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Capítulo 1 Estructuras espaciales y temporales (siglos X-XIII) Cuando el joven Tristán, huido de los mercaderes piratas noruegos, llegó ...

Capítulo 1 Estructuras espaciales y temporales (siglos X-XIII) Cuando el joven Tristán, huido de los mercaderes piratas noruegos, llegó a las costas de Cornualles, «subió con gran esfuerzo al acantilado y vio que al otro lado de una landa surcada de barrancos y desierta se extendía un bosque sin fin». De ese bosque sale una partida de cazadores y el joven se une al grupo. «Entonces se pusieron en camino charlando hasta que, al fin, encontraron un rico castillo. Estaba rodeado de prados, de huertos, de aguas corrientes, de pesquerías y de campos de labranza.» El país del rey Marc no es una tierra de leyenda imaginada por el trovador. Es la realidad material y simbólica del Occidente medieval. Un enorme manto de bosques y de landas, sembrado de calveros cultivados, más o menos fértiles, ése es el rostro de la cristiandad —similar a un negativo del Oriente musulmán, mundo de oasis en medio de los desiertos—. Mientras que en Oriente el bosque es escaso, en Occidente abunda, en Oriente los árboles son la civilización, en Occidente la barbarie. La religión nacida en Oriente al abrigo de las palmeras crece en Occidente en detrimento de los árboles, refugio de genios paganos, que los monjes, santos y misioneros, derriban sin piedad. Cualquier progreso en el Occidente medieval se basa en la roturación, en la lucha y la victoria contra la maleza, el monte bajo y, si es menester y el equipo técnico y el ánimo lo permiten, sobre el bosque, la selva virgen, la gaste forêt de Perceval, la selva oscura de Dante. Pero la realidad pura y simple es un conjunto de calveros más o menos dilatados, células económicas, sociales y culturales. El Occidente medieval no será durante mucho tiempo más que un conglomerado, una yuxtaposición de dominios, de castillos y de ciudades surgidas en medio de extensiones incultas y desiertas. El desierto, por lo demás, es el bosque. En él se refugian los adeptos voluntarios o involuntarios de la fuga mundi: ermitaños, enamorados infelices, caballeros andantes, bandoleros y proscritos. Así lo hicieron san Bruno y sus compañeros en el «desierto» de la gran Cartuja o san Roberto de Molesme y sus discípulos en el «desierto» del Cister; así lo hicieron también Tristán e Isolda en el bosque de Morois («Volvamos al bosque, que nos protege y nos guarda. Ven, Isolda, amada mía... Entraron, pues, en las altas hierbas y los brezales, y los árboles cerraron sobre ellos sus ramas y los hicieron desaparecer tras las frondas»). Así lo hizo también el precursor quizá de Robin Hood, el aventurero Eustaquio el Monje, a comienzos del siglo XIII, al ocultarse en el bosque del Boulonnais. El bosque, mundo de refugio, tiene sin duda sus atractivos. Para el caballero es el mundo de la caza y de la aventura. Perceval descubre en él «lo más bello que existe» y un señor aconseja a Aucassin, enfermo de amor por Nicoletta: «Monta a caballo y ve a distraerte a lo largo de este bosque, verás hierbas y flores, oirás cantar a los pájaros. Quizá allí puedas escuchar bellas palabras con las que te sentirás mejor». Para los labradores y todo un sencillo pueblo laborioso es una fuente de riqueza. Allí van a pacer los rebaños, allí sobre todo engordan en otoño los cerdos, riqueza del pobre campesino que, tras la caída de la bellota, mata su cerdo, promesa de su subsistencia, ya que no de comilona, para el invierno. Allí se corta la madera, indispensable en una economía durante mucho tiempo desprovista de piedra, de hierro y de carbón mineral. Casas, aperos, chimenea, hornos y forjas no pueden subsistir, no pueden trabajar si no es con leña o con carbón vegetal. En el bosque se recolectan los frutos silvestres que son para la alimentación primitiva del rústico una alimentación suplementaria esencial y, en época de carestía, la principal posibilidad de supervivencia. En él se recoge la corteza de las encinas para el curtido de las pieles, las cenizas de los matorrales que se aprovecha para la colada o para teñir y, sobre todo, los productos resinosos necesarios para las antorchas y los cirios, y la miel de enjambres silvestres tan buscada en un mundo falto durante tanto tiempo de azúcar. A comienzos del siglo XII, el cronista francés anónimo — Gallus Anonymus—, establecido en Polonia, al pregonar las ventajas de ese país cita, inmediatamente después de la salubridad del aire y la fertilidad del suelo, la silva me-

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LA_CIVILIZACION_DEL_OCCIDENTE_MEDIEVAL_4
342 pag.

Cultura e Civilizacao Espanhola I Unidad Central Del Valle Del CaucaUnidad Central Del Valle Del Cauca

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