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ii cados y sin colchón familiar las expectativas son aún peores. La búsqueda de otras fuentes de reconocimiento y renta les empujan hacia la econom...

ii cados y sin colchón familiar las expectativas son aún peores. La búsqueda de otras fuentes de reconocimiento y renta les empujan hacia la economía informal, alegal o ilegal. Las nuevas formas de rechazo a una sociedad que no les asegura los mínimos vitales de alimentación, calor y techo están seguramente por llegar, La apuesta municipalista pero no tienen por qué ser menos masivas y autodestructivas que las que se vivieron en los años ochenta.77 La situación de crisis social se corresponde con una profunda crisis institucional. A nivel autonómico y municipal, la quiebra del régimen de la Transición y del sistema de partidos resulta patente. Desde 2008, pero con una fuerza irresistible desde las movilizaciones del 15 de mayo de 2011, los dos principales partidos no han dejado de perder apoyos. La mayoría del PP en la CAM, que gobierna sin obstáculos desde el tamayazo de 2003, está ya prácticamente perdida según todas las encuestas. Parece incluso en entredicho la mayoría del PP en el ayuntamiento, una posición de ventaja que se prolonga desde i nales de los años ochenta. Los avances de IU y UPyD, aunque insui cientes, son sostenidos, en algunos distritos y municipios pueden llegar a igualar al anterior bipartidismo. El dato más signii cativo es sin embargo la abstención, la desafección con la política institucional en ausencia de una opción de reemplazo creíble. Las responsabilidades de los dirigentes de todo el arco político parlamentario regional y municipal en la burbuja inmobiliaria y en la mala gestión de la crisis son parte del sentido común de la mayoría de los madrileños. En lo que se rei ere al modelo de ciudad y de región, la imaginación y las propuestas brillan por su ausencia. Mientras la opinión pública sigue siendo informada por un continuo goteo de casos de corrupción y despilfarro de fondos públicos, la política de recortes y externalizaciones impuesta por el dictado político de la austeridad se lleva por delante la sanidad y la educación públicas, el patrimonio común y empresas del todo viables como el Canal de Isabel II. Los gobiernos municipales y regionales están laminando los últimos recursos con los que se podría probar 77 Sobre la crisis social en la región de Madrid, véase el ya mencionado Observatorio Metropolitano, «Del Madrid global a la crisis urbana. Hacia la implosión social» en Paisajes devastados... cit. Auge y crisis del modelo Madrid tanto otra política económica como el empleo a fondo de unos servicios públicos que constituyen la última muralla en la conservación efectiva de los derechos sociales. En este contexto, urge pensar otros modelos de (auto) gobierno que inviertan las desigualdades de la región. La irreversibilidad de la crisis institucional, así como las múltiples movilizaciones en defensa de los derechos sociales, parecen dejar espacio únicamente a propuestas políticas que ya no confíen en la regeneración interna del régimen. El municipalismo democrático tiene aquí su mejor oportunidad. 5. Por un municipalismo democrático La democracia pierde la mayor parte de su sustancia si no se instituyen ámbitos directos de decisión en los que las personas corrientes puedan hacer efectivo el ejercicio de al menos cierto «autogobierno». La apuesta municipalista arranca precisamente de este presupuesto: la democracia o es democracia de cercanía, «entre iguales», o carece de toda base. Su radicalidad y su sencillez es la misma que a lo largo de la historia y a lo ancho del planeta se ha podido probar en las formas políticas asamblearias de las polis griegas, las comunas medievales, los soviets obreros, así como de infinitud de procesos de organización popular. Actualizada a nuestro tiempo, la apuesta municipalista se comprende en una hipótesis que podríamos resumir de la siguiente manera: «Si tomamos las instituciones que resultan más inmediatas a los ciudadanos, los municipios, y los convertimos en ámbitos de decisión directa, podemos hacer realidad una democracia digna de tal nombre». Bastaría con volver a instituir ámbitos de participación directa: nuevas ágoras ciudadanas con poderes y competencias reales. De acuerdo con este esquema, el prerrequisito esencial reside en el desalojo de la actual clase política. La primera tarea es pues de «limpieza»: hay que desalojar a los actuales oligarcas, acabar con la corrupción. En este esquema simplificado de la