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Revista Metapolítica - Año 24 No. 109

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metapolítica
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metapolítica, año 24, no. 109, abril-junio 2020, es una publicación trimestral editada por la Benemérita Universidad 
Autónoma de Puebla, con domicilio en 4 Sur 104, Col. Centro, C.P. 72000, Puebla, Pue., y distribuida a través de 
la Dirección de Comunicación Institucional, con domicilio en 4 sur 303, Centro Histórico, Puebla, Puebla, México, 
C.P. 72000, Tel. (52) (222) 2295500 ext. 5271 y 5281, www.revistametapolitica.com, Editor Responsable: Dra. Claudia 
Rivera Hernández, crivher@hotmail.com. Reserva de Derechos al uso exclusivo 04-2013-013011513700-102. ISSN: 
1405-4558, ambos otorgados por el Instituto Nacional del Derecho de Autor. Con Número de Certificado de Licitud 
de Título y Contenido: 15617, otorgado por la Comisión Calificadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas de la 
Secretaría de Gobernación. Impresa por Industria Publi-Center S.A. de C.V. Dirección: Calle Tierra No. 13354. Col. 
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Azcapotzalco, C.P. 02400, Ciudad de México, Contacto: comercializadoragbn@yahoo.com.mx; éste número se 
terminó de imprimir en abril de 2020 con un tiraje de 1000 ejemplares.
Las opiniones expresadas por los autores no necesariamente reflejan la postura del editor de la publicación. Todos 
los artículos son dictaminados. Queda estrictamente prohibida la reproducción total o parcial de los contenidos e 
imágenes de la publicación sin previa autorización de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla.
metapolítica aparece en los siguientes índices: CLASE, CITAS LATINOAMERICANAS EN CIENCIAS SOCIALES 
(Centro de Información Científica y Humanística, UNAM); INIST (Institute de L’Information Scientifique et Tecnique); 
Sociological Abstract, Inc.; PAIS (Public Affairs Information Service); IBSS (Internacional Political Science Abstract); 
URLICH’S (Internacional Periodicals Directory) y EBSCO Information Services.
metapolítica no se hace responsable por materiales no solicitados. Títulos y subtítulos de la redacción.
Año 24 
No. 109
Abr-Jun 2020
Rector
Dr. J. Alfonso Esparza Ortiz
Vicerrector de Extensión 
y Difusión de la Cultura
Mtro. José Carlos Bernal Suárez
Director Editorial
Dr. Israel Covarrubias
metapolitica@gmail.com
Jefe de Publicaciones CCI- BUAP
Mtro. Jorge Isaac Hernández Vázquez
isaac.hernandezvaz@correo.buap.mx
Jefe de Publicidad, Diseño y Arte
Mtro. Manuel Ahuactzin Martínez
Secretaria General
Mtra. Guadalupe Grajales y Porras
Coordinadora de 
Comunicación Institucional
Mtra. Donaji del Carmen Hoyos Tejeda
Coordinadores del número
Pablo Bulcourf e Israel Covarrubias
Diseño, composición y diagramación
Coordinación de Comunicación Institucional de 
la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla
Diseño gráfico y editorial
Jessica Barrón Lira
Consejo Editorial
Roderic Ai Camp, Antonio Annino, Álvaro Aragón 
Rivera, Thamy Ayouch, María Luisa Barcalett 
Pérez, Gilles Bataillon, Miguel Carbonell, Ricardo 
Car tas Figueroa, Jorge David Cor tés Moreno, 
Juan Cristóbal Cruz Revueltas, Rafael Estrada 
Michel, José F. Fernández Santillán, Javier Franzé, 
Francisco Gil Villegas, Armando González Torres, 
Giacomo Marramao, Paola Martínez Hernández, Alfio 
Mastropaolo, Jean Meyer, Edgar Morales Flores, 
Leonardo Morlino, José Luis Orozco (†), Juan Pablo 
Pampillo Baliño, Mario Perniola (†), Víctor Manuel 
Reynoso, Xavier Rodríguez Ledesma, Roberto 
Sánchez, Antolín Sánchez Cuervo, Ángel Sermeño, 
Silvestre Villegas Revueltas, Danilo Zolo (†).
01
02
El Estado en la era exponencial
Oscar Oszlak
Del alboroto al silencio: 
la política en tiempos 
de incertidumbre
Manuel Alcántara Sáez
De revelaciones, monjas 
y virus coronados 
Rafael Estrada Michel
El Covid-19, ¿una 
conspiración mundial?
Roberto García Jurado
Estupidez, capitalismo 
y coronavirus
Enrique Del Percio
La pandemia del Covid-19: 
pensar al Estado en un marco 
de incertidumbre y complejidad
Pablo Bulcourf y Nelson Cardozo
Debate de la crisis del 
Estado frente a la crisis 
sanitaria del coronavirus
Luis H. Patiño Camacho Explicando algunos efectos 
sociales y subjetivos de la 
pandemia Covid-19
Octavio Moctezuma, Rafael Vázquez 
García y Ángel Octavio Álvarez Solís
El futuro del Estado y de 
la política democrática
Mesa virtual 
de reflexión
28
20
14
76
70
61
88
34
38
44
54
La crisis del coronavirus en 
España: una prueba del estrés 
de la calidad institucional
Carles Ramió
Covid-19, ¿punto de inflexión 
para los gobiernos?
Silvia Fontana y Sofía Conrero
¿Podemos imaginar un futuro 
común después de la pandemia?
Anthony Medina Rivas Plata
¿Qué podemos decir desde las ciencias 
sociales sobre el covid-19?
SUMARIO
03 04
Tragedias en loop: excepción, 
pandemia y qué guerra 
Javier Franzé y Julián Melo
Pandemia Covid-19. Dos 
posibilidades políticas en la 
disputa por la narración en 
los entornos informativos.
Xavier Rodríguez Ledesma 
y Luz María Garay Cruz
“Detente”: política y 
religiosidad en México en 
tiempos de epidemias
Gerardo Martínez Hernández
Efecto colateral del Covid-19: 
la lenta muerte de los 
intelectuales en la era digital
Franco Gamboa Rocabado
Construimos una sociedad 
que imposibilita lavarnos las 
manos y quedarnos en casa
Oscar Rosas Castro
Pandemia e información. Sobre 
la saturación de información 
de los ciudadanos en la 
era de la redes sociales
Héctor Noé Hernández
Año de la peste Covid-19
Cristóbal Muñoz 
Duelos imposibles. Imágenes 
fotográficas de la pandemia en 
Bérgamo, Madrid y Guayaquil
Antonio Hernández 
Bienvenidos a Zombieland Cov 2
Hugo César Moreno Hernández
Bioética de emergencia: la 
pandemia del Covid-19 y las 
fragilidades éticas latentes
Raúl Ruiz Canizales
Hacia una filosofía 
pública para la época del 
coronavirus (y después)
Ricardo Bernal Lugo y Mario 
Alfredo Hernández Sánchez
El coronavirus frente al mal 
llamado problema del mal 
Carlos Escudé
Dilemas éticos y 
culturales para pensar 
en tiempos de pandemia
La peste y la 
comunicación 
imposible
Introducción
136
112
105
99
141
117
148
126
06
154
162
168
172
Hace más de siglo y medio, en el Manifiesto del partido comunis-
ta, Marx y Engels enunciaban la renombrada frase: un fantasma 
recorre Europa: es el fantasma del comunismo. En términos ac-
tuales una enorme fuerza social comenzaba a globalizarse tras-
pasando las fronteras y generando cambios inusitados. Lo que 
fue ya no es, y “todo lo sólido se desvanece en el aire”. Se daba 
cuenta del vertiginoso cambio de los tiempos, producto de la 
modernidad en donde el conocimiento se transforma en poder, 
como bien ha señalado Francis Bacon. El siglo XIX se convirtió en 
el ámbito de aparición de nuevos actores sociales colectivos, los 
movimientos obreros, las mujeres que reclamaban por la igual-
dad de derechos, y también fuertes procesos emancipatorios 
en América Latina que trastocaron la geopolítica mundial. Las 
voces del progreso indefinido, bajo diferentes orientaciones 
políticas, tuvieron una fuerte desaceleración con la Gran Guerra, 
aunque significó un avance sustantivo en materia tecnológica. 
El periodo de entreguerras estuvo marcado por la aparición de 
la sociedad de masas, pero también de la crisis económica de 
los años treinta y las experiencias del fascismo y el nazismo que 
desembocaron en la Segunda Guerra Mundial, otro momento de 
aceleración del factor tecnológico, pero de millones de muertos 
no solo en la batalla, sino en los campos de concentración. 
 por Pablo Bulcourf / 
 Israel Covarrubias 
 Profesor e investigador de 
la Universidad Nacional de 
Quilmes, y de la Universidad 
de Buenos Aires, Argentina; 
profesorinvestigador en la 
Universidad Autónoma de 
Querétaro, respectivamente. 
6 
Los conflictos no desaparecieron, tuvimos guerras 
de menor impacto en Corea y Vietnam, pero la con-
flictualidad política y social creció, y también lo hizo 
el Estado de bienestar, permitiendo fuertes políticas 
redistributivas en muchísimos países. Su crisis trajo 
un enorme cambio en el campo de las ciencias socia-
les, el declive de los grandes paradigmas dio lugar a 
nuevas formas de reflexión. En algunas disciplinas 
como la ciencia política comenzaron a predominar los 
enfoques neoinstitucionalistas, y aquellos orientados 
por las teorías económicas de corte neoclásico y mo-
netaristas, se fue construyendo un mainstream que 
marcó la distribución del prestigio, denunciado por 
varias voces disidentes. Gabriel Almond dio cuenta de 
esto al utilizar la metáfora de las “mesas separadas” 
para dar cuenta de una disciplina fragmentada e inco-
municada. Esto dentro del campo académico tuvo su 
costado político, en nombre de la objetividad y la cien-
tificidad, muchos sectores del campo permanecieron 
inmunes y hasta colaboraron directamente en la im-
plementación de un modelo socialmente excluyente. 
Como han señalado Robert Alford y Roger Friedland, 
“la teoría posee poderes”, nadie es inocente.
