible. Un lugar para seguir contando que nos parecemos y pertenecemos a la misma tribu. La tribu de ser lo que se quiere ser, con un resorte de base, un insondable miedo. ¿Y si algo del miedo tiene que ver con mi esencia? ¿Y si esa manía con que llegue el día en que el “camino espiritual” elimine los miedos es una utopía? ¿ Y si el miedo se mereciese ser alguien divino en mi vida? ¿Y si se pudiera ser plena aun conlo que quiere que se instale. Recordamos todos los logros que tuvo en su vida laboral, en paralelo con un movimiento retroactivo y temeroso que vivió en torno a los hombres y a la sexualidad. Como si la profesional fuese la única buena y exitosa. Juntas inventamos esta frase de reparación: “Ya no necesito el quiste para recordar lo que pasó. Lo reconozco y lo perdono”. Le encomendamos algunas tareas más: escribir un cuento en tercera persona sobre su historia con un final feliz y leerlo todas las noches durante veintiún días seguidos, colocarse una bombucha en la vulva y pincharla con un alfiler sintiendo que drena lentamente el quiste. Paula ha hecho un intenso y duro proceso. Hoy sigue con la convicción firme de “estar en la verdad” y “criar a Francisco sin secretos y sin excluidos”. s Reina: neumotórax Necesito aire en mi vida Reina tiene treinta y un años, es licenciada en Administración de Empresas y quiere decodificar una enfermedad genética sistémica que le implicó atravesar varios neumotórax. “Me siento sola todo el tiempo, además, tengo una enfermedad genética sistémica, con afectación de los pulmones y los riñones. De chica no tuve inconvenientes, pero a partir de los diecinueve años comenzaron las intervenciones quirúrgicas que disminuyeron mi capacidad pulmonar. Estoy yendo a rehabilitación para aumentar la capacidad y mantener dinámicas las funciones respiratorias, pero aún la enfermedad no tiene cura y tengo miedo de que avance. Mi madre falleció de enfermedad pulmonar. Mi mamá, Sandra, era ama de casa, trabajó desde los quince años para mantener a sus padres y terminó el colegio cuando era adulta. Pudo entrar a trabajar en una gran empresa donde conoció a mi papá. De chica vivió en La Plata, siempre en zonas humildes o conventillos. Recordaba que sufrían las sudestadas que arrasaban con todas sus pertenencias y sus muñecas. Mi mamá siempre decía que le hubiese gustado estudiar una carrera universitaria como Abogacía o ser maestra de Letras. Falleció a los sesenta y un años de una fibrosis pulmonar que nada tiene que ver con lo mío. Para mi falleció de tristeza, porque en los últimos años no estaba bien con ella misma, desde que nosotros crecimos, se sentía sola. Mi papá se llama Jorge. Es suizo, porque mis abuelos estaban refugiados en Suiza, por la Segunda Guerra Mundial, pero son de origen polaco. Vino a la Argentina cuando tenía tres años. No conozco mucho de la infancia de mi papá porque no habla de ello, aunque cuando murió mi abuela materna, nos dijo que fue una infancia muy dura y que si no lo contaba era en parte porque yo siempre fui muy sensible y me iba a poner a llorar. Tenía razón, porque cuando relataba cosas, yo siempre lloraba de tristeza, porque, por ejemplo, él no tenía juguetes, y jugaba con pelotas de trapo. A pesar de las dificultades pudo estudiar Ingeniería. Mi madre siempre decía que papá nunca hablaba, no tenía comunicación y nada de humor. Me pregunto para qué se casó con él, aunque viendo fotos de novios se los veía muy contentos y felices. También decía que era un buen padre y que nosotros debíamos estar primero para él que para ella. Mi madre dependía económicamente de él porque cuando nacimos dejó de trabajar. Mi papá se quejaba de que mamá gastaba mucho y de la comida durante la cena, siempre protestaba por algo. Yo tengo la teoría de que a nivel inconsciente mi mamá falleció por culpa de mi papá, porque el último tiempo se quejaba de que no le daba bola, la internamos el día que cumplían treinta años de casados y falleció un día antes del cumple de papá. Nací en abril y ellos se casaron el setiembre anterior, por lo que yo ya estaba en camino, cosa que mi mamá nunca me contó. Siempre decía que se casó de cremita porque le gustaba más, pero parece que era porque ya estaba embarazada de dos meses. Se me ocurre pensar que se casaron de compromiso, pero eso no me consta. Tengo un solo hermano, dos años menor, que vive en Polonia. De chiquita era gordita y con verruguitas en la cara, por la esclerosis tuberosa, bastante tímida, por cierto. En la adolescencia me cargaban mucho por eso. Me costaba ir a la colonia porque no me integraba a los grupos y tenía pocas amigas. Tuve un novio espectacular, una relación hermosa de cuatro años (de los quince a los diecinueve años), con mi cuerpo cada vez me llevaba mejor, estaba más delgada. Mi sexualidad era genial, mi primera vez se dio a mis tiempos, con un gran amor, en el marco de una relación contenida y cuidada. Desde que me separé, hace tres años, comenzó un periodo de cambios y muchísimo crecimiento, muy duro, porque yo me apoyaba demasiado en mi novio y me tocó atravesar la muerte de mi mamá. Últimamente tuve una relación nefasta con un hombre casado, de la que estoy saliendo fortalecida. Actualmente no estoy en pareja, cosa que me genera un poco de angustia porque la mayoría de mis amigas ya están casadas y con hijos. Tengo ganas de construir una relación y formar mi propia familia. Aún vivo con mi padre y me quiero mudar, pero el año pasado tuve una depresión muy grande y en marzo me echaron de una empresa. Los hechos más traumáticos de mi vida fueron las internaciones por neumotórax, la muerte de mi mamá y la relación con este hombre casado. Hace nueve años, sufrí el primer neumotórax. Ese año me separé de mi primer gran amor. Hasta ese momento no sabía que los neumotórax eran consecuencia de mi enfermedad de base. Me gustaría que desaparezca ese sentimiento de no pertenencia que experimento todo el tiempo. Ningún lugar es 'm? lugar. Me asusta que mi enfermedad avance y terminar en terapia intensiva conectada a un respirador como mi mamá”. La ficha de Reina, tan completa y explícita, nos ayudó antes de la primera entrevista a buscar el hilo conductor de su historia y preparar las preguntas para saber dónde hacer foco. Profundizamos en la vida de su abuela paterna, de quien ella es doble por fecha de nacimiento. Fuimos descubriendo que ningún miembro de la familia que vino del exterior pudo adaptarse a la Argentina. La abuela, según Reina, dejó un gran amor en su tierra natal y quizá un hijo. Hay un sentimiento general de “desarraigo”, siempre extrañan, no sienten pertenencia, y sí mucha soledad. De sus padres, si bien nos relató que había fotos lindas de sus primeros años de pareja, ella no recuerda esos rostros de alegría en la vida cotidiana. Esto nos llevó a pensar que la soledad que siente Reina no es solo de ella, que es un sentimiento transgeneracional que atraviesa todo su árbol genealógico. Como si el árbol dijera: “No te arraigues porque puede ser que nos tengamos que ir”. Reina siente esto como un gran “hallazgo” que se relaciona con su enfermedad y ese sentimiento constante en su vida de no pertenencia e imposibilidad de sostener los vínculos en el tiempo. El neumotórax es la presencia de aire en el espacio interpleural que origina un colapso del pulmón. “Falta de aire”, “tengo que poner espacio, libertad”, “me protejo del otro o me siento agredido por alguien”, “siento que me muero asfixiado por lo que pongo aire aun donde no lo necesito”. El riñón nos sugiere un conflicto de territorio. Reina piensa que su madre murió porque sus hijos crecieron y “volaron del nido”, y porque su padre “la dejaba de lado”. Esta madre no es vista como un ser independiente o libre, sino como una niña necesitada. Los roles propuestos están desordenados y no se valora la madurez de los mayores. A Reina le pusieron un nombre jerárquico, como si la responsabilidad y el deber ser cayeran sobre ella, La enfermedad está dentro del grupo de las arquetípicas, que nos indica que no se trata de una solución de supervivencia, sino de la denuncia de un conflicto transgeneracional, porque el paciente atenta contra su propia vida como en las enfermedades autoinmunes, es una autoagresión inconsciente,“me quiero exterminar”, “no sirvo”, “no soy útil para este mundo”. A los ocho años le aparecen las “verruguitas” en la cara, primer síntoma de la esclerosis tuberosa y no recuerda hechos traumáticos en esa fecha. Por eso, le preguntamos qué pasó a los cuatro años (dividiendo una edad “clave” por dos). Ahí nace su hermano y ella siente una profunda invasión, le faltaba aire, oxígeno. De ser la Reina pasó a sentirse sola, abandonada, celosa y desplazada. Programantes encontrados: el conflicto de desarraigo de sus abuelos y padres, y el nacimiento de su hermano menor. El desencadenante del neumotórax parece ser la separación de su primer gran amor. Descubrimos que se separa por decisión de ella a pesar de estar enamorada por sentirse “incómoda” o “fuera de lugar”. ¿Qué se repite en la historia de Reina y de su familia? La pobreza junto al desarraigo, “tengo que expulsarme de mi lugar para sobrevivir”. Hay miedo a que se desarme la familia, y a perder amores importantes debido a los traslados y a las mudanzas. Cuando se trata de Reina, es ella la que incorpora la variable “cambio” a su vida de pareja, aunque no lo desea, como si fuese en piloto automático: “Nadie nos obliga, pero nos tenemos que separar”. ¿Lealtad familiar? El padre guarda secretos, posiblemente la madre también (su afección pulmonar podría estar relacionada con un intenso miedo a la muerte o memorias de asfixia en la familia que no conocemos), como diciéndole a sus hijos: “Son muy sensibles, vulnerables, no están preparados para saber”. ¡Reina, estás preparada para saber! El hilo conductor de la historia parece ser: “Estamos desarraigados, no es nuestra tierra, no tenemos aire”; “Soy la que necesita estar en el aire, esta no es mi tierra”. Hay un mandato que dice: “No eches raíces porque en cualquier momento te vas a ir y vas a sufrir”. Nos pregunta por qué a ella le pasa esto y no a su hermano, Descubrimos que se radicó en Polonia y *ni loco vuelve a la Argentina”. Cumplió el mandato: “Andá, volvé a Polonia, en las raíces está tu lugar, tu espacio para respirar”. Sin embargo, algo de aire le faltó ya que eligió ser piloto de avión. Lo resolvió de esa manera. Le sugerimos hacer un viaje, que lo planeará para el año siguiente. No tiene muchas ganas de ir a Polonia, sí a Italia porque siempre lo soñó con su mamá. Tal vez vivenciando el traslado, “el cambio” y el reencuentro con sus raíces, su cuerpo no tenga que gritar que necesita AIRE o que está listo para IRSE. En la segunda sesión nos pregunta si puede haber tenido una hermana que no recuerda, porque se siente incompleta. Le preguntamos si la mamá había tenido algún aborto antes de su nacimiento. No lo sabe con certeza, pero no lo descarta. Esta última posibilidad le dio una gran tranquilidad. Es como si de repente hubiese podido poner en palabras la sensación que siente de estar ocupando un lugar que no le corresponde. Le mostramos una imagen que nos parece que la representa. Vemos a Sandra Bullock vestida de astronauta en el personaje de la película Gravity. Es una imagen inquietante, de ella quedándose sin aire con el casco puesto. En la película debe respirar cada vez menos aire para poder sobrevivir y además está “desterrada” flotando en el espacio. De hecho, le sugerimos prestar atención a la última escena, donde le cuesta mucho ponerse de pie en la Tierra, por los meses fuera de la gravedad, pero, aun así, se encuentra de nuevo “en casa”. La invitamos a constelar: disponemos una hoja en el suelo que representa a cada uno de estos integrantes de su familia: madre, padre, hermano y abuela. Colocó las hojas una al lado de la otra y ella enfrentada a todos. Comentó: “Ja, parece que estuvieran todos muertos”. Le pedimos que describiera cómo ve a cada uno, qué le diría, cómo la miran, qué intentan decirle. Luego se posicionó sobre cada uno de ellos para recibir más información de sus sensaciones y vacios. En dos oportunidades se quebró profundamente, abrazó a cada uno y le pedimos que les agradeciera, que manifestara su reconocimiento a las jerarquías y que les comunicara “que su vida es suya y que la de ellos era la de ellos, que por favor la miren con buenos ojos”. Era evidente que tal como estaban colocados no se sentía cómoda, el sistema familiar no estaba ordenado. Comenzamos a modificar las ubicaciones, sus padres detrás de ella, sus abuelos detrás de sus padres, su hermano a su derecha, dos esferas medianas (representando a sus pulmones) a sus pies y en el costado izquierdo nos preguntó si podía colocar a su supuesto hermano y así lo hizo. Sintió un profundo alivio, lloró de emoción, sacó fotos y las va ampliar para tenerlas a la vista. No importa si ese hermano existió o no, más bien representa a alguien del sistema que ella no reconoce y que necesita integrar, incluso puede referir a un aspecto de su vida que necesita mirar. En la tercera consulta le hicimos una meditación de recuperación de alma y como acto simbólico la invitamos a comprar un pulmón de vaca, observarlo detenidamente, prepararlo en alguna comida y digerirlo sintiendo que ya tiene el aire que necesita, que está trasplantada con amor y verdad. Si resulta muy fuerte relacionarse con el órgano de un animal, podemos representar el pulmón con otro alimento. Además, le sugerimos comprar todos los juguetes que cree que han perdido sus padres en la pobreza y en el desarraigo para hacerles un lugar en su casa, ponerles nombres y ropita nueva. Reina necesita contactar con su naturaleza, con el cuerpo, con ella como recurso y con lo que puede hacer con sus manos. Luego animarse a viajar, conocer y ser partícipe del mundo entero. No está desarrollando gran parte de su potencial. La pérdida de su madre marca el momento clave para darse cuenta de su historia y renacer. El lugar propio lo encontrará a partir de conocer sus deseos y darles fuerza. Por último, buscamos la frase de resolución: “Devuelvo a mis abuelos y padres este sentimiento de soledad y desarraigo. Asumo mi vida y camino con decisión hacia lo que me hace feliz. Me apropio de mi territorio. No hay peligro real”. Reina viajó en avión y hoy es una gran astróloga. 