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ín, naturalmente, pero “Luna Verde” era un lugar de “no pelea”, sólo había uno, y hacía ya mucho tiempo que él había olvidado su adscripción. Quizá...

ín, naturalmente, pero “Luna Verde” era un lugar de “no pelea”, sólo había uno, y hacía ya mucho tiempo que él había olvidado su adscripción. Quizás fue una casualidad derivada de una pequeña indecisión de los dos ante la única mesa del Café libre. Se oyó desde el más joven un “usted primero”, que fue seguido por un “no, tú” del mucho más veterano, que fue el mismo que finalmente propuso “¿Y qué tal juntos?” más un “¿Tú eres nuevo?” Contestado con un “Sí, Joaquín, profesor, acabo de llegar a la escuela”. Todo junto hizo que Víctor y Joaquín entablaran una relación que iba a prosperar. A Víctor le interesó mucho el economista metido a maestro, y a Joaquín le gustó también ese editor del siglo XIX publicando en el XXI. Joaquín se había autodenominado “observador” como ya le dijo a Laura, y desde ese primer encuentro no dejo de reportar todas sus observaciones a Víctor. Víctor no las refutaba, él también se daba cuenta; al punto que se sintió obligado a hacer algo, o a decirlo, que esa era su manera de hacer. El editorial de ese viernes era la prueba de esa decisión. Pueblo Verde somos Todos La historia ha conferido a nuestro pueblo el don de la singularidad. Una singularidad que nos hace especialmente valiosos y que debemos considerar como un patrimonio único que legar a nuestros descendientes. No sólo somos el modelo perfecto del mapa electoral de nuestro país, sino que en nosotros se debe dar el ejemplo necesario de convivencia de aquello que siempre empata, quizás para decirnos que no se puede ganar al otro, que no se le puede derrotar, que resulta imperioso entonces entenderlo, pactar, convivir con él, en suma. Ésta ha sido nuestra historia, éste ha sido nuestro modelo, y el resultado es un buen pueblo para vivir, donde, a pesar de la distancia, nadie se siente aislado, y donde todo lo fundamental resulta más que dignamente atendido. Hemos sido capaces de hacer de la diferencia el puente que permita no sólo la convivencia, sino el entendimiento y el progreso común. Borlines y Marletas, Marletas y Borlines son la misma cosa, gentes de Pueblo Verde, y la inmensa mayoría de ellos son a su vez descendientes de gentes de Pueblo Verde que a su vez también lo eran de gentes de nuestro pueblo. Todos ellos nos han dejado un preciso y precioso legado, la convivencia y la unión por encima de cualquier adscripción. Sin embargo, parece que hoy asistimos a un deseo de profunda alteración de nuestra manera de hacer y de vivir. Nos llenan de inquietud algunos movimientos en superficie que parecen no ser más que un reflejo de otros mucho más oscuros. La desafortunada acción de nuestro penúltimo alcalde —que criticamos vivamente en su día— parece que quiere ser seguida por nuestro actual alcalde. Si es así, lo criticamos con la misma contundencia. Y si nuestra mayor representación se comporta de esta forma, no es de extrañar que la energía de la juventud se manifieste de forma equivocada. Tampoco nos parece natural la repentina agitación en el cambio de manos de algunos comercios y bares. La mera actividad económica no lo justifica. Solo somos quienes nuestros lectores saben que somos, una voz que trabaja y trabajará por y para Pueblo Verde. Conocemos bien a las personas de Pueblo Verde, y sabemos que, mucho más allá de Borlines o Marletas, son gente de bien, y los mejores vecinos que alguien pueda desear. A todos ellos y especialmente a nuestros representantes les pedimos que hagan todo lo necesario para que las voces que hoy subrayan la diferencia se vean absolutamente superadas por las de los que, con decisión y con energía, decimos: Pueblo Verde somos Todos. * A Laura no le extrañó el editorial de “Luna Verde”: era también Joaquín quién la mantenía al corriente. Esta noche estaba especialmente inquieta. No se conectó a Humanos1. De pronto, sin saber muy bien cómo, la conversación de despedida con Paula no hacía más que resonar en su cabeza: “Entonces pasa que no tengo novio, pasa que no tengo hijos, pasa que mi trabajo me gusta pero eso es sólo una parte de mi vida, pasa que parece que nunca tengo los pies en el suelo, pasa que tampoco he sabido ser buena soñando, y entonces