La adopción del modelo neoliberal, o para algunos 
la “revolución conservadora” generó una nueva mer-
cantilización de las relaciones sociales que se articuló 
posteriormente con la implosión de la Unión Soviética 
y la caída del Muro de Berlín. Algunos creyeron que se 
instalaría un mundo extremadamente unipolar en don-
de esta versión de liberismo terminaría dominando, 
marcando el fin de la historia con mayúsculas como 
pregonaba Francis Fukuyama. Sin embargo, nuevas 
formas de conflictos revivían viejas antinomias. Nos 
encontrábamos frente a una nueva balcanización 
signada por un choque civilizatorio donde reaparecían 
los clivajes religiosos y étnicos articulados con los 
intereses económicos. El capitalismo estaba dando 
un nuevo giro frente a un mundo globalizado, donde su 
faceta financiera se hacía más robusta, cimentada en 
la cuarta revolución tecnológica. 
El siglo XXI se nos presenta por ahora alejado de 
la colonización de la Luna, o de personas viajando en 
taxis voladores vestidos de plástico cual astronau-
tas. Sin embargo, un fuerte proceso de individuación 
marca las perspectivas de los sujetos en los grandes 
centros urbanos occidentales, mientras en otras zo-
nas también vastas del planeta todavía no ha llegado 
la pregonada modernidad. Un orbe fracturado y polié-
drico es saturado por la globalización y la expansión 
comunicacional. Las crisis financieras se agudizan lo 
mismo que un mundo donde la riqueza se encuentra 
más concentrada y la democracia liberal erosionada y 
fatigada. Aparecen liderazgos inesperados en medio 
de una fuerte crisis de representación que también 
afecta a los países más desarrollados. 
En este contexto demasiado complejo para poder 
ser sintetizado en un par de frases, una aparente mu-
tación viral de una especie de coronavirus comienza 
a infectar a los humanos y se expande con esta rapi-
dez globalizante por el planeta. Una vieja costumbre 
culinaria de ciertas regiones de China, consistente en 
comer una sopa de murciélago, es el vínculo entre el 
virus y las personas. La apartada Wuhan comienza a 
ser noticia a pesar del ocultamiento inicial por parte 
del gobierno totalitario. En paralelo no dejan de circu-
lar versiones conspirativas que hablan de la fuga del 
virus de centros de investigaciones biotecnológicos 
(precisamente Wuhan tiene un gran laboratorio de in-
vestigación viral de renombre global), quizá la faceta 
de una guerra biológica anticipada.
Miles de personas son infectadas, se instalan rígi-
dos dispositivos sanitarios y la muerte se presenta 
implacable, afectando principalmente a los adultos 
mayores. No obstante, algunos países como México 
expresan que no sólo los adultos mayores sucum-
ben frente al virus, también los adultos jóvenes con 
 7
[ PABLO BULCOURF / ISRAEL COVARRUBIAS ]
diversas comorbilidades (diabetes, hipertensión, 
obesidad), lo que abre un rico pero urgente debate 
sobre el rediseño de los sistemas de salud pública en 
contextos de escasez. Un debate que es en realidad 
una discusión sobre el papel que deberá adoptar el 
Estado y sus instituciones en el campo de la salud, 
pero también en el de la gobernabilidad y la gober-
nanza en un mundo irremediablemente viral.
Por su parte, la noticia circula y se adueña de la 
televisión y los dispositivos celulares. Comienza una 
monotonía informativa concentrada en cantidad 
de infectados, muertes y contagios. Incluso de ha 
llegado a hablar de una auténtica infodemia. Este me-
canismo de apropiación de los espacios en los cuales 
la comunicación se desarrolla, así como del lenguaje, 
de la semántica específica en la que el primero se ma-
nifiesta, y sobre todo de su abaratamiento cognitivo, 
suponen una suerte de intento de monopolización del 
universo de interpretación en torno a la pandemia. En 
consecuencia, no es posible sostener desde un pun-
to de vista racional y objetivo, que puede existir una 
opinión pública completamente desinteresada que 
aporta información neutral al conocimiento de ella. 
Lo que hay, en el mejor de los casos, es una opinión 
que se vuelve la representante de un campo social de 
fuerza, “de grupos de presión”, dice Pierre Bourdieu, 
“movilizados en torno a un sistema de intereses explí-
citamente formulados”.
Llama mucho la atención el margen de reflexividad 
que tienen las agencias de información, y en general, 
los medios de comunicación, tanto locales como glo-
bales, al cubrir la pandemia, sobre todo a partir del 
mes de febrero, cuando sonaron las alertas de que la 
epidemia estaba deviniendo una estructura global in-
gobernable. Sin duda, la necesidad de tener informa-
ción fidedigna sobre su evolución ayuda considera-
blemente a una mejor toma de decisiones, así como a 
la elaboración de un juicio provisto de información de 
calidad. Pero el uso escandaloso de la información ha 
producido un mecanismo en espiral que acrecienta el 
pánico colectivo, hasta alcanzar a diversos sectores 
poblacionales que, en realidad, estarían obligados a 
ofrecer datos, hechos, argumentos empíricos, infe-
rencias causales si se quiere, sobre el desarrollo no 
lineal del nuevo virus.
El papel que juegan decenas de periodistas alrede-
dor del mundo, pero sobre todo en aquellos donde la 
democracia es frágil, es preocupante. En particular, 
cuando en aras de informar, terminan escandali-
zando y exagerando las cifras del acontecimiento, o 
magnificando los errores y la tímida reacción inicial 
de los gobiernos en turno. En este sentido, el Covid-19 
deviene un pretexto para la lucha política intestina. 
Al colocarse como reservorio moral e intelectual de 
la sociedad, los medios de comunicación, sus tes-
taferros y sus epígonos (entre los que se cuentan 
académicos e intelectuales de prestigio), pretenden 
que esta forma de reificación enmascarada sea 
aplaudida por nosotros en tanto observadores de ese 
espectáculo (¿acaso satírico?). 
En una suerte de capricho kantiano, los medios 
de comunicación están convencidos de que todo lo 
hacen en nombre de la democracia, pues asumen 
el imperativo por enésima ocasión de defensa de la 
libertad, aunque en su camino algunos exijan el endu-
recimiento de las medidas de confinamiento, con lo 
que se llega pronto a un grado extremo de reducción 
de las libertades. Asimismo, su combate, siempre en 
nombre de la libertad y la democracia, ha permitido la 
producción exacerbada de las mentiras, ya que lo que 
se pretende es obtener un efecto inmediatista en aras 
de volverse la tendencia del día o de la semana, cons-
truyendo climas de opinión y sobre todo estados de 
ánimo perversosy execrables como las fobias al per-
sonal médico o a los enfermos. En este punto, resuena 
con fuerza la vieja advertencia de Giovanni Sartori: en 
8 
INTRODUCCIÓN
la vida democrática, solo es posible erigir un muro de 
intolerancia justo en contra de aquellos que agreden o 
causan daño, de otro modo el principio del daño no ten-
dría ninguna relevancia jurídica, político, social, para 
la vida nacional y transnacional de las democracias.
La lejana experiencia en las tierras del dragón se 
vuelve realidad en Occidente. La rápida transmisión 
del virus expande la enfermedad en el sur de Europa, 
afecta primero el norte de Italia, y posteriormente 
España, Alemania y Francia. Le siguen Reino Unido 
y como meca del mundo la gran manzana termina 
contabilizando la mayor concentración de infectados 
y muertos. El atentando del 11 de septiembre es supe-
rado por un pequeño ser vivo, “un enemigo invisible”, 
que solo puede verse con un microscopio electrónico. 
La economía mundial empieza a adquirir un efecto 
de cámara lenta mostrando su enorme fragilidad y a 
veces la franca irresponsabilidad de muchos de los 
grandes capitales que no obstante que han hecho 
fortuna con el consumo de millones de personas al-
rededor del mundo, hoy no están dispuestos a ceder 
un porcentaje de sus ganancias. El interés sanitario 
como bien común global y el interés económico no 
hablan la misma lengua. Esto fue claro en la ola ex-
pansiva de los contagios en Italia, particularmente en 
Bérgamo, epicentro de la pandemia en la península, 
donde las principales industrias de la región se nega-
ron, pese a las advertencias sanitarias del Estado ita-
liano, a cerrar sus fábricas, con lo que los contagios 
masivos fueron una realidad que luego adquirió tintes 
dantescos. Evidentemente esos capitales cerraron 
sus fábricas cuando el daño ya estaba hecho, con lo 
que se devuelve al Estado la responsabilidad total 
de una serie de decisiones privadas con una enorme 
gama de efectos spill-over, que pronto se volvieron en 
contra de sus creadores. 
Por su parte, se suspendieron los vuelos interna-
cionales y las fronteras vuelven a ser vallas práctica-
mente insalvables. El turismo internacional muere por 
infarto dejando a cientos de miles varados muy lejos 
de sus casas, en completa orfandad, pues su regreso 
a los países de origen tiene lugar de manera muy pau-
sada. Pero al mismo tiempo, es evidente que lo que ha 
contribuido a la expansión del Covid-19 es la reduc-
ción espacial de las distancias por la aceleración del 
tiempo que garantiza el constante perfeccionamiento 
del transporte de mercancías y personas (que, en 
realidad, también son una mercancía para el turismo 
internacional) más eficiente que conocemos: el trans-
porte aéreo. Utilizando la metáfora clásica de Edward 
N. Lorenz, hoy evidenciamos con cierta perplejidad 
cómo pequeñas perturbaciones producen alteracio-
nes significativas en el sistema, particularmente al 
introducir aquellos cambios que señalan la epigénesis 
y posterior evolución del fenómeno mismo.