9 Amanda: no puedo nombrar a mi papá Soy mi origen Amanda es locutora. Envía su material muy claro. Su árbol genealógico está superprolijo, contesta cada pregunta de la ficha con detalle y compromiso. “Me acerco por varias cosas. Pero sobre todo porque la maternidad me puso en evidencia un montón de cosas que tenía cerradas y bloqueadas. La más importante, es la relación que no tuve con mi papá. Él nos abandonó de chicos, es una historia muy larga, y si bien es algo que trabajé en terapia, hoy con mi hija eso vuelve a salir a la luz, cada vez que ella me pregunta quién es mi papá. Además, me siento un poco alejada de mi costado más sensible. Siento que me endureci. Al año de estar de novios, mis papás se casaron y se fueron a vivir al campo, en La Pampa. Mi mamá recién había terminado el secundario. Se separaron cuando yo tenía trece años. Mi mamá no puede ni mencionarlo. Terminó todo muy mal. Luego, él se suicidó. Papá se suicidó tres meses después de haberse fugado. De todas maneras, creo que no lo hubiésemos vuelto a ver. Ni mi madre ni mis hermanos querían saber nada de él. Estábamos todos profundamente dolidos. Creíamos que él trabajaba para y por nosotros, y al final estaba enredado en un mundo de estafas. No me dolió tanto saber su muerte como su abandono, y las deudas. Seguimos en contacto con mis abuelos paternos unos años más (ellos nos informaron la noticia, pero no quisimos saber detalles), luego la relación con ellos se diluyó. Yo nací primera. Fuimos muy pegotas con mi mamá. De hecho, todo lo que le pasaba a ella me pasaba a mí. Pasábamos mucho tiempo solas, cosa que en el campo no era fácil. Ella perdió un embarazo de ocho meses cuando yo era chica.Recién cuando tuve siete años nacieron mis hermanos. Antes de tener a mi hija estuve embarazada, pero fue un embarazo molar (lo que se reproduce no es un bebé, sino células tumorales). Horrible. Tuvieron que hacerme un raspado y después controlarme por un año con análisis de sangre y ecografías para asegurarnos de que nada de eso volviera. La que siempre estaba conmigo, me buscaba y me llevaba al jardín era mi mamá. La que me leía, o con la que pintábamos y cocinábamos. En la adolescencia no la pasé muy bien. Me sentía diferente al resto, y eso hizo que por un tiempo sufriera mucho el no encajar en ningún grupo. Para mí fue una etapa muy difícil. Mi papá estuvo metido en problemas económicos jodidos y cuando todo salió a la luz, se fue del pueblo de un día para el otro, tres meses después nos informaron que se suicidó. Nos dejó solos con mi mamá, en una situación muy fea, donde en un pueblo chico todos nos señalaban, fue muy difícil salir adelante. Un día me enteré de que nos podían rematar la casa. Yo me ocupé de mis hermanos porque mi mamá no podía nada. Me daba vergúenza que me asociaran con mi papá. Engordé mucho, y el cuerpo era todo un tema. Vivía a dieta y disconforme conmigo. Cuando me mudé, me encantaba Buenos Aires porque sentía que ahí nadie me conocía. En la facultad lo mismo. Ese anonimato, era genial. Me recibí ya casada y embarazada. En mi marido encontré mi remanso. Y entendí que formaba mi propia familia, la que yo elegía. Me encantaría tener otro hijo, pero la ginecóloga nos indicó hacer una consulta de fertilidad porque buscamos hace largo tiempo y no quedo. Además, me están estudiando porque tuve un pólipo maligno en el intestino, tengo que hacerme colonoscopias periódicamente, lo que resulta muy invasivo para el cuerpo. Algo bueno que logré con relación a lo familiar, es hacer un corte con mi mamá. Entender que tenemos dos vidas separadas y que ella no depende de mí. Que puede sola. Y verla más como mamá que como hija. En lo físico tendría que cuidarme un poco más. Por eso empecé a caminar, y quiero mejorar la alimentación. Pero estoy mejor que hace unos años, cuando me la pasaba con infecciones urinarias. Llegué a estar internada, me estudiaron toda y no encontraron nunca nada. Siempre me preocupó la falta de trabajo. La inestabilidad laboral me pone loca. Ojalá siempre tengamos trabajo. Y uno de mis temores actuales es no poder volver a quedar embarazada”. Amanda nos mandó un mail donde resumía lo que fue nuestra primera consulta: “Me quedó claro que no vale dividir mi árbol genealógico como “la parte buena' y la parte mala. Porque yo soy el resultado de ambas líneas y está bueno saber que se entremezclan y tienen que ver. La confluencia de ambas me permite ser la que hoy soy. Me quedó resonando lo importante de que yo pueda empezar a darle entidad a mi papá. Nombrarlo, personificarlo, que deje de ser un fantasma. En la medida que siga siendo un tema que no se habla, que no se dice, que no se menciona, también es muy difícil que yo pueda elaborarlo, Otro punto que no paró de darme vueltas en la cabeza es mi relación tan simbiótica con mamá, y la importancia de que en algún momento se hiciera el corte que se hizo. Que quien ayudó mucho fue mi marido. También entendí que no perdí a mi papá cuando él se fue o se murió. Desde mucho tiempo antes no lo tenía. Creo que lo que más me cuesta es no poder entender qué es lo que le pasó a él, cómo se explica. Necesitaría que alguien me explique esto para poder internalizarlo y también así sanar algunas cosas. Creo que tiene que ver con mi historia que sea tan estructurada, tan necesitada de cosas seguras, claras y predecibles. Pero adentro de mí hay una fuerza que me pide cambios, creatividad, innovación, aflojarme, es un tira y afloje constante. Fue impresionante todo lo que sentí en el momento de la constelación con los muñecos. La energía cambiaba increíblemente cuando movía a mi mamá de lugar. Me quedé pensando en la importancia del hermanito que no tuvimos, el que nació muerto. Jamás se habló de eso en casa. Yo nunca le había dado un lugar. El anonimato para mí fue bueno, pero hoy tal vez tenga que cambiar esa mirada. Es importante por mi trabajo que sí se conozca mi nombre, que me muestre y salga de esa burbuja anónima que generé por miedo. Carta al hermanito: No sé muy bien qué decirte. Solo que a pesar de que mucho no supe de vos, en mi corazón siempre estuviste. Me apena tanto no haberte tenido con nosotros. Sé que mamá estuvo muy mal cuando le dieron la noticia, y que los días anteriores a que se desencadenara el parto yo estaba con ella y seguramente fui su motor. Mamá siempre me cuenta que cuando ya le habían dado la noticia de que el embarazo estaba detenido, un día estábamos en la plaza y la gente le preguntaba de cuántos meses estaba. La tristeza de ella era enorme. Ahora que vuelvo a pensar en vos, te abrazo fuerte y pido que por siempre descanses en paz” Con respecto a su árbol, Amanda es doble de su bisabuelo paterno, médico; su abuelo paterno, médico urólogo (ella estuvo internada por repetidas infecciones urinarias); de su padre (por nombre, ambos tienen de segundo nombre María). Además, la fecha de concepción del padre de Amanda y la del cumpleaños de su abuelo paterno coinciden con la fecha de nacimiento de su hija. Por lo tanto, hay una memoria ancestral que se transmite desde el bisabuelo paterno hasta su hija, pasando por ella, siempre hablando de la línea paterna, la línea que ella necesitó eliminar, “eliminar una parte de mí”. En la medida en que Amanda no se sienta habilitada por su madre a perdonar a su papá, lo sentirá como una traición, y esto dificulta la inclusión de la figura paterna en la familia. Amanda expresa a través de su cuerpo. Infecciones urinarias (conflictos de territorio), embarazo molar, “mi supuesto hijo me come, me destruye”, no quedar embarazada. (¿Qué pasó con los segundos y terceros hijos en el clan? El segundo de su madre murió). Meses de diarrea con sangre, “me deshago de los secretos y dolores familiares”. Fue una niña sobreadaptada. Por un lado, recuerda una infancia feliz como hija única hasta la llegada de sus hermanos, después refiere cómo se hizo cargo de su casa y maternó a sus hermanos y a su madre, que tuvo depresión. Ella comprendió que parte de la fuerza de la vida la tomamos de nuestros padres, sean quienes sean y bajo cualquier prontuario. Su hija pequeña trae memorias de su abuelo paterno, y justamente para despegarse de ellas y hacer su propia vida necesita saber quién es, cómo se llama, cuál fue su cara. Amanda consiguió sentirse libre bajo el anonimato de la gran ciudad, ahora tiene el desafío de revertir eso para insertarse en el medio periodístico. Ni papá fue tan malo ni mamá tan buena. Ni tampoco ella fue la salvadora de su familia por hacerse cargo. Su mapa natal le pide salir al mundo, tomar riesgos y mostrarse. Conectarse con un lugar mucho más juvenil y artístico, expresarse. Para eso tiene que poder bajar su nivel de autoexigencia y trabajar su miedo a la escasez económica. Ella tiene que hacer todo, hacerlo bien y hacerlo ya. El desafío es convertirse en una mujer con elecciones personales y actualizadas. Hablamos mucho sobre su temor a no quedar embarazada hasta que asumió que no sabe si tiene ganas de darle prioridad a un nuevo hijo en este momento. Se siente madre desde los doce años. Además, se relaciona con sus hermanos menores como si fuesen hijos, y esta actitud la desgastó mucho. A su vez le dio un lugar de identidad, le dio poder, liderazgo. Le dio la sensación de que a partir de allí las cosas sí dependían de ella y podía controlarlas. Le explicamos que tanto las infecciones urinarias como la diarrea pertenecen a una etapa de reparación, de encontrarse con lo que tiene y aceptarlo tal cual, dejando ir lo que ya nole pertenece. En una de las últimas sesiones, Amanda entabló un diálogo con su intestino grueso y con un pólipo nuevo que le descubrieron allí. Ella como pólipo, apretada con dos almohadones que simbolizan su intestino, dijo, mientras la terapeuta ocupaba el lugar de Amanda: “Ya fue suficiente, hace diez años que estoy acá para mostrarte que no soltaste el lugar arrogante de ser la madre de tu madre y de tus hermanos. Así, sin realmente hacer tu vida y descubrir qué querés hacer, se te pasan los años. Yo intenté poner un tapón. Ahora te toca a vos”. Después, la terapeuta en el lugar del síntoma agregó: “Ya no tengo más que hacer acá, te dejo libre, nunca quise hacer daño, tampoco me gusta este lugar. Crecí para demostrarte que tenés que multiplicarte y ocupar en la familia el lugar que te corresponde, como pólipo te mostré que te sentiste manchada y ensuciada”. Le sacaron el pólipo y quedó embarazada. Ahora hay una foto de su papá en su casa. Amanda quiere saber cómo y dónde murió. Tal vez pueda encontrarse con una abuela paterna que aún vive. Su hijita sabe que su abuelo se llamó Raúl. Espera un bebé que, por fecha probable de parto, también será doble suyo y de su padre. e Ágata: mi hijo tiene miedo a la noche Un hijo que recuerda más allá de su propia vida Frodo, de doce años, tiene miedo a la noche. Se angustia cuando empieza a atardecer. Verifica cada puerta antes de acostarse, teme que entren hombres armados a robar y que algo les pase a sus padres. No atravesó ninguna de las situaciones que fantasea. La casa tiene buenas condiciones de seguridad y los padres no parecen temerosos. Sin embargo, Frodo no puede dormir ni siquiera en la habitación de los padres. Debe controlar que ningún intruso invada la zona. Duerme poco, se angustia pensando cómo hará para salvar su casa y su familia de “que los maten” o los dejen “sin nada”. A la noche, cuando más adulto pretende ser, más temeroso y niño se siente. En principio consulta su mamá, Ágata. Ágata y Pedro son los papás de Frodo. Ella es enfermera. Él es empleado administrativo, viene de una familia de poca comunicación y afecto, perdió a su papá cuando tenía veinte años y quiso ser voluntario en las Malvinas. Pedro estuvo casado previamente, ese matrimonio terminó por problemas económicos, cuando perdió su empresa y todo su dinero. En ese entonces tuvo un intento de suicidio. Hace catorce años se casó con Ágata. En la segunda consulta, cuando le preguntamos si hay algún secreto en la familia, Pedro llora y nos cuenta que cuando tenía once años quiso suicidarse con un revólver del padre. Nunca supo por qué la bala no salió. Fue una noche, mientras sus padres dormían. No fue algo planeado, tampoco entendía bien qué estaba haciendo. Se levantó de su cama, tomó el revólver y lo intentó. Nunca más habló del tema con nadie. Ágata nació después de una hermana enferma: “Mis padres depositaron en mí todas sus expectativas y cumplí todo aquello que no podían ver en mi hermana. Siempre íbamos los cuatro al médico y cuando mi hermana se internaba, yo iba a vivir con mi abuela materna. Cinco años atrás, mi hermana tuvo una descompensación cardíaca y me dijeron que no salía de terapia intensiva. Ella me pidió que la sacara y firmé el alta voluntaria, a partir de allí está con oxígeno en su casa. Tiene una vida aparentemente normal. El oxígeno lo usa de noche, aunque los médicos le dijeron que tenía que usarlo las veinticuatro horas. Mis padres siempre me dijeron que tenía que cuidarla y yo tengo miedo de que les pase algo a ellos y quede mi hermana sola conmigo. No tuve amores en mi adolescencia, siempre me sentí fea. Era gorda, como ahora, y estaba acomplejada. Pero no podía quejarme, porque no estaba enferma como mi hermana, aunque cuando ella estaba presente, me limitaba a sus movimientos, incluso me quedaba horas sentada como ella, haciéndole el aguante. Tuve mi primera relación sexual a los treinta y tres años porque quería sentirme igual que todas las demás. Ese hombre desapareció abruptamente. En ese momento conocí a Pedro y nunca más me separé. No sé si en un primer momento fue amor, pero fuimos construyendo algo sólido, aunque somos muy distintos. Generalmente me siento sola estando con él. Me asusta engordar, mi trastorno de ansiedad y que Frodo se quede sin familia, que no sea seguro de sí mismo, también su futuro económico. Frodo se parece a mí en lo obsesivo por hacer las cosas bien y al papá en que no da vueltas con los demás, si lo entienden bien, sino es problema del otro, Cuida mucho de sus nonos. Cuando quedé embarazada vivimos en la casa de mis padres, por problemas económicos, y durante cinco años. La convivencia fue difícil y