lo que pasa de verdad es que nunca pasa nada en mi vida, y que siento que todo lo que hago es moverme como un títere suspendido en el aire, que, al final, no va a ninguna parte” Laura sentía que el “nunca pasa nada en mi vida” quedaba atrás, quizás ahora sí que estaba pasando alguna cosa, y la sentía como una interrogación. Una interrogación a la que no sabía dar respuesta. Entonces algo se cerró en su mente, algo parecido a una nube la ocupó por completo, quiso llorar y ni siquiera pudo hacerlo. Sin embargo, la determinante frase “nunca pasa nada en mi vida” se repetía y se repetía de modo que se constituía en un odioso mantra que cada vez la enterraba más en el suelo, ese suelo que ella tanto odiaba. El cielo se alejaba. Se sentía cada vez más densa, cada vez menos espíritu, cada vez menos sueño, cada vez menos canto, y, ahora sí, cada vez más llanto. Se arrebujó, tomó un almohadón y junto con él se plegó sobre sí misma, en un inútil intento de protegerse contra un enemigo que no estaba fuera, sino que moraba allá donde se siente poderoso, casi invencible. Laura no se movió en toda la noche, la salida del sol la sorprendió así, sentada en su silla de trabajo, con los ojos tan abiertos como ciegos a nada que no fueran sus propias imágenes interiores. En una noche tan densa como oscura, su vida entera había desfilado ante ella, y por fin, ahora, sabía qué iba a pasar. Era lo que había sabido todo el tiempo desde que fue a la Alameda. Era tan evidente como inevitable. * IX Se hizo difícil hablar del impacto del editorial de “Luna Verde”. Sin duda lo tuvo, pero nada pareció moverse. Víctor recibió alguna que otra felicitación, más o menos las mismas —o quizás incluso alguna más— que cuando se opuso decididamente a la insensata intención del alcalde Borlín. Las felicitaciones le llegaron tanto de Borlines como de Marletas. Sin duda el semanario era apreciado, y no tuvo ni tiene ningún temor a represalias, Víctor sabía que hasta ahí no podía llegar la marea; sin embargo sintió la clara percepción de que con más o menos descaro, esta vez se estaba prefiriendo mirar hacia otro lado; eso no hizo más que aumentar su inquietud. Los líderes políticos no ayudaban, ni el alcalde, ni el nuevo líder Borlín, —el anterior había pagado con el relevo su error— parecían darse por enterados de la situación. Por definición, ellos eran los que simbolizaban la diferencia, el partidismo en su más clara acepción. Su razón de ser era liderar a una comunidad que en definitiva no era más que una parte de una comunidad más amplia, pero a menudo actuaban como si solo existiera esa primera comunidad. Como si Pueblo Verde empezara y acabara en ella. La particular falta de visión global se había agudizado con los actuales líderes, Ernesto, el alcalde, y Dolores, la líder Borlín. De una manera un tanto irresponsable, los dos líderes tamizaban todo lo que ocurría exclusivamente a la luz de los supuestos intereses de Borlines y Marletas. Evidentemente, el alcalde, al frente del Ayuntamiento, no resultaba tan exagerado en sus movimientos; al cabo tenía que gobernar, pero no había movido un dedo ante los acontecimientos en comercios y bares, alegando que se trataba de circunstancias normales “de mercado”, y que si alguien decidía vender y alguien quería comprar, no había mucho más que hacer. Respecto a la juventud, se limitaba a decir que ya se sabía, cada generación es un poco distinta a la otra, y quizás ésta sentía algo más la llamada de su clan, no era más que eso. El resultado real era el ninguneo oficial de la existencia de tensión. Por increíble que pudiera parecer, ésa estaba siendo la respuesta municipal. Dolores difundía justo lo contrario, pero sorprendentemente sus quejas no eran especialmente agudas, anotaba y denunciaba lo que “su” comunidad venía sufriendo. Pero Joaquín no dudaba en afirmar que los Borlines parecían estar jugando al más peligroso de los juegos, aquél que dice que cuanto peor, mejor. * La inquietud de Laura seguía creciendo, pero más allá de aquella noche de la semana pasada, no parecía estar pasando mucho más, además certeza y duda llegaban y se marchaban, con una especie de incesante flujo y reflujo. Tan pronto todo estaba meridianamente claro como la oscuridad era la propietaria de su mente. Con todo, todavía podía

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