Así, el Estado-nación regresa a la centralidad es-
cénica que le había quitado la economía, todos recla-
man decisiones políticas urgentes, y el cuarto poder 
se transforma en una forma de nueva Inquisición me-
diática. De repente el mundo parece haber mutado 
con la rapidez de ese pequeño virus, en donde la in-
certidumbre se adueña de todos. El terror y el eco del 
miedo hacen de esto una tragedia planetaria. Dicho 
en otras palabras, la producción acelerada de entro-
pía a causa del Covid-19 en las sociedades democrá-
ticas es un dato empírico, no solo una mera abstrac-
ción numérica o teórica, y ante la cual es necesario 
estar conscientes y además constatar que aquella es 
uno de los motores que mueven a las sociedades y a 
los Estados en este siglo XXI. La entropía interactúa 
en el interior del sistema social rompiendo viejos 
pactos, desplazando estructuras sociales obsoletas 
como el carácter prohibitivo de las religiones, las mo-
rales o los linajes, inaugurando formas de sociabili-
dad desconocidas e intermitentes, desestabilizando 
los nodos funcionales de la sociedad para volverse 
 9
[ PABLO BULCOURF / ISRAEL COVARRUBIAS ]
regla, no excepción. Paradójicamente, es la sociedad 
democrática la que se adapta mejor a la entropía, 
gracias a su constante expansión del pluralismo 
siempre en un arco limitado de tiempo que no permite 
el inmovilismo. Pero, ¿estamos preparados para vivir 
plenamente en un mundo democrático entrópico? La 
respuesta podría estar en singular analogía a la que 
presenta “Bartleby, el escribiente”, de Herman Melvi-
lle: preferiríamos no estar preparados. 
Las instituciones internacionales desaparecen 
prácticamente de escena; y las Naciones Unidas es 
remplazada de facto por la Organización Mundial de la 
Salud; el Consejo de Seguridad se hace un hiato que 
parece haber implotado en el agujero negro del coro-
navirus. Realidad y metáfora se funden en esta nueva 
amalgama de incertidumbre.
El campo académico e intelectual comienza a es-
grimir sus voces, principalmente en los sitios web y 
en algunos informativos televisivos. Los médicos, 
principalmente los infectólogos y sanitaristas, pasan 
a dominar la escena, disputando cámara con los po-
líticos. Pocas veces el Estado ha concentrado tanto 
poder, y pocas veces se ha visto tan débil.
La situación pone en evidencia las capacidades 
estatales de respuesta frente a la precipitación de 
los contagios. La derecha de sesgo populista que 
ha inaugurado Donald Trump en Estados Unidos 
debe enfrentar la mayor ola de contagios, habiendo 
previamente negado la importancia de la pandemia. 
Una de las primeras medidas que implementó el con-
trovertido presidente fue la disolución de una unidad 
especial de emergencia para este tipo de crisis que 
había creado su antecesor Barak Obama.
América Latina no se vio alejada de la pandemia, 
rápidamente los viajeros internacionales trajeron el 
virus a la región, el que se expandió principalmente 
en los grandes conglomerados urbanos. Las clases 
medias fueron las primeras en ser afectadas e igual 
que en el resto del planeta sus víctimas mortales son 
los adultos mayores y no tan mayores. Los Estados 
tomaron medidas muy diferentes, lo que demuestra 
la heterogeneidad política e ideológica presente en la 
región. No se trata necesariamente de las diferencias 
entre izquierdas y derechas sino de los tipos de lideraz-
gos que encarnan los gobernantes, sumado a la tensión 
entre salud y economía; una ecuación extremada-
mente compleja. No tenemos que olvidar que la región 
presenta elevados índices de pobreza, desigualdad y 
grandes centros urbanos con cinturones de millones 
de personas que viven en situaciones de extremo ha-
cinamiento. La expansión masiva del virus en esas con-
diciones generaría un rápido colapso de los sistemas 
sanitarios. Pero es inevitable pensar en las formas de 
administrar la salida de la crisis, la recesión económica 
también genera muchos muertos, más en situaciones 
de vulnerabilidad social y precarización laboral.
La ciencia ha vuelto a ser interpelada desde án-
gulos muy diversos. El campo biomédico ha tomado 
un protagonismo central. La necesidad de explicar el 
fenómeno y buscar procedimientos clínicos rápidos 
y efectivos se ha convertido en la columna vertebral 
de la sociedad como pocas veces ha sucedido. Los 
laboratorios de varios países se han centrado en la in-
vestigación sobre vacunas y retrovirales específicos 
para al Covid-19. Las ciencias sociales y las humani-
dades no se encuentran ajenas al debate y la acción 
concreta. La necesidad de adoptar, implementar y 
evaluar políticas sanitarias en tiempo record, nos de-
muestra la importancia del campo interdisciplinario 
de la administración y las políticas públicas. 
Regresa con fuerza la interrogante por la vida y la 
muerte: preguntarnossi preservamos la salud inme-
diata o la economía nos lleva a cuestionamientos de 
índole teológicos y filosóficos. Las grandes religiones 
no han estado ajenas a esta crisis. Hemos encontra-
dos reacciones muy diferentes, desde la negación del 
10 
INTRODUCCIÓN
virus, el verlo como un castigo divino, o acompañar 
activamente las medidas preventivas y promover la 
solidaridad entre las personas.
Como hemos señalado el Estado ha regresado a 
escena comenzando a escribir un nuevo capítulo de 
la relación entre éste y la sociedad. Como bien han 
señalado hace décadas Guillermo O’Donnell y Oscar 
Oszlak, la clave es comprender la “y” que los conecta, 
el complejo y dinámico vínculo que expresa el campo 
de la política. De buenas a primeras asistimos a la 
catalización de procesos de manera vertiginosa. Por 
un lado la rápida necesidad de respuestas efectivas, 
y por la otra un cambio sustantivo en la propia forma 
de gestionar el espacio público. La reclusión domi-
ciliaria de la gran mayoría del funcionariado plantea 
de manera fáctica la adopción de sistemas integrales 
de teletrabajo, con todo lo que implica este despla-
zamiento abrupto desde un punto de vista cognitivo, 
económico y emocional. 
Piénsese, por ejemplo, en el trabajo universitario, 
donde precisamente la política general de confina-
miento ha trastrocado por completo los diversos 
ordenes que componen las bases de la idea de univer-
sidad que aún hoy mantenemos en pie. En particular, 
se presenta una enorme oportunidad (los griegos lo 
llamaban kairós) que se abre en esta contracción y 
expansión del tiempo para debatir sobre la posibili-
dad de invención de una nueva universidad invisible, 
que no solo trabaje en el espacio digital obligado por 
el confinamiento, sino que cambie nuestra operación 
intelectual y académica. Y para que ello tenga lugar, 
es necesario construir nuevas metodologías de la in-
vestigación, una nueva predisposición al aprendizaje; 
de hecho, hay que abrir el debate sobre qué significa y 
si en realidad la no-presencia del aprendizaje en línea 
suple a la presencia, al salón de clase, y si este hecho 
puede garantizarnos el mismo nivel de aprendizaje, 
etcétera. En esta labor, la innovación paradigmática 
deviene una necesidad de primer orden. No podemos 
postergar más esta tarea, que pasa por la posición 
que debe jugar el Estado. 
Estamos frente a un Estado “exponencial” como ha 
expresado recientemente Oscar Oszlak. El paradigma 
de la complejidad enunciado desde hace tiempo por 
intelectuales como Edgar Morin o Niklas Luhmann, se 
hace carne no solo en las instituciones sino en la vida 
cotidiana de las personas. La complejidad desde que 
tiene lugar su emergencia exige la identificación de la 
serie de condiciones micro y macro que permiten su 
aparición. Condiciones que en el mejor de los casos 
son una expresión interna a un régimen específico 
de historicidad caracterizado por un grado elevado 
de persistente variación en cuanto a su velocidad y 
a su simultaneidad, por lo que una reflexión conjunta 
sobre la identificación de las presumibles potencias 
que empujan a su desarrollo es una tarea que se le 
exige hoy al análisis social y político, particularmente 
cuando estamos hablando de las formas de latencia 
presentes en el comienzo y en desarrollo del Covid-19, 
y que por el hecho de que no sean visibles, no supone 
que no existan, y mucho menos que sean desdeñadas 
por las ciencias sociales. ¿Qué pasará?, ¿qué se pue-
de hacer? Son preguntas que intentan construirse 
día a día con respuestas que no parecen conformar a 
muchos. La espera de una vacuna milagrosa parece 
atentar contra una economía que se desploma y ame-
naza quizá con más muertes que el virus. 
Frente a esto hemos intentando compilar un dos-
sier que exprese algunas voces de Iberoamérica de 
diferentes disciplinas y orientaciones. Variadas fa-
cetas incompletas del pensamiento que comienzan 
a atreverse a formular algunos interrogantes. Una 
cartografía inacabada de ideas de un rompecabezas 
en construcción. Pero debíamos animarnos a comen-
zar a decir algo, aunque sean pequeñas frases de un 
vocabulario mutante. m 
 11
[ PABLO BULCOURF / ISRAEL COVARRUBIAS ]
12 
Y DE LA POLÍTICA DEMOCRÁTICA
EL FUTURO 
DEL ESTADO
 13
 por Oscar Oszlak. Investigador principal del 
Centro de Estudios de Estado y Sociedad (CEDES-
Argentina). Director de la revista Estado Abierto.
 EN LA ERA EXPONENCIAL 
14 
La era exponencial
El mundo enfrenta un periodo de transfor-
maciones sin precedentes, manifestadas 
en cambios demográficos, desplaza-
mientos en el poder económico mundial, 
urbanización en gran escala, escasez de 
recursos naturales, crisis sanitarias glo-
bales y cambio climático, solo por nom-
brar algunas. Pero por lejos, los cambios 
más dramáticos están ocurriendo en la 
tecnología, la digitalización y la ciencia, 
donde la disrupción se ha vuelto expo-
nencial (Oszlak, 2020). Los gobiernos y 
organizaciones del sector público se 
encuentran en el epicentro de esta “tor-
menta perfecta” y deben replantearse qué 
significa gestionar en una era disruptiva. 
Y deben hacerlo, cuando al mismo tiempo 
deben recuperar la confianza pública, 
que ha declinado casi en todas partes. Es 
un contexto de arenas movedizas, en el 
que las instituciones estatales tienen un 
papel crucial en prestar servicios a sus 
ciudadanos, tratando de equilibrar las 
oportunidades creadas por la disrupción 
tecnológica (v.g., digitalización, inteli-
gencia artificial, robótica, internet de las 
cosas, automatización o impresiones 3D) 
con las amenazas creadas por los propios 
facilitadores de estas oportunidades (v.g., 
ciber-terrorismo, invasión de la privaci-
dad, control social). 