nos construimos la casa frente a la de ellos, arriba de un local que es de mi papá”. Ágata aguanta, aguanta, aguanta. No descarga, no pide, se exige, como Frodo. Pedro se las sabe todas, le exige a Frodo, no tolera verlo con alguna dificultad, incluso compite con él. Quiere hacerlo “hombre”. Lo acompaña durante las crisis de la noche, pero muchas veces se enoja. Y una de las cosas que le dijo es: “Si seguís así, ¿qué te queda? ¿Pegarte un tiro?”: Pedro dice que nunca tuvo miedo. Le explicamos que quizá no era miedo, sino pánico. ¿Por qué alguien se querría suicidar ante un fracaso económico? Podría ser un profundo miedo al fracaso o a la mirada del afuera. Pedro tiene un vínculo estrecho con las armas, incluso fue voluntario en la guerra de Malvinas. Frodo es doble de su padre y de su abuelo paterno (que falleció muy joven a causa de un cáncer de pulmón y cuentan que lo vivió con mucho miedo). El nombre se lo eligió Pedro porque si era varón le tocaba elegir a él. En el colegio no tiene amigos, dice que lo dejan de lado por estudiar demasiado. Su temor a la noche empeora los domingos, cuando se acerca el comienzo de la semana y la vuelta a clases. Cuando hablamos con él nos dimos cuenta de que juzga severamente a sus padres si no hacen “lo que deben”, sobre todo con las medidas de seguridad en la casa o en el auto. ¿Cuáles son los programas inconscientes que están activos en el niño? “No debo descansar, en cualquier momento puedo perder todo, como papá”. “Tengo que ser el mejor, si fracaso no me van a amar”. “Tengo que ganarme un lugar en la familia (como mamá)”. “No puedo fallar (como papá y mamá)”. “Tengo que cuidar a mis padres y a mis abuelos, soy el que está sano”. “No hay » « adultos en esta familia, nadie me puede cuidar”. “Si me descuido me puedo »”» « IN « morir (suicidar)”. “Si me descuido se puede suicidar mi papá”. “Si me descuido ”» podemos perder todo (como papá)”. “Soy amado por mis padres si soy maduro, si tengo un futuro asegurado y me planto en el mundo”. “Si mi tía o mis abuelos se mueren, mi madre no podrá seguir viva”. Los programantes más importantes son los intentos de suicidio del padre (uno a la edad de Frodo), el quiebre económico y afectivo, y el tener “que hacerse lugar” de la madre ante la enfermedad de su hermana (que empeora de noche). El conflicto desencadenante es el síndrome de aniversario del secreto del padre. Ese intento de suicidio de Pedro seguramente está relacionado con un hecho de violencia en su árbol. No pudimos averiguar más sobre el abuelo ni sobre las condiciones de muerte de sus bisabuelos, pero el linaje de hombres parece estar completamente afectado por la fatalidad, la estafa, las armas y el autocastigo. Los hombres en esta familia no se consideran lo suficientemente valiosos para la vida, aunque demuestran lo contrario. Frodo teme a los cambios. Necesita sentirse seguro, estar “bajo control”. Su proceso de maduración debe pasar por una etapa de volverse completamente vulnerable e insuficiente, ya que su madurez es una carga impuesta que nada tiene que ver con un manejo coherente de sus emociones, sino con una sobreadaptación al entorno (“siel mundo es muy rígido conmigo, me pongo rígido con él, aunque no sepa qué necesito, estoy listo para batallar”). El desafío de su carta natal es unir a la familia. Pero se trata de su propia familia, la que él quiera construir en el futuro. La unidad de su hogar actual no depende de él, sino del compromiso y la verdad de sus padres. Si él no puede volver a ser el bebé y el niño pequeño que no le dejaron ser, los miedos se acrecentarán. Será cada vez más controlado de día y cada vez más descontrolado de noche. Al atardecer, cuando los disfraces sociales y las caretas se sueltan, aflora el verdadero sentir detrás del control: el miedo, la angustia, la soledad. ¿Verdaderamente les teme a los delincuentes?, ¿o les teme a sus propios impulsos? ¿Les teme a los impulsos reprimidos de sus padres? ¿Le teme a su descontrol? ¿Les teme a las armas de los delincuentes o a las de su familia? Le propusimos a Frodo que elija una foto o imagen para el miedo. Buscamos juntos una imagen con un ladrón con cara de malo y escopeta, escalando los techos. Le pedimos que le agregue dibujos y colores que representen su miedo. Apareció una nube marrón sobre la cabeza del ladrón y algunas palabras como “malo”, “injusto”, “desobediente”. Anotamos todo lo que él sentía y lo que le diríamos al ladrón si aparece. A la noche, junto a sus padres, quemaron el dibujo y tiraron al inodoro las cenizas. Pedro le contó a su hijo que a su edad jugó con un arma y que eso lo asustó mucho, que no quería morirse, pero que podría haber pasado. Frodo se sintió comprendido, al final su papá también se equivocó, tuvo miedos y estuvo en peligro, Les pedimos a Ágata y Pedro que hicieran cambios, adueñándose de su rol de mayores. Esos cambios tenían que ser drásticos, y darle la posibilidad a Frodo de jugar. Pegaron dibujos y sonrisas por la casa y pusieron música cada mañana. Cambiaron horarios, hábitos y estructuras. Los domingos cocinaron papas fritas los tres juntos. Hace poco nos enteramos de una afección gastrointestinal de Frodo que, desde los cuatro años, le provoca reflujo y daño en las cuerdas vocales. Tenía programada una cirugía para el mes siguiente. Esto no lo trabajamos porque estábamos abocados a su situación nocturna. Lentamente mejoraba y se veían buenos resultados. Dejó de pasarse a la habitación de sus padres y un día no se dio cuenta y apagó la luz. Tres meses después del primer encuentro, no tuvo miedo nocturno ni despertares. Hace una semana nos llevamos la sorpresa de que no hay que operarlo. Los médicos no saben cómo, pero la situación se había revertido. Frodo sigue haciendo terapia Bioenergética con una de nuestras terapeutas, su madre estudió Biodecodificación Rizoma y hoy es una gran terapeuta. 0 Inés: vitíiligo Lo que le digo a mi padre, con el cuerpo Inés es licenciada en Relaciones Internacionales, tiene treinta y dos años y quiere decodificar su vitíligo. “Mis padres, María Florencia y Roberto, se conocieron en Paraná cuando ambos tenían dieciocho años. Se casaron a los veinte, tuvieron tres hijos y se separaron a los cuarenta y cinco. Hoy se llevan bien y se respetan. Fui la tercera hija, buscada y deseada. A los pocos días tuve una insuficiencia cardíaca y tuvieron que operarme. Fue un primer año con muchos cuidados. Mi mamá me cuidaba. En cambio, mi papá, era la figura del trabajo, y no tengo recuerdos de haber estado cerca de él. Fui a una escuela pública. A los catorce años mis padres se separaron y fue muy doloroso. Me independicé a los diecisiete años, cuando me fui becada para estudiar quinto año de la secundaria fuera del país. Volví a Paraná y luego me mudé a Córdoba junto con mis dos hermanos mayores. Estoy en pareja desde hace diez años con Ariel. El vitíligo me apareció a los cinco años y afecta diversas partes de mi cuerpo: rostro, cuello y codos. A raíz de esta condición me cuesta aceptarme como soy, incluso me incomoda la mirada de los demás”. En la primera entrevista con Inés empezamos a revisar su historia y sobre todo su árbol genealógico. Tiene muchas tías, de una es doble por fecha de concepción, justamente la que también tuvo una cardiopatía a días del nacimiento y que requirió una operación. Le contamos que el síntoma nos habla de un “conflicto de suciedad”: “Quiero que mi padre vea mi interior”, “quiero ser pura”, “no existo para mi padre, estoy separada de su mirada”. Se trata de un conflicto de separación de un ser querido o admirado. Quizá, “me gustaría ser abrazada y no puedo”. La hoja embrionaria es el ectodermo y nos remite a un conflicto en torno a la comunicación, los vínculos y el territorio. Aparentemente está en etapa de reparación, ya que no surgieron nuevas manchas. Como la enfermedad aparece hacia los cinco años, suponemos que el conflicto es de los padres. Le preguntamos: “¿Qué estaban viviendo en esa época?”. Recuerda que su padre tuvo hepatitis y trabajaba mucho. También nos cuenta que una prima tiene vitíligo por la línea paterna. Su abuela paterna, de quien es doble, es una mujer con obesidad, separada y de carácter “complicado”. Sospecha que se separó del abuelo por sus engaños. De a poco va mencionando que su padre es “un poco contradictorio”, puede estar muy bien y de repente se descontrola enojándose mucho y a los pocos minutos aparece como si nada hubiera pasado. Juntas confeccionamos una frase que resuena con su historia y su enfermedad: “Soy transparente para mi padre. No tengo identidad, mejor desaparezco”. Después de la sesión nos escribe contando que su tatarabuelo murió batiéndose a duelo y otro familiar sufrió de lepra, una enfermedad considerada castigo y motivo de vergienza. Le sugerimos un acto simbólico para romper con identidades y apegos: que elija una prenda preferida y con mucho uso, y que la queme. Luego que compre una prenda que no se hubiese puesto meses atrás. Queremos que desarme el mecanismo de “busco ocultarme por estar manchada socialmente”, un conflicto de sus ancestros. La invitamos a realizar una constelación eligiendo a un representante para ella (un perrito que está aferrado a su tesoro), su papá, el vitíligo y su mamá. Mamá queda caída, su papá mira a cualquier lado, Inés queda aplastada por la tapa del tesoro y el vitíligo se ve entre los padres tirado en el piso. Comienza a sentir bronca. El vitíligo, al quedar entre los padres, le sugiere que no es un conflicto de ella. Llora y sonríe. En el primer movimiento levanta a su representante y la libera del atrapamiento del tesoro. Luego coloca a sus padres detrás de ella. Centralizamos a los padres detrás de los tres hijos. Le proponemos que elija a sus cuatro abuelos y los ubique detrás de sus padres. Colocó al vitíligo detrás de todo el sistema, pero sin excluirlo, porque pertenece. Todos los hombres de su familia paterna se enemistaron con importantes líderes o comerciantes. De esta manera terminaban siendo el “hablar del pueblo”. Eran capaces de empuñar armas y batirse a duelo, Ponían el cuerpo a todas las situaciones conflictivas. Se manchaban con sangre. No es casual que ella tenga que trabajar el “cómo me veo”, “qué dicen de mí”. Tampoco es casual que surja el vitíligo cuando su papá transita un conflicto de mucha ira o deseo de venganza (concordante con la hepatitis). “Papá voy yo en tu lugar, no te mueras, no te expongas”. “Me expongo yo por vos, mirame”. Esto es lo que los niños son capaces de decirles con el cuerpo a sus padres. Hoy las manchas en su piel no son su mayor preocupación y sabe que su camino es asumir su vida y vivirla en plenitud. o Maite: voy a parir un bebé enfermo Sanar a mi hijo a través de mí Maite tiene treinta y cinco años, es violinista y está embarazada de treinta y cuatro semanas. Consulta porque su bebé, Ama, tuvo una hemorragia cerebral intrauterina. Si bien lo ideal es trabajar con la historia completa de ambospadres, en esta oportunidad hicimos la mayoría de las sesiones con Maite y solo algunas con Gus, el papá del bebé. “Fuimos cuatro hermanos. El mayor falleció producto de una sobredosis. Luego nací yo con mi hermana melliza que falleció minutos después del parto porque la placenta había dejado de alimentarla. Años después nació mi hermana menor. A los veintiún años me fui de viaje por el mundo y luego, cuando volví en 2001, mi familia decidió mudarse a Canadá por la crisis del país. Me dejaron la casa familiar, donde vivimos ahora con mi pareja. No tengo el recuerdo de una infancia linda, me costaba bastante socializar, me sentía menos. Mi papá tenía problemas con el alcohol y a veces era violento conmigo, con mi hermano y con mi mamá. En la adolescencia me costaba muchísimo la relación con los chicos, me daba vergúenza, creía que nunca iban a gustar de mí. Me sentía gorda. Empecé a estudiar violín a los siete, me mandaron mis papás y sentí que lo tenía que hacer, pero a la vez lo padecí, no me sentía capaz. Mi hermano también tocaba, pero era más autodidacta. Era el músico, al que todos le pedían que toque y lo aplaudían; yo era la que estudiaba. Tuve un novio que me maltrataba psicológicamente, y me era infiel, fue una época turbia para mi. Los momentos más difíciles fueron cuando, en quinto grado, me enteré de que había sido melliza, la muerte de mi nona, la muerte de mi hermano y las peleas con mi anterior pareja. A los quince años me operaron del corazón. En realidad, me hicieron dos bypass, producto de una enfermedad autoinmune que inflama las arterias. Tenía una obstrucción del 90 % en una de ellas. Durante el embarazo mío y de mi hermana, mi papá se quería ir a trabajar de maestro a un pueblo rural de Neuquén con “los pobres. Mi mamá no quiso y mi papá se enojó. Mamá se sintió muy sola durante el embarazo. Nacimos prematuras, estuve diez días en incubadora, mi mamá me conoció a los tres días porque se sentía muy débil y no la llevaban a verme. Mi tío (doble por fechas) falleció del corazón, estaba casado con una mujer con la cual no tuvo hijos, mientras tanto conoció a una mujer mucho más joven y empezó a tener muchos hijos con ella. Un hijo de él, a su vez, tuvo cuatro hijos, dos eran mellizos (como nosotros), luego murió producto del alcohol. Otra tía (doble por nombre) se casó, no tuvo hijos. Cursó varios embarazos, pero tenía “útero infantil” y los perdía. Estaba casada con un golpeador que la torturaba y la quemaba con cigarrillos. Ella intentó suicidarse varias veces. Una prima de mi madre que tampoco podía quedar embarazada, lo intentó con inseminación, y cuando quedó, a los siete meses de embarazo, el bebé murió, supuestamente ahorcado con una vuelta de cordón. Mi hermano mayor nació por cesárea. En la gestación de él, durante la dictadura, llegaron unos amigos de papá de la juventud. Mamá no los conocía y papá quería refugiarlos en el departamento. Esto generó una situación de tensión y mamá se fue a la casa de mi abuela. Trataron de inducirla, pero ella no dilataba. Después nací yo, un embarazo no buscado. Mi hermana menor nació por cesárea programada, no tuvo ningún problema hasta que a los tres meses se agarró mononucleosis”, Hicimos hincapié en conocer las historias de gestaciones de su familia y también las enfermedades tempranas en