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Johnson se refleja en su famoso diccionario, que incluye artículos para la mayoría de los elementos que la ciencia conocía a mediados del siglo XVIII, entre ellos el cobalto, que se había aislado recientemente. Su artículo para el antimonio es especialmente entretenido. «La razón de su denominación moderna», sugiere, en oposición al latín stibium, ... se remonta a Basil Valentine, un monje alemán; quien, tal como relata la tradición, habiendo dado algo de éste a los cerdos, observó que, después de haberlos purgado copiosamente, de inmediato engordaron; y, por lo tanto, imaginó que a sus compañeros monjes les iría bien una dosis parecida. Sin embargo, el experimento funcionó tan mal que todos murieron por su causa; y a partir de entonces el medicamento se denominó antimoine, antimonje. Era natural que Johnson pensara en incluir el antimonio en su diccionario. Lo que en la actualidad nos parece un elemento bastante marginal era tenido entonces en gran estima, pues los alquimistas lo consideraban absolutamente importante. Aunque las oscuras artes de la alquimia habían comenzado a dejar paso a una química más sistemática, los textos de los alquimistas eran todavía referencias necesarias, aunque no siempre eran exactamente lo que pretendían ser. Un tomo misterioso titulado The Triumphal Chariot of Antimony* explica la capacidad del antimonio de curar la lepra y el mal francés, ** pero contiene también algo de ciencia sólida, al señalar las dos formas contrastantes del elemento: un metal argénteo deleznable y un polvo gris. Los alquimistas consideraban que esta dualidad era importante, porque acercaba el antimonio tanto al mercurio como al azufre, madre y padre de todos los metales. El hecho de que el antimonio pueda tomar estas dos formas fue causa de mucho debate hermenéutico. Para complicar aún más las cosas, el elemento se suele encontrar en la naturaleza con más frecuencia como el sulfuro estibnita. Preparado de determinada manera, este polvo negro, el kohl de Jezabel, cambia de nuevo, volviéndose anaranjado, sin que se requiera un horno caliente ni ningún aparato especial para pasar de una a otra de estas confusas formas. Johnson bromeaba con su etimología: el término antimonio procede en realidad de anti monos, que significa contra la singularidad, una referencia directa a estas propiedades cambiantes, y que no tiene nada que ver con los efectos negativos del elemento en los hermanos de la iglesia (aunque la palabra monje también deriva de monos). El supuesto autor de The Triumphal Chariot, Basil Valentine, y sus colegas alquimistas consideraban la fase amorfa gris (la «materia del sabio» y el «lobo gris de los filósofos») como la fase última y exasperante antes de la realización de la piedra filosofal debido a su capacidad ambivalente de producir ya fuera el lustre o el matiz del oro, pero nunca las dos cosas a la vez. Más atractiva todavía es la forma metálica del antimonio, que desde antiguo ha sido famosa por su capacidad de solidificarse en una gran masa cristalina que combina el brillo del metal precioso con las simetrías facetadas de las piedras preciosas. No hay duda de que el fenómeno se advirtió cuando se consiguió por primera vez el elemento puro, o régulo. El disco o costra que se formaba sobre el metal fundido se conocía como «estrella de antimonio», debido al patrón radiante característico que se produce cuando al antimonio cristaliza en el recipiente de enfriamiento. Isaac Newton, que fue tanto alquimista como matemático y físico, leyó a Valentine y siguió su receta para producir el régulo del antimonio, pensando que podía utilizar su superficie reluciente en los telescopios. Un biógrafo quiere hacernos creer que el patrón estrellado que produjo pudo haberle ayudado a visualizar las líneas de fuerza que le condujeron a desarrollar la teoría de la gravitación. Esto me parece irreal. Puedo ver cómo los patrones pudieron inspirarle ideas sobre óptica —que Newton también investigaba en la época de sus experimentos con el antimonio—, pero no sobre la gravedad. Decido ir en busca de estrellas de antimonio. Estos bellos artefactos de la naturaleza son sorprendentemente difíciles de encontrar. Pronto quedo desengañado de la idea de que cada coleccionista victoriano debió poseer una y que hoy en día estarían dispersas por los almacenes de los museos provinciales. Sin embargo, las fotografías e ilustraciones muestran pautas cristalinas que no son aciculares, es decir, como las ruedas de radios cromados de los coches deportivos, convergiendo en un punto central, como tendría que ser el caso para tener un esquema de una fuerza gravitatoria. En cambio, la pista sólida del antimonio tiende a dividirse en ámbitos poligonales, más lisos y mayores cerca del centro del disco y que se desintegran en tallas dulces foliadas de forma extravagante, como escarcha en una ventana, hacia los bordes externos, según su tasa de enfriamiento. El dibujo total tiene realmente forma de estrella, no en el sentido astronómico de una fuente puntual desde la que irradia toda la luz, sino a la manera del típico dibujo de una estrella que hace un niño, con varias puntas triangulares o, quizá de manera más particular, como los emblemas renacentistas del Sol flamígero.

Esta pregunta también está en el material:

La Tabla Periodica La curiosa historia de los elementos
722 pag.

Biologia Universidad Nacional Autónoma De MéxicoUniversidad Nacional Autónoma De México

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Johnson se refleja en su famoso diccionario, que incluye artículos para la mayoría de los elementos que la ciencia conocía a mediados del siglo XVIII, entre ellos el cobalto, que se había aislado recientemente. Su artículo para el antimonio es especialmente entretenido. Según el texto, el antimonio se consideraba importante para los alquimistas porque lo veían como un elemento que se asemejaba tanto al mercurio como al azufre, considerados como los padres de todos los metales. Además, se menciona que el antimonio podía tomar dos formas contrastantes: un metal argénteo deleznable y un polvo gris. Por lo tanto, la respuesta correcta sería: B) Porque los alquimistas consideraban que el antimonio se asemejaba tanto al mercurio como al azufre, considerados como los padres de todos los metales.

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