Las innovaciones tecnológicas ya están 
transformando irreversiblemente los dife-
rentes planos de la vida social, las formas 
de comunicación e interacción entre seres 
humanos y las de éstos con los objetos de 
los que se valen para su existencia cotidia-
na. Son diversos, y a veces contradicto-
rios, los vaticinios sobre cómo continuará 
este proceso de innovación acelerada, 
pero lo que es seguro es que ya está irrum-
piendo en nuestras vidas y, para bien o 
para mal, las afectará definitivamente.
Hasta ahora, pese a los cambios 
científicos y tecnológicos que se fueron 
sucediendo a través de la historia, era 
posible reconocer la vigencia de ciertas 
pautas de organización y funcionamien-
to de nuestra sociedades, que se venían 
reproduciendo desde tiempos remotos: 
la fisonomía de las ciudades, las reglas 
de sociabilidad, los modos de intercam-
bio de bienes y servicios, el ejercicio de 
artes y oficios, la atención de la salud, las 
modalidades de enseñanza-aprendizaje, 
de producción y apreciación artística o 
de disfrute del ocio. Por supuesto, todos 
estos aspectos de la actividad humana 
sufrieron cambios, pero debido a su gra-
dualidad, siempre fue posible observar 
su introducción e impacto incremental a 
través de las sucesivas generaciones. 
Hoy, en cambio —y previsiblemente mu-
cho más en un futuro próximo—, el cambio 
es disruptivo y su carácter exponencial 
puede tornar rápidamente irreconocibles 
muchos de esos rasgos que caracterizaron 
nuestra vida social durante siglos. Tengo 
edad suficiente como para recordar cuan-
do debía optar entre enviar una carta por 
vía aérea para que llegara en pocos días, 
pagando un franqueo postal más alto, o por 
vía marítima, para que arribara, tal vez, un 
mes después. Luego debía esperar otro 
tanto para recibir una respuesta. O, si la 
comunicación era urgente, debía solicitar 
una llamada telefónica de “larga distancia” 
y, a menudo, esperar durante largas horas 
hasta que la conexión pudiera establecer-
se. En el lapso de solo una generación, no 
solo se ha logrado la instantaneidad del 
contacto, sino que puede realizarse de 
muy diversosmodos, con diferentes dispo-
sitivos y hasta tornando casi indistinguible 
la proximidad física de la virtual.
Oportunidades y amenazas
Para muchos, los avances tecnológicos 
son percibidos como una amenaza, una 
suerte de “caja de Pandora” cuya apertura 
podría desatar todos los males. Pero tam-
bién pueden ponerse al servicio de los se-
res humanos si los Estados y sus socieda-
des consiguen encauzar su desarrollo. Del 
lado del haber del cambio tecnológico, las 
promesas son incontables. Los disposi-
tivos y aplicaciones, desarrollados en los 
últimos años, ya no son solo privilegio de 
los países centrales y muchos de ellos han 
sido adoptados en el mundo menos desa-
rrollado. En las aldeas de la India la gente 
recibe subsidios y pensiones a través de 
Aadhaar, un identificador biométrico. Tra-
bajadores de la salud en comunidades de 
Bangladesh prestan servicios maternales 
utilizando teléfonos celulares. Kenia está 
experimentando una verdadera revolu-
ción del dinero móvil y en Nigeria, se en-
tregan vales electrónicos a campesinos 
para proveerlos de fertilizantes. Otros 
campesinos, en zonas remotas de México, 
abren cuentas bancarias fácilmente (Gelb, 
Mukherjee y Navis, 2020). 
Los ejemplos se multiplican y diver-
sifican. Las colas de personas frente a 
 15
01O S C A R O S Z L A K
bancos o mostradores gubernamentales 
tienden a desaparecer. Las posibilidades 
de error o fraude se reducen visiblemen-
te. Se están difundiendo las enormes 
ventajas de la Carpeta del Ciudadano, en-
tre otras aplicaciones de las plataformas 
digitales en el sector público. En Asia y 
África, el teléfono celular más económico 
ya se consigue por solo 10 dólares y se es-
pera que este año, el 70 por ciento de las 
personas poseerá uno, lo que permitirá 
reducir la brecha digital y mejorar la edu-
cación. Los avances en la salud, la rapidez 
de los diagnósticos y los hallazgos que 
posibilitan la minería de datos, la inteli-
gencia artificial y otros desarrollos cien-
tíficos, contribuirán a reducir las tasas de 
morbilidad y a extender más la esperanza 
de vida. La robotización permitirá reducir 
las jornadas de trabajo e intensificará 
el desarrollo de puestos laborales más 
especializados y menos rutinarios. En la 
agricultura, se prevé que un robot que 
costará apenas 100 dólares, convertirá a 
los agricultores en gerentes de sus cam-
pos. Pronto habrá en el mercado, carne 
de cordero fabricada a partir de biotec-
nología y alimentos a base de proteínas 
de insectos. Se requerirá mucha menos 
agua, tierra y pasturas para alimentar el 
ganado. Con la difusión de los vehículos 
autónomos, se reducirá enormemente el 
parque automotor y el espacio destinado 
a garajes y estacionamiento, además de 
que no será necesario ser propietario 
de un automóvil y el tiempo dedicado a 
movilizarse podrá ser dedicado al ocio 
o al trabajo. La logística del transporte 
sufrirá una verdadera revolución, con 
camiones autónomos y drones cada vez 
más sofisticados para el transporte de 
mercaderías y personas. Las criptomo-
nedas podrán transformar totalmente el 
mundo de las finanzas y convertirse en la 
base de las futuras reservas de divisas de 
los países. Cada hogar podrá tener su im-
presora 3D para producir fácilmente todo 
tipo de bienes y, además, todos sus apa-
ratos y enseres podrán ser monitoreados 
a través de IdeC. 
Este muestrario de innovaciones, 
elegido casi al azar, da cuenta de los po-
sibles beneficios de los cambios que se 
avecinan, esto es, los del lado del “haber”. 
Pero al mismo tiempo, desde el lado del 
“debe”, abre interrogantes sobre el papel 
que debe (y puede) jugar el Estado frente 
a su desarrollo (v.g., fomentar, financiar, 
regular, controlar, prohibir) así como so-
bre su capacidad para asumir estos roles. 
Preocupa, al respecto, la ausencia de de-
bate público y de referencias al tema en el 
discurso oficial y la agenda pública de los 
países menos desarrollados. 
Al menos tres razones justifican esta 
preocupación, debido a: 1) los impactos 
económicos y sociales de las innovaciones 
tecnológicas; 2) sus consecuencias sobre 
la profundización de las disparidades en-
tre países; y 3) los problemas éticos y cul-
turales que pueden plantear. En el primer 
aspecto, cabe poca duda de que quienes 
dominen las aplicaciones tecnológicas ba-
sadas en las TIC, la inteligencia artificial, la 
robótica, la automatización de procesos y 
otros desarrollos relacionados, dispondrá 
de un poder muy difícil de controlar. Los 
gobiernos deberían adoptar políticas e 
imaginar regulaciones que habiliten, pro-
muevan o limiten los alcances y eventual 
difusión de estas innovaciones. Además, 
deberían decidir si deben contribuir con 
recursos a su desarrollo científico-tec-
nológico, adquirir estos bienes para su 
propia operación, acordar partenariados 
público-privados para su producción, 
etcétera. La cuestión clave es si los go-
biernos están en condiciones de adoptar 
decisiones informadas acerca del rol que 
deberían cumplir en los diversos mer-
cados tecnológicos analizados. ¿Deben 
intervenir?, ¿en qué aspectos?, ¿para pro-
ducir qué tipo de resultados?, ¿con qué re-
cursos frente al poderío de industrias que, 
para colmo, suelen ser transnacionales? Si 
se plantearan estas preguntas, tal vez po-
drían comenzar a encarar estrategias para 
poner en marcha proyectos de promoción, 
co-producción, financiamiento o regula-
ción de estos desarrollos.
La segunda preocupación se vincula 
con el ahondamiento de la brecha de 
desarrollo entre países, ocasionada por 
el cambio tecnológico. Seis de las diez 
personas más ricas del mundo son em-
presarios de este sector. Si bien el PBI 
per cápita promedio ha aumentado glo-
balmente, las desigualdades de ingresos 
entre países ricos y pobres se ha venido 
ampliando sostenidamente. La globaliza-
ción, la financiarización económica y el 
cambio tecnológico han sido señalados 
como explicación de esta creciente dis-
paridad. A la explicación económica de 
esta brecha en aumento es necesario su-
mar (y quizá destacar) la debilidad institu-
cional del Estado en el plano regulatorio. 
Naturalmente, los países avanzados no 
la tienen fácil en este tema, pero en todo 
caso, la magnitud y sofisticación de sus 
16 
[ EL FUTURO DEL ESTADO Y DE LA POLÍT ICA DEMOCRÁTICA ]01
intervenciones no tienen parangón con 
la debilidad que se advierte en el mundo 
menos desarrollado, donde existe un ries-
go cierto de que los países más débiles en 
su capacidad regulatoria vean ensanchar 
esta nueva forma de dependencia respec-
to de los más avanzados.
El tercer punto se relaciona con los 
aspectos éticos y culturales que plantea 
la era exponencial, también atravesados 
a veces por connotaciones políticas. 
Son conocidos los cuestionamientos y 
aprehensiones que suscita, en el plano 
ético, el acelerado desarrollo tecnológi-
co, en campos como la biotecnología, la 
nanomedicina o la robótica, todos ellos 
impulsados por la denominada “ley de 
rendimientos acelerados”. Y generan fun-
dados temores los riesgos que entrañan la 
invasión de la privacidad y la posible ma-
nipulación de la información por parte de 
quienes la obtengan y procesen.
Disrupción tecnológica y pandemia
Me encuentro redactando este texto en 
momentos de reclusión obligada a causa 
de la difusión planetaria del virus Covid-19. 