el árbol familiar. A su vez, indagamos en la historia de la pareja de Maite. “Casualmente”, el día que falleció el hermano mayor de ella, también fallecieron en un accidente de tránsito los tíos y primos de Gus, del papá del bebé por nacer. Cuando un niño nace con alguna patología debemos buscar las vivencias de la madre en el embarazo, pero, sobre todo, las memorias de otros embarazos traumáticos en la familia. Es como si el cerebro del bebé lo programara: “Acá no es bueno nacer”. “Si nazco no voy a vivir mucho tiempo”. “No quiero estar despierto cuando me toque nacer”. ¿Qué pasa con los bebés que están por nacer en esta familia? No quieren nacer, no logran concebirse, se pierden, se mueren, se enferman. ¿Y las madres? Las madres sufren y fundamentalmente se sienten desplazadas por sus parejas. Sus maridos no las priorizan. Los hombres de la familia tienen conflictos con el alcohol o las drogas, son eternos niños con grandes talentos (por ejemplo, su hermano con la música) y escasas herramientas emocionales. Quieren hacer “el bien” a costa de las decisiones de su familia. Maite se entera por casualidad que tuvo una hermana melliza que falleció. Además, tiene una enfermedad autoinmune, sin antecedentes en su familia. Se cree que las enfermedades autoinmunes, donde el cuerpo se ataca a sí mismo como si quisiese exterminarse, tienen un correlato fundamental en el plano transgeneracional. Se trata de personas que no pueden hacer su vida, se dedican a exterminarse, como si no tuviesen derecho. ¿Será fidelidad inconsciente con miembros de su familia que no pudieron vivir? ¿Será un mecanismo de protección para desaparecer antes de que les suceda algo terrible, como la muerte de un hijo, un fracaso o una acusación? Puntualmente, antes del diagnóstico de su bebé, Maite vivió días de estrés porque sus padres vienen de Canadá para el nacimiento de Ama, y además la madre invitó a la tía y a la prima a quedarse en su casa. Se repite la historia, pero esta vez es la madre (que antes lo sufrió por parte del padre) quien “invade” la casa (aprovechando que se trata de la casa familiar) en el momento del nacimiento de su nieto. Maite tiene un programa inconsciente de “cuando hay nacimiento, hay separación”, como le pasó con su melliza y su mamá al nacer. Hoy tiene terror a ser separada de Ama debido al diagnóstico. Durante su llegada al mundo no solamente nació inmadura (“la panza no es un lugar seguro”, “mamá no está capacitada para alimentarnos con la placenta”), sino que estuvo sola. Sola ella cargando con la pérdida de su hermana. Sola su madre, haciendo el duelo. Solo su hermano mayor en casa. La muerte del hermano de Maite fue, en parte, la oportunidad de elegir el camino de la verdad para esta familia. Asumir que había sufrimiento en él, que en este “no contar”, nadie se daba cuenta de nada y que los secretos enferman. La probable fecha de parto de Ama es el día del cumpleaños de su tío fallecido, cuyo nombre era Aldo. Coincide la primera letra. De alguna manera este niño trae las memorias de Aldo. Ante este panorama decidimos hablarle a Ama, contarle toda la historia y hacerle un lugar en casa a aquellos muertos que no son nombrados. En principio a Aldo y a la melliza de Maite. Ponerles nombre, una foto representativa, hacerles una carta, un dibujo. Contarle a Ama quiénes eran sus tíos y por qué no tenía que pasar una vida similar a la vida de ellos, ni repetir ningún patrón. Como acto simbólico les propusimos que elijan un segundo nombre para Ama, ofreciéndole un renacimiento desde esta intención de que nazca sano y pleno. Constelamos. Lo hicieron juntos, Maite y su pareja Gus. Eligieron representantes para ellos, sus padres y los muertos de su familia. También para Ama y para la enfermedad. El sistema estaba completamente desorganizado. Para los más grandes eligieron muñecos más pequeños e infantiles, y para los adolescentes o niños, muñecos adultos. Aquí los pequeños protegen a los grandes (como Maite a su hermana menor). La enfermedad funcionó como puente de vinculación entre la familia, como la manera de hacer circular el afecto. Maite miró a la representante de su melliza y nos confesó que esa falta siempre la sospechó, la sentía en el cuerpo. Fuimos haciendo movimientos suaves para reorganizar el sistema. Todos tuvieron un lugar amoroso, incluso el representante de la enfermedad. Hicimos una meditación chamánica donde fuimos a buscar la voz de Ama, qué siente, qué necesita, qué propone su hemorragia. Fue hermoso verlosa ambos padres comprometidos con la sanación de todo el clan. Pudieron visualizar a su hijo despierto y luminoso. Las siguientes ecografías mostraron que el problema de Ama no avanzaba. Programaron una cesárea, el bebé siempre estuvo con sus papás durante la internación. Debían operarlo a la semana de nacer, pero finalmente estaba tan bien que la cirugía se hizo a los tres meses, para evacuar el resto de líquido de su cerebro. Si bien hay que esperar para evaluar posibles secuelas, lleva una vida completamente normal. Las veces que lo vi fue para acompañar a sus papás en el área de lactancia y me emocioné al contemplarlos a los tres tan unidos, comprometidos y entregados al proceso que les toca. e Dora: cáncer de mama Renombrarme y hacer mi propia familia afectiva para sobrevivir Dora tiene veinticuatro años y trabaja como administrativa. Si bien tiene cáncer intraductal de mama con metástasis ganglionar, quiere decodificar “su alma” y sanarla. Su mamá fue adicta y permanece internada en un psiquiátrico desde hace años. Los padres fueron drogadictos desde pequeños y escondieron su embarazo hasta último momento. El padre desapareció, hace muchos años que no sabe nada de él. Ella es una mujer bonita y muy joven, de pocas y dolorosas palabras. Tiene tres hermanos abortados, no sabe las fechas. Es la única hija viva. La crio la bisabuela, quien es su doble por fechas y murió de leucemia. “Nunca acepté mi cuerpo. Hace cuatro años que estoy soltera. ¿Los hechos más dolorosos? Que mi mamá se vaya a vivir a Mar del Plata sola cuando yo tenía nueve años y el intento de suicidio que tuve a los dieciocho (duplicando la edad del primer abandono). Creo que hice el duelo de la pérdida de mis papás, que están vivos, pero no tengo relación. Me asusta morirme. El pecho, para mí, significa “madre, es un medio para amamantar un bebé. La cultura machista lo representa como algo erógeno”. Seis meses antes del diagnóstico visitó a su madre donde está internada. Esto la movilizó de tal manera que salió corriendo del lugar. Refiere haber corrido varias cuadras hasta llegar a un lugar conocido. No recuerda nada de ese día, no sabe cómo cruzó barreras y avenidas sin ningún registro. Este es el desencadenante. Se trata de un shock biológico, ni siquiera puede poner en palabras la vivencia. Además, su tumor es en la mama derecha, que, en una persona zurda, representa a la madre o a los hijos. Ella revivencia el abandono. “No soy deseada, nunca lo fui”, “no tengo madre, ni referente ni refugio”. Su red de contención está compuesta de amigos. No tiene relación con ningún familiar excepto con una prima cinco años menor a la que ayuda económicamente (“soy como su madre”, nos dijo). Así como es infrecuente un cáncer de mama en una veinteañera (de hecho, tenía un examen normal unos meses antes), también es infrecuente que una joven esté completamente desamparada y desvinculada de todo su origen. No tiene relación con su pasado, ni tampoco con su futuro. No sabe cuál es su vocación ni qué disfruta hacer. ¿De dónde puede sacar la fuerza, la confianza, la vitalidad? Si no hay persona maternante, esto es una utopía. Ella misma excluye a su familia biológica porque le resulta un peso tóxico. Esta niña- mujer necesita una red de sostén o una familia sustituta apta, para elegir la vida. Cuando hablamos del beneficio secundario de la enfermedad, dice que al estar enferma sus amigos están más pendientes, la cuidan más. También mencionó el beneficio de separarse de su madre y no tener que cuidarla. Necesita un motivo muy poderoso para alejarse sin sentir culpa. A los dieciocho años, la madre estaba en tratamiento psiquiátrico y tomaba quince pastillas por día. Ella se recuerda como la madre de su madre. Un día, Dora *no aguantó más” y se tomó todos los comprimidos que había en la casa. Se despertó entubada y se arrancó el suero. Luego estuvo internada un mes en un psiquiátrico. Este es otro programante (un hecho concreto altamente traumático) en la historia de su abandono. “Para qué vivir si mamá no me mira, no me ama, no me mima?”, G para qué vivir si mi mamá sufre?”. También es doble de una bisabuela que murió de cáncer de mama en un marco de total carencia afectiva y desolación. Van a extirparle la mama después del ciclo de quimio. Se está preparando con su psicóloga para esa amputación. Originalmente es un conflicto de nido, “no tengo nido”, con el agregado de “temo por mamá” o “temo por el nido”. Cuando constelamos, pudo decirle al padre que era un cobarde y con la madre sintió una profunda pena. Unos días después, la madre se contactó a través un mensajito de texto. Le preguntaba cómo estaba y le decía que la amaba profundamente. Dora cuenta que la madre nunca le dijo algo así, y nos recuerda que tampoco está al tanto de su enfermedad. Aún no pudo contestar el mensaje. Como acto le pedimos que comprara un baúl y una caja. En la caja colocó papeles con palabras que representan todo aquello de lo que quiere deshacerse. El baúl comenzó a llenarlo con papeles de colores con deseos, chocolates y mantas; simbolizando la protección. Le regalamos un abrigo que representa nuestra compañía y afecto. Además, la invitamos a recuperar su historia y depositarla dentro de sus recuerdos. Sugerimos mirar sus fotos, hacer llamadas pendientes a familiares, buscar datos de su padre y escribirle una carta hipotética a su madre contándole lo que le pasa. Su cuerpo le pide abrirse, no ocultarse. Le mostramos una imagen que representa su estado actual. Es una marioneta con los hilos cortados, en posición fetal, como abandonada y rota. Le explicamos que más allá de la angustia y el miedo, lo que había que hacer era reconstruir los hilos. Lograr una red de sostenes, bucear en el pasado para no repetirlo y tomar fuerzas de los vínculos actuales. Necesita armarse una nueva identidad, sin excluir lo que fue. ¿Qué pasaría si se agregara un nombre? ¿Qué pasaría si hiciera un viaje importante? Necesita un cambio radical y a tiempo. Si la enfermedad dice: “No tengo nido, ni referencia ni cobijo”, ella puede responderse: “No tengo a mis padres presentes ni sanos, he sufrido total abandono en mi infancia, pero ya soy adulta y voy a buscar mi propio destino y a aceptar el amor de mis afectos. No estoy sola, formo mi propia familia”. Durante una de las últimas sesiones la acunamos. Literalmente la sostuvimos hamacándola sobre nuestros brazos. Dora tiene el sol, la luna y el ascendente en Sagitario. Si bien Sagitario es un signo que da fuerza, vitalidad, expansión, suerte y optimismo; su carta carece de otros elementos importantes. El exceso de fuego no le permite tomar contacto con la realidad y con la profundidad de sus emociones. Ella es un motor encendido, se manda, se anima, se choca. Pero, así como se prende fuego, se consume. No toma dimensión de quién es realmente, de su potencial, de qué necesita y qué le sucede. Le urge poner su cuerpo a descargar, porque está llena de preguntas y sola de respuestas. Actividades físicas importantes, viajes y búsquedas espirituales pueden darle marco a su proceso. Tiene cualidades para desarrollarse como maestra o guía de otros. ¿Por qué no cuidar animales que tanto le gustan? Creemos que hemos iniciado un proceso que necesita de compañía cercana y sostenida en el tiempo. Dora nos seguirá visitando periódicamente. e Elina: infecciones urinarias Ya no soy una niña oprimida Elina nació en Luján, es docente, tiene cuarenta años y quiere decodificar sus reiteradas infecciones urinarias, así como comprender por qué no logra una pareja estable. “Mi mamá se llama Tita y mi papá Alberto. Ambos nacieron en Italia y fallecieron de cáncer. Se conocieron en su pueblo, pero se casaron aquí en Luján. A mi mamá le hubiera gustado trabajar, pero mi papá no la dejó, supongo que por machismo. Él trabajó de zapaterotoda su vida. Cuando murió papá, mi mamá juró que no iba a estar con otro hombre. Todo lo hicieron juntos. Todo. Mi mamá deseaba tener muchos hijos. Perdió una nena, después nació mi hermano y después yo. Creo que caí de sorpresa porque a mi mamá le costaba quedar embarazada. Fui muy sobreprotegida, cosa que me molestaba bastante. Mamá quería tener más hijos, pero no pudo. Estuvieron a punto de adoptar a una nena más chica que yo, después no se dio. Mi infancia se divide en un antes y un después cuando un vecino me violó, pero jamás lo conté. No recuerdo exactamente la edad. En ese momento se me fue la sonrisa. Y cuando caí en la cuenta de lo que me había hecho, empecé a encerrarme. Lo seguí viendo hasta que murió de sobredosis. Yo les leía cuentos a mis padres, ya que ellos no sabían leer. Aprendí rápido. Además, no salía. Tenía uno o dos amigos. Solo quería jugar y escribir, que mi familia me quiera y no escuchar más gritos. Mis tíos gritaban mucho, igual que mi papá. Mi abuela vivía con nosotros. Tenía arterioesclerosis. En la adolescencia sufrí mucho el cambio. No sabía lo que era la menstruación y me abrumaba no saber. A mi mamá le daba vergijenza hablar de esas cosas. No quería a mi cuerpo. En la juventud cambié mucho y siempre trataba de hacer cosas fuera de mi casa: estudiar e ir a cursos. Discutía con mis padres porque no me dejaban salir. Les mentía mucho, pero así logré ver y conocer todo. Tuve varias parejas. Perdi dos hijos naturalmente. Mi ex, con el que estuve ocho años, me pegaba y por suerte pude dejarlo. Después tuve parejas cortas que me dejaron. Tengo ganas de tener hijos, pero no se da. No encuentro a alguien con compromiso y con ganas de formalizar conmigo. Los hechos más dolorosos: la violación a los siete años, la primera vez que mi ex me golpeó, la pérdida de mis hijos, la muerte de mis padres y no encontrar un hombre con el cual formar una familia”. En la primera entrevista nos cuenta que