hipótesis municipalista se incluye también el método: bastan unas candidaturas 143 honestas, controladas democráticamente por los ciudadanos. El principal requisito es que estas candidaturas, más que como un «partido» en sentido clásico, se constituyan como «movimiento». A fin de no reproducir los vicios y el sentido de casta de la clase política, la «apuesta municipalista» se concibe como un proyecto controlado «desde abajo», sujeto a la fiscalización colectiva. Cumplidos estos requisitos, la alternativa municipalista se puede dar por constituida. Una vez lograda representación, o incluso el gobierno municipal, se trata de predicar con el ejemplo. Máxima transparencia de las cuentas y de las decisiones, así como amplias garantías a la nueva democracia municipal. El éxito de estas candidaturas reside en ser capaces de introducir un nuevo estilo de gobierno, o mejor de «autogobierno», «honesto y barato», en el que el control del despilfarro, la reducción de los salarios de los representantes —o su eliminación cuando sea posible—, la decisión directa de los ciudadanos, conformen sus principios y fundamentos. Se trata, al fin y al cabo, de abrir una ancha entrada al «amateurismo» que es el elemento constitutivo de la política democrática; una política que reduce las funciones expertas a lo estrictamente necesario. Los retos de la apuesta municipalista Grosso modo, buena parte de lo que ahora se nombra con el término de «municipalismo» democrático se concibe, de una u otra forma, a partir de estos criterios. Lo que se ha presentado en los capítulos previos, si bien no apunta en otra dirección, muestra sin embargo algunos problemas que hacen que nada de lo dicho sea tan sencillo. Por avanzar una conclusión, el «municipalismo» no se puede entender como un mero problema de «honestidad», de organización popular democrática y de control de la representación. Hay obstáculos lo suficientemente sólidos y resistentes como para que la nueva «apuesta municipalista» 145 no pueda reducirse a la «toma democrática de los ayuntamientos», al menos si estos siguen siendo lo que hoy conocemos. Las preguntas atañen a la organización institucional de los niveles locales, así como a la propia autonomía y consistencia de este «nivel» a la hora de servir de palanca para una transformación democrática. Las dudas y los retos son muchos. ¿Qué hacer con la increíble deuda acumulada? ¿Cómo desenredar los intereses creados en torno a los presupuestos municipales y las decisiones urbanísticas? ¿Cómo sanear las haciendas municipales sin recurrir a los préstamos bancarios, la promoción inmobiliaria o la venta de bienes públicos? ¿Basta el actual ordenamiento legal de los municipios como base para una democracia local? Y aún más importante ¿son los ayuntamientos una plataforma suficiente, tanto en términos territoriales como económicos, para una democracia que se tiene que desplegar sobre territorios cada vez más complejos e interconectados? ¿Cuánto de real, en tanto método de construcción democrática, tiene la hipótesis municipalista? De no atender aunque sea de una forma parcial a estas cuestiones, incluso en el caso de que las candidaturas municipales empezaran a conquistar ayuntamientos de cierta entidad, se verían al frente de consistorios que quizás puedan «gobernar», pero al precio de hacerlo con márgenes de autonomía tan pequeños que seguramente les llevarán a hacer unas políticas no muy distintas de las de sus predecesores. Su victoria podría ser así tan rápida como su derrota, determinada por el rápido agotamiento en la tarea de tratar de gobernar democráticamente una institución que se ha mostrado mucho menos maleable de lo que se pensaba. A fin de poder contestar, aunque sólo sea sobre el papel, a algunos de estos interrogantes, presentamos estos retos del municipalismo democrático en torno a los siguientes epígrafes. El ordenamiento institucional municipal como límite de la democracia local El principal problema reside en el actual ordenamiento institucional de los municipios así como en su subordinación a la lógica pro crecimiento que se analizaba en el capítulo 3. Sin una transformación radical tanto de este nivel de las administraciones territoriales, como de sus actuales funciones económicas, los límites al autogobierno municipal son prácticamente infranqueables. Se trata de algo obvio pero que conviene

Esta pregunta también está en el material:

La_apuesta_municipalista
156 pag.

Democracia Unidad Central Del Valle Del CaucaUnidad Central Del Valle Del Cauca

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