En estos días, ha sido posible ver en acción 
las dos caras de este Jano bifronte que es 
la disrupción tecnológica. Su cara amable 
se ha manifestado en la posibilidad de en-
frentar y resolver los múltiples problemas 
logísticos, sanitarios, financieros y de se-
guridad generados por la pandemia. ¿Qué 
hubiera ocurrido de no haber dispuesto 
los gobiernos del arsenal tecnológico de 
la era exponencial? Una simple enume-
ración de hechos y situaciones típicas 
de estos días de incertidumbre, permiteapreciar el crucial papel jugado por tales 
innovaciones en la resolución de muchos 
de esos problemas. Plataformas guber-
namentales de trámites a distancia han 
permitido a miles de personas imprimir 
al instante, o subir a teléfonos celulares, 
permisos que habilitan la circulación de 
quienes están eximidos del aislamiento 
obligatorio. Otras plataformas hicieron 
posible, en más de 50 países, realizar 
transferencias de dinero a millones de 
familias socialmente vulnerables para 
asistirlas en la emergencia. Esta solución 
tecnológica, conocida como G2P (Govern-
ment to People transfers), puede aplicar-
se hoy para efectivizar salarios públicos, 
becas, pensiones, subsidios o transferen-
cias no condicionadas a los pobres. 
Pero hay mucho más. Por ejemplo, las 
impresiones 3D fueron utilizadas para 
imprimir en el hogar y la industria, másca-
ras, respiradores, hisopados para testeo 
y otros insumos médicos. También se 
utilizó esta tecnología para imprimir en 
tiempo récord, salas completas de ais-
lamiento incorporadas a dos hospitales 
construidos en China en 10 días. En varios 
países incorporaron cadenas de blo-
ques o blockchain para ayudar a resolver 
problemas generados por la pandemia 
(v.g., plataformas basadas en blockchain 
que permiten a los usuarios rastrear la 
demanda y cadenas de suministro de 
implementos médicos o la trazabilidad 
en la distribución de alimentos). También 
se ha utilizado bitcoin y blockchain para 
recaudar dinero y efectuar donaciones 
con destino a víctimas del virus. Y hasta 
se ha fabricado un lavamanos inteligente 
que incorpora visión computarizada y 
tecnología de internet de las cosas, para 
ayudar a la gente a realizar un lavado de 
manos más eficaz.
En Túnez, un robot policial es utilizado 
para controlar el confinamiento y en Es-
paña, se utilizan drones para patrullar las 
calles y enviar mensajes a la población. En 
otros países, también se emplean robots 
para el control remoto de los infectados 
por el Covid-19. En Israel, las aplicaciones 
móviles geolocalizan a los usuarios y les 
advierte si estuvieron en contacto con in-
fectados o los alerta sobre posibles focos 
de infección a evitar en sus recorridos; o 
sea, una suerte de GPS anti-coronavirus. 
“La tecnología no es más que una 
herramienta que abre nuevas oportunidades 
para que los Estados adquieran mayor 
capacidad y sean más eficientes”.
 17
01O S C A R O S Z L A K
Por su parte, la inteligencia artificial y el 
big data permiten a decenas de laborato-
rios predecir cuáles de las drogas exis-
tentes, o nuevas moléculas que simulan 
drogas, tienen posibilidades de tratar más 
eficazmente el virus. Con el empleo de 
estas técnicas se reducen notablemente 
los tiempos de investigación a unos po-
cos meses, cuando normalmente puede 
demandar una década producir una nueva 
vacuna y, obviamente, a un costo muy 
superior. Como última ilustración, cito 
el caso de China y otros países asiáticos, 
donde durante la pandemia se ha utilizado 
el reconocimiento facial y las cámaras 
térmicas para detectar infectados. 
Sin embargo, el rostro preocupante de 
Jano apareció en los fundados temores 
de que el férreo control social que, en 
mayor o menor medida, está ejerciendo 
el Estado durante la pandemia, se man-
tenga cuando la vida cotidiana vuelva a 
la normalidad. Al respecto, el despliegue 
tecnológico de China es, tal vez, el primer 
y masivo experimento social de la historia 
en que, desde el Estado, se ha logrado es-
cudriñar profundamente en la vida de los 
ciudadanos. Con el atendible argumento 
de que las autoridades velan por la salud 
pública, el gobierno les exigió —en zonas 
cada vez más extendidas del país— utilizar 
en sus teléfonos celulares, un software 
que decide quiénes deben permanecer 
en cuarentena o pueden transportarse 
en subterráneos, circular por shoppings 
o lugares públicos. Con la asistencia de 
Alibaba, el gigante de e-comercio, las au-
toridades diseñaron un “código de salud”, 
Alipay, que los ciudadanos deben obtener 
a través de Ant, una popular billetera elec-
trónica, que les asigna un color —verde, 
amarillo o rojo— indicativo de su estado de 
salud. “Verde” significa ausencia de con-
taminación, “amarillo” exige una reclusión 
preventiva de siete días y “rojo” ordena 
ponerse en contacto con las autoridades 
sanitarias. El sistema se basa en big data 
para identificar y evaluar el riesgo de cada 
individuo en función de su historia de via-
jes, del tiempo de permanencia en lugares 
críticos y de su posible proximidad con 
personas contaminadas. Nadie está auto-
rizado a circular sin mostrar su código QR.
No se sabe a ciencia cierta de qué modo 
el sistema clasifica a la gente, lo que ha 
causado temor y desconcierto entre 
aquellos obligados a aislarse sin saber por 
qué. Lo preocupante es que los datos son 
compartidos con la policía, incluyendo la 
localización de la persona, la ciudad de 
residencia y un código de identificación, 
que son registrados en un server. También 
en Estados Unidos, el Centro de Control 
y Prevención de Enfermedades, que uti-
liza aplicaciones de Amazon y Facebook, 
comparte datos con las oficinas de policía 
locales, pero al parecer no existe allí una 
relación tan directa entre las empresas de 
software y el gobierno. En China, la propia 
policía participó en el diseño del software.
Human Rights Watch ha señalado que 
la crisis del coronavirus pasó a ser un 
hito crucial en la historia de la vigilancia 
masiva de una población. Los primeros 
días de la epidemia expusieron los lími-
tes del costoso fisgoneo computarizado, 
cuando la confección de listas negras de 
delincuentes y disidentes tropezó con la 
tarea de monitorear poblaciones enteras 
(Wang, 2020). Por ejemplo, el reconoci-
miento facial fue fácilmente disimulado 
por los barbijos, frente a lo cual, el go-
bierno recurrió a antiguos métodos de 
control, como exigir que los ciudadanos 
dejen huellas digitales donde vayan o 
registrar datos personales en estaciones 
de trenes o sus teléfonos en una apli-
cación, antes de abordar un transporte 
público. De esta forma, fue posible una 
completa trazabilidad de los movimien-
tos de cada persona. Muchos analistas 
advierten sobre el riesgo de que, una vez 
pasada la pandemia, estas innovaciones 
sean utilizadas para un mayor control ciu-
dadano, lo cual entraña un peligro para la 
gobernabilidad democrática.
“Sólo el Estado podrá proteger 
a los ciudadanos de la 
vulneración a su privacidad en 
una sociedad digitalizada”.
18 
[ EL FUTURO DEL ESTADO Y DE LA POLÍT ICA DEMOCRÁTICA ]01
Por cierto, la tecnología no es más que 
una herramienta que abre nuevas opor-
tunidades para que los Estados adquieran 
mayor capacidad y sean más eficientes. 
Pero así como la tecnología amplifica de 
modo exponencial el poder de los datos, 
su impacto sobre el bienestar de las so-
ciedades y las personas depende del uso 
de ese poder. A lo largo de toda la historia 
de la humanidad, la coerción, el dinero o la 
ideología han sido empleados como ins-
trumentos de dominación y sojuzgamien-
to; hoy, la información —como recurso de 
poder— también puede serlo. En términos 
potenciales, la acelerada evolución de es-
tas herramientas informativas hace posi-
ble utilizarlas —y ya hay suficiente eviden-
cia de ello— para marginar poblaciones 
discriminadas en virtud de una “decisión 
logarítmica”, para “guiar” las decisiones 
de consumidores y votantes conociendo 
sus gustos y preferencias, o para perse-
guir y encarcelar a opositores políticos. 
Un rol insustituible para el Estado
Para que las cosas ocurran de uno u otro 
modo, hay un actor social insustituible a 
la hora de propiciar, conducir, regular o 
impedir que se produzcan los impactos 
y consecuencias sociales del cambio 
tecnológico en ciernes. Ese actor es el 
Estado. Su papel sería crucial paraque el 
poder combinado de la industria y el esta-
blishment científico-tecnológico pudiera 
encauzarse en una dirección que aprove-
chara las ventajas de la innovación y evita-
ra sus negativas consecuencias sobre el 
bienestar e interés general de la sociedad.
Sólo el Estado, con el activo involucra-
miento de la ciudadanía y las organiza-
ciones sociales, podrían poner freno a los 
excesos de un transformismo tecnológico 
sin cauces, sin valores, que sólo obedece 
a los despiadados principios del mercado 
o al ciego traspaso de fronteras de una 
ciencia que olvida que el conocimiento 
debe ser puesto, en primer lugar, al servi-
cio del ser humano. 
Sólo el Estado podrá evitar que su 
capacidad de intervención social se vea 
superada por la velocidad del cambio tec-
nológico, para lo cual debería conseguir 
que sus instituciones prevean la direccio-
nalidad de esos cambios y adquieran las 
herramientas de gestión necesarias para 
adoptar a tiempo las políticas públicas e 
implementar las regulaciones que permi-
tan controlar su ritmo y dirección.
Sólo el Estado podrá impedir que la 
tecnología ahonde la desigualdad social 
o incremente la dependencia tecnológica 
frente a los países líderes y las poderosas 
empresas globalizadas que controlan el 
mercado de la ciencia y la innovación. 