ambos padres mueren de cáncer de colon (“me hicieron una guarrada”, “guardé secretos y desechos”). Su madre era una mujer callada, sumisa, se ocupaba de la casa y también tenía infecciones urinarias, pólipos y diabetes. Su papá era un hombre rígido, trabajador, creativo, con mucha energía. Con ambos tuvo poco contacto físico y emocional. Elina los cuidó a los dos durante su enfermedad. La hermana fallecida estaba muy presente en la familia. La madre ponía un plato vacío en la mesa para recordarla. El abuso de su vecino, que además era amigo de su hermano, fue algo que marcó profundamente su infancia. Se sintió sucia, con vergúenza, como muerta. Llevó el secreto décadas. Su mamá la peinaba y la vestía como si fuera su muñeca. Ella fue la muñeca, pero también la maestra y cuidadora, ya que trabajaba en la zapatería y les enseñaba a leer a sus padres. Su primera pareja, a los veintidós años, le pegó por primera vez. Los embarazos los perdió después de ser golpeada en las dos ocasiones. En el trabajo encontró un folleto de reuniones para mujeres golpeadas, concurrió al lugar y logró separarse de Luis. En ese momento se fue a vivir sola por primera vez. Las infecciones urinarias las tuvo siempre, aunque ahora que recuerda con mayor claridad, piensa que empezaron tiempo después del abuso. Hubo años en los que no tuvo síntomas, pero últimamente sufrió varios episodios. Su síntoma nos habla de un conflicto de pérdida de territorio. El tejido pertenece al ectodermo y la infección se produce en época de reparación del conflicto. Por ejemplo, cuando se recupera un territorio perdido o anhelado, cuando se acepta un desarraigo o la no pertenencia a un lugar que fue nuestro. Un territorio puede ser un lugar, un amor, un proyecto o un afecto importante, algo que se siente como propio. En el caso de sus padres, el conflicto de cáncer de colon nos sugiere algo sucio, una traición, una guarrada, algo escondido y guardado celosamente. Su proyecto sentido (el programa que se graba durante la gestación según la vivencia de los padres) parece ser: “Vine a reemplazar a la bebé que murió y soy la encargada de cuidar y consentir a mis padres”. “Nací para ser sumisa, soportar malos tratos, ser abusada. Debo agradarles a mis padres y atenderlos en la enfermedad y en la vejez”, Elina nace en una familia con carencias de indole económica, social y cultural. Padres muy trabajadores, con un mandato patriarcal firme y gran sometimiento de la mujer a la figura masculina. Fue violada por el vecino, amigo de su hermano, y no pudo hablar del tema. A partir de allí estuvo siempre en su casa recluida, sin comunicación real con su madre, sin poder expresar sentimientos, con vergilenza y enojo. Al mismo tiempo, fue la “dueña” del conocimiento en la casa, cumplió con el mandato de estudiar Magisterio para contrarrestar la ignorancia familiar y cuidó a sus padres como si fuesen sus hijos. Intuyó que su camino estaba “afuera” y que tendría otras posibilidades de despliegue, y otros intereses. Pero, aun así, no pudo entregarse a este destino, tal vez por miedo a diferenciarse o a tener lo que los padres no tuvieron. Busca un hombre que la somete, repitiendo su propia historia, pero ahora con menos ingenuidad y más violencia. Tiene que tener conciencia, asumirse como víctima y desarrollar valor para defender su propio territorio, delimitarlo y cuidarlo. Logra exiliarse de aquel territorio tóxico que le hace daño. La emoción que se repite es el miedo a estar sola, a no ser querida. También la ira y frustración con el sexo opuesto, la imposibilidad de poder comunicar sus sentimientos y sus deseos reprimidos. ¿Cómo consigue armar una pareja sana una mujer que no está habilitada como mujer, que solo conoce lo que es reprimirse y servir? ¿Culpamos a sus padres? De ninguna manera, los terapeutas no nos ponemos por encima de los ancestros. Nadie puede juzgar sin haber estado en aquel momento, en esos zapatos, soportando secretos, sin herramientas ni recursos. Lo que hacemos es visibilizar su historia, sin buscar culpables. Queremos amigarnos con la fuerza de su familia, para tomar de ella lo positivo y elegir cambiar el camino sin culpas, pero sin dejar de ser parte de ese sistema. Los conflictos programantes los hemos situado en los secretos familiares, la sumisión femenina, la pérdida de su hermana e hijos y los abusos. Luego de cada ruptura de pareja y aborto se han desencadenado los episodios de infección con mayor frecuencia. Elina tiene la luna en Capricornio, que le enseña su propia soledad. Esta luna se recluye, madura desde pequeña y cree que puede con poco. A medida que crece va a tomando conciencia de cuánto necesita de los otros y todo lo que debe ablandarse para sentir. El sol y ascendente en Sagitario le dan la posibilidad de buscar su rumbo en la lejanía, viajando, conociendo otras culturas y siguiendo a varios maestros. Elina debe encontrar su propio espacio espiritual en el mundo, soltando dogmas. Le pedimos que agrande una foto suya de cuerpo entero a tamaño oficio, que la recorte en pedacitos y que exprese en qué se siente fragmentada, qué es lo que le duele en su vida. Le proponemos que en cada corte de este rompecabezas pueda llevar a la conciencia todas las situaciones en las que se sintió atada y no pudo marcar su territorio, como también qué partes de ella estuvieron dormidas o muertas. Luego armó el rompecabezas de sus partes agregando dibujos o partes de revistas que representan lo que ella quiere incorporar, como su feminidad, su autoestima, su maternidad, su identidad, su sexualidad y el poder gozar. Como segunda tarea le presentamos una imagen que buscamos en Internet de cómo la vemos: una niña que quedó atrapada en una jaula de pájaros, a los siete años. Su territorio ha sido manchado, por eso quedó paralizada, triste, desvalorizada. Los años pasaron y ella no puede abrir la jaulapara liberarse. No sabe cómo romper los barrotes que le impiden ver el más allá. No encuentra un lugar en el mundo y no logra ver la libertad como una verdadera elección. La imagen muestra una niña encerrada en una jaula, abrazándose a sí misma, delimitando ese como su propio territorio, cuando no lo es. En la segunda entrevista le proponemos que escriba un cuento terapéutico con la historia que estamos descubriendo, pero con un final diferente. Elina tuvo una lucidez extraordinaria para relatarse a sí misma: “Había una vez una niña de siete u ocho años que vivía junto a su familia en un barrio muy tranquilo. Disfrutaba de salir a la vereda de su casa y jugar con sus amigas. Su madre era una mujer callada y sumisa, a ella le hubiese gustado ir a trabajar, pero su marido se lo prohibía. Siempre estaba ocupada en los quehaceres del hogar, por eso no tenía mucho tiempo para compartir con su hija. Entonces, la pequeña se adentró en el mundo maravilloso de los 224 cuentos y volando con su imaginación recorría bosques encantados con príncipes valientes y hadas bondadosas. Por las noches compartía sus historias con sus padres porque ellos no sabían leer, aunque le hubiese gustado ser ella la cobijada. La pequeña tenía una hermana que había fallecido al nacer, ella nunca se enteró ni el porqué de su muerte, ni de su nombre. Se sentía sola y abandonada. Su hermano, ocho años mayor, ya se había ido a estudiar lejos de allí. En su hogar no siempre reinaba la paz. Allí vivían primos, tíos, abuelas, y se escuchaban reproches, discusiones, preocupaciones por la falta de dinero, devociones religiosas y gritos. Había un clima de desunión, intolerancia e incapacidad de convivir. Mientras que cada uno se preocupaba por lo suyo, un día llegó a la puerta un amigo de su hermano y la niña lo hizo entrar. Le abrió su corazón y Su ser, pero el joven, aprovechándose de su inocencia, se apoderó de su virginidad, y fue violada. Frente a la confusión y al miedo, la niña sentía amor y odio. Pese al asco y al dolor, se sentía mirada y protegida por ese muchacho. Pasaron los años y creyó haber encontrado su príncipe azul, pero su elección fue desafortunada, volvía a caer en la trampa de un hombre que decía quererla. Esa niña convertida en mujer aceptó golpes, palizas, maltratos, abusos, violaciones, insultos, amenazas... Y no podía alejarse de ese hombre porque creía que era amada. La opresión era un lugar conocido para ella. A tal punto llegó la entrega y la ceguera que perdió a los dos bebés que llevaba en su vientre, no los pudo retener. Sin embargo, esta historia fue tierra fértil para que ella se libere y transforme el dolor en oportunidades. Decidió dejar la Argentina por unos años y abordar un viaje, con miedo, pero con certeza. Si una pareja sana aparecía, bienvenida sería, y si no, se encargaría de aprovechar cada minuto de su vida conociendo nuevos territorios. Empezó a escribir su historia y hoy edita su primera autobiografía en la que desea ayudar a mucha gente. En uno de sus viajes comenzó un proyecto con Payamédicos, para asistir desde la risa a niños enfermos. Visitó a su hermano que vive en Europa, recordó su historia y lleva la foto de sus padres colgada del cuello. A la vuelta de su viaje conoció a un hombre bueno, separado y con hijos, que la invitó a pasar su primera Navidad en familia”. En la tercera entrevista la invitamos a constelar sus abusos. Le presentamos vasos plásticos donde Elina escribió el nombre de cada situación abusiva. Luego ubicó los vasos en una línea de tiempo y rompió cada uno. Eli pudo poner sus sentimientos en palabras y descargó la ira al aplastar cada vaso. Fueron once abusos nombrados. Para cerrar el proceso la guiamos en una meditación: acostada en una colchoneta, con música de tambores, le pedimos que cierre sus ojos y vaya a su jardín interior. Luego, que descienda por una escalera y rescate a la niña que quedó atrapada para encontrarse con sus partes no crecidas. Le pedimos que abrace a su niña, que la saque de ese lugar y que recorran juntas esos momentos lindos que pudieron vivir luego. Elina recupera a su niña, y la niña su presente de adulta. Está escribiendo los primeros capítulos de su libro y planea visitar a su hermano el año siguiente. Nadie puede perder territorio con lo vasto que es el planeta y el despliegue de experiencias que tiene una sola vida. LA DESPEDIDA RENDIRNOS AL MISTERIO Es soberbio querer saberlo todo. A veces se manifiesta lo no dicho, a vece32 se nos regala la revelación, pero no siempre, y se respeta. Querer saber el porqué de todo refleja una enorme ingenuidad, primero porque nunca hay un solo porqué, las causas son cadenas de causas. Después, porque no es necesario saberlo todo. Cuando el terapeuta es sistémico, no busca el equilibrio de la persona que viene a consultar, sino de todo su sistema. No hace nada en contra de los que no están (aunque estén muertos) para ponerse del lado del consultante. Se respeta el sistema y el misterio del otro. Esto lo aprendí hace muchos años, cuando me di cuenta de que no podía hablar con una mamá recién parida sin preguntarle por los nenes que quedaron en casa o por el hermanito mayor. Primero preguntaba por esas historias anteriores de lactancia y de crianza para que las fichas se empiecen a acomodar solas. Mi “consultante” era el bebito actual. Pero el actual, si no es el primero, tiene una historia, la historia de sus hermanos anteriores a él. Nuestra vida empezó mucho antes de nuestro nacimiento. Somos el resultado de milagros, uniones y muertes anteriores. Para que algo nazca, algo tiene que morir. Cuando me rindo, cuando me dejo caer y dejo que el cielo se caiga sobre mí, ya no hay más que sostener. Y de pronto algo explota y las fuerzas vuelven a nacer, Todo empieza y termina en el agua, en el agua de mar. ¿Cómo empezamos? Comprendiéndonos cuando fuimos egoístas, ingratos y abusadores. Enamorándonos de nuestro pasado tal como fue, incluso de las cicatrices de la piel, de las enfermedades. No transformamos a nuestros síntomas en enemigos, los empezamos a mirar. Miramos los ataques de pánico y les damos un lugar en nuestro corazón. Miramos nuestros abortos y los amamos con el corazón. Miramos a nuestros exnovios y les agradecemos. Miramos a nuestros maestros y jefes con buenos ojos. Miramos nuestra agresión con aceptación. Nos permitimos comer por placer y por emoción. Aprendemos a decir: “No, porque no tengo ganas”. Así comenzamos a ver al depredador. Entonces, el depredador se integra a nosotros y ya no imparte miedo. Está allí, cuidándonos. Cuando el aspecto exigidor que todos tenemos es benevolente, la fuerza aparece. Los terapeutas estamos llenos de casos similares a los nuestros en la consulta. Historias que nos espejan. Pasamos el día mostrando realidades que perfectamente podrían ser devoluciones para nosotros mismos. No tengo miedo de mostrarme débil ante los consultantes y alumnos. Me gusta que vuelvan aquellos que no necesitan que yo sea una figura rígida, poderosa y de autoridad, a imitar. Vamos reconociendo y respetando nuestros mecanismos. Y aprendemos a valorar el amor de aquellos que nos eligen imperfectos, insoportables y desnudos. Todos tenemos una historia y una identidad para revelar. Nuestra identidad es mucho más que lo que creemos que es. Utilicemos la mirada hacia el origen, solo para reintegrar nuestros múltiples destinos, para enriquecernos con nosotros mismos. Para poder tomar múltiples roles. Vivimos tratando de cambiar el pasado. Infantilmente, le damos miles de vuelta al asunto, para que lo que murió no muera, para que lo que pasó no ocurra. El dolor impide contactar con la realidad. Es mucho más difícil apretar las manos, cerrar los ojos y evitar, que mirar y contactar. Cuando miramos, vemos lo que ya sabía nuestra alma, lo que no estaba explícito,pero se sentía, como una fuerza inmensa, como una sombra temerosa. La realidad es menos grandilocuente y telenovelesca que la idea que tenemos de ella. La verdad se atraviesa con todo nuestro ser, y sucede. El mayor proceso de curación implica la aceptación de lo que somos hoy mismo, con todas las consecuencias. Asentir a uno mismo, completo. Asentir a nuestros errores del pasado, asentir a nuestros muertos, asentir a nuestros asesinos y a nuestros ladrones. Somos ellos. Lo que pasó fue “nosotros”, y ninguna curación es otra cosa que autocuración. Autocuración es completarse a sí mismo, ¿con qué? Con uno mismo, y no con el que deseo ser. En la medida en que aceptamos nuestro pasado, somos humildes ante el origen. Si aprendemos a no juzgar a nuestros antecesores, nos conectamos con la fuente de la vida y recibimos la fuerza. Fuerza para el cambio, vitalidad, realidad. Si nos seguimos mintiendo acerca de quiénes somos, no avanzamos, es una ilusión de movimiento, donde un día nos damos cuenta de que estamos simplemente dando la eterna vuelta a la manzana. Nos repetimos todo el tiempo. Un maestro astrólogo me decía: si un astrólogo puede predecir lo que le sucederá a un individuo, es porque se está repitiendo a sí mismo. Todos somos muy predecibles en la medida en que no nos aceptamos tal como somos. Cuando bajamos la cabeza humildemente a nuestra realidad, a nuestras fealdades y a nuestras deformidades, algo se modifica, la posibilidad de cambio aparece y la fuerza se hace presente ante nosotros. Todo se manifiesta y se retrae, aparece y se va, florece y marchita. Cada cosa será cosa y dejará de serlo. Pero “nosotros”, ese “yo” que observa, puede evitar identificarse con la impermanencia de todo, y simplemente aceptarlo, tal como es. Con una mirada lúdica, de maestra jardinera, podemos vernos ir y venir, vernos crecer, vernos tomar formas. Busquemos ver cada cosa y palabra del mundo, por primera vez. Con ojos de niño asombrado y no siempre lastimado. Hoy veré cada suceso, cada objeto, cada persona, por primera vez. Seré un niño sin vicios o un adulto sin miedos, solo por hoy. Hoy, podés percibir que necesitás una experiencia más amorosa, una casa más amorosa, una terapeuta más amorosa, un trabajo más amoroso y una mirada propia más amorosa. Podemos sugerirnos el cambio, actualizándonos y despidiéndonos de quienes dejamos de ser. ¡Basta de la dictadura de la imagen física, el cuerpo saludable y la felicidad! Tenemos la vida que podemos, y si hay ganas de bucear en el alma, sin duda, es un montón. Basta de repetir la historia acerca de cómo tenemos que ser. Basta de repetir la historia. Basta de repetir. ¡Basta! Aquí y ahora, escribime, por redes sociales, un verbo que te inspiró Basta de repetir la historia familiar. Te comprometo a darle lugar a ese verbo en tu vida. El mío es Dejar-ser. Dejar-volar. Dibujá ese verbo a continuación. De la soga no hablaron más. ¿Para qué iba a hablar de sogas una gente tan unida? 230 LA FAMILIA DELASOGA, DE GRACIELA MONTES. Si esta experiencia de libro te hizo bien, no dejes de compartirla con los amores de tu vida. Tu “boca en boca” es un privilegio para mí. ¡Que nuestra historia no quede en las sombras! Agradecimientos 23 A mi maravilloso equipo de terapeutas y docentes de Biodecodificación Rizoma. A Gerardo Accastello, quien sintetizó los casos para la primera edición de este libro. A Elina, Mateo, Silvia, Mariana, Eleo y Male por sus lecturas y correcciones amorosas. A Diana Paris, partera de la primera edición. A Karin Cohen, apoyándome en cada proyecto. A Dalia Gutmann y a Ingrid Beck por su mirada amorosa en cada prólogo. A Cristina Solís, un talento artístico y humano. A Graciela Montes, maravillosa escritora, autora de La familia Delasoga. A Teo Scoufalos, mi amada editora. A Tomás Linch y a Adriana Fernández, alma mater de la editorial, por cada sí. A todo el equipo de Planeta. A todas las personas que se nombran en este libro. Gracias por ser parte de mi historia y traerme hasta aquí. Todo lo cuento desde el respeto, el amor y la gratitud. A cada una de mis alumnas, alumnos y consultantes. A mi padre y a mi madre, siempre. A mi familia ensamblada. La de origen con mis hermanos y la de mis tres hijos con sus tres padres, madrastras y abuelos. A Fran y a todo lo nuestro, A vos, lector, lectora, por vos todo y más. Grupo (E Planeta ¡Seguinos! ff 1OE/el miedo? El miedo es un trocito pastoso atravesado en mi diafragma. No tiene mucha importancia miedo a qué. Es más bien un compañero. Un ser, no un estar. Una parte de mi cuerpo que es alarma, y que suena muchas veces por día. Una alarma que sería estúpido extirpar. Una alarma que solo, pienso, tal vez, suene cada vez más suave y mejor. Hija única y no tanto 32 Me enteré que tenía cuatro hermanos mayores cuando cumplí nueve años. Hasta ese momento sabía que mi padre vivía en Buenos Aires con su mujer de toda la vida y Manu, el hermano varón de mi edad que algún día, pronto, conocería. Mi madre y yo vivíamos solas, en una casona chorizo del centro de Rosario, llena de baúles de disfraces, sombreros, canutillos y marionetas. Una casa que se fue llenando de libros troquelados y muebles de madera para guardar y exhibir objetos maravillosos, pero que nunca tuvo microondas, licuadora ni suficiente agua caliente para un baño agradable. Cuando hacía calor dormíamos en el balcón. En Rosario lo que mata es la humedad, recuerdo la sensación pegajosa y el ruido del tránsito despertándonos cuando salía el sol. Por las noches mi nana, la Tata, me llevaba a basurear. Buscábamos cosas reciclables en la basura. A veces íbamos a vender empanadas fritas a la escuela de teatro donde mi madre daba clases. La Tata me vestía con colores flúor y me pegaba una cinta roja en la frente, contra la envidia. Ay, esos años en los que vivimos solas, El mundo que moldeó todos mis sentidos, empujó mi partida y aceleró una búsqueda de permanente reparación. Años después, estamos en terapia de pareja. El padre de mi hijo me reclama. Que estoy siempre con la computadora, el celular y las redes sociales. Yo lloro, porque sí, porque el reclamo me hace llorar. En medio del llanto asumo que me aburro. Me aburre la vida familiar, me seco tomando un mate y mirando a la nada. Este aburrimiento es la previa del escape. Escape virtual, abstracción, notas para el libro, verificar los mails, ver si me contestaron de Mercado Libre. —Pero ¿vos viste cómo es mi mamá? O sea, no lo hago a propósito. —Violeta, tu mamá no puede estar más de media hora acompañada, necesita estar sola, crear sola, encerrarse. Tengo un máster en solucionar problemas en soledad, incluso filtraciones en el techo. Me quejé toda la vida de ello y es lo que repito en automático. Soy sola. Juntada, con dos hijos vivos, pero sola. Crecer en esa casa chorizo, mágica y desprovista de lujos, fue una suerte de fábrica de recursos y capacidades, como quien se prepara para la carestía de la guerra, con provisiones en un sótano oscuro londinense. Nodo sur, conjunción Plutón y luna, en casa 8, en Escorpio. Así parece que decía el cielo sobre mí, el día y la hora en que nací. Partiendo de esta historia de infancia, ¿yo tendría que aprender a ser feliz y a disfrutar la vida? ¿A ser positiva, a lavar platos con esperanza? Hace algunos días conecté con el enojo. No es habitual. ¿De dónde vino? Si yo estaba igual, en automático, como el resto de mis días, sin sobresaltos. No sé. Movilicé un poco el cuerpo y apareció la ira. Se hacía cada vez más grande. Se me venía encima. Estoy enojada. Muy. Con la vida, con el reparto. Con el que me tocó. Siento unas ganas irrefrenables de tirar mi realidad por el precipicio. Ya está, mañana me levanto y dejo todo. ¿Qué dejo? ¿Mi marido? ¿Mis hijos? ¿Mi casa? Dejé el gimnasio. Ahora además de enojada, molesta por no saber con quién me enojo. Con esta segunda maternidad que me enlentece y agota. O con papá. Con la princesa frágil de cuento ruso que me creí ser. Me enojo conmigo, con mis partes. Con mi panza, con mis orejas, con mi pelo pobre y llovido. Con mi nombre. ¿Quién me puso acá? ¿Esto fue consensuado por mí? A ver si me entiende, señor Dios, yo ya crecí y todavía me molesta que me digas “andá a la lavarte » « los dientes”, “se acabó el papel higiénico”, “hay que bañarse”, “hay que hacer gimnasia”, “hay que comer sano”, “hay que dar la teta cinco años”. Yo no me quejo porque tengo alma de empleada doméstica. Pero no me gusta la voz de padre latiendo adentro de mi cabeza. Estoy podrida de vivir sin disfrute y desconectada del presente. También estoy cansada de recurrir al escape virtual porque resulta la manera de pasárselo mejor. No era depresión, mamá, estoy tremendamente enojada. Asquerosamente frustrada de enojo. Sin embargo, la vida me suele ser mucho más afectiva de lo que yo creo que es. Cuando me despierto cada madrugada en medio del apocalipsis, violada o con cáncer, y me descubro tan solo taquicárdica en mi cama de alta densidad, me siento bendecida. Vuelvo a agradecer mi origen, mi madre y mis ancestros, porque llegué después de la guerra, y debería estar cantando al sol como la cigarra. Solo que no estoy acostumbrada. Me convoca más la oscuridad que la luz dentro de mí. La familia Delasoga era muy unida. O, por lo menos, muy atada. Juan Delasoga y María Delasoga se habían atado un día de primavera con una soguita blanca, larga, flexible, elástica y resistente. Y desde ese día no se habían vuelto a separar. Lo mismo había pasado con Juancho y con Marita, los hijos de Juan y María. En cuanto nacieron, los ataron. Con toda suavidad, pero con nudos. Marita, por ejemplo, estaba atada a su mamá, a su papá y a su hermano: en total, tres soguitas blancas anudadas a la cintura. La muerte es un caleidoscopio s En cincuenta ya estaremos muertos. Tengo pensamientos sobre la muerte desde muy temprana edad. Me suelen “atacar” en los momentos más inesperados, como una merienda de preescolar o antes de salir a escena en mi cumpleaños de quince. Me pasa jugando al Memotest, escribiendo un mail de trabajo y depilándome. ¡No puede ser! Voy a dejar de existir. Seré la nada. Tampoco voy a existir así como soy el resto de mi vida. Me calma saber que, de todas maneras, aunque no muera, dejaré de ser quien soy varias veces, y la muerte en todo caso encontrará a la Violeta de mañana, a la otra, a la nueva, a la que ensayó morirse cada noche. Si el nacimiento es una celebración, ¿la muerte una tragedia? ¿Aun cuando son interdependientes? Si se lucha contra la muerte, ¿no está garantizada la derrota? ¿Morir es la derrota? ¿Depende de cuándo o de cómo? Todos nosotros vamos caminando hacia la desintegración. ¿Puedo acompañar la muerte de otro de una manera saludable si yo no quiero que se muera? ¿Cómo acompañar a una fuerza a la que me opongo, y que nos hará parte de ella a todas y todos? Acompañar la muerte de otros siempre es con inexperiencia. Los moribundos preguntan: G Por qué si sé que me estoy muriendo, siento que no voy a morir?” ¿Serán ambas cosas ciertas? Cuando morimos de una enfermedad progresiva, no morimos en un acto heroico y disruptivo; nos vamos muriendo. De a poco dejamos de comer, de beber y de estar en vigilia, nos vamos despegando suavecito, pero aún estamos. Hay algo de nosotros en hiperlucidez. ¿Quién es el que se da cuenta de que está muriendo? Morir puede ser el proceso donde nos deshacemos de una dimensión de nosotros mismos. Pero si yo me deshago, yo quedo. No sé si hay más allá. Pero de este lado habrá que aprender a ver a la muerte a la cara y con buenos ojos. Que, como en el parto, ¡haya dolor y celebración, no sufrimiento! Si el tiempo es circular. Si cada otoño le sigue inevitable al verano, como la muerte a la vida. Si cada flor se marchita para que nazcan otras. ¿Cómo no creer que el nacimiento sea un portal idéntico a la muerte? ¿Cómo aceptar morir solos si sabemos la importancia de nacer en contacto? ¿Cómo creer que del otro lado no habrá nadie si cuando nacemos hay brazos y sonrisas y cuerpos que quieren besarnos? ¡Cuánto más puede valer morir en casa, desenchufados y en brazos de quienes no necesitan valor, sino sentido común para estar de cara a los que nos toca a todos! ¿Qué ganamos si nolo hacemos así? ¿Días, meses? ¿Qué? La fuerza crece cuando hay resistencia. Probá hacer fuerza con un dedo sobre la nada y después sobre una pared. La fuerza de la vida se mide en términos de la rigidez inclaudicable de su final. De allí hacia lo micro, todo, de igual manera. La fuerza siempre se opone a otra fuerza. Y a veces, con belleza, se deja ganar. Nos queda morir un poquito todos los días. Nos queda morirnos en los sueños, en cada exhalación. Nos queda morir después del parto y cuando los hijos se van. Nos queda morir cada vez que rompemos. Rompemos relaciones, terminamos viajes, jubilamos propuestas. Nos queda aprender a morir un poco cada hora. Haciendo el ejercicio de morir a conciencia, dejándonos ir, hasta que vuelva a empezar, practicando el morir. Dejá que el cielo se rompa sobre tu cabeza y que limpie. Tal vez cuando eso termine sigas estando allí. Si pudiésemos dejar morir lo que ya murió, no sería tan doloroso ver la finitud de las cosas. Esa niña que a todo le teme ya no soy yo. Mientras siga creyendo que aún estoy allí, me daré crédito para exigir, chupar energía de otros o encerrarme a llorar. Mis padres están grandes, es inevitable pensar en la muerte. Justo en la etapa en la que puedo atravesar distintas crisis sin llamarlos por teléfono, o recibir diagnósticos sin preocuparlos; justo cuando estoy pudiendo cortar el cordón y comprenderlos sin juicio ni demanda, siento que el reloj biológico me marca la cancha. A veces los miro como queriendo aprovechar cada palabra, desearía succionarlos, congelarlos en el tiempo. Desearía garantizarles a mis hijos, sus abuelos vitales y disponibles. Justo ahora que logro tener a una distancia exacta, ni lejos ni cerca, una voz interna me apresura: “Los tenés que disfrutar, porque no duran para siempre”. ¿Quién puede disfrutar a los padres? Los míos son algo así como estandartes de la nueva era: tienen poco tiempo disponible, no cocinan ni cambian pañales, y ven a los nietos por videos en WhatsApp. Si quiero teatro o cine, tengo que conseguir niñera. Alguna vez fantaseé con esas suegras que se desviven por cuidarte a los chicos cada fin de semana. Pero no ocurre. Nos sentimos bastante solos en casa, y el invierno nos oprime. (6) Sin intención de hacer reclamos, he soportado la soledad y la falta de recursos para comunicarme con mis padres, pero no sé cómo soportaré su muerte mirándome a los ojos. ¿Cómo se hace para heredar TODO (y cuando digo todo es todo)? Supongo que terminará siendo fisiológico el devenir. Supongo que sabrán que los he amado con locura. Supongo que sabrán que no me imagino nada en el mundo que no tenga un poco de su color y de su cadencia. Supongo