Sólo el Estado podrá proteger a los ciu-
dadanos de la vulneración a su privacidad 
en una sociedad digitalizada, de los cre-
cientes ataques del ciberterrorismo, de la 
manipulación informativa, del desempleo 
tecnológico por sustitución robótica o de 
las caprichosas decisiones adoptadas por 
arte de algoritmos inhumanos. 
Pero quienes gobiernan también pue-
den ser artífices —inconscientes, involun-
tarios o deliberados— de los peores esce-
narios imaginables. Podrían ser cómplices 
activos de las fuerzas incontroladas del 
mercado o la ciencia. Podrían utilizar las 
innovaciones tecnológicas para ejercer el 
más férreo y despótico control social, ha-
ciendo añicos los valores e instituciones 
de la democracia. O, simplemente, podrían 
ignorar las señales y tendencias que ya 
pueden advertirse, y seguir gestionando 
“como de costumbre”, haciendo caso omi-
so de los procesos en curso, con lo cual, 
condenarían a sus sociedades a situacio-
nes de miseria y dependencia inimagina-
bles. Por eso es importante reflexionar 
sobre lo que deberían hacer los Estados en 
países menos desarrollados para enfren-
tar los desafíos de una era exponencial 
que avanza a un ritmo vertiginoso, que tras 
las promesas de un futuro mundo feliz, 
oculta graves amenazas para el bienestar 
de la sociedad humana. m
Referencias
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and States: How can digital ID and payments 
improve state capacity and effectiveness?. 
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Disponible en: https://www.youtube.com/
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Oszlak, O. (2020), “El Impacto de la Era Exponen-
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sarrollo (en prensa).
Wang, M. (2020), China: Fighting COVID-19 
with automated tyranny, Human Rights 
Watch. Disponible en: https:// www.hrw.
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vid-19-automated-tyranny.
 19
01O S C A R O S Z L A K
 por Manuel Alcántara Sáez. Catedrático de Ciencia Política 
y de la Administración de la Universidad de Salamanca, España. 
 LA POLÍTICA EN TIEMPOS DE INCERTIDUMBRE 
20 
Palabras iniciales
Hannah Arendt en su obra de 1968 Hombre 
en tiempos de oscuridad ve con enorme 
preocupación el retraimiento de la gen-
te con respecto a la política y al ámbito 
público. Para ella, su alejamiento, que se 
asemeja al diagnóstico que hizo José Or-
tega y Gasset casi cuarenta años antes en 
La rebelión de las masas, se ha convertido 
en la “actitud básica del individuo moder-
no, quien, alienado del mundo, solo puede 
revelarse verdaderamente en privado y en 
la intimidad de los encuentros cara a cara”. 
Pareciera que el momento actual complica 
aun más ese panorama en la medida en 
que un rasgo que lo define es el incremen-
to de una privacidad muy contradictoria 
donde, además, dichos encuentros no 
tienen lugar y cuando la tienen es de una 
manera forzada. La contradicción radica 
en el hecho de que las personas estando 
radicalmente solas mantienen relaciones 
en número e intensidad como nunca en la 
historia. Por otra parte, el hecho de que de 
vez en cuando ocupen el espacio público, 
lugar en el que por excelencia se desarrolla 
la política, no hace sino dibujar un esce-
nario ruidoso que, de manera imprevista, 
es devorado por el silencio. No son solo 
tiempos en penumbra sino también de 
incertidumbre como consecuencia de la 
existencia de crisis concatenadas que pa-
recen no reconducirse a su solución.
Cuando la política institucional es in-
capaz de gestionar el conflicto, cuando 
el Estado de derecho se mece al albur 
de intereses espurios o de agentes des-
prolijos, cuando la izquierda confunde 
liberación con hegemonía y ambas con 
exclusión, cuando la clase política solo 
mira en términos del corto plazo, cuando 
un determinado grupo social quiere im-
poner sobre el resto un rotundo modelo 
de vida, cuando la alienación de ciertos 
sectores vislumbra que solo lo heroico 
tiene sentido, cuando el espacio público 
es vituperado y concebido como un lugar 
de abuso, cuando hay personas que no 
tienen nada que perder porque su vida se 
mueve entre la anomia y lo lumpen, cuando 
hay individuos que hacen negocio con los 
sentimientos de otros, cuando uno estima 
que su identidad es superior a la del vecino 
que, además, le inspira desprecio, cuando 
los medios de comunicación están felices 
por involucrarse en la fiesta por aquello del 
consumo de la necesaria y urgente cober-
tura, entonces hay gente en la calle.
Cuando una pandemia inusitada en la 
historia reciente de la humanidad se pro-
paga por todo el universo en apenas tres 
meses, cuando su impacto letal en dicho 
lapso lleva a contabilizar 120 000 muertes 
a fecha del 13 de abril de 2020, cuando la 
sociedad descubre que la gente se muere, 
cuando los servicios de salud de muchos 
países se ven colapsados; cuando un 
número inusitado de gobiernos imponen 
severas cuarentenas que limitan al máxi-
mo la movilidad de la gente con fuertes 
sanciones a quienes las incumplan, cuan-
do la economía se precipita en lo que para 
muchos puede ser la crisis más seria del 
ultimo siglo; cuando la globalización es mi-
rada con recelo y las expresiones naciona-
listas reivindican el retorno y la reclusión 
en el establo al que se refería Nietzsche, 
cuando el mundo virtual salva del aisla-
miento a los enclaustrados y da un respiro 
al trabajo en casa; cuando la solidaridad 
está en almoneda, cuando se rescata la di-
ferencia de Bergson de la existencia de un 
tiempo interior y de un tiempo cronome-
trado, entonces la gente abandona la calle.
Mientras que las masas en Quito o en 
Barcelona, en Santiago de Chile o en La 
Paz, en Bogotá o en Port au Prince fueron 
sujeto-objeto de la violencia del Estado 
y contra el Estado dando testimonio de 
cómo lo público se convierte en un erial. 
Ahora, en estas mismas ciudades los he-
licópteros sobrevuelan las calles vacías 
transmitiendo soflamas que llaman al he-
roísmo, la unión y el necesario acatamien-
to de las normas. La lucha, antes y ahora, 
por el relato, por la definición de quien es 
el enemigo y la instrumentalización de su-
jetos colectivos que llevan años, décadas, 
siglos configurándose en una suerte de 
agonía que ayer creyó que le había llegado 
el momento de su redención definitiva y 
hoy se agazapa enel apartamento o en la 
casucha precaria de la villa.
La probable sinrazón del griterío como 
del silencio oculta el vacío de individuos 
aislados que al calor de la masa dan sen-
tido a su existencia. La supuesta épica 
con la que muchos caminaban con las 
banderas como capas sacando pecho o 
con los pasamontañas encubriendo el 
rostro que reflejaba la banalidad de los 
que, endiosados, desconocían de quien 
era realmente la calle, se trastoca, cua-
tro meses más tarde, en el drama de la 
separación forzada, de la distancia social 
que incrementan los tapabocas.
Las movilizaciones y los disturbios 
en Chile, que acaecieron pocos días 
 21
01M A N U E L A L C Á N TA R A
después a lo acontecido en Ecuador, y a 
los que se van a agregar los de Bolivia y 
seguidamente los de Colombia, pusieron 
en el candelero a América Latina. Hoy, 
sin embargo, son Estados Unidos, Italia 
y España, quedándose ya atrás China, 
quienes centralizan la atención. Aunque 
no por ello la sobreactuación regional 
deje de monopolizar el relato. Surge una 
pulsión explicativa que, lógicamente, 
busca una mirada comparada, aunque 
siempre haya alguno que quiera verse 
el ombligo y que considera que su caso 
no solo es único, sino que es el verda-
deramente trascendente por su insólita 
relevancia. Los artículos de opinión des-
de diferentes enfoques y con calidades 
y extensión disímiles se suceden. Todos 
opinamos. Es difícil, a la vez de estéril, 
apuntar algo que no repita lo escrito o 
que no sea un mero resumen. 
Se produjo, se produce un ruido me-
diático que puede confundir más que 
aclarar. Cada especialista lleva las ascuas 
a su sardina disciplinaria o ideológica. 
Explicar lo acontecido desde la ciencia 
política, la sociología, la economía y la 
cultura ofrece hipótesis que no siempre 
se complementan; revelarlo desde la 
ideología plantea dos extremos, que en 
puridad no son incompatibles, en clave de 
conspiración urdida por poderosas fuer-
zas ocultas o de confrontación inevitable 
entre las élites egoístas y prepotentes y el 
pueblo marginado y desesperanzado. La 
economía frente a la salvación de vidas. 
La ciencia frente a la política. 
Las causas propiamente dichas que se 
sitúan en el origen, además, son distintas 
como lo son la naturaleza de las socieda-
des donde se produce el alboroto. Aque-
llas apuntan a la globalización, a la crisis 
de valores como consecuencia del éxito 
rampante del neoliberalismo, a gobiernos 
incompetentes, a electores/ciudadanos 
frustrados; estas traslucen escenarios 
con niveles de riqueza muy diferentes a 
los del entorno aparejados con desigual-
dades lacerantes, sociedades separadas 
por lo étnico o lo lingüístico, grupos de 
excluidos con expectativas defraudadas.
De entre todo lo que he leído estos 
meses y teniendo en cuenta lo que co-
nozco echo de menos tres cuestiones a 
considerar como son la búsqueda de re-
conocimiento, la gestión de la confianza 
y el ordenamiento de las identidades que 
asolan al yo contemporáneo. Ellas conver-
gen en la arena política cuyas reglas del 
juego hoy son una antigualla pues están 
prácticamente incapacitadas para ejercer 
su tarea. Así, el ámbito donde se dirime el 
conflicto, que es inherente a la humani-
dad, está configurado por instituciones de 
otra época desfasadas para lidiar con un 
demos que ha dejado de ser el que era. Y 
es aquí donde se dan cita los tres referidos 
problemas que, además, quedan afecta-
dos por las nuevas Tecnologías de la In-
formación y de la Comunicación (TICS). La 
gestación en un plazo de tiempo tan breve 
del nuevo orden mundial virtual en el que 
nos movemos una gran mayoría y en el que 
viven todos los menores de 25 años trae 
consigo el vacío de la representación con 
su correlato en el descrédito de la inter-
mediación, el falso sentido de empodera-
miento y el señuelo de que todo es posible. 