que sabrán que me han pesado. Supongo que sabrán que achicharra saberlos sufrir. Supongo que sabrán que son los seres más creativos e inteligentes de mi planeta. Supongo, porque todo esto no se los dije nunca. Estoy con Martina esperando su turno para entrar en neonatología. Le dijeron que probablemente hoy, él va a morir. Por primera y única vez podrá acunarlo. Tendrá unos minutos de mimos hasta que deje de respirar. Veo en sus ojos la ansiedad. Detener el tiempo justo allí, en su abrazo, hasta el nunca más. Me dice que no sabe cómo saldrá de ahí, que una vez que se siente con él no se va a despegar nunca. Puedo escuchar las canciones y las voces bajitas. La siento tocarlo, besarlo, mirarlo, Ella creerá que es imposible despedirlo, pero lo está haciendo. Solo esos diez minutos no piensa en que esto no tendría que estar pasando, ni en qué pronto se despertará de un mal sueño. En esos minutos no hay tiempo de imaginar lo que no es. Ella se está partiendo mientras él parte. Ni ella ni yo sabemos cómo va a hacer, ni cómo va a ser después. No hay cómo pelearse con el asunto. Ella solo pide que él no sufra. Quiere verlo libre. Yo puedo sentir cómo él se despega, como si fuese un recuerdo propio. No duele. Duele verla a ella sola, eso es lo que él no soporta. Toda la vida pasó en un instante. Afuera hace calor y los negocios siguen abiertos. Ellos no saben. Nadie sabe. Yo le susurro a ella que esté atenta, las señales se hacen presentes y el dolor nos traerá más vida, como siempre. La muerte no se olvida, se atraviesa, como un pasillo angosto e incierto. La muerte no se repara, se la suelta para que anide donde quiera. En Dar la teta conté el relato de Mica y su bebé Ramón que vivió unas horas. Es un relato corto pero lleno de imágenes y brotado de sentimientos. Ese relato se compartió miles de veces en voces de madres y padres que habían pasado por lo mismo. Tomé conciencia de lo poco importante del relato en sí, del libro, de mí. Soy un vehículo para darle agenda a los temas menos nombrados. No pudimos hacer otra cosa que empezar a juntarnos, esas mujeres y yo, ahora enredadas a través de ese relato que ya ni recuerdan, pero que les permitió estar unidas. Entonces, el libro, este y aquel, empiezan a desnudar su misión. El libro no importa, el libro abre ventanitas, para ver lo que siempre estuvo ahí, con otros ojos. Aquí y ahora, escribile una carta a tu madre. No omitas nada, ni los reproches ni el amor desmedido. Debés terminar con la frase: “Por favor, mamá, haga lo que haga, mirame con aprobación”. (7) A RAR RR RI RIN rr rr rara rr 6. Siete años después de escribir este libro, mi padre murió con COVID-19, una Navidad de 2020. Mi libro Con estos restos (LPA, 2022) cuenta esta historia de amor y de dolor. A partir de esta experiencia me formé como tanatóloga, escribí Entrá en crisis (Planeta, TEli) y acompaño procesos de muerte, duelo y final. 7. Aclaración: ninguno de los ejercicios de este libro tiene una manera de hacerse bien o de hacerse mal. No existe resultado correcto. El trabajo será entusiasta, depurativo, cansador, y darán ganas de abandonar, pero te propongo llegar al final sin estar expectante de resultados, sino sintiéndote en el proceso, actualizando la versión de vos mismo/a, dándole lugar a quien fuiste y a quien sos hoy. ADOLESCENTE No quiero menstruar a Nunca fui tan joven ni estuve tan sola. Nunca volveré a ser tan joven nia tener la piel tan lisa. Ojalá nunca vuelva a estar tan sola. Adentro de esa soledad de mañanas repletas de verano en mi cama calurosa, viendo videoclips de los noventa, imaginaba el día. Un día mi bombacha se mancharía de sangre, sin dar previo aviso, y todo comenzaría a ser un horror. Compré una riñonera negra donde escondí dos toallitas femeninas bajo algunos pañuelos y un librito de poemas. Durante dos años no me despego de ella. Por suerte la menstruación se demora, mientras aumenta el miedo. No quiero menstruar, se me notará en la cara. Los adultos me dirán sonrientes: “Felicitaciones, ya sos señorita”, no hay escena más patética en el mundo, Quisiera menstruar a los diecinueve, edad en la que pienso ser madre, antes es un despropósito. Mientras, me dirán sonrientes que es lo más normal del mundo, pensarán de mí que estoy sucia y olorosa, y que en cualquier momento mancho el asiento del taxi. No les creo nada. El día que “llega” tengo catorce. No pienso decírselo a mi madre porque se lo contará a todo el mundo, pero pasan diez minutos y es a la única que se lo digo. Me duele mucho. Quiero que la conversación ronde en torno al dolor o a los posibles antiinflamatorios indicados, no en torno a la sangre. Me ocupo de que nadie me vea sacando una toallita usada del baño (tampoco tiro en el tacho cercano que dejaría la evidencia). Duele esconderme, pero es la única manera de sentirme segura. Si mis amigas me piden que revise su jean ajustado para asegurarse de que no se mancharon, lo hago con naturalidad, pero nunca pediría lo mismo. Me desvivo para que nadie se dé cuenta, me desvivo. Nunca falto al colegio y me siento en primera fila. Cundo apoyo la cola en la silla, siento que la canilla de sangre se detiene yeso me tranquiliza. Si suena el timbre del recreo, siento miedo de pararme y chorrear, pero tengo que aprovechar para cambiarme. Recorro todo el colegio para llegar al baño de jardín o primaria, uno solitario donde nadie pueda escuchar el ruido del plástico al despegarse de mi bombacha. Guardo la toalla sucia bien envuelta en el bolsillo de la camisa del uniforme que llevo debajo del suéter. Trato de abstraerme de la situación leyendo grafitis de amor que aparecen en los pupitres y en las puertas de los baños. Algunos tienen gente que los aman, yo no. Algunas chicas hacen grupos de archiamistad, a los que les ponen nombre y después se endiosan con corazones pintados en las puertas. Me pesa ser señorita cuando lo único que pretendo ser es una cabeza intelectual requerida para analizar una película francesa a los catorce años. Por más intento de naturalizar el temita, hay algo perturbador en la idea de menstruar, algo que no encaja con el mundo de Barbies. Las princesas no menstrúan ni hace caca, tampoco cogen, a veces hacen el amor y nunca tienen infecciones vaginales. Nuestras hijas sí. Por su puesto que estoy desorientada como madre, Cata tiene tres y entra al baño conmigo. Ve cómo me cambio el tampón o la copa menstrual y me alegra no escucharla decir “ay, qué asco” o “guacalá” como hace cuando huele ajo o me ve comer torrejas de espinaca. Desde beba la dejo examinar mis partes cual ginecólogo, contando el cuento de su pasaje por esos pagos. Nada de esto me deja tranquila, no me considero un ser tan evolucionado como para acompañar idóneamente la vida sexual de mi hija. Por más antropología del útero de la diosa, y poder de los vientres móviles y sangrantes, me duele recordar que, en el día a día de nuestros úteros olvidados, la menstruación trae nuevos dolores, colores, olores y duelos. Duelos finitos, gruesos, largos. Duelos con risas, duelos mezquinos. El cuerpo en primera persona, pidiendo pista. Deseo ser una princesa Voy a invitar a todo el curso. Quiero que por una vez en la vida vean que yo también puedo ser una princesa. Original, pero princesa. La cuestión es que me voy a poner el vestido color beige, con corsé apretado y voy a hacer una fiesta en una quinta, en pleno septiembre. Habrá números de circo urbano, de vals y de tango sobre zancos. Un artista plástico hará instalaciones con telas elásticas formando flores sobre la enredadera, y un iluminador pondrá luces de colores que proyectarán formas sobre los árboles. Grandes y chicos comeremos ñoquis y pediremos helado libre en un carrito que se instalará en el parque. Me preocupa: que se me vayan los granitos antes del sábado (hoy no aguanté y me los exploté, escucho a mi madre en mi mente: “Si los apretás, siempre es peor”), enfermarme y que haya desilusionados por no estar dentro de las quince velas dedicadas. Dura poco. Tanto esfuerzo para tan solo algunas horas y un video de recuerdo en el que me veo horrible. Tanta gente venida desde lejos con la que no pude estar. Mi mejor amigo, que gusta de mí, le dijo a mi amado Mariano que yo le andaba atrás y que por favor bailara el vals conmigo. Todo el grupo de chicas populares se puso en pedo. Mi madre las contuvo culposa mientras llenaban de vómito el único baño de la quinta. El día después es lo peor. Ese vacío, yo sola, el espejo y los regalos. Me arrepentí de no haber invertido esa plata en algo mío, para mí, para disfrutar en serio. Festejé para ver si yo podía ser la elegida por un día, y no me senti nada diferente. En el video de recuerdo, que pagamos millonada, veo cómo algunas amigas se peleaban por bailar conmigo y yo siempre pendiente de los tres o cuatro niños menores de cinco años, maternándolos, fuera de toda seducción. Quiero ser madre ya Tengo dieciséis años y tres sueños: ser actriz de telenovela, que un hombre guapo se enamore perdidamente de mí y embarazarme. De chica jugaba a las muñecas. Todas tenían mamadera, cochecito y ropita de verdad. En los juegos siempre aparecía un padre. Juan, Germán o Andrés. El que fuese tocaba el timbre imaginario de mi casa y con un beso robado me invitaba a ser la mujer de su vida. Instantáneamente pasábamos a la escena del embarazo, donde él me tocaba suavemente la panza y me hacía el amor prometiendo amarnos siempre. Imagino mis futuros hijos y sus nombres: Camilo, Manuela y Valentín, en ese orden. Camilo es mi predilecto, tiene el pelo dorado con un corte tipo taza. Lo imagino trepando juegos de plaza y durmiendo sobre mi pecho. Me cuestan mucho los días sin él, teniéndolo solamente entre sueños. Sé que seré su madre, pero ¿cuánto falta? Tengo diecinueve y nunca tuve sexo, pero sigo soñando con tener a mi Camilo en brazos. Cuando dos años después, me embarace, sabré desde el primer día que es una niña, Cata la linda, de ojos oscuros y enormes. Para Camilo tendré que esperar. Su imagen se irá deteriorando con el tiempo. Cuando Camilo llega a mi vida ya casi no lo recuerdo. Tengo veinticinco y muchas ganas de volver a ser madre. Mi pareja me lleva veinte años, pero eso no significa ninguna distancia. Lo que nos separa es su duelo por la separación reciente de su exmujer, a la cual aún desea. A Camilo lo dejé ir tres semanas después de su concepción. En medio de tanto dolor, me cuesta comprender que su pérdida sea parte necesaria de toda esta limpieza. Chau, hijito mío. Vuele, hijo, vuele. Crezca. Perdóneme, hijito mío. Lo extraño, hijo mío. No es mío, usted hijito, es del viento. No se quede aquí a mirarme llorar, hijito, vuele a su destino, hijito. No me cuide usted, hijito. No me odie usted, hijito. Nazca de la madre que algún día rearmaré de mí misma. Seré la mejor que pueda ser, si alguna vez vuelve usted, hijito. Pero no vuelva hijito, sea usted libre. Lo amé mucho, hijito. Así fue. Oliverio, mi cielo nublado. Tengo veintinueve. Le prometí a hijito que cuando llegase Oli, sería una madre entera para él. No lo estoy pudiendo cumplir. Sigo siendo la que puedo, destartalada y contradiciéndome cada día. Oliverio, cuando llegaste yo quería ver a Camilo. Ahora entiendo, sos vos, descamilado. Estoy aprehendiéndote. Te quiero como sos. Te quiero como sos. Te quiero como sos. Claro que no era fácil acomodar tanta soga; había peligro de galletas, de sacudidas, de tropezones. Pero con el tiempo se habían acostumbrado a moverse siempre con prudencia y a no alejarse nunca demasiado. Por ejemplo, cuando se sentaban a la mesa era más o menos asi. Y cuando se acostaban a dormir. Y cuando salían a pasear los domingos por la mañana. Aquí y ahora, escribile una carta a la quinceañera que fuiste, ¿en qué le has fallado? Regalale una canción y pegale una foto del futuro. SEXUAL, SANGRANTE. Y ABUSADA ¿Soy frígida? a Era muy chica y miraba películas de grandes. Mi madre me llevaba al videoclub todos los viernes. Injustamente ella se llevaba tres VHS y yo uno. La mía era siempre la misma: Heidi, primero de dibujitos, después de “atores”. Algunas veces llevaba Laberinto y una vez La historia sin fin. Teníamos una sola tele y cuando llegábamos a casa era ella quien empezaba viendo una de las suyas. Así que yo me acostaba en la cama con ella y le pedía que me leyera los subtítulos. Así me hice fanática de La lección de piano, Cumbres borrascosas, Como agua para chocolate, La casa de los espiritus, Romeo y Julieta y Tomates verdes fritos. En mis películas favoritas las mujeres eran locas, prohibidas y complejas, pero siempre deseadas. Los hombres les desabrochaban los corsés con violencia y las penetraban por arriba. Los orgasmos siempre sincronizados. El amor consumado. De ahí a amarse por siempre, sin que la muerte los separe. Así que crecí segura de que el sexo era un placer donde te estalla el corazón de amor, que te ata para siempre, que acabás mirándote a los ojos con tu amado mientras gritan extasiados los dos. Conel sexo me fue como con el mate: al principio me pareció horrible. ¿Me va a gustar cuando me acostumbre? Nadie en su sano juicio puede gustar de chupar un pene o de que te metan la lengua hasta el caracú. ¿Soy frígida? Prefiero tomar un helado mientras leo una revista TV y Novelas. Hacer un crucigrama me seduce más que tener un orgasmo. Durante el sexo me ocupan demasiadas cosas. Que él me vea sexy. Que no piense que me acosté con muchos ni con pocos. Que no vea las estrías. Que no piense que mi vagina es demasiado flácida. Que mi manera de besarlo no parezca poco experimentada. Que nos cuidemos bien. Que no vayamos muy rápido porque me baja la presión. Que no me distraiga pensando en lo que dice la tele. Que él acabe. Que yo acabe primero. ¿Cómo se define el placer sexual? Si es cuestión de orgasmos, no son gran cosa, pero los tengo, siempre. Hay otra dimensión de la sexualidad que nos urge explorar. La sexualidad que nunca vi en una película, ni dramática, ni erótica, ni porno, que nunca leí en la Cosmopolitan. La sexualidad desacomplejada. La sexualidad desincronizada. La sexualidad que no te toma como una posesión espiritual. La sexualidad con un compañero curioso, abierto y respetuoso. (8) Las dimensiones de la sexualidad se abren como capas a lo largo de la existencia humana. Desde la búsqueda del placer, solitario o compartido, por el placer mismo. El placer, esa palabra tan banal, tan efímera, tan... ¿pelotuda? Debería de ser para mí la palabra del siglo. La que queda cuando se caen todas las cosas. Abusos invisibles Tengo dieciocho años. No sé cómo termino siendo profesora de modelaje en un departamento del Abasto donde les prometen a las chicas hacerse famosas y les sacan dinero a las familias. Creo en ellos con total ingenuidad. Un día aparece un productor al que parezco gustarle. Me invita a conocer Canal 7 y luego decide llevarme a su casa para que conozca a su hija de mi edad. Me entusiasma la idea, tengo pocos amigos porque estoy recién llegada a Buenos Aires. Estoy en un barrio desconocido y muy pobre. El señor no me hace pasar a la casa, su hija sale y charlamos en la vereda. Después, ella entra y él me lleva a su escritorio donde me pide que baile sensual y que me saque el vestido. Me dice que necesita ver cómo me desenvuelvo para tenerme en cuenta si surge algún casting. Lo hago por dos o tres minutos mientras me pregunto si mi mamá me dejaría hacer esto. Luego de bajarme el vestido y mostrarle mis tetas cónicas y chiquitas, me indicó dónde tomar el colectivo para volver a mi departamento. No sé si estaba en capital, no sé si estaba en esta tierra. Tenía asco, tenía enojo, tenía miedo. Sin embargo, por muchos años, no creí que aquello fuese un abuso, nadie lo nombró así. Tampoco recuerdo claramente aquella época. No era nadie, deseaba ser todo para alguien. El mundo tiene muchos silencios en la cabeza de un niño. Demasiadas siestas. Demasiado anonimato. Horas, encerrada en la pieza. Hay tanta nada, tanto aburrimiento y tanto abandono cotidiano en la vida de los niños, que es muy fácil que, en esos momentos, donde los grandes están “haciendo algo importante”, lo obsceno entre en escena, para marcarnos eternamente y crear más silencio. Una cascada de vacio. Horas de vergijenza. El tiempo no pasa. Muchas ilusiones para ser apenas una niña que juega a ser grande e importante. Me recetan antidepresivos por primera vez y algo del miedo voraz se calma. Todavía vivo en Rosario, tengo dieciséis. Trabajo en una agencia de modelos, que también produce un programa de televisión para niños y adolescentes. Este es un trabajo que yo me tomo muy en serio. En la tele aprendí a conducir en vivo, hacer notas y dar clases a los más chiquitos. Me eligen para hacer entrevistas y conducir secciones, pero nunca para una publicidad de lencería. Sin embargo, un día, una compañera de la agencia me dice que llame a una señora que está buscando modelos de trajes de baño. Sin decirles a mis jefes, que nunca me recomiendan para esas cosas, voy a hacer una prueba. Me visten con una bombacha y un collar de cotillón. El pedido es que baile a la cámara mientras me filman. Quiero decir que no, pero no me sale. Cada vez que mi cuerpo me grita: “¡Corré!”, yo me quedo. Cada vez que sé que no estoy en el lugar indicado, no me muevo. Pasan los años. Me quedan resquemores, incomodidades, recuerdos extraños, como de pequeños abusos invisibles, chiquitos, disimulados. Hombres bastante mayores se acercan con naturalidad a tocarme y desvestirme, yo estoy en vidriera, tal vez alguno me ame con locura. Los Delasoga eran expertos en ataduras. La soga con que se ataban no era una soga así nomás, de morondanga; era una espléndida soga, elástica y extensible. Así que cuando Juancho y Marita iban a la escuela, que quedaba a la vuelta, María podía quedarse en su casa haciendo la comida, casi como si tal cosa, salvo que la cintura le molestaba un poco porque la soguita estaba tensa y tiraba. Lo mismo pasaba cuando Juan iba al taller que, por suerte, quedaba al lado. A la hora de la leche no era raro ver a María, a Marita y a Juancho mirando la televisión mientras tres sogas los tironeaban un poco hacia la calle, porque el papá todavía no había vuelto, Todo sobre mi sangre A los diecinueve tuve mi primera relación sexual con Benja, un compañero de la facultad. Lo recuerdo con cierta gratitud porque, a pesar de su mal humor, creo que me apreciaba. Durante esos meses tuve la extraña sensación de que me ocultaba algo. Pensé las cosas más terribles, desde narcotráfico hasta leucemia. Una madrugada después del sexo, descubro el preservativo roto. Mientras él dormía averigié todos los hospitales en los que podía hacerme la prueba de HIV a la mañana siguiente. Estaba aterrada. Tenía que convencerlo a él de hacerse la prueba, ya que si me había contagiado no saldría en mis análisis hasta varios meses después. Posiblemente luego de aquella mañana no quisiera verme la cara nunca más, pero le rogué de rodillas que me acompañase al Hospital Muñiz a hacernos el test antes de que amanezca. No se cómo lo convencí. Convencerlo me asustaba todavía más. Si aceptaba venir, ¿era porque alguna duda tenía? Tomamos la línea 12 sin hablarnos. En la puerta del hospital nos dijeron que había paro de personal y, salvo urgencias, no atendían ese día. Esta escena podría haber sido de un guion, le dije. Pero no terminó en nada, ni para calmar mi angustia, ni para completar la anécdota. Volvimos al centro en el mismo bondi con sentido contrario, y cada uno se fue por su lado. Después del periodo de ventana pude comprobar que no estaba contagiada. Dos años después, cuando se enteró de que estaba embarazada de Cata, me llamó para preguntarme si necesitaba algo, si estaba acompañada. Nunca supe qué me ocultaba. Sangre imaginé chorreando por la cabeza del productor mediocre de Canal 7. A mi sangre la imaginé infectada. La sangre siempre me causó una mezcla de fascinación y miedo. Acostumbraba a ver mi sangre en la jeringa después de cada extracción, y no parecía nada saludable, espesa, morada, casi negra. Tengo cuatro y un torniquete de algodón con agua oxigenada en mi nariz. Dicen que soy “niño sangrador”. Así llaman a los niños que sangran por la nariz con frecuencia y sin explicación. Me dan Redoxon. Mi madre me tiene en brazos mientras miramos Las Tortugas Ninja. Una vez me vi sangrar a borbotones. Una semana antes de esa vez, me operé las tetas. Cuando me levanté de la anestesia me dijeron que les costó mucho detener la hemorragia que tuve durante de la cirugía. Estaba muy asustada, anémica y embarazada. Me operé sin saber que estaba embarazada. Una semana después vi los coágulos haciendo líneas desde la vulva a las rodillas. Sentía un inmenso amor por mi bebé y una dolorosa despedida. Grité, lloré y estuve quieta, como detenida enel tiempo, sin juicio ni remedio. Tenía la piel pálida y la vida interrumpida. Solo podía llorar si me despertaba en medio de la noche. Camilo me atravesó un lunes a la madrugada, con dolorosas contracciones y tristeza pacífica. Chorreé por las piernas, en mi cocina antigua de la casa de Rosario, mientras cuidaba que mi pequeña hija de dos años no despertara. Después de aquel vuelco mi vida cambió de rumbo. Se desplegaron muchas de las herramientas que hoy utilizo para acompañar a otros. Sé que todos los litros de sangre que me recorrieron me pusieron al servicio de elegir, crecer y diferenciarme de mí misma. Tengo más de veinte y una hematóloga me descubre, por fin, mi primera falla genética. Tengo otras más, pero esta tiene un nombre maravilloso. Tengo enfermedad de Von Willebrand. Me falta un factor de coagulación, esto hace que sangre de más, que mis moretones parezcan manchas de nacimiento y que ante cualquier mínimo corte o accidente esté al borde de la muerte. No coagulo. No pongo freno. No me funciona el límite. Si me lastiman, yo me entrego, me hago líquida, me vacío. (9) La copa menstrual me permite tomar contacto con la sangre real, sin algodones inflados. Y con cada sangrado me hago bolita, colecciono mucha realidad, me encuentro con mi propia apatía. Luego algo se despeja y la lucidez se hace cargo de mis días. Sigo con miedo a mancharme en la vía pública. Mi cuerpo olvidado, el privilegio de la ropa blanca, todo fragmentado. Prefiero estar en casa, sola. Tardes enteras en las sábanas manchadas, donde nadie me mira. Donde el cuerpo se olvida. Donde sangra el alma. Donde el baño es un lugar lleno de mística. Menstruando y sola en mi baño me siento una tía solterona, con mucho ruido interior y pocas palabras. Diario de una mujer cíclica Ovulando: + Ganas de ser mirada. + Peleas con él. + Bocona e hinchada. + Con deseo. + Interés por la ropa linda. * Sueños con un ex. + Me levanto a hacer pis a la noche. e Erótica. + Tengo sueño todo el día. * Flujo con olor, mocoso, a veces transparente y líquido. e Pelvis pesada, cargada. + Irónica. Antes de menstruar: + Dolor de garganta. + Afta y granos. e Fea. + Enojada. + Pesadillas. + Dolor de cabeza. « Mucho cansancio. + Apuro mental. Menstruando: +. Miedo. e Debilidad. e Hinchazón. * Dolores. . Mal aliento. » Dejo de pelear. + Estoy realista. + Siento el vacío. Después de menstruar: . Amable. + Colaboradora. + Con proyectos. + Ganas. + Insomnio. Si escribí tan poco en esta fase, seguramente fue porque me sentía mejor y no tuve tantos males que contar. La rueda es más o menos así: después de menstruar algo empieza de cero, me siento nueva, despejada y apurada. Ovulando estoy exuberante, quiero mostrarme y gustar (¿presa del plan divino y animal que nos propone reproducirnos?). Después me enojo, me pongo mala y frustrada. No quiero frenar, pero el premenstrual me frena. Cuando sangro estoy algo resignada. La realidad se hace presente con su tiempo y su forma. Mi cuerpo me toma y el detenerse se aprovecha para conectar con lo que hay y con lo que no hay. La inestabilidad es la esencia creativa y sanadora de todas las mujeres. No somos quienes fuimos ayer ni quienes seremos mañana. Un día lo haré carne, hay un tiempo adecuado para cada cosa. Todos somos productos de mandatos anteriores, de la familia, de la sociedad, del género. Nuestras decisiones cotidianas están marcadas por el deber ser o el deber diferenciarse de. Siempre lo mismo, pertenecer, Se nos pide que seamos una cosa y su opuesto simultáneamente. Virgen (gran madre dadora, sostenedora y receptiva) y Puta (seductora, oscura, manipuladora). Empoderadora de las otras mujeres (hijas, amigas, hermanas), que se amen como son y Sex Symbol, a cualquier precio (apto cuchillo). Amas de casa (amantes del mundo íntimo y pequeño que sucede en el hogar) y Líderes referentes profesionales. Parte de la integración evolutiva es animarnos a ser contradictorias, imposibles de definir en un nombre, un rol o un puesto. Animarnos a ser la madre dadora, que, por el mismo don de construir vida, tiene el poder de destruirla. No nacimos para repetir la foto a la que el otro se acostumbró de nosotras mismas. Nacimos para cambiar de todo, no solo de talle de bombacha. Incluso conociendo nuestra matriz cíclica, sentimos culpa, porque siempre estamos acercándonos a actuar un rol que está en contraposición de otro realmente importante. Las mujeres debemos hacernos cargo de nuestro poder como seres complejos, múltiples y enredados. No debemos conquistar un mundo ajeno, debemos comprender que la culpa nos acompañará mientras tengamos que ser de una sola manera, repetitiva. La culpa es el precio de la libertad. Tenemos el poder de diversificarnos, de hacer la revolución en el mundo chiquito y en el mundo gigante. Hay un tiempo adecuado para cada cosa. Aquí y ahora anotá tus síntomas físicos y emocionales durante cuatro semanas. ¿Relacionás algunas repeticiones con algún acontecimiento en particular? ¿Cuándo estás más iracunda? ¿Cuándo más afectiva? ¿Cuándo más efectiva? 8. Hoy, año 2023, pienso que la sexualidad entendida como el contacto pleno, afectivo y placentero, con otrx, es la base de una pareja. Sin ese contacto, sin abrazos, besos, miradas, sin una mano en la cola a la mañana; la pareja está destinada a ser solamente una empresa. Para mi, la dimensión sexual fue un descubrimiento de la década de los treinta y las comprensiones que me habilité gracias a abrir el cuerpo al placer son infinitas. Tuve que partir de la idea de sentir y no de gustar. 9, Hablé sobre mis enfermedades genéticas en mis libros: Todo lo que soy capaz de (no) decir (DNX, 2018) y Con estos restos (LPA, 2022). PAREJA, EX Y AMANTE. Hacer un trío 56 Aún no soy madre. Cuando mi hombre no está lo extraño patológicamente. Cualquier escena donde él no está es una escena vacía. Un mate, una comida, un encuentro en familia, cada hora que pasa es una hora perdida. Mi cuerpo está confundido, deshabitado, impaciente. Si pasan varios días me voy marchitando. Evoco la imagen de nuestro reencuentro. Siento la ausencia adelante, entre los brazos y las piernas. Me cuesta ver televisión, leer o pensar. Cuando por fin dormimos juntos me quedo despierta, inmóvil, sintiendo su olor. Me pica la espalda, pero no quiero moverme para no despertarlo. Cualquier plan que él me cancela es un desgarro, la sentencia de su falta de deseo. No soy prioridad. Miro el teléfono esperando que suene. Camino hacia la heladera, abro y cierro. Le escribo intrincadas declaraciones de amor y dependencia. Mi madre dice que algunos fuman, otros juegan compulsivamente y otras amamos demasiado. Siento el peso de mi cuerpo vacío. Tengo dos ideas sobre la vida: la primera, que el día que tenga una familia con bebé incluido voy a estar completa. La segunda, que de todas maneras no habrá hombre que me ame profunda y honestamente, tanto como para curarme el miedo a no ser la elegida. Volvemos de tomar un helado y no me dirige la palabra, seguro me está por dejar. Decime la verdad, ¿estar conmigo te da lo mismo? Mi especialidad, los tríos. No sexuales, más bien familiares. Yo, conociendo la tristeza de mi madre y de la esposa de mi padre por tener que compartir al mismo hombre. Yo, como la prueba viva de la infidelidad de mi padre. Yo, testigo. Testigo de las mentiras que todos se han contado a sí mismos para sobrevivir al desamor, testigo de amores fusionales. Me dedico a ser testigo de la llegada de los hijos, siempre terceros en discordia. Mi hija pequeña, intrusa e inoportuna, vino a poner blanco sobre negro. Disparó a la pareja directo al corazón. ¿Quiénes somos? ¿Qué haciamos juntos? ¿Busqué un hombre, un amor o un buen padre para mi hija? Después de separada con hijos, nunca más volvés a tener novio.