La búsqueda de reconocimiento
La política tiene un componente teatral 
inequívoco. Los Congresos se construyen 
como anfiteatros; la oratoria es prevale-
ciente en el lenguaje donde no son inútiles 
los gestos; las campañas electorales son 
todo figuración; el drama, la farsa y la 
comedia se entrecruzan. Siempre fue así, 
pero hoy el espectáculo se amplía porque 
las audiencias son mayores y los canales 
con que se llega a ellas se han multiplicado 
mucho. Pero, paralelamente, los indivi-
duos hemos crecido como sujetos que 
conformamos un protagonismo que antes 
no existía. Se ha pasado del nosotros al yo. 
Somos espectadores individualizados a 
los que, como buenos consumidores, se 
nos ha dicho que el cliente siempre tiene 
la razón. Hay un implícito proceso de reco-
nocimiento que, si bien al principio era me-
ramente formal, una añagaza publicitaria, 
termina teniendo consistencia. A ello se 
suma el arrogante e irreversible avance de 
las TICs que, desde la hiperconectividad, 
permite el aislamiento en la red, el ensi-
mismamiento y el imperio del selfie.
Los demás se convierten en la audien-
cia, en un público ávido de noticias que 
llenan la soledad o simplemente entretie-
nen. No se trata tanto de saber cómo de 
ocupar de manera plácida el tiempo. Pero 
en su conformación tienen una poderosa 
e inusitada fuerza ya que se convierten en 
los grandes árbitros del reconocimiento. 
Son quienes ratifican con un signo de 
aprobación o de denuesto lo comunicado, 
quienes difunden lo recibido a sus con-
tactos, cuyo mayor o menor número es 
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[ EL FUTURO DEL ESTADO Y DE LA POLÍT ICA DEMOCRÁTICA ]01
signo de éxito a través de un simple gesto, 
haciendo que se convierta en viral. Una 
audiencia globalizada que es juez y parte 
y que encuentra en su activismo buena 
parte del sentido de su existencia.
Asistir a una manifestación, enarbolar 
la bandera o la pancarta, significa salir 
por una vez de lo virtual y, sobre todo, 
encontrar un sentido más trascendente al 
acto que se está llevando a cabo. A la vez, 
aunque transmitirlo supone no salir del 
bucle, representa un engarce indudable 
con la estética. El reconocimiento regresa 
en forma de propósito colectivo: “estamos 
aquí”. Quienes han vivido toda su corta vida 
bajo esos parámetros gozan además de 
una epifanía. Para los mayores es una for-
ma novedosa por la que, al fin, dejan de ser 
anónimos para sentir el designio de una fe 
que nunca creyeron volver a recuperar. 
En otro orden, en plena reclusión, las 
TICS permiten trascender el aislamiento, 
generar la ilusión de que la vida normal 
puede trasncurrir por los cauces de cada 
día. Uno sigue siendo quienes todos saben 
que es. Incluso el trabajo en casa permite 
la retribución del oficio que tanto trabajo 
costó conseguir. El reconocimiento da 
un giro sobre ese individuo encerrado en 
su casa que hasta hace poco era alguien 
porque estaba en la plaza.
La gestión de la confianza
La mayor parte del orden socioeconó-
mico está basada en la confianza entre 
los individuos. Sucede en las relaciones 
interpersonales y en el ámbito del mer-
cado. Durante siglos, y en no importa que 
cultura, el valor de la palabra, el apretón 
de manos, el abrazo, la reclinación de la 
cabeza, los escritos firmados, han su-
puesto las formas de explicitarla. Para 
afianzarla más se llegó a la figura del fe-
datario que trascendía lo estrictamente 
privado al ámbito público. Si bien su na-
turaleza es fundamentalmente individual 
también puede afianzarse en el nivel co-
lectivo. Las personas confían o no, pero 
también los grupos.
Asimismo, en el ámbito político siem-
pre se combinaron formas de confianza 
entre personas con otras que definían un 
modo de relación con las instituciones. 
La interacción en lo acaecido entre los 
distintos órdenes ha sido una constante 
de larga data. La confianza interpersonal, 
como se sabe gracias a Pierre Bourdieu 
y a Robert Putnam, configura el capital 
social, algo básico para elfuncionamien-
to de la política, que a su vez requiere de 
grados de confianza mínima en las reglas 
que la definen. Para Max Weber sobre la 
confianza se yergue la legitimidad, pilar 
fundamental del poder.
En la actualidad la confianza parece 
estar en horas bajas, sus elementos cons-
titutivos se encuentran en bajo mínimos y, 
además, se dan factores que la amenazan 
por doquier que van desde la forma en que 
se socaba la verdad al abuso de quienes 
monopolizan el poder. La portada de The 
Economist (del 19 al 25 de octubre de 2019) 
se pregunta: “Who can trust Trump’s Ame-
rica?”. Por otra parte, el discurso de Anto-
nio Guterres, Secretario General de la ONU 
en el Foro de la Paz de París del 11 de no-
viembre señaló que “We are witnessing a 
wave of protests all across the world. Whi-
le the situations are all unique, they have 
two features in common. First, we are 
seeing a growing deficit of trust between 
people and political institutions and lea-
ders. The social contract is under threat. 
We are also seeing the negative effects of 
globalization which, coupled with advan-
cing technology, is deepening inequalities 
in society. People are suffering and want 
to be heard. They want equality”.
Sin embargo, hay elementos conceptua-
les nada ajenos que ayudan a entender este 
tipo de relación de manera precisa. Se tra-
ta de la verdad y de la seguridad. La prime-
ra supone cierto tipo de adecuación entre 
la realidad y el conocimiento. La segunda 
ofrece un nivel mínimo de garantías en tor-
no a la propia existencia. Ambas tienen un 
fuerte componente subjetivo y se apoyan 
en un laborioso proceso de construcción 
sociocultural en el que la comunicación 
desempeña un papel fundamental. Así las 
cosas, la implosión irrestricta de las TICS 
ha cambiado radicalmente el escenario.
Hoy la verdad se convierte en el veredic-
to de un refrendo constante de audiencias 
y da paso a la posverdad donde los hechos 
objetivos influyen menos que los senti-
mientos o las creencias personales en la 
conformación de la opinión pública. Por 
su parte, la seguridad, o la ciberseguridad 
como asunto fundamental en la agenda 
global, se haya enredada en un mundo 
proceloso donde los guardianes encar-
gados de suministrarla se encuentran al 
albur de grandes corporaciones globales. 
El resultado es el de un contexto definido 
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por fronteras difusas, contenidos move-
dizos, relatos alternativos y desconfianza 
rampante. En él se abre un marco insólito 
que es el de las “fake news”, no por su no-
vedad, ya que las verdades a medias o las 
mentiras sin más siempre estuvieron pre-
sentes en la política, sino por su impacto 
por hacerse virales.
Por otro lado, el dominio de los senti-
mientos ha impulsado aun más la subje-
tividad que trae consigo la existencia de 
relatos autónomos. Estos se acoplan a los 
gustos o inquietudes de cada uno hacien-
do que la confianza se establezca sobre 
códigos individuales gestándose una plu-
ralidad de relatos difíciles de coordinar. 
De hecho, la floración de un sinnúmero 
de  razones  espurias es la nota predomi-
nante. Aquí la gestión de la confianza se 
alza como un reto insoslayable sin que 
haya administrador alguno.
El ordenamiento de las identidades
Woody Allen en Un día lluvioso en Nueva 
York, ante una situación de desconcierto 
personal por la que pasa la protagonista 
que se pregunta quien es ella realmen-
te, pone en boca de su interlocutor, con 
cierta sorna, que la respuesta la tiene 
mirando en su permiso de conducir, que 
es el documento de identificación por 
excelencia en Estados Unidos. El pasaje 
no puede ser más ilustrativo de las tribu-
laciones que asolan al yo contemporáneo, 
a veces superficiales y otras profundas. 
Diluidos paulatinamente los viejos lazos 
comunitarios, quebrados los vínculos 
con instituciones que creían ser los pila-
res fundamentales que acompañaban la 
existencia, la soledad parece conformar 
hoy el entorno más sólido de cierta parte 
de la humanidad. Una situación que en los 
tiempos del Covid-19 adquiere un perfil 
dramático por su carácter imperativo: 
hay quienes queriendo estar solos no 
pueden y quienes deseando estar acom-
pañados están solos
No hay ataduras familiares porque la 
familia o se ha reducido a la más mínima 
expresión o se hace-deshace-rehace a 
una velocidad vertiginosa sin que haya 
posibilidad de consolidar un sentido de 
pertenencia y de estabilidad. Los nexos 
religiosos se deterioran y cuando se cons-
truyen, como ocurre en el ámbito evangé-
lico, tan exitoso en América Latina, siguen 
pautas de una diversidad de sectas que 
afloran por doquier y, estableciéndose 
en locales como si se tratara de garajes 
o de pequeños comercios, producen una 
atomización con vocación individualista.
En la política, la banalización de la de-
mocracia, en afortunada expresión de 
Peter Mair, ha supuesto el notable incre-
mento del número de partidos en la mayo-
ría de los países, de la volatilidad del voto, 
porque cambió la oferta del lado de las 
candidaturas o la demanda por la avidez 
del electorado en busca de nuevas alter-
nativas. Ni que decir tiene que la identifi-
cación “de toda la vida” con algunos par-
tidos ha disminuido a cifras impensables 
hace apenas dos décadas. Por otra parte, 
la identidad de clase hace tiempo que, 
probablemente de modo injustificado, es 
una antigualla.
Pero todo ello no quita para que se haya 
producido una efervescencia de identi-
dades plurales que siempre estaban pre-
sentes, pero que o bien eran consideradas 
demasiado íntimas o no tenían el diapasón 
que las ayudara a proclamarse a los cua-
tro vientos. Han requerido una venturosa 
combinación de reafirmación del yo y un 
soporte inesperado de las TICS. La pul-
sión narcisista, que venía consolidándose 
por la expansión de la sociedad del con-
sumo, se aupó en la soberanía individual 
avalada por la lógica de la competencia. 
Las innovadoras tecnologías ayudaron 
para construir cámaras de resonancia 
donde se encontraban cómodas las nue-
vas expresiones del yo.
El problema radica a la hora de esta-
blecer la prelación de las identidades 
que las personas pueden estimar que las 
definen. El listado de campos tiende a ser 
ilimitado: A los ya señalados se une el que 
determina el sexo, la(s) lengua(s), la etnia, 
el empleo, las aficiones, la enfermedad… 
Ámbitos difusos, precarios, discontinuos. 
También resulta problemático que los de-
más no reconozcan la identidad del otro: 
¿qué se es primero?, ¿cómo gestionar las 
identidades múltiples?, ¿hay identidades 
en uno que son intrínsecamente exclu-
yentes? En definitiva, ¿quién las ordena?
El vacío de la representación y el 
descrédito de la intermediación
La caída del muro de Berlín parece esta-
blecer un escenario de confortable ho-
mogeneidad en lo atinente al imperio de 
la lógica de la democracia como única le-
gitimidad plausible. Sin embargo, apenas 
una década después, la funcionalidad de 
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[ EL FUTURO DEL ESTADO Y DE LA POLÍT ICA DEMOCRÁTICA ]01
la representación comienza a estar cues-
tionada: “Que se vayan todos”, “No nos 
representan”, “Lo llaman democracia y no 
lo es”, son etiquetas que configuran buena 
parte de la iconografía política del siglo 
XXI. No suponen sino el recordatorio del 
hiato entre dos visiones antagónicas de la 
democracia. Una, muy extendida a lo largo 
del último siglo, basada en un conjunto de 
ideas sencillas, pero vigorosas, referidas 
a la soberanía popular proyectada en la 
fórmula simple de “un individuo un voto”, 
a la representación política, a un sistema 
de pesos y contrapesos entre diferen-
tes facetas en que el poder se divide y al 
denominado Estado de derecho. La otra, 
sostenida en expresiones de la acción 
directa donde el eje de actuación lo incar-
dina la participación, la asamblea, el con-
ceptode la voluntad general y, en muchos 
casos, la ausencia de coerción alguna. 
Locke y Montesquieu frente a Rousseau. 
El liberalismo político frente al socialismo 
utópico. La democracia representativa 
frente a la acción directa del anarquismo.
Tras una procelosa andadura, el primer 
modelo llega a ser preponderante en una 
notable cantidad de países cuyo número 
no deja de aumentar. Su pujanza se llega 
a ejemplificar, en brillantes palabras de 
Juan Linz, como “el único casino en el 
pueblo”. Un escenario que casa con el que 
describe Francis Fukuyama al irrumpir el 
nuevo siglo, donde más que del fin de la 
historia de lo que se trata es que la demo-
cracia se ha convertido en el único orden 
político legítimamente posible. En este 
escenario, la idea de representación, au-
pada en el acto electoral, cobra una fuer-
za predominante, aunque no exclusiva. 
La preeminencia de esta dimensión con 
su consiguiente énfasis en la competición 
por el voto potencia el papel de los parti-
dos políticos cuya funcionalidad no dejó 
de crecer hasta convertirse en los au-
ténticos amos del poder. Forman gobier-
no, representan las divisiones sociales 
existentes, seleccionan personal para la 
política, agregan, articulan y jerarquizan 
intereses dispersos, son máquinas de 
socialización y de información. Pero estas 
tareas, que pueden subsumirse bajo la 
idea de la intermediación, han quedado 
obsoletas entrando en una severa crisis 
con la revolución tecnológica.
El nuevo mundo virtual aupado sobre la 
expansión de la telefonía celular supone 
la desvertebración de una gran mayoría 
de las tareas de intermediación que han 
sido fundamentales para la vida corrien-
te. De pronto, la persona-al-otro-la-
do-de-la-ventanilla deja de tener sentido: 
telefonistas, recepcionistas, cajeros, 
se convierten en empleos amortizados. 
Se vacía el contenido de muchas de las 
funciones de terciar entre partes, algo 
que también afecta sobremanera a la re-
presentación política que, además, viene 
sufriendo un severo proceso de desgaste 
por la mayor conciencia de la gente en 
torno a la corrupción. Los políticos, cuya 
reputación siempre ha estado cuestiona-
da, incrementan su descrédito batiendo 
records con respecto a la desconfianza 
que generan en su actuar, incluso en su 
propia figura, y terminan siendo vistos 
como uno de los problemas principales 
de la sociedad. Al hecho de convertirse en 
personas prescindibles se añade la aña-
gaza de eliminar la traba. Dos aspectos 
cuestionables, al menos a medio plazo, 
que la realidad cotidiana se encarga de 
desmentir con la llegada de nuevos repre-
sentantes tramposos, soeces y chulescos 
que hacen de la improvisación y del exa-
brupto, cuando no del insulto, un modo de 
hacer política que, curiosamente, recibe 
la simpatía de cierta parte de la población.
El señuelo de que todo es posible
Hay un relato tan viejo como la propia 
historia de la humanidad que vincula el 
deseo con el logro y que, además, santifi-
ca este con independencia de su sentido. 
No se trata de alcanzar bienes materiales 
concretos, a lo que inveteradamente se 
refieren la gran mayoría de tradiciones es 
a llegar. Se vive en un tránsito en el que 
la voluntad de poder se enseñorea de la 
existencia. Poder tener cosas, poder ser 
feliz, poder encontrar el equilibrio, poder 
confundirse con la naturaleza. Tener con-
ciencia de que no hay límites y si los hay 
pueden negociarse. Aspirar a todo y asu-
mir que si no se consigue hay impondera-
bles que son ajenos. Detrás puede estar la 
lógica de la sumisión, la autoconciencia 
de limitaciones propias insoportables, el 
peso de legados de diversa índole, gené-
ticos o de la estructura socioeconómica 
en la que se nace. Son espacios que se 
canalizan mediante la autocompasión o a 
través de cauces religiosos.
La tecnología acompaña al ser humano 
desde sus albores por lo que no se puede 
deslindar ninguna etapa de la evolución sin 
tener en cuenta el estado concreto del co-
nocimiento tecnológico de cada momento. 
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Entendida la “tékne” como la fabricación 
material que refleja la eficacia de la acción 
transformadora de lo natural en artificial 
ha pasado por estadios de mayor o menor 
ritmo de alteración en los que los avances 
suponen per se un cambio de época. Los 
mismos han afectado por partes a dis-
tintos colectivos generándose grados de 
desarrollo desigual. De hecho, una manera 
de entender la historia de la humanidad 
ofrece diferentes modelos en función de 
los estadios en dicha evolución.
La mutación tecnológica en que nos 
encontramos desde hace tres décadas en 
el ámbito de la información y de la comuni-
cación supone uno de esos hitos trascen-
dentales que, como novedad, conlleva su 
enorme velocidad en cuanto a su disemi-
nación y, por ende, su carácter universal. 
Los cambios tecnológicos previos trajeron 
consigo el empoderamiento de diferentes 
grupos, pero hoy este es general y ello 
contribuye a su carácter demiurgo.
Es poco cuestionable que la política dio 
un salto de gigante al establecer el prin-
cipio de la ciudadanía sobre la premisa 
fundamental de la igualdad donde, como 
señalé más arriba, toda persona tiene un 
voto, pero el actual escenario lo da sobre 
la base de que cada individuo tiene al me-
nos una conexión inalámbrica. De pronto, 
la gente que venía bullendo desde hace 
tiempo tiene un instrumento multifun-
cional que, además, por su portabilidad le 
acompaña permanentemente. 
Si Ortega en La rebelión de las masas 
ya señala en 1930 que el hombre-masa 
es alguien “cuya vida carece de proyecto 
y va a la deriva… hecho de prisa, montado 
nada más que sobre unas cuantas y po-
bres abstracciones y que, por lo mismo, 
es idéntico de un cabo de Europa al otro… 
[que] tiene solo apetititos, cree que tiene 
solo derechos y no cree que tiene obli-
gaciones”, el momento presente no hace 
sino agudizar ese diagnóstico. A este 
individuo egocéntrico que no tiene ideas 
sino creencias, que es el producto de la 
exacerbación de la sociedad del consumo 
y que, como señalaba Nietzsche, le gusta 
vivir en manada, la revolución tecnológica 
le hace sentir como nunca que todo es po-
sible, ingenuamente.
El falso sentido de empoderamiento
La construcción de un relato convincente 
sobre el que articular el sentido de la vida 
y las bases de la convivencia entre los 
seres humanos es un arte que acompaña 
a nuestra evolución. Impregna a la reli-
gión, pero también a la política. En esta, 
ideas variopintas acuñadas en diferentes 
etapas del desarrollo de las distintas ci-
vilizaciones han desempeñado papeles 
fundamentales en la construcción del 
orden político. Una de las más fascinantes 
es la de la soberanía popular. Gracias a ella 
se entiende que un concepto relacional 
abstracto como es el poder, pero que tan 
firme presencia tiene en cada instante 
de la existencia, tiene su origen y está 
depositado en el colectivo que formamos. 
La máxima de una persona un voto y el 
extraordinario alcance y su significado de 
los derechos humanos son, sin duda, sus 
efectos más inmediatos. Los individuos 
aparecen inequívocamente dotados de un 
protagonismo superador de diferencias 
por sexo, raza, lengua y religión. Son de-
miurgos de sí mismos, pero a la vez de la 
colectividad en que se mueven.
Este escenario, que culmina un largo 
proceso decantado en los dos últimos si-
glos, se enfrenta hoy a la revolución digital 
cuyas pautas han cambiado radicalmente 
el comportamiento de hombres y mujeres. 
“La tecnología acompaña al ser 
humano desde sus albores por lo que 
no se puede deslindar ninguna etapa 
de la evolución sin tener en cuenta 
el estado concreto del conocimiento 
tecnológico de cada momento”.
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[ EL FUTURO DEL ESTADO Y DE LA POLÍT ICA DEMOCRÁTICA ]01
En la actualidad la gente está permanen-
temente conectada

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